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La guerra de Hart: Cubierta La guerra de Hart: Cubierta John Katzenbach John Katzenbach 1

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La guerra de Hart

La guerra de Hart: Cubierta

John Katzenbach

LA GUERRA DE HART(Harts War, 1999)John Katzenbach

NDICE3Prlogo

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26219

27720

28621

292Eplogo

299Nota del autor

Este libro es para

Nick, Justine, Cotty,

Phoebe, Hugh y Avery

Prlogo

El cielo nocturno

En esos momentos era un anciano a quien le gustaba correr riesgos.

A lo lejos, vio tres trombas que ocupaban el espacio entre la superficie acutica azul y lisa del borde de la corriente del Golfo y la falange gris negruzca de las nubes tormentosas del crepsculo que avanzaban a un ritmo constante desde el oeste. Las trombas formaban estrechos conos de oscuridad que giraban con toda la fuerza de sus parientes terrestres, los tornados. Pero eran menos sutiles; no se presentaban con la terrorfica rapidez con que estallan las tormentas terrestres, sino que surgan de la inexorable acumulacin de calor, viento y agua, para acabar alzndose formando un arco entre las nubes y el ocano. Al anciano se le antojaban imponentes, al contemplar cmo s deslizaban pesadamente sobre las olas. Eran visibles a muchos kilmetros de distancia, y por consiguiente ms fciles de evitar, que es lo que todos los barcos que navegaban por el borde del inmenso caudal de agua que fluye hacia el norte desde las clidas profundidades del Caribe ya haban hecho. El anciano se haba quedado solo en el mar, mecindose al ritmo lento de las olas, con el motor de su embarcacin apagado, mientras que los dos seuelos que haba lanzado haca un rato flotaban inmviles sobre la oscura superficie del agua.

Contempl las tres espirales y pens que las trombas se hallaban a unas cinco millas, una distancia muy pequea teniendo en cuenta los vientos de ms de trescientos kilmetros por hora que las empujaban. Mientras observaba la escena, se le ocurri que las trombas marinas haban adquirido paulatinamente velocidad, como si se hubieran hecho ms ligeras y, de improviso, ms giles. Parecan danzar al unsono mientras avanzaban hacia l, como tres hombres que rivalizaban por conquistar el favor de una joven atractiva, interceptndose uno a otro en la pista de baile. Uno se detena y esperaba con paciencia mientras los restantes se movan en un crculo lento, para luego aproximarse, mientras el otro se retiraba a un lado. Como un minu, pens, ejecutado por los cortesanos en una corte del Renacimiento. El anciano mene la cabeza. No, no era exactamente as. Observ de nuevo las oscuras trombas. Quizs una cuadrilla en un granero rural, al son de unos violines? Una brisa repentina y caprichosa agit con violencia el gallardete de uno de los balancines, antes de que huyera tambin, como atemorizada por los furiosos vientos que avanzaban hacia ella.

El anciano inspir una bocanada de aire clido.

Menos de cinco millas se dijo. Poco ms de tres.

Las trombas marinas eran capaces de recorrer esa distancia en unos minutos. A pesar del voluminoso motor de doscientos caballos instalado en la parte posterior del bote, que propulsara al pescador a travs de las olas a treinta y cinco nudos, ste saba que era demasiado tarde. Si las tormentas se proponan atraparlo, lo haran.

Al anciano se le antoj que su baile era en cierto modo elegante, estilizado, pero a la vez enrgico y entusiasta. Posea un ritmo sincopado. El pescador aguz el odo y durante unos instantes crey detectar sonidos musicales en el viento. Las notas de sonoras trompetas, el batir de tambores y la cadencia de violines. Un rpido y decisivo riff de guitarra. Alz la vista hacia el cielo, que comenzaba a oscurecerse, y vio gigantescos y negros nubarrones que se abran paso hacia l a travs del azulado aire de Florida. La msica de una gran orquesta de jazz pens de pronto. Eso es. Jimmy Dorsey y Glenn Miller. La msica de su juventud. Una msica que irrumpa con la fuerza y el trepidante y enrgico ritmo de las cornetas.

Un trueno estall a lo lejos y la superficie del ocano se ilumin con el relmpago. El viento arreci a su alrededor, inexorable, murmurando una advertencia al tiempo que agitaba con furia los cabos de los balancines y los gallardetes. El viejo pescador alz de nuevo la vista y volvi a observar las trombas marinas. Dos millas, se dijo.

Vete y vivirs. Qudate y morirs.

El anciano sonri. Todava no ha llegado mi hora.

Con rpido ademn gir la llave de contacto en la consola. El potente motor Johnson arranc con un gruido, como si hubiera aguardado con impaciencia a que el anciano le diera la orden, reprochndole que confiara su vida a los caprichos de un motor de gasolina. El anciano maniobr el bote, describiendo un semicrculo, dejando la tormenta a su espalda. Unas gotas cayeron sobre su camisa vaquera y not en sus labios el sabor de la lluvia. Se traslad rpidamente a popa y recogi los dos anzuelos. Vacil unos instantes, contemplando las trombas marinas. En esos momentos se hallaban a una milla y presentaban un aspecto comunal, terrorfico. Lo contemplaban como si se sintieran asombradas por la temeridad de ese insignificante humano a sus pies de gigantes de la naturaleza que la insolencia del anciano haba frenado, por el momento. El ocano haba mudado de color, el azul haba dado paso a un gris denso y oscuro, como fundindose con el cielo de tormenta que se avecinaba.

El anciano emiti una carcajada cuando otro trueno, ms cercano, estall en el aire como un caonazo.

No me atrapars! grit al viento. An no!

Acto seguido empuj la palanca hacia delante. El bote se desliz por las agitadas olas al tiempo que el motor emita un sonido semejante a una risa burlona y la proa se alzaba sobre la superficie para luego posarse sobre ella, surcando el ocano a gran velocidad, dirigindose hacia un cielo despejado. Lejos, los postreros rayos de sol de aquel largo da de verano; unas millas ms all, la costa.

Como tena por costumbre, el pescador permaneci en el agua hasta mucho despus de que el sol se hubiera puesto. La tormenta se haba dirigido mar adentro, causando quizs algn problema a los grandes buques portacontenedores que navegaban arriba y abajo por el estrecho de Florida. A su alrededor, el aire se haba despejado, en el vasto y oscuro firmamento parpadeaban las primeras estrellas. An haca calor, incluso en el agua, el aire que le rodeaba estaba impregnado de una humedad pegajosa. Haca horas que el anciano haba dejado de pescar y se hallaba sentado en la popa, sobre una nevera porttil, sosteniendo una botella de cerveza semivaca. Aprovech la oportunidad para recordar que no tardara en llegar el da en que el motor se calara o l no sera capaz de girar la llave del mismo con la suficiente rapidez y una tormenta como la de esa tarde le dara su ltima leccin. Se encogi de hombros. Se dijo que haba vivido una existencia maravillosa, plena de xitos y momentos felices, y todo debido al ms asombroso capricho del azar.

La vida es sencilla pens cuando uno ha estado a punto de morir.

Se volvi hacia el norte. Divis un lejano resplandor procedente de Miami, a ochenta kilmetros. Pero la inmediata oscuridad que le circundaba pareca completa, aunque de una extraa contextura lquida. La atmsfera de Florida tena una liviandad que, sospechaba, era resultado de la humedad persistente. A veces, cuando alzaba la vista al cielo, anhelaba la apretada claridad de la noche en su estado natal de Vermont. All la oscuridad le produca siempre la sensacin de estar tensada hasta el lmite a travs del cielo.

Era el momento que l aguardaba en el agua, la oportunidad de contemplar la inmensa bveda celeste sin la irritacin de la luz y el ruido de la ciudad. La poderosa estrella polar, las constelaciones, que le resultaban tan familiares como la respiracin de su esposa mientras dorma. No tena dificultad en identificar los astros y su constancia le reconfortaba: Orin y Casiopea, Aries y Diana cazadora, Hrcules, el hroe, y Pegaso, el caballo alado. Las ms fciles de identificar, la Osa Mayor y la Osa Menor, cuyos nombres haba aprendido de nio, haca ms de setenta aos.

Inspir una bocanada de aire caliente y hmedo y habl en voz alta, adoptando el acento del profundo Sur, que no era el suyo pero que haba pertenecido a una persona que l haba conocido no durante mucho tiempo, pero a fondo.

Mustranos el camino a casa, Tommy dijo.

Pronunci las palabras con tono cadencioso. Al cabo de ms de cincuenta aos, todava le sonaban con la misma msica campechana y risuea, al igual que antao, a travs del intercomunicador metlico del bombardero, el acento sureo que derrotaba incluso al estrpito procedente de los motores y del fuego antiareo.

Respondi en voz alta, como haba hecho tantas veces.

No os preocupis, soy capaz de hallar la base con los ojos vendados.

Neg con la cabeza. Salvo la ltima vez, se dijo. Entonces todos sus conocimientos y habilidad a la hora de interpretar los radiofaros, utilizar el mtodo de estimacin y sealar las estrellas con un octante no haban servido para nada. Oy de nuevo la voz: Mustranos el camino a casa, Tommy.

Lo siento dijo a los fantasmas. En lugar de conduciros de regreso a casa, os conduje a la muerte.

Bebi otro trago de cerveza y apoy el fro cristal de la botella en su frente. Con la otra mano se dispuso a sacar del bolsillo de la camisa una pgina que haba arrancado del New York Times de esa maana. Pero apenas sus dedos rozaron el papel, se detuvo, dicindose que no necesitaba volver a leerlo. Recordaba los titulares: clebre educador muere a los 77 aos; fue un personaje influyente entre los presidentes demcratas.Ahora soy la ltima persona que estuvo all que sabe lo que ocurri en realidad, se dijo.

Emiti un suspiro profundo. De pronto record una conversacin con su nieto mayor, cuando el chico tena once aos y haba acudido a l sosteniendo una fotografa. Era una de las pocas que el anciano tena en aquel entonces de s mismo cuando joven, no mucho mayor que su nieto. Se le va sentado junto a un hornillo de hierro, enfrascado en la lectura. Al fondo se vea una litera de madera. De un improvisado tendedero colgaban prendas de ropa. Sobre la mesa, junto a l, haba una vela apagada. Estaba muy delgado, casi cadavrico, y llevaba el pelo muy corto. Sus labios esbozaban una pequea sonrisa, como si lo que estaba leyendo le resultara cmico.

Cundo te sacaron esta fotografa, abuelo? le haba preguntado su nieto.

Durante la guerra, cuando era soldado.

Qu hiciste?

Iba a bordo de un bombardero. Al menos durante un tiempo. Luego fui un prisionero en espera de que terminara la guerra.

Si fuiste soldado, mataste a alguien, abuelo?

Bueno, yo ayudaba a lanzar las bombas. Es probable que ellas hayan matado a personas.

Pero no lo sabes?

No. No lo s con certeza.

Lo cual, desde luego, era mentira.

Mataste a alguien, abuelo?, pens el anciano.

Y en esos momentos respondi con sinceridad para sus adentros: S, mat a un hombre, aunque no con una bomba lanzada desde el aire. Pero es una larga historia.

Palp a travs del tejido de su camisa la esquela que guardaba en el bolsillo.

Y ahora puedo contarla, pens.

