kemp - unificacion y urbanizacion del antiguo egipto

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1 UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS DEPARTAMENTO DE HISTORIA HISTORIA ANTIGUA I (ORIENTE) CÁT. B PROF. ASOC. A CARGO: DRA. SUSANA MURPHY 1er cuatrimestre 2011 Unificación y urbanización del antiguo Egipto Autor: Barry J. Kemp Tomado de: J. M. Sasson (ed.), Civilizations of the Ancient Near East, Vol 1, Massachusetts, Hendrikson Publishers, 2006, (1a.ed.1995), pp. 679-689 Traducción: Carolina Quintana. Revisión: Irene Rodríguez La unificación y el mito del Estado La antigua civilización egipcia estuvo sustentada por un sistema intelectual que vinculaba a la sociedad en general con una fuente dual de poder que, durante tres milenios, nunca fue seriamente cuestionada. Un elemento era el rey, el representante humano viviente de una monarquía hereditaria. El otro abarcaba a las fuerzas ocultas (divinidades) de las que los elementos visibles o tangibles en el mundo eran manifestaciones, fuerzas particularmente benéficas con Egipto. Mientras el conocimiento de sus identidades y formas se revelaba mediante el trabajo intelectual de los sacerdotes, los poderes divinos para el beneficio de Egipto se captaban a través de la persona del rey. Su propia esencia divina era un elemento presente en las afirmaciones, tanto visuales como verbales, que se referían a la interrelación entre el rey y los dioses. Las afirmaciones de este tipo tenían el característico laconismo de las definiciones o proposiciones, y la importancia que se les daba en el arte y en la arquitectura sumaban a su seriedad, otorgándoles una posición central en la cultura oficial. Un elemento en este vocabulario oficial fue el término “Unificación”, y su signo jeroglífico se destacó en el simbolismo de la teología estatal. 1 of 15

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UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS

DEPARTAMENTO DE HISTORIA

HISTORIA ANTIGUA I (ORIENTE) CÁT. B

PROF. ASOC. A CARGO: DRA. SUSANA MURPHY

1er cuatrimestre 2011

Unificación y urbanización del antiguo Egipto

Autor: Barry J. Kemp

Tomado de: J. M. Sasson (ed.), Civilizations of the Ancient Near East, Vol 1, Massachusetts, Hendrikson Publishers, 2006, (1a.ed.1995), pp. 679-689

Traducción: Carolina Quintana.

Revisión: Irene Rodríguez

La unificación y el mito del Estado

La antigua civilización egipcia estuvo sustentada por un sistema intelectual que vinculaba a la sociedad en general con una fuente dual de poder que, durante tres milenios, nunca fue seriamente cuestionada. Un elemento era el rey, el representante humano viviente de una monarquía hereditaria. El otro abarcaba a las fuerzas ocultas (divinidades) de las que los elementos visibles o tangibles en el mundo eran manifestaciones, fuerzas particularmente benéficas con Egipto. Mientras el conocimiento de sus identidades y formas se revelaba mediante el trabajo intelectual de los sacerdotes, los poderes divinos para el beneficio de Egipto se captaban a través de la persona del rey. Su propia esencia divina era un elemento presente en las afirmaciones, tanto visuales como verbales, que se referían a la interrelación entre el rey y los dioses. Las afirmaciones de este tipo tenían el característico laconismo de las definiciones o proposiciones, y la importancia que se les daba en el arte y en la arquitectura sumaban a su seriedad, otorgándoles una posición central en la cultura oficial. Un elemento en este vocabulario oficial fue el término “Unificación”, y su signo jeroglífico se destacó en el simbolismo de la teología estatal.

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Los egipcios eran muy explícitos acerca de lo que entendían por este término. El registro de anales reales más antiguo que subsiste es el que se conoce como la Piedra de Palermo, copiada en la V dinastía (c. 2400 a.C.) a partir de fuentes más antiguas. En su estado original, resumía los acontecimientos significativos de cada año de cada rey, registrándolos desde la primera época en que los egipcios produjeron documentos escritos, en los inicios de la Primera Dinastía. Se describía el ascenso de cada rey de este modo: “Aparición del Rey del Alto Egipto, aparición del Rey del Bajo Egipto; unificación de las Dos Tierras; hacer el circuito de los muros (de Memphis)”. La frase “unificación” se escribía con un único signo jeroglífico compuesto en el que dos plantas –el lirio acuático que simbolizaba al Alto Egipto, y el papiro que representaba al Bajo Egipto- estaban amarradas con un nudo alrededor del signo utilizado para la palabra “unificación”.

