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ISSN: 1669-5186

Anuariode Estudios

en AntropologíaSocial

2006

Centro de Antropología Social-IDES

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Anuario de Estudios en Antropología Social. CAS-IDES, 2006. ISSN 1669-5-186

Índice

Conferencia Esther Hermitte

El sistema mundial no hegemónico y la globalización popular . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7Gustavo Lins Ribeiro

Historias de la antropología argentina

Continuidad y cambio en los estudios en etnología de poblaciones indígenascontemporáneas y comunidades folk en la facultad de ciencias naturales y museo de laUniversidad Nacional de la Plata (1930-1976) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

Germán Soprano

Ideología, represión e investigación de campo. La carrera de Antropología de Mar del Plata(1971-1977) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53

Gastón Julián Gil

Panoramas temáticos

Panorama de la antropologia y la educacion escolar en la Argentina: 1982-2006 . . . . . . . . . . . . . . 77Diana Milstein, María Isabel Fernández, María Alejandra García,Stella Maris García, Mariana Paladino

Artículos de investigación

El ingreso a la institución policial. Los cuerpos inviables . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97Mariana Sirimarco

El Olfato. Destrezas, experiencias y situaciones en un ambiente de controles de fronteras . . . . . 111Brígida Renoldi

“Hacer política en la Provincia de Buenos Aires”: cualidades sociales, políticas públicas yprofesión política en los ‘90 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129

Sabina Frederic y Laura Masson

Los rituales de un banco. Un análisis etnográfico de los valores de una política social . . . . . . . . . 139Adrián Koberwein y Samanta Doudtchitzky

Movimientos piqueteros, formas de trabajo y circulación de valor en el sur del Gran Buenos Aires 151Julieta Quirós

“Acá no conseguís nada si no estás en política”. Los sectores populares y la participaciónen espacios barriales de sociabilidad política . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161

Gabriel Vommaro

Somos indios civilizados. La (in)visibilización de la identidad aborigen en Catamarca. . . . . . . . . . 179Cynthia Pizarro

La devoción en escena. Teatro, ritual y experiencia en la adoración a la Virgen del Rosario . . . . 197Karen Avenburg y Verónica Talellis

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Comentarios de libros

Política y vida cotidiana. Una etnografía más allá del realismo ingenuo y de lospreconceptos académicos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209Comentario al libro de Julieta Quirós: Cruzando la Sarmiento. Una etnografíasobre piqueteros en la trama social del sur del Gran Buenos Aires . . .

Fernando Alberto Balbi

¿Por qué tendrían que considerarse indios? La pregunta por las identidades subalternas deun área rural de Catamarca. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 214Comentario al libro de Cynthia Alejandra Pizarro: “Ahora ya somos civilizados. La invisibilidad de laidentidad indígena en un área rural del Valle de Catamarca” . . .

Carina Jofré

Antropología, desarrollo, y ruralidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217Comentario al libro de María Carolina Feito. Antropología y desarrollo: contribuciones del abordajeetnográfico a las políticas sociales rurales. El caso de la producción hortícola bonaerense . . .

Pablo Rodríguez Bilella

En memoria

Prof. Edgardo Garbulsky, in memoriam . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223Elena Achilli

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Conferencia Esther Hermitte

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Anuario de Estudios en Antropología Social. CAS-IDES, 2006. ISSN 1669-5-186

El sistema mundial no hegemónico y la globalizaciónpopular1.

Gustavo Lins Ribeiro2

1. Introducción

Desde hace algunos años, con estudiantes degrado y de postgrado, investigamos “otras glo-balizaciones políticas y económicas” o formasde globalización desde abajo (Ribeiro, 2006).En este artículo me interesan sólo las “otrasglobalizaciones económicas”. Retomo aquí re-flexiones anteriores para poder avanzar en lacaracterización de lo que llamo globalizaciónpopular y sistema mundial no-hegemónico. De-bo dejar en claro que parte de la definición deglobalización popular se refiere a la participa-ción de actores que, en general, no son consi-derados en los análisis sobre globalización o,si lo son, es sólo como migrantes o “transmi-grantes”, sin considerar la mayor parte de lasveces que forman parte de un sistema más am-plio, de escala global, cuyas amplitudes y va-riadas interconexiones pueden ser estudiadas.Tales actores son, para decirlo de manera di-recta y simple, gente del pueblo.

Existe una globalización económica no-hege-mónica formada por mercados populares y flu-jos de comercio que son animados, en gran me-dida, por gente del pueblo y no por represen-tantes de las elites. Estas redes de comercio for-man parte del sistema mundial no-hegemónicoy, en general, sus actividades son consideradascomo ilegales, como “contrabando”. Una grancantidad de las mercancías que venden son lla-madas productos piratas por los poderes esta-blecidos. Estas redes comerciales son ilegítimasdesde el punto de vista de los poderosos quelas combaten en nombre de la legalidad. Así,es imposible entrar en esa arena sin tocar an-tes la discusión acerca de lo que es legal/ilegaly lícito/ilícito.

2. Legal/Ilegal. Lícito/Ilícito

Hoy en día la “ilicitud global” llama la aten-ción por su escala y por su poder. Moisés Naim,editor de la revista Foreign Policy, publicó en

2005, “Ilícito”, un libro canónico de la litera-tura conservadora dedicada a difundir, al de-cir de Abraham y Van Schendel (2005:2), laexistencia de “un espectro que asombra a laglobalización”, el espectro del crimen organi-zado internacional. Con el sugestivo subtítulode “cómo los contrabandistas, los traficantes yel lavado de dinero están secuestrando la eco-nomía global”, el libro de Naím presenta unvisión alarmista de cómo el “comercio globalilícito” que moviliza centenas de billones de dó-lares por año, representa una amenaza para labuena salud de la sociedad y del capitalismocontemporáneos. Es curioso que su autor aca-be vinculando su tesis, nada neoliberal, al he-cho de que el creciente debilitamiento de losEstados, provocado por la intensificación de laglobalización, es un factor primordial para elaumento de las actividades ilícitas en el mun-do. Naím (2005:2) proporciona una definiciónde “comercio global ilícito” emblemática de lainterpretación conservadora:

“Es el comercio que infringe las normas–las leyes, las reglamentaciones, las licen-cias, los impuestos, las prohibiciones y to-dos los procedimientos que utilizan las na-ciones para organizar el comercio, protegera sus ciudadanos, recaudar impuestos y ha-cer cumplir los preceptos éticos. Ese comer-cio incluye compras y ventas que son abso-lutamente ilegales en todos lados y otrasque pueden ser ilegales en algunos países yaceptadas en otros. Evidentemente, el co-mercio ilícito es muy negativo para la legi-timación de los negocios, excepto donde nolo es. Debido a que. . . existe un área grisconsiderable entre las transacciones legalesy las transacciones ilegales, un área gris quelos comerciantes dedicados a lo ilícito usanpara su beneficio.”

Para Naím, el “comercio global ilícito” flore-ce y triunfa en un mundo más interconectado,con fronteras más porosas y poderosas tecno-

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logías (como internet) en manos de “civiles”,con menos barreras al comercio y más agentesno estatales operando en el escenario interna-cional. El presente es el paraíso del contraban-dista. El crimen organizado, a pesar de des-centralizarse de manera creciente y operar enred, ha aumentado su poder político, llegandoa ocupar importantes espacios de los Estadosmás débiles. Naím considera que, a pesar de laantigüedad de las actividades ilícitas en el pla-no internacional, la intensidad actual coloca alfenómeno en un nuevo nivel. Aún con su sesgoconservador (el libro se basa en un lenguaje enel que el bien está siendo sofocado por el mal),“Ilícito” deja claro, aunque no lo diga así, queel sistema mundial no-hegemónico sólo tiendea aumentar con el incremento de la compresióndel tiempo-espacio, de las redes accionadas porel capitalismo flexible, de las políticas neolibe-rales y del debilitamiento de la capacidad deintervención y regulación de los Estados. El ca-rácter sistémico del “comercio global ilícito” espercibido por Naím al plantear la existenciade un sistema formado por redes y nudos. Ensintonía con su visión negativa, Naím planteauna oposición global entre dos polos, que llevaa la colisión entre “puntos geopolíticos claros”y agujeros negros geopolíticos”. Los últimos son“los lugares donde las redes de tráfico ‘viven’ yse manifiestan” (p. 261), pueden coincidir con(1) estados nacionales donde no existe el esta-do de derecho; (2) regiones fuera de la ley yanárquicas al interior de algunos países, comolas áreas montañosas de Córcega y los estadosmexicanos fronterizos con los EUA; (3) áreasde frontera, como el Triángulo de Oro del Su-deste Asiático o la Triple Frontera en Américadel Sur; (4) sistemas de vecindades y localida-des como las comunidades libanesas en las ca-pitales de África Occidental; y (5) espacios eninternet. La diferencia entre los puntos clarosy los agujeros negros geopolíticos no está en lapresencia o la ausencia de redes ilícitas, puestoque ellas “están en todas partes” (p. 263), sinoen la existencia de una capacidad cívica y esta-tal suficiente para contraponerse a ellas. ParaNaím,

“un factor clave, y uno que confiere a losagujeros negros gran parte de su poten-cia, es su conectividad especializada con lospuntos claros. Una región lejana, primitivay mal gobernada, o sin gobierno, no es unagujero negro geopolítico, a menos que pue-

da irradiar amenazas hasta lugares distan-tes. Las redes del comercio que operan a ni-vel internacional sirven de canales a travésde los cuales esas amenazas se trasladan delugares remotos al resto del mundo” (págs.264-265).

En su interpretación, los puntos claros y losagujeros negros mantienen relaciones y formanparte de redes que atraviesan a los Estados na-cionales. Cuanto más claro es un punto, másatractivo será para la oferta de servicios y pro-ductos por parte de las redes de agujeros ne-gros, especialmente si consideramos que la di-ferencia de precios es el factor determinante enel comercio ilícito. Naím explora su metáforade lo claro/oscuro:

“cuanto más claro es el punto claro, másaltos son los precios que pueden imponersea esos bienes ilícitos. Cuanto más oscuro esel agujero negro, más desesperadas estaránlas personas por venderles a los traficantessus bienes, sus mentes, su trabajo y has-ta sus propios cuerpos. Estas dos tenden-cias juntas crean diferenciales de precios enconstante crecimiento y, por ende, incenti-vos cada vez más irresistibles destinados aconectar los agujeros negros con los puntosclaros” (pág. 265).

El análisis de Naím, por más sofisticado yconsustanciado que pueda parecer, incurre enuna serie de problemas típicos de interpretacio-nes destinadas a replicar a la hegemonía exis-tente. En primer lugar, está marcado por unamericanocentrismo imperial como si ese fueseel orden natural de las cosas. No logra percibir–o no se preocupa por ello– que la dicotomía“punto claro/agujero negro” ha sido histórica-mente construida en términos de relaciones depoder desiguales entre diferentes sectores so-ciales, económicos, políticos y étnicos del sis-tema mundial que crean una geografía políti-ca particular. Por otra parte, las relaciones en-tre el sistema hegemónico y el no-hegemónico,son consideradas de manera simplificada al su-bestimar la circulación entre ambos. Por últi-mo, en un sesgo típico del análisis de los po-derosos, homogeneiza a los actores, en espe-cial a aquellos que integran el sistema mundialno-hegemónico. Todos son –desde los “sacolei-ros3” a los miembros de los carteles de droga–colocados en la misma bolsa, inmersos en un

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universo cuya caracterización como ilegal es to-mada como natural y moralmente obvia.

En verdad, la cuestión de los límites entre lolegal y lo ilegal, cuestión sencilla a primera vis-ta, cuando es examinada más de cerca se revelamás complicada que una simple disputa entrehonestos y deshonestos, entre el bien y el mal,y se acerca mucho más al problema histórico dela distribución desigual del poder en un mundoeconómica, política y culturalmente diferencia-do. Muchos de los agentes y corporaciones ca-pitalistas que hoy supuestamente son cumpli-dores de la ley y aparentemente vulnerables ala voracidad de nuevos agentes económicos ile-gales, en el pasado estuvieron en una posicióndonde la línea legal/ilegal tampoco era respe-tada. Cualquier visión absoluta de la rigidez yla eficiencia de esta línea, torna absoluta, confines ideológicos, la eficacia, honestidad, inde-pendencia y neutralidad totales de la actuacióndel Estado, hecho que no resiste una revisiónsociológica e histórica mayor. En esta discu-sión, así como en otras correlatas como la de laeconomía informal, la entidad central en juegoes el Estado. De hecho, son las elites estataleslas que han mantenido, a lo largo de los siglos,el monopolio de la definición y regulación dela legalidad/ilegalidad. En efecto, a ello apun-tan trabajos tales como los de Josiah Heymany Alan Smart (1999). Para ellos:

“Las leyes del estado inevitablementecrean sus contrapartidas, zonas de ambi-güedad y de ilegalidad total. El hampa, lospiratas y los delincuentes, los mercados ne-gros, los inmigrantes ilegales, los contra-bandistas, los chantajistas: son temas quequizás ejercen una atracción escabrosa oacaso desafiante. Pero no se encuentran dis-tanciados del estado ni el estado de ellos.Debido a que crecieron necesariamente co-nectadas, las leyes del estado y la evasiónde las leyes del estado deben estudiarse demanera conjunta. (. . .) es interesante inda-gar sobre las condiciones bajo las cuales losgobiernos y las prácticas ilegales gozan deciertos tipos de simbiosis y sobre las quese producen niveles de conflicto mayores omenores” (1999: 1).

La tentativa de caracterizar a las activida-des ilegales en términos morales o restringi-dos a los lucros extras que ellas generarían,es criticada en especial por Alan Smart. Pa-

ra él, existen diversos mecanismos centrales enla producción y distribución de bienes y servi-cios ilegales que incluyen “la confianza internaen las redes, las amenazas del uso de fuerza,la unión de transacciones ilícitas con otras le-gales, la legitimidad de la transacción, la im-portancia de la reputación para los emprende-dores ilegales y su dependencia de funcionariose instituciones corruptos” (Heyman y Smart,1999:5). Además, hay que incluir las formas enque está estructurada la sociedad, la dinámicade su poder político y de sus políticas econó-micas, tanto como las coyunturas económicas ylas percepciones culturales sobre la corrupción(Tullis, 1995, apud Heyman y Smart, 1999: 5).

Para entender lo que efectivamente ocurre,es necesario ir más allá de una perspectivanegativa, basada en un pretendido monopoliomoral de la honestidad por parte de un seg-mento social. Es necesario, al decir de Heymany Smart (1999:8), ir más allá del formalismolegal y político para reconocer que “ilegalidadno significa necesariamente que las actividadesson ilegítimas, cuando hay hegemonías incom-pletas y prácticas estatales parciales y frecuen-temente comprometidas”. El análisis históricotambién ha demostrado, en especial cuando setrata de los comienzos del Estado moderno einterventor, la fuerte relación entre Estado yredes violentas, tanto como el papel de la de-predación en la acumulación de capital (ídem).Al mismo tiempo, a pesar de la creciente ca-pacidad de imponer la ley que acompañó a laconsolidación de los Estados a partir del sigloXIX, “no hay ninguna razón para suponer quela capacidad del Estado de imponer obedienciaaumente siempre, o que desafiar la ley sea unresultado temporario de la ineficacia y de tácti-cas inapropiadas de aplicación de la ley (ídem:9). Para nuestros autores, el Estado moderno“no está hecho sólo de ley y orden, sino quees un tejido complejo de lo legal y lo ilegal”(ídem).

Destaco, de las reflexiones de Heyman ySmart, aquellas que apuntan a la imperfección,la incompletud y el carácter procesual del Es-tado y su dominación, la inevitable generaciónde mercados de bienes y servicios ilegales enrespuesta a las regulaciones oficiales estatales;la persistencia de prácticas ilegales e informa-les (como la oferta de propinas y regalos); laactuación diferenciada de los agentes estatalesconcretos; la manipulación de la legalidad porparte de diferentes actores al interior del Esta-

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do y también por fuera de él; la consideraciónde las prácticas ilegales, no como un estigmasino como un recurso utilizado por diferentesgrupos en varios momentos, teniendo en cuen-ta que la ilegalidad es una instancia o posiciónde un campo social típico del Estado moder-no. Son igualmente importantes sus conclusio-nes sobre el carácter relacional de las prácticasilegales que siempre existen en un campo derelaciones sociales atravesado por clases socia-les, por la presencia del Estado y por el accesodiferenciado a recursos sociales y naturales.

Al mismo tiempo en que señalan el entrela-zamiento de lo legal y lo ilegal y la diversidadde prácticas ilegales, afirman que estas últimasno deben ser vistas como el monopolio de loscriminales: “los mercados negros, el soborno yel flujo ilegal de capital son alternativas por lasque optan clases identificables, grupos regiona-les, grupos étnicos, etc. en momentos determi-nados” (pág. 13).

En efecto, las relaciones entre lo legal y loilegal son multifacéticas y complejas e involu-cran diversos intereses normativos, políticos ymorales. En lo que respecta al sistema mundialno hegemónico, su comprensión puede ser en-riquecida también por abordajes cuyo foco semueve en las fronteras entre la economía infor-mal y la economía ilícita (Sousa, 2004) y entrelo ilícito y lo ilegal (Abraham y Van Schendel,2005). En el proceso de presentar las distincio-nes y definiciones cruciales en la construcciónde la noción de sistema mundial no hegemó-nico, es preciso establecer una distinción sutilentre economía informal e ilícita y entre lo quees ilegal y lo que es ilícito.

No es mi propósito entrar en la vasta discu-sión sobre economía informal o mercado infor-mal. En ella se encuentra un debate con granincidencia sobre lo que me ocupa aquí: el po-der de regulación del Estado; la consideraciónde la legitimidad de las prácticas de los actoreseconómicos; la relación entre universos forma-les e informales; el papel de la confianza, delas redes sociales, etc. Tampoco llamaré econo-mía informal global a la globalización popularpues creo que el énfasis sobre hegemonía es másesclarecedor de las relaciones que están en jue-go.

A efectos de mis objetivos en este artículo,es suficiente considerar la diferenciación entreeconomía informal y economía ilícita que plan-tea Rosinaldo Silva de Sousa (2004), pues per-mitirá dejar en claro la distinción central que

señalo entre crimen organizado global y glo-balización popular. Lo que Souza llama “eco-nomía informal” equivale para mí, en el planoglobal, a la globalización popular. Para Sousael “sistema de comercio ilícito” del cual formaparte el narcotráfico, por ejemplo, y la “econo-mía informal” comparten algunas característi-cas generales para su funcionamiento: el usode la corrupción y la importancia del “valorconfianza” y de ciertos principios de reciproci-dad (Lomnitz, 1988, 1994). Entretanto, para elsistema de comercio ilícito hay un otro factorcrucial, marginal a la dinámica de la economíainformal: el uso de la violencia. En suma, Sou-za distingue la economía informal e ilícita deacuerdo con las relaciones sociales diferencia-das y características de cada una. En la infor-mal, que se beneficia con la omisión del Estado,prevalecen el “valor confianza” y ciertos prin-cipios de reciprocidad; sus agentes no ambicio-nan el dominio de los medios de ejercicio de laviolencia. Mientras que en la economía ilícita,confianza y reciprocidad también están presen-tes pero prevalecen la violencia ilegítima y lacorrupción de los agentes públicos. Aquí se tra-ta de una violencia instrumental racionalizada,“un medio que opera bajo un relativo controlen los negocios ilícitos y cohíbe ciertas conduc-tas contraproducentes para el incremento dela riqueza ilícita” (Sousa, 2004: 170). Para mí,entonces, una diferencia fundamental entre elcrimen organizado global y la globalización po-pular refiere a la falta de importancia, en estaúltima, de la violencia como factor reguladorcentral de las actividades económicas, en espe-cial respecto de la validez de los contratos entrelos agentes económicos.

En su estudio sobre flujos globales, Abrahamy Van Schendel (2005:4) enfatizan la diferenciaentre legal, “lo que los Estados consideran legí-timo”, y lícito, “lo que las personas involucra-das en redes transnacionales consideran comolegítimo”. Así, muchos flujos de personas, mer-caderías e informaciones son considerados ilíci-tos porque desafían las normas de las autorida-des formales, pero son considerados lícitos porlas personas implicadas en las transacciones.Argumentan que hay “una diferencia cualita-tiva de escala e intención entre las actividadesde cuadrillas internacionalmente organizadas ylas múltiples micro-prácticas que, a pesar deser ilegales en un sentido formal, no son mo-tivadas por una lógica estructural organizativani por un propósito unificado” (ídem).

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Para analizar las líneas fluidas entre lo lícitoy lo ilícito, Abraham y Van Schendel se valende las nociones de “cadenas de mercaderías”(los trayectos recorridos por los bienes, desdela producción hasta el consumo) y de “espaciosregulatorios” (zonas en las cuales son domi-nantes ciertos conjuntos específicos de normaso reglas estatales o sociales). Se trata de unaopción interpretativa bastante productiva parapensar prácticas transnacionales. Definen a las“actividades criminales transnacionales” como“formas de prácticas sociales que intersectandos o más espacios regulatorios y violan al me-nos una regla normativa o legal” (p.15). Comose sabe, la producción, circulación y consumode mercaderías pueden ocurrir en espacios cir-cunscriptos o atravesar diferentes espacios re-gulatorios.

De esta forma, determinadas mercaderíasque entran en determinados flujos y atraviesanciertos espacios regulatorios pueden pasar delegales a ilegales o viceversa. Por ejemplo, ca-jas de whisky escocés pueden ser producidas yexportadas legalmente a un país e introducidasy vendidas ilegalmente en otro. La producciónde hojas de coca en Bolivia es otro ejemplo in-teresante de cómo se transforman los signos deacuerdo con diferentes espacios regulatorios. Sise produce en determinadas áreas del país y endeterminada cantidad, la hoja de coca es le-gal y su producción se considera legítimamen-te encaminada al consumo tradicional de laspoblaciones indígenas. Fuera de esos casos, suproducción es ilegal y pasa a ser sospechosa deingresar en la cadena de mercaderías que lle-va al consumidor de cocaína (sobre este tema,véase Sousa, 2006). El lavado de dinero es vis-to por Abraham y Van Schendel (2005) comoun ejemplo de legalización, en las transforma-ciones posibles de lo lícito-ilícito. La conversiónde drogas ilegales en dinero permite, por mediodel lavado, la movilidad en flujos lícitos. Paranuestros autores “lo que determina la legalidado ilegalidad en diferentes puntos de la cadenade mercaderías, es la escala regulatoria especí-fica en que se encuentra el objeto” (p.17), poreso es importante identificar el “origen de laautoridad regulatoria” y, en consecuencia, “dis-tinguir entre el origen político (legal e ilegal) yel social (lícito e ilícito) de la autoridad regu-latoria” (ídem). Lícito/ilícito, entonces, dicenmucho más respecto de las percepciones socia-les que la letra de la ley.

“Al introducir el concepto de legitimidadsocial o licitud y contrastarlo con legitimi-dad política o legalidad, buscamos destacarla naturaleza políticamente derivada de es-ta distinción y sus bases morales-institucio-nales, con el propósito de ayudar a desnatu-ralizar la Ley como la condición del sentidocomún del espacio doméstico nacional” (p.31).

Ante las dificultades para encontrar solu-ciones universales a las contradicciones exis-tentes entre el par legal/ilegal y el par líci-to/ilícito, especialmente en el ámbito transna-cional, que atraviesa las leyes amoldadas porlos Estados-nación, Abraham y Van Schendelconstruyen una noción cuya definición se ve de-terminada, en última instancia, por los crucesentre lo lícito y lo ilegal y entre lo ilícito y lolegal: lo (i)lícito. Su interés está centrado, es-pecialmente, en el cruce entre lo lícito y lo ile-gal que crea un espacio donde lo (i)lícito sig-nifica actividades “legalmente proscriptas perosocialmente sancionadas y protegidas” (p. 22)como aquellas que animan, quiero señalar, laglobalización popular, esto es, las actividadesde los turistas-compradores y de los mercadospopulares de gadgets globales. En muchos con-textos, lo “socialmente lícito” domina lo “for-malmente ilegal”, como en el ejemplo de losautores sobre la venta, en Pakistán, de filmesindios en DVDs “piratas”. La visibilidad y elcarácter rutinario de las actividades ilegales nosignifica que el Estado deje de reprimirlas, al-go que frecuentemente hace la policía en mo-mentos de elevado sentido de “misión cívica ypública” (idem).

Una advertencia antes de proseguir

Al entrar en un universo de prácticas y repre-sentaciones sociales altamente permeado porvalores donde el bien y el mal son muchas ve-ces considerados como absolutos, el análisis so-ciológico y antropológico corre el riesgo de seracusado, en una lectura conservadora, de gla-morizar el crimen y satanizar al Estado. Estáclaro que, en estos contextos complejos y deli-cados, no se trata ni de una cosa ni de la otra.Reconocer que las líneas entre lo legal y lo ilegalse definen por relaciones históricas de poder ypor el ejercicio de la hegemonía no implica unaposición relativista donde todo lo que es ilegal

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sea aceptable o toda legalidad sea absurda. Eneste universo, los dilemas de la investigaciónantropológica crítica se encuentran en mediode varias tensiones donde el fiel de la balanzaes el buen sentido del investigador. Así como noes posible considerar al Estado y la legalidadcomo absolutos, tampoco se pueden idealizarlas prácticas ilegales. La cuestión está bien re-sumida por Heyman y Smart:

“Mucha ilegalidad es peligrosa y muchalegalidad es razonable. Tanto el fraude fi-nanciero como la violencia física deben pro-hibirse, procesarse y castigarse. El mero he-cho de que la ilegalidad persista y que confrecuencia se entrelace con el mundo legaly formal no justifica una posición rigurosa-mente relativista. Asimismo, si bien el es-tado es un instrumento de fuerza y preda-ción (impositiva) organizadas, en tanto ex-presa componentes razonables del derecho,no es totalmente equivalente a la fuerza y lapredación ilegal. Sin embargo, no podemossostener lo contrario, que todo lo que ha-ce el estado formal es eficaz desde el puntode vista ético y que todas las actividadesilegales son inmorales y deben destruirse.Esa afirmación no se sostiene en un sentidoempírico. . . ni en un sentido ético. En elsegundo caso, muchas actividades identifi-cadas como ilegales tienen una gran legiti-mación de parte de la sociedad (o de algu-nos grupos específicos) y, en tales circuns-tancias, la respuesta del estado constituyeuna mala aplicación de la ley, lo cual agregailegalidad y persecución, incluso “guerras”de diversas clases, éticamente peores que laviolación de la ley original. El trabajo aten-to de los estudiosos, que supere la hipóte-sis de que toda legislación formal es buenay de que toda ilegalidad es un “problema”que debe eliminarse y establezca el equili-brio específico en cada caso, puede ayudara informar las elecciones éticas públicas quedebemos realizar” (1999: 21).

3. El Sistema Mundial No-Hegemónico

Haré una rápida consideración histórica, casiuna digresión, para evitar un problema comúnque se plantea cuando se trata de la globali-zación: la tendencia a creer que se trata de fe-nómenos nuevos que jamás sucedieron antes.

Muchas de las mercancías que comúnmente sonvendidas en el ámbito de la globalización popu-lar son verdaderos simulacros, para usar la ex-presión de Jean Baudrillard, con distintos gra-dos de perfección. No por casualidad, la pira-tería es, hoy, una expresión comúnmente usadapor los poderosos para referirse a la actividadde reproducción y venta de copias no autori-zadas de mercancías valorizadas por los con-sumidores contemporáneos, especialmente lassuperlogos, esto es, copias de grandes marcasmundiales (Chang, 2004). La piratería es unaactividad muy antigua e históricamente ha sig-nificado una alternativa a los modos predomi-nantes de vida, trabajo y comercio:

“La piratería fue una alternativa atracti-va a morirse de hambre, hacerse mendigo oladrón o servir, en condiciones extenuantesen un barco sin ninguna chance de recom-pensa financiera sustancial, a pesar del granriesgo que corre la persona de ser captura-da y ejecutada por sus hechos” (Konstam,2002: 9).

La piratería siempre ha sido un problema pa-ra los poderes establecidos. Hay registros deactividad pirata en el mar Mediterráneo ante-riores a la época del Egipto antiguo (Konstam,2002). Recién cuando Roma consiguió impo-ner su poder naval desaparecieron las comu-nidades piratas del Mediterráneo. Pero no lapiratería, que floreció, por ejemplo, en el si-glo XVII y XVIII –la llamada “era dorada dela piratería” (1690-1730)– en el Mar del Ca-ribe, en la costa atlántica de América, en lacosta de África Occidental y en el Océano Índi-co (Konstam, 2002). Hay evidencias de que co-munidades piratas en distintas partes del mun-do ejercieron un poder económico importante,incluso transformándose en centros regionales.Thomas Gallant (1999: 37), por ejemplo, consi-dera que en diferentes lugares “emprendedoresmilitares, como bandidos y piratas, proveyeronel tejido que articuló el interior rural a zonaseconómicas en desarrollo. Sus actividades faci-litaron la penetración capitalista”. Hasta el pre-sente, piratas modernos atacan, regularmente,barcos que atraviesan el mar del sur de la Chi-na (Konstam, 2002).

La existencia de protosistemas mundialespopulares fue impulsada por la labor de losmarineros que conectaban las tierras del Nue-vo Mundo con las de Europa, creando la cir-

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culación de ideopanoramas diferentes de aque-llos de las clases hegemónicas. Así, ideas alter-nativas de sociedad, basadas en el comunismoprimitivo del Nuevo Mundo inspiraron variasutopías europeas hace algunos siglos según Li-nebaugh y Rediker (2000: 24), quienes afirmanque cuando, entre 1680 y 1760, se consolidó yestabilizó el capitalismo en el Atlántico:

“el barco de vela –la máquina típica de es-te período de globalización– combinaba ca-racterísticas de las fábricas y de la prisión.En oposición, piratas construyeron un or-den social autónomo, democrático y mul-tirracial en el mar” (p. 328).

Como se ve, los proletarios de la expan-sión capitalista marítima (los marineros) asícomo los agentes sociales que representabanuna amenaza a los intereses hegemónicos esta-tales y privados por detrás de esta expansión(los piratas), estuvieron históricamente involu-crados, en menor o mayor grado, y con menor omayor eficacia, en la construcción de sistemasmundiales no-hegemónicos. La antigüedad delas “patrones de movimiento, comercio e inter-cambio que caracteriza el tráfico ilícito” tam-bién es indicada por Abraham y Van Schendel(2005: 5) que ejemplifican con las transaccio-nes mantenidas durante siglos por las redes ét-nicas y de parentesco de los dhows entre lascostas del Golfo Pérsico y Gujerat, en India.Tales situaciones muestran la complejidad delas interconexiones mantenidas por diferentespoblaciones a lo largo del tiempo, fundamen-tales para la creación del sistema mundial.

En antropología, la obra clásica de Eric Wolf(1982), “Europa y la gente sin historia”, esel relato más denso sobre los procesos histó-ricos de interconexiones que crearon el sistemamundial. Pero la noción de sistema mundial es-tá asociada directamente al libro de ImmanuelWallerstein publicado originalmente en 1974:“El moderno sistema-mundial. Agricultura ca-pitalista y los orígenes de la economía-mundoeuropea en el siglo XVI”. Aquí, el uso que hagode la noción de sistema mundial es selectivo.No está tan próximo a la discusión sobre cen-tro, periferia y semiperiferia, elementos impor-tantes de la concepción wallersteiniana toma-dos a préstamo de la discusión dependentista.En la noción de sistema mundial me interesanmucho más los siguientes aspectos destacadospor Wallerstein (2006: 16-17):

“no estamos hablando de sistemas, econo-mías, imperios de (todo) el mundo, sino desistemas, economías, imperios que son unmundo (que, en verdad muy posiblemente,con frecuencia no incluyen a todo el glo-bo). Este es un concepto clave para con-siderar. Significa que cuando hablamos de‘sistemas-mundiales’ estamos lidiando conuna zona espacial/temporal que atraviesamuchas unidades políticas y culturales, re-presentando una zona integrada de activi-dad e instituciones que obedecen a ciertasreglas sistémicas”.

Eso es justamente, el sistema mundial no-he-gemónico: una composición de varias unida-des ubicadas en distintos lugares, conectadaspor agentes activos en la globalización po-pular. La globalización popular está forma-da por redes que operan de manera articula-da y que en general se encuentran en distin-tos mercados que forman los nudos del siste-ma mundial no-hegemónico. Esta articulacióncrea interconexiones que dan un carácter sis-témico a este tipo de globalización y hace quesus redes tengan alcance a larga distancia. Elsistema-mundial no hegemónico conecta distin-tas unidades en el mundo a través de flujos deinformación, personas, mercancías y capital.

Si llamo a este sistema “no-hegemónico” esporque existe un sistema hegemónico. En rea-lidad los dos sistemas pueden ser definidos porlas relaciones que mantienen entre ellos. El sis-tema hegemónico refleja la lógica institucionaly operativa de los detentadores de poder, tantorespecto del estado cuanto del capital privado.Actualmente, el sistema mundial hegemónicoes dominado por los intereses de la globaliza-ción capitalista neoliberal.

Ya el sistema mundial no-hegemónico noslleva a otros razonamientos y puede ser defini-do de manera análoga a mi interpretación so-bre la globalización económica no-hegemónica(Ribeiro, 2006), una categoría similar a la desistema mundial no-hegemónico pero en dondela sistematicidad de la globalización popular noes el foco de la cuestión. Yo lo llamo sistemamundial no-hegemónico no porque sus agentespretendan destruir el capitalismo global o ins-talar alguna clase de alternativa extrema al or-den establecido. Es no-hegemónico porque susactividades desafían al establishment económi-co en todas partes a nivel local, regional, na-cional, internacional y transnacional. Por con-

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siguiente, sus agentes son vistos como una ame-naza para el establishment y son objeto delpoder de las elites políticas y económicas quedesean controlarlos. Las actitudes que los esta-dos y las corporaciones tienen hacia ellos sonmuy elocuentes. En la mayoría de los casos esetipo de actividades se tratan como temas poli-ciales, como el objeto de una acción represivaelaborada. El sistema-mundial no-hegemónicoes un universo enorme que efectivamente inclu-ye actividades ilegales, tales como el tráfico depersonas y de órganos, que deben reprimirse.Indudablemente, también incluye el tráfico dedrogas. De todos modos, los trabajadores, porejemplo los vendedores ambulantes cuyo “deli-to” es trabajar fuera de los parámetros defini-dos por el estado, son una parte importante dela globalización no-hegemónica.

El sistema-mundial no-hegemónico se estruc-tura a partir de distintos tipos de segmentosy redes que se concretan en una organizaciónpiramidal. En la vértice de la pirámide, hayesquemas de lavado de dinero, actividades ma-fiosas, y todo tipo de actos de corrupción. Másallá de lo poderosos y elitistas que puedan sermuchos de los agentes involucrados en la eco-nomía paralela global, no pueden actuar por sucuenta. Hay una participación masiva de partede personas pobres que se hallan en los seg-mentos inferiores de esta estructura piramidal.Para esos actores sociales, el sistema-mundialno-hegemónico es una forma de ganarse la vi-da o de movilidad social ascendente. La red deconexiones y de intermediación consolida esaestructura global en formas comparables a loque he denominado consorciación, un proce-so típico de las articulaciones entre los agentestransnacionales, nacionales, regionales y loca-les en torno a proyectos de infraestructura agran escala de varios miles de millones de dó-lares (Ribeiro 1994, 2002). Las actividades quese encuentran en la base de la pirámide son loque denomino la verdadera globalización eco-nómica desde abajo. Y ofrecen acceso a flujosde riqueza global que de otra manera jamásllegarían a las clases más vulnerables de nin-guna sociedad ni economía. Abren un caminohacia la movilidad ascendente o hacia la posi-bilidad de la supervivencia dentro de las eco-nomías nacionales y globales que no están encondiciones de ofrecer pleno empleo a todos losciudadanos. Estoy más interesado en este seg-mento del sistema mundial no-hegemónico queen sus estratos más altos. De todas maneras

es necesario dejar clara, para la comprensióndel sistema mundial no-hegemónico, una dis-tinción crucial entre crimen organizado globaly globalización popular.

El sistema mundial no hegemónico está for-mado por dos tipos básicos de procesos de glo-balización cuyas fronteras no son necesaria-mente nítidas ni rígidas. El primero está for-mado por la economía ilegal global, que en-vuelve las actividades del crimen organizadoglobal. El segundo está formado por la econo-mía (i)lícita global, que incluye las activida-des de lo que llamo globalización popular y queson frecuentemente consideradas ilegales por elEstado y lícitas por la sociedad. En verdad, setrata de procesos que eventualmente puedenentrelazarse, retroalimentarse y mantener rela-ciones jerárquicas. Por ejemplo, aunque la acti-vidad de la globalización popular sea caracteri-zada, desde el punto de vista del Estado, comocontrabando, es necesario diferenciar el llama-do “contrabando hormiga” en la frontera entreArgentina y Paraguay (Schiavoni, 1993) de losgrandes esquemas de contrabando controladospor cuadrillas organizadas. Así, aquello que engeneral es indistinto desde el punto de vistadel Estado, desde el mío puede ser considera-do parte de la economía (i)lícita global (de laglobalización popular) o de la economía ilegalglobal (del crimen organizado).

La importancia de las redes sociales en elfuncionamiento de este universo es destacadaen la literatura. Heyman y Smart (1999: 17)proporcionan una definición de “red ilegal” útilpara pensar la economía ilegal global. Se tra-ta, para ellos, de una “red ordenada de perso-nas centradas en una actividad ilegal”, red queimplica, pero que no necesariamente requiere,“un mundo social alternativo al del Estado for-mal y legal”. Tales redes son vitales para lasprácticas ilegales dadas las características desus relaciones basadas en mutualidad, confian-za e intercambios (ídem). En mi perspectiva,las redes sociales ilegales realizan sus prácticasilegales al interior de una estructura jerárqui-ca en la cual prevalecen la conspiración y laplanificación centralizada así como el uso dela violencia ilegítima. Si cambiamos el adjetivo“ilegales” por (i)lícitas, podremos buscar, poranalogía, una definición para pensar la econo-mía (i)lícita global. Así, en la globalización po-pular, operan las redes sociales (i)lícitas de for-ma descentralizada y horizontal, basadas en laconfianza. Las redes sociales (i)lícitas realizan

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sus prácticas (i)lícitas sobre o a partir de sis-temas informales previamente construidos pordiásporas, redes migratorias o formas típicasde la economía popular (ferias y sus sistemasde mercados asociados, por ejemplo).

Por otra parte, Naím (2005: 34) señala el ca-rácter simultáneamente global y local de las re-des involucradas en lo que llamo sistema mun-dial no-hegemónico y la habilidad que tienenpara explotar con rapidez su movilidad inter-nacional, lo cual potencia su capacidad paraescapar de los controles de los Estados nacio-nales. Además, es necesario enfatizar la flexi-bilidad de estas redes. Como todas las redessociales, las ilegales/(i)lícitas pueden unirse odeshacerse de acuerdo con las circunstancias ycon sus intereses. Pueden deshacerse, por ejem-plo, cuando una actividad ilegal deja de ser ne-cesaria o provechosa.

Para realizar conexiones de larga distanciao hasta globales no se necesitan grandes redeso articulaciones extensas de redes. De hecho,las mercaderías que fluyen al interior del siste-ma mundial no-hegemónico pueden cambiar demanos varias veces, atravesando varios espaciosregulatorios, hasta llegar a los consumidores fi-nales. De modo que el sistema está formado poruna intrincada red de nudos que son puntosde interconexión entre vendedores y compra-dores. Esos nudos varían en tamaño e impor-tancia para la reproducción del sistema, yendodesde pequeñas aglomeraciones de barracas devendedores callejeros destinados a atender lasnecesidades de los consumidores finales hastalos mega centros, en gran medida destinadosa los intermediarios, cuya influencia económi-ca tiene alcance internacional, como los que selocalizan en la frontera Foz do Iguazú - Brasil/ Ciudad del Este - Paraguay, o en Dubai, enlos Emiratos Árabes Unidos. Hay también me-ga centros de alcance nacional, como el de lacalle 25 de Março, en São Paulo, que abastecena agentes de la globalización popular operan-do en un radio que puede alcanzar algunos mi-les de kilómetros. Existen también importantescentros de actuación regional o local como losSan Andresitos, en Colombia, y, en Brasil, lasFerias del Paraguai en Caruaru (Pernambuco)y en Brasilia (Distrito Federal), el área del cen-tro de Río de Janeiro conocida como Saara, oel Shopping Oiapoque, en Belo Horizonte.

En verdad, estos nudos del sistema mundialno-hegemónico son mercados de mayor o me-nor envergadura. Los mercados pueden cumplir

el papel de eslabones entre diferentes flujos através de la articulación de redes con objetivossemejantes y en común. Así, varias redes pe-queñas en extensión acaban generando un efec-to de largo alcance. Los mercados tanto puedenser puntos de articulación de estas redes comoel locus de articulación entre las actividadesde la economía ilegal global y las de la econo-mía (i)lícita global. Ciudad del Este, dada sumagnitud, es un ejemplo claro de ello, con suasociación a enormes y poderosos esquemas delavado de dinero y la presencia de millares de“sacoleiros”. La calle 25 de Março en São Pau-lo, dada su dimensión (aunque menor que Ciu-dad del Este) también es un excelente ejemplode un mercado, –un nudo del sistema mundialno hegemónico– que muestra la presencia degrandes intermediarios y miríadas de redes de“sacoleiros”. Queda claro que existe una dife-renciación interna en este universo que puedepresentarse, por ejemplo, bajo la forma de unaestructura piramidal establecida al interior delas redes de transacciones entre grandes y pe-queños proveedores. Al interior de tal estruc-tura puede haber agentes y redes sociales in-volucrados en diferentes momentos y aspectosde las actividades económicas lícitas, (i)lícitase ilegales. En verdad, nada impide que puedapasarse del sistema no-hegemónico al hegemó-nico. El sistema mundial no-hegemónico puedeservir como un modo de posibilitar una acu-mulación primitiva de capital. En cuanto tal,puede ser útil para un capitalista como fuentede acumulación, en un determinado momentode su trayectoria económica, o de modo perma-nente. Además, es necesario señalar lo sosteni-do por Chang (2004:223) respecto de que “laproliferación de productos falsificados adoptacasi las mismas rutas del capitalismo global contácticas ‘glocales’ de maniobras más flexibles yágiles para escapar de las redadas nacionales.(. . .) Las (marcas) falsas se propagan de inme-diato en todo el mundo de manera ubicua yconstituyen, exitosamente, un mercado globalque simultáneamente duplica la creación de re-des del capitalismo y lo desestabiliza como unasub-versión falsificada”.

Algunas consideraciones sobre la esferade la producción

La investigación sobre aspectos específicos del

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sistema mundial no-hegemónico se concentrafuertemente en la circulación de personas ymercaderías (véase, por ejemplo, Souza, 2000;Figueiredo, 2001; Rabossi, 2004; Machado,2005; Nascimento, 2006; Konstantinov, 1996;MacGaffey e Bazenguissa-Ganga, 2000). El he-cho de que los mercados se destaquen, al inte-rior de este universo, se explica por su carac-terística de ser espacios públicos que permitenrealizar trabajo de campo. Si fuéramos a ha-blar de este sistema considerando también lasunidades productivas que lo componen, nos en-frentaríamos con una tarea etnográfica muchomás ardua. Las fábricas no son exactamente es-pacios públicos. Al contrario, como ya indicabaMarx (1977), los capitalistas exigen dejar fue-ra del alcance de la vista las transformacionesque ocurren allí. Esto es más intenso cuando setrata de las unidades de producción vinculadasa la economía (i)lícita global y a las falsifica-ciones asociadas a ellas.

Si comenzáramos por donde se producen lasmercaderías, los centros fundamentales del sis-tema se encuentran en Asia, en lugares talescomo Taiwán, Corea del Sur, Singapur, Mala-sia y, en especial, China. El hecho de que dife-rentes áreas de Asia se hayan tornado centrosde producción de las mercaderías del sistemamundial no-hegemónico se relaciona, en granmedida, con el poder de la economía de Ja-pón, uno de los mayores mercados de artículosde lujo. Taiwán, Corea del Sur y Hong Kong,por ejemplo, fueron grandes centros producto-res de mercaderías falsas para Japón. Por suparte, China pronto se convirtió en la prin-cipal proveedora de productos falsos para to-do el mundo: “hoy, hasta en Taiwán, produc-tos Louis Vuitton falsificados son ‘importados’principalmente de China” (Chang, 2004: 230).De modo que este país no sólo es la niña mi-mada de la globalización hegemónica (véase,por ejemplo, Guthrie, 2006), también es el cen-tro de la globalización no hegemónica, de laglobalización popular. Cualquier investigaciónsobre la producción de bagatelas globales, desuperlogos falsos (véase más abajo) y de pro-ductos “piratas” tendría que privilegiar, cierta-mente, la provincia china de Guangdong, don-de el boom económico de las últimas décadas seha expresado también en una enorme produc-ción de productos para los mercados de la glo-balización popular. Las ciudades de Dongguan,Shenshen, Hong Kong (que comparte fronteracon la anterior) y Guangzhou (Cantón) con-

forman, probablemente, la mayor zona de pro-ducción de mercaderías del sistema mundialno-hegemónico, el comienzo de una cadena demercaderías en la cual los lucros se acumulanfantásticamente4 .

Chang (2004: 224) llega a hablar de “indus-tria global de las falsificaciones”. Los productosfalsificados basan su enorme rentabilidad, engran medida, en la explotación de lo que Chang(ídem) llamó superlogos: “el top de las logo-marcas, un ‘símbolo’ famoso mundialmente quepresenta un status social privilegiado”. Su aná-lisis de una de las marcas más falsificadas enel mundo, altamente consumida en Japón y enel Sudeste Asiático, la francesa Louis Vuitton,muestra como a lo largo de los años, determi-nados productos van incorporando a su precioun excedente de valor basado exclusivamenteen su valor simbólico, en lo que representa co-mo símbolo de status para los consumidores yno en su precio real como un objeto específi-co. Mantener, manipular y administrar el su-perlogo es una forma, encontrada por grandescorporaciones, de poseer nichos exclusivos enel mercado de símbolos de status globales y, enúltima instancia, de incrementar enormementesus ingresos. La diferencia entre el valor realdel objeto específico y el valor simbólico exce-dente, agregado por la propiedad del superlogodeseado por el consumidor, es lo que impulsael mercado de superlogos falsos y siempre ven-didos por precios muy por debajo de los “ori-ginales”. Con todo, el hecho de que los falsossuperlogos de accesorios de modas pierdan sulugar de principal fuente de ganancia de la “in-dustria global de las falsificaciones” en favor delos discos compactos y los programas piratea-dos, es coherente con la hegemonía del capita-lismo electrónico-informático y su flexibilidadinterna, sobre todo en lo que respecta a su ca-pacidad de reproducción de copias perfectas,de simulacros. Las técnicas de reproducción desuperlogos falsos “aún siguen el modo tradicio-nal de la producción de mercancías, basado enla división y explotación globales del trabajo,en el sistema de producción fabril y, más espe-cíficamente, en el ahora más conocido sistemade tercerización en todo el mundo” (ídem).

4. Consideraciones finales: flujos

La globalización popular está formada por nu-dos, los mercados populares, y por flujos, los

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viajes. Así como hay nudos mayores o meno-res, hay flujos mayores o menores, que cubrengrandes o pequeñas distancias. A escala globalhay dos diásporas fundamentales para la glo-balización popular, probablemente dos de lasmayores y más complejas redes de inmigrantesdel mundo. Se trata de las diásporas china ylibanesa. La primera, revigorizada por el papelprominente de China en la economía global,ha crecido notablemente en lugares donde an-tes era irrisoria como Brasil y Portugal (Cun-ha, 2005; Mapril, 2002). La segunda, mantieneuna fuerte presencia en la frontera Ciudad delEste-Foz do Iguaçu (veja Arruda, 2007) y de-sempeñó un importante papel en el crecimien-to de los San Andresitos, los nudos del sistemamundial no-hegemónico en Colombia5.

Si pensamos en el sector de América del Surdel sistema mundial no-hegemónico, es posibledescribir los flujos entre China (Guandong) yla frontera Ciudad del Este/ Foz do Iguaçu, asícomo entre esta última y otros puntos del sis-tema mundial no-hegemónico en territorio bra-sileño como la calle 25 de Março en São Paulou otros mercados populares en ciudades comoPorto Alegre, Belo Horizonte, Río de Janeiro,Brasilia y Caruaru (Pernambuco). En la calle25 de Março es visible el dislocamiento de ladiáspora libanesa por la diáspora china en elcontrol de la dinámica de la globalización po-pular (Nascimento, 2006). En el centro de Ríode Janeiro, en la zona conocida como Saara,son claras las disputas entre libaneses y chinos

(Cunha, 2005).Ya el ejemplo de Caruaru es particularmente

interesante dada la centralidad que, desde hacemás de ciento cincuenta años, posee la feria dela ciudad al interior de un sistema regional quealcanza a ciudades de todo el Nordeste brasile-ño. Además, muestra cómo la existencia previade un sistema migratorio popular, de Carua-ru a São Paulo, provee una estructura útil alas dinámicas de la globalización popular (véa-se Lyra, 2005). Mercaderías traídas de Ciudaddel Este o de la calle 25 de Março alimentan lallamada “Feira do Paraguai”, el sector de gad-gets globales de la Feria de Caruaru que, a suvez, alimenta una gran cantidad de otras feriasmenores y de pequeños comerciantes en todoel Nordeste. La “Feira do Paraguai” de Carua-ru permite visualizar bien la manera en quese extiende la capilaridad del sistema mundialno-hegemónico, a través de la globalización po-pular, llegando a lugares distantes e inusitados.

Hay aún mucho por investigar acerca del sis-tema mundial no-hegemónico y la globalizaciónpopular a escala mundial. Mientras tanto, es-tán claras su existencia y varias característicasfundamentales de su dinámica. Ciertamente, laglobalización popular es hoy un importante tó-pico de investigación para las ciencias sociales.A través de su estudio, podemos percibir lasmaneras en que los actores populares se apro-pian de flujos globales de riqueza y crean nue-vas oportunidades que, de otro modo, seríaninexistentes.

Notas

La primera versión de este articulo fue leída en la 3a Conferencia Esther Hermitte, en Instituto de Desarrollo1Económico y Social-Centro de Antropología Social Buenos Aires, 24 de noviembre de 2006. Agradezco a mis colegasdel IDES, en especial a Rosana Guber por la honrosa invitación.Departamento de Antropología - Universidad de Brasilia.2El término “sacoleiro”, en Brasil, alude a los turistas compradores que, con sus grandes bolsos (sacolas), compran3mercancías en Ciudad del Este, Paraguay, o en otros grandes nudos del sistema mundial no-hegemónico en Brasil,para revenderlas en distintos mercados populares.Agradezco a Rosana Pinheiro Machado que proporcionó estas informaciones de esa área en China, directamente,4mientras realizaba su investigación sobre la participación de chinos en la globalización popular. El trabajo de RosanaPinheiro Machado es, ciertamente, pionero en la antropología brasileña.Las fronteras son frecuentemente reconocidas como lugares donde los límites del poder del Estado son puestos5en jaque por los agentes de la globalización popular (Abraham y Van Schendel, 2005: 14; también Naím, 2005).Abraham y Van Schendel (2005: 22) consideran las fronteras como un espacio típico para el desenvolvimiento delo (i)lícito, hecho favorecido por la “intersección de múltiples autoridades” compitiendo entre sí, ya que “Estadosvecinos frecuentemente tienen puntos de vista diferentes sobre la ley y la licitud”. Ellos ejemplifican con las fronterasentre India, Bangladesh, China y Myanmar y mencionan los casinos y las compras a través de las fronteras comoacontecimientos comunes.

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Anuario de Estudios en Antropología Social. CAS-IDES, 2006. ISSN 1669-5-186

Continuidad y cambio en los estudios en etnología de po-blaciones indígenas contemporáneas y comunidades folk enla facultad de ciencias naturales y museo de la UniversidadNacional de la Plata (1930-1976)

Germán Soprano1

1. Introducción

Los estudios que tienen por objeto las políticasde educación superior, la historia de las univer-sidades y el desarrollo de ciencia en la Argen-tina del siglo XX, suelen enfatizar las disconti-nuidades políticas, institucionales e intelectua-les impuestas por las intervenciones “autorita-rias” del Estado nacional en la vida universi-taria entre 1930 y 1976. De acuerdo con es-tas perspectivas, los años 1930, 1943, 1946/47,1955, 1966, 1973, 1974 y 1976, delimitan rup-turas y etapas en ese extenso período, denotanhitos en los que se exacerba la intromisión de“la política” por sobre la “autonomía académi-ca”2.

En buena medida, los trabajos que analiza-ron la historia de la antropología en los últi-mos veinte años asumieron una secuenciacióntemporal similar, signada por los avatares de lapolítica nacional y su incidencia en las universi-dades públicas e instituciones de ciencia y tec-nología3. Una revisión de esos trabajos permitereconocer la existencia de textos testimoniales,otros que sientan posicionamientos académicosy políticos programáticos presentes desde unaevaluación retrospectiva de las historias disci-plinares y, por último, algunos pocos produci-dos por investigadores especializados en la his-toria de la antropología4. Aunque aquí no rea-lizaré un relevamiento completo ni un análisisdetallado de estos trabajos y autores, sí, quieroseñalar que los mismos constituyen un estadodel arte fundamental. Pero, también, puedenser pensados como perspectivas nativas expre-sivas de unos esquemas de clasificación socialque organizan acontecimientos, procesos, acto-res e ideas del pasado; definiendo y localizando,además, a sus analistas en una trama intelec-tual, institucional y política del campo científi-co y universitario argentino contemporáneo. O,en otras palabras, los procedimientos y argu-

mentos sustantivos que estos analistas empleanpara elaborar sus periodizaciones, revelan unasprácticas de historización que bien vale la penacomprender desde un enfoque histórico y etno-gráfico5.

Ahora bien, al observar la trayectoria de in-dividuos, grupos e instituciones universitariasespecíficas, es posible reconocer las formas his-tóricas en que esas políticas fueron procesa-das en contextos determinados, dando cuentade temporalidades particulares que no puedensubsumirse unívocamente en unas periodiza-ciones homogéneas y de alcance nacional que,más bien, suelen expresar el derrotero de his-torias centradas en la Universidad de BuenosAires6. En este sentido, este trabajo busca in-dagar en aquellos matices que dieron lugar a laconfiguración de una temporalidad específica,con continuidad y cambio, entre los antropólo-gos que produjeron estudios de poblaciones in-dígenas contemporáneas y de comunidades folken la Facultad de Ciencias Naturales y Museode la Universidad Nacional de La Plata, entre1930 y 1976. A tal efecto, nos serviremos de unenfoque que explore las mediaciones operadasen la vida universitaria entre las determinacio-nes resultantes de las políticas estatales, y laeficacia social de la sociabilidad académica enla producción y reproducción cotidiana de sa-beres y prácticas disciplinares e instituciona-les. Se tomará como referencia, pues, las tra-yectorias de los antropólogos Enrique Palave-cino, Armando Vivante, Mario Cellone, OmarGancedo, Néstor Homero Palma y Delfor Hora-cio Chiappe. La comprensión de sus interven-ciones político-institucionales como autorida-des universitarias, su actuación como docentese investigadores, su participación en diferentesámbitos académicos nacionales e internaciona-les, su producción intelectual, y la formaciónde discípulos y equipos de investigación, con-tribuirá en la reconstrucción de un escenario

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donde las relaciones entre “política” y “autono-mía académica” pueden ser comprendidas des-de una perspectiva holística, evitando las in-terpretaciones unilateralmente “politicistas” y“Estado-céntricas”; o bien, las miradas “inte-lectualistas”, concentradas exclusivamente enlos debates sobre las orientaciones teóricas ytemáticas disciplinares, o en la consagración deciertos referentes académicos y sus tradiciones.

Los argumentos desarrollados en esta opor-tunidad se fundamentan en el análisis de uncorpus de fuentes conformado por libros publi-cados por estos antropólogos, artículos en re-vistas especializadas, tesis de doctorado de susdiscípulos, informes anuales de gestión, de ac-tividades de cátedras, de departamentos o di-visiones del Museo, sus currículum vitae, pro-gramas de asignaturas, planes de estudio, en-tre otros materiales de consulta y circulaciónpública. Sin dudas, esta base documental essuficientemente expresiva de algunos aspectosinstitucionales formalizados de la actividad do-cente, de extensión e investigación científica,llevados a cabo por estos sujetos. Sin embar-go, su utilidad es más restringida si pretende-mos aprehender a través de ellos otros aspectossocialmente eficientes en la producción y re-producción de sus intervenciones académicas,tales como –por ejemplo– la configuración yactualización cotidiana de relaciones persona-lizadas de alianza y conflicto entre “pares”, desubordinación y superordinación entre “maes-tros” y “discípulos”, o los compromisos y en-frentamientos que establecían con autoridadesde la institución y/o de la universidad. Una et-nografía que tenga por objeto la sociabilidadacadémica debería ser sensible al conocimientofenomenológico de las identidades y relacionessociales en las que se involucraban diariamenteestos antropólogos en las instituciones universi-tarias y científicas. Por tanto, en una etapa in-mediatamente posterior de esta investigación,estas dimensiones serán abordadas con mayorcomplejidad, sirviéndonos de otros registros,como documentación personal y entrevistas a“colegas”, “discípulos” y “estudiantes”7.

Por último, quisiera destacar una cuestiónmetodológica relevante. Las categorías utiliza-das por los antropólogos estudiados para defi-nir el campo de la antropología y sus especia-lidades fueron entrecomilladas, pues remiten asus significaciones nativas. Por tanto, es nece-sario aprehenderlas situacionalmente, recono-ciendo también qué rótulos emplearon los an-

tropólogos para auto-definirse y para nominara otros colegas anteriores o contemporáneos.Este énfasis por comprender las categorías co-mo términos nativos, clausura cualquier tenta-tiva de nuestra parte por posicionarnos frentea aquellas programáticamente desde las preo-cupaciones del debate antropológico actual, es-to es, pretendiendo establecer en forma extem-poránea cuál sería la definición más adecuadao pertinente para términos como “ciencias an-tropológicas”, “arqueología”, “etnología”, “et-nografía”, “ligüística”, “folklore”, “antropolo-gía social”, “antropología física”, “antropologíabiológica”. En otras palabras, al producir unahistoria y antropología social de las relacionesentre política y sociabilidad académica, asumi-mos que estas categorías son parte de nuestroproblema y objeto estudio. De modo que, cual-quier aproximación a las mismas que pretendadirimir en un escenario pasado el sentido pre-sente de nuestros combates científicos, quedafuera de los intereses de esta investigación.

2. Antropólogos y antropología en el Mu-seo de La Plata

Durante la primera mitad del siglo XX la inser-ción institucional de los antropólogos se locali-zaba en el Museo Nacional de Ciencias Natu-rales “Bernardino Rivadavia” en la ciudad deBuenos Aires, en la Facultad de Filosofía y Le-tras (1896) y el Museo Etnográfico (1904) dela Universidad de Buenos Aires, y en los la-boratorios y cátedras del Museo de La Plata.Posteriormente se crearon el Instituto de Etno-logía de la Universidad Nacional de Tucumán(fundado en 1928, luego denominado Institu-to de Antropología), el Instituto de EtnografíaAmericana de la Universidad Nacional de Cu-yo (creado en 1940 y desde 1947 Sección deArqueología y Etnología del Instituto de His-toria y Disciplinas Auxiliares), el Instituto deArqueología, Lingüística y Folklore de la Uni-versidad Nacional de Córdoba (1941), el Museodel Departamento de Estudios Etnográficos yColoniales (1943) y el Instituto de Antropo-logía (1951/1952) de la Universidad Nacionaldel Litoral, y el Instituto de Antropología dela Facultad de Filosofía y Letras de la UBA(1947). En el año 1946, y fuera de la órbitade las universidades nacionales, se conformóel Instituto Étnico Nacional, dependiente del

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Ministerio del Interior de la Nación hasta sudisolución en 1955. Paralelamente a la institu-cionalización universitaria de la antropología,Jorge Fernández (1982), Irina Podgorny (2004)y Santiago Bilbao (2002) destacan que la antro-pología se articulaba a través de institucionescomo la Sociedad Argentina de Antropología(1936), la Sociedad Científica Argentina, la So-ciedad Argentina de Ciencias Naturales “Phy-sis”, la Junta de Historia y Numismática Ame-ricana (luego, Academia Nacional de Historia),la Sociedad Científica Alemana, la SociedadArgentina de Americanistas. También en mu-seos públicos, museos y colecciones privadas,asociaciones y clubes, redes de amistad, paren-tesco, comunidades de origen y grupos políti-cos (Podgorny 1995, 1999, 2000, 2002b; Bonnín2000; García 2000, 2001, 2003b; Martínez, Ta-boada y Auat 2003; Pegoraro 2005; Roca 2005).Asimismo, las revistas especializadas en antro-pología eran escenarios privilegiados para po-ner en circulación debates ligados al desarrollode enfoques teórico-metodológicos, y avances yresultados sustantivos de investigaciones, talescomo los Anales del Museo de Historia Natu-ral de Buenos Aires, la Sección de Antropologíade la Revista del Museo de la Plata, las Notas,Notas preeliminares y Anales del Museo de LaPlata, los Anales del Instituto de EtnografíaAmericana (luego Anales de Arqueología y Et-nología de la Universidad Nacional de Cuyo),la Revista del Instituto de Etnología de la Uni-versidad Nacional de Tucumán (desde 1938 Re-vista del Instituto de Antropología), el Boletíndel Departamento de Estudios Etnográficos yColoniales de la Universidad Nacional del Lito-ral, las Publicaciones del Instituto de Arqueo-logía, Lingüística y Folklore de la UniversidadNacional de Córdoba, la Relaciones de la So-ciedad Argentina de Antropología, los Analesdel Instituto Étnico Nacional, y las revistas dela UBA: Publicaciones, Notas, y los Archivosdel Museo Etnográfico y la Runa, Archivo paralas Ciencias del Hombre8.

En sus orígenes, el Museo de La Plata fueuna dependencia de la Provincia de BuenosAires. Integraba colecciones reunidas por Fran-cisco Pascasio Moreno que, desde 1877, forma-ron el Museo Antropológico y Arqueológico dela provincia. En 1884 esas colecciones fuerontrasladadas desde Buenos Aires a La Plata eintegraron el Museo General de esta última ciu-dad. En 1888 fue inaugurada su sede definiti-va, localizada en el Paseo del Bosque (Terug-

gi 1988; Podgorny 1995; García 2003a). Desdesu génesis, esta institución participó de la pro-ducción de una historia natural y de la huma-nidad de carácter universal y cosmopolita, enla cual los científicos argentinos escribían uncapítulo regional (Fígoli 1990). Pero tambiéninscribió su proyecto en el proceso de constitu-ción del Estado nacional y la nacionalidad; allílos antropólogos realizaron una amplia tareade mapeamiento de sociedades indígenas pa-sadas y presentes del territorio argentino. Eneste sentido, su producción antropológica estu-vo comprometida con el estudio de poblacionestenidas como marginales por parte de las elitesdominantes del país y por los sectores socialessubalternos que se apropiaron del modelo decomunidad imaginada definido por aquellas. Aligual que otros antropólogos en la Argentina, seabocaron a la identificación de la “otredad in-terna de la nación” (Guber y Visacovsky 2000)observada en las poblaciones indígenas del pe-ríodo prehispánico (“arqueología”), en su estu-dio comparado presente antes de su desapari-ción definitiva (“etnología”), y en las supervi-vencias del encuentro hispano-indígena (“folk-lore”).

En 1906, por iniciativa de Joaquín V. Gonzá-lez, el Museo pasó a jurisdicción de la Univer-sidad Nacional de La Plata. Esta Universidadfue proyectada por González en el año 1905mientras se desempeñaba al frente del Minis-terio de Instrucción Pública, teniendo como ba-se las instituciones que integraban la Universi-dad (provincial) de La Plata, fundada en 1889.Desde entonces constituyó un espacio académi-co destinado al desarrollo de la investigación,la extensión universitaria y la formación pro-fesional en ciencias naturales. La coexistenciaen su estructura organizativa de Departamen-tos y Secciones destinadas a la investigación yextensión, junto con las Escuelas de formaciónprofesional, daba cuenta de los cambios ocurri-dos en el nuevo ordenamiento institucional. ElMuseo dejaba de ser un ámbito exclusivo de in-vestigación y exposición científica, y daba lugara la articulación de aquellas funciones origina-rias con la actividad docente. De este modo,en este período fueron creadas cátedras docen-tes, se contrataron nuevos profesores, y se am-plió su red de difusión e intercambio (Podgorny1992). En el nuevo esquema institucional, losinvestigadores encargados de los distintos De-partamentos y Secciones fueron incorporadosa la estructura universitaria como profesores

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(García 2003a) y la enseñanza se realizó a par-tir de un modelo de cátedra-disciplina hasta ladécada de 1930, momento en que se produjouna renovación y ampliación de la planta deinvestigadores y docentes (García 2003b).

Francisco Pascasio Moreno fue el primer di-rector del Museo y quién inicialmente desarro-lló actividades de investigación antropológica.Pero su desempeño científico excedía la antro-pología, pues también intervino en la produc-ción de saberes en geología, botánica, zoologíay paleontología. De acuerdo con Fígoli (1990),las trayectorias de Moreno y Florentino Ameg-hino estuvieron marcadas por el modelo delcientífico “naturalista”, aunque ambos mantu-vieron una rivalidad abierta, pues adscribíana diferentes esquemas de interpretación de lahistoria natural. Por tal motivo, podemos com-prender en la primera generación de antropólo-gos del Museo a individuos con trayectorias es-pecializadas en las diferentes “orientaciones” o“disciplinas” de la antropología: Samuel LafoneQuevedo (“arqueología”, “lingüística”, “folklo-re”), Roberto Lehmann-Nitsche (“lingüística”,“etnología”, “folklore”, “antropología”, “antro-pología física”), Luis María Torres (“arqueolo-gía”), Félix Outes (“arqueología”, “antropolo-gía física”, “etnología”, “lingüística”), Deside-rio Aguiar (“arqueología”), Hermann Ten Kate(“arqueología”, “etnología”) y Salvador Debe-nedetti (“arqueología”). Algunos tuvieron unaparticipación político-institucional clave en losprimeros veinte años de inscripción de la insti-tución en el esquema universitario definido porJoaquín V. González. En 1906, Samuel Lafo-ne Quevedo reemplazó a Moreno en la direc-ción del Museo y desempeñó ese cargo hastasu muerte en 1920. Ese mismo año lo sucede-ría como director y decano, Luis María Torres,elegido por dos períodos sucesivos entre 1920 y19329 .

En la década de 1930 se produjo una in-terrupción en la línea de sucesión de los an-tropólogos del Museo, básicamente, por causade jubilación y muerte, por la inexistente for-mación de discípulos y de graduados especiali-zados en antropología radicados en la institu-ción. Ten Kate, Outes, Aguiar y Debenedettiestuvieron vinculados a la institución duran-te algunos años. Lafone Quevedo falleció en1920. Torres debió jubilarse por enfermedaden 1932 y falleció en 1937. Lehmann Nitschese jubiló en 1929, partió hacia Alemania (supaís natal) y falleció en 1938. Visiblemente, las

políticas de los gobiernos nacionales del perío-do 1930 a 1943 no pueden contarse, entonces,entre las causas que produjeron esa disconti-nuidad10. Esta tendencia fue revertida con laincorporación a las cátedras y laboratorios deprofesionales procedentes de otras institucio-nes quienes, a su vez, aglutinaron en su entor-no a algunos jóvenes graduados del Museo deLa Plata.

Así pues, Milcíades Alejo Vignati (1895-1978) reemplazó a Lehmann Nitsche en 1930.Se hizo cargo del Departamento y la cátedra deAntropología, y se ocupó de temas relativos a“antropología”, “antropología física”, “arqueo-logía”, “prehistoria”, “etnología” y “lingüísti-ca”11. Su presencia institucional en el Museose extendió hasta 1955, cuando Fernando Már-quez Miranda se hizo cargo –simultáneamente–del decanato, la División de Antropología yla División de Arqueología y Etnografía. Po-co después, Márquez Miranda designó al frentede la primera a su discípulo Eduardo Mario Ci-gliano. Notablemente, desde 1955 Vignati per-dió toda presencia en las universidades públi-cas y en las publicaciones periódicas especiali-zadas en antropología; sin embargo, sí conser-vó reconocimiento en el ámbito de la Acade-mia Nacional de Geografía y en la AcademiaNacional de Historia (de las cuales era miem-bro), difundiendo en esta última trabajos sobrepoblaciones indígenas de la Patagonia en la re-vista Publicaciones y Ensayos hasta mediadosde la década de 1970.

Fernando Márquez Miranda (1897-1961) su-cedió en 1933 a Luis María Torres –de quiense consideraba discípulo– como Jefe interinodel Departamento de Arqueología y Etnogra-fía, desarrollando investigaciones en “arqueolo-gía”12. Desde 1942 continuó como Jefe titularde ese Departamento y docente de la cátedrade Arqueología y Etnografía hasta que fue exo-nerado de esos cargos (y de los que poseía enla UBA) por el Poder Ejecutivo Nacional enfebrero de 1947. Su reincorporación se produjoen 1955, cuando las autoridades universitariasdesignadas por el gobierno de la “RevoluciónLibertadora” le reestablecieron sus cargos y,además, lo nombraron decano interventor de laFacultad de Ciencias Naturales y Museo de laUNLP (1955-1957). En 1947, el cargo de Már-quez Miranda había sido cubierto interinamen-te por Vignati y al año siguiente pasó de formainterina a manos de Enrique Palavecino.

Enrique Palavecino (1900-1966) comenzó a

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dictar cursos en el Museo de La Plata en 1931.En 1933 obtuvo por concurso el cargo de pro-fesor asistente en la cátedra de Antropología yfue designado Encargado de Sección en el De-partamento homónimo. Aunque su superior in-mediato era Vignati, sus investigaciones no de-pendían sustancialmente de aquel, puesto queingresó contando con una trayectoria científi-ca reconocida llevada a cabo en el Museo deCiencias Naturales “Bernardino Rivadavia”13.En un comienzo, en el Museo de La Plata seencargó de estudios en “arqueología” y “antro-pología” (considerando con esta última catego-ría, temas que se definían como propios de la“antropología física”). Sin embargo, unos añosdespués se convertiría en el referente institu-cional en temas de “etnografía” de poblacio-nes indígenas contemporáneas y en “folklore”.En 1937 fue nombrado director del Institutode Antropología de la Universidad Nacional deTucumán, pero renunció al año siguiente; mien-tras tanto, continuó reportando como docenteen el Museo de La Plata. Entre 1943 y 1947nuevamente volvería a ser director de ese Insti-tuto. Desde 1948 –tras la expulsión de MárquezMiranda– se desempeñó en La Plata como pro-fesor interino de la cátedra de Arqueología yEtnografía hasta el año 195114. En 1955 aban-donó la institución platense y concentró su ac-tividad docente y de investigación en la UBA15

. Allí, en 1958, tras la muerte de Salvador Ca-nals Frau, fue nombrado director del MuseoEtnográfico de Buenos Aires hasta su falleci-miento en 1966. Poco antes de morir, impul-só la creación del Museo Etnográfico “DámasoArce” en la ciudad bonaerense de Olavarría.

