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Historia de Icaño Julio Carreras (h) Quipu Editorial Comisión Municipal de Icaño Santiago del Estero Argentina

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Historia de Icaño Julio Carreras (h)

Quipu Editorial Comisión Municipal de Icaño Santiago del Estero Argentina

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Historia de Icaño

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Nota: para esta edición en formato pdf, se han excluido numerosas fotografías en blanco y negro color que componen la edición impresa.

Comisión Municipal de Icaño Departamento Avellaneda Santiago del Estero Tels.: 03844-15671683 - 03844-482061 E-mail: [email protected] Página web: www.icanio.com.ar Luis E. Herrera Comisionado Municipal Juan Marcelo Navarro Secretario Tesorero Marcelo Farías Coordinador Cultural © - 2007 Julio Carreras (h) © - 2007 Comisión Municipal de Icaño Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 El dibujo de portada fue realizado por Marie Buchfink.

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Julio Carreras (h)

Historia de Icaño 2007

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1. La cautiva En el invierno de 1729 la joven Candelaria Torres

fue capturada por los aborígenes. Se dirigía hacia Fortín Mancapa, en caravana con su familia y guardias, cuando fueron emboscados y diezmados, unos once kilómetros antes de llegar. Solamente se llevaron a la muchacha y a los caballos. El resto de los viajeros, incluyendo su madre y soldados, maltrechos, quedaron a un costado del camino esperando auxilio.

Candelaria tenía18 años, era una bella joven de cabellos castaño claro y ojos verdes, muy agraciada por lo demás. Ya en presencia del cacique, Tuczco Lonkorij, fue desnudada. Dos guerreros le quitaron a tirones sus múltiples vestiduras convirtiéndolas en pingajos. El cuerpo ondulante y túrgido de la bella mujer hispana, jamás rozado por el sol o la tierra, quedó como una amapola frente a los ojos de Tuczco Lonkorij, quien ordenó a sus guardianes retirarse.

Candelaria era hija única del Sargento Mayor Federico Torres, quien revistaba como subcomandante en el fortín, que separaba la zona “civilizada” (hacia el Norte y Oeste) de la “salvaje” (Sur y Este, ocupada por Lules, Tonocotés y unos pocos Comechingones). Temblaba de frío y miedo

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ante el majestuoso cacique, un hombre como de 40 años, broncíneo, calzando chaleco de corderito sobre la camisa amarilla, rastra constelada de oro a la cintura, bombacha marrón y botas de cuero brilloso, que lo hacían parecer más gaucho que indígena.

─Luam suya amaipa cuyaj─, dijo el cacique, con voz que sonó extrañamente profunda y calma.

─¡No entiendo su idioma! ¡perdón! ─gimió la muchacha ─¡por favor, no me mate!...

─Seguramente tampoco entiende el quichua ─reflexionó, en sorprendente español, Tuczco Lonkorij ─las hijas de los conquistadores no necesitan aprender idiomas de esclavos….

La joven blanca, muy asustada, rompió en agudos sollozos, como los de alguien a quien están lastimando, pese a no haber sido tocada aún.

─¡No me mate por favor!¡No me pegue, por favor!... ─siguió implorando, ahogándose con su propia catarata de lágrimas.

─Eres muy hermosa –constató con voz calma Tuczco Lonkorij─. Si hubiera sido un español, ya te estaría violando… ¿Sabías que bajo la ley Tonocoté todas las cautivas en guerra pueden ser usadas como esposas o esclavas, por el cacique u otro que él designe?...

─¡Oh, señor… yo le serviré como su esclava… o lo que usted disponga… pero por favor no me

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torture, ni me mate… ─contestó Candelaria, doliente.

─Ni te torturaré, ni te mataré, ni te esclavizaré, ni mucho menos te tomaré como esposa…─ aseguró con voz firme Tuczco Lonkorij: ─ te devolveré, mañana mismo, a tu gente… ¡toma, cúbrete!─ agregó, alcanzándole un gran poncho de lana tejida con primorosos colores en rombos que se superponían.

Luego de eso, tocó un silbato de hueso que llevaba al cuello, y en el acto aparecieron cuatro mujeres, todas jóvenes y bellas.

─Estas son mi esposa y mis hijas. Se ocuparán de vestirte convenientemente. Vete con ellas y no temas.

Más tarde, la joven hispana, ataviada como una aborigen, con pollera larga y floreada, blusa de lino y chaleco de corderito, cenó con la familia del cacique y los ancianos. Usaban mesas y banquetas, como los europeos, pero antes de sentarse a la mesa efectuaban una breve ceremonia que la muchacha no entendió.

Apenas pudo hablar Candelaria se dirigió al cacique para darle gracias:

─Yo quiero agradecerle, señor, el haberme perdonado la vida. ¿Cómo puedo hacerle alcanzar una paga?, le aseguro que apenas llegue al fortín me

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encargaré de enviarle plata o mercaderías, como usted prefiera…

─Te equivocas, joven blanca. No lo hacemos por ti, sino por nosotros mismos. Los hombres blancos han violado y asesinado a miles de nuestros hermanos, han concebido hijos huérfanos arrebatando a nuestras hermanas y no los han reconocido, llamándolos “guajchos”, que para ellos es como decir animales… Y con eso están quebrantando la Ley Mayor, que no es ley de hombres, sino la Ley que siempre ha sido y será…

Un anciano de cabellos largos y blancos habló cuando Tuczco Lonkorij hizo una pausa.

─La Ley Superior, la de los Venerables Antiguos, la de los que Son y Serán dice “no matarás sino en defensa propia o de tu familia” y “no tomarás por la fuerza lo que por naturaleza pertenece a tu hermano”…

Tuczco Lonkorij esperó unos segundos por sí el anciano tenía algo más para decir, y cuando lo creyó oportuno afirmó:

─Y también dice, la Ley Antigua de los Tonocoté: “no harás a otros lo que no quieres que te hagan a ti mismo…” Nosotros sabemos que todos los seres, los animales, los árboles, las tierras, las estrellas, las nubes y los ríos somos hermanos, y todo ello es sagrado… Nos han sido prestados, por un tiempo, para tomar de ellos lo que de verdad precisemos,

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pero nada más… El huinca, por el contrario, arrebata lo que no usará, aniquila lo que no debe morir, profana lo sagrado a cada instante… El huinca terminará por destruir el mundo, y con él se destruirá también…

Esa reunión inesperada, que duró una hora, dejó a Candelaria una impresión que no se borraría en toda su vida. Su universo mental se abrió vastamente y llegó a dudar de si los salvajes no eran ellos, los españoles, que venían a arrancar con sangre, torturas y fuego el espacio sagrado de aquellos legítimos pobladores, quienes no sólo querían vivir en paz, sino también sustentaban una cultura sensible y refinada, posiblemente milenaria.

Al amanecer del día siguiente fue acompañada por cuatro guerreros hasta unos cinco kilómetros del Fortín Mancapa, donde la dejaron. Cuando perdió de vista la leve nube que se difuminaba en la penumbra de la paloma hacia el sur, último vestigio de su aventura entre los indios, la joven española se sintió abismada. Dejó a su cabalgadura, originaria del fortín, hallar por sí sola, con paso lento, el caminito entre los cebiles que la llevaría hasta donde se atrincheraban sus familiares.

La narración anterior es imaginaria. Pero podría

perfectamente haber sucedido. Documentos históricos formidables, como la famosa carta del

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Jefe sioux Seattle [1], o las mismas investigaciones de los hermanos Wagner, hijos adoptivos de Icaño, prueban que en todo nuestro continente existía una cultura compleja y milenaria, mucho más significativa de lo que la ciencia europea jamás estuvo dispuesta a aceptar. Si entendemos como cultura “las formas de relación de los seres humanos entre sí, con la naturaleza y con lo sobrenatural”, al observar los fracturados pero cada vez más contundentes indicios arqueológicos y antropológicos recogidos en la región, podemos constatar que se trataba, no de una sociedad “salvaje” sino antigua, ordenada, de costumbres pacíficas y muy evolucionada.

En tanto los conquistadores españoles llegados a estas tierras eran, bajo toda evidencia, sujetos crueles e inmorales en su mayor parte. Millares de niños mestizos nacieron de las violaciones de indias por parte de españoles, y debieron ser criados peor que muchos esclavos sin obtener jamás el reconocimiento pleno de sus padres.

La imposición brutal de una religión extraña a los habitantes originales quedó testimoniada en los Archivos Históricos de Santiago del Estero, a través de las actas de numerosas ejecuciones en la hoguera, luego de ser torturados, de mujeres y hombres que, para los ojos del catolicismo en el poder, practicaban “hechicerías”.

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No haremos aquí una “defensa” a ultranza de las comunidades aborígenes. Sabemos que también bajo alguno de sus rigurosos regímenes, se efectuaron sacrificios humanos y –como en todo ordenamiento estatal─ la razón se adecuaba finalmente a la fuerza.

Se trata sólo de reubicar la perspectiva del asunto, para recuperar una visión objetiva de la historia, distorsionada por siglos de “investigación” y divulgación científica construida con el propósito, consciente o inadvertido, de favorecer una concepción eurocéntrica.

Así, pues, en las páginas que siguen se encontrarán una profusa cantidad de datos que se lograron reunir sobre la historia de Icaño, desde sus más remotos orígenes como parte de una cultura milenaria, junto a los del período hispánico, hasta llegar a la actualidad. Todos tratados con el mismo respeto y severidad historiográfica, sin pretender poner uno u otro sobre los demás, sino evaluándolos, objetivamente, por los aspectos que se nos presentaron como los más trascendentes.

[1] La Carta del Jefe Seattle puede leerse en los

Documentos, al fin de este libro.

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2. Resumen histórico Icaño formaba parte de un complejo cultural

andínico, cuyos vestigios arqueológicos fueron localizados principalmente en Sunchituyoj y Llajta Mauca. Su epicentro estaba en la zona centro-sur de lo que es hoy Santiago del Estero, hace unos 1.500 años. La etnia pobladora de esta zona provenía a su vez de culturas más antiguas, cuyos rastros pueden hallarse en la región NOA hasta unos 3.000 años antes de Cristo.

Estas culminarían hacia el año 1.000 dC en la Cultura Diaguita, de la cual era una cultura complementaria la Tonocoté. Probablemente del cacán, lengua de los tonocotés, proviene el nombre “Icaño”, cuyo significado no se ha podido desentrañar fehacientemente aún.

Hay dos acepciones posibles, según nuestros homónimos catamarqueños: “Tuna Roja” o “Pasto Seco”. Los investigadores catamarqueños sostienen que podría ser una voz quichua. Sin embargo, está determinado que la lengua quichua se institucionalizó recién con la conquista española. Ello debido a que los conquistadores utilizaban este idioma, por medio de lenguaraces sometidos, para unificar el trato con todos los aborígenes locales.

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Algunos historiadores santiagueños, también adjudicándole un origen quichua, han afirmado que la voz icaño proviene de “icancho” (pajarito). Por nuestra parte no adherimos a ninguna de estas suposiciones, considerando que el vocablo sea mucho más antiguo y no haya llegado a nosotros su concepto original.

Los hermanos Emilio y Duncan Wagner, creadores de la mayor parte de la colección que llegó a ostentar el Museo Arqueológico de Santiago del Estero, sostienen que en esta comarca existió una civilización muy superior a la encontrada por los españoles. La llaman el Imperio de las Planicies, describiéndola como de un elevado sentido estético y religioso, con un orden teocrático, vertical, que les permitió vivir durante siglos en paz y prosperidad. Según sus investigaciones, se adoraba una divinidad “proteiforme”, de aspecto femenino, mezcla de mujer, pájaro y serpiente.

Hacia el periodo de la conquista española, los pobladores mayoritarios de esta región eran los Tonocotés, de origen brasílido. Pero existían numerosos asentamientos lules, debido a la expansión guerrera de esta etnia aborigen aproximadamente desde el año 900 hasta el 1.500. Toda la región era sumamente fértil, ya que estaba regada por un extenso brazo del Río Salado. Los aborígenes cultivaban el maíz y otros vegetales

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alimenticios; se nutrían también por medio de la caza y la pesca, feraces, que ejercían racionalmente en la por entonces tupida selva y el mencionado río.

Hacia 1546 fue encontrada la comunidad de Icaño por los remanentes de la expedición de Diego de Rojas, un grupo de famélicos guerreros españoles comandado por Nicolás Heredia. Lograron secuestrar a algunos lules, que bajo tortura les señalaron los depósitos de maíz de los tonocotés, de los cuales robaron lo suficiente como para alimentarse y seguir su camino de regreso hacia el Alto Perú.

También al parecer uno de ellos les señaló cierta hierba, que preparada con otros ingredientes actuaba como antídoto del veneno utilizado por los tonocotés para untar sus flechas. De esa manera muchos invasores españoles se libraron de seguir el destino de Diego de Rojas, a la vez que restaron potencial ofensivo a los aborígenes, quienes resistían con valor para defender su tierra.

Los europeos introdujeron, además de su maquinaria bélica, enfermedades desconocidas en estas tierras, como el sarampión y las viruelas, que causaron verdaderos estragos entre la población nativa.

A partir de entonces la invasión hispana fue indetenible. El único recurso que podía demorar a tropas que contaban con arcabuces y caballos

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preparados para la guerra era el veneno en las flechas. Y por causa de una traición ese recurso finalmente fue neutralizado, abriendo así el éxito en las batallas a los ejércitos con mayor equipamiento, tecnología y poder militar.

Debido a esto es que hallamos hacia el año 1549 como “dueño de indios” y regidor de Icaño a Juan Díaz Caballero, feroz conquistador que imponía su dominio expansivo sobre los pobladores originales a sangre y fuego.

Según el historiador santiagueño Alfredo Gargaro, “en 1692 se menciona una propiedad de 15 leguas por 3”, que existía desde el siglo XVI, asignada al español Bernabé Ibáñez del Castillo.

En 1717 ya se encuentra el nombre de Icaño en padrones de la conquista europea, atribuyéndole propiedad sobre tierras e indígenas a la viuda de un capitán español, Josefa de la Cerda.

El ordenamiento colonial, continuado por los gobiernos independientes de Ibarra y los Taboada, colocó a la población de Icaño bajo el área jurisdiccional de El Bracho, dependiente a su vez de Matará.

La tradición antigua informa sobre las “trincheras” que fueron celebraciones aborígenes, efectuadas anualmente. Con el tiempo, se fue dando una hibridación: los aborígenes habían incorporado los caballos ─obtenidos de la población española─ y

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más tarde, los criollos adoptaron las celebraciones. Es muy posible que para los aborígenes tuvieran un sentido religioso, pues se encuentran en muchos de los actos que perduraron –ausentes en otras culturas–, una clara sugestión ritual. Posteriormente, ya en tiempos criollos, se las habría despojado de su sentido originario, asimilándolas al Carnaval. Según algunas versiones, al principio de la etapa criolla concurrían a las Trincheras únicamente los hombres. Con el tiempo –ya avanzado el siglo XX–, se abriría la participación a las mujeres.

Desde 1856 a 1867 el empresario de origen europeo Esteban Rams y Rubert intentó la navegación del Río Salado y la colonización de sus márgenes, con propósitos lucrativos. Luego de varios ensayos, sus enviados lograron llegar desde Santa Fe hasta el poblado de Navicha, desde donde no se pudo avanzar más. El propósito era llegar a Salta y desde allí hasta el Paraguay.

En 1870 el General Saturnino García, por entonces propietario de una gran parte de los terrenos locales, mandó efectuar un trazado urbano en el actual lugar de la estación de Icaño y le dio el nombre de Esteban Rams, en homenaje al negociante, de quien era beneficiario y pariente.

Aún hasta 1885, aproximadamente, se recuerdan enfrentamientos con aborígenes, quienes cada vez más debilitados, no sólo por la derrota militar, sino

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por su vacío existencial y el alcohol, igualmente secuelas de la dominación hispánica, fueron finalmente desapareciendo.

La tradición considera “poblador fundacional del pueblo” en esta etapa a Mariano Palavecino, quien durante la década de 1880 construyera una casa e instalase un molino en el espacio denominado Las Trincheras.

En 1889 se instaló el ferrocarril Buenos Aires y Rosario, y en 1890 lo hicieron el Central Argentino y el Bartolomé Mitre.

En 1889 se establece también la firma Barbel, Nuttall & Cía, poniendo un enorme aserradero para explotar los bosques vírgenes que entonces existían. Con los gigantescos motores que surtían al aserradero, se proveyó parcialmente de energía eléctrica a la pequeña población y también se transportó agua para riego.

Comienza la depredación sistemática del bosque, dejando, en el transcurso de poco más de veinte años, lo que antes era una selva plena de vida animal, convertida en páramos desérticos y casi muertos.

Un artículo de Cristóforo Juárez nos informa de que el joven Ricardo Rojas, a principios del siglo XX, se internaba en los bosques de Icaño buscando inspiración para su obra inmortal: El País de la

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Selva. A simple vista puede apreciarse ahora lo que ha quedado de aquella Selva.

El primer comercio público de pan en Icaño fue instalado por el señor Lorenzo Ponci, de nacionalidad italiana, en 1898. El 18 de agosto de 1890 se designó al primer comisario policial de la localidad, Dn. José Lugones.

El 15 de Julio de 1891, la cámara de Diputados de la provincia de Santiago del Estero dicta una ley, mediante la cual se designa a la urbanización, en forma definitiva, como “Icaño”, recuperando su nombre ancestral.

La primera escuela pública se abrió el 1º de Abril de 1891, con la concurrencia de 20 alumnos, que a fines de ese mes habían llegado a 51. Su fundadora fue la Srta. Trinidad Luna. Funcionó en un modesto edificio de adobe y ramas, cedido por los vecinos, en el lugar actualmente utilizado para las Trincheras. Hoy se denomina “Absalón Rojas” y está en el centro de la población.

El 30 de julio 1896 se creó la Sociedad de Beneficencia, con el propósito de crear un Asilo para pobres. También obtuvo recursos para la construcción del edificio escolar. Su presidenta fue Dña. Esilda S. de Nuttall.

En este periodo se establece también en Icaño don Isaac Bercoff y su familia. Instalan una gran carpintería, que producía muebles de alta calidad

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para toda la Argentina. Fundan también uno de los primeros establecimientos de espectáculo culto en la provincia, el cine-teatro Bercoff, que contaba a principios del siglo XX con más de 350 butacas.

Emilio Wagner, científico francés de trascendencia internacional, se radica para siempre en Icaño, sobre las barrancas del Río Salado, poco después de 1900. Allí descubre millares de piezas cerámicas de alto refinamiento, que lo inducen a establecer su famosa tesis antropológica de la Civilización Chaco Santiagueña. En 1952 el gobierno provincial da su nombre y el de su hermano Duncan, principal colaborador del sabio, al museo arqueológico de Santiago del Estero. También una escuela de la provincia los recuerda; al igual que el municipio, a través de una de sus calles, la Biblioteca Pública y un Barrio.

Ricardo Rojas, gloria argentina de la literatura, pasó temporadas de vacaciones en Icaño, y se conservan sus cartas manuscritas a distinguidos pobladores del lugar. Copias de estas pueden apreciarse en nuestros Documentos.

En 1904, se editó el periódico “El Icañense”, dirigido por Luis Contreras.

El Registro Civil se creó en 1907, su primer encargado fue don Clemente Rodríguez. También había un polígono para la práctica de tiro al blanco, que era administrado por el Ejército Argentino.

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En 1908 se creó el Centro Cultural Absalón Rojas, el que tuvo como principales dirigentes a don Emilio Wagner y don Antenor Mansilla. A través de este centro, se fundó la primera Biblioteca Pública.

Santiago Stone, estadounidense casado con una dama chilena y radicado en Real Sayana hacia 1895, establece aquí otro gran aserradero y explotación forestal en los primeros años del siglo.

El primer club deportivo de Icaño, Atlético, se funda el 24 de septiembre del año 1905.

En 1910, centenario de la Revolución de Mayo, se crea en Icaño la primera Escuela Nacional, Nº 78. Su director es el docente Juan E. Chazarreta.

En 1910, también, la primera farmacia fue instalada por un inmigrante español, Mateo Rodríguez.

En 1913 arriba Dn. Fabián Tomás Gómez y Anchorena, Conde Del Castaño, arquetipo de toda una generación de rastacueros argentinos, famosos por sus derroches faraónicos en la Europa decadente del novecento. Descendiente de un santiagueño, don Fabián quiso pasar la última etapa de su vida con recato y modestia. Para ello eligió la comunidad de Icaño.

En 1920 llegaron inmigrantes europeos con el propósito de colonizar tierras; algunos, de origen judío, se radicaron principalmente en Mancapa y lo que sería después Colonia Dora. En 1924 se instaló

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la primera usina eléctrica, por gestión de don Rosmiro Mouriño.

El 30 de octubre de 1928 se inaugura la Escuela 442, de La Costa, siendo su primera directora la Srta. Matilde C. Dorbambide.

En 1930 se terminó la obra del Canal Polaco y en 1940 se fundó la Sociedad Sirio Libanesa.

En 1948 se fundó escuela 605, conocida como la escuela de los judíos inmigrantes.

El 9 de Julio de 1950 se creó el Club Social y Deportivo “Alumni”.

Otros de los personajes destacados de esta población fueron los hermanos Dib, quienes impulsaron creativamente la cultura local.

En 1966 comenzó a publicarse un periódico mensual, “Tribuna Libre”, editado por la Escuela 800, donde José Dib participaba con excelentes dibujos humorísticos.

En septiembre de ese mismo año, el radiotécnico Francisco Mansilla introduce la televisión en Icaño.

En 1967 se formó la Asociación Amigos de la Estación Icaño y en 1967, la Asociación Agropecuaria del Departamento Avellaneda.

En 1979 fue creada la Cooperativa de Provisión de Agua Potable, por Resolución de INAC e inscripta en el Registro Nacional.

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En 1982, se fundó la Cruz Roja Argentina (filial Icaño Nº68) y un año más tarde se inauguró el servicio telefónico domiciliario.

En 1987 se creó el Colegio Secundario “Presidente Hipólito Irigoyen” por Resolución Ministerial.

Icaño es en la actualidad una mediana urbanización, instalada sobre la Ruta Nacional 34, en el departamento Avellaneda, a ciento ochenta y cinco kilómetros de la capital de Santiago del Estero.

Su población es de unos dos mil quinientos habitantes.

Se gobierna por una Comisión Municipal, a cuyo frente se encuentra el Sr. Luis Eduardo Herrera. Durante su gestión se construyó la Biblioteca Pública Emilio y Duncan Wagner, además de otras obras edilicias, pavimentación y mejoramiento arquitectónico del municipio.

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3. Etnias aborígenes prehistóricas Imaginemos el almuerzo tonocoté. Las familias se

reúnen alrededor de varias anchas mesas redondas. Son varias, pues era una comunidad en el sentido pleno, es decir no existía la propiedad privada. Todo lo que se cazaba, cosechaba, elaboraba, era compartido de acuerdo a las cantidades existentes. Que nunca faltaban. Los tonocoté eran prósperos y autosuficientes. No se conocía el hambre allí.

Los hombres jóvenes vestían un corto pollerín de plumas, sobre las bragas de tela. Sobre los hombros, llevaban mantines de hilo finamente bordados con imágenes simbólicas. Al cuello, collares de piedras pulidas, blancas, azules, doradas. Los ancianos, en cambio, solían calzar nada más que una larga túnica tejida.

Las jóvenes mujeres también llevaban polleras cortas, hasta cerca de las rodillas y en el torso especies de chombas sin cuello, con primorosos dibujos en el pecho. Las ancianas, túnicas talares. Sus collares combinaban piedras con huesos delicadamente pulidos, con dibujos finísimos grabados en la superficie.

Los niños, generalmente, sólo bragas y encima cortos pollerines de plumas.

Se aprestan para comer.

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Sobre las mesas redondas hay pasta de porotos en abundancia, esparcida armónicamente aquí y allá entre las anchas fuentes de madera, que contienen presas de venado. También, en otras cazuelas, pueden verse trozos de carne de ave, perdiz, recientemente cazada en abundancia y almacenada.

Algunas mujeres visten finas túnicas tejidas, con dibujos armónicos. Representan deidades: ojos, serpientes enlazadas, manos, y la lechuza que llora. ¿Por qué llora la lechuza? ¿Presiente el tiempo que va a venir?

Los tonocoté comen mientras comentan las novedades de la mañana y beben exquisitos licores elaborados en base a la algarroba, los niños parlotean junto a sus padres y abuelos; nada amenaza al parecer su tranquila vida sedentaria…

Los aborígenes que habitaron la región Noroeste

de la Argentina estuvieron asentados aquí desde unos dos mil quinientos años antes de Cristo, según la mayoría de los estudios científicos efectuados hasta hoy. Así Alberto Rex González, una de las máximas autoridades argentinas, sitúa la evolución de estas razas en los períodos y etapas que siguen:

Período Temprano: Del 2.500 A.C. al 650 D.C. Período Medio: Del 650 D.C. al 850 D.C. Período Tardío: Del 850 D.C. al 1.480 D.C.

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Período Incaico: Del 1.480 D.C. al 1.550 (irrupción de los conquistadores españoles).

Período Hispano Indígena: 1.550 D.C., posconquista con culturas indígenas aún sin diluirse.

Período Colonial: Culturas indígenas incorporadas al sistema colonial.

Acerca del origen remoto de estas razas no hay

acuerdo definitivo entre los científicos. Por una parte se sostiene como hipótesis la inmigración de etnias asiáticas a través del estrecho de Behring, descendiendo por la región hoy llamada Canadá hasta poblar todo el continente americano. En cambio los hermanos Wagner adherían a la posibilidad de una emigración más remota, proveniente de una región antiquísima ubicada en el Océano Pacífico, cuyas razas, semejantes a las indoeuropeas, habrían emigrado no sólo hacia la actual América sino también hacia el Asia, África y Europa, conformando una unidad cultural básica original en los primeros tiempos de toda la humanidad. Un elemento clave en la doctrina de los Wagner es la unidad de los continentes en un período milenariamente antiguo. Es decir que nuestros territorios, con lo que hoy llamamos Asia y Oceanía, habrían tenido continuidad, y por lo tanto el tránsito por tierra era fluido, de un lado a otro.

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El Dr. José Imbelloni, sustentador de una teoría parcialmente distinta a la de los Wagner, citado por el prestigioso Dick Ibarra Grasso, afirma:

“…concibo al poblamiento [de América] como la integración de dos momentos. El primero fue el ‘deslizamiento’ por vía terrestre (Behring), de las más antiguas formaciones metamórficas del sector oriental del Mundo Antiguo. El segundo una transgresión marítima de las más recientes formaciones, a través de las guirnaldas insulares del Pacífico, hasta el litoral occidental de América”.

En su libro Arqueología Comparada, Resumen de Prehistoria, Emilio R. Wagner y Olimpia L. Righetti consignan en cambio lo siguiente:

“Si damos una sencilla mirada a un mapamundi, encontramos entre África, Australia, Asia y América, una extensa superficie del globo cubierta por el Océano Pacífico, en donde no aparece ningún otro continente, pero que tiene una infinidad de islas, pequeñas en su mayoría ─aunque las hay de todos los tamaños─, y cuyo origen es volcánico, en general. Esto nos da de inmediato la impresión de que en aquel vasto espacio de los mares, existió un continente actualmente sumergido bajo sus aguas a consecuencia de algunas de esas fluctuaciones de la capa terrestre…

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“Las cumbres de sus montañas serían las que emergen actualmente del fondo del mar formando esas innumerables islas que allí existen. […]

“No podemos dejar de pensar, pues, que a medida que aquellas tierras… desaparecían paulatinamente bajo los mares al correr de los siglos, sus habitantes buscaron otros puntos del globo para establecerse al amparo de las aguas invasoras. Emigrando en grandes masas, por oleadas sucesivas que tal vez fueron separadas por largos espacios de tiempo, y ayudados por los medios de navegación de que disponían, ganaron las costas más cercanas, en particular las de Asia, continente con el cual podían tener ya relaciones o por lo menos el conocimiento de su existencia. Al desplazarse llevaron consigo su religión, sus industrias y sus artes, es decir, su civilización y su cultura, ya muy evolucionadas. […]

“Esas olas inmigratorias que de su lugar de origen traían ojos horizontales, se extendieron poco a poco sobre el continente asiático. Allí se habrían separado originándose dos grandes corrientes que más tarde dieron nacimiento a las naciones civilizadas de América.

“Una tomó rumbo hacia el oeste de Asia, se extendió por la India, el Mar Rojo y Egipto. También penetró en Asia Menor por el Tigris y el Éufrates, pasó por el Mar Caspio llegando hasta el Cáucaso, y al correr de los siglos siguió su marcha

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por el Mediterráneo, el norte de África, el sur de Francia, Iberia, las islas Azores, y por el continente de Atlántida, si aún existía, u otras islas, ganó las Antillas y la costa de América Central. Luego, por las Guayanas, llegó al Amazonas, y penetrando por los grandes ríos, alcanzó las planicies del interior y los Andes, hasta Chile y la Argentina.”

De tal manera, la teoría de los hermanos Wagner, formulada sobre la base de más de 70.000 piezas arqueológicas obtenidas de sus excavaciones en Icaño y otras zonas aledañas en el interior de Santiago del Estero, sostenía que una antiquísima cultura prehistórica, nacida en un continente del Océano Pacífico, es el origen de toda civilización humana.

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4. La etnia aborigen de Icaño Cada vez se conocen más pruebas de la existencia

de culturas milenarias en todo el Noroeste argentino. De acuerdo con esos datos, en el periodo medio de la cultura de Llajta Mauca y Sunchituyoj ─a la cual pertenecía nuestra región─, alcanzó su máximo florecimiento. Entre nosotros, los tonocoté, podrían haber sido los herederos de esa raza antigua, desaparecida, que los Wagner llaman “El Imperio de las Planicies”. Dicha herencia posterior habría transcurrido desde el año 500 después de Cristo.

Construían sus viviendas con forma semiesférica, de cañas y finas ramas a las que daban la forma curvilínea. La estructura vegetal era solidificada después con adobe. Estas casas solían disponerse de un modo orbicular, alrededor de inmensos patios comunitarios, sobre altos túmulos de tierra apisonada, que mantenían las viviendas fuera de cualquier riesgo de inundación. Los clanes se distribuían de esa manera con espacios arbolados y huertas en medio, semejando especies de barrios interconectados.

Estos aborígenes fueron avezados cultivadores de maíz y ceramistas de diseños complejos. Las figuras antropomórficas (con forma humana), embellecen con líneas estilizadas sus obras artísticas, así como

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los pájaros o felinos. Tal arte antiguo es el que dotó a la cultura santiagueña con algunos de sus más hermosas figuras. Así la proverbial lechuza, que hoy se ve repetida una y otra vez en tapices o cuadros modernos.

Dicha plástica, por tantos siglos ignorada, presenta una evolución que hace pensar en artistas especializados, cuyas líneas perfectas sobre las vasijas muestran síntesis o abstracciones, que tomaron miles de años a los artistas de Europa para llegar a comprenderlas. Así, Picasso, Braque, Mondrian, Miró, observando parecidos diseños crearon su arte contemporáneo, muchos de cuyos hallazgos compositivos fueron ya conocidos por los aborígenes que poblaban la superficie del ámbito geográfico que hoy llamamos “NOA”.

En el siglo XVI, a la llegada de los españoles, la cantidad estimada de habitantes aborígenes de lo que es hoy Argentina se distribuía así:

Chaco……………….……50.000 Pampa…………………….30.000 Noroeste…………………215.000 Mesopotamia…….………20.000 Cuyo….………………….18.000 Patagonia………………...10.000 Nuestra región del Noroeste era, como se ve, la

de mayor densidad poblacional en todo el territorio.

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Y de la región NOA, la mayor densidad se concentraba, según las investigaciones, entre las etnias diaguitas, que ocupaban lo que hoy llamamos Tucumán, parte de Catamarca, una parte de Salta, y el noroeste de Santiago del Estero. A continuación se habían abierto un espacio los Lule-Vilela, seguidos más abajo en dicho ordenamiento geográfico, por los Tonocoté.

Es evidente que existía un intenso intercambio económico y cultural entre las tres regiones, constituyendo el centro –que se ubicaba más bien al Oeste, en la región donde actualmente está Frías e inicia su territorio Catamarca–, un espacio de gran actividad hacia un periodo que fue calculado como en el año 500 después de Cristo –es decir unos mil años antes de la llegada de los invasores españoles.

Hacia el norte de Santiago del Estero se ubicaban

entonces las etnias llamadas Diaguitas, compuestas por varias parcialidades: pulares, luracataos, chicoanas, tolombones, yocaviles, quilmes, tafís, hualfines.

Todos estos grupos tenían un intercambio cultural y económico entre sí incluyendo un ancho espacio, hoy denominado “Salta”, “Catamarca”, “Tucumán” y “Santiago del Estero”. Un idioma los unía: el cacán. Probablemente de ese idioma proviene la palabra “Icaño”.

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La parcialidad étnica llamada Tonocoté habitó la región del centro-sur de Santiago del Estero –incluyendo Icaño─ desde unos 500 años después de Cristo.

Los Tonocotés llevaban una vida sedentaria y tranquila, en pacífico intercambio con sus vecinos del Norte, ya mencionados y del Sur, los Comechingones y los Sanavirones, distribuidos por lo que llamamos hoy “Provincia de Córdoba”.

Repentinamente los Guaicurúes y otras tribus muy belicosas provenientes de la región hoy denominada “Corrientes”, “El Chaco” y “Misiones”, se lanzaron hacia el Oeste, empujando a los habitantes originales de El Chaco hacia las montañas de Salta y Tucumán, y otra parte hacia lo que es hoy Santiago del Estero.

A partir aproximadamente del año 900 dC se comenzó a sufrir constantes invasiones de esta otras etnias: los lules y los vilelas. Ambas fueron denominadas en conjunto “Juríes” por los españoles (la palabra “juri” proviene de “xuri” o “zuri”, como se designaba al avestruz). Incluso los tonocotés, de rasgos y cultura diferente, fueron englobados por los europeos dentro de esa simplificación lingüística, mencionándolos en sus documentos, frecuentemente, como “juríes”.

Con posterioridad a las primeras invasiones lules y vilelas del 900, se fueron produciendo mestizajes e

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intercambio cultural entre estas dos parcialidades, con lo cual muchas de las características de cada una quedaron sintetizadas en el primitivo poblador de Icaño y serían transmitidas, más tarde, a todas sus generaciones.

La etnia Tonocoté estuvo diseminada en la parte centro occidental de la actual provincia de Santiago del Estero, en una región llana formando un óvalo horizontal imaginario con límites aproximados a las actuales localidades de San Pedro de Guasayán, Suncho Corral, Los Telares y Bandera. Es decir, rozaba en su extremo Oeste la hoy provincia de Catamarca y hundía su extremo Este en la entonces muy selvática región del Chaco Santiagueño. La vasta extensión ocupada por los tonocotés estaba atravesada por los ríos Salado y Dulce. Este asentamiento incluía a Icaño en su extremo sur. Más abajo se desplegaban los comechingones, extendidos mayoritariamente en el norte de lo que hoy se identifica como la provincia de Córdoba.

Estos últimos junto con los Quilmes, Lules y los Tonocotés, estuvieron entre las etnias que mayor resistencia ofrecieron al conquistador español, prolongando su denodada lucha contra el avasallamiento europeo en algunos casos hasta ya entrado el siglo XX.

Desde el punto de vista cultural, la etnia Tonocoté estaba relacionada estrechamente con la

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denominada Cultura Diaguita, como dijimos anteriormente, que comprendía a los pulares, luracataos, chicoanas, tolombones, quilmes, tafís, hualfines, y yocaviles.

Todas estaban aglutinadas alrededor de un elemento común: su lengua, la cacá o cacán, que otorgaba unidad lingüística a estos pueblos. Otros factores daban coherencia cultural a estas comunidades, entre ellos la organización social y económica, su cosmovisión común, así como aspectos raciales que definían una identidad por encima de las variantes regionales.

Según el antropólogo Carlos Martínez Sarasola, en el panorama indígena del territorio argentino la cultura Diaguita fue la que alcanzó mayor complejidad en todos los aspectos, cuestión que redundó inclusive en una importantísima densidad poblacional. Se calcula que la población total del Noroeste estaba constituida entonces por más de 200.0000 habitantes (cerca del 75 % del total).

Era una cultura de agricultores sedentarios, poseedores de irrigación artificial, por medio de canales y con andenes de cultivos para sus productos principales: maíz, zapallo y porotos.

Los tonocoté eran criadores de llamas; como sus hermanos de las zonas andinas; utilizaron a esos animales como proveedores de lana para sus tejidos y también para carga.

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También practicaban la recolección de algarroba y el chañar, que almacenaban en grandes cantidades; en mucha menor medida practicaban la caza.

Como cultura andina por hibridación, participaban del culto al sol, la luna, la tierra, el trueno y el relámpago. Celebraban rituales propiciatorios de la fertilidad de los campos y tenían una elaborada ritualidad funeraria, testimonio de la devoción a los muertos, como tránsito crucial en el ciclo de vida de la cultura. Según esta, el alma se convertía en estrella, viaje para el que a los difuntos se los enterraba con alimentos y bebidas.

Fumaban en pipa, de modo ritual, así como también efectuaban otros rituales propiciatorios para los ciclos agrícolas, así como para obtener la necesaria lluvia. El cebil era utilizado para numerosas ceremonias mágicas, entre ellas la adivinación del futuro.

Participaban del culto a la Pacha Mama o Madre Tierra, al igual que en Perú o Bolivia.

El arte diaguita, dirigido muchas veces a lo religioso, es el más acabado de nuestras culturas indígenas, no sólo en cerámica sino también en metalurgia, según Martínez Sarasola. Esta tesitura es sostenida asimismo por los Hnos. Wagner.

Entre sus diseños se encuentra también a la “mujer pájaro”, divinidad presente en toda la región.

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Los tonocoté aprovechaban el río Salado de diversas formas, además de pescar en él. Por ejemplo, construían hoyas de inmensas dimensiones (unos 100 kilómetros de largo, por 100 metros de ancho), que en época de crecidas se anegaba. Luego, al retirarse el río, quedaba esta parcela gigantesca con suficiente humedad como para ser cultivada, obteniendo gran provecho. Dado que no se perseguía el lucro ni el comercio, no existían en la cultura tonocoté personas a quienes les faltaran alimentos, viviendas o vestuarios. Es decir que antes de la llegada de los europeos, no existían ni el hambre ni la miseria entre los aborígenes.

Varias comunidades de esta cultura construían sus viviendas en túmulos o montículos, la mayoría de ellos artificiales, generalmente con formas circulares. Tales viviendas estaban cercadas en su conjunto por empalizadas con fines defensivos. Posiblemente dicha modalidad se inició al ingresar los lule-vilelas en el territorio diaguita-tonocoté.

Sus principales industrias eran el hilado, el tejido y la alfarería. “Los tonocotés eran hábiles tejedores, hecho que fue aprovechado por los españoles para hacerlos trabajar en los obrajes de paños […] sometidos al sistema de encomiendas” (María Mercedes Tenti de Laitán, Historia de Santiago del Estero).

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En lo religioso adoraban un Ser Supremo, al cual ofrecían rogativas para el florecimiento de los cultivos. Este Ser configuraba un aspecto femenino, aunque sus rasgos eran representados con rostro de lechuza y, a veces, un cuerpo de serpiente.

La Dra. Zamudio, de la Universidad de Buenos Aires, sostiene en su investigación que los tonocoté reverenciaban a una entidad denominada Cacanchig: “(el cual para los colonizadores o cristianizadores representaba al demonio), poseían oráculos donde se realizaban ofrendas”. Esta misma investigadora afirma que estos “clanes de aborígenes poseían brujos, que hacían de intermediarios ante la divinidad”.

Los tonocotés no eran belicosos por naturaleza, pero las constantes invasiones de los lules y vilelas, ya mencionadas, los obligaron a desarrollar una cada vez más afinada técnica militar. Usaban flechas envenenadas, por lo cual ciertas hipótesis sobre la muerte de Diego de Rojas afirman que podría haber sido en esta región donde el jefe invasor europeo fuese abatido. Se cree que adquirieron técnicas militares también de sus vecinos del Sur, los Comechingones, quienes sustentaban una organización militar más avanzada.

La expansión incaica, que fue paulatina, se empezó a consolidar hacia 1450, apenas poco antes de la conquista española. Al parecer influyó poco en

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los habitantes de esta región, expresándose principalmente a modo de acuerdos sin guerra.

La introducción del quichua se dio tardíamente, a través de los mitimaes, aborígenes colaboracionistas con los españoles, a quienes ellos introdujeron entre los lules y tonocotés para facilitar la conquista.

Emilio Christensen, escritor santiagueño, sostiene que (posiblemente hacia la región hoy ocupada por el departamento Robles y Capital de Santiago del Estero), existía “una comunidad sedentaria –distinta de sus convecinas–, que en la época del arribo de los conquistadores españoles, […] dependía del Cuzco y hablaba su idioma (quechua)”. Según este autor, desde allí se habría iniciado, poco antes de la llegada europea, el proceso de quichuización paulatina sobre las culturas más antiguas en la región.

De ser así, es probable que estos “mitimaes” santiagueños hayan sido utilizados también como baqueanos y quintacolumnistas entre los demás aborígenes, para someterlos al invasor europeo.

Los Lule-Vilelas, por su parte, eran originarios de

la que hoy se llama Provincia del Chaco, con establecimiento habitacional al sur de los Mataco-Mataguayos. Sus vecinos del Este, los temibles Guaicurúes, los obligaron con sus invasiones a emigrar hacia Santiago del Estero, Tucumán y Salta.

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Es en esta ocasión que la etnia Lule podría haberse diferenciado de la Vilela, según el antropólogo argentino Carlos Martínez Sarasola.

Los Lules eran una cultura de cazadores y recolectores nómadas ─aunque algunas de sus comunidades habían incorporado técnicas agrícolas rudimentarias para la subsistencia─; se alimentaban principalmente de jabalíes y animales selváticos, aunque también disfrutaban particularmente de la algarroba y la miel. Eran altos y muy elásticos en su andar.

Se los recuerda como guerreros feroces, solían devorar los cadáveres de sus enemigos e iban a las batallas pintados de jaguar.

La descripción que nos queda –de los españoles– acerca de los Tonocoté, dice que se los consideraba de procedencia brasileña y eran esbeltos, de rasgos bellos y estatura mediana.