El antiguo Egipto llegó a tener, en tiempos históricos, numerosos pueblos y ciudades, algunos de los cuales eran la base de familias poderosas, y también divisiones más extensas que incluían una serie de provincias (o nomos), que después del final del Reino antiguo tuvieron una existencia un tanto artificial. Sin embargo, la “unificación” no consistió en la fusión de estas divisiones, incluso aunque ellas pudieron transformarse en la base para una fragmentación política. Los componentes de la unificación eran dos míticos reinos que poseían sus propias insignias, sus divinidades características, su arquitectura y geografía simbólicas. Había, por lo tanto, dos coronas, de diferente forma y color (la corona roja del Bajo Egipto y la blanca del Alto Egipto), cada una con una diosa protectora: la diosa cobra Wadjit de la ciudad de Buto (Tell al- Fara´ in) en el Delta, y la diosa buitre Nekhbet de la ciudad meridional de Elkab (ubicada frente a la ciudad de Hieracómpolis). Estos míticos comienzos se ubicaban en un paisaje ideal de pantanos y vegetación donde emergían santuarios similares a tiendas, construidos con madera y juncos, que se diferenciaban según sus detalles en tipos ideales para el Bajo y el Alto Egipto. El posterior sentido de continuidad ancestral con un pasado mítico arraigado en estas dos áreas se expresó mediante la creación de dos grupos de “almas” de Buto y Hieracómpolis, quienes, como humanos con cabeza de halcón y de chacal, aparecen en el nacimiento del rey divino y en su coronación. Una corriente de pensamiento diferenciada consideraba a los dos reinos como posesiones de un par de dioses antitéticos, Horus y Seth, del norte y del sur, respectivamente, cada uno con su propia ciudad: Behdet para Horus, y Su o Nagada en el Alto Egipto (antigua Nubet, Ombos) para Seth. Estas diferentes características de los míticos reinos gemelos originales proveyeron de un vocabulario permanente para describir los atributos del monarca reinante, y los textos de coronación utilizaban diversas maneras poéticas para referirse a las dobles coronas y a los dobles santuarios del país.

El mito de unificación seguía expresando un ideal político, y el rol de unificador era un importante modelo a seguir por los monarcas, algo ocasionalmente expresado en el conjunto formal de nombres de un rey individual. Sin embargo, mientras las listas de

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ilustres ancestros reales incluían reyes cuya importancia para nosotros consiste en que unificaron Egipto después de un período de gobierno dividido, no queda claro en absoluto que los egipcios les asignaran este valor. Por ejemplo, una de las reunificaciones (a finales de la Dinastía II) parece no haber atraído una atención posterior. Este es un aspecto importante si se toma en cuenta la explicación corriente actualmente acerca de la significación de Menes (Aha?), el rey cuyo nombre apareció en primer término en la más autorizada y completa de las listas antiguas de nombres de los reyes (incluyendo las utilizadas por Manetón en su Aegyptiaca). A causa de esta posición, Menes ha sido considerado frecuentemente como el primer unificador de Egipto, pero si fue así, esta circunstancia no le otorgó un lugar particularmente importante en el culto o en el pensamiento egipcio durante la mayor parte del período faraónico, y tampoco los antiguos textos lo consideran como unificador. Los escritores clásicos Heródoto y Diodoro de Sicilia hicieron de Menes el fundador de la ciudad de Memphis (la actual Mit Rahina), el conquistador de enemigos extranjeros, el dador de la ley y patrocinador de los dioses, que llevó la civilización a Egipto. En este punto, probablemente estaban fusionando la tradición verdadera con especulaciones, generadas por el hecho de que Menes era el primer rey humano del que los egipcios posteriores tenían registro.

El concepto de unificación implica la transición de un estado a otro, desde la pre- unificación a la unificación en sí misma. Los egipcios no sintieron la necesidad, sin embargo, de una narrativa histórica o casi histórica que expusiera cómo se había logrado. En tanto y en cuanto reconocieran que había implícito un proceso, le daban una forma legal en la que los dos reinos originales se transformaban en posesiones de los dioses Horus y Seth. Ellos combaten por sus posesiones, el dios- tierra Geb media entre ambos, decide a favor de Horus, y transfiere el Alto Egipto de Seth a él. Un importante texto sobre el tema (la Piedra de Sabakón, 750 a.C.) concluye: “Luego Horus se irguió sobre la tierra; él es el unificador de esta tierra”. Un texto ptolemaico del templo de Horus en Edfu (alrededor del 80 d. C.), describe una serie de victoria militares del rey Horus sobre los “compañeros de Seth”, que son perseguidos desde el sur del Alto Egipto hasta la franja oriental del Delta, pero aquí el tema es la derrota del mal; la unificación no es el punto en cuestión.

Aunque no ha subsistido ningún relato antiguo relacionado con los comienzos de la historia egipcia, había una correcta secuencia de acontecimientos implícita en los anales que los egipcios utilizaron para compilar la Piedra de Palermo, a fines de la V Dinastía. Es evidente, a partir de los fragmentos subsistentes, que aunque no pudieron encontrar registros de acontecimientos para una época anterior a Menes y sus sucesores (la línea histórica de reyes que actualmente conocemos como la Primera Dinastía), tenían ciertamente listas de nombres de reyes anteriores, y las dividían en grupos. Un grupo era representado con la corona del Alto Egipto, el segundo (en el fragmento de El Cairo) con la doble corona como si pertenecieran al Egipto unificado, y podemos intuir que había

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existido un tercer grupo en el fragmento hoy perdido, portando la corona del bajo Egipto. No ha subsistido ningún comentario sobre estos grupos en los fragmentos existentes. Pero aunque nunca se hubiera hecho alguno, un egipcio que estudiara la Piedra de Palermo posiblemente habría visto que los reinos del Alto y Bajo Egipto habían existido alguna vez como entidades históricas, y que habían existido reyes de Egipto unificado antes de Menes. Algunas listas de reyes muy posteriores (el Papiro de Turín de la Dinastía XIX y las fuentes utilizadas por Manetón) convirtieron a estos reyes anteriores a Menes en grupos de “espíritus” anónimos, pero continuaron ubicando antes que ellos a una minoría selecta de dioses que habían sido los primeros gobernantes de todos.