A principios de 1949 ingresó al Museo de LaPlata Alberto Rex González (n. 1918) reempla-zando como “arqueólogo” al exonerado Már-quez Miranda. Según expresó años después, fuePalavecino quien lo contactó con el director delMuseo, Emiliano Mac Donagh. González se ha-bía formado como médico en la UniversidadNacional de Córdoba, pero se abocó a la “ar-queología” en forma amateur desde la adoles-cencia y publicaba en revistas especializadasdesde fines de la década de 1930. A instanciasde una relación con Julian Steward facilitadapor otro antropólogo argentino, Antonio Serra-no, en 1947 inició sus estudios de doctorado enla Universidad de Columbia, donde residió has-ta 1948. Tuvo una trayectoria discontinua co-mo investigador y docente en el Museo. A finesde 1955, al asumir Márquez Miranda como de-

cano y Jefe de las Divisiones de Antropología yde Arqueología y Etnografía, González fue con-firmado como profesor interino de la cátedrade Antropología y como Jefe Asesor de Inves-tigaciones de Arqueología y Etnografía. Pero,ya entonces, existían conflictos “personales” y“científicos” entre ambos que terminarían conel desplazamiento de González, quien se alejóen 195716. Su trayectoria profesional, sin em-bargo, no quedó trunca, pues desde 1954 re-emplazó a Serrano como Director del Institutode Antropología de la Facultad de Filosofía yLetras de la Universidad Nacional del Litoral(Rosario), ejerciendo esa función hasta 1957.Aunque la intervención universitaria de la “Re-volución Libertadora” de septiembre de 1955,impuso cesantías e impulsó públicamente pau-tas discriminatorias en la inscripción a concur-sos de aquellos docentes con ejercicio duran-te el período peronista, González fue ratificadoen su cargo. Pero en 1957 radicó su actividadcomo investigador en la Universidad Nacionalde Córdoba, donde también fue convocado porAntonio Serrano para ocupar el cargo de direc-tor del Instituto de Antropología que este últi-mo dejaba vacante. Según González, su aleja-miento de Rosario se debió a un conflicto insti-tucional, que –no obstante– no melló la fructí-fera relación que mantuvo con docentes y estu-diantes rosarinos que compartieron con él pro-yectos de investigación en la provincia de Ca-tamarca. Finalmente, su reincorporación “fulltime” en el Museo de La Plata se produjo en1962, tras el fallecimiento de Márquez Miran-da el año anterior y con la resolución en favorde González de un litigio que mantenía con és-te último por el concurso a un cargo en el quedesde 1959 ambos eran aspirantes; y, también,después de sostener un conflicto con su antiguomentor en Córdoba, Antonio Serrano, que pre-tendía recuperar su posición como director delInstituto de Antropología. Desde 1963 Gonzá-lez estuvo a cargo de la División de Arqueolo-gía del Museo de La Plata, donde permanecióhasta que fue cesanteado durante el “Procesode Reorganización Nacional” (1976-1983), pa-sando a concentrar su actividad académica entiempos de aquella “dictadura” en el CONI-CET y la Universidad (privada y católica) deEl Salvador.

Además de Vignati y González, la produc-ción en “arqueología” se completó con la con-tratación en 1950 de Oswald Menghin (1888-1973) como investigador y como profesor inte-

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rino de la cátedra “Prehistoria” en 1957. Este“prehistoriador” austríaco, radicado en la Ar-gentina desde 1948, permaneció en el Museohasta 1960, cuando obtuvo una dedicación ex-clusiva en la UBA. No obstante, no rompió susvínculos con el Museo, pues en reconocimientoa su trayectoria académica, ese año fue nom-brado “profesor honorario” de la Facultad deCiencias Naturales y Museo de la UniversidadNacional de La Plata17. En la institución pla-tense, González y Menghin compartieron in-vestigaciones, contándose entre las más conoci-das aquellas que efectuadas en el yacimiento deOngamira (al norte de la provincia de Córdo-ba)18. Desde 1955, también adquirió crecienterelevancia académica Eduardo Mario Cigliano(1926-1977), doctorado en el Museo de La Pla-ta en septiembre de ese mismo año con la direc-ción de González, pero con estrechos vínculosintelectuales y personales con Márquez Miran-da. Su ascendiente trayectoria institucional es-tuvo ligada al regreso de Márquez Miranda co-mo decano. Cigliano reemplazó a Vignati comoJefe de la División de Antropología durante eldecanato de Márquez Miranda quien, a su vez,retuvo para sí la Jefatura de la División Ar-queología y Etnografía hasta su muerte. Tam-bién se hizo cargo de la Dirección del Institutode Antropología en Rosario en 1958; allí, unequipo de colaboradores y estudiantes de esainstitución lo acompañó en sus investigacionesen el Valle de Santa María (Catamarca). Con lacreación de la Licenciatura en Antropología enLa Plata, Cigliano pasó a desempeñarse comoprofesor titular de la asignatura Técnica de laInvestigación Arqueológica. Desde la muerte deMárquez Miranda y con el regreso de Gonzá-lez al Museo, ambos “arqueólogos” compitieronpor el control de los recursos materiales y hu-manos destinados a la producción científica enesta disciplina. En 1964, el ingeniero AugustoCardich, fue designado como profesor adjuntocontratado en la cátedra Técnicas de Investi-gación Arqueológica y, luego, como docente dePrehistoria. Cardich ingresó como investigadory docente al Museo en el período de consolida-ción de la segunda generación de antropólogos.En este sentido, teniendo en cuenta su trayec-toria académica previa –oriundo del Perú, es-tudió los yacimientos de Lauricocha en su paísnatal, cuyos avances publicó en 1958 en la re-vista porteña Acta Prehistórica y otros resulta-dos en 1960 en Investigaciones Prehistóricas enlos Andes Peruanos de Lima- podríamos con-

siderarlo como miembro pleno de esa genera-ción. Sin embargo, su trayectoria en el Museo(que se proyecta hasta el presente), tambiénpresenta rasgos comunes con la tercera genera-ción. Por último, en 1961 fue contratado Mar-celo Bórmida (1925-1978) como docente paradictar un ciclo de diez conferencias sobre “An-tropología Biológica”. Su breve incorporaciónestá relacionada con la repentina muerte, eseaño, del docente de Antropología Biológica I(Somatología): Adolfo Dembo.

Tras el alejamiento de Palavecino, desde1958 Armando Vivante (1910-1996) quedó co-mo referente en temas de “etnología”, “etno-grafía” y “folklore”. Se había formado con JoséImbelloni, con quien habían investigado sobreel poblamiento de América y sus culturas des-de la perspectiva de la “americanística”19. En1947 fue Jefe de la sección de Antropología enel Instituto de Antropología y profesor adjuntode Etnografía General de la Universidad Na-cional de Tucumán, donde ingresó ese año conla gestión del reemplazante de Palavecino: Os-valdo L. Paulotti. Vivante ejerció la direccióninterina del Instituto en 1948 y fue sucedidopor el antropólogo Branimiro Males, tambiénligado a Imbelloni. Durante la gestión de Ma-les fue Jefe de Sección de Etnografía y Folklore.En 1958 comenzó a dictar el curso de Etnolo-gía General en el Museo de La Plata. En 1960obtuvo por concurso el cargo de profesor adjun-to en esa cátedra. En 1961 fue designado conuna dedicación exclusiva. En 1963 promovió lacreación de la División de Etnografía (separa-da por primera vez de la de Arqueología), dela cual fue su primer Jefe.

En 1960, otro antropólogo del grupo de Im-belloni, Adolfo Dembo fue nombrado profesortitular ordinario en la cátedra AntropologíaBiológica I (Somatología), en reemplazo de undiscípulo de Vignati, Juan Carlos Otamendi.Dembo se dedicó a estudios en “antropologíafísica” y “etnología” hasta su muerte en 196120.Otros antropólogos se incorporaron al cuerpode profesores titulares y adjuntos entre 1958(con la creación de la Licenciatura en Antro-pología) y 1975. Algunos ya integraban equi-pos de investigación locales, como Lilia Chávesde Azcona, Delfor Chiappe, Héctor Pucciarelli,Héctor Blas Lahitte, Roberto Ringuelet; mien-tras que otros se habían formado y/o proce-dían de otras instituciones universitarias, ta-les como José Cruz, Mario Margulis, Ana Ma-ría Lorandi, Juan Cuatrecasas, Antonio Aus-

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tral, Pedro Krapovickas; algunas de esas insti-tuciones –especialmente la de Buenos Aires yRosario– habían visto afectada la continuidadde sus docentes por la intervención universita-ria impuesta tras el golpe de estado de 1966 ypor los renunciamientos masivos de profesoresque cuestionaron aquella intervención. Por últi-mo, cabe mencionar que, al igual que en la pri-mera generación de antropólogos, algunos delos miembros la segunda –Márquez Miranda,Palavecino y Vivante– también fueron docen-tes en la Facultad de Filosofía y Letras de laUBA; en tanto que otros –Vignati, González yCigliano– no incursionaron o no consiguieronacceder a las instituciones porteñas.

3. La formación de liderazgos y de gruposde antropológicos

La discontinuidad producida en la antropolo-gía en el Museo de La Plata a comienzos de ladécada del treinta vino a subsanarse con la in-corporación de nuevos antropólogos, dado quelos fallecidos o jubilados miembros de la pri-mera no dejaron discípulos entre los escasosgraduados platenses, pues apoyaban sus tareasde laboratorio y de campo exclusivamente enla asistencia provista por los “técnicos” de lainstitución y por “peones” contratados en laslocalidades donde realizaban los viajes de cam-paña. A diferencia de sus antecesores, casi to-dos los antropólogos de la segunda generaciónresolvieron la reproducción intelectual e insti-tucional de la antropología mediante la forma-ción de discípulos, su incorporación a cátedrasy a proyectos de investigación, dando lugar ala formación de grupos académicos. Así pues,entre 1955 y 1976 se fue configurando y conso-lidando institucionalmente la trayectoria aca-démica de una nueva generación.

Los antropólogos que ingresaron entre las dé-cadas de 1930 y 1950 fueron referentes de esosgrupos. Se diferenciaban (aunque en forma noexcluyente) por las “disciplinas” u “orientacio-nes” de la antropología que practicaban: “an-tropología física”, “arqueología”, “prehistoria”,“etnología”, “etnografía”, “folklore”; tambiénpor su adscripción a corrientes intelectuales,inscripción en cátedras, Departamentos, Divi-

siones y Secciones, y por el manejo de recursosmateriales y financieros necesarios para las ta-reas de investigación en laboratorios o en elcampo. Dado el tipo de organización y sociabi-lidad universitaria argentina vigente en el pe-ríodo, donde los académicos participaban si-multáneamente en las funciones de docencia,investigación y extensión, y se integraban enun esquema de gobierno fundado en el principiode representación de pares, resultaba inevita-ble que estos antropólogos se involucraran dealguna forma en la vida político-institucionalde la Facultad y el Museo, aunque más no fuesecon fin de sobrellevar con buen suceso su pro-pia trayectoria académica y reproducción de sugrupo de discípulos21. El despliegue de esa vi-da social universitaria suponía, por un lado, laconstrucción de alianzas y luchas entre pares,y con científicos de otros campos disciplinaresdel Museo y/o de otras instituciones científicasy universitarias del país y el extranjero. Y, porotro lado, su integración subordinada respectode individuos más encumbrados del campo an-tropológico nacional e internacional, así comola producción de relaciones de superordinaciónsobre sus propios discípulos.

Una revisión de las tesis doctorales en cien-cias naturales defendidas entre el año 1944 y1977 permite reconstruir una porción relevan-te de las relaciones sociales e identidades quese conformadas en torno a los referentes deesos grupos académicos22. Con algunas excep-ciones que merecen ser explicadas con detallemás abajo, los directores de tesis orientadas enantropología eran miembros de la segunda ge-neración: Vignati, González y Vivante. En tan-to que, quienes efectuaron sus tesis doctoralesdurante este período vinieron a integrar la ter-cera generación. Ciertamente, entre estos tesis-tas debemos contar con la presencia de casosexcepcionales, que no podemos encuadrar enesa tercera generación. Por un lado, ManuelaGarcía Mosquera de Bergna, dirigida por Vig-nati, que no continuo sus actividades acadé-micas en el Museo tras el alejamiento de sudirector. Por otro lado, Eduardo Cigliano (quedefendió su tesis de doctorado en 1955), cuyatrayectoria inscribimos en la segunda genera-ción, pues constituyó un grupo académico pro-pio en el que fueron sumándose miembros dela tercera.

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30– Anuario CAS-IDES, 2006 – Historias de la antropología argentina

Año/No tesis Autor23 Director Título

1944/56 Manuela GarcíaMosquera de Bergna

Milcíades AlejoVignati

Contribución al estudio de la antropología ar-gentina. Índice cefálico, talla y proporcionesescolares en los escolares de La Plata

1955/230 Eduardo MarioCigliano

Alberto RexGonzález

Arqueología de la zona de Fiambalasto. Pro-vincia de Catamarca. República Argentina

1962/252 Horacio D. Chiappe Alberto RexGonzález

Estudio Arqueológico de la Colección Meth-fessel del Museo de La Plata

1962/253 Mario Cellone Armando Vivante La máscara etnográfica en el territorio argen-tino

1968/276 Omar A.Gancedo Armando Vivante Estudio sobre los guayaquí

1970/282 Héctor Blas Líate Rodolfo Agoglia Integración y metodología de las ciencias hu-manas

1970/285 Rodolfo A. Raffino Eduardo M. CiglianoEstudio sobre los sitos de cultivo en la Que-brada del Toro y borde puneño meridional dela provincia de Salta

1971/291 Francisco R. Carnese Marcos Palatnik Grupos sanguíneos en tejidos humanos; susimplicancias antropológicas

1971/294 Héctor M. Pucciarelli Lilia Esther Cháves deAzcona

Variaciones craneanas en grupos raciales abo-rígenes de la República Argentina

1971/300 Néstor H. Palma Armando Vivante Investigaciones sobre la cultura folk en el cua-dro antropológico de la puna argentina

1972/308 Diana Susana Rolandide Perrot Eduardo M. Cigliano

Estudio sobre los textiles del yacimiento ar-queológico de Santa Rosa de Tastil (Provinciade Salta)

1974/325 Bernardo Dougherty Alberto RexGonzález

Nuevos aportes para el conocimiento del com-plejo arqueológico San Francisco (sector sep-tentrional de la región de las selvas occidenta-les, subárea del noroeste argentino)

1974/330 Susana Ringuelet Alberto JoséMarcellino

Investigación somatológica y biométrica encrecimiento y desarrollo infantil; estudio di-ferencial de dos poblaciones argentinas: SanAntonio de los Cobres, provincia de Salta, yLa Plata, provincia de Buenos Aires

1976/346 María Carlota Sempéde Gómez Llanes

Alberto RexGonzález

Contribución a la arqueología del valle deAbancán, Departamento de Tinogasta, pro-vincia de Catamarca

1977/353 Humberto Lagiglia Eduardo M. Cigliano Arqueología y ambiente natural de los Vallesdel Atuel y Diamante, San Rafael

Alrededor de trescientas tesis de Doctora-do en Ciencias Naturales fueron aprobadas en-tre la defensa de García Mosquera de Berg-na y la de Lagiglia, incluyendo las “especiali-dades” de “geología” (principalmente), “botá-nica”, “zoología”, “paleontología”, “antropolo-gía”. De aquellas, sólo 15 tesis correspondierona la “especialidad antropología”24:

• Cuatro estuvieron orientadas en temas que–de acuerdo con las clasificaciones nativas–pueden inscribirse en el campo de la “antro-pología”/“antropología física”/“antropolo-gía biológica”. Sus directores fueron Milcía-des Alejo Vignati, Lilia Cháves de Azcona(ambos docentes del Museo), Alberto Jo-sé Marcellino (doctor en Medicina, docente

e investigador de la Universidad Nacionalde Córdoba) y Marcos Palatnik (doctor enQuímica, docente e investigador de la Fa-cultad de Ciencias Exactas de la UNLP).

• Tres orientadas en “etnología”/“etnogra-fía”/“folklore”, dirigidas por Armando Vi-vante.

• Siete en “arqueología”, siendo sus directo-res Alberto Rex González (cuatro) y Eduar-do Mario Cigliano (tres).

• Una que, por el problema y objeto queaborda, compete a temas de epistemologíay metodología de análisis en ciencias hu-manas, pero aparece clasificada como de“antropología”, pues tenía por referencia laproducción científica en esta “especialidad”.Esta tesis fue dirigida por el doctor en Fi-

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losofía Rodolfo Agoglia, por entonces Di-rector del Departamento de Filosofía de laFacultad de Humanidades y Ciencias de laEducación de la UNLP.

El desempeño cotidiano en el laboratorio yen los viajes de campaña en “antropología fí-sica”, “antropología biológica”, “arqueología”,“etnografía”, el acceso al equipamiento y finan-ciamiento suficiente para la realización del tra-bajo en sitios alejados de las instituciones cien-tíficas y lugares de residencia de los antropólo-gos, la constitución de equipos de trabajo, y laestrecha relación de intercambio con los centrometropolitanos del saber científico, debían sergarantizados con unos recursos materiales y fi-nancieros mínimos y necesarios, sin los cualesla actividad era impensable. Esta afirmaciónpuede resultar baladí al lector, pues, sin du-das, cualquier producción científica demandala concurrencia de estos elementos para teneréxito de acuerdo con parámetros internacional-mente reconocidos. No obstante, debe tomar-se en consideración que las condiciones socia-les en que se realizaba la producción de lashumanidades y de las ciencias sociales en laArgentina del siglo XX (incluso aquella pro-ducción bien sucedida), remite a la configura-ción de un tipo de actividad más bien indivi-dual, artesanal, realizada con recursos mate-riales relativamente escasos. En este sentido,es importante tener en cuenta que las condi-ciones en que se desarrollaba la antropologíaen el Museo demandaba la adscripción de losestudiantes de grado, graduados y doctoran-dos en equipos de investigación radicados en losDepartamentos/Divisiones/Secciones, pues esainscripción permitía la participación en pro-yectos y, en consecuencia, el acceso al labo-ratorio, colecciones, diversos recursos necesa-rios para realizar el trabajo de campo, becasy subsidios, y a publicar en revistas especiali-zadas nacionales e internacionales. Por tal mo-tivo, el control de esos espacios instituciona-les por parte de los antropólogos de la segun-da generación era un instrumento fundamentalen la producción y reproducción de sus gru-pos académicos. En tanto que, para los jóve-nes antropólogos recién graduados y/o docto-rados, su incorporación a los mismos y, conello, los compromisos intelectuales, institucio-nales y personales que trababan con sus líde-res, constituía el único camino socialmente re-conocido para iniciar y desarrollar una carrera

profesional en el ámbito universitario y cientí-fico25.

4. Los estudios de poblaciones indígenascontemporáneas y comunidades folk

Un recorrido por los investigadores que en elMuseo de La Plata estudiaron poblaciones in-dígenas contemporáneas y comunidades folk,permite comprobar qué incidencia tuvieron eneste campo las determinaciones políticas, ytambién cuál fue la eficacia social de los lideraz-gos académicos en la producción y reproduc-ción de grupos antropológicos en este ámbitouniversitario y científico.

Mientras Vignati estuvo a cargo del Departa-mento y en la cátedra de Antropología con él seformaron como antropólogos ejerciendo la do-cencia y participando de investigaciones: JuanCarlos Otamendi, Luis Bergna, Manuela Gar-cía Mosquera de Bergna, María Elena Villagrade Cobanera, Lilia Cháves de Azcona, AdolfoLuis Poncet y Sara del Vó. Durante las décadasde 1930 y 1940, en forma notoria, Vignati fueel único antropólogo que consiguió conformarun grupo de estudiantes y graduados estrecha-mente vinculados con su actividad docente ycientífica. No me ocuparé aquí de su produc-ción antropológica, dado que no se abocó alestudio de comunidades folk y sus investigacio-nes sobre indígenas tuvieron por objeto (con laexcepción de algunos indígenas de la Patago-nia argentina) poblaciones históricas26. Tam-poco incluiré en esta oportunidad a FernandoMárquez Miranda, fundamentalmente recono-cido por sus contemporáneos como especialistaen “arqueología”, pero que fue docente de lacátedra “Arqueología y Etnografía”, incursio-nó en la escritura de algunos textos referidosa “etnología”27, y en algunos trabajos se in-teresó en relacionar las formas de vida actua-les con otras correspondientes a las poblacionespre-históricas e históricas que investigaba28.

Comenzaremos, entonces, con Enrique Pala-vecino. En la década de 1930 estaba a cargo delos trabajos prácticos de la cátedra de Antro-pología (donde también dictaba algunas clasesteóricas del programa) y era Encargado de Sec-ción ad honorem. No formaba parte del grupoacadémico de Vignati, pues ya poseía una tra-yectoria científica como Jefe de Etnografía delMuseo de Ciencias Naturales de la ciudad de

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Buenos Aires, y había publicado trabajos sobreel “Calco endocraneano y desarrollo del cere-bro” (1918/19 y 1920/1921) y el “Endocráneode ‘Diprothomo platenses” (1921) en la revistacientífica Physis29. Continuó con investigacio-nes sobre “lingüística” destinadas al reconoci-miento de “elementos Oceánicos en el Quichua”y análisis comparado del “Quichua y Maorí”,en la línea de los estudios en “americanística”de José Imbelloni, cuyos resultados publicó enla revista científica porteña Gaea (1926) y enActas del 22o Congreso Internacional de Ameri-canistas de Roma (1926), respectivamente. En1928 comenzó a centrar de forma continua suatención en las poblaciones indígenas del Cha-co30. Producto de esas investigaciones fueronlas publicaciones: “Observaciones etnográficassobre las tribus aborígenes del Chaco Occiden-tal” en Gaea (1928); “Observaciones etnográ-ficas y lingüísticas sobre los indios Tapieté” enla Revista de la Sociedad de Amigos de la Ar-queología de Montevideo (1930); “Notas sobreel mocasín en el Chaco” en Revista del Insti-tuto de Etnología de la Universidad de Tucu-mán (1932); “Los indios Pilagá del Pilcoma-yo” en los Anales del Museo Nacional de His-toria Natural de Buenos Aires y en Anthro-pos (ambos en 1933), artículos sobre el “Cha-co” y los “Mataco”, por encargo del comité deredacción de la Enciclopedia Italiana (1933);en la Revista Geográfica Americana de Bue-nos Aires publicó “Artes, juegos y deportes delos indios del Chaco” (1934), “D’Orbigny et-nógrafo” (1934), “Notas sobre la religión de losindios del Chaco” (1935), “Los indios chunu-pí” (1934), “La enfermedad y la muerte entrelos indios del Chaco” (1936), “Máscaras chiri-guanas” (1940); “Relación de un viaje científi-co a Formosa” en Riel y Fomento (1936); unacomunicación presentada a la Sociedad de An-tropología sobre “El uso del arpón entre los in-dios del Chaco”; el capítulo correspondiente a“Las culturas aborígenes del Chaco” del tomoI correspondiente a poblaciones indígenas dela Historia de la Nación Argentina editado porla Junta de Historia y Numismática America-na bajo la dirección de Ricardo Levene (1939);“Takjuaj, un personaje mitológico de los mata-co” (1940) y “Algunas informaciones de intro-ducción a un estudio sobre los chané” (1949),en la Revista del Museo de La Plata; “Síntesishistórica” sobre los “aborígenes de Santiago delEstero” (1940), “Prácticas funerarias norteñas:la de los indios del Chaco” (1944), “Alfarería

chaqueña” (1944) en Relaciones de la SociedadArgentina de Antropología; “Los indios chanésdel río Itiyuro” en co-autoría con Delia Millánde Palavecino (1956) y “Algunas notas sobre latransculturación del indio chaqueño” (1959) enRuna, Archivo para las Ciencias del Hombre31.

El trabajo de campo que nutrió sus pesquisassobre el Chaco, entre fines de las décadas delveinte y la del cuarenta, fue efectuado en diver-sas oportunidades: “Viaje etnográfico y antro-pológico al Chaco salteño” (1927), “Viaje etno-gráfico al Pilcomayo” (de agosto a noviembrede 1929) y “Viaje etnográfico y antropológi-co al Territorio de Formosa y Chaco Salteño”(enero a abril de 1935), ambos con el auspicioy financiamiento del Museo de Ciencias Natu-rales de Buenos Aires. Posteriormente, realizóotro “Viaje etnográfico y antropológico al Cha-co” con el apoyo de aquel museo porteño y delMuseo de La Plata (de noviembre de 1936 aabril de 1937) para estudiar a los “tobas” y“matacos”32. Dos años después, durante el tra-bajo de campo en el Departamento de Cruzdel Eje (provincia de Córdoba), permaneciópor “tres meses exhumando cerca de cuaren-ta esqueletos”. En esta ocasión, además, tuvooportunidad de reunir “una cierta cantidad dedatos referentes al Fol-klore y geografía huma-na de la región”33. En 1940, por indicación delPresidente de la “Comisión de Medición de unArco de Meridiano” (Ley Nacional No 12.334)y con autorización del Director del Museo deLa Plata, emprendió un viaje de campaña pa-ra estudiar a los “indios chané”. En su informedejaba constancia que: “Aunque el campo deestudio abarcó prácticamente la totalidad de lacultura, tres son los sectores principales en losque pude realizar observaciones de interés: lahabitación, la cerámica y las prácticas funera-rias”34. Ese trabajo se complementaba con unaexpedición encomendada a Palavecino por elMuseo de Ciencias Naturales de Buenos Airesen 1939, y otra efectuada en el Chaco salteñojunto con su esposa María Delia Millán de Pa-lavecino, entre octubre de 1941 y abril de 1942,con el auspicio de este último Museo, del Museode La Plata y de la Comisión de Medición de unArco del Meridiano35. Este estudio “etnográfi-co” de las poblaciones “toba”, “mataco”, “chi-riguano”, “chané” y “tapí”, remitía –en opiniónde Palavecino– a las características de su “baseeconómica”, “habitación”, “vestido”, “alfare-ría”, “cocina”, “organización social”, “familia”,“vida religiosa” y “magia”, “idiomas”, “depor-

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te” y “ornamentación”. Al mismo tiempo, con-templaba una dimensión “antropológica”: “re-levamientos métricos”, observaciones sobre lapresencia de la “mancha mongólica en muñe-cas, tobillos y región sacral”36. Por último, lareferencia al “fol-klore y geografía humana” re-mite al estudio de las poblaciones “criollas” ac-tuales de “regiones” como el norte de la provin-cia de Córdoba. En los distintos viajes recogióuna extensa cantidad de “material etnográfi-co” que, luego, organizó en colecciones en laSección de Etnografía del Museo de CienciasNaturales “Bernardino Rivadavia” y en la Sec-ción de Antropología del Museo de La Plata37

. En 1932, en el 25o Congreso Internacional deAmericanistas de La Plata, presentó la primeraversión de un trabajo clave para el estudio depoblaciones indígenas en la Argentina: “Áreasculturales del territorio argentino”38. Una re-elaboración subsiguiente fue publicada como“Áreas y capas culturales en el territorio argen-tino” en los Anales de la Sociedad Argentinade Estudios Geográficos (1948). Posteriormen-te, teniendo en cuenta ambos trabajos, pusoen circulación tres artículos en los que definíay delimitaba las áreas folk: “Áreas de culturafolk en el territorio argentino (esbozo preelimi-nar)”, publicado en una compilación reunidapor José Imbelloni, Folklore argentino (1959);“Áreas de cultura folk en Argentina”, presenta-do en las Jornadas Internacionales de Arqueo-logía y Etnografía (Buenos Aires, 1960); y “Re-giones folklóricas y regiones económicas en laRepública Argentina”, en Revista de Econo-mía Regional del Consejo Federal de Inversio-nes (1965). En esta misma línea puede mencio-narse, además, “El cambio cultural”, publicadoen la revista mendocina Philosopia (1962).

Mientras fue docente e investigador del Mu-seo de La Plata, Palavecino no dirigió ningu-na de las tesis doctorales defendidas39. Tam-poco constituyó grupos de investigación y do-cencia, de modo que, tras su alejamiento dela institución, no quedaron antropólogos quese reconocieran como discípulos suyos. No obs-tante, sus investigaciones contribuyeron a quetres discípulos de Armando Vivante definieranlos problemas y objetos de sus tesis de doctora-do (Mario Cellone, Omar Gancedo y Néstor H.Palma) y otro (Delfor Chiappe) de sus inves-tigaciones, dando continuidad a los temas quePalavecino venía actualizando desde la décadade 1930. Ya se ha señalado que Vivante se erigiócomo referente en el estudio de poblaciones in-

dígenas contemporáneas y de comunidades folkcuando Palavecino abandonó el Museo de LaPlata. Así pues, desde principios de la décadade 1950, Vivante orientó su labor científica alconocimiento de cuestiones relativas al estudiodel “folklore” en la Argentina, publicando: “So-bre el concepto de supervivencia en folklore” enRevista del Instituto de Antropología de Tucu-mán (1950-1951); “Concepto de pueblo en folk-lore” en Ciencia Nueva, Revista de Etnología yArqueología; el libro Muerte, magia y religiónen el folklore (1953); “El maleficio por mediode imágenes” (1952), “El despenamiento en elfolklore y la etnografía” (1956) y “Revisionismoen la etnología” (1958-1959) en Runa, Archivopara las Ciencias del Hombre; “Medicina folk-lórica” en la compilación de Imbelloni, Folklo-re argentino (1959); “Los niveles referencialesheurísticos del folklore argentino” en Cuader-nos del Instituto Nacional de InvestigacionesFolklóricas (1961); “Aporte de la antropologíaa la medicina sanitaria” en la Revista de SaludPública del Ministerio de Salud Pública de laProvincia de Buenos Aires (1965); y otros tra-bajos en co-autoría con Néstor Homero Palma(ver infra). Vivante también abordaba estos tó-picos en la cátedra de Folklore argentino en laFacultad de Filosofía y Letras de la UBA (entre1961 y 1962) y en cursos de Etnografía Generaly Etnografía Americana en la Facultad de Fi-losofía y Letras de la Universidad Nacional delLitoral (1961)40. Estas publicaciones estuvie-ron mayoritariamente orientadas por los resul-tados de investigaciones realizadas en la regióndel noroeste argentino. Asimismo, la conforma-ción de un grupo de investigadores reclutadosentre sus discípulos del Museo de La Plata lepermitió ampliar las temáticas que compren-dían sus competencias académicas, avanzandodesde el estudio del folklore al de las poblacio-nes indígenas contemporáneas41. En la décadade 1960, además, continuó trabajando algunastemáticas “americanistas” sobre el poblamien-to de América en las que lo iniciara Imbelloni42.Por último, desde los años cincuenta intervinoen el debate antropológico argentino con textosteóricos y programáticos como: “Revisionismoen etnología”, en Runa, Archivos para la Cien-cias del Hombre (1958-1959); “Observacionessobre la definición de antropología” (1968), enRevista del Museo de La Plata; “Paisaje y nive-les de análisis ecológico desde el punto de vistaantropológico” (1973) –co-autoría con NéstorH. Palma–, “Etología y antropología” (1974) y

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“Observaciones sobre la definición de antropo-logía física” (1970), en Relaciones de la Socie-dad Argentina de Antropología; y “Tetrapuset Mutus (i.s.)”, un ensayo sobre las relacio-nes entre naturaleza y cultura en el estudio delhombre, publicado en Obra del Centenario delMuseo de La Plata, tomo II (1977). Este últimoartículo fue publicado en co-autoría con OmarGancedo y Néstor H. Palma. Allí se aborda-ba una cuestión cara a las preocupaciones desu maestro, José Imbelloni, que en el escenariodel Museo de La Plata tenía por referente en lainvestigación y la docencia a la única discípulade Vignati especializada en “antropología físi-ca” que había sobrevivido al desmembramientode su grupo: Lilia Cháves de Azcona43. Por úl-timo, Vivante también publicó ensayos en losque establecía relaciones entre cultura y na-turaleza, tales como: “Antropología de la ce-rebralización” (1978) y “Niveles de lo natural”(1979), ambos en Relaciones de la Sociedad Ar-gentina de Antropología.

A continuación, veremos la producción cien-tífica de los miembros del grupo académico deVivante, tomando como referencia las tesis dedoctorado y los resultados publicados a partirde aquellas. Mario Cellone se había Licencia-do en Antropología y Doctorado en CienciasNaturales en la UNLP. Era “hermano maris-ta” y dirigió la revista Luján, órgano internode la provincia marista de Luján. Tras la de-fensa de su tesis de doctorado, su investigaciónno se difundió en revistas académicas argenti-nas especializadas en antropología, y tampocomantuvo relaciones institucionales con inves-tigadores y docentes de otros grupos del Mu-seo de La Plata. Su trayectoria en el campoantropológico argentino se pierde en los añossesenta44. Su tesis se denominó La máscara et-nográfica en el territorio argentino y fue defen-dida en 1962. Allí analizó colecciones de “mas-caras arqueológicas” y “máscaras etnográficas”reunidas en diferentes museos de la Argenti-na, comprendiendo –entre otras– las coleccio-nes conformadas por Palavecino a partir de sutrabajo de campo. También tomó como refe-rencia los trabajos precursores de este últimosobre esta temática: uno referido a la región delChaco –“Máscaras chiriguanas”, en Revista deGeografía Americana (1940)–, dos sobre el no-roeste argentino –“Una máscara de madera deLoma Morada, Catamarca”, en Relaciones dela Sociedad Argentina de Antropología (1944),y “Máscaras de piedra del N.O. argentino”, en

Notas del Museo de La Plata (1949)–, y otro devocación universalista –La máscara y la cultu-ra (1954). Cellone no realizó trabajo de campoetnográfico. Su tesis contiene una descripción yanálisis de máscaras “etnográficas” y “arqueo-lógicas” (382 y 36, respectivamente) pertene-cientes al Museo Etnográfico de Buenos Aires,Museo de Ciencias Naturales de La Plata, Mu-seo Etnográfico de Tucumán, Museo Folklóricodel Noroeste “General Belgrano” (Tucumán),Museo de Entre Ríos, Museo Calchaquí (Cata-marca), Museo de Ciencias Naturales de Sal-ta, Museo de Prehistoria y Arqueología (Tu-cumán), la Colección Canals Frau, ColecciónDoctor Romaña, y de Adan Quiroga. En el es-tado de la cuestión también hizo referencia acatálogos de máscaras de museos y coleccio-nes europeas y americanas; no obstante, no in-cluyó esas piezas como objeto de estudio. Si-guiendo a Palavecino (1954) definió a la más-cara como “uno de los rasgos culturales másuniversalmente admitidos. Tan es así que per-dura a través de los tiempos y sigue la evolu-ción de los pueblos que la poseyeron”. Su in-vestigación llegó a la conclusión de que, por unlado, la “máscara arqueológica” testimonia lapresencia y uso de estas piezas en las pobla-ciones precolombinas. Su localización espacialse corresponde –de acuerdo con los registros ar-queológicos disponibles– con la región noroestede la Argentina, habiendo de distintos materia-les: piedra, cuero, barro cocido, madera, arci-lla, oro y, posiblemente, cerámica. Su funciónsocial se relaciona con las festividades indíge-nas, “sin que sea prudente descartar su relacióncon los muertos”. Por otro lado, la “máscaraetnográfica” tiene presencia actual en la regióndel Chaco (“chanés”, “tobas guaranitizados”,“tapí”, “chiriguanos-tapí”, “chiriguanos”, “ta-pé”, “chiriguanos-chané”, “matacos”, “tobas”)y hasta hace pocos años en la región fueguina(“yaganes”) y proximidades del Volcán Lanínen Neuquén (“araucanos”); representan figurasantropomorfas y zoomorfas, y están elaboradascon madera, lata, fieltro, cuero, calabazas, lo-na, plato, cartón, género, corteza y caparazón.En su opinión, el uso de las máscaras era yes privativo de los hombres, no de las mujeres.Las conclusiones de su investigación confirma-ban las tesis de Palavecino, para quien las más-caras se encuentran en conexión con “ceremo-nias mágicas” y “danzas de espíritus” o “panto-mímicas” de las poblaciones autóctonas; perotambién pueden ligarse a la fiesta del “carna-

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val”, introducida por los conquistadores euro-peos. Cellone decía que, bajo esta última for-ma, “La función de la máscara empleada porlos aborígenes es seguramente un vestigio máso menos viviente del viejo uso mágico, religio-so y confinado en el carnaval de los blancospor imperio de la prédica cristiana”. Finalmen-te, señalaba que el uso de la “máscara etno-gráfica” persiste en “forma más o menos pu-ra” –es decir, “no asimilada al carnaval”– en laregión chaqueña y también hasta hace pocosaños, aunque “muy mestizada”, en la regiónfueguina. Esta preocupación por la problemáti-ca del “cambio cultural”, “asimilación”, “acul-turación”, presente en trabajos de Palavecinoy Vivante, aparecerá seguidamente como cues-tión relevante en las otras dos tesis de docto-rado dirigidas por este último.

Omar Gancedo alcanzó el grado académi-co de Licenciado en Antropología y Doctoren Ciencias Naturales por la UNLP. Se ini-ció en la investigación en 1960 con una be-ca para estudiantes universitarios que obtuvopor concurso y que realizó con la dirección deCigliano. Luego se integró al grupo de Vivan-te, pero mantuvo relaciones con su antiguo di-rector, con quien publicó un trabajo derivadode los resultados de su tesis de doctorado45.Tomando como referencia el conjunto de tesisde la “especialidad” “antropología” compren-didas en el período objeto de estudio de es-te trabajo, sólo la de Gancedo indagó sobreuna población localizada fuera del territorionacional argentino. Hizo trabajo de campo et-nográfico en poblaciones indígenas actuales yexpuso sus resultados en su tesis: Estudios so-bre los guayaquí, defendida en 1968. Palaveci-no y Vivante no habían incursionado en estu-dios sobre esta población, sin embargo, Gan-cedo contaba con los trabajos predecesores dedos antropólogos de la primera generación delMuseo que los abordaron en la región de Vi-lla Rica: “Description de leurs caracteres phi-siques” de los “guayaquí”, de Hermann TenKate, publicado en Anales del Museo de LaPlata (1897), y “Quelques observations nou-velles sur les indiens guayaquis du Paraguay”,de Roberto Lehmann-Nitsche, en Revista delMuseo de La Plata (1899). Su investigación,entonces, tuvo por interlocutores a aquellosdos antropólogos y a otros extranjeros que–mediante el trabajo de campo etnográfico– in-dagaron diversos grupos “guayaquí”, tales co-mo: F. C. Mayntzhussen (1924/1926), Guiller-

mo Tell Bertoni (1939), Herbert Baldus y Al-fred Metraux (1946), León Cadogán (1962)46.Gancedo contó para su investigación con unabeca y subsidio del Concejo Nacional de In-vestigaciones Científicas y Tecnológicas (CO-NICET), que le permitió trasladarse al Para-guay donde hizo trabajo de campo etnográficocon un grupo que, desde 1960, estaba asentadoen las proximidades de la ciudad de Villa Ri-ca, debido al “impacto de la creciente coloni-zación” de los territorios que ocupaban en for-ma “libre”. Estos indígenas se habían instaladoen un “campamento” en las “tierras del subo-ficial Manuel de Jesús Pereyra y acataron suautoridad”. Este “grupo aculturado de ArroyoMorotí” –como lo denominaba Gancedo– es-taba integrado por 77 individuos, de los cua-les 39 eran adultos (24 varones y 15 muje-res) y 38 adolescentes y niños (23 varones y15 mujeres). Definía su trabajo como “esen-cialmente etnográfico”, pues “tiende a resca-tar la mayor cantidad de bienes de una cul-tura que se extingue”, ocupándose de “pue-blos escasamente conocidos”, y desarrollandouna tarea que, con posterioridad, “permitirá aletnólogo poseer nuevos datos para su trabajode síntesis”. Reunió sistemáticamente informa-ción sobre: “actividades de subsistencia”, “ali-mentación y preparación de alimentos”, “cam-pamento” y “habitación”, “vestido” y “ador-nos”, “alteraciones corporales”, “transporte”,“cestería”, “tejidos”, “cordelería”, “herramien-tas e instrumentos”, la “comunidad” y la “fa-milia”, el “matrimonio”, la “reproducción”, la“adolescencia” y la “ancianidad”, “funebria”,“creencias religiosas” (“animismo”, “escatolo-gía”, “seres sobrenaturales” y “deidades”), “be-llas artes”, “enfermedades”, “lenguaje” y “so-matología”. En el curso del trabajo de campo sehizo de diversas y numerosas “piezas etnográ-ficas”, que fueron incorporadas al patrimoniodel Museo de La Plata y expuestas en la “Salade Etnografía” como la “Colección Gancedo”.Consideraba que buena parte de aquellos “ob-jetos” y “costumbres” de los “guayaquí en es-tado libre”, “de cuando el grupo vagaba por laselva”, estaban “desapareciendo por influenciade la aculturación” y la “adopción cultural” deotros “objetos” y “costumbres”. Los estudiosen “antropología física” de la población-objetofueron realizados con la orientación de LiliaCháves de Azcona, a quien agradece, ya que“según la estructuración que tienen las cien-cias, no es tarea del etnógrafo realizar este tra-

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bajo y en muchos casos se pierde un importantematerial al no poder efectuarse el estudio indi-cado”. Como resultados de su tesis, Gancedopublicó en la Revista del Museo de La Plata,Sección Antropología: “Sobre el arco y la flechade los guayaquí” (1968); “Nuevas observacionessobre el arco y la flecha de los guayaquí” (1972)en co-autoría con Armando Vivante; y “Ceste-ría guayaquí” (1971). Y en otras publicacionesespecializadas: “Fonología segmental de un dia-lecto guayaquí” (1972) y “Observaciones sobreherramientas e instrumentos utilizados por losguayaquí” (1973), en Relaciones de la SociedadArgentina de Antropología; y “La palma pin-dó (Syagrus romanzoffianum) y su importanciaentre los indios guayaquí”, escrito en co-autoríacon una botánica del Museo, Genevieve Daw-son, e incorporado en Obra del Centenario delMuseo de La Plata, tomo II (1977)47.

Néstor Homero Palma era Licenciado en An-tropología y Doctor en Ciencias Naturales porla UNLP. Su actividad docente se desarrollabaa principios de la década de 1970 en la Facul-tad de Ciencias Naturales y Museo, en la deCiencias Médicas, y la de Odontología de laUNLP, así como en la Facultad de Medicinade la UBA. En 1979 fue nombrado docente enla Universidad Nacional de Salta. En la ciudadde Salta también dirigió el Museo Provincialde Antropología. El máximo cargo institucio-nal que ejerció en el Museo de La Plata fuecomo Jefe de Departamento de Antropologíadurante el período de la denominada “norma-lización universitaria” (1983-1986). En los co-mienzos de su formación de postgrado contócon una beca de investigación del CONICETdestinada al financiamiento de su trabajo decampo sobre poblaciones folk que fueron objetode su tesis de doctorado, Investigaciones sobrela cultura folk en el cuadro antropológico de laPuna argentina, defendida en 1972. Desde laindagación de fuentes históricas y de su pro-pio material elaborado en el trabajo de campo,dialogando con investigaciones en “geología”,“geografía”, “historia”, “arqueología”, “prehis-toria”, “demografía” y el “folklore” de la “re-gión”, investigó las características del “hom-bre puneño” y su “adscripción” a una “culturafolk”. Dos referencias antropológicas compare-cen en su definición de la Puna como “culturafolk”. Por un lado, su calificación como “áreafolk” desde los criterios que explicitara previa-mente Palavecino (ver supra). Por otro lado,su inscripción en la descripción de la “cultura

folk” propuesta por Robert Redfield para las“sociedades con esquemas socioeconómicos defundamentos ‘primitivos’, en sus vinculacionesde grados diferentes (continuum folk-urbano)con las formas de organización social típica-mente urbanas”. Al respecto, Palma consideraque: “El material presentado satisface a las dosvertientes programáticas de este trabajo, cua-les son, en primer término, proceder al releva-miento y análisis de los hechos culturales queprotagoniza el hombre autóctono de la regióny en segundo lugar intentar su adscripción aun modelos cultural”. Palma se interesó por elconocimiento de diferentes períodos históricosde la “región puneña”, que definió como “tiem-po prehistórico”, “colonización” y “organiza-ción nacional”. Dio cuenta de la evolución desu “demografía”, “formas económicas” y “ra-ciología”. También abordó los “problemas sa-nitarios y educacionales” y, muy especialmen-te, la “medicina popular”48, la “obstetricia”,“antropofagia”, aspectos de la “funebria” co-mo el “culto del cráneo”, “lavatorio”, “ahor-cadura de los muertos”. La consideración delconjunto de estos fenómenos le permitió mos-trar cómo la “sociedad puneña autóctona” fuetransformándose desde el período de coloniza-ción española hasta el presente en una “socie-dad mixta”. Más aún, desde su incorporación ala “sociedad nacional”, esos cambios y mixtu-ras habilitan su caracterización como “culturafolk”, es decir, como una sociedad donde son vi-sibles las tensiones operadas entre la sociedadoriginaria con “antiquísimas concepciones pro-pias del hombre autóctono”, y el desarrollo delos “modernos centros industriales” y “las for-mas más evolucionadas del desarrollo cultural”.En este sentido, vale la pena detenerse a com-parar la perspectiva de Palma sobre el “cam-bio cultural” con la de otros tesistas dirigidospor Vivante. Pues, mientras que Cellone enfa-tizaba la “desaparición” del “uso autóctono dela máscara etnográfica” en las poblaciones in-dígenas actuales (con la excepción de algunasde la región del Chaco); y Gancedo destacabala progresiva “aculturación” o “asimilación” delos “guayaquí autóctonos” en un contexto de“colonización” de sus tierras que ponía fin a suforma de “vida libre”. Por el contrario, Palmallamaba la atención sobre la notable persisten-cia y la reproducción secular de ciertos rasgos“autóctonos” del “hombre puneño” –en parte,resultantes de su situación de relativo “aisla-miento” respecto de los “centros industriales”–

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y, simultáneamente, constataba que esa situa-ción no expresaba pura inmutabilidad, sino laafirmación de ciertas continuidades en un es-cenario de lenta y progresiva degradación desus condiciones sociales, económicas y cultu-rales de existencia. Algunos resultados de susinvestigaciones en la Puna fueron publicadosen co-autoría con Vivante: “Habitaciones po-zos y semipozos con paredes de guano en laPuna Argentina” (1966) e “Interpretación delas prácticas geofágicas en la puna argentina”(1968) en la Revista del Museo de La Plata;“Antropofagia en el noroeste argentino” (1967)y “Obstetricia de la puna salto-jujeña” (1968)en la Revista de Salud Pública del Ministeriode Bienestar Social de la Provincia de Bue-nos Aires; “Sobre el concepto de periodifica-ción, Nota a propósito de la prehistoria delNoroeste argentino” en Anales de Arqueolo-gía y Etnografía de la Universidad Nacionalde Cuyo; “Antropología, medicina y planes sa-nitarios” en Cuadernos de Salud Pública dela Facultad de Medicina de la UBA (1970);y Magia y daño por imágenes en la sociedadargentina (1972). Asimismo, otros trabajos re-lacionados con su tesis fueron: “Observacionesa propósito de la radiología sexológica pune-ña” (1971), “Un enfoque antropológico de losproblemas educacionales y médico-sanitarios:consideraciones de antropología aplicada a laproblemática médico-sanitaria y educacional, apropósito de una investigación en la Puna ar-gentina” (1972) y “Propuesta de criterio antro-pológico para una sistematización de las com-ponentes ‘teóricas’ de la medicina popular, apropósito de la enfermedad del susto” (1974)–co-autoría con Graciela Torres Vildoza– to-dos en Relaciones de la Sociedad Argentina deAntropología; “Transfiguraciones antropológi-cas de la Puna argentina” en la Revista delMuseo de La Plata (1972); Estudio antropo-lógico de la medicina popular de la Puna ar-gentina (1973); y en co-autoría con GracielaTorres Vildoza, Stella Frerrarini, Alicia Alba-gli, “Antropología y Medicina. Enfoque antro-pológico para una ecología cultural de los pro-blemas médico-sanitarios: análisis de una ca-suística”, en Obra del Centenario del Museode La Plata, tomo II (1977).

Por último, la nómina de integrantes del gru-po académico de Vivante se completaba conDelfor Horacio Chiappe. Aunque su tesis dedoctorado estaba referida a temáticas de “ar-queología” y fue dirigida por Alberto Rex Gon-

zález, desde principios de los años sesenta se in-tegró al grupo del primero. Licenciado en Cien-cias Biológicas (hizo sus cursos de grado con elplan de estudios vigente antes de la creaciónde la Licenciatura en Antropología) y Doctoren Ciencias Naturales por la UNLP. Fue desig-nado ayudante de sección diplomado (ad hono-rem) de División en 1960. Ese mismo año fuenombrado jefe de trabajos prácticos de la cáte-dra de Fundamentos de Antropología y en 1965profesor titular. En los años sesenta tambiénfue profesor en la Facultad de Filosofía y Letrasde la Universidad Nacional del Litoral. Juntocon Vivante publicó Introducción a la carto-grafía de los indígenas (1968), Observacionessobre la dinámica de la etnodeformación cefá-lica (1968). Otros trabajos de su autoría son:Notas sobre dos casos de anisomastia entre losmotilones de Colombia (1965); Los chaquen-ses típicos –Los matacos– Ensayo sobre unacomunidad actual (1968); Los chaquenses típi-cos: Los chorote (1970); “Estudio integral sobreuna comunidad mataco actual”, en revista Ar-gentina de Leprología, publicación del Minis-terio de Asistencia Social y Salud Pública dela Nación49. En estas tres últimas investigacio-nes se concentró en unas poblaciones indígenasque otrora fueron objeto de etnografías produ-cidas por antropólogos del Museo de La Plata–Ten Kate, Lehmann Nitsche y Palavecino–,pero también resultaron estudiadas por antro-pólogos de otras instituciones, entre los cualesChiappe reconoce especialmente a José Imbe-lloni. Chiappe realizó trabajo de campo en lasprovincias de Chaco, Formosa y Salta duran-te los años 1962, 1964 y 1967, sobre poblacio-nes “tobas”, “matacos” y chorotes”, contandocon financiamiento de la Facultad de Filoso-fía de la Universidad del Litoral y del Museode La Plata. El grupo “mataco” sobre el cualhizo foco de análisis estaba localizado en la Mi-sión Evangélica de Laguna Yacaré (sobre el RíoBermejo) entre los meses de septiembre y octu-bre de 1962. Indagó en sus “caracteres soma-tológicos”, “arquitectónicos” y “fisionómicos”y concluyó –en base a la comparación con susotros estudios sobre poblaciones “chaquensestípicas”– que los “matacos” y “tobas” forma-ban parte del mismo “substratum cultural”,evidenciaban “fuertes influencias andinas”, pe-ro los últimos “se conservan más puros, ajenosa la incorporación de bienes culturales forá-neos”. Por el contrario, los “matacos” estaban“enteramente mezclados con otras parcialida-

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des indígenas y europeoides (en especial me-diterráneas) y negroides, se hallan agrupadosalrededor de lugares que les ofrecen fuentes detrabajo, viviendo algunos de ellos en misioneso reservaciones católicas o protestantes”. Estasúltimas poblaciones, con una “notable degene-ración de bienes culturológicos”, eran expresi-vas de las “protoculturas” de “poca plastici-dad” –de acuerdo con la definición de la “Es-cuela alemana Histórico-Cultural”– que “tien-den a desaparecer antes que a adaptarse”. Sibien Chiappe planteaba la necesidad de unarevisión crítica de los resultados obtenidos porsus predecesores, consideraba que su investi-gación participaba de la problemática imbe-lloniana de la “revisión y puesta al día de lasistemática racial del hombre americano” y el“poblamiento de América”50. En este sentido,opinaba, el grupo no poseía caracteres de “pu-reza racial”, pues había “constatado que la in-clusión de los matacos dentro del grupo de losPámpidos, podría ser cuestionado, en vista alos valores obtenidos (tanto descriptivos comométricos) los que los excluyen de los cánonesestipulados para establecer el grupo”.

Por último, destaquemos que, en sus inves-tigaciones, Chiappe y Palma introdujeron al-gunas orientaciones de política pública que te-nían por objeto las poblaciones estudiadas. Es-te posicionamiento revela una importante dife-rencia respecto de las preocupaciones acadé-micas de Gancedo, que en su etnografía sobrelos “guayaquí” se abstuvo de formular tales re-comendaciones, y las de Cellone, quien tam-poco efectuó observaciones de este tipo. Tan-to en su actividad docente y como de inves-tigación, Palma se interesó por relacionar suspesquisas con la formulación de las políticasde salud y educativas, buscando reflexionar enqué medida unas y otras podían favorecer unamejor integración de la “sociedad folk pune-ña” en la “sociedad industrial” de la Argen-tina moderna. En tanto que Chiappe platea-ba que “la ósmosis necesaria” de los indígenas“chaqueños” en el cuerpo de la sociedad na-cional, sólo se produciría a través de la identi-ficación de aquellos “elementos que presentensimilitud con sus cultos y creencias”; al tiem-po, en relación con su inserción en la economíanacional, planteaba que, “dada sus modalida-des y grado de cultura, no es lógico emplear-los como peones de ingenio, siendo más lógi-co, dado su tipo de vida que fueran peonesde estancias. . .” (1970). Estos posicionamien-

tos de los cuatro discípulos de Vivante, pue-den ser pensados desde la siguiente afirmaciónplanteada por Sergio Visacovsky, Rosana Gu-ber y Estela Gurevich (1997), para quienes lospartidarios de la “Escuela Histórico-Cultural”,tanto en la forma que asumió con Imbelloni oBórmida, producían una “extranjerización” delas poblaciones indígenas, localizándolas fueradel ámbito de la sociedad nacional; mientrasque, en sus investigaciones sobre las poblacio-nes chaqueñas, Palavecino se habría ocupadodel problema de la “transculturación” en el de-sarrollo de la “sociedad industrial”, visualizan-do el “cambio cultural” como un fenómeno ins-cripto en el análisis de la sociedad argentina,que demandaba del antropólogo una participa-ción privilegiada en la elaboración de políticaspúblicas que confirieran a los indígenas el esta-tus de ciudadanos de la nación. En relación coneste punto, en la lectura de los textos de Cello-ne, Gancedo, Palma y Chiappe, encontramosdiferentes modos de encarar y resolver esta ten-sión entre extranjerización e incorporación delas poblaciones objeto de estudio de la antro-pología en la sociedad nacional. Por un lado,la lejana alteridad con que las aborda Cello-ne, quien reconoce en sus productores de más-caras del pasado y en sus escasas superviven-cias del presente un vestigio primordial de lostiempos pretéritos de la historia de la Huma-nidad. Por otro lado, mediante su trabajo decampo etnográfico, Gancedo se ocupa del sal-vataje de la cultura “guayaquí”, modificada enforma acelerada e irreversible en el escenario deuna localidad rural paraguaya contemporánea,que en nada se asemeja al natural ambienteselvático originario, ya definitivamente perdi-do por el avance de la colonización. Tambiénestá el interés de Palma por reconocer aque-llas condiciones que favorecerían un intercam-bio socio-económico y cultural más intenso ymenos desigual entre la sociedad folk puneña yla moderna sociedad industrial. Y, por último,las evaluaciones que formula Chiappe respectode cuáles serían los diacríticos culturales de laspoblaciones chaqueñas que, por su coincidenciacon otros propios de la sociedad criolla, daríanlugar a una integración de los primeros en la so-ciedad y economía nacional. Vemos, entonces,que el abanico de alternativas que los cuatroautores presentan sobre este tópico, ofrece po-sicionamientos intermedios entre la reproduc-ción taxativa del estereotipo primordialista delindio como la otredad radical de la “sociedad

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moderna” y la “nación argentina”, y la apre-ciación de un continuo de intercambios entrelas sociedades indígenas y folk, y aquellos gru-pos sociales y culturas reconocidos como social-mente expresivos de la identidad y sociabilidadde la Argentina contemporánea.

6. Reflexiones finales

Al comenzar este trabajo señalaba que un aná-lisis histórico y micro-sociológico de las trayec-torias de individuos y grupos académicos deuna institución particular, permite reparar másadecuadamente en las diversas y específicas for-mas en que las políticas estatales son procesa-das en la historia de la universidad argentina;esto es, nos ayuda a responder con mayor pre-cisión cómo fueron significadas y experimen-tadas, o cómo fueron aplicadas, resistidas y/oresignificadas situacionalmente. Además, decíaque ese abordaje debía comprender, desde unaperspectiva holística, al menos tres dimensio-nes y sus relaciones: la producción intelectualde los actores sociales en el campo científico;su participación política e institucional en elámbito universitario; y la trama de relacionespersonalizadas en las que se involucraban, conel fin de producir y actualizar su inscripciónen la vida académica e institucional científicay universitaria.

Estudiando la segunda generación de antro-pólogos del Museo de La Plata, pudimos re-conocer en qué medida las políticas del Esta-do redundaron en la afirmación de continuida-des y cambios en sus trayectorias académicas einstitucionales. Destacamos que el año 1930 noconstituyó un hito político disruptivo en la his-toria de la antropología en esa institución, yaque fueron los avatares biográficos de Torres yLehmann Nitsche, signados por el fallecimien-to del primero y la jubilación del segundo, losque dieron lugar a discontinuidades y a la in-corporación de Vignati, Palavecino, MárquezMiranda durante la década de 1930. Consta-tamos que, como los integrantes de la primerageneración no formaron discípulos en el ám-bito de la institución platense, la renovaciónproducida en esta última década se dio a travésdel reclutamiento de individuos procedentes deotras instituciones; no obstante, al menos en elcaso de Márquez Miranda, es dado afirmar que,él mismo se reconocía como discípulo de Torresen la UBA. Además, señalamos que estos recién

llegados ya poseían una trayectoria académicay científica reconocida.

La “Revolución de Junio” de 1943 y, sobretodo, la llegada del peronismo al poder en 1946y el nuevo ordenamiento universitario que im-puesto en 1947, esta vez, sí, redundaron encambios políticos e institucionales significati-vos. Por un lado, Palavecino se trasladó a Tu-cumán en 1943 para ocupar la dirección delInstituto de Antropología, pero fue desplaza-do en 1947 y retomó su actividad en La Pla-ta (un espacio que, formalmente, nunca habíaabandonado). Posteriormente, los cambios po-líticos ocurridos en el Estado y la Universidaden 1955, conllevaron el traslado de Palaveci-no a la UBA, sin dejar discípulos en el Mu-seo de La Plata. Márquez Miranda fue exo-nerado de sus cargos en 1947 y sólo regresóen 1955, con el triunfo de la “Revolución Li-bertadora” que derrocó a Perón en septiem-bre de ese año. Vignati no sólo continuó sutrayectoria durante los gobiernos peronistas,sino que constituyó un grupo académico ex-cepcionalmente numeroso que, sin embargo, sedesmembraría cuando se alejó definitivamentedel Museo en 1955 cuando Márquez Mirandaasumió como decano de la Facultad y direc-tor del Museo, permaneciendo desde la décadade 1960 sólo una de sus discípulas: Lilia Chá-ves de Azcona. Asimismo, durante la exonera-ción de Márquez Miranda, en 1949 se incorporóGonzález como referente en temas de “arqueo-logía”. Ese reemplazo le provocaría serios pro-blemas al regreso de Márquez Miranda, ya quelos enfrentamientos con aquél discontinuaríana su trayectoria en el Museo hasta la muertede su rival en 1961. Ciertamente, las notoriasdiferencias políticas existentes entre un “refor-mista” como González y un ex-ministro delrégimen pro-nazi surgido en Austria en 1938con la “anexión” al Tercer Reich, no impidie-ron que compartieran durante esos años diver-sas investigaciones. En cambio, la “militanciareformista” de González durante sus estudiosuniversitarios en Córdoba, en nada contribuyóa acortar las distancias “científicas” y “perso-nales” que lo distanciaban de Márquez Miran-da. Paradójicamente, desde que Márquez Mi-randa asumió en 1955 como decano interven-tor del Museo, dedicó esfuerzos por desplazara González de sus funciones como docente einvestigador (recordemos que terminó aleján-dose de La Plata entre 1957 y 1961); mientrasque un “arqueólogo” con diferencias “científi-

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cas” y “políticas” con Márquez Miranda comoOswald Menghin, no fue objeto de animadver-sión alguna o, al menos, de ninguna pública-mente reconocida de su parte. Con el regresoal Museo y –sobre todo– tras la muerte de Már-quez Miranda, también comenzó a marcarsela creciente influencia institucional de Ciglia-no, que competirá con González por el espaciode “arqueología”. El comienzo del “Proceso deReorganización Nacional” implicó nuevos cam-bios entre los “arqueólogos” con la censantíade González en 1976 y el fallecimiento de Ci-gliano al año siguiente. Se abrió, entonces, unnuevo período de competencia entre los “jóve-nes arqueólogos” de la tercera generación porimponerse en el control de recursos humanos,materiales, financieros, y los espacios institu-cionales.

Por último, concentrándonos en aquellos an-tropólogos que estudiaron poblaciones indíge-nas contemporáneas y comunidades folk en elMuseo de La Plata, el reemplazo de Palave-cino por Vivante en la segunda mitad de ladécada del cincuenta sólo parcialmente consti-tuyó una renovación intelectual. Por un lado,porque el interés del primero por la “etnogra-fía” y el “folklore” persistieron en la producciónde los discípulos del segundo: Cellone, Gance-do, Palma y Chiappe. Por otro lado, porque,como señalan Visacovsky, Guber y Gurevich(1997), la obra de Palavecino mantenía algunas

referencias intelectuales comunes con los parti-darios de la “Escuela Histórico-Cultural”, dela cual Vivante, como discípulo de Imbelloni,se reconocía tributario en el período estudiadopor este artículo51. Ahora bien, a pesar de es-tas continuidades, también es cierto que el año1955 perfiló cambios políticos, institucionalesy académicos importantes entre estos antropó-logos. Imbelloni fue conminado a “jubilarse”por la nueva gestión universitaria de la UBA,y Palavecino abandonó el Museo de La Platase instaló definitivamente en ese espacio acadé-mico hasta su muerte, acontecida en 1966. Noobstante, nuevamente, el alcance de las ruptu-ras debe atenuarse, ya que aunque Imbelloniy Palavecino militaban en formaciones políti-cas claramente diferenciadas, ello no redundóen la clausura de las trayectorias académicase institucionales de los discípulos del primero:Marcelo Bórmida tendrá una presencia ascen-dente en la UBA, y Vivante (y parcialmenteDembo) en La Plata52. Finalmente, la conti-nuidad del grupo de Vivante en el Museo de LaPlata no se vio sometida a los avatares políti-cos producidos en las décadas de 1960 y 1970.Este grupo sólo perdería presencia institucio-nal con el alejamiento de Vivante y Palma trasla finalización del período de la “normalizaciónuniversitaria” (1983-1986), y con la muerte deChiappe y el retiro de Gancedo a principios delos años noventa.

Notas

Doctor en Antropología Social. Profesor en Historia. Investigador del CONICET. Investigador-Docente del Instituto1del Desarrollo Humano de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Docente de la Universidad Nacional de LaPlata. Las ideas expuestas aquí fueron enriquecidas por los valiosos aportes de colegas que ofrecieron orientacionesen diversas instancias de la investigación y en presentaciones parciales de sus resultados. Quiero agradecer a RosanaGuber y a los participantes del Grupo de Estudio y Trabajo “Historias de la antropología: perspectivas comparadasdesde la trayectoria argentina” del Centro de Antropología Social del Instituto de Desarrollo Económico y Social;en particular a Sergio Visacovsky, Mirta Bonnin y Andrés Laguens. También a Jorge Cernadas y Luciana Garattepor sus lecturas puntillosas de versiones previas de este texto. A Susana García por sus generosas sugerencias enrelación con la historia del Museo de Ciencias Naturales de La Plata, y a Pablo Buchbinder por las suyas sobre lahistoria de las universidades argentinas. Finalmente, a los miembros de la Red Interuniversitaria para el Estudiode las Políticas de Educación Superior en América Latina, especialmente a Mónica Marquina, Adriana Chiroleu,Osvaldo Iazzetta, Carlos Mazzola y Claudio Suasnábar; y a los funcionarios de la Biblioteca “Florentino Ameghino”del Museo de Ciencias Naturales de la UNLP por su atención siempre profesional y atenta. Ciertamente, las amablescolaboraciones de estos colegas, en modo alguno los compromete con la validez de las afirmaciones expresadas.Una somera revisión de un corpus de trabajos académicos significativos en los que cristalizó esta temporalidad2canónica se presenta acabadamente en Beatriz Sarlo (2001), que sustenta una visión del período 1943-1955 como unmomento signado por la ruptura que el gobierno de Perón introdujo en la realización del programa de la ReformaUniversitaria de 1918, y por la oposición crítica y activa que el movimiento reformista ofreció al “oscurantismoideológico” peronista (asociado con el nacionalismo católico y el fascismo) desde las cátedras, los laboratorios yel gobierno universitario (una visión que, también, queda palmariamente expuesta en los testimonios reunidos en:Ceballos 1985, y en Rotunno y Díaz de Guijarro 2003). Existen, pues, pocas investigaciones que analizaron enprofundidad la específica historia de las universidades durante el primer peronismo (Mangone y Warley 1984, Mollis

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1991, Pronko 1997 y 2000). No es casual, entonces, que en el período 1955-1966 –abierto con el derrocamientodel segundo gobierno de Perón y cerrado con el golpe de estado del general Juan Carlos Onganía– se piensa a losuniversitarios como “intelectuales” caracterizados por su capacidad para “pensar la Nación”, por su “compromisopolítico activo” por transformarla, y por su participación en el proceso de “modernización universitaria” (Aricó1988, Sigal 1990, Terán 1991). Desde estas perspectivas se otorgó suma importancia al proceso de “modernización”académica impulsado por las autoridades universitarias del período 1955/1966, comprometiendo su comprensióndel desarrollo y los resultados de este proceso con las representaciones que ciertos protagonistas –“reformistas” y“humanistas”– produjeron sobre el mismo. En tanto que, los cambios producidos en la relación entre política, Estadoy Universidad en el período 1966-1973 delimitarían, por un lado, la clausura de la “modernización universitaria”ante una nueva intervención represiva y restricción de la “autonomía universitaria” en el marco de un Estadoburocrático-autoritario (O’Donnell 1982); y, por otro lado, darían lugar a respuestas de los actores universitarios,incluyendo desde “renuncias masivas”, la inmigración y el exilio de docentes e investigadores hacia otros países, hastael inicio de un proceso de “politización” y “radicalización política” de los docentes, graduados y alumnos (Pucciarelli1999). He desarrollado una crítica a estas versiones canónicas en Soprano y Suasnábar (2005) y en Soprano (2006ay 2006b).Leonardo Fígoli (1990 y 2004) integra el proceso de construcción del Estado Nación como marco externo, y entiende3el despliegue discursivo y práctico del pensamiento antropológico como la dinámica interna de la historia de laciencia, proponiendo una periodización en tres momentos. El “momento fundacional” (1852-1900), signado por laconformación de la “integración territorial” de la nación y dominado por las figuras intelectuales de los “naturalistas”Francisco P. Moreno y Florentino Ameghino, que formularon una “historia física y moral de la nación” como capítuloregional del proceso universal de la historia natural y de la humanidad. Un segundo momento, “de consolidacióne institucionalización” de la antropología (1900-1930), marcado por la prioridad política estatal de lograr la “inte-gración social” del país e inscribir la producción antropológica en el relato de la “historia nacional”. Este períodose abre con la influencia del “primer nacionalismo” y se cierra con el golpe de estado del General Uriburu. En elcampo de la antropología distingue –siguiendo una clasificación de José Imbelloni (1950)– dos grupos: “sistemáticos”(Eric Boman, Hermann Ten Kate, Roberto Lehmann Nitsche, Samuel Lafone Quevedo, Juan Bautista Ambrosetti)e “iniciados” (Salvador Debenedetti, Felix Outes, Luis María Torres). El tercer momento, de “renovación” discur-siva e institucional (1930-1955), está relacionado con la necesidad de construir una “integración ideológica” de laArgentina, y caracterizado por el predominio de la escuela “histórico-cultural”, animada fundamentalmente porImbelloni, pero que incluía con diferentes grados de compromiso intelectual a antropólogos extranjeros radicados enel país como Alfred Metraux, Salvador Canals Frau, Marcelo Bórmida, Oswald Menghin, Branimiro Males, Miguelde Ferdinandy. Este período se clausuró con el derrocamiento de Juan D. Perón, y con la obligada “jubilación” deImbelloni en la Universidad de Buenos Aires. Por su parte, Guillermo Madrazo (1985) divide la historia en seisperíodos: “1. De signo positivista, entre 1880 y 1930. 2. De orientación histórica, desde 1930 hasta 1955. 3. Demodernización universitaria y creciente apertura teórica, desde 1955 hasta 1966. 4. De censura y retracción teórica,desde 1966 hasta 1972. 5. De subordinación de la práctica científica a la práctica política, entre 1973 y 1974. 6.De ataque frontal contra las ciencias sociales entre 1975 y 1983”. Si nos centramos en una institución universitariaclave –por sus pretensiones hegemónicas– en la historia de la antropología argentina, como la Facultad de Filosofíay Letras de la Universidad de Buenos Aires, durante las Jornadas de Antropología: 30 años de carrera de en BuenosAires (1958-1988) organizadas por el Colegio de Graduados en Ciencias Antropológicas, se organizó una temporali-dad estrechamente apegada al devenir de unas continuidades y rupturas definidas por la situación política nacionaly, en particular, por la relación entre el Estado nacional y los claustros de la UBA: 1958-1966 “Constitución de laCarrera”; 1966-1972 “Primer Éxodo de Profesionales”; 1973-1974 “El antropólogo comprometido con su historia”;1975-1983 “Período de las formaciones paralelas”; 1983-1988 “Hacia la reestructuración de la carrera”.Si exploramos las periodizaciones relativas a cada una de las especialidades de la antropología, encontraremos unastemporalidades basadas en criterios similares, esto es, que integran la historia política argentina y la historia intelec-tual de la antropología. Veamos, pues, las propuestas de algunos autores en este sentido. Respecto de la arqueologíaen la Argentina, Gustavo Politis (1992) toma como marco la periodización de Madrazo (1985). En su opinión, latrayectoria de la arqueología describe un movimiento que “refleja las características de la vida política nacional: unasucesión de etapas democráticas, a veces muy cortas y confusas, interrumpidas por períodos militares de derechay de corte fascista. En las épocas democráticas la ciencia avanzó y progresó la actividad académica argentina”(1992:86). En el primer período (1880-1930) descollaron Ambrosetti y Ameghino. El segundo (1930-1955) se definepor el predominio de la “escuela histórico-cultural” y la renovación teórica y metodológica estuvo asociada con eldesarrollo de “neoevolucionismo” de Alberto Rex González. El tercero (1955-1966) se caracterizó por la afirmaciónde la “autonomía universitaria” de la antropología en un escenario de apertura a las humanidades, la creación delas licenciaturas en La Plata, Buenos Aires y Rosario, y el apoyo del CONICET a la actividad científica. El cuarto(1966-1972) coincidió con la pérdida de autonomía de las universidades tras los sucesos de la “Noche de los Bastoneslargos”, si bien, el campo de la arqueología habría continuado desarrollándose con buen suceso en algunos espaciosinstitucionales. El quinto (1973-1974), signado por una “notable politización de la antropología” que, sin embargo,no habría llegado a transformar significativamente los enfoques teóricos y métodos de la arqueología. En el últimoperíodo (1975-1983), y sobre todo con el Proceso de Reorganización Nacional, se produjo una inusitada intervencióny represión sobre la universidad que redundó en censantías, desapariciones y exilios de docentes-investigadores yestudiantes, así como en el cierre temporal y/o definitivo de carreras. Este momento también coincidió con la tem-prana muerte de dos referentes de la arqueología en Buenos Aires y La Plata, Marcelo Bórmida y Eduardo Cigliano.Entonces, una nueva generación de arqueólogos comenzaron a asimilar variantes del “enfoque ecológico-sistémico”.