Volvi a alzar la vista al cielo y suspir. Luego se afan en localizar la estrecha ensenada que conduca a Whale Harbor. Conoca de memoria todas las boyas de navegacin y cada faro que tachonaba la costa de Florida. Conoca las corrientes locales y las mareas, senta cmo se deslizaba el bote y saba si ste se desviaba aunque fuera mnimamente de su rumbo. Lo condujo a travs de la oscuridad, navegando con lentitud y seguridad, con la confianza de un hombre que entra de noche en su propia casa.

1

El sueo recurrente del navegante

Acababa de despertar del sueo cuando el tnel que arrancaba debajo del barracn 109 se derrumb. Estaba a punto de amanecer, y a partir de la medianoche haba llovido, a ratos con fuerza. Era el mismo sueo de siempre, un sueo acerca de lo que le haba ocurrido dos aos antes, casi tan real como la realidad misma.

En el sueo, l no vio el convoy.

En el sueo, l no propuso dar la vuelta y atacar.

En el sueo, no cayeron abatidos por el fuego enemigo.

Y en el sueo, nadie muri.

Raymund Thomas Hart, un joven delgaducho, de carcter apacible y aspecto poco atractivo, el tercero en su familia despus de su padre y su abuelo que llevaba el nombre de ese santo con esta curiosa grafa, yaca en su estrecho camastro en la oscuridad. Senta su cuello baado en sudor, aunque la atmsfera nocturna conservaba los restos del fro invernal. En los breves momentos antes de que los puntales de madera instalados dos metros y medio por debajo de la superficie cedieran debido al peso de la tierra empapada por la lluvia y el aire saturado de los silbatos y gritos de los guardias, Tommy escuch la densa respiracin y los ronquidos de los hombres que ocupaban las literas a su alrededor. Aparte de l, haba siete personas en la habitacin. Los individualizaba por los sonidos que emitan por las noches. Uno sola hablar en sueos, impartiendo rdenes a los miembros de la tripulacin, los cuales haban muerto haca tiempo; otro gema y a veces sollozaba. Un tercero padeca asma y pasaba la noche resollando cuando el aire estaba muy hmedo. Tommy Hart sinti un escalofro y se cubri hasta el cuello con la delgada manta gris.

Repas todos los detalles habituales del sueo, como si estuvieran proyectndolos en la oscuridad. En el sueo, volaban en absoluto silencio, sin que se percibiera el sonido de los motores, ni el ruido del viento, deslizndose a travs del aire como si se tratase de un lquido transparente y dulce, hasta que oy la voz tpicamente tejana del capitn por el intercomunicador: Maldita sea, chicos, no hay nada contra lo que merezca la pena disparar. Indcanos el rumbo a casa, Tommy.

En el sueo, examinaba sus mapas y cartas, su octante y su calibrador, interpretaba el indicador de la direccin del viento y vea, como una gran lnea de tinta roja trazada sobre la superficie de las olas azules del Mediterrneo, la ruta de regreso a casa. Y a puerto seguro.

Tommy Hart volvi a estremecerse.

Era de noche y tena los ojos abiertos, pero contempl el sol reflejado en las nubes bajo sus prpados. Durante unos instantes dese que hubiera una forma de convertir el sueo en realidad, y luego la realidad en un sueo, as de fcil y agradable. No pareca un deseo disparatado. Sigue los pasos indicados pens. Rellena todos los formularios militares por triplicado. Navega a travs de la burocracia del ejrcito. Saluda con energa y haz que el comandante firme la solicitud. Solicitud de traslado, seor: del sueo a la realidad. De la realidad al sueo.

En cambio, despus de or las rdenes del capitn, Tommy haba avanzado arrastrndose hacia el cono de plexigls del morro del B-25 para echar un ltimo vistazo y para tratar de divisar alguna seal de referencia en la costa de Sicilia, para cerciorarse de la situacin de la nave. Volaban a poca altura, a menos de doscientos pies sobre el ocano, fuera del alcance de los radares alemanes, y avanzaban a ms de cuatrocientos kilmetros por hora. Debera haber sido una experiencia tremendamente excitante, seis jvenes a bordo de un blido en una carretera vecinal llena de curvas, tras dejar atrs sus inhibiciones junto con el caucho de los neumticos. Pero no era as. Era arriesgado, como patinar con cautela sobre un lago cubierto de una capa de hielo delgada y quebradiza.

Tommy se introdujo en el cono, junto al visor de bombardeo y donde estaban montadas las dos ametralladoras del calibre cincuenta. Durante unos momentos, Tommy tuvo la impresin de volar solo, suspendido sobre el vibrante azul de las olas, surcando el aire, aislado del resto del mundo. Ote el horizonte, buscando algo que le resultara familiar, algo que sirviera de referencia en el mapa para hallar la ruta de regreso a la base. Buena parte de la navegacin se realizaba mediante el mtodo de estimacin.

Sin embargo, en lugar de ver una cordillera que le indicara la posicin de la nave, lo que divis en la periferia de su campo visual fue la inconfundible silueta de la fila de barcos mercantes y un par de destructores que navegaban en crculos como perros pastores vigilando a su rebao.

Dud tan slo unos instantes, al tiempo que realizaba apresurados clculos mentales. Haban volado durante ms de cuatro horas y se hallaban al trmino de su misin ofensiva. La tripulacin estaba cansada, ansiosa de llegar a la base. Los dos destructores posean temibles defensas, incluso para los tres bombarderos que volaban ala con ala bajo el sol del medioda. Entonces se dijo Tommy: Regresa a tu lugar y no digas nada. Los barcos mercantes desaparecern dentro de unos segundos y nadie se enterar de lo ocurrido. Pero hizo lo que le haban enseado. Escuch su voz como si no la reconociera.

Capitn, he localizado unos objetivos frente al ala de estribor, a unos ocho kilmetros.

De nuevo se produjo un breve silencio, antes de que Tommy oyera la respuesta:

Maldita sea! Que me aspen! Es usted un ngel, Tommy. Recurdeme que le lleve al oeste de Tejas e iremos a cazar juntos. Menudo par de ojos tiene! Con esa vista de lince, estas liebres no se nos escaparn. Hoy las comeremos estofadas. No existe nada ms sabroso en el mundo, chicos...

Si el capitn aadi algo, Tommy Hart no lleg a orlo debido al fragor de los motores mientras reptaba con rapidez a travs del estrecho tnel hacia el centro de la nave, para dejar que el bombardero ocupara su lugar en el morro. Tommy saba que el Lovely Lydia se ladeaba con lentitud a la derecha, y saba que su movimiento era imitado por The Randy Duck, situado a su izquierda y por Green Eyes, junto al ala de estribor. Se instal de nuevo en el pequeo asiento de metal justo detrs del piloto y el copiloto, y volvi a examinar sus mapas. ste no es el momento oportuno, pens. Le hubiera gustado cumplir la labor del bombardero, pero ellos eran los jefes de vuelo, gracias a lo cual haban obtenido otro tripulante para aquella salida. Si se pona de pie, poda mirar por la ventanilla ente los dos hombres que pilotaban el avin, pero Tommy saba que deba esperar hasta los ltimos segundos antes de hacerlo. A algunos aviadores les gustaba ver cmo el objetivo se alzaba ante ellos. A Tommy, eso siempre le daba la impresin de mirar a la muerte cara a cara.

Preparado bombardero? La voz del capitn sonaba ms aguda, pero no pareca agobiado. No tardaremos en zamparnos a esos chicos, as que no perdamos tiempo.

Emiti una carcajada, cuyo eco reson a travs del intercomunicador. El capitn era muy apreciado por sus hombres, el tipo de persona que siempre pona una nota de humor seco y ligero incluso en las situaciones ms duras, que saba aplacar los temores evidentes de su tripulacin con esa voz tejana que nunca sonaba enojada, ni siquiera ligeramente irritada, incluso cuando estallaba el fuego antiareo en torno al avin y pequeos fragmentos de metralla candente impactaban contra la estructura metlica del Mitchell como insistentes golpes en la puerta de un vecino pelmazo y furioso. Pero Tommy saba que los temores menos claros nunca podan ser eliminados del todo.

Tommy cerr los ojos a la noche, tratando de desterrar esos recuerdos. Pero no lo consigui. Nunca lo consegua.

Volvi a or la voz del capitn: De acuerdo, chicos. All vamos. Qu es lo que dicen nuestros amigos los ingleses? Tally ho! Alguno de vosotros sabe lo que significa?

Los dos motores de catorce cilindros Wright Cyclone no tardaron en protestar cuando el capitn los accion ms all de la lnea roja. La velocidad mxima del Mitchell era de 455 km/h, pero Tommy saba que haban sobrepasado ese lmite. Descendieron alejndose del sol lo mejor que pudieron, volando a escasa altura contra el horizonte y, segn supuso Tommy, presentando una silueta negra y bien definida en el punto de mira de todos los caones del convoy.

El Lovely Lydia se estremeci ligeramente al abrirse las compuertas de las bombas, y otra vez, debido a la sacudida producida por la repentina rfaga de fuego, cuando los caones que les aguardaban dispararon contra ellos. En el aire flotaban nubes negras y los motores aullaron en seal de desafo. El copiloto grit unas palabras incomprensibles mientras el avin se lanzaba a toda velocidad hacia la fila de barcos. Tommy se levant por fin de su asiento para mirar a travs de la ventanilla de la cabina, aferrado a una barra de hierro para no perder el equilibrio. Durante un instante, divis al primero de los destructores alemanes, arrastrando una estela semejante a una cola blanca. Cuando efectu un repentino giro, casi como la pirueta de un bailarn, se alz en el aire el humo de todos sus caones.

El Lovely Lydia recibi un impacto y otro. Su rumbo se vio desviado. Tommy sinti que se le secaba la garganta y de sus labios brot un sonido, entre grito y gemido, mientras observaba los esfuerzos desesperados de la columna de barcos por escapar de la trayectoria del bombardero.

Dejad que se vayan! grit, pero su voz fue sofocada por el aullido de los motores y el estrpito del fuego antiareo que estallaba alrededor. El avin portaba seis bombas de 225 kg cada una, y la tcnica empleada en el bombardeo de un convoy era similar a la utilizada cuando se dispara un rifle del 22 contra una hilera de patos de feria, salvo que los patos no podan devolver el fuego. El bombardero hara caso omiso del visor Norden, que en realidad no era muy preciso: apuntaba a ojo contra cada objetivo, lanzaba una bomba, causando una pequea sacudida al avin, y apuntaba contra el prximo objetivo. Todo era muy rpido y terrorfico.

Cuando las cosas se hacan como es debido, las bombas rebotaban en la superficie del agua y salan despedidas hacia el objetivo como una bola al ser lanzada por la bolera. El bombardero un joven imberbe de veintids aos, que se haba criado en una granja en Pensilvania, cazando ciervos en los frondosos bosques de las zonas rurales desempeaba su trabajo a la perfeccin, con frialdad y templanza, sin pensar en que cada fraccin de segundo les aproximaba a su muerte y la de sus compaeros, al igual que ellos brindaban la proximidad de la muerte a sus enemigos.

Una lanzada! exclam la voz procedente del morro del avin a travs del intercomunicador, como si gritara desde un campo lejano. Dos! Tres!