La consecuencia natural y moderna de este mito de los orígenes políticos es concebirlo como producto de un proceso histórico y por lo tanto, reconocer a Buto y Hieracómpolis/ Elkab, por ejemplo, como lugares antiguos e importantes, buscando en el fin de la prehistoria la base arqueológica para dos reinos equivalentes en el norte y en el sur. De un modo general, esta perspectiva puede considerarse correcta. Cualquier reino o nación más grande que una ciudad- estado es necesariamente una amalgama de más de un centro significativo, y las peculiares restricciones geográficas del Valle del Nilo limitan seriamente las opciones. En algún momento, a lo largo del angosto valle y a través de la planicie del delta, debió ocurrir una secuencia de acontecimientos que culminó en la unificación. El mito ofrece un esquema hipotético pero fácilmente aceptable para este proceso, que incluye una fecha (reinado de Menes) y elementos del contexto político y religioso.

Buscando las bases históricas

Entre el mito antiguo y la deducción histórica directa se presentan las dos áreas de la comprensión moderna y de la teoría. Una de ellas concierne a la naturaleza de los mitos de origen. Ellos no constituyen necesariamente el resultado de una transmisión de conocimiento histórico modificado por la conversión de actores en figuras de estatura heroica o incluso divina. Para las personas de entonces, existía una satisfacción que derivaba de la construcción de tales mitos a partir del conocimiento y circunstancias comunes y corrientes, que reflejaban las preocupaciones de la época. Los elementos de los mitos de origen, en otras palabras, pueden haber sido inventados. En el caso del mito egipcio de la unificación, podemos sospechar que una razón de peso para la invención o modificación se hallaba en la profunda satisfacción intelectual y estética que los antiguos egipcios encontraban en la simetría bilateral y en los pares de opuestos.

Si nos proponemos rastrear los elementos del mito hacia atrás en el tiempo, también tenemos que decidir hasta qué punto aceptar que los conceptos relacionados con la

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monarquía faraónica podrían haber existido antes que el poderoso simbolismo que los representaba. Éste era, junto con la escritura jeroglífica y el canon del arte faraónico, el producto cuidadosamente creado por artistas y pensadores de la corte desde fines del período predinástico. Durante la mayor parte de este período registramos muy poco lenguaje simbólico que podamos interpretar fácilmente, y por lo tanto tenemos dudas al evaluar las escasas excepciones. ¿Qué debemos pensar, por ejemplo, de un contorno toscamente modelado de una corona roja, símbolo posterior de la realeza del Bajo Egipto, que aparece en un recipiente de cerámica del predinástico temprano (de un tipo característico del Alto Egipto) hallado en Nagada, al sur del Alto Egipto? ¿Es esto evidencia, por ejemplo, de que el diseño de la corona provenía del sur y sólo en época histórica se transformó en el símbolo de la realeza del norte por obra de la simetría de las imágenes?

La segunda área del pensamiento moderno a la que debemos otorgar la debida atención es la que rodea al proceso de formación del estado primario, del que es producto el Egipto faraónico. Se ha propuesto una cantidad de modelos especulativos de aplicación general a lo largo de los años, y ellos proveen múltiples formas de interpretación de la evidencia disponible para la prehistoria. En el caso de Egipto, podemos considerar que la principal consecuencia de la formación estatal fue la unificación, creando un único foco central – el rey divino- para todo conocimiento especulativo serio, para el dominio y la regulación de la ambición política y para el uso del excedente económico. Aunque éstos no eran los conceptos que los antiguos egipcios usaban para describir la unificación, el logro de este tipo de control central representaba el ideal al que la mayoría de los egipcios parecía responder con entusiasmo (siempre y cuando percibieran que había un lugar para ellos en él).

En la búsqueda de las raíces de la unificación, como base del estado faraónico y como mito de origen, podemos estar razonablemente seguros de nuestras ideas hasta los comienzos de la Primera Dinastía. El arte, la arquitectura, los fragmentos de historia (incluyendo registros de conquista externa), y la cultura material en general de la Primera Dinastía constituyen claramente una versión antigua, quizá un tanto incompleta, del Egipto de tiempos posteriores. Sin embargo, cuando nos movemos hacia atrás en el tiempo, hacia la prehistoria tardía (el Predinástico de la egiptología), el marco de referencia cambia rápidamente. El estilo general de la cultura faraónica de élite no se había desarrollado todavía, y tampoco podemos estar seguros acerca de la naturaleza de la organización política. La evidencia que poseemos es principalmente la cultura material proveniente de las excavaciones de algunos cementerios y de unos pocos asentamientos, y las evaluaciones que realizamos son principalmente arqueológicas. Desde esta base todavía debemos plantearnos dos preguntas: ¿Cuándo ocurrió la unificación, qué la precedió, y cuál fue la

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dinámica subyacente? Al hacerlo, debemos admitir como posible modelo un proceso que llevó algún tiempo e implicó un grado de complejidad política y geográfica.

Definido según la cultura material general, ampliamente difundida (estilos de cerámica, recipientes de piedra, cosméticos y otros, como también costumbres funerarias) el Egipto Predinástico exhibe en su escala temporal dos regiones distintivas, una septentrional y otra meridional. Este simple hecho por sí mismo posee claramente una gran significación para los temas de la unificación y la formación estatal. La cultura del sur se ha conocido bien desde finales del siglo XIX, y se la denomina frecuentemente y con propiedad por su sitio más importante, Nagada, en el sur del Alto Egipto. La cultura del norte, del Bajo Egipto, ha comenzado a verse más claramente sólo a partir de la década del ´80, y su última fase, la de mayor desarrollo, se suele denominar como cultura de Ma´adi, por el sitio más grande ubicado al sur del Cairo actual. La cultura de Nagada se ha dividido en una serie de estadios, y el esquema más ampliamente utilizado (concebido por el investigador alemán Werner Kaiser) reconoce tres grandes etapas (I- III), cada una dividida en varias subfases. La última de éstas se extiende hasta el fin de la Primera Dinastía, lo que enfatiza la continuidad en la cultura material básica entre la tradición de Nagada y la cultura del Egipto faraónico, que creció directamente a partir de aquélla. A partir de la evidencia de de las secuencias superpuestas de artefactos, el comienzo de la primera Dinastía puede establecerse aproximadamente en la mitad de la fase Nagada III.