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En cuanto a la antropología física y biológica, Francisco Carnese, José Cocilovo y Alicia Goicoechea (1991-1992)conciben una periodización que relaciona marcos teóricos y metodológicos predominantes en cada etapa, con ideas ypolíticas del Estado dominantes en cada una de ellas, y con un contexto internacional que influía con la alternanciade focos de poder político, económico e ideológico. Proponen tres períodos que siguen una trayectoria que va desde laemergencia de la antropología física a la consolidación de la bio-antropología. A diferencia de los anteriores autores,éstos ponen mayor énfasis en la definición de cada etapa desde el predominio de ciertas tradiciones intelectuales yreferentes de esta disciplina: en la primera, el evolucionismo (1860-1920) de Ameghino; en la segunda, la hegemoníade la escuela histórico-cultural de Imbelloni (1920-1960); y en la tercera, el desarrollo del neo-darwinismo y los estu-dios de genética de poblaciones (1960 a la actualidad). En el caso del folklore, desde sus orígenes, esta especialidadtuvo una fuerte orientación en el estudio de poblaciones rurales actuales tributarias del encuentro hispano-indígena(Guber y Visacovsky 2000), así como una vocación patriótica por el rescate de sus culturas, amenazadas por eldesarrollo de la modernidad y la creciente incidencia de la inmigración europea en la configuración de la sociedadnacional (Blache 2002). Con la notable excepción de Roberto Lehmann Nitsche, que investigó temáticas y poblacio-nes urbanas bonaerense y porteñas, los otros precursores como Samuel Lafone Quevedo, Adán Quiroga, Eric Bomano Juan Bautista Ambrosetti, relevaron tradiciones folklóricas del Noroeste y Nordeste de la Argentina, marcando,de esta manera, las tendencias fundamentales de esta especialidad de la antropología durante décadas. La creaciónen 1943 del Instituto Nacional de la Tradición y, en 1944, del Instituto Nacional de Musicología, no fueron ajenas ala influencia del nacionalismo en la política y sociedad argentina (Lázzari 2002). La impronta de una vocación, a lavez, salvacionista y nacionalista, también está presente en autores que, desde la década de 1940, introdujeron nuevasorientaciones teóricas y prácticas en las investigaciones, tales como Augusto Raúl Cortázar, José Imbelloni, BrunoJacovella, Carlos Vega y Armando Vivante. De acuerdo con Martha Blache, la afirmación de esta impronta en lasperspectivas teóricas, metodológicas y en la producción empírica del folklore (al menos hasta la década de 1970),tuvo que ver con las características de la “idiosincrasia cultural argentina” y la permanente “inestabilidad política”(2002:141). Por último, en la antropología social, la incidencia y determinación política se torna más acuciante en laperspectiva de varios autores (Bartolomé 1982; Herrán 1990; Garbulsky 1991-1992, 2003, 2004; Ratier 1993, 1998;Ratier y Ringuelet 1997; Ringuelet 1998 y 1999). Coinciden en localizar su emergencia en el contexto de moderni-zación política nacional y democratización de la universidad pública, en particular en la UBA del período 1955 a1966. Si bien se reconoce la influencia de algunos autores y tradiciones de las antropologías sociales metropolitanas,su génesis se asocia más estrictamente con la idea del “compromiso social y político” del antropólogo argentino,con su intervención “práctica” en los procesos sociales, y con la activa participación de los estudiantes y jóvenesgraduados de la carrera en su configuración durante ese período. Los autores también enfatizan la existencia deuna clara ruptura en la historia de la especialidad, producida por los “renunciamientos masivos” de profesores trasel golpe de estado de 1966 y, luego, refieren a un momento de mayor visibilidad y reconocimiento público entre1973 y 1974 en el contexto de radicalización política “revolucionaria”. Finalmente, se considera que la trayectoriaacadémica de la antropología social fue seriamente limitada por las restricciones a la libertad y la persecución po-lítica e ideológica practicada en los años de la Dictadura Militar de 1976 a 1983, pudiendo reconstituirse sólo conla “democratización” abierta en el año 1983. Como señalan Guber y Visacovsky, la antropología social (sobre todola porteña, aunque no sólo ella) fue (y aún suele ser) definida por sus cultores como “una disciplina principalmentepolítica, abocada variablemente a la actividad académica, perseguida por los regímenes autoritarios, y definida porjóvenes comprometidos por la transformación social, los antropólogos sociales” (1997-1998:44).En este sentido, en el desarrollo de la investigación me he servido especialmente de enfoques teórico-metodológicos4etnográficos aplicados al estudio de la historia de la antropología en la Argentina proporcionados por los trabajosde Vessuri (1995), Guber (2002, 2006 a y b), Visacovsky, Guber y Gurevich (1997), Guber y Visacovsky (1997/1998y 2000), Visacovsky y Guber (2002). En relación con la historia de la antropología en el Museo de La Plata antesde 1930, me sirvo de los resultados provistos por las eruditas investigaciones producidas por Irina Podgorny (1995,1997, 1999, 2000, 2001, 2002a, 2002b, 2004), Susana García (2000, 2001, 2003a, 2003b), y García y Podgorny (2000y 2001).Sigo en este punto a Rosana Guber cuando señala: “La historización, en tanto actividad plural de selección, clasifica-5ción, registro y reconceptualización de la experiencia, es la integración y recreación significativa del pasado desde elpresente, a través de prácticas y nociones socioculturalmente específicas de temporalidad, agencia y causalidad. Losprocesos de historización dependen de las ’condiciones sustanciales que detentan los miembros de la sociedad acercade partes del pasado, así como de ideas generales acerca de lo que sería históricamente plausible’. Estas conviccionesson el marco y la estructura con que se interpreta el pasado, y se lo reproduce en la vida cotidiana” (1994:30-31).Recientemente, Buchbinder (2005) produjo una historia de la universidad que puede definirse como integral, tanto por6su alcance nacional y su dimensión temporal secular, como por su vocación por atender a las complejas articulacionesentre la política y la dinámica interna de las instituciones universitarias. En el caso de la Facultad de Humanidades yCiencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, durante el período 1955 a 1976, Claudio Suasnábar(2004) ofrece un panorama que consigue aprehender la desigual realización de las políticas estatales en este espaciouniversitario, así como las similitudes y diferencias respecto de unidades académicas de la UBA como la Facultadde Filosofía y Letras o la de Ciencias Exactas y Naturales.En relación con esta última observación, un antropólogo social efectuó un interesante comentario a una versión7anterior de este artículo. Con agudeza etnográfica, aquel colega señaló que el relato expuesto carecía de “drama-tismo”, aun cuando refería a acontecimientos y experiencias de personas que, en algunos casos, habían padecido“exoneración” y “cesantías” de sus cargos como docentes e investigadores universitarios, “jubilaciones anticipadas”,

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y pertenecían a instituciones donde hubo profesores y estudiantes víctimas del terrorismo de Estado. Coincido,pues, que el enfoque etnográfico debe procurar aprehender situacionalmente esas “sensibilidades”, dando cuenta delas perspectivas y experiencias nativas. No obstante, el reconocimiento de aspectos importantes de la sociabilidadacadémica cotidiana de estos antropólogos, sólo secundariamente resultó del recurso a métodos caros a la etnografía,tales como la observación con participación, la co-residencia, permanencia prolongada, y las entrevistas abiertas yen profundidad. Básicamente, en esta ocasión hemos recurrido a fuentes documentales públicas de la época, puesmuchos de los protagonistas han fallecido, y porque los relatos evocados por los que aun viven, naturalmente, hansido resignificados en el curso de los más de treinta que median entre el punto culminante del período estudiado(1976) y la actualidad. Asimismo, valoramos el recurso a los testimonios que hoy ofrecen “ex-colegas más jóvenes” y“ex-estudiantes” de aquellos antropólogos; pero esos testimonios también merecerían ser comprendidos como relatosnativos que refieren a unos sucesos y personajes situándose desde unos posicionamientos intelectuales, institucionalesy políticos presentes.Como han destacado Pablo Buchbinder (1997) y Rosana Guber (2006), los antropólogos de la UBA también pu-8blicaban en revistas académicas argentinas de “historia” y “geografía” durante la primera mitad del siglo XX. Así,tuvieron una participación decisiva en la elaboración del tomo I de la Historia de la Nación Argentina, coordinadapor Ricardo Levene y en la Suma de Geografía por Francisco de Aparicio y Horacio Difrieri. Particularmente, Guber(2006a) y Patricia Souto (1996) demuestran que –en la Facultad de Filosofía y Letras– ambas disciplinas compartíanreferentes académicos; pero, a partir de 1947, las políticas estatales universitarias y la represión al movimiento re-formista, introdujeron una demarcación disciplinar taxativa en las trayectorias de esos académicos, en las fronterasde su producción académica y en los espacios institucionales de la “antropología” y “geografía”, tal como quedatestimoniado en publicaciones como los Anales de la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos. A su vez, JorgeFernández (1982) releva la presencia de antropólogos en otras publicaciones científicas entre fines del siglo XIX yla primera mitad del XX, tales como el Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba, los Anales de laSociedad Científica Argentina, la Revista de la Universidad de Buenos Aires, los Anales de la Facultad de Educaciónde Paraná, la Revista Ciencia e Investigación de la Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencia, entre otras.Quiero enfatizar que la clasificación analítica de los antropólogos del Museo de La Plata en tres generaciones que se9propone en este artículo –desde comienzos del siglo XX hasta la década de 1970– es el resultado de la identificaciónde una sociabilidad compartida por ciertos antropólogos en su trayectoria académica en esa institución universitariaplatense o, de forma más amplia, en el campo de la antropología argentina. Así pues, las trayectorias de los individuosque forman parte de una generación desarrollaron en común instancias de formación profesional, de inserción enuna institución universitaria o científica socialmente reconocida, de consagración pública nacional e internacionalen el campo antropológico, de constitución de equipos de investigación y docencia con sus discípulos. A su vez, talcomo veremos en este trabajo, algunos individuos de cada generación se erigieron como referentes intelectuales einstitucionales de otros antropólogos que formaban parte de las generaciones subsiguientes; o, en términos de RosanaGuber (2006a), fueron cabezas de linajes antropológicos. Por otro lado, en el curso de esta investigación también hasido dado reconocer que los antropólogos se servían de la definición de “generaciones” como sistemas de clasificaciónnativos, destinados a localizar posiciones e identidades sociales propias o ajenas al interior de determinados grupos.Así, por ejemplo, al comienzo del período objeto de análisis, Fernando Márquez Miranda consideraba a Moreno–también a Ameghino, Zeballos y Ambrosetti– como miembros de la “primera generación” de arqueólogos de laArgentina; en tanto que Torres integraba la “segunda generación” junto con Outes y Debenedetti. Revista del Museode La Plata (Nueva Serie). Sección Oficial. 1939. Buenos Aires. Imprenta y Casa Editora Coni. 1940. p. 121. O bien,sobre el final del período aquí estudiado, Eduardo Cigliano y Néstor Homero Palma, en “Cien años de antropologíaen el Museo de La Plata”, comprendieron la trayectoria de la antropología en el Museo en cuatro “períodos”: elprimero, anterior a la instalación del Museo en la ciudad de La Plata, tenía por referente excluyente a Moreno,organizador de la colección que dio origen a la institución. El segundo se extendía entre 1884 y 1910, incluyendo aMoreno, Hermann Ten Kate, Roberto Lehmann Nitsche, Samuel Lafone Quevedo, Félix Outes y Luis María Torres.El tercero, desde 1930 a 1958, tuvo por referencia a Fernando Márquez Miranda, Milcíades Alejo Vignati y EnriquePalavecino (nótese aquí la omisión de la presencia de Alberto Rex González y de Oswald Menghin). Finalmente,el último período comenzaba con la creación de la carrera de antropología “en el marco de las ciencias naturales”,incluía la separación de la antropología en tres “orientaciones” –“cultural, biológica y arqueológica”–, y presuponíael liderazgo de los autores del artículo –Cigliano y Vivante. Ver: AAVV. Obra del Centenario del Museo de La Plata.Tomo I. La Plata, 1977. p. 39-48.Pablo Buchbinder (2005) afirma que las intervenciones del Poder Ejecutivo Nacional efectuadas en la década del10treinta en las universidades no redundaron en cambios permanentes en sus plantas profesionales e, incluso, ensus cuadros dirigentes. Recién las intervenciones del primer gobierno de Perón y el nuevo ordenamiento normativouniversitario de 1947 pusieron fin a la hegemonía reformista, provocando una fuerte transformación institucional conexoneraciones y renuncias. Aun así, este autor destaca que el peronismo no produjo modificaciones en la orientaciónprofesionalista del modelo universitario, en la organización curricular ni en los métodos de enseñanza, ni en lasactividades de algunas instituciones científicas dedicadas a la investigación en ingeniería, medicina, ciencias exactasy naturales.Relevando la correspondencia entre Alfred Métraux y Paul Rivet, Santiago Bilbao (2002) observó que Rivet, a11sabiendas que Lehmann Nitsche estaba pronto a jubilarse, le solicitó a este último que facilitara el ingreso deMétraux al Museo de La Plata en su reemplazo. No obstante, recibió por respuesta del antropólogo alemán que eldirector, Luis María Torres, le había comunicado que existían muchos candidatos dispuestos a ocupar esa vacante.

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En 1932, Alfred Metraux –ya instalado en Tucumán como director del Instituto de Etnología– nuevamente intentó12ingresar al Museo de La Plata y, una vez más, sus planes se vieron frustrados. En carta a Rivet, dice que contabacon el apoyo de Luis María Torres (director del Museo) y de Ricardo Levene (en la conducción de la UNLP). Elpropósito de Métraux era ocupar el cargo que pronto abandonaría Torres por causa de su enfermedad. Decía: “Yoaprecio mucho esa plaza que constituye para mí, la última ocasión para hacer carrera en América del Sur” (citadopor Bilbao 2002:46).En 1926 Palavecino era Ayudante Técnico de Arqueología y Etnografía del Museo de Ciencias Naturales “Bernardino13Rivadavia” y desde 1933 Jefe de Etnografía. En esta institución también comenzó sus actividades científicas JoséImbelloni en 1920, y en 1931 fue nombrado Jefe de la Sección de Antropología, ejerciendo el cargo hasta 1946.Las trayectorias institucionales de Imbelloni y Palavecino se cruzarían nuevamente en 1939, cuando el primero fueconfirmado en 1937 como profesor titular en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (cargo que ejercía comointerino desde 1933) y el segundo como profesor adjunto. En 1947 Imbelloni fue designado Director del Instituto deAntropología y Jefe del Departamento de Antropología y Etnografía General de la mencionada Facultad.En el año 1938 Palavecino había sido Jefe interino de Departamento de Antropología por causa de una enfermedad14padecida por Vignati.Las nuevas autoridades universitarias de la Universidad Nacional de Tucumán lo designaron en la titularidad de la15cátedra de Prehistoria y Arqueología.Las diferencias profesionales –en la perspectiva de González– quedaron explicitadas en su artículo: “Observaciones16al trabajo de F. M. Miranda y E. M. Cigliano. ‘Ensayo de una clasificación tipológico-cronológica de la cerámicasantamariana”. Revista del Instituto de Antropología I. Rosario. 1959. p. 315-330. En cuanto a la dimensión personaldel conflicto, de acuerdo con un relato ofrecido por González en una entrevista efectuada por José A. Pérez Gollán(1998), las causas que motivaron su “cesantía” no fueron suficientemente explicitadas y no estaba relacionadas conuna “supuesta adscripción política” al gobierno peronista depuesto; por el contrario, tenían que ver con diferenciasque mantenía con Márquez Miranda sobre “un tema científico”. Mientras residió en Rosario y Córdoba, Gonzálezse presentó como postulante al concurso por el cargo que Márquez Miranda ocupaba en el Museo de La Plata. Ensu testimonio dice: “Yo me presenté y él también. Ese concurso se resolvió tres veces a favor mío y tres veces volvióa foja cero. . .el Profesor Márquez Miranda murió y entonces gané la cátedra en forma definitiva”. Una revisión delexpediente del concurso FCN 5849/1959 y agregados, confirma los testimonios posteriores ofrecidos por González.Menghin había arribado a la Argentina después de permanecer durante dos años –tras el fin de la Segunda Guerra17Mundial– en un campo de prisioneros de guerra acusado de colaborar con el régimen pro-nazi erigido en 1938 conla “anexión” de Austria al Tercer Reich. Al llegar a Buenos Aires ya contaba con una extensa trayectoria como“prehistoriador” concretada en la Europa de la entreguerras. Doctorado en Filosofía, fue docente en la Universidadde Viena desde 1918. En 1928 fue nombrado decano de la Facultad de Filosofía y en 1935 rector. En 1938 sedesempeñó por unos meses como Ministro de Cultura y Educación (ver: Arenas 1991; Kohl y Pérez Gollán 2002;Fontán 2005).Oswald Menghin y Alberto Rex González. “Excavaciones arqueológicas en el yacimiento de Ongamira, Córdoba”.18Notas del Museo de La Plata XVII No 67. La Plata, 1954. p.213-273.Los estudios en “americanística” fueron alentados por Imbelloni en su obra La esfinge Indiana (1926). Junto con19Vivante publicó Libro de las Atlántidas (1939), cuando este último tenía 29 años. En esta misma perspectiva, desde1936 Imbelloni alentó estos estudios desde la colección Humanior, Biblioteca del Hombre Moderno.Esta cátedra estuvo a cargo hasta entonces de un discípulo de Vignati: Juan Carlos Otamendi. Imbelloni había20publicado junto con Dembo Deformaciones intencionales del cuerpo de carácter étnico (1938), un tema sobre elcual Imbelloni había presentado resultados de investigación en diferentes publicaciones académicas desde 1921, yDembo entre 1937 y 1938. En 1945 escribió con Vivante La moda de las deformaciones corporales, un trabajode “divulgación” que retomaba los temas tratados con un sentido “técnico y de investigación” unos años antescon Imbelloni. También publicó: “La población indígena americana y sus grupos morfológicos. Síntesis de la tablaclasificatoria de Imbelloni”, en Revista Geográfica Americana (1947), el manual escolar Curso de botánica paraenseñanza media.Estos antropólogos tuvieron una participación activa en el gobierno de la Universidad y del Museo de La Plata,21así como en la gestión de sus Departamentos/Divisiones, Secciones y en las cátedras. Vignati fue Vice-director delMuseo entre 1935 y 1936 al iniciarse la gestión como director de Joaquín Frenguelli. También fue consejero superiorde la Universidad entre 1936 y 1940, y consejero académico titular entre 1936 y 1943. Palavecino fue consejeroacadémico titular entre 1936 y 1943, consejero académico suplente entre 1939 y 1940 y entre 1945 y 1946. MárquezMiranda fue consejero académico suplente. Asimismo, era docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de laEducación de la UNLP desde 1923. En esta institución fue consejero académico en los años 1928-1932, 1934-1938 y1942-1947. El 6 de julio de 1944, la Asamblea de profesores de esa Facultad lo eligió decano por un período de cuatroaños, asumiendo el cargo el día siguiente y desempeñándose en el mismo hasta 1945. Ya dijimos que fue decano enla Facultad de Ciencias Naturales y Museo entre 1955-1957. Cigliano fue consejero académico titular en 1961. Porúltimo, dos antropólogos más fueron decanos en la Facultad y directores del Museo: Vivante entre 1966 y 1967, yFrancisco Carnese en 1974.En otros trabajos nos ocupamos de la incorporación de estudiantes de las carreras de grado (en la Licenciatura en22Ciencias Biológicas, primero, y la Licenciatura en Antropología, desde 1958) en los equipos de investigación, por

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parte de los referentes de esos grupos. Asimismo, cabe señalar que, excepcionalmente, hasta la década de 1950 losantropólogos también dirigían tesis referidas a otras orientaciones del campo de las ciencias naturales.Susana García (2000) señala que el primer doctor en ciencias naturales con tesis en temas de antropología fue Teodoro23de Urquiza (en 1912), dirigido por Roberto Lehmann Nitsche. Sin embargo, esta tesis no aparece mencionada en estecuadro construido a partir de información provista por el “libro de tesis” de la Biblioteca del Museo, cuyo registroinicial data del año 1931 con la tesis No 16.De la lectura del “libro de tesis” hasta el año 1980 puede advertirse que la productividad de los antropólogos en24la elaboración de tesis doctorales es notablemente menor respecto de otras “especialidades” desarrolladas en lainstitución (geología es, marcadamente, la más influyente, seguida por botánica y zoología). Debo consignar que,durante el período objeto de análisis, no tengo certeza si las clasificaciones del “libro de tesis” responden a criteriosdefinidos por los directores, los tesistas, o por los bibliotecarios que recibían los ejemplares en resguardo y consultainmediatamente después de la aprobación de la tesis. Cabe señalar, también, que algunos rótulos indicativos dela “especialidad” de la tesis parecen ser, notablemente, errores involuntarios de clasificación (la de Mario Celloneen la columna “especialidad” dice “geología”). En otro caso (la de Cigliano, defendida en 1955) la referencia a la“especialidad” “arqueología” resulta excepcional, pues sólo a partir de 1977 (con la tesis de María Carlota Sempé deGómez Llanes) el libro da cuenta en esa columna de la distinción entre “arqueología” y “antropología”, incluyendoen esta última categoría (al menos hasta el año 1993) solamente tesis que tienen por objeto temas de “antropologíafísica” y “antropología biológica”.Refiriéndose a la trayectoria de la antropología en la UBA en las primeras tres cuartas partes del siglo XX, Rosana25Guber señala que: “(. . .) las lealtades se expresaban hacia las cabezas de linaje, de manera que las polarizacionesafectaron verticalmente a todos los estratos de la vida académica. Un jefe exonerado perdía recursos, acceso alaula, y a los jóvenes como posibles continuadores, a las publicaciones, las colecciones y los documentos, poniendoen serio riesgo la continuidad del equipo y sus actividades. Para asegurar esta continuidad jefe y seguidores debíanrelocalizarse, y como sucede en esos casos según han demostrado los estudiosos de las relocalizaciones forzadas depersonas, las relaciones sociales son seriamente afectadas por los quiebres de las redes y su reciprocidad. El únicogarante de la continuidad terminaba siendo el carisma del jefe, la voluntad individual de sus seguidores, y susrespectivos márgenes de maniobra políticos y sociales.” (2006a:42-43)Sobre la conformación y trayectoria académica del grupo de Vignati me he ocupado en “Política y formas de26sociabilidad académica en la Universidad argentina. Antropólogos y antropología en la Facultad y el Museo deCiencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata (1930-1960)”, ponencia presentada en la IV Jornada dela Red Interuniversitaria de Estudios sobre Educación Superior en América Latina realizada en octubre de 2006 enla ciudad de San Luis.Por ejemplo, en el prólogo a la traducción en castellano de Metodología etnológica de Fritz Graebner, publicado por27la Universidad Nacional de La Plata en 1940; o bien una reseña sobre Alfred Métraux y su trabajo “Los misteriosde la Isla de Pascua”, publicada en la revista Ciencia e Investigación t.7, No 10. Buenos Aires, 1951. p. 468-472.Ver: “Cuatro viajes al más remoto Noroeste argentino”. Revista del Museo de La Plata I. La Plata, 1936. p.2893-243. En otra ocasión, pues, analizaremos cómo Márquez Miranda definía “etnografía” y “etnología”, qué razonesintelectuales y político-institucionales motivaron sus ocasionales intervenciones académicas en la Argentina conpublicaciones referidas a estos temas, e indagaremos qué enfoques y contenidos de esta especialidad dictaba en sucátedra. En este sentido, también cabe tener en cuenta la caracterización profesional efectuada por Ciro René Lafónsobre Márquez Miranda en Runa, Archivo para las Ciencias del Hombre al cumplirse diez años de su fallecimiento;allí lo definía como “museólogo”, “arqueólogo”, “etnólogo” y “con interés” por el “folklore”.Palavecino no abandonó definitivamente estos temas “antropológicos” (como los denominaba) o del campo de la29“antropología física”. En los años treinta publicó “Cefaloscopía y relevamiento cefalométrico de diez indios araucanos”(1934) y “Relevamiento antropométrico de un indio ashlushlai” del Chaco salteño (1939) en Notas del Museo deLa Plata, entre otros trabajos (ver infra). En este último seguía las orientaciones de Roberto Lehmann-Nitsche ensu “Estudios antropométricos de los chiriguanos, chorotes, matacos y tobas (Chaco occidental)”, publicado en losAnales del Museo de La Plata en 1907.No obstante su acrecentado interés por las poblaciones del Chaco, continuó publicando trabajos sobre indígenas30de otras regiones etnográficas y arqueológicas. “Un ‘nillatún’ en el lago Lahar”, en colaboración con P. Groeber ypublicado en Gaea; “Tipos de tiendas usados por los aborígenes americanos” en el 23o Congreso Internacional deAmericanistas (1928); “Etnología del Brasil” y “Mojos” en la Enciclopedia Italiana (1933); sobre los “indios Sirionósde Bolivia Occidental” en el 25o Congreso Internacional de Americanistas de La Plata (1932); “Los onas. Una huma-nidad desaparecida” en la Revista Geográfica Americana de Buenos Aires (1934); “Los indios del Neuquén. Breveinforme de viaje” en Riel y Fomento; y Notas para el conocimiento de la magia en el Alto Perú (1937); un capítuloen la compilación de D. G. Brington La raza americana (1946); “Noticia preeliminar sobre un viaje arqueológico aGoya” en Notas del Museo de La Plata (1948), donde presentó resultados de una expedición arqueológica efectuadacon Alberto Rex González; “Una ocarina pentafónica del N.O, argentino” en Notas del Museo de La Plata (1949).También escribió artículos para el diario La Prensa sobre “economía”, “habitación”, “vestido y posición cultural”de los “indios Urus de Iruito” (entre 1933 y 1934), el “folklore del Altiplano” (1935), “Mitología chaquense” (1937),“Un personaje mítico de los mataco” (1937), “El idioma mataco” (1937), entre otros. Pocos años después de sumuerte también se publicó “Las altas culturas andinas” en Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología(1972).

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En el reconocido Handbook of South American Indians, emprendimiento editado por Julian Steward y publicado31por la Smithsonian Institution entre 1946 y 1950, Palavecino no figura como autor. Los capítulos sobre poblacionesdel “Gran Chaco” estuvieron a cargo de Alfred Métraux y Juan Belaieff, y otro sobre la “cultura chaco-santiagueña”recayó en Márquez Miranda. Allí los trabajos publicados por Palavecino entre 1928 y 1940 (ver supra) aparecencitados por los dos primeros autores, en tanto que Márquez Miranda cita el artículo “Síntesis histórica”, que Palave-cino publicó en la Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología (1940). Por otro lado, las contribuciones alestudio de las poblaciones indígenas de Pampa y Patagonia no fueron realizados por antropólogos argentinos, comoVignati, con investigaciones sobre ese territorio; aunque las publicaciones de este último sobre “antropología física”,“arqueología” y “etnografía moderna” sobre esta región (y a la de Cuyo) fueron mencionadas por los autores de estoscapítulos: John Cooper y Gordon Willey. A su vez, otros antropólogos produjeron capítulos relativos a los “huarpe”y a la “expansión de los araucanos” (Salvador Canals Frau), los “charrua” (Antonio Serrano), las “culturas de laPuna y la Quebrada de Humahuaca” (Eduardo Casanova), los “diaguita de Argentina” (Fernando Márquez Miran-da), los “comechingones y sus vecinos de las Sierras de Córdoba” y sobre las culturas del “Río Paraná” (Franciscode Aparicio), “deformaciones cefálicas de los indígenas de la Argentina” (José Imbelloni).La Memoria del Año 1936 del Museo de La Plata señala: “A parte de los trabajos etnográficos realizados durante32varios meses de estada en el Chaco, el profesor Palavecino ha hecho cerca de trescientos relevamientos de indiostoba y mataco; habiendo trabajado en cuatro puntos distintos y distantes entre sí ha podido notar que cada grupotribal no es homogéneo; los toba del río Paraguay son uniformemente altos, pero los de la costa del Pilcomayo tienenun regular número de sujetos de baja talla. Algo similar puede decirse acerca de los mataco, cuya fisonomía depómulos salientes y narices anchas tan frecuentes y típicos en la costa del Bermejo, se afinan en el río Pilcomayo(. . .) También ha hecho una estadística sobre la presencia del pliegue semilunar y el párpado mongol entre losmataco. Centenares de individuos fueron revisados, resultando una neta frecuencia de pliegue semilunar en niñoslactantes, que disminuye a medida que el niño crece, hasta ser menos del 40 por ciento entre los alumnos. El párpadomongol es muy escaso y frecuentemente un falso párpado mongol. En general los mataco tienen una configuracióndel ojo que se aproxima mucho al llamado perimongólico, pero no es exactamente lo mismo”. Revista del Museo deLa Plata (Nueva Serie). Sección Oficial. 1937. Buenos Aires. Imprenta y Casa Editora Coni. 1938. p.111.Revista del Museo de La Plata (Nueva Serie). Sección Oficial. 1939. Buenos Aires. Imprenta y Casa Editora Coni.331940. p.3. Además del trabajo de campo en el Chaco, desde 1927 Palavecino hizo las siguientes expediciones en otraslocalizaciones: “Viaje arqueológico al Valle de Famatina” (octubre a diciembre de 1927), “Viaje arqueológico a LaRioja” (septiembre a noviembre de 1928), “Viaje etnográfico y antropológico al Neuquén” (abril y mayo de 1930),“Viaje de exploración arqueológica al Delta del Paraná” (1930), “Viaje etnográfico a Bolivia, Cuenca del Titicaca yAltiplano” (enero a abril de 1933). En 1950 mientras se desempeñaba como Jefe interino de la División de Arqueologíay Etnografía, realizó una “expedición científica” al partido de Tres Arroyos y “sur de la provincia de Buenos Aires”a fin de estudiar un “yacimiento en la laguna La Larga, del que en 1949 se había extraído dos esqueletos humanos”y otra a Córdoba para recopilar material de archivo referido a las poblaciones indígenas del norte de esa provincia(Cruz del Eje). Memoria de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de La Plata correspondiente al año 1950.p.74.Revista del Museo de La Plata (Nueva Serie). Sección Oficial. 1940. Buenos Aires. Imprenta y Casa Editora Coni.341941. p.67-69. Las temáticas que abordó Palavecino en esta ocasión también resultaban de interés en las investiga-ciones de otros dos antropólogos con actividad en el Museo de La Plata en ese año: Márquez Miranda y Vignati.María Delia Millán de Palavecino no fue docente ni investigadora del Museo de La Plata. Llevó a cabo tareas35como investigadora del Museo de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” y, también, fue directora del MuseoFolklórico del Noroeste en la ciudad de Tucumán entre 1955 y 1959. Desarrolló una producción especializada en elestudio de textiles indígenas prehispánicos, del período colonial, y entre indígenas y criollos en áreas rurales en laactualidad. Ver entre otros trabajos: “Forma y significación de los motivos ornamentales de las ‘llicas’ chaquenses”, enRelaciones de la Sociedad Argentina de Antropología (1944); “Antiguas técnicas textiles del territorio argentino y sucomparación con las del nivel neolítico. El instrumental”, publicada en las Jornadas Internacionales de Arqueologíay Etnografía (Buenos Aires, 1960); “La indumentaria aborigen y las técnicas a través de las representaciones. Notaspara el estudio de la indumentaria prehispánica” (1970) y “Tejidos chaqueños” (1973), en Relaciones de la SociedadArgentina de Antropología. Asimismo, la tarea compartida con Palavecino fue extensiva al campo del “folklore”. Enel Congreso Internacional de Folklore de Buenos Aires, en 1960, presentó un ensayo denominado: “Breve esquemade los estudios folklóricos en Sudamérica”.Revista del Museo de La Plata (Nueva Serie). Sección Oficial. 1941. Buenos Aires. Imprenta y Casa Editora Coni.361942. p.59 y ss. Durante el trabajo de campo produjo un registro documental fotográfico y cinematográfico.La colección de máscaras reunida por Palavecino en el Museo de La Plata sería posteriormente empleada (junto37con piezas localizadas en otras instituciones) como objeto de análisis en la tesis de doctorado de Mario Cellone (verinfra). Entre las piezas más significativas de esa colección se cuentan las máscaras “chané” (más de cien ejemplares)recogidas en el Chaco salteño entre 1947 y 1949.La foja de antecedentes de Palavecino indica que en el año 1930 dictó tres conferencias sobre “áreas culturales” en38el Museo de Ciencias Naturales de Buenos Aires. También consta que el tema de las “culturas” y “áreas culturales”mereció su atención en ocho conferencias referidas a las poblaciones indígenas al sur del paralelo 22 dictadas enel Museo de La Plata y, posteriormente, otra sobre “áreas culturales de Sud América” en la Universidad Nacionalde Córdoba, por invitación de la Sociedad Científica Argentina. Asimismo, de acuerdo con Irina Podgorny (2002),mientras fue Jefe de Etnografía del Museo de Ciencias Naturales porteño dictó allí un curso, entre 1931 y 1932,

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sobre distritos culturales del territorio argentino, agrupando para ese fin las referencias etnográficas (históricas oactuales) con las arqueológicas.No obstante, hay que señalar que, hacia 1950, Palavecino fue el orientador de los trabajos de investigación de Sara39del Vó, una estudiante de grado ligada al grupo de Vignati. Asimismo, las fases iniciales del trabajo de tesis de otrosdos estudiantes de este grupo –Manuela García Mosquera de Bergna y Luis María Bergna– también fueron dirigidaspor Palavecino.En tanto que otro referente en el estudio del “folklore” en la Argentina, Augusto Raúl Cortázar, dictaba Folklore40General en esa misma Facultad.Ver en la Revista del Museo de La Plata, Sección Antropología: “Venenos de anuros (sapos y ranas) empleados41para emponzoñar dardos y flechas” (1966) en co-autoría con Néstor Homero Palma; “Sobre el arco y la flecha de losguayaquí” (1968) y “Nuevas observaciones sobre el arco y la flecha de los guayaquí” (1972) en co-autoría con OmarGancedo. En esa misma revista especializada publicó con el arqueólogo Eduardo Cigliano, “Un objeto arqueológicosingular de madera de La Rioja (República Argentina)” (1967).De acuerdo con las palabras que Imbelloni dedicara al joven Vivante en la “Introito” a El libro de las Atlántidas:42“La madurez de criterio y capacidad analítica de A. Vivante se pone de manifiesto particularmente en la historiade las islas fantásticas de la Edad Media y en la crítica a las fuentes clásicas anteriores y posteriores a Platón; susposibilidades de orden sintético, en el estudio del pensamiento utópico” (Imbelloni y Vivante 1939:27). En las décadassiguientes Vivante no abandonó las temáticas relativas al estudio de las culturas y el poblamiento de América. Ver:“Aspecto demográfico de América”, en Revista Geográfica Americana (1940); y una antología anotada de cronistasPueblos primitivos de América (1947); “La gallina americana precolombina”, en Runa, Archivos para las Cienciasdel Hombre (1953-1954); “Reinterpretación del friso de la ‘Puerta del Sol’ de Tiahuanaco (Bolivia)”, en Notas delMuseo de La Plata (1963); “Estado actual de la discusión sobre pigmeos americanos” (1963) y “El problema de losnegros prehispánicos americanos. Notas sobre los melanodermos precolombinos” (1968), en Revista del Museo deLa Plata, Sección Antropología.No queda claro si esta avanzada programática de Vivante y su grupo en los temas de la “antropología física”, daba43lugar a un enfrentamiento con Cháves de Azcona y el suyo. Pero, sí, existen indicios de colaboración entre unos yotros, tal como lo atestigua el asesoramiento que prestó ella a Gancedo en el análisis de la somatología guayaqui(ver infra). También debemos tener en cuenta que, a principios de la década de 1970, algunos estudiantes del gradoy del doctorado del Museo se vinculaban la Unidad de Genética Serológica de la Facultad de Ciencias Exactasde la UNLP, donde comenzaron a desarrollar investigaciones en “antropología biológica”, una orientación que ellosconsideraban más remozada que la “tradicional antropología física” de Vignati y sus discípulos. Recordemos, porcaso, que la tesis de doctorado de Francisco Carnese fue dirigida por un miembro de esa Unidad: Marcos Palatnik.En 1967 publicó ¿Qué es la evolución biológica?, un libro de difusión influido por la perspectiva que sobre este tema44desarrolló el “jesuita” francés Pierre Teilhard de Chardin; no obstante, este texto no está directamente relacionadocon las cuestiones abordadas en su tesis de doctorado.Junto con Cigliano, Gancedo analizó la cerámica de los guayaqui en el artículo: “Un préstamo cultural entre los45guayaquí: la cerámica”, en Revista del Museo de La Plata (1972).No obstante haber mantenido una interlocución privilegiada con aquellos antropólogos, Gancedo recurrió a otros46interlocutores como B. Susnik, los italianos R. Biasutti, L. Miraglia, G. Paconcelli Calzia, G. Bove; los alemanes P.W. Schmidt, H. Virchow, P. Ehrenreich, F. Vogt, O. Zerries, H. Kunike, F. Muller, K. Stein, O. Schlaginhaufen; y losfranceses P. Clastres, L. Sebag, F. Machon, J. Vellard, entre otros. Por su parte, en la Argentina, simultáneamente,Mabel R. de Bianchi se ocupó de los “guayaki” en “La colección guayaki existente en el Museo Etnográfico”, enRuna, Archivo para las Ciencias del Hombre (1967).Además, ocasionalmente se ocupó del análisis de objetos culturales de otras poblaciones indígenas relacionados con47otro trabajo de campo (en la provincia de Misiones) –“Un elemento de la alfarería caingua: la pipa”, en Revista delMuseo de La Plata, Sección Antropología (1972)–; o bien con el estudio de colecciones –“Descripción de pipas defumar tehuelches de la colección Francisco P. Moreno y Estanislao S. Ceballos”, en Revista del Museo de La Plata,Sección Antropología (1973).De la “medicina popular” se interesa por: el “mal aire”, “mal deseo”, “mala palabra”, “mala boca”, “susto”, “en-48fermedad de la tierra”, “violación de tabúes”, “enfermedad de la matriz”, “mal de ojo”, “empacho”, “tabardillo”,“neumonía”, “dolor de muela”, “golpe de aire”, “conceptos de cálido, fresco y cordial”, y la “farmacopea típica”.Chiappe también publicó trabajos sobre “arqueología”, tales como “Hallazgos precerámicos efectuados en: Chiquimil49(actual Entre Ríos) del Valle de Santa María, Provincia de Catamarca” en Anales de Arqueología y Etnología de laUniversidad Nacional de Cuyo (1967).Por ejemplo, respecto de Imbelloni dice: “Por la observación directa del grupo (mataco de Laguna Yacaré) se nota50que sería imposible la existencia de la formación de una ‘raza metamórfica’ (raza argentina) pregonada por Imbellonien sus trabajos. La misma estaría formada por la conjunción de los elementos: indígena, mestizo y europeo (sobretodo mediterráneo)” (Chiappe 1970).De acuerdo con Visacovsky, Guber y Gurevich (1997), Palavecino había sido influido por la “Escuela51histórico-cultural”, pero también se sirvió en sus investigaciones y ensayos de los estudios areales de patrimo-nios culturales basados en el enfoque de antropólogos culturales norteamericanos como Alfred Kroeber y GeorgeMurdock.

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Recordemos que el ingreso de Vivante al Instituto de Antropología de Tucumán se dio en ocasión del desplazamiento52de Palavecino de su dirección, y la llegada de los imbellonianos a la Universidad Nacional de Tucumán.

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Ideología, represión e investigación de campo. La carrera deAntropología de Mar del Plata (1971-1977)

Gastón Julián Gil1

Sobre la carrera de Mar del Plata y loscortes generacionales

En el imaginario de la antropología argentinase da por sentado que fue Eduardo Menéndezel creador de la carrera de antropología en laUniversidad (por ese entonces provincial, hoynacional) de Mar del Plata. Poco registro que-da de que dos años antes de que este graduadode la Universidad de Buenos Aires (UBA) sehiciera cargo de la carrera, ya existía otro planvigente que cursaban algunos pocos alumnos.Esta creencia tiene en realidad alguna dosis deverdad, ya que la llegada de Menéndez en 1971marcó el inicio de una nueva era que se plas-mó en un discurso que descartó el plan de es-tudios anterior negándole, en los hechos, cual-quier tipo de legitimidad. El alto consenso querápidamente se estableció entre los estudiantespermitió que el pasaje se diera sin conflictos yque la identificación con el nuevo proyecto ge-nerara adhesiones que se mantienen a más de30 años del cierre de inscripción producido en1975. Se trató, en líneas generales, de una ex-periencia que estuvo directamente influenciada–aunque no exclusivamente– por la antropolo-gía de la Universidad de Buenos Aires. Pro-ductos de esa carrera, Menéndez y sus dos co-laboradoras más inmediatas, Mirtha Lischettiy María Rosa Neufeld, plasmaron en Mar delPlata una manera precisa de entender la prác-tica antropólogica recreando parte de las opo-siciones y tensiones que protagonizaron en ladécada del sesenta en la UBA. Integrantes delos alumnos-fundadores de la carrera (tambiénformaron parte de los primeros graduados), pu-dieron poner en práctica en Mar del Plata unaespecialización disciplinar (la antropología so-cial, que los separaba de sus profesores) perotambién una serie de definiciones (teóricas ypolíticas) que los distinguía de su grupo origi-nal de compañeros y jóvenes colegas.

La carrera de Ciencias Antropológicas de laUniversidad de Buenos Aires se formó en 1958

en el marco de los lineamientos desarrollistasque generaron el consenso para la formaciónde carreras afines como sociología y psicología.En los primeros tiempos de esa carrera tuvie-ron preeminencia aquellos investigadores quese concentraron en problemáticas aborígenes,con un fuerte sesgo etnológico que privilegiabael estudio de las mentalidades de grupos indí-genas con relativo grado de aislamiento. Luegode una primera etapa de plena identificaciónde estudiantes y profesores, aglutinados por elámbito común y “sagrado” del Museo2, aque-llos jóvenes comenzaron a alejarse de sus maes-tros a partir de una serie de enfrentamientosdisciplinares y políticos3. Aquella “unidad ini-cial” (Guber, 2006) de profesores y alumnos en“El museo” se manfiestaba especialmente fren-te a los otros estudiantes de la Facultad de Fi-losofía y Letras (como sociología) y a los de-más estudiantes de antropología en el resto delpaís. Pero las diferencias no tardarían en lle-gar para conformar, según Guber y Visacovsky(1998), una imposibilidad genealógica, es decir,una marcada discontinuidad generacional. Se-ría en torno a la alternativa disciplinar de laantropología social4, excluida del plan de es-tudios de la licenciatura, que esas diferenciasentre alumnos y profesores comenzarían a de-finirse. De todos modos, como sostiene Guber(2006), serían los acontecimientos políticos demediados de los años sesenta los que termina-rían por articular esas tensiones tanto en el pla-no político interno (la vida universitaria) comoen el externo (la radicalización política de lajuventud argentina y el golpe militar de 1966).Precisamente, la nueva toma del poder por par-te de los militares en 1966 traería una interven-ción a las universidades nacionales en el mis-mo momento en que se producían los prime-ros concursos para auxiliares docentes en cien-cias antropológicas, ganados por esos jóvenesgraduados que ya estaban proponiendo otraslecturas teóricas y prácticas de campo (Santia-go Bilbao, Hugo Ratier, Blas Alberti, EduardoMenéndez, Mirtha Lischetti). La respuesta de

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un sector importante del cuerpo docente de lasuniversidades nacionales fue la renuncia masi-va como protesta a la intromisión del gobierno.Tras deponer al radical Arturo Illia, el nuevorégimen del general Juan Carlos Onganía diri-gió su enfoque hacia las universidades, lo queculminó con la tristemente célebre “Noche delos Bastones Largos”, el 29 de junio de 19665.En la carrera de antropología, casi todos losconcursados abandonaron sus cargos y la ma-rea innovadora se detuvo, lo que permitió larestauración del proyecto original encarnado enla figura de Marcelo Bórmida6. Tan sólo en laUBA los cálculos involucran a 1378 docentesque abandonaron sus cargos, aunque se estimaque el mayor impacto se produjo en áreas másdinámicas, sobre todo Ciencias Exactas y Filo-sofía y Letras. A la distancia, uno de los renun-ciantes que formó parte activa en la carrera deMar del Plata considera que aquellas renunciasmasivas fueron “un error. Por puro principismoabandonamos un espacio que debíamos conser-var porque no aceptábamos el avasallamientode la autonomía universitaria. Con las claudi-caciones que se han venido haciendo aquéllo yano parece tan grave”. Esta profesora era una delas primeras graduadas en Ciencias Antropoló-gicas de la UBA y había concursado dos cargosde ayudante de primera con Enrique Palaveci-no y Augusto Cortázar7.

A diferencia de lo que ocurriría con los an-tropólogos sociales de la nueva generación (ensu gran mayoría), que rechazarían tajantemen-te cualquier asociación cuasiparental con susprofesores, como puede apreciarse con claridaden el caso de la UBA, los “etnólogos” fueronmucho más propicios a construir filiaciones in-telectuales. Así, “recurrentemente amenazadapero siempre apasionada y joven, la Antropo-logía Social de Buenos Aires debió negar sugenealogía para asegurar la legitimidad de suilegítima filiación” (Guber y Visacovsky, 1998:44). A tal punto, que la adopción del rótulo“antropología social” de los nuevos antropó-logos plantea de manera descarnada cualquiernegación no sólo de un vínculo sino sobre todode la existencia de aportes de aquellos “etnó-logos” que los formaron (Guber, 2005). En untrabajo que giró en torno a las jornadas porlos 30 años de la creación de la carrera de an-tropología de la Universidad de Buenos Aires,(Guber y Visacovsky, 1998) puede apreciarsecon claridad que los testimonios de los estu-diantes de aquella época rechazaban asignarle

a Marcelo Bórmida la categoría de maestro opadre fundador, más allá de las narrativas quegiraban especialmente en torno a él y a su pa-pel preponderante en los primeros tiempos, enlos que:

“los vínculos personales entre estudiantesy profesores borraban los límites entre lasjerarquías (“todos juntos”) y entre los ám-bitos domésticos y académicos. La “comi-da ritual” tras haber cumplido un requisitoinstitucional, retraducía una jerarquía de laorganización universitaria en otra más ínti-ma de la familia (“los Bórmida”); ésta re-tornaba luego al ámbito universitario peroen un escenario particular” (1998: 30).

De alguna manera, subyace en la mayoría delos trabajos sobre la historia de la antropologíasocial en la Argentina una tendencia a forzarsu desarrollo como un trayecto forjado en di-recta oposición a la dominación de la etnolo-gía y como el fruto de una serie de rupturasclaras y contundentes (Madrazo, 1985; Ratiery Ringuelet 1997). Evidentemente tales rup-turas existieron, en gran parte por los cortesabruptos en la política nacional que se trasla-daron al escenario académico, generando a par-tir de cambios institucionales profundos (porejemplo, las intervenciones en las universida-des) modificaciones en las líneas teóricas domi-nantes, las designaciones docentes y los recur-sos de investigación. Sin embargo, algunos dequienes luego fueron definidos y se autodefinie-ron como antropólogos sociales jamás se pro-pusieron volcarse a la antropología social, si-no que simplemente investigaron los temas quemás los atraían. Las antinomias entre etnologíay antropología social no eran en aquel tiemposignificativas, como tampoco parecía serlo ladicotomía de desarrollar una antropología com-prometida políticamente y otra reaccionaria (laetnología, por supuesto) (Guber, 2005). De esamanera, puede inferirse que los esquemas seimpartieron vinculados con una visión política-mente correcta de la historia disciplinar y queni siquiera logran cierta correspondencia conlos ejercicios de memoria de algunos de aquellospioneros que, efectivamente, nunca se propusie-ron establecer un corte abrupto con su historiacomo estudiantes. Esa parece haber sido másbien una obsesión porteña por despegarse dela fundación maldita de un Bórmida que fuesatanizado hasta extremos caricaturescos, de

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tiempos en los que aquella “antropología socialcomprometida” lograría alcanzar la preeminen-cia en el campo de la antropología argentina.

Mar del Plata y una primera e ilegítimafundación

La carrera de Antropología de la por enton-ces Universidad Provincial de Mar del Platacomenzó a dictarse a partir de 1969 con unplan de orientación culturalista y folclórica quefue rápidamente abandonado a partir de 1971cuando se optó de manera primordial por laantropología social. Desde ese año, se ofrecióun nuevo plan con las orientaciones de arqueo-logía y antropología social, y bajo la direcciónde Eduardo Menéndez contó con un importan-te plantel de jóvenes profesores graduados dela UBA, alguno de ellos con formación de post-grado en el extranjero, que proponían una lí-nea diferente a los mandatos de la carrera enla que muchos de ellos se habían formado, esdecir, alejados de la Escuela histórico-cultural–y luego la teoría fenomenológica– que teníaen Marcelo Bórmida a su principal exponen-te8. Trasladando a Mar del Plata las rupturas,antinomias, búsquedas y sueños que protago-nizaron en la capital del país, un grupo de pro-fesores protagonizó una experiencia en la quesí se instituyó una filiación, más allá de que losconflictos de la vida política nacional impidie-ron la continuidad de un proyecto “frustrado”.

La universidad de Mar del Plata funciona-ba en aquella época bajo la órbita provincialde Buenos Aires. Luego de que el gobierno dela “Revolución Libertadora” (1955-58) promo-viera la renuncia del Estado Nacional al mo-nopolio de la educación superior, lo que seríaplenamente aprobado por el gobierno de Ar-turo Frondizi en 1958, se concretaría una vie-ja aspiración de los organismos católicos, perotambién surgieron distintos emprendimientosprivados y provinciales. Precisamente, algunosestados provinciales asumieron la responsabi-lidad de crear nuevas universidades, tal cualocurrió desde 1961 con la Universidad Provin-cial de Mar del Plata.

Por supuesto, no se analizarán aquí los su-puestos defectos y las virtudes (si es que se ad-mite que las había) del plan de la carrera de an-tropología de Mar del Plata. Sí es un dato inne-gable que estudiantes de aquella época recuer-

dan un tanto jocosamente que los que “veníandel plan viejo decían que habían aprendido mu-cho de numismática y heráldica”. De todos mo-dos, el punto crucial aquí es cómo el pasado seniega sistemáticamente y los recambios genera-cionales, temáticos, o de la índole que fueran,se afirman sobre un supuesto vacío, que niegacualquier relación con lo anterior, a partir deargumentos diversos, teóricos (la posición etno-lógica, la fenomenología bormidiana) y, sobretodo en aquella época, en oposiciones ideológi-cas (“eran fascistas”). La experiencia marpla-tense presenta una serie de singularidades queson dignas de remarcar, no sólo por constituirla primera ocasión en la que se impuso en todoel país un plan de estudios hegemonizado porla perspectiva de la subdisciplina de la antro-pología social. Como se verá, además de estapreeminencia se podrán apreciar una serie deprocesos vinculados con la concreción de unaserie de recaudos ideológicos y morales sobre lainvestigación disciplinar y el legado de una fi-liación interrumpida pero reivindicada por susprotagonistas. Todo ello enmarcado en un con-texto político social que condicionó y terminódestruyendo cualquier posibilidad de estabili-dad de un proyecto académico “frustrado”.

Fue José Antonio Güemes el organizador deaquella primera carrera, quien además era eldecano de la Facultad de Humanidades queacababa de dar vida a carreras como Psicolo-gía, Sociología y Ciencias Políticas. El sociólo-go Julio Aurelio, de activa participación en laapertura de esas nuevas carreras, caracteriza aaquellos tiempos “como un gran clima de tra-bajo” y destaca especialmente la figura del se-cretario académico, Juan Samaja. Güemes te-nía un breve pasado como militar en su juven-tud, ya que tempranamente había sido pasadoa retiro efectivo con el grado de subteniente.Nacido en Salta en 1910 se había afincado enMar del Plata, donde había sido nombrado de-cano de la Facultad de Psicología 22 de marzode 1968 por decreto del Poder Ejecutivo Pro-vincial. Durante su gestión de casi tres años laFacultad de Psicología adoptó el nuevo nombrede Facultad de Humanidades ante la aproba-ción de las nuevas carreras. Pese a que era elprimero en la línea de sucesión del rector de launiversidad, un nuevo decreto del Poder Ejecu-tivo Provincial (N◦ 5157) dio por terminadassus funciones el 30 de diciembre de 1970. Aun-que luego presentó un recurso de revocatoriaante el ejecutivo bonaerense, un nuevo decre-

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to, N◦ 6542, el 16 de noviembre de 1972 ratificóla validez jurídica del cese.

Güemes era, tal como él mismo se definía ensus clases, discípulo del “gran maestro Imbello-ni”, el antropólogo italiano que adhirió fervien-temente al peronismo y que dirigió entre 1947 y1955 el Instituto de Ciencias Antropológicas dela UBA del que dependía el Museo Etnográficode Buenos Aires9. Tras cortarse su carrera mi-litar obtuvo el título de Profesor de EnseñanzaSecundaria Normal y Especial en Historia en laFacultad de Filosofía y Letras de la Universi-dad de Buenos Aires en 1946. Revistaba comoantecedentes haber trabajado de docente en elInstituto Sagrado Corazón de Jesús de La Pla-ta entre 1934 y 1938, en el Colegio San José dela localidad bonaerense de Victoria entre 1938y 1944, en la Universidad Nacional de La Plataentre 1952 y 1954 y en la Universidad de Bue-nos Aires entre 1953 y el 10 de octubre de 1955,cuando corrió la misma suerte que su maestroImbelloni en el Museo Etnográfico. En sus an-tecedentes declarados, antes de hacerse cargodel decanato en Mar del Plata, también se re-gistran tareas docentes en la Universidad deNeuquén entre 1965 y el 31 de marzo de 1968.

Alicia, una arqueóloga que cursó el plan ori-ginal define a la distancia a aquella carrera co-mo “muy poco antropológica. Aquello que da-ba el Tata Güemes era muy raro. Nos enseñabamucho de numismática y en el final había queir armando un escudo. Era todo un esencia-lista y muy religioso. Primero estaba siempreTata Dios, de ahí el sobrenombre, y despuésla Patria. Era muy nacionalista, además de-cía descender de Martín Miguel de Güemes”.Aunque lo recuerda como “una persona muyelegante” no duda en calificarlo de “mal tipo.Era muy arbitrario, se burlaba de los estudian-tes por cualquier cosa. Una vez un alumno llevouna Para ti10 porque tocaba un tema vinculadoa algo que venía explicando y no paró de de-nigrarlo y tomarle el pelo durante toda la cla-se”. De acuerdo con relatos de algunos de losestudiantes (psicología, sociología) que cursa-ron sus materias, se trataba de una figura muyextravagante y excéntrico que, como recuerdaOmar, “se hacía servir un whisky on the rocksa mitad de sus clases”. Incluso, por medio deuno de sus ayudantes alumnos11 –luego profe-sor en la Universidad de Mar del Plata durantemás de 30 años– mandaba grabar las clases dealgunos de sus colegas, como las del sociólogode la cátedras nacionales, Roberto Carri. La

anécdota se completa con el propio Carri en-viándole un saludo antes de comenzar la clasea su “gran amigo el Doctor Güemes, que meestá escuchando”, que fue retribuido pública-mente a los pocos días. Algunos estudiantes lorecuerdan con respeto y en ciertos casos conadmiración, “por lo culto que era y por su cla-se. Tenía mucha cancha, era un dandy, siem-pre de punta en blanco, muy buena presenciay sabía piropear a las mujeres sin quedar de-subicado”. Omar lo define como “paternalista,con rasgos de autoritarismo pero también conmucho carisma y, en cierta, medida un avanza-do, un trasgresor. Creo que había tenido variosmatrimonios y tenía amistades muy variadas,como Arturo Jauretche, que fue varias veces adar conferencias a la Facultad”.

La carrera de antropología que había gesta-do, estaba sostenida en su gran mayoría porlas materias de Psicología y por algunas nuevasasignaturas aprobadas en el plan de estudios desociología. Güemes le había dado forma a unacarrera a medida de sus inclinaciones teóricasy que tenía como fundamentos a las cátedrasque dictaba en la facultad: Introducción a lasCiencias de la Cultura, Antropología Filosóficay Ética. De este modo, a partir de la Resolu-ción de Decanato No 65 del 7 de julio de 1968 secreó a la carrera de Antropología. En los fun-damentos se dejó constancia que sólo se hacíannecesarias la apertura de nueve cátedras nuevaspara completar la estructura curricular, comocomplemento de otras 23 asignaturas que sedictaban en Psicología y en Sociología. En esamisma resolución se mencionaba la necesidadde cubrir las “inquietudes de los estudiantes dela región” y se especificaba que “el antropólogorepresenta un papel primordial en las moder-nas organizaciones económico-sociales”. Aquelplan original incluía una monografía de licen-ciatura, para la cual era obligatorio adscribirseal Departamento de Humanidades. Incluso te-nía previsto un doctorado, con una investiga-ción de un año y la redacción de una tesis doc-toral sobre un tema original y una extensión nomenor a 100 páginas. En el primer año se cur-saba Introducción a las Ciencias de la Cultura,Introducción a la Psicología, Introducción a laSociología, Introducción a la Filosofía, Econo-mía Social y Biología Humana. En el segun-do año estaban programadas Antropología Fí-sica, Sociología Sistemática, Metodología Esta-dística, Psicología de la Personalidad, FolkloreGeneral y Ciencias Políticas. En el tercer año

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se cursaban Prehistoria del Viejo Mundo, Teo-ría y Metodología de la Investigación, Antro-pogeografía, Historia Económica y Social, An-tropología Cultural y Psicología Profunda. Encuarto año se contemplaban Técnicas de In-vestigación Social, Prehistoria, Folklore Argen-tino, Psicología Social, Antropología Filosóficay Sociología Argentina y Regional. El plan cul-minaba en el quinto con Antropología Social,Lingüística, Filosofía de la Historia, Ética, unseminario sobre Sociología de la Religión y otrosobre Sociología del Arte.

La otra materia “antropológica” que pudollegar a dictarse del plan original estaba a car-go de Elías Santos Giménez Vega, profesor deFolklore y Etnografía (también estaba a cargode una cátedra de Historia), de quien tampo-co los estudiantes de antropología consultadosguardan un grato recuerdo, ni por la calidad desus clases ni por sus características personales.Alicia lo había olvidado completamente perocuando se le mencionó el nombre le vinierona la mente los reiterados problemas que teníacon los alumnos por el maltrato usual y su “ob-sesión” en destacar que “el verdadero enemigode la Patria seguía siendo Gran Bretaña y nolos Estados Unidos. Como Güemes, tambiénera muy nacionalista”. Luego de la renuncia deGüemes el 19 de abril de 1971, Giménez Vegapudo mantener formalmente sus cargos hastamediados de 1972, cuando interpuso un recur-so para buscar la revocatoria de la limitación(figura burocrática que implica el despido)12.Giménez Vega tenía los títulos de Profesor deEnseñanza Secundaria Normal y Especial enLetras en la Facultad de Filosofía y Letras dela Universidad de Buenos Aires (1944). Por lamisma Facultad era licenciado en Letras (1952)con especialidad en Literatura Argentina. Ha-bía sido profesor de griego, latín y literaturalatina a fines de la década del 40 en la Facultadde Humanidades y Ciencias de la Educación dela Universidad de La Plata. Fue auxiliar docen-te en la UBA y profesor de literatura argentinaen la universidad del Litoral, hasta 1955. Ensu currículum constan varias obras publicadas,como gramáticas griegas y de latín, traduccio-nes del francés y del italiano, y análisis de obrascomo el Martín Fierro, la literatura de la etaparosista, y tratados sobre el revisionismo histó-rico. Declaraba también entre sus antecedenteshaber sido invitado a brindar conferencias enuniversidades alemanas. Durante el peronismohabía ocupado cargos en el Instituto Superior

de Enseñanza Radiofónica (ISER) y en el ser-vicio Internacional de Radio. Luego se afincóen Rosario, en donde mantenía asiduos contac-tos con gente de la organización paraestatal deextrema derecha Triple A, según asegura unprofesor que lo conoció en aquella ciudad.

El análisis de los distintos actos administra-tivos de la universidad permite situar con clari-dad los momentos en que se produjo el pasajehacia esa nueva fundación que daría un girocompleto a una carrera a la que le quedaba,según las palabras de una de las más estre-chas colaboradas de Menéndez cuando le fueofrecida la dirección, sólo dos alternativas: “ose cerraba o se reorganizaba porque se caía”.La destitución de Güemes abrió el espacio pa-ra que pudieran cobrar un protagonismo cadavez mayor en la gestión de la Facultad de Hu-manidades un grupo de sociólogos identificadoscon el peronismo, algunos de ellos graduados enla Universidad Católica Argentina (UCA) enBuenos Aires. Precisamente, dos de esos soció-logos, Julio Aurelio y Ernesto Hipólito –quienpoco tiempo después sería nombrado decanode la Facultad de Humanidades– fueron quie-nes contactaron a Eduardo Menéndez para quese hiciera cargo de antropología.

Efectivamente, con la ida de Güemes se pro-dujo un vacío que debía llenarse. Aurelio e Hi-pólito conocían a Menéndez de la Universidaddel Salvador13, en donde todos trabajaban. Me-néndez dictaba allí Antropología General y An-tropología Sociocultural14 en la Escuela de So-ciología y junto con ellos concretó la reorgani-zación de la carrera. Según su propio testimo-nio, Aurelio organizó en El Salvador desde 1966(luego de “La Noche de los Bastones Largos”)un programa curricular de sociología “de avan-zada. Allí pude convocar a figuras como JeséNun o Miguel Murmis, y al propio Menéndez”.Hipólito era un personaje bastante controver-tido y cuestionado por su pasado como comisa-rio de la policía bonaerense. Paralemamente sehabía dedicado a la sociología, disciplina en laque se había graduado en la Universidad Ca-tólica Argentina (UCA) en Buenos Aires, deigual modo que Aurelio15. La situación Hipó-lito no era tan extraña ya que a fines de lossesenta varios integrantes del cuerpo de profe-sores de sociología y hasta algunos estudiantespertenecían o habían pertenecido a las filas dela policía y, en mayor número, a las FierzasArmadas. Uno de los más recordados de todosellos era el capitán Virgilio Beltrán. Omar tam-

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bién recuerda algunos compañeros en la carrerade sociología que eran militares.

A partir de aquel momento, Menéndez orga-nizó la carrera bajo la supervisión de los pro-pios Hipólito y Aurelio. Una de las colaborado-ras de Menéndez afirma que “sabíamos que Hi-pólito no era de confiar pero la posibilidad eraextraordinaria y hacia allí fuimos, pero sabien-do que no era un terreno fácil”. Alicia narra que“cuando llegó Menéndez dijo lo que todos pen-saban, que lo que se estaba dando no era an-tropología. Sólo una alumna prefirió quedarsecon el plan viejo pero al poco tiempo abando-nó la carrera”. Para solucionar la transición, lasautoridades de la universidad y de la facultadfacilitaron el cuerpo normativo, a partir de laResolución del Decano Interventor Interino N◦

38 del 16 de abril de 1971, para “reestructurarla carrera de antropología” dado que “es natu-ral que dichas gestiones estén orientadas por unprofesor idóneo con títulos y desempeño especí-ficos” y que “que es imperioso adoptar medidasde emergencia a fin de proseguir normalmenteel dictado de la carrera”. Por ello, se resolvióque las materias Etnología General e Introduc-ción a las Ciencias Antropológicas “deberán fi-gurar en el futuro Plan de la carrera”. Para esaprimera etapa de refundación, Menéndez con-vocó a Mirtha Lischetti y a María Rosa Neu-feld, antiguas compañeras en la UBA y los pe-sares de los “Bastones Largos” y compañerosde camino en proyectos de investigación comoel que llevaron adelante sobre problemáticas desalud en el Instituto Di Tella, bajo la direc-ción de Esther Hermitte. Como se destaca enun testimonio analizado por Lebedinsky, “des-pués de varias etapas queríamos ser profesiona-les de la antropología, comprometidos no sólopolíticamente; pretendíamos aplicar no sólo elmétodo dialéctico y que el pensamiento fueraconsecuente, que nuestra ideología política ycientífica coincidiera” (1999: 134).

Paulatinamente, la Facultad de Humanida-des, bajo la órbita de Ernesto H. Hipólito creólos departamentos de Ciencias Antropológicas,Psicología, Sociología, Ciencias Políticas, Me-todología y Ciencias de la Educación y Pla-nificación Educacional, dado que “es necesarioadecuar la organización de los departamentosa la evolución de las carreras de la Facultad”.En ese marco, por lo que puede observarse enlos actos administrativos, tanto en rectoradocomo en decanato, los primeros dos años de lacarrera transcurrieron en plena expansión, con

cobertura de cargos, llegada de nuevos antro-pólogos, expansión en la matrícula y un pre-supuesto cada vez mayor para, por ejemplo,ofrecer una importante cantidad de cargos conmuchas horas de dedicación semanal para ayu-dantes alumnos. Aunque también existía unaorientación en arqueología, primaba la antro-pología social, la subdisciplina que había que-dado fuera de los planes de estudio en todaslas carreras de antropología del país. En otrascarreras del interior del país, la antropologíasocial corrió suerte diversa. En La Plata, enuna carrera enmarcada en la Facultad de Cien-cias Naturales, antropología social era apenasuna materia a partir de la cual muchos de losestudiantes de fines de los sesenta construyeronluego sus carreras profesionales. En el caso deRosario (y en cierta medida también en Cór-doba), como señala Garbulsky (2004), las te-máticas vinculadas con la antropología provi-nieron del contacto con otras disciplinas, comola historia social, la economía y, por supuestosociología, además del significativo aporte delarqueólogo Alberto Rex González.

El producto final de la carrera de CienciasAntropológicas en Mar del Plata fue aprobadopor Ordenanza del Consejo Superior N◦ 291y entró en vigencia el 6 de marzo de 1972.Constaba de un ciclo básico de 18 materias yun ciclo especializado (orientación arqueológi-ca y orientación sociocultural) de 11 asignatu-ras más, de las cuales sólo una era optativa.También a partir de 1972 comenzaron a su-marse muchos otros profesores para cubrir lasmaterias del nuevo plan. Los primeros en su-marse en calidad de profesores titulares fueronel historiador Leandro Gutiérrez y el sociólogoCarlos Bastianes, quienes con el tiempo se ter-minarían transformando en rivales del propioMenéndez, como “figuras fuertes”, según re-cuerdan muchos estudiantes de la época, de lacarrera. Además de obtener dos cátedras cadauno, pasaron a integrar los jurados de los con-cursos internos para nombrar a los nuevos pro-fesores y a los ayudantes alumnos, junto con lostres miembros originales. Además de los men-cionados Gutiérrez (Historia Social General eHistoria Social de América Latina) y Bastia-nes (Etnografía Americana y Técnicas de In-vestigación), fueron nombrados en febrero de1972 Carlos Herrán (adjunto en Principios deArqueología y Técnicas de Investigación) y En-rique Gorostiaga (JTP en Etnografía America-na). Durante ese 1972, una cantidad superior

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a los 15 alumnos fueron designados como auxi-liares docentes en distintas materias, a la parde que el cuerpo docente se seguía expandien-do, siempre con profesores viajeros. En algunoscasos esos nombramientos se referían a tareasde docencia y en otros para labores muy pocoespecificadas, como “coordinadoras del trabajode campo en Etnología General Sistemática II,y para efectuar tareas de fichaje gráfico parael Departamento de Ciencias Antropológicas”.En ese mismo año llegaría en el segundo cua-trimestre Leopoldo Bartolomé (Introducción ala Antropología Económica) y al año siguien-te Hugo Ratier (Folklore General y EtnografíaExtraamericana –África– I). En ese contexto esque Eduardo Menéndez pasó a dirigir formal-mente el departamento de Ciencias Antropoló-gicas luego de haberlo conducido en los hechos,en principio sin ningún cargo y luego bajo lafigura de secretario.

Cada uno que se incorporaba se sumaba a lasreuniones que entresemana se llevaban a caboen la casa de Menéndez en Buenos Aires endonde se discutían los contenidos de los pro-gramas. María Rosa Neufeld asegura no habervuelto a vivir un ambiente como ése en el quetodos pudieran plantear sus aportes y criticarcon amplitud lo que se estaba enseñando. Lapropia Neufeld es coautora de un artículo en elque relata que:

“entre 1971 y 1975 se organizó en Mar delPlata una Licenciatura en Ciencias Antro-pológicas, cuya dirección estuvo a cargo deEduardo Menéndez. Allí se inició un traba-jo de reelaboración teórico-práctica del ba-gaje conceptual de la antropología, incluidacorrientes críticas del marxismo y del pen-samiento dela Escuela de Frankfurt, que enbuena medida habían sido escamoteados enla versión altamente ideologizada de la Uni-versidad de Buenos Aires, con vistas a lacomprensión de los procesos sociopolíticosde América Latina. Esto reconoce continui-dades y semejanzas con las cátedras de An-tropología Social de la Facultad de CienciasNaturales y Museo de la Universidad de laPlata, y Antropología Cultural (Social) dela Facultad de Humanidades y Ciencias dela Educación de la Universidad Nacional deLa Plata –entre los años 1967-1974– a car-go de Mario Margulis” (Neufeld & Wallace,1999: 53).

En ningún caso los que se fueron sumandoa la carrera, tanto del grupo original como losque se incorporaron a partir de 1972, fijaronsu residencia en Mar del Plata. De hecho, só-lo uno de los profesores mencionados asegurahaber tenido como proyecto su radicación enMar del Plata pero nunca llegó a concretarseporque el rectorado rechazó a último momen-to su nombramiento con dedicación exclusivaen enero de 1974 para todo el año en curso.Ya sea por razones personales (matrimonio, hi-jos), imposibilidades presupuestarias, o hastapor reservas hacia el ambiente que se vivía enMar del Plata16, la nueva carrera jamás pudodisponer de un profesor afincado en la ciudad.Sólo un antropólogo residía en Mar del Platapero su participación en la carrera fue margi-nal, más allá de su cargo formal de secretariode departamento, ya que estaba involucrado enun proyecto de militancia en el Peronismo deBase que superaba cualquier perspectiva aca-démica, luego de haber participado en el mo-vimiento de las cátedras nacionales desde finesde los sesenta17

Antropología, ideología e investigaciónde campo

De acuerdo con los testimonios analizados porLebedinsky (1999), sus principales protagonis-tas definen a la carrera de Mar del Plata co-mo un espacio crítico en el que la antropolo-gía social, como subdisciplina, había alcanzadola preeminencia y había permitido compartir“la idea de que la antropología tenía que seruna vía activa transformadora de la realidady de denuncia político ideológica. Era posibleimaginar un lugar en propuestas de acción yde transformación” (Ibid.: 134). Se abogaba,entonces, por una experiencia antropológicatransformadora de la sociedad que se inclina-ra hacia temáticas nacionales, la denuncia delimperialismo y los recaudos ideológico-moralesvinculados con la fuente de financiación de lasinvestigaciones y la difusión de los resultados.Aunque su foco de interés es la antropología deBuenos Aires, Lebedinsky describe una oposi-ción entre esta última postura (de compromisoideológico, crítica, denuncia y acción transfor-madora) frente a otra caracterizada como “unacomprensión no prejuiciada” (Ibid) de la reali-dad. Así, profesores y alumnos se enfrentaban

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en oposiciones por las que llegaban a discutircuestiones tales como la legitimidad de traba-jar para el Estado (en ocasiones se lo veía comoun delito) o de recibir subsidios y becas de laFundación Ford.