El Lovely Lydia se estremeca de proa a popa, al lanzar las bombas.

Todas lanzadas! Squenos de aqu, capitn!

Los motores aullaron de nuevo cuando el capitn accion la palanca hacia atrs, elevando el bombardero en el aire.

Torreta posterior! Qu ves?

Por todos los santos, capitn! Hemos alcanzado un objetivo! No, tres! No, mejor que eso, cinco objetivos! Jess! Dios santo, no! Han alcanzado al Duck! Dios! Y al Green Eyes tambin!

Calma, chicos haba respondido el capitn. Estaremos de regreso en casa a la hora de cenar. Comprubalo, Tommy! Dime qu ves ah atrs!

El Lovely Lydia tena una pequea burbuja de plexigls en el techo, que el navegante utilizaba como puesto de observacin, aunque Tommy prefera situarse en el morro. Haba un pequeo peldao de metal que le daba acceso a la burbuja y, al volverse, Tommy vio unas gigantescas espirales negras de humo que brotaban de la media docena de barcos que formaban el convoy, as como las rojas llamaradas que envolvieron a un petrolero. Pero acto seguido percibi otra cosa que le llam la atencin ms an que el xito de la misin: no la velocidad, ni el rugido de los motores ni el muro de proyectiles por el que acababan de atravesar, sino el inconfundible color naranja rojizo de unas llamas que surgan del motor de babor y laman la superficie del ala.

A babor! A babor! Fuego!haba gritado por el intercomunicador.

Pero el capitn haba respondido con calma:

Ya s que les hemos alcanzado. Buen trabajo, bombardero.

No, maldita sea, capitn, somos nosotros!

Las llamas brotaban de la carlinga, y trazaban franjas rojizas en el aire azul, y una humareda negra se alborotaba con el viento. Tommy se dio por muerto. Al cabo de un par de segundos, a lo ms cinco o diez, las llamas alcanzaran la lnea de combustible, se propagaran hasta el depsito en el ala y todo volara por los aires.

En aquel instante dej de sentir miedo. Le produjo una sensacin extrasima contemplar algo que ocurra ms all de su control y que no era otra cosa que su propia muerte. Experiment una leve irritacin, como si se sintiera frustrado por no poder hacer nada por remediarlo, pero se resign. Al mismo tiempo sinti una curiosa y distante sensacin de soledad y preocupacin por su madre y su hermano, que se hallaba en algn lugar del Pacfico, y su hermana y la mejor amiga de su hermana, que viva a unos metros de ellos, en Manchester, y a quien amaba con dolorosa e insistente intensidad, sabiendo que todos ellos sufriran ms y durante ms tiempo que l, porque la inminente explosin sera, al fin y al cabo, rpida y decisiva. Y en su sueo oy por ltima vez la voz del capitn: Calma, chicos, trataremos de zambullirnos en el agua! Y el hermoso Lovely Lydia empez a descender en picado, tratando de alcanzar las olas que constituan su nica salvacin, zambullirse en el agua y extinguir el fuego antes de que el avin estallara.

Tommy tena la sensacin de que el mundo que le rodeaba no gritaba palabras de memoria, ni sonidos pertenecientes a la Tierra, sino que emita el crepitante sonido de un infernal crculo de mortferas llamas. Siempre se haba jurado que si caan en el mar, l se colocara detrs del respaldo corredizo de acero reforzado del asiento del copiloto, pero no tuvo tiempo. En lugar de ello, se aferr con desesperacin a una tubera del techo, a punto de zambullirse en las azules aguas del Mediterrneo a casi quinientos kilmetros por hora, presentando en aquellos terrorficos momentos el aspecto de un apacible ciudadano de Manhattan que regresa a casa, sujetndose a una manilla del metro mientras espera con paciencia su parada.

Volvi a estremecerse en su litera.

Recordaba a la perfeccin al sargento gritando en la torreta. Tommy haba avanzado un paso hacia el artillero porque saba que ste se hallaba atrapado en su asiento y que el muelle del cinturn de seguridad no funcionara, atascado por el impacto, y el hombre gritaba pidiendo auxilio. Pero en aquel segundo, Tommy haba odo gritar al capitn: Sal de ah, Tommy! Aljate de ah! Yo ayudar al artillero! Los otros no emitan el menor sonido. La orden del capitn fue lo ltimo que oy a los tripulantes del Lovely Lydia. Le haba sorprendido comprobar que la escotilla lateral se haba abierto y que su chaleco salvavidas haba funcionado, permitindole flotar en el agua, como un juguete de corcho. Se haba alejado del avin utilizando las manos a modo de remos; luego haba girado el cuello, esperando ver salir a los otros, pero no apareci nadie.

Salid de ah! Salid de ah! Por favor, salid de ah!

Y luego haba quedado flotando, esperando.

Al cabo de unos segundos, el morro del Lovely Lydia se haba sumergido en el agua, deslizndose silenciosamente bajo la superficie, dejndolo solo en medio del ocano.

Esto siempre le haba inquietado. El capitn, el copiloto, el bombardero y los dos artilleros siempre le haban parecido mucho ms giles y rpidos que l. Eran jvenes y atlticos, dotados de una excelente coordinacin e inteligentes. Eran rpidos y eficientes, tan hbiles a la hora de disparar una ametralladora como de encestar una pelota o de correr a gran velocidad por un campo de bisbol. Ellos eran los autnticos militares a bordo del Lovely Lydia, mientras que l se consideraba un simple estudiante amante de los libros, demasiado delgado, un tanto torpe, aunque dotado para las matemticas y que saba utilizar una regla de clculo, que se haba criado observando las estrellas en el firmamento que cubra su casa, all en Vermont, y as, ms por azar que por vocacin patritica, se haba hecho navegante de un bombardero. Se consideraba un mero elemento del equipo, un apndice del vuelo, mientras que los otros eran autnticos aviadores y combatientes, protagonistas de la batalla.

No comprenda por qu haba sobrevivido mientras que los ms fuertes haban perecido.

Flot a la deriva, solo, por espacio de casi veinticuatro horas, mientras la sal marina se mezclaba con sus lgrimas, al borde del delirio, sumido en la desesperacin, hasta que un bote de pesca italiano lo rescat. Lo tripulaban unos hombres toscos que le haban tratado con sorprendente delicadeza. Lo haban tapado con una manta y le haban ofrecido un vaso de vino tinto. Tommy recordaba an el escozor que ste le haba producido en la garganta. Cuando llegaron a tierra, lo haban entregado sumisamente a los alemanes.

Eso era lo que haba sucedido en realidad. Pero en su sueo, la verdad resultaba suplantada siempre por una realidad ms alegre, en la que todos estaban vivos, reunidos bajo el ala del Lovely Lydia, contando chistes sobre los comerciantes rabes que vendan sus mercancas junto a su polvorienta base en el norte de frica, y alardeando de lo que haran con sus vidas, sus novias y sus esposas cuando regresaran a Estados Unidos. Tommy sola pensar, cuando stos an vivan, que los tripulantes del Lovely Lydia eran los mejores amigos que haba tenido jams, y en ocasiones se deca que, cuando la guerra terminara, no volveran a encontrarse. No se le haba ocurrido que no volvera a verlos porque todos menos l moriran.

Tendido en su litera, pens: Siempre estarn conmigo.

Uno de los prisioneros se movi en su camastro; los listones de madera crujieron y sofocaron las palabras del hombre que hablaba en sueos.

Yo he sobrevivido y ellos han muerto.

Con frecuencia Tommy maldeca sus ojos, por haberlos traicionado a todos al divisar el convoy. Lleg a pensar que si hubiera nacido ciego, en lugar de dotado de una vista muy aguda, los otros estaran vivos. Saba que era intil pensar eso. En vez de ello, se jur que si sobreviva a la guerra, un da ira al oeste de Tejas y, una vez all, recorrera los montes y arroyos de aquel escabroso territorio, empuara un rifle y se dedicara a cazar liebres: todas las liebres que divisara. Tommy se imagin cazando decenas, centenares, miles, organizando una autntica matanza de liebres, hasta caer rendido en el suelo, con las municiones agotadas y el rifle humeante. Habra liebres suficientes para que su capitn comiera estofado de liebre durante una eternidad.

Saba que no podra volver a conciliar el sueo.

As pues, permaneci acostado boca arriba, escuchando el batir de la lluvia sobre el tejado metlico, que resonaba como disparos de rifle. Mezclado con ese sonido oy un ruido grave y distante. Al cabo de unos momentos, unos estridentes silbatos y gritos frenticos, todos en el inconfundible y colrico alemn de los guardias del campo de prisioneros. Se levant de la litera y se dispuso a calzarse las botas cuando oy los golpes en la puerta del barracn y Raus! Raus! Schnell! En el recinto de revista de tropas hara fro, de modo que se puso su vieja cazadora de cuero de aviador. Los dems hombres se vistieron con rapidez, enfundndose su ropa interior de lana y sus botas de aviador gastadas y rotas, al tiempo que las primeras insinuaciones del amanecer se filtraban a travs de las sucias ventanas del barracn. En su prisa por vestirse, Tommy perdi de vista al Lovely Lydia y a su tripulacin, dejando que se desvanecieran en la parte cercana de su memoria mientras l corra a unirse a los hombres que salan a la glida y hmeda atmsfera matutina del Stalag Luft 13.

El teniente Tommy Hart restreg los pies sobre el barro marrn claro del recinto de revista de tropas. Las quejas haban comenzado poco despus del toque de llamada Appell, en alemn, y cada vez que pasaba un guardia, los hombres se ponan a silbar y a protestar.

En general, los alemanes no hacan caso. De vez en cuando un Hundfhrer, acompaado por su agresivo pastor alemn, se volva hacia los grupos de hombres y haca ademn de soltar al perro, lo cual consegua acallar a los aviadores durante unos minutos. El Oberst Edward von Reiter, de la Luftwaffe, comandante del campo, haba revisado por encima las formaciones unas horas antes, detenindose slo al ser abordado por el coronel estadounidense Lewis MacNamara, quien le haba lanzado una andanada de quejas. Von Reiter lo haba escuchado durante unos treinta segundos, tras lo cual le haba saludado sin mayores ceremonias, tocando la visera de su gorra con la fusta de montar, e indicando al coronel que ocupara de nuevo su lugar a la cabeza de los grupos de hombres. Luego, sin dirigir otra mirada a la formacin de aviadores, se haba encaminado hacia el barracn 109.

Los kriegies protestaron y asestaron patadas en el suelo, mientras el da despuntaba en derredor. Los prisioneros se apodaban entre s kriegies, una abreviatura del trmino alemn Krieggefangene, prisionero de guerra. Esperar de pie resultaba aburrido y agotador. Aunque estaban acostumbrados a ello, lo detestaban.

