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DOSSIER Retrato ecuestre de la reina Cristina, por Sebastien Bourdon (Madrid, Museo del Prado). Se convirtió hace 350 años en uno de los pocos monarcas que abdicaron para entregarse a su verdadera pasión, el arte, y a la religión que le dictaba su conciencia, el catolicismo. Celosa de la independencia que le garantizaba su soltería y con una fuerte espiritualidad, la figura de Cristina de Suecia brilla con luz propia en un mundo masculino. Tres especialistas se aproximan a su biografía, sus colecciones artísticas y la Europa en que le tocó vivir 55 Cristina de Suecia REINA Y REBELDE 56. Minerva del Norte María Victoria López-Cordón 63. Mecenas José María Luzón Nogué 69. Todo el poder para el monarca Carlos Gómez-Centurión LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

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DOSSIER

Retrato ecuestre de la reina Cristina, porSebastien Bourdon (Madrid, Museo del Prado).

Se convirtió hace 350 años en uno de los pocos monarcas queabdicaron para entregarse a su verdadera pasión, el arte, y a lareligión que le dictaba su conciencia, el catolicismo. Celosa de laindependencia que le garantizaba su soltería y con una fuerteespiritualidad, la figura de Cristina de Suecia brilla con luz propiaen un mundo masculino. Tres especialistas se aproximan a subiografía, sus colecciones artísticas y la Europa en que le tocó vivir

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Cristina de Suecia

REINA Y REBELDE

56. Minerva del NorteMaría Victoria López-Cordón

63. MecenasJosé María Luzón Nogué

69. Todo el poderpara el monarcaCarlos Gómez-Centurión

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Nací con buena estrella; teníauna voz ronca y fuerte y to-do el cuerpo cubierto de ve-llo. Por lo que al verme así,

las comadronas creyeron que era un ni-ño”. Así comienza Cristina de Suecia elrelato autobiográfico de los primerosaños de su vida, aludiendo a una con-fusión de identidad que le perseguirá to-da su vida. Mujer de espíritu varonil, co-mo se decía en la época, su formación,sus aficiones y, sobre todo, su indepen-dencia, forjaron en torno a ella una ver-dadera leyenda, que a ella misma le gus-tó cultivar, contrastando deliberada-mente su inteligencia y sus manerasbruscas con su sexo.

Consciente de su propia singularidad,de las limitaciones que como mujer te-nía en un mundo de hombres, tambiénsabía que el poder servía para eliminarmuchas barreras y que sus extravagan-cias eran toleradas, porque inspiraba ad-miración y temor a un mismo tiempo.Educada para ser reina, su abdicación,debida no sólo a motivos personales,conmovió a Europa y la convirtió en unareina errante, no por eso menos influ-yente, ni polémica. En cualquiera de lassituaciones de su vida, su personalidad,compleja y cambiante, resume muy bienesa mezcla entre lo político y lo religio-so, lo científico y lo esotérico que ca-racteriza al siglo XVII. Encarnó un cier-to ideal femenino, el de la amazona clá-sica, libre y valiente, aunque ella misma

siempre se sintió más inclinada a pensarque su espíritu carecía de sexo que a re-conocerse como modelo.

Nacida en el Palacio Real de Estocol-mo el 6 de diciembre de 1626, fue la ter-cera hija, única superviviente, de Gus-tavo Adolfo II de Suecia y María Eleo-nora de Brandeburgo. Muy unida a supadre, éste se propuso desde el primermomento que su crianza y formaciónfuera la de un heredero, ya que dio porsentado que sería su sucesora. Por elcontrario, el carácter inestable de su ma-dre la influyó muy negativamente y leprovocó, al decir de algunos biógrafos,no pocas de sus contradicciones. De-clarada reina electa a los seis años, a lamuerte de su progenitor, fue puesta ba-

jo la custodia de su tía Catalina del Pa-latinado, con cuyos hijos –Carlos Gus-tavo, que sería su sucesor, y María Eu-frosina– compartió juegos en el castillode Stegebert.

Aficiones varonilesDesde sus primeros años, se le enseña-ron disciplinas masculinas y se procurófortalecer su salud con ejercicio y vidaal aire libre, por lo que no es extraño quefuera una excelente amazona, supiese ti-ro y esgrima y que sus modales carecie-sen de cualquier tipo de afectación, pre-firiendo vestir, cuando le era posible, in-dumentaria varonil. Pero lo que la dis-tinguió, ya desde entonces, fue su entu-siasmo por aprender y su afición por lalectura. Tuvo por preceptor a Johan Matt-hiäe, un obispo tolerante que fomentó lacuriosidad intelectual de su discípula yque, además de introducirla en las másvariadas materias, como teología, filoso-fía, historia, geografía, matemáticas y as-tronomía, se preocupó especialmente deque supiera las lenguas clásicas y las mo-dernas, llegando a manejarse con solturaen alemán, francés, italiano y español.Otro alto dignatario, miembro del Con-sejo de gobierno, Axel Oxenstierna, seencargó de su instrucción política, en loque también puso mucha atención, por-que siempre se tomó muy en serio su pa-pel de futuro “rey”.

En 1644, cuando alcanzó la mayoría deedad, tomó personalmente las riendasdel gobierno. En el orden externo, enplenas negociaciones del Congreso deWestfalia, se mostró firme partidaria de

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Culta, independiente, celosa guardiana de su libertad personal, Cristinade Suecia renunció al trono, aunque no al título de reina, para llevar unade las vidas más apasionantes de la Europa del XVII. Victoria LópezCordón estudia su intensa biografía y los rumores que la acompañaron

del NorteMINERVA

M. VICTORIA LÓPEZ-CORDÓN es catedrática deHistoria Moderna, U. C. M.

Trono de plata de Cristina de Suecia, que fuerealizado para su coronación.

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CRISTINA DE SUECIA, REINA Y REBELDE

La reina Cristina vestida como Minerva, porJustus van Egmont en 1654, el año de suabdicación. A Cristina le gustaba, cuandopodía, vestir indumentaria varonil(Gripsholm, Statens Porträttsamling).

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la paz y, en el interno, resuel-ta a evitar que ningún conse-jero cobrara especial relevan-cia durante su reinado. Comono podía ser menos, la cues-tión de su matrimonio se con-virtió en un importante asun-to de Estado que, sin embar-go, fue resuelto con autoridady firmeza por la joven reina.Un primer pretendiente fue suprimo por parte materna Fe-derico Guillermo de Brande-burgo, el posterior Gran Elec-tor, pero su condición de ale-mán y calvinista, hicieron queel Consejo sueco lo rechazara.Después llegaron propuestasdel emperador Fernando IIIpara su hijo, el futuro y malo-grado Fernando IV de Hun-gría, del rey de Portugal, delde Polonia e, incluso, de Fe-lipe IV y de su bastardo DonJuan José de Austria, pero entodos estos casos el desinterésde Cristina, con pretextos reli-giosos, no dio lugar a que nisiquiera se formalizaran lasconversaciones. Más adelante,llegaron los tratos para pro-mover su enlace con su primoy compañero de juegos Gus-tavo Adolfo, pero se negó conigual convicción, asegurandoque no deseaba casarse connadie y que la cuestión suce-soria quedaba zanjada al re-conocerle como heredero.

La decisión de no contraer matrimo-nio tuvo, sin duda, gran trascendenciapolítica y dio lugar entonces y, sobre to-do, después, a muchas interpretacionesque ponían en duda su sexualidad. Sinembargo, resulta razonable que, mujeracostumbrada a ser independiente y amandar desde niña, no quisiera some-terse a la autoridad de un marido que,aunque fuese su súbdito, como consor-te obtendría una gran preeminencia enel reino. Tampoco quien gozaba de unagran libertad de movimiento debía sen-tirse atraída por los riesgos evidentesque la maternidad tenía en esa época y,mucho menos, mostrarse dispuesta a to-lerar los presumibles excesos de cual-quier varón noble de la época. Por todoello, preservar su soltería parece hoy,desde nuestra perspectiva, más un acto

de rebeldía que de incapacidad o im-potencia, que concuerda perfectamentecon la actitud que, en ese mismo senti-do, adoptaron otras mujeres de aqueltiempo, manteniéndose firmes en la vir-ginidad o en la viudez, o ingresando enun claustro. Como ella misma reconocióante el Parlamento en 1649, el matri-monio llevaba consigo dependenciasque le resultaban intolerables y que noestaba dispuesta a aceptar.

Romances de salón Pese a las habladurías que esta decisiónsupuso, se le atribuyeron relaciones conalgunos hombres, como el conde Mag-nus Gabriel de La Gardie, que casó conMaría Eufrosina, o unos años más tarde,en 1652, con el embajador español An-tonio Pimentel del Prado, con el que gus-

taba conversar de pintura y li-teratura. Todo indica que lassospechas de algunas chanci-llerías sobre su influencia, tu-vieron, sin duda, más trasfon-do político que amoroso, perosu supuesto romance dio mu-cho que hablar. Durante su re-tiro en Roma, su amistad conel cardenal Azzolino, tal y co-mo atestigua la corresponden-cia conservada, refleja la exis-tencia de una cierta intimidadde carácter platónico, no exen-ta de reproches y promesas.