Precisamente, el grupo que comandó la se-gunda fundación de la carrera de Mar del Platahabía tenido una relación de sumo conflicto conun tema que alcanzó su pico en la segunda mi-tad de los años sesenta pero que a principios delos setenta todavía despertaba ominosas pasio-nes: los subsidios de las fundaciones extranje-ras con la consiguiente y supuesta “penetraciónimperialista” y el destino de los datos de lasinvestigaciones. Mirtha Lischetti recuerda que“lo primero que hicimos con Eduardo Menén-dez cuando nos quedamos afuera de la Univer-sidad en el 66 fue un estudio, sin ningún tipo desostén económico, sobre la producción científi-ca en ciencias sociales en Latinoamérica”. Enese trabajo, cuyas conclusiones serían vitalespara el pensamiento que Menéndez plasmaríaen algunos de sus escritos y en la línea domi-nante de la carrera de Mar del Plata, anali-zaron el financiamiento de las investigaciones,mayormente sociológicas, y las temáticas esco-gidas, y las conclusiones “eran alarmantes, decómo se estaba usando a la ciencia social conla complicidad de los propios investigadores”.Eran los tiempos de las denuncias al ProyectoCamelot, que el gobierno de los Estados Uni-dos había montado a través de un par de orga-nismos oficiales para obtener información so-ciológica que pudiera utilizarse en eventualesoperaciones de contrainsurgencia. Además, yaera público en la Argentina que la FundaciónFord había entregado subsidios a algunos cen-tros de la Universidad de Buenos Aires, comoel Departamento de Sociología de la Facultadde Filosofía y Letras que dirigía el italiano Gi-no Germani. Frente a ello:

“entre un sector del estudiantado creció laidea de que los resultados de las investiga-ciones llevadas a cabo con dichos subsidioseran utilizados por organismos de espionajevinculados con el gobierno norteamericanoy que, además, por lo general beneficiabana las grandes empresas de ese origen. Estoconstituyó un factor que dividió a la comu-nidad académica y ocupó gran parte de losdebates y discusiones a mediados de la dé-cada del sesenta” (Buchbinder, 2005: 187).

Menéndez y otros futuros profesores en Mardel Plata habían tenido una relación conflic-tiva por ese y otros aspectos con el InstitutoDi Tella, en donde bajo la dirección de EstherHermitte llevaban adelante un proyecto sobreantropología y salud en el barrio de Saavedra,financiado también con dinero de la FundaciónFord18. La presencia continua allí del nortea-mericano Richard Newbold Adams generó ro-ces de diverso tipo, tanto por las observacio-nes sobre los objetivos de investigación comopor el sospechado, y para algunos confirmado,vínculo con organismos gubernamentales de losEstados Unidos (CIA, Departamento de Esta-do)19. Guber (2006) señala que la denuncia delProyecto Camelot permitió que sobre la basede ese argumento público, se instalara una ló-gica “acusatoria” en las ciencias sociales argen-tinas, sostenida en una posición de denuncia“desde una autoridad «fuertemente ética» quedebía comprender no sólo el aparato concep-tual sino también los campos de posible pro-ducción y reproducción de la nueva disciplina,y el ejercicio de la práctica de campo” (Ibíd.).En ese marco, la “fundación” de la nueva dis-ciplina –la antropología social– se concreta sinlinajes reconocidos y como producto de una cri-sis política y un sentimiento de exclusión y per-secución.

Menéndez ya había planteado en un manus-crito de 1967/1968 la crítica a lo que denomi-nó Modelo Antropológico Clásico (MAC). Lis-chetti (2003) define al MAC como la produc-ción de la antropología desde que se constitu-ye como disciplina científica hasta el momentocrítico de la descolonización, principalmente ensus grandes tradiciones nacionales. Por ende, elmodelo se construye cuando la descolonizacionpermite ejercer la crítica a “la unicidad del mo-delo a pesar de diferentes tendencia teóricas alo largo de 150 años de antropología, difusionis-mo, evolucionismo, historicismo de Boas, fun-cionalismo de Malinowski, estructuralismo deLévi-Strauss, etc.” (Ibíd.: 32). En el mismo ar-tículo de Lischetti en donde se desarrollan losargumentos de Menéndez se menciona una di-mensión teórica compuesta por variables talescomo objetividad, autenticiad, importancia delo cualitativo, totalidad, homegeneidad y rela-tivismo, en el marco de un cuestionamiento ge-neral hacia ese modelo por el escaso interés porla historia y la focalizacion en lo superestruc-tural en desmedro de los aspectos materialesde la cultura. Otro punto nodal de crítica al

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MAC gira en torno al desinterés por las formasde dominación y explotación.

Precisamente, un artículo que Eduardo Me-néndez publicó en 1970 en Ciencias Sociales:ideología y realidad nacional20 permite ilustrarmejor aún el posicionamiento de este antropó-logo y los principios que luego se aplicaron enla carrera de antropología de Mar del Plata enrelación con la investigación de campo. Menén-dez parte de la base en aquel escrito, de que lasciencias sociales se enfrentan a “un impresio-nante proceso de ideologización” (1969: 101).En esa misma línea, cuestiona “la tranquilidadde una ideología cientificista (Ibíd.: 105) queamparada en la aparente racionalidad del dis-curso descuida la orientación de los objetivosde esa racionalidad. Por consiguiente, se refierea una ideología a partir de la cual determina-dos sectores científicos muestran los roles quecumplen para mantener un sistema que utilizapara su propio beneficio a los avances científi-cos. De ese modo, lo fundamental de cualquierproducto de la ciencia (ya sea “puro” o “apli-cado”) es tener en cuenta “quién y para quiénse usan los productos” (Ibíd.: 112). Otro de lospuntos abordados en ese artículo gira en tornoa la búsqueda de una ciencia “comprometida”,con un objetivo claro de instrumentalización,precisando además su teoría, su método y sustécnicas. Todo ello para controlar la informa-ción, lograr la mayor autonomía relativa de losfondos y la garantía de un elevado desempeñoprofesional. Sin embargo, Menéndez relativizaincluso estos recaudos, ya que su preocupaciónapunta a un “eje más simple y evidente; nopasa por dónde se institucionalizan los datosy la información, sino por quienes son los querealmente pueden organizarlos en un contextomayor y realmente usarlos ” (Ibid.: 112). Por-que, en definitiva “la capacidad de acción deuna teoría siempre existe y está en relación conlas fuerzas ideológicas y políticas que se hacencargo de ellas” (Ibíd.: 112).

Ante esta situación de atribuido peligro per-manente por la utilización de los datos de lasinvestigaciones, en este caso en ciencias socia-les, plantea algunas opciones posibles para es-capar del problema. Una de ellas implica es-quivar las problemáticas cercanas y optar porun alto nivel de abstracción en sus estudiosconcentrándose en datos y conceptos “no pro-blemáticos”. Esto permite continuar dentro delespacio académico renunciando de ese modo ala capacidad transformadora de la realidad. La

otra posibilidad es la que alienta el autor y que,como se verá, trataría de llevar adelante du-rante la experiencia de Mar del Plata. Se tratade trabajar en “problemas-problemas”, toman-do en consideración los peligros explicados ysuperarlos. De esa manera, rechaza cualquierpostura nihilista y propone tomar una actitudde “apropiación, es decir la de su adecuaciónen función de los objetivos autónomos y de-finidos en función del sistema de prioridadesy para una instrumentalización respecto de laque podemos ejercer poder “(Ibíd.: 121). To-do ello carga contra el “uso acrítico de ese sis-tema de relaciones de producción y que satu-ra, deforma y orienta la producción científica”(Ibíd.: 116), sobre todo por “la penetración ydesvirtuación de las organizaciones financierasen nuestras ciencias” (Ibíd.: 119). En ese con-texto, el camino propuesto para los investiga-dores argentinos y latinoamericanos pasa por“realizar lo que objetivamente aparezca comomás necesario para las necesidades objetivas desu proyecto transformador” (Ibid.: 119).

Además, la crítica de Menéndez al traba-jo de campo antropológico apuntaba al papelde agente externo de las sociedades que es-tudia, como producto del colonialismo y porende “estrategia clave para acceder a sujetossociales de hecho o potencialmente rebeldes yanti-imperialistas” (Guber, 2006). Y aunque,por supuesto como antropólogo sostiene queesta metodología proporciona mejor calidad yprecision que otros métodos como la estadísti-ca, focaliza en el destino de los datos obtenidosen la investigación. Frente a estos cuestiona-mientos, “Menéndez viraba de una crítica dela producción a una crítica de las condicionesde recepción o, más precisamente, de las condi-ciones de apropiación del saber antropológico”(Ibíd.).

Precisamente este enfoque, al que deben su-mársele una potente crítica al colonialismoy una operacionalización de conceptos prove-nientes del marxismo generó un contexto de“hipercriticismo desmovilizante”, en palabrasde Silvia. Esta graduada de la carrera sostieneque no había demasiada posibilidad de pensaren hacer investigación de campo y pese a estarplenamente identificada con la carrera y rei-vindicar su formación, no deja de destacar loque, a la distancia, considera una falencia. Porsupuesto, el contexto político de la vida estu-diantil era funcional a esta posición acerca dela investigación en cuanto a los recaudos que

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debían tomarse para “no entregarle informa-ción al enemigo”. Esa postura crítica fue tanextrema en parte de los estudiantes que inclu-so ni siquiera pudieron establecerse parámetrosde práctica de trabajo de campo. Alicia recuer-da algunas discusiones que se generaban antecada propuesta de salir a concretar un releva-miento etnográfico:

“muchos nos negábamos terminantementeporque decíamos que ir a observar a los po-bres era lo mismo que hacían las enfermerascuando practicaban pinchando las naran-jas. Todo se criticaba, todo se cuestionaba,no había espacio para pensar siquiera en laproducción. Y además, la noción de enemi-go estaba muy clara, y lo veíamos en todaspartes”

Sin embargo, un par de profesores que se su-maron durante 1972 tienen presente que entrevarios alumnos estaba el reclamo de llevar a ca-bo alguna investigación de campo que les per-mitiera comenzar a poner en funcionamientoa la disciplina en la que se estaban formando.En ambos casos, aseguraron haber intentadoarmar un proyecto de investigación, pero los es-trechos marcos temporales de sus visitas sema-nales de un día a la ciudad, no les permitieronorganizar nada “serio”. Lebedinsky rescata otrotestimonio que indica que “cursos prestigiados,como el de Mar del Plata, padecieron de unaincreíble carencia en cuanto al contacto con lapráctica por recaudos ideológico-morales. Tra-bajar en relación con el gobierno parecía un de-lito y la ciencia se reducía a crítica y denuncia”(1999: 135). Por ello, más allá de que algunosprofesores podían encarnar una forma alterna-tiva de entender la práctica antropológica, esastrayectorias y posicionamientos individuales nopudieron plasmar en los hechos, porque care-cieron del espacio y del tiempo para hacerlo.

En un artículo publicado mucho tiempo des-pués, el propio Menéndez realiza una lectu-ra de aquella época, en la que postula una“tendencia al maniqueísmo, a la polarizaciónteórico-ideológica, a la omisión del otro en laproducción y uso de conceptos” (1999: 17).Aclara además que “unos eran simplemente«prácticos» y otros «teorizantes». Pero estoscuestionamientos no se expresaban a través deanálisis teórico/metodológicos sino a través deimputaciones” (Ibíd.: 18), y que:

“lo dominante era el mantenimiento de po-siciones maniqueas que negaran al Otro,más que llegar a conclusiones articuladorasde las diferentes posiciones. Por eso es im-portante señalar que esta discusión no refi-rió nunca a la calidad del trabajo de campo–y/o del trabajo reflexivo–, sino al traba-jo de campo en sí, es decir, como catego-ría ideológica de identificación y oposición”(Ibíd.: 18).

Un solo proyecto de investigación se planteócomo posible y, de acuerdo con algunos involu-crados, se trató de llevar adelante. Pero no eraun proyecto de investigación “puramente” aca-démico sino que estaba condicionado, en prin-cipio, a los objetivos de militancia del directorde la carrera y sus dos principales colabora-doras. Efectivamente, a partir de los contactosque un antropólogo había desarrollado con unsindicato portuense que estaba siendo conduci-do por el Peronismo de Base, se intentó organi-zar una investigación en la que debían montar-se tareas de militancia. Una de las profesorasinvolucradas relata que “lo planteamos en lasclases y obviamente la condición para partici-par era estar dispuesto a militar. A nadie selo obligada a hacer nada que no quisiera. Nosinteresaba mucho el tema de las mafias en elpuerto y los manejos que se hacían en variossindicatos. Concretamente, queríamos interve-nir sobre la realidad”. A más de treinta años deaquellos proyectos, reivindica todo lo hecho yasegura seguir manteniendo el mismo espírituy confianza en que la antropología puede servirpara transformar la realidad.

Un proyecto académico en la universidad“nacional y popular”

De acuerdo con los testimonios recogidos y lasevidentes muestras de identificación de aque-llos estudiantes de antropología con el directorde la carrera, puede afirmarse que Menéndezlogró un rápido consenso entre los estudiantes,quienes se identificaron plenamente con un pro-yecto que sí les ofrecía herramientas analíticaspara pensar una realidad tan convulsionada.Pese a no compartir la militancia política con lamayoría de los estudiantes21, volcados masiva-mente hacia las organizaciones peronistas, Me-néndez logró que esas posiciones contrapuestas

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no entorpecieran ni los objetivos académicos nilas relaciones con los estudiantes ni el clima departicipación que a la distancia se recuerda connostalgia. Mónica describe al respecto que:

“lo que nos transmitió Menéndez y tambiéntodos los profesores que él trajo, fue el apa-sionamiento. Pero ninguno era tan apasio-nado como él, se involucraba tanto con lascosas que hasta se enojaba con él mismo.Nos daba vuelta la cabeza porque nos hacíaunos análisis muy profundos. Lo tengo muypresente a todas sus críticas, por ejemplo,de la situación colonial”.

Y lo que es prácticamente unánime es quelos estudiantes sintieron que el compromiso desus profesores (sobre todo Menéndez, Lischet-ti y Neufeld) con su formación era completo ymás allá de las posibles falencias les entrega-ron todo lo que podían, hasta que la políticanacional y la represión para-estatal de la dere-cha peronista (antes del golpe militar, sin nin-gún lugar a dudas) interrumpieron el proceso.Por supuesto, no fue una gestión libre de con-flictos, tanto con profesores de la carrera, conelementos de la gestión y con algunos gruposde estudiantes de distinta extracción política.La carrera de antropología logró mantenerse almargen de algunas las nuevas tendencias quefueron imponiéndose en la Universidad argenti-na en los primeros años de los setenta, como loscambios en las formas de evaluación (exáme-nes grupales) o la creciente politización de losestudiantes por encima de los deberes acadé-micos. Pero de ningún modo la carrera escapóa las tensiones que caracterizaron los tiemposde violencia política de la década del setenta.Sin embargo, los estudiantes de antropología,a pesar de tener en gran porcentaje un impor-tante compromiso militante, se recuerdan co-mo distintos, asistiendo a las clases mientrasse desarrollaban asambleas estudiantiles. Nin-guno ha olvidado cómo Menéndez se atrevía adar clases incluso con grupos militantes gritan-do desde afuera y presionando para que las ac-tividades se suspendieran. Silvia recuerda conclaridad los fuertes conflictos que se plantea-ban “cuando algunos, muy pocos, profesores,seguían dando clases y recolectaban el recha-zo generalizado del alumnado que desde afueralanzaba consignas duras contra quienes no seplegaban a las asambleas”. Una de las profeso-ras del grupo original asegura que nunca sufrie-

ron grandes presiones para cambiar su formade dar exámenes o en las clases, aunque reme-mora, en varias oportunidades, “estar a pocode empezar las clases y tener un grupo que seponía a cantar la marcha peronista al ritmo delos tamboriles. Les terminábamos ganando porcansancio”. Un profesor que dictó en dos oca-siones consecutivas una materia del plan tienecomo recuerdo más fresco a un grupo de la Ju-ventud Peronista cercando a un militante dePartido Socialista en absoluta soledad apabu-llándolo con gritos y cánticos, culminando conla Marcha Peronista.

En ese sentido, el contraste con la carrerade sociología, que antes había sido el espaciode consagración de las cátedras nacionales yque en ese momento le aportaba los hombresde gestión a la Facultad y a la Universidad,fue marcado. Además de algunos relatos quemuestran a Menéndez llegándose a tomar a losgolpes de puño con el asesor del interventor Ju-lio Aurelio, Néstor Momeño22, la gestión de lafacultad llegó a colocarle a un “comisario polí-tico” para que controlara al “zurdito de antro-pología que estaba jodiendo”. En efecto, aquelantropólogo que había llegado a Mar del Plataa través del empuje de las cátedras naciona-les y por su compromiso militante con el cadavez más radicalizado (“y trosko”, según bromeael propio involucrado) Peronismo de Base, fuedesignado secretario del departamento de an-tropología. Sin embargo, todo fue, según algu-nos involucrados directos, un escenario monta-do que nunca se llevó a la práctica ya que elnuevo secretario consensuó con Menéndez re-presentar esa ficción, cuando en la realidad ja-más abandonó sus tareas de militancia a tiem-po completo hasta que cayó preso a fines de1975. Al respecto narra que:

“cuando me propusieron esta cosa de con-trolarlo a Menéndez me pareció absurdo,pero pedí hablar con él, porque además loconocía. Nos reímos un poco del asunto ynos terminamos haciendo amigos. A mi nome interesaba la universidad en ese momen-to, para mí la academia y la militancia nun-ca fueron compatibles. Cuando decidí mili-tar colgué los botines de antropólogo, esoestaba claro para mí”.

Estos aspectos no hacen más que introducir-nos en las tensiones que se daban en la Argen-tina de los setenta, luego del triunfo electoral

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del candidato peronista Héctor J. Cámpora, endonde se plasmaron los principios de “la uni-versidad nacional y popular” que, con carác-ter revolucionario, pretendía sepultar a la vie-ja universidad que concebía elitista y burgue-sa. El nuevo presidente nombró a Jorge Taiana(médico personal del general Perón) como suMinistro de Educación y a su vez éste designócomo interventores en las universidades nacio-nales a miembros de la Tendencia Revolucio-naria, cada vez más absorbida por el empujeincontenible de adhesión popular de la orga-nización político-militar Montoneros23, ya enproceso de fusión con las Fuerzas Armadas Re-volucionarias (FAR) y Descamisados. A su vez,los interventores nombraron a los decanos nor-malizadores en las respectivas unidades acadé-micas que, en la misma sintonía, impusieronidénticas concepciones en una universidad enla que la participación estudiantil alcanzó ni-veles jamás vistos. A través de las asambleasestudiantiles se fijaban líneas directivas que engeneral las diversas autoridades y docentes de-bían seguir, desde modificaciones en las cáte-dras y planes de estudios hasta expulsiones dedocentes y designaciones. En varias universi-dades, se vivió un clima de exclusiones que lle-garon incluso a un “absurdo maccartismo deizquierda contra compañeros que no militabanen agrupaciones peronistas” (Guber y Visa-covsky, 1998: 37), según testimonios de HugoRatier, que era por ese entonces era el directordel Instituto de Ciencias Antropológicas de laUBA y parte del cuerpo docente de Mar delPlata. El propio Ratier recuerda varios sucesosque permiten describir el espíritu de época enla universidad argentina, en este caso tambiénen la UBA:

“una vez lo traje a Santiago Bilbao a daruna conferencia y los alumnos le cuestiona-ron en muy malos términos el marco ideoló-gico. Ni siquiera terminó de dar la conferen-cia, muy enojado con ‘estos pendejos que notienen idea de nada’. Igual que cuando trajea un demógrafo, que cuando empezó a escri-bir números en un pizarrón, un estudiantele dijo ‘che, acá numeritos no, para nosotroslos números son sólo para el teléfono’ ”.

Cuando el presidente Héctor J. Cámpora de-cretó la intervención de las universidades, losestudiantes aglutinados en la Juventud Univer-sitaria Peronista (JUP) ya se habían adelanta-

do a través de un proceso sistemático de to-mas24, en un recurso que se haría por demáshabitual en los primeros tiempos de gobiernoperonista, incluso durante parte del tercer go-bierno de Perón tras la caída de Cámpora. Pe-ro durante el breve interregno de Cámpora losaires políticos favorecieron los proyectos de laizquierda peronista, que además de haber ob-tenido varias gobernaciones importantes (Os-car Bidegain en Buenos Aires, Jorge ObregónCano en Córdoba, Alberto Martínez Baca enMendoza, Miguel Ragone en Salta y Jorge Ce-pernic en Santa Cruz), gozaba de mayoría enel gabinete nacional. En el caso de las universi-dades nacionales se planteó de manera directaque debían dirigirse para:

“hacer ‘aportes necesarios y útiles al pro-ceso de liberación nacional’. En relacióncon la orientación que debían mantener laenseñanza y la investigación se destacabaque ‘será nacional y tendiente a estable-cer la independencia tecnológica y econó-mica’. La Universidad debía contribuir tam-bién a la elaboración de la cultura ‘en par-ticular la de carácter autóctono, nacional ypopular’. En esa misma disposición se es-tablecía la incompatibilidad de la docenciauniversitaria con «el desempeño de funcio-nes jerárquicas o no al servicio de empre-sas multinacionales o extranjeras” (Buch-binder, 2005:203).

En la órbita provincial la situación era simi-lar, ya que había accedido a la gobernación Os-car Bidegain, claramente ligado a la izquierdaperonista, aunque secundado por el gremialistametalúrgico Victorio Calabró. En la Universi-dad Provincial de Mar del Plata el decreto N◦

48 del Poder Ejecutivo firmado por Bidegainy el ministro de Educación, Alberto Baldrich,designó como interventor a cargo del rectora-do a Julio Aurelio el 4 de junio de 1973, “vistala crisis por la que atraviesa la universidad” yque “la liberación nacional exige poner defini-tivamente al servicio del pueblo las Universida-des Argentinas”. Más adelante, el mismo decre-to rezaba que “se considera necesario reformarlos objetivos, contenidos y métodos de ense-ñanza, con la participación de todos los secto-res vinculados a la vida universitaria”. Ademásde proponer un “régimen transitorio” se men-ciona la necesidad de lograr la “reconstrucciónde las Universidades Argentinas”. Aurelio pasó

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a nombrar decanos normalizadores en las dis-tintas facultades y en Humanidades se designóal médico psiquiatra Hugo Guangiroli, por su-puesto, un “compañero”, como puede leerse entodas las resoluciones de nombramientos en lasdistintas unidades académicas. No fue un nom-bramiento fácil ya que, como recuerda el propiointerventor:

“tuve una fuerte oposición de militantes delas FAR, así que lo tuve que hacer jurara Guangiroli casi a las escondidas graciasal apoyo de unos gordos de la CGT quepusieron el lomo. Yo venía del peronismopero no estaba encuadrado orgánicamenteen ninguna facción del movimiento, comoMontoneros. Entonces hubo que cuidar mu-chas relaciones porque si bien mantuve unacordial relación con la JP, también lo hicecon los sindicatos”.

La universidad argentina vivía un procesode efervescencia política sin igual. Una porciónsignificativa de la juventud argentina se vol-có desde fines de los sesenta hacia posicionescontestatarias o revolucionarias, unida por lasensación de que las vías legales estaban ago-tadas y no quedaba otro camino que la luchapopular, que incluía la acción armada. El ámbi-to universitario había sido objeto de una siste-mática represión que se suele considerar comodeterminante para la radicalización de los es-tudiantes y su progresiva identificación con elperonismo primero y más tarde con el fenóme-no montonero, de cuyo vigor surgirá hegemóni-ca la Juventud Universitaria Peronista (JUP).Como sostienen muchos de mis informantes, lasensación generalizada era que se “debía haceralgo para cambiar el mundo” porque “no te de-jaban hacer nada” y la violencia institucionalafloraba para impedir cualquier intento de ex-presarse. El descontento generacional se habíacanalizado desde los tiempos de Onganía endistintas organizaciones que, en su gran mayo-ría, optaron por la lucha armada y se transfor-maron en organizaciones político-militares. Amuchos jóvenes con escasa formación políticaen el secundario y en la familia, la universidadles reveló un camino que los marcaría a fuegopor los próximo años. Así fue el caso de Ali-cia, que proviene de una familia con muchos desus miembros de orientación radical y otros deextracción peronistas. Ella comenzó a militaren las FAR en la universidad, lugar en donde

“cuando escuché hablar a un profesor, hoy des-parecido, un mundo nuevo se me apareció, fueun despertar a algo distinto que nunca hubie-ra imaginado. Todo una revelación: había quehacer algo”. No se trataba de otra cosa que laliberación nacional.

La creciente radicalización de los estudiantesalteró sustancialmente la vida académica de lasuniversidades argentinas. Aunque ya desde fi-nes de los sesenta las cátedras nacionales ha-bían provocado modificaciones en los espacioscurriculares, el compromiso revolucionario nosiempre se llevó bien con los ideales de serie-dad y excelencia académica. Esto se hizo aunmás evidente cuando desde el gobierno nacio-nal (mayormente durante Cámpora) desde lasesferas oficiales se alentaron esos proyectos re-volucionarios. En el caso de antropología enMar del Plata ya un elevado porcentaje de losestudiantes había optado por la militancia polí-tica, en mayor medida en la JUP, muchos otrosen el Peronismo de Base y algunos ya consti-tuían parte del aparato militar de Montoneros.El compromiso social era algo tan extendido ycondicionante que muchos estudiantes que seinscribieron para seguir la orientación de ar-queología terminaron volcándose a la parte so-cial. Alicia, como arqueóloga, bromea sobre al-gunas compañeras que “se dieron vuelta ense-guida. Es que lo social te atrapaba y era lo quemás se vinculaba con nuestras inquietudes demilitancia, fuimos muy pocos los que continua-mos con nuestra idea de hacer arqueología”.

Una de las modalidades que se impuso len-tamente fue el examen grupal, a fuerza de dis-tintos mecanismos (desde la persuasión hastala amenaza). Aunque desde la dirección de lacarrera se resistió con bastante éxito esa mo-dalidad, muchos de los estudiantes de antropo-logía lo experimentaron. Alicia no olvida ha-berse sacado en varias ocasiones “menos no-ta de la que merecía por esos exámenes gru-pales. Siguiendo no sé qué principio, entrába-mos con gente que no sabía nada y les po-nían la misma nota a todos. Así se recibieronmuchos que jamás podrían haberlo hecho. Ha-bía mucho chanta”. En esos exámenes grupalesno faltaban militantes que dejaban exhibir suspistolas mientras los profesores evaluaban. Unalumno de la carrera es recordado por presen-tarse a los exámenes y depositar un arma enel pupitre. Algunos lo señalan como militantemontonero y otros aseguran que era parte de laderechista CNU. Los datos comprobables indi-

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can que gozó de diferentes tipos de cargos entodas las gestiones hasta los días del golpe de1976. Si en los tiempos de la universidad na-cional y popular obtuvo cargos con dedicaciónexclusiva como no docente en rectorado, cuan-do la gestión era encabezada por miembros dela derecha peronista se lo designó en cargos do-centes de ayudante alumno y, apenas a un meshaberse graduado, como profesor titular en Et-nografía Extraamericana (Asia) II.

Como recuerda Silvia sobre su propia mili-tancia, “la JUP no era lo mismo que Monto-neros pero estaba ligada estrechamente, sobre-todo a partir de 1973. Recuerdo que todo enla universidad estaba dominado por el pero-nismo y el Centro de Estudiantes era prácti-camente una discusión interna de la JUP, nohabía mucho espacio para otras manifestacio-nes”. Esta misma informante, que ingresó conel nuevo plan de Menéndez en 1971, narra có-mo la radicalización de los militantes era ca-da vez mayor, lo que llegó a un nivel aun másprofundo –y ya sin vuelta atrás– con el pasede Montoneros a la clandestinidad y cuandoel Peronismo de Base ordenó a sus militantesque abandonaran la universidad y se proleta-rizaran”. Esa fecha de la decisión de la con-ducción nacional de Montoneros liderada porMario Eduardo Firmenich, el 6 de diciembrede 1974, muchos militantes la tienen grabadaa fuego y determinó el camino de una enormecantidad de vidas, muchas de ellas truncadasprimero por la represión paraestatal de la de-recha peronista en el poder (Triple A) y luegopor la represión de estado llevada adelante porel proceso militar. Silvia relata que “había mu-cha gente brillante que optó por la acción másradicalizada, muchos se fueron a vivir a la vi-lla, pasaron completamente a la clandestinidady sólo de algunos se volvió a tener noticias”. Lamisma informante relata que fue una cuestióncrucial, en la que se vinculaban opciones mora-les muy claras entre la opción de vida posible.Aquellos que optaron por seguir con una vi-da de superficie no fueron bien vistos, víctimasde las desviaciones pequeño burguesas y acti-tudes individualistas por encima del colectivo.Algunos estudiantes de la época relatan cómoincluso la militancia condicionaba la elecciónde pareja porque no había mucho espacio parael disenso en cuanto al compromiso revolucio-nario. Y aunque muchos sostienen que nuncaestuvieron cerca de pensar en verse involucra-dos en sucesos armados y diversos ajustes de

cuentas, lo “normal” eran ver con agrado losasesinatos políticos de Montoneros, como el ca-so del sindicalista metalúrgico y titular de laCGT, José Ignacio Rucci, y mucho más toda-vía personajes como el comisario Villar, jefe dela Policía Federal. Silvia detalla que el compro-miso revolucionario fue siempre in crescendo ylas opciones se hacían cada vez más extremas,con el pase a la clandestinidad de Montoneros,definido por la propia Silvia como “un saltoal vacío que generó sensaciones encontradas”.Por supuesto hay muchas visiones críticas so-bre ciertos aspectos de la militancia setentista.Mónica, cuyas actividades políticas se concen-traban fuera de la universidad, está segura deque en las facultades “se los desprotegía dema-siado a los estudiantes, había muchos que losmandaban a jetonear25 totalmente desprotegi-dos. En cambio en los barrios, en la militanciade base, se tomaban recaudos, nos cuidábamosmás”.

Los aires triunfantes de la universidad nacio-nal y popular no duraron demasiado y aunquela cartera ministerial de educación fue la únicaque resistió luego de la caída de Cámpora y a lapropia derechización del gobierno en la últimaetapa de Perón, la muerte del general en 1974sentenció cualquier posibilidad de continuidad.El nuevo Ministro de Educación designado porMaría Estela Martínez, Ivanissevich, asumió el14 de agosto de 1974 y la mayoría de los rec-tores y decanos de las universidades nacionalesfueron obligados a renunciar. La Universidadde Mar del Plata, todavía en el ámbito pro-vincial, comenzaría a sentir de un modo máscontinuo los efectos del cambio a partir de lanacionalización, que reunió en 1975 a la Uni-versidad Provincial y a la Universidad Cató-lica, aunque ya antes de la muerte de Perónel interventor Julio Aurelio26 había abandona-do la rectoría (marzo de 1974) y comenzaron asucederse gestiones cada vez afines con la de-recha peronista, con algún interregno más liga-do a Montoneros. En ese marco, la carrera deantropología comenzó a desmembrarse en ese1974, en principio a causa del impacto de losavatares de la política nacional, pero tambiénen el marco de rivalidades personales que, fren-te a los continuos cambios en las estructurasdirectivas posibilitaron una cadena de modifi-caciones que desembocaría en el lapso de unaño en una renovación casi completa del claus-tro de profesores. Es particularmente a partirde la designación de Juan Samaja como delega-

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do interventor de la Facultad de Humanidades,a mediados de 1974, cuando empieza la retira-da del grupo original de la segunda fundaciónde la carrera. En esos meses, fugazmente cobra-ron relevancia en la dirección de los Departa-mentos de Ciencias Antropológicas y Sociolo-gía, las figuras de Leandro Gutiérrez27 y CarlosBastianes, quienes ya venían rivalizando perso-nalmente con Menéndez y, según palabras deuna profesora de la carrera, “nunca dejaron deacosarlo”. Mónica recuerda esos problemas quecomenzaron a suscitarse entre algunos profe-sores “con peso” de la Facultad y Menéndez,lo que muchos consideraron “una traición quele pidieran la renuncia. Había incluso tipos quenosotros respetábamos mucho y que en ese mo-mento eligieron la peor opción”. La categoría“traidor” tenía en aquella época y también latiene hoy, connotaciones sumamente ricas y es-pecíficas. En principio, en las luchas facciosasdentro del peronismo se apelaban recurrente-mente a este término para descalificar a las fac-ciones rivales. Por izquierda (especialmente) ypor derecha, las diversas facciones se acusabande no guardar la debida lealtad28 (otra catego-ría fundamental en la discursividad peronista)hacia el líder29. Boivin y otros (2003) señalanque la categoría nativa traición ha sido des-cuidada por la antropología, que ha tendido anaturalizarla sin llegar a destacar su relevanciaen los vínculos políticos. La traición se vinculadirectamente con la confianza en las relacio-nes esperadas y con cierta previsibilidad en laconducta de las otras personas, basadas en elconocimiento personal y en el hecho de com-partir criterios u objetivos comunes. Por ello:

“hablar de traición y de traidores es atri-buir ex post facto determinados significadosa eventos y personas, y tal atribución nun-ca es una función automática del contenidode los conceptos definidos en abstracto, si-no que es el producto de un proceso de in-terpretación concreto, situado socialmente.Es preciso, pues, atender a cada situaciónsocial en toda su complejidad” (Ibíd.: 144)

La traición además remite a un comporta-miento que se juzga inmoral, por haber quebra-do en este caso los postulados de un proyectooriginal cuya adhesión se descuenta plena e in-disicutible. Los traidores son aquellos que, ha-yan sido o no convocado por Menéndez, “se ledieron vuelta” y colaboraron para que la carre-

ra se quedara sin la conducción legítima. Algu-nos de esos “traidores” confirmarían esos rótu-los en la valorización nativa incusive al aban-donar luego su militancia peronista y retornarya en la década del ochenta a sus militanciasradicales originales. Pero también hubo “trai-dores” por elección de vida, es decir, aquellosque abandonaron completamente su militanciay hasta realizaron opciones matrimoniales in-debidas. La pureza de la lealtad a la carreray a sus referentes, a los ideales revolucionariosy de militancia política todavía impregnan losdiscursos de muchos de los estudiantes de aque-llas épocas que, como aseguró una de ellas enuna reunión trabajo en el rectorado, “tenemosnuestras diferencias”.

Traición (o no) mediante, paulatinamente losprofesores del grupo original fueron dejandosus lugares, algunos por renuncia, otros sim-plemente por abandono del cargo ante la sen-sación de que el peligro era insostenible. Otrossobrevivieron a sus cesantías dando clases enlas casas, por el elevado compromiso emocio-nal que mantenían con los alumnos, muchos deellos a punto de graduarse. El análisis de losdistintos actos administrativos en rectorado ydecanato nos muestra un movimiento sin prece-dentes de limitaciones y nuevas designacionesdocentes en todas las unidades académicas ymuy especialmente en la Facultad de Humani-dades.

Una de las profesoras del grupo original re-cuerda con mucho pesar “la estampida”, ya que“era imposible sustraerse al miedo que genera-ba la época. Mucha gente era detenida y tam-bién asistimos a asesinatos de estudiantes. Fuetodo muy trágico, por las ilusiones y por cómose desbarrancó todo. Todavía hoy me cuestarecordarlo. Fue todo tan caótico que ni quie-ra sé como quedó mi situación administrativacon la universidad”. Mónica considera además“hubo situaciones ambiguas que por ahí es me-jor no analizar en detalle”. Se puede considerarque 1975 fue el último año de real vida acadé-mica de la carrera de antropología, hasta queel cierre de inscripción fue decretado a fines deese mismo año, meses antes del golpe militar.El paulatino retiro de Menéndez, sus colabo-radores originales y el resto de profesores porél convocados fue dando espacio para que lascátedras fueran ocupadas por otros profesores,gran parte de ellos con escasos antecedentes ypoco identificados con las perspectivas vincula-das con la antropología social. Es además 1975

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el año en que muchos estudiantes abandonaronsus actividades de militancia, sobre todo des-de el pase a la clandestinidad de Montoneros.Quienes “seguimos nos encerramos a estudiar”para poder recibirnos porque no sabíamos quepodía pasar después”, narra Silvia. Pero variasde aquellas estudiantes que obtuvieron su li-cenciatura durante 1975 vieron desfilar por suscasas a las compañeras que habían optado de-finitivamente por el camino de las armas: “unanoche se quedaban en tu casa y por muchotiempo no volvías a saber de ellas. De algu-nas nunca más tuvimos noticias hasta que sehicieron públicas las listas de desaparecidos ytodas traían la pastilla de cianuro30 ”.

Mientras tanto, a medida que se instrumen-talizaba la nacionalización de la UniversidadProvincial y la absorción de la Universidad Ca-tólica, el decanato de Humanidades, que estabacargo de Fernando Luchini31 comenzó con unaintensa y sistemática tarea de modificacionesen todo nivel. Las resoluciones de esa inter-vención comenzaron a plagarse de consideran-dos cada vez más extensos y que expresabanclaramente un posicionamiento ideológico quebuscaba diferenciarse de los lineamientos quegobernaron a la universidad desde 1973. Rápi-damente, desde el decanato se asumió la tareade reestructuración de las carreras, para lo cualse organizaron “mesas de trabajo”, que desem-bocarían en la anulación de todos planes de es-tudio vigentes, la aceptación casi plena de lascarreras de la Universidad Católica (entre ellasLetras, Historia, Geografía e Inglés, las únicasque se mantendrían en el proceso militar) y elcierre de inscripción en antropología hacia elfinal del año.

Las consecuencias de todo este proceso so-bre el alumnado de la Facultad de Humani-dades fueron devastadoras. La Resolución deDecanato N◦ 291 del 2 de septiembre de 1977concreta la baja de un total de 971 alumnosde toda la facultad, 80 de los cuales estudia-ban antropología. Algunos de ellos figuraríanluego en la lista de desaparecidos y tambiénpueden encontrarse a algunos de aquellos ayu-dantes alumnos nombrados en 1972. El registrode los graduados es elocuente. Una vez que lacarrera arrojó a su primer graduado32 (DoloresJuliano, el 30 de diciembre de 1974), se vivió elproceso de mayor números de estudiantes queconsiguieron su título, de los 38 que arrojó lacarrera. En efecto, 1975 fue el año más prolí-fico, con 15 títulos obtenidos, muchos de ellos

con la convicción de que debían hacerlo cuantoantes porque la universidad ya era un ámbitopeligroso. Durante 1976 no se registró un só-lo graduado y el resto conseguiría hacerlo encasi su totalidad durante el proceso, cuandola carrera ya había sido formalmente cerrada.Apenas las tres últimas graduadas (dos en 1987y la última en 1991) lo harían durante el pro-ceso democrático.

Ya bajo control militar, se decretaría el 6de diciembre de 1977 el cierre definitivo de lacarrera de antropología, dándole el golpe degracia a un proyecto que ya había sido comple-tamente desarticulado en tiempos de democra-cia peronista. Algunos de los que pudieron gra-duarse optaron por el exilio externo para con-tinuar con sus incipientes carreras académicas(México, Estados Unidos, España), otros pre-firieron el exilio interior y una porción signifi-cativa se recluyó localmente, volcándose com-pletamente a otro tipo de proyectos persona-les y familiares. Y aunque en unos pocos casospudieron conseguir cargos durante el procesomilitar o continuar rindiendo las últimas ma-terias en los años posteriores, cualquier idea dedesarrollo de ciencia antropológica fue comple-tamente desbaratada. Sólo la restauración de-mocrática les abriría el camino para recompo-ner sus carreras académicas a quienes se vieronexpulsados de los ámbitos públicos y tampo-co contaron con formaciones paralelas, aquellas“catacumbas” de las que habla Hidalgo (1998).Lo que quedó en común en sin duda un impor-tante consenso de reivindicación de la carreracursada, el reconocimiento del padre intelec-tual (Menéndez) cuya natural filiación fue in-terrumpida abruptamente por los avatares po-líticos de la Argentina de mediados de los se-tenta y que desarticuló cualquier posibilidad depensar institucionalmente el desarrollo integralde las ciencias sociales en Mar del Plata. Pesea las declaraciones en ese sentido, la restaura-ción democrática no traería demasiadas modi-ficaciones de reivindicación institucional.

A modo de conclusión

Este artículo se sostiene principalmente sobrelos relatos de los protagonistas de una historiaconvulsionada, de un pasado controvertido enun país que se encaminaba a una tragedia co-lectiva. Se trata en general de hechos pasadosque se encuentran muy presentes en la memo-

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ria de los actores involucrados. En ese senti-do, el trabajo con informantes muchas vecesnos enfrenta al doble lado de la historicidad,es decir, cuando los sujetos que narran estáninvolucrados en los procesos sociohistóricos ya la vez en las construcciones narrativas so-bre esos procesos. La cuestión es determinarbajo qué condiciones y contextos intervienenesos dos lados de la historia. Se apela enton-ces a distintos relatos orales que le dan formaa la manera en que desde el presente se reme-moran épocas distintas, desde perspectivas queoscilan entre la construcción mítica y la histo-ria. Estamos en presencia de narraciones que,aunque puedan aportar datos relevantes parala construcción de una secuencia cronológicade hechos verdaderos –en especial cuando selas combina con otros soportes documentales–,nos permiten acceder a las actitudes, valoresy creencias de aquellos sujetos que recuerdan(Peacock y Holland, 1993; Gee, 1991). Al fun-cionar en determinadas circunstancias socialesy colectivas que se construyen socialmente, lamemoria forma parte de un interjuego de ape-titos, instintos, intereses e ideales de cada su-jeto peculiar en el marco de una construcciónimaginaria sobre la base de una enorme masade experiencias sobre el pasado. De ese modo,como actividad ejercida desde el presente, pro-duce simbolizaciones a partir de experiencias,temas y categorías con alto significado para losactores sociales. Además, constituye un proce-so en donde es posible apropiarse de las repre-sentaciones culturales (Yelvington, 2002).

En el caso puntual de la Argentina, los pro-cesos históricos se rememoran como productosde rupturas a partir de las cuales el pasadose reformula negando cualquier posibilidad deuna continuidad (Visacovsky, 2002). Rupturasen muchos casos efectivas, como un golpe deestado, pero enmarcadas en procesos en dondecualquier posibilidad de continuidad es negada.Y aquí estamos en presencia de un problemanodal de la práctica antropológica: cómo con-trastar los “hechos históricos” que puedan darcuenta de esas continuidades hasta con cier-ta claridad y las miradas nativas que operanen un sentido inverso. La carrera de antropo-logía de Mar del Plata ha permitido apreciarla manera en que se narra ese pasado y có-mo en un contexto general de imposibilidadesgenealógicas, cuando ese reconocimiento filialse concreta, son las lógicas institucionales lasque impiden que ese reconocimiento de un lina-

je intelectual se concrete en programas de in-vestigaciones, relaciones efectivas a lo largo deltiempo o una línea de trabajo común y verifica-ble. Los distintos programas de las cátedras deantropología que se dictan en la Universidadde Mar del Plata (Facultad de Humanidades,Ciencias de la Salud, Psicología, Ciencias Eco-nómicas) apelan recurrentemente a bibliografíade sus épocas de estudiantes pero también atextos de sus maestros (especialmente Menén-dez y, en menor medida, Neufeld y Lischetti).El planteo de las materias también arranca dela crítica al colonialismo y sólo en uno de loscasos la profesora titular se planteó la necesi-dad de cambiar un poco el comienzo la materia,“aunque es difícil porque estamos formateadosasí”. Muchas de estas profesoras (todas ellasson mujeres) han seguido manteniendo víncu-los con sus profesores (de manera casi exclusivaMenéndez, Neufeld y Lischetti) ya sea a par-tir de comunicaciones personales, seguimientode sus líneas de investigación (el tema salud esprioritario) o directamente desde desde lo afec-tivo. En ese sentido, cada referencia a algunode los tres profesores del grupo original da pordescontado el lugar especial que sus maestrosles han asignado. Tampoco los viejos alumnoshan perdido oportunidad, cada vez que Eduar-do Menéndez da una conferencia, de viajar in-cluso a Buenos Aires para escuchar y saludara su maestro.

Guber (2006), al analizar la trayectoria devarios de los primeros antropólogos sociales ar-gentinos, los define como profetas, es decir co-mo líderes carismáticos weberianos a los quese les reconoce poderes y características –eneste caso– excepcionales y fundantes. Ese ca-risma les permite oponerse a las diversas for-mas de autoridad instituidas y tradicionales,lo que da lugar a una prédica fundadora, vo-luntaria e individual. En el caso de la antro-pología social argentina el “riesgo de contami-nación externa (imperialista), desconocimientode linajes y jerarquías, y exclusiones a menudoauto-impuestas no sólo eran un terreno propi-cio para el surgimiento y desarrollo del profe-tismo; eran también su justificación” (Ibíd.).Auge (1975) concibe a los profetas como ex-perimentadores en ideología. Es decir, se tratade actores que, de algún modo, intentan cons-truir una nueva ideológica informando sobreesa lógica de las representaciones que preten-den reemplazar. Los profetas se refieren explí-citamente a ese orden nuevo dando respuestas

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a las preguntas de todos los órdenes que lesson puestas, pero también definen beneficiariosy víctimas del cambio y el sentido que tienenesos cambios. Porque la ideológica es política,constituye la ideología de la sociedad, sus con-diciones de producción y reproducción. Cuan-do esa sistemática de las representaciones yano explica nada y los nuevos poderes están ac-tuando, aparecen los esfuerzos de los profetaspor reconstituir un sistema de interpretaciónque dé cuenta de lo que ocurre.

De todos modos, si bien Eduardo Menéndez–a quien se lo recuerda como “el Tata”– dejóuna impronta intelectual marcada en la ma-yoría de graduados que reivindican constante-mente el proyecto de la carrera y su gestión, losaspectos mencionados anteriormente, sumadosal estilo particular de la carrera (en especiallas reservas a llevar adelante investigación decampo y un plantel exclusivo de profesores via-jeros) y a las características de la ciudad como

proyecto urbano (careció históricamente de éli-tes locales y proyectos gestados desde dentrode la propia comunidad), fueron determinan-tes para que ese proyecto plagado de sueños yutopías se frustrara. Es Mar del Plata, además,una ciudad que quedó notoriamente margina-da de la producción académica de las cienciassociales. Mientras que algunas de las carrerascerradas durante los setenta (como psicología)encontraron espacios importantes dentro de launiversidad, las ciencias sociales (puntualmen-te antropología, sociología33 y ciencias políti-cas) nunca formaron parte de un proyecto dereapertura dentro de una Facultad de Humani-dades en donde las carreras de letras e historia(provenientes originalmente de la UniversidadCatólica) se apropiaron desde 1976 del domi-nio del espacio político y académico dentro dela universidad.

Mar del Plata, diciembre de 2006

Notas

CONICET- Universidad Nacional de Mar del Plata.1El Museo Etnográfico de Buenos Aires tenía una vida intelectual intensa, a partir de las clases y conferencias que allí2se impartían, pero también por los materiales que había a disposición, como colecciones, cajas, estantes y documentosque favorecían un contacto continuo entre profesores y alumnos. Como espacio propio y claramente separado de lasaulas de la facultad, era el punto de encuentro predilecto y distintivo del ambiente antropológico porteño (Guber,2006).Desde sociología, uno de los estigmas que solía proyectarse sobre la carrera de antropología era “cueva de fascistas”3(Guber, 2006).La asignatura antropología social era dictada por el Departamento de Sociología y en sus comienzos la tuvieron a4su cargo destacados antropólogos norteamaricanos que revistaban como profesores visitantes (Bartolomé, 1980).En aquella oportunidad el Ministerio del Interior decidió disolver el Consejo Superior de la Universidad de Buenos5Aires y propuso que los decanos continuaran en sus cargos como interventores. La Facultad de Ciencias Exactasresistió desde un primer momento pero fue duramente reprimida por tropas militares que ya habían nominado a launiversidad como un “reducto comunista”. Profesores, autoridades y alumnos (en todos los casos de ambos géneros)fueron golpeados duramente y muchos de ellos conducidos a prisión. La golpiza recibida por profesores y estudiantesconstituyó todo un escándalo internacional, debido en gran parte a la presencia de profesores extranjeros. El casomás sonado fue el de Warren Ambrose, un norteamericano catedrático del Instituto Tecnológico de Massachussets(MIT) que la UNESCO había contratado para que diera clases en la UBA. Cuando el New York Times publicóel 30 de julio la carta que Ambrose envió en donde condenó con dureza la represión, el episodio cobró resonanciainternacional.Marcelo Bórmida, nacido en Italia, llegó a Buenos Aires en 1946 y se sumó a la línea de investigaciones que lideraba6desde el Museo Etnográfico el también italiano José Imbelloni. Claramente identificado con el régimen que cayó enla Libertadora, fue Imbelloni fue excluido como muchos otros en su condición, para dar paso a lo que el historiadorJosé Luis Romero, había denominado “universidad en las sombras”, que se había preparado durante años parareemplazar a aquella que se había enquistado en el peronismo (Buchbinder, 2005). Precisamente Imbelloni fue luegotransformado en un símbolo del peronismo y de la cultura popular, más allá de la efectiva vinculación del italianocon ese tema. En el 73 el museo etnográfico dejó de llamarse Juan Bautista Ambrosetti para llamarse “Centro deRecuperación de la Cultura Popular José Imbelloni”.Ambos fueron profesores de gran importancia en los primeros años de la carrera y se los suele mencionar como los7pocos que trabajaban autores afines a la antropología social frente al enfoque etnológico dominante en la carrera.Enrique Palavecino, profesor de etnología, fue el primer director del departamento de Ciencias Antropológicas yCortazar estaba a cargo de la cátedra de Folklore.

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Así, mientras que el plan de estudios de la Universidad de Buenos Aires tuvo desde el comienzo un énfasis culturalista8y etnológico, el de la Universidad de La Plata fue marcadamente arqueológico y naturalístico.Imbelloni nació en 1885 en la provincia italiana de Lucania y murió en Buenos Aires en 1967. Llegado a la Argentina9a principios del siglo XX, regresó a Italia en donde obtuvo su doctorado en Ciencias Naturales en la Universidad dePadua.Popular revista de actualidad femenina de la Editorial Atlántida.10Este sociólogo lo recuerda como “un ser maravilloso, un fuera de serie”.11El 14 de agosto de 1972, por informe del fiscal de estado, se resolvió rechazar la revocatoria de la limitación de sus12cargos dado que el concurso careció de validez porque José Antonio Güemes, el tercero de los jurados, envió porcarta y fuera de tiempo el dictamen. Los otros dos jurados habían sido Marcelo Bórmida y Ciro Lafón, en cuyocontenido “no se reconoce la especialidad del recurrente en la cátedra concursada”.Esta universidad de raigambre católica fue una de las primeras en crearse a partir de la ley que en 1958 autorizó13la formación de altas casas de estudios privadas. El Colegio del Salvador le había dado espacio a la creación delInstituto Superior de Filosofía, que luego se transformó en la Facultad Universitaria de Filosofía para finalmenteterminar de darle forma en 1959 a la Universidad del Salvador. Buchbinder (2005) señala que tras la “Noche delos Bastones Largos” muchos profesores, sobre todo de las áreas humanísticas, encontraron refugio en esa y otrasnuevas casas de estudio. Una situación similar se daría tras el golpe militar de 1976.Además de la Universidad del Salvador, Menéndez cumplía tareas docentes en la Facultad de Humanidades de la14Universidad de Belgrano, donde enseñaba Teoría Sociológica e Introducción a la Antropología Social.Tras graduarse en 1966, llegó a la ciudad de Mar del Plata nombrado como profesor adjunto en 1967 para dictar15Sociologías Especiales, Sociología Argentina y Sociología Regional. Sería decano durante casi un año de la Facultadde Humanidades, desde mediados de 1971 hasta mediados de 1972, para luego dar seminarios sobre problemáticasde sociología rural y terminar renunciando a la universidad en mayo de 1976. Además, fue director de departamentode sociología entre septiembre de 1970 y agosto de 1974.Uno de los profesores que más estrechamente estaba vinculado al proyecto define a Mar del Plata como una “ciudad16jodida, por las delaciones, porque era un ambiente chico y mucha gente de los servicios estaba infiltrada en launiversidad y la derecha peronista estaba ya muy activa”. En relación a esto último, el asesinato de la estudianteSilvia Filler en diciembre de 1971 a manos de militantes de Concentración Nacional Universitaria (CNU) pondríaa Mar del Plata en el centro de la problemática estudiantil universitaria y preanunciaría de manera tágica losenfrentamientos y persecuciones que se harían evidente desde 1974.Este antropólogo llegó a Mar del Plata a fines de los sesenta para participar en las cátedras nacionales que tenían un17amplio arraigo en la carrera de sociología. Según relata, “el profesor con quien trabajaba, aunque hoy dice que noacuerda, tenía posiciones sumamente radicales y llegaba a decir que la universidad era la punta de lanza del sistemaburgués y que había que acabar con ella”. Como explica Buchbinder, estas cátedras nacionales surgieron como:

“cuestionamientos a la forma en que se habían desarrollado las ciencias sociales en el período reformista abierto en1955. Fueron sobre todo docentes de la carrera de Sociología, designados por el mismo rector de la Universidadde Buenos Aires, los que organizaban dichas cátedras. Las cátedras nacionales reconocen así su origen en ladecisión de reemplazar a los docentes cientificistas renunciantes en 1966 con jóvenes sociólogos, muchos de ellosvinculados con el peronismo o con vertientes conservadoras del catolicismo. Este movimiento alcanzó su augeentre 1967 y 1970. Se trataba de incorporar nuevos principios al sistema de enseñanza entonces vigente. Secuestionaba aquí el discurso cientificista de la sociología de principios de los sesenta y se procuraba crear nuevosenunciados y categorías teóricas que permitiesen generar propuestas no sólo para comprender sino, sobre todo,para transformar la realidad nacional” (2005: 197).

La Fundación Ford pretendió organizar en la Argentina un postgrado en antropología social pero se encontró con la18negativa sistemática (especialmente estudiantil y de cierta militancia político-académica) de distintos sectores de laantropología de Buenos Aires y La Plata. Ante la imposibilidad de establecer un consenso sustentable, la fundacióncambió su proyecto para dirigirlo al Museo Nacional de Rio de Janeiro, en donde se formaría uno de los programasde postgrado más prestigioso del continente.Según una de las investigadoras que formaba parte del proyecto, Adams les pidió que investiguen tasas de natalidad19entre los inmigrantes bolivianos, cuando ellos estaban llevando a cabo una investigación de campo en el barrio deSaavedra sobre problemáticas de salud, grupo en el que también estaban otros antropólogos renunciantes en 1966.Mientras que otro testimonio indica que el proyecto se cortó por falta de fondos, uno de los involucrados sostiene queel motivo del conflicto fue cuando el norteamericano sugirió que se le preguntara a los actores sociales estudiados laopinión sobre la vuelta de Perón.Esta compilación contenía artículos Alain Touraine, Martín Nikolaus, N. Novikov, Orlando Fals Borda, Juan Marsal,20Gonzalo Cárdenas, Eliseo Verón, Roberto Carri y Franciso Delich.Tanto él como sus principales colaboradoras militaban en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que21en 1970 organizó su brazo militar: el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).Néstor Francisco Momeño fue asesor del interventor entre el 28 de junio 1973 y el 28 de febrero de 1974. Dictaba el22seminario “Enfoques del Tercer Mundo”.

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El surgimiento de Montoneros y las demás organizaciones político-militares que se identificaron con el peronismo23fueron la consecuencia de ciertos procesos sociopolíticos que se dieron en el seno del movimiento peronista, desdeque Juan Perón fue derrocado por la autodenominada Revolución Libertadora en 1955. Aunque todavía existendiscusiones en torno a qué surgió primero, lo cierto es que existe una importante diferencia entre Montoneros y laTendencia Revolucionaria. Según Amorín, el nacimiento de la CGT de los Argentinos, resultó fundamental paraemergencia del peronismo revolucionario y de su expresión más cabal: la Tendencia Revolucionaria. Directamenteenfrentado al peronismo de los sindicatos más poderosos reunidos bajo la figura de Augusto Vandor, la Tendencia(con sus expresiones armadas y no armadas) consideró perimido el camino de la política para devolverle al pueblo sucapacidad de elegir y posibilitar que regresara el líder. Amorín (2005) sostiene que Montoneros surge en el seno dela Tendencia, aunque admite que Montoneros llegó a hegemonizar los últimos momentos políticos de la Tendencia,lo que lleva a explicar cómo figuras importantes, de peso y larga trayectoria se terminaron sumando a Montoneros.Poco antes de la asunción de Cámpora comenzó a desarrollarse una lógica de ocupaciones, llamadas tomas, por24parte de la izquierda peronista, mayormente Montoneros. Pese a que el poder se había conseguido en las urnas,como confiesa Amorín (2005) para esta organización político-militar “el poder se tomaba” (2005: 297), ya que noera concebible “la posibilidad de construir poder desde las instituciones” (Ibíd. 297). Al respecto, Anzorena sostieneque “la ola de ocupaciones lanzada por Montoneros es irremediablemente respondida por la derecha peronista conhechos del mismo tenor, Así, son tomadas dependencias ministeriales, organismos científicos, empresas públicas,radios y canales de televisión. Muchas ocupaciones se realizan armas en mano y luego se montan guardias paraevitar contraocupaciones por grupos de otras fracción” (Anzorena, 1998: 230). La aceleración de la ruptura deMontoneros con el gobierno de Perón aceleró este proceso de reciprocidad negativa (Sahlins, 1972), aunque Amoríndestaca que fueron “tomas y contratomas durante las cuales no se registraron atentados anónimos y, cuando corriósangre, no sólo fue escasa sino que sucedió en enfrentamientos cara a cara. Circunstancia que siguió vigente hastala masacre de Ezeiza y el asesinato de Rucci” (2005: 276).Los jetones eran los militantes periféricos de Montoneros que, por lo general, no se involucraban en las operaciones25armadas y que tenían la función de defender públicamente los principios de la organización. Se estima que hacia1974 Montoneros disponía de 5 mil combatiantes y 20 mil militantes periféricos.Período junio 1973-marzo 1974.26El 26 de agosto de 1974, el mismo día en que se acepta la renuncia de Menéndez, se designa a Leandro Gutiérrez27como director del Departamento de Ciencias Antropológicas. Duraría pocos meses en el cargo.Desde el 17 de octubre de 1945, la lealtad es uno de los valores supremos de la militancia peronista. La movilización28popular que aquella fecha permitió la liberación del entonces coronel Perón marcaría el nacimiento concreto delmovimiento político que dominó, pese a las proscripciones, la vida política nacional de la Argentina contemporánea.Todo un icono de aquella época lo constituye la película del desaparecido Raymundo Gleyzer, Los Taidores, en directa29alusión a lo que se solía denominar burocracia sindical y en especial a la figura del asesinado líder metalúrgico AugustoTimoteo “El lobo” Vandor. Los Traidores fue secuestrada y muy pocas copias sobrevivieron y hoy constituye undocumento cinematográfico e histórico relevante.Luego del pase a la clandestinidad de Montoneros y, sobre todo de la caída del número 2 de la organización. Roberto30Quieto en diciembre de 1975 y su supuesto quiebre bajo tortura, la Conducción Nacional del movimiento ordenó asus militantes que llevaran consigo una pastilla de cianuro para no caer con vida en las manos de sus captores.Luchini era el segundo de los 18 graduados que dejó la carrera de Ciencias Políticas de la Universidad Provincial y a31los poco meses de haberse graduado (diciembre de 1974) le fue confiado el decanato de Humanidades cuando contabacon una experiencia docente casi nula y una inexistente producción científica en su área de formación. Sin embargo,esas circunstancias no le impidieron justificar muchas de las decisiones en la búsqueda de excelencia académica yen la necesidad de mejorar a un cuadro de profesores cuyas figuras prestigiosas estaban siendo progresivamenteeliminadas o forzadas a renunciar.No se contemplaba una tesis de licenciatura.32Mientras este artículo es terminado la carrera de sociología volvió a formar parte de la oferta académica de la33Universidad Nacional de Mar del Plata. Originalmente radicada en la Facultad de Psicología, sociología terminóabriéndose en su espacio original, la Facultad de Humanidades, luego de complejas pujas e internas políticas em lasdistintas unidades académicas. El Ministerio de Educación de la Nación fue el que aportó la totalidad de los fondosnecesarios para la reapertura en concepto de “reparación histórica”.

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Anuario de Estudios en Antropología Social. CAS-IDES, 2006. ISSN 1669-5-186

Panorama de la antropologia y la educacion escolar en laArgentina: 1982-2006

Diana Milstein1, María Isabel Fernández2,María Alejandra García3, Stella Maris García4,

Mariana Paladino5

Introducción

En este artículo presentamos un estado de lacuestión sobre la producción de la antropolo-gía argentina acerca de los fenómenos educati-vos escolares realizado en base a trabajos edita-dos dentro del campo entre 1982 –año en que seorganizó la primera mesa de trabajo de antro-pología de la educación en el I Congreso Argen-tino de Antropología– y 2006. Hemos acotadola selección de trabajos a aquellos que estudia-ron los fenómenos educativos escolares porque,a partir de los ochenta, la problemática en tor-no al ámbito de la educación formal convocó lamayor parte de la producción en antropologíade la educación argentina. Esto indudablemen-te guarda relación con la gravitación que tieneel sistema educativo escolar en la vida social yla inclusión de un muy alto porcentaje de po-blación infantil en la base del sistema así co-mo el crecimiento sostenido de la cantidad dealumnos en los niveles medio y superior por unlado, y el desempeño de los investigadores enla docencia –en escuelas del sistema– que pro-bablemente ha influido en el recorte del obje-to hacia la educación formal, por otro. Lo queprobablemente atrajo el interés de los investi-gadores es la gran complejidad de los procesossociales y culturales implicados en las prácti-cas escolares y desde la segunda mitad de ladécada del noventa acrecentado por los impac-tos de las reformas educativas. No obstante ad-vertimos que dejar afuera de este panorama lostrabajos de antropología de la educación no cen-trados en la educación formal impide considerara este trabajo una totalización de los abordajessobre la multiplicidad de los fenómenos educa-tivos.

La recopilación de los textos fue realizada porel Grupo de Estudio y Trabajo “Antropología yEducación Escolar” del Centro de AntropologíaSocial del IDES con el apoyo de un conjunto de

colegas que buscaron el material que se hallabadisperso, en publicaciones variadas en diferenteslugares del país6. En términos de cantidad, lamayor parte de los trabajos editados son ponen-cias presentadas en congresos de antropología yde educación, en segundo término contamos conartículos publicados en revistas o como capítu-los de libros y una menor cantidad, como libros.Hemos tomado también en cuenta las tesis queobran como material en bibliotecas institucio-nales. Sobre la base de la lectura y el análisis deeste conjunto de publicaciones, nos propusimoshistorizar el incipiente desarrollo del campo ydar cuenta de los temas y problemas que hanconcitado mayor atención.

La producción antropológica presenta unaparticularidad dentro del campo de la investiga-ción educativa que consiste en desarrollar un co-nocimiento organizado que describe, compren-de y explica los fenómenos educativo –escolaresdesde la perspectiva de los actores involucra-dos utilizando la etnografía como enfoque paraformular preguntas, abordar las realidades, in-terpretar y construir sentidos, analizar y narrar.De ahí que en este artículo hemos incluido sólopublicaciones que explícitamente emplean estetipo de enfoque.

Asimismo, esta producción presenta una es-pecificidad dentro de la Antropología tanto porlos procesos sociales que recorta como porquese enfrenta a la existencia de otros discursos so-bre la educación que provienen del campo de laPedagogía y la Didáctica y también de la Psi-cología, la Filosofía y la Sociología. Esto últimotiene una incidencia fundamental porque colocauna tensión entre al menos, dos formas de abor-dar los fenómenos educativo-escolares; mientrasla mirada antropológica es descriptiva e inter-pretativa, la pedagógica es prescriptiva y nor-mativa. Los modos en que han sido articuladas,subordinadas, soslayadas, problematizadas unay otra mirada también serán incluidos en los

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análisis que aquí presentamos.

Recorrido histórico

Si bien no es posible referirse a una producciónen Antropología y Educación Escolar previa ala década del ochenta del siglo pasado, no pode-mos dejar de mencionar la presencia de trabajosque, a pesar de no haber definido los fenóme-nos educativo-escolares como problemáticas deinvestigación, pusieron en evidencia la vigenciade prácticas y representaciones sobre el lugarde la escuela en la socialización de las nuevasgeneraciones y su rol en el proceso de “moder-nización”. Son ejemplos en este sentido los tra-bajos de José Cruz (1967) quien dio cuenta delos procesos educativos en el ‘ciclo de vida’ de lapobladores de una localidad puneña; de EstherHermitte (1972) que a partir de sus análisis del“compadrazgo” mostró las peculiares relacionessociales que se gestan entre maestros o directo-res de escuela con los pobladores de localidadesdel noroeste argentino; de Leopoldo Bartolomé(1968) que incorporó a las instituciones escola-res agrotécnicas en el análisis de realidades condiversidad sociocultural; de Hebe Vessuri (1975)que con su etnografía sobre la zafra azucareratucumana subrayó la existencia de un proleta-riado rural en el campo argentino, cuyas mi-graciones y movimientos temporarios repercu-ten en las matrículas escolares, en el lenguaje,en las representaciones expresadas en los cuen-tos y relatos míticos que “llevan consigo” losgrupos domésticos; de Néstor Palma (1973) queseñaló a la escuela como lugar donde es posibleimpulsar cambios de pautas de conducta tradi-cionales y modernizar; de Boyd y otros (1974)que documentaron el contraste entre los códigosque impone la escuela y los vigentes en una po-blación auto adscrita como tehuelche, y alerta-ron sobre las drásticas consecuencias de las po-líticas homogeneizantes y autoritarias; de IsabelHernández (1973) que problematizó la cuestiónétnica en la socialización escolar.

Hemos encontrado escasas menciones explíci-tas que tomaran a estos trabajos como antece-dentes en aquellos que posteriormente focaliza-ron los fenómenos educativo-escolares. Este da-to debe ser tomado en cuenta para comprenderun aspecto de la constitución del campo de an-tropología de la educación argentina, que surgióunos años después como un área nueva que sal-vando excepciones, desconoció vínculos con la

antropología nacional existente.Recién en 1982, los problemas de la educa-

ción y la institución escolar fueron definidos co-mo objeto de estudio antropológico en Argenti-na, hecho expresado en la constitución de An-tropología y Educación como área de concen-tración de trabajos en el I Congreso Argentinode Antropología Social. En dicha oportunidadse presentaron cuatro ponencias que revelabanel incipiente trabajo en el área que apuntaba,por un lado, hacia la necesidad de la interven-ción antropológica para superar la contradicciónexistente entre la enseñanza escolar oficial y larealidad socio-cultural de los agentes educati-vos y, por otro, hacia la importancia de inci-dir en la formación docente y en procesos decambio. Estas preocupaciones expresaban algu-nos de los debates vinculados a las experienciasdesarrolladas dentro de la denominada Educa-ción Popular7 y daban cuenta de investigacio-nes que fueron realizadas en diversos países la-tinoamericanos, en contextos de dictadura mi-litar y que problematizaban la vida cotidianaescolar, el trabajo docente y la relación escue-la/comunidad.

Después de 1983 continuaron sumándose tra-bajos que colocaban preguntas y problemasmostrando la importancia de documentar lo quesucedía en las aulas, en las relaciones de la vidacomunitaria con la vida escolar y con el traba-jo de los maestros y profesores. En su mayo-ría apuntaban a interpretaciones críticas de larealidad socio-política y educativa, fundamen-talmente a través de estudios en escuelas denivel primario, en relativa coincidencia con al-gunos de los debates que se producían en ám-bitos educativos vinculados a sectores estatalesde diversas provincias, que promovían reformaseducacionales y bregaban por la formulación deuna nueva Ley Nacional de Educación. En esteproceso de lenta incorporación de estudios an-tropológicos sobre educación escolar al debategeneral educativo, también influyó la aperturade las carreras de antropología en diversas uni-versidades nacionales, los cambios curricularesde las carreras de Ciencias de la Educación, elespacio que se abrió en la Facultad Latinoame-ricana de Ciencias Sociales (FLACSO), la acti-vidad de la Red de Investigaciones Cualitativassobre la Realidad Escolar8 y la proximidad demuchos investigadores a los sindicatos docen-tes. Si bien la participación de los antropólogoscomo técnicos o asesores de sectores estatalesnacionales y provinciales prácticamente no tu-

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vo incidencia, por primera vez fueron reconoci-dos los aportes que a nivel metodológico podíabrindar la Antropología como disciplina para losestudios sobre la escuela. Entre estos, destaca-mos la propuesta metodológica participante pa-ra la capacitación de docentes en investigacióna través de los denominados “talleres de educa-dores” (Batallan, 1983; Batallán, García y Sa-leme, 1986; Batallán y García, 1988a y 1988b;Achilli, 1988) que se extendieron en varias pro-vincias del país, los trabajos que incorporaronla etnografía como un método en la investiga-ción educativa (Entel, 1984; Soria, 1985; Here-dia y Bixio, 1987 ; Krawczyk, 1987; Sus, 1988),los intentos por incorporar temáticas estudiadaspor antropólogos como contenidos de enseñanza(Rodríguez, 1987 y1991)

A partir de los años noventa resultó nota-ble el incremento de trabajos presentados en lasmesas de Antropología de la Educación en losCongresos Argentinos de Antropología Social9

y las ponencias con enfoque antropológico pre-sentadas en distintos congresos de Educación yde Ciencias Sociales y Humanas. Esta crecien-te producción fue por un lado, coincidente conun fenómeno similar en otros campos académi-cos y por otro, guardó cierta correspondenciacon el fuerte impacto social y político que tu-vieron los cambios y reestructuraciones produ-cidos en el sistema escolar público. Hay que re-cordar que las políticas de “ajuste estructural”y de “reforma de Estado” implementadas du-rante la década provocaron una desocupacióny empobrecimiento sin precedentes en la histo-ria del país. La denominada “reforma del Es-tado” produjo privatizaciones, disminución delgasto público bajo criterios de “racionalización”(cierre de oficinas públicas, retiro voluntario conindemnización de empleados) y la descentrali-zación administrativa y financiera que trasladóa las provincias y en ocasiones, a los munici-pios, la carga de sostenimiento de los serviciosde salud y educación que subsistieron a la olaprivatizadora. En el caso de la educación, en1993 se sancionó una Ley Federal de Educacióncon fundamentos “modernizantes”, que modifi-có los tres niveles tradicionales de enseñanza,los mecanismos del financiamiento estatal y almismo tiempo el Ministerio de Educación Na-cional puso en marcha la modificación de los“contenidos curriculares”. La aplicación de laley acentuó la crisis económica y social en tantoprodujo una gran disparidad y desigualdad, co-mo efecto de los recursos financieros desiguales

con los que contaba cada provincia. Esto condu-jo a situaciones internas de empobrecimiento ydesorganización institucional en cada provinciaque llevaron a la fragmentación, no sólo de lasescuelas y de los sistemas provinciales, sino delsistema educativo nacional. Durante los últimosaños de la década la matrícula escolar tendió adisminuir y se incrementó el ausentismo en losniños provenientes de las familias donde se con-centró la desocupación, el trabajo precario, lasmigraciones en busca de trabajo, la subalimen-tación, etc. Diversos trabajos han desarrolladoanálisis críticos sobre las transformaciones de lacotidianeidad escolar en escuelas primarias ur-banas (Carro y otros, 1997; Ghiglino y Lorenzo,1997; Mancovsky, 1997; Achilli, 2000a; Redondoy Thisted, 2004; Pini, 2006), en escuelas rura-les (Padawer, 1997) y en escuelas de frontera(Goldberg y Szulc, 2000). Asimismo fueron es-tudiados algunos de los impactos en términosde currículum escolar explícito y oculto (Rodrí-guez, 1994a y 1994b; Milstein y Mendes, 1996;Benítez y otros, 1997; Brandi y otros, 1997; Bor-ton y Novaro, 1997 y 2000; García y otros, 2000;Novaro, 2003; Vidal y Mallía, 2003), de traba-jo y representaciones sociales de los docentes(Merlo y otros, 1997; Mombello, 1997; Rodrí-guez de Anca y Mombello, 1997; Zoppi, 1998;D’Andrea, 2004; Díaz 2001; Hirsch, 2004; Mils-tein, 2004; Pallma, 2004; Guzmán, 2005) y acer-ca de la formación docente (Suárez, 1997; Achi-lli, 2000b; Vanella, 2002) y también de temasvinculados a las protestas sociales en su relacióncon el ámbito escolar público (Milstein, 2000 y2003; García, A., 2003; Alvarez y Juarez, 2004).