Haba casi diez mil prisioneros de guerra en el campo, repartidos entre dos recintos, norte y sur. Los aviadores estadounidenses todos oficiales se hallaban en el recinto sur, mientras que los britnicos y otros aliados estaban situados en el recinto norte, a medio kilmetro de distancia. El trnsito entre ambos campos, aunque no infrecuente, era un tanto difcil. Se precisaba un escolta, un guardia armado y un poderoso motivo. Por supuesto, ste poda inventarse mediante el rpido intercambio de un par de cigarrillos pasados a uno de los hurones, que era como los kriegies llamaban a los guardias que patrullaban los campos, armados tan slo con unas barras de acero, semejantes a espadas, que utilizaban para clavarlas en el suelo. A los guardias con los perros los llamaban por sus nombres, porque los perros infundan miedo a todo el mundo. El campo careca de muros, pero cada recinto estaba rodeado por una valla de seis metros de altura. Dos hileras de alambre de espino se enrollaban en concertina a ambos lados de una valla de tela metlica. Cada cincuenta metros a lo largo de la valla se alzaba el recio mazacote de una torre de madera. Las vallas estaban custodiadas todo el da por guardias hoscos e insobornables, autnticos gorilas armados con metralletas Schmeisser que llevaban colgadas del cuello.

A tres metros de la alambrada principal, por la parte interior, los alemanes haban suspendido un delgado cable de alambre sobre postes de madera. Ese era el lmite. Cualquiera que lo cruzara era sospechoso de tratar de escapar y abatido a tiros. En todo caso, eso era lo que el comandante de la Luftwaffe comunicaba a cada prisionero que llegaba al Stalag Luft 13. En realidad los guardias permitan que un prisionero, vestido con una blusa blanca con una cruz roja en el centro, bien visible, corriera detrs de una pelota de bisbol o de ftbol cuando sta rodaba hasta la valla exterior, aunque a veces, para divertirse, animaban a un prisionero a que persiguiera a la pelota de marras, tras lo cual disparaban una breve rfaga al aire sobre su cabeza o en el suelo a sus pies. Una de las actividades favoritas de los kriegies era caminar por el permetro del campo de prisioneros; los aviadores efectuaban interminables vueltas en torno al mismo.

El sol de mayo se alz rpidamente, caldeando los rostros de los hombres reunidos en el recinto de revista de tropas. Tommy Hart calcul que llevaban casi cuatro horas de pie en formacin, mientras una constante procesin de soldados alemanes desfilaban ante ellos, dirigindose hacia el tnel que se haba derrumbado. Los soldados rasos portaban palas y picos. Los oficiales mostraban el ceo fruncido.

Es la maldita madera dijo una voz entre la formacin. Al mojarse se pudre y ha acabado por venirse abajo.

Tommy Hart se volvi y comprob que quien hablaba era un hombre delgado, oriundo del oeste de Virginia, copiloto de un B-17, al que haba educado su padre, que trabajaba en las minas de carbn. Tommy supona que el virginiano, cuya voz nasal revelaba un profundo desprecio, era un experto en planear fugas. Los hombres con conocimientos sobre la tierra agricultores, mineros, excavadores e incluso el director de una funeraria que haba sido abatido cuando volaba sobre Francia y que viva en el barracn contiguo eran reclutados para colaborar en esa iniciativa a las pocas horas de su llegada al Stalag Luft 13.

l no haba hecho ningn intento de fugarse del campo de prisioneros. A diferencia de la mayora de los cautivos, no tena muchas ganas. No es que no deseara ser libre, pero saba que para fugarse tena que meterse en un tnel.

Y no estaba dispuesto a hacerlo.

Supona que su fobia a los espacios cerrados provena del da en que sin querer haba quedado encerrado en un armario del stano cuando tena cuatro o cinco aos. Una docena de angustiosas horas pasadas en la oscuridad, con un calor sofocante y baado en lgrimas, oyendo la lejana voz de su madre llamndole pero incapaz de articular palabra debido al terror que lo atenazaba. Es probable que no hubiera podido definir ese temor, que no le haba abandonado desde aquel da, con la palabra claustrofobia, pero de eso se trataba. Tommy se haba alistado en las fuerzas areas en parte porque incluso en el reducido espacio de un bombardero no tena la sensacin de estar encerrado. La idea de hallarse en el interior de un tanque o un submarino le pareca ms aterradora que el peligro de las balas enemigas.

Por lo tanto, en el extrao e inestable mbito del Stalag Luft 13, Tommy Hart saba una cosa: si alguna vez consegua salir, sera por la puerta principal, ya que jams accedera a meterse en un tnel por su propia voluntad.

Eso le haca verse a s mismo como alguien resignado a esperar que terminara la guerra pese a los rigores del Stalag Luft 13. De vez en cuando le adjudicaban el papel de espa, que consista en ocupar una posicin desde la cual poda vigilar a uno de los hurones, ejes de un primitivo sistema de advertencia concebido por los oficiales de seguridad del campo. Cualquier alemn que se moviera dentro del campo era seguido y observado sin cesar por una red de vigilantes que se comunicaban con un cdigo de seales. Como es lgico, los hurones saban que eran observados, y, por consiguiente, trataban de eludir ese sistema de seguridad, modificando de continuo rutas y trayectos.

Eh! Fritz Nmero Uno! Cunto tiempo van a tenernos aqu de pie?

Esta voz exhalaba un inconfundible tono de autoridad. El hombre al que perteneca era un capitn, piloto de un avin de transporte de mercancas de Nueva York. La andanada iba dirigida contra un alemn, vestido con un mono gris y una gorra de campaa, encasquetada hasta la frente, que constitua el uniforme de los hurones. Haba tres hurones con el nombre de Fritz a quienes llamaban por su nombre de pila y nmero, cosa que les irritaba sobremanera.

El hurn se volvi y lo mir. Luego se acerc al capitn, que permaneca en posicin de descanso en la primera fila. Los alemanes obligaban a la formacin a agruparse en filas de cinco hombres, pues les resultaba ms fcil contarlos.

Si no excavaran, capitn, no tendran necesidad de permanecer aqu de pie repuso el alemn en un ingls excelente.

Maldita sea, Fritz Nmero Uno replic el capitn. No hemos estado excavando. El incidente se debe sin duda a que su asqueroso alcantarillado se ha desplomado. Nosotros podramos ensearles a construirlo.

El alemn mene la cabeza.

No, Kapitn, era un tnel. Es absurdo tratar de escapar. En esta ocasin ha costado la vida a dos hombres.

La noticia silenci a los aviadores.

Dos hombres? inquiri el capitn. Pero cmo es posible?

El hurn se encogi de hombros.

Estaban excavando. La tierra cedi. Quedaron atrapados. Sepultados. Una desgracia.

El alemn alz un poco la voz, contemplando fijamente la formacin de sus enemigos.

Es estpido. Dummkopf. Acto seguido se agach y cogi un puado de barro, que estruj entre sus dedos largos y casi femeninos. Esta tierra es buena para plantar. Cultivar productos. Es buena. Buena para los juegos que ustedes practican. Esa tambin es buena... agreg sealando el recinto del campo de ejercicios. Pero no lo bastante resistente para tneles. El hurn se volvi hacia el capitn. No volver a volar, Kapitn, hasta despus de la guerra. Si sobrevive.

El capitn neoyorquino lo observaba con insistencia.

Eso ya lo veremos respondi al cabo de unos momentos.

El hurn le salud perezosamente y ech a andar, detenindose al llegar al extremo de la formacin, donde cruz unas palabras con otro oficial. Tommy Hart se inclin hacia adelante y observ que Fritz Nmero Uno haba extendido la mano, con la que tom apresuradamente un par de pitillos. El hombre que se los entreg era un capitn de bombardero, un hombre flaco, bajo y risueo de Greenville, Misisip, llamado Vincent Bedford. Era el negociador ms experto de la formacin y todos lo llamaban Trader Vic, como el dueo del clebre restaurante.

Bedford hablaba nerviosamente y con un marcado acento sureo. Era un magnfico jugador de pquer y un ms que pasable shortstop de ligas menores. Haba sido vendedor de coches, lo cual encajaba con su personalidad. Pero lo que mejor haca era negociar en el Stalag Luft 13, trocando cigarrillos, chocolatinas y botes de caf autntico, que llegaban en paquetes de la Cruz Roja o de Estados Unidos, por ropa y otros artculos. O bien aceptaba ropa que no necesitaban y la cambiaba por comida. Ningn trato era demasiado difcil para Vincent Bedford, y casi nunca sala perdiendo. Y en el caso poco frecuente de que saliera malparado, su instinto de jugador le permita recuperar las prdidas. Una partida de pquer sola reponer sus existencias con tanta eficacia como un paquete enviado de casa. Bedford negociaba tambin con otros artculos; siempre se enteraba de los ltimos rumores, siempre averiguaba antes que nadie las ltimas noticias de la guerra. Tommy Hart supona que mediante sus tratos se haba conseguido una radio, aunque no lo saba con certeza. Lo que s saba era que Vincent Bedford era un prisionero del barracn 101 con quien convena trabar amistad. En un mundo en el que los hombres apenas posean nada, Vincent Bedford haba amasado una fortuna para estar confinado en un campo de prisioneros, haciendo acopio de grandes cantidades de caf, comida, calcetines de lana, ropa interior de abrigo y cualquier otro objeto que hiciera ms llevadera la vida all.

Las pocas veces en las que Trader Vic no estaba consumando algn trato, Bedford se lanzaba a grandilocuentes e idlicas descripciones de la pequea poblacin de la que provena, expresndose con el dulce acento del sur profundo, lentamente, con ternura. Las ms de las veces, los otros aviadores le decan que despus de la guerra se trasladaran todos a Greenville, con el fin de hacerle callar, porque esos comentarios sobre el hogar, por elegiacos que fueran, propiciaban siempre una nostalgia peligrosa. Todos los hombres del campo vivan al borde de la desesperacin, y el hecho de pensar en su pas no les beneficiaba, aunque casi no pensaban en otra cosa.

Bedford observ al hurn alejarse unos pasos, tras lo cual se volvi y murmur algo al siguiente hombre en la formacin. La noticia tard unos segundos en recorrer el grupo y llegar a la siguiente fila.

Los hombres que haban quedado atrapados se llamaban Wilson y OHara. Ambos eran importantes ratas de tneles. Tommy Hart conoca a OHara slo de una manera superficial; el desdichado prisionero ocupaba una litera en su barracn, aunque en otro dormitorio, de modo que no era sino uno ms de los doscientos rostros hacinados all. Segn la informacin que susurraban los kriegies de una fila a otra, ambos hombres haban descendido al tnel a ltima hora de la noche anterior, y estaban reforzando los puntales cuando la tierra cedi. Haban quedado sepultados vivos.

Segn la informacin recabada por Bedford, los alemanes haban decidido dejar los cadveres en el lugar donde el suelo se haba desplomado sobre ellos.

Los susurros no tardaron en dar paso a airadas voces de protesta. Las formaciones de los prisioneros adoptaron un carcter ms sinuoso a medida que las filas se enderezaron y los hombres se cuadraron. Sin que nadie diera la orden, todos adoptaron la posicin de firmes.

Tommy Hart hizo lo propio, no sin antes echar un vistazo a las filas hasta localizar a Trader Vic. Lo que vio lo dej perplejo y un tanto preocupado por algo, un detalle huidizo, que no logr identificar.

En stas, antes de que tuviera tiempo de descifrar qu le haba llamado la atencin, el capitn neoyorquino grit:

Criminales! Malditos asesinos! Salvajes!

Otras voces en la formacin se hicieron eco del mensaje y los gritos de indignacin llenaron el recinto.