Paradójicamente, a una mu-jer a la que se atribuían estasrelaciones, se le achacarontambién inclinaciones lésbicashacia algunas damas de su en-torno. La que más difundidafue la que mantuvo con lacondesa Ebba Sparre, una jo-ven de gran belleza llegada ala Corte en 1645, que sería sucamarera preferida. Casada en1653 con un hermano de LaGardie, la correspondenciaepistolar entre ambas se man-tuvo hasta su muerte, ocurridaen 1662. No es fácil establecerel fundamento de las murmu-raciones cortesanas y al equí-voco contribuyen ciertas ex-presiones de sus cartas que re-velan, al menos, una pasiónsemiliteraria que hay que en-tender dentro del contexto deuna época en la que las ex-

presiones de entusiasmo por el propiosexo no siempre contienen un signifi-cado erótico explícito. También se le atri-buyeron otras muchas aventuras del mis-mo carácter, con muchachas de distintacondición, e incluso en el siglo XVIII cir-cularon unas Lettres secrètes... de carác-ter apócrifo, pero como todo lo que serefiere a la vida íntima de grandes per-sonajes las fuentes son esquivas y el psi-coanálisis retrospectivo, cuando menos,resulta dudoso. En su caso, cualquieraque fuera la inclinación efectiva de la rei-na, hay que tener en cuenta que los con-temporáneos y los escritores posterioresnunca estuvieron dispuestos a aceptarque una mujer pudiera poseer por sí mis-ma la fuerza de carácter e independen-cia que Cristina demostraba.

Como los otros gobernantes de su épo-

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Retrato de Cristina de Suecia hacia 1634-1638, atribuido a JacobHeinrich Elbfas. Había sido declarada reina electa a la muerte de su

padre, en 1632, cuando contaba seis años.

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ca, supo imponer su autoridad. Mantuvoa Oxenstierna, pero sin darle prerroga-tivas, sometió a la nobleza y supo ganarseel respaldo de los estados no privilegia-dos. También logró que se aceptaran susplanes sucesorios, cortando de raíz cual-quier pretensión dinástica de sus otrosparientes Vasa. El apogeo de su poder lle-gó con su coronación, en octubre de1650. Tuvo lugar en Estocolmo, y no enUpsala, donde era la tradición, en mediode una fastuosa celebración que duró va-rios días. Tenía 24 años y su fama y suefigie, caracterizada como Minerva, se-gún el célebre grabado de Jeremías Falck,circulaba ya por toda Europa.

Pero más que por su gestión política,el reinado de Cristina estuvo marcadopor sus preocupaciones religiosas y susafanes eruditos. En realidad, sus dudassobre la fe luterana habían comenzadomuy pronto y también su interés por elcatolicismo, prohibido oficialmente enSuecia desde 1597. Su deseo era con-seguir la reconciliación de la Cristiandady terminar con la intolerancia que se-paraba a unas confesiones de otras, pro-pugnando una estructura unitaria que leacercaba al modelo de Roma. Tambiénle agradaba el celibato que debían man-tener sus clérigos y la riqueza, tan ba-rroca, de su ceremonial.

Descartes, profesor particularEn esta paulatina inclinación tuvieron mu-cho que ver sus buenas relaciones con elembajador francés Chanut, con el quediscutía frecuentemente de todo tipo detemas. Gracias a su mediación consiguióque, en 1649, se trasladara a Suecia Des-cartes, con quien mantenía correspon-dencia, y que jugó un papel decisivo enla evolución de su ideología y en su pos-terior conversión. Sus ideas sobre el librealbedrío, el conocimiento y la virtud con-vencieron plenamente a la soberana; porsu parte, el filósofo, encontraba dema-siado dispersa a su discípula y no logróaclimatarse a las bajas temperaturas sue-cas, muriendo de una pulmonía en fe-brero de 1650.

Bajo el impulso de Cristina, Estocolmose convirtió en un gran centro de la vi-da intelectual y artística europea. Huma-nistas y científicos fueron invitados a ins-talarse allí, sin reparar en nacionalidadesni confesiones. Entre ellos, gozó de es-pecial consideración el francés Bourde-lot, naturalista y agnóstico, que no sólo

cuidaba de su salud sino que organizabafiestas, a las que la reina era muy aficio-nada. Con otros eruditos con los que notenía el placer de tratar directamente,mantenía una asidua correspondencia,como fue el caso de Pascal y Gassendi,o se interesaba por su obra. Bajo sus aus-picios, la Universidad de Upsala empezóa coordinar las investigaciones de los ar-queólogos suecos y a traducir obras cien-tíficas en lengua vernácula, asistiendo aalgunos de sus debates y tomando par-te en sus ceremonias. Gran amante de lalectura, compró excelentes bibliotecas ycolecciones de manuscritos y sus agen-tes recorrían el continente en busca deraras ediciones de clásicos o de antigüe-dades de todo tipo, proyectando ampliarel propio palacio para darles un acomo-do conveniente.

El resultado de todo esto fue doble:por un lado, los gastos de la Corte au-mentaron sensiblemente y, con ellos, losrumores sobre su comportamiento y sucreciente simpatía por el catolicismo; porotro, sus aficiones cada vez se apartabanmás de las propias de un gobernante,aunque nunca olvidó sus responsabili-dades. Los contactos con los jesuitas, lainfluencia del embajador español Pi-mentel y su convencimiento de que sise convertía debía renunciar al trono,fueron madurando la idea de la abdi-cación, que se hizo efectiva en febrerode 1654. Tenía sólo 28 años y, como ha-bía sido consagrada, abandonó el tronopero no el rango de reina. No fue unadecisión apresurada ni temperamental,como prueba el que hiciera ya al menostres años que lo venía anunciando y que

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MINERVA DEL NORTECRISTINA DE SUECIA, REINA Y REBELDE

Descartes da clase a Cristina de Suecia, en una reconstrucción ideal del siglo XIX. El clima deEstocolmo acabó con la vida del filósofo racionalista francés en 1650, al año de llegar.

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negociara muy bien las condiciones eco-nómicas de su retiro, una sustanciosapensión, el derecho de soberanía sobreamplios territorios y sus valiosas colec-ciones.

Pocos días después de la coronaciónde su sucesor, salió del país a caballo yvestida de hombre. Atravesó Dinamarca,pasó por Hamburgo y Münster y se ins-taló en Amberes, donde disfrutó plena-mente de su ambiente cultural. Desde allísolicitó la intervención de Felipe IV pa-ra que el Papa la dejara establecerse enRoma, donde no quedaba sujeta a la au-toridad de ningún soberano temporal. EnBruselas, en la Navidad de 1654, se con-virtió secretamente al catolicismo y ne-goció con el Pontífice las condiciones desu admisión en la Ciudad Eterna. Éstassuponían una abjuración pública de suantigua fe y el reconocimiento explícitode los acuerdos de Trento, todo lo cualtuvo lugar con gran pompa en la ciudadde Innsbruck, desde donde prosiguió aRoma, donde entró el 20 de diciembre de1655. Al día siguiente de ser recibida porAlejandro VII, visitó la famosa Biblioteca,que le llenó de admiración.

Entre iglesias y academiasSi bien los tesoros artísticos romanos y lasgrandes figuras que conoció colmaron to-das sus expectativas, su estancia roma-na no dejó de suscitar tensiones. Aloja-da en el Palacio Farnesio, su vida se re-partía entre actividades religiosas, políti-cas y sociales. Visitaba iglesias y organi-zaba academias; recibía al cuerpo diplo-mático y a las grandes familias romanas;

seguía los acontecimientos europeos y to-maba partido en ellos, haciendo oscilarsus antiguas simpatías hacia España dellado de Francia. También se indignabacon las murmuraciones que circulabansobre su persona, pero sin disminuir poreso sus extravagancias ni su desenvoltu-ra. Sus relaciones con el Pontífice, cor-diales al principio, se fueron enfriando.Ambos se respetaban, pero al Papa le in-tranquilizaba la independencia de su ca-rácter y la inflexibilidad de su juicio, queno disimulaba la desaprobación que leinspiraban algunas practicas religiosas, co-mo el excesivo culto a las reliquias. Tam-bién entonces trabó conocimiento con elcardenal Decio Azzolino, que sería su re-lación más constante a partir de enton-

ces. Los gastos que le ocasionaba su es-tancia y la tardanza con que llegaban susrentas le obligaron a desprenderse de par-te de sus joyas y de su séquito y le hi-cieron pensar en volver a su país, con elpretexto de la peste que asolaba la pe-nínsula italiana, pero antes decidió pa-sar por Francia, donde se quedó, siendoaclamada en París en medio de una granexpectación. Recibida por Luis XIV y lareina Ana, asombró a los cortesanos, unasveces por sus modales y otras por su in-genio. Ella, por su parte, se llevó una ideabastante exacta del gobierno y de losprincipales personajes de aquella Mo-

narquía. Admiró a Mazarino, con quienhabló de política, y su juicio sobre el jo-ven rey fue muy positivo. El cardenalquería atraerse a Cristina en su lucha con-tra los españoles, ya que mantenía conellos una larga y enconada contienda, yla reina, por su parte, buscaba el apoyode Francia para encabezar una expedi-ción contra Nápoles que le diera aquel te-rritorio. Descubierto el proyecto, no du-dó en hacer ejecutar al traidor en su pro-pia residencia, alegando que como rei-na tenía el derecho de administrar justi-cia en su propia corte.