Coincidentemente con un mayor avance en laimplementación de políticas educativas destina-das a segmentos diferenciados de la poblacióndesde finales de la década del noventa en nuestropaís, ha habido una notable irrupción de mesas,jornadas y grupos de trabajo que han tratado laeducación con énfasis en la diversidad y la de-sigualdad social y cultural (Heras, 2003; Ibáñezy otros, 2004; Sánchez, 2004; Rubinelli, 2005;Sabarots, 2005), además de destacarse trabajosque incluyeron a los niños y los jóvenes como in-terlocutores válidos para explicar su lugar en ladiversidad, registrar su experiencia en la “calle”e indagar su status en el proceso escolar (San-tillán, 2003; Szulc, 2004; Hecht y Szulc, 2004;Montenegro, 2004; Gallo de Luna, 2005; Hecht,2005; Coronel, 2006; Chavez, 2006; Diez, 2006;Milstein, 2006). Finalmente también cabe men-cionar que durante el último período algunos

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investigadores han enfocado los espacios de ges-tión y planeamiento del sistema escolar. (Pada-wer, 2000; Pizarro, 2006; Vives, 2006).

Como podemos advertir, el desarrollo delcampo de la antropología y la educación esco-lar ha estado muy orientado por las cuestionesque conformaron las agendas educativas, espe-cialmente a partir de la década del 90 y comoveremos en lo que sigue, los temas y conceptospedagógicos direccionaron mucho más el abor-daje de cuestiones y problemas que aquellos in-herentes al campo de las ciencias sociales y hu-manas y de la antropología en particular.

Temas y problemas

En función de dar cuenta de las contribucionesdel conjunto de trabajos analizados hemos or-ganizado tres bloques temáticos que reflejan lasdimensiones de la realidad educativa que mayorpreocupación han concitado. El primer bloqueconcentra los estudios que se han abocado a re-flexionar acerca de los aspectos políticos de losprocesos escolares y del trabajo docente. El se-gundo, reúne un conjunto de trabajos que apun-tan a estudiar la vinculación de los procesoseducativos con los fenómenos de desigualdad so-cial y diversidad cultural. El tercero agrupa lostextos que abordan procesos relacionados con elcurrículo y la socialización escolar, así como suproblematización en diálogo/tensión con la so-cialización familiar. Como se podrá apreciar acontinuación, la proximidad que tienen los títu-los temáticos con las categorías que se utilizanen el campo pedagógico y de la educación res-ponde al predominio de las mismas en la mayorparte de los trabajos, hecho que entendemos sevincula a una tendencia colectiva a priorizar untipo de interlocutor.

Procesos educativos y políticas públicas

Podríamos partir de la afirmación que los temasreunidos en este bloque aparecen atravesandotoda la problemática del campo, de ahí que lapresencia de lo político y lo estatal en el contex-to nacional y regional de los fenómenos educati-vos sea un elemento constitutivo de la antropo-logía educativa argentina, posiblemente produc-to de la naturaleza centralizada de nuestro siste-ma educativo. Esta característica es compartidapor toda la antropología educativa latinoame-

ricana a diferencia de las temáticas abordadaspor la antropología educativa de los EEUU yCanadá (Rockwell, 2001).

El conjunto de trabajos que desde el campode la antropología y la educación han focalizadosu mirada en diferentes cuestiones vinculadas alEstado y las políticas educativas están atrave-sados por los cambios materiales y simbólicosocurridos en la Argentina entre los años 80 y laactualidad. Se advierte que muchos de los focosde investigación constituidos en “agenda públi-ca”, han estado fuertemente influidos por estoscambios. Concretamente, los trabajos que abor-dan estas temáticas se multiplican en los mo-mentos de desarrollo e implementación de pro-yectos gubernamentales de reformas educativas.

Entre 1983 y 1989 las iniciativas oficiales seorientaron hacia lo que denominaron “demo-cratizar” y “modernizar” el sistema educati-vo como modo de marcar un corte con la os-cura etapa anterior de autoritarismo militar.“Democratizar” apuntaba a revisar las formasautoritarias en la relación “docente-alumno” y“escuela-comunidad” y “modernizar” implicabareactuar contra el “vaciamiento de contenidos”y formular “contenidos socialmente válidos”. Es-tas iniciativas confluyeron con la orientación ha-cia el estudio de los procesos que se produjerontanto a nivel del conjunto de la sociedad co-mo en el campo educativo y que intervinieronen la conformación de políticas autoritarias, dela producción antropológica latinoamericana defines de los años setenta.10 Es así que en losprimeros momentos de constitución del cam-po, varios trabajos centralizaron la mirada enel maestro y sus prácticas con especial atenciónen algunos rasgos marcadamente autoritarios(Batallan, 1983; García, 1986; Batallan, Gar-cía y Morgade, 1988; Batallan y García, 1988by 1992; Achilli, 1988b), también se estudió elvínculo entre las familias y las escuelas (Neu-feld, 1988; Schmukler y Savigliano, 1988) y seindagó en la cuestión de la diversidad y la dife-rencia colocando el eje en la relación entre losdocentes y los alumnos (Girola, 1988; Lentiniy Zeller, 1988; Scotto, 1988). Cabe señalar queestos estudios acompañaron al conjunto de dis-cursos pedagógicos democratizadores y a la mi-rada crítica que adoptaron algunos pedagogos ehistoriadores de la educación argentina11.

Sin embargo, esta definición del “autoritaris-mo” como tema central para el abordaje de lascuestiones vinculadas al poder en los procesoseducativo escolares, quedó desplazada en el pe-

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ríodo posterior y en su lugar ocupó la escena lacrítica a las políticas “neoliberales”. Mendes yMilstein (1996) analizaron cómo el “progresismopedagógico” que se proclamaba crítico frente alautoritarismo, actuó como condición necesariapara la concreción del proyecto educativo neo-conservador, lo que incluyó diferentes formas decolaboración, cercanía o coqueteo con centrosde poder estatales cuyas políticas denunciaban.Durante los años noventa también se desdibujacomo cuestión privilegiada de la agenda educa-tiva la “democratización” y en su lugar emergentemas como descentralización administrativa yfinanciera y políticas “compensatorias”. Un con-junto importante de trabajos procuró develar elimpacto de las políticas “neoliberales” en la co-tidianeidad de la vida escolar y cómo éste eravivido y significado por los propios sujetos dela relación educativa. Se señaló que la partici-pación de los padres quedó reducida a tareasde sostenimiento financiero de las institucioneseducativas (Padawer, 1998) y se advirtió acer-ca de los modos en que la escuela puso en actoprácticas de fragmentación, exclusión y sufri-miento que afectaron especialmente a docentesy alumnos. (Neufeld y Thisted, 1997; Achilli,2000a y 2006, Maldonado, 2000 y 2005; Lan-dreani, 2000; Gessaghi, 2005). Algunos trabajosapuntaron hacia la crítica de las políticas “com-pensatorias” e “inclusivas” sostenidas desde losenunciados de los discursos estatales (Diez, A,2006; Pini, 2006) y otros focalizaron los proce-sos de “reforma educativa” en sí misma (Zoppi,1997).

Por otra parte, se resignifica el sentido de la“modernización” de los contenidos en consonan-cia con la denominada “futura sociedad del co-nocimiento” y sobre esta base también el docen-te ingresa como tema principal pero ya no porcuestiones inherentes al denominado “autorita-rismo” sino porque se los considera desactuali-zados, motivo por el cual se despliegan un con-junto importante de iniciativas tendientes a su“profesionalización”. Una parte de la producciónantropológico se convocó a analizar la “transfor-mación” de la escuela implementada en la déca-da del noventa considerando los cambios negati-vos en las condiciones de trabajo de los docentes(Batallan y García, 1992; Batallan, 2000 y 2004;Milstein, 2004), la ineficacia de los “dispositivosde capacitación” (Pallma, 2004), las carenciasen la formación de los docentes y el conjunto derepresentaciones que como colectivo tienen conrelación a sus saberes (Achilli, 2006), la socia-

lización de los docentes a partir de los proce-sos de incorporación y apropiación institucional(Landreani, 1999), los conflictos que les generalo que experimentan como un dilema “entre laenseñanza y la contención” (Ghiglino y Loren-zo,1999).

Como parte de la crítica a los procesos de re-forma y transformación de la escuela, los dis-cursos antropológicos pusieron en debate el con-cepto de “equidad” incorporado por el discursopedagógico como modo de fundamentar las po-líticas compensatorias y paliar las críticas hacialos proyectos educativos universalizadores. En-tre estos, se publicaron textos que problematiza-ron y denunciaron esta noción por operar comolegitimadora de la fragmentación de las trayec-torias escolares y transformar a los “pobres” enuna categoría identificatoria de los programasde asistencia, reforzando el quiebre de la educa-ción común y dando como resultado la pérdidade la capacidad simbólica del Estado para de-finir sentidos abarcativos para el conjunto dela población. (Landreani 1998; Díaz y Alonso,1997; Acuña, 2002; Bordegaray y Novaro, 2004;Diez, M.L, 2004).

Más allá de los trabajos de análisis, críticay denuncia del impacto de las políticas públi-cas enunciadas e implementadas con relación alas instituciones educativas, también se puso encuestión el significado y alcance de la nociónde política pública, advirtiendo acerca del usoindiscriminado de los términos público y esta-tal (Milstein, 2004) para ocultar el repliegue delEstado como garante de la educación y el dete-rioro que presenta en la actualidad (Milstein yMendes 2004). El término público también fueanalizado en el ámbito educativo con relación ala noción de privado y/o doméstico, enfatizandoen la tensión entre dos mundos en los que de unau otra manera participa la acción del Estado. Seha observado, por ejemplo, que la relación entrelas escuelas y las familias puede ser comprendi-da como una relación de disputa en el terrenopolítico (Milstein, 2003; Vives, 2006).

Procesos educativos, diversidad y diferen-cia

Desde los inicios de la constitución del campo dela antropología de la educación, una gran canti-dad de trabajos fueron definidos por sus autorescomo estudios que se proponen analizar lo edu-

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cativo en contextos de diversidad socioculturaly desigualdad social. Sin embargo, la produc-ción antropológica sobre los temas que agrupa-mos en este bloque aumentó considerablemen-te en los noventa y más aun durante los últi-mos años, en que se incluyó además el conceptode interculturalidad y la crítica al concepto demulticulturalidad, tal como lo ha incorporado eldiscurso pedagógico. Esto revela en cierta me-dida la fuerza de la agenda pública educativapara instalar los temas que se privilegian y elpero que tiene una retórica sedimentada comoes la pedagógica frente a una bastante nueva ennuestro país, como es la antropológica.

Una gran parte de estos estudios apuntabana conocer los tipos de continuidades y rupturasentre las instituciones escolares, las experien-cias cotidianas de los sujetos implicados (fun-damentalmente maestros) y los segmentos so-ciales (migrantes externos, migrantes internos,indígenas, quinteros, villeros, piqueteros, secto-res populares, etc.) en contextos caracterizadoscomo diversos culturalmente y desiguales en tér-minos económicos y sociales. Estos últimos eranpresentados a través de categorías utilizadas co-mo equivalentes tales como “pobres”, “margina-dos”, “excluidos”, “subalternos” sin incorporarlos debates existentes en otras áreas de la antro-pología y de las ciencias sociales en torno a estosconceptos. Algunas lecturas de dichos contextosseñalaron los “usos” que hacían de los mismoslos medios de comunicación (Neufeld y Thisted,1997; Courtis y Santillán, 1999).

Otros textos se preocuparon por indagar lasrepresentaciones y prácticas de los maestros, ad-virtiendo acerca de la heterogeneidad de con-cepciones que los atraviesan y el hecho que mu-chos de ellos poseen un sentido crítico sobrela realidad a la cual pertenecen y en la queactúan (Sinisi, 1997 y 1999; Mombello, 1997;Ghiglino-Lorenzo, 1997 y 1999; Novaro, 1999;Díaz, 2001; Reybet, 2004). Otros trabajos quetambién focalizaron las representaciones de losmaestros, analizaron los prejuicios y las clasifi-caciones que establecen entre sus alumnos mos-trando los procesos que actúan para el ocul-tamiento o la desconsideración del contexto yde las relaciones de desigualdad involucrados.De esta manera, pusieron en cuestión los dis-cursos biologizantes que circulan en el ámbitoeducativo, llamando la atención sobre la dimen-sión socio histórica y cultural de las diferencias.(Girola, 1988; Lentini y Zeller, 1988; Neufeld yThisted, 1999; Cerletti, 2003). En el mismo sen-

tido, algunos trabajos reconstruyeron en parti-cular las representaciones de los maestros vin-culadas al origen de las “dificultades de apren-dizaje” de los alumnos indígenas e identificaronque las mismas derivan de ser consideradas con-secuencia de los atributos propios del ambientegeográfico y natural en el que viven. Esto alertó,según los casos, sobre la necesidad de incorporarun abordaje socio histórico y cultural para com-prender las múltiples facetas de la diferencia.(Ibáñez Caselli, 1999; Novaro, 2000; Quadrelli,2000; Hecht, 2003; Diez, M.L., 2004). Otros se-ñalan que las “dificultades de aprendizaje” des-de la perspectiva de los maestros devienen de lapobreza entendida como un modo de vida o cul-tura y llaman la atención sobre la implicanciade estas concepciones, mostrando que los indivi-duos que viven en situación de pobreza no siem-pre comparten las mismas pautas culturales, yque éstas deben ser entendidas en un entramadosociocultural complejo y diverso (Girola, 1988;Díaz y Alonso, 1997; Ghiglino y Lorenzo, 1997).

También se ha estudiado la incidencia de ladiversidad lingüísticas de los alumnos –parti-cularmente indígenas y campesinos en escuelasurbanas y rurales– en la comunicación con losmaestros y en su desempeño escolar. Los proble-mas comunicacionales han sido comprendidoscomo parte de la utilización de códigos diferen-ciados y de socializaciones lingüísticas distintasque en algunos casos se demuestran a través deetnografías del aula y también de los contextosfamiliares y comunitarios (Colangelo y otros,1994; Messineo, 1994; Ibáñez Caselli, 1999 y2002; Quadrelli, 1998; Acuña, 2002; Hecht, 2003y 2006; Basel, 2004 y 2005; Gandulfo, 2005).

La observación de los espacios, sus usos y lossentidos que estos adquieren en la cotidianeidadescolar también han sido tratados para com-prender la reproducción de las diferencias y almismo tiempo la apropiación que pone de mani-fiesto formas de “resistencia” que actúan entrelos alumnos (Montesinos y Palma, 1999; Mils-tein y Mendes, 1999; Goldberg y Szulc, 2000;Maldonado, 2000; Chaves, 2006)

Un conjunto de textos se orientaron hacia elanálisis de algunos conceptos incorporados porel discurso pedagógico dominante que adquirie-ron mayor presencia desde la década del noven-ta, para tratar la diferencia y la desigualdad enfunción de poner en evidencia formas de ocul-tamiento de la ideología dominante. Entre ellos,cabe destacar el concepto de “integración” yel efecto de invisibilización de la diferencia que

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produce (Achilli, 1996; Sinisi, 1997; Domenech;2003), así como su uso en las nuevas políticaseducativas que se presentan como equitativas yatentas a la diversidad y sin embargo ocultan yresignifican preconceptos y mecanismos de ex-clusión (Diez, A., 2004). También han sido ana-lizados los conceptos de “educabilidad” y “resi-liencia” que al suponer la transmisión intergene-racional de la pobreza y/o la diferencia y colocarla responsabilidad de la situación social en el in-dividuo, operan racializando el concepto de cul-tura. (Neufeld y Thisted, 2004; Achilli, 2005).

Un grupo de autores dan cuenta de los usos ysentidos de algunos conceptos que han sido cen-trales en el discurso del Estado, en particularfueron objeto de estudio las propuestas oficia-les de “educación para la diversidad” insertasen proyectos compensatorios focalizados para laimplementación de políticas que se definían co-mo multiculturales o interculturales y bilingües.Algunos de estos trabajos contribuyeron a sudiscusión centraron el debate en los usos de con-ceptos como estos por parte del Estado comomodo de ocultar la tendencia a la fragmenta-ción social de las propuestas y, al mismo tiempo,ajustarse a las normativas de los organismos in-ternacionales (Bordegaray y Novaro, 2004; Diez,M.L., 2004; Rodríguez de Anca, 2004; Artieda yRamírez, 2005). Entre estos trabajos, unos po-cos ponen en tensión estas políticas con las de-mandas y propuestas de comunidades indígenascon la intención de proponer proyectos alterna-tivos a la educación compensatoria (Ibáñez Ca-selli y otros, 2004; Díaz y Alonso, 1997; Arce,2005). Por otra parte, también se ha criticado latendencia a incluir dentro de las denominadaspolíticas de educación para la diversidad indis-criminadamente a segmentos de población tandiferentes como pueden ser indígenas, extranje-ros, ciegos, sordos o con características consi-deradas “especiales” frente al alumno “normal”(Diez, M.L., 2004).

Procesos educativos y socialización esco-lar

Los problemas que se presentan en la cotidia-neidad de los procesos de enseñanza aprendi-zaje orientaron a un conjunto de investigadoresa indagar cuestiones vinculadas con los proce-sos de construcción de conocimiento tal como sedesarrollan en las aulas. El eje no fue el deba-

te ya planteado por la Antropología respecto alproceso de socialización en si mismo –entendidocomo transmisión cultural o como modos de in-serción en la estructura social– sino estudiar elmodo en que la escuela actúa en la socializaciónde los niños y jóvenes, produciendo un conoci-miento útil para mantenerse como miembro dela institución escolar y desconociendo la diver-sidad de saberes, lenguajes y cosmovisiones pre-sentes en el mundo no escolar. Algunos trabajoshan descrito el impacto de la enseñanza de lalengua escrita en niños socializados en culturastradicionalmente orales tal como mencionamosanteriormente, y otros han focalizado en espe-cial la problemática de la alfabetización. (IbáñezCaselli y otros, 2004; Gandulfo, 2005). Durantelos últimos años un conjunto de investigadoreselaboraron textos para la iniciación en la lec-toescritura de los niños procurando acercar labrecha que se produce entre la realidad esco-lar y la realidad cotidiana en la que vive el niñofuera de la escuela (Borzone y Rosemberg, 2000;Amado y otros, 2005; Yausaz y otros, 2006).

En menor medida han sido indagados otroscontenidos de enseñanza, tal el caso de un es-tudio que compara la matemática escolar conlo que las autoras denominan etnomatemática(García y otros, 2000) y estudios que analizanlos límites y las contradicciones de la educa-ción artística escolar (Milstein y Mendes, 1996y 1999; Milstein y Pujó, 2004). Otros estudioshan señalado la necesidad de desnaturalizar loscontenidos morales presentes en la enseñanza(Boggino, 1995; Milstein y Mendes, 1999; No-varo, 2000), asimismo se analizó el uso escolarde términos tales como migración, cultura y fa-milia a través de una comparación con el tra-tamiento que reciben desde las ciencias sociales(Novaro,1999). También se estudiaron los mo-dos en que se ha reconstruido la “cultura wi-chí” dentro del discurso escolar (Hecht, 2005) yse ha rastreado la presencia de la problemáticaaborigen en el curriculo y en los libros de tex-tos escolares (Rodríguez, 1991, 1994a y 1994b;Benítez y otros, 1997; Podgorny, 1999; Artieda,2004 y 2005).

En términos de currículo oculto se han estu-diado los sentidos que se construyen en ocasio-nes de las conmemoraciones de las fechas pa-trias o en los rituales vinculados con los sím-bolos nacionales (Vain, 1997; Blázquez, 1997a,1997b y 2003), los significados involucradosen la construcción de identidades que inter-actúan en las relaciones entre los sujetos es-

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colares (Vain, 1997; Holstein, 1999; Pizarro yotros, 2003) y en particular entre pares (Hols-tein, 1997; Maldonado, 2000; García, J, 2004;Coronel, 2006). También se ha apuntado a lainscripción del “orden escolar” en el cuerpo delos alumnos (Milstein y Mendes, 1999) así comoa la construcción y legitimación del “orden so-cial” a partir de los rituales escolares que confor-man la identidad de los docentes. (Díaz, 1995;Mombello, 1998; D’Andrea, 2006).

Como parte del estudio de los procesos de so-cialización escolar, algunos autores han indaga-do los usos y significados de tres conceptos cla-ves: familia, niñez y juventud. En tal sentido seha advertido sobre la necesidad de utilizar enplural estos términos para desocultar las diver-sidades (Neufeld, 2000; Colángelo, 2005). Acer-ca de las familias ha sido señalada la necesidadde conceptualizarlas como “unidades domésti-cas” (Cragnolino, 1997), respecto a los niñosse han indagado las representaciones que cir-culan en contextos familiares y escolares (Szulc,2000; Cerletti, 2006; Santillan, 2006) y tambiénse han problematizado los conceptos de adoles-cencia y juventud en relación con el contextosocio-cultural y los diferentes modelos de orga-nización que presenta la institución educativa(Silva y Bianchi, 1997; Maldonado y otros, 2004;Molina, 2005; Montenegro, 2004; Chavez, 2006;Elizalde, 2006; Suárez, 2006).

La relación entre familias y escuelas ha sidoestudiada para comprender los rasgos de estosvínculos incluyendo diversos contextos geográ-ficos y socio-históricos (Neufeld, 1992 y 2006;Cragnolino, 2003; Mendoza, 2003; Santillan,2004; Jure, 2005) y se han puesto en debatelos fundamentos sobre los que se asienta estarelación llamando la atención sobre la necesi-dad de problematizar los enfoques que reducenlas tensiones a cuestiones derivadas de conflictosculturales (Achilli, 1996 y 2003; Milstein, 2003).Además, se han caracterizado los tipos de con-flictos, destacándose la desigualdad en la rela-ción (Abate y Arué, 2000; Cragnolino, 2006), seha procurado comprender aspectos silenciadosde la relación que afectan el trabajo pedagógicode los maestros (Achilli, 2003; Arce, 2005) y elaprendizaje de los niños (Cerletti, 2003; Hecht,2005) y se ha abierto el debate en torno a larelación entre expectativas familiares de esco-larización, trayectorias escolares y contexto so-cio económico y político (Piotti, 2004; Cerletti,2005; Bentivegna, 2006, Nemcovsky, 2006).

Para finalizar

En términos generales se pudo apreciar a tra-vés del despliegue temático que presentamos lavariedad de contextos, lugares y problemáticasconsiderados y estudiados. Esa variedad, ade-más de ofrecernos un vasto panorama respec-to a los rasgos y características de los procesoseducativos escolares en nuestro país, introduceperspectivas que tienden a poner en tensión y adesnaturalizar modos de ver, pensar y entenderlas realidades escolares. Cabe consignar que soncontados los textos que han incursionado en laproblematización del propio campo12 y que in-dudablemente es una tarea necesaria.

Por otra parte también hemos observado quelos temas más recurrentes se corresponden conlos que ha impuesto la “agenda pública” para elámbito educativo. Esto ha producido una suertede desplazamiento hacia la utilización de con-ceptos y la definición de problemas que se dis-tancia del debate al interior del campo antropo-lógico y se desliza hacia formas propias de losdiscursos normativos de la pedagogía. Ademástambién generó “modas” en la elección temáti-ca que produjeron una arbitraria desaparicióny/o reiteración en el abordaje de ciertos temasque en ningún caso podrían considerarse ago-tados en su tratamiento. Esto también impactóen la definición de problemas que en su mayo-ría están directamente vinculados y en diálogocon las denominadas Ciencias de la Educacióny un tanto distantes de la Antropología. En estesentido, llama la atención la escasa presencia decategorías utilizadas por la Antropología Políti-ca, precisamente en trabajos que en su mayoríacontienen aspectos vinculados al Estado y la po-lítica, así como la poca utilización del caudal deconceptos antropológicos elaborados por los es-tudios de parentesco, de ritual, para nombraralgunas de las ausencias observadas.

Señalamos al inicio del recorrido histórico laexistencia anterior a la constitución del cam-po de Antropología y Educación, de etnogra-fías argentinas que incluyeron la socializacióny la escuela como temáticas desde perspectivasmás globales. También apuntamos que prácti-camente no se ha recurrido a estos trabajos co-mo antecedentes. Luego de dar cuenta de lostemas y problemas que más atención han reci-bido estamos en condiciones de afirmar que es-te corte revela un cambio de interlocutor. Másallá de los múltiples argumentos que puedan se-ñalarse para explicar este fenómeno –que exce-

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den la temática de este artículo y que han sidoestudiados– indudablemente la tendencia queha orientado a los antropólogos que se intere-saron por los temas educativo-escolares despuésde los años ochenta ha sido elegir como inter-locutores a quienes de una u otra manera inte-gran el sistema educativo formal. En este senti-do, son muy reveladores los títulos de los textos,las categorías que se utilizan, la bibliografía, lainclusión de recomendaciones para mejorar polí-ticas educativas, modos de enseñar, entre otros.Indudablemente la producción antropológica eneducación escolar no debe perder de vista a susinterlocutores “nativos”, pero al mismo tiemposabemos que la riqueza de de nuestras compren-

siones, interpretaciones y explicaciones dependeen gran medida de nuestro diálogo con el mundoacadémico de las ciencias sociales en general y laantropología en particular. Éste es el que puedeayudarnos a lograr una mirada descentrada delsistema escolar y del discurso pedagógico que esconstitutivo del mismo, que de lugar a entenderlos procesos educativos y los distintos aspectosde la vida social en la escuela. Esto significa-ría entre otras cuestiones incorporar la retóricaantropológica y más aun, el enfoque etnográfi-co, como modo para desnivelar el poder de unaretórica como la del discurso pedagógico domi-nante en un país con un Estado omnipresentecomo el nuestro.

Notas

Dra. en Antropología Social por la Universidad de Brasilia. Profesora de la Facultad de Ciencias de la Educación de1la Universidad Nacional del Comahue. Coordinadora del get “Antropología y la Educación Escolar en la Argentina”ides-casLicenciada en Psicopedagogía, Maestranda en el programa de Maestría de Política y Administración de la Educación2untref. Integrante de Equipo Técnico en Dirección de Educación Superior. Pcia de Buenos Aires. Miembro del get“Antropología y la Educación Escolar en la Argentina” ides-casLic. en Ciencias de la Educación, Maestranda en el Programa de Maestría en Antropología Social ides/idaes-unsam.3Asesora de la Dirección de Educación Superior de la Pcia. de Buenos Aires. Miembro del get “Antropología y laEducación Escolar en la Argentina” ides-casLic. en Antropología. Docente e investigadora Cátedra Antropología Sociocultural I, carrera de Antropología del4Laboratorio de Investigaciones en Antropología Social lias –Facultad de Ciencias Naturales y Museo. UniversidadNacional de La Plata. Miembro del get “Antropología y la Educación Escolar en la Argentina” ides-casMagíster y Doctora en Antropología Social por el Programa de Postgrado en Antropología Social (ppgas), Museo5Nacional, Universidad Federal de Río de Janeiro. Investigadora asociada del Laboratorio de Pesquisas em etni-cidade, cultura e desenvolvimento, Museo Nacional/ufrj (becaria de posdoctorado del cnpq). Miembro del get“Antropología y la Educación Escolar en la Argentina” ides-cas.Agradecemos especialmente las colaboraciones de Ana Maria D Andrea, Roxana Cardoso, Carolina Gandulfo, Susana6Rodríguez y Natalia Ziperovich.“Educación popular” fundamentalmente bajo la inspiración del pensamiento de Paulo Freire con vinculaciones7estrechas a corrientes críticas dentro de la Iglesia Católica y a grupos políticos que tomaron como ejemplo lasexperiencias cubana y nicaragüense.Esta se crea en los 80’ financiada con recursos canadienses y aglutinó a investigadores latinoamericanos de diverso8origen institucional, a condición de que tuvieran una mirada cualitativa sobre la escuela.En el segundo CAAS (Capital Federal, 1986) se presentaron 12 trabajos, siete de los cuales fueron compilados y9publicados bajo el rótulo Antropología y Educación de la Antropología en Argentina. En el tercer CAAS (Rosario,1990) se supera en más del doble las presentaciones pero sólo se publica una reseña general en la Revista de laUniversidad de Rosario. En el cuarto CAAS (Olavarria, 1994) la cantidad de trabajos se acerca a las 4 decenas perono fueron publicados en Actas. En el quinto (La Plata 1997) y sexto (Mar del Plata, 2000) se presentaron alrededorde treinta que fueron publicados en Actas con formato digital y en el séptimo (Córdoba,2004) y octavo (Salta, 2006)se diversificaron las mesas y simposios que concentraron trabajos correspondientes a este campo.Una reflexión sobre esto puede hallarse en Rockwell (1991 y 2001.10Entre otros los textos más citados destacamos dos: Tedesco, Braslawsky y Carciofi (1984) y Puiggrós, José y Balduzzi11(1987)Tenemos registrados los siguientes trabajos: Milstein y Mendes, 1994;García y Alaniz, 2000; Neufeld, 2000; Pallma12y Sinisi, 2004.

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Bibliografía

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Anuario de Estudios en Antropología Social. CAS-IDES, 2006. ISSN 1669-5-186

El ingreso a la institución policial. Los cuerpos inviables

Mariana Sirimarco1

Resumen

Desde la delimitación de un determinado cuerpo físico hasta la pretensión de determinados registrosde actuación corporal, la agencia policial va seleccionando, modelando y alentando un cierto cuerpoindividual en conformidad con las necesidades del orden institucional. Existen ciertos cuerpos, sinembargo, que fracasan en este empeño de ser orientados hacia un nuevo patrón de normas y acti-tudes corporales. Cuerpos que se resisten –por diversos motivos– a ser signados como un territorioinstitucional. Este artículo intenta un abordaje del proceso de construcción del sujeto policial aten-diendo no tanto a los cuerpos legítimos que produce, sino a los cuerpos inviables que demarca, conel objetivo de dinamizar este período formativo a partir –también– de las tensiones que desnuda.Palabras clave: sujeto policial, cuerpo legítimo, cuerpo inviable

Abstract

From the demarcation of a certain physical body to the intention of certain ranges of corporalperformance, the police institution selects, models and encourages a certain individual body inaccordance with the necessities of institutional order. There are certain bodies, however, that failedin this endeavor of being directed towards a new pattern of corporal rules and attitudes. Bodiesthat withstand, for different reasons, to be marked as an institutional territory. This article intendsan approach of the process of modeling police subject that pays attention not just to the legitimatebodies that produced but to the unviable bodies that marked out, with the aim of revitalize thisformative period taking into account the tensions that uncovers.Key words: police subject, legitimate body, unviable body

I

Argumentaba en trabajos anteriores que la forma-ción impartida en las Escuelas de ingreso2 a lacarrera policial bien puede entenderse como unasuerte de período de separación entre estados dis-tintos (Firth, 1933; Turner, 1980, 1988), donde seinstruye a sujetos civiles para convertirse en sujetospoliciales (Sirimarco, 2001, 2005, 2004a y b, 2006).Cabe aclarar que no se trata aquí del pasaje de locivil a lo policial, en una suerte de transición deuno a otro estado dentro de una misma totalidad.Se trata, más bien, del abandono irrecuperable delo civil como condición imprescindible para devenirpolicía. Así, el período educativo policial, antes queuna transición, conlleva un cambio de paradigma,en tanto es la ruptura de posturas (civiles) pasadasla que posibilita la posterior adquisición del nuevoestado.

Tal dinámica de separación resulta de conside-rar que la labor policial es –ante los ojos de la mis-ma institución– irreconciliable con la “vida civil”.Ser policía se vuelve así una identidad excluyente,y el paso por las Escuelas iniciales toma enton-ces la modalidad de un período transformativo, deun movimiento de distanciamiento social, donde la

adscripción a la institución no puede generarse masque “destruyendo” lo civil.

El presente trabajo se inscribe en el marco deuna investigación acerca del proceso de construc-ción del sujeto policial tal como es desarrollado enlas Escuelas de ingreso a la carrera policial. En es-tos análisis acerca de la formación policial, es claroque el eje no puede estar puesto en el funciona-miento formal de la institución educativa. Recien-temente, diversos mecanismos organizativos fueronpuestos en práctica, desde la esfera política (Sigalet al, 1998), para instrumentar un cambio en la for-mación policial bonaerense. Estas reformas educa-tivas, inmersas en un contexto de reforma mayor,3

implicaron, en líneas generales, modificaciones anivel curricular y organizativo: reestructuración delos planes de estudio, incorporación de nuevas asig-naturas, incorporación de docentes ajenos a la ins-titución, cursado por fuera de las escuelas policia-les, etc.

Mis avances en esta temática permiten compren-der, por el contrario, que un análisis que pretendaabordar la cuestión de la formación policial no pue-de desconocer aquellos aspectos del proceso educa-tivo que corren paralelamente a las materias dadas,y que resultan importantes fuentes de conocimien-

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to para los futuros policías, en tanto los instruyenacerca de las relaciones, jerarquías y prácticas pro-pias de la institución. Es en estos contextos queescapan a la currícula donde planteo que puedevisualizarse, de manera más acertada, el procesode formación policial. Es en estos contextos, porlo tanto, por los que discurre el desarrollo de estetrabajo.4

Acercarse a estas otras pautas que moldean elproceso formativo policial implica ratificar enton-ces la pertinencia de un abordaje de análisis queprivilegie, antes que lo dicho, lo actuado. Un abor-daje que rescate la cotidianeidad de los sujetos,quebrando de este modo la posible tensión entrelas prácticas y sus narrativas. En este sentido, grancantidad de análisis acerca de la educación que re-cibe el personal policial se estructuran en tornoa la resolución de cuestionarios diagramados paratestear la lógica y praxis institucional (Fielding,1984; Reiner, 1992; Ford, 2003). Esta metodologíaresulta, sin embargo, una herramienta insuficienteen este campo, al confundir, en un mismo nivel, lapráctica efectiva con el deber ser.

En contraposición con estas posturas, la presen-te investigación –de la que este artículo es parte–intenta abordar este proceso formativo a partir deun anclaje en lo corporal. Y esto porque los dis-cursos sobre el cuerpo y la corporalidad se vuelveninstancias de suma centralidad en estos contextoseducativos (Sirimarco, 2004b, 2005).

Plantear un análisis desde esta perspectiva im-plica discutir con las posturas que, desde la filoso-fía antigua y moderna, han contribuido a concebirself y cuerpo como entidades separadas. Contra es-ta concepción de la mera fisicalidad de lo corpóreo,la propuesta pasa por entender al cuerpo como unsujeto que se es, donde éste no es ya un objeto delmundo, sino nuestro medio de comunicación conél (Merleau-Ponty, 1957; Scheper-Hughes y Lock,1991; Bourdieu, 1999; Csordas, 1999; Galimberti,2003). Abonar esta postura implica sostener enton-ces una rehabilitación ontológica de lo corpóreo,donde el cuerpo es entendido como sujeto percep-tivo capaz de una comprensión basada en prácticascorporales (Jackson, 1983; Crossley, 1995).5

Es en este contexto de significación que planteopartir de un anclaje en lo corporal para analizar laconstrucción del sujeto policial, proponiendo que laconstrucción de este self implica, en gran medida,el re-encauzar los usos y gestualidades de un cuer-po “civil” en un cuerpo institucionalmente acep-tado. En este sentido, el cuerpo se transforma enel punto nodal en el que se anclan los imperativosque lo forjan.

El ingreso a la institución policial puede abor-darse entonces como un proceso de alienación delos cuerpos, donde la institución se apodera tantode su materialidad como de sus representaciones,orientando sus acciones y comportamientos haciaun nuevo patrón de normas y actitudes corporales.

En la construcción del sujeto policial, el cuerpo setransforma en el escenario mismo de esa construc-ción. Marcarlo es de-signarlo, transformarlo en elsoporte idóneo para portar el signo del grupo (Ga-limberti, 2003).

A la luz de lo argumentado hasta aquí, el focodel análisis se resignifica. Ya no se trata sólo de in-dagar acerca del proceso de construcción del sujetopolicial, sino de hacerlo a partir de aquellas prác-ticas, sentidos y valoraciones que, asociadas a losusos corporales, la agencia policial pone en mar-cha para trocar el cuerpo “civil” de los ingresantesen un cuerpo policial. Es decir, en un cuerpo le-gítimo para la mirada institucional. Desde la deli-mitación de un determinado cuerpo físico hasta lapretensión de determinados registros de actuacióncorporal, la agencia policial va seleccionando, mo-delando y alentando un cierto cuerpo individual enconformidad con las necesidades del orden institu-cional.

Existen ciertos cuerpos, sin embargo, que fra-casan en este empeño de ser orientados hacia unnuevo patrón de normas y actitudes corporales.6

Cuerpos que se resisten –por diversos motivos– aser signados como un territorio institucional. Estetrabajo intenta abordar el proceso de construccióndel sujeto policial atendiendo no ya a los cuerposlegítimos que produce, sino a los cuerpos inviablesque demarca, con el objetivo de dinamizar este pe-ríodo formativo a partir –también– de las tensionesque desnuda.

II

El rechazo que envuelve a estos cuerpos puede con-siderarse como bivalente. Alude tanto a los indivi-duos que rechazan absolutamente el planteo insti-tucional como al rechazo de la misma instituciónhacia aquellos que no considera aptos para el ejer-cicio de la función policial. En uno y otro caso, setrata de cuerpos que no se han revelado aptos enla misión de adaptarse a la dinámica que suponeel proceso formativo. Hablar de cuerpos inviablespermite, en este sentido, rescatar tanto la perspec-tiva individual como la institucional, en tanto dacuenta de aquellos sujetos que bien se han plantea-do resistentes a la rutina de instrucción o que bienson considerados, por sus instructores o compañe-ros, no capacitados para sobrellevarla. Se trata, enuno u otro caso, de cuerpos que no logran adecuar-se a la disciplina institucional. Esto es, de cuerposque no pueden incorporarse, llámese incompeten-cia o propio convencimiento, al patrón de actuaciónalentado.

La inviabilidad de ciertos cuerpos no debe ligar-se, de manera causal, a la falta de afición que setenga por las rutinizaciones escolares (disciplina-miento, milongas, etc). Dicha inviabilidad no aludenecesariamente a la falta de empatía con la lógica

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de la instrucción, sino que alude, más bien, a lacapacidad de desempeñarse según los parámetrosinstitucionales, se esté o no de acuerdo con ellos.A la mayoría de Cadetes y Aspirantes puede nogustarles el paso por las Escuelas de ingreso, peroello no implica que se revelen incapaces en la ta-rea de adaptarse a los requerimientos cotidianos.De hecho, no es extraño encontrarse con policíasen servicio que reconocen haber sufrido, en su mo-mento, la dinámica de estos establecimientos. Loscuerpos inviables lo son más por la incompetenciaen el desempeño que por la motivación que a éstesubyace.

Contrariamente a lo que pueda pensarse, la in-viabilidad de estos cuerpos puede manifestarse mu-cho antes del período de instrucción. Puede ma-nifestarse, por ejemplo, en el momento mismo desolicitar el ingreso a la institución. Así, en el cum-plimiento de estos requisitos –exámenes físicos, mé-dicos, psicológicos– se dirime tanto la elección deaquellos a los que se considera aptos para conver-tirse en policías como el rechazo de aquellos que lainstitución entiende que no lo son.

En este primer proceso selectivo se deben sortearuna serie de rutinas examinadoras, desde análisismédicos (radiografías, electrocardiograma, análisisde orina, vacunas, pruebas de sífilis y látex de cha-gas) y tests psicológicos, hasta pruebas físicas (re-sistencia, fuerza de brazos, abdominales). La eva-luación –superados los análisis clínicos y las obli-gatorias vacunas– toma un día completo, en el quese suceden los exámenes mencionados. Los cuerposque se descartan, sin embargo, no siempre implicanfallas efectivas en el desempeño de estas distintasevaluaciones. Una Cadete me relataba su propiaexperiencia en relación a los trámites de ingreso:

Yo pasé todo, sabía que el intelectual me ha-bía dado muy bien porque tenía toda una pre-paración. Yo antes de eso [de ingresar a la po-licía] estudié Licenciatura en Informática, yoya estaba entrenada en lo que es estudio, res-ponder. Me da que estaba apto en el psicoló-gico, porque el tipo me había preguntado unmontón de cosas. Y yo había estado haciendoterapia por mi cuenta, ya iba al psicólogo. Amí me da apto el psicológico, me da apto to-do, y no me da apto el físico. No el físico delo que es entrenamiento, sino el físico de lo quees parte de análisis. El médico, no me da ap-to. Entonces qué hago yo. Digo no, a mí no mevan. . .Empiezo a llamar a la Escuela, por micuenta y me dicen “no, porque se perdieron tusanálisis”.

Los análisis perdidos constituyen, como me ex-plicaba esta Cadete, uno de los tantos ardides pues-tos en juego por las Escuelas policiales para dis-frazar de “objetividad” a un proceso selectivo quedista mucho de serlo. “Es un simulacro –repetía,

refiriéndose al proceso examinador. En realidad yasaben quién va a entrar y quién no”.

En la justificación del rechazo pueden mediartambién argumentaciones científicas. La entrevis-ta psicológica, parece, se revela como el filtro porexcelencia con que la institución frena el ingresode aquellos que no desea entre sus filas. “Ahí esdonde la mayoría, cuando quieren que no entres,te ponen que no estás apto”. La dinámica de laentrevista, según cuenta esta Cadete, consiste entestear la presencia o no de una cierta firmeza psi-cológica con la cual hacer frente a la clausura quesignifica la vida dentro de la Escuela Vucetich. Es-te testeo se convierte, en muchos casos, en un claroapremio:

Cadete: Te apuraban, a muchos chicos losapuraban.

Mariana: ¿Y qué te preguntan?C: Si sabías que eso eran dos años. “Vos vas

a estar acá, mirá que son dos años, que no vasa ver a tu familia”. “El precio si yo quiero estaracá es ese, y ya lo sé”. A las mujeres, si teníanhijos, les daban con un caño por ese lado.

M: Pero, ¿no es un requisito?C: ¿No tener hijos?M: Sí.L: Nosotras nos enteramos que una chica es-

taba casada con dos hijos en segundo año.

Lo anteriormente dicho no hace sino poner demanifiesto la clara manipulación de las normas,que, por un lado, lleva a consentir lo inconvenien-te –el ingreso de mujeres con hijos al cuerpo deoficiales–7 y, por otro, a maniobrar lo apto paravolverlo improcedente.

La Cadete que me contaba su experiencia habíacaído, sin entender porqué, en este segundo caso.Prestar atención al devenir de su historia permiti-rá visualizar la existencia de otras pautas por lascuales se resuelve el ingreso a la institución poli-cial. Sus exámenes médicos se habían extraviado.Decide entonces pedir una copia de ellos en el labo-ratorio y se va, desde el pueblo bonaerense dondevive, a llevarlos ella misma a la Escuela Vucetich.Se los entrega a quien la atiende (una vez en la Es-cuela, y conocedora de su funcionamiento, se daríacuenta de que la debía haber atendido el porte-ro). Cuando llama a los quince días, para obteneralguna información sobre el curso del trámite, losanálisis seguían sin aparecer.

Ahí el marido de la amiga que yo tengo, elhermano es comisario. Entonces le comento. Yoya había dicho basta, no entro, ya está. “No, no,vos esperá –me dice–, vamos a hacer una cosa”.Porque ahí no vales como persona, valés por lajerarquía que tenés. Entonces si sos comisario,sos alguien. Entonces fuimos un día ahí, a laEscuela Superior que está en La Plata, llevamos

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los análisis. Fui yo con él. “Esta chica tiene todoapto, pero le perdieron los análisis, y por esono se va a quedar afuera”. Bueno, qué pasó,empezaron las clases, empezó el curso, no memandaron la notificación, dije ya está. A los 15días me mandaron la notificación, yo entré 15días después.

Si esta Cadete logró sortear la traba que cons-tituía la sistemática pérdida de sus exámenes fue,pareciera, porque reforzó su pedido de ingreso ala institución con la presentación de un aval je-rárquico. Aparecido el respaldo del comisario,8 losexámenes médicos no pudieron volver a perderse.Pasado el tiempo, se enteraría, por un oficial de laEscuela, del porqué de esas pérdidas tan recurren-tes: “¿sabe usted, M., por qué no entró? Porque us-ted estaba tercera en el promedio general, entoncesmolestaba a la hija de alguno”. “Para que pudieraentrar otra –me explicaba ella– me pusieron queno estaba apta, quedás afuera. Cuando aparecenmis análisis no les queda otra que hacerme entrar.Quedé primera en la lista de espera. Y ahí entré”.

Lo que el relato de esta Cadete deja entreveres la existencia de cuerpos rechazados, de cuerposque deben resultar no aptos para que otros tenganoportunidad de serlo. Lo interesante es constatarel papel central que le cabe a lo corpóreo en esteproceso de objeción a la institución policial. Seancuales fueren las causales del rechazo, lo inviablese construye alrededor de la falla corporal: orgá-nica, física o psicológica.9 El cuerpo se convierteen un insumo material capaz de ser leído y has-ta manipulado para convertirse en la fuente –enel depositario– del fracaso. La apelación a lo cor-poral no hace otra cosa que mantener vigente lamascarada de un proceso selectivo basado en apti-tudes mensurables, testeables y comprobables; enaptitudes, en suma, científicas y objetivas.

En el caso analizado, la dinámica que realmenteguía este proceso de selección radica, en gran parte,en los bajos cupos con que cuenta el personal fe-menino para el ingreso a la Escuela Vucetich. Unaoficial Subinspector me contaba que, de las 1000postulantes que se presentaron el año en que ellaentró, fueron 580 las seleccionadas para rendir losexámenes y 35 las que finalmente ingresaron.10 Seentiende entonces que, dado lo bajo de ese número,sea necesario activar los debidos mecanismos paralograr el ingreso de aquellas postulantes que son“hijas de” o vienen “de parte de”.11

Estos cuerpos que deben fracasar en el intentode ser parte de la agencia policial para que otrosresulten elegidos hablan a las claras de una cier-ta condición indispensable a la hora del ingreso ala institución. Así, exámenes clínicos, físicos o psi-cológicos se revelan insuficientes a la hora de darcuenta de la totalidad de las instancias del procesoselectivo. Como el relato de la Cadete deja percibir,hay una pauta que delimita cuerpos imposibles de

ser rechazados, y que señala que los cuerpos com-pletamente viables son los policiales. Esto es, loscuerpos que ya pertenecen, por motivos de paren-tesco o afinidad, a la “familia policial”.

La existencia de esta pauta selectiva anticipauna máxima institucional de amplia recurrencia alo largo del proceso formativo: los cuerpos invia-bles son aquellos que parecen implicar la ausenciade una cierta “esencia policial”, llámese posesiónde parentesco, de recomendación o, una vez avan-zada la instrucción, de simple registro de actuacióncorporal.

III

“Lo mejor de la policía es la Escuela Vucetich”.Al menos eso suele escucharse, recurrentemente,de boca de efectivos que cargan sobre sus espaldaslargos años de servicio. Para la amplia mayoría deCadetes, tal vez ignorantes de lo que vendrá des-pués del egreso, esta declaración resulta, cuantomenos, irónica. Muchos llegan, el primer día, sinsaber a ciencia cierta lo que les deparará la Escuela.El enfrentamiento con la dinámica de su clausuray de su instrucción les reserva no pocas sorpresas.Salvo, quizás, a esa proporción importante de losingresantes que constituyen los “hijos de”, y quepueden estar más familiarizados con la rutina deformación policial.

Para los restantes Cadetes –la amplia mayoría–,los primeros días dentro de la Escuela son una es-pecie de shock. No es de extrañar entonces que elmayor número de bajas se de en esos primeros mo-mentos de la instrucción,12 cuando se revela lo másarduo del proceso de adaptación:

Hay un chico que entró un año después queyo, que había estado intentando 3 ó 4 veces.Que intentó la última vez conmigo y al año si-guiente entró. Cuando le avisaron que entrabaera el hombre más feliz del mundo. A la sema-na, al segundo día, tercero, porque encima notenía contacto, yo ya estaba en segundo año.Bueno, y en un momento pude verlo, ¡y la caraque tenía! Era un shock. Es un shock lo que teproduce. Si pasás ese momento, bueno.

Si se acuerda en que esos individuos que piden labaja durante el inicio de la instrucción fallaron enadaptarse a su dinámica, entonces puede afirmarseque la gran mayoría de los cuerpos inviables quedeparará el período formativo se despliega en esasprimeras semanas. “La mayoría que se va, se vaen ese momento –me explicaba el mismo Cadete.Porque ya después como que te hacés inmune”. Elfracaso13 de esos cuerpos radica justamente en lavulnerabilidad: en la falta de resistencia ante lasrutinizaciones escolares. Se trata de individuos queno lograron encauzar sus actos en el marco corporal

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propuesto por la institución. O, si se quiere, deindividuos cuya corporalidad la institución policialno pudo apropiar por completo.

Ahora bien, la baja no es una decisión únicamen-te personal. Y si lo es, en ella interviene, muchasveces, la presión institucional. “Si vos no les gus-tabas –me explicaba una Cadete refiriéndose a losinstructores–, buscaban la manera de que te fue-ras”. Pedir la baja podía transformarse, además deen la expresión de la propia voluntad, en la asun-ción de una claudicación: los que llegaban a ellaeran (también) aquellos que no lograban resistirlos constantes embates de la superioridad.

Caben, en este sentido, dos aclaraciones. En pri-mer lugar, que las bajas no son sólo una prácticaaglutinada en los primeros momentos de la instruc-ción. Que se produzcan mayormente durante estafase inicial no significa que no puedan sucederse,asimismo, en cualquier otro momento del períodode formación. Y, en segundo lugar, que no todos loscuerpos considerados inviables por la institución sedirimen bajo esa modalidad de rechazo. Las bajas–voluntarias o inducidas– son, tal vez, la expresiónextrema con que se objetan esos cuerpos no ap-tos. Pero existe toda otra gama de recursos, comose verá a continuación, de los que la institución sevale para designar a aquellos entendidos como in-capaces. El cuerpo inviable puede tener éxito enatravesar la etapa formativa y alcanzar el egresosin dejar, por ello, de ser visualizado como un su-jeto no apto para pertenecer a la fuerza policial.El fracaso de estos sujetos no se expresa necesaria-mente por el abandono de la institución, sino porla modalidad de su inserción dentro de la misma.

Este trabajo no trata, por consiguiente, de su-jetos desviados ni de sujetos excluidos. Lo invia-ble de estos cuerpos no radica en anormalidades niimplica necesariamente una eliminación. Se tratade individuos que fallan –o son visualizados comofallidos– en la actuación del desempeño. Los ca-racteriza, más que el estigma de la “otredad”, laposesión de una distinción: su incapacidad tal vezradique –se verá más adelante– en no poder indis-tinguirse. Esto es, en no poder ser parte de lo quese entiende que debe ser el comportamiento de lamasa.14

Pero, ¿qué atributos reúnen esos cuerpos que lainstitución visualiza como inviables? Uno de elloses, sin duda, el desafío a la autoridad. Contestarlea un superior, cuestionar sus órdenes o hasta insi-nuar cierto asomo de resistencia constituye, dentrodel ámbito de estas Escuelas de ingreso, un clarosigno de desacato. Toda reacción que se aleje del si-lencio y la subordinación representa, más que unainobservancia de las normas institucionales, unaclara afrenta al orden jerárquico (Sirimarco, 2001,2004a).

La noción de disciplina es uno de los puntalesbásicos de la institución policial. Ésta requiere desus miembros la

obediencia inmediata y sin dilaciones a las ór-denes del superior y el más profundo respetopor la autoridad del que manda (. . .) Debe ma-nifestarse permanentemente en el subalternouna voluntad espontánea para el cumplimien-to de las ordenes impartidas para contribuir yrobustecer los propósitos del superior (. . .), evi-tando siempre emitir juicios sobre los actos deéste, criticar sus órdenes o murmurarlas, comoasí también hacer manifestaciones de discon-formidad por considerarlas inadecuadas, por-que proceder de tal forma sería cometer seriosactos de indisciplina.15

“Usted no piensa, usted actúa –suele escuchar-se amenazar al superior.Usted recibe órdenes y lascumple, nada más. Le gusta, bien. Si no, vamos aForrelato y pedimos la baja”. En una institucióndonde la subordinación y la obediencia son el pande cada día, aprender a obedecer en estos térmi-nos –sin posibilidad de opinión ni desacuerdo– esesencial.

Ana16 era una Cadete que padecía este proble-ma: “yo reconozco que no era una de las que mecallaba la boca. Ese era uno de mis grandes pro-blemas. Yo aceptaba las cosas si me las decías confundamento. Pero si era porque sí, a mí eso nome. . . [alcanzaba] ”. Se comprenderá entonces quesu paso por la Escuela Vucetich haya estado sal-picado por largos períodos de encierro y castigo.Ella misma me contaba algunos de los episodiosque causaba su imposibilidad de permanecer calla-da:

Primero de todo tenías la parte de Aula ydespués, las mismas instructoras te enseñabanla parte policial. ¡Cada pavada! Ellas te decíancómo tenías que hacer. Y yo me acuerdo undía, que empezó a hablar de la Universidad. Yotenía 25 años, estaba en segundo año, la ofi-cial, que ya pasaba a ser Subinspector ese año,tenía 23 años. Dos años más chica que yo. Yopara esto ya había estado un mes encerradapor contestar. Porque yo, ¿qué pasaba? Ellasnos daban instrucción y nos tomaban exámenessorpresa. Yo me mataba de risa, porque creoque ni ellos saben leer ni escribir. “Bueno –nosdecía–, ahora por portarse mal van a hacer unexamen”. Siempre me sacaba 9 y 10, sin estu-diar ni nada. Entonces a la mina le molestaba.Había una principalmente que me tenía acá,yo me daba cuenta que me tenía acá, cuandome podía agarrar. . .Era la que me dejaba presasiempre. Bueno, con esta chica un día estaba enuna clase, yo ya con experiencia de la Univer-sidad. Como que empezó a decir que en todoslos órdenes, en la Universidad, porque nombróparticularmente la Universidad, que todo erazafar. Que en la Universidad vos te podías co-piar. Entonces yo le dije “mirá, disculpame, yo

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creo que la persona que llega a un nivel uni-versitario no se va a estar macheteando”. Comoque era todo una farsa, que la Universidad tam-bién daba lugar a la corrupción. “Puede haberpersonas que hayan comprado títulos y todo loque quieras, pero realmente, a un nivel acadé-mico, universitario, y te lo digo yo, por expe-riencia propia, que eso no existe”. Que los cono-cimientos realmente los adquirís, porque no tepodés machetear un libro entero. ¡Y ella me mi-ró! “¿Vos fuiste a la Universidad alguna vez?”[le pregunta la Cadete a la instructora]. “No”.“Ah, bueno. . .” [y hace un evidente gesto deentonces callate]. Claro, no me podés venir ahablar de algo que yo sé que es así. ¡Y encimaque ella no conoce!

Si la actitud de Ana resultaba molesta no erasólo por lo que, desde la mirada institucional, sepercibía en términos de desacato y enfrentamiento.Era, más bien, por lo que esta actitud representa-ba: su “insubordinación” no hablaba únicamentede un carácter fuerte; hablaba, además, de una ac-tuación que se desviaba de lo que debe ser el buenpolicía. Su desempeño lograba evadir (y confron-tar) los parámetros institucionales dentro de loscuales debía desarrollarse el sujeto policial.

En el universo de la Compañía femenina, otrosatributos eran asimismo objeto de ensañamientopor parte de las instructoras. No sólo aquellas Ca-detes que no lograban resistir los ejercicios físicoseran percibidas en términos de cuerpos inviables.También eran percibidas así aquellas Cadetes quecontaban con una cualidad que, a juzgar por los re-latos, era francamente despreciada (¿envidiada?)por las que eran sus superiores: la belleza física.Una de ellas me contaba el caso de una compañerasuya: una chica que se dedicaba, a la noche, a hacerabdominales por su cuenta y a ponerse las cremasfaciales que lograba inmiscuir dentro de la Compa-ñía. Una chica que “tenía un lomo espectacular” ya quien el pantalón de fajina le quedaba maravi-llosamente. No sólo las instructoras “le daban conun caño”. También las Cadetes de segundo año “laodiaban”, y canalizaban ese odio mediante bailesy encierros.17 Esta chica, me contaba esta Cadete,pidió la baja cuando terminó el primer año.

Pero no todos los intentos institucionales tienenel mismo éxito:

Después había una chica que se recibió, quela vi, no lo podía creer. La chica entró conmi-go, 18 años tenía, una nena. Y esta chica erauna chica que tenía un problema. Obviamen-te, vos tenías que mirar a la cara [al superior]y no te podés reír. Y ella se ponía nerviosa yse sonreía. Y nosotras después le decíamos, “J.,por favor, no te rías”. Nosotras nos poníamostan mal. Mirá lo que hicieron, la mandaron algabinete psicológico. “¡Usted tiene problemas

psicológicos!”. De tarada, así, porque la man-daban todo el tiempo. Y el psicólogo le decía“¡pero no tenés nada!”. Todo para qué, porquele buscaban la vuelta, porque querían que pidie-ra la baja.18 A ella le hacían la vida imposible.Con esta chica no lo lograron. Y esta chica sebancó. . .La rebajaban por el nivel de decirle sosuna estúpida. La trataban de tarada. De tara-da. “¡Pero usted que, ¿se ríe?!”. Lo más lindoes que ella era normal. Hacía todo, y bien. Loúnico que ella tenía este tema de que se sonreía.

Estos cuerpos inviables, se desprende de los re-latos, parecen haber fallado en la adquisición deuno de los registros corporales más caros a la insti-tución policial: la masculinidad. Argumentaba, entrabajos anteriores, que ésta se propone, en estoscontextos educativos, como un telos: como la con-dición de actuación del sujeto policial. La masculi-nidad –entendida como virilidad, dominio y some-timiento del otro– deviene así el modo de acciónalentado desde el discurso institucional, en tantose entiende que encarna el accionar y la actitudpropia al ejercicio del poder policial (Sirimarco,2004b, 2006).

Íntimamente ligada a la noción de masculinidad,se encuentra la de aguante. En ese re-ordenamientodel mapa corporal que la agencia policial propo-ne a sus integrantes, el trazado en el cuerpo deun recorrido de la resistencia juega un papel fun-damental. El cuerpo legítimo debe ser un cuerpofuerte, recio, resistente. Un cuerpo, en suma, ne-cesario para la labor policial, donde la posesiónde un carácter “duro” se convierte en un requi-sito cuasi-indispensable para la efectividad de sulabor. Ese carácter “duro” es el que, desde estosmomentos iniciales, se va fomentando como el re-gistro legítimo (e imprescindible) de actuación po-licial (Sirimarco, 2005).

En la adquisición de esta resistencia y durezaque requiere la función, el dolor se convierte enun elemento pedagógico. El dolor, antes que co-mo límite o señal de alerta, es concebido como unobstáculo que se debe tanto sobrepasar como ig-norar (Detrez, 2002). La experiencia del dolor es–o se pretende que sea– insoslayable, y sólo se su-pera atravesándola. El sufrimiento –pero más aún:su resistencia– es lo que modela en el ingresanteese pretendido cuerpo policial. De allí que el suje-to policial deba menospreciarlo, en tanto atributode la feminidad, para conquistar la masculinidadque su función demanda.

Los cuerpos de estas Cadetas ponen de manifies-to las actitudes que el período formativo se empeñaprecisamente en erradicar: la falta de aguante, dedureza y de resistencia. Claudicando ante el esfuer-zo físico, preocupándose por la belleza del rostro, osiendo presa de los nervios, estos cuerpos manifies-tan, en suma, atributos de la feminidad. O, dichode otro modo: evidencian corporalidades que se en-

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cuentran más cerca de lo civil que de lo policial.Pero no sólo la superioridad demarca cuáles son

los cuerpos inviables. La huella institucional signapor igual a instructores y a alumnos (al menos aaquellos en que la construcción de un cuerpo le-gítimo se revela como exitosa). En este sentido,también incumbe a los propios Cadetes el identi-ficar a aquellos compañeros cuyas corporalidadesevidencian alguna suerte de fracaso en el intentode la vida cotidiana dentro de la institución. Estoscuerpos inviables, como se desprende del relato queme hacía un Liceísta, son merecedores de castigo:

O por ahí, qué sé yo, por ejemplo, si dos ve-ces seguidas nos milonguearon porque uno sehizo el pelotudo o boludeaba, y entonces por élpagábamos que nos milonguearon, “ah, ¿sí?”.Listo. Llegaba la noche y lo cagábamos a pa-los. Le dábamos. Si no era a la noche, era enun momento en que estábamos solos. Ahí le da-bamos. Lo triturábamos. No boludeaba más. Osi no, te frenteaban. Uno hizo una cagada, ole hizo una maldad a otro. Entonces el oficialse paraba en el medio de la Compañía: “¡Fir-mes! ¿Quién hizo esto?”. Silencio todo el mun-do. “Alguien lo hizo”. Todos callados. “Bueno,ya que no es valiente el que quemó la almohada,todo el mundo afuera. ¿Nadie fue?”. Por ahí ha-bía uno, que no quería milonguear y sabía quelo había hecho éste. Entonces te mandaba alfrente: “fue B.”. ¡Grrrr! Está bien, lo dejás pa-sar. Llegaba el momento, llegaba la noche, y ledábamos.

La falla se despliega, una vez más, en el pla-no de lo policialmente incorrecto. Llámese boludo,“frentero” –“porque te mandaba al frente con eloficial”– o simplemente mal compañero. A aquelque no ayudaba, que no prestaba nada y se corta-ba solo, a ese los Liceístas le destinaban, también,un trato especial: “después a la noche le poníamoslas frazadas arriba y lo curábamos. Se curaba o seiba. Pedía la baja. Yo he tenido casos de dos o tresflacos que se fueron. Sí, eran muy, muy tajos19y loshicimos ir”.

El lenguaje –creo– es elocuente: habla a las cla-ras de un cierto registro de actuación que, en elámbito de las escuelas de ingreso, se decodifica entérminos de desviación. Al que se aparta de lo quedebe ser el comportamiento legítimo sólo le que-dan dos opciones: la cura o la baja. O se revier-ten ciertas actitudes desatinadas y se in-corporanlas modalidades institucionalmente aceptadas, o seenfrenta el abierto rechazo de la institución. A losque fracasan en el intento de ser parte de una mo-ralidad común, “se los hace ir”. La misma insti-tución –instructores, profesionales, alumnos– poneen marcha los mecanismos adecuados para lograrla expulsión de aquellos cuerpos que vislumbra co-mo fallidos. Es decir, de aquellos cuerpos que no

logran desenvolverse en concordancia con el man-dato institucional.

Dentro de los atributos de un cuerpo inviable, laexcelencia es, sin dudas, otra de las fallas que sepaga cara:

Salíamos de bañarnos los de 3ero y entrabanlos de 4to. Este chico era excelente alumno: to-do 10, 10, 10. Y era super-prolijo: siempre bienpeinado, siempre caminando apurado de un la-do a otro. No se metía con nadie, siempre secortaba solo. Él se estaba bañando. Justo eloficial se va. El cuartelero se va para la puer-ta. Y otro de 4to se pone así, tipo matón, enla puerta que va de la Compañía al baño, pa-ra que no entrara nadie. Todos compañeros delchico éste. Y entran dos de los pesaditos y leempiezan a pegar. Lo cagaron a palos. Pero locagaron a palos, eh. Había mucha tensión delos pesaditos con el pibe este. Se la tenían jura-da. El ojo en compota, costillas rotas. No dijoni mu. El flaco desnudo, adentro de las duchas.Nosotros ahí, cambiándonos en silencio, se es-cuchaban los golpes que le daban. “Ustedes novieron ni escucharon nada”, nos dijo el de lapuerta. Lo dejaron ahí tirado en el baño, nonos dejaron ni ayudarlo a levantarse. Sus com-pañeros, eh. Se levantó solo. A la media horavino el oficial. ¿Vos te crees que dijo algo? Nole preguntó nada, no hizo la denuncia. Como sinada hubiera pasado. El flaco se la comió ca-llado. No hizo nada. Ahora creo que está en lasFuerzas Armadas.

Las peleas eran, al menos en el contexto del Li-ceo, una práctica de cierta eventualidad. La ma-yoría implicaba altercados en los que interveníanalumnos no muy conocidos y por causas de nu-la gravedad. Alguien que miró mal a alguien, unasimple pelea entre adolescentes. Cuestiones que sesolucionaban con días de arresto. Sin embargo, lasraras veces en que se trataba de “palizas graves”(unas dos en los cinco años de internado que le tocóvivir, me contaba este Liceísta), éstas implicabanla complicidad –o al menos el consentimiento– delos superiores.

La excelencia, parece, compone cuerpos fallidos.Cuerpos que atacan, mediante esta perfección, unode los pilares sobre los que discurre el comporta-miento legítimo en estas Escuelas. Si una inteli-gencia alta o un desempeño brillante no resultanvalores alentados es porque, para la institución po-licial, la media es un bien a perseguir:

Tenés que seguir a la masa, tenés que ha-cer todo iguales. Tenés que estar en el medio.Ni demasiado bueno, ni demasiado excelente,ni descollar, porque te van a cagar a palos. Nitampoco ser demasiado tonto. Ni para abajo nipara arriba. Ni sobresalir por lo bueno ni por

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lo malo. Pasar desapercibido es lo mejor quete puede pasar ahí adentro. Cuanto menos tenombren, mejor. Tratar de tener buenas notas.Lo que decían, hacerlo lo más rápido posible,en el tiempo que pedían, y ya está. Nada más.Hacer lo que ellos te pedían. No destacarte. EnAula sí, tratar de tener buenas notas, pero enCompañía no resaltar.

Ni tan bueno ni tan malo. Lo inoportuno no es laexcelencia en sí, sino lo que ella conlleva: el hechode ser diferente. Incurrir en cualquiera de los dosextremos es fracasar en la adaptación a las nor-mas de convivencia. Uno y otro extremo represen-tan iguales desviaciones a ese patrón de normali-zación que la institución policial intenta grabar ensus miembros. La mediocridad –esa exaltación dela medianía– es lo institucionalmente legítimo. Ylos cuerpos inviables, como mencionaba anterior-mente, tal vez no sean otra cosa que aquellos quese revelan poco aptos en el arte de la indistinción.

Estos cuerpos que fracasan por desenvolverse enlos márgenes llevan a preguntarse por su contra-partida. Existen, es claro, los que triunfan. Son,generalmente, aquellos que transitan por carrilesmás medianeros. Basta, si no, considerar el casode los Cadetes distinguidos; esto es, de los Cadetesque, terminado el primer año, pasan al segundo conun status superior. Ubicados entre los instructoresy los Cadetes rasos, poseen ciertas prerrogativas:armar las guardias, quedarse con los mejores hora-rios o eludir la actividad física por estar abocadosa otras tareas. El método de elección de esos Ca-detes recae en un promedio que se hace, a fin delprimer año, entre todos los integrantes de la Com-pañía. Las calificaciones abarcaban el desempeñoen ésta y en Aula, aunque las valoraciones diferen-ciales entre ambos espacios son notables: “Ustedespueden tener la mejor nota en Aula –advierten losinstructores–, pero acá todo se promedia”. La ad-vertencia es más que clara para aquellos que lo-graron entender la dinámica de formación de lasEscuelas de ingreso: el énfasis no está puesto en loacadémico. Está puesto, más bien, en la actuación–ni para abajo ni para arriba– que se manifiestaen la instrucción.

Si algo han dejado en claro estos ejemplos, es quelos cuerpos inviables son aquellos que no logran in-corporar el mandato que distingue al período for-mativo analizado: la instauración de una ruptura.Señala Hollingshead (1946), refiriéndose al ámbitocastrense, que el soldado perfectamente adaptadoa la institución es aquel que tiene su iniciativa civilreducida a cero. En el proceso de incorporación, elself se ha identificado plenamente con lo institucio-nal y encuentra en él sus satisfacciones personales,sociales y emocionales. La misma afirmación valepara el ámbito policial. El ingreso a esta agenciaabre un espacio de socialización que requiere, parala efectiva construcción del sujeto policial, la com-

pleta alteración –y el completo abandono– de losvalores del pasado.

Estos cuerpos inviables lo son justamente por nohaber sorteado con éxito el pasaje propuesto porla institución. Contestarle a un superior, tratar deembellecer el rostro o el cuerpo, mandar al frentea un compañero o ganarse palizas por demostrarseexcelente son todas formas de desoír la distanciacon lo civil que la agencia policial proclama comofundadora.

Si la construcción del sujeto policial requierere-encauzar corporalidades civiles en una nuevamatriz de actuación, estos cuerpos fracasan en elintento de transformarse en cuerpos legítimos. Susgestualidades no logran remitir a un cuerpo poli-cial. Presentan, por el contrario, un fuerte sustratode “civilidad” que el período de instrucción ha fra-casado en disolver. Es en torno a esa incapacidadde desenvolverse en tanto cuerpo policial –en tor-no a ese fracaso en la actuación del acatamiento,la masculinidad, la solidaridad o la mediocridad–que la institución construye sus cuerpos inviables.Los cuerpos que, merced a esa incompetencia paradesligarse de lo civil, habrán, por ende, de resultarobjetados.

IV

La agencia policial propone un modelo de compor-tamiento. A lo largo del proceso formativo, Aspi-rantes, Cadetes y Liceístas son alentados a incor-porar un cierto patrón de actuación. Sin embar-go, como se ha visto, no todos logran expresar conidéntico éxito esta adecuación a las normas ins-titucionales. Me gustaría retomar, en este punto,el caso de Ana. Luego de un intento frustrado deabandonar la Escuela Vucetich finalizado el primeraño, Ana finalmente pidió la baja faltando apenasmeses para el egreso. Sus compañeras, enteradasde la decisión, intentaron convencerla con un ar-gumento lógico: “Ana, te bancaste casi un año ymedio, ¿te vas a ir ahora?”. Quisiera desarrollar en-tonces las razones que permiten la respuesta a estapregunta, en tanto atender a las motivaciones deAna para abandonar la carrera policial puede con-tribuir de manera especial a la comprensión de lascoordenadas que guían la construcción del sujetopolicial.