Los europeos los describen como “sedentarios, agricultores, hábiles pescadores y recolectores. Cultivaban el maíz, zapallo y frijoles o judías. Sembraron en terrenos cercanos a los ríos, para así utilizar el fértil limo que dejaban los desbordes de las aguas, al retirarse tras su crecida anual. Criaban y cazaban llamas y ñandúes”.

“Fueron muy hábiles en la pesca a mano”; según nos cuenta el padre Lizárraga en su Descripción Colonial: “...ceñidos de su soga a la

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cintura, están gran rato debajo del agua y salen arriba con seis, ocho y más pescados colgados en la cintura”. También pescaron con flechas.

En lo referido a su estética, estudios modernos indican que la “edad de oro” Chaco-Santiagueña se inicia hacia 800 d.C. y finaliza hacia el 1650. La integran dos conjuntos o tradiciones alfareras llamadas Sunchituyoj y Averías. Se distinguen tres fases:

1- Las Lomas (800 - 1200): surge Sunchituyoj, caracterizada por la decoración en negro sobre blanco, negro sobre rojo y tricolor, con el búho (lechuza) como motivo principal.

2- Quimilí Paso (1200 - 1350): surge Averías, caracterizada por la cerámica tricolor, de motivos geométricos y zoomorfos, y la cerámica Negro sobre Rojo Brillante, con el motivo de manos entrelazadas.

3- Oloma Bajada - Icaño (1350 - 1600) donde prevalece la estética de Sunchituyoj. También registra cierta presencia la Cultura de Averías (Yocavil Policromo), con sus motivos en Negro sobre Rojo Brillante (famabalasto negro sobre rojo) semejantes a los de la región Valliserrana.

La corriente cultural Santa María es contemporánea con el auge estético de la Cultura Chaco Santiagueña. Los elementos que componen a ambas trascendieron sus respectivas fronteras en épocas antiguas, relacionándose entre sí.

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La primera envuelve varias tradiciones alfareras. El tipo Santamariano Clásico está separado en seis fases (O a V), con motivos negros y rojos sobre fondo blanco, en las primeras fases, llegando al negro sobre blanco en las últimas. Comienza hacia el 800-1000 y es aniquilado por la llegada de los españoles.

Ambas tradiciones comparten motivos figurativos y geométricos: anfisbemas **, serpientes, triángulos escalonados, grecas, rombos, reticulados, brazos y arcos superciliares al pastillaje, manos entrelazadas y otros. Morfológicamente, en las escudillas observamos que los tipos hemisféricos restringidos, no-restringidos o abiertos, con cuello y sin cuello y bases modificadas y no modificadas son comunes a ambas corrientes estéticas aborígenes.

* Argentina indígena, vísperas de la conquista. A.

Rex González y J. A. Pérez. Editorial Paidós, 1987. ** Animales de dos cabezas (frecuentemente

serpientes).

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5. Una economía sustentable Los tonocotés practicaban un deporte al que

denominaban Chueca. Este era, según descripción hispana consignada por Carlos Abregú Virreyra, muy semejante al que nosotros conocemos por “Hockey”. Dos equipos, en los cuales cada jugador llevaba una pértiga de madera, con la que trataban de controlar una pelota de cuero, celebran competencias deportivas muy parecidas a las que hoy vemos en los estadios.

No sólo deportes practicaban los tonocotés: en sus fiestas y reuniones, así como en ceremonias culturales propias de su comunidad, también presentaban refinados números musicales. Desafortunadamente la música que compusieron no se conserva; se cree que muchos de sus acordes y melodías perduraron en nuestro folklore. Sí testimonian sus actividades musicales numerosas piezas arqueológicas. A través de ellas se sabe que ejecutaban al menos el pincullo, diversos tipos de ocarinas y múltiples tambores.

Pero además de su cultura refinada y afición a la vida tranquila y las fiestas, los tonocotés cultivaban buenas relaciones políticas y culturales, principalmente con otras tres grandes naciones

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indígenas, con quienes sostenían asimismo una suerte de complementación económica.

Estas otras etnias eran los diaguitas, los sanavirones y los comechingones. Los diaguitas se extendían desde el hoy departamento Robles, aproximadamente, hasta Jujuy, pasando por Tucumán, Catamarca y Salta. Estaban subdivididos en pulares, luracataos, chicoanas, tolombones, yocaviles, quilmes, tafís, hualfines.

Los sanavirones ocupaban aproximadamente desde donde hoy están los departamentos Mitre y Rivadavia, extendiéndose en una superficie oval que ocupaba parte de la provincia de Santa Fe y la provincia de Córdoba.

Los comechingones, buenos amigos de los tonocotés, no tenían en cambio una relación armónica con sus “comprovincianos”, los sanavirones. Los comechingones se extendían desde los hoy departamentos Ojo de Agua y Quebrachos hasta el centro de la hoy provincia de Córdoba.

Con los lules-vilelas, los tonocotés sostenían una relación que atravesaba etapas muy conflictivas, pero una larga convivencia obligada los había llevado en algunos casos a integrarse. Habiendo invadido la región tonocoté los lules, provenientes de El Chaco, hacia el año 900 después de Cristo, se instalaron definitivamente en el Centro-Este de

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Santiago, convirtiéndose al paso de los siglos, algunas de sus parcialidades, en sedentarias.

La nación Lule se caracterizaba por su condición de cazadores-recolectores, nómadas. Pero al tiempo de la conquista –quinientos años después de su irrupción en Santiago del Estero–, algunas de sus parcialidades, posiblemente por el contacto con los tonocotés, se habían organizado en comunidades agrícolas.

Los lules-vilelas eran una raza guerrera, de gran capacidad bélica. Sus huestes iban al combate con el cuerpo pintado imitando los colores del jaguar, y sus jefes principales llevaban incluso cabezas de estos felinos a manera de yelmo. Utilizaban el cebil, que fumaban en pipas, como alucinógeno y reputados investigadores estiman que también lo aplicaban a ceremonias mágicas. Tenían una relación muy conflictiva con los guaicurúes, que los habían desplazado de El Chaco, e igualmente, aunque algo menos, con los matacos.

Los diaguitas, en cambio, con quienes los lules debían a veces lidiar hacia el noroeste, eran los herederos directos de una cultura milenaria y constituían el sector más complejo de la organización política de entonces. Las numerosas comunidades que articulaban la cultura diaguita eran agricultores sedentarios. Trabajaban la tierra y parte de las montañas por medio de canales, construyendo

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andenes de cultivo para sus productos principales: maíz, zapallo y porotos.

Criaban las llamas y, además, aves domésticas, como cerdo americano, patos y gansos. Edificaban grandes silos donde almacenaban algarroba y chañar en voluminosas cantidades. También practicaban la caza, pero no como una actividad importante.

Los diaguitas eran los pueblos con mayor organización social, con jefes de gran lucidez, que supieron organizarse eficazmente para evitar el dominio de los incas y más tarde de los españoles por mucho tiempo. Junto con los tonocoté y los comechingones, fueron los últimos que el español logró aniquilar, tres siglos después de su invasión.

La ciudad de Quilmes, en Buenos Aires, tomó su nombre del campo de concentración que fue creado para desterrar a los aborígenes del mismo nombre, una etnia diaguita. Estos fueron reducidos por los españoles con el cobarde recurso del sitio, para derrotarlos por hambre y sed, acantonados en sus fortalezas tucumanas, ya a las puertas del siglo XIX.

Eran comunidades familiares extensas, vinculadas a su vez por especialidades relacionadas con el trabajo artesanal, arquitectónico, guerrero, cultural o agrícola.

En lo religioso adoraban al Sol, al Trueno y al Relámpago. Celebraban rituales propiciatorios de la fertilidad de los campos y el culto de los muertos, a

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quienes, como la mayoría de las naciones aborígenes del noroeste, enterraban bajo el piso de sus viviendas o en sus alrededores.

El arte diaguita nos ha dejado hermosos ejemplares de cerámicas y tallas de piedra, con diseños de animales sagrados: ñandúes (anunciador de lluvias), batracios y serpientes, asociadas también con el “agua del cielo”.

Los diaguitas practicaban, asimismo, el culto a la Madre Tierra o Pachamama, de la misma manera que los aborígenes del Perú o Bolivia. Ella es la Dueña de la Tierra: se le ruega “por la fertilidad de los campos, el buen viaje de los peregrinos, el buen parto de las embarazadas y la felicidad en todas las actividades humanas”. Se le ofrecían los productos de la agricultura, el primer bocado de comida y el primer trago. Esta Madre poderosa iba asociada con la figura masculina de Pachacamac (Dios del Cielo) o Viracocha, padre del Sol y de la Luna.

Todas las etnias del NOA compartían algunos mitos centrales, como los del Sacháyoj, la Mayup Mamman y la Orco Mamman. El primero, una entidad del bosque cuya misión era impedir la tala indiscriminada de árboles o la caza de animales “por diversión”, la Mayup Mamman protectora del río y sus habitantes y la Orco Mamman, que custodiaba las montañas y sus minerales de la depredación minera. En cambio otras leyendas, como las de la

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Almamula o el Crespín, posiblemente hayan surgido ya con la presión psicológica de los prejuicios españoles sobre la mentalidad indígena.

Un factor muy importante es el manejo acabado que los diaguitas tenían de la metalurgia: posiblemente sus poblaciones eran las principales proveedoras, para todo el resto de las naciones aborígenes, hasta Córdoba, de instrumentos de hierro, cobre y bronce o aleaciones.

Al ingresar los tavantisuyus (civilización de los Incas) en territorio de las hoy provincias de Jujuy, Salta, Santiago del Estero, luego de algunos combates, establecieron al parecer acuerdos de convivencia con los diaguitas. Esto ocurrió hacia 1480, durante el reinado de Tupac Yupanqui (hijo de Pachacutec), considerado el Siglo de Oro de la cultura incaica.

Debido a estos acuerdos, se habrían establecido, aproximadamente en los que son hoy los departamentos Capital, Banda y Robles, comunidades de mitimaes (aborígenes quichua parlantes, subordinados a los incas, que actuaban como quintacolumnistas en las otras culturas, induciéndolos a la adopción de sus costumbres). El propósito del Imperio Inca era el de una “conquista intelectual”, que consistía en persuadir paulatinamente a todas las comunidades aborígenes de la conveniencia de su integración a la gran cultura

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imperial incaica. Pero no tuvieron tiempo de completarla. El 15 de noviembre de 1532, Francisco Pizarro y su ejército hicieron su ingreso en el hermoso Valle Imperial de Cajamarca. Al día siguiente, luego de masacrar por sorpresa a la guardia imperial y a la corte que había concurrido para dialogar, Pizarro capturó al Inca Atahualpa, poniendo así fin al imperio.

De los comechingones y los sanavirones, los otros grupos en contacto permanente con los tonocoté de Icaño, puede decirse también, en primer lugar, que eran aborígenes muy guerreros. Los comechingones habían elaborado un complejo ritual propiciatorio para la guerra y combatían únicamente de noche, pues creían que de esa manera lo harían bajo la protección de la Luna, a quien consideraban diosa. También usaban el cebil como un elemento central de sus celebraciones mágicas.

Por lo demás, eran expertos agricultores, de maíz, porotos, zapallos y otros vegetales, que obtenían en cantidad asombrosa de extensos campos tratados con riego artificial. Altos, llamaron la atención de los españoles porque los hombres presentaban tupidas barbas, lo mismo que ellos.

Los sanavirones, adversarios de los anteriores, construían viviendas de tamaños inmensos, por lo que los antropólogos deducen que convivían en ellas varias familias. Eran agricultores preferentemente de

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maíz, pero practicaban también la recolección de algarroba y chañar, así como la caza, la pesca y el pastoreo de llamas.

Todas estas naciones solían cercar las extensiones donde se levantaban sus viviendas, con nutridas empalizadas, realizadas con grandes palos puntiagudos, como defensa contra invasiones.

El complejo étnico que constituían el conjunto de estas naciones tenía un activo intercambio de bienes, tanto materiales como culturales. Particularmente nuestra región –con eje en una olla que comenzaba aproximadamente donde es hoy Santiago Capital hasta alcanzar las cercanías de Malbrán–, era una región de activísimo tránsito, donde se cruzaban constantemente grupos de diferentes procedencias. Se practicaba el trueque, llevando y trayendo diferentes productos alimentarios, instrumentos de piedra o metal y ropas, tejidos o artesanías.

No existía la “pobreza”, en el sentido de que estas comunidades aborígenes tenían perfectamente organizada la subsistencia de todas sus poblaciones. Nadie podía pasar hambre, pues la comunidad se hacía responsable de todos y cada uno de sus integrantes.

Diego Fernández de Palencia, historiador español de ese período, recorrió hasta 1570 esta región y la describe así:

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Santiago del Estero “es una gran provincia, muy poblada y con sus pueblos situados a media legua entre unos y otros”, que poseen casas grandes y redondas y bien ordenadas, también “con calles, además del gran número de sus habitantes, que constituyen de ochocientas a mil casas en cada poblado”. Los poblados –según este historiador que los vio por sí mismo– “estaban defendidos por cercos y empalizadas, donde también tenían hechos sus terreros, donde tiraban al arco”. Alrededor de las viviendas había gallinas, patos y avestruces mansos; algo alejadas de las habitaciones estaban “las chacras de maíz o corrales de ovejas como las del Perú [Rex González cree que se refería a llamas y alpacas]… Los indígenas se cubrían con vestidos de plumas que les caían por sobre sus hombros y llegaban hasta la cintura, de manera que todo su vestido es de pluma”. Aunque también había otros que hacían “sus trajes con mantas tejidas y adornadas con lentejuelas de hueso, chaquiras de hueso de buitre…” y las mujeres llevaban túnicas y cortas polleras tejidas con hilado fino, presentando decoraciones “de singulares dibujos”.

Además “…tienen hechos los pueblos a lo largo de una hoya muy grande, de ancho de un gran tiro de piedra y el largo de 30 leguas (unos 150 kilómetros), de manera que cuando crece el río, vacía en esta hoya y en el verano sécase y entonces

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toman los indios de todos los pueblos mucho pescado; y en secándose siembran maíz… de suerte que todo el largo de esta hoya es chacra de todos los pueblos de la ribera del río.”

Quien describió así a Santiago del Estero se llamaba Diego Fernández de Palencia, nacido en Sevilla en 1520 y fallecido en 1581. El Virrey del Perú lo nombró Cronista oficial, y en tal carácter escribió su Historia del Perú, dos tomos que fueron publicados, en España, en 1571.

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6. Irrupción de los españoles Fiebre. Si una palabra caracteriza al conquistador

español es esta. Vienen con fiebre de riquezas, fiebre de poder, fiebre de sexo. Afectan paranoia hacia todo lo que los rodea en esto que llaman “nuevo mundo” (en realidad un mundo muy antiguo), ven plantas, animales, indígenas, insectos, tierra, sol, como enemigos. Primero matan, después preguntan.

Lope de Aguirre, que a los 21 años desembarcó en Perú atraído por las inmensas riquezas que se veían llegar a España, constituyó un arquetipo extremo de esta oleada de cazafortunas europeos. Werner Herzog lo inmortalizó en Aguirre, la ira de Dios, una película que todos deberíamos ver.*

Estos aventureros, entre ellos se odian, se desconfían. Gaboto, para sacarse de encima a Francisco César, lo manda hacia lo que es hoy Santiago del Estero, diciéndole que aquí vive “El Rey Blanco”. Este personaje mitológico reinaría sobre un pueblo pacífico, en un ámbito paradisíaco, donde el oro y la plata serían tan abundantes que hasta las copas que se usaban en la vajilla cotidiana habrían sido hechas con uno de esos metales. Este sería el primer delirante español que llega a Santiago.

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Sólo encuentra selva, llanuras pobladas por indios que se resisten, y comunidades organizadas que no se dejan avasallar; pero de oro… nada. Sin embargo logra arribar al dominado Perú y sigue difundiendo esa leyenda.

Tomándose de ella, Pizarro consigue librarse de su principal rival, Diego del Almagro, a quien empuja a efectuar una gran expedición hacia el Sur, en busca del Rey Blanco. Almagro, con 400 soldados españoles, 20.000 indios tavantisuyus sometidos y varios sacerdotes, parte el 3 de julio de 1535. Entran a principios del año siguiente a lo que hoy llamamos Jujuy, y muy pronto también a Santiago del Estero. Finalmente tuercen por el Aconquija y se dirigen a Chile.

Vaca de Castro, gobernador del Perú, luego de aplastar de un modo sanguinario varias revueltas aborígenes, en 1542, comienza a desconfiar de sus capitanes, pues se han quedado “sin trabajo”. Entonces, con astucia, decide diseminarlos hacia otras regiones: al Este, al Oeste y al Sur, mintiéndoles que se harían ricos. El argumento es siempre el mismo, “van a encontrar reinos fabulosos, mujeres, poder, mucho oro y plata, esclavos”.

Así, entre las pasiones tortuosas de sus capitanes y tres sibilinas mujeres españolas, las ambiciones desatadas y las constantes conspiraciones a su

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alrededor, parte el afiebrado Diego de Rojas, con otro gran contingente de españoles, negros e indios: sólo para encontrar una muerte espantosa en Salavina. Durante cierto combate recibe un flechazo que le atraviesa el muslo. Un veneno lo precipita en espantosos retorcijones, nauseas, vahidos y delirios, hasta derrumbarlo definitivamente después de varios días.

El primer desaparecido de la historia argentina no lo fue durante la dictadura militar de Videla en el siglo XX, sino mucho antes: en el mes de junio de 1555. Se dirigía hacia Santiago del Estero, con los papeles que le había dado la Audiencia de Lima, designándolo legítimo gobernador, contra la usurpación de Francisco de Aguirre. Se llamaba Juan Núñez del Prado. Nunca llegó a hacerse cargo, ni investigador alguno pudo desentrañar, jamás, en qué tramo del camino desde Santiago (de Chile) a Santiago (del Estero) desapareció.

El meticuloso historiador José Néstor Achával

consigna que la eliminación del invasor español Diego de Rojas (diciembre de 1543) podría haber sido ejecutada por los tonocotés. Citamos textualmente:

“Se internó [Diego de Rojas], luego, en dominio de los juríes, después de haberse reunido con Gutiérrez y, en busca de alimentos, trataron de

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llegar a ‘una gran provincia que había por nombre Moquaxa’, en cuyo trayecto pasaron sed y hambre, pues según afirma el cronista Cieza de León, ‘en el camino no había agua, porque era seca de ella, sin haber otros árboles que algarrobos’, lugar al que nombraron Salavina los cronistas Diego Fernández y Gutiérrez de Santa Clara, que ha sido ubicado en la parte sur de la Sierra de Guasayán en la provincia de Santiago del Estero, región en la que vivían los tonocotés que empleaban veneno en sus flechas.” (José Néstor Achával, Historia de Santiago del Estero.)

En 1566 Francisco de Aguirre pasa probablemente por Icaño, con el propósito de fundar Córdoba. Cosa que no llega a concretar ya que, más o menos a la altura de lo que hoy es Selva, fue traicionado por su lugarteniente. Este lo hace acusar por cierto cura de “blasfemo”, para poder trasladarlo, preso, ante el tribunal de la Inquisición en el Perú. Tal vez debido a las grandes proporciones de aquella expedición, lograron atravesar, sin mayores inconvenientes, una franja de la provincia aún dominada casi totalmente por los aborígenes.

Es evidente que las etnias Tonocoté y Lule, pobladores de Icaño, debieron haber ofrecido una dura resistencia a los conquistadores, pues estos demoraron cerca de 30 años en emprender

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decididamente su instalación en la zona, luego de haber sentado sólidamente sus reales en Santiago.

Efectivamente, la fundación de la ciudad de Santiago del Estero se efectúa entre 1550 y 1553, pero la primera “encomienda sobre un grupo de pueblos sobre el Salado”, con asiento en Icaño, según documentos del Archivo de la Provincia, se otorga al capitán Juan Díaz Caballero recién en 1589.

Las encomiendas, modo de explotación surgida por la rebelión de Roldán contra Colón en 1498, consistían meramente en la adjudicación de aborígenes a los españoles bajo condiciones prácticamente de esclavitud. **

De la expedición de Aguirre provendrían estas primeras asignaciones de tierra, una de tres leguas de ancho por 15 leguas de largo, perteneciente a Bernabé Ibáñez Del Castillo, que los documentos mencionan en 1692, pero existía desde antes, junto a la del capitán Díaz Caballero.

Al parecer este capitán logró conservar la propiedad sobre tierras e indios otorgada por el rey español, pero no se encuentran otros papeles donde aparezca su apellido, hasta finales del siglo XVIII, donde nuevamente un Díaz Caballero, que estimamos su descendiente directo, es mencionado como terrateniente local.

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Uno de los padrones levantados por Alonso de Alfaro durante el gobierno de Esteban de Urízar y Arespacochaga, con fecha 5 de abril de 1717, consigna como encomendera de Icaño a Da. Josefa de la Cerda, viuda del capitán Diego Ramírez. En 1737, el Cabildo de Santiago ordena levantar altares en varios pueblos indígenas, entre los que figura el de Icaño.

La encomienda era un sistema de concesiones reales por el cual se otorgaba a los encomenderos no sólo la propiedad de grandes extensiones de tierras, sino también de sus habitantes. Bajo una figura jurídica ambigua, según la cual el hidalgo español debía “proteger” y “educar en la santa religión católica” a los aborígenes, se los explotaba, en realidad, prácticamente como esclavos, para provecho económico y servicio doméstico de los conquistadores.

Entretanto, el Archivo de la Provincia de Santiago del Estero informa sobre Mancapa (hoy parte de Icaño) desde 1642: “El Gobernador don Miguel de Sesse, habiendo quedado vacante la encomienda de este pueblo [Mancapa] en 1642, por fallecimiento del capitán Dn. Gonzalo González Cruzado, que la poseía, se la otorgó a don Juan De Los Ríos, ‘por ser persona noble nieto e hijo de pobladores de esta provincia y servicios y ser de los beneméritos y estar casado con hija y nieta asimismo de pobladores y

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conquistadores…” (Andrés Figueroa, Los antiguos pueblos de indios.) Mancapa es una población situada a unos quince kilómetros de Icaño, hacia el Noreste, y pertenece a su actual jurisdicción municipal.

Continuando con Mancapa, el mismo Archivo de la Provincia avisa que esta concesión a De Los Ríos fue revocada enseguida por la Real Audiencia de Charcas, otorgándosela en cambio a don Juan Suárez Cordero de Figueroa, por ser “hijo legítimo del Capitán Gómez Suárez Cordero y de Dña. Valeriana Juárez Vaviano…y bisnieta del Capitán Gonzalo Sánchez Garzón descubridores y conquistadores desta provincia y primeros pobladores de la ciudad de Santiago y de casi lo mas della y de las personas de mas calidad mas lustre y mas caudal que entraron a ella…”

Según Andrés Figueroa, director del Archivo Histórico, “a don Juan Suárez Cordero de Figueroa debió suceder su hija, Dña. María Suárez Cordero, casada con don Eugenio Santillán, y poseía la encomienda desde 1699, a juzgar por un documento de posesión de esclavos”.

En Mancapa estuvo instalado un fuerte, para custodiar el punto fronterizo con el Chaco, y se lo consideraba como bastión para “la lucha permanente contra los indios”. De este fuerte se consigna como jefe, en 1727, al capitán Juan Porcel

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de Peralta, designado por el gobernador español Joseph de Aguirre y Aráoz. Según el documento histórico se le asignaban cincuenta soldados y “diez indios amigos”, con quienes debía ejercer funciones de zapa y policía sobre los aborígenes de la zona.

En un documento con instrucciones existente en el archivo histórico de la provincia, se recomienda a los soldados atacar constantemente a los aborígenes, siempre que estos se presenten en cantidades pequeñas, y perseguirlos hasta el exterminio. Es decir que no existía la menor voluntad de convivencia por parte de los invasores: los dueños naturales de la tierra eran vistos sólo como un estorbo para sus ambiciones, a quienes había que someter o eliminar. Un detalle singular es que la misma acta recomienda al comandante de los soldados no olvidar por ninguna causa, antes de cada salida para aniquilar indígenas, rezar, en el Patio de Armas, el Santo Rosario, encomendándose “a la Santísima Virgen”… y no dejar de rezarlo en ningún momento, mientras se asesinaba a los aborígenes.

En este documento sobre Mancapa, se menciona también como un punto referencial al poblado de Lasco. Este se levantaba casi en el mismo lugar donde más tarde se establecería el Fortín El Bracho, cuyo crecimiento como localidad incluiría bajo su jurisdicción, hasta el siglo XIX, a Icaño.

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Recién en 1763 encontramos otros documentos sobre Icaño en el Archivo de la Provincia. Estos consignan como “su encomendero en segunda vida” a Dn. Agustín Díaz Caballero, hijo de don Joseph Díaz Caballero. Andrés Figueroa informa en su libro Los antiguos pueblos de indios que desde entonces no se encuentran más padrones sobre Icaño en la institución archivística que dirigía. De paso, supone que la palabra Icaño “corresponde a Chingolo o jilguero, pajarito que abunda en nuestros campos”.

Los europeos no eran nada tímidos en sus

métodos de dominación sobre los indios. Maximina Gorostiaga, tomando datos también del Archivo General de la Provincia, narra que Juan Ramírez de Velazco (gobernador desde 1586) y el Obispo Francisco de Vitoria, establecieron la pena de muerte “en la hoguera” en Santiago del Estero, para perseguir a los “infieles”. Ramírez de Velazco, en aquel periodo, mandó “detener a 40 hechiceras o brujas para que sufran el castigo de ser quemadas vivas” con el propósito de que “sirvan de escarmiento a los brujos que se mantuvieran encubiertos”, según comunicaba en carta al rey de España en diciembre de 1586.

“En Tuama –narra Maximina Gorostiaga–, es condenada a morir y ser quemada una india llamada Juana Pasteles”. Se la acusa de practicar hechicerías.

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“La pobre infeliz fue sacada de la cárcel pública montada sobre una bestia, con soga al cuello y llevada públicamente por las calles de esta ciudad, con la voz del pregonero que manifestaba su delito, hasta el lugar de extramuros, donde […] fue quemada para que su cuerpo reducido a cenizas purgue el delito”. Emite la sentencia el Capitán General Juan de Paz y Figueroa, encomendero de indios y padre de la monja católica que después sería llamada “Beata Antula”. La ejecución se cumple el 9 de noviembre de 1716, como a las cuatro de la tarde, firmando quienes conducían el asesinato como “testigos a falta de escribano público”: Juan de Paz y Figueroa, Juan Díaz Caballero y Juan de Saavedra Gramajo” (Archivo de la Provincia).

Este Juan Díaz Caballero, que actúa como testigo de la “legalidad” de tal aberración, es el mismo que aparece como primer encomendero de Icaño, antepasado de ese otro Agustín Díaz Caballero, “propietario” asimismo de indios en la misma localidad, ya en las postrimerías el siglo XVIII.

Como ya lo señalase Bernardo Canal Feijóo, los españoles no sólo oprimieron, torturaron o aniquilaron a las comunidades indígenas, sino que también violaron sexualmente de un modo sistemático a sus mujeres. Habiendo venido solos, sin familia, eran verdaderos azotes de los lechos femeninos, embarazando una y otra vez a las pobres

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aborígenes, sin reconocer luego a sus vástagos. De esta manera, generaciones de santiagueños mestizos fueron criándose sin padre.

Pese a estos métodos criminales y la superexplotación en las estancias y obrajes, a que se sometía a los aborígenes, los españoles no lograron exterminarlos por completo hasta unos dos siglos después de su llegada. Icaño formó parte de los más tenaces focos de resistencia, conservando comunidades indígenas y tierras adonde no gobernaban por completo los europeos hasta bien entrado el siglo XX. Se explica entonces la fiereza y tenacidad de muchos de sus actuales pobladores –o inmigrantes icañenses en Buenos Aires–: aún corre sangre tonocoté o lule por sus venas.

* “Asusta y da temblor de nervios asomarse al

abismo de la conciencia de algunos hombres. El sólo nombre de Lope de Aguirre aterroriza.

Fecundísimo en crímenes y malvados fue para el Perú el siglo XVI. No parece sino que España hubiera abierto las puertas de los presidios y que, escapados sus moradores, se dieran cita en estas regiones. Los horrores de la conquista, las guerras de pizarristas y almagristas y las vilezas de Godines, en las revueltas de Potosí, reflejan, sobre los tres siglos que han pasado, como creaciones de una

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fantasía calenturienta. El espíritu se resiente a aceptar el testimonio de la Historia.

[…] Lope de Aguirre se entusiasmaba como el tigre con la vista de la sangre, y sus camaradas, que lo veían entonces poseído de la fiebre de la destrucción, lo llamaban caritativamente el loco Aguirre.

[…] en 1553, después del asesinato del corregidor Hinojosa, se alzó con Egas de Guzmán, y fue uno de los jefes de aquel destacamento que en una semana cambió tres veces de bandera: por el rey, contra el rey y por el rey.

[…] Los expedicionarios, arrastrados por Aguirre y por las bárbaras ejecuciones que éste realizara con los que le eran sospechosos, reconocieron, no ya sólo por general, sino por príncipe del Perú, a don Fernando de Guzmán. Un día reconvino éste a su maese de campo por el inútil lujo de crueldad que desplegaba con sus subordinados, y no pasó mucho tiempo sin que el vengativo Aguirre asesinase también a su príncipe. Y seguido de doscientos ochenta bandoleros, que él llamaba sus marañones, cometió inauditos crímenes en la Isla de Margarita, en Valencia y en otros pueblos de Venezuela, que entregó al incendio y al saqueo de los desalmados que lo acompañaban.

La bandera de Lope de Aguirre era de tafetán negro con dos espadas rojas en cruz. […] lucía por

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mote en su escudo de armas esta leyenda: Piérdase todo, sálvese la honra […]

Una mañana levantóse el caudillo fuerte, título con que lo engalanaron sus marañones, algo aterrorizado, y llamó a un fraile domínico. Oyóle éste en confesión, y, tal sería ella, que se negó a absolverle. Lope de Aguirre se alzó del suelo, llamó al verdugo y le dijo con mucha flema:

–Ahora mismo ahórcame a este cura marrullero. Por fin, desamparado de los suyos y acorralado

como fiera montaraz, se metió en un rancho con su hija, y le dijo:

–Encomiéndate a Dios, que no quiero que, muerto yo, vengas a ser una mala mujer ni que te llamen la hija del traidor.

Y aquel infame, que fingía creer en Dios, rechazando a la Torralba, que se le interponía, hundió su puñal en el pecho de la triste niña.

[…] Lope de Aguirre murió en diciembre de 1561, a los cincuenta años de edad. Era feo de rostro, pequeño de cuerpo, flaco de carnes, lisiado de una pierna y sesgo de mirada, muy bullicioso y charlatán. (Ricardo Palma. Tradiciones Peruanas. Lima, Perú, 1875.)

** Los repartimentos de indígenas nacen, en realidad, durante el tercer viaje de Cristóbal Colón, con la rebelión en la isla La Española (hoy Haití y Santo Domingo) del alcalde Francisco Roldán. El

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Almirante había acordado con algunos caciques del lugar el pago de un tributo en especie por cada indio comprendido entre los catorce y los sesenta años, pero la institución no funcionaba plenamente por la oposición de los naturales.

Es en ese momento cuando se produce la revuelta contra Colón de algunos españoles descontentos […]. Los rebeldes se repartieron entre ellos un número determinado de aborígenes aptos para el trabajo personal y luego exigieron a Colón la aceptación de este régimen, en vez de la tributación que éste había acordado.

Colón aceptó la imposición y así, de este modo tropical y laico, forzado y violento, surgió la institución que tanto vendría a caracterizar y marcar a nuestro suelo.

[…] La historia no ha puesto en [boca de Roldán] una frase tan terminante y esclarecedora como la de Francisco Pizarro, “No he venido a evangelizarlos sino a quitarles su oro”, pero […] en su conducta está insita la codicia y anarquía que tanto arraigarían en nuestra América, más que el afán espiritual […]. Los orígenes de nuestra cultura autoritaria. José Ignacio García Hamilton. Albino y asociados, editores. 1991.

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7. El Baqueano Eugenio Pérez Lentamente españoles y criollos van haciéndose

dueños de las tierras, el agua, los animales y el bosque. Vencidos, los tonocoté, lules y algunos que otros comechingones, apelan ahora sólo a la rapiña para sobrevivir. De ser pueblos con economías sustentables, pasan a ser parias, perseguidos. No pueden estar demasiado tiempo en un lugar: son alcanzados por la “civilización”, que para ellos significa sólo dolor, deshonra, muerte.

Más tarde serían convertidos en mendigos. Aplicando los conocimientos que la racionalista Europa ha dotado a los hombres blancos, estos engañan a los aborígenes, prometiéndoles una y otra vez trabajo, dignidad, vivienda. Promesas que no cumplen.

Y luego los injurian: como en aquella descripción despectiva que hace Di Lullo de sobrevivientes aborígenes, quienes luego de haber pactado con el gobierno la paz bajo la condición de trabajar en las estancias, son bestialmente explotados y luego expulsados de ellas. Entonces peregrinan a Santiago, a solicitar al jefe blanco sólo que cumpla con lo prometido: sólo le piden trabajo. La descripción que

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hace Di Lullo nos provoca vergüenza ajena, por lo racista:

“Unos cien indios fueron ocupados en la construcción de acequias, otros en el desmonte y destronque de la estancia «La Danesa», pero su trabajo no rendía ni el valor de los alimentos consumidos” dice, haciéndose portavoz de los opresores, “pues, aparte de ser flojos para la pala y el hacha, eran glotones en exceso. Y como consecuencia de ello fueron despedidos y la mayor parte se internó en el bosque, reintegrándose a la tribu”.

Continúa Di Lullo: “Quedaron algunos pocos entre nosotros, los cuales, en 1904 formaron grupos y se dirigieron a entrevistarse con el Gobernador de Santiago del Estero D. Pedro Barraza. Recorrían la larga distancia a pie, con un pantalón por toda vestimenta, el busto y les pies desnudos, los cabellos lacios, negros y largos atados en la nuca y la piel cobriza del torso tornasolada y brillante. Algún tiempo después se les vio volver con la promesa de procurarles trabajo y vestidos con camisas y chaquetas viejas de la policía. Nunca más se acordaron de ellos. Y se dedicaron a juntar huevos de las aves silvestres, cueros de los animales que cazaban y los entregaban en trueque por algunos litros de alcohol o chuchearías, con lo que creían haber hecho un buen negocio, pues, luego reincidían

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trayendo flechas, arcos y lanzas que cambiaban con mercaderías en los boliches de la zona”.

Los españoles, combinando la fuerza con la

astucia, habían venido conquistando América Indígena desde México hacia abajo desde dos siglos atrás, lo cual había sentado pautas. Una de ellas era aprovechar los sistemas económicos productivos de los indígenas, cuando les parecían convenientes a sus intereses. Así, utilizaban con frecuencia las infraestructuras poblacionales de los habitantes originarios, fundando pueblos pseudo europeos donde antes habían existido comunidades aborígenes.

Es evidente que los predios del lugar que hoy denominamos Las Trincheras, habían sido para los tonocotés un espacio simbólico central en su existencia. Su cercanía con el Río Salado, que incluso allí formaba numerosas lagunas y bañados, había hecho de esta parte de la región una especie de “ribera del Nilo” santiagueña, caracterizada especialmente por su gran fertilidad.

La hoya, que frecuentemente se menciona en la investigación antropológica sobre los tonocoté, era una ancha acequia, poco profunda y de unos 100 metros de ancho. Los aborígenes la excavaban ocupando una larga extensión –más de 100 kilómetros– a lo largo del río Salado, comenzando

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aproximadamente desde lo que hoy denominamos Malbrán hasta la altura de La Cañada, en el departamento Figueroa.

Esta, como se recordará, era inundada naturalmente por el río, pero el agua se retiraba periódicamente, dejándola convertida en un espacio altamente fertilizado, en el cual se podían sembrar todo tipo de plantas alimenticias con magníficos rendimientos. También nos ha contado un español de “los pobladores indígenas, que sacaban peces suficientes para alimentar a todos”, recogiéndolos simplemente en la hoya cuando se retiraba el agua.*

Pueblo religioso con deidades ligadas a la agricultura, es natural entonces que también este espacio haya sido un ámbito de ceremonias cultuales o festivas. Debido a ello, la conquista de Las Trincheras por parte de los españoles, debió constituir el quiebre definitivo de la resistencia aborigen. Si no en lo formal, sí en su aspecto psicológico, ya que el invasor destruyó con esto el eje de resistencia espiritual de las comunidades fundadoras.

Una vez que hubieron instalado dos o tres explotaciones agrícolas, laboradas sin duda por prisioneros aborígenes, los españoles constituyeron un núcleo invencible. En parte por la inmensa superioridad de sus armas y recursos financieros, pero también por haberse constituido en dueños

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inexpugnables del “templo” tonocoté. Que estaba en donde hoy están Las Trincheras.

Los primeros asentamientos españoles en Icaño se instalan hacia fines del siglo XVI. Así, la del capitán Díaz Caballero, consignada en 1589 y establecida probablemente con extensión hacia la zona de Mancapa, donde se impuso el primer fuerte. Desde allí posiblemente los españoles fueron empujando a los tonocotés hacia el sur, para arrebatarles el espacio de Las Trincheras. Es posible que debido a ello, entonces, haya adquirido ese nombre –seguramente español–: donde los tonocoté celebraban antaño sus fiestas populares, los invasores celebrarían más tarde sus victorias.

Un acta del 25 de mayo de 1692, citada por el historiador Alfredo Gargaro, señala que desde tiempo atrás “existía un beneficio de 15 leguas por 3 (tres)” del que “era propietario Dn. Bernabé Ibáñez del Castillo”. Es posible que la propiedad de la viuda de Cerda, mencionada en padrones de 1717, tuviese mucho más de “8 indios” encomendados, como se ha consignado en el documento. Esto podría haber sido un ardid, para eludir una más onerosa gravación impositiva.

Debe de haberse dado una lucha denodada por el dominio de las Trincheras, y posiblemente recién hacia el siglo XVIII se logró un control español sobre ellas. Aunque los aborígenes no dejaron de

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reclamarlas, una y otra vez, por medio de lo que historiadores blancos llaman “malones”. Estos eran avances armados de aquellos aborígenes, expulsados de su propia tierra, y por lo tanto condenados a la indigencia, quienes buscaban obtener recursos para subsistir por medio de esos ataques.

Pero Di Lullo consigna que Icaño -y toda la costa del Río Salado- no pudo consolidar su establecimiento como población hispana hasta 1889. En tan avanzado periodo los aborígenes aún resistían, rodeando las poblaciones de blancos y mestizos, que avanzaban inexorablemente sobre sus antiguas tierras libres. Aunque su resistencia era ya sólo una especie de “piqueterismo” con flechas y lanzas, desesperado. El moderno pueblo de Icaño empezó a formarse, pues, definitivamente en ese último año de los decimonónicos ochenta:

“Y en la que es hoy calle principal se levantaron, las casas de D. Antenor y D. Manuel Mansilla, la de D. Mauro Contreras, la de D. Benicio Rojas, la de D. Rufino Cisneros y la de D. Timoteo Pacheco. Un poco más allá moraban D. Celso Mansilla, D. Pantaleón Céliz y la familia Iñiguez y en los aledaños D. Wenceslao Gorosito, D. Clemente Rodríguez, D. Simón Contreras y D. Olegario Córdoba” indica.

Su crónica menciona al señor Mariano Palavecino, “el primero que construyó una casa en el lugar”

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instalando también “una de las primeras atahonas”, hacia 1886.

Varias familias estaban asentadas en el famoso espacio sagrado de Las Trincheras, o sus cercanías. Junto a ellos, la selva, a la que alabaría, con sentimiento culposo, Ricardo Rojas. Más tarde, el ferrocarril iría llevando a casi todos estos vecinos, paulatinamente, a su vera, unos dos kilómetros al oeste.

Se describe a las primeras viviendas como “de adobe, la mayor parte”, de aspecto terroso “se confundían con el color de la gleba… Algunas tenían techo y piso de tierra apisonada y al frente ostentaban un corredor sostenido por gruesos horcones labrados de quebracho”. En la época en que el médico e historiador Di Lullo visitaba Icaño ( hacia 1940) “Todavía quedan algunas de estas primitivas casas”, dice: “Se las ve ya viejas, con los muros chorreados y carcomidos, con el alero de la galería combado por el tiempo, con las vigas y cumbreras retorcidas y con el techo lamido por el viento, que sembró en él hierbajos y cactus y que la lluvia hizo germinar”.

Di Lullo nos narra también algo de aquellos tiempos en que el combate era cotidiano, y la historia del Baqueano Pérez.

“D. León Kahn que lo ha conocido, me ha suministrado algunas noticias de su persona”,

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escribe. “Me ha contado que por el año 1870, antes de la construcción del ferrocarril Gral. Mitre, tuvo lugar en las cercanías de la actual estación Icaño el último malón de importancia de los innúmeros que efectuaban los indios de tiempo en tiempo.

“Fue un lunes o martes de Carnaval, cuando los hombres del poblacho habían ido a divertirse a alguna de las Trincheras, quedando solas las mujeres y los niños. Durante ese malón, los indios llevaron cautivas a varias mujeres y chicos, entre ellos a un niño, llamado Eugenio, y conocido luego con el famoso nombre de Baqueano Pérez. Cuando alcanzó la edad de 20 años, la tribu, entre la cual había crecido, aprendiendo su dialecto y sus costumbres, lo envió en calidad de lenguaraz al Fortín Tostado, donde se encontraba de guarnición el Regimiento 6 de Caballería de la Nación, encargándole hacer saber que la tribu deseaba someterse […]

“Después de largas negociaciones, Eugenio fue incorporado como Sargento en dicho regimiento y obtuvo la autorización, por parte del Gobierno de Santiago del Estero, para traer la tribu con la promesa de darle trabajo y alimentos. El Sargento Pérez, poco después, llegaba al frente de 350 indios y acampaba alrededor de la Laguna del Zapatero (parte integrante de la estancia Libertad, frente a Casares, sobre la costa del Río Salado)”. Y mientras esperaban que los blancos cumplan su promesa de

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proporcionarles trabajo “allí vivió el campamento de la pesca y de la caza”.