Para gran parte de la época predinástica, la división territorial entre las culturas de Ma ´adi y Nagada se halla razonablemente bien definida. La cultura de Ma´adi ha sido identificada en varios lugares en el Delta; el sitio más significativo es Tell al- Farain, ubicado en el noroeste del Delta, con una larga historia de ocupación en tiempos históricos e identificado con la antigua ciudad de Buto, considerada por la antigua tradición como el lugar principal del mítico reino del Bajo Egipto. La cultura de Ma´adi, además, se extendió hacia la zona norte del Egipto medio; el sitio registrado más al sur es un pequeño cementerio en al- Saff (50 kilómetros al sur del Cairo), y se han identificado algunas similitudes de la misma época con la cultura palestina. Las fases de Nagada I y los comienzos de la II parecen haber estado restringidas al Alto Egipto, al sur de Asyut (la antigua Licópolis), aunque se sospecha que la ausencia de sitios al sur del Egipto medio puede ser un accidente causado por la gran expansión de la actual planicie aluvial, más que una señal de que esta fértil área carecía entonces de población asentada en ella. A partir de esta etapa, es posible delinear la expansión hacia el norte de la cultura de Nagada. En la etapa Nagada II c, se presenta al norte de la entrada del Fayum, en los cementerios de al- Girza y Abusir al- Malaq. Un poco después (II c o II d), aparece en un cementerio en el extremo nororiental más alejado del Delta, en Minshat Abu Omar. También para esta época, (específicamente en torno a la superposición de II b-c), el sitio típico de Ma´adi, un gran asentamiento abierto con construcciones rudimentarias parece haber sido abandonado. La cultura de Ma´adi perduró

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algo más en otros sitios (incluyendo Tell al- Farain), sólo hasta ser reemplazada por la Cultura de Nagada entre las fases II d y III.

En la fase III, la cultura de Nagada se estableció en el área menfita (visible en el cementerio de Abu Rawash), que es significativa dado el subsiguiente desarrollo de Memphis como residencia real.

En este registro de sustitución de una cultura por otra, estamos observando claramente la creación de una cultura nacional homogénea, que proveyó la base para el desarrollo hacia el Egipto dinástico. Por supuesto, estamos definiendo la cultura principalmente en términos materiales y debemos evitar confundir las cosas. La distinción entre las dos culturas es, sin embargo, suficientemente marcada como para sugerir que representan diferencias significativas en la forma de vida, como también cambios en los diseños de los objetos. Se extendió más allá de la cerámica y el trabajo de la piedra hasta el entorno edificado. La cultura de Nagada había desarrollado una arquitectura en base a ladrillos de barro, mientras que las únicas estructuras de los asentamientos de la cultura de Ma´adi eran chozas y silos con forma de cesta. En las áreas donde el asentamiento fue continuo (como en Tell al- Fara´in), el cambio de una cultura a otra se halla muy marcado en la secuencia vertical de los depósitos arqueológicos, aunque no hay un hiato evidente o un nivel de destrucción. La discontinuidad es igualmente aparente en lo geográfico. Sólo unas diez millas (15 kilómetros) separan los cementerios de al- Saff y al- Gerza, y sin embargo, aunque tampoco están alejados en el tiempo, no presentan signos de mezcla cultural.

Si pretendemos comprender lo que estaba sucediendo, debemos enfrentarnos a elegir una explicación que comúnmente aparece en la arqueología. La nueva cultura, ¿representa nuevas personas, lo que implica invasión o inmigración, o ambas, en este caso de sur a norte? ¿O deberíamos buscar una solución más pacífica que involucre un mínimo movimiento de personas, con una rápida mejora en las comunicaciones y medios de intercambio que evidencia que los productos del sur, a menudo de mejor calidad, eran cada vez más preferidos en el norte? Durante un tiempo, en la primera mitad del siglo XX, se pensó que el estudio de la cuantiosa evidencia proveniente de los esqueletos (específicamente las medidas craneanas) encontrados en los numerosos cementerios proveerían la respuesta, en la forma de una “raza dinástica” del norte que trajo la civilización y la unidad a Egipto (un punto de vista que claramente va en contra de la reconstrucción actual del curso probable de los acontecimientos). Sin embargo, el análisis moderno del mismo material no da lugar a la presencia de extranjeros, y en cambio busca explicaciones para las variaciones que existen en los mecanismos biológicos y sociales que actúan en una población básicamente estable, lo que deja en la ambigüedad el problema de los movimientos internos de población. Hay, afortunadamente, otros tipos de evidencia que, aunque no proveen una respuesta definitiva, amplían la base para la discusión.