Ya he mencionado, anteriormente, que Ana erauna Cadete con ciertos problemas de ajuste a lainstitución. Su larga estadía en la Escuela Vuce-tich estuvo surcada por arrestos. El problema noradicaba en su resistencia a la obediencia ciega.Su problema parecía ser mucho más radical: impli-caba un profundo entendimiento –y un profundorechazo– no sólo del cambio ontológico que la ins-titución proponía a sus miembros para poder serlo,sino de los parámetros mismos de actuación del su-jeto policial.

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Tal vez no sea arriesgado afirmar que la decisiónde Ana estuvo signada por la cabal comprensión deaquella máxima que repiten los policías en servicio:lo mejor de la policía es la Escuela Vucetich. Talvez por eso Ana, interrogada por sus compañerasacerca del porqué de su dimisión a tan poco tiempodel final, haya ensayado la siguiente respuesta: “Sí,porque lo que me espera después. . . ”.

Ana, que tenía conocidos que pertenecían a lafuerza, sabía lo que otros Cadetes descubren pasa-do un tiempo de servicio: que la vida en la Escuelasupone un mundo ideal, una especie de simulacro.Muchas de las opiniones de los Subinspectores quetuve oportunidad de oír en el marco de la EscuelaSuperior refuerzan esta creencia. Recuerdo espe-cialmente a uno que confesaba, suspirando: “si amí me hubieran dicho que esto era así, no me metoni loco. ¿Y ahora, con 27 años y 2 chicos, voy acambiar de caballo, y a mitad del río?”. El cam-biar de caballo –es obvio– no se dificulta solamen-te por estar a mitad del río. Como me explicabaAna, apoyándose en la experiencia de sus cono-cidos, quedarse en el mismo caballo supone unacompleja relación de comodidades, “enganches” ybeneficios:

Primero, si vos te recibís de oficial, vos hacéslos dos años [de la Escuela], te dan un títuloque se llama Técnico Superior en Seguridad.No sé si será así todavía, cuando yo estaba eraasí. El título que te da la Vucetich. Y despuéscomo que la provincia, el estado, te contrata.Qué pasaba, egresabas de la escuela Vucetich.Los que iban al Operativo Sol generalmente notenían armas porque no tenían nombramiento.Entonces si no tenías nombramiento no podíasportar un arma. O sea, no tenías estado poli-cial. Entonces, hasta que lográs ese estado poli-cial estás, digamos, cesante. Una vez que tenésel estado policial, estás obligado, que son los3 años de Ayudante, 3 años no podés pedir labaja. Es como que firmás un contrato. O sea,podés pedirla, pero si vos pedís la baja antesde los 3 años tenés que devolverle al estado loque el estado gastó teniéndote en la Escuela.20

Entonces no te vas más. Si vos pedís la bajaantes de los 3 años, tenés que indemnizarlo, alestado. Pasados los 3 años ya podés pedir labaja, pero pasados los 3 años. . .Son ya 5 años,ya. . .[no te vas más].

“Si la escuela no te gustaba, peor afuera”, señalaAna. Y su razonamiento parece ser el siguiente: sino te vas cuando aún es tiempo, es posible que lue-go no te vayas más. Los comentarios de sus compa-ñeras, una vez justificada su decisión de abandonarla institución, parecen confirmar el hilo de su razo-namiento: “qué bueno, la verdad, lo que vos estáshaciendo, ojalá nosotras tuviéramos. . . [¿el mismovalor?]”. También un Suboficial que conocía –me

cuenta Ana– aprobó su alejamiento de la fuerza:“lo mejor que podés haber hecho es haberte ido.Qué bueno, qué bueno. Ojalá yo hubiese hecho lomismo”.21

Mencionaba anteriormente que la decisión deAna implicaba un profundo rechazo a lo que, unavez dentro de la Escuela, comenzó a ver que signi-ficaba ser policía. Sólo cuando empezó a transitarel camino del Cadete vislumbró con claridad el ofi-cio de aquellos policías que conocía. Los relatos desus tareas cotidianas se abrieron para ella cuan-do se volvió un par. El impacto de esta expertisecompartida fue doble, e implicó no sólo el descu-brimiento –o la agudización del conocimiento– dela actuación profesional, sino también la dualidadque parece fundar al sujeto policial:

Yo pienso que llega un momento, y a mí mepasaba, que empezás a tener como dos vidas.De lo que es la policía, es una vida. ¿Qué le vasa ir a decir a tus conocidos, si anoche matamosa palos a fulano? Porque este chico [el policíaamigo de Ana], por ahí no va a hablar, no vaa decir. Porque a mí, que estuve en la policía,que me fui, hay momentos en que me encuentray me empieza a contar cosas que a sus amigosno se las cuenta. V. misma [su esposa] me di-ce que hay cosas que se termina enterando pormí, de cosas que han pasado, que no se las en-tera por el marido. Porque no lo cuentan. Es elmundo de ellos. Entonces empezás a tener tuvida dividida en dos.

“O te insertás en el sistema o te tenés que ir”.El sistema al que hay que insertarse tiene, paraAna, bastante de corrupto.22 Su alejamiento de lainstitución policial parece reposar en el entendi-miento de esta máxima que guía la carrera policialy que comienza a aprenderse –estamos viendo– ensus establecimientos educativos. “No hay manerade quedarse afuera –sintetiza. Que te vas a ensu-ciar las manos por el de arriba, seguro”.

Vale aclarar que el “tener que irse” no significa,para aquellos que no logran insertarse en el legí-timo ejercicio de la función, la necesariedad de labaja institucional. Puede implicar, por el contra-rio, otras modalidades del afuera, ya sea un des-tino remoto –el famoso traslado a los confines delterritorio– o una función desprestigiada. Ana mecontaba el caso de un policía que conocía, a losque sus mismos compañeros calificaban de inútil:“R. no sirve para nada, a ese lo hemos llevado aoperativos y es un tipo que te va a dejar pagando,él nunca se prende en nada”. El final de R., metidoen una oficina, habla a las claras de los parámetrosque delinean, en el ejercicio del poder policial, loscuerpos inviables. Un policía que no se prende ennada no es un buen policía. Lo es, por el contrario,aquel que –a juzgar por las percepciones de estosmismos efectivos– “va al frente, si tiene que llevar-

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se alguien preso se lo lleva, que pone cara de forrotodo el tiempo”.23

Afirmaba que el conocimiento de estas redes deprácticas efectivas –y su visualización en términosde insoslayables– significó, para Ana, un profundoreplanteo de su permanencia en la Escuela Vuceti-ch. Y un profundo replanteo, es claro, de su inten-ción de convertirse en policía. Paralelamente a esterechazo de la actuación que –entendía– compete alsujeto policial,24 Ana desarrollaba asimismo otraclase de resistencia: aquella que ponía en cuestio-namiento el proceso mismo de construcción de estesujeto.

Realmente empezás a ver la vida desde la ve-reda de enfrente, desde los civiles y la policía.Estás en la vereda de enfrente. La policía teprepara como para que vos sientas que estás enla vereda de enfrente. Están los civiles y la po-licía. Toda tu vida esa anterior –y te lo dicen–,hay un antes y un después de eso.

La vida dentro de la Escuela Vucetich –resumeAna– “te cambia la cabeza”. Mientras ella me con-taba estas cosas, yo le preguntaba, ingenuamente,si ese cambio lo notaba a partir de su alejamientode la institución. “No –fue su respuesta–, yo medaba cuenta adentro, por eso creo que me fui”.

A mí me costaba aceptar. . . En un momen-to de segundo año empecé a pensar, porque yodecía, estoy cinco días en la Escuela y los de-más días en mi casa. O sea, yo sentía que micasa es L. [su pueblo natal]. Pero, ¿cómo? Es-toy pasando más tiempo adentro de la Escuela.¿Cuál es mi lugar? Yo el viernes a la noche lle-gaba y el sábado a la tarde me iba. Y despuésestaba todo el día, toda la semana. . . [adentrode la Escuela Vucetich]. Y vivía de acuerdo aotra. . . [forma de vida]. Que era un mundo to-talmente distinto. Ahí empezaba a cuestionar-me. Yo decía, ¿cuál es mi lugar? ¿Aquel o éste?Y lo que hace la policía es eso. De cambiartey que vos veas que estás del otro lado. Que losciviles están de un lado y la policía de otro, yque todo lo que es distinto hay que reprimirlo.

La institución reprime la diferencia. A juzgar porlo que se ha argumentado en este trabajo, lo que lainstitución reprime es la manifestación de lo civil.A lo largo del período de instrucción, el ingresantecomprende que la “civilidad” es un sustrato quese debe anular para devenir policía, una suerte de“desviación” que se debe corregir, algo así comoun “padecimiento” que el paso por las Escuelaspoliciales tiene por misión erradicar. Lo que exigela institución es el abandono del pasado. El suje-to policial sólo emerge como tal a partir de unadisrupción: cuando todo lo anterior se troca en ne-gativo.

¿Sabés cuando yo hice el quiebre de quererirme? [Cuando entendí que] yo, para poder se-guir ahí, tenía que hacer una reestructuraciónde [mi vida]. Yo le dije a la psicóloga [de laEscuela] que me iba porque yo, para poder se-guir en ese lugar, tenía que cambiar toda miestructura de valores, mi estructura de princi-pios morales. Que yo no iba a poder. Iba a dejarde ser yo, para poder seguir. No. Y yo, iba aver cosas que no las iba a aceptar, no las ibaa permitir, no podía seguir ahí. Fue el quiebreese que no, tengo que dejar de ser yo.

Si, como vengo argumentando, las Escuelas deingreso a la institución policial se encargan de ins-taurar una separación, el paso por estos ámbitos nosupone otra cosa que la subsunción del sujeto a unimperativo: la exigencia de re-interpretar quién sees. El egreso de estos espacios educativos implica,en mayor o menor medida, la operación del cambio;esto es, la transformación no sólo de la identidadsocial del ingresante, sino la conversión de la propiaimagen de sí. La experiencia de Ana desnuda losmecanismos del éxito. Pone de manifiesto aquellasoperaciones que es necesario ejecutar para devenirun sujeto policial. Implica, en tal sentido, aquelloque hay que estar dispuesto a hacer –y ella no loestá– para devenir policía.

Su relato saca a la luz el reverso de la conquistade un cuerpo policialmente legítimo. Da cuenta deaquellos cuerpos –de aquellos sujetos– que se resis-tieron a ser de-signados por la institución. Esto es,que se revelaron incapaces de orientar sus accionesy comportamientos hacia ese nuevo patrón del selfque requiere la pertenencia a la agencia policial. Elfracaso de Ana es el fracaso de su cambio. Su her-mana, que la fue a buscar el día que dejó la EscuelaVucetich, tuvo que oír esta justa conclusión de bo-ca de la misma instructora que, durante el año ymedio anterior, le había hecho la vida imposible.“Que su hermana estudie –le dijo–, porque ella noes para estar acá. Que aproveche toda la inteligen-cia que tiene y que estudie. Porque la verdad queacá no es un lugar para ella”.

Hablar de cuerpos inviables remite justamentea esa concepción de lo corpóreo que presentaba alinicio de este trabajo. Es decir, a cuerpos que de-ben ser entendidos en su trascendencia de lo orgá-nico, como registro y desempeño de actitudes. Elsujeto no es un ser cartesiano, escindido entre almay cuerpo. No es –como subraya Turner– “una formapura de conciencia o intencionalidad idealista quehabita un cuerpo mientras permanece diferencia-do de él, sino [que es] el cuerpo viviente en acción,orientado concientemente y dirigiendo su compro-miso en forma social de interacción con el objetivomundo de su ambiente” (1995:161).

El cuerpo es, al mismo tiempo, un objeto mate-rial y una fuente de subjetividad, donde esta am-bivalencia no debiera reducirse a la equivalencia

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de un solo aspecto suyo (Galimberti, 2003). Losejemplos sobre los que se asienta ese cuerpo in-viable policial pretenden subrayar justamente estapostura, al sugerir, a lo largo de este trabajo, quehablar del cuerpo es siempre hablar del sujeto. Eldesafío a la autoridad, la feminidad, la inteligen-cia, se vuelven, así, insumos a partir de los cualesdemarcar un cuerpo no legítimo, en tanto expre-san una modalidad de actuación que involucra loscuerpos físicos tanto como una determinada mane-ra de estar en el mundo.

Los cuerpos inviables hablan de los cuerpos legí-timos. En cierto sentido, podría decirse que los re-fuerzan. A juzgar por la paliza que ciertos Liceístasle destinaron a otro, el cuerpo considerado no aptoparece estimular y enfatizar a los que se entiendecomo capaces. Tal episodio parece poner de mani-fiesto la existencia de ciertos sujetos que entiendencuáles son los comportamientos deseables, los res-petan y los hacen respetar, objetando –castigando–a aquellos que los incumplen. El cuerpo inviable, sialgo tiene de disruptivo, guarda mucho de susten-tador de la dinámica de la instrucción.25 Su inca-pacidad refuerza, a partir del rechazo que genera,el desempeño de la corporalidad institucionalmen-te esperada, pues la actuación de lo inviable sólopuede ser objetada –sólo puede ser contestada– a

partir del desempeño de aquello que se entiendecomo legítimo.

Si los cuerpos inviables hablan de estos cuerposes porque aquellos que fallan en desenvolverse se-gún el modelo que propone la institución aluden,con su corrimiento, a lo que no se ha podido al-canzar. Los márgenes siempre parecen remitir alcentro. En este sentido, prestar atención a estosindividuos considerados como no aptos implica unejercicio de suma utilidad. No sólo porque permiteidentificar las corporalidades que la mirada insti-tucional juzga pasibles de ser objetadas, sino por-que posibilita, en el mismo movimiento, asomarsea aquellas que considera correcto estimular. De-tenerse en estas corporalidades entendidas comoinviables es una manera de aludir a los usos delcuerpo que la agencia policial construye como de-seables.

Aclaración

Una versión resumida de este trabajo fue presenta-da a la VI Reunión de Antropología del Mercosur,realizada en Montevideo del 16 al 18 de Noviembrede 2005.

Notas

Dra. en Antropología (UBA). Investigadora del Conicet. Investigadora del Equipo de Antropología Política y Jurí-1dica, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Docente del Departamento de Antropología de la misma facultad. Correoelectrónico: [email protected] el presente artículo me he centrado en tres de estas Escuelas iniciales: el Curso Preparatorio para Agentes2de la Escuela de Suboficiales y Agentes “Comisario General Alberto Villar” (Policía Federal Argentina -PFA), elCurso para Cadetes de la Escuela de Policía “Juan Vucetich” (Policía de la Provincia de Buenos Aires -PPBA) yel Liceo Policial de esta misma institución. Estas Escuelas presentan algunas características diferenciales dadas porla pertenencia institucional (Policía Federal Argentina/Policía de la Provincia de Buenos Aires), las característicasde mando y subordinación dada por los cuadros (oficiales/suboficiales), o los tiempos de formación (no más de 6meses en la Escuela Villar, contra 2 y 5 años en la Escuela Vucetich y el Liceo, respectivamente). Sin embargo,presentan asimismo fuertes similitudes en lo relativo a las rutinas de instrucción. Esto puede entenderse claramentesi se tiene en cuenta que se trata de espacios de socialización de un personal que se encuentra, en ese momento,ingresando a la agencia policial y en los últimos peldaños, por lo tanto, de la escala jerárquica. Es atendiendo aesta argumentación que planteo a estos tres ámbitos formativos como metodológicamente abordables en un mismoanálisis. A los efectos de este trabajo, he creído oportuno dar cuenta también de mi trabajo de campo en la EscuelaSuperior de Policía de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Dicha institución es la encargada de dictar aquellosCursos de capacitación que debe cumplir el cuadro de oficiales como condición previa y obligatoria para el ascensoa ciertos grados de la jerarquía. Sus alumnos son, por consiguiente, personal policial que ya cuenta con varios añosde servicio en la fuerza. De este modo, sus relatos y experiencias constituyen un provechoso complemento a lasopiniones y vivencias de los ingresantes a la carrera policial. Cabe señalar que el material de campo presentado eneste artículo fue construido a partir de entrevistas realizadas a los alumnos de las citadas Escuelas, tanto durantecomo con posterioridad al momento de su cursada. Salvo en el caso de la Escuela Vucetich y del Liceo Policial, eltrabajo de campo también incluyó instancias de observación de la dinámica escolar, fuera y dentro de las aulas.Me refiero a la reforma del sistema de seguridad propulsada por el gobernador de la provincia de Buenos Aires, León3Arslanián, en el año 1998. La misma implicó, bajo la sanción de la Ley 12.155, la Organización de las Policías de laProvincia de Buenos Aires.Quisiera hacer una salvedad. Hablar de cuestiones no-formales implica aquí remitir al nivel organizativo –planes de4estudio, contenidos, currícula– planteado anteriormente. Ello no implica, de ninguna manera, tachar de “informales”a aquellas prácticas y sentidos que corren por fuera de estas vías. Así, antes que considerarlas cuestiones “menores”o paralelas (en su sentido de secundarias), creo que se trata, más bien, de pautas de conocimiento que se activan y

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aprehenden, como se verá más adelante, desde otros campos de aprendizaje. El desafío consiste, creo yo, en ampliarla comprensión de los canales efectivos por los que discurre la formación, superando la dicotomía formal/informalque privilegia ciertos aspectos del aprendizaje, mientras relega a otros –no menos importantes– a esferas subsidiarias.No es mi intención sugerir que los siguientes autores constituyan un bloque conceptualmente asimilable, sino más5bien presentar sus desarrollos en relación a una postura con la cual, si bien desde distintas perspectivas y condistintos matices, discuten. Para una mayor profundización respecto de estos diversos enfoques, ver Citro 2004,2006.Vale aclarar que lo argumentado en este capítulo no debe ser entendido en el marco de los análisis de la sociología6de la desviación (Merton, 1968; Becker, 1974, entre otros).Al menos en la PFA, es requisito indispensable para el ingreso al cuerpo de oficiales ser soltero/a o viudo/a sin hijos7(http://www.escuelafalcon.edu.ar/wpage/Requisitos.htm). Para el ingreso al mismo cuadro, la PPBA no reseña másespecificaciones que las relativas al estado civil. Así, se reglamenta que los ingresantes a la Escuela Vucetich debenser solteros/as, pero nada se aclara respecto a la existencia de hijos.Resulta recurrente, en los relatos de los ingresantes, la figura de un conector con la institución. Esto es, de una8persona –pariente, amigo, vecino– que oficia de nexo y que mediante consejos, avales, recomendaciones o contactos,contribuye a la posibilidad del ingreso. La importancia de esta figura de apoyo parece ser tal que su ausencia esespecialmente remarcada en los relatos de ciertos policías como evidencia de lo complicado del ingreso a la agenciapolicial. Una oficial Subinspector contaba su ingreso a la Escuela Vucetich justamente en esos términos: “Yo notengo ningún familiar en policía, quería entrar, luché para entrar y entré. Fue difícil porque no tenía ningún familiar,nadie que me pudiera ayudar. Mi papá no quería para nada, estuvo preso en el ´78. A la semana que empezamos,7 ya habían pedido la baja”.Si bien el escaso trabajo de campo en relación a las pericias psicológicas me impide manifestarme respecto de su9utilización en el marco de estas Escuelas de ingreso, sería sin dudas interesante avanzar en este sentido. No sólopara dar cuenta de la importancia central que se reserva a estos tests en tanto discursos de verdad avalados por laciencia, sino, además, para abordar la utilización efectiva que podría derivarse de su articulación en un contextoburocrático como el analizado.Los datos corresponden, aproximadamente, al año 1995. Si bien no cuento con información actualizada al respecto,10puedo afirmar que el cupo de ingreso a la Escuela Vucetich ha sido, históricamente, siempre más bajo para lasmujeres que para los hombres. Cabe esperar, de todas maneras, que esta “pugna” por el ingreso sea más frecuenteen las Escuelas de oficiales que en las de suboficiales, por tratarse de aquellos ámbitos educativos a los que intentaningresar, al menos en términos generales, los parientes de los ya oficiales en servicio.No por nada en el formulario de ingreso a la Escuela Vucetich se dedica un apartado especial a detallar la “relación11policial” que el postulante pueda tener “dentro del siguiente vínculo: padre, madre, abuelo/a, hermano/a, tío/a,hermanastro/a, del personal de revista en la repartición, jubilados o fallecidos”.Son esas bajas al inicio de la instrucción las que posibilitan el ingreso de aquellos que, como la Cadete del apartado12anterior, quedaron en lista de espera.En tanto este trabajo intenta dar cuenta de aquellos imperativos que se proponen desde la institución con miras a13la construcción de un determinado sujeto policial, entiendo que cabe, en cierta medida, hablar también de cuerposque fracasan. Es claro que entenderlos de esta manera sobredimensiona la mirada institucional, focalizando la fallaen el fracaso de los individuos por adaptarse a la instrucción y no en el fracaso de estas rutinas por modelar undeterminado sujeto. Sin embargo, si se entiende que todo Cadete o Aspirante ingresa a estos establecimientos apartir de cierta dosis de propia voluntad, quizás no resulte tan inexacto hablar de cuerpos fracasados. Ello así entanto se acuerde que todo ingresante manifiesta, al menos al momento de concretar su elección, la intención depermanecer y concluir el período formativo. Desde esta perspectiva, su incapacidad para llevarlo a término puedeser visualizada, en cierto sentido, como una suerte de fracaso, ya que no se ha revelado apto para ajustar su cuerpoindividual en conformidad con los patrones colectivos de actuación.La etnográfica clásica –tal vez signada, mayormente, por un espíritu normativo– poco lugar le dio al tema de14aquellos que, sin ser excluidos, eran considerados como diferentes. En su libro Adolescencia, sexo y cultura en Samoa,Margaret Mead se preguntaba si, en estas sociedades otras, no había conflictos, si no existían “temperamentos quese desviaban acentuadamente de lo normal como para hacer inevitable el choque” (1993[1939]:155). Y, motivada poresta preocupación, dedicaba, en su ensayo sobre la adolescencia femenina, todo un capítulo a caracterizar a aquellasmuchachas que, por su carácter, se apartaban de la conducta considerada común. La preocupación que guía esteartículo debe tal vez ser entendida a la luz de esa pregunta formulada por Margaret Mead.Manual Práctico para el Personal Subalterno, Editorial Policial, Policía Federal Argentina, Buenos Aires, 1979, pp.1532-33.El nombre es ficticio.16En la Escuela Vucetich, el Cadete de segundo año es superior del de primero y posee todas las prerrogativas que17emanan de esa superioridad jerárquica.El gabinete psicológico se revela, una vez más, como el locus idóneo desde el cual “argumentar” las actitudes18inviables.

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Epítetos tales como “concha” o “tajo” son comunes entre los Cadetes de la Vucetich para designar a “la persona19que mandaba al frente, o que no prestaba nada, a todo le decía que no, no te ayudaba, siempre hacía la suya, secortaba solo, o que era excelente alumno, siempre andaba bien peinadito”. Como creo resulta claro, aquellos queno eran buenos compañeros y no practicaban el arte de la solidaridad sino el del escrupuloso acatamiento a lasordenes de la autoridad, no merecían pertenecer al mundo masculino que regía la cotidianeidad de los Cadetes yeran homologados, por sus actitudes, al ámbito de lo femenino (Sirimarco, 2004b).El art.36 del Decreto-Ley 9550/80 señala: “al egreso de la Escuela de Policía juan Vucetich y como condición previa a20su ingreso a los Agrupamientos Comando o Servicios, según el caso, el personal de Oficiales suscribirá un compromisoobligándose a prestar servicios en la Institución por el término de tres (3) años”. En el art.104 se especifican loslímites de su incumplimiento: “el personal de Oficiales, egresado de la Escuela de Policía Juan Vucetich, que seadado de baja por renuncia o cesantía por abandono de servicio antes de cumplir tres (3) años de servicio, a contardesde su ingreso en el respectivo escalafón, deberá resarcir a la Provincia los gastos que hubiere demandado sucapacitación, conforme lo determine la Reglamentación”.Ese suboficial –parece– también había intentado alejarse de la policía. Entró a la dependencia con toda su indumen-21taria para devolver –arma, uniforme– y salió con 15 días de licencia, para que tuviera tiempo de rever su decisión.Pasada la quincena sabática, volvió a la institución. El dilema de cambiar de caballo a mitad del río. No debecreerse, sin embargo, que al personal policial sólo lo ata a su profesión la comodidad y la desidia. Hay muchos queaman lo que hacen y muchos otros que, después de sufrir la etapa formativa, aprendieron a amarlo con el tiempode servicio. “Obviamente con el tiempo, trabajando en Policía –me explicaba un Subinspector–, llegás a querer a laPolicía porque pasaron los años, vas trabajando”. La misma Ana me contaba el caso de un suboficial que conocía,que entró por cuestiones económicas y a quien no le gustaba la policía. Después de 10 años –me cuenta ella–, “voshablás con él y él ama la policía. Hoy por hoy, para él está primero la policía que su familia”.Es interesante constatar que ese mundo “corrupto” no se abre intempestivamente a partir del egreso de la Escuela22Vucetich. Como bien saben los Cadetes, los “arreglos” son una práctica cotidiana dentro de ese establecimiento.Las coimas a los Cadetes distinguidos para obtener horarios convenientes en las guardias es cosa frecuente. El quepagaba se hacía acreedor de los mejores horarios; el que no, recibía los peores. Pero el arte de la “coima” no sólose practicaba entre pares. También se ensayaba hacia afuera. Los Cadetes destinados a la guardia de la entrada,por ejemplo, solían recibir al camión del pan con una remanida pregunta: “y, ¿no habrá nada? ¿Alguna cosita, paratomar mate?”. Los encargados del transporte, conocedores de la rutina, llevaban ya listas dos bolsas de facturaspara dejarles.La esquematización presentada es, claramente, simplista. Entre el cuerpo fracasado y el cuerpo legítimo existen23variadas opciones y distintas modalidades de llevar a la práctica el poder policial. La misma Ana me contaba elsiguiente caso:

Hay un pibe que yo conocí, que ahora mirá lo que hizo. El chico este es Subinspector. Es muy particular, él.Tiene la misma edad que yo. En el boliche, vos generalmente lo ves, todos los policías están juntos. En la barra,todos sentados, son ellos, el grupito. A ese pibe nunca lo vi con ellos, tomando nada. Él se junta con todos reos.Y lo mirás y vos decís, una actitud tiene, más de chorro que de policía. Villero. Así, tipo cumbia villera, tieneese aspecto. Pantalón de gimnasia arremangado. Y es un señor como habla. Cuando está de policía, ¡tiene unaeducación! Qué hizo, pidió el traslado y está en San Isidro, en Narcotráfico, donde no usan uniforme. Y tienetodo este aspecto así. . .Bueno, y J. decía que a él le da risa salir a hacer recorridas con él porque cuando hayen una esquina, gente tomando, qué hay que hacer, bajarse y “bueno, se terminó, acá no se toma más, se vantodos, eh”. Él se baja: “eh, ¿cómo andás?”. Se toma una cerveza, “bueno, che, déjense de joder, porque si no melos tengo que llevar, váyanse”. Y se va todo el mundo.

Las corporalidades aceptadas por la institución no son unívocas. No al menos en lo que al ejercicio de la profesión serefiere. Si algo evidencia el ejemplo anterior es la compleja interrelación de variables –lugar de destino, modalidadesde actuación profesional– que intervienen, una vez superado el período instructivo, en la conformación del sujetopolicial. Y quizás evidencie, también, que la máxima sostenida por Ana (“o te insertás en el sistema o te tenés queir”) cobije, en realidad, la posibilidad de ciertas flexibilidades.Al menos al policía abocado a tareas de Comando.24Afirmar esto no implica postular la total funcionalidad de estos cuerpos al sistema formativo. Que estos desempeños25inviables refuercen, de algún modo, la actuación de la corporalidad legítima no significa restarles ese cierto matizde contestación que evidencian hacia la lógica de instrucción.

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El Olfato. Destrezas, experiencias y situaciones en un am-biente de controles de fronteras1

Brígida Renoldi2

Resumen

El trabajo que realiza la Gendarmería Nacional está focalizado en la prevención y represión de delitosfederales. En Posadas (ciudad argentina en frontera con Paraguay) su protagonismo es visible debidoa que la circulación internacional de personas, objetos y mercaderías es una de las características de laprovincia de Misiones que involucra al Estado, principalmente cuando se trata de productos ilegalesque ingresan por contrabando, como es el caso de la marihuana. Me propongo aquí etnografiar el“olfato” de los gendarmes en las tareas preventivas que desarrollan en este contexto. Al mismotiempo, reconstruiré etnográficamente el encuentro de presentación que tuve con uno de los jefesde la Gendarmería, tomándolo como un momento clave en el trabajo de campo que me permitiócomprender a qué referían cuando hablaban de “olfato”, una aptitud que trasciende las fronteras delentrenamiento específico propio del gendarme (o del antropólogo) para encontrarse y fundirse en elnivel de la especie humana. Propongo unir en esta narrativa dos dimensiones que suelen tratarse yexponerse por separado: la analítica y la metodológica. La intención es producir un texto próximo ala experiencia como base del conocimiento antropológico. Este trabajo resulta de una investigaciónen curso sobre el modo en que el Poder Ejecutivo, en sus tareas preventivas y represivas, se vinculacon el Poder Judicial, en lo que hace a las investigaciones y juzgamiento de casos por narcotráfico.Palabras claves: Seguridad, Argentina, Experiencia, Narcotráfico, Etnografía, Frontera.

Abstract

Sense of smell. Competence, experience and situations in a border patrol milieuThe Argentine Gendarmería Nacional is an armed force dedicated to the prevention and repression

of criminal offenses under federal jurisdiction. In Posadas (Argentina border town near Encarnación,Paraguay) its protagonism is visible, due to the international circulation persons, objects and mer-chandise. Involving State intervention, such is a salient feature of the province of Misiones, mainlywhen it is illegal goods that are being smuggled, as is the case of marihuana. This is an ethnographicaccount of how gendarmes use their “nose” when they carry out preventive tasks in that context. Imake a reconstruction of my introduction to one Chief of Gendarmería, key moment in the field-work experience that brought me to understand what gendarmes mean when they talk about their“sense of smell”. That competence transcends their technical training (or the anthropologist’s); itis to be found blended into the realm of humanness. My proposal in this narrative is to connecttwo dimensions which are usually treated and presented separately: analysis and method, in orderto produce a text close to experience as the base anthropological knowledge. This is the result ofan on-going research project on how the Executive Power is connected to the Judiciary, as the firstcarries on preventive and repressive practices in processes of investigation and ruling of traffic cases.Key Words: Security – Argentina – Experience – Drug-trafficking – Ethnography – Frontier

La desconfianza del etnógrafo

Cuando por primera vez escuché decir a los gendar-mes de la frontera entre Argentina y Paraguay, queellos tenían un tipo de olfato especial para “sacar”quién estaba cargando drogas y quién no, pensé:“llaman olfato a la reacción ante un estereotipoque ellos mismos inventaron”.

Comencé a atender sus descripciones sobre los

criterios útiles para descubrir “posibles trafican-tes”. Quienes se dedicaban a la prevención de de-litos, en las rutas nacionales y lugares de paso defrontera internacional, se referían a indicadores ge-nerales: personas jóvenes de cabello largo que lleva-ran aros en las orejas o en otras partes del cuerpo,que tuvieran la piel tatuada con dibujos o pala-bras, que se expresaran con terminología cargadade jergas al hablar, que fueran de condición so-

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cioeconómica más humilde que pudiente, que hu-bieran nacido y/o residieran en ciudades conocidaspor la producción de drogas (las ciudades del estede Paraguay, zona oeste de Bolivia, o Colombia),o conocidas por el consumo (las grandes ciudadescomo Capital Federal, Gran Buenos Aires, Córdo-ba y Rosario en Argentina, y Santiago de Chile).3

Según los gendarmes, personas que reunieran algu-nas de tales características, podían ser usuarios dedrogas y/o potenciales interesados en su comercio.La expresión técnica utilizada para referirse a esteconjunto de indicios es “portación de cara”, tenercara de malandra.4

Al repetirse estas descripciones saqué una con-clusión: se trataba de un conjunto de rasgos quecomponían el perfil del sospechoso, y que estable-cía categorías de personas a partir de las cualesse orientaba el trabajo policial. A su vez, concluíque el trabajo policial consistía en acciones orien-tadas hacia este perfil, evidenciando cierto gradode arbitrariedad en el recorte de posibilidades deluniverso.5 Así, en lo que hace al control del trá-fico de drogas, el trabajo policial –en tanto repe-tición de acciones motivadas por “tipos”– produ-ciría categorías de personas que, combinadas conlas categorías judiciales, permitirían intervenir ental universo, reproduciendo el orden dado de re-laciones de poder, y garantizando la permanenciade un Estado abusador que se levanta contra unindividuo constitucionalmente inocente.6 Conclu-sión, tal vez apresurada, que se transformó con eltiempo en mi mejor enemiga. Si era tan simple estesaber profesional, yo también podía ser policía.

La motivación antropológica

El interés que tengo por el trabajo que realizan losmiembros de la Gendarmería Nacional, tanto decontroles como de investigación, nació en un estu-dio anterior sobre los juicios orales y públicos rea-lizados en el Tribunal Oral en lo Criminal Federal,de la ciudad de Posadas, implementados luego dela reforma del Código Procesal Penal de la Naciónen 1992.

Así como los criterios que orientaban las deci-siones de los jueces estaban posicionados y en mo-vimiento, imaginé que debían estar también paralos gendarmes que realizan las tareas preventivase investigativas con relación al tráfico de drogas.Además de todo lo que una escuela de formaciónpuede crear de homogéneo, los criterios judicialesestán formados por saberes locales vinculados a ladinámica regional, con la situación de gran partede la población que es detenida en hechos flagran-tes, y con conceptos sobre la justicia, el estado yla ley. Aunque el derecho argentino se basa en lasana crítica racional, que enfatiza las operacioneslógicas en la investigación y sentencia, pude obser-var que las decisiones orientadas por este principio

eran mucho más complejas de lo que se imaginó enlos códigos (RENOLDI, 2003 y 2005; ROSATO,2006).

Para comprender la reconfiguración de las prác-ticas policiales y judiciales luego de la reforma pro-cesal, acompañé el trabajo de la Gendarmería Na-cional, observando el modo en que se hacen los con-troles, tratando de reconocer los criterios utilizadospara revisar personas y vehículos, atendiendo a lasformas de crear documentos con valor judicial (lasactas de procedimiento), así como a la relación queestablecen hoy con los jueces, fiscales y defensores(RENOLDI, 2004).

Sin embargo, esta iniciativa tenía sus implicacio-nes. La experiencia política de recurrentes dictadu-ras militares, principalmente la última con conse-cuencias terribles (1976-1983), dejó en los argenti-nos algo más que un gusto amargo. Un resentimien-to profundo teñido de miedo, de odio, de horror,empezó a hacerse visible con respecto a las insti-tuciones policiales. Y, a pesar de algunos cambiosproducidos por la democracia y ciertos programasde reforma en estos últimos veinte años, el asco conla que las fuerzas de seguridad son pensadas porgran parte de la población, todavía conmueve.7 Eneste contexto en el que los académicos también so-mos argentinos, mi iniciativa de entender cómo tra-baja la Gendarmería Nacional al vincularse con laJusticia Federal generó algunos cuestionamientosprovocativos entre las personas más próximas, acausa de mi elección. Uno tenía que ver con el “mie-do”. Investigar prácticas que siempre (un siempreregistrado en la experiencia política) fueron secre-tas, oscuras, ilegales, no dejaba de generar en miscolegas temores por mi integridad física, sobre to-do porque buscaba entender el “narcotráfico”, pocotratado desde las ciencias sociales en Argentina. Elotro cuestionamiento tenía que ver con el enfoquecomprensivo que estaba dispuesta a adoptar. Lacomprensión como valor, para algunos colegas, eraalgo que no merecían los gendarmes. Las palabrasde Gustavo Lins Ribeiro en una clase del postgra-do en Misiones fueron sabias cuando dijo “de cercatodos son seres humanos”. Aquella frase me tra-jo la paz. Empezaba a sentir que tal vez no sólopara mí los gendarmes ya no fueran simplementemonstruos.

Yendo por Foz de Iguazú

El camino desde Río de Janeiro hacia el suroestede Brasil recorre grandes áreas de cultivo a par-tir de São Paulo. La variedad pintoresca de co-lores que cubre el suelo del estado de Paraná seva perdiendo de a poco en una gran ciudad: Fozdo Iguazú, en contacto físico con Ciudad del Este(Departamento de Alto Paraná-Paraguay) y conPuerto Iguazú (Provincia de Misiones-Argentina).Si estuviera describiendo el viaje desde el sur, y

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como argentina, diría que la tierra paulatinamentese va poniendo colorada y el verde es cada vez másintenso, porque la combinación del rojo (la tierra),el verde (la selva) y el marrón (el río) distinguena Misiones entre las veintitrés provincias restantesargentinas. En una superficie de 28.801 kilómetroscuadrados viven 965.522 personas, distribuidas enáreas urbanas y rurales en toda la provincia.8

Entrando por lo que hoy se conoce como Tri-ple Frontera, hacia Paraguay, a través del puentede La Amistad, aumenta la circulación de personasen motocicletas, ómnibus y vehículos particulares.9

Ya en el paso administrativo de frontera, policíasarmados, vestidos de uniformes color verde militar,acompañan con la vista, pero sin observar, el movi-miento de personas y mercaderías. Los vendedoresreconocen a los foráneos (a aquellos que no fre-cuentan con rutina la ciudad, los turistas-turistas,y a aquellos que lo hacen con fines comerciales, loscompristas) y se acercan para ofrecerles, en portu-gués, portuñol, o español, diversos tipos de objetospequeños por precios más bajos que en cualquiercomercio: relojes, radios de bolsillo, preservativosmusicales, pilas, anteojos, CDs, DVDs, perfumes,entre otros.10 También ofrecen información sobrelugares donde comprar objetos de mayor compleji-dad y tamaño: computadoras y accesorios, repro-ductores de música y video. Suelen ser dos o tresvendedores que cercan al visitante con ofertas. Ca-minando a su lado empiezan ofreciéndole lo quetienen en mano y, progresivamente, abren el acce-so a la red, llegando a proponer, en algunos casos,marihuana por precios irrisorios.11 La activa cir-culación de personas hace pasar a todos los visi-tantes por turistas, aún aquellos que regularmen-te frecuentan la zona comercial y son conocidospor los vendedores. Aunque los puestos para con-troles migratorios y aduaneros están, no es fácilentender qué es lo que hacen. Personas con fisono-mías variadas, árabes, chinos, hindúes, guaraníes,entre otros, humanizan el rostro de la ciudad, quepierde su centro en un gran mercado.12 Se podríadecir que este espacio urbano compuesto por tresciudades en frontera aparece como un continuo dediferencias y semejanzas, apenas marcado por lospuentes. Es un espacio de interrelaciones. En lamedida que supone reglamentaciones dadas por losEstados Nacionales, involucra personas en un uni-verso de transacciones moralmente apreciables, demodo que, tal como señala Fernando Rabossi, “unimportante centro comercial regional, del otro la-do del límite puede ser la capital del contrabando”(2004:15).13

La ruta 6 Dr. J. L. Mallorquín, que desde Ciudaddel Este nos lleva hasta Encarnación, camino a Ar-gentina, recorre un territorio bastante despobladoen gente y en vegetación. La selva parece desapa-recer en ciertas áreas rurales que ahora visten deamarillo y marrón, en medio de procesos de culti-vo. Un verde casi muerto aparece concentrado en

algunos sembradíos.14 Con poca frecuencia se vencasas de madera rodeadas de vegetación intensa,gallineros y chiqueros.

Al detenerse el colectivo para levantar pasaje-ros en los pequeños pueblos que hay en el cami-no, los vendedores se arrojan, sobre las ventani-llas, ofreciendo bebidas y comidas. Recuerdo queen un barrio suburbano de la provincia de Bue-nos Aires que solía visitar por motivos familiares,todos los días un carro de madera bien precario,tirado por caballos, pasaba vendiendo entrañas deanimales, despreciadas como alimento para huma-nos, y usadas como comida para perros y gatos delos sectores populares. Apenas los vendedores seanunciaban por el altoparlante, jaurías enteras searrojaban ladrando sobre él, desesperadas de ham-bre. Siempre alguien les tiraba un pedazo de carnepara dejarlos tranquilos. Esta imagen despierta demi memoria cuando el micro para una y otra vez;viene con un nudo en la garganta junto con losvendedores.15

Camino a Encarnación

Llegar a Encarnación, la tercera ciudad más im-portante en tamaño (69.868 habitantes en 1992)y comercio de Paraguay, es como entrar en unapequeña Ciudad del Este. Las calles polvorientasbajo un calor sofocante, exponen estantes llenosde mercadería: ropas, objetos electrónicos, discos,videos, zapatillas, anteojos, y se oye a los vende-dores hablar en guaraní entre sí. Interrumpen suscharlas para preguntar “¿Qué le vendo? ¿Qué bus-ca?” y ofrecer sus productos en pesos argentinos.En los comercios instalados en locales, los preciosde costo se esconden en los envoltorios, escritos enárabe, para permitir la negociación, el límite delregateo.16

El puente Roque González de Santa Cruz, de2.800 metros, que une Encarnación con Posadasdesde el año 1989, una ciudad con 252.981 habi-tantes hasta el año 2001, pasando por encima delrío Paraná, facilita un movimiento comercial y mi-gratorio que ya formaba parte de las prácticas lu-gareñas.17 Hombres y mujeres cruzan varias vecespor día, llevando o trayendo mercaderías variadas,en motos, taxis o colectivos. Los controles en estafrontera están a cargo de la Aduana. En la “cabece-ra del puente” interviene también en los controlesel Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroa-limentarias (SENASA). La Gendarmería Nacionalestá para dar seguridad a las personas e instala-ciones, y actuar en casos de necesidad o emergen-cia. Suelen colaborar con los registros migratorios,principalmente en el control de vehículos. Pero, se-gún los gendarmes que trabajan en el puente, desde2001 ya no se desempeñan más como policía auxi-liar en el área, ese trabajo ahora es hecho por laPolicía Aduanera. La reestructuración de roles y

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funciones generó tensión en las relaciones de tra-bajo, provocando acuerdos y conflictos provisoriose informales.

En cuanto a la seguridad, Gendarmería se ocupade verificar las condiciones legales de transporte depersonas. Suelen verse obreros volviendo a Encar-nación a las siete de la tarde, de pie en el comparti-miento trasero de camionetas sin techo, regresandode las construcciones en Posadas, en las que soncontratados por un salario inferior al que recibenlos albañiles locales.18 Aunque no está permitidoque viajen personas de esta forma, los gendarmesven que se trata de “trabajadores honestos”, degente que se esfuerza, y los dejan pasar. Lo mis-mo ocurre con el contrabando hormiga. Se tratade una práctica que tiene más de cien años de laque participan principalmente mujeres paraguayasde diferentes edades: las paseras.19 Ellas alimentanbuena parte de los mercados informales, principal-mente el Mercado Modelo La Placita y La Placitadel Puente, dos centros comerciales de diferentesproductos, inclusive medicinales naturales y far-macológicos, en general traídos legal e ilegalmentede Paraguay. Los varones paseros, autodenomina-dos en algunos casos empresarios inter-fronteras,suelen trasponer el río con objetos de mayor valor,generalmente electrónicos. Dentro de este comerciodiverso, tanto cigarrillos cuanto marihuana, fueronquedando como los trofeos más desafiantes a lasaparentes políticas de control aduanero.

Existen ocasiones en que se desatan conflictosentre los aduaneros y gendarmes, con las paseras.El paso de mercadería habitualmente se da entrevarias personas, muchas veces familiares. Durantealgún tiempo las paseras descendían de los óm-nibus y arrojaban los bultos por el puente haciatierra firme, donde niños parientes o conocidos losrescataban y trasladaban hasta las primeras ca-lles luego del paso aduanero, por poco dinero. Estapráctica llevó a colocar alambrados para impedirque tiren los paquetes y que salten inclusive hastala orilla del río, evitando así la persecución policialcon alto riesgo de accidentes. Para los aduaneros ygendarmes ser pasera es una profesión de genera-ciones. Para la Aduana y la Gendarmería ellas soncontrabandistas: ingresan mercadería fuera de lasreglamentaciones impositivas nacionales.

La dinámica de flujos que se da en esta fronteraa menudo lleva a las personas que trabajan en loscontroles a redefinir los términos legales, creandoun tipo de derecho local que utiliza el derecho na-cional (Código Penal de la Nación) a través de lapercepción y análisis de las situaciones particula-res e históricas del lugar, así como de la relaciónque se establece con las personas en cada momento(relaciones que no siempre existieron ni tampocosiempre se proyectan en el tiempo). Lo que intere-sa aquí es el “saber” específico que estas personastienen sobre el movimiento de frontera y sobre losmarcos legales; puesto que es un saber capaz de

producir conocimiento (es más que información)para acciones judiciales (los procesos y los juicios)(GEERTZ, 1994).

Pero, quizá lo más importante sea el modo enque diferentes conceptos y experiencias aparecen ala hora de evaluar situaciones e impresiones en eltrabajo de hacer seguridad –antes que dar o ejer-cer seguridad. “Hacer” supone que la seguridad esrelacional, en la práctica no es un bien ni un servi-cio, así como tampoco está estrictamente reguladapor los principios formales de la fuerza para la quese trabaja. La distancia que recurrentemente ob-servamos entre lo que se debe hacer y lo que sehace es, antes que una incongruencia, el resultadode conceptos que aplicamos para separar los pla-nos en normativo y pragmático. Si la entendiéra-mos como incongruencia supondríamos la existen-cia de una naturaleza congruente, si la pensára-mos como falla, supondríamos la existencia de unafuncionalidad mecánica, si la viéramos como error,supondríamos la existencia de un funcionamientocorrecto. Sin embargo, no emitir un juicio moralno sería suficiente. Existen motivaciones que con-forman la toma de decisiones, con consecuencias,legales o no, para las personas involucradas en eltipo de movimiento antes descrito.

Michael Polanyi llamó la atención sobre la im-portancia de diferentes aspectos en la conforma-ción del conocimiento, tales como cosas aprendi-das, pasiones, prejuicios. El autor se refiere a laexistencia de un conocimiento personal, tácito, queno es susceptible de ser articulado explícitamente,pero que puede ser transmitido por medio de laexperiencia, es decir, a través del ejemplo, y node los preceptos. Este tipo de conocimiento (con-neusseurship), así como las habilidades (skills), in-volucra un aprendizaje personal que se vale de laintuición y de la imaginación (1958:54).

Esta línea de intereses perdura y la vemos másrecientemente en Tim Ingold (2000b), quien tam-bién reconoce la existencia de habilidades o des-trezas (skills). El autor las entiende como capaci-dades de acción y percepción propias de los orga-nismos humanos, antes que como técnicas corpora-les aprendidas, incorporadas a través de procesossocioculturales de carácter cognitivo a un cuerpo(una biología) separado de aquellos procesos, a lavez que objeto de ellos. Esta línea de intereses per-dura y la vemos más recientemente en Tim Ingold(2000b), quien también reconoce la existencia dehabilidades o destrezas (skills). El autor las entien-de como capacidades de acción y percepción pro-pias de los organismos humanos, antes que comotécnicas corporales aprendidas, incorporadas a tra-vés de procesos socioculturales de carácter cogniti-vo a un cuerpo (una biología) separado de aquellosprocesos, a la vez que objeto de ellos. Tales habi-lidades se desarrollan en la práctica de ciertas for-mas de vida, en el entrenamiento y la experienciadentro de la performance de tareas particulares.

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Para estudiar las habilidades aprendidas, que se-gún el autor también contienen supuestas capaci-dades innatas, sería preciso adoptar una perspec-tiva situada en quienes las poseen y las practicanen el contexto de compromiso activo con lo queconstituye sus ambientes. Es lo que él llama dwe-lling perspective y que podríamos traducir como“perspectiva del habitar”: supone la inmersión delorganismo-persona20 en un medio ambiente o mun-do de vida como una condición ineludible de laexistencia (cf. INGOLD, 2000:153). Las experien-cias de ser y habitar el mundo se dan en la continui-dad que existe entre cuerpo/ percepción, y cultu-ra/tipos, pero también en su diferencia. De modoque “el olfato” no es ni “el entrenamiento” ni la“intuición”, en sí, sino la compleja coexistencia enmovimiento de esas habilidades, más otras, tam-bién. En la experiencia se repara aquello que fuecolocado como oposición, como dicotomía; ella nosdespierta la sospecha sobre la real división entrenaturaleza/cultura, entre sujeto/objeto, entre indi-viduo/sociedad, entre razón/emoción, para devol-vernos, legítimamente, a la tranquilidad de nuestromundo, móvil, expansible, contradictorio, armóni-co y, por qué no, también mutante.21

En Posadas

A diferencia del paso de frontera de Foz do Iguaçupara Ciudad del Este, el ingreso por Puerto Igua-zú, a través del puente Tancredo Neves, se hacenotar por la actuación de los controles aduanerosy migratorios. Sin embargo, controles rigurosos enestos puntos de acceso no suplen la libertad de lasmárgenes de los ríos Paraná al oeste, e Iguazú alnorte, que abrazan la provincia en sus fronterasinternacionales.

En Puerto Iguazú, una ciudad de 32 mil habi-tantes que viven principalmente del turismo, seconcentran todas las fuerzas de seguridad argenti-nas: Gendarmería Nacional, Prefectura Naval, Po-licía Aeronáutica Nacional, Policía Aduanera, Po-licía Federal, Policía de la Provincia de Misionesy las Fuerzas Armadas. Los trescientos quilóme-tros que hacen al recorrido hasta Posadas son in-terrumpidos con frecuencia por controles de rutallevados a cabo por la Gendarmería Nacional o porla Policía de la Provincia. Generalmente piden do-cumentación del vehículo y aprovechan para ver“cómo está compuesto el pasaje” en edad, sexo yperfil. Cuando consideran que son necesarios unosminutos más para verificar las primeras impresio-nes, pueden pedir los papeles del coche y revisarlos baúles, a veces con gentileza y otras de modoalgo imperativo. Es muy difícil que en situacionescomo ésta las personas no modifiquen sus gestos,mostrándose serviciales con la policía, atendiendoa todos sus pedidos, utilizando formas de hablarque enfatizan la subordinación a la autoridad poli-

cial, que reaccionen corporalmente con movimien-tos lentos, aunque dispuestos a lo que es solicitado.Parecería una reacción física que coloca el cuerpoen alerta ante una autoridad como la policial. Másaún si ésta viste de verde.

El ritmo provinciano se va acentuando a medidaque se recorre la Ruta Nacional Número 12 haciael sur. Es el interior. Se siente en el aire, a vecespegajoso, a veces seco y lleno de polvo colorado.Está hecho de quienes habitan los pueblos, las al-deas, las colonias, las pequeñas ciudades. Grandesplantaciones de pino, aserraderos y secaderos deyerba, aparecen en las márgenes de la ruta. Cadatanto un carro polaco, tirado por bueyes y conduci-do por niños que colaboran en las chacras con laseconomías familiares, transporta vegetales de lashuertas y otros productos para intercambiar concolonos vecinos o vender en las pequeñas concen-traciones urbanas (MONZÓN, 2003). Muchas per-sonas se desplazan en bicicletas donde hay caminostransitables y asfalto, vestidas con ropas claras porel calor.

Luego de pasar por varias ciudades pequeñasy pueblitos, de economía básicamente rural y decolonos descendientes en su gran mayoría de eu-ropeos (Alemania, Polonia, Ucrania), Posadas, lacapital de la provincia de Misiones, empieza a apa-recer con sus carteles comerciales que varían de ta-maño.22 Repuestos para autos, casas de reparaciónde automotores, venta de máquinas para el agro,casas mayoristas de productos de almacén, puestoscallejeros de venta de huevos, naranjas y manda-rinas, de sandía o de melón; niños y niñas guara-níes venden flores; hombres y mujeres con bandejasenvueltas en una sábana blanca ofrecen los panci-tos de harina de mandioca con queso, chipa, chi-pa!; hay comercios de madera, de piezas usadas dehierro; familias viviendo en la calle, niños y niñasrubios, de ojos azules –lavando parabrisas de autos,pidiendo limosnas o vendiendo frutas que reciclande lo que descarta el mercado central– se repitenen las calles cada vez más transitadas haciéndosemás visibles a medida que se llega al centro de laciudad.23 Allí aparecen los cyber (salas con accesoa Internet) y locutorios (cabinas telefónicas parallamadas nacionales e internacionales) cada dos otres cuadras que, junto con las farmacias, formanparte de los servicios en que más se ha invertido.

Se ven varios complejos de viviendas a lo largodel camino. En los últimos veinte años, barrios en-teros de la ciudad fueron desplazados por las aguasdel Paraná desde que la represa Yacyretá comen-zó sus obras –todavía inconclusas– alrededor de1980.24

Los hogares que vivían de la pesca a la ribe-ra del río estuvieron sometidos a inundaciones pe-riódicas que los exponían a altos riesgos de saludpor el grado de contaminación del agua.25 Las po-líticas de relocalización de la Entidad BinacionalYacyretá trasladaron esas familias a barrios peri-

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féricos, alejándolas de los recursos urbanos que másutilizaban en el centro de la ciudad: reciclado deelementos de descarte, recuperación de alimentosde la basura, trabajos ocasionales (changas), entreotros.

La crisis política argentina de diciembre del2001, que resultó en el quiebre de la paridad entreel peso y el dólar, reconfiguró el juego en este en-clave de comercio trans-fronterizo, al mismo tiem-po que despojó a los pequeños productores de laregión y a los peones de chacra de sus últimas mo-nedas. El precio de la yerba mate cayó al punto enque muchos colonos tomaron la decisión de mover-se hasta la ciudad de Posadas para hacer reclamosante la casa de gobierno. En los meses siguientes,ya en el año 2002, abandonaron sus chacras muchasfamilias. Algunos dejaron sus tractores rodeando laplaza principal 9 de Julio como expresión de la cri-sis. Durante días y días esas máquinas durmieroncon la esperanza de conmover a los gobernantes.26

Otros instalaron sus carpas y vivieron con abrigoy comida que los habitantes locales les acercaban.Las calles comenzaron a poblarse de familias jóve-nes en total desamparo, viviendo de la mendicidady del comercio informal. El trabajo infantil, seaen la venta callejera como en la prostitución, setransformó en una de las fuentes importantes paraobtener dinero en efectivo.27

En algunos lugares del centro, caminar por lascalles de Posadas es entrar en la casa de esas per-sonas, pasar por los dormitorios donde hileras deniños duermen sobre cartones apenas cubiertos pormantas viejas. Es entrar en la cocina donde las bra-sas se queman a la intemperie, dentro de una latapara calentar agua o hervir fideos.

Desde el cielo la ciudad es un pequeño paraísoque proyecta su alma en el río. En las calles circu-lan automóviles modernos y poderosas camionetasque evidencian la existencia de una economía de-sigual. Las formas de apaciguar esta desigualdadoscilan entre varias estrategias, entre ellas “la po-lítica”, una antigua práctica que se materializa enel voto. Varios motivos llevan a aquellos pobladorescon aptitudes para el liderazgo a “estar en la po-lítica”: tener una ocupación, ganar un favor, unared de contactos, el acceso a algún recurso comoalimento, remedio o promesas.28

El miedo

“¿Qué es lo que usted necesita?”, fue la primerapregunta que siguió al “buen día” aquella mañanafría en la oficina del Segundo Jefe de Agrupación.29

Detrás de un escritorio de tres metros por uno ymedio, rodeado de cuadros y de fotos referentes ala Gendarmería Nacional-Centinela de la Patria yde la Paz, entre sables y armas ornamentales, elambiente parecía la propia selva de la provinciade Misiones cuando cae la tarde: todo era verde

y marrón bajo una luz oscura. Un hombre de ros-tro firme, de bigotes definidos, serio y erguido, conlos brazos extendidos formando un círculo sobre elescritorio, me recibió en la sede central de Gen-darmería Nacional de la provincia. Se parecía enalgo al ex presidente argentino General Jorge Ra-fael Videla. En mi cabeza sonaba, como música defondo, el himno nacional. Lejos de ser un ritmoque evoque positivos sentimientos comunitarios opopulares, el himno nacional argentino oscuramen-te habita la memoria corporal de las generacionesque vivieron la infancia en aquellos años de mie-do. Su ritmo de marcha, lento, está asociado alverde militar y a los comunicados del gobierno di-fundidos por la televisión. Conmemora la represiónantes que la “libertad, libertad, libertad”.

El uniforme del comandante, también verde, lle-vaba inscriptas insignias de color rojo, negro, celes-te y blanco, que fueron haciendo efecto en mí, asícomo comenzaron a proliferar en mi entorno desdeque retomé el trabajo de campo. Fue un apren-dizaje no precisamente intelectual. La jerarquía yla autoridad adquirieron cuerpo en la experiencia,porque sólo con la proximidad sentí el valor quepodían llegar a tener, el que tenían y el que tu-vieron. Hasta entonces los Gendarmes habían si-do para mí, como para muchos otros argentinos,uno de los tantos residuos de las dictaduras mili-tares.

Ante la pregunta del comandante tuve queafrontar el desafío que sentí cuando su boca secerró de repente inventando el vacío; y, con sus ojosfijos en los míos, comencé a hablar. Una tensiónsalvaje cayó sobre mi espalda. Éramos dos desco-nocidos en un encuentro inevitable, y no teníamosmucho más recurso que el “olfato”. Él, afilando supercepción hasta el extremo, trataba de captar misintenciones. Yo, en la misma operación, tanteabacomo un ciego hasta dónde era posible aproximar-me.

Opté por reconstruir la historia del trayecto queme llevó hasta ellos, enfatizando en el relato laspersonas importantes a quienes ya había tenido laoportunidad de conocer, en ocasión de mi prime-ra visita al Escuadrón más activo en incautaciónde drogas. Este Escuadrón (al que volvería muchasveces posteriormente) depende de una de las Agru-paciones de la región, igual que los otros siete queestán distribuidos en diferentes lugares de la pro-vincia, principalmente en los pasos de frontera conBrasil. Cada provincia tiene su Agrupación, es launidad que decide hacia abajo y que obedece haciaarriba en la jerarquía institucional. En los nivelessuperiores están las V Regiones y, a la cabeza, laDirección Nacional. Siempre escuché decir, princi-palmente a miembros de la Justicia Federal, que laGendarmería Nacional era la fuerza militarizadamejor organizada y más eficiente. Al mismo tiem-po, que era muy difícil acceder personalmente porel poder de las jerarquías y la mentalidad de reser-

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va que caracteriza a las organizaciones militaresque se preparan para la guerra.

Pero, a la hora de responder la tajante preguntadel comandante, en lugar de contarle cómo habíallegado, apelé a la lógica relacional, confiando enque difícilmente fallaría. Afirmé que un Juez quesuele trabajar con ellos me había presentado al Je-fe de Escuadrón, quien luego del primer encuentro,en el que explicité los motivos de mi trabajo, meautorizó a recorrer las instalaciones y a entrevistaralgunas personas del área de investigación e inteli-gencia. Esto era casi completamente cierto.

A decir verdad, el acceso que tuve a las autorida-des del Escuadrón fue por la vía personal. Conocíaabogados, jueces y fiscales por la investigación queya había hecho. A pesar de que les pedí colabora-ción a mis conocidos para establecer los contactos,no hubo quien se dispusiera a presentarme. An-te tales autoridades, no había contacto válido querespondiese por el ignoto trabajo que yo iba a rea-lizar. Alcanzaba a darme cuenta que no era cual-quier institución, principalmente para las personasque yo conocía de la Justicia Federal.

La inmovilidad del comandante, exagerada porsu mutismo, marcaba el foco de su atención: memiraba fijo, sin parpadear, me calculaba. Sentí laparálisis en medio de un campo minado y comencéa gestar lo que vulgarmente se conoce como “mie-do”: era la aceleración del ritmo cardíaco, la respi-ración levemente apresurada, y todo oscuro alrede-dor, a pesar de estar las luces encendidas. Presentíque algo no había sido bien hecho.

El jefe se incorporó, con su cuerpo imponenteavanzó sobre el escritorio y me dijo, en un tonoseco, monocorde y de autoridad: “El jefe de Es-cuadrón jamás nos informó sobre su trabajo en lafuerza”. Mi inocencia o descuido acababa de com-prometer a alguien. Caí como presa de caza. Lajerarquía de la fuerza no podía ser transpuesta deeste modo por una extraña. Si de alguna manerala lógica relacional se complementaba con la formajerárquica de la Gendarmería, estaba claro que noera tal como yo lo había hecho. Actué basada enun presupuesto que se hizo común entre los antro-pólogos, aquel que sostiene la preponderancia dela lógica relacional, antes que individual, como re-gla de nuestras instituciones. Fue el momento enel que tomé conocimiento de que la “cadena de co-mando” no se aplicaba sólo a las operaciones poli-ciales. La “información” se reveló así con un valormuy importante para la afirmación y definición delas relaciones entre quienes formaban parte de losdiferentes escalafones. La información es relación,conecta irreversiblemente.

Aquella afirmación del comandante fue seguidade una pregunta aún más crucial “¿Qué es lo queexactamente usted quiere?”.

La distensión

Varias imágenes en cuadritos poblaron mi cabeza.Pensé en las sospechas que mi presencia podía ge-nerar, principalmente por tratarse de un estudioantropológico sobre la Justicia Federal, que inclui-ría, lógicamente, a la Gendarmería Nacional, en lamedida que se ocupa de prevenir e investigar losdelitos federales. En la frontera de Argentina conParaguay tales delitos se acotan bastante al con-trabando de cigarrillos y de drogas ilegales. Respiréy decidí hablar sin rodeos. Por un instante lo quehabía estudiado como el modelo inquisitorial mealcanzó y sentí que era mejor decir la verdad, oen su defecto inventarla. Podría jurar que lo queestuvo en juego escapaba a nuestras intencionesracionales y a nuestra voluntad intelectual, estabacautivo del cuerpo y de otro orden de cosas. Só-lo puedo afirmar que en movimientos mínimos yatentos (miradas, palabras, gestos), pero no estric-tamente pensados, fuimos reduciendo la distanciay la desconfianza. Hasta que hubo un momento enque nos sentimos mutuamente inofensivos.

Una vez instaurada la democracia en 1983 en Ar-gentina, los medios de comunicación tímidamentehabían empezado a hacer públicos determinadosactos ilegales cometidos por miembros de las fuer-zas de seguridad. La explicitación de estos actosfue cuestionando la denigrante imagen que se le-gitimó durante los años de autoritarismo. En estecontexto, todas las instituciones que estuvieron dealguna forma ligadas a las prácticas represivas, tu-vieron que soportar el juicio moral público, que seevidenció en la desconfianza y el temor, así comoen los reclamos populares de justicia crecientes.30

Con este argumento intenté sostener mis inten-ciones. “Todo el mundo habla mal de lo que hace lapolicía, la gendarmería y otras fuerzas. . . el perio-dismo, los políticos, la gente. . . pero. . .”, y devolvíuna táctica pregunta a la suya: “¿de los que ha-blan, quién sabe realmente, desde dentro, cómo esel trabajo de ustedes?”. El comandante, todavíaanalizándome, señaló enseguida que dentro de lafuerza había gente común y corriente, “muchos deellos responsables por lo que hacen, y otros no tan-to; mucha gente honesta, pero también aprovecha-dores, como en el resto de la sociedad”. Expuso confirmeza el hecho de que la Gendarmería no tolerala corrupción, pero no tiene cómo controlar las de-cisiones que individualmente toman las personas.Me llamó la atención cuando dijo “la sociedad sequeja de nosotros porque supone que la existenciade un caso de violación es la muestra de que todossomos violadores; se olvida que somos también se-res humanos”. Su idea de sociedadlos excluye, puesse han construido en la división entre civiles y mi-litares, en la que la sociedad son los civiles. Enesta formulación los integrantes de la fuerza esta-rían por fuera, tal vez como la anti-sociedad. Enla disputa por el estatus de seres humanos se es-

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fuerzan por desarmar una animalidad que les fueatribuida a partir de sus prácticas de torturas, almismo tiempo que reivindican habilidades especí-ficas, utilizando como referencia a los animales, enlo que hace a la intuición, reacción espontánea einstinto de supervivencia.

Luego de una pequeña pausa que confirmaba lafrecuencia de entendimiento que habíamos alcan-zado, pensé que apelar a la “seguridad” podía serel próximo paso. Si yo necesitara de ellos en lo queellos precisamente son expertos, tal vez fuera másfácil. Entonces agregué “No sé cuán peligrosa pue-de ser mi iniciativa al estudiar este tema, porqueno lo conozco; pero quiero pedirle el apoyo de laGendarmería para asegurar al menos mi integridadfísica”. Así como terminé de decir esto, la energíadel encuentro dio un vuelco que marcaría en granmedida el resto de mi trabajo. Durante los últimosminutos habíamos conseguido recomponer la divi-sión entre civiles y militares, que es una fronteramás en aquel lugar de fronteras. No puedo aseve-rar de qué tipo fue el acuerdo, sólo sé que alcanzópara percibir que el estudio era viable. La miradadel comandante se transformó y se relajó como unviejo ejército ante una bandera blanca. Y yo perdíel miedo.

La patrulla

Uno de los controles de Gendarmería más impor-tantes de Misiones está localizado en la fronteracon la provincia de Corrientes. Las relaciones en-tre estas dos provincias están marcadas por la his-toria de Misiones que dependió de Corrientes has-ta 1881, fecha en que se constituye como Terri-torio Nacional, hasta ser declarada provincia en1953.31 Los relatos de los historiadores misionerosnos muestran cómo fue constituida una identidadprovincial y de qué forma Corrientes estaba pre-sente, como continuidad, contraste y oposición, enla constitución de este “nosotros” misionero (JA-QUET, 2005:142 y ss.). En este contexto de con-flictos, semejanzas y diferencias a nivel político,ciertos límites son mucho más que meras marcasestatales. Entre estos límites El Arco representaclaramente la frontera provincial, donde cada pro-vincia recibe mutuamente a los viajantes con car-teles de bienvenida que no muestran las tensionestodavía existentes.

Tanto correntinos como chaqueños (de la pro-vincia del Chaco) y formoseños (de Formosa) acos-tumbran viajar en remises,32 combis o colectivos, yvolver durante el mismo día a sus ciudades. Antesde pasar la frontera provincial un equipo de sietehombres de Gendarmería, con base en una casa demadera, hacen guardias de veinticuatro horas porsetenta y dos. Llegan a las siete de la mañana conlos insumos para el almuerzo. Menús que por ra-zones de costos varían entre guiso, empanadas, fi-

deos con estofado y otros platos de hechura simple,componen la ración.33 Es el momento más precia-do y esperado, porque ofrece una pausa al trabajomonótono que a veces los agota de tedio. AunqueEl Arco es uno de los pasos más importantes deacceso al resto del país desde el noreste, la circu-lación de camiones, vehículos particulares y com-bis, no llega a producir embotellamientos, como sísucede en el puente que une Posadas y Encarna-ción. Los primeros días de cada mes la circulaciónaumenta, incrementando las incautaciones, princi-palmente por infracciones aduaneras. Son recorda-das con entusiasmo las jornadas de movimiento yconfusión, cuando se incautan diferentes tipos demercadería o se descubre droga en los vehículos.

La formación en Gendarmería tiene dos orien-taciones. La Escuela de Oficiales, que enfatizanla formación jurídica, y la Escuela de Suboficia-les que están preparados para hacer los trabajosostensivos. De cunas humildes, la mayoría de ellosdel interior y de la región, eligieron el ingreso a lafuerzacomo forma de garantizar un empleo sobre labase de lo que ya poseían: una formación escolar lamayoría de las veces básica. La escuela cumple unpapel importante, según ellos, en el entrenamiento,mientras que el aprendizaje se da en la calle, en eldespliegue,34 que es algo diferente a la teoría.

El equipo está supervisado por el Jefe de Patru-lla, quien suele tener uno de los rangos más altosentre los suboficiales. Un Suboficial Perrero parti-cipa de la patrulla en todas las guardias. Viñas esel que está a cargo de la Loba, el can detector dedrogas, una perra que fue entrenada especialmen-te para reconocer marihuana y cocaína, a base dejuegos y premios. Pero no siempre esta tecnologíafunciona o puede ser utilizada. Los días de muchocalor el perro respira agitado, con la boca abierta,y pierde potencial olfativo; y los días de lluvia nose revisan vehículos para evitar que se mojen alinterior.

Una mujer suele integrar también la patrulla.Ellas fueron incorporadas a principio de 1990. “Lamujer es un gendarme más” dicen sus colegas cuan-do se refieren a este cambio. Pero, a pesar de estasafirmaciones sostener que imponen el valor del tra-to igualitario en un esquema jerárquico de trabajo,ellas son reconocidas como un bien preciado, segúnvarios miembros de la fuerza. Dado que los hom-bres no pueden revisar mujeres, cuando aparecenpersonas “sospechosas femeninas”, se enfrentan alimitaciones técnicas si no hay una gendarme enel patrulla.35 Por este motivo cuando otras fuerzasde seguridad precisan mujeres ellos afirman: “se lasprestamos y las devuelven enseguida”.

Tratándose de estupefacientes, sea tanto paraconsumo personal cuanto para la venta, se habla dedelito de contrabando según el artículo 866 del Có-digo Aduanero. Pero, si la cantidad de mercaderíaque la persona transporta, sin ser droga, suma unvalor inferior a los 5.000 pesos argentinos, es clasi-

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ficada como infracción aduanera; si la supera es undelito de contrabando. Las personas que se dedi-can al comercio en estas cantidades son conocidascomo bagalleros. Algunos de ellos, por el hecho dehacer esos viajes con frecuencia, son conocidos porlos gendarmes del Arco. Bagallero es una expresiónutilizada con carga despectiva aunque comprensi-va, contiene la explicitación de la falta legal, y lacondición social por la cual la comete. Siempre quelos gendarmes hacen referencia a este tipo de co-mercio enfatizan que se trata de una salida a la de-socupación laboral. Aunque están llamados a pre-venir el “contrabando”, algunas veces, dependien-do de la situación, “hacen la vista gorda” (a pesarde saber que la persona lleva mercadería, hacen decuenta que no saben o no notan). También puedentratar estos casos con gran rigurosidad dependien-do del momento, del estado anímico del gendarme,del tipo de memoria que se active en la situación,de las cualidades del contacto establecido.

Muchas de las personas que se involucran en eltransporte de drogas, cuando lo hacen sin conocerel mercado, integran la categoría informal de pere-jiles.36 Son aquellos a quienes se les propone pasar,cargar o guardar marihuana, a cambio de dinero.Según las estimaciones de un instructor del Juzga-do Federal de Instrucción, de diez personas deteni-das sólo dos tienen la escuela secundaria completa.A veces los perejiles son de nacionalidad paragua-ya, chilena o uruguaya, otras son argentinos de lascolonias del interior de Misiones, otras veces sonporteños de clase media. Según un empleado deljuzgado “los narcotraficantes paraguayos que sonengañados no son narco, no tienen ropa y a vecesllegan descalzos”. En general admiten que se tra-ta de personas con escasos recursos, que al mismotiempo para el nivel de vida que tienen fuera dela cárcel, una vez presos, “no pueden quejarse denada, porque hasta frutas comen de postre”, talcomo afirman los miembros de la Justicia Federalque están en contacto con los presos.