Algún tiempo más tarde pudo “distribuirse este plantel humano según las necesidades de la zona”. Unos cien indios fueron ocupados en la construcción de acequias, otros en el desmonte y destronque de la estancia La Danesa… Pero pasado un tiempo de ser súper explotados, fueron despedidos, “pues, aparte de ser flojos para la pala y el hacha, eran glotones en exceso”, según los estancieros.

Y aquí comienza la que sería una constante en la vida de los aborígenes bajo la dominación pseudo europea: cada vez resultan más oprimidos, explotados, engañados, hasta llevarlos hasta un grado de humillación que termina destruyéndolos, a veces física, a veces psicológicamente.

La mayoría de los aborígenes fueron utilizados por los estancieros y luego abandonados a su suerte: “la mayor parte se internó en el bosque, reintegrándose a la tribu”. Tal como iba ocurrir después, miles de veces, con el hachero o trabajador golondrina santiagueño, que luego de ser trasladado como animal, usado en condiciones infrahumanas, regresaría con el cuerpo y el alma llenos de dolores, a buscar consuelo en “el matecocido y la tortilla de la mama”.

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Enseguida narra Di Lullo con desprecio inocultado su condición de vagabundos, borrachos, trabajadores de a ratos, recolectores otra vez, como quizá lo fueran hace miles de años.

Había nacido, por otra parte, una vil costumbre de la que luego se aprovecharían muchos mercaderes extranjeros: obligar a la gente humilde a entregar sus pequeñas producciones o artesanías, a cambio de artículos comerciales de muchísimo menor valor. Así, hasta el día de hoy pululan en el campo santiagueño comerciantes “hábiles” que obtienen tejidos u otras artesanías de gran valor a cambio de… harina, azúcar y yerba. Y luego las venden en Buenos Aires a precios que superan en 100 veces las mercancías provistas, que a su vez ellos han obtenido con provechoso costo al por mayor.

Sobre el Baqueano Pérez se cuenta que ya convertido en un poblano más habitó como asalariado cierta estancia en la vecindad de Averías “por 1907 o 1908, lugar donde moraba Doña Isabel Farías de Farías, a un kilómetro escaso de la estación, en un campo denominado El Descanso, que su suegro había comprado al Gobierno de la Provincia y que luego se dividió entre su esposo Gaspar Farías y su cuñado Bonifacio Farías.

“Doña Isabel tenía a la sazón 75 años y era la personificación de la vida de los fortines, pues nació y se crió en El Bracho” dice Di Lullo. “De rostro

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indio y porte elegante, vestía invariablemente de negro, una pollera muy amplia y muy larga, que barría el suelo al caminar y un rebozo del mismo color con que cubría sus cabellos blancos. Doña Isabel hablaba solamente el quichua.

“Tenía un centenar de ahijados y más de cincuenta criados que formaron hogar propio en torno de ella, a la que llamaban «mama señora» siendo frecuentemente visitada, por ahijados e hijos de crianza, los cuales al llegar hincaban una rodilla al suelo y juntando las manos le imploraban la bendición, que ella les impartía diciendo en quichua: «Que Dios te haga un Santo».

“Estas visitas a veces se prolongaban algún tiempo, pero los ahijados o criados no permanecían ociosos, sino cuidando y sembrando la tierra o dedicándose a los más diversos quehaceres: el hilado, el tejido, la cosecha, la vigilancia del ganado, la yerra, la confección de quesos y dulces, etcétera.

“Y para ellos Doña Isabel tenía una espaciosa cocina, dos ollas de hierro de 50 litros de capacidad cada una, infinidad de pavas y mates y una parrilla de dimensiones como no se han visto otras.

“Doña Isabel conocería allí al Baqueano Pérez, el mismo que muchas veces irrumpiera acaso en el Fortín El Bracho al frente de su tribu”.

Según se cuenta el hijo de Doña Isabel era un atroz asolador de indios. Durante una de sus

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correrías, cuando con un grupo de criollos atacó una pequeña comunidad aborigen de la zona “la partida sorprendió a los indios”, celebra Di Lullo, “que huyeron dejando a sus hijos, a uno de los cuales alzó Gaspar de los cabellos, a plena carrera y lo embolsó en la alforja, trayéndoselo de regalo a la madre”. La ruda mujer rebautizaría al indiecito como “Francisco”, integrándolo muy pronto a su numerosa servidumbre.

* Historia del Perú. Diego Fernández de Palencia.

España, 1571.

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8. Bajo el influjo de Matará “Icaño pertenecía a la jurisdicción del Bracho y

era entonces una importante zona ganadera”, dice OrestesDi Lullo refiriéndose al periodo que va desde el siglo XVIII al XIX, hasta la Ley provincial de 1891.

En El Bracho se había levantado un fuerte para defender las conquistas de los españoles, que venían avanzando desde el Norte y apropiándose de la tierra indígena palmo a palmo. En el periodo hispano, era también llamado Lasco.

Con el tiempo, fue convirtiéndose en un “poblacho, más, ganado al desierto”, frontera extrema en el combate contra los indios, y dique de contención para sus ataques.

Actuaba también como protección para la zona más próspera de la Provincia: Matará. De esta última, salieron quienes gobernarían con dura mano y escasa proyección política a Santiago del Estero, durante más de cincuenta años. Los Ibarra y los Taboada.

Paulatinamente, fueron arribando familias

completas a esta región, luego de la primera oleada de guerreros y más tarde viudas, que Aguirre

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importara de Chile. A lo largo del siglo XVI, españoles que venían con el ánimo de establecerse definitivamente en nuestras tierras, fueron formando lo que sería más tarde la estructura social de una clase gobernante parasitaria en Santiago.

Dependiente del Virreynato del Perú y la Audiencia de Charcas, Santiago del Estero, tenía sin embargo cierta autonomía, como casi todas las regiones, por causa de las largas distancias que dificultaban el cumplimiento de directivas emanadas de la autoridad central. Debido a ello, fueron estableciéndose, además de las autoridades instituidas –frecuentemente por el mero recurso del golpe militar– grupos familiares que se mantuvieron constantemente ligados al poder en la provincia.

Así, los Ibarra, de quienes los archivos históricos de la provincia registran ya en el siglo XVI representantes poderosos. En 1651, aparece un tal don Juan de Ibarra y Argañarás de Murguía, quien fue “Maestre de Campo y Señor de las Encomiendas de Ampata, Ampatilla y Atacama”. También “D. Simón Gerónimo de Ibarra Argañarás y Busto” (1670), ambos criollos, nacidos en la “ciudad de Matará”.

Dicha población llega a constituir, en el siglo XVIII, un conglomerado económico y social mucho más importante que la misma capital de Santiago. Poderosos grupos familiares se disputan el dominio

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de esta comunidad, que tiene en el siglo XIX “17.000 habitantes, mientras la Capital y los Departamentos no pasaban de 10.000” (Di Lullo).

De Matará se nos informa que “en 1731 nace en este pueblo D. Simón Gerónimo de Ibarra y Xeres que ocupará desde 1765 a 1781, durante veinte años, el cargo de Alcalde de Santiago del Estero y de la Santa Hermandad en 1789”.

De esta raíz familiar proviene quien sería el gobernador de Santiago durante 31 años, desde 1820 hasta su muerte, ocurrida en julio de 1851: el brigadier general Juan Felipe Ibarra.

Más allá de las adhesiones o rechazos sentimentales que pudiera provocar la personalidad de Ibarra, debe reconocerse que no hizo otra cosa que prolongar el método de “gobierno” inaugurado aquí por los primeros conquistadores, salvo raras excepciones. Es decir, una mera administración de los recursos existentes, para garantizar en primer lugar la existencia privilegiada de las familias gobernantes, junto a una mezquina distribución de los excedentes con el propósito fundamentalmente de evitar alzamientos insurreccionales.

De tal modo Santiago del Estero vegetó durante siglos, sin establecerse ningún tipo de industrias o sistemas racionales de producción que permitieran algún desarrollo orgánico, en ningún rubro.

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Salvo en el período de Gerónimo Luis de Cabrera, quien fundaría Córdoba partiendo de Santiago del Estero, y más tarde bajo la caudillesca influencia del obispo Francisco Vitoria, no hubo en esta provincia mayores intentos de organización industrial o agrícola sustentable.

De tal obispo Vitoria, singularmente destaca una crónica que “había tenido dificultades con el Santo Oficio Limeño”, por ser “portugués, descendiente de judío natural, de señal conocido”*. Esto ocurre en la década de 1580, en que el rey Felipe II asume la conducción del Santo Oficio de la Inquisición en España y Portugal, infundiendo un nuevo impulso a la persecución de “herejes” en el por entonces decadente Imperio Español.

Ya en el periodo de la Independencia, ideas revolucionarias y reivindicatorias se sustentan en las propuestas de los grandes líderes. Como las de San Martín y Belgrano, de establecer un gran reino en el ex Virreynato del Río de la Plata restituyendo en el trono a un descendiente de los Incas. Finalmente, como suele ocurrir, van prevaleciendo el sentido común, los intereses particulares y el pragmatismo de cada caudillo provincial.

Santiago del Estero no es la excepción, y desde la Independencia en adelante se establece, como ya dijimos, el unicato de las familias Ibarra-Taboada, hasta casi finalizado el siglo XIX.

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Icaño por entonces permanece en un suspenso latente, apenas como pequeñísimo poblado cuya única importancia está ligada a su cercanía con El Bracho. Este con el tiempo se ha convertido en el Campo de Concentración donde se destierra a los enemigos de Ibarra, habitado por fantasmales soldados, que trabajan sin paga, sólo por el derecho de obtener algunos magros recursos de la tierra.

Los Taboada perpetuarían ese nefasto destino para este “poblacho” y fuerte, donde se desterraba, torturaba, asesinaba o se abandonaba a su suerte, entre las fieras, a los opositores de los dictadores.

Dentro de este esquema, los pequeños conglomerados poblacionales como Navicha, Yacasnioj o Icaño asumen sólo una importancia subsidiaria.

Hasta 1851, en que el general Antonino Taboada emprende su proyecto de navegación del Río Salado, período de 20 años en que cobra súbita fama toda la región, incluyendo a Icaño.

En 1855 se efectúa la mencionada expedición, comandada por Taboada y el marino estadounidense Thomas J. Page. En el vapor de guerra “Water Witch”, junto a unos 25 hombres, descendieron el Río Salado desde la estancia de los Taboada “situada a 18 leguas Este Nordeste de Santiago y 24 leguas Noroeste de Matará hasta Sandía Paso, situado a 45 leguas –que hicieron a caballo– de Monte Aguará,

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límite extremo a que llegó el mismo Page desde Santa Fe con el vapor «Yerba». El bote que usaron para para recorrer el Salado río abajo fue transportado en carreta desde aquella arteria fluvial”.

La noticia de la navegabilidad del salado cunde, el

gobierno nacional condecora a Taboada, y se fogonea el entusiasmo ante la posibilidad para las provincias de encontrar un cauce alternativo al tapón regulado en el puerto de Buenos Aires por la oligarquía porteña.

En ese horizonte es que aparece Esteban Rams, empresario de origen europeo, que consigue grandes concesiones a cambio de un trabajo que nunca terminó: establecer definitivamente una vía fluvial a través de este río.

Desde antes de iniciar el trabajo, Rams ya recibe como “indemnización” cien leguas de tierra, algunas de estas en el actual territorio de Icaño. El entusiasmo es tan grande, que para la firma de ese convenio se efectúa un acto público, con la presencia de las principales autoridades provinciales, donde se procedió a “inaugurar la obra de canalización, desmonte y limpia del antiguo cauce del Río Salado (Juramento)”. El acta de ese acontecimiento nos informa que “se procedió por el expresado Cura y Vicario Foráneo a la bendición de

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la obra con las ceremonias de costumbre en estos casos, después de lo que el padrino del acto, S.E. el señor Gobernador, dió el primer azadonazo dentro del mencionado cauce, y el primer hachazo a uno de los árboles que allí había, continuando de la misma manera los demás señores presentes, se cantó el Te Deum invocando la protección del Altísimo para la consecución de un fin que significa e importa la vida moral y física, no sólo de esta provincia, sino también de todas las del interior”.

* “Antecedentes históricos de la economía

argentina”. Por Vicente Gesualdo, Buenos Aires. Revista Historia, “declarada de interés científico y cultural por la Cámara de Senadores de la Nación”. Tomo XIV, Nº 56, diciembre de 1994, febrero de 1995.

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9. Esteban Rams y Rubert Icaño tuvo protagonismo, pues, en este proyecto

de navegación alternativo imaginado por la Confederación Argentina, ante las dificultades para enviar sus productos a través del puerto de Buenos Aires. Esto debido al boicot solapado o abierto que los porteños establecían sobre las exportaciones del interior.

Una vez en vigencia la Constitución Nacional, en su sesión del 20 de febrero de 1854 el Congreso proclamó la fórmula Justo José de Urquiza presidente y como vice Salvador María del Carril. De inmediato se declaró a Paraná capital de la Confederación, al mismo tiempo que se federalizó la provincia de Entre Ríos.

Todas estas medidas suscitaron mayor rechazo por parte de Buenos Aires, el cual, “mediante su acción opositora, puso en serios problemas económicos a la Confederación”. La secesión y el activo contrabando operaron en detrimento del “pujante desarrollo a que se aspiraba”. Buenos Aires hizo sentir la ventaja que representaba el tener el puerto, que le posibilitaba un contacto directo con los puertos de ultramar.

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A las provincias litoraleñas sólo podían llegar barcos de escaso porte, los cuales debían por fuerza trasladar su carga a otros barcos de gran porte, construidos para soportar los embates del mar durante las largas travesías. Se intentó superar estas dificultades recurriendo al puerto de Montevideo. La idea de apelar a los puertos chilenos de Copiapó y Cobija en el pacífico, sólo fue viable para los productos de las provincias del noroeste y de Cuyo. Fue en tal circunstancia histórica que comenzó a barajarse la posibilidad de explorar el Río Salado, que abriría también la posibilidad de comunicación con el Paraguay, por entonces la mayor potencia de Sudamérica.

El marino norteamericano Thomas Page, durante el año 1855, recorrió casi en toda su extensión este río, probando su navegabilidad. Esta expedición tuvo una importancia fundamental para los planes de la Federación Argentina, ya que se constituyó en el origen de una serie de grandes proyectos “para convertir el río Salado en la gran arteria fluvial de América”. El 13 de julio de 1855 centenares de santafesinos despidieron al norteamericano desde el puerto. En el vapor “Yerba” iniciaba la navegación por el Salado. Junto a él estaba el propio gobernador santafesino, Domingo Cullen y su familia, en una clara muestra de apoyo al proyecto.

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El historiador José Néstor Achával indica que la expedición se emprendió “en una falúa” que había mandado a construir el coronel santiagueño Antonino Taboada, y a la que el mismo Taboada bautizara “General Urquiza”.

“[…] teniendo como jefe de la nave a don Lino Balbey inició, el 10 de noviembre de 1856, juntamente con el comandante de la Armada de EE.UU., don Thomas J. Page, el reconocimiento del río Salado […] mientras Taboada marchaba por tierra con fuerzas auxiliadoras” dice Achával en su Historia de Santiago del Estero.

El vapor llegó hasta el paraje Monte Aguará donde debieron seguir la navegación con botes debido a la bajante de las aguas.

“Con gran sentimiento deshago el camino, pero con haber ascendido y demostrado la navegabilidad del río Salado hasta Monte Aguará hemos obtenido algo. Su carácter uniforme, curso firme y barrancas bien definidas; su creciente tal como lo indican marcas en los árboles; la pampa firme a través de la cual todo corre, todo induce a creer que es un río apropiado para la navegación hasta un punto superior al alcanzado. Su explotación completa es de importancia no sólo para la Confederación Argentina sino para todo el mundo comercial”, escribió Page el 26 de julio de 1855, dos años

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después de la jura de la Constitución Nacional en la propia ciudad de Santa Fe.

La idea era poner en comunicación con el océano Atlántico las mercaderías de Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy “cuyos productos hasta hoy han sido llevados al puerto de Rosario por carretas de bueyes, empleando diez meses para ir y volver, y los que ahora en botes pueden llegar al mismo puerto en quince días y volver cargados de mercaderías en veinticinco”, sostuvo Page.

El 14 de enero de 1856, la Casa Smith Hermanos firmó con la Confederación Argentina un contrato para establecer una compañía de Navegación a Vapor por el Salado. Debían transportar tanto a las personas como mercaderías. El gobierno, mientras tanto, cedería parcelas en las costas del río para colonizar la zona. Pero ese primer acuerdo se rompió porque la empresa capitalista no realizó ningún viaje exploratorio, como indicaba el convenio firmado con la administración santafesina.

El 2 de junio de 1856, Esteban Rams y Rubert, ex proveedor del ejército de Justo José de Urquiza, ganó la nueva licitación para lograr la navegación del Salado.

El encargado de llevar adelante la expedición fue el mismo baqueano Lino Balbey desde Matará, Santiago del Estero, hasta Santa Fe.

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El 28 de noviembre de aquel año, centenares de santafesinos recibieron a la falúa “General Urquiza” casi como si se tratara de héroes.

“El Río Salado o Juramento es navegable en toda estación, desde Santa Fe hasta Sandía Paso, a cuarenta leguas de la ciudad de Santiago del Estero. La sola dificultad se encuentra en el estero de El Bracho, con el agua que se encuentra, y esa desaparecerá con algunos trabajos, pues está muy baja” narran las crónicas de la época.

Desde diciembre hasta junio el río se presenta navegable hasta Salta. “Por medio de la navegación del Salado cuatro provincias van a mudar de aspecto transformándose completamente: Santa Fe, Santiago del Estero, Tucumán y el Chaco”, se esperaba del proyecto. “Las provincias interiores se pondrán en comunicación rápida con el océano y el Paraná, beneficiando así las riquezas que duermen allí inexploradas, atrayendo brazos y capitales. En seguida de la navegación del Salado vendrá la del Bermejo, que establecerá nuevas relaciones con la extremidad septentrional de la República y la misma Bolivia, que tiene más interés en acercarse a nosotros que buscar una difícil travesía hasta el océano Pacífico”, publicó el periódico entrerriano “El Nacional Argentino”, al comentar el viaje emprendido por Balbey, ahora empleado de Rams y Rubert. Pero finalmente esta expedición no

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prosperó, deteniéndose en el paraje de Navicha, “debido a la poca profundidad del lecho en este tramo”.

El comerciante europeo, que ya había hecho buenos negocios con la Confederación, se siente atraído por el inmenso polo de desarrollo, que le parece avizorar en esta región. Esteban Rams y Rubert, entonces “consiguió un préstamo bancario en París de 1.200.000 pesos oro, cuya garantía eran cien leguas cuadradas de tierra pública otorgadas por la legislatura”.*

El 26 de enero de 1857, la nueva expedición solventada por el empresario vuelve a intentar la navegación del río Salado. Allí estaba, entre sus tripulantes, el ingeniero Rodolfo Blandovsky, contratado por el gobierno nacional para levantar un plano del río y recoger cualquier tipo de información sobre su cauce.

Rams y Rubert, como ocurriría con los hermanos Wagner más tarde, se sintió atraído por el clima especial y el magnetismo de Icaño, que, no nos cansamos de repetir, por entonces poseía frondosos bosques cubriendo la mayor parte de su región. Imaginó allí una ciudad próspera, industrial, y se propuso emprender una colonización con extranjeros, preferentemente europeos. Era la tónica de esa segunda mitad del siglo XIX: el pujante desarrollo industrial de Inglaterra, Alemania y

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Francia, había sentado la convicción de que estos pueblos llevaban en sí mismos una especie de gen del progreso. Entonces se creía que la solución a todos los problemas argentinos era traer como fuera ingleses, franceses, alemanes, o, aunque más no fuera, italianos, otorgándoles todo tipo de beneficios y gangas para seducirlos.

Se iniciaron las obras de limpieza del mencionado cauce “con dos rastras compradas a tal efecto” y en noviembre de 1858 Rams presentó al gobierno nacional un plan en el que marcaba “la imprescindible necesidad de encarar algunas obras de mejoramiento y encauzamiento del Salado”.

Santa Fe promulgó una ley que concedía a la empresa tierras para la colonización de las costas del Salado. Santiago del Estero, por su parte, cedería cien leguas cuadradas con el mismo objeto y la provincia de Salta comisionó al doctor Pablo Saravia “para que procediera a construir un camino que uniera el Salado con el Bermejo desde Miraflores”.

El 25 de diciembre de 1863 se inauguraron las obras de “Canalización, desmonte y limpieza del antiguo cauce del Río Salado”.

A fines de 1865, con el apoyo también del gobernador santafesino Nicasio Oroño, Rams y Rubert inició un plan de colonización de las costas del río en el que se comprometía a establecer entre

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tres mil y cinco mil familias extranjeras. Pero el 17 de abril de 1867, Rams y Rubert murió.

Tanto “Taboada como el mismo Rams y las familias ligadas al poder”, habían adquirido “a vil precio las tierras aledañas [al río Salado] especulando con su valorización. Tiempo después, con el ingreso del Ferrocarril, sus montes fueron talados para la producción de durmientes y postes”. *

* Historia de Santiago del Estero. María Mercedes

Tenti de Laitán. 1995.

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10. Se consolida el nuevo pueblo Rams y Rubert fracasa en todo sentido: ni logra

remontar el Salado, ni menos establecer un pueblo de gringos. Pero deja flotando en el ambiente la idea que por entonces había ido introduciéndose en las cabezas de los gobernantes. La de que el “progreso” económico estaba directamente ligado con ciertas razas emprendedoras, que habían demostrado en Europa ser “las mejores”, a través del éxito económico obtenido en sus países de origen. No se tenía en cuenta que los exitosos solían quedarse en Europa, y sólo vendrían, en realidad, quienes allí habían fracasado. O en todo caso, enviados de algunos empresarios a quienes interesaba ampliar sus negocios, llevándose los beneficios sin dejar, generalmente, casi nada a cambio.

Pero un consenso generalizado entre las clases medias y las opulentas, que incluía aún a facciones políticas enfrentadas, sostenía el criterio de que franceses, alemanes, ingleses y estadounidenses, eran en sí mismos, sin otro aditamento, “agentes de progreso económico, social y cultural”.

La victoria de Mitre y Sarmiento, que dominan directa o indirectamente el poder durante el último

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tercio del siglo, consolida fuertemente estos prejuicios, llamados a tener importantes consecuencias en toda nuestra historia nacional.

Icaño es pues uno de los tantos laboratorios donde se intenta llevar a cabo tales conceptos. Hacia finales del siglo XIX es, debido a ello, un hervidero de gentes de diferentes orígenes extranjeros, empeñados en construir un polo de desarrollo productivo de acuerdo con el esquema europeo.

En 1889 se estableció en Icaño la que sería fuente

de trabajo y desarrollo: Barbel, Nuttall y Cía. “Solamente Enrique Nuttall y Guillermo Nial vinieron aquí”, narra la historiadora local María A. de Abregú:

“John Barber atendía en Buenos Aires la venta de los productos”. Como industria maderera, iniciaría también el proceso de desmontes masivos, que lamentablemente con el tiempo acabarían convirtiendo a esta zona, antes fresca y húmeda, en calurosa y seca al extremo.

Emilio Wagner escribiría, apenas unos años después, sobre estos desmontes, describiendo su entorno: “…clima ardiente pero sano, extensas llanuras boscosas que el hacha, poco a poco, convierte en estepas de maleza espinosa y en salitrales, salvo en la mínima parte de su suelo que ha sido cultivada”. Como se ve, en menos de 200

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años la conquista europea ha ido borrando la antigua cultura agrícola y la selvática fertilidad de esos campos.

Sigue el eminente arqueólogo y antropólogo: “Actualmente esta región es de aspecto severo y

rudo, pero era completamente diferente antes de que por ella pasaran las vías del ferrocarril, seguidas del hacha nefasta, como lo hemos podido comprobar de visu, desde que la recorremos.

“[Antes] Sus esteros contenían enorme cantidad de peces y de aves acuáticas y en sus inmensas llanuras y praderas, sus extensos bosques y sus abras, vivían en paz multitud de animales de pelo y pluma.

“Los «prosopis» (algarrobos) diversos, los mistoles y los chañares aún no habían caído bajo el hacha y cada año producían abundantes cosechas de frutos, que constituían para el poblador, juntamente con el maíz, la base de su nutrición.

“Lo mismo ocurría, sin duda, en épocas remotas de la prehistoria, pues si hemos podido comprobar que se ha transformado de tal modo el clima en el término de cincuenta años, se comprende que esta provincia, en el lejano pasado, haya conocido ciclos lluviosos y que su aspecto haya sido más ameno.

“…en regiones actualmente áridas y pobres, las excavaciones arqueológicas que se realizan demuestran que allí mismo han logrado

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desarrollarse, en otras épocas […] civilizaciones florecientes y hasta exuberantes.

“Esto explica por qué, pueblos numerosos, han podido prosperar antaño en Santiago del Estero, donde actualmente les sería imposible vivir.

“Debido al bienestar que proporciona la abundancia, esos antiguos pueblos de inmigración [aborigen] han conservado aquí el grado de civilización avanzada con el cual llegaron a estos parajes; así lo podemos apreciar en profusión en las excavaciones que realizamos”.

El aserradero de Barber, Nuttall y Cía se estableció “pocos metros antes de llegar a la actual casa de las señoritas Herrera”. Contaba con “elemento mecánico y personal especializado de origen inglés e italiano”. Los europeos se ocuparon de transmitir sus conocimientos técnicos a numerosos criollos contratados por la fábrica, que con el tiempo “resultaron hábiles quemadores de carbón”.

La empresa se lanzó a “la explotación también de durmientes de quebracho colorado, postes, rollizos, blancos y varillas”. Con los mismos motores con que impulsaban sus gigantescas sierras, los empresarios “accionaban una bomba, con la cual regaban unos campos” donde hacían sembrar y cosechar alfalfa.

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Además del aserradero, establecieron un comercio de Ramos Generales “para uso de sus numerosos obreros”. El primer panadero industrial de Icaño fue introducido por esta empresa de productos forestales. Se trató de Lorenzo Ponci, italiano, quien, contratado por la empresa, llegó junto con los obreros del aserradero, en 1890, para proveer sus necesidades.

“Este señor trabajó varios años haciendo el pan francés para abastecer a los obreros de la firma mencionada, en el año 1898 se independizó y estableció una panadería por su propia cuenta en la casa que es ahora de la familia Ganem. Murió en el año 1902, dejando dos hijos varones que más tarde fueron llevados y educados por el señor Antonio López Agrelo en Buenos Aires”. (María A. de Abregú. Tribuna Libre, Octubre de 1966.)

Más tarde, ya hacia principios del siglo XX, llega Santiago Stone, de origen estadounidense, quien crea también un poderoso establecimiento industrial maderero.

Las familias que formaron las clases sociales más destacadas en Icaño fueron, hacia fines del siglo XIX, las de Antenor y Manuel Mansilla, la de Rufino Cisneros, las familias Rojas, Luna, Garnier, Córdoba y Herrera.

En aquella década finisecular se había instalado también la empresa de Isaac Bercoff e Hijos, que

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además de muebles de la por entonces aún abundante madera, “se ocupaban de la construcción de elementos para sulkys, carros, y herramientas rurales”.

La empresa familiar se expandió más tarde conducida por José y Benjamín Bercoff, bajo la denominación de Establecimiento Bercoff SRL.

La gran carpintería instalada por ellos, proveía de muebles a establecimientos comerciales todo el país. Sus productos gozaban de un prestigio extraordinario, debido a su alta calidad. Con los motores de su carpintería, además, proveyeron de electricidad a todo el pueblo, convirtiéndolo en uno de los primeros iluminados bajo este recurso tecnológico en toda la provincia.

Fueron pioneros de la cultura en Icaño, instalando el primer cine, en la época de las películas mudas. Con capacidad para más de 350 personas sentadas, este cine permaneció hasta bien entrado el siglo XX, constituyendo el principal centro de información audiovisual para Icaño.

Un inmigrante español, Mateo Rodríguez., instala apenas poco después de iniciado el nuevo siglo la primera farmacia comercial. Rodríguez había venido con su familia de Almería, directamente a Santiago del Estero porque un tío de su esposa que según sus descendientes era contador, vivía en Icaño. En 1910 se instala definitivamente.

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La actividad forestal trae una extraordinaria prosperidad a la región. Se levantan numerosos negocios, alrededor de las empresas, que contratan centenares de obreros, pues la obtención de los inmensos tallos de quebracho y otras especies forestales se hacía por entonces completamente a mano. Recién luego de haberlos obtenido, quitándolos de los montes a golpe de hacha, eran introducidos en los galpones. Allí, aún se continuaba el trabajo por medio de otros obreros con hachas, cuando se trataba de descortezarlos o trozarlos, para posteriormente recién elaborarlos con máquinas.

Centenares de hombres solían trasladarse incluso de otras localidades, acampando alrededor de las empresas forestales o integrándose a sus acantonamientos.

Pero iba a ser una prosperidad efímera, que iba durar apenas hasta los primeros años del siglo XX. En parte por ser las empresas, en general, inversiones externas. Que si bien instalaban estructuras productivas y un cuerpo gerencial en Icaño, enviaban la mayor parte de sus ganancias afuera. Tampoco se producía bienes para crear un mercado interno, sino con el propósito de proveer, principalmente, a las compañías ferroviarias, en manos de capitales ingleses, y a grandes industrias de Buenos Aires u otras provincias y el extranjero.

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Se trabajaba, casi únicamente como proveedores de materia prima:

“En Tartagal, en el Chaco salteño, se estableció en 1904 una fábrica de propiedad de una subsidiaria de la Tanning Extract Company, de Nueva York, la Argentine Quebracho Company, que poseía unas 280.000 hectáreas de bosques. En Santiago del Estero, en cambio, donde también abundaban los obrajes y aserraderos, la fase industrial llegó tarde: sólo en 1941 se puso una fábrica de tanino en Monte Quemado, y en 1942 otra en la capital de la provincia”, dicen Eduardo Bitlloch y Horacio A. Sormani, en su trabajo Los enclaves forestales en la región chaqueño-misionera.

Hacia 1930 los bosques de la ancha región que rodea a Icaño se van terminando, el Ferrocarril ha sido concluido y algunos años más tarde reducirá sus prestaciones; muchos de los capitalistas que invirtieron en la zona ponen pues sus ojos en otros negocios. Y se estanca la población en una economía que vuelve a ser de subsistencia, como en los primeros años de la conquista.

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11. La primera escuela Con la intuición aguda que caracteriza a los

artistas, Ricardo Rojas percibe el futuro doloroso que se avecina para Santiago: el desierto más áspero, en el lugar donde otrora campeaban los exuberantes bosques y sus innumerables animalitos naturales. También por su vinculación con el poder –era hijo del gobernador que otorgase las primeras concesiones de cientos de miles de hectáreas, “vendidas” por precios más baratos que los durmientes que de ellas se iban a extraer, a empresas forestales que las devastarían. Lo cual establece analogías sugerentes entre este miembro de las clases dominantes con otro “visionario” contemporáneo, Al Gore. Quien desde el poder estadounidense intenta hoy frenar la debacle ambiental terrícola. Con ese bienintencionado objetivo, estimamos, fue escrito posiblemente su libro más famoso, El País de la Selva.

Prevalecía entonces en la Argentina la poderosa visión institucional impuesta no sin grandes crímenes * por Alberdi, Mitre y Sarmiento: aquella que consideraba como sinónimo de “atraso” a la selva, al indio, y a todo lo naciona genuinol –incluyendo el criollo–. Esta concepción, en cambio, al europeo –particularmente de origen inglés,

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francés o alemán– lo veía como el “redentor”, que vendría a borrar definitivamente las “bárbaras” tradiciones, aborígenes e hispánicas, propias de pueblos “indolentes”.

Esta visión incluía una idílica exégesis de la industria, con sus máquinas motorizando la sociedad y geométricos campos, verdeando de cultivos “rentables” llamados a sustituir al “feo, rústico” monte nativo, como requisito básico para el desarrollo social.

La educación –que debía “empezar de cero”, prácticamente– era el instrumento ideado para “civilizar” a los millones de pobladores de la ancha Argentina, pues, con la “ayuda” de “generosos” inmigrantes, a quienes se otorgaba todo tipo de prebendas y facilidades.

Nuestra escuela de Icaño no fue la excepción, por cierto. La carta del ministro de gobierno, Pablo Lascano, a la presidenta de la sociedad recaudadora de fondos para su construcción, es una verdadera pieza de colección en tal sentido. Con arrobo Lascano describe la fascinación sentida cuanto con el gobernador –Adolfo Ruiz– recorren la campiña santafesina, colonizada por gringos: “campos que hasta ayer fueron moradas incultas del salvaje, son hoy centros de población civilizada”, se extasía.

Aún con tales prejuicios, en la práctica, la escuela pública fue una bendición real para nuestros

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paisanos. El acceder al ejercicio de la actividad intelectual, así como a destrezas que por largo tiempo les habían sido negadas, posibilitaria que muchos de estos criollos o sus descendientes, se convirtieran más tarde en importantes defensores de nuestra identidad nacional.

La primera escuela que tuvo Icaño inició sus

actividades el 1º de Abril de 1891, con veinte alumnos ─aunque cuando cerró su inscripción, el 29 del mismo mes, contaba ya con 51─. Según investigación efectuada por la señora Olga Mitre de Bercoff, en 1972, las gestiones fueron iniciadas por la señorita Trinidad Luna “quien con fecha 28 de febrero de 1891, escribe al presidente del Consejo General de Educación una carta”. (Ver Documentos).

En la carta, la señorita Trinidad Luna informa que desde el 1º de abril de ese año está en funcionamiento la institución educativa. Esta comienza a desarrollar sus actividades en un “rancho” ubicado en Las Trincheras, donde concurren varones y mujeres. Se utilizan como bancos tablones, “facilitados por los vecinos, sostenidos por troncos de árboles”. Los primeros alumnos inscriptos fueron:

Nemecio Belizán Pablo Banegas

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Segundo Díaz Francisca Ledesma Emilia Pacheco Dámazo Farías Absalón Farías Leoncio Farías (h) Domingo Trejo Hipólito Belizán Elisea Aymeric Manuel Ignacio Castellanos Magdalena Banegas Nazario Ríos Trinidad Luna, la fundadora, se había

desempeñado hasta 1890 como preceptora reemplazante en la escuela de Vuelta de la Barranca. En 1891 asume la conducción de la nueva escuela, Nº 56, de su propio pueblo, Icaño.

Pero luego del primer ciclo lectivo “se retira por razones personales” y en 1892 esta escuela permanece sin funcionar. En 1893 asume provisoriamente la señorita Florentina Corvalán, a quien, en 1894, reemplazaría nuevamente la señorita Rosa Acosta.

El propósito inicial era denominar a esta escuela con el nombre de “José de San Martín”, formándose incluso una comisión de vecinos para ello. Pero este proyecto fue modificándose al transcurrir los años,

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como se verá. Influiría decisivamente en esto la asiduidad de Ricardo Rojas, quien estaba empeñado en exaltar a lo largo y lo ancho de la provincia el nombre de su padre.

El 31 de julio de 1894 asume la dirección la señorita Carmen Hoyos. Como subdirectora se designa a Carlota Hoyos. La docente designada por el Consejo General de Educación continuaría en funciones, dirigiendo la escuela de Icaño hasta 1896.

Carmen Hoyos desarrollaría además una intensa actividad social en Icaño, integrando como Secretaria la Sociedad de Beneficencia. Esta comisión decide alquilar una casa para alojarla junto a su hermana Carlota, directora y subdirectora, respectivamente, de la Escuela 56. Además, esta comisión asigna una subvención de $ 60, que tienen el propósito de adquirir útiles escolares.

El 18 de octubre de 1896, impulsadas por la Sociedad de Beneficencia comienzan las obras para construir el edificio escolar en Icaño. Con este motivo, se efectúa el acto de colocación de la piedra fundamental, con la presencia de autoridades provinciales y la Banda de Música oficial de la Provincia de Santiago del Estero. El vice gobernador, Melitón Bruchman, asiste al acto en representación de la máxima autoridad estatal.

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El entonces Ministro de Gobierno, Dn. Pablo Lascano, es un eximio escritor santiagueño. Como tal, escribe una conceptuosa carta a la presidenta de la Sociedad de Beneficencia Dña. Esilda S. de Nuttall, de la cual reproducimos algunos párrafos:

“Una escuela que se proyecta es el futuro templo erigido al culto de una religión sublime: la de la enseñanza, y allí donde los vecindarios se agrupan con su óbolo para cuidar esas casas de verdadera beneficencia, debemos hallarnos presentes todos los que fiamos el éxito de nuestras empresas a la educación de las masas.

“Vengo de recorrer en compañía del Sr. Gobernador, largas extensiones de la provincia de Santa Fe y Córdoba entregadas a la colonización y traemos las impresiones más gratas del espectáculo abierto ante nuestros ojos.

“[…] Los habitantes de Icaño comprometen la gratitud pública iniciando obras como la que hoy se inaugura, y la piedra fundamental que colocan en medio de las alegrías generales, es el principio de grandes transformaciones en el poder moral, político y social.

“Ruego a la Sra. Presidenta hacer presentes estos sentimientos a los vecinos de Icaño y aceptar los [sentimientos (tachado)] de mi distinguida consideración” (Ver carta completa en Documentos).

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En 1897 asume como directora la señorita Honorata Gorostiaga. En el flamante edificio, ese año, el Ingeniero Baltasar Olaechea y Alcorta, presidente del Consejo General de Educación, inaugura simbólicamente un aula. En tal circunstancia se designa patrono de la Escuela al notable hombre público y gobernador de la provincia, Dn. Absalón Rojas.

Ricardo Rojas, hijo del mencionado gobernador y ya famoso escritor nacional, efectúa numerosos viajes a Icaño, en gran parte por sus gestiones para dotar de un busto con la efigie del destacado gobernador santiagueño a esta escuela.

En 1899 es designada directora de la Escuela Nº 56 la Srta. Rómula Santillán, y por sus eficientes gestiones, el establecimiento es elevado a la categoría de “Elemental”.

En 1902 la sucede en la dirección el maestro Cipriano Báez Messa. Bajo su gestión escolar, se establece oficialmente el nombre de “Absalón Rojas” para la más importante escuela pública provincial de Icaño.

En 1905, es director el docente Dn. Pedro Abregú. Por sus gestiones se crea en el mismo establecimiento la Escuela Nocturna, que la Provincia pone también bajo su dirección.

1908 encuentra ya como director a Dn. Manuel Luna. Es en este periodo que “se concreta por fin el

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anhelo de los docentes, inaugurándose el busto de Dn. Absalón Rojas”, realizado por un artista nacional.

En 1910, centenario de la Revolución de Mayo, “los docentes son gratificados con la entrega de una hermosa medalla de plata, conmemorativa”, por parte del Consejo General de Educación de la Provincia.

Durante ese mismo año, el 12 de agosto, “en un marco de entusiasmo por los resultados notables de la Educación Pública”, se crea también en Icaño la primera Escuela Nacional, a la que se otorga el Nº 78. Es designado como su primer director el docente Dn. Juan E. Chazarreta.

En 1912, los registros de la Escuela Absalón Rojas nos dan noticia de estar constituido el cuerpo docente de la siguiente manera:

Director, Manuel Luna; Vice Directora, Ameliana Maldonado de Cortes; maestros: Benita Maldonado de Rojas, Máxima de Carranza, Prudencia Herrera, Alejandro Costas, Rolendia Rojas, María Luisa Pacheco. Profesora de Música: Ermelinda Rojas.

El 8 de marzo de 1911, la escuela Absalón Rojas, de Icaño, es nuevamente elevada de categoría, llevándola a la de “Inferior”.

En 1913 el personal se renueva parcialmente, quedando como director el Maestro Normal Nicolás Blanes; su vice directora es la señorita Aidée

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Mittelbach. A las maestras de grado, se agregan María García, Gennaria Rojas y Ambrosia L. de Blanes.

1919 encuentra ya como director al maestro Alejandro Costas, mientras que el personal docente se integra con Benita Rojas, Prudencia Herrera, Irene Herrera, Rosalía Vivas, Angélica Encalada, mientras continúa como maestra de música la señorita Hermelinda Rojas.

En 1923 asume como directora la docente Prudencia Herrera de Cisneros. Son maestras de grado Tomasa Pacheco, Teodomira de Contreras, Valentina de Giménez, Inés Vieyra, Negalina de Boixados, Juliana Herrera, Alba Mansilla. Maestra de Labores: Srta. Victoria Herrera.

En 1940 la peste bubónica azota la provincia de Santiago del Estero. Se hace sentir en Icaño, con casos fatales que alarman a la población. Sin embargo, la escuela Absalón Rojas, por entonces bajo la firme dirección de la Srta. Tomasa Pacheco, no suspende el dictado de clases. Finalmente la crisis de salud pública se supera.

Otra de las docentes destacadas en una larga lista es la Srta. Inés Vieyra, quien en 1941 asume el cargo de Subdirectora con carácter de “Ad Honorem”.

El 1º de Abril de 1941 se celebran las Bodas de Oro de la Escuela Nº 56 “Absalón Rojas”. Con ese

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motivo se efectúan importantes actos culturales y celebraciones conmemorativas.

En 1942 el personal docente se integra de la siguiente manera:

Directora: Tomasa Pacheco. Subdirectora: Inés Vieyra. Maestras: Segunda V. de Migueles, Juliana Herrera, Irma V. de Dib, Modesta V. de Tiberti, Negalina V. de Boixados, Valentina C. de Giménez, Teodomira de Contreras, Sara Angélica Rodríguez, Victoria Spat y Victoria Herrera. Blanca Irurzum, inspectora del Consejo General de Educación consigna que el edificio escolar “se encuentra en estado lamentable”. Debido a ello el cuerpo de docentes inicia una campaña con el propósito de obtener la restauración de las instalaciones educacionales. La incorporación al personal escolar de la Sra. María Luisa Názer de Gallo, docente de gran lucidez, contribuiría posteriormente al logro de esos objetivos.

En 1944, en tanto, la escuela Absalón Rojas es elevada nuevamente de categoría, llevándola a la de “Superior”. En conmemoración a ello, se inaugura la Pirámide de Mayo, obra escultórica realizada por el prestigioso artista provincial Roberto Delgado.

En 1945 la escuela pierde a “una excelente educadora e hija de este pueblo”, la Srta. Juliana Herrera.