El coronel se situ a la cabeza de la formacin, volvindose para mirar a los hombres con una expresin que exiga disciplina, aunque sus ojos grises y fros y la crispacin de su mandbula denotaban una furia contenida. Lewis MacNamara era un veterano del ejrcito, un coronel con el colmillo retorcido que llevaba ms de veinte aos vistiendo el uniforme, que rara vez tena que alzar la voz y estaba acostumbrado a que le obedecieran. Era un hombre envarado, que consideraba su cautiverio como otra de una larga lista de misiones militares. Cuando MacNamara adopt la posicin de descanso frente a los kriegies, con las piernas ligeramente separadas y las manos enlazadas a la espalda, un par de gorilas amartillaron sus armas, un gesto ms que nada de amenaza, pero con la suficiente determinacin para que los prisioneros vacilaran y enmudecieran poco a poco.

Nadie crea realmente que los gorilas fueran a disparar contra las formaciones de aviadores. Pero tampoco se poda estar seguro.

La aparicin del comandante del campo, seguido por dos ayudantes que caminaban con cautela pisando el barro con sus lustrosas botas de montar, provoc silbidos y abucheos. Von Reiter no hizo caso. Sin decir una palabra al coronel, el comandante se dirigi a las formaciones:

Ahora realizaremos el recuento. Luego pueden romper filas.

Tras hacer una pausa, el comandante aadi:

En el recuento faltarn dos hombres! Qu estupidez!

Los aviadores guardaron silencio, en posicin de firmes.

ste es el tercer tnel en un ao! prosigui Von Reiter. Pero es el primero que ha costado la vida a dos hombres! grit con un tono lleno de frustracin. No toleraremos ms intentos de fuga!

Se detuvo y contempl a los hombres. Luego alz un dedo huesudo y seal como un viejo y arrugado maestro de escuela a sus dscolos alumnos.

Nadie ha conseguido nunca fugarse de mi campo! Jams! Y nadie lo conseguir!

Se detuvo de nuevo, observando a los kriegies agrupados.

Quedan advertidos concluy.

En el momentneo silencio que se hizo entre las formaciones de hombres, el coronel MacNamara avanz un paso. Su voz tena el mismo tono autoritario que el de Von Reiter. La espalda rgida y su postura era un ejemplo de perfeccin militar. Paradjicamente, el hecho de que su uniforme estuviera rado y deshilachado no haca sino poner ms de relieve su porte.

Quisiera aprovechar esta oportunidad para recordar al Oberst que todo oficial tiene el deber de tratar de escapar del enemigo.

Von Reiter alz una mano para interrumpir al coronel.

No me hable de deber replic. Fugarse est verboten.Este deber, este requisito, no es distinto para los aviadores de la Luftwaffe apresados por nuestro bando aadi MacNamara alzando la voz. Y si un aviador de la Luftwaffe muriera en el intento, sera enterrado por sus camaradas con honores militares!

Von Reiter frunci el ceo y se dispuso a responder, pero se detuvo. Asinti ligeramente con la cabeza. Ambos hombres se miraron de hito en hito, como si lucharan por algo que se interpona entre ellos. El afn de imponer ambos su voluntad.

Entonces el comandante indic a MacNamara que lo acompaara, volvindose de espaldas a los hombres formados. Los dos oficiales desaparecieron al unsono hacia la puerta que conduca al edificio de oficinas del campo. Al instante unos hurones se colocaron a la cabeza de cada formacin y los aviadores iniciaron la acostumbrada y laboriosa labor de recuento. A mitad del mismo, los kriegies percibieron la primera explosin grave y sonora, al tiempo que unos zapadores alemanes colocaban las cargas a lo largo del tnel que se haba desplomado, llenndolo con la tierra arenosa y amarilla que haba segado la vida de dos hombres. Tommy Hart pens que era absurdo, o cuando menos injusto, alistarse como aviador para surcar el aire difano y limpio, por peligroso que fuera, para morir solo y asfixiado, atrapado a ms de dos metros bajo tierra. No obstante, se abstuvo de manifestarlo en voz alta.

El tnel que arrancaba del barracn 109 haba sido ocultado debajo de un lavabo. Tras descender, doblaba hacia la derecha y se prolongaba en direccin a la alambrada. De los cuarenta barracones del recinto, el 109 era el segundo ms cercano al permetro. Para alcanzar la oscura lnea de altos abetos que sealaba el lmite de un frondoso bosque bvaro, era preciso cavar un tnel de ms de cien metros. Haban logrado construir una tercera parte. De los otros tres que haban sido excavados durante el ao anterior, ste era el que haba llegado ms lejos y ofreca ms esperanzas.

Al igual que todos los kriegies, Tommy Hart se haba acercado a medioda al lmite del mismo a fin de contemplar los restos del tnel, tratando de imaginar lo que debieron experimentar los dos hombres atrapados. Los zapadores haban removido la tierra, manchando la hierba con un lodo parduzco y sembrndola de crteres en los lugares donde las explosiones haban hecho derrumbarse el techo. Una partida de guardias haba vertido cemento fresco en la entrada del tnel en el barracn 109.

Tommy suspir. Cerca de l haba otros dos pilotos de aviones B-17, abrigados con gruesas cazadoras forradas de borrego, pese a la suave temperatura, contemplando el escurridizo panorama.

No parece que est tan lejos coment uno.

No, queda cerca murmur su compaero.

Muy cerca apostill el primer piloto, le metes en el bosque, caminas entre los rboles hasta la carretera que conduce a la ciudad y ya ests. Slo tienes que llegar a la estacin y localizar una va frrea que se dirija hacia el sur. Luego saltas a un tren de mercancas que se dirija a Suiza y lo has conseguido. Animo! Queda muy cerca.

No queda cerca les contradijo Tommy Hart. Sube a la torre norte y lo comprobars.

Tras dudar unos instantes, los dos hombres asintieron con la cabeza, como si tambin supieran que sus ojos los traicionaban. La guerra tiene la facultad de reducir o ampliar las distancias, segn la amenaza que suponga desplazarse a travs de un espacio erizado de peligros. Siempre es difcil ver con claridad, pens Tommy, sobre todo cuando uno se juega la vida.

No obstante me gustara tener una oportunidad, por pequea que fuera dijo uno de los hombres. Era algo mayor que Tommy y ms corpulento. No se haba afeitado y llevaba su gorra de campaa encasquetada hasta las cejas. Slo una oportunidad. Si consiguiera alcanzar el otro lado, donde no hay alambrada, juro que no habra nada en este mundo capaz de detenerme.

Salvo un par de millones de alemanes le interrumpi su amigo. Adems, dnde ibas a ir, si no hablas una palabra de alemn?

A Suiza. Es un pas precioso. Lleno de vacas, montaas y casitas pintorescas.

Chals dijo el otro, se llaman chals.

Eso. Me imagino pasando un par de semanas all, atiborrndome de chocolate. Unas gruesas y suculentas tabletas de chocolate con leche ofrecidas por una bonita campesina peinada con trenzas y cuyos paps se hallaran oportunamente ausentes. Despus, regresara directamente a Estados Unidos, donde est mi novia, y quiz me dispensaran una bienvenida digna de hroe.

El otro piloto le dio una palmada en el brazo. La cazadora de piel sofoc el sonido.

Eres un soador dijo. Luego se volvi hacia Tommy y le pregunt: Llevas tiempo preso?

Desde noviembre del cuarenta y dos respondi Tommy.

Ambos hombres dejaron escapar un silbido.

Caray! Eres todo un veterano. Has logrado salir alguna vez?

Ni una contest Tommy. Ni siquiera un segundo.

Chico prosigui el piloto del B-17, pues yo slo llevo cinco semanas aqu y estoy tan desesperado que no s qu hacer. Es como si te picara en medio de la espalda, en un punto que no alcanzas.

Ms vale que te acostumbres repuso Tommy. Algunos tos tratan de emborracharse para no pensar. Y al poco tiempo la palman.

Jams me acostumbrar declar el piloto.

Tommy asinti con la cabeza. Jams te acostumbras, pens. Cerr los ojos y se mordi el labio, inspirando aire para calmarse.

A veces dijo Tommy con voz queda, tienes que buscar la libertad aqu... Y se toc la frente.

Uno de los pilotos asinti, pero el otro aviador se volvi hacia los barracones.

Eh! dijo. Mirad quin viene!

Tommy se volvi con rapidez y vio a una docena de hombres marchando en formacin a travs de la amplia explanada del campo de ejercicio. Los hombres lucan sus mejores galas del Stalag Luft 13: corbata, camisa y chaqueta planchadas, y pantalones con raya bien marcada. En suma: el uniforme de gala de un campo de prisioneros.

Cada uno llevaba consigo un instrumento musical. El sol de mayo arrancaba intensos reflejos al metal de un trombn. Un hombre portaba un pequeo tambor militar sujeto a la cintura, colgando frente a l, y a medida que los hombres se aproximaron inici un rpido y metlico redoble.

El jefe del escuadrn encabezaba la marcha, a cierta distancia del resto, con la mirada fija al frente, contemplando a travs de la alambrada el bosque que se extenda ms all. Sostena dos instrumentos, un clarinete, en la mano derecha, y una trompeta reluciente en la izquierda. Todos los hombres mantenan la formacin, marchando a paso ligero. De vez en cuando el jefe dictaba una orden en tono cadencioso que se superpona al constante redoble del tambor militar.

A los pocos segundos, la extraa formacin atrajo la atencin de los otros kriegies. Los hombres empezaron a salir de los barracones, tratando de abrirse paso entre el resto de sus compaeros para comprobar qu ocurra. Delante de algunos barracones laterales, los oficiales ocupados en sus pequeos jardines dejaron caer sus herramientas al suelo para seguir al escuadrn que marchaba por la explanada. Se interrumpi un partido de bisbol, que acababa de iniciarse. Los jugadores abandonaron sus guantes, bates y pelotas para unirse a la multitud concentrada detrs del escuadrn.

Su jefe era un hombre de baja estatura, parcialmente calvo, delgado y musculoso como un boxeador de peso gallo. Pareca no haber reparado en los centenares de aviadores que haban aparecido tras l, y continuaba avanzando con la vista al frente. Marcaba el paso del escuadrn el cual desfilaba de tal modo que habra hecho palidecer de envidia a un grupo de instruccin de West Point y se acercaba al lmite del recinto. A la orden emitida enrgicamente por el jefe, Escuadrn... Alto!, los hombres se detuvieron a pocos pasos de la alambrada, dando un taconazo.

Los guardias armados con metralletas de la torre ms prxima los apuntaron. Tenan un aire entre intrigado y concentrado. Sus ojos apenas eran visibles bajo los cascos de acero y miraban por encima del can de la metralleta.

Tommy Hart observ la escena, pero de repente oy a uno de los pilotos del B-17 que permanecan junto a l murmurar con voz grave y compungida:

OHara, el irlands que muri anoche en el tnel, era un chico de Nueva Orleans, como el director de la banda. Se alistaron juntos. Volaban juntos. Tocaban msica juntos. Creo que l era el clarinete...

El director de la banda se volvi hacia los hombres y les orden:

Banda de jazz de los prisioneros del Stalag Luft 13...! Atencin!

Los hombres del escuadrn dieron un taconazo al unsono.

Ocupen sus posiciones!