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Conflicto interno

De la fase III de la cultura de Nagada provienen algunas piezas artísticas de tamaño pequeño a mediano, decoradas con gran destreza en relieve tallado. Los materiales utilizados son el marfil, un tipo de pizarra, piedra caliza, dorado a la hoja, y los objetos eran cuchillos y mangos de maza, peinetas, paletas, cabezas de maza ceremoniales y objetos cosméticos. Mientras los más antiguos datan de la subfase Nagada IIIa, los más recientes fueron elaborados en el período inmediatamente previo a la Primera Dinastía, y proveen la señal para el arte real formalizado del período Dinástico. Ellos son, en sí mismos, evidencia para la existencia de grupos de élite en la sociedad que pueden patrocinar a eximios artistas que trabajan dentro de una tradición común, articulando temas que probablemente tenían connotaciones conmemorativas tanto como conceptuales. Las piezas de procedencia conocida fueron halladas en tumbas y depósitos de templos. La mayoría de ellas provienen de sitios localizados en los alrededores de Nagada en el Alto Egipto (entre Abidos y Hieracómpolis), pero algunas llegaron a lugares de la zona septentrional (una cuchara de marfil de Tarkhan, un fragmento de una paleta tallada del este del Delta) y de la Baja Nubia (Sayala y Qustul). Es tentador ver en esta amplia expansión geográfica los resultados de una distribución de objetos deseables desde uno o varios centros hacia una élite más amplia en la sociedad del valle del Nilo, que según sugieren los ejemplos de la baja Nubia, no era necesariamente homogénea en lo político. En otras palabras, objetos importantes pudieron haber atravesado fronteras políticas. Estos objetos son nuestra forma más explícita de ingresar al mundo mental de la élite egipcia del predinástico tardío. Algunos de ellos incluyen símbolos que representan los primeros pasos para concebir un sistema de escritura, pero mayoritariamente comunican asociaciones entre figuras reales y simbólicas y, según parece, mediante el uso de animales como lenguaje simbólico. Un tema a destacar es el conflicto, tanto realista en forma de escenas de batalla y de triunfo, incluyendo barcos y recintos fortificados, como llevado a la analogía en el mundo animal. Varios ejemplos se presentan en el período, desde el cuchillo de Gebel al- Araq (Nagada III a) hasta la Paleta de Narmer (comienzos de la Dinastía 0). Efectivamente, el motivo del conflicto se había expresado incluso anteriormente, en las pinturas murales de la tumba de un jefe enterrado en Hieracómpolis, en el período de Nagada II c. Su importancia y simbolismo implica que la guerra era asunto de importancia al que había que otorgar un sentido más allá de las interpretaciones pragmáticas inmediatas, algo que se expresó en los belicosos nombres personales de diversos reyes de fines del período Predinástico y de la Primera Dinastía (“Escorpión”, “Horus lucha”, “El que atrapa”, “Semejante a la Cobra”, “El que corta”) y en los símbolos reales antiguos (toro, león, halcón, escorpión). Sin embargo, aunque se ganan las batallas y los fuertes triunfan sobre los débiles, un tema relevante es la armonía que surge cuando las dos fuerzas opuestas inherentes a un conflicto logran el equilibro. Este elemento de análisis estaba fuertemente expresado en el arte por los pares de animales que enmarcan o dominan una escena. Aunque no podemos estar seguros de cómo se entendía

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este tema según las batallas y la política de la época, podemos rastrear en esta visión dualista del contexto del poder y del conflicto en el valle del Nilo los orígenes de la creencia posterior de que Egipto era una tierra con dos reinos que se sostenían en equilibrio por obra del rey.

Podemos observar, a pesar de las grandes deficiencias en el registro arqueológico, que la cultura de Nagada del Alto Egipto no era uniforme en el tamaño ni en relevancia de sus sitios. Dentro de las variaciones identificamos importantes pistas para conocer estos centros de población y poder que están implícitos en la evidencia artística e histórica posterior acerca de un período de conflicto que condujo a una soberanía unificada, a comienzos de la Primera Dinastía. Tres sitios (Nagada, Hieracómpolis y Abidos) se destacan como inusualmente significativos debido a sus características arqueológicas. Estos tres sitios también tuvieron importantes asociaciones con los mitos de los orígenes en tiempos históricos, aunque se debe ser cuidadoso al suponer conexiones de este tipo con demasiada rapidez. La ciudad de Elkab, por ejemplo, a pesar de que desde la Primera Dinastía en adelante permaneció como el hogar de la diosa real Nekhbet, no presenta evidencia de haber sido un importante centro predinástico.

Nagada fue el sitio del más grande cementerio predinástico conocido. Pero además de su tamaño, Nagada atrae la atención debido a un pequeño cementerio satélite (cementerio T) que contenía una cantidad de tumbas inusualmente grandes y ricas, algunas de las cuales tenían paredes de ladrillos de adobe. Estas tumbas, razonablemente identificadas como pertenecientes a jefes, pertenecen al período Nagada II a- III. Los cementerios sirvieron como un asentamiento importante cercano al desierto que había surgido durante el período de Nagada I, y hacia fines de Nagada II (IIc-d) incluían un área de construcciones de ladrillos de barro rodeada por un sólido muro. Debemos agregar a estos indicadores físicos de población, riqueza y desarrollo político típicos de un centro predinástico el hecho de que, en tiempos históricos, Nagada fue centro de culto a Seth, uno de los dioses del mito de la unificación. Los dos tipos de evidencia se combinan para identificar a Nagada como el centro de un proto- estado en el período de Nagada II, y por tanto quizás uno de los protagonistas en los conflictos de la época.