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El 9 de Julio de 1950, Año del Libertador General San Martín, se coloca la piedra fundamental del monumento que esta escuela ha de erigir en homenaje el héroe máximo de la Argentina.

En 1952 asume por concurso el puesto de directora la Sra. María Luisa Názer de Gallo. El 23 de septiembre de 1953 se crea el cargo de Celadora, designándose para esa responsabilidad a la Srta. María Luisa Farías.

En 1954, asume el cargo de directora la Sra. Irma Villarreal de Dib. Durante este período se produce la demolición del viejo edificio escolar, dándose comienzo a la construcción de las nuevas instalaciones.

La Sociedad Cooperadora, presidida por la Sra. Sofía de Bercoff, efectúa por su parte una fecunda acción de sostén y complementa eficazmente la labor docente escolar.

El 18 de julio de 1955, siempre bajo la dirección de la Sra. Irma V. de Dib, se comienza a efectuar el traslado de los alumnos al nuevo edificio escolar. Por gestión de esta misma directora, el Gobierno de la Provincia aprueba también el Proyecto de Ampliación del edificio. El 6 de julio de 1956, es designada vice directora la Sra. Irma Mitre de Bercoff.

En 1963 se conforma la Sociedad de Ex Alumnos de la Escuela Superior Absalón Rojas.

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El 11 de mayo de 1965, se crea por fin el Jardín de Infantes. Ese día se efectúa una lucida celebración escolar, encabezada por la entonces directora interina, Olga Mitre de Bercoff. Se encuentran presentes la presidenta del Consejo General de Educación, Dra. Ana M. Victoria de Borges, la Inspectora de Jardines Municipales, Sra. María Isabel R. de Páez, quien también asume la representación del Centro de Residentes Icañenses en Santiago del Estero. De entre las autoridades locales, se destaca con un discurso alusivo el Encargado Escolar, Dn. Benjamín Bercoff, a quien responde conceptuosas palabras la presidenta del Consejo, Dra. de Borges. Finalmente se sirve un almuerzo de camaradería en el que participa el personal docente y vecinos de Icaño.

La primera maestra jardinera fue la Srta. Lidia Rosa Metrafano, a quien sucedería la Srta. Teresa Magdalena Paz.

El 3 de mayo de 1966 la Sra. Irma Villarreal de Dib, directora de la Escuela Absalón Rojas, es ascendida a Inspectora de Escuelas por la Provincia. La sucede en el cargo la Sra. Olga Mitre de Bercoff. A través de su gestión se efectuarían innumerables actividades culturales, viajes de estudio y otras acciones educacionales de gran valor institucional. También se reacondiciona y repara el edificio escolar, continuando una larga labor de restauración

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comenzada años antes y que permite contar con instalaciones adecuadas para el buen funcionamiento de la institución. La comunidad entera presta colaboración para estas obras, y la vereda del establecimiento es construida íntegramente por alumnos de 5º, 6º y 7º grado, dirigidos por sus maestros.

El 4 de agosto de 1970 se inauguran las refacciones efectuadas, además de una ampliación consistente en una oficina para la Dirección, una cocina, un salón comedor y dos aulas, una de ellas destinada al Jardín de Infantes.

En 1970 se renueva después de 25 años la comisión cooperadora, resultando elegido presidente el señor José Hons. Integran esta comisión además las señoras Belkis Rodríguez, Miguel Dib, Victoria Herrera y el señor Francisco Mansilla como tesorero.

A partir de entonces la Escuela Absalón Rojas, primera institución educacional de Icaño, naciente al mismo tiempo que la oficialización de su carácter municipal, asume un destacado rol en cada una de las actividades cotidianas de esta comunidad.

Numerosos son los nombres de vecinos icañenses

que han colaborado, de una u otra manera a la consolidación de esta empresa colectiva. Posiblemente todas las familias de Icaño alguna vez

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aportaron su granito de arena o esfuerzos importantes para que esta obra trascendente fuese realidad. Por ello es que no pudimos nombrarlos a todos, pero sirvan estas líneas para significar que como de tantos otros logros, la comunidad entera de icañenses debe sentirse orgullosa de su concreción.

* En el mes de marzo de 1862 Sandes sorprendió

en los Llanos a un campamento Chachista al mando del mayor Cicerón Quiroga, cuyos componentes pasó a degüello cuidadosamente. En su parte –cita obligada con referencia a este episodio– dice Sandes: “Quedaron en nuestro poder el mayor don Cicerón Quiroga, jefe de infantería y siete oficiales, los que fueron pasados por las armas al día siguiente; se cuentan 3 hombres muertos”.

Esta matanza se lleva a cabo con la autorización escrita de Sarmiento. Más tarde Mitre le echaría en cara este acto al sanjuanino, reproduciendo la carta en que Sarmiento da cuenta de la masacre. “Sarmiento –dice el historiador Rosa–, no pudo negarla, pero atribuyó esa matanza y las que le siguieron, al ejército de Mitre, que él por un acto de generosidad puso a cubierto de reproches”. (Los Coroneles de Mitre. Ricardo Mercado Luna. Editorial Plus Ultra, 1974.)

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12. El Conde de Icaño “…me construí palacios, planté viñedos, me hice

huertos y parques y planté toda clase de árboles frutales, me hice albercas para regar el soto fértil; adquirí esclavos y esclavas, tenía servidumbre y poseía rebaños de vacas y ovejas; acumulé también plata y oro, contraté cantores y cantoras y tuve un harén de concubinas para gozar como suelen los hombres… Cuanto los ojos me pedían se lo concedía, no rehusé a mi corazón alegría alguna… Después examiné todas las obras de mis manos y la fatiga que me costó realizarlas: todo resultó vanidad y caza de viento… nada se saca bajo el sol.”

Qohelet (La Biblia). Siglo IV antes de Cristo. El 25 de julio de 1918 un pequeño cortejo se

encaminó hacia el cementerio de Icaño bajo la llovizna. En un modesto cajón de algarrobo, reposaba el cuerpo sin vida de quien fuese durante 67 años el Conde Fabián Del Castaño. Había sido reconocido hacia 1875 con este título nobiliario, por el rey de España, luego de que colaborase de un modo decisivo para la restitución de su trono.

El féretro permaneció algunos años en el cementerio, pero repentinamente se profanó su

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tumba y alguien se lo robó. Dicen que vieron a un pequeño grupo de “porteños encopetados”, que llegando subrepticiamente contrataron un peón para extraer los restos, y se los llevaron.

Se supone que eran familiares del Conde –los Anchorena, de Buenos Aires–. Esto permanece en el misterio hasta hoy. Como muchas de las acciones en la historia de Fabián, singular como pocas.

Pero veamos someramente los datos principales que trascendieron en la vida de Fabián, por algunos llamado “el Conde de Icaño”.

Fabián Tomás Gómez y Anchorena nació el 29 de

diciembre de 1850, en Buenos Aires. Era hijo del santiagueño Fabián Gómez del Castaño y la porteña Mercedes de Anchorena y Arana.

Tomás acaba de cumplir tres años cuando muere su madre; tres años después, siendo él un niño de seis, fallece también su padre. A partir de entonces el niño será criado por su abuela, Estanislada Arana de Anchorena, quien le designa instructores particulares para atender su educación. “No concurre a ninguna escuela, es educado en la casa por preceptores privados y se desarrolla su incipiente personalidad colmada de mimos y halagos”, dicen sus biógrafos.

En 1868 –aún no había cumplido los 18 años–, se enamora perdidamente a una diva del Teatro Colón,

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Josefina Gavotti, italiana, “a quien obsequia lo mejor del famoso bazar de Perasé, una cupé con sus guarniciones y un collar de perlas traído de Soufflot et Robert”, de París.

“Corre mayo de 1868, en Buenos Aires. Tiempos de la presidencia de Sarmiento y de la Guerra del Paraguay”. Tristes tiempos, en que centenares de inmigrantes europeos llegan famélicos y se alimentan “a pan y cebolla” en el puerto de Buenos Aires, hasta conseguir que el gobierno les asigne una chacrita o la colocación como obreros de una fábrica. Y los indios, convertidos en vagabundos o borrachos, cosechan el desprecio de los hombres blancos, que los han arrojado a sobrevivir en pequeños bolsones alejados de la civilización.

Pero las clases adineradas tenían entonces cómo eludirlos. Gracias a las inmensas necesidades de carne de Europa y los países industriales de Norte, un puñado de familias terratenientes de Buenos Aires había acumulado fortunas inmensas dedicándose al negocio de hacer criar, faenar y exportar carne de vaca. Favorecidos por la Conquista del Desierto, donde Roca y otros militares profesionales arrebataron sus tierras a los indios luego de asesinarlos, para repartir millones de hectáreas entre sus amigos y parientes, se había formado esta oligarquía que, hacia fines del siglo XIX, brillaba ante el mundo entero por su poder

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económico y sus dislates exhibicionistas. La familia Anchorena era una de las privilegiadas con estas prebendas.

Cierta noche en que se representaba el Fausto de Gounod en el Teatro Colón, un miembro lateral de estos Anchorena se enamoró de la soprano Italiana que lo interpretaba. Fabián Gómez y Anchorena tenía entonces casi 18 años. Había reservado uno de los primeros asientos, durante cada noche del período que durase la representación operística, sólo para ver desde lo más cerca posible a su amada. Ella era Josefina Gavotti, una italiana con más de treinta años y casada ─aunque esto lo sabría él bastante después.

La mujer se entusiasmó con los regalos recibidos y la fortuna de su cortejante, debido a lo cual no tuvo reparos en cometer bigamia, casándose con Fabián en Buenos Aires. Ello despertaría las iras de su abuela, doña Estanislada, quien inmediatamente pidió la anulación del matrimonio: “esta boda es el gran escándalo social de la época; doña Estanislada pide anulación del matrimonio por haber estado en la minoría de edad y sin su consentimiento. En plena luna de miel (Fabián) es conducido preso por haber obligado violentamente al cura a realizar esa boda” (ayudado por un grupo de muchachones). Así narra el incidente Carlos Páez de la Torre, en la revista First.

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Pero finalmente la pareja quedó libre y partieron rumbo a Europa, momentáneamente eufóricos. Muy pronto comenzarían los problemas. Fabián y la Gavotti “no se entendían”. Especialmente cuando él se enteró de que ella estaba anteriormente casada –y no divorciada–, con un italiano. El 14 de enero de 1870 el diario La Nación reproduce los avisos que estaba haciendo publicar en Europa este niño mimado de la sociedad argentina, Gómez y Anchorena. En ellos se ofrecía un millón de pesos (suma extraordinaria, en esa época de muy gordas vacas argentinas), a quien “aportara datos de un tal Fiori”, marido legal de la Gavotti. Cuando lo halló, el incipiente play boy argentino tramitó y obtuvo inmediatamente el divorcio.

Los hados lo protegían. En 1873 falleció su abuela dejándolo como único heredero de una gigantesca fortuna, calculada en más de ochenta millones de pesos fuertes, cantidad que provocaba mareos con sólo pronunciarla. El peso argentino era por entonces una de las monedas más poderosas del mundo. La herencia incluía estancias, mansiones en diferentes ciudades y “manzanas enteras en el Barrio Norte” de Buenos Aires.

“Lógicamente –dicen los biógrafos porteños–, para sus ansias de buena vida, la Argentina le quedaba chica, y Fabián se trasladó a París”.

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Allí comenzó a vivir una vida plena de exotismo y aventura: “en su palacio a orillas del Arno, vive en compañía de un príncipe tuareg, de una bailarina circasiana, de su amigo Felipe Haymer y de una corte de ociosos, afectos a la vida regalada. Allí, entre fiestas, comienza la leyenda de su riqueza inagotable”. Viaja a través de toda Europa, haciéndose admirar por donde va con su “prodigalidad de gran señor”. Para librarse de los mendigos, que lo asedian, “ha hecho vestir con sus ropas a un lacayo parecido a él y por su intermedio distribuye limosnas a quien se las pide”.

En su palacio de la Ciudad Luz, celebraba banquetes donde hacía servir “delicadezas”, como un salmón de dos metros relleno de caviar. Pronto iba a comprar otro palacio más gigantesco aún, en Madrid. Su dispendiosidad, elocuencia, ingenio y atildamiento lo habían convertido ya en un “perfecto dandy” (hoy se lo denomina playboy), célebre por sus aventuras mundanas y lances amorosos. En ellos exagera sus despilfarros y parece siempre sobreactuar. Pero esto agrada a la permanente claque de su entorno.

Entonces ocurre uno de los hechos más importantes de su vida: conoce a la destronada reina de España, Isabel II y a su hijo Alfonso, parrandero y bon vivant como él. Alfonso era “legalmente” hijo de la reina Isabel II y su primo, el príncipe don

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Francisco de Asís de Borbón. Pero debido a la homosexualidad de Francisco de Asís, diversas fuentes apuntan como probables verdaderos progenitores al capitán de ingenieros Enrique Puig Moltó o al general Francisco Serrano, ambos conocidos amantes de su madre. El triunfo de la Revolución de 1868, que a través de un golpe militar derrocó a la Reina, los había obligado a exiliarse en París. Durante los años de exilio Alfonso completó su formación académica y militar en París, Viena y Sandhurst (Inglaterra).

Fabián Gómez de Anchorena se convirtió en uno de los preferidos de la Reina Madre, especialmente cuando juró poner toda su fortuna, si era necesario, para restituir en el trono a los borbones.

En 1870, su madre abdicó en favor de su hijo Alfonso. Las dificultades internas de la I República, la prolongación de la guerra con Cuba y el inicio de la tercera guerra carlista hicieron que aumentara el número de partidarios de la causa alfonsina. Tras el golpe de Estado del general Pavía, que acabó con la I República, Cánovas del Castillo restauró la monarquía borbónica, con el apoyo del Ejército, en favor de Alfonso. Con la firma del Manifiesto de Sandhurst (diciembre 1874), el futuro monarca se declaraba partidario de la monarquía parlamentaria. El 29 de ese mismo mes, en Sagunto, el general Martínez Campos proclamó como nuevo Rey de

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España a Alfonso XII mientras que Cánovas del Castillo se hizo cargo del Gobierno en espera de la llegada del nuevo rey, desde el exilio.

El rey Alfonso XII de España. Alfonso XII llegó a Barcelona en el mes de

enero de 1875 y tres días más tarde a Madrid. Con la

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restauración monárquica se consolidó un sistema político dominado por el caciquismo de la aristocracia rural y una oligarquía bipartidista: el Partido Conservador, liderado por Cánovas del Castillo, y apoyado por la aristocracia y las clases medias moderadas, se repartía el poder político con el Partido Liberal, liderado por Sagasta, y apoyado por industriales y comerciantes.

La consolidada amistad del joven Fabián Gómez y Anchorena con el monarca le hará obtener el título nobiliario de Conde del Castaño. Según Pilar Lusarreta, su primera biógrafa, “como el padre santiagueño de Fabián, por su segundo apellido, Del Castaño, podía tener lejano derecho a un título de nobleza, el rey encargó a sus genealogistas realizar los zurcidos y empalmes correspondientes… de allí salió un título para Fabián, con escudo de armas y todo…”

En los años locos de su existencia, con el rey de España y el conde de Tamames “forman un trío inseparable”. Fabián tiene un yate, el “Enriqueta”, lujosamente equipado y siempre lleno de un grupo de amigos que se titulan a sí mismos “Los Peregrinos del Placer”. Juega desbocadamente a los naipes, a la ruleta, a los caballos. Frecuenta los más caros cabaréts.

Sus amores son siempre tempestuosos. En 1878, visitando el Museo de Armas, el marido de la

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bellísima joven húngara que lo acompañaba los sorprende juntos e intenta matarlo. De un salto Fabián Gómez y Anchorena se apodera de un gran sable histórico que estaba en exposición y enfrenta a su agresor, que portaba un cuchillo. Lo pone en fuga.

El Conde adquiere alhajas carísimas, de las cuales recubre paredes enteras de su palacio en Madrid. Emprende una obsesiva persecución de obras de arte, obteniéndolas a cualquier precio.

Entonces, ya que tiene título de nobleza, quiere obtener su propio feudo: en Europa, por supuesto. Así es que se pone a financiar a movimientos revolucionarios de Los Balcanes, bajo la promesa de ser coronado rey en caso de triunfar alguna de las revoluciones que impulsa. Pero ninguno de los grupos a quienes apoya logra el poder y otros sólo le sacan dinero para “vivir de arriba”.

Descreído entonces de sus posibilidades como soberano europeo, se postula para diputado en el parlamento de España; pero su partido no obtiene los votos suficientes. Entonces se fatiga y abandona la idea de gobernar.

Enamorado otra vez, se casa con una joven marquesa española, Catalina de Henestrosa y Chacón. Orgulloso de ella, la trae a vivir a Buenos Aires, donde le ha preparado “una casa fabulosa en

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la manzana de Esmeralda, Suipacha, Arenales y Sargento Cabral”, una de sus propiedades.

Mas no bien llegados, ella empieza a sentirse mal de una rodilla, afectada por un viejo golpe por una caída del caballo. La dolencia se agrava y aunque consultan a los mejores médicos de Europa, no queda más remedio –según ellos– que amputarle una pierna. Lo hacen, y pese a ello Catalina, en poco tiempo, muere.

El desconsuelo de Fabián es grandísimo: anuncia que a partir de entonces ingresará a un monasterio, para dedicar su vida a Dios viviendo como un monje sin bienes. Pero pronto olvida ese propósito y regresa, al parecer con más bríos, a la vida desordenada. París, Venecia, Madrid, Roma; mesas de juego, fiestas locas. Cabaréts. Cierta novelista cuenta una “anécdota famosa” entre la oligarquía porteña, “la comida que ofreció al Príncipe de Orange, donde una cocotte célebre, Cora Pearl, surgió desnuda del interior de un pastel de hojaldre”. Sin embargo Pilar Lusarreta dice que no estaba completamente desnuda: colgaba de su cuello –afirma la historiadora– “un collar de perlas, de ocho vueltas”, regalo de Fabián.

Finalmente la fortuna de Fabián Gómez y Anchorena, Conde Del Castaño… se acabó. En 1890 –a los 40 años– el Conde se encuentra en agudas dificultades económicas, ya. “Ordena a sus

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administradores que empiecen a vender casas y tierras y giren el importe. Así tira un tiempo más”, informa el periodista Páez de la Torre. “Pero deberá volver, pobre, a Buenos Aires.”

Su abogado lo aloja –como ironía de la vida– en su casita de la estancia de ocho leguas cercana a Mar del Plata, que Fabián le había regalado, algunos años atrás. Con la decadencia económica vienen aparejadas las fallas de salud. En 1897 aparece en La Nación una nota anunciando su fallecimiento, junto a una enjundiosa reseña de su vida. Pocos días más tarde, el director del diario recibe una carta, firmada por “Fabián T. Gómez de Anchorena, Conde Del Castaño”, que desde el pueblo de General Pirán agradecía “los para mí halagüeños conceptos de mi anticipada necrología”. Pero les avisa que aún permanecía con vida. Pese a ello, una aguda enfermedad ha obligado, extrañamente, a que le amputen una pierna: igual que a su difunta esposa, la marquesa española.

En este período tan sensible de su vida, en que su personalidad experimenta al parecer un vuelco místico, conoce a quien sería el ángel guardián en la última etapa de su tan agitada existencia. Una mujer viuda de la clase media alta, con quien se relacionaría por intercesión de sus amistades.

Victoria Ponce, santiagueña, se convertiría en su tercera y definitiva esposa. El 16 de noviembre de

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1912, según consta en el Registro Civil de esa localidad bonaerense, contrae enlace con ella. Dulce y refinada, doña Victoria conserva su tonada, más el aroma profundo de la cultura nortecina.

Por entonces ha logrado arreglar un litigio judicial con sus tíos, los Anchorena, y obtiene como resultado una pensión mensual, que les permitirá vivir sin lujos, pero dignamente, el resto de su vida. Entonces decide trasladarse a Santiago del Estero, la provincia natal de su señora y de su padre.

Hay diferentes versiones de los motivos que llevaron a este hombre, que conoció las mayores ciudades de Europa, el lujo y el placer de las cortes más ricas del mundo, a decidirse finalmente por vivir en un pueblo tan modesto como el de Icaño.

Hay quienes dicen que su destino final era Añatuya, pero el tren tuvo un desperfecto y debió detenerse dos días aquí. El Conde y su señora, alojados en un pequeño hotel, se enamoraron del lugar (por entonces todavía montuoso) y decidieron quedarse para siempre.

Otras versiones apuntan que sencillamente el Conde decidió venir directamente a Icaño, por haber conocido a personas destacadas de esta población, como los Mansilla, en Buenos Aires. Esta parece más pertinente, teniendo en cuenta que el terreno le fue vendido por don Antenor Mansilla, perteneciente a una de las familias fundadoras de la

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actual comunidad de Icaño. Antes de construir su propia casa, se había alojado con su compañera en el “Hotel Neme”, mudándose más tarde a la casa solariega de otro amigo, don Erminio Sosa.

La casa y el terreno fueron escriturados a nombre de doña Victoria. En el frontis de la vivienda, modesta pero cómoda, hizo labrar un escudo, que decía “V. del Castaño”: por su esposa. Las últimas descripciones de Pilar Lusarreta dicen que “allí vivió hasta el 25 de julio de 1918, cuando un ataque cardíaco terminó con su vida”. En esta etapa se lo describe como “alegre, chistoso y aunque mantenía el orgullo de su linaje, jamás dejó de atender con su habitual finura, a toda persona, de cualquier categoría que fuese, que quisiera conocerlo” (Páez de la Torre).

Orestes Di Lullo visita Icaño, hacia los años 40, y conoce aquí a su anciana viuda. Dejemos por un momento la voz a ese prestigioso cronista:

“Compraría un terreno a D. Antenor Mansilla, sobre el Canal Rams y allí levantaría su pequeña casa, para él y la condesa del Castaño y para una corte de cuatro mujeres y dos mocetones, familiares de Doña Victoria, y con ellos asistiría a la coronación de la obra, cuando el rústico albañil construiría el escudo, que aún yace en tierra, desprendido del parapeto y que ostenta la siguiente

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leyenda: «Casa fundada en 1915» y más abajo: «V. del Castaño».

“Allí pasaría sus últimos años D. Fabián, al lado de Doña Victoria y de los suyos, que le respetaban con adoración y a los que nunca contó la historia de su vida. Allí, a orillas del Canal Rams, a pocos kilómetros del Río Salado, viviría acunado por sus recuerdos él que sólo recuerdos tenía de su pasada grandeza. Allí, rodeado de humildes labriegos, de rostros curtidos por el sol, de desarrapados pobladores, de viejitas y de niños, a los que reunía de vez en vez en el patio de su casa; allí, cuidando de un par de burritos que él cubría personalmente con mantas como a caballos de carrera, burritos que le servían para tirar de un pequeño coche en que paseaba, sentado en un sillón, presidiendo el ruedo familiar y amistoso, ya viejo, pero siempre pulcro, acicalado, donairoso, manteniendo secreto su apellido materno, hermético en sus referencias personales, D. Fabián Gómez de Anchorena murió el 25 de Junio de 1918.”

Una de las grandes ventajas de residir en un poblado pequeño y campesino es que con muy poco dinero se vive bien. La modesta pensión de don Fabián Gómez –como se hacía llamar en Icaño–, le alcanzaba para vivir dignamente e incluso para retomar la costumbre de las limosnas. Al salir en su tilburí, con doña Victoria, se dice que lo hacía

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detener donde había grupos de humildes niños jugando para repartirles puñados de moneditas. Tampoco dejaba pasar a un indigente por cerca de su casa, sin convidarlo aunque más no fuera con una buena sopa.

Su don de gentes, su generosidad, la cordial atención que ponía a cualquier problema que los vecinos le consultaban, lo hicieron uno de los hombres más queridos de Icaño, durante el tiempo vivido allí. Que fue sin duda el de mayor provecho de su existencia, pues se había convertido en una especie de místico, bondadoso y sabio.

Los vecinos lo estimaban y disfrutaban de su cordialidad. No pocas veces recibía de regalo un cabrito carneado, ya listo para ponerlo en el asador, pollos, tortitas regionales o un sinfín de manjares que las artes de los campesinos saben tan bien aparejar.

En ese ámbito amable y rodeado de cariño, don Fabián falleció como quien se interna de a poquito en el agua tibia de un río lustral. Una tarde doña Victoria regresó de una breve salida que había hecho al pueblo y lo encontró sentado frente a la ventana que daba al monte, mirando la lejana cortina de los árboles. No quiso molestarlo y siguió directamente a la cocina. Pero al rato, con una repentina intuición, se acercó. Don Fabián estaba casi frío ya, con los ojos abiertos y una sonrisa en los labios.

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“He visitado la tumba de D. Fabián” –relata

nostalgioso, Di Lullo–. “Ha llegado presuroso al cancerbero del viejo camposanto en que reposan sus restos. Es un hombre bajo, fornido, de cabellos blancos. Conoce el lugar en que fue enterrado y conoció también a D. Fabián. Me ha mostrado «el monumento, que no es suyo sino de un pariente de su mujer». Hay una lápida, que tampoco le recuerda y en torno, pequeñas tumbas, blancas, azules, rosadas y cruces.

“Y ante las tumbas, pequeños bancos de mampostería, y en los caminos, pequeñas veredas de ladrillo y pastos y hierbas y algunos algarrobos y más allá campos de cultivo, y muchos árboles, y una cinta azul en el horizonte lejano.

“He querido, luego, conocer la casa de D. Fabián. La casa es alta y ostenta una cornisa y un parapeto roídos. Posee una puerta y una ventana. Y en torno, ni un árbol, ni una sombra. Nos recibe la esposa de D. Fabián, Doña Victoria Ponce.

“Doña Victoria es una viejita enjuta. Doña Victoria está pobremente vestida. Sus ojos tienen un lejano vivir. Sus cabellos son blancos y bajo la piel fina y blanca los músculos son flácidos y los huesos largos y angulosos. Doña Victoria, orgullosa nos muestra el retrato de su esposo y el suyo, en la época de su casamiento. ¡Han pasado muchos años!

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Lo veo en su rostro surcado de arrugas, en su boca sumida, en sus ojos tristes, ensombrecidos, nostálgicos”.

Según la escritora María Esther De Miguel, doña Victoria Ponce anotaba las frases, cada vez más profundas que pronunciaba el conde, en sus ahora serenas jornadas, contemplando el monte icañense, los pájaros que sobrevolaban la oración o el horizonte. “El no tener nada te deja ver más claro”, habría dicho una tarde de lluvia en que hubo tortas fritas. Y enseguida agregó: “La vida me quitó todo, no para hacerme más pobre sino para que tuviera más”.

Hoy no queda en Icaño casi vestigio alguno de la última morada del dandy, señor de la nobleza española y finalmente monacal conde Fabián del Castaño. Pero hasta los más jóvenes saben quién fue. Su historia ha ido pasando, a través del relato oral, de generación en generación. Y su nombre, en una calle, lo recuerda.

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13. Apogeo de un modelo El 1 de octubre de 1852 comienzan los trabajos

para la construcción del Ferrocarril Santiago-Valparaíso, en Chile. Su proyectista y director es el Ingeniero estadounidense Allan Campbell, quien ya había trabajado en la construcción de la vía entre Caldera y Copiapó. Él determinó que la mejor opción era una ruta que partía en Valparaíso y recorría Viña del Mar, Concón, Quillota y luego cruzaba hacia Santiago por el paso Tabón. Campbell inició las faenas con alrededor de trescientos trabajadores, los que luego se fueron incrementando hasta llegar a alrededor de 2.400 obreros en los últimos meses de 1853. Esto significó el lanzamiento de una gran cantidad de trazados ferroviarios en la vecina república de Chile, siempre con técnicos estadounidenses. Entre estos, hacia 1880, arriba el joven Santiago Taylor Stone, quien se especializaba en puentes. Stone encuentra afinidades entre su personalidad y el carácter latinoamericano y decide quedarse. En su decisión de quedarse definitivamente en Sudamérica, influyó el haberse enarmordo de Sara Mercedes de la Cruz Sanhueza Eijos, joven belleza chilena. Se casa con ella y decide venirse a vivir a Real Sayana. Poco después, lo

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encontraremos conduciendo una de las principales empresas madereras de Icaño. Su historia representa un arquetipo de tantas otras del Fin de Siglo XIX: Sudamérica se muestra entonces, para algunos extranjeros, como una nueva Tierra Prometida.

Las películas de Charles Chaplin eran seguidas por

un nutrido público en Icaño, cada fin de semana. Un operador francés, Tinell, atendía la máquina luego de cobrar las entradas y cerrar las puertas, ya con la sala llena. Los propietarios del cine eran además industriales: la familia Bercoff, dueños de una carpintería de fama nacional. Además, desde su establecimiento fabril y comercial proveían de electricidad a todo el pueblo, convirtiéndolo en uno de los primeros de la provincia que podía usar esta tecnología.

Películas con André Deed y Max Linder, Quo vadis? (1912) o Cabiria (1914) fueron vistas precozmente en Icaño.

Judith de Betulia, El gabinete del doctor Caligari (1919), y hasta Un perro andaluz, de Salvador Dalí y Luis Buñuel, fueron obras cuyas copias llegaron aquí, casi al mismo tiempo que en las grandes capitales del mundo.

Como es natural, se habían conformado dos clases sociales nítidamente diferenciadas: la de los

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terratenientes y empresarios, y la de los obreros o servidores. Por cierto, esta última era más numerosa, aunque las actividades de la primera sobresalían, hasta el punto que para las publicaciones de entonces parecen ser las únicas que existieron. Entre estas dos franjas de la sociedad prosperaba una amplia clase media, compuesta por administrativos de las empresas, docentes o comerciantes, actuando al unísono con los intereses del pequeño grupo de poderosos que regía la vida institucional del poblado.

Las clases más humildes tenían su desahogo y expresión principalmente en Las Trincheras, que se celebraban cada año en diferentes lugares, dos o tres y hasta cuatro a veces.

Desde los sectores más pudientes se lanzó la iniciativa de una Sociedad de Beneficencia, que además de asistir a los más pobres o imposibilitados, emprendía otras obras de carácter cultural, como el apoyo a la biblioteca pública, o educacional, sosteniendo el crecimiento de la primera escuela.

En su Reglamento, la Sociedad –que aún en 1896, cuando se crea, denomina al pueblo “Esteban Rams” –, dice que sus propósitos son “la fundación de un Asilo para albergue de los pobres de solemnidad, protección a los niños desvalidos y fomento de la educación por todos los medios

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posibles y practicar toda obra de caridad que pueda dentro de la esfera de sus atribuciones”.

De los socios y socias, reglamenta que podrán ser “activas, contribuyentes y honorarias”: la redacción da un carácter eminentemente femenino a la Sociedad. “Serán activas –dice en su capítulo III, Art. 3º– todas las personas de reconocida honorabilidad, de nacionalidad Argentina y que abonen una cuota de ingreso de cinco pesos m/n y un peso mensual”.

Serán “socias o socios contribuyentes todos los que soliciten y paguen una cuota mensual a su voluntad no pudiendo ser menos de cincuenta centavos”.

Mientras que “socias y socios honorarios” son quienes “presten servicios de reconocida importancia a la Sociedad y que a juicio de la Asamblea sean acreedoras a este título debiendo ser acordado por mayoría de votos.”

La primera Comisión Directiva fue compuesta de la manera que sigue:

Presidenta: Esilda S. de Nuttall. Vice 1ª: Raimunda R. de Mansilla. Vice 2ª: Teófila de Contreras. Tesorera: Ana L. de López. Pro Tesorera: Leona C. de Rodríguez. Secretaria: Carmen Hoyos. Pro Secretaria: Belisaria Rojas.

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Vocalas: Alvida Rojas. Benicia Rojas. Suplentas: Cerviliana C. de Cisneros. Micaela Chaparro. Luisa Oliva. La señora Esilda Scarrichia de Nuttall estuvo

relacionada desde su origen con la actividad cultural y educacional de Icaño. Presidenta de la Comisión Fundadora de la Escuela pública, tomó parte activa para la obtención de fondos destinados a la construcción del edificio propio.

Hija de Ángel Scarrichia y María Josefa de Navia, nació en Buenos Aires hacia 1862 y fallecería a los noventa años, en 1952. Se casó con el empresario Enrique Nuttall en la Iglesia de la Concepción del barrio San Telmo, Buenos Aires, cercana ya a sus treinta años. El matrimonio no tuvo hijos.

En 1889, con su esposo, se establecieron en Icaño, al frente de la empresa Barber & Nuttall, primer establecimiento instalado en esta localidad “para la explotación de los bosques vírgenes”, según precisa su biografía, narrada por una sobrina-nieta, Ivonne Scarrichia.

Barber & Nuttall, a cuya conducción se agregaría el Sr. Guillermo Nial, tenía como administrador al inglés John D. Ross. Industria de gigantescas proporciones, instalaron en Icaño el primer aserradero mecánico. Sus primeros operadores y

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técnicos eran ingleses e italianos, a quienes encomendaron transferir sus conocimientos para integrar a los obreros locales. La explotación de esta empresa “abarcaba la fábrica de durmientes para ferrocarril, de quebracho colorado, postes de quebracho, algarrobo y otras especies forestales, rollizos blancos, varillas y carbón”. Según la Sra. Olga Mitre de Bercoff “enseñaron a nuestros criollos a ser buenos quemadores”.

Aprovecharon la fuerza motriz de las máquinas del aserradero para mover una gran bomba, con la cual regaban los primeros alfalfares intensivos que se sembraron en Icaño. Además de la industria forestal, los Nuttall instalaron una casa comercial, dirigida por Francisco Machado y Miguel O´Keef, que permaneció hasta el año 1903.

Es que Enrique Nuttall había quedado paralítico y debido a esta calamidad le resultaba imposible enfrentar las múltiples obligaciones que le imponían sus negocios. “Con toda entereza y sacrificio, Esilda se encargó de cuidar y acompañar a todas partes a su esposo”, incluso en el momento en que, “debido al agravamiento de su enfermedad, debieron trasladarse definitivamente a Buenos Aires” cuenta en los 70 su descendiente santiagueña.

Otros de los primeros habitantes de la Icaño institucional eran, según doña Olga Mitre: Mariano Palavecino, Eugenio Miranda, Gregorio Palavecino,

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Leoncio Farías, Cayetano Mansilla, Timoteo Pacheco, Victoriano Zarco, Bonifacio Banegas, Gualberto Contreras, Dámaso Ramírez, Laureano Sosa, Estanislao González, Nemecio Belizán, José Mendoza, Justo Belizán, Benicio Rojas, Juan Asencio Bravo, Delicio Ávila y Florentino Pogonza. Estas familias habitaban Icaño desde la década de 1890. Otras familias destacadas de esa etapa fueron las de Antenor Mansilla, Miguel López, Fidel Contreras, Miguel Jorge, Lorenzo Poncio, y Mauro Contreras. Comisario en ese periodo fue don José Lugones.

Entre los habitantes de principios de siglo XX destaca también don Santiago Stone, hombre emprendedor y hábil que se había afincado en Icaño hacia fines del siglo anterior. Santiago Taylor Stone, de origen estadounidense, habitó originalmente Chile. Había arribado allí contratado para el equipo estadounidense que construyó los principales ferrocarriles del vecino país. Stone participó en la construcción del Ferrocarril Central de Chile y la construcción del Puente sobre el río Bío Bío. Terminado este, en 1889, se casó con Sara Mercedes de la Cruz Herrera, de origen chileno. En 1895 decidieron trasladarse a Santiago del Estero, instalándose en Real Sayana, donde adquirieron campos.

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Stone y su esposa prefirieron, algunos años después, adquirir propiedades y habitar en Icaño, zona que les pareció más atractiva. De carácter comunicativo, los antiguos pobladores recordaban al norteamericano Stone por sus emprendimientos industriales. Hizo un canal que bautizó con su nombre, y al final de este levantó un aserradero. Para que sus tierras, situadas al otro lado de las vías del Central Argentino, tuvieran riego, instaló una bomba que se abastecía del canal y distribuía el agua por medio de extensas cañerías. Stone hizo venir a decenas de estadounidenses, amigos suyos, para emplearlos en la producción industrial de madera. Para alojarlos construyó una casa de 600 metros cuadrados, junto a la suya, donde habitaba con su familia. La empresa de Stone se especializó en proveer de varillas y postes para la construcción y mantenimiento del ferrocarril.

Un cronista local califica a Stone como “extraordinario y sacrificado soñador” ya que estaba “empeñado en elevar agua desde el río a las alturas salitrosas, por medio de tubos y canales sin contar con más elemento motriz que las máquinas y calderas a vapor del tipo Stephenson”. También menciona su empeño en la plantación de eucaliptos.*

La esposa de Stone estaba emparentada por línea directa con José de la Cruz Herrera, fundador de la

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población que lleva su apellido. Una ancha calle de Icaño, en tanto, fue denominada “Santiago Stone”. Hacia el final de esa calle, lindando con la ruta 34, Stone donó una hectárea de las tierras que le pertenecían, para la construcción de la Escuela Nacional Nº 78.

Santiago Stone tuvo nueve hijos, de los cuales el menor nació en Icaño. Al morir, se hicieron cargo de todo su patrimonio Luis Sanhuenza, pariente directo de Sara De la Cruz, y su yerno, Arturo Sieira.

Angel Villalba, destacado icañense nacido en 1910 y emigrado al Chaco y Rosario, nos entregó sensibles descripciones del pueblo en aquella época, desde la distancia. Una de ellas dice:

¡Oh, qué misterios extraños cuando el hombre es aún niño, y de la madre el cariño endulzan sus cortos años! me ofrendó ella sin engaños todo su amor y ventura y está unido a su ternura mi viejo pueblo de Icaño! “Y apenas suelto el hilo del barrilete ya se traslada

al tiempo de… Luz y hielo a batería en aquél viejo taller de don Emilio Garnier

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que el progreso presentía. Eran tres panaderías, de Bercoff, Nassif y Luna …con serenata perruna, boliche y confitería!” También nos informa Villalba –esta vez en prosa–

de algunas familias antiguas en la región, como los Carrizo, Pacheco, Aymeric, así como de “el envidiable rastreador don Liborato Villalba, o la típica verba castiza de don Nicolás Zarco Pérez” […] sin faltar –dice– “los que involuntariamente darían su nombre al lugar de su residencia, tales como la laguna de Ubicho, y de Doña Pumusha”. Y también sobre “un bombero ferroviario, rosarino, de apellido Duarte”, al que apodaban “pata de palo”, ya que tenía “una pierna artificial, de madera”.

En estas primeras décadas del siglo, según Villalba, no pasan inadvertidos para Icaño “el desarrollo de la Primera Guerra Mundial y el cometa Halley”, ya que los pobladores ilustrados “sienten los efectos de la conflagración” a la distancia. Al cometa Halley “no se lo ve como un fenómeno natural, y la población icañense, religiosa por excelencia, lo consideran como un castigo de Dios”.

También por causa de “la proeza del aviador Benjamín Matienzo”, se hacen comentarios públicos acerca de que “Dios se va a enojar, por culpa de esos aeroplanos”. Como consecuencia, según se

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narra, los mayores “prohíben a los niños remontar barriletes en Icaño”.

Villalba consigna que a principios de siglo “D. Isaac Bercoff es autorizado a emitir cartoncitos de cinco centavos para dar cambio”, en lugar de monedas.

“El primer comerciante criollo en ramos generales es don Rufino Cisneros”, dice Ángel Villalba. Pero “la casi totalidad de los comercios corren a cargo de los árabes, que ejercitan con habilidad la herencia que llevan en la sangre. Los más importantes negocios son los de Ganem, Nassif, Chemes, Giménez, etc”. Sin embargo “las excelentes tierras son también pobladas por árabes y es un gusto ver el verde esmeralda de los alfalfares de Elías Neme y de Miled Suaid. A su vez, los obrajes requieren brazos fuertes para la leña, la madera y el carbón, y los encuentran en los hijos de Icaño”.

La taba, las carreras cuadreras, las Trincheras, “don Segundo y sus ciegos violineros”, eran las diversiones de esos hombres y mujeres de carne y hueso que son los “hijos de Icaño”, criollos o descendientes de aborígenes, a quienes se alude.

Entre los “bravos” de principios de siglo en esa tierra de facones y entreveros, se menciona especialmente a Liberato Villalba, Pancho Aymeric, Abraham Carrizo…

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Y les dedica unos versos: Carrizo juega la vida en la famosa carrera cerca de Joaquín Contreras porque Aymeric lo convida. Si habrá temblado en partidas esa vieja “carrerana”, que semana tras semana eran bravas las tendidas!... En 1924, Icaño recibe la visita del “mundialmente

famoso Farfán Circus” y vive un periodo de optimismo pues “ha visto aumentar su agricultura y su ganadería, siendo muy conocidos los Díaz, Nazario, Córdoba”; cuenta con el “hotel y billar Neme **, donde también se hacen espectáculos de salón y allí se la conoce a la enigmática Flor Azteca”.***

También en aquél primer cuarto de siglo en Icaño tenía su masitería “doña Catalina”, pero además “Icaño tiene puestos permanentes en las carnicerías de su mercado, las verdulerías del frente están habilitadas por Antonio Miguel y Alejandro Tayeh; del otro lado de la estación está el aserradero de Pernigotti”. Tiene dos herrerías: “la de Arrigoni y la de Fernández” y el único carpintero del pueblo es “don Desiderio”.

“Pero lo más extraordinario, la más grande sensación para esos tiempos” asegura con

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entusiasmo Villalba “es la luz eléctrica, traída por Mouriño que contando con un mediano motor Crosley planta las primeras columnas y tiende los primeros cables, haciendo que Icaño marche acorde con la civilización”. La electricidad, entonces, “destierra al vejo farol y sólo queda el recuerdo de que:

Llegaban sin hacer ruido doña Mena y Angelina, bajo el farol de la esquina, por don Víctor encendido. Y sobre un final reñido, los hinchas de los campeones, premiaban al viejo Stone con su aplauso más sentido. * “Icaño en mi recuerdo”. Ángel Villalba. Tribuna

Libre, 1967. ** Di Lullo llama a este establecimiento de Icaño

“una fonda, llamado pomposamente Hotel Neme”. En su libro Viejos Pueblos.