Después de una corta estancia en Pé-saro, volvió a Francia, que abandonó de-finitivamente en marzo de 1658, rumboa Roma, donde se alojó primero en el Pa-lacio Mazarino y luego en el Riario, en elTrastévere. Su situación no era cómoda:enemistada con el Papa y los españolespor el proyecto napolitano, los francesestampoco le perdonaban el haberse to-mado la justicia por su mano, en detri-mento de su monarca. Para colmo, susproblemas económicos se agravaron, de-bido ahora a la guerra entre Suecia y Po-lonia. Gracias al apoyo de Azzolino, quese hizo cargo de sus finanzas, obtuvouna renta anual del Papa que le permitiómantener su ritmo de vida. Atenta siem-pre a la situación política planeó, inclu-so, convertirse en soberana de la Pome-rania, en detrimento de su propio paísy con el apoyo de Leopoldo I de Austria,pero la muerte de su primo Carlos Gus-tavo X, en febrero de 1660, que dejabaun hijo menor de edad, le hizo pensar en

volver a Suecia para hacer valer sus de-rechos al trono.

Rechazadas sus pretensiones por elConsejo de Estado, se retiró a Hambur-go, donde estuvo un año, intentando unaliga europea que apoyara a Venecia ensu lucha contra los turcos y poniendo or-den en su situación financiera. Tambiéninició conversaciones con distintos so-beranos para que los distintos credos cris-tianos se toleraran mutuamente, pero sinningún éxito. En la ciudad hanseática es-tuvo en contacto con la comunidad se-fardita allí establecida, iniciando a partirde entonces acciones a favor de que los

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Instalada en Roma, al Papa le inquietabasu independencia y su rechazo a prácticascomo el excesivo culto a las reliquias

La reina Cristina se arrodilla ante el papa Alejandro VII. El pintor, veneciano anónimo, recoge laceremonia del 23 de diciembre de 1655, un triunfo para la Iglesia de la Contrarreforma.

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judíos fueran admitidos en Inglaterra y enotras comunidades de las que habían si-do expulsados.

Finalmente, en junio de 1662, volvióa Roma, donde se le dispensó otra en-trada triunfal. Las tensiones que en esemomento vivían la Santa Sede y Francia,agravadas por una serie de incidentes di-plomáticos muy de la época, le hicieronmediar en las mismas, con lo que se ga-nó los reproches de Luis XIV que, sin em-bargo, siempre consideró oportuno te-ner una aliada junto al Papa. Ella, por suparte, siempre recurrió al poderoso mo-narca cada vez sus posesiones en Ale-mania se encontraban amenazadas porlos virajes de la política exterior sueca opor el inestable equilibrio báltico. Fueuna nueva crisis en este ámbito, unidaa sus constantes dificultades económicas,lo que le obligó a emprender un nuevoviaje a su país, pasando otra larga tem-porada en Hamburgo, en la que el únicolazo que la mantenía unida a la CiudadEterna era su correspondencia con Az-zolino, en la que expresaba su añoran-za por Italia y su persona.

Recelos en EstocolmoEn abril de 1667, pisó por fin suelo sue-co, donde fue recibida con todos los ho-nores, pero con grandes precaucionespor parte del gobierno, que le exigió abs-tenerse de asistir a cultos católicos en laembajada de Francia. Sus propósitos devolver al trono no encontraron apoyos,por lo que abandonó definitivamente su

país, en junio de 1667. En Hamburgo seenteró del fallecimiento del papa Ale-jandro VII y de la elección de Clemen-te IX, que había nombrado a Decio Az-zolino como su secretario de Estado.También de que había quedado vacanteel trono de Polonia por la muerte de JuanCasimiro II, el último rey de los Vasa, porlo que forjó el plan de reclamar para síaquella corona, admitiendo en ese casola posibilidad de contraer matrimonio,pero los polacos rechazaron sus preten-siones y eligieron otro pretendiente. Fi-nalmente, en noviembre de 1668 llegó aRoma, siendo recibida con toda solem-nidad por el nuevo pontífice e instalán-dose de nuevo en el palacio Riario. Enél organizó su corte y fue acumulandolos tesoros artísticos que iba coleccio-nando. Su magnífica biblioteca, sus pin-turas y esculturas y el observatorio as-tronómico de que disponía eran la ad-miración de los numerosos visitantes quese acercaban allí para participar en susreuniones o rendirle testimonio de sucortesía. Compraba mucho, sobre todoobras de temas clásicos y mitológicos; tu-vo uno de los primeros gabinetes de mo-nedas y medallas y no dudó en recurrira procedimientos poco ortodoxos cuan-do algún objeto de su interés se cruzabaen su camino. Ella misma hizo acuñarmonedas con su retrato y algún símboloo lema en el reverso alusivo a su per-sona. También patrocinó el teatro y lamúsica, erigiendo un edificio público pa-ra estas representaciones en 1671.

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Banquete ofrecido por Clemente IX a Cristina de Suecia, el 9 de diciembre de 1668. La reinaseguía con pasión la política vaticana y, a veces, tuvo fricciones con la Santa Sede.

MINERVA DEL NORTECRISTINA DE SUECIA, REINA Y REBELDE

Luis XIVSaint-Germain, 1638-Versalles, 1715En sus 54 años de reinado, Luis XIV im-puso un concepto político que no diferen-ciaba rey de nación, y se resume en la fra-se: “El Estado soy yo”. Cristina le visitódurante una epidemiade peste en Roma y tra-tó de lograr su apoyo pa-ra arrebatar por las ar-mas Nápoles a España.Las tensiones de LuisXIV con la Santa Sedeafectaron también a susrelaciones con Cristina,más cercana al Papa.

Clemente IXPistoia, 1600-Roma, 1669Secretario de Estado de Alejandro VII, elpapa que acogió a Cristina en Roma, lesucedió en 1667. Se esforzó por apaci-guar la querella janse-nista, promulgando lapaz “clementina” en1668. Ese mismo año,recibió a Cristina con to-da la pompa. Su secre-tario de Estado, DecioAzzolino, era el principalapoyo de la reina en laCiudad Eterna.

Carlos XNyköping,1622-Gotemburgo, 1660Subió al trono sueco tras la abdicación desu prima Cristina. Al año siguiente, inva-dió y conquistó Polonia, por lo que Dina-marca le declaró la guerra en 1656. Volcósus esfuerzos en estanueva campaña, logran-do algunas victorias ini-ciales. En su segundainvasión, tropezó con laresistencia de Copenha-gue, que se salvó gra-cias a la intervenciónneerlandesa. Murió pocodespués.

Felipe IVValladolid, 1605-Madrid, 1665El monarca español medió ante la SantaSede para que el Papa dejara establecersea Cristina en Roma tras su abdicación deltrono de Suecia. Sin embargo, las simpa-tías proespañolas deCristina pronto se disi-paron y ésta se alió consu rival, Luis XIV. Cristi-na quería que las armasfrancesas conquistaranNápoles, quitándoselo aFelipe IV, para poderdisfrutar de un nuevoreino.

CONTEMPORÁNEOS

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Admiraba a Bernini, a quien solía vi-sitar en su taller y cuya biografía orde-nó publicar a su muerte, en 1682; pro-mocionó a músicos como Corelli, Pas-quín y el joven Scarlatti, a quien con-trató como maestro de capilla, y fundóuna Academia de Artes y Ciencias, cu-yos estatutos elaboró ella misma. Perotodas estas actividades nunca le hicie-ron olvidar su pasión por la política, yafuera pontificia, siguiendo con verda-dera pasión la elección de Clemente X,gracias a la información privilegiada quele proporcionaba el cardenal Azzolino,y después la de Inocencio XI, o fran-cesa, como los conflictos de Luis XIVcon Roma por el tema de las regalías.Crítica respecto a la política expansivade este último, especialmente por sualianza con los turcos, esta aptitud seagudizó con motivo de la revocacióndel Edicto de Nantes en 1685, que con-tradecía abiertamente su postura favo-rable a la conciliación entre católicosy protestantes. En sentido contrario, to-davía poco antes de su muerte abogóante Guillermo III de Orange a favor dela minoría católica.

Aproximación a la místicaLos últimos años de su vida reflejan uninteresante proceso hacia una religio-sidad intimista, muy en la línea delquietismo francés y de los místicos es-pañoles, con uno de los cuales, Miguelde Molinos, mantuvo relación epistolar,pero rechazando cualquier exceso. Enesta como en otras cuestiones doctri-nales fue fiel a la ortodoxia de la igle-sia a la que se había convertido, aun-

que ello no impidió que hasta el finalfuera crítica con sus representantes ymantuviera frecuentes conflictos con elPapa por cuestiones jurisdiccionales, yaque se resistió a perder el privilegio deextraterritorialidad del que disfrutaba.También seguía participando apasio-nadamente en las disputas hispano-francesas del momento, oscilando confrecuencia de un lado a otro e inten-tando mediar por la paz de una Euro-pa, cada vez más amenazada por laspretensiones del Rey Sol.