El equipamiento de la patrulla cuenta con ar-mas individuales que se activan casi con exclusi-vidad a la hora de limpiarlas –ya que su uso esinfrecuente–, una computadora con una impreso-ra de matriz de puntos, un radio llamado y tresperros detectores de drogas. Los que más trabajanson los perros y la computadora. El can detectorofrece una colaboración inmensa al trabajo poli-cial. No precisamente por el hecho de detectar, sibien también lo hace con éxito salvo algunas excep-ciones. En el momento en que un gendarme revisaun coche, una persona o un equipaje, y encuentraestupefacientes, las descripciones que deben cons-tituir las actas son tan detalladas que pueden pasarun largo tiempo escribiendo. Al margen de que notodos saben escribir en el estilo que se requiere pa-ra esos documentos. El acto de escribir un acta noes algo fácil, y a pesar de que se supone que laexperiencia constituye un saber diferencial, la ex-

periencia de los que tienen más antigüedad servíamuchos más cuando todavía regía el código viejoque les permitía tomar declaraciones antes de quelas personas se encontrasen con sus abogados.37

Ahora hay que tomar mucho cuidado, porque conel nuevo procedimiento el único que queda vincu-lado desde el principio hasta el final de proceso esel gendarme que cumplía su papel de preventor,porque el juzgado se desliga de la causa una vezconcluida la etapa de instrucción, y junto con él sedesligan los Ministerios Públicos. Por eso, cuantomás detalladas sean las actas, menos cuestionadoestará el trabajo de los gendarmes. Las actas im-portantes, cuando se trata de grandes cantidadesde droga incautada, son escritas por aquellos quetienen más formación y entrenamiento en el usodel nuevo Código (no sólo años de trabajo). Puedeser el jefe de patrulla, por ejemplo, quien la haga.Cuando se trata de actas menores son los princi-piantes o reclutas quienes se ven agraciados conestas tareas.38

Pero, el problema no es tanto escribir cuanto re-cordar, puesto que cada gendarme presente en unasituación semejante es llamado como testigo a losjuicios orales, generalmente un año o a veces más,después de lo ocurrido. La tensión entre lo escritoen la situación y lo dicho en el juicio se vuelve tangrande cuando ellos no recuerdan estrictamente loque escribieron, que a veces prefieren dejar escri-to en el acta que fue el perro que indicó el bulto,por olfato. Les resultaría muy difícil explicar quese trata del propio “olfato”, porque posiblementeno tengan palabras para detallar todo lo que losllevó a revisar a una persona y no a otra, desdeel momento en que la intuición o la emoción po-drían ser entendidas como “arbitrariedades” cuan-do se esperan movimientos, acciones y decisionesracionales (pensados en oposición a lo motivado enemociones y sensaciones). Para evitar la exposiciónpública a lo inexplicitable, optan por la estrategiatécnica de responsabilizar por la indicación al ani-mal entrenado. Al fin y al cabo “el perro no hablay no puede ser citado a juicio”. En algunos circui-tos de la Justicia Federal suele afirmarse que setrata de técnicas habituales para ocultar la inqui-sitorialidad del procedimiento o las intervencionesilegales, como ser: detener sin autorización, reali-zar preguntas indagatorias que no corresponden,presionar para que la persona hable. No es esto loque he podido observar, si bien algunos gendarmesse refieren a este tipo de prácticas como caracte-rísticas de otra época.

De cualquier forma el perro, como tecnología,no siempre es una herramienta infalible. Tuve laoportunidad de comprobar que además de estarentrenado está vivo, lo que puede interferir a ve-ces la planificación racional en seguridad pública.Fue un día que los gendarmes decidieron ingresara un colectivo en un acto de inspección. Al acer-carse a una mujer el animal comenzó a ponerse

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nervioso, ladraba, olfateaba con insistencia. Ella semovía preocupada. Llamó la atención de los gen-darmes que se tratara de una mujer de unos 50años, pero “si el perro marca, por algo será”, paraeso lo entrenan. Le preguntaron a dónde se diri-gía y ella respondió que iba a visitar a su hijo aBuenos Aires que estaba estudiando. Pidieron per-miso, retiraron el bolso de su lugar y lo abrieron.Con la mano dentro del equipaje, Gutiérrez tantea-ba. Sintió algo duro y cruzó una mirada de com-plicidad con el colega de trabajo. El perro ansiosocontinuaba ladrando y esperaba con más expecta-tiva que los propios policías. Atado al cuello poruna cuerda que Viñas sujetaba, dejaba caer hilosde baba de su boca abierta. El bulto estaba en-vuelto en nylon, al tacto parecía que debajo teníapapel. En un movimiento cuidadoso Gutiérrez losacó del bolso, mientras el perro festejaba. Abrie-ron el paquete con cierta ansiedad y a la espera deencontrar marihuana envuelta, pero sólo quedarona la vista tres chorizos de chacra que habían sidoprolijamente guardados. Nadie pudo evitar la risaque se diluía en un agujero de vergüenza, cuan-do lo ridículo se configuró con tanta consistencia.Situaciones como éstas muestran cómo el Estado,visto en general como fuera del mundo –reguladory controlador–, está en el mundo; y cómo anima-les, objetos y humanos constituyen redes en accióncapaces de fugarse en direcciones no siempre pre-visibles (como nos gustaría o pretendiéramos).

En otra oportunidad, durante una inspección derutina solicitaron la apertura de baúles a un mi-cro que iba a Chaco. Era la hora del almuerzo ytres gendarmes estaban sentados a la mesa. Unarevisión intensiva suele realizarse solicitando docu-mentos a los pasajeros, utilizando el can detector ytanteando el equipaje. Se levantan y se sueltan lasvalijas o bolsos con el propósito de calcular el peso.Según el tamaño y material del bagaje se suponenpesos máximos y mínimos aproximados. Si estasexpectativas no coinciden, los dueños del equipajeson llamados a descender del micro para mostrarel contenido. Este fue el caso de Sergio, el jovencorrentino de 23 años, de cabello largo, enrulado ycastaño, vestido con un pantalón de jeans ya gas-tado, a quien Wolf, el gendarme perrero, mandóa descender. Me sorprendió visualmente su coin-cidencia con el “estereotipo”, pues a pesar de quees lo que ellos dicen que hacen, hasta el momentosólo había visto personas muy variadas en situacio-nes como ésta. El Jefe de Patrulla, un hombre deunos cincuenta y cinco años, canoso, quemado porel sol, con un ritmo lento le dijo “A ver pibe ¿quétraés?”. Ya había sido inspeccionado su equipajeapenas lo bajó del colectivo, y ahora estaba en elmomento en que debía dar explicaciones y resignarla mercadería. Sin embargo, el joven parecía estarmás nervioso por lo que perdería, que por la in-fracción que inscribiría su nombre en los registrosaduaneros.

Cuando se realiza el acta de incautación dondese describe la mercadería aprehendida, se solicitandos personas que atestigüen lo que están viendo.Éste es un requisito vigente a partir de la reformadel Código Procesal Penal de la Nación en 1992implementado para garantizar los derechos de laspersonas en el momento en que son sospechosas dehaber cometido un delito. Según los gendarmes, es-te requisito dificulta el trabajo en lugares distanteso en medio de los montes, donde no suele haberpersonas circulando, y cuando las hay, son cono-cidos por los integrantes de la fuerza. En aquellaocasión me pidieron que hiciera de testigo y acep-té, para acompañar el registro y porque no podíanegarme (primero porque estaba siendo llamada ala reciprocidad, segundo porque es una obligacióncivil, a pesar de que nadie lo sabe). Me paré al la-do de la computadora donde Menk –un joven gen-darme de 19 años recién incorporado a la fuerza–con su rostro típicamente germano, de nariz fina,cabello amarillo, ojos azules, labios finos, dientesblancos y cuerpo delgado, sin exhalar ni un sonidode su boca, digitaba lo que le era indicado. Iba aaprender por repetición, porque en esos casos esmejor disimular que no se sabe, que preguntar ycorrer el riesgo de ser humillado o foco de burlasde los otros. Por la edad que tenía, por la frescu-ra, por su falta de experiencia, es que todos losotros gendarmes se comportaban con él de modoque “aprenda”, tratando de evitar que él tuvieraque preguntar.

A medida que el jefe de patrulla iba contando laspiezas que sacaba de un bolsito de tela de avión,el joven infractor, irritado, ya veía el final de lapelícula. “Y vó qué hacé, pibe?” le preguntó el je-fe con mucha calma. “Hago changas39porque notengo trabajo”, contestó. “Cuántos años tenés?”,“22”, respondió. Con esta conversación entibiaronla distancia hasta que Sergio como si rogara di-jo “no me haga esto jefe, no tengo trabajo, tengomujer, tengo un hijo. . .”. El jefe lo miró y respon-dió: “elegí dos pantalones, dos camisas. . .”, ya quetenía siete ejemplares de cada pieza con lo que ex-cedía la cantidad legal. Mientras él pensaba cómoconvencer al jefe para quedarse con todo, pude vercómo desde dentro del comedor el rostro blanco deWolf, que todavía no había terminado de tragar elbocado de su almuerzo, aparecía colorado de ra-bia detrás de la frase imponente “No. Por hacerseel vivo no se lleva nada, parece que no aprende,porque no es la primera vez”.

En situaciones como éstas las posiciones entrelos gendarmes, aunque difieran, deben unificarse.Por eso el jefe dijo “Te das cuenta pibe? Mejorquedate en el molde”. A lo que él respondió irri-tado “Entonces quédense con todo, está bien, queyo vuelvo a Posadas y voy para el juzgado!”. Estarespuesta fue la peor táctica que se le pudo ocurrir.La tensión se sentía y me alcanzaba. Se había de-satado el conflicto y todos parecían haber perdido

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las referencias. Sergio, quería denunciarlos, y poralgunos segundos los gendarmes no sabían bien so-bre qué podía ser la denuncia, no sabían si estabanactuando fuera de la ley, aunque sintieron la ame-naza. El jefe reaccionó con una sonrisa burlesca yamenazante: “No, pibe, te equivocás. . . no tenésnada que denunciar. . . nunca le digas eso a unpolicía”. En su forma simple la frase pesaba añosde historia. De lejos, cualquiera hubiera dicho quereinaba la tranquilidad.

El micro en el que el joven viajaba fue autorizadoa partir, dejando al pasajero en la Patrulla. Paraentender la reacción de Wolf había que saber quese conocían desde antes. Que el joven se dedicaba arealizar este tipo de viajes con frecuencia y, segúnWolf, sabiendo que lo que hacía era ilegal. Más quela irregularidad lo que ofendió a Wolf fue el hechode que lo quisieran “pasar por encima”, que no serespetara su autoridad, principalmente alguien quepor sus características y procedencia se encontra-ba en un estatus inferior al de él. El estatus estápresupuesto muchas veces en el color de piel. Losinmigrantes alemanes y polacos, en su mayoría ru-bios de piel blanca, fueron apoyados con subsidiospara instalarse en la tierra misionera, porque talcomo sostiene Héctor Jaquet se trataba de poblar“la frontera marcada por la falta de civilización”, yasí traer la modernización con el trabajo (2005:87,84-85).40

En la provincia se puede observar que la diferen-cia social está amarrada también a los colores dela piel, y estos colores suponen atributos diversos,como la holgazanería, por ejemplo, en el caso de losnegros, sean criollos o indígenas. La palabra negroaquí nos remite a un concepto de alteridad produ-cido desde el discurso de la modernidad europeo.Los negros en Argentina son los descendientes deindígenas de diversas etnias del “interior” del país(todo lo que no es Buenos Aires Capital, pero vistodesde ella), que fueron cruzándose con inmigran-tes.41 La valoración atribuida a tales imágenes seconfigura con los esfuerzos por la constitución dela Nación Argentina, y se hace más explícita a finesdel siglo XIX, con las políticas migratorias imple-mentadas en el noreste del país. Se trata de proce-sos que se presentan de formas particulares segúncada lugar del país, en tanto el color de piel con-tinúa siendo una forma privilegiada de evidenciarla desigualdad y diferencia social.

Entendiendo esta trama, puede uno aproximarseal quehacer policial y a las relaciones que constitu-yen las redes sociales, porque entre otras cosas, loscolores remitidos aquí a lugares sociales (no sólopor el negro de la piel, sino también por el ver-demilitar) operan en la interpretación y análisis delas situaciones trayendo al momento la historia enforma de percepciones y acciones. También en estecaso los colores, así como en la sociedad Ndem-bu, tienen significados (TURNER, 1967). Wolf nosólo ve en el joven correntino desocupado la falta

de voluntad por el trabajo, ve también la diferen-cia “racial” entre el pasado indígena del joven, yla de él que es descendiente de europeos y blan-co, rubio.42 Inclusive se suma a estas diferenciasla tensión histórica entre la provincia de Corrien-tes y Misiones, en relación con la declaración delterritorio misionero como provincia. Es decir queinfinidad de relaciones se concentran en un mo-mento de acción. Resultan de habitar un ambientehecho de tiempos y espacios, de experiencia.

La confianza en el nativo

Podríamos decir que una parte no tan fácil de nues-tro trabajo es hacer explícito el recorrido que nospermitió ver cómo determinadas apariencias se hi-cieron obvias, incuestionables. En el movimientode aproximación a un campo desconocido solemosreconocer primero, a grosso modo, lo que es colo-cado ante nuestros ojos como “la regla”, como “loque es”, o lo que se repite. Con el tiempo y la pre-sencia divisamos lo que es “más o menos”, lo que“puede ser también de otro modo”, lo que “no escomo dicen”, lo que “a veces es como dicen y aveces no”, y lo más provocador: “lo que es y no esal mismo tiempo”. Hablar de esos movimientos nosrequiere tener en cuenta la existencia de ciertas ap-titudes que se desarrollan como posibilidades hu-manas. Me refiero a percepciones e intuiciones queconstituyen también las relaciones día a día y fun-damentan parte importante de nuestras accionesy pasiones, porque integran algo más que nuestrashabilidades y saberes: conforman nuestra vida. Apesar de que como antropólogos no tengamos lasherramientas para dar cuenta de cómo ellas se ori-ginan, no les podemos negar la existencia. Reco-nocer que hay algo más y diferente que condicionalos encuentros y define su fugacidad, proyección opermanencia en el tiempo y las acciones, sería porahora suficiente. El hecho de habitar en los am-bientes que he intentado acercar por escrito es lacondición fundamental para que los gendarmes de-sarrollen específicamente sus tareas. En otros luga-res los referenciales serán otros, así como variaránlas formas de actuar y las decisiones que se toman.Es claro que ciertos marcos referenciales generalesexisten, pues se trata de instituciones con escue-las de formación. Sin embargo, me interesa más loque se da de particular antes que lo formulado porellos como regular, lo que podría ser visto como un“estereotipo”.

Analizar la situación de encuentro con el Jefe deGendarmería me llevó a reconocer mis conceptossobre ellos, por un lado. Por otro, las habilidadesmutuas que, a través de la percepción, utilizamosal vernos en una situación provistos sólo de re-ferencias sociales, y desprovistos de conocimientopersonal. Quien pretende conocer a otro (persona,animal u objeto) en poco tiempo debe explotar las

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herramientas perceptivas al máximo, recurriendo atodo lo que pudiera ofrecer información sobre el/lodesconocido. En ese momento las referencias exis-tentes (ya sean conceptos, prejuicios, estereotipos,y otros tipos de información) ocupan un lugar tanimportante cuanto todo lo que el nivel de registroenergético pueda ofrecer, es decir, todo lo que elpotencial de la especie humana nos ofrece. Si enmi caso particular la experiencia de conocer al Co-mandante requirió tanta exigencia física, ¿por quésería diferente entre los gendarmes y el público ensituaciones de controles?

En este sentido, podríamos pensar que el “este-reotipo” aparece como síntesis de información que

fue relacionada de alguna manera para interpre-tar e intervenir en situaciones precisas. Es decir,es un elemento más de síntesis de procesos y rela-ciones en el tiempo y los lugares, y pasible de serexplicitado como referencia válida por quienes losutilizan. No es lo único que opera, ni siempre esuna herramienta eficaz. Constituye un referencialmás entre otros a veces no explicitables. En el mo-mento que se cruzan un gendarme y un civil losintercambios no verbales, de percepción de dispo-siciones anímicas y físicas, son los que van a definirla potencialidad del encuentro. Ambos habitan elmundo y ese mundo es para ellos, por algunos ins-tantes, el mismo.

Notas

Agradezco la interlocución sagaz de mi querido amigo Arno Vogel, así como las lecturas y comentarios que Ronaldo1Lobão, Marco Antonio da Silva Mello, Michel Misse, Hauley Valim, Manuel Moreira y Guillermo Wilde realizaron aeste trabajo, presentado y discutido en el marco de la reunión de la Associação Brasileira de Antropología en Juniode 2006, ciudad de Goiânia, estado de Goiás, Brasil.Brígida Renoldi, Doctora en Antropología (UFRJ-IFCS), Brasil. E-mail: [email protected]. Investigadora asociada2al NECVU (UFRJ) y al CEDEAD (Misiones-Argentina).Más tarde noté que ante una pregunta orientada a saber cuáles son los criterios con los que se aborda a una persona3por sospechosa, las respuestas que obtuve se remitían a patrones recurrentes, lo que me hizo luego pensar que eranformuladas para darme la seguridad de que no existía arbitrariedad alguna en sus acciones; era como decir “nosotrossabemos bien lo que hacemos”.La expresión malandra se utiliza para referirse a la persona que regularmente desarrolla actividades por fuera de la4ley.De acuerdo con Michel Misse (2005) el perfil podría conceptualizarse como “sujeição criminal”, en castellano se5traduciría como “sujeción delictiva”. Se refiere a la relación supuesta entre el conjunto determinado de característicasde una persona (físicas, de actitud, sociales) y determinado tipo legal. El trabajo que Misse (1999) realiza permitereconocer los padrones de “delincuente” que predominaron en diferentes periodos del siglo pasado en Río de Janeiro.No es mi interés desarrollar aquí esas variaciones para la ciudad de Posadas. Pero, es importante señalar que existen“caras”, “tipos”, que son remanentes de imágenes consolidadas en el último período militar: los militantes de partidospolíticos de izquierda, en algunos casos estudiantes de ciencias sociales, generalmente de cabello largo acorde con lamoda que caracterizó el movimiento hippie de los años 70. Esta imagen todavía es la que compone el “otro radical”para los gendarmes con más de 25 años de servicio, es decir, la imagen del subversivo.Recordando aquellos momentos veo de qué manera los gendarmes y yo habitábamos “la misma casa”. No me6sorprendían las descripciones que me daban, pues en ellas descansaban los mismos criterios que yo utilizaba de formaespontánea. Hacer trabajo de campo en ámbitos próximos, con personas que hablan el mismo idioma, aunque conlenguajes diferentes, con quienes existen innumerables referentes en común y se comparten supuestos (aquellos quepermiten el uso del sentido del humor, por ejemplo), requiere de algún tipo de distanciamiento. Este distanciamientopuede ser provocado a través de la suspensión de lo que entendemos por “real”, a través de un tipo de descentramientoepistemológico (STRATHERN, 1999). Atendiendo a los resultados que puedan devenir de tal descentramiento, esposible que las interpretaciones a las que lleguemos vayan más allá de la confirmación de cierto sentido común (anuestra propia casa, a nuestro medio) y más allá también de nuestra sorpresa ante la incongruencia entre lo que losnativos dicen que hacen y lo que “efectivamente” hacen –incongruencia que no denuncia nada falaz. En este caso enparticular, la no suspensión de mis referenciales, me hizo suponer que se trataba sólo de estereotipos que dominabanla selección.Sobre las memorias de los gendarmes sobre la última dictadura véase Diego Escolar (2005).7Fuente INDEC: http://www.indec.mecon.ar/8Según Rabossi (2004:24) la expresión “Triple Frontera” comenzó a constituirse alrededor de 1990. Hasta entonces se9hacía referencia a la “región”, “zona” o “área” de las tres fronteras. “Triple Frontera” se oficializa como sustantivopropio a partir del acuerdo de los “Ministros del Interior de la República Argentina, de la República del Paraguay, yde Justicia de la República Federativa del Brasil” (1996), orientado a tomar medidas comunes tendientes a controlarvehículos y personas en la zona que une los tres países. Motivado en las sospechas que atribuían responsabilidada la comunidad árabe de Ciudad del Este por los atentados en Buenos Aires a la Embajada de Israel (1992) ya la Asociación de Mutuales Israelitas Argentinas (1994), en 1998 se firma el “Plan de Seguridad para la Triple

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Frontera”, con el objetivo de “combatir el narcotráfico, el terrorismo, el contrabando, el tráfico de menores, el robode automotores y otras conductas delictivas” (Diario Clarín, 28/031998).Existen dos categorías para referirse a este tipo de comercio cuando se trata de clientes brasileños. La categoría10sacoleirose refiere al comprador para reventa en pequeñas cantidades, y muambeiro al comprador en mayores can-tidades, legalmente calificado como “contrabando”. Ambas son utilizadas en tercera persona, para hacer referenciaa otro que “es” sacoleiroo muambeiro. En el trato directo la expresión utilizada en general es turista ( Rabossi op.cit. p. 55).Según un informe realizado en 2003 por la Secretaría Nacional Antidrogas (SENAD) en Asunción, Paraguay, se estima11que Paraguay es productor de marihuana de muy buena calidad para los mercados de consumo principalmente deArgentina, Brasil y Uruguay (pudiéndose incluir también Chile, según los registros de la Justicia Federal Argentina).La ubicación y permeabilidad de sus fronteras permite también el ingreso de cocaína desde Bolivia con destino alconsumo interno, a Argentina, Brasil, Uruguay, Europa y Estados Unidos. El precio estimado de venta del kilogramode marihuana en las calles de Ciudad del Este varía entre 10 y 20 dólares.Sobre la construcción social de los procesos migratorios como problema regional ver el artículo de Deborah Betrisey,122000.En este sentido, la expresión “Triple Frontera” se constituye con una carga acusatoria que abarca, en el caso de13Argentina, la provincia de Misiones. He notado que la expresión se utiliza para marcar los atributos negativosoficialmente dados (aquellos contra los que el plan de seguridad está llamado a operar) y establecer un “otro”radical. Habitualmente los miembros de las fuerzas de seguridad utilizan la expresión cuando se posicionan comoactores nacionales en referencia a las políticas de seguridad establecidas. En las narrativas cotidianas su uso no escomún. Con esto podemos suponer que los atributos negativos con los que se acusa a la Triple Frontera forman partede un concepto particular de nación y de estado, en una versión ofrecida desde el “centro”. En la dinámica localde mercado y de medidas de seguridad, tales acusaciones perderían fuerza ante prácticas cotidianas, vistas comotrabajo más que como delincuencia. El “centro” en la provincia de Misiones se desplaza de la nación (corporizada enBuenos Aires) hacia la región. Esta región, en principio llamada NEA –noreste argentino–, es un espacio de fronterasinternacionales, caracterizado por procesos migratorios similares (colonos de diferentes países de Europa que llegarona fines de 1800 y principio de 1900), la presencia de población indígena (principalmente mbyà guaraní), un tipode producción agrícola parecido (unidades rurales de autoabastecimiento). La percepción local de los fenómenosen discusión no necesariamente se corresponde con la que se tiene en los centros políticos federales que pautan laspolíticas de seguridad a las que deben atender los Gendarmes y miembros de otras fuerzas de seguridad.Los cultivos que caracterizan el departamento son básicamente yerba mate, maíz, soja, trigo, algodón, mandioca y14sorgo.Como muchos otros barrios del Gran Buenos Aires, aquel barrio tiene la peculiaridad de haber sido hecho por15migrantes del interior (de las provincias de Chaco, Entre Ríos, Corrientes y Misiones) y de los países limítrofes(sobre todo Bolivia y Paraguay) (SEBRELI, 1990). Algunos hablaban guaraní, lo que era considerado por otros unsigno de atraso. Recuerdo las tensiones que, en términos de identidad provincial, marcaban las relaciones de vecindadentre misioneros y correntinos. Esto ocurría también con los paraguayos (paraguas) y los bolivianos (bolitas). Cuantomayor era la distancia física de las ciudades y países de origen con el centro (la capital, la civilización) mayor erael acercamiento a la animalidad (el interior, la barbarie) (SALESSI, 1992). Sarmiento decía que “En vano le hanpedido las provincias [a Buenos Aires] que le deje pasar un poco de civilización, de industria y de población europea;una política estúpida y colonial se hizo sorda a estos clamores. Pero las provincias se vengaron, mandándole a Rosas,mucho y demasiado de la barbarie que a ellas les sobraba” (1921:29). Cuando pensé lo que sentí al ver los perros enlos vendedores me sorprendí por la forma densa y comprimida en que aquellos conceptos sobre los “otros”, gestadosen mi experiencia infantil, estaban presentes en forma de imágenes y sensaciones, trayéndome el contexto de lasdiferencias (tal como ellas fueron y son creadas en el tiempo y los lugares).En una ocasión mantuve una charla con una joven de 22 años, paraguaya. En el acto de presentación me dijo que16su padre trabajaba en el comercio, que tenía una “fábrica de marcas”. Recuerdo que lo expuso como una actividadeconómica positivamente valorada. El hecho de que para mí se tratara de “falsificación” –una lectura estatalizada deesa práctica– no provocaba en ella la menor incomodidad, al mismo tiempo que me hacía notar que era una personade clase, con recursos económicos, con estatus social (Comunicación personal, 2001). Entonces, ¿se trata de fábricade marcas o de falsificación? Es tanto una cuanto la otra según la perspectiva.Fuente INDEC: http://www.indec.mecon.ar/17Patricia Vargas analiza la manera en que “la adscripción nacional resulta una vía significativa de expresión étnica18en el rubro de construcción [edilicia]” en el caso de los inmigrantes bolivianos y paraguayos residentes en el ÁreaMetropolitana de Buenos Aires (2005:17). Es interesante notar que, a pesar de operar los “estigmas” o atributosnegativos en relación con los trabajadores procedentes de los países limítrofes, la conformación en términos deidentidad étnica de estos grupos habilita un acceso privilegiado al mercado de trabajo en el área, acceso que sedefine en el tipo de acuerdo laboral que prevalece y que no es pasible de regulación por el estado (motivo por el cualno puede encuadrarse en las categorías de trabajo “informal” ni “formal”).Esta actividad es descrita por Lidia Schiavoni (1991). Una reconstrucción histórica de los procesos de urbanización19y de constitución de la pobreza regional puede encontrarse en la obra de Carlos Villar y colaboradores (2004). Losantecedentes detallados en relación con el comercio fronterizo se remontan 1621, cuando todavía las aglomeracionespoblacionales eran apenas poblados (p. 221 y ss.).

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Con idea de “organismo-persona” el autor propone un concepto de ser humano que anula la separación entre20naturaleza (locus del organismo) y cultura (locus de la persona).En palabras de Marilyn Strathern (quien define perspectiva en un sentido semejante a Tim Ingold): “I use the21term ‘perspective’ to draw attention to the cultural practice of position-taking, not to endorse a referential orrepresentational interpretation of the ‘observer’s’ relation to ‘the world’ ” (2005:122).Sobre el proceso migratorio de poblamiento en la provincia puede consultarse Los colonos de Apóstoles(1990), de22Leopoldo Bartolomé. Sobre las particularidades de las unidades productivas rurales ver Gabriela Schiavoni (1993,1995, 1998) y Schvorer (2004).Las características fenotípicas de los hijos de colonos (niños blancos, de ojos azules, de cabello rubio), combinadas23con las situaciones de necesidad económica en las que viven muchas familias, fue tornando la provincia en un centrode referencia para la adopción de niños por fuera del sistema de administración judicial. Las redes que ligan a los“buscadores de panza”, a las parejas interesadas, hospitales y juzgados están en toda la provincia (Comunicaciónpersonal de antropólogos, historiadores y abogados locales).Gustavo Lins Ribeiro (1999a), Omar Arach (2005).24Informe “Impactos socio-ambientales del Programa Desborde de Arroyos Urbanos de la ciudad de Posadas” bajo la25responsabilidad de Leopoldo Bartolomé (2001).Gabriela Schiavoni (1993, 1995), Esther Schvorer (2004), González Villar y otros (2004).26Lidia Schiavoni y equipo, 2000.27La tesis de doctorado de Germán Soprano (2003) ha tratado la conformación política en la ciudad de Posadas en28vísperas de elecciones municipales. Su trabajo explicita las características de las relaciones sociales en época deelecciones, y el protagonismo de quienes apoyan los procesos electorales, sin ser candidatos.Las personas que materializan los relatos siguientes no están acompañadas en esta oportunidad por sus historias29de vida, debido a que me interesa más ofrecer una visión abarcadora de las particularidades del ambiente, queprofundizar en historias individuales o trayectorias.Sobre este tipo de manifestaciones y reclamos en Buenos Aires, véase María Pita (2004).30Los territorios nacionales en Argentina eran administrados por el gobierno central con intereses de control económico31y social. Oscar Oszlak sostiene que “la concentración del intercambio externo en el puerto de Buenos Aires desdefines del siglo XVIII y el progresivo incremento de la exportación de bienes pecuarios permitieron que la provinciade Buenos Aires se diferenciara como unidad político-económica con respecto al resto del territorio. Ello se viofavorecido por la formación de un circuito económico dinámico y el desarrollo de un sistema institucional diversificadoy ampliamente superior a cualquiera de los existentes en las demás provincias” (2004:49).Son coches particulares que trabajan como taxis, pero con valores establecidos por viaje. Un grupo de personas se32organiza para pagar un viaje hasta Encarnación para hacer compras.Fuera del ámbito policial la palabra ración se usa para referirse al alimento de los animales. El vocabulario que se33utiliza en horas de trabajo (y que los propios gendarmes llaman con humor “gendarmístico”) difiere de las palabrasde uso corriente fuera de la fuerza. Ellos no almuerzan, racionan. No tienen mini-vacaciones y sí puerta franca; hacenfajina en lugar de limpieza, y los días que no trabajan no son días libres sino francos. Una terminología particular,utilizada con actitudes firmes, definidas, imperativas constituye en parte, según ellos, el hecho de ser militar.El despliegue, según me explicó una mujer gendarme, es “lo real”, la práctica. Aunque parece, por el término en sí,34que se tratara de la aplicación de todo lo aprendido en la escuela, ellos van a aseverar con firmeza que el aprendizajese da en la práctica, radicalizando la distinción entre teoría y práctica, y otorgando a esta última valores específicos,en tanto base material de sus saberes. Máximo Badaró (2002) analiza el trabajo de la Gendarmería Nacional enel paso de frontera Concordia (Entre Ríos) y Salto (Uruguay), mostrando cómo operan sus conceptos sobre los“controles” y el papel del “saber” en el trabajo cotidiano.La noción de sospechoso no está simplemente asociada a lo que más arriba llamé “estereotipo”. Una serie de elementos35son relacionados en un momento determinado en el que la percepción es fundamental para reconocer lo que estáfuera de lugar. En una ocasión los gendarmes ingresaron en un ómnibus para caminar por el pasillo y pedir losdocumentos. Al observar a una de las pasajeras vieron que para la temperatura del micro ella estaba con demasiadoabrigo. Así como detectaron esta incongruencia invitaron a la mujer para descender del ómnibus y le preguntaron sitenía algún tipo de objeto comprado que no hubiera declarado. Ella afirmó que no tenía, entonces le pidieron que sequitara la campera. “El cabo femenino” revisó a la mujer y encontró varios teléfonos celulares envainados, es decir,escondidos y adheridos con cinta en el cuerpo.En la jerga argentina se usa para decir de alguien que es tonto o sin importancia. Deriva de la palabra gil, apocope36de la palabra española gilipolla, la cual por su parte derivaría de la jerga hablada por la comunidad andaluza gilí(fresco, inexperto), y ésta a su vez, de la árabe yihil (memo, tonto; potrillo –y por tal motivo: torpe).Con el código viejo, propiamente inquisitivo, encuadrado em la civil law tradition, el juez que llevaba adelante las37investigaciones era el mismo que dictaba la sentencia, quien juzgaba. Con la reforma se incluyeron los juicios orales,característicos de la common law tradition, permitiendo que el sospechoso antes de ser investigado tenga derecho aum defensor, y tornando públicas las acusaciones, las investigaciones y juzgamientos.Recluta se utiliza para referirse a las personas que recién ingresan y tienen poca experiencia. Es un término despectivo38

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y ofensivo que puede usarse también para quienes ya hace tiempo que trabajan ineficientemente. “Milico recluta” esun doble insulto. El término milico se pronuncia generalmente como acusación por quien no es militar. La palabratiene un poder altamente ofensivo, poder que aumenta cuando quien lo enuncia es un par.Trabajo informal y discontinuo.39En 1876 el presidente argentino Nicolás Avellaneda promulga la Ley de Inmigración y Colonización con el propósito de40incorporar fuerza de trabajo y afirmar la soberanía nacional. El concepto de “orden” tuvo también su protagonismo,pues posibilitaría el progreso. En este sentido, sostiene Oscar Oszlak, “el orden excluía a todos aquellos elementosque podían obstruir el progreso, el avance de la civilización, fueran éstos indios o montoneras” (2004:59).Juzgados por el discurso nacionalizante como la expresión del atraso, de la barbarie, los negros del interior, una41vez instalados en los conventillos y luego en las villas miserias de Buenos Aires, serán conocidos, despectivamente,como cabecitas negras (RATIER, 1985). El análisis de Víctor Turner de la clasificación de los colores en la sociedadndembu nos ayuda a pensar cómo ciertas categorías de este orden condensan referencias y sentidos dados en eltiempo (TURNER, 1967).Vale la pena comentar que la palabra con la que los paraguayos se refieren a los argentinos es curepa, que quiere42decir “cuero de chancho blanco”.

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Anuario de Estudios en Antropología Social. CAS-IDES, 2006. ISSN 1669-5-186

“Hacer política en la Provincia de Buenos Aires”: cualidadessociales, políticas públicas y profesión política en los ‘90

Sabina Frederic1 y Laura Masson2

Resumen

A partir del análisis de dos “planes de gobierno” que se desarrollaron en la misma época en laprovincia de Buenos Aires, indagaremos acerca de cómo se instituyen las cualidades que instalan ysustentan a una persona en la profesión política. ¿Cómo es que se hace política trabajando en losocial desde un punto de vista técnico y científico? ¿De qué modo la profesión política y el sentidopráctico de la representación política se redefinen en este proceso? El estudio comparativo del PlanVida y el Proyecto Lomas durante la década del ’90 permite dilucidar mecanismos de reconfiguraciónde la profesión y la representación política. En este trabajo nos proponemos mostrar de que manerala transformación de las cualidades que convierten a una persona en “un candidato” desafía y alterala representación: ¿a quiénes y cómo se representa? En ese sentido centraremos nuestra mirada enla construcción de dos categorías nativas: mujeres y vecinos.Palabras Claves: “planes de gobierno” - profesión política - representación política.

Abstract

By analysing two “governmental plans” developed at the same time en Buenos Aires province, wefocus on how certain qualities are introduced and how they hold certain people in political profession.How do politics is done from a technique and scientific point of view, while working in “the social”?In which way the political profession and a practical sense of political representation are drawn inthis process? A comparative study of Plan Vida and Proyecto Lomas during the nineties allows usto understand those mechanisms of political profession and representation. Through this work wewould like to show how those changing qualities which make a candidate do challenge representation,whom and how are represented? In that sense, we will focus our view in the building process of twonative categories, women and neighbours.Key Words: “governmental plans” - political profession - political representation.

Introducción

En los últimos tiempos, “Duhaldismo” y “políti-ca” se han convertido en sinónimo en la Provinciade Buenos Aires.3 A la prensa y también a algu-nos especialistas convocados por los medios, no lesparece posible hablar y explicar la política en laProvincia de Buenos Aires sin apelar a la figura deEduardo Duhalde como imagen emblemática de lapolítica bonaerense de las últimas décadas. No so-lamente por haber ocupado el cargo de gobernadoren dos períodos sucesivos (1991-1995 y 1995-1999),sino también porque la política bonaerense quedóexplicada con una asociación inevitable y simpleentre Duhalde y el clientelismo como modalidadprincipal de vinculación política y sustento electo-ral. El peso asignado al clientelismo político, comodescripción de la política que practican los bonae-renses, opacó cualquier otra mirada sobre el proce-so político que, como peronistas, llevaban adelantesus protagonistas.

Esta explicación fue sacudida lenta pero inexo-rablemente cuando llegaron las derrotas electoralesde 1997, 1999 y 2003, cada una de distinto cariz yenvergadura. Estas, no sólo quedaron sin explicar,lo cual no es lo sustantivo, sino que demostraronque el clientelismo político no garantiza una elec-ción, en cuyo caso tampoco da cuenta de las rela-ciones y procesos políticos en juego. Para nosotras,este fenómeno despierta interés no porque quera-mos explicar por qué se pierde una elección, sinoporque consideramos que la preocupación políticapor el éxito o fracaso electoral suele opacar el aná-lisis de los modos en que se constituyen los proce-sos políticos concretos. Esto subraya los siguientespropósitos: por un lado, discutir el fenómeno de larepresentación política4 a luz de otros conceptosacuñados por la antropología social para dar cuen-ta de la política tal como se expresa en las prácticasde los actores intervientes; por el otro, mostrar esteproceso en contextos o tiempos no electorales.

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En relación con el primer objetivo tomaremoslas dimensiones que constituyen la profesión polí-tica, vista como un proceso sin un rumbo necesarioo predefinido (Palmeira y Heredia, 1996; Offerlé,1999; Dammame, 1999). Dicho concepto permiteexplorar los mecanismos de introducción y difusiónde cualidades sociales entre: candidatos, líderes, odirigentes y las diferentes categorías de seguidoresque encontramos en el campo. En su conjunto es-tos actores se diferencian entre sí y definen su lugaren el campo de la profesión política a instancias dela distribución de cualidades sociales y de meca-nismos de reconocimiento entre actores asimétricay simétricamente ligados entre sí (Bourdieu, 2001;Scotto, 2003; Balbi y Rosato, 2003; Frederic, 2004,2005).

En referencia al segundo objetivo o propósito,tomaremos como escenario no estrictamente elec-toral el escenario instituido por políticas públicasde orden provincial y municipal. Con esto nos re-ferimos al contexto formado por la propia imple-mentación de las políticas públicas el que, si bienpuede ser atravesado por la presión electoral, tam-bién entre acto electoral y acto electoral –comomostraremos– estructura el proceso político. Des-de un punto de vista comparativo, tomaremos lasinvestigaciones realizadas por nosotras durante ladécada del ‘90 en la Provincia de Buenos Aires pa-ra referirnos a dos de las principales políticas pú-blicas implementados por funcionarios de distintorango y perfil del Estado, que introdujeron la rela-ción personalizada con los sujetos, beneficiarios detales políticas. Concretamente, trabajaremos sobreel Plan Vida y el Proyecto Lomas. Desde estas po-líticas, llamadas planes, programas o proyectos, se-gún el caso, esos actores promovieron e instituye-ron durante la década del ’90 cualidades y aptitu-des sociales, de índole: técnica, de género, residen-cial, científica y moral. Fueron estas las que, al sersocialmente valoradas, instalaron nuevos agentesde la profesión política con un perfil particular re-conocido por el Estado. Así, quienes consiguieronencarnar tales cualidades fueron apreciados por loque se llamó “hacer política trabajando en lo so-cial”.

Específicamente, daremos cuenta de este proce-so analizando cómo se instituyeron las categoríasnativas de mujer y vecino, alrededor de las cuálesse montó el trabajo cotidiano que definirá el equi-librio de poder entre quienes participaron del jue-go político. Así, intentaremos mostrar cómo estatendencia redefinió la profesión de político al rede-finir, no sin ambigüedades y tensiones, las tareasdel trabajo político –ahora denominado social–, lascualidades sociales de los actores responsables y surango político, configurando finalmente modalida-des particulares y heterogéneas de aquello a lo quese engloba bajo el término de representación polí-tica.

Profesión y representación política: algunasprecisiones conceptuales

Nada es menos natural que el modo de pensamien-to y de acción que es exigido por la participaciónen el campo político, hacen falta un conjunto de sa-beres específicos producidos y acumulados así co-mo instancias de iniciación que inculcan el dominiopráctico de las lógicas que rigen el campo políti-co, afirma Pierre Bourdieu en “La RepresentaciónPolítica” (2001:169). Aquello que en consecuenciaconvierte a una persona en un “representante polí-tico” depende de un capital personal de notoriedady de popularidad reafirmado en el conocimiento yreconocimiento de ello en su persona. Pero tambiéndebe poseer un cierto número de cualidades espe-cíficas que son la condición de adquisición, señalaBourdieu, y de conservación de una buena reputa-ción (2001:191).

Como dijimos, la cuestión que nos interesa re-marcar es cómo se instituyen o redefinen ciertascualidades o calificaciones que habilitan el (o al)ejercicio profesional de la política5. De la imple-mentación de las políticas públicas surgen catego-rías o palabras cuya referencia concreta reproduceo renueva, dentro de un cierto campo político, lossentidos atribuidos a los actos ejecutados y los ac-tores que los ejecutan. Tales significados se vuel-ven centrales al momento de perfilar candidaturaspolíticas. Esas categorías, intervienen en la defini-ción de la relación del candidato y de sus virtua-les seguidores, pues estos últimos intervienen en elproceso de reconocimiento de los candidatos porla manera en que son nombrados, es decir como“mujeres” o “vecinos”. De modo que, la orientaciónque toma la profesión política en sus distintas ra-mas y rangos, estructura la representación política,pues perfila a los candidatos y sus candidaturas in-dependientemente que consigan rotundos triunfoselectorales. En suma, veremos cómo las políticaspúblicas denominadas planes o programas sirvie-ron a la definición de la profesión política y, comoconsecuencia de ello, a la representación política.Ello provocó sin duda la distinción entre quienespodrían acceder a ella y quienes debían mejorar superformance para tal fin.

Gobernadores, intendentes o ministros lanzanhabitualmente políticas públicas bajo diversas de-nominaciones –proyectos, planes o programas– quedespliegan un importante conjunto de valores y ac-tos muchas veces menoscabados por análisis inte-resados en evaluar su eficacia en relación con losfines que ellas plantean o por aquellas perspecti-vas atentas a establecer sólo la transacción que losplanes suponen en términos de subsidios o merca-derías por votos. Sólo algunos de estos planes yprogramas se han convertido en emblema de cier-tas personalidades políticas y de cierta forma dehacer política. Este es el caso del Plan Vida im-

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plementado a comienzos de la década del ’90 enla Provincia de Buenos Aires y asociado a la figu-ra de Duhalde y especialmente de su esposa Hilda“Chiche” González de Duhalde. Lo mismo puededecirse de la otra política que aquí abordamos:el Proyecto Lomas. La misma estuvo asociado alentonces intendente de Lomas de Zamora BrunoTavano quien la convirtió en su proyecto políti-co durante toda la década del ’90, el tiempo quele tocó ejercer dicho cargo. Respectivamente, susseguidores y opositores acabaron entretejiendo eidentificando a una y otra figura política con suspolíticas públicas. De manera que, ese programade descentralización de la gestión municipal queclasificó el conjunto de los barrios de Lomas deZamora en 53 Consejos de Organización de la Co-munidad, se constituyó, a través de detractores yseguidores de Tavano, en su proyecto político. Lomismo sucedió, con el Plan Vida y Chiche Duhal-de. El modo en que este fue atacado por la opo-sición y la prensa en los períodos electorales, laforma que adquirió la institucionalización del Plany el tipo de propaganda política realizada por losDuhalde mediante una rica inversión en ritualiza-ción y simbología es clara evidencia de cómo cier-tas políticas públicas se encarnan en la persona delpolítico y adquieren un perfil específico y particu-larizado.

Justamente, el hecho de que ciertas políticasencarnen o personifiquen a autoridades, de mo-do que atacándolas se pretenda o consiga erosio-nar su figura –su honor y reputación– es resulta-do de ciertas propiedades que las vuelven consti-tutivas del proceso de cualificación social y mo-ral de la profesionalización política. Con esto nosreferimos, a la constitución del capital personalque hace a la figura del político, el cual depen-de de para quiénes se hace política, qué se hacecon ellos, tanto como qué hacen los que se de-finen como “objeto” de esas políticas y cómo sereconocen. Así, la introducción de nuevos valoresy renovación de las cualidades necesarias para suejercicio cobró un alto contenido moral6. Sin duda,esta moralización de la política, presente en los ca-sos analizados implica procesos de distinción entrepolíticos tanto como de división del trabajo conaquellos a los que se les reservan tareas profanasmás o menos alejadas del oficio político (Bourdieu,2001).

Veremos cómo el Plan Vida y el Proyecto Lo-mas consiguieron condensar estas propiedades através de procesos semejantes. Trataremos en pri-mer término la emergencia de categorías nativascomo aquella propiedad que establece el sentidoparticular y concreto de la representación políti-ca en estos contextos no estrictamente electora-les.

El Proyecto Lomas y la descentralización co-mo dispositivos de especialización de los po-líticos

El Proyecto Lomas significó al mismo tiempo untrabajo de redefinición de los límites entre políti-cos y no políticos, y de separación. Este últimopunto, no lo trataremos en profundidad aquí puesya fue analizado por Frederic en una publicaciónprevia (Frederic, 2004). Pero sí, nos dedicaremos aestablecer cómo esa redefinición de los límites diorenovada existencia a la noción de vecino como ca-tegoría política nativa.

Como parte de su campaña política para ocu-par el cargo de Intendente de Lomas de Zamora,Bruno Tavano dio existencia al Proyecto Lomasen 1991, cuando Duhalde ganaba la Gobernaciónde la Provincia de Buenos Aires y renunciaba a lavicepresidencia de la Nación. En ese entonces, laidea de la gestión descentralizada de gobierno eraparte del torbellino de ideas y creencias que sig-nificó el neoliberalismo, como (re)posicionamientodel Estado. Sin embargo, el modo en que los po-líticos municipales se apropiaron de tales ideas ycreencias fue un trabajo de traducción y resignifi-cación de acuerdo a las posibilidades y condicionesparticulares del ámbito que les tocaba gobernar.

Entendemos que en la manera en que se hicieroninteligibles esas posibilidades y condiciones se alojauna parte sustantiva del efecto de redefinición delímites entre políticos y no políticos, que tuvo elProyecto Lomas durante los 8 años de implemen-tación. El Proyecto Lomas consistía para Tavano yel equipo que lo llevaba adelante, su “filosofía po-lítica”, aquella que había ideado por haberse dedi-cado gran parte de su vida a la militancia política,es decir por un capital personal de notoriedad. Encambio, su equipo estaba integrado por personasque se presentaban a sí mismas no tanto por sutrayectoria como militantes como por su profesiónya sea de periodista, psicólogo social, psicopedago-go, sociólogo, o comunicador social. Los unía unafirme adhesión al Proyecto Lomas y a su filosofíapolítica, que sorprendentemente ni sus detractoresse atrevían a cuestionar abiertamente.

Como señalamos, el Proyecto Lomas consistíaen un programa de descentralización de la gestión,que agrupaba a los vecinos en organizaciones li-bres del pueblo (Sociedades de Fomento, JuntasVecinales, Clubes de Jubilados, Centros Cultura-les y Deportivos, entre otros tipos de institucio-nes) de un mismo territorio o barrio, en Consejosde Organización de la Comunidad. La extensión ydisposición del territorio del Consejo quedaba de-terminado con la fundación del mismo, luego de untrabajo “participativo” de los vecinos y sus orga-nizaciones con los funcionarios de la Secretaría dePromoción de la Comunidad, donde se acordabasu unidad barrial. Vecinos, representantes de esas

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organizaciones, conformaban el Consejo y designa-ban a su presidente ante el Municipio. En tanto, unagente municipal preferentemente joven y de profe-sión Trabajador Social, actuaba como coordinador.Su tarea era orientar a las organizaciones o insti-tuciones del Consejo de manera que siguieran laracionalidad del Proyecto Lomas, incentivando laparticipación y la conformación de una comunidadde vecinos sin intereses ni pretensiones políticas.Por ello no se nombraban como coordinadores aquienes fueran vecinos del Consejo.

El Proyecto Lomas, era para el Intendente Ta-vano y los directivos de la Secretaría de Promo-ción de la Comunidad, al mismo tiempo el proyectopolítico de gobierno y un programa de descentra-lización de la gestión. En este último sentido, la(re)nominación estatal de los agentes y sus rela-ciones socio políticas, postulaba un nuevo circuitoen la tramitación de los asuntos locales. Así, bus-caban redefinir el circuito de la demanda de ma-nera que los pedidos de los barrios los hiciera elvecino a los representantes vecinales que integra-ba su correspondiente Consejo. En las reunionesde consejo que se hacían entre una y dos vecespor semana, los presidentes junto con el resto delos representantes tenían que establecer priorida-des entre todas esas demandas y hacerlas llegar ala Secretaría de Promoción de la Comunidad. Elnuevo circuito significaba un importante trabajode elaboración del reclamo individual hacia unocolectivo regulado por el coordinador municipal.El reclamo o pedido se transfería desde la Secre-taría de Promoción de la Comunidad hacía las de-pendencias municipales o provinciales encargadasde dar respuesta al tema en cuestión. Esto signi-ficaba al mismo tiempo sortear el clásico circuitode las demandas que tenían a los 24 concejales lo-menses como enlace con el poder ejecutivo local,tanto como desafiar el sistema de representaciónque depositaba en los concejales la representaciónterritorial de la mayoría y las minorías.

Como se ve, el recurso a la jerga más tecnocrá-tica que trajo el reposicionamiento neoliberal delEstado en la Argentina, apreciable en categoríastales como “gestión”, “descentralización” y “orga-nizaciones de la sociedad civil”, estuvo anclada enlos problemas, tal y como eran, localmente aprecia-dos. Pero, por ello, las categorías de esa jerga fueroacompañadas de una reclasificación de los agentesy de sus relaciones con el Estado propia de la refe-rencia particular que adquirieron.

Ciertos problemas reconocidos públicamente porTavano y los miembros de su equipo justificabanla implementación del Proyecto Lomas. Esta nue-va forma de hacer política permitiría resolver losmás graves problemas cambiando ciertas tenden-cias locales de “la política”. Una de ellos era lavoracidad de la competencia política que Tavanoencontraba en Lomas, lo que denominaba el “sín-drome Duhalde”. Esta resultaba de la asombrosa

carrera política que había realizado Duhalde hastaentonces. Según declaraba Tavano en el diario lo-cal La Unión, gran parte de la dirigencia políticaperonista de Lomas aspiraba a transitar el mismocamino, o a ser prontamente reconocidos por Du-halde para saltar a otras esferas, menoscabandoseveramente la importancia del gobierno local.

El otro problema era la “crisis de credibilidad”.Para Tavano y su equipo el descreimiento de queeran objeto los políticos era el resultado de for-mas de hacer política catalogadas como mercanti-les. Quienes de hecho practicaban esta modalidadinmoral de la política eran denominados por aque-llos “gerentes de la política”, los que pensaban lapolítica como el logro de bienes materiales antesque como un medio para el fortalecimiento del es-píritu, como afirmaba el Secretario de Promociónde la Comunidad en sus discursos ante los veci-nos. En conversaciones más intimas también con-sideraban perjudicial la política asistencialista, laque en nombre de la “ayuda social” no acababapor entender el sentido más profundo de la polí-tica, “la importancia que tiene el bien común enel sentido del fortalecimiento espiritual de todos”(en palabras del Secretario de Promoción de la Co-munidad). Aquellas formas de hacer política eraninmorales porque enfatizaban los intercambios debienes materiales haciendo abstracción de los as-pectos morales. Mientras la política mercantil eraesa forma inmoral de hacer política practicada porlos concejales, la política asistencialista era la querealizaba la Subsecretaría de Acción Social a car-go, de la por entonces esposa de Tavano. Clara yabiertamente, el Proyecto Lomas se oponía a la pri-mera, mientras intentaban subsumir a la segundaen el circuito y los agentes del Proyecto. Así, enlos meses previos a las elecciones parlamentariasde 1997 Tavano realizó una serie de reuniones detrabajo en las sedes de cada Consejo de Organiza-ción de la Comunidad con los vecinos y las traba-jadoras vecinales, como se denominaron formal einicialmente las manzaneras del Plan Vida.

Valorización de la jefatura local y moralizaciónde la política constituían la nueva forma de hacerpolítica encarnada en el Proyecto Lomas. El modopor el cual el Proyecto conseguiría dicho resultadodependía de un conjunto de dispositivos a través delos cuales aquel tendría que ser primero entendidoy luego aprendido. Era preciso cambiar la menta-lidad de las personas para que observaran los pro-cedimientos creados por él para renovar la formade hacer política. Para esto un conjunto de dispo-sitivos para la capacitación acompañaron la imple-mentación del Proyecto, bajo la forma primero dejornadas y talleres, y posteriormente con la crea-ción de una Escuela de Promotores Comunitariosen tres de los 52 Consejos. Para hacer una políticamoral era necesario un conocimiento especializadoy experto contenido en el propio Proyecto. La su-premacía moral del Proyecto se sustentaba en cier-

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tos saberes y cualidades de quienes eran profesio-nales de las ciencias sociales, y sabrían cómo trans-mitir y transformar la mentalidad. Calro que estosprofesionales se politizaban al tiempo que desta-caban sus aptitudes no políticas, sino científicas,constituyendo así el rumbo de la profesión política.

Esta supremacía se reflejó de forma clara en lamodificación del diseño del espacio en las oficinasdel municipio. Así, el acceso a la oficina en la quefuncionaba la Secretaría de Promoción de la Co-munidad especialmente creada para dar existenciaal Proyecto Lomas, de donde había sido desplaza-da la Secretaría de Acción Social, daba cuenta delos factores que promovían la especialización y di-ferenciación de las autoridades. La antesala dondeestaba la recepción tenía las paredes cubiertas depaneles en un sentido cronológico para desarrollarla evolución del pensamiento racional y científicocon relación al escenario histórico durante los últi-mos dos siglos. Adentro, en la oficina personal delSubsecretario de Promoción de la Comunidad ha-bía una biblioteca de unos 300 volúmenes escritospor autores como: Max Weber, Anthony Giddens,Adam Smith, Karl Marx, Jürgen Habermas, entreotros. Habermas era el principal autor de referen-cia en los textos escritos por los promotores de es-te Proyecto. Su argumento sobre las contradiccio-nes entre los subsistemas de sociedad especialmen-te el político y el de la sociedad era utilizado parapromover la construcción de relaciones más “sa-tisfactorias” entre gobernantes y gobernados, re-presentantes y representados, que perduraran másallá del período electoral. Asimismo, los miembrosdel equipo del Proyecto Lomas no sólo difundie-ron el Proyecto en la Argentina, sino que tuvieronoportunidad de presentarlo personalmente en Cu-ba, Canadá, República Dominicana, Puerto Ricoy Estados Unidos.

Los elementos señalados confluyeron en produ-cir una redefinición de las formas de hacer políticaque habilitaron la distinción entre políticos, paraasí regular la competencia. Es decir que esta pre-tensión de los adalides del Proyecto Lomas de di-ferenciarse, explicando cómo debe hacerse políticae instrumentando los mecanismos para ello, daríauna dirección particular a la profesionalización dela política. Pero, también, acabaría por introducirun nuevo trazado de esas fronteras más bien borro-sas entre políticos y no políticos existente hasta en-tonces7, replanteando el sentido local de la repre-sentación política, esto es de quiénes podían aspi-rar a entrar y crecer en la carrera política.

Los vecinos y su integración a la comunidadde los representados

Los vecinos eran esos miles de hombres y mujeresque trabajaban por su barrio, decía Bruno Tavano.

La vecindad era una categoría que eludía cualquiertipo de distinción social, porque el “trabajo por elbarrio” definía a un vecino más que su condiciónsocial y su lugar de residencia. Agrupados en lasorganizaciones vecinales orientados al progreso delbarrio en un amplio sentido, se constituyeron enlos sujetos de las políticas en Lomas de Zamora.Mientras las autoridades creaban Consejos de Or-ganización de la Comunidad por todo el territoriomunicipal, lentamente desaparecían las UnidadesBásicas del Partido de Lomas de Zamora. Pues,como señalamos se trataba de una forma de hacerpolítica cuya virtud era la capacidad de moralizarel campo político, la apertura de las Unidades Bá-sicas para las elecciones era para las autoridadesdel Proyecto la muestra más cabal de la desmora-lización de la política.

En teoría el proceso participativo que elabora-ba y ponía en circulación la demanda al interiordel Consejo, estaba sujeto al hecho de que los veci-nos debían ocultar todo interés político. Para ello,debían actuar como militantes sociales, lo cual sig-nificaba fundamentalmente no comportarse comolos militantes políticos. A estos se les atribuían de-fectos y mañas destinadas a buscar el propio cre-cimiento políticoy el del referente político dentrode la competencia político partidaria. Levantar unnombre o trabajar para un dirigente eran accionesque quedaban prohibidas para los vecinos. Los queno renunciaron a ellas, las desplazaron a la tras-tienda, para no “mezclar el Consejo con la políti-ca”. En el consejo tenían que demostrar desinteréspolítico, es decir desinterés en la competencia po-lítica, en su notoriedad, etc.

Tavano decía que una de las misiones primor-diales del Proyecto Lomas era rescatar esos milesde hombres y mujeres que constituían la militanciasocial. El consideraba que “si todos los militantesperonistas se metieran a trabajar en la Sociedad deFomento de su barrio, harían estragos”. El procesode emergencia del vecino era concomitante con lamutación de los militantes políticos peronistas enmilitantes sociales. La misma ordenanza municiaplque regulaba el reconocimiento institucional de lasorganizaciones vecinales establecía que: “quedabaprohibido hacer política”, como recordaba un diri-gente peronista de la vieja guardia.

Para que alguien fuera reconocido como vecino yeventualmente como militante social por las autori-dades municipales del Proyecto Lomas, debía par-ticipar de las circunstancias que proponía el Pro-yecto y demostrar que lo comprendía adecuándosea él. Así, además de residir en el COC como sedecía de quienes vivían en el barrio donde funcio-naba el Consejo de Organización de la Comunidad(COC), tenía que someterse a las reuniones y di-versas rutinas que exigía su COC. Pero el vecino,no estaba sólo, todo lo contrario, tenía que poderintegrarse a la comunidad, porque el Consejo te-nía el propósito de organizar a personas dispersas,

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sueltas y disgregadas en una nueva comunidad.El coordinador de cada COC que asistía a las

reuniones semanales o quincenales programadasvelaba porque el presidente y su comisión directi-va –normalmente sentados tras un escritorio– y lasdemás organizaciones vecinales, tuvieran una re-lación abierta y horizontal. Lo primero significabano retacear información y lo segundo hacer circu-lar la palabra. Luego los coordinadores llevaban ala Dirección de Promoción de la Comunidad el in-forme del estado de organización de cada Consejo.Desde el punto de vista de las autoridades del Pro-yecto, la comunidad de vecinos podría constituir-se siempre que pudieran captar a las generacionesmás jóvenes quienes no estaban contaminados conla vieja forma de hacer política, pues transformara los militantes políticos era muy difícil.

Además de las reuniones también la capacitacióna través de jornadas y talleres eran las situacionesen las que las autoridades del Proyecto buscabanla conversión moral de los vecinos en una comuni-dad. También eran aquellas en las que los vecinospodían demostrar su conversión en militantes so-ciales en representantes de su comunidad, negandofundamentalmente todo interés político, toda bús-queda de un lugar en la carrera política. De maneraque convertirse en representantes políticos la prin-cipal habilidad durante gran parte de los años ’90fue esconder su interés en el crecimiento político.Si bien no lo desarrollaremos aquí, vale la penaaclarar que la representación vecinal o social comomoralización no política de la política, terminó pordificultar o evitar finalmente del crecimiento políti-co de los antiguos militantes políticos y concejalesque no sin resistencia intentarían o bien retomarla competencia política o bien jugar discretamen-te por afuera del Partido Justicialista. Favorecióen cambio a los dirigentes que fundaron su trabajo–político– en lo vecinal y en su saber técnico8.

El Plan Vida: recualificación de políticos yla categoría mujer como categoría política

La “acción social” y las mujeres como principalesejecutoras de las mismas se convirtieron en uno delos principales pilares de la política duhaldista enlos ’90. El organismo que administró la acción so-cial en ese período fue el Consejo Provincial de laFamilia y Desarrollo Humano (CPFDH) presidi-do durante el gobierno de Duhalde por su esposa“Chiche” Duhalde. En este contexto el Plan Vida,era considerado por muchos funcionarios como lacolumna vertebral del organismo debido a su orga-nización, al alcance en cuanto a beneficiarios y alpresupuesto asignado.

El CPFDH surgió de la transformación del Con-sejo Provincial de la Mujer (CPM) y la fusión departes de otros organismos. En 1994 el CPM se

trasladó de la casa de gobierno donde funciona-ba a un edificio de diez pisos que sería la sede delCPFDH. En un discurso pronunciado el 8 de marzode 1994, Día Internacional de la Mujer, el gober-nador dijo: “las mujeres? tienen una predisposiciónespecial para todo lo vinculado con el bienestar dela gente y la asistencia social, y de esto tenemosejemplos permanentes”. Este ritual oficial funcionócomo un acto de institución donde las palabras delgobernador, un agente estatal autorizado, iniciaronun proceso de construcción de la noción de mujercomo categoría legítima para actuar en nombre delestado provincial (Bourdieu, 1993:115). Junto conla definición de un determinado perfil femenino,desde la creación del CPFDH se explicitó tambiénla necesidad de instaurar una forma diferente dehacer política social inspirada en los lineamientosdel Desarrollo Social y la Gerencia Social Eficiente.

Comenzó de esta manera un proceso de recon-figuración e institucionalización de cuáles serían apartir de ese momento los argumentos y valoresque definirían a los agentes que adhirieran al nuevoproyecto y la “nueva” política duhaldista. Al igualque para el caso del Proyecto Lomas, consideramosque la introducción de los argumentos técnicos ycientíficos surgidos de las propuestas neoliberalessolo se hicieron inteligibles, en el contexto de es-te nuevo organismo, a partir de las posibilidades ycondiciones del ámbito en el que fueron inscriptasy de las trayectorias de sus administradores.

En el caso del CPFDH el proceso a través delcual se pretendió establecer una diferencia conotras formas de hacer política se construyó a partirde dos oposiciones. Por un lado se intentó redefiniruna vieja forma de hacer política asociada particu-larmente a un cierto tipo de vinculación entre lospolíticos y “la gente”, definida de manera acusato-ria como clientelismo, con la propuesta de construirun nuevo tipo de relación entre Estado y sociedadcivil. Entre los argumentos utilizados para funda-mentar esta forma diferente de hacer política fue-ron citados los organismos internacionales que fi-nanciaron la capacitación de funcionarios, la mayorparte de ellos profesionales de las ciencias sociales,responsables técnicos de los programas implemen-tados por el organismo. Los nuevos especialistasde lo social, acreditados por títulos universitarios,construyeron a partir de estos saberes especializa-dos la autoridad suficiente y necesaria para respal-dar sus acciones y oponerlas a prácticas políticasconsideradas inmorales. Una de las directoras delPlan Vida consideraba que a fines de ’99 iban a te-ner “un programa transparente y una ruptura conuna vieja forma de hacer política”.

Por otro lado, y es el aspecto que más nos in-teresa resaltar en esta discusión y específicamentecon respecto al Plan Vida, las mujeres que ocupa-ron los cargos directivos del CPFDH (consideradoscargos políticos por los vínculos de amistad y pa-rentesco que las unía al gobernador y su esposa)

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construyeron sus espacios a partir de un modo deacción y una retórica que se oponían no sólo alclientelismo político, sino también a las mujeresque las precedieron en el Consejo Provincial de laMujer a quienes consideraban, también de maneraacusatoria, “muy feministas”.

Así, una de las primeras cosas que estas muje-res aclaraban en la presentación que hacían de símismas era que ellas no eran feministas, que tam-bién tomaban en cuenta a la mujer, pero haciendola salvedad de que se tomaba a “la mujer junto alhombre”9, que su interés había sido desde siempre“lo social” y que estaban allí para acompañar a laseñora de Duhalde como lo habían hecho en otrasoportunidades trabajando ad honoren en fundacio-nes. Se definían así como mujeres interesadas porel bienestar de la gente y sin intereses persona-les, ya que acreditaban en sus trayectorias trabajofilantrópico. Esto las oponía a las feministas, sos-pechadas de egoístas, de “odiar a los hombres” yen algunos casos de poseer una moral sexual du-dosa. A falta de un saber técnico, científico o demilitancia política estas mujeres se acreditaban apartir del relato de trayectorias que denotaban yconstruían una noción de mujer solidaria y desin-teresada.

La esposa del gobernador, presidenta honorariadel CPFDH y representante política en los actosque inauguraban la implementación del Plan Vidaen diversos distritos de la provincia, se presentabaa sí misma y era reconocida por muchos a partirde una trayectoria familiar ejemplar. Su esposo ladefinía en un reportaje del diario Clarín como unapersona de afecto y convicciones sociales fuertes, aquién la política nunca la motivó para actuar y sí losocial y la gente y además por haberle dado lo queél más quería: sus cuatro hijos. Así, la esposa deDuhalde y las Consejeras Ejecutivas que la acom-pañaban eran dotadas de cualidades asociadas avalores femeninos legítimos por medio de actos es-tatales de institución como los rituales de inaugu-ración, la palabra del gobernador y también por laletra de la ley10. La redefinición de las tareas deltrabajo político, que se produce durante el gobier-no de Duhalde, las habilitaba como nuevos agentesautorizados que competían en los diferentes distri-tos de la provincia con “punteros” y “referentes”,los ‘viejos’ representantes de la política local.

La presencia de estas mujeres y especialmente latrayectoria idealizada de Hilda González de Duhal-de que se consideraba ante todo esposa y madre,daban existencia a una nueva noción de mujer, col-mada de virtudes morales como la sensibilidad yel desinterés, que las habilitaba para hacer políticatrabajando en “lo social”. En este contexto lo socialse definía por el trabajo desinteresado, por una su-puesta sensibilidad femenina, pero sobre todo poroposición a una política donde los beneficios per-sonales estarían por encima de los objetivos de losproyectos sociales.

La mayor parte de las mujeres que estaban alfrente del organismo provenían del ámbito educati-vo, maestras, directoras de escuelas y/o profesoras,también catequistas y conocidas del barrio o de lafamilia Duhalde. Su “desinterés por la política” lespermitió alcanzar un lugar privilegiado en la es-tructura burocrática del gobierno de la provinciacon un reconocimiento oficial de tareas que hastaese momento habían sido realizadas en el ámbito delas organizaciones no gubernamentales. Las uníanuna identificación con un rol de género y argumen-tos comunes: estar interesadas y haber trabajadoen “lo social”, un interés desinteresado hacia los de-más que las limpiaba de toda sospecha de espuriosintereses políticos; y además adherir al proyectodel gobernador y su esposa.

¿En qué punto las trayectorias de estas nue-vas figuras públicas que administraban las políti-cas sociales del CPFDH se anudaban con las po-líticas neoliberales financiadas y estimuladas porlas agencias internacionales que fueron el eje delCPFDH? La respuesta está asociada a los proble-mas que justifican la aplicación de estas nuevasmedidas y los obstáculos que los especialistas iden-tificaban para solucionarlos. Según los expertos, elpaís presentaba altos índices de pobreza que de-bían revertirse desde una nueva perspectiva en lacual era necesario identificar grupos de poblaciónespecíficos dentro del universo de los pobres y lo-grar su participación como una forma de inclusión.El sentido que se le atribuye a la palabra “parti-cipación” en este contexto es que a diferencia departidos políticos, grupos económicos o gremios,esta vez se trata de que participen los grupos ex-cluidos, los sin voz.

Lograr que los pobres participen se enfrentabacon dos obstáculos, según la definición de Bernar-do Kliksberg (1995), intelectual que se convirtió enreferente de estas políticas en los 90’. Uno era quela comunidad se puede sentir usada por quienespretenden obtener beneficios personales, eufemis-mo utilizado para referirse a los políticos. El otroestaba relacionado con la destrucción del tejidosocial. Según el autor una institución totalmentecentral como la familia, principal fuerza de socia-lización, protección y célula básica para la parti-cipación estaba siendo destruida. La familia con-siderada eje de la socialización y las mujeres en elcentro de la familia11. En este punto el perfil de lasdirigentes del CPFDH se articulaba con la moder-nidad, eficiencia y transparencia del paradigma dela gerencia social12. Las Consejeras Ejecutivas seconvirtieron en las representantes de “la Señora”en los distritos de la provincia. Y por su parte lasmanzaneras, mujeres propuestas por organizacio-nes de la comunidad y seleccionadas y capacitadaspor el CPFDH para implementar con trabajo adhonorem los planes en sus propios barrios, teníancontacto directo con los funcionarios técnicos res-ponsables del Plan Vida.

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El nuevo tipo de relación que se generó entrefuncionarios y destinatarios de las políticas delCPFDH fue un punto estratégico en las transfor-maciones de la política social de la provincia y enla identidad femenina que presentaban. De mane-ra similar a lo que sucede con el Proyecto Lomasse alteró de esta manera el circuito de demandasde la “sociedad civil” y los pedidos de “la gente”se canalizaron a partir de ese momento a travésde mujeres –las manzaneras– que lo elevan simbó-licamente a otra mujer, la esposa del gobernador.También aquí se desafiaba el sistema de represen-tación política hasta entonces definida por quieneshabían sido electos representando un espacio terri-torial.

Vecinas con título de “manzanera”: un gru-po seleccionado dentro del universo de des-tinatarios

Al igual que se construyó una categoría nativa demujer que subrayaba determinados aspectos mora-les asociados a condiciones supuestamente natura-les para el caso de la esposa del gobernador y lasConsejeras Ejecutivas, un proceso similar se dio enel caso de las manzaneras, las mujeres que fueronseleccionadas entre los destinatarios del Plan Vidapara implementar el mismo. El proceso mediante elcual se redefinieron las cualidades que habilitabana estas mujeres para el ejercicio de la política sedefinió combinando nuevamente saberes técnicoscon argumentos de género centrados en aspectosmorales.

Para establecer una “nueva relación entre Esta-do y Sociedad Civil” este Plan se propuso, segúnlos consejos de los expertos representantes del Ban-co Interamericano de Desarrollo, lograr la “partici-pación” de los “excluidos”. Se identificó a un grupoespecífico en el universo de los pobres, y las mu-jeres fueron consideradas las que mejor calificabanpara esta tarea. Las organizaciones intermedias delos barrios beneficiarios del Plan debían sugerirel nombre de mujeres reconocidas por la comuni-dad. Para garantizar las calificaciones requeridaspara ejecutar el Plan el CPFDH trazó un perfil demujer. Las manzaneras deberían ser mujeres convocación de servicio, reconocidas por sus vecinos,no conflictivas, que no trabajen fuera del hogar,buenas vecinas y en su casa no podían funcionarcomercios ni ser lugares de reuniones de partidospolíticos. Dentro de sus obligaciones estaba la derecibir la “capacitación” para realizar la tarea quebrindaban los profesionales técnicos del CPFDH.Durante la capacitación los representantes se es-forzaban en que las mujeres comprendan que no setrataba de “clientelismo político” y daban ejem-plos concretos de cómo resolver casos en que esta“ayuda” pudiera ser mal interpretada o darle un

“mal uso”.De esta manera los directivos del Plan Vida ob-

tenían ventajas en la aplicación y control del usoque se pretendía hacer del Plan y el sentido quese le quería infundir. Como ellos mismos expresa-ran: con una mujer X de un barrio, una vecina contítulo de manzanera, vos tenés una radiografía detodo lo que pasa en ese barrio. Así, la renominaciónestatal de los agentes que actúan en política resta-bleció los límites entre quienes estaban autorizadosy quienes no para ejercer la política trabajando enlo social. El proceso por el cual las manzanerasfueron dotadas de autoridad para representar alEstado provincial comenzó con el reconocimientoque otros vecinos hicieron de ellas como buenas ve-cinas y continuó con una importante inversión delCPFDH en la producción simbólica dedicada a re-conocer y reivindicar el trabajo de las manzaneras.Así, se organizaron actos y festejos, se entregarondiplomas y regalos y en la gran mayoría se contabacon la presencia de la esposa del gobernador y pre-sidenta honoraria del organismo que implementabael Plan.