*** La Flor Azteca. Fragmento de un cuento del cordobés Norberto L. Romero, que al parecer la vio en su infancia, seguramente en los últimos años de su actuación:

Y la luz subió un poco, pero no demasiado, y apareció un señor vestido de negro como esos del teatro, con sombrero alto y bastón, un hombre

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gordo y bajito que me recordó, nada más verlo, a don Cosme, el de acá a la vuelta, el que se quedó viudo el año pasado; y dijo: Señoras y señores, bajo este cielo rutilante de estrellas (que no sé por qué lo dijo si había estado nublado y lloviendo casi todo el día y serían las seis de la tarde), de este hermosísimo pueblo, que es Santa María, van a ver ustedes, respetable público, por primera vez en su vida, algo único en el mundo, un fenómeno de la vida humana... y dijo otras más cosas de la naturaleza, que si se equivoca y no sé más, Bautista, que ahora no me acuerdo, pero que otras veces ya te conté y no te acordás; pero como nunca me escuchás, te lo tengo que repetir todo... Y se encendió una luz desde lo alto de la carpa, un rayo así, derechito y amarillo, que caía directamente sobre la mesita, encima de ese bulto negro, y el señor bajito dijo, haciendo un ademán y señalando al bulto con el bastón: con ustedes... y sonaron unos tambores como en el circo cuando los trapecistas van por el aire de un lado a otro como volando y te parece que se van a estrellar en el suelo y despanzurrarse pero no les pasa nada, y a mí se me encogió el corazón de miedo, y me sudaban las manos, y no se oía ni el vuelo de una mosca... nada, nada... Con ustedes, dijo el gordo, tachán tachán... “La Flor Azteca”. Tiró del trapo y todo el mundo dio un grito de puro nervio, porque sobre la mesa había una bandeja de plata así

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de grande con una flor amarilla preciosa, como del tamaño de una pelota de fútbol, más o menos. Entonces la gente respiró aliviada, pero también un poco decepcionada pensando que eso era todo y que habían pagado la entrada para ver una flor de trapo de morondanga, hasta que, de pronto, la flor empezó a abrirse muy despacito y cuando tuvo los pétalos totalmente desplegados, vimos en medio una cabeza de mujer. Y la cabeza, aunque vos no lo creas, Bautista, era como de cera, con los ojos cerrados, muy quietita como de muerto, y el pelo negro retinto recogido a la nuca así y así, por todos lados para que se viera bien que no había truco, porque debajo de la mesa no había nada, nada de nada. Y la cabeza se estuvo así, muy quietita, como muerta mucho rato, hasta que de golpe abrió los ojos y todos soltaron un grito de espanto. Todos menos yo, que me había quedado muda y paralítica del susto. Y la cabeza se puso a sonreír y a mirar al público, y el gordo empezó a preguntarle cosas y ella respondía, porque hablaba como si fuera una persona entera, como si tuviera el cuerpo completo, y tenía una voz muy suave, como la de la ma, y el señor este bajito, que no paraba de mover el bastón de un lado a otro, nos explicó que se trataba de una princesa azteca (que hasta el día de hoy yo no sé si será cierto, Bautista), que se había enamorado de un muchacho que no era de sangre azul, o sea, que no

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era un príncipe, ni un rey, y que se querían casar, pero el padre de ella, el rey, que parece que era muy severo y cruel, le cortó la cabeza por celos y para evitar el casorio, pero como el amor verdadero es algo tan fuerte, y ellos estaban tan enamorados como La Julieta y el Romeo, bajó un Dios Azteca del cielo, que no me acuerdo cómo se llamaba porque era un nombre muy complicado lleno de letras raras, y la convirtió en esa flor que teníamos delante. Sí, ya sé que vos me dirás que eso era una leyenda y una mentira, pero yo sentía, Bautista, que el corazón se me salía del pecho y la cabeza me iba a explotar en cualquier momento; y como no veía muy bien a pesar del pa que me tenía alzada, me estiraba cuanto podía y avanzaba la cabeza. […]

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14. Los Hermanos Wagner La sala de la Sociedad de Estudios Americanistas

de París estaba completamente abarrotada por el público. Sobre la pantalla, un aparato por entonces aún muy poco conocido proyectaba imágenes magníficas, a todo color: ocarinas, urnas funerarias infantiles, ollas de cerámica, tazas. Corría el año 1939. Un hombre delgado, calvo, con escaso cabello rubio encanecido prematuramente y barba de sabio, disertaba:

–Estas elegantes fusaiolas –decía–, ornadas con motivos simbólicos, que emplearon hace miles de años las morenas hilanderas de Santiago del Estero, no se diferencian en nada (ni siquiera en sus más mínimos detalles) de las que hacían girar en sus blancas manos las princesas troyanas, cuya belleza y virtudes domésticas ha celebrado el inmortal ciego.

Era Duncan Wagner, hablando de los descubrimientos que su hermano, Emilio, había realizado y enfervorizaban a los americanistas de Francia: la Civilización Chaco Santiagueña. Las imágenes de la pantalla, eran primorosas pinturas de Olimpia Righetti, bella joven santiagueña a quien los sabios habían preparado para obtener, con su

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virtuosidad plástica, las más hermosas reproducciones de miles de obras prehistóricas halladas, en ocasiones fragmentariamente, en sus incesantes excavaciones.

–Muchas de estas reliquias arqueológicas –continuó Duncan Wagner–, son absolutamente idénticas a las halladas por Schliemann en las ruinas de Troya.

Aquí un murmullo de asombro y algunos cuchicheos se hicieron oír desde la sala.

–En la imposibilidad de extenderme lo bastante sobre un tema que ofrece tanto interés, nos reduciremos a pediros sigáis con nosotros las peregrinaciones de dos de estos infatigables viajeros: el ojo en la palma de la mano, y la muy conocida y medianamente bullanguera svástica.

El rumor sorprendido del público y los comentarios en voz baja cundieron esta vez de un modo más intenso aún: sobre la pantalla había aparecido una lámina con dos bellísimas reproducciones de milenarias pictografías santiagueñas. Era verdad: las figuras mostradas allí perfectamente podrían haber sido troyanas. Incluso superaban a aquellas en sugestión y estilo.

Poco antes el gobierno de la República de Francia había otorgado a Emilio Roger Wagner, la máxima distinción que se confiere en este país sólo a

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unos pocos elegidos: la medalla de la Legión de Honor, designándolo con esta Caballero de Francia.

Emilio no necesitaba ya títulos nobiliarios: por nacimiento había heredado a través de su madre los de la noble casa polaca de los Miskiewicz. Su abuelo, conde Juan, había conocido al anciano Goethe. Su abuela, pertenecía a la casa Ratziwill. Pero la valoración de su descubrimiento extraordinario, la comprensión del horizonte inmenso que esto abría a las ciencias… esto, sí… le había arrancado lágrimas.

Es que Emilio, oficial del Ejército Francés durante la primera guerra, se había encontrado al regresar a su querido Icaño con que su patrimonio edificado durante 14 años había desaparecido por las artes de su proclamado amigo, a quien como abogado dejara en custodia. Que los descubrimientos efectuados con sacrificio no eran reconocidos por la indiferente Academia de Arqueología de Buenos Aires o ni siquiera en otras provincias argentinas. Y que los gobiernos de Santiago del Estero, enfrascados en otras cuestiones más “importantes”, le negaban sistemáticamente hasta la mínima ayuda para continuar sus descubrimientos.

Amargada su euforia victoriosa al regresar de Francia luego de haber expulsado a los alemanes, Emilio no tuvo más remedio que transferir su propiedad al abogado que decía haberlo “defendido”

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de supuestos litigios, obteniendo una tan enorme regulación de honorarios que el sabio no hubiese podido pagar aún trabajando con ese único objeto por muchos años.

Ingenuo, impaciente por su obsesión de continuar sus experimentos, aceptó entonces con alivio la sugerencia de su “amigo”, el abogado santiagueño Napoleón Taboada, quien le ofreció firmar como “prenda” la escrituración a su nombre de los enormes terrenos de Mistol Paso: “hasta que juntara el dinero para poder pagar”. Por cierto, le dijo que jamás lo iba a molestar y podría seguir viviendo allí cuanto quisiera. Con cierto regusto amargo pero a la postre feliz por sacarse de encima ese fastidio, Emilio Wagner firmó la escrituración de sus propiedades a nombre del abogado. Tal vez no sabía que así estaba despojando a su familia, para siempre, de un patrimonio que dotó a la nación argentina de muchos de los mayores descubrimientos arqueológicos de toda su historia. Y condenando a su única hija, también, al desamparo.

Vigoroso, aplicado, sistemático, infatigable, recreó la prosperidad básica de su entorno familiar en Mistol Paso y se lanzó nuevamente a su fabuloso empeño. Una tras otra recuperaba piececitas fragmentadas que luego, como en un rompecabezas, iban conformando mágicamente ánforas, ollas rituales, vasos…Rostros, serpientes, lechuzas,

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estrellas, esvásticas, ojos, iban apareciendo semana tras semana, año tras año, formando ya un inmenso museo que mostraba las maravillosas producciones de un arte elevadísimo y singular.

Pero detengámonos aquí y veamos ordenadamente quién era Emilio Wagner y cómo llegó a Icaño.

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15. Enamorado de Icaño “Icaño era su pasión.” Orestes Di Lullo Viejos pueblos (1946). Emilio Roger Wagner había nacido en Ormiston,

Escocia, de padre francés y madre polaca, en 1868. Hizo sus estudios secundarios en St. Michel, de Friburgo, Suiza. Más tarde estudió en la Academia Militar de Saint Cyr – L´Ecole, de donde egresó como oficial del Cuerpo de Dragones.

“La vocación por el estudio de las ciencias naturales –dice su hermano Duncan– y el amor por la belleza y la antigüedad han sido para mi hermano y para mí cuestión de herencia: la hemos bebido, puede decirse al mismo tiempo que la leche materna”.

Según esas breves precisiones autobiográficas, su abuelo materno “el conde Juan Mickiewicz, que siendo joven conoció a Goethe en su olímpico retiro de Weimar”, obtuvo “de la frecuentación a este ilustre escritor apasionado por la botánica, y de los grandes profesores del Jardín del Rey, transformado en Museo de París […] un vivo gusto por esas ciencias de por sí tan atrayentes”.

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De estas relaciones juveniles viene –según Duncan– que el conde (su abuelo) “instalara bajo el cielo poco propicio de Varsovia, tibios invernaderos, tan espaciosos como para que las grandes palmeras y otras muestras de flora tropical se encontrasen cómodas. Fue de los primeros en poseer en esas tierras boreales, soberbias colecciones de orquídeas de las Indias de la América del Sud”.

Duncan dice que el abuelo materno era un “gran señor agricultor, industrial y armador”, a la vez que “coleccionista entusiasta de antigüedades de la época clásica y del Renacimiento”. Su fuente de recursos provenía de ricas minas de oro y piedras preciosas que poseía en “el Ural”. Estas industrias “le habían permitido lo mismo que ir a buscar a Carrara y a Paros los mármoles para su palacio de Varsovia, hacer venir de Cuba todo un cargamento de tierra vegetal extraída de las vírgenes florestas de esta isla de clima tropical, a fin de asegurar a sus plantas y flores preferidas las condiciones de existencia más favorables”.

Del abuelo paterno, Carlos Raúl Wagner, Duncan dice que “era a la par escultor, esmaltador y cincelador”. Dedicado a la orfebrería “renovó asociado a Maurice Froment los métodos envejecidos de la joyería de arte francesa, caída desde la Revolución y el Primer Imperio en lo banal, lo convencional y lo monótono”. Amigo de Honoré

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de Balzac, el prolífico escritor comparó a Carlos Wagner con Benvenuto Cellini. Duncan recuerda de su infancia junto a su hermano Emilio haber admirado “sus colecciones de estampas y de mármoles antiguos, que había reunido en sus viajes por Italia, Grecia y Egipto”.

Luego de haber hablado de su hermano Emilio y sus ancestros inmediatos, Duncan nos deja apenas cinco líneas referidas a sí mismo. Atraído en la adolescencia por la historia, se dejó llevar muy pronto por “otras inclinaciones más vivas […], seducciones de los trabajos artísticos y literarios y sobre todo ambiciones de riqueza y poder”, además de “gusto por la aventura en todas sus formas”.

Entonces vuelve a su hermano, para decir: “No ocurrió lo mismo con Emilio, el futuro explorador de la Mesopotamia y del Chaco de Santiago del Estero. En él su inclinación al estudio de la naturaleza” se convirtió en “una verdadera pasión, destinada a ejercer una influencia decisiva sobre el curso de toda su existencia”.

A los 27 años Emilio Wagner parte con su hermano a Sudamérica. Interesado inicialmente por la entomología, el gobierno de Francia lo apoya en sus investigaciones designándolo Encargado de Misión del Museo Nacional de Historia Natural de París. En 1895 los Wagner recorren Santa Fe; en 1889, Tucumán, y poco después, Santiago del

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Estero. ¿Qué sucedió en el alma de Emilio, al ingresar a los por entonces tupidos bosques santiagueños? No podríamos decirlo. Lo cierto es que desde entonces no abandonaría jamás esta región.

Luego de su primera visita, en que alcanza a recorrer Icaño, tierra de tonocotés, lules y comechingones, seguirá su viaje: pero ya ha herido su imaginación, de un modo singular, el espíritu de esta selva.

Parte para Misiones, donde recorre el Río Iguazú y la Banda Brasileña (1892), sigue junto a su hermano por los estados de Santa Catalina y Paraná, las Sierras del Mar y de Mantequeira y el sertâo del Río Negro, en el Brasil (1893). Enseguida, Emilio y Duncan regresan a Misiones, de donde parten para el Contestado brasileño, surcan el Río Uruguay, el Río Alto Uruguay y el río San Antonio (1894). Continúan por el río Alto Paraná en el Paraguay (1894), para regresar nuevamente a Misiones (1895). Otra vez en Brasil, recorren los estados de Santa Catalina y de Paraná, además de los de Sierra del Mar, Sierra Verde, río Carabatao, y Lapa Campos de Carapaava (1896). En 1898 los hermanos Wagner reconocen El Chaco y de allí pasan, otra vez, a Santiago del Estero. Emilio recorre el río Salado y queda prendado para siempre de sus bosques y sus aguas. Decide entonces quedarse aquí. Todavía

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efectúan expediciones a Sierras de los Órganos, la Tijera, los Tres Hermanos y Laguna de Moranguy Grande, en Río de Janeiro, Brasil (1899). Su hermano en esa etapa preferiría quedarse en Brasil, donde muy pronto lo encontramos afanado en empresas industriales relacionadas con la Energía Eléctrica.

Emilio compra en 1.900 Mistol Paso, y aquí comienza la principal aventura de su vida. “¿Qué raro misterio influye, qué razón poderosa le ata a esta tierra, en la que más tarde había de descubrir uno de los tesoros arqueológicos más importantes de América?”, dice de él Di Lullo, que lo conoció: “Icaño era su pasión. Cultiva la tierra, realiza obras hidráulicas para levantar el agua del río, que, ahí al borde de la casa que construye, se desliza, hondo y manso, cubierto de una densa siembra de árboles. Allí, vive”.

16. La Civilización Chaco Santiagueña En Vidas Paralelas, el griego Plutarco desarrolla

las biografías de hombres del mundo antiguo por pares, tomando a un héroe romano y otro griego para mostrar similitudes salientes en sus principales acciones.

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En la vida de Emilio Wagner es difícil eludir la comparación con el creador de la Teoría de las Especies, Charles Darwin. Ambos fueron entomólogos –estudiosos de los insectos–. Ambos aprovecharon viajes a Sudamérica para profundizar sus estudios sobre la naturaleza. Y ambos, de un modo al parecer repentino, dieron un vuelco dejando la actividad científica desarrollada durante toda la primera etapa de sus vidas, para pasar a otra distinta. Darwin se lanzó al plano más vasto y extenso de la biología antropológica; Wagner al de la Arqueología y ciencias de la Historia.

Pero las teorías desarrolladas por Emilio Wagner sugieren un tercer paralelismo: este con su homónimo Richard, uno de los más gigantescos compositores alemanes.* Con el compositor de Parsifal lo unen otros aspectos menos difundidos, como su proyección metafísica, o la escasa importancia que dieron a cuestiones materiales, cosa que los llevó en muchos pasajes de sus vidas a depender de pequeños canallas, que los sometieron a humillaciones por sus carencias económicas.

Y todavía un cuarto: con el también alemán Heinrich Schliemann, durante décadas tomado para la burla por los académicos europeos debido a su teoría de que Troya había sido un poblado real y no imaginario, como sostenía la ciencia de entonces.

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Urna funeraria santiagueña. Reproducción de Graciela Zelaya.

Hacia 1902 encontramos pues a Emilio otra vez

en Icaño, construyendo lo que sería su lugar en el

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mundo. Pese a esta decisión, no deja de viajar con su hermano Duncan, todavía enfrascados en investigaciones principalmente entomológicas. Así, recorren Santa Fe, el río Las Garzas (1903); río Rabón y Loma Negra, en Brasil (1904) y es entonces cuando Emilio regresa a Santiago del Estero para terminar su casa y montar su explotación agropecuaria en Mistol Paso.

Es en esta etapa de su vida, a los 36 años, que comienza a gestarse en su imaginación el esquema de su tesis antropológica, llamada a revolucionar las ideas de entonces. Admirado de los fragmentos de vasijas antiguas y otros enseres de altísima calidad estética, que encuentra casi en cada lugar donde excava en Mistol Paso, se figura que estos dibujos no podrían haber sido efectuados por “salvajes crinados cubiertos con pluma de avestruz”, como se describía por entonces a los nativos con desprecio. “Estas obras de arte –piensa Wagner– son semejantes a las creadas por el neolítico helénico, incluso superiores”.

Su hermano Duncan describe así este momento: “Mientras contemplaba (Emilio) los túmulos que

diseñan en el horizonte su perfil más o menos acentuados e interrumpen algo la monotonía de los paisajes formados por planicies cortadas por extensiones boscosas como sucede en el interior de la provincia de Santiago del Estero, su interés se vio

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vivamente solicitado por los fragmentos de vasos pintados de vivos colores que él hollaba con su planta. Los resultados de las primeras excavaciones le permitieron enviar al Museum de Paris cierto número de piezas de cerámica, algunas marcadas con el sello de rara y original belleza”. Según Duncan, las autoridades del Museum de Paris “le rogaron proseguir esas investigaciones”.

Allí comenzaría entonces una verdadera maratón, no exenta de sinsabores, entre obtener las pruebas con valor científico que sostuvieran su magnífica tesis, cosa no poco trabajosa, para la cual debía pasarse horas explorando, sin remuneración alguna, y las exigencias de la imprescindible subsistencia cotidiana.

El estallido de la Primera Guerra Mundial lo coloca ante la disyuntiva ética de acudir en defensa de su país o quedarse, a proseguir con sus fascinantes investigaciones y construcción del espacio paradisíaco donde había decidido fundar su hogar. La decisión que toma define claramente su alta dimensión moral: parte hacia su Patria, donde se alista como oficial voluntario.

Confía el cuidado de todos sus bienes a un amigo que se presentaba como entrañable, Napoleón Taboada, un abogado de Santiago. Cuando regresa, eufórico por la victoria francesa, encuentra que su ganado ha desaparecido: fue llevado a una estancia

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de los Taboada, en Pinto, y por manejos inadecuados, no existe más. “Las pocas vacas que quedaron, están todas engusanadas”, le contó Miguel Aymeric, su principal colaborador. Y su “amigo del alma”, le presenta además una situación equívocamente peligrosa, en la cual cae, llevado por su bonhomía e ingenuidad.

Supuestamente el alemán Otto Wulff había reclamado el pago de $ 200 de entonces por alquileres atrasados de un médico italiano, amigo de Emilio, a quien saliera de garante. Parece que al alemán lo impulsaba también animosidad política, dados los enconos de guerra por los cuales Emilio había partido hacia Europa a luchar contra el país del demandante. Entonces Taboada, en vez de arreglar el litigio con un acuerdo (con vender dos vacas de las centenares que había podría habérsele pagado, dice la hija de Wagner), decide litigar contra él en los Tribunales de Santiago. Gana el juicio, eximiendo con ello a Emilio de pagar la deuda de su ausente amigo italiano y “salva su buen nombre y prestigio”. Pero la regulación de honorarios por tal “defensa” arroja a favor de Taboada la bonita suma de… ¡$ 25.000!...

La hija del sabio Emilio Wagner narra, en dolida crónica todavía inédita, detalles de la sinuosa operación:

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“Según Aymeric me expresó” dice Haydée Wagner, “Taboada aprovechó muy bien la euforia de don Emilio que volvía de ganar la guerra expulsando a los invasores de su Patria. Entonces lo hizo transferir la propiedad, en prenda por sus honorarios, sin más, cosa que don Emilio hizo pensando que alguna vez la recuperaría. Nunca pudo aunque hasta los últimos años de su vida lo deseara, según Canal Feijóo, que estaba en esos trámites cuando don Emilio falleció en 1949”.

Pese a ello, Taboada permitió (con sospechosa generosidad, según la hija de Wagner) que don Emilio habitara en la propiedad, supuestamente hasta que pudiera juntar la cantidad necesaria para recuperarla. Esta prenda maldita debe de haber envenenado amargamente toda la vida del sabio. ¡Cuántas veces en sus sacrificadas expediciones a la selva, con un solo caballo donde cargaban los enseres de excavación con su hermano, habrá vuelto a su mente esa preocupación constante, principalmente por el futuro de su familia!... En carta a Canal Feijóo, sintiendo ya acercarse el ocaso de su vida, don Emilio prácticamente implora a Gaspar Taboada, administrador de esa linajuda familia, para recuperar aunque más no fuera por caridad la posesión plena de su campo en Mistol Paso. “Quiero que te entiendas con Canal Feijóo” dice por carta a Taboada fechada en diciembre de

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1946 “para ver si me hacen condiciones y precio acomodado para que pueda comprarles Mistol Paso, ya que deseo aprovechar el año lluvioso y mis últimos años de actividad, y buscar resucitar mi antiguo nido para tener en donde descansar en paz, y dejar un hogar a mi hijita Haydée, que es todo lo que queda de mí y de mi otra familia. ¡Vos sos archimillonario y Napoleón está muy, muy bien!”, señala, en una apelación que –como se vería luego de su fallecimiento– no obtendría más que las típicas respuestas elusivas a que son tan afectos árabes e hispánicos santiagueños. Pero que ocultan una voluntad de rapiña implacable, pues la familia sería finalmente despojada de todas sus propiedades.

Pero volvamos a 1918: finales de una guerra victoriosa para Francia y Emilio, veterano oficial triunfante, con 50 años de edad, sólo está obsesionado por aplicar todas sus fuerzas a recuperar los años invertidos en el campo de batalla europeo. Le importa casi únicamente la investigación científica. Monta como puede una explotación de alfalfa, con sus propias manos construye centenares de cajones para criar abejas, destinadas a la producción de miel. Arregla las enfardadoras, construye galpones para almacenamiento, abre canales para riego, iniciándolos en el río. Mas anhela con ansiedad, únicamente, encontrar suficientes piezas

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arqueológicas, que apuntalen su teoría científica, y escribir los libros que leguen estos extraordinarios hallazgos a la posteridad.

Cuenta con los títulos revalidados de Encargado de Misión y Enviado Especial y Representante del Museo de Historia Natural de París para la Argentina, Brasil y Paraguay, a los cuales se agrega en 1919 el de Encargado de Misión del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes de Francia en la América del Sud. Pero es poco probable que, además de abrirle puertas oficinescas, le hayan dotado de alguna suma que le alcanzara para sus investigaciones. Su hermano Duncan, en conferencia de 1932, se queja elípticamente de la carencia de recursos y apoyo oficial con que debieron efectuar sus trabajos científicos: “lo que la previsión y la perseverante voluntad del hombre mejor preparado para alcanzarlo no había logrado, un capricho de la suerte estuvo destinado a ponerlo de golpe al alcance de su mano”. Duncan describe este hecho fortuito, así:

“Una pequeña ocarina con sonidos más o menos melodiosos fue encontrada en el borde de un sendero del Chaco por un modesto leñador […] y en las proximidades algunos vasos pintados con brillantes colores. Este descubrimiento, de por sí insignificante, tuvo esta vez, el don de llamar la atención de la prensa local y de algunas

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notabilidades de la capital de la Provincia. Mi hermano se ofreció a verificar la verdad de los rumores esparcidos, los poderes públicos entraron en movimiento. Una pequeña suma fue puesta a disposición del director del Museo Arqueológico, las primeras excavaciones emprendidas se vieron coronadas del mayor éxito y desde entonces no fueron jamás completamente interrumpidas”.**

Había recibido hasta entonces el desprecio de la comunidad universitaria argentina. “…ni el eco de las vibrantes y proféticas palabras pronunciadas […] por Francisco Moreno, ni la exclamación emocionada de Juan B. Ambrosetti” a favor de los descubrimientos de Wagner, “ni las palabras de Florentino Ameghino lamentándose de que la pequeña colección que había motivado el juicio hecho por Francisco Moreno «haya sido perdida para la ciencia», ninguna de esas manifestaciones de los grandes precursores de la arqueología argentina, había tenido la virtud de despertar el interés de los representantes de la ciencia oficial. El nombre de Santiago del Estero parecía que debía quedar para siempre fuera de los fastos del Americanismo”.

En 1927, Duncan Wagner, desilusionado de sus actividades empresariales en Brasil, había decidido unirse a la búsqueda apasionante de su hermano. Orestes Di Lullo pinta así al Duncan Wagner de esa etapa:

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“Duncán, del secretariado de la Usina Central de Azúcar de Pojuca, Brasil, pasa a la publicaci6n de su libro Le Banquet. De la fundación de múltiples ingenios y colonias a la redacción de la Revista Franco-Brasileña. De la empresa comercial al estudio de la arqueología, con el mismo ahínco y la misma tenacidad de su espíritu inquieto. Y si fracasa en sus afanes industriales y se malogran sus propósitos, triunfa en cambio en vida de sus afectos más caros, en el mundo de la ciencia y de la cultura, ayudando a su hermano a salvar del olvido una de las civilizaciones más antiguas del continente”.

Por su parte, el publicista y explorador francés describe esos tiempos:

“…las primeras etapas de nuestro largo viaje han sido realizadas en las condiciones más modestas y menos confortables. Un pequeño grupo compuesto de cinco o seis hombres, a lo más conducido por mi hermano y yo, veteranos, es verdad de la maleza y de los bosques, era todo lo que constituía el personal de la Misión.

“En calidad de medio de transporte poseíamos por todo y para todo, un viejo caballo de buena raza criolla, valiente y servidor acostumbrado, como sus amos, a afrontar con ecuanimidad las rudas marchas y de un alimento casi siempre insuficiente, como de costumbre”.

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El tesón y la fortaleza de estos hombres son proverbiales. La escritora Clementina Rosa Quenel los encuentra saliendo de la tupida foresta, cubiertos de tierra hasta la cabeza, las manos partidas de tanto cavar, con la piel casi negra por el ardiente sol, pero en el rostro brillando como gemas sus azules ojos por el entusiasmo de los descubrimientos.

* Su hija Haydee dice que don Emilio Negaba

cualquier relación con el músico alemán Richard Wagner. Para acentuarlo aseguraba, incluso, que su apellido se pronunciaba “Vagnég”, es decir, era netamente francés. Ocurre que don Emilio sentía, también, algo de aversión hacia los alemanes. Quizá las raíces de ello, fuera que su origen familiar paterno provenía de la región Alsacia-Lorena, como se sabe largamente asolada por los ejércitos alemanes.

** La Civilización Chaco-Santiagueña. Conferencia del Señor Duncan Wagner, Vice Director del Museo Arqueológico de Santiago del Estero, pronunciada en el Centro Naval de Buenos Aires el 23 de Abril de 1932.

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17. Mistol Paso Emilio no había podido olvidar unos ojos de

mujer santiagueña durante los más o menos treintaiséis meses que estuvo en la guerra. Lleno de fastidio cuando en la capital Taboada imponía las condiciones de su expoliación, sólo pensaba en volver a Icaño para buscarla. Una tarde, con el pretexto de pactar algunos trabajos con su padre, a quien conocía, Emilio fue a su casa con la esperanza de volver a verla.

Una frescura, una paz, un dulce confortamiento acarició su corazón cuando la muchacha alta, delgada, de cabellos suaves y rasgos delicados apareció como una maravillosa proyección de sus ensueños por una puerta enmarcada en quebracho. Con mano temblorosa recibió ese mate de plata que la hermosa mujer le alcanzaba.

Algún tiempo después, sólo el suficiente para terminar de reconstruir Mistol Paso, que había caído mucho después de la “administración” Taboada, se casaron. Eladia González era hija de un criollo icañense, hombre noble y sencillo, hachero que con su familia alquilaban su fuerza de trabajo para tareas forestales. El sensible francés había encontrado en ella aquél misterioso refinamiento, la bella

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irradiación de la tierra, que en ninguna otra mujer argentina, hasta entonces, percibiera. Y eso que él se había manejado, desde que llegase 20 años atrás, entre las clases que a sí mismas se denominan “altas”.

En todos los años que compartirían, desde allí, Eladia sería para Emilio la encarnación viva de su entelequia: la Cultura Chaco Santiagueña. *

En 1923 les nació la primera niña, a quien bautizaron Adela. “Era tan bella que los vecinos de 100 leguas a la redonda venían a verla”, narraban luego de su fallecimiento, dos años después. Por algún misterioso sino de su existencia, Emilio y Duncan parecían destinados al dolor.

Pero como el piloto del esquife atrapado por la tempestad en alta mar, que se resiste a los furiosos embates del viento y el agua congelante aferrado al timón, Emilio quiso tener otra hija y junto a Eladia lo consiguió. En 1926 nació Haydee, quien los acompañaría hasta el final y más tarde sería la mejor garantía para que su lucha no se pierda.

Icaño era y tenía en los años 20 todo lo que un alma sensible necesitaba para ser feliz. Haydée –hoy con 81 años– recuerda las maravillosas tardes de otoño cuando con su padre y su madre salían a tomar el té sobre la leve gramilla en la ribera del Salado. “Poníamos un mantelito en el suelo”, cuenta, “mi madre destapaba las canastillas donde

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había masitas, bizcochos, palitos de miel, que había preparado... y en tacitas de porcelana, nos servía el té...”

Con el suave rumor del río como cortina armoniosa miles de pájaros tejían infinitos tonos musicales entre la floresta.

“Los árboles eran tantos en Mistol Paso, tantos y tan tupidos”, cuenta doña Haydee “que formaban larguísimos túneles, sombrillas naturales sobre los caminos...”

El paseo hasta elegir un sitio donde tomar el té aquellas tardes era un delicioso transcurrir por sobre alfombras de hojas, “los algarrobos se juntaban en techo, los chañares, formaban larguísimas sombrillas amarillas protegiendo los caminitos”.

Tía Cecilia, una francesa casada con Duncan, reprochaba a la ya adolescente Haydee que una indiecita, a quien habían adoptado luego de salvarle la vida en Brasil, aprendiera francés y en cambio ella no. Pero Haydee aprendió quichua. A Haydee le interesaba más conocer la lengua de su madre que la de los europeos. No fue algo deliberado, sino natural. Allí aprendió quizás que el amor enseña más que la racionalidad. Pues más tarde sería autora del “Método Wagner”, de educación para los más pequeños, que enseñaría a leer a miles de niñitos santiagueños.

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A su casa de Mistol Paso iban todo tipo de personajes, muchos de ellos extranjeros. A veces se hacían fiestas. Se escuchaba a Mozart, Vivaldi, Haendel, en tocadiscos a batería. Se hablaba de los abuelos de los Wagner, por parte de madre condes también de Ratziwill, aquellos que se rebelaron contra la dominación del zar, y fueron perdiendo casi todo por causa de esto.** “Por el lado de los Ratziwill vendríamos a ser también parientes de Jacqueline Kennedy”, dice doña Haydee Wagner. Pero cuando niña a ella sólo le importaba jugar junto al río, leer, y aprender las melodiosas palabras del quichua, que oía hablar también a su padre francés con los hombres que trabajaban el campo.

Wagner era un hombre de costumbres austeras, disciplinado, de mente pura, corazón noble y cuerpo sano. Durante horas podía hachar un gigantesco árbol, hasta derribarlo, solamente si lo necesitaba. Por lo general cuidaba hasta a las hormigas, en Mistol Paso no se debía tocar nada de lo natural, salvo que fuese estrictamente necesario. Cuando caía un árbol, por alguna tormenta, don Emilio lo quitaba de en medio; se lo utilizaba para leña, construcción de techos u otro fin, pero luego cuidaba amorosamente la raíz. “Vamos a dejarle este gajito, este gajito y este...” decía, mientras lo limpiaba “el pobre no tendrá fuerzas para los más grandes, después de lo que le ha pasado, pero de

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estos chiquitos se va a recuperar...” Y los árboles volvían a crecer, recuerda su hija con emoción.

A don Celasio, uno de los trabajadores del campo, una tarde se le acercó pues él fumaba y fumaba...

–¿Por qué fumas, Celasio?, le preguntó. Como única respuesta el rudo campesino se encogió de hombros.

–No fumes, Celasio, te va a hacer mal... no es bueno fumar...

Celasio nunca le hizo caso. Y murió de cáncer a la faringe.

Doña Haydee Wagner recuerda que había un hombre, Geno Córdoba, que se dedicaba a cazar aves, de las cuales luego vendía sus plumas. “Tenía una escopeta muy antigua, de esas que se cargaban por el caño... mi padre le regaló una flamante, que había traído de Europa... en casa teníamos un armero, en la pared, donde había todo tipo de escopetas, fusiles, y también espadas...”

–¿Cuánto estás cobrando el kilo de plumas, Geno?–, le preguntó don Emilio.

–Tanto don Emilio. –¿Y cuántas de estas son un kilo de plumas? –Y... más o menos esto, don Emilio– dice Geno,

mostrando una de las alforjas llenas que colgaban de sus hombros.

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–No... eso es muy mucho... te están estafando, Geno... vení, vamos a hacer una balanza y pesar...–le argumentó.

De su oficina sacó piolín y con una vara, dos tapas de cajas de té y una moneda de oro improvisó una balanza.

–A ver, aquí vamos a poner las plumas, y aquí la moneda...–dijo don Emilio. –La moneda de oro pesa tantos gramos, entonces así, y así, vamos poniendo aquí hasta hacer un kilo...

“Así”, cuenta doña Haydee Wagner, “mi padre le indicó a don Geno Córdoba cuánto era en realidad un kilo de plumas... y desde entonces, don Geno empezó a irse para arriba, económicamente...” se ríe doña Haydee.

También recuerda que otro francés, a quien los Bercoff habían puesto como encargado del cine, solía llevar la máquina de proyección a Mistol Paso para brindarles funciones privadas. Tinell, que así se llamaba, proyectó la primera vez una película de Chaplin, que Haydee, por entonces con 6 años, nunca olvidó. “Tengo en la memoria cada detalle”, narra. “Después vi, en el cine de Icaño, todas las películas de Chaplin”.

La existencia en Mistol Paso no estaba exenta de peligros. “Un día”, recuerda, “vino a visitarnos don Santiago Ponce, cuyo campo era vecino al nuestro... el día anterior lo había atacado uno de los asesinos

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que habían matado a esa familia italiana, los Becchero, en Malbrán...”

Rogelio Sosa, uno de los peligrosos asesinos que asolaban

la región.(Foto: El Liberal, 1931.) Santiago Ponce contó que la tarde anterior

mientras tomaba los últimos mates en su rancho, vio aparecer lentamente desde la penumbra a un individuo. Su esposa y sus hijos chicos se preparaban para dormir. “Pase, pase, amigo... sientesé... tome un mate...”, invitó. Se había dado cuenta ya de que el otro no tenía buenas intenciones, y era forastero, pero quería ganar tiempo, dejándolo hacer. El otro pasó y se sentó en la punta de la silla. Ponce le alcanzó un mate “que recibió con la punta de los dedos”...

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–Tome, tome tortilla, sirvasé–, le dijo Santiago Ponce, acercándose. “Y mientras le alcanzaba la tortilla, con el codo empecé a tantear para atrás a ver si tenía el facón...”

El otro se dio cuenta de ese movimiento y en el acto sacó un cuchillo grande. Entonces Ponce, que no llevaba el suyo, con una mano le agarró la hoja, mientras con el brazo libre lo envolvió por el cuello y lo volteó. La mujer con la chiquita huyeron, por la ventana de la habitación, pero el varoncito, como de diez años, respondió a los llamados de su padre y le alcanzó un lazo de tiento. Con eso redujo al peligroso asesino, y lo entregó a la policía.

Don Santiago Ponce con autoridades policiales. (Foto: El

Liberal, 1931.)

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“Mire, mire, cómo me ha quedado la mano, don Emilio”, decía Santiago Ponce, mostrando los profundos tajos en su palma.

“Hicieron mucha alharaca con la hazaña de Ponce”, cuenta doña Haydee: “los jueces, los comisarios, se sacaron fotos, que publicaron en el diario... pero don Santiago nunca cobró la recompensa que había ofrecido el gobierno por los delincuentes”, asegura doña Haydee Wagner.

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Otra imagen de don Santiago Ponce, donde puede verse su mano vendada. (Foto: El Liberal, 1931.)

Por esa misma época, mediando los años 30, la

suerte de los Wagner cambió. Debido a un acontecimiento fortuito –el hallazgo de pequeñas piezas arqueológicas en el Chaco, la participación de los Wagner en el discernimiento de su antigüedad y la repercusión mediática que había tenido el asunto–, algunos de los gobernantes santiagueños parecieron comprender la importancia del asunto y comenzaron a apoyar económicamente las investigaciones. Esto llenó de júbilo a los hermanos Wagner y pese a que eran cantidades mínimas las que recibían, jamás dejaron de mostrar su agradecimiento por poder dedicarse casi a tiempo completo a buscar los indicios de su amada Civilización Chaco Santiagueña.

Uno de sus sueños se concretó: en 1934 vio la luz la magnífica obra concebida durante esos treinta años de esfuerzo extraordinario. La Civilización Chaco Santiagueña “y sus correlaciones con las del Viejo y Nuevo Mundo”, calificado como “el libro más bello que se haya editado desde Santiago del Estero”, presentaba preciosas ilustraciones a todo color, con reproducciones exactas pintadas una a una, a mano, por Olimpia Righetti. El libro causó admiración. Una ola de fervor investigativo, el

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debate público por lo avanzado de las propuestas, que muchos denostaron o intentaron descalificar, recorrió el ambiente intelectual argentino. Y también tuvo sus importantes ecos en Europa, particularmente en Francia, que por esas investigaciones, muy pronto otorgaría su máxima condecoración, la Legión de Honor y el nombramiento de Caballeros, a los Wagner.

Ese periodo fue hermoso y feliz para todos. De aquí y allá los invitaban a dar conferencias, iban y volvían a Europa, a otras provincias argentinas, a Brasil, Paraguay, Chile... siempre financiados por universidades, gobiernos o fundaciones, pues en lo económico, seguían subsistiendo con recursos exiguos.

La pobreza parece ser el destino de los grandes talentos. Pero si se la asume con serenidad, no actúa en su detrimento, por el contrario, a veces parece darles más alas, mayor libertad. En la última etapa de su vida, cuando su amada Eladia ya había fallecido y él luchaba con la cicatería de los Taboada, para dejarle aunque más no fuera la propiedad donde había crecido a su hija, don Emilio a veces solía dejarse ganar por un cierto escepticismo. En una de esas tardes, la entonces niña Haydee recuerda haberle oído pronunciar: “Hija... el mundo se va a morir de civilización”.

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* Entelequia: En la filosofía de Aristóteles, fin u

objetivo de una actividad que la completa y la perfecciona. (Diccionario de la Real Academia Española.)

** La insurrección estalló en Varsovia el 29 de noviembre de 1830. Fue creado un gobierno autónomo, la dieta destronó al zar. Comenzó la guerra polaco-rusa. El ejército del Reino, excelentemente preparado y armado, luchó hasta septiembre de 1831. Tuvo que sucumbir a la abrumadora fuerza humana y económica de Rusia. El fracaso de la insurrección tuvo nefastas consecuencias: la supresión de Ia constitución, la liquidación del ejército del Reino, el cierre de la universidad y la construcción de una ciudadela en Varsovia. Se recrudecieron las persecuciones de los polacos en Lituania, Bielorrusia y Ucrania; muchos de ellos fueron castigados con destierro y confiscación de bienes. Fue cerrada la universidad de Vilna. También las autoridades prusianas (la provincia de Poznan) y las austriacas (Galicia) aplicaron represalias contra polacos.

Tras el fracaso, alrededor de 10.000 polacos, entre ellos líderes y soldados de la insurrección, emigraron a Francia. En París se instalaron los poetas Adam Mickiewicz y Juliusz Slowacki, el compositor Federico Chopin y el historiador Joachim Lelewel.

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Se creó la Sociedad Democrática Polaca cuyos miembros se reunían para discutir sobre las causas de la derrota y las posibilidades de continuar la lucha armada. El duque Adam Czartoryski desarrolló una campaña diplomática para mantener la actualidad de la causa polaca. Historia de Polonia. Guerras e insurrecciones nacionales en el siglo XIX. Embajada de la República de Polonia en La Habana. 2007.

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18. Desde los 60 a la actualidad A principios de siglo, algunos de los hacendados

locales comenzaron a ejercitar la producción de cultivos agrícolas a gran escala. Esta circunstancia se veía favorecida por la ubicación de Icaño, entonces abundantemente regada por el cercano curso del río Salado. Así pues, Icaño tuvo aún antes que en la mayor parte de la república Argentina, prósperos cultivos basados en este tipo de riego por inundación. También una incipiente actividad ganadera, aunque en menor escala.

Su mejor época sin duda fue entre los años 1910 y 1930, en que se unieron la actividad agrícola, ganadera, forestal y comercial en esta región, movilizando un intenso mercado comercial.

A partir de allí en adelante, sólo quedó la agricultura , dado que los intereses forestales se habían modificado, dejando sin sustento financiero a dicha actividad.

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Pero también la agricultura enfrentaba ya un grave problema, que terminaría por destruirla prácticamente en el transcurso de algunos años: la disminución del riego.

Una crónica de la época nos cuenta que desde el año “1933 viene marchitándose progresivamente, disminuyendo su población con el abandono consiguiente de viviendas e instalaciones y lo que es peor, el ánimo de sus pobladores ha ido decayendo frente a la impotencia e incertidumbre para conseguir agua para el riego de sus tierras.” La crítica situación se agudiza debido a “las cantidades decrecientes de agua que cada año trae el Río Salado a esta zona, consecuencia de factores coincidentes como ser mayores usos del Río Salado en sus crecientes de la vecina provincia de Salta, grandes cantidades de agua perdida por las fluctuaciones del río en bañados y disminución general de lluvias en las fuentes” del río.