Aunque se calificara algunas veces de“tranquila espectadora” del teatro delmundo, nunca lo fue realmente, sino quese siguió interesando por manifestacio-nes intelectuales o políticas hasta el finalde su vida. Murió el 19 de abril de 1689,después de una enfermedad relativa-mente breve, a los sesenta y dos años,aunque según los rumores lo hizo comoconsecuencia de un ataque de cóleraprovocado por un incidente doméstico.Fue enterrada en la Iglesia de San Pedroy, aunque ella había pedido que sus fu-

nerales fueran sencillos, se celebraroncon toda la pompa y el fasto de las ce-remonias barrocas. Sobre su tumba, Cle-mente XI encargó a Carlo Fontana un im-ponente mausoleo. Unos meses más tar-de falleció también en Roma su amigo,testamentario y heredero el cardenal Az-zolino, a quien había encargado que re-visara y destruyera su correspondencia.Gracias a ello se conservó una parte im-portante de la misma, así como las me-morias, máximas y aforismos que escri-bió la reina, que se encuentran en la Bi-

blioteca Real de Estocolmo y en la dela Universidad de Montpellier. Aunqueuna selección de sus obras se publicó amediados del siglo XVIII, no ha sido has-ta el siglo XX cuando han tenido edi-ciones críticas. A pesar de estos testimo-nios directos, la interpretación de su per-sonalidad siempre resultó polémica y losdistintos episodios de su vida, objeto decontroversia.

Autopsias morbosasEl rechazo a su feminidad que muchosdestacan, y que hizo que después demuerta se le practicaran varias autopsiasque negaron su supuesto carácter hí-brido, tiene también una explicaciónmás en términos culturales que fisioló-gicos, ya que por formación y elecciónle gustó siempre desafiar las conven-ciones de su tiempo. Se dijo que siem-pre consideró una desgracia su condi-ción de mujer y que sintió escasa esti-ma por las de su propio sexo, pero enlo primero probablemente lo hubo fuerechazo a sus condicionamientos y, res-pecto a lo segundo, se trata de una ver-dad a medias, porque siempre que tu-vo ocasión mantuvo relación con aque-llas mujeres de su tiempo que supierondistinguirse por su personalidad y susconocimientos, como la erudita AnnaMaría Schurmann, Mademoiselle deMontpensier o Madeleine de Scudéry,la escritora amiga de Madame de Se-vigné, con quien se siguió escribiendohasta el final de su vida.

También despertó su curiosidad Ninonde Lenclos, la célebre cortesana parisina,tan famosa por su vida desenfadada co-mo por su cultura. Respecto a sus su-puestos amores, desde los juveniles a Pi-mentel o el cardenal Azzolino, toda pa-rece indicar que fueron más platónicosque carnales, y lo mismo ocurre con lasjóvenes con las que se la relacionó. Aun-que no lo fueran, desde luego no fueuna “libertina” en el sentido de la cen-turia siguiente, ni mucho menos una mu-jer enamoradiza y pueril. Fue más bienuna librepensadora, en el sentido del si-glo XVII, voluntariosa pero sincera, po-co convencional pero muy lúcida res-pecto a sus propias contradicciones y lasde su tiempo. No fue hermosa, de acuer-do con los criterios de la época, pero susretratos, especialmente los de Bourdon,reflejan bien un rostro con personalidady una mirada inteligente y directa. ■

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Sus amores fueron más platónicos quecarnales. No fue una libertina del sigloXVIII, sino una librepensadora del XVII

Imagen para la Historia. Retrato anónimo delsiglo XVIII, de rígido estilo gustaviano, en elque Cristina aparece con los atributos reales.

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Sólo en la Ciudad Eterna se podían hallar las antigüedades que buscaba conafán Cristina de Suecia y allí se afincó. Su colección de escultura fueadquirida en secreto por Felipe V e Isabel de Farnesio y se encuentra hoy enel Museo del Prado, tras muchos avatares que recuerda José María Luzón

MECENASUna coleccionista afincada en Roma

CRISTINA DE SUECIA, REINA Y REBELDE

Venus y Adonis, de Veronese, es uno de loscuadros que Cristina llevó consigo a Roma,

donde las obras de este artista decoraban su salade audiencias (Estocolmo, Nationalmuseum).

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Cuando Cristina de Suecia co-mienza su largo recorrido porvarias ciudades europeas trasla abdicación en 1654, es bien

recibida en los Países Bajos, que perte-necían a la Corona de España. En susprimeros años de corte itinerante, co-mienza la adquisición de la que va a seren pocos años una de las grandes co-lecciones reales de Europa en el sigloXVII. A su gran formación se unían nu-merosos contactos con los marchantesmás activos de su época y un evidentedeseo de complacerla, en aquellos cír-culos que habían acogido con entusias-mo la conversión de la hija de GustavoAdolfo II a la fe católica.

Es cierto que algunas de las pinturas,libros y objetos menores de su colecciónlos lleva consigo desde Suecia y, en al-gunos casos, se trata de obras que pro-cedían de las conquistas de su padre, en-tre los que se encontraban piezas de lacolección de Maximiliano I. Pero muypronto empieza a comprar en Bruselas yAmberes todo aquello que debía teneruna reina de su prestigio intelectual, co-mo son una espléndida biblioteca quehoy se conserva en el Vaticano, los tapi-ces, monedas y camafeos adquiridos trassu muerte por el rey de Francia y una so-berbia colección de pinturas, en la quefiguraban obras de Tiziano, Tintoretto,Rafael de Urbino, Veronés, Guido Reni,Caravaggio, Ribera y tantos grandes ma-estros. De esta colección proceden loscuadros de Adán y Eva de Durero queen los momentos inmediatamente poste-riores a su abdicación regala al rey de Es-paña Felipe IV, de quien posiblementeesperaba ayuda para ser instaurada en al-gún reino. Ésa al menos fue una frustra-ción que tuvo a lo largo de su vida, lle-gando luego a concebir la idea de arre-batarle el reino de Nápoles con una ayu-da de Francia que nunca llegó a tener.

Mercado para privilegiadosPero el coleccionismo de Cristina de Sue-cia tiene una faceta que solamente po-día satisfacer plenamente en Italia. Se tra-ta de la formación de una colección deesculturas, que únicamente se encontra-ban en el mercado romano y que estabareservada a ciertas familias italianas.

De la colección de obras de arte y an-

tigüedades que logró reunir la reina Cris-tina de Suecia durante sus años de resi-dencia en Roma, una parte verdadera-mente apreciada por ella y por sus he-rederos fue la galería de esculturas. Es-taba compuesta por más de un centenarde obras, entre las que figuraban algu-nas de gran valor, restauradas por co-nocidos escultores romanos, que habíandecorado el Palacio Riario en la via de-lla Lungara y, a la muerte de la reina, elPalacio Chigi. La adquisición de todasellas en 1724 para decorar el Palacio dela Granja, que estaban construyendo enSan Ildefonso los reyes de España, fueuna de las mayores transacciones artísti-cas de la época, acompañada de una in-

tensa actividad diplomática. La abun-dante documentación conservada en di-versos archivos, pero particularmente enlos de Simancas y la embajada españo-la ante la Santa Sede, permiten desve-lar el papel muy directo que tuvo en es-ta compra Isabel de Farnesio, la segun-da esposa de Felipe V. Su formación ita-liana y su educación artística fueron de-terminantes para tomar una decisión quehoy sabemos que se debió de maneramuy directa a ella.

La mano española en RomaLas primeras sugerencias acerca de la po-sibilidad de comprar esculturas en Romala vemos reflejada en la corresponden-cia del pintor Andrea Procaccini con suprotector, el embajador Acquaviva, querepresentaba los intereses españoles enRoma. En ella, le menciona la conve-niencia de adquirir esculturas para elnuevo palacio que los reyes están cons-truyendo en San Ildefonso. Se trataba ini-cialmente de una idea poco definida, queaparece en cartas en las que Procacciniva dando cuenta del progreso de lasobras. En una de ellas comenta cómo lareina le ha encargado hacer el proyectode dos estancias decoradas con bellísi-mos vasos y charoles y, con esa ocasión,ha tenido oportunidad de mencionarlela posibilidad de comprar algunas es-culturas antiguas en Roma, de las cualesle había hablado el propio cardenal Ac-quaviva. En estas cartas, subraya Pro-caccini que en España no existen colec-ciones de escultura y serían los reyes losúnicos en poseerlas.

La idea inicial de comprar esculturasen Italia, para decorar alguna estancia delPalacio de San Ildefonso, se expresa enla correspondencia mencionada de ma-nera un tanto peculiar. La reina quiereque sean varias parejas y que no midanmás de cinco palmos cada una. Las fe-meninas no deben estar desnudas, aun-que en tal caso Procaccini se ofrece a co-locarles hábilmente unos paños de bron-ce que las cubran, sin hacerles taladrosque dañen la piedra. Durante estos pri-meros contactos con el mercado roma-no a través del cardenal Acquaviva, losreyes dan instrucciones de que asesoreen las posibles compras el escultor Ca-millo Rusconi, lo que le hizo jugar uncierto papel, que más tarde fue reflejadopor Antonio Ponz en su Viaje de Españay llevó a la creencia de que había sido él

Adán, de Durero, fue un regalo de Cristina deSuecia a Felipe IV, en 1656, cuando lasrelaciones entre ambos eran inmejorables.

JOSÉ MARÍA LUZÓN NOGUÉ es catedrático de Arqueología, U. C. M.