Una similar combinación de evidencia arqueológica y posteriormente histórica nos permite comprender Hieracómpolis. Los cementerios parecen haber sido más pequeños, pero incluían la notable tumba revestida de ladrillos con escenas pintadas, que evidentemente perteneció a un jefe de la fase Nagada IIc. La evidencia de un pequeño grupo de asentamientos del predinástico, algunos de los cuales son tan antiguos como Nagada Ia- Ib, cubre una gran área del desierto. En las fases más tardías de Nagada II, se unieron para formar una ciudad que cubría una extensa zona (gran parte se encuentra debajo de los campos actuales), de la que el sitio histórico posterior era sólo una parte. Aquí estaba ubicado, desde el período Dinástico Temprano en adelante, el templo de Horus de Nekhen,

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probablemente el prototipo de los dioses Horus que la teología egipcia desarrolló luego, como también la materialización de la realeza temprana. El material votivo original del templo incluye varios de los más finos ejemplares de relieve tallado del período de Nagada III, entre ellos la Paleta de Narmer.

La evidencia arqueológica de la emergencia de élites se extiende a otros sitios. Es razonable asumir que los procesos que originaron los dos proto-estados centrados en Nagada y en Hieracómpolis estaban activos en otros lugares, aunque a ritmos diferentes, a través de un territorio que se extendía a través del Delta del Nilo y por el norte del Sinaí y que llegaba hasta la Baja Nubia al sur. Dentro de este continuum cultural probablemente existieron fronteras internas, pero no todavía una política de creación de fronteras que dividiera a Egipto políticamente de sus vecinos. Aún no es evidente que otros centros hayan alcanzado el estadio en el que competían seriamente con los dos principales, y tampoco lo son los detalles de su sujeción final a un estado meridional en expansión que, durante Nagada III, pudo haber estado centrado en Hieracómpolis. Para esta etapa, sin embargo, y por razones que todavía no entendemos, sus jefes eran enterrados en una necrópolis en Abidos, que parece haber sido un centro ceremonial de este estado temprano. Allí se descubrió una serie de tumbas de élite que comienza en Nagada III (IIIa2) y continúa sin interrupción a lo largo de la Primera Dinastía. Recientes excavaciones en la parte más antigua de la necrópolis (cementerio U) han descubierto una serie de tumbas de élite, varias de las cuales tenían múltiples cámaras construidas con ladrillos en su interior. De una de ellas (tumba U- j), con doce cámaras y datada en Nagada IIIa2, provienen numerosas tabletas de hueso o etiquetas que generalmente contienen dos líneas de signos y números incisos que permitieron llevar hacia atrás en el tiempo los comienzos de la escritura en Egipto. Ha sido posible adscribir nombres reales a varias de las tumbas que son inmediatamente anteriores a la primera Dinastía, y como reconocimiento al evidente status real de sus dueños, se ha creado el término Dinastía 0 como forma de referirse a ellos. Aunque la arqueología todavía debe proveer evidencia firme y directa de una conquista del norte por un estado del sur, la importancia otorgada a las ideas de conflicto y conquista en el período de Nagada III y la aparición en Abidos de las tumbas reales de la Dinastía 0 durante este período implica que en la expansión de la cultura de Nagada III a lo largo del Delta estamos presenciando el resultado de una invasión, apropiación de la tierra, y al menos una colonización limitada. Esta circunstancia estuvo acompañada por la aparición en el Delta de un estrato de élite mucho más visible y posiblemente más poderoso, que por algún tiempo había sido un rasgo del sur, y que se vuelve notable para nosotros a través de sus tumbas más ricas y más elaboradas, y por la evidencia que ahora proveen los edificios de ladrillos de Tell al-Fara´in.

La imagen que presenta la arqueología actual es que la unificación política y cultural de Egipto fue producto de un período relativamente corto de crecimiento y expansión agresiva

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de proto- estados del Alto Egipto, que rápidamente derivó en el establecimiento de un único estado unificado que abarcó el Alto y Bajo Egipto durante la primera parte del período de Nagada III. Los acontecimientos de esta época no fueron accesibles, sin embargo, para los egipcios de épocas posteriores. Aunque en este período, además, se observaron los primeros pasos en el desarrollo de la escritura en el Valle del Nilo, la práctica de mantener año a año registros en jeroglíficos no se inició hasta el reinado de Menes, que fue el primero de los reyes dinásticos. La creación de este primer gran estado no implicó necesariamente el fin del conflicto. La Paleta del rey Narmer (Narmer fue considerado idéntico a Menes, o su predecesor inmediato) de Hieracómpolis celebra una victoria que pudo haber sido parte de una lucha interna, y la Segunda Dinastía finalizó, aproximadamente 300 años más tarde, con evidencia de guerras internas.

La riqueza y ambición de los jefes de este período llevó a contactos de largo alcance con el mundo exterior, hacia Nubia en el sur y Palestina en el Cercano Oriente. Ya en una etapa tan temprana como el fin de Nagada II, se traían objetos tallados cuyo origen estaba en el sur de la Mesopotamia. Sus motivos decorativos proveyeron de modelos a los artistas que crearon las tallas en bajorrelieve del período de Nagada III (y un elemento de la Tumba Decorada de Hieracómpolis). En Tell al- Fara´in, los conos de cerámica que se atribuyen a la decoración de paredes se han descubierto en estratos de la cultura de Ma´adi, como también en los subsiguientes (algunos se han encontrado en Elefantina). Si la interpretación es correcta, esta situación apuntaría a un deseo de copiar un estilo arquitectónico del cercano Oriente, algo probablemente implícito en la arquitectura de “fachada de palacio” del Dinástico Temprano. En la aparición de un enclave de Nagada II en el Delta oriental, en Minshat Abu Omar, podría hallarse la intención de establecer un contacto directo con los intermediarios del cercano Oriente por parte del Alto Egipto.