“La deforestación, el sobrepastoreo y las prácticas inadecuadas de cultivo son también causas que producen la mayor alteración del ciclo hidrológico”, nos indican además los especialistas Carlos Moscuzza, Alejo Pérez Carrera, Juana Garaicoechea y Alicia Fernández Cirelli, de la Universidad de Buenos Aires. En su estudio “Relación entre las actividades agropecuarias y la escasez de agua en la provincia de Santiago del Estero”, señalan que este

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proceso se verifica “a través de la disminución de los caudales disponibles y el deterioro de la calidad del agua. […] La sobreexplotación del recurso, allí donde es escaso, generalmente destinado a actividades agropecuarias, provoca la salinización de suelos con pérdidas de la productividad y trae como consecuencia el éxodo rural”.

Entonces una intensa movilización de productores agrícolas de la región consigue lo que se presenta como una esperanza luminosa: el Proyecto Dique de Embalse Figueroa y Jume Esquina.

Desde el año 1936, en que comienzan los estudios por parte del Estado Provincial para su realización y se dictamina su “factibilidad”, no cejan los productores rurales y campesinos de la región de movilizarse por tras de este objetivo.

Debido a esta fuerte presión, finalmente se logra que se construyan las obras mencionadas.

“Con la construcción del Embalse de Figueroa se ha dado un paso hacia delante para volver a nuestra zona la prosperidad de antaño y crear una economía estable, en base a cultivos respaldados por la seguridad de un aprovechamiento racional de los canales del Río Salado”, celebra un comunicado de los agricultores… ¡treinta años después!, en 1966.

Solicitan, además, continuar las obras “con la terminación del canal alimentador con aguas del Río Dulce a esta zona y el Embalse de Jume Esquina”

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para dar “alivio a la angustia que soportan desde hace años los pueblos de Herrera, Añatuya, Colonia Dora, Icaño, Real Sayana y circunvecinos”.

Para reforzar sus demandas, los agricultores de la zona constituyen en 1967 la Sociedad Agrícola Icañense. En su proclamación sostienen que se deja constituida “una sociedad gremial, cuyo objetivo será la atención de los intereses generales de la masa agraria”. Para reforzar su constitución, llegan a Icaño los dirigentes Carlos de Arzuaga y Abel A. de la Garma, presidente y coordinador de la Federación Agraria Santiagueña, filial a su vez de la Federación Agraria Argentina (FAA).

“De común acuerdo –según se consigna– y primera medida, decidieron agilizar las gestiones para la prosecución de los trabajos de unión de los ríos Dulce y Salado en Jume Esquina”.

El gobierno accede, y se construye el canal, que arrancando en la progresiva del Km. 21,756 del canal matriz, alimentado por el dique nivelador de Los Quiroga, debe dirigirse al encuentro de la cuenca del Río Salado a lo largo de 60 Km., siguiendo una línea transversal respecto del Río Dulce.

Los primeros 30 Km. correrán ligeramente hacia el sur (punto de cruce con el Ferrocarril Belgrano) para desviarse ligeramente hacia el norte, en los 19 Km. restantes.

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En la primera parte debe cruzar el departamento Banda, tocar tangencialmente el departamento Robles, para entrar al departamento Figueroa, donde terminará, en la depresión natural que le servirá de vaso al Embalse Jume Esquina.

Este trazado prevé entregas para riego en los primeros 30 Km., respetándose las acequias por entonces existentes, las cuales serían alimentadas por el canal. “En el curso inferior no se ha contemplado ninguna toma para riego”, dice la información del diario El Liberal.

Finalmente, el 3 de mayo de 1968 se inaugura el Canal de Jume Esquina. Gobierna el país una dictadura militar, su delegado local es el general Carlos A. Uriondo. Con lujo de detalles en publicaciones de la época se describe la ceremonia:

“El significativo acto que marcará un nuevo horizonte para aquellas poblaciones que se servirán del canal, que por derecho les pertenece y está asegurada por los convenios firmados con las provincias de Salta, Tucumán y Córdoba sobre distribución y utilización de los ríos Salado y Salí-Dulce, se iniciaron con la ejecución del Himno Nacional Argentino.

“Usaron de la palabra el vicepresidente de la Federación Agraria y Sociedad Cooperativa Algodonera de La Banda, un agricultor representante del departamento Figueroa y el

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gobernador de la provincia, general Uriondo, para destacar la importancia y significación de la obra.

“Luego el obispo diocesano, monseñor Manuel Tato, procedió a la bendición de las aguas.

“Por último el gobernador y el Ing. Torreguitart, procedieron a la apertura de las compuertas que dieron paso a las aguas por el Canal de Jume Esquina.

“Al mismo tiempo la Banda de Música de la Provincia ejecutó Diana y un avión de la Dirección Provincial de Aeronáutica sobrevoló el lugar” (Tribuna Libre, Nº 12, Mayo de 1968).

Pero tanta fanfarria y alegría pronto se trocaría en decepción y tristeza: a pocos días de inaugurarse, los agricultores reclaman por los periódicos que… ¡el canal no tiene agua!

Tribuna Libre, publicación independiente de Icaño, informa así sobre esta especie de burla oficial:

“A muy pocos días de levantarse las compuertas del canal matriz revestido, para dar paso a las aguas del Río Dulce por Jume Esquina al Salado, para que este último lleve el riego a las fincas de los departamentos Taboada y Avellaneda, insólitamente se interrumpe el curso libre del preciado y esperado líquido en las regiones sureñas. […]

“Personas de reconocida seriedad de la localidad, Real Sayana y Colonia Dora, así lo informan […]

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después de haber recorrido el curso nuevo del canal, el que momentáneamente mantiene seco su flamante cauce.

“Sin desvirtuar por completo la promesa del gobernador, hay síntomas de inquietud por este extraño evento, suscitándose verdadero escepticismo en la industria, comercio y agro, habiéndose producido ya en este último el cambio esperado con la preparación de acequias para riego, desmontes, adquisición de semillas y roturación de tierras”.

Pronto este escepticismo se deslizaría hacia la amargura y muchas familias comenzarían a abandonar, definitivamente, sus campos, equipos de trabajo y viviendas, algunas vendiéndolos por mucho menor valor y trasladándose a otras provincias.

Pero ¿qué había sucedido con el agua destinada a Icaño?

“…ocurrió lo inesperado”, nos informa Tribuna Libre. “Esa masa de agua, largada entre la algarabía de los presentes en la barrera 4 el día de la inauguración, fue desviada unos kilómetros más adelante. En su casi totalidad se desplazó por el canal sud, en dirección a Beltrán y Fernández.

“Para ello, en el tramo y puente construido en el cruce con el canal sud y ruta 5, se colocaron tablas a manera de compuertas provisorias […] De ese modo

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se contuvo el agua, que tomó por el cauce abierto del canal Sud hacia Fernández”.

Estos bloqueos irregulares del agua en sitios no previstos, además, provocaron acumulación de filtraciones en otros sitios, desbordándose finalmente al acumularse y desperdiciándose por hacerlo en zonas no cultivadas.

“Con la nefasta noticia –escribe el cronista–, el desaliento nuevamente crea cierta psicosis de duda con respecto al riego, mientras tanto otras familias abandonan definitivamente sus tierras que laboraron por muchísimos años para trasladarse a otros centros, porque tampoco creen que se produzca el milagro capaz de transformar la fisonomía de esta zona abandonada por los hombres del pavimento”.

Como suele ocurrir con lamentable frecuencia, el tiempo otorgaría una vez más la razón a quienes reflexionaban con escepticismo. Porque Icaño no recuperó jamás la prosperidad agrícola que supo mantener incluso hasta entrados los años 50.

Pero como ninguna sociedad que se entrega a la depresión puede llevar una vida prolongada, muchos icañenses se desentendieron de estos avatares de la política y se entregaron de lleno a tareas culturales, sociales o deportivas.

Poco tiempo después, hacia fines de 1968, se

instala una cabina telefónica. Esto renueva el

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optimismo en la comunidad, que a partir de entonces ve crecer el área de las comunicaciones, llegando en la actualidad a poseer telefonía domiciliaria, inalámbrica e Internet.

La vida social de Icaño, entonces, continuó con sus ritmos apacibles o intensos, de acuerdo a las épocas, con la celebración anual de las Trincheras, reuniones sociales en casas de familia, peñas y bailes.

En 1966, en tanto, un técnico local, el Sr. Francisco Mansilla, había provocado verdadera conmoción en Icaño al hacer funcionar, en su taller, el primer televisor. Aunque las imágenes eran aún bastante borrosas, muchos vecinos se apresuraron pronto a comprar televisores, pues consideraron que enseguida podría obtenerse una mejor señal. Y no se equivocaron. Este sería el comienzo de la televisión en Icaño, que actualmente ha alcanzado un nivel semejante al de cualquier ciudad moderna.

Mención especial merecen las instituciones del deporte, que desde la década de 1950 comenzaron a desarrollarse cada vez con más vitalidad en Icaño. Ellas son los clubes sociales y deportivos Atlético y Alumni, que fueron creciendo a despecho de tiempos difíciles que vivió la comunidad por causa de las sucesivas crisis económicas locales.

El primero, Atlético, fundado a principios de siglo XX, continúa hasta la actualidad con sus actividades

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deportivas. En tanto Alumni, que se le sumó a mediados del siglo pasado, pronto se convirtió en el contendiente obligado y representante junto al anterior de la práctica deportiva en Icaño.

Luego de un periodo de cierta actividad gremial del sector agrícola, que desemboca en el desengaño de las obras de riego, toda la región, paulatinamente, se va introduciendo en una cada vez más aguda crisis económica.

Puede decirse que desde los años 70 a los últimos del siglo XX, una etapa vegetativa se abatió sobre Icaño, debido principalmente a la bancarrota de la agricultura y ganadería de la zona. Sin embargo, aspectos positivos pueden extraerse aún de este período. Ellos son, por una parte, los emprendimientos comerciales de algunos vecinos que se comprometieron con Icaño, como los hermanos Russi, bonaerenses afincados aquí, o la resistencia de algunas familias de agricultores, como la de don Isidoro Pereyra , de La Costa.

No dejaron de surgir cultores del arte, representados por valores originarios de Icaño, como Alfonso Nassif, quien llegó a ocupar altos cargos en la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), o Shalo Leguizamón, folklorista destacado, residente en Buenos Aires, que llevó la música de su tierra a escenarios internacionales.

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Ángel Leguizamón (“El Negro”) fue un famoso enfermero de aquellos, que una población donde suelen escasear los médicos, toman como sus “galenos de cabecera”. Resolvía todo tipo de problemas, desde una infección, administración de medicamentos a cualquier hora y hasta pequeñas operaciones. Normalmente era quien atendía los partos, y aunque fuesen a buscarlo a las tres o cuatro de la mañana, jamás se le escuchó algún tipo de rezongo. Una calle de Icaño, muy merecidamente, lleva su nombre.

Nuevamente en el área cultural, los resultados de cierta introversión reflexiva, fue provocando un cambio en la mentalidad de jóvenes generaciones, que tomaron conciencia de la importancia de estudiar el pasado, no sólo el limitado por la conquista, sino el de nuestros ancestros aborígenes, verdadera clave para comprender los sentidos ocultos de esta región.

En los últimos años fue dándose un proceso de crecimiento mesurado, pero sin pausa, concretándose una serie de obras de mejoramiento edilicio, como la pavimentación de calles céntricas o la construcción de un nuevo barrio, que ensanchó notablemente la zona urbana de esta comunidad.

También es un hecho de singular trascendencia la construcción de un edificio propio para la biblioteca municipal Emilio y Duncan Wagner, dotada además

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con un completo equipo informativo de seis unidades.

El apoyo dado a las actividades culturales, sociales y educacionales desde el área gubernamental, ha generado un clima de optimismo en la población, que augura cada vez mayores concreciones.

Pues solamente con un pueblo orgulloso de sí mismo y de sus raíces, con ánimo emprendedor, se puede afianzar una sociedad equilibrada, culta y sustentable.

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19. Las Trincheras “Al igual que los lule-vilelas, los tonocotés eran

gente alegre, aficionada a cantar, a bailar y embriagarse”, nos dice María Mercedes Tenti de Laitán en su Historia de Santiago del Estero (1995).

Los Hermanos Wagner, por su parte,, señalan que:

“En numerosos lugares excavados, hemos recogido constantemente estatuillas y efigies de terracota, modeladas en relieve o en medio relieve, esculpidas en piedra o pintadas, de una divinidad cuyas principales características son las siguientes:

“―Su cabeza recuerda a la vez al pájaro y al hombre; sus ojos derraman generalmente lágrimas humanas; su cara carece de boca. (La “mujer sin boca”, así designada por los arqueólogos europeos.)

“―Su cuerpo es a veces el de una serpiente, o de aspecto ofídico, conformación que toma particularmente cuando se trata de estatuillas.

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“―Es divinidad trinitaria (hombre, pájaro y serpiente).

“―Suele ser andrógina, otras veces masculina o femenina, aunque la mayoría de las veces su sexo no está indicado.

“―A menudo está colocada entre dos felinos, jaguares, pumas o aguaráes, o entre dos águilas o dos palomas y también entre dos serpientes o acompañada de serpientes.

“―Suele estar representada en forma simbólica de cono, de lingam, de herma, de betilo, de menhir, etcétera.

“El Museo Arqueológico de Santiago del Estero posee 3.569 representaciones de esa divinidad trinitaria, la mujer pájaro.” *

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Las Trincheras de Carnaval, en Icaño (2007). Al pisar nomás el actual predio de Las

Trincheras, un alma sensible capta el hálito de lo sagrado. Este espacio disputado entre españoles y aborígenes durante dos siglos, debe haber sido el centro cultual de los pobladores originarios, desde milenios atrás. Todo está dispuesto naturalmente para esa función. Árboles gigantescos, que parecen abrazar y dar techumbre al espacio, donde un arroyito amable invita a la mirada al ensueño observando perderse entre las retamas el angosto brazo del río Salado, que transcurre apacible a su espalda. En el medio de los mayores árboles y junto

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al río, una pista natural, ovalada, y a su alrededor, pequeñas lomas, de tierra maciza, que se muestran como graderías formada para los espectadores de la ceremonia.

Ceremonia, sí. Quien observa desapasionadamente el lento desfilar de centenares de jinetes, alrededor de la pista, mientras en ella bailan las parejas los ritmos contagiantes de chamamés y guarachas, no puede evitar un estremecimiento por la intuición de estar contemplando un movimiento ancestral. Esto ocurre en las actuales Trincheras de Icaño, que se celebran anualmente, durante una semana, hacia mediados de febrero.

Varios pobladores de esta comunidad recuerdan vagamente haber oído hablar a sus abuelos de “lo que les contaban su abuelos”, esto es “las ceremonias indígenas de Las Trincheras”. ¿Y cuáles habrían sido esas ceremonias indígenas? Nadie lo sabe con precisión. Unos dicen que podrían haber sido festejos por “un año más de resistencia al invasor español”, o luego de alguna victoria importante. Entonces los tonocotés se habrían entregado a la fiesta casi tal como se hace hoy, desfilando en caballos alrededor de la pista, pues para entonces –siglo XVIII– ya se habían convertido en avezados jinetes. (Como se sabe, los aborígenes fueron mucho mejor obedecidos por sus caballos, ya

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que en vez del brutal proceso de doma al que sometían los españoles al equino, por medio de golpes y agobio, los aborígenes lo convertían en su amigo, hablándole con paciencia y suavidad, acariciando su cuerpo suavemente hasta que lo calmaban.)

Pero deben de haberse celebrado ceremonias más antiguas en este predio. Los hermanos Wagner nos hablan de los innumerables indicios que hallaron en Icaño de una religión pacífica y altamente metafísica, que se expresaba en una simbolización artística refinada. Los Wagner aseguran que aquí no se practicaron jamás los sanguinarios sacrificios, costumbres de otros pueblos indígenas como los Aztecas o los Mayas. Esto porque en millares y millares de representaciones artísticas sobre las cerámicas locales no encontraron ni una sola que aludiera a algún tipo de sacrificio. Pero deben de haberse celebrado otras ceremonias más antiguas en este predio. **

Podríamos imaginar, de acuerdo con esto, un espacio donde los alegres tonocotés bailaban en el medio de un incesante desfile de hombres y mujeres portando ofrendas vegetales alrededor, vestidos con sus mejores trajes, de las más finas telas, ornadas con figuras de alta calidad estética, dando gracias por la fertilidad de la tierra, o pidiendo por el fin de

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las guerras, a la deidad andrógina que posiblemente los protegía.

Bellísimas muchachas y esbeltos jóvenes llevarían posiblemente en sus manos canastas y fuentes con frutos del lugar, algarroba, chañar, zapallitos, mandioca, mistol, mientras otros en canastillas artesonadas con fibras vegetales, presentarían el chañar, la sal y las espigas, así como el nutritivo pan obtenido del maíz y el trigo macerados en sus atahonas.

Flores rojas, azules, amarillas, adornarían los cabellos de las muchachas, finos mocasines de vitela envolverían sus pequeños pies, danzando al son de la música jovial que ejecutaba la orquesta, formada por timbales, sikus, pincuyos, tamboriles, panderos y flautas.

A los costados, esparcidos alrededor del inmenso escenario, los ancianos fumarían en rituales pipas de piedra ese antiguo humo del cebil, destinado a abrir las puertas de la imaginación hacia los horizontes de los dioses.

Al llegar al inmenso óvalo entre los árboles, el cortejo festivo desfilaría durante horas y horas, renovándose cada vez pues los bailarines relevarían a sus amigos y a su turno estos pasarían al centro para continuar el baile.

Al ver esto los sacerdotes españoles, comprendieron que no sería un rito muy fácil de

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erradicar. Pero tampoco podían permitir que siguiera teniendo carácter sagrado, pues como se sabe su misión era imponer que el mundo podía tener una sola religión y era la de los europeos.

Entonces aplicaron una táctica milenaria de la organización poderosísima que por entonces era ya el catolicismo: la fagocitación de los símbolos. Esta consiste en adueñarse de las ceremonias de importancia central para las culturas que se aspira a dominar. Pero modificándolas en su sentido, para neutralizar con esto su gravitación ideológica. Así fue que conservaron las Trincheras, pero transformándolas en “Carnaval”, acentuando de paso, con esto, su neto carácter “pagano”. ***

De esta manera perduran hoy. Una fiesta de Carnaval, pero atípica, que dura cinco días, no siempre coincidiendo con las fechas fijadas por el calendario.

La fiesta comienza al atardecer, cuando centenares de jinetes –incluyendo algunas mujeres– se dirigen hacia el predio de Las Trincheras, a tranco pausado y conversando animadamente entre ellos. Van vestidos con sus mejores ropas: los hombres suelen ostentar bombacha y botas, rastra, algunas veces con monedas de plata, oro, o ambos metales combinados, sombrero –y hasta algunos pocos años atrás, facón. El facón ha sido prohibido hoy por las autoridades, debido a los constantes muertos y

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heridos que se daban en Trincheras de antaño. Muchos –incluso jóvenes– añoran aquellos duelos a facón y dicen “sin peleas las trincheras ya no son las trincheras”... Entonces el gaucho que llega hoy al portal de Las Trincheras tiene que dejar el facón en el puesto policial, y pasar únicamente con la vaina en la cintura, que muchas veces es también de plata.

La ropa de los gauchos suele ser generalmente azul o negra, camisa blanca, pañuelo al cuello –blanco o rojo–, aunque excepcionalmente se ven gauchos vestidos de verde, morado, marrón, u otras combinaciones algo más exóticas.

Las mujeres ya no visten con largas polleras floreadas, como antes, pues desde los años sesenta, una lluvia de bombitas de goma, semiinfladas con el agua del río, las acosa desde que empieza la fiesta hasta su final. Generalmente pequeñas bandas de adolescentes son quienes se divierten de esa manera, pues los jóvenes y mayores prefieren bailar o lucirse sobre los caballos. Ahora suelen llevar vaqueros y blusas, shorts, lo más livianos posibles, puesto que en esta época Santiago del Estero puede presentar sus temperaturas más altas.

También se juega echándose unos a otros, hombres y mujeres, al agua fresca del ancho estero en que termina un brazo del río Salado, justo detrás de la pista. Allí los jugadores –principalmente

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jóvenes y adolescentes–, se embadurnan el cuerpo con barro mutuamente.

Antiguos pobladores cuentan que estas fiestas se hacían un siglo atrás en dos o tres lugares, como celebraciones espontáneas a la que los vecinos no habían querido renunciar. Entonces, al son de música ejecutada con arpa y violines, se bailaba bajo las copas de añosos árboles, tomando la aloja –y más tarde el vino o cerveza– que a falta de heladeras, se conservaba fresca en fosos cavados en la tierra, rellenos con una pequeña fruta silvestre, el ancochi, de características refrescantes.****

En aquellos tiempos que hoy se recuerdan con romanticismo, de las Trincheras, destacaba don Gil Orellano, bandoneonista, quien por entonces era el único músico profesional de la de la zona. Los que tienen más de cincuenta años recuerdan sus interpretaciones, mentadas como sin nada para envidiar a las del viejo Tarragó Ros. Tenía un amigo inseparable, don Jorge Garzón, hombre emprendedor, que se inició en los negocios con una carnicería, llegando a poseer más tarde una empresa de construcción. Él enseñó el oficio a los albañiles de Icaño, y su equipo hizo tradición, pues al transmitir esos conocimientos por generaciones, elevó muy alto el prestigio de los profesionales de este rubro en la región.

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Hacia los años 80 y 90 del siglo XX hubo un decaimiento en los festejos, como parte quizá del descreimiento general que se abatía sobre muchos sectores sociales de la provincia. Incluso hubo algún de los años de este fin de siglo en que el tradicional Encuentro Anual de Las Trincheras no se realizó.

Afortunadamente, a partir de 2002, nuevos funcionarios sensibles al sentir popular, fueron haciéndose responsables del mantenimiento y cuidado de su principal pista, el sitio hoy denominado precisamente Las Trincheras, por considerarla una fiesta cuya existencia es el signo vivo más importante de la identidad cultural de Icaño.

En los últimos años de este tercer milenio, entonces, se han hecho trabajos de mejoramiento paulatino del inmenso predio, y se han delimitado claramente sus límites, para evitar también la apropiación privada de un espacio comunal.

Bajo este paraguas oficial ha ido creciendo la fiesta hasta convertirse en una experiencia social inolvidable, en donde participan unas cuatro o cinco mil personas cada día, desde su inicio a las tres de la tarde hasta que se da por cerrado el ciclo a las nueve de la noche.

Muchos de estos participantes vienen de otras provincias, principalmente Buenos Aires, pero suelen ser generalmente si no icañenses, sí hijos o

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nietos de emigrantes, que vienen a recuperar energías de la tierra de sus ancestros para poder seguir con sus duras luchas cotidianas en la gran ciudad.

Los conjuntos más afamados ocupan ahora el gran escenario, montado de tal manera como para que todos puedan verlos desde cualquier lugar, y con los adelantos técnicos sonoros y de iluminación más avanzados.

Recientemente se han incorporado las Peñas, que se efectúan entre las nueve de la noche y la madrugada, durante dos noches intermedias, en que no se habilitan los juegos carnavalescos, dedicando el espacio únicamente a esto. Las Peñas resultaron un éxito extraordinario, también, constituyendo un acontecimiento cultural y festivo que complementa perfectamente a las Trincheras tradicionales. Las familias, como los jóvenes y niños, pueden ir a estas peñas con sus mejores ropas y tranquilidad, pues como no se permiten bombitas ni se moja a la gente, nadie corre peligro de que le arruinen algún vestido de calidad o simplemente lo molesten. Durante las Peñas desfilan los conjuntos de mayor refinamiento por el escenario, tanto folklóricos como de música bailable. También se presentan las academias folklóricas del departamento, lo cual resulta un espectáculo magnífico, pues decenas de niños y adolescentes de ambos sexos, exhiben en el

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proscenio sus ropas cuidadosamente confeccionadas en vivos colores, y un maravilloso espectáculo de danza que han preparado durante todo el año.

Algunas muestras de esta Fiesta principal de Icaño y descripciones de sus últimas realizaciones, pueden hallarse en el sitio web de la Comisión Municipal: http://www.icanio.com.ar

En los últimos años una afluencia creciente de turistas, argentinos o extranjeros, ha hecho pensar a las autoridades locales que Las Trincheras de Icaño están muy cerca ya de convertirse en un acontecimiento cultural de trascendencia, cada vez mayor, hacia fuera incluso de nuestras fronteras.

Debido a ello, se ha decidido continuar con la profundización de la investigación sobre sus orígenes, como parte de un proyecto de gobierno que considera que, para desarrollarse, un pueblo debe necesariamente conocerse, y respetarse a sí mismo. Este libro es parte de ese empeño.

* Arqueología comparada. Resumen de

prehistoria. Emilio R. Wagner, Olimpia Righetti, Buenos Aires, 1946.

** “Está permitido creer que esta gente de costumbres aparentemente más dulces que la de cualquier otro pueblo precolombiano, había ignorado la práctica de sacrificios humanos pues nunca hicieron figurar en el decorado de sus

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alfarerías (lo que constituye un hecho excepcional) esas horrorosas cabezas trofeos, chorreando sangre, de las cuales la ideografía americana ha hecho triste abuso.

“[…]Pastores, agricultores, tejedores de una habilidad consumada, y como alfareros maestros entre los maestros, estos pueblos sedentarios no vivieron por cierto una existencia miserable. Muchos indicios nos llevan a creer que gozaron periodos de paz largamente prolongados. No se encuentra ningún rastro de combate sangriento, amontonamiento de armas o esqueletos abandonados, miembros humanos destrozados y dispersados, cráneos rotos con las marcas de mortales heridas”. Emilio y Duncan Wagner, en “El sentimiento religioso y las costumbres en la Civilización Chaco-Santiagueña”. Ver: Documentos.

*** “A partir del siglo III, el éxito del maniqueísmo sacude los cimientos de la Iglesia; la influencia del maniqueísmo se mantendrá durante toda la Edad Media. Por otra parte, algunas ideas religiosas iranias -concretamente ciertos motivos de la Navidad, la angelología, el tema del magus, la teología de la luz, ciertos elementos de la teología gnóstica- terminaron por ser asimilados en el cristianismo y el Islam; en algunos casos es posible seguirles los rastros desde la alta Edad Media hasta el Renacimiento y la Ilustración”. Historia de las

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Creencias y de las Ideas Religiosas. Mircea Eliade, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1979.

**** Ancochi. Arbusto. –Valleria glabra– de hojas verdes y frutitas blancas, como perlas, a las que se compara con carabanas, un antiguo modelo de zarcillos. (Folklore santiagueño. Recopilación de Dn. Julián Cáceres Freyre. Inédito)

Documentos

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Carta del Jefe Indio Seattle En 1845 el “Gran Jefe Blanco de Washington”,

hizo una oferta por una gran extensión de tierras indias. En su contestación, el jefe Seattle hacía notar cómo los blancos podrán decir que el indio es un

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pueblo atrasado, pero en realidad, decía “ustedes caminarán hacia su destrucción”.

Ese Jefe Indio intuía que la actitud de dominio hacia la tierra acabaría por destruir al hombre. Al contrario, cuando sabemos que la tierra no pertenece al hombre sino que el hombre pertenece a la tierra, somos capaces de disfrutar con cosas que otros no pueden ni siquiera ver.

“¿Cómo se puede comprar o vender el

firmamento, ni aún el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida. Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿Cómo podrán ustedes comprarlos?. Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo, cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo. La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas.

Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen cuando emprenden sus pasos entre las estrellas; en cambio, nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas. Nunca podemos olvidarla porque ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el

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caballo, la gran águila: éstos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia. Por todo ello, cuando el Gran Jefe Blanco de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado. También el Gran Jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. El se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros.

El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente el agua, sino también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos nuestra tierra deben recordar que es sagrada, y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada, y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memoria de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros Hijos. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos y, por tanto deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un

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hermano. Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida.

El no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga y, una vez conquistada, sigue su camino dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Les secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden, como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra dejando atrás sólo un desierto.

No sé pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades apena los ojos del piel roja. Pero quizás sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera o cómo aletean los insectos. Pero quizás también esto debe de ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido parece insultar nuestros oídos. Y, después de todo, ¿para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras ni las

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discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque?. Soy un piel roja y nada entiendo.

Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pino. El aire tiene un valor inestimable para el piel roja, ya que todos los seres comparten el mismo aliento: la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire.

El hombre blanco no parece consciente del aire que respira, como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Pero si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire nos es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros. Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas, como cosa aparte y sagrada, como un lugar donde el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.

Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras.

Si decidimos aceptarla, yo pondré condiciones: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles de

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búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo cómo una máquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos sólo para proveernos de alimento. ¿Qué sería el hombre sin los animales?. Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual, porque lo que les sucede a los animales también le sucederá al hombre. Todo va unido.

Deben enseñar a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarlas. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra les ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos. Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos: todo va unido, como la sangre que une a una familia. Todo va unido.

El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común. Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que

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quizás el hombre blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes pueden pensar ahora que Él les pertenece, lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan; pero no es así. Él es el Dios de los humanos, y su compasión la comparten por igual el piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para Él, y si se daña se provocaría la ira del Creador. También los blancos se extinguirían, quizás antes que las demás tribus. Contaminen los lechos de sus ríos y una noche aparecerán ahogados en sus propios desperdicios. Pero ustedes caminarán hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Ese designio es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres, y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes.

¿Dónde está el matorral?. Destruido. ¿Dónde está el águila?. Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia”.

Jefe Indio Seattle

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Icaño Por: Andrés A. Figueroa Director del Archivo Histórico de la Provincia Los Antiguos Pueblos de Indios de Santiago del

Estero Ediciones del Archivo de la Provincia, 1948. Ubicado este pueblo en la costa del Salado, o por

lo menos bajo su influencia, en la región donde existían varios pueblos de indios desde el tiempo de la conquista, fue descubierto indudablemente por los restos de la expedición de Diego de Rojas, Felipe Gutiérrez y Nicolás de Heredia, al mando de éste último, a su regreso al Perú, en 1546 más o menos. Y esa región estuvo habitada por los feroces lules, algunos de cuyos individuos cayeron en manos de Diego de Álvarez, enviado en descubierta a esa dirección, quienes le informaron dónde podrían encontrar con qué matar el hambre que padecían los españoles. Así descubrió algunos depósitos de maíz y se apresuró a volver donde estaba el resto de sus compañeros dándoles cuenta del éxito de la empresa.

Ante la grata nueva, todo el pequeño ejército se dirigió a ése rumbo teniendo la suerte de encontrar maíz que empezaba a madurar y frutos silvestres en

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sazón, retirándose con ese rumbo al Norte así que consumieron tales víveres. También aprovecharon la pesca abundante y variada que les ofreció el Salado, de lo que hicieron provisiones.

Como ya se ha visto en la información citada de 1589, fue primer encomendero de un grupo de pueblos sobre el Salado, Juan Díaz Caballero y debió contarse el de Icaño entre ellos, a juzgar por la circunstancia de que otro personaje de éste apellido apareció después, también como encomendero.

La fecha más remota que hallamos el nombre de dicho pueblo de indios es la de 1717, con motivo de los padrones que levantó Dn. Alonso de Alfaro por orden del Gobernador Don Estevan de Urizar y Arespacochaga. En 5 de abril de dicho año, aquel funcionario, en el pueblo de Lasco, decía: “mandé parecer en éste dicho pueblo al mandón e indios del pueblo de Icaño por no tener pueblo en forma, ni iglesia, y le mandé juntase sus indios en éste dicho pueblo de Lasco en mi presencia y del licenciado Dn. Francisco Lascano, cura interino de éste partido y el protector é intérprete nombrados por quien di a entender a dicho mandón e indios si tenían que pedir o demandar a su encomendero un otra persona para hacerles pagar y desagraviar y en esta conformidad se hizo el padrón” […] “En dicho año aparece como su encomendera Da. Josefa de la Cerda, viuda del Capitán Diego Ramírez”.

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En otros documentos del archivo aparece en 1763, como su encomendero en segunda vida, Dn. Agustín Díaz Caballero, hijo de Dn. Joseph Díaz Caballero.

Al fallecimiento de Dn. Agustín debió declararse vacante la encomienda o el pueblo se disolvió, pues no figura en padrones posteriores.

ICAÑO – Corresponde a Chingolo, o jilguero, pajarito que abunda en nuestros campos.

Facciones de los tonocoté, según un grabado europeo del

siglo XVIII.

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El fuerte de Mancapa Original transcripto por Andrés A. Figueroa en la

Revista del Archivo Histórico de la Provincia (1946).

El Mtre. De Campo de Infantería española Dn.

Joseph de Aguirre y Araoz, Thente. de Gobernador Justicia Mayor y Capn. a Guerra de esta Ciud. de Santiago del Estero, etc. Por cuanto combiene al mejor Gobierno y reximen del fuerte nombrado La Conzepción que esta zituado en el Paraje de Mancapa frontera del enemigo del Rio Salado para hacer ordenanzas Militares: Por el presente ordeno y mando. Al Capitán Juan Porcel de Peralta, quien a de servir la guardia de dho fuerte con cincuenta hombres de los que tiene la compañia de su cargo y diez indios amigos de armas que tengo hordenado en dho fuerte; y asimismo a los demas capitanes que alternativamente sirvieren dha guardia que precisa inviolablemente guarden, cumplan y ejecuten las siguientes, pena por de hacer omisión o contravención serán castigados rigurosamente segun leyes militares.

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Primeramente ordeno que al recibir el dho fuerte, sus armas, gente de guerra, y demas municiones y pertrechos, el estandarte o bandera Real que está enarbolada, hagan juramente de fidelidad, de no permitir que por descuido u omisión sea apoderado del enemigo, antes sí lo defenderan hasta perder la vida y la de toda la gente de armas que tuvieran a su cargo.

Item. Al dicho tiempo de recivirse del fuerte, sus armas, municiones y demas pertrechos de guerra, daran los capitanes que entraren de guardia recibo, el que acabado su tiempo saliere, de todo con toda expresión y claridad el cual recibo se me entregará para que me conste.

Item. Precisa e inviolablemente todos los dias sin faltar ninguno, rezaran a coros el Santisimo Rosario, de la Virgen Santisima, y en saliendo a la campaña en seguimiento y alcance del Enemigo harán lo mismo.

Item. Despacharan dos soldados i un cabo, que los tres sean de los de maior cuidado y vijilancia y de la satisfaccion del capitan al paraje que llaman del Paso de Alvaro para que en dicho paraje esten de centinela avanzada reconociendo y observando por la parte de la venida del enemigo, el camino, para que con lo que vieren, y observaren, luego y sin dilacion, y antes que sean sentidos del enemigo, den aviso en el Fuerte al Capitan de la Guardia, quien

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luego que reciba la noticia se pondrá en armas y a caballo dentro de dicho Fuerte, con quarenta hombres y diez indios, todos bien instruidos de lo que deban ejecutar, y amunicionados bien, los que ocuparen las bocas del fuego; y si reconociere que el enemigo es en número corto de forma que lo pueda castigar, saldrá violentamente del dicho fuerte a operarles y castigarles con todo empeño, y si echaren a la fuga, seguirles hasta alcanzarlos, pero la salida y alcance sea con toda precaucion y reparo de forma que no logre el enemigo la astucia de alguna emboscada que pueda tener tramada, por lo que irán siempre recelando y en union formal, sin apartarse unos de otros, para en tal caso retirarse defendiendose a ganar el fuerte, en donde al tiempo de salir, dejara diez hombres, en ellos un cabo, para que cerrada bien la puerta, la guarden y defiendan, haciendo fuego de armas desde los Cubos para ello que se defenderá muy bien, según su regular disposición; y asimismo luego al punto que tuviere dicho Capitan de la Guardia el aviso de la centinela avanzada, de que viene el enemigo hacia el Fuerte, despachará al instante aviso al paraje de Chincho, a dar noticia al Mtre. de Campo, Sargento Maior o Capitan comandante Francisco Orellana para que cualquiera de ellas acuda de socorro con la gente desta frontera a dicho Fuerte a la disposición del castigo del Enemigo hallandolo puesto o siguiendo

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su alcance; y el dicho capitan que asi estuviere de guarda en el Fuerte, ejecutará con toda la gente de su cargo las ordenes por cualquiera de los tres cabos mayores nominados, se le dieren; por combenir asi al servicio y mejor castigo del enemigo, y los tres hombres expresados que se despacharen de centinela al paso de Alvaro, será todos los dias, sin perder ninguno, de forma que han de ir de mañana muy temprano, y han de volver a la oración dando razón de lo que hubiere habido.

Item. Asimismo despacharan dos o tres hombres, todos los dias a correr y reconocer si ha habido algunos rastros, por los rastrojos viejos del campo de Mancapa para abajo en distancia de dos leguas poco mas o menos y reconocido con si hubiere o no, vuelvan luego hecha la diligencia, al Fuerte.

Item. Mantendran la caballada y ganado de la manutencion sobre el Rio de una y otra parte, en los rincones que hay para arriba de la situación de dicho fuerte, soltandolos de noche y como mejor les parezca para la conservación y seguro dellos.

Item. De dia mantendrán en el Fuerte una centinela alta en el paraje donde está la bandera, para que con todo cuidado vigie y reconozca el territorio que alcanzare, y dé voz a la centinela que hubiere en el cuerpo de guardia, de todo lo que reconociere de gente, polvo, u otra seña de las que

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ofrece el campo, como de humo, correr animales, levantarse pájaros en el bañado etc.

Item. De noche, a la oracion se retirara la centinela de arriba bajando la bandera, y la entregará en el cuerpo de guardia y pondrán los capitanes o sus oficiales mayores, en cada cubo de los que tiene dicho Fuerte, una centinela para que vigien y reconozcan con todo cuidado lo que se les ocurriere a la vista y oido y den luego voz a la centinela del cuerpo de guardia para que este la dé a los cabos de guardia y se ejecute lo que combenga.

Item. De noche mandaran los capitanes de guardia, o sus oficiales mayores ande por dentro del Fuerte una ronda de regimiento para las centinelas, que los sujetos desta y dellas, se mudaran a las horas regulares, segun la disposición que para ello se diere.

Item. Que de dia claro, se provean del Rio, del agua que necesitaren para los menesteres de la gente del Fuerte, y estos acarreadores vayan con guardia, no embargante de estar cerca dho Rio, dos cuadras del Fuerte; y lo mismo observaran al acarrear la leña; aunque haga frío no haran fuego de noche las centinelas en los cubos; y de dia y de noche tendrán los caballos que hubiere para montar, dentro del corral que está unido con el dho Fuerte, y defendido de dos cubos; con sola puerta para dentro y de dia los tendrán ensillados precisamente, y de noche sueltos, o como mejor les parezca.

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Item. Prevengo, ordeno y mando que por el mes de Agosto, o antes si combiniere, manden dhos capitanes pegar fuego a las maciegas y espesuras de la otra banda del Rio y por sobre él, en las cercanias de dho Fuerte y lo mismo en todos sus contornos dél y cortarán los chilcales inmediatos, con los indios, teniendo estos su escolta y guardia.

Item. Para en cuento al regimen de la providencia de carne observarán dhos capitanes el matar un día sí, y otro no, una rez, o cada dos dias, si se puede mediante buen gobierno para ello y para que todos los cueros de dhas reces que se mataren no se desperdicien, tendrán dichos capitanes de guardia el cuidado de mandar se estaqueen, y bien secos se guarden sin disponer dellos por ningun motivo; y para que todo lo contenido tenga el debido cumplimiento sin contravenir a ello por pretesto alguno; menos en aquellos cabos que salidos del Fuerte se les pueden ofrecer a los capitanes, así en regimiento de los enemigos como en otras circunstancias de operar contra ellos; que en tales casos dispondrán y ejecutaren, según que hallaren por conveniente como quien tiene la cosa presente y se les ordenare, en la ocurrencia de los referidos cabos superiores; y quedando copia de estas órdenes autorizadas en dho Fuerte en poder del capitan de guardia, estas originales se pondrán en la capitanía de guerra de mi cargo para que quede y conste; y lo

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firmé por ante mí y testigos de este paraje de Chincho en veintitrés días del mes de Junio de mil setecientos y veintisiete años. Joseph de Aguirre. Tgo. Dn. Francisco de Luna y Cardenas. Tgo. Dn. Pedro Joseph de Luna y Cardenas.

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Una mujer aborigen quemada por “bruja” El 9 de noviembre de 1716 es quemada en la

hoguera una mujer a quien se había juzgado sumariamente por “brujería”. Firman como “testigos de la ejecución” Juan Díaz Caballero y Juan Saavedra Gramajo.

Acta de la Sentencia. En la causa criminal que de oficio de la Justicia

que ante mi Juzgado pende contra Juana Pasteles, India del pueblo de Tuama por las muertes del Indio Pedro y de su marido y del Indio que confiesa del pueblo de Guaipe natural del Salado que dichas muertes las ejecutó con el mal arte de hechizos y encantos que por las pruebas y su confesión consta contra la dicha Juana Pasteles, visto los autos y méritos del proceso y que ver se debe:

Fallo que haciendo Justicia debo condenar y condeno a la dicha Juana Pasteles en pena de muerte para la cual será sacada de la cárcel pública y prisiones y montada sobre una bestia con albarda con soga al cuello y llevada públicamente por las calles públicas de esta ciudad con voz de pregonero que manifieste su delito hasta el lugar del suplicio extramuros donde se le dará que naturalmente

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muera. Y estándolo será quemada en una hoguera que para el objeto se prenderá para ello que su dicho cuerpo encenizado se reduzca debajo de custodia en condigna pena por su delito.

Y por esta mi sentencia definitivamente juzgando así pronuncio y mando y firmo.

Dn. Juan de Paz y Figueroa (Archivo General de la Provincia. Transcripto en

el libro Chaupi P´unchaupi tutayarka, de Maximina Gorostiaga. Santiago del Estero, 2005.)

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Original de la comunicación de Rams y Rubert, en el

Archivo General de Santa Fe.