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la persona a quien se debe la totalidadde la compra de las esculturas que fi-nalmente vinieron a La Granja. Se hablade un Meleagro de Pecchini, que esta-ba en venta en la Piazza Farnese, de lasque tenía el cardenal Albani y de la po-sibilidad de adquirir alguna de las queposeía el duque de Bracciano, proce-dentes de la colección de la reina Cris-tina de Suecia. Podría también explorar-se la posibilidad de traer obras de es-cultores modernos, entre los que se men-cionan los nombres de Bernini, Algar-di, el Flamenco y Miguel Angel. Es decir,se trataba de seleccionar diez obras an-

tiguas o modernas, siempre de la mejorcalidad porque, como dice Procaccini,los reyes saben apreciarlas ellos mismossin necesidad de que se les asesore.

Los herederos de AzzolinoEn 1723, apenas unos días después dehaber pedido información sobre el mer-cado, los reyes reciben de su embajadoren Roma una lista detallada de la co-lección del duque de Bracciano, here-dero del príncipe Livio Odescalchi,quien a su vez había recibido de su tíoel cardenal Azzolino toda la colecciónque le había dejado en herencia la rei-na de Suecia. Las esculturas eran sobra-damente conocidas en Roma y posible-

mente también la posibilidad de adqui-rirlas, puesto que pocos años antes ha-bía estado en negociaciones con su pro-pietario el embajador de Francia, perohubo de desistir de su intento de lle-varlas a Versalles para Luis XIV, porqueno consiguió el permiso para sacarlas delos Estados Pontificios. Estos antece-dentes preocupaban en España y dieronlugar a que, paralelamente a la nego-ciación con el propietario, se desplega-se una intensa actividad diplomática. Deuna parte, debía ocultarse que los com-pradores eran los reyes de España, pa-ra que no se elevase excesivamente elprecio. Por otro lado, era fundamentaltener la garantía de que las esculturas sepodrían traer al palacio que estabanconstruyendo en San Ildefonso. Lo unoy lo otro queda ampliamente documen-tado en multitud de cartas e instruccio-nes, durante los meses que prosiguena estos primeros contactos.

En un momento determinado de lasnegociaciones con el duque de Braccia-no, a quien se iban inicialmente a com-prar algunas esculturas, el proceso tomaun nuevo rumbo. Procaccini escribe unacarta urgente al cardenal Acquaviva, fe-chada el 1 de enero de 1724, y en ella ex-plica la forma en que la propia Isabel deFarnesio toma personalmente la decisiónde adquirir la lista completa que se la heenviado. Habían estado tratando el te-ma durante el día y habían hecho una se-lección de lo que les interesaba, pero

siendo ya las nueve de la noche la rei-na manda llamar a Procaccini a quien enpresencia del rey y del secretario de es-tado, duque de Grimaldi, le ordena queescriba urgentemente a Roma, dando ins-trucciones de que se compren todas, ase-gurándole al duque de Bracciano de quetendrá puntualmente el dinero que pidebajo su palabra. La premura con que sehizo impidió enviar unos dibujos que sehabían solicitado, por lo que se produ-ce una curiosa confusión al rechazar Isa-bel de Farnesio un retrato de la reina Cris-tina de Suecia, que figuraba en la lista yuna estatua grande de “un Pontífice”, queno era otra que la escultura muy restau-rada de Augusto, sacrificando con la ca-

beza cubierta, en tamaño algo mayor delnatural. Pese a todo, también estas obrasvinieron con las restantes.

El montaje barroco que habían tenidolas esculturas de Cristina de Suecia en lospalacios romanos iba acompañado de co-lumnas de mármoles diversos, que tam-bién interesaron a Procaccini. Se men-cionan hasta 80 columnas de porfido, gia-llo antico, alabastro orientale, nero anti-co, paragone y otras piedras, que tam-bién la reina selecciona cuidadosamente.

Pese a la determinación y la urgenciaexpresada por los reyes de España, lasnegociaciones se extendieron varios me-ses, hasta el punto de llegar a desazonaral cardenal Acquaviva, sobre todo al tra-

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MECENAS, UNA COLECCIONISTA AFINCADA EN ROMACRISTINA DE SUECIA, REINA Y REBELDE

Eva, de Durero, y dos retratos de la propiaCristina de Suecia, llegaron a España juntocon Adán (Madrid, Museo del Prado).

Cistina de Suecia compró en Bruselas y Amberes tapices, monedas, camafeos,pinturas y una espléndida biblioteca

Miniatura de Cristina de Suecia, por PierreSignac, hacia 1646, un retrato de sus añosde juventud (Estocolmo, Nationalmuseum).

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tar el precio. Escribe en una ocasión queha encontrado en el caballero Odescal-chi una dureza invencible y se mantie-ne en su pretensión de no venderlas pormenos de 63.000 escudos. La cifra debíaser exorbitante y solamente al alcancede un rey, como dice a menudo en sucorrespondencia, pero por otro lado in-siste en que un conjunto semejante nolo hay en el mundo, “ni se puede en-contrar, si no se hallan bajo la tierra, por-que siendo cosas antiguas es imposiblepoderlas hacer”. Tras varios meses denegociación, escribe Acquaviva al mar-qués de Grimaldi: “la obstinación del du-que de Bracciano es tan grande, que me-rece se le haga conocer, que fuera denuestros reyes, que compran nuestrasestatuas, y columnas, no hay en el mun-do otra persona capaz de comprarlas”.Finalmente, el 2 de septiembre de 1724,se comunica que el precio está casi ce-rrado en 50.000 escudos romanos. Unosdías más tarde, el 16 de septiembre, elembajador español escribe satisfecho alSecretario de Estado: “Señor mío, las es-tatuas y columnas que Vd. sabe ya sondel rey”. Se había comprado la mejor co-lección posible, solamente por la famaque la precedía, sin tener acceso a di-bujos y guiados únicamente por unas es-cuetas listas que se conservan en los ar-chivos españoles. El contrato jurídicocon todas las cláusulas de compraven-ta y la forma de pago, aparece firmadopor el escultor Camillo Rusconi, la per-sona a la que el cardenal Acquaviva ha-bía recurrido como intermediario, paratratar de ocultar que los compradoreseran los reyes de España.

Secreto a vocesA pesar de las cautelas que se pretendíatener, la operación de la compra de es-ta excepcional colección debió ser enRoma un secreto a voces. La salida de laciudad de ciertas esculturas se conside-raba una pérdida cultural irreparable,que dio lugar a un manifiesto malestaren los medios intelectuales. Es en estepunto donde la gestión personal del car-denal Acquaviva y Aragón, en una en-trevista personal con el Papa, obtuvo elpermiso de extracción que tanto preo-cupaba a los reyes. La nota de solicitud

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La reina convertida en ninfa

En un inventario de los bienes de Cris-tina de Suecia en Roma, se menciona

la restauración de un fragmento de estatuaromana de una ninfa por Giulio Cartari, unode los alumnos aventajados de Bernini. Lafigura yacente representa ahora a la ninfaClitia que, enamorada del Sol y celosa de losamores de éste hacia Leucotoe, es castigadapor el dios a convertirse en un girasol, mo-mento reflejado por la estatua en las raícesque van surgiendo de manos y pies. Esta es-cultura estuvo colocada en el centro de unade las salas del Palacio Riario de Roma, mi-rando hacia el Sol pintado en el techo y sir-viendo de trasunto de la conversión de la rei-na al catolicismo, y cuyas facciones se re-cogieron en la cabeza de Cartari.

Una vez trasladada la escultura desde

La Granja al Museo del Prado, entre 1839a 1833, allí quedó una copia en yeso, rea-lizada por José Pagniucci. El original fuedesmontado por Valeriano Salvatierra,quien no supo valorar la reconstrucciónbarroca y los añadidos se dispersaron porpatios y almacenes del Museo. En 1995-96, el entonces director del mismo, JoséMaría Luzón, emprendió la recuperaciónde los fragmentos dispersos y su restau-ración, realizada por Elisa Díez en 1996-97. El vaciado de La Granja ha permitidocomprobar la veracidad de la citada re-construcción y ayudará a buscar los frag-mentos que aún faltan por localizar, fa-cilitando la reintegración completa de es-ta obra tan interesante.

Jacobo Storch de Gracia

Cástor y Pólux, el grupo escultórico de laColección de Cristina de Suecia, en un dibujode Poussin (Musée Condé de Chantilly).

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que llevaba en esta audiencia se con-serva entre los documentos de la em-bajada de España en la Santa Sede, conla autorización manuscrita de Benedic-to XIII: fiat ut petitur. El embajador es-pañol comenta en una de sus cartas eléxito diplomático de esta gestión, aña-diendo que “no deja de ser desconsue-lo de muchos de este País, apasionadosa las antigüedades, el verlas salir de Ro-ma, bramando de quien nos ha conce-dido la extracción”.

Desde septiembre de 1724 hasta juniodel año siguiente, se procede al emba-laje y envío de la colección en distintasremesas, así como al pago fraccionadode la cantidad establecida. Lo primeroque se envían son dieciocho cajones concolumnas y las últimas obras en llegar sonlas que se consideraban joyas de la co-lección, que no eran otras que el grupollamado de Cástor y Pólux y el Fauno delCabrito. Durante este tiempo hubo tam-bién que salvar ciertas dificultades y laprincipal de ellas, la muerte en enero de1725 del cardenal Acquaviva y los pro-blemas derivados del reconocimiento desu sobrino y sucesor, el duque de Atri, enel Banco del Santo Spirito, donde habíangestionado las letras de cambio para elpago al duque de Bracciano.