De inmediato formaron un semicrculo, frente a la valla de alambre de espino y la cicatriz en la tierra que marcaba el ltimo tramo del tnel, donde yacan sepultados los dos hombres que lo cavaban. Todos los msicos se pusieron firmes. stos se llevaron sus instrumentos a los labios, aguardando la seal del director de la banda. El tambor sostuvo sus palillos sobre el parche. Un guitarrista desliz los dedos sobre los trastes, sosteniendo una pa en la mano derecha.

El director de la banda observ a cada uno de sus hombres, para comprobar si estaban preparados. Luego, se volvi, situndose de espaldas a la banda. Dio tres pasos al frente, hasta el mismo lmite del campo, y con un gesto rpido, deposit el clarinete en el suelo, junto a la alambrada. Luego se alz, salud al instrumento, y volvi a ocupar su posicin frente a los msicos de una manera vacilante. Tommy Hart observ que los labios del director temblaban levemente cuando se acerc la trompeta a la boca. Vio que rodaban lgrimas por las mejillas del saxo tenor y de un trombn. Todos los hombres parecan dudar. Se hizo el silencio. El director de la banda asinti con la cabeza, se humedeci los labios para dominar el temblor, alz la mano izquierda y empez a marcar el comps.

Con mucho swing dijo. Chattanooga Choo-choo. Con ritmo, con ritmo! Un, dos, tres, cuatro...

La msica estall como un cohete luminoso. Se elev hacia el firmamento, sobre la alambrada y la torre de vigilancia, alzando el vuelo como un pjaro y desapareciendo, desvanecindose a lo lejos, ms all del bosque y de su promesa de libertad.

Los msicos tocaban con intensidad desenfrenada. Al cabo de unos segundos, sudaban. Movan y agitaban sus instrumentos al son de la msica. Uno tras otro fueron dando un paso hacia delante, colocndose en el centro del semicrculo para ejecutar un solo de ritmo sincopado, con el lastimoso quejido de un saxofn o los sonidos vibrantes y nerviosos de la guitarra. Los hombres tocaban prescindiendo de las indicaciones del director, reaccionando a la fuerza de la msica que creaban, a la intensidad de las viejas melodas, respondiendo como si una mano celestial les diera unos golpecitos en el hombro. Chattanooga Choo-choo flua como un ro para desembocar en That Old Black Magic y luego en Boggie Woogie Bugle Boy of Company B, momento en que el director de la banda avanz al frente, para ejecutar su solo de trompeta. La msica prosigui, libre, desenfrenada, ininterrumpida, en escalas descendentes, mecindose, inexorable en su fuerza, cada meloda fundindose suave y amablemente con la siguiente.

La inmensa multitud de kriegies permaneca inmvil, silenciosa, atenta.

La banda sigui tocando sin descanso durante casi treinta minutos, hasta que sus miembros quedaron sin resuello, como corredores de fondo tras una maratn. El lder retir la mano izquierda del pabelln de la trompeta al tiempo que todos atacaban los ltimos compases de Take the A Train, la alz sobre su cabeza y luego la baj con brusquedad. La banda dej de tocar.

Nadie aplaudi. De la gigantesca multitud de hombres no brot el menor sonido.

El lder de la banda mir a sus msicos e hizo un gesto de aprobacin con la cabeza. En su rostro, sudoroso y baado en lgrimas, se dibuj una sonrisa triste. Tommy Hart no vio ni oy la orden, pero los miembros de la banda adoptaron de improviso la posicin de descanso, apoyando los instrumentos contra sus pechos como si de armas se tratase. El lder se acerc al trombonista y le entreg su trompeta, tras lo cual dio media vuelta, avanz hasta la alambrada y recogi el clarinete. De cara al bosque y el inmenso mundo que se extenda ms all de la alambrada, se llev el instrumento a los labios y toc una larga, lenta y vibrante meloda. Tommy no saba si el hombre improvisaba, pero escuch con atencin mientras las claras y afinadas notas del clarinete bailaban a travs del aire. Pens que la msica era semejante a los pjaros que sola ver en las ondulantes praderas de Vermont, en otoo, poco antes de que se produjeran las grandes migraciones hacia el sur. Cuando algo les asustaba, aquellas aves batan las alas al unsono; durante unos instantes revoloteaban tratando de agruparse y luego emprendan el vuelo y parecan dirigirse hacia el sol.

La ltima nota son singularmente alta, singularmente solitaria.

El msico se detuvo, apartando despacio el instrumento de sus labios. Durante unos momentos lo sostuvo contra su pecho. Luego se volvi bruscamente y orden:

Banda de jazz de los prisioneros del Stalag Luft 13!... Atencin!

Los msicos se cuadraron a la perfeccin.

En columnas de a dos... media vuelta! Tambor... adelante, marche!

La banda comenz a alejarse de la alambrada. Pero si antes haban marchado a paso ligero, ahora se movan con deliberada lentitud. Una cadencia fnebre, cada pie derecho vacilando ligeramente antes de apoyarse en el suelo. El sonido del tambor era pausado y doliente.

La multitud de kriegies se abri, dejando que la banda pasara a travs de ellos a paso lento. Luego los prisioneros cerraron filas tras los msicos y reanudaron alguna actividad que les ayudara a superar otro minuto, otra hora, otro da de cautiverio.

Tommy Hart alz la vista. Los dos guardias alemanes de la torre seguan apuntando a los hombres con sus ametralladoras. Sonrean. No lo saben pens Tommy, pero durante unos minutos, delante de sus narices y de sus armas, todos hemos vuelto a sentirnos libres.

Como dispona de un rato antes del recuento de la tarde, Tommy regres al dormitorio donde se hallaba su litera para coger un libro. Cada barracn del Stalag Luft 13 estaba construido con tableros de fibra de madera, un material que se helaba en invierno debido a las corrientes de aire y que en verano produca un calor insoportable. Cuando llova y los hombres permanecan en el interior de los barracones, las habitaciones adquiran un hedor acre, a moho, a sudor, a cuerpos hacinados. Haba catorce dormitorios en cada barracn, cada uno de los cuales contaba con literas para ocho hombres. Los kriegies haban comprobado que al mover unos centmetros uno de los tabiques podan crear espacios vacos entre stos, que utilizaban para ocultar objetos para la fuga, desde uniformes reformados para que parecieran trajes normales, hasta picos y hachas para cavar tneles.

Cada barracn contena un pequeo bao con una pila, pero las duchas estaban en un edificio situado entre los campos norte y sur, y para utilizarlas los hombres deban ir escoltados. No las visitaban con frecuencia. En cada barracn haba tambin un retrete con una cadena, pero ste funcionaba slo de noche, despus de apagarse las luces. Durante el da, los kriegies utilizaban las letrinas exteriores. Se llamaban Aborts, y comprendan media docena de cubculos. Ofrecan cierta privacidad, pues los retretes estaban separados por tabiques de madera. Los alemanes les suministraban abundante cal viva, y las cuadrillas encargadas de limpiar los Aborts fregaban la zona con un potente jabn desinfectante. Cada dos barracones compartan un Abort.Cada barracn dispona de una cocina rudimentaria con un fogn de madera. Disponan de raciones mnimas de algunos productos, sobre todo patatas, salchichas que saban a rayos, nabos y kriegsbrot, el pan duro y moreno del que al parecer se alimentaba toda la nacin. Como cocineros, los kriegies utilizaban la imaginacin para obtener diversos sabores de la mezcla de los mismos productos. Los paquetes de comida enviados por los familiares o remitidos por la Cruz Roja eran la base de la dieta. Los hombres estaban siempre al borde del hambre.

El Stalag Luft 13 era un mundo dentro del mundo.

Haba clases diarias de arte y filosofa, actuaciones musicales casi todas las noches en el barracn 112, al que apodaban el Luftclub, y un teatro que contaba con su propia compaa. Entonces estaban representando El hombre que vino a cenar, obra que haba recibido crticas muy elogiosas en el peridico del campo. Haba emocionantes competiciones deportivas, entre ellas una presunta rivalidad entre el equipo de primera categora del recinto sur y un escuadrn britnico del campo norte que jugaban a softball. Los britnicos no acababan de comprender muchas de las sutilezas de este deporte, pero dos de los pilotos de su campo haban jugado de lanzador en el equipo nacional de crquet antes de la guerra y haban entendido rpidamente qu era un strike. Haba una biblioteca de prstamo, que dispona de una eclctica combinacin de novelas de misterio y obras clsicas.

Pero Tommy Hart posea su propia coleccin de libros.

Cursaba su tercer ao en la facultad de derecho de Harvard cuando se produjo el ataque a Pearl Harbor. Algunos de sus compaeros de estudios haban aplazado su alistamiento en el ejrcito hasta finalizar el ao acadmico y la graduacin; Tommy, en cambio, se haba incorporado discretamente a la cola formada junto al puesto de reclutamiento cerca de Faneuil Hall, en el centro de Boston. En los papeles de reclutamiento haba anotado, casi al azar, las fuerzas areas, y al cabo de unas semanas haba atravesado Harvard Yard, cargado con su maleta y bajo una intensa nevada de enero, para tomar el metro hasta South Station y un tren a Dothan, Alabama, para formarse como aviador.

Poco despus de ser capturado, Tommy haba rellenado un formulario de la Cruz Roja para notificar a su familia que segua vivo. Haba dejado muchos espacios en blanco, pues no se fiaba de los alemanes que iban a procesar el documento. Pero en la parte inferior haba un espacio destinado a objetos especiales requeridos. En esta lnea Tommy haba escrito, ms bien en plan de guasa: Principios del derecho consuetudinario de Edmund, tercera edicin, 1938, University of Chicago Press. Para su sorpresa, el libro le estaba esperando a su llegada al Stalag Luft 13, aunque era la organizacin YMCA la que lo haba remitido. Tommy haba sostenido el grueso volumen de precedentes legales contra su pecho durante su primera noche en el campo, como un nio que abraza a su osito de peluche favorito, y por primera vez desde el momento en que haba visto las llamas deslizndose sobre el ala de estribor del Lovely Lydia, se haba atrevido a pensar que quiz sobrevivira.

Tras los Principios de Edmund, Tommy haba ledo, en rpida sucesin, Elementos de procedimiento penal de Burke y varios textos sobre agravios, testamentos y acciones legales. Haba adquirido obras sobre historia de las leyes y un ejemplar de segunda mano pero valioso sobre la vida y opiniones de Oliver Wendell Holmes. Asimismo haba solicitado una biografa y las obras escogidas de Clarence Darrow. Lo que ms le interesaba de ste eran sus clebres recapitulaciones ante los jurados.

As pues, mientras otros dibujaban o memorizaban un guin que luego interpretaban como podan en el escenario, Tommy Hart se dedicaba a estudiar. Haba imaginado cada curso de su ltimo ao, reproducindolos con exactitud. Haba escrito tesis imaginarias, haba presentado sumarios y documentos legales imaginarios, haba debatido las diversas pticas de cada tema y asunto que se le ocurra, creando a su vez los argumentos persuasivos para reforzar la postura elegida en todas las disputas legales imaginarias que hallaba.

Mientras otros planeaban fugarse y soaban con la libertad, Tommy aprenda leyes.

