juan el apóstol

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1 JUAN JEHOVÁ ES BUENOPr. Yván Balabarca Cárdenas Si hubiera vivido en nuestros días siendo joven, quizá hubiera sido un muchacho apreciado por todos porque era dócil y buena gente; pero, cuando algo lo molestaba, era terrible. Se podía molestar tanto que podría dar de golpes a todo el mundo, y el duro oficio de la pesca lo había dotado de fuerza por sobre el promedio. Lamentablemente su soberbia lo envanecía a pesar de ser sensible a las cosas espirituales. Era como algunos muchachos y muchachas que gozan en un concierto cristiano o escuchando un buen sermón, pero cuando alguien los ofende, se vuelven terriblemente belicosos. Así era Juan. Un muchacho sensible a la voz de Dios, pero que no aceptaba un “no” fácilmente. Al igual que su hermano Santiago, tenía un carácter muy fuerte, de tal magnitud, que sus amigos lo llamaban “hijo del trueno”. ¿Alguna vez has escuchado un trueno? Es un ruido ensordecedor y a más de uno le provoca cierto grado de temor, y hasta pánico. Tales eran las emociones que generaban en los demás Juan y Santiago, su hermano, cuando se molestaban.

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JUAN  “JEHOVÁ  ES  BUENO”  Pr. Yván Balabarca Cárdenas

Si hubiera vivido en nuestros días siendo joven, quizá hubiera sido un muchacho apreciado por todos porque era dócil y buena gente; pero, cuando algo lo molestaba, era terrible. Se podía molestar tanto que podría dar de golpes a todo el mundo, y el duro oficio de la pesca lo había dotado de fuerza por sobre el promedio.

Lamentablemente su soberbia lo envanecía a pesar de ser sensible a las cosas espirituales. Era como algunos muchachos y muchachas que gozan en un concierto cristiano o escuchando un buen sermón, pero cuando alguien los ofende, se vuelven terriblemente belicosos.

Así era Juan. Un muchacho sensible a la voz de Dios, pero que no aceptaba un “no” fácilmente. Al igual que su hermano Santiago, tenía un carácter muy fuerte, de tal magnitud, que sus amigos lo llamaban “hijo del trueno”.

¿Alguna vez has escuchado un trueno? Es un ruido ensordecedor y a más de uno le provoca cierto grado de temor, y hasta pánico. Tales eran las emociones que generaban en los demás Juan y Santiago, su hermano, cuando se molestaban.

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Y si a estos se les sumaba Pedro, el otro discípulo, mayor que ellos, pues tenemos una triada de campeonato. Sin embargo “Pedro, Santiago y Juan buscaban todas las oportunidades de ponerse en contacto íntimo con el Maestro, y su deseo les fue otorgado. De los doce, la relación de ellos con el Maestro fue la más íntima. Juan sólo podía hallar satisfacción en una intimidad aún más estrecha, y la obtuvo” (La Educación, 87).

Eran hombres que gustaban de la presencia de Cristo.

Ahora volvamos al personaje central de nuestra historia.

Lucas 9:54 dice: “Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?”. ¡que bárbaro! Estas fueron las palabras de los hijos del trueno. Vaya que se enojaban, hasta el punto que deseaban tener el poder para eliminar todo un poblado de la fas de la tierra.

Pero la historia fue así.

Los discípulos con Jesús viajaron hacia el norte y al pasar por Samaria, el Señor les pidió que se adelanten a hacer algunas cosas mientras el los esperaría en el pozo de Jacob. Allí el tuvo su entrevista con la mujer samaritana. Como bien sabemos, luego de ello, el Señor fue llevado a Samaria donde hizo mucho bien (Juan 4). Luego salieron de allí y viajaron hacia el norte.

Pasado un tiempo el Señor y sus discípulos regresaban hacia Jerusalén y debían nuevamente transitar por territorio de los samaritanos, por lo que envió una comisión especial para solicitar autorización de tránsito.

Cuando los discípulos llegaron a la aldea y consultaron si podían transitar, yo me imagino que el dialogo fue más o menos así:

- Hola, amigos, somos los discípulos de Jesús, ¿recuerdan? Hace unos días estuvimos por aquí ayudando a sus enfermos, gracias al testimonio de una mujer de esta aldea que conversó con nuestro maestro en el pozo de Jacob.

- Hola… mmm… si nos acordamos… ¿vienen a seguir ayudándonos?

- Pues fíjense que no. Ahora solicitamos transitar por aquí para llegar más rápido a Jerusalén.

- Oh no. Si no van a quedarse por aquí, pues no pueden transitar…

- Pero ¿se acuerdan del bien que les hicimos?

- Sí, pero no los vamos a dejar pasar si no vienen por aquí.

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Los discípulos se molestaron mucho. “que ingratos estos samaritanos” habrán pensado.

Cuando llegaron al lugar donde su maestro les esperaba le dieron la mala noticia de que los samaritanos de la aldea no les dejarían pasar. Esos mensajeros fueron nada menos que Santiago y Juan. Se indignaron:

“¿¡Que se han creído estos!? ¿Pero cómo se atreven?... Señor, ¿no quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?”.

Es decir, se enojaron tanto que deseaban exterminar a todos. Si hubieran vivido hoy, estaríamos hablando de querer dinamitar el pueblo o hacer que estalle una bomba nuclear.