Roma-Alicante-La GranjaSolventado éste y otros problemas re-lacionados con el transporte, la colec-ción fue embarcada de Roma a Genova,de allí hasta Alicante y, finalmente, a LaGranja, donde fueron depositadas casiveinte años en varios lugares, antes desu instalación definitiva en dos galeríasdel cuarto bajo del Palacio. El embala-je en Roma y la relación de las estanciasque ocupaban corre a cargo de Cami-llo Rusconi, mientras que la recepciónen San Ildefonso corresponde a CamilloPaderni. Los documentos de este tras-lado son de un interés particular, tantopara conocer la forma en que estuvie-ron colocadas en el palacio de proce-dencia, como para tener noticias de al-gunos detalles referentes al estado deconservación en que llegaron y las pri-meras medidas adoptadas en España.Durante los primeros años, algunas delas estatuas fueron restauradas por el flo-rentino Gaspare Pietri.

Seguramente, el excesivo tiempotranscurrido desde la compra hasta sucolocación sirvió de estímulo para la

construcción de una edificio especial-mente destinado a guardar éstas y otraspiezas de interés, en la que se denomi-nó Casa de Alhajas, construida en 1737con planos del arquitecto Filippo Juva-ra. En 1745, sabemos que se está pro-cediendo a la decoración de estucos delas nuevas salas y al embellecimientocon mármoles, lo que nos permite afir-mar que la colocación de estatuas, de laque nos ha llegado una relación deta-llada fechada al año siguiente, se haceinmediatamente después. Es, por tan-to, la primera vez que se ponen de ma-nera estable unas estatuas que los reyes,y sobre todo Isabel de Farnesio, habí-an comenzado a adquirir con verdade-ra impaciencia hacía ya veinte años.

La forma en que estuvieron colocadaslas esculturas en los salones del Palacio

Riario en la via della Lungara, habitadoalgunos años por la reina Cristina, nos hallegado a través de descripciones de via-jeros y, en algún caso, incluso de dibu-jos, como los que se conservan en el Mu-seo Nacional de Estocolmo, con la dis-tribución precisa de las Musas en una sa-la presidida por la figura de Apolo. En unade las estancias de ingreso figuraba laAriadna yacente, que identificaban conCleopatra, similar a otras que había enRoma y, entre ellas, la de Belvedere enel Vaticano. En algunos casos las escul-turas antiguas habían pasado por las ma-nos de escultores del círculo de Berni-ni, como su discípulo Giulio Cartari, aquien se atribuyen algunas de las res-tauraciones, que en ocasiones llevan im-plícitas alusiones a la misma Cristina. Lamás llamativa es la figura yacente de una

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MECENAS, UNA COLECCIONISTA AFINCADA EN ROMACRISTINA DE SUECIA, REINA Y REBELDE

Isabel de Farnesio y Carlos III, por Miguel Jacinto Meléndez. La segunda esposa de Felipe Vluchó con pasión para comprar las esculturas de Cristina de Suecia (Córdoba, Palacio de Viana).

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ninfa semidesnuda a la que se añade eltorso y un retrato de la reina transfor-mándola en Clitia. Decoraba esta obra elcentro de un salón, en el que el techo es-taba adornado con la figura de Helios,del que la ninfa queda enamorada altiempo que es convertida en heliotropo.El inconfundible retrato de la reina sue-ca invita a pensar en el mensaje con elque se quiere expresar la propia conver-sión al catolicismo de Cristina de Sueciay la forma en que es iluminada. Del mis-mo modo, otras esculturas se agrupabanen sendas salas dedicadas a Grecia y a labelleza o a la grandeza de Roma. De en-tre las primeras, destacan dos de las es-tatuas más apreciadas en el siglo XVIII.La primera de ellas es el mencionado gru-po de Cástor y Pólux, que desde su in-corporación a las colecciones reales es-pañolas se viene denominando Grupo deSan Ildefonso. Ésta era la que figuraba enlos inventarios con la tasación más ele-vada, que ascendía a 4.000 escudos. Ha-bía pertenecido a la Colección Ludovisiy figuraba entre las mejores esculturas deRoma recogidas en grabados de Perrier.La segunda es el elogiadísimo Fauno delCabrito, tasado en 1.800 escudos, que ha-bía sido hallado en lo que parece el ta-ller de un escultor, al hacer las obras dela Chiesa Nuova. Para muchos era un ori-ginal griego, e incluso hubo quien pre-

tendió verle indicios de una firma deba-jo de la axila. Las Musas procedentes dela Villa Adrianea, la Venus agachada, quehabía pertenecido al Cardenal Dezio Az-zolino, el retrato de Alejandro, el Sátiroen reposo, el Diadúmeno, la Venus delPomo, numerosos retratos y estatuas di-versas de mármol y una cabeza de bron-ce completaban en Roma una galería quepodía rivalizar con las de las grandes fa-milias aristocráticas locales.

En Roma, la colección de la reina Cris-tina se mantuvo completa mientras es-tuvo en manos de su heredero testa-

mentario, el cardenal Dezio Azzolino, dequién pasó a un sobrino y protegido su-yo, el príncipe Livio Odescalchi, que laslleva al Palazzo Chigi. En este primer tras-lado se intenta mantener el espíritu ba-rroco, lleno de sugerencias de conexióncon el pasado clásico, que manteníanpersonas que habían frecuentado el cír-culo literario, formado durante algunosaños en torno a la reina Cristina. Pero lainstalación en La Granja se hace con otrocriterio. En parte porque se suman a es-ta colección las adquiridas en 1728 a la

duquesa de Alba, que habían perteneci-do también en Italia a don Gaspar de Ha-ro y Guzmán, marqués del Carpio. Ladescripción, que conocemos por los in-ventarios reales y por los comentarios dePonz, deja ver que en las galerías de SanIldefonso se hace una distribución consentido decorativo, en la que desapare-cen aquellas alusiones que habían teni-do en cuenta los propios restauradoresen el siglo XVII.

El cuaderno de AjelloEn una fecha muy cercana a la coloca-ción de las estatuas de Cristina de Sueciaen San Ildefonso, elabora una curiosadescripción de cada una de ellas el abaddon Eutichio Ajello y Lascari, que habíavenido en 1743, acompañando a la du-quesa de Yachi, esposa de Stefano Reg-gio e Gravina, embajador de Nápoles enMadrid y persona muy próxima a los re-yes de España. El manuscrito, o un re-sumen de él, dedicado a Isabel de Far-nesio, se conserva entre los documen-tos de la Secretaria de Estado, mientrasque una serie de láminas dibujadas a lá-piz fueron llevadas, a fines del siglo XIX,al Museo del Prado, donde se guardanactualmente. Durante algunos años, nosconsta que algunos viajeros que pasabanpor Madrid y se desplazaban a La Gran-ja visitaban y admiraban la colección deesculturas que había pertenecido a Cris-tina de Suecia. El propio Ajello comentaque “muchos milores ingleses, muchosembajadores y hombres ilustres de Italia,Francia y Alemania vienen continuamentea verlas, atraídos por la fama”.

A fines del siglo XVIII, algunas escul-

turas y columnas fueron llevadas par-cialmente a Aranjuez y, a partir de 1828,pasan al Museo del Prado, que habríade convertirse en Museo de Pinturas yEsculturas. Desde entonces, la suerte dela colección discurrió por otro camino.En San Ildefonso quedaron solamentelos pedestales originales de la que habíasido la más completa galería de escul-turas antiguas que hubo en España, con-cebida por Isabel de Farnesio sobre labase de la que había pertenecido en Ro-ma a Cristina de Suecia. ■

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Colocación de las estatuas de Cristina de Suecia en La Granja, en una fotografía anterior a1931, una disposición que respetaba la ubicación inicial de las piezas a su llegada.

“Muchos milores ingleses, embajadores yhombres ilustres de Italia, Francia yAlemania vienen a ver las estatuas”

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Cuando Cristina de Suecia na-ció en Estocolmo, el 6 de di-ciembre de 1626, hacía yaocho años que había comen-

zado el conflicto conocido como Gue-rra de los Treinta Años. Una conflagra-

ción que comenzó con una revuelta re-ligioso/política en Bohemia, un asuntointerno, por tanto, de los territorios pa-trimoniales de los Habsburgo dentro delImperio, pero que se había internacio-nalizado rápidamente y acabaría afec-tando a la mayor parte de Europa. A pe-sar de que algunos han querido ver enella la primera gran guerra europea, és-

ta fue antes que nada un conflicto múl-tiple y, a veces, muy inconexo.

Es cierto que en la guerra se acabócuestionando definitivamente la pre-tendida supremacía de la Augusta Casade Austria –y con ella, la del catolicis-mo– imperante en el continente, perola multiplicidad de intereses que se pu-sieron sobre el tapete era mucho más

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La Guerra de los Treinta Años, las crisis económicas y lasrevueltas populares fueron algunos de los factores que marcaronla Europa de Cristina de Suecia. Carlos Gómez-Centuriónexplica los principales rasgos del siglo XVII, que se cerró con elauge indiscutible del absolutismo

La Guerra de los Treinta Años, las crisis económicas y lasrevueltas populares fueron algunos de los factores que marcaronla Europa de Cristina de Suecia. Carlos Gómez-Centuriónexplica los principales rasgos del siglo XVII, que se cerró con elauge indiscutible del absolutismo

Todo el poderpara el

MONARCAMONARCA

CRISTINA DE SUECIA, REINA Y REBELDE

CARLOS GÓMEZ-CENTURIÓN JIMÉNEZ es profe-sor titular de Historia Moderna de la U.C.M.