Los viernes por la maana, Tommy sobornaba a un guardia con un par de cigarrillos para que lo llevara al recinto de los aviadores britnicos, donde se reuna con el teniente coronel Phillip Pryce y el teniente Hugh Renaday. Pryce era un hombre de edad avanzada, uno de los ms viejos de los dos recintos. Era delgado, tena el pelo canoso, la piel cetrina y una voz aflautada. Siempre pareca estar peleando, con la nariz enrojecida y sorbindose los mocos, como si sufriera un resfriado o un virus que amenazaba con degenerar en una neumona, al margen del clima.

Antes de la guerra, Pryce haba sido un reputado abogado, miembro de un antiguo y venerable bufete londinense. Su compaero de cuarto en el Stalag Luft 13, Hugh Renaday, tena la mitad de aos que l, slo uno o dos ms que Tommy, y luca un poblado bigote. Ambos hombres haban sido capturados juntos cuando su bombardero Blenheim fue derribado en Holanda. Pryce sola declarar, en tono aristocrtico y agudo, que era un gran error que l estuviera en el Stalag Luft 13, pues ste era un lugar para hombres jvenes. El motivo era que se haba cansado de enviar a hombres a cumplir misiones peligrosas que les costaban la vida, de modo que una noche, contraviniendo rdenes expresas de su superior, haba ocupado el lugar del artillero en la torreta del Blenheim.

Fue una mala eleccin deca entre dientes.

Renaday, un hombre de complexin recia como un roble, aunque la dieta del campo haba eliminado varios kilos de su cuerpo de jugador de rugby, contestaba:

Ya, pero quin quiere morirse en la cama en su casa?

A lo que Pryce replicaba:

Mi querido chico, todo el mundo. Los jvenes necesitis la perspectiva que proporciona la edad.

Renaday era un rudo canadiense. Antes de la guerra haba trabajado como investigador criminal para la polica provincial de Manitoba. Una semana despus de alistarse en las fuerzas areas de Canad, le haban comunicado que su solicitud de ingreso en la Polica Montada haba sido aceptada. Enfrentado al dilema de seguir la carrera que siempre haba soado o permanecer en las fuerzas areas, Renaday haba decidido a regaadientes posponer su cita con la Polica Montada. Siempre conclua su conversacin con Pryce afirmando:

Hablas como un viejo.

Los viernes, los tres hombres se reunan para hablar de leyes. Renaday mantena una actitud propia de un polica, directa, sin ambages, atenindose a los datos, buscando sin excepcin la posicin ms estricta. Pryce, por el contrario, era un maestro de la sutileza. Le gustaba perorar sobre la aristocracia del conflicto, la nobleza de las distinciones entre los hechos y la ley. Por lo general, Tommy Hart serva de puente entre ambos, discurriendo entre los arrebatos intelectuales del anciano y el insistente pragmatismo del joven. Era parte de su formacin, sostena.

Tommy confiaba en que el derrumbe del tnel no le impidiera asistir a su cita semanal con los otros dos prisioneros. A veces, despus de hallar una radio oculta u otro artculo de contrabando, los alemanes cerraban los campos como castigo, lo cual obligaba a los hombres a permanecer das enteros encerrados en los barracones. El trnsito entre los dos recintos quedaba limitado. En una ocasin haban suspendido un partido de ftbol entre los equipos del norte y el sur, lo cual provoc la furia de los britnicos y el alivio de los estadounidenses, quienes saban que iban a salir goleados y preferan disputar con sus homlogos britnicos un partido de baloncesto o bisbol.

Esa semana los tres hombres tenan previsto comentar el secuestro del hijo de los Lindbergh. Tommy asumira la defensa del carpintero, Renaday tendra a su cargo la acusacin y Pryce sera el juez. Tommy no se senta preparado para la labor, pues estaba limitado no slo por los hechos, sino tambin por su posicin. Se haba sentido ms cmodo con el caso que haban comentado el mes anterior, concretamente el del asesinato Wright-Mills. Y se haba sentido infinitamente ms seguro en pleno invierno, cuando haban analizado los aspectos legales de los asesinatos Victorianos de Jack el Destripador. Por fortuna, sus amigos britnicos haban estado siempre a la defensiva.

Tommy tom su ejemplar del Procedimiento penal de Burke y sali del barracn 101. Al comienzo de su estancia en el Stalag Luft 13 haba diseado y construido una silla con los restos de las cajas de madera en las que la Cruz Roja enviaba paquetes al campo. Era de estilo rstico y, para ser un mueble de un campo de prisioneros, era muy admirada e imitada. La silla presentaba varios detalles importantes: slo se precisaba media docena de clavos para ensamblar piezas y era relativamente cmoda. Tommy pensaba a veces que era su nica aportacin autntica a la vida del campo.

La traslad a un lugar donde daba el sol del medioda y abri el libro. Pero en cuanto empez a leer el primer prrafo apareci una figura, y en el preciso momento en que alz la vista oy una voz con un inconfundible acento de Misisip.

Hola, Hart, cmo ests en esta hermosa maana?

Yo no la llamara hermosa maana, Vic. Es un da ms. Eso es todo.

Bueno, ser un da ms para ti, pero el ltimo para un par de excelentes muchachos.

Eso es cierto.

Tommy se cubri los ojos con la mano para ver con claridad a su interlocutor.

Algunos hombres sienten la necesidad, es un deseo acuciante. Estn tan desesperados, que intentan lo que sea con tal de salir de aqu. Por eso yo dispongo de otra litera en mi dormitorio y alguien tiene que escribir esa carta dolorosa a una pobre gente que vive en Estados Unidos. Unos miran esa alambrada de espino y calculan que la mejor forma de atravesarla es esperar. Tener paciencia. Otros ven otras cosas.

Qu es lo que ves t, Vic? pregunt Tommy.

El sureo sonri.

Lo mismo que veo siempre, est donde est.

El qu?

Pues una oportunidad, leguleyo.

Y qu oportunidad te ha trado hasta aqu? pregunt Tommy tras dudar unos instantes.

Vincent Bedford se arrodill para mirarlo a los ojos. Llevaba dos cartones de cigarrillos americanos recin llegados y los ofreci a Tommy.

Hombre, Hart, ya sabes lo que pretendo. Quiero hacer un trato. Como siempre. T tienes algo que yo quiero, yo tengo montones de lo que t necesitas. Slo se trata de llegar a un acuerdo. Una oportunidad mutua, dira yo. Un acuerdo que promete satisfacer a ambas partes.

Tommy mene la cabeza.

Ya te lo he dicho, no hay trato.

Bedford sonri con asombro fingido.

Todas las personas y todas las cosas tienen un precio, Hart, y t lo sabes. A fin de cuentas, es lo que dicen esos libros tuyos de leyes en cada pgina, no es cierto? En cualquier caso, qu necesidad tienes de saber qu hora es? Aqu no hay hora. Te despiertas a la misma todos los das. Por la noche te acuestas a la misma. Comer, dormir, pasar revista. As que, para qu necesitas ese dichoso reloj, Hart?

Tommy mir el Longines que llevaba en la mueca izquierda. Durante unos instantes el acero reflej un destello de sol. Era un magnfico reloj, con segundero y un rub en la maquinaria. Sealaba la hora con precisin y se mostraba ajeno a los impactos y las sacudidas de la guerra. Pero, ms importante an, en el dorso estaban grabadas las palabras Te esperar y una L. Tommy slo tena que percibir el tenue tictac para acordarse de la joven que se lo haba regalado en su ltimo da de permiso. Por supuesto, Bedford no saba nada de esto.

No es por la hora que seala respondi Tommy, sino por la que promete.

Bedford emiti una sonora carcajada.

Qu quieres decir?

El sureo volvi a sonrer.

Supn que consigo que veas a esos britnicos amigos tuyos siempre que te apetezca. Puedo hacerlo. Supn que recibes un paquete adicional todas las semanas. Tambin puedo conseguir eso. Qu necesitas, Hart? Comida? Ropa de abrigo? Quizs unos libros? O una radio? Puedo conseguirte una estupenda. As podrs escuchar la verdad y no tendrs que fiarte de los chismes y rumores que circulan por aqu. Slo tienes que fijar el precio.

No est en venta.

Maldita sea! Bedford se levant irritado. No tienes idea de lo que puedo conseguir con un reloj como se.

Lo siento replic Tommy con sequedad.

Bedford lo mir unos segundos con cara de pocos amigos, pero en seguida sustituy la expresin de enojo con otra sonrisa.

Ya cambiars de opinin, leguleyo. Y acabars aceptando menos de lo que te ofrezco hoy. Deberas aprovechar el momento. No conviene hacer tratos cuando necesitas algo. En estos casos siempre sales perdiendo.

No hay trato: ni hoy, ni maana. Hasta luego, Vic.

Bedford se encogi exageradamente de hombros. Pareca disponerse a decir algo, cuando ambos hombres oyeron el agudo silbato del Appell del medioda. Unos hurones aparecieron junto a cada bloque de barracones gritando Raus! Raus! y los hombres empezaron a salir de los edificios, dirigindose con lentitud hacia el recinto de revista de tropas.

Tommy Hart entr de nuevo en el barracn 101 y devolvi el texto a su lugar correspondiente en el estante. Luego se incorpor a la riada de hombres que acudan arrastrando los pies, bajo el sol del medioda, a la convocatoria.

Como de costumbre, se agruparon en filas de cinco.

Los hurones empezaron a contar, caminando arriba y abajo frente a las filas, cerciorndose de que no faltase nadie. Era un trabajo tedioso, al que los alemanes parecan consagrarse con devocin. Tommy no entenda cmo no se aburran de ese ejercicio diario de simples matemticas. Claro que el da en que haban muerto los dos hombres en el tnel, el hurn que no se haba percatado de su ausencia sin duda haba sido enviado en un tren de tropas al frente oriental. De modo que los guardias actuaban con extremada cautela y precisin, ms de lo que su naturaleza cautelosa y precisa exiga.

Cuando hubieron terminado el recuento, los hurones volvieron a ocupar su lugar al frente de las formaciones, informando al Unteroffizier de turno. Este, a su vez, informaba al comandante. Von Reiter no asista a todos los Appell. Pero los hombres no podan romper filas hasta que l diera la orden. Esta espera irritaba sobremanera a los kriegies, que observaron cmo el Unteroffizier se alejaba hacia la puerta principal, camino del despacho de Von Reiter.

Esa tarde la espera se hizo ms prolongada de lo habitual.

Tommy ech un disimulado vistazo a la formacin. Observ que Vincent Bedford se hallaba en posicin de firmes a dos espacios de distancia. Cuando dirigi de nuevo la vista al frente comprob que el Unteroffizier haba regresado y hablaba con el coronel MacNamara. Tommy advirti una repentina expresin de inquietud en el rostro del coronel, tras lo cual MacNamara se volvi y se dirigi, acompaado por el alemn, al despacho del comandante.

Transcurrieron diez minutos antes de que MacNamara reapareciera. Se encamin con paso rpido hacia la cabeza de las formaciones de aviadores. Pero vacil unos instantes antes de decir con voz sonora, como solan emplear en las revistas de tropas:

Ha llegado un nuevo prisionero!

MacNamara se detuvo otra vez, como si quisiera aadir algo.