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Esteban Rams y Rubert al Ministro de Gobierno

de Santa Fe. Comunica que el día de mañana iniciará la Navegación del Río Salado con el vapor Santa Fe

ARCHIVO GENERAL DE LA PROVINCIA DE

SANTA FE. A. G. T. 16. 1857 (Santa Fe, 26 de Enero de 1857) Transcripción: Santa Fe’, 26 de enero de 1857. Exmo Sor. Ministro de Gobierno Dr. Dn. Juan Francisco Segui Exmo Sor.: Llegado a este Puerto en el Vapor

denominado Santa Fé; tengo la honrosa satisfaccion de poner en conocimiento de V.E. que prontos ya los elementos necesarios para el primer viage al Rio Salado, zarparé mañana de estas aguas, para surcar las de aquel Rio cuya navegacion debe producir resultados de tanta consideracion é importancia para estos pueblos.

La decidida cooperacion del Exmo Gobierno Nacional y la del Exmo. Gobierno a quien

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tengo el alto honor de dirigirme me inspiran gran confianza en el buen exito de la Empresa de tanto bien para la Republica Argentina.

Dios guarde á V.E. Estevan Rams y Rubert Enero 26 de 1857. Santa Fe

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Carta de la señorita Trinidad Luna al Presidente del Consejo de Educación

Icaño, 28 de febrero de 1891 Señor Presidente Consejo General de Educación Provincia de Santiago del Estero Dn Agustín Sánchez La que suscribe, vecina del Dpto. Vuelta a Usted respetuosamente expongo: que

encontrándome sin ocupación y cuanto más el Consejo me creyera útil según mis aptitudes cuyo informe podrá darlo la preceptora de la escuela de Yanda, donde mis repetidas ocasiones hice de ayudante honoraria, vengo a pedir por intermedio del Consejo se sirva confiarme como digo algunas de las escuelas de la Provincia. Por lo tanto a Ud. Pido que teniéndome por presentada y previo informe que me hiciera se digne acceder a mi pedido.

Dios guarde a Usted. Trinidad Luna Libro de Actas del Consejo General de

Educación, Nº 45, Folio 126.

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Informe del inicio de clases Icaño, Abril 29 de 1891 Señor Presidente Consejo General de Educación Provincia de Santiago del Estero Dn Agustín Sánchez Tengo el alto honor de dirigirle por su intermedio

a ese Honorable Consejo que dignamente preside la presente nota, comunicándole haber abierto la Matrícula el Día 1º de Abril y terminado el 29 del presente, comenzando al mismo tiempo con mis clases con la asistencia de 51 alumnos.

Con este motivo me es muy grato saludar al Sr. Presidente.

Trinidad Luna Libro de Actas del Consejo General de

Educación, Nº 45, Folio 329.

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Leyes del Senado y Cámara de Diputados de

Santiago del Estero sobre el actual territorio de Icaño

Villa 28 de Marzo La expropiación y trazado de una plantilla urbana

para la “Villa 28 de Marzo”, son un antecedente inmediato de la creación posterior de la Estación de trenes y el pueblo de Icaño. Esta ley se aprobó en sesión del 13 de agosto de 1885.

LA HONORABLE LEGISLATURA DE LA

PROVINCIA HA SANCIONADO CON FUERZA DE LEY:

Art. 1º: Declárase de utilidad pública la

expropiación de cuatrocientas setenta y cuatro hectáreas y doce áreas de terreno en el Departamento Mailín, Distrito Bracho.

Art. 2º: El P. E. procederá a adquirir dicho terreno, de conformidad a la ley general de expropiación y fundará en él una Villa con el nombre “28 de Marzo”.

Art. 3º: El pueblo se compondrá de cien manzanas de una hectárea divididas en ocho solares

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y separadas por calles de veinte metros de ancho, y estará rodeado por una calle de cuarenta metros de ancho.

Las quintas serán de dos hectáreas y las chacras de cuatro.

Art. 4º: El P. E. reservará el terreno que crea necesario para establecimientos públicos, plazas y paseos, debiendo demarcarse éstos en los planos respectivos.

Art. 5º: Los solares del pueblo y los lotes de quintas y chacras, serán cedidos durante el primer año a los que los solicitaren y cumplieren las condiciones exigidas en esta Ley, pero una misma persona, familia o sociedad, no podrá obtener gratuitamente más de dos solares y dos lotes de cada clase.

Art. 6º: La concesión de solares se hará en papel sellado de dos pesos nacionales, la de quintas en papel de tres pesos y la de chacras en papel de cuatro.

Art. 7º: Los títulos de propiedad serán extendidos por el Escribano de Gobierno, en el papel sellado correspondiente, previo pago al Consejo General de Educación de la suma de cinco pesos nacionales para el fondo de las escuelas.

Art. 8º: El P. E. reglamentará la forma en que ha de proveerse a las solicitudes de tierras y extenderse el certificado de concesión que debe servir de título

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de propiedad provisional, hasta que llenadas las condiciones de la presente Ley, puedan otorgarse las escrituras públicas respectivas.

Art. 9º: La tierra que no haya sido solicitada hasta un año después de promulgada esta Ley, se venderá en remate público al mejor postor en fracciones y en la época que determine el P. E.

Art. 10º: Todos los terrenos que se enajenen, sea por cesión privada, sea en licitación pública, se hará bajo las siguientes condiciones:

1º Si es solar o pueblo, que se edifique al frente de la calle con una pieza de material y se cerque su totalidad.

2º Si es lote de chacra, que se cerque y se labre una mitad de ella.

Art. 11º: La edificación, cercado y plantaciones empezarán dentro de tres meses y deberán terminarse dentro de un año, a contar desde la enajenación.

Art. 12º: Si vencidos los plazos señalados, los que hayan obtenido terreno no hubiesen cumplido las condiciones establecidas, el P. E. rescindirá el contrato sin indemnización ninguna a los que hayan obtenido gratuitamente la concesión, y devolviendo la mitad del precio a los que la hubiesen obtenido en licitación, quedando la otra mitad a beneficio del Estado.

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Art. 13º: Los lotes que queden vacantes por inejecución del contrato, podrán ser solicitados por otras personas en los términos y condiciones establecidas por esta Ley.

Art. 14º: Queda autorizado el P. E. para hacer los gastos que demande la ejecución de la presente Ley imputándolos a la misma.

Art. 15º: Comuníquese al P. E.- SALA DE SESIONES, Santiago, Agosto 14 de

1885.

Ángel Guzmán Maximio Ruiz Secretario Presidente

(Original en la Biblioteca de la Honorable Cámara

de Diputados de la provincia de Santiago del Estero.)

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Estación Icaño En sesión efectuada el día 15 de julio de 1891, y

consignada en el Libro de Actas al día siguiente, se aprueba el espacio que ocuparía Estación Icaño, antes llamada “28 de Marzo”. En el INDICE de TODAS las LEYES ORGANICAS y ESPECIALES de CARÁCTER PERMANENTE, desde 1856 hasta el año 1942, el Director General de Estadística de la provincia de Santiago del Estero, Dn. Amado Olmos, la asienta como “Ley del 15 de julio de 1891”, denominándola: “Fundación del pueblo de Icaño, en la estación Icaño, departamento Avellaneda”. (Página 6.)

EL SENADO Y LA CÁMARA DE

DIPUTADOS DE LA PROVINCIA DE SANTIAGO DEL ESTERO, REUNIDOS EN ASAMBLEA LEGISLATIVA, ORDENAN CON FUERZA DE LEY:

Art. 1º: La expropiación de los terrenos de

propiedad particular autorizada por la Ley de 3 de Julio de 1888, para la fundación de la Villa “28 de Marzo”, deberá limitarse a una extensión que no exceda las quinientas hectáreas o que no sea menor

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de doscientas, la cual se erigirá en la misma Estación Icaño del Ferro Carril Sunchales.

Art. 2º: Una vez aprobado por el P. E. el trazado del pueblo, los solares de éste y los lotes de quintas y chacras, serán vendidos en remate público, en la forma establecida por la Ley de Tierras de 20 de Diciembre de 1889.

Art. 3º: El excedente del costo total de la expropiación y gastos que se originen en el trazado de la Villa y venta de lotes, se destinará para construcciones escolares, casa municipal o de policía y demás obras públicas.

Art. 4º: Los diversos lotes de terrenos, se rematarán mediante una solicitud del interesado por los lotes en los que se interesase.

Art. 5º: Nadie podrá solicitar la venta de más de tres lotes; siendo entendido, que el solicitante tendrá derecho a la compra por igual precio al mejor postor.

Art. 6º: Quedan derogadas todas las disposiciones legislativas en contrario a la presente Ley.

Art. 7º: Comuníquese, etc.- SALA DE SESIONES DE LA H.

LEGISLATURA DE LA PROVINCIA, Santiago, Julio 16 de 1891.

Manuel Beltrán M. Coronel Angel Guzmán Abel García

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Secretario del Senado Secretario H. C. de DD.

Carta del Ministro de Gobierno, Pablo Lascano, a

la presidenta de la Sociedad de Beneficencia de Icaño

Santiago, Octubre 18 de 1896 A la Sra. Presidenta de la Sociedad de

Beneficencia Dª Esilda S. de Nuttall Icaño He tenido la satisfacción de recibir la nota de Ud.

Comunicándome que, debiendo colocarse en esa localidad, en esta fecha, la piedra fundamental de un edificio para escuela, he sido designado padrino de dicho acto.

Al aceptar tan honrosa designación, cúmpleme manifestar a Ud. que atribuyo al acto que va á realizarse una trascendencia remarcable y que lamento no asociarme a él personalmente.

Una escuela que se proyecta es el futuro templo erijido al culto de una religión sublime: la de la enseñanza, y allí donde los vecindarios se agrupan en su óbolo para fundar esas casas de verdadera beneficencia, debemos hallarnos presentes todos los

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que fiamos el éxito de nuestras empresas a la educación de las masas.

Vengo de recorrer, en compañía del Sr. Gobernador, largas extensiones de las Provincias de Santa Fé y Córdoba, entregadas a la colonización, y traemos las impresiones más gratas del espectáculo abierto ante nuestros ojos.

Campos que hasta ayer fueron moradas incultas del salvaje, son hoy centros de población civilizada; y al lado del templo con sus campanas sonoras y sus torres enhiestas, hemos contemplado la escuela común que no hace distinción de sectas ni de creencias para iluminar las mentes y forjar el alma de las generaciones. En ese mundo abierto a la observación, he evocado muchas veces á nuestra querida Provincia anhelando para ella los mismos beneficios de que veía gozando á sus habitantes, y puede Ud. creerme que esa importante fracción de Santiago ha estado siempre presente en mis sueños de progreso.

Tenemos el sentimiento del bien, ardiente y puro; y si, como se ha dicho, la fé pulveriza las montañas, debemos confiar en que esas comarcas incipientes se trocarán en breve término en centros de abundancia y de cultura. La miseria no abate ni perdura cuando hay una energía bregando impertérrita en la demanda.

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Los habitantes de Icaño comprometen la gratitud pública iniciando obras como la que hoy se inaugura, y la piedra fundamental que colocan en medio de las alegrías generales, es el principio de grandes transformaciones en el órden moral, político y social.

Hay tinieblas todavía densas en los espíritus, y necesitamos á semejanza de uno de los personajes de Shakespeare, pedir luz, mucha luz, para disiparlas cuanto antes. Hagamos esfuerzos por que se produzca fulgente y vívida en las conciencias, para que el hombre ensanche el campo de sus aspiraciones, para que sea más feliz siendo también más útil al a patria, y para que, multiplicando la fuerza productora del Estado, acreciente su propio bienestar.

Ruego a la señora Presidenta hacer presente estos sentimientos á los vecinos de Icaño y aceptar los [tachado: sentimientos] de mi distinguida consideración.

Pablo Lascano Original en el Libro de Oro de la Escuela

Superior Absalón Rojas, Icaño, Santiago del Estero.

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La leyenda del Cacuy Por Emilio Wagner Traducido del Journal de la Société des

Americanistes de Paris T.VI, Fascículos I y II, 1906. (Inédito hasta ahora

en castellano.) El cacuy es un ave de costumbres esencialmente

nocturnas, de plumaje gris como la sombra en la cual se complace en vivir; cruzan sobre su cuerpo de golondrina, largas alas de “ataja-camino”. Su pico es chico, su boca enorme. Sus ojos grandes, claros; llenos de una expresión humana ocupan un tercio de su cabeza. Su nombre proviene de su grito. Jamás se lo ve volar en las horas del día, se queda en los bosques más sombríos, pegado al tronco de un grueso árbol, en la anfractuosidad de algunas ramas. Sólo levanta vuelo a la entrada del sol.

En las bellas y claras noches de luna llena, se puede a veces descubrirlo encaramado en la extremidad de una rama seca, derecho y perfectamente inmóvil, parece una prolongación del

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gajo muerto; sólo estando muy acostumbrado se lo puede descubrir.

Su grito lo ha hecho legendario: imita exactamente el largo llamado amoroso de una mujer de su país. Su timbre es claro, el sonido de la voz absolutamente humano, la queja triste, desolada, lamentosa, se arrastra largamente bajo la bóveda de verduras. En la calma de los grandes bosques, cuando en el silencio de la noche se oye resonar ese triste llamado humano, no se puede evitar el sentir una profunda impresión de melancolía, aunque uno esté advertido que sale del pico de un pájaro.

Ese sentimiento no es extraño a los rústicos habitantes de las lejanas tierras de Santiago. Muchas leyendas corren referentes a ese pájaro fantasma.

Algunos dicen que la persona que lo ve por casualidad, muere infaliblemente antes de acabarse el año; otros pretenden que son las almas de los antiguos caciques que lloran sobre sus tribus destruidas y sus ricos territorios de caza arrebatados por el extranjero.

Pero un viejo cazador y buscador de miel de meliponas, “melero”, me contó al respecto esta curiosa leyenda.

Para él, el cacuy no se sino una mujer del país que la desgracia visitó en la primavera de su vida.

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Antaño, me dijo, vivían en los confines de los grandes bosques, una joven mujer con su amante y su hermano.

Quería a su amante, adoraba la criatura que había tenido con él y era sumisa y respetuosa con su hermano mayor cuyo brazo vigoroso y su destreza maravillosa mantenía abundante caza en su sencilla choza hecha con troncos de palmera. Ella era tanto más sensible a esta riqueza cuanto que era muy golosa, a decir verdad, era para ella irresistible inclinación. Cada mañana en el albor del día, su hermano tomaba sus armas y salía a cazar, mientras su amante se dirigía hasta el río vecino porque era él un hábil pescador.

Una tarde sin embargo, ni el amante ni el hermano volvían. Ella, la morena hija de los grandes bosques, había hecho adormecer su niño y luego masticaba lentamente un pedazo de venado. Al fin el cazador llegó, cansado, quemado por el sol de fuego, rasguñado todo por las espinas. La caza debía haber sido dura, pero con seguridad fue infeliz, ya que los fuertes hombros del cazador no se doblaban bajo el peso de un venado o de un pecarí y sus manos estaban vacías.

La joven mujer sintió una viva contrariedad y sin levantar la cabeza siguió comiendo en silencio su pedazo de venado. Su hermano, habiéndose sentado sobre un tronco de árbol delante de la puerta de la

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choza, le pidió algo para comer, pero ella, escuchando sólo su glotonería siguió comiendo el pedazo de venado que tenía en la mano y que era todo lo que quedaba de su provisión.

Cuando hubo roído el último hueso se levantó llena de disgusto y escuchando sólo el mal consejo de su gula le tiró el hueso a su hermano y olvidando todo respeto le dijo: “Aquí está lo que tengo para dar a un «cazador» como vos”. Y agregó al sarcasmo el insulto diciendo: “Felizmente mi amante va a volver cargado de pescados, pues veo que tu caza no nos va a dar nada para comer”.

El hermano sintió vivamente la ofensa; sin embargo, se levantó sin decir nada y tomando solamente su cuchillo se internó en el bosque vecino.

Después de un momento, he aquí que sale del bosque y vuelve con paso alegre hacia la choza, diciendo a la hermana, como si hubiese olvidado todo: “Ven pronto conmigo, he encontrado un hermoso nido de lechiguanas en la copa de un árbol y vamos a comer miel”.

Rápida, la joven mujer siguió a su hermano al bosque hasta el pie de un árbol en cuya cima veíase un gran nido de “meliponas”.

Olvidándose de que “el buey manso también patea fuerte cuando está enojado” subió ella primero queriendo comer miel, por la cual era loca. Su

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hermano la siguió silenciosamente de rama en rama, pero cuando la vio entregada a su gula en la copa del árbol, comenzó a bajar despaciosamente cortando con su gran cuchillo todas las ramas a ras del tronco y se fue.

Pasando cerca de la choza se agachó y levantó el hueso que su hermana le había tirado poco antes. Se dirigió a la orilla del río donde pescaba el amante de su hermana y habiéndosele acercado tranquilamente mató al hombre de una puñalada en pleno pecho con su gran cuchillo, luego le atravesó en la boca el hueso que le había tirado la joven, lavó en el río sus manos y su cuchillo, volvió a poner este en su cintura y se perdió en la espesa floresta. El Espíritu del Mal que había guiado su venganza dirigió para siempre sus pasos lejos de esos tristes lugares.

Pero la noche se acercaba, la sombra invadía la tierra, sola, en la cima de ese árbol elevado, la joven morena, inquieta, desconsolada, dejaba escapar largos quejidos llamando a su amante.

Pero el pescador dormía con los ojos al cielo, con un hueso maldito a través de la boca y la arena de la playa acababa de beber toda su sangre.

Asida a una rama, inclinada sobre la negra selva que cebraban ya los fuegos verdes de los insectos, la joven enloquecía. Sentía claramente llorar su criatura abandonada en la choza y su corazón se partía cada vez que oía gritar al zorro o rugir al puma.

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Las horas pasaban, toda esperanza se desvanecía, la sed más ardiente sucedió al dulce sabor de la miel activamente comida y la devoraba. Entre dos últimos gritos de llamado, su pobre corazón hizo sentir este supremo deseo: “¡Ay de mí, que no tengo como un pájaro alas para volar hasta ustedes, ojos para verlos en la noche y voz para llamarlos todavía!” Y sus manos amortiguadas no pudiendo más sostenerse, inclinada hacia la choza donde lloraba la criatura se dejó caer.

El Espíritu de los Grandes Bosques que guía al cazador en la selva profunda y a menudo juega a la luz de la luna sobre el liviano follaje en la cima de los grandes árboles, oyó este voto supremo. No dejó que el cuerpo moreno y suave de la mujer se destrozase en el suelo. Le dio alas, le dejó grandes ojos humanos que ven en las tinieblas y le conservó su voz que llama en vano a su amante. Él no le puede contestar, está muerto, con el hueso de venado atravesado en la boca.

Ella es la que desde entonces, en las claras noches del verano, llora en el fondo de la selva su felicidad pasada, su criaturita abandonada y su amante perdido.

Nota [de Julio Carreras (h)]: Esta versión abre al

menos dos grandes interrogaciones que sería interesante dilucidar.

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La primera, es respecto del verdadero carácter de la leyenda, ya que de estar constituido el grupo no por “dos hermanos”, como indica la transcripción más difundida, sino por una pareja normal y el hermano de ella, dejaría fuera toda posibilidad de considerar el incesto como uno de sus componentes centrales.

La segunda, es el por qué de la escasa publicidad –si no del ocultamiento– de esta versión, dando crédito en todas las ediciones solamente a la otra, esto es, la que habla exclusivamente de los hermanos. Una definición de las palabras que conforman la onomatopeya, acerca más pistas sobre su sentido, y sustenta además, según nuestro criterio, a la versión de Wagner como la más coherente:

Cacuy. En quichua cacu es jovencito, no el chango de cualquier edad sino el que tira a adolescente, zagal, mancebo, efebo; la y final es posesivo, así que cacuy es mi muchacho.

Túray. En quichua tura es el varón hermano de la mujer, ñaña es la hermana de la mujer, pana la hermana del varón y huaucke el hermano del varón. La y final es posesivo; mi hermano. (Folklore santiagueño. Recopilación efectuada por Dn. Julián Cáceres Freyre. Inédito).

Entonces la mujer estaría llamando lastimeramente a dos personas en su auxilio, cuando

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repite una y otra vez “Cacuy, Turay”. Es decir, “mi muchacho”, o “mi amante”, como traduce Wagner, y también “hermano”, o “mi hermano”. La tradicional interpretación era que esto significaba “Cacuy” (nombre propio del hermano) y “Turay” (hermano, como reafirmación del vínculo).

El sentimiento religioso y las costumbres en la

Civilización Chaco Santiagueña Por Emilio y Duncan Wagner Ha sido imposible determinar exactamente la

fecha de este artículo en el diario El Liberal, dado que nos fue provisto por la Sra. Alba Céliz de Paviolo, que lo heredó de sus mayores, sin esa precisión a la vista. Pero gracias a otras noticias en su anverso, puede inferirse que debió haber sido publicado entre 1936 a 1938.

“No ha habido pueblo ateo”, dice Ratzel, y el

estudio profundizado que nosotros hemos hecho del arte cerámico de los antiguos habitantes de Santiago del Estero, no nos ha llevado a contradecir en lo más mínimo la opinión emitida por el célebre etnógrafo.

Los escritores que más cuidadosamente han estudiado las ideas religiosas de los distintos pueblos

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del nuevo continente, están contestes en afirmar que estos habían llegado más de una vez a un nivel moral que nunca fue sobrepasado en las antiguas civilizaciones del Viejo Mundo. Insisten sobre la religiosidad muy marcada de los indígenas actuales, de la que también dan prueba los indios precolombianos. Fue de ellos que dijo Brinton: “En cada pecho hay un altar al Dios Desconocido”. En cuanto a nosotros, personalmente, siempre hemos simpatizado con el sentimiento en el que se inspiró Luis de Launay cuando escribía: “En todas partes he visto hombres en plegaria, cualquiera que fuese su Dios, me he sentido tentado de inclinarme con ellos, a su modo, o al menos a comprenderlos”.

Así, en el primer volumen de nuestra obra, refiriéndonos al arte religioso de los antiguos habitantes de las llanuras santiagueñas hemos escrito lo que sigue: “Las opiniones que acabamos de citar, de hombres que han consagrado sus vidas al estudio de estas complejas disciplinas intelectuales, nos apoyan en la elevada idea que hemos expresado desde el comienzo de nuestras investigaciones, acerca de la divinidad prehistórica que los antiguos habitantes de Santiago del Estero veneraron, al parecer, con exclusión de toda otra. Pero no hubiéramos pensado en hacer mérito de ello, si en el caso que nos ocupa, la copiosa documentación reunida no hubiese venido a confirmar nuestras

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primeras impresiones y proclamar con la convincente elocuencia de los hechos, que entre pueblos “que no tuvieron historia”, como se ha dicho, la idea religiosa había alcanzado el grado de “desenvolvimiento espléndido” de que habló Ratzel.

Testimonios elocuentes de su fe profunda en un más allá misterioso es el culto piadoso que tributaron a los seres queridos de los cuales los había separado la implacable segadora que jamás se cansa de tronchar los lazos que unen a los hombres aquí abajo.

Necesitaríamos largas páginas si quisiéramos si quisiéramos describiros las innumerables piezas comprobatorias, unas de notable suntuosidad, otras de simplicidad conmovedora, que hemos podido reunir.

Todas nos cuentan la historia de un pueblo que supo doblar las rodillas con humildad delante del Dios de sus padres, la gran Divinidad Alada Primordial de las primeras edades del mundo, que, tal como lo escribió Dechelette, “velaba por el reposo de los vivos y lloraba sobre las tumbas de los muertos”.

Todo lo que nosotros podemos hacer para reemplazar las descripciones demasiado largas, es hacer revivir delante de vuestros ojos un número bastante considerable de efigies de la Divinidad Antropo-Ornito-Ofideana que han venerado durante

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largos siglos, pueblos vueltos después de millares de años, al reposo de la tierra. Tiernas manos femeninas moldearon y pintaron con suma piedad y nos parece encontrar allí todavía el rastro de sus lágrimas. Pero la falta de espacio nos priva aquí de ese recurso, y debemos conformarnos con invitar a nuestros lectores a visitar nuestro magnífico museo arqueológico.

Son esas hermosas piezas de cerámica funeraria las que hicieron decir a Callegari, y nos complacemos en repetirlo una vez más, pues eso nos consuela de tantas incomprensiones lamentables, que pueblos que sabían honrar con tan profunda emoción la memoria de sus hijos “son dignos de nuestro más grande respeto, de toda nuestra admiración”.

Un sentimiento de profunda religiosidad y de notable simpatía humana emana de este arte tan esencialmente calmo y ponderado, de una absoluta castidad, que ha esquivado con cuidado lo grotesco, lo obsceno y las truculentas monstruosidades.

Está permitido creer que esta gente de costumbres aparentemente más dulces que la de cualquier otro pueblo precolombiano, había ignorado la práctica de sacrificios humanos pues nunca hicieron figurar en el decorado de sus alfarerías (lo que constituye un hecho excepcional) esas horrorosas cabezas trofeos, chorreando sangre,

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de las cuales la ideografía americana ha hecho triste abuso.

Una atmósfera de belleza espiritual muy elevada, envuelve a este arte donde el simbolismo ha ejercido una influencia que parece haber obrado, sobre todo, en el sentido de una idealización muy sutilmente refinada, que parece haber sido particularmente cara a esas Viejas Razas de la Argentina, tan notablemente dotadas. Es ese rasgo esencial que distingue al arte cerámico de la civilización Chaco-Santiagueña, y su extraordinaria significación no podría escapar a ningún espíritu realmente cultivado.

Desearíamos podernos formar alguna idea acerca de cuáles fueron las condiciones de vida de esos pueblos del lejano pasado cuyas tumbas abandonadas hollamos bajo nuestra planta.

Cuando recorremos hoy los lugares, a menudo desiertos, que ellos tanto tiempo llenaron con los mil rumores de su vida industriosa y apacible, nos parece sentir pasar sobre las hierbas ondulantes de la pradera su invisible aliento y ver dibujarse confusamente entre las brumas que flotan sobre la llanura, su imagen borrosa, que querríamos hacer revivir en vuestro pensamiento.

Pastores, agricultores, tejedores de una habilidad consumada, y como alfareros maestros entre los maestros, estos pueblos sedentarios no vivieron por cierto una existencia miserable. Muchos indicios nos

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llevan a creer que gozaron periodos de paz largamente prolongados. No se encuentra ningún rastro de combate sangriento, amontonamiento de armas o esqueletos abandonados, miembros humanos destrozados y dispersados, cráneos rotos con las marcas de mortales heridas.

Entre esos pueblos que gozaron de una civilización ya muy avanzada, todo indica que el lujo que desplegaban en la fabricación de la cerámica debió ir a la par con el que aplicaban a su vestido. Las 1.900 fusaiolas artísticamente trabajadas que existen en nuestras colecciones nos suministran la prueba. Las finas telas de las cuales una muestra ha llegado felizmente hasta nosotros, las innumerables perlitas, verdaderas joyas, la turquesa, lapislázuli, y otras piedras preciosas, han proporcionado el material en que han sido hábilmente talladas, debieron servir para adornar los vestidos confeccionados en dichas telas.

Numerosos instrumentos de música, en hueso o tierra cocida, nos hablan de danzas y fiestas en que esos hermosos vestidos debieron ser llevados. El bello estilo de la alfarería doméstica indica, como Ambrosetti lo explicó ya claramente, una vida tranquila y próspera.

La fabricación de la alfarería tuvo, sin duda, un lugar de los más importantes en sus actividades diarias. En cuanto al trabajo en madera ellos no lo

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ignoraron ciertamente, pero ni el menor rastro ha quedado de los objetos a los cuales, evidentemente, supieron aplicarlo.

Las prácticas religiosas y las ceremonias de un carácter probablemente muy suntuoso a juzgar por el número y la belleza de las alfarerías rituales, debían ocupar una gran parte del día.

Según la señora Cox Stevenson Cushing, y otros autores norteamericanos que los visitaron por largo tiempo, los Indios Pueblos despliegan en el decorado de la cerámica y el simbolismo que la caracteriza, un lujo que se aproxima notablemente al que se observa entre los antiguos pueblos de Santiago del Estero y los ejercicios religiosos absorben casi seis meses de cada año, o sea la casi mitad de su tiempo.

Bajo aspectos, hechos a veces para sorprendernos y desconcertarnos no poco por su rareza, las ceremonias religiosas de los Zuní y de los Hapi, responden a conceptos animistas y panteístas y a preocupaciones de moralidad de una notable elevación. Los orígenes de su teogonía, de las más complicadas, así como los de su cultura, se pierden en la noche de los tiempos.

Es muy probable, en suma, que el modo de existencia de los constructores de túmulos de Santiago del Estero debió evolucionar bajo la influencia de condiciones psicológicas que no se han

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apartado mucho de las de los Clif [ilegible] weller del Arizona.

He aquí todo lo que nos han enseñado las reliquias del pasado que tantas veces hemos dado vuelta entre nuestras manos y consultado pacientemente.

Es poca cosa, diréis. Lo suficiente sin embargo para que nos inclinemos con sentimiento de melancólica simpatía hacia esos hombres y esas mujeres de un muy lejano pasado, que conocieron nuestras alegrías y nuestros dolores y persiguiendo a su manera un sueño de belleza, alimentaron sublimes esperanzas que les ayudaban a soportar mejor las tristezas de la vida.

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Desentrañaron el pasado de Santiago Por: Olimpia Righetti Olimpia Righetti, santiagueña, fue la principal

colaboradora de los hermanos Wagner en su tarea arqueológica. Libro 50º aniversario de El Liberal, 1948.

El trabajo de Emilio y de Duncan Wagner es

demasiado múltiple y fecundo para poder describirlo en todos sus aspectos en una reducida monografía. No haremos pues sino señalar una parte modesta de la carrera de naturalistas y arqueólogos, cumplida en Santiago.

Cuando el gobierno de la provincia llama a Emilio Wagner en 1923, para organizar el Museo Arcaico, para Wagner es ya un hecho el descubrimiento de la civilización Chaco-Santiagueña. Al hacerse cargo aportó, con sus caudalosos conocimientos, su hermosa colección arqueológica y otra de coleópteros.

Los trabajos personales de Wagner progresan enormemente, pero el éxito ante los poderes públicos es nulo. Fue necesario que en 1927 un hallazgo casual, de una ocarina, despierte el interés de un corresponsal de El Liberal y repercuta entre

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los intelectuales de La Brasa, quienes entrevistaron a don Emilio y obtuvieron del gobernador Domingo Medina, el 5 de mayo de 1927, un subsidio de mil pesos para que el director del museo se trasladara al terreno, estableciera el fundamento de las informaciones del corresponsal de El Liberal y juzgara con conocimiento de causa la importancia que tendría para la ciencia el hallazgo denunciado. Establecieron campamento en Llajta Mauca. Desde entonces las excavaciones se realizaron sin interrupción cada año.

El museo creció aceleradamente. No había vitrinas para conservar las colecciones. A falta de ellas, don Emilio construyó mesas con cajones de embalaje, cuyo precio es reducido. Duncan escribía y dibujaba sobre ellas. Sobre ellas se realizaron las primeras exposiciones y se dictaron clases a las escuelas. La que escribe, que ya concurría al museo, empezó sus estudios en esas mesas. El trabajo se hizo amplio. Don Emilio buscó en el terreno, reunió material donde se asentara la obra y lo estudió arrancándole sus secretos. Duncan investigó en el libro, escribió el resultado de los estudios, dibujó y pintó.

En 1932 el éxito de sus trabajos llegó a Francia, la que ha estimado tan alto la obra de sus hijos, que condecoró como Caballero de la Legión de Honor a don Emilio y acordó igual distinción al gobernador

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que le prestó ayuda. En 1934 el museo arqueológico cuenta con 17.000 piezas no completas, pero con lo suficiente para que los Wagner las reconstruyeran íntegramente. Un fragmento era suficiente para que las interpretaran.

En esto, sólo Ameghino los iguala. Con esa base publicaron el tomo I de la gran obra “La Civilización Chaco-Santiagueña y sus correlaciones con las del nuevo y viejo mundo”. Los diez años siguientes la obra experimentó un notable progreso como consecuencia de los numerosos descubrimientos que don Emilio realizó en el campo de la investigación, confirmando lo que expusieron en el primer volumen. Tal los símbolos y signos alfabetiformes de los torteros; el culto del fuego; la cerámica negra; el hombre fósil; el culto del cono de trascendencia mundial; el metal en América; la migración de la raza de ojos horizontales y la de ojos oblicuos; el carácter proteiforme de la deidad chaco-santiagueña, etcétera.

Desde el año 1928 don Emilio Wagner tomó a su cargo el museo, aumentó su valor científico en la misma proporción que las colecciones han pasado de 3000 piezas (cuando su fundación) a 75.000 que poseemos actualmente. [en 1948] Volviendo los ojos sobre ellas, don Emilio solía decir: “He pagado mi deuda de gratitud a este país hospitalario con haber formado este museo”.

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En Icaño, vivió D. Emilio Roger Wagner,

estudioso de la arqueología santiagueña Por Orestes Di Lullo ¿Quién no ha conocido a D. Emilio? Desde

principios de siglo, en persecución de propósitos vinculados con entomología y a favor de insobornables inclinaciones naturales, establecióse en Icaño, en el vecino lugar de Mistol Paso, sobre las barrancas del Río Salado Y allí vivió consagrado a la ciencia durante medio siglo.

Era D. Emilio hijo de Raúl Carlos Wagner, casado con Adelaida Mikiewickz, de la nobleza polaca, y emparentado con los Ratzeville y la Princesa Alexandrovich. De niño había conocido América, por las misiones que su padre debió cumplir como agente diplomático de Francia, de modo que al cumplir su servicio militar en la patria D. Emilio vuelve a América, recorriendo Brasil, Paraguay, Tucumán, Santiago del Estero.

¿Qué raro misterio influye, qué razón poderosa le ata a esta tierra, en la que más tarde había de descubrir uno de los tesoros arqueológicos más importantes de América? Icaño era su pasión. Cultiva la tierra, realiza obras hidráulicas para

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levantar el agua del río, que, ahí al borde de la casa que construye, se desliza, hondo y manso, cubierto de una densa siembra de árboles. Allí, vive.

Es ya conocido en el mundo científico. Ha publicado varios libros: “Lۥ Allemagne et lۥ Amerique latine”, “La Revanche de la Kulture”, “A travers la fórest brésilienne”. Es un patriota. Regresa a Francia para defenderla en la guerra del 14. Ha obtenido títulos y distinciones oficiales, desde Miembro Correspondiente del Muséum d ۥ Histoire Naturelle de París hasta la Legión de Honor. Y a poco de su designación de Director del Museo Arcaico, fundado por el Dr. Alejandro Gancedo en Santiago del Estero, sorprende al mundo con sus estudios de arqueología, que culminan con su obra: “La Civilización Chaco-Santiagueña”, publicada en 1934.

Desde 1927 le ha ayudado en estos trabajos su hermano Duncán Ladislao Wagner, poeta, escritor, hombre de cultura y de empresa. También él se soterra en Icaño. También él siente la poderosa atracción de la naturaleza y acaso escucha la voz de los siglos, que no pasan en vano, cuando hay un espíritu que recoge su eco y lo devuelve, transfigurado, magnificado, a la inmensidad del mundo del arte y de la ciencia. Duncán, del secretariado de la Usina Central de Azúcar de Pojuca, Brasil, pasa a la publicación de su libro “Le

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Banquet”. De la fundación de múltiples ingenios y colonias a la redacción de la Revista Franco-Brasileña. De la empresa comercial al estudio de la arqueología, con el mismo ahínco y la misma tenacidad de su espíritu inquieto. Y si fracasa en sus afanes industriales y se malogran sus propósitos, triunfa en cambio en vida de sus afectos más caros, en el mundo de la ciencia y de la cultura, ayudando a su hermano a salvar del olvido una de las civilizaciones más antiguas del continente.

Y luego, atraída por estos hombres, desfila una corte de personajes interesantes, productos del refinamiento europeo, que llegan, se aposentan y se marchan, dejando en Icaño la estela de su boato y señorío: el Barón De Marchi, la Condesa Romani, Emilia Lieto Bogliaro di Prato, escritora y poetisa consagrada, el Conde Pocci y el médico Eugenio Di Giovanni. Aún se recuerdan los años de magnificencia pasados en Mistol Paso: los criados de pelucas y calzón corto, los festines de manjares y bebidas importadas, la cristalería de bacarat y las vajillas de plata en que eran servidos, las colgaduras y tapices, la rica colección de armas y libros…

Nada de ello existe ahora. A tres kilómetros de Icaño, después de cruzar algunos matorrales de arbustos raquíticos, de seguir un camino estrecho y zigzagueante, he llegado a Mistol Paso. He Penetrado bajo la umbría de un bosquecillo tupido

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de mistoles. Y de pronto, majestuosa, sombría, imponente, emerge la casa que fue residencia de D. Emilio y de su hermano Duncán. El techo cae a dos aguas casi hasta el nivel del suelo. Sus muros muestran la mordedura del tiempo. Un polvillo fino revienta bajo la fofa capa de cal. Los vidrios de los ventanales están empolvados. Las arañas han tejido gruesas telas polvosas en los intersticios de los vanos, entre las maderas, bajo el alero de tejuelas roídas y rotas.

He penetrado al largo vestíbulo que atraviesa de una a otra parte la casa.

He sentido una gran tristeza viendo los aposentos sumidos en el silencio y la sombra, sin vida y sin objeto, en la fría atmósfera del aire confinado, sintiendo la muerte de todo en la nada. Luego, me he asomado a la habitación en que D. Emilio y Duncán trabajaban y he visto la mesa, y la lupa, y los libros, y algunos fragmentos de urnas funerarias. Todo estaba como era, pero ahora un manto de polvo cubre las cosas.

(Cortesía de Miguel Pajón)

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El Imperio de las Planicies Por: Duncan L. Wagner (Fragmentos de la conferencia “Treinta años de

arqueología en la Mesopotamia y en el Chaco de Santiago del Estero”)

Icaño formaba parte central en el amplio

territorio que los hermanos Wagner consideraron existente hace milenios, cohesionado por la civilización chaco-santiagueña.

[…] En el primer volumen de nuestra obra hemos

descripto los rasgos más salientes de la civilización de esos pueblos del pasado y establecido exactamente, como por el momento es posible hacerlo, el trazado de las fronteras del vasto territorio que ellos colmaron de los mil rumores de sus actividades diarias y donde su existencia nacional parece haberse desarrollado próspera y relativamente tranquila, durante muchos años.

[…] De esta construcción del espíritu, basado sobre la solidez de los hechos, la parte que se refiere al simbolismo muy particularmente sutil y refinado de aquellos pueblos desaparecidos, donde el esoterismo ha debido tener, todo mueve a creerlo,

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un rol considerable, es ciertamente una de las más interesantes de estudiar, como estando esencialmente ligada a la idea que nosotros también nos hacemos de esos enigmáticos habitantes prehistóricos de la planicie santiagueña.

Ese simbolismo intensivo y las fórmulas de arte religioso y hierático a los cuales ha dado nacimiento, son dignos de ocupar un lugar aparte, y de los más importantes por cierto, no solamente en el estudio de los caracteres propios de las viejas razas de la Argentina sino de las diferentes manifestaciones más sugestivas de la inteligencia humana de que tenemos conocimiento. En ningún otro lugar han sido encontrados parecidos.

Este estudio nos ofrece la ocasión de penetrar hasta cierto punto en los meandros infinitamente complicados de una mentalidad donde el misticismo ha tenido una gran parte y que no ha sido ciertamente el de los pueblos bárbaros y groseros, compuestos de tribus errantes y miserables.

El Imperio de las Planicies ha hecho su entrada en la escena cambiante del mundo en condiciones y una fecha que permanecen, hasta el momento, cubiertas de un velo de misterio impenetrable y bien parece que se hubiera retirado con la misma desconcertante discreción.

[…] En materia absoluta, los únicos datos que conviene aceptar como verdaderos nos son

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suministrados por las correlaciones positivas y completamente indiscutibles que existen entre los productos del arte cerámico de los antiguos habitantes de Santiago del Estero y los de la época neolítica de la Eurasia.

[…] Esos numerosos pueblos se mostraron, poseemos pruebas irrecusables, agricultores. Cultivaron el maíz y por consiguiente otras plantas alimenticias; fueron pastores cuidadosos sin duda, de sus rebaños de guanacos u otros auchenias, tejedores de una notable habilidad y alfareros incomparables, maestros entre los maestros . Entre los pueblos prehistóricos no hay ninguno que los haya aventajado en esta rama de las actividades humanas, en ciertos aspectos de la cual ni siquiera han sido igualados.

Pero lo que envuelve la fisonomía de esos pueblos del lejano pasado en una atmósfera singularmente atrayente, algo turbadora sin embargo, es la impresión de espiritualidad intensa, de ferviente religiosidad y de esoterismo netamente indicado que se desprende de un arte cerámico de la más extraña y original belleza, cuyas concepciones no han podido ser inspiradas sino por un sentimiento de lo divino y del más allá notablemente desarrollado. Esas curiosas gentes habían llevado el simbolismo a tal grado de perfección y como acabamos de decirlo,

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de sutil refinamiento, que sorprende a la imaginación.

En ningún otro pueblo, en efecto, hallamos el ejemplo de un número tan considerable de ideogramas ingeniosa y hábilmente combinados y aplicados al arte decorativo con tanta elegancia, precisión y seguridad.

La admirable serie de simbolizaciones, con frecuencia extrañamente estilizadas que va a pasar ante vuestros ojos ha sido seleccionada de un conjunto muy vasto que comprende un estudio completo del rol tenido en la iconografía de los constructores de túmulos en Santiago del Estero por el símbolo de la mano unida a la serpiente.

[…] Notablemente impregnados de sentimiento religioso y de una piadosa veneración hacia aquellos de quienes la muerte los había separado, esos pueblos no parecen haber vivido librados a los instintos sanguinarios que han impreso un sello de truculencia tan poco agradable de contemplar, a las artes plásticas de otros pueblos precolombinos. Por otra parte, las escenas chocantes de un erotismo exasperante que hieren casi siempre nuestras miradas en la iconografía de los antiguos pueblos americanos, y que no siempre han respetado el augusto estilo de las tumbas, no se encuentran jamás, ni aún débilmente insinuadas en el arte de tan

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absoluta castidad de esas viejas razas de la Argentina.

Ciertos indicios parecerían señalar que ese poderoso Imperio de las Planicies no fue particularmente belicoso ni conquistador pero que pudo, sin embargo, durante larga serie de años, tener los perros de la guerra alejados de sus fronteras, lo que explicaría su aparente prosperidad.