Cristina, reina de Suecia,en 1650, por David Beck(Estocolmo,Nationalmuseum).

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amplia y compleja. Por una parte, ha-bría que considerar los conflictos reli-giosos y constitucionales que enfrenta-ron a los emperadores Habsburgo y asus súbditos rebeldes desde 1618. Porotra, los esfuerzos de la rama españo-la de la dinastía por proteger sus po-sesiones en el norte de Italia y el ca-mino español, indispensable para rea-nudar la lucha contra las ProvinciasUnidas rebeldes una vez que expiró laTregua de los Doce Años (1621), y susdenodados esfuerzos por recuperar es-tos territorios.

Rivalidades cruzadasEn la medida de sus fuerzas, la dinas-tía francesa trató de intervenir en am-bos conflictos como un episodio más dela pugna permanente que venía libran-do contra la Casa de Austria desde el si-glo anterior. Pero también la guerra su-puso múltiples tentativas, por parte dediversos príncipes, de promover o fre-nar la Contrarreforma católica o extir-par el calvinismo dentro y fuera de losterritorios alemanes o proteger el lute-ranismo frente a ambos. Sin contar conla sempiterna rivalidad que manteníanDinamarca y Suecia, las disputas entreésta, Polonia y Moscovia, y la pugna deintereses estratégicos y comerciales so-bre el Báltico, en que se vieron en-vueltos suecos, holandeses e ingleses.

Por no mencionar el contexto de las ri-validades oceánicas, centradas en la vul-nerabilidad cada vez mayor de las po-sesiones de la Monarquía Hispánica.

La propia reina de Suecia fue una fir-me partidaria de la política de compro-miso que finalmente condujo a la firmade los tratados de Paz de Westfalia en1648. En el Imperio, la paz cerró laspuertas a cualquier intento de centrali-zación política, creando en cambio unabase legal sobre la que establecer un ab-solutismo principesco, según el cual serevestía a cada príncipe con una sobe-ranía territorial que le permitía inclusodesarrollar su propia política exterior. ElEmperador se convirtió en la cabeza re-presentativa de una imprecisa confede-

ración, mientras la Asamblea Imperialdebía actuar como árbitro de su autori-dad. Los calvinistas fueron reconocidosdentro de las fronteras del Imperio –aun-que no el resto de las confesiones mi-noritarias–, menos en las tierras patri-moniales del propio Emperador, que sal-vaguardaba así sus posesiones de las ga-rantías religiosas de la paz.

En el ámbito internacional, Francia y

Suecia consiguieron una sólida posicióncomo garantes de la paz. Las concesio-nes hechas a Francia sobre las tierras delEmperador en Alsacia y sobre otras po-siciones situadas en el Alto Rhin permi-tieron a la monarquía gala no sólo in-terferir en el futuro en los asuntos delImperio, sino además colapsar el cami-no español hacia los Países Bajos y ha-cia las tierras de los Habsburgo austria-cos. Suecia fue indemnizada con cincomillones de táleros imperiales y su reyconvertido en príncipe del Imperio alobtener los obispados secularizados deBremen y Verden, además del puertobáltico de Wismar y la Pomerania ante-rior –entre Stralsund y Stettin–, territoriosobre el que se fijarían las rentas de lareina Cristina después de su abdicación.

Además se establecieron otras dispo-siciones territoriales y legales de sumaimportancia: la independencia de laConfederación Suiza del Imperio y, so-bre todo, la de las Provincias Unidas res-pecto a la Monarquía Hispánica. Ésta yFrancia continuarían once años más enpie de guerra, hasta que en 1659 fuesefirmada la Paz de los Pirineos. A su vez,la paz de Oliva (1660) pacificaba las re-laciones entre las principales potenciasdel Norte.

Estancamiento demográficoLa Europa en que transcurrió la agita-da vida de Cristina de Suecia ha sido ca-lificada a menudo por los historiadorescomo una Europa sumida en una pro-funda y larga recesión demográfica yeconómica. Fuese por una profunda cri-sis de sus estructuras productivas o pornumerosas y repetidas crisis de carác-ter coyuntural –lo que durante varias dé-cadas ha dado lugar a amplios debates

historiográficos–, lo que es cierto es quela tendencia económica secular contrastacon las tendencias expansivas de la épo-ca del Renacimiento y que el Continen-te experimentó fuertes trastornos eco-nómicos que transformarían su fisono-mía, desplazándose definitivamente loscentros neurálgicos de su economía des-de el Mediterráneo hacia el Atlántico yel Mar del Norte.

Cristina de Suecia fue una partidariafirme de la política de compromiso quecondujo a la Paz de Westfalia, en 1648

La Batalla de Nordlingen, en 1634, en la que los españoles estaban mandados por el CardenalInfante don Fernando, se saldó con la victoria de los católicos.

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Donde la tendencia al estancamientoes más evidente es en el terreno demo-gráfico. Las penínsulas Italiana e Ibéricaperdieron un importante volumen depoblación durante al menos la primeramitad del siglo, de manera que en 1700su contingente demográfico era igual oinferior al de cien años antes. La des-trucción y las migraciones que produjola Guerra de los Treinta Años despo-blaron dramáticamente algunos territo-rios del Imperio y mermaron conside-rablemente sus efectivos. También enPolonia se produjo un descenso demo-gráfico, lo que puede hacerse extensivoa otras partes de la Europa del Este y delos Balcanes, aunque no lo sepamos concerteza.

En cambio Francia, los Países Bajosy las Islas Británicas experimentaron alo largo de todo el siglo cierto creci-miento, que pudo alcanzar hasta un20%, aunque en Francia se desarrolló deforma bastante desigual tanto geográfi-

ca como cronológicamente. Mucho me-nor debió ser el aumento demográficoen Escandinavia. De esta forma, aunqueel norte de Europa occidental experi-mentó un cierto crecimiento, éste ape-nas debió compensar las graves pérdi-das sufridas en la cuenca mediterránea,el centro y el este de Europa.

Guerra, peste, malas cosechasSe han alegado múltiples explicacionesa estos cambios demográficos: los efec-tos devastadores de la guerra y de susexigencias militares y fiscales, la pre-sencia continuada y periódica de las epi-demias de peste, el enfriamiento del cli-ma que habría propiciado la debilidadde las cosechas o las propios límites delsistema productivo vigente en la Euro-pa preindustrial que lanzaba sus exce-dentes demográficos periódicamentecontra un techo maltusiano.

En todo caso, es poco cuestionableque durante el siglo XVII, y desde las úl-

timas décadas de la centuria anterior, seregistró un cambio de tendencia en elcrecimiento de la producción agraria,particularmente en los cereales, princi-pal alimento de la población, y que elsiglo estuvo jalonado por importantes y,a veces generalizadas, crisis de subsis-tencias. A pesar de que ciertos cambiosen los cultivos en algunas regiones pue-den interpretarse como una reacciónfrente a la recesión –extensión del cen-teno, la vid o la ganadería– tan sólo selograría mantener el nivel de la produc-ción o incluso aumentarla en los PaísesBajos y en alguna zona de la Lombardíacon el desarrollo del policultivo, la ex-tensión del regadío y la desaparición delbarbecho.

También entre principios del sigloXVII y comienzos del XVIII hubo undescenso muy importante en la pro-ducción textil de algunos de los centrosmás importantes de Europa. Leiden sevio afectada, al igual que les sucedió

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TODO EL PODER PARA EL MONARCACRISTINA DE SUECIA, REINA Y REBELDE

El Grand Trianon, en Versalles, por Pierre-Denis Martin. El siglo XVII se cerró con la hegemonía política y militar francesa en Europa.

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a Lille, Augsburgo, Venecia y Beauvais.En muchas ocasiones ello se debió nosólo a los trastornos provocados por laguerra, sino también a un rápido de-sarrollo de la producción industrial adomicilio, mucho más competitiva,practicada en las áreas rurales que ro-deaban a estas ciudades. Esta redistri-bución y reorganización manufacture-ra tuvo un efecto más perjudicial sobreel mercado de trabajo, y en el área me-diterránea se vio acentuada por unapérdida de la competitividad en toda sueconomía, pasando de una producciónmuy especializada y unos servicios al-tamente cualificados a una estructurabasada sobre todo en la producción dematerias primas.

Igualmente, el comercio ultramarinose vio afectado. Según las cifras de la Ca-sa de la Contratación, el comercio entreSevilla y la América española comenzóa disminuir a partir de la tercera déca-da del siglo XVII, aunque quizás este de-clive pueda deberse en gran parte a la

infiltración holandesa e inglesa en el co-mercio atlántico, resultando Castilla lagran perjudicada. Por lo que respecta alcomercio báltico, tras un estancamientoen la década posterior a 1618, el des-censo se hizo efectivo después de 1650.La contrapartida a estos retrocesos fue,sin duda, el gran desarrollo de la ruta delas Indias Orientales. Pero incluso en es-

te sector la crisis de la plata y el exce-so de oferta de pimienta que se produ-jo en 1650 generaron una competenciatan dura entre las grandes compañíaspor acciones que los holandeses, árbi-tros hasta entonces en este tráfico, tu-vieron que afrontar varias guerras co-merciales contra Inglaterra y Francia. Lasamenazas de recesión y la competen-cia comercial llevaron, además, a las po-

tencias rivales a una intensa aplicaciónde las recetas mercantilistas. Los días del“milagro holandés” estaban contados, yaque su prosperidad comercial estaba res-paldada por una fuerza militar y políti-ca comparativamente pequeñas, que laconvirtieron en el blanco de las ambi-ciones inglesas y francesas.