Pero la atencin de los kriegies, en aquel instante de vacilacin, se centr en el aviador estadounidense que, flanqueado por unos matones armados con fusiles, sala del despacho del comandante. Era un palmo ms alto que los guardias que lo escoltaban, esbelto, vestido con la cazadora forrada de borrego y el gorro de piloto de bombardero. Avanz con paso rpido, levantando con sus botas de cuero de aviador pequeos remolinos de polvo en el suelo, hasta cuadrarse delante del coronel MacNamara y ejecutar un saludo militar tan enrgico que pareca automtico.

Los kriegies guardaron silencio mientras contemplaban la escena.

El nico sonido que Tommy Hart oy en aquellos segundos, fue la inconfundible voz del de Misisip, cuyas palabras denotaban un innegable estupor:

Vaya, es un maldito negro! exclam Vincent Bedford en voz alta.

2

La pelota junto a la alambrada

La llegada del teniente Lincoln Scott al Stalag Luft 13 estimul a los kriegies. Durante casi una semana, el teniente sustituy a la libertad y la guerra como tema principal de conversacin.

Pocos hombres saban que las fuerzas areas estadounidenses estuvieran adiestrando pilotos negros en Tuskegee, estado de Alabama, y menos que stos estaban combatiendo en Europa a finales de 1943. Algunos de los recin llegados al campo, en su mayora pilotos y tripulantes de B-17, hablaban sobre escuadrillas de resplandecientes cazas metlicos P-51 que atravesaban sus formaciones en pos de desesperados Messerschmidts, y que los cazabombarderos del escuadrn 332 lucan vistosos galones rojos y negros pintados en sus timones de cola. Los hombres de esos bombarderos haban aceptado a los hombres del 332 despus de su experiencia en combate, porque, como sealaban en un debate tras otro, lo cierto era que no les importaba quines fueran, ni el color de su piel, siempre y cuando los cazas lograran ahuyentar a los 109 que atacaban. Desde luego, ser hecho picadillo por los dos caones de 20 mm montados en las alas de los Messerschmidts y morir envuelto en llamas en un B-17 era una perspectiva aterradora. Pero no haba muchos de esos tripulantes en el campo, y entre los kriegies segua existiendo una profunda divisin de opiniones acerca de si los negros posean la inteligencia, las dotes fsicas y el valor necesarios para pilotar aviones de combate.

El propio Scott no pareca percatarse de que su presencia provocaba speras discusiones. La tarde en que lleg al campo le asignaron la litera del barracn 101 del clarinetista que haba perdido la vida en el tnel. Salud a sus compaeros de cuarto como un mero trmite y tras guardar sus escasas pertenencias debajo de la cama, se acost en su litera y nadie le oy despegar los labios durante el resto de la noche.

Scott no se dedicaba a explicar batallitas.

Tampoco ofreca ninguna informacin acerca de su persona. Nadie saba cmo haba resultado abatido, de dnde provena, sus orgenes ni su vida. Durante los primeros das en el campo de prisioneros, algunos kriegies trataron de conversar con l, pero Scott rechazaba con firmeza, aunque educadamente, toda tentativa. Durante las comidas, se preparaba unos sencillos bocadillos con los paquetes que le haban entregado de la Cruz Roja. No comparta su comida con nadie, ni tampoco peda nada a nadie. No participaba en las conversaciones en el campo, ni se apunt a clases, cursos u otras actividades. Al segundo da de su llegada al Stalag Luft 13 obtuvo de la biblioteca del campo un ejemplar manoseado y roto de Historia de la decadencia y ruina del Imperio romano de Gibbon, y acept una Biblia del YMCA; ambos libros los lea sentado al sol, de espaldas al barracn, o en su camastro, inclinado hacia una de las ventanas, buscando la dbil luz que se filtraba en la habitacin a travs de los mugrientos cristales y los postigos de madera.

A los otros kriegies les pareca un individuo misterioso. Su frialdad los dejaba perplejos. Algunos la interpretaban como arrogancia, lo cual se traduca en numerosas y descaradas pullas. A otros les inquietaba. Todos los hombres, incluso aquellos como Tommy Hart, que podan considerarse lobos solitarios, necesitaban a los dems y se apoyaban en ellos, siquiera para convencerse de que no estaban solos en un mundo de cautividad como el Stalag Luft 13. El campo creaba estados anmicos muy extraos: no eran delincuentes, pero estaban presos. Sin el apoyo de sus compaeros y constantes recordatorios de que pertenecan a un mundo distinto, se habran ido a pique.

Pero Lincoln Scott daba la impresin de ser inmune a todo esto.

Al trmino de su primera semana en el Stalag Luft 13, cuando no se hallaba enfrascado con la Historia de Gibbon o la Biblia, se pasaba el da caminando por el permetro del recinto. Una vuelta tras otra, durante horas. Caminaba con paso rpido por el polvoriento camino, muy cerca del lmite del campo, con los ojos fijos en el suelo salvo cuando haca una pausa de vez en cuando para volverse y contemplar la lejana lnea de abetos.

Tommy lo haba observado, pensando que le recordaba a un perro sujeto con una cadena, siempre movindose por el lmite de su territorio.

Tommy haba sido uno de los que haban tratado de entablar conversacin con el teniente Scott, pero sin ms xito que los dems. Una tarde, poco antes de la orden de comenzar el recuento nocturno, se haba acercado a l cuando realizaba uno de sus habituales recorridos alrededor del campo.

Hola, cmo est? le haba saludado. Me llamo Tommy Hart.

Hola haba respondido Scott. No le haba tendido la mano, ni se haba identificado.

Se ha adaptado ya a estar aqu?

He visto sitios peores murmur Scott encogindose de hombros.

Cuando llega gente nueva, es como si nos trajeran el peridico a casa, aunque con un par de das de retraso. Nos enteramos de las ltimas noticias, aunque un tanto caducadas, pero es mejor que los rumores y la palabrera oficial que omos por las radios ilegales. Qu ocurre en realidad? Cmo va la guerra? Se sabe si va a producirse una invasin?

Estamos ganando haba respondido Scott. Y no. Muchos hombres esperan sentados en Inglaterra. Como ustedes.

Bueno, no exactamente como nosotros repuso Tommy, sonriendo y sealando a los guardias de la torre.

Es cierto dijo Scott. El teniente segua caminando sin alzar la vista.

Usted sabe algo? pregunt Hart.

No, no s nada respondi Scott.

Bien insisti Tommy, qu le parece si caminamos juntos y me cuenta todo lo que no sabe?

La propuesta despert una ligera sonrisa en los labios del negro, cuyas comisuras se curvaron hacia arriba, tras lo cual exhal aire como para disimular la risa. Despus, casi con la misma rapidez con que se haba producido, la sonrisa se disip.

En realidad prefiero caminar solo haba replicado Scott bruscamente. Gracias, de todos modos.

El teniente reanud su paseo y Tommy se qued mirndolo.

El da siguiente era viernes, y Tommy regres a su dormitorio despus del Appell matutino. Sac varios paquetes de Lucky Strike de un cartn que haba recibido en el ltimo paquete de la Cruz Roja y que guardaba en una cajita de madera, debajo de la cama. Tambin sac un pequeo recipiente metlico de t Earl Grey y una generosa tableta de chocolate que apenas haba probado. Del bolsillo de la chaqueta extrajo un botecito de leche condensada. Luego tom varias hojas de papel de embalaje, que utilizaba para escribir notas con letra pequea y apretada, y las guard entre las pginas de un manoseado texto de pruebas forenses.

A continuacin sali del barracn 101 en busca de uno de los tres Fritzs. La maana era templada y el sol confera cierto resplandor a la tierra gris amarillenta del recinto.

En lugar de toparse con los guardias, vio a Vincent Bedford paseando de un lado a otro con expresin resuelta. El sureo se detuvo, adoptando de inmediato un aire expectante, y despus se dirigi a Tommy.

Te ofrecer un trato ms ventajoso, Hart dijo. Eres duro de pelar. Qu cuesta ese reloj?

No tienes lo que cuesta. Su valor es sentimental.

Sentimental? replic el de Misisip dando un respingo, De una chica que qued en su casa? Qu te hace pensar que regresars sano y salvo? Y qu te hace pensar que la encontrars esperndote?

No lo s. Esperanza, quiz. Confianza repuso Tommy con una risita.

Esas cosas no cuentan mucho en este mundo, yanqui. Lo que cuenta es lo que tienes ahora mismo. En tu mano. Es lo nico que puedes utilizar. Quiz no haya un maana, ni para ti, ni para m ni para ninguno de nosotros.

Eres un cnico, Vic.

El sureo sonri.

Es posible. Nadie me haba llamado nunca as. Pero no lo niego.

Los dos hombres echaron a andar con lentitud entre los dos barracones y llegaron al lmite del campo de ejercicios. Acababa de comenzar un partido de softball, pero ms all del campo ambos vieron a la figura solitaria de Lincoln Scott, marchando por el borde del permetro.

Hijo de puta murmur Bedford entre dientes. Tengo que solucionar esta situacin hoy mismo.

Qu situacin? pregunt Tommy.

La situacin de ese negro respondi Bedford, volvindose y mirando a Hart como si ste fuera increblemente estpido por no ver lo evidente. Ese chico ocupa una litera en mi dormitorio y eso no me parece bien.

Qu tiene de malo?

Bedford no respondi directamente a la pregunta.

Supongo que debo decrselo al viejo MacNamara, para que lo traslade a otro. A ese chico deben alojarlo en un lugar donde est solo, para mantenerlo aislado del resto.

Tommy mene la cabeza.

Parece que se las arregla bastante bien sin vuestra ayuda coment.

Trader Vic se encogi de hombros.

No est bien. En cualquier caso, qu sabe de negros un yanqui como t? Nada. Absolutamente nada dijo Bedford alargando los sonidos de las vocales, destacando con exageracin cada palabra. Apuesto a que no habas visto nunca a un negro, y menos an convivido, como tenemos que hacer nosotros en el sur...

Tommy no quiso responder pero Bedford no estaba tan equivocado.

Lo que hemos averiguado de ellos no nos gusta prosigui Trader Vic. Mienten. No hacen sino mentir y engaar. Todos son ladrones, sin excepcin. Algunos son violadores y criminales. Es posible que lleguen a ser buenos soldados. No ven las cosas exactamente como las vemos los blancos, y sospecho que puedes ensearles a matar y lo harn a la perfeccin, como quien parte lea o repara una mquina, aunque no los imagino pilotando un Mustang. No son como nosotros, Hart. Pero si eso se ve slo con observar a ese chico! Creo que convendra que el viejo MacNamara se diera cuenta de esto antes de que haya problemas, porque yo conozco a los negros y no traen sino problemas. Creme.

Qu tipo de problemas, Vic? Aqu todos estamos en el mismo barco.

Vincent Bedford solt una breve carcajada al tiempo que meneaba la cabeza con energa.

Eso est por ver, Hart.

Bedford indic la alambrada.

Puede que la alambrada sea la misma. Pero aqu todo el mundo la ve de forma distinta. Lo ms seguro es que ese chico que est ah, que no para de caminar, tambin la vea a su modo. se es el misterio de la vida, Hart, que no espero que un yanqui superculto y estirado como t sea capaz de descifrar. No hay ni una sola cosa en este mundo que dos hombres vean de la misma forma. Ni una sola. Salvo, quiz, la muerte.

Tommy pens que de todas las cosas que haba odo decir a Bedford, sta haba sido la ms sensata.

Antes de que pudiera responder, Bedford le dio una palmad