Esto permite entrever la existencia de pueblos disciplinados, obedientes a una autoridad centralista, firmemente establecida, probablemente teocrática y de costumbres no desprovistas de amenidad donde debían ocupar uno de los lugares más importantes las ceremonias religiosas, acompañadas de danzas y juegos de los que dan fe ricamente decorados que no están ciertamente hechos sólo para contener el agua sacada de los más próximos receptáculos, los instrumentos de música de todo género y las numerosas fichas encontradas en los túmulos.

Los tejidos destinados a los vestidos eran de una fineza notable como lo prueban algunos raros fragmentos de una hermosísima tela, encontrada adherida a los adornos de una urna funeraria, así como impresiones de tejidos, que hemos encontrado preservadas entre dos capas de arcilla. Las fusaiolas * en tan gran número y el cuidado puesto en su confección, serían suficientes por lo demás para apoyar la convicción de hasta qué punto el arte del

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hilado y por consiguente el del tejido fue tenido en honor por esos pueblos apasionados de la belleza plástica bajo todas las formas que encontraron a su alcance.

Adornadas de perlas de nácar, de turquesa, de lapislázuli y otras piedras semi preciosas encontradas en los túmulos y de los cuales nuestro Museo posee una muy bella colección, las telas con las que se vestían los antiguos habitantes de Santiago del Estero no debían ceder un punto en suntuosidad a las magníficas cerámicas policromas que hacen todavía ahora la admiración de los entendidos. Esos pueblos no fueron pues bárbaros recién escapados de los paraderos primitivos. Todo observador, aún poco atento, convendría con nosotros que una civilización que tiene tales rasgos, no ha podido ser la obra de pocos siglos, sino el fruto de una serie de evoluciones sucesivas que ha debido extenderse sobre un lapso al que es imposible asignarle un límite pero que por fuerza tuvo que comprender muchos siglos.

[…] Ante nosotros se levanta, vigorosamente diseñada, la imagen de un pueblo numeroso que estuvo muy ciertamente dotado de cualidades mentales de una poderosa originalidad y de un sentimiento de la belleza notablemente desarrollado. No tememos afirmar que en ningún otro pueblo en efecto, la vida social, política y religiosa, se ha

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mostrado aureolada de un simbolismo místico tan intenso, habiéndose manifestado bajo las formas de una suntuosa e impresionante belleza. Si es verdad que la historia de un pueblo puede leerse en la de su cerámica, cuan llena de emocionantes perspectivas ha debido ser la de un pueblo donde este arte llegó a un grado de perfección tan notable y donde estuvo al servicio de la más singular riqueza ideográfica que sea posible imaginar.

Sobre piezas de cerámica innumerables, signos enigmáticos han sido pintados o grabados, emblemas, símbolos, siempre los mismos, siempre llevando el sello de la misma escuela cualquiera que sea la distancia que separan las localidades en las que se las ha encontrado.

[…] Nos reduciremos ahora, al final de la presente, a reafirmar nuestra convicción ya muchas veces manifestada de que la existencia de una Atlántida de más grande envergadura que la de Platón, en donde había reinado una civilización primordial, madre de todas las otras, cuya sede principal estuviera en América, tal como el doctor Robert Henseling, profesor de Arqueología de la Universidad de Berlín no teme afirmar, es una suposición tan perfectamente concebible como científicamente admisible. La conquista del Imperio Prehistórico, cuya majestuosa imagen acabamos de evocar, ha aportado una hipótesis semejante, un

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material constructivo, cuya extraordinaria importancia sería imposible querer negar.

Es a la Arqueología Comparada universal tal como la comprenden y la enseñan en la Escuela de Santiago del Estero, que incumbe la tarea de determinar el verdadero valor de esta nueva documentación, así como las conclusiones que conviene sacar de ellas y a las cuales será en vano querer substraerse.

* Fusaiola: Pieza de cerámica, con forma circular

y un orificio en el centro, utilizado para pasar un huso de hilar, generalmente fabricado con hueso.

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La mujer en la civilización Chaco-Santiagueña Por Olimpia L. Righetti (Conferencia pronunciada en la Sociedad

Científica Argentina, el 15 de septiembre de 1941) Desde esta tribuna que tengo el honor de ocupar

me propongo dirigiros algunas palabras a fin de interesaros a examinar conmigo cierto número de documentos arqueológicos y a considerar juntos los hechos que, surgiendo de por sí, permiten formarnos una opinión sobre los pueblos que en un pasado muy lejano vivieron en las tierras de América, donde con pie indiferente profanamos muchas veces sus cenizas y los vestigios de sus actividades pasadas.

Es de la mujer de la civilización Chaco-Santiagueña de quien deseo hablaros.

Su rol, ciertamente importante, si no preponderante, podemos juzgar del hecho que, las estatuillas de aquella divinidad son mucho más numerosas bajo la forma femenina que masculina. Circunstancia que ha llamado la atención de los arqueólogos del Viejo Mundo, quienes la han

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bautizado con el nombre de “mujer sin boca”, sin haber seguido más lejos las investigaciones que los habrían llevado a comprender que esas efigies son antropo-ornitomorfas (hombre-pájaro) y que la nariz, siendo a la vez pico de pájaro, ocupa naturalmente el lugar de la boca.

Por otra parte, el trabajo tan complicado de la cerámica, que sorprende por la variedad de sus formas y encanta los ojos por la elegancia, la pureza y el sentido artístico de sus motivos simbólicos decorativos, es uno de los atributos de la mujer.

La impresión de sus dedos pequeños y fuseiformes se encuentra constantemente en el modelado de las cerámicas o de las estilizaciones ofídicas muy usadas, como las barretas en relieve, portadoras de cúpulas dejadas por la impresión de la yema de los dedos.

Esas impresiones provienen de dedos redondos, delgados y terminados por uñas redondeadas y poco salientes; la costumbre de dejar crecer las uñas como armas defensivas, no parece haber estado de moda entre las morenas alfareras de manos livianas y ágiles de la prehistoria, que nos han dejado tantas pruebas de su habilidad en la fabricación de las más finas y delicadas alfarerías, modeladas todas con maestría, muchas de las cuales deben considerarse obras maestras del arte cerámico prehistórico.

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Entre estas últimas, se destacan las fusaiolas, provenientes de las excavaciones del subsuelo y de los túmulos de Santiago del Estero, de las cuales poseemos 6000 ejemplares de todas las formas y dimensiones. La gran mayoría están grabadas o esculpidas en bajo relieve u ornadas con motivos simbólicos hechos por una sucesión de pequeñas impresiones practicadas en su superficie cuando la arcilla estaba aún fresca, antes de la cocción, o trabajadas con una punta aguda de bordes cortantes, que dejó trazos tan netos como los que hace un grabador sobre el metal.

No sabríamos admirar demasiado la precisión del trabajo y la seguridad de las manos que las hacían; es evidente que eso ha sido conseguido merced a una educación especial y a una gran práctica.

Estos pequeños instrumentos de terracota, llamados vulgarmente torteros, fusaiolas por los arqueólogos y muyumas en lenguaje quichua, se colocan en la base del huso para hilar. De este modo, mantienen el movimiento de rotación bajo el impulso de los dedos de la hilandera y contribuyen a mantener la posición vertical del huso.

La infinita variedad de formas y decorados y el cuidado que ha presidido su fabricación, indican que servían para trabajos de hilandería muy fina.

El empleo del hilo delgado parece haber sido común para la fabricación de telas de igual calidad.

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Esta aseveración está reforzada por la lógica de las conclusiones que surgen de los documentos: pues, en razón del peso del tortero, está el espesor del hilo. Vale decir, que un tortero chico debe producir hilos delgados. Y aquí viene lo interesante de esta verdad: en la magnífica colección que nuestro museo posee, hay un porcentaje considerable de torteros pequeños, entre los cuales algunos sólo alcanzan a pesar un gramo; 1,10 gramos y tienen una circunferencia menor que la del anillo de un dedo de bebé. Los más comunes sólo pesan 9,30 gramos.

Además, no debemos despreciar la elocuencia de los números. Seis mil torteros ¿no sugieren la idea de 6000 mujeres entregadas al útil arte de hilar para cubrirse? Tomamos el número íntegro, porque si bien es cierto que una misma tejedora podía ser dueña de varios de estos instrumentos como ocurre en el Viejo Perú, no debemos olvidar que el tiempo, agente destructor, ha debido hacer perecer muchísimos más, y así las colecciones reunidas en nuestro museo constituyen una parte ínfima del tesoro arqueológico que duerme en las entrañas de la provincia de Santiago del Estero.

No solamente los magníficos ornamentos de los torteros, el cuidado de su pulido, la prolijidad en su aspecto, la variación en su forma, las elegantes combinaciones en sus decorados, denuncian el refinamiento de aquellas hábiles artistas, alfareras y

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tejedoras, sino que también hay un hecho que resalta y hace pensar con admiración en sus gustos y costumbres; es el de haberse encontrado en las excavaciones que practica la Misión Arqueológica de Santiago del Estero, uno de estos torteros trabajado en una piedra semipreciosa.

Las cerámicas chaco-santiagueñas, pintadas o grabadas casi sin excepción, indican que las telas que se hacían con aquellos hilos debían llevar también esos mismos dibujos, ya en colores o hechos en la trama, como ocurre con los tejidos encontrados en las tumbas peruanas.

Un tejido del Viejo Perú que forma parte de las colecciones del Museo de Santiago, hace ver el empleo de los motivos simbólicos-decorativos de esa provincia.

El único fragmento de tela, milagrosamente conservado hasta nuestros días, fue encontrado adherido al fondo de esta urna funeraria. Es sumamente delgado y evidentemente se usó para el vestido. Su estudio, practicado por René d’Harcourt, especialista en tejidos americanos, confirma lo que el examen cuidadoso de los torteros sugería. Veamos lo que el especialista nos dice después del prolijo estudio practicado en Francia sobre dicho fragmento de vestido: “Presenta, sobre una de sus caras, líneas paralelas de pequeñas riendas dobles incorporadas regularmente en la tela a distancias fijas. Todo el

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interés del análisis del tejido reside en la demostración del modo de la obtención de esas riendas…”

“Por cada centímetro cuadrado, se cuentan 30 hilos de cadena, más o menos, contra 23 hilos de trama…”

“No he encontrado hasta ahora tejidos del Viejo Perú ofreciendo sistemáticas comparables a las que acaban de ser descriptas. Se puede admitir una intención decorativa si el hilo de la trama es de color diferente del hilo de la cadena; en ese caso, siendo la trama casi invisible en las partes tejidas, el género presentaría un fondo de color liso sobre el cual se destacaban en claro o en oscuro, pequeñas líneas paralelas constituidas por las riendas.”

No hemos de abandonar el rico tema que nos brinda el arte de tejer sin antes hablar de los pequeños instrumentos que se usaban en los telares. Nos referimos a las agujas de hueso, trabajadas con sumo esmero, las que como los torteros despiertan interesantes sugestiones. Ellas están a la altura de las delicada manos que las usaron y del refinamiento de aquellos instrumentos.

Para hacerlas, el material mismo parece haber sido ennoblecido por el hombre y por magia de algún procedimiento hoy desconocido, les dieron el aspecto de marfil. En una de ellas, sobre una superficie finamente pulida, se ha dibujado un

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reticulado, que estiliza el cuerpo de la serpiente sagrada; en otra extiende, zigzagueante, su cuerpo ofídico. Así, los objetos de uso práctico conservaban en su delicadeza, su carácter religioso. Veamos lo que dice mi sabio maestro, refiriéndose a un alfiler de hueso por él encontrado en los túmulos del Chaco-Santiagueño, el que, según toda probabilidad, servía para prender las mantas que llevaban las mujeres de aquella lejana época. “Esta aguja fue obra multimilenaria de un cazador artista, que al ver deslizarse un cisne sobre las aguas de una laguna notó que la elegante ave dejaba tras de sí al nadar, una larga estela sobre el espejo de las aguas dormidas, y comprendió que había allí un motivo para hacer un alfiler para asegurar la manta de una persona querida, o tal vez para adornar sus cabellos.”

Con una admirable paciencia y la ayuda de una astilla de sílex cortante entre sus dedos, un fragmento de hueso cobró vida y se transformó en el hermoso cisne nadando que aquí admiráis.

Investigando siempre sobre documentos arqueológicos que tan generosamente nos regalan los túmulos de Santiago del Estero, y los que nos proporcionan las provincias circunvecinas, hemos podido conocer algunos peinados de la época y el cuidado que dedicaban al arreglo del cabello.

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Un vaso antropomorfo que representa a una mujer con los brazos en jarra nos da el ejemplo de un peinado muy elegante que hoy en día no tendríamos a menos llevar. Éste se compone de una “banana” o rodete alargado y dos bucles que caen sobre la nuca. Ningún cronista nos habla de peinados así, ni en Santiago, ni en toda la región del Tucumán; y los historiadores contemporáneos nos hacen conocer más bien algunos muy sencillos, generalmente melenas. Todos los puntos que acabamos de establecer con pruebas materiales, incontrovertibles, permiten formarnos una opinión positiva sobre lo que fueron en las lejanas edades los pueblos que habitaban el Chaco-Santiagueño y sus regiones adyacentes, y nada autoriza a pensar que sobrevivieron hasta la Conquista.

No es necesario hacer la aclaración de que se trata de una reconstrucción muy modesta, basada en documentos reveladores de que esta parte de América no estuvo en un pasado muy lejano, cada día mejor esclarecido, poblado por tribus semisalvajes, compuestas por individuos vestidos con plumas y taparrabos. Por el contrario, hubo una civilización apacible y exquisita, con un alto grado de evolución artística, que ocupó el centro y norte de nuestro país. Los tesoros inapreciables de esa civilización se conservan y estudian en el Museo Arqueológico de Santiago del Estero.

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* Dos conferencias sobre el imperio de las

llanuras santiagueñas. Buenos Aires, 1942. Historia de Mistol Paso Por: Haydee Wagner de Costas (Hija de Emilio R. Wagner) A principios del año 1.900 don Emilio R. Wagner

estuvo por Icaño. En 1904 se lo ve construyendo su casa en Mistol Paso (hay fotos). La propiedad fue adquirida a Otto Wulff, por esos años.

Cuando en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial, don Emilio pensó que su lugar debía estar en Francia y se enroló como voluntario en defensa de su Patria lejana. Todos sus bienes quedaron bajo la tutela del abogado don Napoleón Taboada, que se decía gran amigo y hombre de confianza.

Cuando después de la muerte de mi padre, fui a ver la casa donde yo había nacido, pude enterarme por don Absalón Aymeric, su ahijado, de algunos detalles de cómo don Emilio perdió mistol paso. Cuando yo le dije que no contaba con la cantidad de dinero que pedía la Sucesión Taboada (ahora a cargo, luego de la muerte de Napoleón Taboada) y que papá la había transferido por una deuda. “¡Qué

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deuda! –dijo don Absalón– si mi padrino era inmensamente rico. ¡No debía un centavo a nadie!” Lo que pasó es que Taboada le hizo una mala jugada. Don Emilio había firmado una garantía por el alquiler de una casa en Icaño para un médico amigo, creo que el Dr. Eugenio de Giovanni, de noble familia italiana y huésped por entonces de don Emilio en Mistol Paso.

El propietario era Otto Wulff, el alemán que le había vendido Mistol Paso a don Emilio, y Napoleón Taboada no encontró nada más conveniente que pleitear con el alemán (mi padre, francés, estaba en guerra contra el país de Wulff) y ganar. Claro que con vender un par de novillos, se habría pagado esa cuenta que era de $ 200 (doscientos). En esa época una vaca se vendía a $100 por la guerra europea. Pero más le convenía a Taboada entablar y ganar el pleito. Así se presentó triunfante ante mi padre. Había vencido al alemán con su victoria a lo Pirro (para Wagner) y presentada en bandeja dorada…pero detrás venía la cuenta, de $25.000 (veinticinco mil), que don Emilio arruinado por la guerra no pudo pagar.

Según Aymeric me expresó, Taboada aprovechó muy bien la euforia de don Emilio que volvía de ganar la guerra expulsando a los invasores de su Patria. Entonces lo hizo transferir la propiedad, en prenda por sus honorarios, sin más, cosa que don

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Emilio hizo pensando que alguna vez la recuperaría. Nunca pudo aunque hasta los últimos años de su vida lo deseara, según Canal Feijóo, que estaba en esos trámites cuando don Emilio falleció en 1949 (hay cartas).

Aunque ya dueño de Mistol Paso, Taboada permitió a mi padre seguir viviendo en la misma casa que construyera, nunca se comentó nada. Quedaba muy mal que un patriarca como Napoleón Taboada, haya dejado en la ruina, y más completa miseria a un caballero de noble estirpe, como don Emilio Roger Wagner… Y todo se tapó para el resto de la gente.

Yo no sabía nada de eso, hasta que un día, allá por 1937, cuando yo tendría unos once años, mi madre y yo vimos desde un ventanal de la casa a un hombre joven y rubio, vestido con ropa de montar de corderoy marrón observando todo. Entonces papá dijo:

–Ese es uno de los Taboada: –era el Gringo Ramos Taboada (un sobrino) –, no es la primera vez que anda merodeando–.

Gaspar (hijo de Napoleón) preparó un documento que está en lo del Juez de Paz de Icaño, por el que no se permite a nadie sacar nada de Mistol Paso ya que todo pertenece a la “Sucesión”. Aún lo veo examinando una máquina de cortar alfalfa, una Mc Cormic, inutilizada por no conseguirse repuestos.

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Solía venir en compañía de algunos de la familia Mansilla, de Icaño, en cuya casa se hospedaba. Cuando años después de la muerte de papá, le recordé ese episodio, lo negó. Dijo que nunca estuvo en Mistol Paso. Yo, una huérfana sin familia, amigos ni dinero, pensé aunque no se lo dije: “Que Dios lo anote en tu cuenta!” Cinco años después lo llamó.

En apariencia don Emilio Wagner seguía siendo el dueño de Mistol Paso y todo se cubrió como si nada hubiera pasado a pesar de que tuvo que hachar leña con sus propias manos y venderla en Icaño para sobrevivir… (hay una carta de N. Taboada reprochándole por quejarse de su suerte). Papá comenzó a crear un colmenar… siempre decía que las abejas lo salvaron ya que años después, por la década del treinta, tenía el más magnífico y principal colmenar de la zona. Volvió a cultivar alfalfa y criar ganado y “reverdecer Mistol Paso”, como decía, con el único apoyo de mi madre y su férrea voluntad. Cuatro años después de la muerte de ella, papá también murió. Hacía unos dos años que declinaba, no podía atender todo desde Santiago, ya muy anciano y sin la dirección de mi madre en Mistol Paso.

Cuando don Emilio había ido a la guerra, Taboada dispuso que toda la hacienda caballar y vacuna de raza y demás, fuera llevada a la estancia que tenía en

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Quebrachito, cerca de Pinto, bajo la dirección de Leandro Taboada, otro de sus hijos (según se decía “la oveja negra” de la familia). Allí desapareció para siempre, se pensó que don Emilio no volvería nunca de la guerra, que había muerto, y Taboada dispuso de todo como dueño y señor.

La curtiembre de Mistol Paso, que exportaba cueros a Europa, sin dirección adecuada, sucumbió, así como toda la actividad agrícola ganadera.

Pero “graciosamente” los Taboada permitieron seguir viviendo a don Emilio en Mistol Paso, hasta su muerte, es decir, desde que le compró la propiedad a Otto Wulff en 1900, hasta 1949. Unos cincuenta años en total.

De Mistol Paso, desde que don Emilio se hizo cargo del Museo Arcaico, luego Arqueológico, partieron todas las misiones de búsqueda y recolección de material científico que luego constituiría el más rico acervo de nuestro pasado remoto. Ahí nació el Museo Arqueológico, como él llamaba. Durante un tiempo lo acompañó su erudito hermano Duncan, que lo complementaba hasta que se radicó en Santiago como vice director. Y tanto el Museo como Mistol Paso, recibieron las visitas de los más distinguidos personajes de la ciencia y la cultura.

Tras la muerte de don Emilio, la Sucesión comenzó a desarmar la casa y vender todo lo

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vendible. Antes que esto sucediera yo hablé con el Dr. Gaspar Taboada, quien aunque parecía bien dispuesto ya que me conocía desde que nací, me decía que todo dependía de la Sucesión, de la cual él era “sólo una parte”. Me dijo que él no cobraría su parte, pero la Sucesión no aceptaba los $7.000 (siete mil) que era lo único que tenía como seguro. Pedían $12.000.

El Dr. Horacio Germinal Rava, que me asesoraba y se decía amigo, pero resultó ser uno de los abogados de la Sucesión, me aconsejó que retirara todo lo que pudiera de la casa (muebles, libros, enseres domésticos, etcétera) porque me “iban a robar”. Yo por ese entonces era maestra en Suncho Corral y el resto del tiempo vivía con mi tía Cecilia, viuda de Duncan Wagner, en Santiago. En Mistol Paso sólo quedaba la cuidadora y el que fuera capataz, don Eduardo Aymeric, que vivía en las cercanías.

Cuando tiempo después volví a insistir y escribí al Dr. Gaspar que vivía en Buenos Aires, este me dijo que tratara con el Gringo Ramos Taboada, que era ahora el encargado. Y aunque ya sabía quién era, fui a verlo. Este me dijo si “para qué quería Mistol Paso, ahora que nadie se acuerda de los Wagner”, que “la propiedad era grande”, 120 (ciento veinte) hectáreas, y que “la dividirían en cuatro”. Entonces le pedí que me avisara y me reservara la parte con la

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casa. Y aunque lo prometió, nunca lo hizo. Ocho años después supe que la había vendido a un tal Barrón, de La Banda y su socio de apellido Laprida.

Cuando le conté a Rava lo que me contestó Ramos Taboada, me comentó: “Si no hubieras sacado las cosas te habríamos podido hacer la posesión treintenal”… ¿Y no fue él mismo quien me dijo que las sacara porque me iban a robar?... Ya habían entrado cuando la cuidadora se había ausentado un día para ver un familiar enfermo. Comprendí entonces que estaba completamente sola.

La Sucesión no encontró nada mejor que establecer un obraje. Arrasar con todos los árboles centenarios de la propiedad, luego de vender la casa parte por parte. Estaba levantada en ladrillo, quebracho colorado, con los dos frentes con mamparas de vidrio labrado. Cuando fui y vi lo del obraje, le pedí al cuidador que por favor no cortaran los árboles que rodeaban la casa, y el hombre, cuyo nombre ignoro, tuvo la gentileza de salvar dos mistoles, dos algarrobos, bajo uno de ellos estaba la fragua, y un chañar al borde del río en el que se solía atar el bote. Además, desarmaron y vendieron el enorme galpón de pinotea y zinc, bajo el cual entraban las chatas a descargar alfalfa y retirar los fardos.

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Después cuando le vendieron a Barrón y Laprida, terminaron con el alambrado de siete hilos y postes de quebracho. Los lugareños se encargaron de no dejar ni un solo ladrillo. Ya se llevaron los del dique, ahora están desarmando los calicantos de la curtiembre, que estaba sobre el borde del río ahora seco desde hace años.

Así es como la Provincia pagó la obra de los Wagner… su entrega y sacrificio, no obstante que en su testamento mi padre pide protección “para su hija y su madre que tanto hicieron para ayudar a realizar las magníficas colecciones del Museo”. Nunca conseguí siquiera audiencia, y pedir que me escucharan. Si Santiago se conoció en el mundo, fue por el Museo y los Wagner.

Mi intención fue que si yo no lo podía adquirir nuevamente, pediría que pasara al Consejo General de Educación, para que luego de refaccionar la casa, se creara una escuela infantil, con el nombre de los Wagner. Nunca me escucharon. Más bien no quisieron escucharme. No pudo ser. Ahora sólo unos cuántos árboles y un pozo, que a este no pudieron llevárselo, marcan el sitio. Leí que ahora buscan sitio para escuelas y no encuentran, por lo que propongo a las autoridades educacionales pensar en Mistol Paso. Pasarlo como Patrimonio Histórico de la Provincia y crear allí una escuela granja. En

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especial, apicultura, por los chañarales que hacen que la miel sea curativa.

La propiedad tenía riego a perpetuidad. Habría que habilitar nuevamente el viejo Río Salado, el que navegara Esteban Rams llegando justo hasta el frente de donde estaba la casa y donde mi padre me señalaba los tocones de gigantescos árboles que se cortaron para que pasara la embarcación.

Dejo la inquietud a las actuales del Museo Arqueológico Wagner para gestionar esto que considero positivo para la educación de niños y jóvenes. La UNSE podría asesorar en esto ya que la educación es la base en la que se sustenta el progreso. Quien la tiene, sabe cuidar su salud, procurarse trabajo y construir su vivienda. Hay mucho por hacer después de cincuenta años de postración e ineficiencia.

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Una carta póstuma de Dn. Emilio R. Wagner Al Dr. Bernardo Canal Feijóo Para remitirlo al Dr. Gaspar Taboada, de parte

mía. Santiago del Estero, 12/46. Caro Gaspar: Te escribí hace pocos días para mandarte miel y

remitirte la guía, porque como no va por carga, puede ir a parar a la loma del diablo, como pasó una vez ya y también para anunciarte que te voy a mandar un buen cuchillo – machete de caza encabado para vos que te prometí hace tiempo. Pero quiero conocer la dirección más segura porque no quiero que se pueda perder, ya que es la última hoja que me queda y no he de encontrar otra igual. Dame pues a vuelta de correo la dirección segura. Otra cosa, quiero que te entiendas con Canal Feijóo para ver si me hacen condiciones y precio acomodado para que pueda comprarles Mistol Paso, ya que deseo aprovechar el año lluvioso y mis últimos años de actividad, y buscar resucitar mi antiguo nido para tener en dónde descansar en paz, y dejar un hogar a mi hijita Haydee, que es todo lo que queda de mí y de mi otra familia*. – Vos sos archimillonario y Napoleón está muy, muy bien. Verás si te entiendes

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con Bernardo, que es un buen y fiel amigo y te arreglas para cederme esta porción de suelo santiagueño, en donde he pasado tantos días buenos y malos y que tenga, en mi vejez, el placer de morir en mi casa.

Bernardo y vos, tomen las disposiciones para hacer que sea posible y que veas asegurado tu interés. Me has dado muchas pruebas de afección, me darás todavía esta. Cuento sobre vos. Mi salud es mejor, pero nadie conoce mi hora. Tengo tanta experiencia adquirida, que tal vez haga reverdecer el viejo Mistol Paso. Las tierras habrán descansado y pueden darme otra vez un poco de alfalfa, en todo caso, mejoraría Mistol Paso.

Dejo esto entre Gaspar y Bernardo, que más entiende que yo de estas transacciones y le he rogado que te escriba al propósito.

He vuelto a Santiago por algunos días o meses, esto depende de Jorge Argañarás, que es mi Ministro hoy en día. Espero que me ayude acordándose de los días en que cazábamos patos juntos en los bañados del Salado. De estos días me acuerdo siempre como del buen tiempo pasado.

Muchas cosas amistosas a Napoleón, gánalo a mi causa para me sea favorable.

Un fraternal abrazo de tu viejo compañero. Emilio R. Wagner

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* “mi otra familia”: se refiere a la que dejara en

Europa. Los Wagner eran 7 hermanos: además de Emilio y Duncan, Andrés, Raúl, Eduardo, Sabina y Lucía. Eduardo murió en 1900, como funcionario de la embajada francesa en China, durante la rebelión de los boxers. Por lo demás, eran una extensa familia, cuyas ramas se extendían, además de Francia, por Escocia y Polonia.

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Un tesoro desaparecido Una periodista contemporánea se pregunta, al

final de esta nota, adónde están las 65.000 valiosísimas piezas arqueológicas que faltan en la colección del Museo Arqueológico, formado por los Hnos. Wagner en la ciudad capital de Santiago del Estero.

[…] Olimpia Leandra Righetti (1910-1989), la

mujer discípula […] de los Wagner […] llegó a ser directora del ahora denominado Museo de Ciencias Antropológicas y Naturales Emilio y Duncan Wagner.

Mereció representar a la investigación de Santiago del Estero en otras provincias del país y en el exterior, y como directora del Museo realizó una gran labor de difusión y resguardo del patrimonio cultural santiagueño.

En una nota, cuyo fragmento se incluye en estas páginas, Olimpia declara que en 1948 la institución poseía un patrimonio de 75.000 piezas resguardadas, lo mismo dice el propio don Emilio Wagner para El Liberal, el 3 de noviembre de 1948: 75.000 piezas documentadas. Después de haber consultado algunos archivos del propio museo; de haber leído textos de O. Righetti y de E. Wagner; el último libro

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sobre estos científicos publicado por Martínez, Taboada y Auat; y de haber entrevistado al actual director del museo, quien declaró que recibió un inventario de alrededor de 10.000 piezas, queda la pregunta ineludible: ¿quién es el responsable del faltante del patrimonio del Museo Arqueológico que dejaron los Wagner hace más de 50 años?

Marta Graciela Terrera El Liberal/Cultura. 8 de enero de 2006

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Icaño, Ricardo Rojas y El País de la Selva Por Cristóforo Juárez […] Evoco mi infancia en un pueblito gris, de

calles anchas y soleadas, polvorientas a veces, anegadas por la lluvia otras, transitadas por hombres y bestias con un andar cansino.

Las vías del ferrocarril le daban límite por un lado; más allá un malezal de jumes y chañares; por el otro, un riacho angosto, brazo del río Salado, sinuoso canal que fue aprovechado por aquel visionario civilizador que fue don Esteban Rams.

Me veo entre gente de habla e indumentaria bien distinta. Mientras aquí una mujer dialoga en quichua, lenguaje que conocía por haberlo oído de mi madre; más allá turcos, rusos e italianos, platicaban con sus familiares o compatriotas en idiomas distintos o en su media lengua ridícula, gesticulaban mostrando sus mercaderías a los criollos, que dejando sus cabalgaduras atadas a sendos postes, hacían acopio de telas y comestibles, en improvisados mercados sobre las aceras o en amplios negocios.

Ponchos y alforjas de variado colorido daban pintura a aquel cuadro típico, que borrábase a la siesta.

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Veíase a algún viejo criollo de chiripá y largo cuchillo el cinto, cuya empuñadura de plata sobresalía cintura atrás.

Por la calleja que daba al río, rodaban bordelesas tiradas por muchachones en busca de agua. Junto a las barrancas del riacho había un profundo pozo de donde se extraía el agua, cuando el lecho estaba seco.

Por portalones y zaguanes, veíase el brocal de los aljibes, con su chirriante roldada, donde se almacenaba el agua de lluvia para beber. Muchas casonas de tipo antiguo, tenían galería sobre la calle.

Esto era Icaño, la aldea que yo ví, allá por el año 1906.

Habíame dejado mi madre en casa de una sobrina de mi padre, esposa de don José Fernández Frías, en los primeros meses de ese año. Allí concurrí a la escuela “Absalón Rojas” y aprendí los primeros signos del alfabeto.

Pero lo que quiero relatar es un episodio singular que dejó en mi alma huellas indelebles.

Una mañana fresca de otoño, divisé a alguien que llamaba con el timbre, sobre el pequeño portón que daba acceso a la casa, por una vereda sombreada de tarcos, árboles que en cierta época del año se cubren de hermosas flores lilas.

Atravesando el ancho jardín, corrí hasta la puerta donde me encontré con un elegante joven, vestido

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de negro, que me preguntó por el dueño de casa, señor Fernández Frías. Ante mi respuesta afirmativa, penetró por el sendero, apoyando su mano sobre mi cabeza, al tiempo que me hacía diversas preguntas.

Dialogó con mi prima, a quien conocía, la que lo llamó simplemente Ricardo. Mientras tanto, sentado en un sofá esterillado, manteníame cariñosamente entre sus rodillas.

Años después, creo que en 1942, fui a saludar en el Plaza Hotel, al eminente escritor don Ricardo Rojas.

Conocía su primer libro, El País de la Selva, pero tenía mis dudas, de si aquel apuesto joven, que vi en Icaño, era Ricardo Rojas.

Respondiendo a mi pregunta de si estuvo en Icaño en 1906, me dijo que sí; y agregó: fui a verlo a Celso Mansilla, para que me prestara un sulki con el que podía internarme selva adentro, más allá de Tacañitas y Averías. Recoger de los propios moradores de esas regiones, narraciones y leyendas, y documentarme sobre diversos aspectos de mi libro en preparación.

Comentando estos sucesos con mi prima –viejita ya– en 1943, me corroboró estas circunstancias y agregó: “Había en Icaño un conjunto de guitarras que obsequiaron con chacareras y aires nativos a tan ilustre personaje. A su requerimiento, es de suponer,

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le transmitieron una serie de coplas, algunas de las cuales, figuran en El País de la Selva.

Firmaba el director del conjunto con el sonoro pseudónimo quichua, “Cachasoranco”, que traducido al castellano quiere decir: “te lo ha mandado”, apelativo que pasó a ser su apodo, por muchos años.

Quiero dejar constancia de que aquella villa legendaria, fue mojón señero y punto inicial de la obra de aquel gran escritor, que hizo de la tradición y la leyenda santiagueña un baluarte de la argentinidad.

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Década de los 60: clamor por el agua A continuación reproducimos la carta de un

agricultor a la revista Así, de Buenos Aires. Esta era en aquel tiempo una publicación de gran popularidad nacional y la incluyó con el título de “Desamparo” en su sección Tribuna del Lector (20 de abril de 1967).

Como icañense y santiagueño, elevo esta justa

queja a todos los gobiernos que se vienen sucediendo en nuestra provincia desde un tiempo a esta parte.

El mal de nuestra zona no es reciente, es viejo y considero que por negligencia, ineptitud o indiferencia de los señores gobernantes aún no se ha conseguido el remedio.

La zona del departamento Avellaneda y Taboada, se caracteriza por ser en su totalidad agrícola, cuenta con tierras fértiles consideradas quizás una de las mejores de nuestro país; la principal producción es la alfalfa considerada también como la mejor de la República y de donde se extrae la mejor clorofila para usos tan variados; asimismo, se siembra algodón cuya calidad de fibra es superior al del Chaco y es de vital importancia el sembrado de sandía y melón, cuya producción consume en su

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mayor parte la Capital Federal y alrededores. En resumen, es una zona inmensamente rica y productiva, pero que los malos gobiernos la empobrecen.

El principal río que nos suministra agua para el regadío de las tierras, es el Salado, que nace en la provincia de Salta. Es de tanta fertilidad esta tierra, que con un solo riego al año es suficiente dada la bondad de la misma. Pero hace ya tres años consecutivos que estas zonas están sedientas.

En su desesperación, los colonos –por cierto numerosísimos– realizan continuos viajes a Santiago del Estero en busca de solución a este grave problema y regresan siempre con sus alforjas llenas de falsas promesas.

Cansados ya y ante la indiferencia de las autoridades competentes, se ven en la imperiosa necesidad de emigrar a provincias vecinas en busca de trabajo, para que sus familiares no se vean privados de lo más elemental que es la subsistencia, haciendo abandono de sus campos y herramientas de trabajo, que tantos años de lucha y sacrificio les costó para adquirir.

La situación actual de nuestra zona, me trae el recuerdo del éxodo de colonos en su mayoría extranjeros en el año 1930; es lamentable cuanto está ocurriendo en uno de los lugares más importantes de la provincia y es doblemente

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doloroso porque creíamos que llegaba la hora de la justicia, de la equidad, pero desgraciadamente, estamos sufriendo en carne propia el engaño y la mentira.

Se ha buscado como solución a este gravísimo problema la unión de los ríos Dulce y Salado en el dique de Jume Esquina, ya que el río Dulce todos los años trae inmenso caudal de agua, que se pierde inútilmente en grandes bañados que no benefician a nadie. Los gobiernos que se sucedieron, prometieron una y mil veces que esta obra de enlace entre el Dulce y el Salado sería una realidad. Todo quedó en promesas. Agua y Energía de la Nación que era la empresa que realizaba los trabajos, tuvo que paralizar por falta de dinero.

Los colonos aún a pesar de su pobreza, realizan nuevas reuniones y nuevos viajes a Santiago a golpear las puertas de estos gobiernos, regresando nuevamente con promesas que jamás se cumplen. Yo me pregunto: ¿por qué los señores gobernantes no vienen a nuestra zona a comprobar la magnitud de este desastre, de esta miseria, de esta orfandad y buscan los medios de no matar una zona tan importante del país? ¿O es que no tienen amor a la Patria o desconocen la palabra sensibilidad?

General Carlos A. Uriondo, no olvide usted señor gobernador, que nuestro porvenir, nuestro futuro y el de nuestros hijos están en sus manos. Como buen

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argentino y como hijo dilecto de esta noble tierra santiagueña, haga justicia.

Simón Tayeh

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Fiesta Aniversario de Icaño: se celebra por primera vez

Crónica publicada por el sitio web de la

Comisión Municipal, al celebrarse por primera vez la Fiesta Aniversario de Icaño, el 15 de julio de 2007.

Durante la Fiesta Aniversario de la comunidad de

Icaño, este domingo tuvo lugar con singular éxito la Marcha de los Sulkis, que se efectúa por primera vez en nuestra provincia. Previamente se había celebrado un fogón criollo, que pese al frío concitó gran cantidad de adherentes. Posteriormente, tuvo lugar el acto oficial celebratorio por el cumpleaños de la población, en un día pleno de alegría y sol. Durante toda la tarde desfilaron por el escenario conjuntos locales y provinciales.

La Marcha de los Sulkis, que había generado gran expectativa en toda la provincia, contó con la participación de 112 sulkis -sobre 123 inscriptos-, y fue acompañada por gran número de pobladores que los siguieron a pie y en otros vehículos.

Esta demostración de amor a la identidad adquirió visos de gran pintoresquismo, ya que la mayoría de los tripulantes de los sulkis, generalmente matrimonios con sus hijos, vestían variados ropajes

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gauchescos. Los hombres con camisa blanca, pañuelo al cuello, sombrero, rastra y botas, mayormente de negro, y las mujeres con coloridos ropajes de chinas criollas. En la mayor parte de los sulkis ondeaban banderas argentinas, de todos los tamaños, y también provinciales.

Un completo cuerpo de baile de las academias locales de folclore habían preparado una carroza, en cuyo ancho tablado superior mostraba a jóvenes y niños, de ambos sexos, ataviados con las típicas ropas gauchescas, con sus bordes sobreorlados por banderas argentinas.

La Marcha de los Sulkis partió a las 11 de la mañana desde el centro de la urbanización principal de Icaño. Encabezaban la columna principal el Indio Froilán González y su esposa Tere Castronuovo, quienes fueron aclamados por la población.

Desde tres puntos distintos confluyeron los sulkis hacia un punto de encuentro previamente concertado, para ingresar juntos por el camino principal de tierra que conduce a las famosas Trincheras.

Un eficaz operativo policial había sido montado para cortar la ruta 34, donde numerosos camioneros y vehículos de todo tipo debieron detenerse para contemplar asombrados el pasaje del colorido desfile.

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Al llegar a las Trincheras, efectuaron su desfile triunfal alrededor del tradicional escenario, montando entre gigantescos árboles centenarios, para estacionarse luego a su alrededor en espera del acto protocolar.

Fogón criollo Desde las 21 de la noche anterior numerosos

participantes de un fogón criollo esperaban la fiesta. Unos 200 jóvenes se habían congregado desde esa noche en el inmenso predio de Las Trincheras, mientras por un improvisado escenario entre dos árboles desfilaban conjuntos santiagueños y nacionales.

Cuatro inmensos fogones proveían de un calor inusitado en una noche muy fría, y los empleados de la comuna prepararon un exquisito locro, que fue repartido gratuitamente entre la población.

Los alumnos de la escuela secundaria local habían habilitado una cantina donde se vendían bebidas y sandwiches a precios muy accesibles.

Varios puestos de comidas y artesanías fueron instalados para la oportunidad, todos pertenecientes a iglesias o grupos estudiantiles, que así obtuvieron beneficios para sus necesidades filantrópicas.

Ya durante la mañana del domingo, un sol espléndido acompañaba la celebración. Mientras

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iban llegando los sulkis a las Trincheras, retumbaba la música criolla desde los poderosos equipos de amplificación. Dos animadores locales, Marcela Comán y Pedro Farías, y un recitador de coplas, improvisaban ingeniosos aportes poéticos desde el escenario.

Rubén Páez, tradicional músico chamamecero de Icaño, fue el encargado de abrir la lista de espectáculos, a las 12:00, mientras se reunía una gran cantidad de público -calculado en unas 1.500 personas- de todas las edades para el acto principal.

A las dos de la tarde el Comisionado Municipal, emitió su discurso, rodeado por delegaciones de las escuelas de Icaño Superior Absalón Rojas y el colegio secundario, así como de pueblos del área de influencia, como Vacas Níoj y Tramo Nº 2. Se encontraban presentes también autoridades de Desarrollo Rural y delegaciones de Añatuya, Colonia Dora, La Costa, Mancapa y otros. En su discurso, el Sr. Luis E. Herrera se refirió a la necesidad de recuperar el origen indígena de la cultura icañense.

Luego siguió un variado desfile de conjuntos de bailes folclóricos, y la actuación estelar de El Mestizo, quien hizo las delicias de los bailarines con su música donde se mezclan ritmos locales santiagueños con otros nacionales e internacionales.

Singular resonancia tuvo la actuación del pastor evangélico de Icaño, Beto Sánchez, quien con su

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grupo de rock hizo un conmovedor llamado al cuidado y recuperación del patrimonio ambiental y ecológico de la humanidad.

Entre la población se sortearon numerosos regalos, destacándose principalmente un riquísimo equipo completo de arneses para un sulki, que fue ganado por el Sr. Antonio Álvarez.

Finalmente, cerró el desfile musical el famoso conjunto de Jorge Véliz, que fue ovacionado reiteradamente por los icañenses y toda la concurrencia.

Hacia las siete de la tarde terminó este primer cumpleaños de la población icañense, retirándose grandes y chicos profundamente gratificados por haber vivido un día de gran alegría y reafirmación formidable de nuestra identidad nacional.

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Desde la Comisión Municipal de Icaño, Editora de este libro,

invitamos a investigadores, descendientes de antiguos pobladores, u otras personas que posean datos, documentos, fotografías, etcétera, a contactar con nosotros para enriquecer próximas ediciones.

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