Urbanización

La etapa de urbanización representa un cambio fundamental en la naturaleza de cualquier sociedad. Para el Egipto más antiguo, las fuentes de la historia de este proceso son aún muy inadecuadas, por la falta de excavaciones de sitios apropiados y también por la lamentable destrucción sufrida por los asentamientos de todas las épocas a principios del siglo XX, debido a la práctica de cavar en los mismos para obtener una fuente barata de fertilizante agrícola (sabbakh). La falta de evidencia ha llevado incluso a afirmar que el antiguo Egipto fue una civilización sin ciudades, pero esto constituye un serio error en la lectura de la evidencia, por fragmentaria que ésta sea.

Existen indicios en varios sitios del margen del desierto que documentan los pasos hacia la urbanización: campamentos dispersos proveyeron de ciertas estructuras que dieron paso a

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grandes asentamientos de baja densidad poblacional, que finalmente se unieron para originar ciudades con construcciones de ladrillo, con altas densidades poblacionales. Las fechas del paso de un estadio al otro difieren de sitio en sitio. Hemos identificado ejemplos antiguos de este proceso en Nagada y en Hieracómpolis. Las excavaciones realizadas a principios del siglo XX en Abidos revelaron que hubo aquí una ciudad con construcciones de ladrillo a fines del Período Predinástico (inicios de Nagada III). En algunos lugares que luego llegaron a ser importantes, la urbanización comenzó más tardíamente. Por ejemplo, en Edfu, gracias a la relación con la cerámica asociada al sitio, puede fecharse una gran ciudad rodeada por gruesos muros como perteneciente al Reino Antiguo; en Dendera, Kom Ombo y Elkab, la evidencia de la cerámica y los cementerios parecen sugerir igualmente una datación del Reino Antiguo para el surgimiento de una ciudad, aunque probablemente existía un pequeño asentamiento en estos lugares en el período precedente. El sitio mejor documentad para los inicios del urbanismo es Elefantina, la isla de granito cercana a la frontera sur de Egipto en los tiempos antiguos. El primer asentamiento encontrado hasta ahora en una prolongada serie de campañas de excavación modernas está fechado en Nagada II/III, pero la evidencia es sólo de chozas de cañas y postes. Aparecieron construcciones de ladrillo hacia fines del Predinástico y al comienzo de la Primera Dinastía, y durante la Segunda Dinastía el centro de la ciudad fue protegido por un ancho muro de ladrillos.

En el Delta, Ma´adi constituye un claro ejemplo de un gran asentamiento de baja densidad poblacional, pero hasta ahora no se ha descubierto evidencia de poblados más densos, construidos con ladrillos, anteriores al comienzo de la Primera Dinastía. Un sitio clave es Tell al- Fara´in, donde se ha descubierto la secuencia estratificada de un asentamiento que se extendió desde el período Predinástico al Dinástico. Mientras que el predinástico está representado por un gran depósito de restos de ocupación sin indicios de ladrillos, la llegada de la cultura de Nagada acarreó la construcción en ladrillo que, con el comienzo del período Dinástico, originó un gran edificio cuidadosamente planificado, cuyas paredes internas estaban pintadas, y que podría considerarse un palacio. El uso del ladrillo de barro parece uno de los cambios más significativos en la sociedad del Bajo Egipto, producto de la expansión de la cultura de Nagada y de la probable incorporación del norte dentro de una entidad política originada desde el sur.

A partir de este momento, la expansión de la urbanización en el norte bien pudo haberse desarrollado en una forma paralela a la producida en el Alto Egipto, dado que excavaciones recientes han mostrado secuencias fragmentarias en varios sitios del Delta que pueden datarse hacia atrás, a través de los períodos históricos, hasta el Reino Antiguo. En Kom al- Hisn, en el Delta occidental, se sabe que las partes excavadas de un gran asentamiento con construcciones de ladrillos de la V o VI Dinastía están ubicadas sobre alrededor de dos o tres metros de escombros de un asentamiento anterior.

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En general, parece entonces que el urbanismo, en la forma de ciudades construidas con ladrillos, se desarrolló durante Nagada II/III en unos pocos lugares del Alto Egipto que simultáneamente estaban transformándose en centros de poder político y presumiblemente, de la agresión que finalmente llevó a la formación del estado unificado. A partir de entonces, aparecieron asentamientos en otras áreas durante los siglos del período Dinástico Temprano y del Reino Antiguo hasta que, hacia la V Dinastía, Egipto poseía una distribución regular de ciudades a lo largo del Valle del Nilo y, como sugiere la evidencia recientemente obtenida, también a lo largo del Delta. Egipto se había convertido en una sociedad enteramente urbanizada.