Entonces, como siempre, intervino el Señor para darles una lección de vida.

Lucas 9:55-56 “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas”. Es que el diablo es homicida, no el Señor Jesús ni sus seguidores

(Juan 8:44).

Pobre Juan. Cómo fue censurado por su maestro. Pero era tan dócil con él que aceptó de buena gana la reprensión y aquilató las palabras de Jesús. Decidió convertirse en el más dulce de todos y eso se lograría solamente juntándose más cercanamente con el Señor Jesucristo, porque se dio cuenta que el hombre es transformado por contemplación (2 Corintios 3:18). Es decir, si pasamos mucho tiempo delante de personas buenas, pues terminaremos imitando sus acciones, pero si me junto con lobos, aprenderé a aullar.

“Juan anhelaba amor, simpatía y compañía. Se acercaba a Jesús, se sentaba a su lado, se apoyaba en su pecho. Así como una flor bebe del sol y del rocío, él bebía la luz y la vida divinas. Contempló al Salvador con adoración y amor hasta que la semejanza a Cristo y la comunión con él llegaron a constituir su único deseo, y en su carácter se reflejó el carácter del Maestro”. (La educación, 87).

Cuando Juan no pudo soportar el sueño junto con sus compañeros en el huerto del Getsemaní cuando el Señor necesitó compañía, no pudo entender el porqué de la insistencia de orar en aquella hora, hasta que vio como una turba se acercaba con

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antorchas, palos y soldados. Cuando se acercaron y prendieron al maestro, no lo pudo entender.

Se sintió mal de no poder atacar a los captores de Jesús, porque el esfuerzo de liberar al maestro por parte de Pedro fue severamente reprendido: Juan18:11 “Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?”.

Con frustración en el corazón, solo atinó a huir de la situación cuando Pedro propuso que se salvaran ellos.

Fue terrible para el corazón de Juan el tener que haber dejado al Maestro, pero permaneció cerca durante toda su agonía. Aun en la cruz.

Cuando el Señor Jesús, suspendido en la cruz, se dio cuenta que su sacrificio estaba llegando a su fin, su vida se acababa, observó a su discípulo amado cerca de su madre y dijo:

Juan 19:26-27 “Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo:

He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”.

Cuan amoroso el Señor que no dejó nunca solos a sus seres amados.

Luego el mismo Juan, pasados esos días, corrió hacia la tumba de Jesús, al recibir la noticia que su cuerpo no estaba. Disfrutó mucho cuando lo vio resucitado. Gozó de sus últimos consejos sobre esta tierra. Su corazón se llenaba de gozo ante la presencia de Jesús.

Cuando pasaron los días, el Señor les dijo que pronto sería llevado de esta tierra para reunirse con su Padre en el cielo, pero les enviaría un nuevo consolador, el Espíritu Santo.

En esa oportunidad Juan siguió con su mirada al Señor cuando se elevaba y los dejaba en esta tierra. Con lágrimas en los ojos puede haber pensado: ¿Señor, puedo ir contigo? Pero tenía una misión que cumplir.

Al pasar los años. Juan fue un fiel pastor. Se enteró de la muerte de todos y cada uno de sus compañeros apóstoles, en manos, unos de los gentiles, otros, de los judíos.

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Martirizados. Y él mismo vivió la persecución a manos del emperador romano que primero lo echó en un perol de aceite hirviendo:

“Juan fué echado en una caldera de aceite hirviente; pero el Señor preservó la vida de su fiel siervo, así como protegió a los tres hebreos en el horno de fuego. Mientras se pronunciaban las palabras: Así perezcan todos los que creen en ese engañador, Jesucristo de Nazaret, Juan declaró: Mi Maestro se sometió pacientemente a todo lo que hicieron Satanás y sus ángeles para humillarlo y torturarlo. Dió su vida para salvar al mundo. Me siento honrado de que se me permita sufrir por su causa. Soy un hombre débil y pecador. Solamente Cristo fué santo, inocente e inmaculado. No cometió pecado, ni fué hallado engaño en su boca”.1 Y cuando fue salvado milagrosamente, el emperador domiciano lo desterró a Patmos donde recibió el Apocalipsis.

En 1 Juan 2: 1 y 2 encontramos a un Juan anciano, pero transformado: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”.

“Semejante transformación de carácter como la observada en la vida de Juan, es siempre resultado de la comunión con Cristo. Pueden existir defectos notables en el carácter de una persona, pero cuando llega a ser un verdadero discípulo de Cristo, el poder de la gracia divina le transforma y santifica. Contemplando como por un

espejo la gloria del Señor, es transformado de gloria en gloria, hasta que llega a asemejarse a Aquel a quien adora”.2

¡Qué diferencia entre el Juan joven, con instintos asesinos y el Juan viejo; todo un padre bondadoso! Fue la transformación fruto de la obra del Espíritu Santo.

                                                                                                                         1  Elena  G.  De  White,  Hechos  de  los  apóstoles,  445.  2  Elena  G.  De  White,  Hechos  de  los  apóstoles,  446.  

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Juan pasó de ser el hijo del trueno, a ser el hijo de Dios.

Durante toda su vida trató de vivir más cerca de Dios, y esto tuvo su recompensa, la recompensa de tener un carácter más semejante al carácter de Dios. Realmente Jehová fue bueno con Juan.