Bancarrota y revueltasLa guerra de los Treinta Años contribu-yó a acelerar todo tipo cambios econó-micos en Europa, pero fue decisiva tam-bién en otro sentido: llevó a la banca-rrota a la mayoría de los Estados y prin-cipados participantes, propiciando el es-tallido de revueltas interiores y de la vio-lencia. En las capas inferiores del con-junto social, el agobio fiscal y los alis-tamientos forzosos se convirtieron enuna realidad cotidiana durante la déca-da de 1630, ya que aumentó drástica-mente el gasto militar y el tamaño de losejércitos diezmados por las enfermeda-des y las bajas en el campo de batalla.Unas políticas fiscales desesperadas, yverdaderamente sin precedentes, adop-tadas a raíz de proyectos militares to-davía más desesperados y a la larga másdestructivos, provocaron un profundoresentimiento en todos los principales

Estados, tal y como demostraron las re-vueltas antifiscales francesas de los años1630. En Francia, el presupuesto entre1609 y 1648 se multiplicó por 5; en Cas-tilla, la fiscalidad aumentó un 50% en-tre 1612 y 1640. Debido a la voracidaddel gasto bélico, ni la fiscalidad ordina-ria ni los préstamos eran suficientes yse recurrió a nuevos tributos específicospara la guerra, ya fuera el soldatenste-

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1611. Gustavo Adolfo II,rey de Suecia. Guerrasueco-danesa.1615. Harvey descubrela circulación de lasangre.1616. Muerte deCervantes. Muerte deShakespeare.1621. Felipe IV sucedea Felipe III.

1626. El 6 de diciembre nace Cristina de Suecia en Estocolmo. Derrota danesa en Lütter.1631. Victoriasueca enBreitenfeld.1632. Victoriasueca enLützen. Muertede GustavoAdolfo II.

1637. Descartesescribe elDiscurso delmétodo.1642. Inicio dela Guerra Civilinglesa.1645. Fin de la guerra sueco-danesa.1648. Paz de Westfalia. Inicio de la Frondaen Francia1649. Ejecución de Carlos I.

Gustavo Adolfo II,rey de Suecia. Carroza de Cristina.

Ratificación del Tratadode Münster, en 1648.

BIOGRAFÍAS

Gustavo Adolfo II en la Batalla de Dirschau, en 1627. El padre de Cristina de Suecia fue heridoen este episodio de su guerra con Polonia, momento que probablemente representa el cuadro.

En toda Europa Central y Occidentalhubo revueltas contras los excesosfiscales y desafíos a la autoridad real

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ner alemán, la taille francesa o los mi-llones castellanos.

Las cargas fiscales atacaban viejas in-munidades –estamentales o territoriales,contribuían a agravar las diferencias so-ciales entre exentos y pecheros, ricos ypobres, y obligaban a los grupos privi-legiados a competir con la Corona porla percepción de los excedentes de larenta de la tierra. De esta forma, los cam-pesinos veían cómo la nobleza o la Igle-sia trataban también de resucitar viejosderechos o incrementar su cuantía, pro-duciéndose un creciente proceso de re-señorialización. Sin duda, se agravaron

las tensiones sociales por el desgaste queprodujo aguantar un esfuerzo bélico ca-da vez más insoportable y, a la larga, lasrelaciones básicas entre señores y cam-pesinos, Corona y nobleza, Gobierno ysúbditos experimentaron una transfor-mación irreversible.

En todos los Estados de Europa cen-tral y occidental se produjeron protestas,motines y, en último término, incluso re-vueltas contra los excesos fiscales co-metidos por el Estado y contra aspectosafines derivados de la práctica de un ab-solutismo muy activo. El desafío másgrave a la autoridad real tuvo lugar en

los Estados beligerantes, precisamentecuando la guerra estaba llegando a sufin, coincidiendo no sólo con los preciosmás altos que habían alcanzado los pro-ductos alimenticios desde hacía genera-ciones, sino también con las expectati-vas de una rápida mejoría una vez quefinalizaran las hostilidades. Muchas deestas rebeliones aprovecharon tambiéncrisis de legitimidad en los centros de po-der respectivos, provocadas por regen-cias y minorías de edad de los sobera-nos, la incompetencia de ciertos monar-cas o la impopularidad de sus validos. Seprodujeron importantes sublevaciones

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TODO EL PODER PARA EL MONARCACRISTINA DE SUECIA, REINA Y REBELDE

1651. Hobbespublica elLeviathan.1654.Abdicación de Cristinade Suecia.1659. Paz de losPirineos. Abdicación deCromwell 1660. Paz de Oliva.1661. Inicio del

reinado personal de Luis XIV. Muerte deFelipe IV. Regencia de Mariana de Austria.1667. Paz de Breda, entre Inglaterra,Francia y los Países Bajos.1682. Luis XIV traslada la Corte aVersalles. Pedro I, zar de Rusia.

1689. 19 de abril.Cristina de Suecia muere en Roma.

El EmperadorFernando III (1638).

Mosquete holandés de Gustavo Adolfo II.

Versalles, a finales del XVII.

El emperador Leopoldo I y Margarita Teresa en traje de teatro, en 1667. La superación de la revueltas populares incrementó la autoridad real.

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tanto en Escocia, Irlanda e Inglaterra co-mo en Cataluña y Portugal a partir de1640; en Nápoles y Sicilia en 1647; en Di-namarca en 1648 y también en 1660; enFrancia desde 1648 hasta principios dela década de 1650; en Polonia y Mosco-via a partir de 1648; en Suecia hacia 1652y en gran parte de los territorios alema-nes al término de la guerra.

La madurez del absolutismoPero la superación de estas revueltasno hizo sino incrementar el poder real.Las últimas décadas del siglo XVII pue-den considerarse como un periodo enel que la monarquía absoluta alcanzósu madurez. Cierto que siguieron exis-

tiendo numerosos límites que la vo-luntad de los soberanos no podía re-basar y que las teorías que defendíanreservas a la autoridad real aún teníandefensores, pero aquellos que se obs-tinaban en la oposición abierta apenaspodían esperar otra cosa que el des-honor y el destierro, la incautación desus bienes, la cárcel o, incluso la eje-cución por alta traición.

Tal y como dejaba constancia Luis XIVen sus Memorias para la instrucción delDelfín, redactadas antes de 1670, el mo-narca condenaba como insatisfactoriocualquier sistema que implicara com-partir el poder, ya fuera con un privadoo favorito o, menos aún, con los mis-

mos súbditos a través de sus represen-tantes o de cualquier otro tipo de ins-tituciones de control y restricción al po-der real. Por aquellos mismos años, elobispo Bossuet, predicador de la Cor-te y tutor del Delfín, desarrolló en Fran-cia la teoría religiosa del absolutismopor derecho divino. Según él, sólo Diospodía cuestionar la autoridad real, yaunque un rey llegase a promulgar ór-denes contrarias a la voluntad divina,a sus súbditos sólo les era lícito supli-car y rezar. Este inequívoco mensaje sevio reforzado por la estudiada icono-grafía y la magnificencia que empleó lacultura oficial en monedas y escudosheráldicos, el patrocinio de la ciencia,el teatro y la música, o la erección delpalacio y los jardines que Luis XIV cons-truyó en Versalles, a donde trasladó for-malmente la Corte en 1682. Versalles nosólo era un escaparate donde exhibira la monarquía y la etiqueta cortesanaa imitación de la española que el rey ha-bía adoptado, sino que también cons-tituía un mecanismo para distanciar a lanobleza francesa de los desórdenes deParís y de sus tradicionales redes de pa-tronazgo en las provincias.

Expansionismo francésLa culminación del absolutismo francéscoincidió además con el apogeo de suhegemonía política y militar en Europa,lo que explica los oscilantes cambios dealianza de la reina Cristina con las cor-tes de Madrid y Versalles durante su exi-lio romano. La mayoría de los conflictosde las cuatro últimas décadas del sigloXVII, aparte de las guerras comercialesentre las Provincias Unidas e Inglaterra,fueron impulsados por la iniciativa per-sonal de Luis XIV. La Monarquía Hispá-nica, aunque casi intacta territorialmen-te, era ya incapaz de defenderse por símisma, de manera que en su auxilio seconcertaron las sucesivas coaliciones delas potencias europeas, cada vez másatraídas por la idea el equilibrio, que tra-taron de detener el amenazante expan-sionismo del monarca galo. ■

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Carlos XI de Suecia como Apolo, en 1670. Las teorías del absolutismo por derecho divino seplasmaron en una iconografía que divinizaba al rey e irradió sobre Europa desde Francia.

HEYDEN-RYNSCH, V., Cristina de Suecia, lareina enigmática, Barcelona, 2001.

STRINDBERG, A., Cristina de Suecia, Las Palmas deGran Canaria, 1984.Cristina de Suecia en el Museo del Prado, Catálo-go, Madrid, 1997.

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