¿Qué aspecto presentaban estas ciudades tempranas? Dos características importantes son visibles en la evidencia todavía fragmentaria. Una es una muralla de tamaño considerable, la otra es el resultado de un conjunto de personas que destinaban sus recursos personales a la construcción de un cementerio con magníficas tumbas, más que a erigir bellos edificios en el interior de su asentamiento. Las murallas de la ciudad han sobrevivido en una cantidad de antiguos sitios residenciales. Éstos fueron construidos en parcelas rectas cercando un área cuadrilátera o aproximadamente circular, o una combinación de estas dos con esquinas curvas. Con el paso del tiempo y el crecimiento de los niveles del suelo, se agregaron capas de ladrillos para fortalecer la zona exterior, lo que provocó el efecto de ensanchar los muros. Algunos de los relieves incisos de Nagada III, como la Paleta de Narmer, representan asentamientos fortificados. Con probables guerras internas en este período, podríamos esperar que las fortificaciones sean un elemento obligado de los primeros asentamientos. Sin embargo, hasta ahora sólo un sitio, Elefantina, ha provisto evidencia obtenida en excavaciones, cuya ubicación en la frontera pudo haber creado la necesidad de protección sin conexión con las amenazas internas. Aquí, quizás a comienzos de la segunda Dinastía, se construyeron unas torres externas semicirculares que se agregaron a un muro ancho y curvo. Sin embargo, las murallas de la ciudad no constituían un obstáculo para la expansión de la misma. Nuevamente, las excavaciones en Elefantina han descubierto áreas de asentamiento que, por un tiempo, permanecieron fuera de la muralla de la ciudad.

Todavía sabemos relativamente poco sobre la apariencia interna de las primeras ciudades. Un punto central de las mismas debe haber sido un santuario local, donde se dejaban objetos votivos, de los que se han encontrado grupos importantes en Elefantina, Abidos, Hieracómpolis y Koptos: en este último, también se descubrieron partes de tres estatuas colosales de un dios de la fertilidad, realizadas de piedra caliza, a fines del siglo XIX. A pesar del interés de todo este material y de la llamativa escala de los colosos, la escasa evidencia arqueológica apunta a considerar que los antiguos santuarios han sido extremadamente modestos en tamaño y construcción.

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Los constructores del período Dinástico Temprano favorecieron el uso de un estilo de fachada muy elaborado para el palacio real y también para las tumbas de la élite. La superficie externa de un ancho muro de ladrillo se decoraba con un complicado diseño de paneles con entrantes y salientes y con un diseño geométrico finamente detallado, ejecutado en pintura. Se construyeron copias de los palacios reales en este estilo a escala natural (presumiblemente simplificadas por una cuestión de elegancia), como parte de los complejos funerarios de los reyes de las dos primeras dinastías, en Abidos y en Hieracómpolis. Aunque carecían de anexos defensivos, como una zanja o torres, su tamaño les daba un aspecto de ciudadela. En el interior del recinto se hallaba una pequeña construcción, también con paredes de paneles, que contenía habitaciones relativamente pequeñas de un plano intrincado. Debemos pensar que, desde comienzos de la Primera Dinastía, el principal palacio estaba ubicado en Menfis, pero probablemente había otros. Se ha descubierto un largo tramo de muro que contenía una entrada hacia lo que probablemente era un palacio, ubicado en el interior de una ciudad del Dinástico Temprano, en Hieracómpolis, y tenemos que plantearnos la posibilidad de que existieran otros ejemplos en ciudades provinciales para hospedar al rey en las visitas de inspección y reafirmación de su gobierno que se mencionan en los anales registrados en la Piedra de Palermo.

La dirección de los recursos hacia el cementerio local otorgó a estas ciudades tempranas un carácter que las distinguía incluso al compararlas con las de períodos posteriores. Mientras las grandes tumbas de épocas posteriores tendían a ser capillas que servían para los funerales de muchas personas, a veces de varias generaciones, en el período Dinástico Temprano y en el Reino Antiguo existía una marcada preferencia, tanto para ricos como para pobres, de proveerse de una única tumba con un lugar para las ofrendas tan importante como pudieran administrar. El resultado fue el desarrollo de auténticas ciudades de la muerte que podrían cubrir tanto territorio, o más, que la ciudad originaria.

A causa de la escasez de registros históricos y el hecho de que la cultura faraónica perduró 2500 años, el período entre la fase de la cultura de Nagada III y los inicios del Reino Antiguo tienden a aparecer como una prefase de los auténticos logros del antiguo Egipto. Su duración de alrededor de cuatro siglos, sin embargo, lo destaca como un importante período, con poderosas dinámicas internas tanto políticas como culturales. En este período se formó el estado faraónico. Está de moda buscar la explicación del proceso de formación estatal en los términos de sus más tempranas manifestaciones visibles, que en Egipto abarcan el surgimiento de élites relativamente ricas (como se juzga por los bienes de sus tumbas), el urbanismo temprano, las señales de conflicto, y finalmente la realeza divina representada de una manera distintiva, junto con evidencias de un sistema de administración. Sobre esta base, uno esperaría que el período de Nagada proveyera el conjunto inicial de causas, y esto ha sido llevado a cabo. Sin embargo, en modo alguno se

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ha podido establecer que la secuencia causal solamente comienza cuando aparece la primera evidencia arqueológica. El proceso podría ser inherente al profundo cambio intelectual que debió haber marcado la transición de un estilo de vida tribal preagrícola a uno de comunidades agrícolas sedentarias, en las cuales la propiedad de la tierra probablemente era una característica importante, algo que debió haber ocurrido mucho antes, en los comienzos del período Predinástico. La narrativa de unificación y urbanización se ubica principalmente en el período de Nagada III, pero las causas bien podrían buscarse muy atrás en el tiempo y, al menos para el Valle del Nilo, ubicarse fuera de los límites actuales de la explicación mediante el uso de la evidencia arqueológica..

NOTA: En la presente traducción, para uso exclusivo de los estudiantes de la cátedra, se han suprimido las citas bibliográficas.

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