Conclusiones

La descripción etnográfica que realizamos revelaprocesos semejantes de alteración de las formas derepresentación política durante los años ’90 en laProvincia de Buenos Aires, introducidas por cam-bios en la definición de la profesión de político encontextos no electorales. En ambos, dirigentes va-rones y mujeres pretenden moralizar las formas dehacer política. Hilda González de Duhalde y JuanBruno Tavano son los representantes políticos queintroducen a comienzos de la década del noventaesas categorías nativas de vecino/a y mujer a tra-vés del diseño e implementación de nuevas políticaspúblicas. Como mostramos estas categorías nati-vas están asociadas desde la perspectiva de esosdirigentes políticos a nuevas formas de “hacer po-lítica”, que significan básicamente modalidades se-mejantes de profesionalización y por ende, de re-presentación.

Coincidentemente, en ambos procesos la mora-lización de la relación de representación políticaestá unida a los valores e intereses que se adjuntana dichas categorías, al momento de referenciarlas acomportamientos y personas. Las manzaneras delPlan Vida son mujeres sin un interés político, por-que “trabajan en lo social”. Del mismo modo, losvecinos carecen de un interés político por “trabajaren lo barrial”. Existe en ambos casos una apelacióna categorías en las que un interés primordial fun-dado en la naturaleza biológica y territorial, se im-pone sobre intereses secundarios y eventuales comoson los políticos.

También, ha sido parte de estos procesos de re-novación social de la política, el recurso a las nue-

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vas técnicas de las políticas sociales, o mismo a lasCiencias Sociales. Primero, permitieron justificary legitimar la renominación estatal de los agen-tes y la redefinición de los circuitos de la deman-da “social” sin acudir a razones políticas. Segun-do, establecieron una especialización no política delas autoridades de distinta jerarquía estatal. Estosignificaba que la representación política dependíade conocimientos y cualidades de un nuevo orden,de los que derivaron nuevas divisiones del trabajopolítico. De estas dependió el reconocimiento recí-proco de dirigentes y seguidores de distinto ordeny rango.

Cabe destacar, que ambos procesos de renova-

ción de la división del trabajo político y de la re-presentación política se constituyeron en oposiciónal clientelismo como una modalidad inmoral de lapolítica. Como hemos mostrado, el Plan Vida y elProyecto Lomas reconfiguraron, no sin conflicto,durante casi una década aspectos claves del vín-culo político que la categoría clientelismo impideapreciar porque, entre otras cosas es parte mismadel sentido común político que hay que explicar.En este sentido es importante observar cómo cier-tos usos de dicha categoría por los medios masivosde comunicación los introduce en la contienda. En-tonces, no explican, no describen, ni reflejan lo quesucede sino que lo integran y lo dotan de contenido.

Notas

Ph.D en Antropología Social, Profesora-Investigadora UNQ - Investigadora del CONICET. Correo Electrónico:[email protected] en Antropología Social por la UFRJ (Brasil), Profesora-Investigadora UNCPBA –. Correo Electronico:[email protected] denominación “duhaldismo” es el caso particular de un recurso generalizado mediante el cual el lider reconocido3de una facción, dentro de un partido político, le da su nombre.Por representación política entendemos la definición normativa del sistema político occidental que designa el conjunto4de dispositivos que confieren a ciertas personas el poder de los grupos sociales que re-presentan. En términosgenerales, los estudios antropológicos que han tomado a lo político o la política como objeto de estudio discutenabierta o implícitamente el sentido que cobra tal fenómeno en procesos concretos, especialmente en occidente. Parauna discusión profunda de este tema ver Marc Abeles 1990.Pierre Bourdieu distingue entre dos tipos de capitales, el personal, unido a la persona, y el delegado que opera con5cierta independencia de esta y que resulta del propio control institucional del mismo que lo asigna y resigna segúnciertas reglas formales (2001:191).Los valores de los que hablamos se refieren a la calificación positiva con que se revistieron determinadas característi-6cas que fueron enfatizadas en las trayectorias personales y profesionales de algunos candidatos/as y funcionarios/asy en sus formas de hacer política. Esa calificación positiva se construyó en un cuidadoso trabajo orientado a des-tacar, reconocer y tratar que otros reconozcan, características y prácticas. Esto se logró mediante la utilización deargumentos académicos, símbolos varios y a través de rituales en mítines políticos y en otros casos en actos deinstitución.Nos referimos aquí al desplazamiento de la categoría política villeros que supuso la emergencia de la categoría vecino7(Frederic 2004, 2005)Jorge Pantaleón (2004) muestra la emergencia y legitimación del saber tecnico en Salta, un sitio geográficamente8alejado de la Provincia de Buenos Aires, pero práctica y conceptualmente muy próximo.Una de las primeras medidas del organismo fue cambiar el logotipo de figuras de mujeres tomadas de la mano del9CPM a otro donde un perfil masculino incluía en un contraste de sombras un perfil femenino.Para mayor detalle de cómo se trasformaron las leyes y decretos reglamentarios que consolidaron al CPFDH ver10Masson, 2004.Este artículo era parte de una publicación informal interna del CPFDH titulada Planes y Objetivos del Consejo.11Las autoridades del organismo incentivaron de forma clara la apropiación de esta propuesta de tratamiento de lo12social. Según un técnico del Plan Vida la presidenta del CPFDH regaló el libro de Bernardo Kliksberg a los directivosdel Consejo.

Bibliografía:

Abélès, Marc 1990. Anthropologie de l’Etat. Paris: Armand Colin.

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Anuario de Estudios en Antropología Social. CAS-IDES, 2006. ISSN 1669-5-186

Los rituales de un banco. Un análisis etnográfico de los va-lores de una política social

Adrián Koberwein1 y Samanta Doudtchitzky2

Resumen

Con el objetivo de indagar en las formas que adopta la producción de valores en el marco de unapolítica social de microcréditos, prestamos especial atención al tipo de relaciones sociales que seponen en juego entre los distintos actores implicados. Partiendo del análisis de instancias específicasde la implementación del Banco Popular de la Buena Fe, indagamos en las condiciones de posibilidadpara que dicha producción sea posible y efectiva. Se trata de valores como la solidaridad, la confianzay la honradez, que son vividos como la esencia del programa por parte de sus protagonistas. A partirde allí, analizamos las formas ritualizadas que adoptan estos valores en el marco de los EncuentrosNacionales que el programa realiza anualmente.Palabras clave: Etnografía, rituales, valores, políticas sociales, microcrédito.

Abstract

Our purpose is to inquire about the different ways adopted by the production of values within theframe of a micro-credits social policy, hence we will focus on the variety of social relationships thattake place among different social actors involved. From the analysis of specific instances carried outby Banco Popular de la Buena Fe (Popular Bank of Good Faith), we’ve investigated the possibilitiesthat make such production possible and effective. In other words, values as solidarity, trust andhonesty are lived by the social actors as the essence of the programme. Consequently, we analyzethe ritualized forms that these values adopt within the annual National Encounters organized bythe programme.Keywords: Ethnography, rituals, values, social policies, microcredit.

Introducción

El Banco Popular de la Buena Fe es una políticasocial que, como muchas otras, pondera los valo-res3 implicadas en ella –la confianza, la autono-mía, la solidaridad4, etc.– tanto como los aspectosestrictamente pragmáticos del programa como elde prestar dinero a los más pobres. En el presenteartículo nos centraremos en la primera dimensión,con el objetivo de indagar en las formas que adoptala producción de estos valores y representaciones,focalizando en cómo los distintos actores de estapolítica social se relacionan en el marco de dichoproceso5.

Luego de presentar someramente el programa,sus protagonistas y cómo se relacionan entre sí eninstancias específicas de la aplicación de esta políti-ca social, describimos cuál es la lógica que obliga aque los valores sean explicitados y puestos a pruebaconstantemente. Entendemos a estos valores comoreferidos a las reglas por las cuales la interacciónsocial debe tener lugar (Pitt Rivers, 1989: 139). Es-tos valores, también llamados por los actores delbanquito como pautas culturales, se expresan en

términos de la “opinión [nosotros podríamos decirtambién ‘valoración’] que se tiene del otro” (PittRivers, op. cit: 139) y los otros tienen de uno.

Por último, analizamos tres eventos que tuvie-ron lugar en el marco de esta política social entanto instancias ritualizadas y como espacios clavede la producción e imposición de las representacio-nes y los valores en juego. Se trata de tres Encuen-tros Nacionales del Banco Popular de la Buena Fe,en los cuales quedan expresadas dramáticamente(en el sentido de que se ponen en escena, se repre-sentan) las relaciones igualitarias –a partir de laconstrucción de la idea de que el banquito es detodos–, como las relaciones jerárquicas. Este últi-mo aspecto que en la vida cotidiana y local de losbanquitos se expresa en forma difusa y abstracta:como aquello que ocurre en la burocracia, en el Mi-nisterio, en las oficinas de Buenos Aires, lejos de larealidad que a cada uno le toca vivir. En este sen-tido, los encuentros se transforman en una rupturacon lo cotidiano que comienza a experimentarse apartir del viaje que los participantes deben reali-zar para concurrir. Se trata también de espaciossociales en donde la experiencia de cada presta-

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tario, de cada promotor, es medida en función deun proyecto colectivo de escala nacional, graciasa la presencia de los funcionarios, al contacto conbanquitos de localidades lejanas y hasta desconoci-das, al intercambio de experiencias comunes y a lapuesta en escena de los valores compartidos por to-dos los actores del Banco Popular de la Buena Fe.Son eventos cuya estructura es similar y se relacio-nan formalmente entre sí. Segregados del tiempoy el espacio cotidianos del banquito, estána su vezsignados por momentos claramente delimitados enlos cuales la dimensión expresivo-comunicativa dela acción social tiene mayor valor, tanto para el an-tropólogo como para los protagonistas del evento,que la dimensión puramente técnica o instrumental(cf. Turner, 1980; cf. Leach, 1976). Esta dimensiónexpresivo-comunicativa se realiza, a su vez, a tra-vés de diferentes medios, adoptando formas repe-titivas, estereotipadas, condensadas y redundantes(cf. Tambiah, 1979).

El Banco y sus protagonistas

El Banco Popular de la Buena Fe nació en octubrede 2002 y depende del Ministerio de Desarrollo So-cial de la Nación. En aquél entonces comenzó contres organizaciones provinciales, a cada una de lascuales les fue derivado un fondo semilla6 de diez milpesos. A partir de entonces, el banquito comenzóacrecer, a tal punto que hoy lleva aproximadamentecuatro mil créditos otorgados, por un monto quesupera los tres millones de pesos. Hoy el banquitotiene presencia en catorce provincias. Esta políti-ca social tiene como objetivo, según consta en sumanual operativo, “promover el trabajo y la pro-ducción para el autoconsumo, venta y reventa deproductos y servicios” a partir de la entrega de mi-crocréditos. Sin embargo, no se trata de cualquierbanco. Es el banquito, como les gusta decir a susprestatarios y a sus promotores; es nuestro, de lagente, afirman todos. Tiene mística y espíritu. Esun banco que vive y que posibilita a los más po-bres acceder al crédito, entregando sumas que nosuperan los quinientos pesos7, a devolver en seismeses en cuotas semanales, y con un interés del24% anual8.

Los distintos bancos, coordinados por Organiza-ciones No Gubernamentales a las cuales el Ministe-rio, a través de una organización provincial (tam-bién ONG), deriva los fondos, operan a nivel de laslocalidades. Dichas organizaciones locales son lasresponsables de construir y sostener a los bancos,que tienen un rango de acción en un territorio de-finido. Sus prestatarios no pueden residir más alláde límites fijados según el criterio de cada organi-zación local9. Cada banquito local tiene su centro,el punto neurálgico de todas las actividades. Allíse realizan los pagos de las cuotas, que junto conuna diversidad de eventos sociales10, constituyen

la vida de ese centro. Se procura que las reunio-nes de centro, que se realizan semanalmente, seansiempre en el mismo lugar –una parroquia, una bi-blioteca popular, la sede de la ONG que oficia debanco, etc.– y siempre el mismo día y a la mismahora. Para participar de ellas hay que pertenecer albanquito ya sea como prestatario, como promotoro como referente provincial.

Son prestatarios del banquito, entonces, todasaquellas personas que tienen su crédito aprobadoy que participaron de las jornadas de capacitación.Para los casos analizados por nosotros, se tratabaen su mayoría de prestatarias mujeres. Los pro-motores son quienes acompañan a los prestatariosdurante todo el proceso de otorgamiento y devo-lución de los créditos: capacitan en la metodologíadel programa, orientan en la formulación de losproyectos, los aprueban o los rechazan11, cobranlos reembolsos, etc. A su vez, son los responsablesde transmitir y promover entre los prestatarios laspautas culturales y los valores del programa. Elequipo promotor debe conformarse con gente queya venga realizando trabajos comunitarios en losbarrios. Todo esto se realiza bajo la coordinacióny supervisión del referente provincial, una figuraque oficia de puente y articulación entre el banqui-to local y el Ministerio de Desarrollo Social de laNación, quien a su vez se encarga de constituir a losequipos promotores de las distintas ONGs localesque se constituyen en banquitos.

Qué hacer y cómo ser para pedir un micro-crédito: los valores del Banco Popular de laBuena Fe

Contando con las máquinas que consiguió a présta-mo de un familiar cuya panadería cerró y teniendoun espacio ideal en su casa, María12 decidió en-carar un emprendimiento de panadería. Tenía adisposición una camioneta que pedía a gritos salirnuevamente a rodar, pues su dueño se había que-dado sin el trabajo de repartidor. A María se leocurrió entonces responder a la convocatoria he-cha por una ONG que ofrecía dinero sin garantías.Su idea era comprar la materia prima para comen-zar a producir galletas malteadas y pre-pizzas. Conla camioneta y su marido de chofer, pensaba re-partirlas entre los contactos que él había generadotrabajando para una importante empresa alimen-ticia. Con los quinientos pesos del crédito arreglóun espacio en el galpón de su casa, se trajo las má-quinas, un horno, una sobadora, una mezcladoray una mesa de trabajo, y puso el emprendimien-to en marcha. Sin embargo, según ella, no fue eldinero lo que más la ayudó a encarar su empresa:al principio yo tenía vergüenza de salir a vender,pero después me animé. El banquito me ayudó aperder la vergüenza. No sé por qué tenía vergüen-

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za, creo que porque yo siempre me sentía inferiora los demás, y ahora cambié. El banquito me hizocambiar.

Durante nuestra charla con María en su casa,estaba también Juana, que es otra de las primerasmujeres que recibieron un crédito del banquito. Adiferencia de María, ella no contaba con una infra-estructura previa para su emprendimiento. Lleva-ba ya tres créditos en su haber, que había devueltoprolijamente, renovando, junto con los préstamos,también los proyectos. Primero tuve reventa de ro-pa, ese fue cortito.Me fui a Buenos Aires, compréropa y la revendía acá. María, su compañera delgrupo solidario, nos comentó por qué fue cortitoese proyecto. Juana vendió todo y vendió muy rá-pido. Vendiste muy barato, por eso te sacaron lasremeras de las manos, y no ganaste nada, afirmaluego dirigiéndose a ella. Después del proyecto dereventa de ropa, Juana pidió un recrédito para de-dicarse a las artesanías. También vendió bastante,pero no ganó mucho. En su emprendimiento ac-tual, a partir de su tercer crédito, Juana se em-barcó en la cría de conejos, algo que está llevandoadelante no sin dificultades pues se le están mu-riendo muchos animales.

Como la gran mayoría de los microcréditos en-tregados por bancos de este de este tipo13, el Ban-co Popular de la Buena Fe otorga el dinero bajo lagarantía de la palabra empeñada. Para acceder alcrédito se debe, en primer lugar, formar un grupode cinco miembros. Cada uno de ellos, luego de dosmeses de jornadas de capacitación, recibe el prés-tamo en forma escalonada. El grupo elige quiénrecibe primero, y el resto va recibiendo a medidaque sus compañeros demuestren que son buenospagadores. De esta forma, el grupo funciona comogarantía del crédito otorgado. Es decir, si uno nopaga, perjudica a los demás ya que el resto deberíahacerse cargo de la deuda. Es por ello que la mu-tua confianza se transforma en un valor deseable ypuesto constantemente a prueba, sentando así lasbases de la garantía. Ésta debe ser construida apartir de un trabajo y de un tiempo claramentedefinidos y organizados a través de sucesivas reu-nionesen donde los promotores del banco capacitana los futuros prestatarios y les transmiten las pau-tas culturales y valores del banquito. Además deformar un grupo y de participar de las jornadasde capacitación, se debe presentar un proyecto, yasea productivo, de servicios o de reventa. El em-prendimiento debe ser individual, y las jornadas decapacitación incluyen el trabajo sobre la formula-ción de los proyectos en forma escrita. Para ello,los promotores entregan a cada miembro del gru-po solidario una carpeta que consta de cinco hojasen donde deben volcar, en distintas planillas, lainformación requerida por el banco para armar ypresentar su proyecto. Cada dato solicitado por elbanco implica la respuesta a una pregunta especí-fica. Por ejemplo: “¿cuántos clientes pienso tener?,

¿cuáles son mis competidores más próximos?, ¿porqué me comprarían a mi y no a la competencia?”.

El armado de los proyectos es un procesocolecti-vo, pues cada uno de los miembros del grupo apor-ta, opina, corrige y comenta las respuestas de losdemás. Además de estrategias de marketing, se lespide a los miembros del grupo que desarrollen unaestructura de costos. A tal efecto, se requiere quedescriban pormenorizadamente todos sus ingresosy egresos familiares bajo ítems previamente defi-nidos: cuánto gastan en educación de sus hijos, enrecreación, gas, teléfono, remedios, luz, cigarrillos,golosinas, etc. Todo esto en lo que refiere a la eco-nomía familiar y a las expectativas de cada unocon su emprendimiento. Una vez completada estaparte, también en forma colectiva e intercambian-do experiencias bajo la coordinación del promotor,se pasa a trabajar la economía del emprendimien-to. Este proceso se realiza paso a paso a lo largo delas reuniones de capacitación que concluyen con laaprobación o el eventual rechazo de los proyectos.

Hemos notado que el proceso de aprobación delos proyectos implica la puesta en juego de repre-sentaciones y valores como la confianza, la hones-tidad, el compromiso, la solidaridad y la acción co-munitaria que, lejos de presentar un carácter uní-voco, son objeto de negociación y disputa entreactores posicionados socialmente de forma diferen-cial. Estos valores, entendidos como inherentes alas personas, son ponderados por el banco al mo-mento de tomar la decisión de aceptar como presta-tario a quien lo solicite. Si bien en última instanciason los promotores y/o los referentes provincialeslos que “deciden” si se aprueba o no el crédito adeterminada persona, se ponen en juego mecanis-mos que hacen que el grupo solidario forme parteactiva del proceso de selección. Los promotores es-tán constantemente empujando a las personas ahablar de sí mismas, a exponerse ante los otros ya juzgar a los demás. Por ejemplo, durante unareunión para la entrega de recréditos, el promotorrealizó una actividad con las prestatarias para quecada una explicite nuevamente si estaba segura deformar parte del grupo solidario conformado. Estaactividad se transformó en una de las tantas ins-tancias en donde se reafirmaron y se explicitaronlas relaciones personales y las formas adecuadasde comportamiento para formar parte del banqui-to. En esa instancia, el promotor entregó una hojaen blanco a cada una de las solicitantes del créditoy les pidió que anotaran su nombre en el margensuperior. Ahora escriban: cosas positivas sobre mi.El grupo comienza a preguntar de qué se trataba elejercicio. No pregunten, escriban lo que les dicto ydespués den vuelta la hoja y escriban: cosas negati-vas sobre mi o que podrían perjudicar mi proyecto.Luego el promotor recogió las hojas y ocultándolasdebajo de la mesa, las mezcló para luego repartirlasentre el grupo afirmando: escriban lo que tenganque decir. Hay que decir las cosas ahora, si no no

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se dicen más. Sean honestas, escriban realmente loque les parece. Por ejemplo: tal se levanta muy tar-de y eso puede perjudicarla, o pidió mucha platapara su proyecto14

De acuerdo con esta lógica de la conformaciónde los grupos solidarios, las reuniones de capaci-tación tienen también por finalidad que los com-pañeros del grupo se conozcan entre sí y con elequipo promotor, para generar el vínculo solida-rio. En función de ello, la premisa es que cada unode los miembros del grupo, pero sobre todo los pro-motores, conozcan la realidad de los demás: cómoviven, qué piensan, cómo fueron sobrellevando lasdificultades de la vida, si son personas solidarias, sise puede confiar en ellas, o cómo responderían antelas eventuales dificultades en su emprendimiento.

Este proceso de (re)conocimiento personal esponderado en función de la construcción de la ga-rantía de la palabra y del vínculo solidario, aspec-tos íntimamente asociados a los valores del pro-grama. Tengamos en cuenta, sin embargo, que eltrabajo sobre los valores y el trabajo sobre los as-pectos técnico-económicos de los proyectos van de-sarrollándose en paralelo y en forma articulada.Tratarlas como instancias o niveles separados esútil analíticamente, siempre y cuando tengamospresente que un próximo paso será ponerlas en re-lación para dar cuenta de cómo se constituyen mu-tuamente a tal punto que su distinción se vuelvedifusa.

Otra de las formas en que se crea el contexto ylas condiciones de posibilidad para la transmisiónde los valores del banco, es una particular forma deintercambiar experiencias que comienza en la pri-mera reunión de capacitación. Se trata de la líneade la vida, un ejercicio durante el cual todos lospresentes, incluso los promotores, se toman unosminutos para escribir en una hoja los siete hechosmás importantes de su vida15.Una vez plasmadosen papel, estos siete momentos vitales son compar-tidos con los demás. Así comienza un proceso deconocimiento personal entre el grupo que, una vezconsolidado, sentará las bases para la garantía dela palabra o garantía solidaria. Un tema recurren-te en estas charlas son las dificultades económicasque se han vivido durante los últimos años y seviven en el presente. Era común que durante lasreuniones algún miembro del grupo comentara querecibía un plan social del Estado. Respondiendo alespíritu del banquito y a sus pautas culturales, unpromotor intervino precisamente en ese momen-to afirmando que esos planes eran asistencialistas.Acá nadie les pide nada, decía. Por eso damos cré-dito, hay que devolver, y aunque el interés sea unpoquito alto, eso es para que el que viene atrás deustedes pueda también recibir un crédito. En esecontexto el asistencialismo se vincula a una prácti-ca inmoral –la inmoralidad residiría en los políticosque entregan los planes, no en el beneficiario quelo recibe– contra la cual el banquito, por su misma

esencia,estaría luchando. Este es el ejemplo más dela forma en que los valores del banquito son trans-mitidos durante estas jornadas de capacitación.

Otra de las formas de expresión de los valoresse produce cuando éstos se quiebran, cuando unapersona no se comporta de acuerdo a ellos. Es allícuando se manifiestan en forma más explícita lasideas en torno a cómo debe ser un buen prestatarioy cómo debe relacionarse con los demás miembrosdel banquito. Durante una de las charlas informa-les que tuvimos con varios promotores, uno de ellosno pudo ocultar su enojo con una prestataria quehabía incumplido su compromiso con sus compa-ñeras del grupo solidario, y en consecuencia conel banquito. Daniel, el promotor, estaba visible-mente enojado con Esther, la prestataria que nopagaba, y ofuscado por el hecho de que se habíanvisto obligados a incautarle la máquina de coserque había comprado con el crédito. La decisión lahabía tomado el equipo promotor luego de variassemanas de discusión. Tal medida fue tomada, se-gún ellos, no porque no pagara las cuotas, sino de-bido al agravante de que la prestataria decía quelaburaba, pero no laburaba; mentía. La honesti-dad y el compromiso son valores centrales. Conprofunda indignación, y motivado por el caso deincumplimiento, Daniel nos comentaba acerca dela gente que desaparece y no paga haciéndose, enconsecuencia, difícil cumplir con la garantía soli-daria. Una de las formas en que se expresa el con-flicto hacia el interior del banquito es justamentecuando las personas desaparecen. No pagar no setransforma en una ofensa a los valores del progra-ma mientras uno esté y no desaparezca. Mientrasel prestatario admita que tiene dificultades y pi-da ayuda, algo que es entendido en términos de lacapacidad de pedirla, el banquito es tolerante. Alrespecto, Daniel clasificaba a los prestatarios de lasiguiente manera:

Tenés dos tipos o tres: uno, los que les va maly no pagan. Dos, los que desaparecen en el me-dio, y tres, los que les va bien y dejan de pagary se van porque hicieron negocio. Dos y tres sonlos peligrosos porque hacen que se caiga el gru-po y ponen en riesgo el éxito del banquito. Peroa los que les va mal, es ahí donde la garantíafunciona realmente. La gente del grupo respon-de por ellos. Ponen entre todos algo, o hacenuna rifa, esos no son el problema. A veces va-mos a presionar a las casas y muchas veces losbuscamos. Si no lo encontramos, vamos a lo delos vecinos, hasta que el marido o el hermanonos sacan cagando y nos amenazan que nos vana cagar a trompadas. Ahí yo, bueno. . . damospor perdido el caso. Pero como tenés esto, tenésgente que termina de pagar y queda un saldoa favor de ellos y no quiere la plata porque ladeja para el banquito.

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Lo que queremos reafirmar recurriendo a estaextensa cita, es que a través de la apelación a losvalores del banquito se definen, entre otras cosas,qué y quién es un buen prestatario y cómo debenrelacionarse entre sí quienes participan del banco.Como vimos para el caso de las jornadas de ca-pacitación, aparece aquí nuevamente la figura delpromotor como “guardián” de estos valores. No sinconflictos entre ellos, pues la decisión no fue fácilya que había quienes estaban a favor y en contra,se vieron obligados a incautar aquella máquina decoser. Comienzan a dibujarse entonces los primerostrazos de las jerarquías. Por otra parte, el igualita-rismo se expresa como valor central del banquito,materializado en la idea de que El Banco Popu-lar de la Buena Fe no sólo es de todos, sino quese construye entre todos. La solidaridad y la con-fianza son en este sentido valores fundamentales aalcanzar.

Para explicitar estos valores se recurre a diversastécnicas algunas de las cuales ya hemos menciona-do. Otra, por ejemplo, a la que recurrían variospromotores durante las reuniones de centro era lalectura en común de textos literarios o discursosde personajes conocidos por su militancia social afavor de los más necesitados. Luego, el texto eracomentado y asociado a la realidad de cada unode los miembros del grupo, y relacionado con laspautas culturales y valores del banquito. En unade las oportunidades, una promotora leyó un bre-ve cuento. Se trataba de la historia de un puebloen el cual había crecido un extraño yuyo y la gen-te del lugar no sabía qué hacer con él. Frente alas dudas sobre si debían o no cortarlo, decidieronno hacerlo, y aquel yuyo se convirtió en un árbolmagnífico que le devolvió la fe a ese pueblo en deca-dencia. Una vez finalizada la lectura, la promotorapreguntó al grupo qué les parecía que significabaese yuyo en relación con el banquito. Una de lasprestatarias dijo que a veces hay que dejar crecerla cizaña junto al resto ya que la cizaña simbolizauna compañera que tiene problemas y está bien noarrancarla, dejarla de lado; hay que dejar crecer lacizaña. Otra prestataria dijo que el yuyo era co-mo el Banquito de la Buena Fe: es la fe misma, laesperanza.

En otra de las reuniones, la promotora leyó untexto de Nelson Mandela. Al terminar la lecturase refirió a él como un gran luchador que habíapeleado mucho por los suyos. En este caso fue lapromotora quien hizo la interpretación: la historiade Mandela es como su lucha, ustedes luchan porsus emprendimientos y no hay que bajar nunca losbrazos. Lo que subyace a esta idea de una luchaen común, de un objetivo a alcanzar por parte delgrupo en conjunto, es la expresión de los valores decooperación y solidaridad, tal como se refleja en laidea de no arrancar la cizaña.

La apelación a los valores y pautas culturalesque guían la vida del banquito es una constante en

la vida cotidiana de los bancos locales. Sin embar-go, nos encontramos con momentos en donde estosvalores se dramatizaban ante un público masivo, yen donde se encontraban representadas todas lascategorías de personas (y sus roles) involucradasen el programa. Es decir, los prestatarios, los téc-nicos, los promotores, y funcionarios del Ministeriode Desarrollo Social.

La ritualización de los valores en los Encuen-tros Nacionales

Cada año el Banco Popular de la Buena Fe orga-niza sus Encuentros Nacionales. Son eventos queconvocan a representantes de los banquitos de to-das las provincias para trabajar sobre la imple-mentación del programa y la exposición en comúnde las distintas experiencias. Básicamente, se tra-ta de mirar el camino recorrido y pensar el caminopor recorrer. Durante tres días, técnicos, promo-tores, prestatarios, referentes provinciales y fun-cionarios, se organizan en comisiones para traba-jar de acuerdo a diversas consignas que el equi-po técnico del banco prepara especialmente parael evento. Los resultados de dichas comisiones sonluego puestos en común y finalmente se elaboraun informe general sobre las conclusiones del en-cuentro. Este informe se hace público, y sirve co-mo base y fundamento para el próximo encuen-tro anual. Aquí analizamos el III y IV Encuen-tro realizados en noviembre de 2005 y noviem-bre de 2006 respectivamente, en las instalacionesdel Complejo Turístico de Chapadmalal16. Ana-lizamos también un evento nacional realizado enagosto de 2006, el II Encuentro de Sistematizaciónde las Prácticas del Banco Popular de la BuenaFe, que tuvo lugar en el Hotel Bauen de BuenosAires. Este encuentro tuvo los mismos objetivosque los Encuentros Nacionales mencionados, sóloque fue convocado para trabajar sobre una tareaespecífica, la sistematización de las prácticas, quesi bien atañe a todo el banquito, sólo algunos es-tuvieron implicados directamente. Esta tarea im-plicaba juntar todo lo que existía acerca de la vidadel banquito: fotos de los emprendimientos, fotosde la vida de centro, recortes periodísticos, refle-xiones escritas de los prestatarios y los promoto-res, etc. Lo que no había, se producía17. La con-signa era juntar todo, desde el principio, y hacermemoria. Los encargados de llevar adelante estasistematización fueron en su mayoría promotoresde los banquitos locales, aunque no faltó algúnprestatario que se encargara también de esta ta-rea.

En forma sintetizada, los tres eventos aquí ana-lizados respondieron a la siguiente estructura:

• Acreditación y alojamiento de los participantes.

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• Acto de Apertura.• Trabajo en comisiones• Plenarios.• Acto de cierre.

El análisis de estos eventos adquiere para noso-tros importancia, debido a que la puesta en escenade los valores se tornó un elemento central. Es porello que nos detenemos en analizar las instancias enlas cuales estos valores se pusieron explícitamenteen juego, haciéndose públicos, comunicándose nosólo en forma dramatizada y expresiva, sino tam-bién a través de medios verbales y no verbales.

El juego de la cooperación y la solidaridad

Comenzaremos con la descripción del cierre delII Encuentro de Sistematización de las prácticas,una instancia que adoptó un carácter ritualizadoy que comunicó e hizo recordar a los participan-tes la idea de que el banquito es de todos. Estaidea no sólo se verbaliza sistemáticamente en unainfinidad de situaciones y momentos de la vidaco-tidiana del centro; también queda expresada porescrito en los documentos internos del programa.Además, es entonada en las canciones que variosprestatarios compusieron para el banquito, y dra-matizada en los momentos lúdicos y festivos quese organizan durante los Encuentros Nacionales oprovinciales. Así como existen diversas formas decomunicarla, diversos códigos y medios, y distintassituaciones en donde se expresa, los significados deesta idea –el banquito es de todos– son diversos,contradictorios y potenciales fuentes de conflicto,aspectos que analizaremos más adelante. A partirde este núcleo significativo que es compartido y so-bre el cual existe un fuerte consenso, se deriva quetenemos que trabajar en conjunto, ser solidarios ytirar para el mismo lado. Sin embargo, los conflic-tos asoman cuando tratamos de definir si tiramospara adelante o para arriba, para un costado o pa-ra el otro, y en qué momento. En la actividad quedescribimos a continuación, sin embargo, todos su-pimos para qué lado tirar, y no faltaron sentimien-tos de orgullo por una tarea colectiva cumplida conéxito.

Durante el cierre del II Encuentro de Sistema-tización de las Prácticas, se realizó un juego quefue planteado como un desafío a la capacidad delos participantes de trabajar en conjunto. En otrostérminos, se trató de una dramatización de la ideade que el banquito es de todos que contribuyó acomunicar un sentido de pertenencia a una causacomún.

El juego fue coordinado por dos jóvenes que te-nían la función de animar los distintos momentoslúdicos que se intercalaban entre las sesiones detrabajo grupal. Uno de los animadores nos habíahecho sentar en ronda, sobre una gruesa soga, a las

cien personas que participábamos del juego. Unavez conformada la gran rueda, el animador desple-gó un rollo de hilo sisal, y dividió la ronda por lamitad. Luego trazó otras tres mitades de mitadescon más hilo, de tal forma que el círculo, visto des-de arriba, hubiera seguido el esquema de una pizzacortada en ocho porciones. Mientras tanto, su com-pañero nos dividía en dos grupos, asignándonos yasea el número uno o el número dos. Todos los núme-ro dos debíamos pararnos y, tomando la soga conambas manos a la altura de la cadera, colocarnosde tal forma que miráramos de frente hacia afue-ra del círculo. Los número uno debían por su parterealizar lo mismo, sólo que parándose por fuera delcírculo que marcaba la cuerda, y enfrentados caraa cara a los número dos. La tarea era por el mo-mento la de darle tensión a la soga. El animadortomó entonces la punta de cada uno de los hilosque marcaban las porciones, y las fue atando a lasoga principal, indicándonos que abriéramos másla ronda para darle tensión a los hilos. El círculoquedó entonces atravesado por cuatro hilos unidosen su punto de cruce, de donde colgaba una tijeraque se movía anárquicamente, siendo virtualmenteimposible que la tijera se quedara quieta. Mirán-donos absortos, aunque con expresión de contento,nos preguntábamos de qué se trataba todo ello. Nibien estuvimos en la posición en que los animado-res requirieron, con buena tensión en la soga y enlos hilos, uno de ellos tomó el micrófono y pasó aexplicar la prueba difícil, que no siempre sale, yque estábamos a punto de realizar.

Todo dependía de nosotros, dijo el animador. Esuna prueba difícil, que no siempre sale, repitió, es-ta vez agregando que al banquito le iba a salir sitrabajan como saben: todos juntos y en equipo.Mientras tanto, el otro animador colocó a una dis-tancia de un metro de la tijera danzarina, una ca-ja de cartón cuyas dimensiones podían compararsedos veces con las de una caja de zapatos. ¡No!, esmuy fácil ahí, exclama el otro animador. ¿Acá? lepregunta corriendo aún más allá la caja. ¡Perfec-to! En ese mismo instante supimos todos de qué setrataba: ¡era el jueguito de embocar la tijera!

Esto es muy difícil y no siempre sale, dice el ani-mador nuevamente. Tienen que meter la tijera enla caja, pero si trabajan todos juntos va a salir.Ya estábamos a medio camino antes de que el ani-mador concluyera esta frase, quien tuvo que salirraudamente del círculo, encorvándose por debajode los hilos para evitar ser atropellado.

Fue un éxito rotundo, el de nuestra empresa, queconcluimos con exclamaciones, gritos de triunfo yaplausos. Pero la prueba no terminó allí. El anima-dor retiró la caja, y colocó un cenicero de los queencontramos en los lugares públicos, esos de un me-tro de alto, aún más allá de donde había ubicado lacaja. El cenicero tenía un espacio menor por el cualhacer pasar la tijera, con el agravante de que habíaque levantar la soga y luego bajarla para cumplir

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con el objetivo. Nuevamente, el animador se refiereal desafío que esta repetición de la prueba, ahoracon un grado mayor de dificultad, implicaba. Lohicimos más rápido que con la caja. El último ob-jetivo tenía un diámetro ínfimo, un simple agujeropor el cual cabían únicamente las hojas de cor-te de la tijera, no así su mango: una botellita deagua mineral. Esta vez se complicó bastante de-bido al constante pendular de la tijera. ¡Más paraacá! ¡No tiren tanto! ¡Bajemos ahora! ¡Bieeeeeen!.Los gritos de triunfo y los aplausos superaron losde las pruebas anteriores, e incluso fueron seguidospor abrazos y puños cerrados al mejor estilo de losdeportistas de alta competencia cuando ganan unpartido difícil.

Tambiah (1979) afirma que la eficacia de este ti-po de actos, deriva de una performance que utilizavarios medios de comunicación a través de los cua-les los participantes experimentan intensamente elevento, ya que remiten a valores que son inferidospor los actores durante la performance. Para nues-tro caso, el “juego” se transformó entonces en unadramatización de los valores tales como la solida-ridad y la cooperación.

Terminado el juego, comienza a sonar música yel coordinador del evento toma el micrófono paradecir las palabras de cierre oficial del encuentro.Pide un aplauso para todos los participantes in-vitándonos a abrazarnos y desearnos mutuamentelo mejor. Al instante, nos vimos todos enredadosen un intercambio de abrazos y besos con promesasde volvernos a ver, promesas que se cumplieron dosmeses después, en el Complejo Turístico de Cha-padmalal, durante el IV Encuentro Nacional.

Chapadmalal. El banquito en todo su esplen-dor

La estructura del III y VI Encuentro Nacional fueexactamente la misma, incluso para las instanciasque adoptaron formas fuertemente ritualizadas co-mo las aperturas y los primeros plenarios. Sólose observaron pequeñas variaciones de contenido.Aún en las comisiones de trabajo no faltaron mo-mentos en donde los valores se ponían, literalmen-te, “en juego”.

En una de las comisiones en las cuales participa-mos, la consigna era trabajar sobre la evaluaciónde la marcha de los emprendimientos. El trabajofue planteado en forma de un Juego de la Oca nocompetitivo. La coordinadora del grupo, una pro-motora de Rosario, pidió que formáramos dos equi-pos, mientras desplegaba el tablero y colocaba en elcentro un dado enorme hecho de cartón que habíaque tomar con ambas manos para poder tirar. Nohabía carrera en este juego de la oca. A juicio delgrupo esto hacía al juego bastante aburrido, peroa juicio de los organizadores lo hizo bastante ins-

tructivo: acá no competimos entre nosotros. Cadagrupo partió de un lugar del tablero distinto, sindestino alguno, más que el de responder las pregun-tas que se correspondían a cada casillero de colory que el coordinador tenía anotadas en su planilla.Las preguntas eran del tipo ¿qué haríamos si. . .?.A partir de esta fórmula, se planteaban distintassituaciones concretas que podría llegar a vivir unemprendedor en su empresa. La idea era compartirexperiencias o hipotetizar acerca de cómo resolvero aprovechar la situación planteada, dependiendode si se tratara de un obstáculo o una oportunidad.Cada color de casillero se correspondía con algunatemática general: rosa, trabajo, amarillo, organiza-ción, verde, proyecto nacional y popular.

Al compartir experiencias, se generaban deba-tes. Una de las preguntas-situaciones planteaba elsiguiente hecho: Llegó la plata y el promotor se lacomió toda, y no hay plata para créditos. ¿Qué ha-cemos?. ¡Eso no es el banquito, no es el espíritu delbanquito! ¡Hay que echarlo, y que no vuelva nuncamás!, responde encolerizado un señor mayor, pres-tatario de la provincia de Córdoba. Acto seguido,otra prestataria presenta un caso de su banquitoque motiva el debate: nosotros teníamos un líderen el grupo que cobraba la cuota y después la ibaa entregar en el banquito y una vez no entregó na-da y hay gente que figura que no pagó la cuota,pero sí la pagó. Interviene otra prestataria, enoja-da: ¡Pero en el banquito no hay líderes! A lo quele replican: nosotros nombramos un líder18 de ca-da grupo. No, no es líder, dice la que negaba suexistencia, es el referente. La discusión gira enton-ces alrededor de la forma de administrar el dinero,la forma de organizarse en la vida de centro y alideal de participación. La coordinadora intervieneen un momento cerrando el debate, afirmando queel tema es que tienen que ir todos juntos a pagar lacuota, si no no hay vida de centro. En todo caso,uno sólo puede pagar, pero que vayan todos. Unojunta la plata, el que la lleva, pero tienen que ir loscinco a la reunión. Que vaya uno sólo está mal. Poreso pasan esas cosas, no se trabaja solidariamente.

Las conclusiones del intercambio de experienciaseran luego volcadas en distintos afiches que seríancolgados a la vista de todos para que se pudieraapreciar qué se había trabajado en cada comisión.En el armado de estas conclusiones, el coordina-dor de la comisión de trabajo ocupaba un rol par-ticular: interpretaba el contenido de los debates,y los sintetizaba, abstrayendo en palabras clave loque se había dicho, y diluyendo de esta forma lasdivergencias que habían surgido. Una de las dis-cusiones más importantes que se dieron en variascomisiones, fue el tema de los intereses de los cré-ditos que el Ministerio había recientemente elimi-nado. Muchos querían pagarlos, otros estaban encontra. Ningún afiche reflejó este hecho. En unade las comisiones, el coordinador decidió directa-mente no colocarlo, apelando a la no unanimidad

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al respecto. Todo aquello que era objeto de im-pugnación o desacuerdo, terminaba diluyéndose enla incuestionabilidad de las ideas reflejadas en losafiches: trabajar con dignidad; ser solidarios; fo-mentar la autonomía, etc., que no eran otra cosaque los valores del banquito, un lenguaje común(Leach, 1976) construido a partir de intereses di-vergentes y constantemente reinterpretados por losactores en el curso de su acción. En este sentido,los significados de estos valores distaban mucho deser homogéneos. Para algunos prestatarios y pro-motores no pagar intereses, por ejemplo, minabadicha autonomía y solidaridad pues con los inte-reses generados se podrían entregar más créditos,llegar a más gente, y no depender de los vaivenes delas decisiones políticas. Vemos cómo al interior delBanco Popular de la Buena Fe coexisten múltiplesrealidades –a veces en pugna– y distintas motiva-ciones para la apropiación, reelaboración y uso dedichos valores. Un sistema de valores no es nun-ca un código homogéneo de principios abstractosobedecidos por los actores, sino una colección deconceptos relacionados mutuamente y a los cua-les las personas apelan en distintas situaciones (cf.Pitt Rivers, 1971; cf. Gluckman 2003).

Incluso la solidaridad tiene sus límites. Justo an-tes del III Encuentro Nacional, las promotoras deuno de los banquitos habían dejado de cobrar loscien pesos mensuales en concepto de beca por sutrabajo. La promesa de los técnicos de que las be-cas se renovarían automáticamente a los banqui-tos que tuvieran una tasa de retorno no menor al90% no se había cumplido no porque el banquitono alcanzara dicha cifra, sino por cuestiones bu-rocráticas. De hecho, no sólo se había alcanzadoel porcentaje de retorno exigido, sino que se ha-bía superado. Esto debería haberse transformado,según las promotoras, en un premio y no en uncastigo. Raquel, una de las promotoras, se queja-ba de que los técnicos pensaban que ellas hacíantodo por amor, que somos extraterrestres, nos exi-gen mucho y no nos pagan nada. En consecuencia,las promotoras afirmaban que no iban a trabajargratis para nadie, menos para el Estado y presiona-ron para que se solucione el tema inmediatamente.Poco tiempo después, se realizó el III EncuentroNacional, y la cuestión de las becas aún no estabaresuelta. Sin embargo, la referente provincial reco-mendó que este tema no sea hablado durante elevento. Hacer público este conflicto, hubiera expli-citado este “desfasaje” en los significados asociadosal valor de la solidaridad entre los distintos actoresdel programa.

Durante los actos de apertura de ambos Encuen-tros, el núcleo de la acción estuvo puesto en otrovalor asociado íntimamente a la solidaridad: la per-tenencia a una misma comunidad de referencia y auna misma causa. La acción estuvo focalizada endos cuestiones. Por un lado, en la palabra de losfuncionarios ejecutivos del Ministerio de Desarro-

llo, y por otro lado, en una actividad que dramatizóy comunicó la unión de todos los banquitos en lamisma causa nacional y popular.

Para realizar esta última actividad, en el marcodel III Encuentro, se había solicitado a cada dele-gación que llevara un poco de yerba mate con “yu-yos” autóctonos de su provincia. La idea era haceruna gran mezcla de yerba de todo el país, depo-sitando cada provincia la suya en una gran bolsa,y usar esta mezcla para las mateadas del Encuen-tro. Uno a uno fueron pasando al frente del audito-rio representantes de cada banquito, pronunciandounas palabras al micrófono antes de depositar sucontribución en la bolsa comunitaria: que esta yer-ba mezclada haga circular todas aquellas cosas quehacen a la vida del banquito, que es nuestra vida,para que contagie la esperanza; el banquito es co-mo el mate, calorcito en el invierno, refresco en elverano, parte de nuestra vida; el banquito es unanueva forma de vida, para sobrevivir y tambiénayudar y aconsejar porque somos todos hermanosdel corazón. A los más tímidos la voz sólo les al-canzó para decir gracias.

Así pues, la gran bolsa expresaba un sentimien-to de cohesión y solidaridad que sería incorporadocon cada mate que se tomara durante el Encuentro.Luego tomó la palabra el Viceministro de Desarro-llo Social, pronunciando un extenso discurso.

Durante el IV Encuentro, esta misma escena tu-vo como protagonista, no a la yerba sino a las se-millas autóctonas de cada lugar. El coordinadoranunció que pasarían por provincia para volcar lassemillas que habían llevado en una gran bolsa he-cha con la bandera argentina que estaba a sus pies,al borde del escenario. En el gesto de arrojar las se-millas va el aporte de cada localidad para construirjuntos este proyecto. Mientras la gente volcaba lassemillas, sonaba música y el coordinador del even-to exclamaba: ¡Y vienen las semillas de Tucumán!,¡de Entre Ríos! ¡Todos aportan estas hermosas se-millas para que de fruto este proyecto nacional ypopular!

Para esta escena, el funcionario presente no secomportó como simple espectador, como habíaocurrido durante el III Encuentro, sino que partici-pó activamente. En esa oportunidad estuvo presen-te Alicia Kirchner, Ministra de Desarrollo Social dela Nación. Se encontraba sentada en la mesa delpanel de expositores montada sobre el escenario.Ni bien la segunda provincia depositó sus semillas,Alicia Kirchner se levantó y caminó hasta el límitedel escenario, se acercó a la gente que estaba depo-sitando las semillas, y se agachó para quedar a sualtura, pues el escenario estaba a desnivel del pi-so en donde estaba apoyada la gran bolsa. Recibióentonces, de la mano de un prestatario, un paquetede semillas. A partir de allí, fue la Ministra mismaquien comenzó a volcar las semillas que la gente lellevaba. Cuando el “semillero” estuvo completo, elcoordinador tomó nuevamente el micrófono y gritó:

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¡Viva la Patria!, ante lo que el público respondió¡Viva! El coordinador entonces, alzando su voz allímite de lo posible, exclamó: ¡Viva el proyecto na-cional y popular! ¡Viva! le ofreció nuevamente elpúblico. Bueno, continuó el coordinador, hagamosahora silencio para escuchar con atención y con ca-riño a la Ministra Alicia Kirchner.Rescatamos aquíúnicamente un fragmento de sus palabras alusivasa la escena de las semillas: primero quiero agrade-cer a todos ustedes este símbolo de la solidaridad.Esto tiene un valor incalculable, hay un pueblo quepone todo de sí para poner a nuestra patria de pie.

A través de la unión de las “yerbas” y las semi-llas, se intentó comunicar un particular significadode la solidaridad que contrasta con aquél que sedesplegó en las discusiones sobre los intereses delos créditos durante las comisiones de trabajo, yque se diferencia de aquella puesta en juego du-rante el conflicto por las becas.

En ambos Encuentros se realizaron, a su vez,plenarios en los cuales la acción y la interacciónadoptaron formas ritualizadas aún más marcadasque durante sendos actos de apertura. Durante elIII Encuentro, el plenario se abrió entonando unacanción. Una vez concluida, y luego de que todosbailáramos un poco, el coordinador del plenario to-mó el micrófono para referirse a los últimos treintaaños de la historia nacional, y reflexionó acerca delo que nos pasa, que viene de un pasado, y por esoes bueno siempre hacer memoria. Así, y en lo queparecía una clase de historia en forma de cuento,hizo su lectura del pasado reciente del país. Comen-zó con cuatro datos escalofriantes del INDEC 19:índice de pobreza, de indigencia, monto de deu-da externa y diferencia entre los ingresos de ricosy pobres entre 1974 y 2005. ¿Qué había pasado?,se preguntaba a si mismo y al público. ¿Será queDios se enojó con los argentinos? Al unísono, lascasi ochocientas voces gritaron ¡No!. El coordina-dor entonces continuó : Fue un plan orquestado porlos grandes poderes económicos del mundo en con-nivencia de los poderes locales, de la política neo-liberal! En la década del setenta hubo once golpesmilitares en Latinoamérica, en la década del ochen-ta, las deudas externas de estos países se volvieronimpagables y, por último, la década del noventaestuvo caracterizada por procesos de privatizaciónen todos los países Latinoamericanos. Tenía en susmanos un cuadernillo del cual estaba “leyendo” es-te cuento y, como si su público fuéramos niños, dijoque al abrirlo saldrían algunos monstruos que re-presentaban las diez medidas del neoliberalismo enAmérica Latina20. Escritas sobre afiches coloridoscon formas de animales intimidantes, aparecieronentre el público y comenzaron a circular –de manoen mano y de lado a lado del recinto– estos mons-truos, mientras que por el micrófono se escuchabasu derrotero por más de treinta años, y además, lofeos que eran.

Turner diría, para las situaciones rituales, que

determinados rasgos culturales son representadospor figuras desmesuradamente grandes o peque-ñas. Esta exageración, “que a veces llega hasta lacaricatura (. . .) es una forma primordial de abs-tracción. El rasgo exagerado en exceso se convierteen objeto de reflexión. Habitualmente lo que así serepresenta no es un símbolo unívoco, sino multí-voco” (1999: 115). En este sentido, el dragón querepresentaba la privatización de las empresas pú-blicas podía haberse interpretado como una refe-rencia a un pasado abstracto, a la figura del expresidente Carlos Menem21, así como a los malesque aún acechaban. La música de los altoparlan-tes imprimía una atmósfera de suspenso y terrormientras los monstruos, de más de un metro delargo, circulaban sostenidos en lo alto. Un feroz di-nosaurio, por ejemplo, representaba a la liberaliza-ción financiera; una serpiente de grandescolmillos,a la flexibilización laboral; un extraño y horripilan-te animal marino, al recorte del gasto público; unenorme cocodrilo, al credo del mercado absoluto. Yasí, otros monstruos iban desfilando entre chiflidosy muestras de desprecio. Estos símbolos vehiculi-zaban sentimientos, a la vez que se convertían enfocos de interacción (Turner, op. cit: 24).

Al año siguiente, durante el IV Encuentro, es-tos monstruos fueron aún más despreciables, puestenían voluntad propia y hasta nos pegaron a va-rios, ejerciendo una violencia inocua, ritualizada,sobre el público. Aquél plenario se abrió con mú-sica, y las primeras palabras del coordinador fue-ron: hoy hacemos honor a todos los que estamostrabajando para construir un proyecto nacional ypopular. Esto no es hacer cualquier cosa. Es hacerlo que cada uno de ustedes está haciendo. Que ten-gan trabajo y el pan de cada día. Los poderosos sehan quedado con el pan de otros. Luego de estasbreves palabras introductorias, cantamos el HimnoNacional. Al finalizar, el coordinador tomó nueva-mente el micrófono e insistió en lo que significabael proyecto y la causa nacional y popular. La causanacional y popular es esto, decía gesticulando consus manos tratando de abrazar al público, es loque estamos viendo ahora, lo que estamos hacien-do ahora. Pero hay que tener cuidado, porque hanquerido aniquilar a fuego y sangre a los militantesde esta causa. Ni bien terminó de pronunciar estafrase, la música alegre que estaba sonando se cortórepentinamente, siendo reemplazada por una tene-brosa música de tambores. Por detrás del públicoentró entonces una procesión de monstruos. Disfra-zado de la muerte, uno de los técnicos del BancoPopular de la Buena Fe encabezaba este desfile demonstruosidades. Detrás de la muerte, el diablo,seguido de ogros y otros personajes intimidantesque eran objeto de chiflidos, abucheos e insultos.Cada monstruo, llevaba un cartel colgado al cuellocon leyendas muy similares a las que el año anteriorse leían sobre los feroces animales de cartón. Eranlos enemigos del banquito, los enemigos de la causa

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nacional y popular: el fantasma de la inflación, lasempresas extranjeras de servicios públicos, los po-líticos corruptos, el clientelismo. Mientras camina-ban entre la multitud, los monstruos agredían a lagente, pegándoles con sus cachiporras inflables enla cabeza, dramatizando ritualmente la violenciaejercida hacia la causa por aquello que represen-taban. La cohesión se expresó entonces no sólo enfunción de un “adentro”, sino también de un “afue-ra” concebido como peligroso, pues es el lugar delos enemigos. Para defenderse de esos enemigos, elbanquito tiene que estar unido, tirando todos parael mismo lado.

Palabras finales

Hemos visto cómo esta política social pondera losaspectos pragmáticos de su implementación (porejemplo el armado de una carpeta de proyectos enla cual se incluye una planilla con los costos de laeconomía familiar), así como los aspectos asocia-dos a los valores promovidos. Focalizando en esteaspecto del Banco Popular de la Buena Fe, hemostratado de mostrar cómo se producen y se desplie-gan estos valores, y cómo se crean las condicionesde posibilidad para ello. Debido a que éstos sonproducidos en un entramado de relaciones socialesentre personas posicionadas diferencialmente queintervienen en forma desigual en su producción, noexiste homogeneidad en sus significados. Como he-mos visto para el caso de las jornadas de capacita-ción, son los promotores quienes están en posiciónde definir quien es un buen prestatario y cuálesson los comportamientos y los términos de inte-racción deseables. En consecuencia, son aquellosque determinan quién tiene (o se gana) el derechoa recibir el dinero. Pero quién sería un buen presta-tario –o no–, no se determina en forma inmediata,de una vez y para siempre. Las jornadas de capa-citación duran dos meses, tiempo durante el cuallos solicitantes del crédito demuestran que son so-

lidarios, confiables, que están comprometidos conel banquito y con el grupo, que son honestos y quepedirían ayuda en caso de dificultades. Sin embar-go, hemos tratado de mostrar que estos valores sonreproducidos, a su vez, en la vida de centro, duran-te la devolución de los créditos, pues es el tiempoen el cual domina la incertidumbre de que alguiendesaparezca y el grupo se caiga perjudicando albanquito. Como diría Bourdieu para el análisis delintercambio de dones, esta “incertidumbre sobre eldesenlace de la interacción perdura en tanto la se-cuencia no se haya acabado” (1991:168). Es decir,en tanto no se terminen de cancelar las deudas detodos los miembros del grupo.

Se entiende entonces por qué la idea de que elbanquito es de todos es uno de los valores funda-mentales. Como tal, encuentra su expresión en for-ma ritualizada durante los Encuentros Nacionales.Dramatizada, representada, comunicada repetiti-vamente y a través de diversos medios, apelandoa símbolos que movilizaron sentimientos y accióncomo los monstruos o el llenado de una gran bolsacomunitaria con la mezcla de yerbas y semillas, laidea de que el banquito es de todos se tornó uní-voca y prácticamente incuestionable. Para lograrla eficacia de dicha representación, sin embargo, eltrabajo sobre los valores del banquito debió opa-car, ocultar los conflictos subyacentes, tal como vi-mos durante las comisiones de trabajo de los even-tos, y en la “recomendación” de que no se hablaraacerca de aquel conflicto por las becas, hecho queevitó que las discrepancias sean expresadas públi-camente.

Quedará para futuras ampliaciones de este tra-bajo, pues forma parte de investigaciones en pro-ceso, profundizar en la relación entre ambas di-mensiones propuestas para el análisis: la dimen-sión pragmática y la dimensión expresiva de la ac-ción social en el contexto de la implementación delBanco Popular de la Buena Fe, así como ampliarel rango de relaciones sociales a las cuales hemosprestado atención.

Notas

Licenciado en Ciencias Antropológicas, ffyl, uba. Maestrando ides-idaes/unsam. Becario doctoral del proyecto1ubacyt f084 “Representaciones Sociales y Procesos Políticos Análisis antropológico de los limites de la política”(Dir. Mauricio F. Boivin) [email protected] en Ciencias Antropológicas, ffyl, uba. [email protected] hablamos de valores, nos referimos a aquellos a los cuales R. Firth (1964) se refiere como “sociales”. Si3bien este autor entiende como un problema la distinción entre diferentes órdenes de valores (sociales, normativos,económicos, etc.), plantea sin embargo que en algunos casos es posible identificar situaciones en las cuales “se mani-fiestan” (op. cit. : 222) –nosotros podríamos agregar “se ponen en juego”– valores de un tipo particular. Tengamosen cuenta también que el hecho de que estemos tratando con una política de créditos, hace que la circulación de otrotipo de valores (los monetarios por ejemplo) sea constitutiva, a su vez, de las relaciones. Sin embargo, hemos dejadoen suspenso el análisis de esta dimensión no sólo por cuestiones de espacio, sino fundamentalmente por razones delestado de avance de la investigación.

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El uso de cursivas en el cuerpo del texto señala la apropiación de términos y expresiones de nuestros interlocutores.4Al agregarle comillas, indicamos que se trata de su trascripción literal, así como de fuentes documentales. Por suparte, las comillas empleadas sin cursiva señalan citas bibliográficas.Los materiales con los cuales hemos trabajado se desprenden de nuestros respectivos trabajos de campo en dos5localidades ubicadas en diferentes provincias en donde el banco opera. En un análisis previo (Doudtchitzky yKoberwein 2006) hemos explorado comparativamente los contrastes que ambos banquitos presentan. Aquí, por elcontrario, las situaciones descritas fueron elegidas en función de los aspectos comunes, y es por ello que hacemosreferencia indistintamente a ambos casos. A su vez, utilizamos información de otras localidades en donde no hemosrealizado trabajo de campo, y que fue obtenida a través de conversaciones con prestatarios y promotores durantelos eventos que congregaban a los banquitos de todo el país.Se trata de subsidios no reintegrables que se transfieren a la ONG provinciales para el otorgamiento de los créditos.6Cada fondo semilla se corresponde con la partida para una operatoria del programa, que se extiende por un períodode seis meses.Si un prestatario cumplió con la devolución del primer crédito, puede acceder a nuevos créditos de mayor monto. El7recrédito más alto que pudimos corroborar fue de 800 pesos.Al pagarse en 6 meses, se paga un 12% del dinero total recibido. La operatoria en curso al momento de escribir este8artículo había eliminado los intereses.Según el Manual de Trabajo del Banco, los prestatarios deben tener un fácil y rápido acceso al lugar del centro9(la “sede” del banco). Si bien existe un rango de acción recomendado, cada banquito local tiene la libertad dedeterminarlo de acuerdo a su propio criterio.Festejos de cumpleaños de las prestatarias, actividades recreativas, eventos para recaudar fondos para los prestatarios10atrasados en las cuotas, organización de charlas respecto de temas y problemas sociales como el alcoholismo, drogas,planificación familiar, violencia, rol de la mujer, etc.No en todos los banquitos ocurre que es el promotor quien aprueba definitivamente los proyectos. En muchos casos,11quien tiene la última palabra es el referente provincial. Sin embargo, aún en los casos en que no tomen la decisiónfinal, los promotores juegan un papel fundamental en la aprobación o el rechazo de los créditos.Salvo el nombre de la Ministra de Desarrollo de la Nación, los nombres que aparecen son ficticios, aunque no con el12objetivo de preservar identidades, sino porque este trabajo no hace referencia a personas concretas, sino a categoríasde personas, roles y posiciones, focalizando más que en los sujetos, en sus relaciones.En la Argentina, microcréditos otorgados bajo esta metodología fueron impulsados previamente con fondos privados13a partir del modelo inspirado en el Banco Grameen de Bangladesh, fundado por Muhamed Yunus, premio Nobel dela Paz. En 1998 publicó el libro “Hacia un Mundo sin Pobreza” en el cual relata su experiencia con microcréditos. Apartir de esta publicación el microcrédito tomó notoriedad mundial como herramienta para el desarrollo y la luchacontra la pobreza a tal punto que el 2005 fue declarado Año Internacional del Microcrédito por la Asamblea Generalde las Naciones Unidas.Cuando se pide un nuevo crédito habiendo saldado uno previo, puede pedirse una suma mayor de dinero que el14préstamo original.El ejercicio se realiza una vez durante la primera reunión, pero línea de la vida se extiende simbólicamente desde15las personas del grupo solidario hasta abarcar toda la realidad del Banco Popular de la Buena Fe, que tambiéntiene su propia línea de la vida. A su vez, existen banquitos locales más jóvenes y más viejos, con más experiencia ycon menos experiencia. Notemos también que el primer fondo que recibe un banquito se llama fondo semilla. Estas“metáforas vitales” aparecen una y otra vez en todas las actividades del programa. No nos detendremos aquí enestas cuestiones. Valga la aclaración para dar cuenta de que no se trata sólo de un simple ejercicio.Según sus organizadores, al III Encuentro asistieron un total de ochocientas personas, duplicándose esta cifra para16el IV Encuentro.Uno de los banquitos, por ejemplo, organizó un concurso literario para recoger experiencias de prestatarios en forma17escrita.No pudimos constatar a qué se referían concretamente para en este caso con que habían nombrado a un líder. En18otras circunstancias, hemos notado que el líder es el primero que recibe el dinero en el grupo solidario. Cómo sedecide quién es varía de acuerdo a las circunstancias. A veces es aquél que tuvo la iniciativa de conformar el grupo,a veces es el que necesita el dinero en forma más urgente, y en otras ocasiones se decide por sorteo.Instituto Nacional de Estadística y Censos.19Durante este período se produjo una reorganización de la económica determinada por el triunfo del capitalismo20neoliberal y la primacía de las ideas clásicas y neoclásicas en economía traducidas en lo que se llamó el Consenso deWashington. La Argentina aceptó todas las máximas de dicho orden. Esto es: la apertura unilateral de la economía, elrégimen de convertibilidad con tipo de cambio fijo, las privatizaciones, las desregulaciones. Todo fue parte un modeloque presumía que el libre funcionamiento de los mercados y la privatización de los servicios públicos permitiría, porderrame, el crecimiento de la economía (García Delgado, 2004).El ex presidente Carlos Menem (1989-1999) es concebido por ciertos sectores sociales en la escena pública como la21encarnación del neoliberalismo en la Argentina. Este hecho, sumado a que Menem fue el principal competidor del

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actual presidente Néstor Kirchner en las últimas elecciones presidenciales, hace que su figura sea concebida en elcontexto que estamos analizando, aunque nunca con referencias directas a su persona, como uno de los “enemigos”más “despreciables”. La utilización de estos símbolos permitía que Carlos Menem estuviera presente del lado de losenemigos, pero sin pronunciar su nombre.

Bibliografía

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Anuario de Estudios en Antropología Social. CAS-IDES, 2006. ISSN 1669-5-186

Movimientos piqueteros, formas de trabajo y circulación devalor en el sur del Gran Buenos Aires1

Julieta Quirós2

Resumen

Este artículo se enmarca en un trabajo etnográfico que busca restituir la acción política de movi-mientos de desocupados en el seno de la vida social de un conjunto de barrios de Florencio Varela,sur del Gran Buenos Aires. En ese universo, signado por la desocupación y el trabajo precario, lacirculación de los llamados planes de empleo configura un tejido de relaciones que liga destinatarios,agentes estatales, organismos municipales y organizaciones piqueteras. Es a partir de esas y otrastramas de relaciones que los diversos tipos de planes se ganan, mantienen, pierden, gastan, acumu-lan. Este artículo pretende, por un lado, mapear etnográficamente los modos en que esos recursosson vividos, y explorar en qué medida producen formas específicas de trabajo y de valor dentro delcontexto estudiado. Indaga, también, las tensiones que surgen allí cuando se cuantifican universosque se presumen no cuantificables, y se traspasan ciertas fronteras entre aquello que purificamoscomo “económico” y “político”.Palabras clave: piqueteros, parentesco, economías políticas, Gran Buenos Aires.

Abstract

The article is based on an ethnographic study that aims at restoring the idea of political action ofunemployed movements at the heart of social life in a group of neighborhoods in Florencio Varela,a satellite city south of Buenos Aires. In this universe, marked by unemployment and precariusemployment, the circulation of social security configurates a nestwork of relationships that connecttheir receivers and public officials, as well as municipal and piquetero organizations. It is from theserelationships that the innumerous forms of unemployment benefits are gained, maintained, lost,spent, and accumulated. On the one hand, the article ethnographically maps out the ways in whichthese resources are “lived out”, and investigates how they produce specific forms of employment andvalue in and of themselves. On the other hand, it investigates how tensions arise when presumablynon-quantifiable universes are quantified and break the borders between that which has been purifiedas being strictly “economic” and strictly “political”.Key words: piqueteros, kinship, political economies, Greater Buenos Aires.

I. Del movimiento al barrio, del barrio a lafiguración (o: Por un nuevo abordaje de lacuestión piquetera)

Cuando inicié mi trabajo de campo en FlorencioVarela3, mis intereses estaban volcados a estudiarlas formas en que los vecinos de un conjunto debarrios se involucraban en una serie de movimien-tos de desocupados que, desde el año 99, contabancon un nivel de movilización significativo en el dis-trito. Al menos en parte, mi propia inquietud sobreel tema fue despertada por una incomodidad conuna vasta bibliografía sobre el fenómeno piquete-ro que, casi invariablemente, tiende a aislar a losmovimientos como unidad y objeto de análisis. Lasociología de los piqueteros es predominantementeuna sociología de las organizaciones –o tal vez más

precisamente, una sociología de los liderazgos, yaque a través de una operación metonímica llevadaa cabo por los propios investigadores, la voz de di-rigentes y militantes deviene la voz del movimien-to como un todo. Algunos autores acostumbrana acompañar, además, la preocupación de cúpu-las dirigentes y medios de comunicación en lo querespecta a la demarcación de distinciones: “duros”o “blandos”, “autónomos” o “heterónomos”, “asis-tencialistas” o “políticos”, “combativos” o “conci-liadores”, son las dicotomías a través de las cualeslos movimientos suelen ser pensados4.

Desde un inicio, mi aproximación al tema buscódesplazarse de esta mirada, y procuró tomar co-mo sujeto de análisis a las personas que participanen las actividades de los llamados movimientos pi-queteros, buscando inscribir esa participación enotras dimensiones de la vida social en que ellas es-

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tán inmersas. En algún momento supuse que mirecorte analítico era territorial –el barrio–, en lu-gar de institucional –las organizaciones. Sin em-bargo, hablar de barrio presuponía un conjuntode fronteras delimitadas, dentro de las cuales yotransitaría libremente, cuando lo cierto es que mitránsito por los barrios de Florencio Varela no fuetotalmente voluntario y deliberado. El circuito quesiguió mi trabajo de campo –y mi análisis– se fueconfigurando, precisamente, a través de las rela-ciones de conocimiento interpersonal que las pro-pias personas tenían entre sí: fue a través de esoslazos –principalmente de parentesco y vecindad–que, partiendo de la sede barrial de una organi-zación piquetera particular, llegué a otros barriosdel municipio, a otras organizaciones piqueteras,a un centro de salud de un programa del gobier-no provincial, a un centro de gestión municipal, ytambién, a militantes y punteros del Partido Jus-ticialista. Así, no es tanto un mapa territorial loque procuré trazar, como un mapa que –siguiendoa Elias (1991)– podríamos llamar “figuracional”.

Al dar inicio a mi investigación, los barrios deFlorencio Varela me confrontaron con mucho másque un mundo de piqueteros. Entre otras cosas,me revelaron un mundo social signado por la de-socupación, la subocupación y el trabajo precario,en que los llamados planes de empleo o planes so-ciales5 tenían una omnipresencia palmaria e insis-tente. Anotarse en el plan, esperarlo, recibirlo, co-brarlo, darlo de baja, perderlo, eran todos signosde un lenguaje colectivo con que operaban coti-dianamente mis interlocutores en campo. Mientrastanto, las vías para adquirir esos planes eran múl-tiples: un plan podía ser obtenido por un contactocon algún político; podía ser obtenido anotándo-se en los padrones de la municipalidad; podía serobtenido, también, anotándose en un movimientopiquetero6.

Y, de hecho, algo que me sorprendió notable-mente en el campo fue la preeminencia que la ex-pectativa de recibir un plan ocupaba en la formaen que mis interlocutores hablaban sobre su apro-ximación a una organización piquetera: Y ahí unavecina me dijo que los piqueteros estaban dandoplanes, entonces vine y me anoté –me decían algu-nos. Mi cuñada me dijo que venga y me anote conlos piqueteros, lo que pasa es que a mí eso de ir alos piquetes no me gusta –decían otros7.

A medida que transcurría mi trabajo quedabaclaro que las relaciones de parentesco, amistad yvecindad constituían un camino privilegiado queconducía a las personas a los movimientos. Fue apartir de estos lazos que pude comprender cómoestar con los piqueteros8 constituye una posibili-dad de vida en el contexto de un universo másamplio de posibilidades y relaciones que no nece-sariamente se excluyen entre sí. Ahora bien, ¿cómoesa posibilidad se presentaba en el día a día de laspersonas? ¿bajo qué circunstancias? ¿en qué condi-

ciones sociales era concretada? ¿cómo era vivida?Estos interrogantes implicaron inscribir a los mo-vimientos piqueteros no sólo en el mundo de losplanes, sino también en el marco de otros recursosestatales y vínculos sociales que las miradas cen-tradas en las organizaciones excluyen del análisis.

II. Relaciones de parentesco y circulación devalor

Durante los primeros días de mi trabajo de campo,tuve oportunidad de asistir a una reunión convo-cada por un movimiento de desocupados, que serealizaría en un barrio vecino a Villa Margarita9,con el objetivo de informar sobre “los planes parajóvenes” que estarían siendo otorgados, a chicos en-tre 12 y 25 años, por el gobierno nacional. En esareunión pude conocer a Gloria, quien había con-currido al encuentro, ya que, una semana atrás, sumarido había anotado a los dos hijos del matrimo-nio en las listas para planes. Cuando le preguntéa Gloria cuánto tiempo llevaba en el movimiento,ella respondió, No, no, yo no estoy en el movimien-to, yo tengo plan por un político. Ah –agregué yo–,tu marido es el que está en el movimiento. No, éltampoco –respondió Gloria. Bah, él ni tiene plan,dice que eso es para vagos.

En poco tiempo percibiría que la concurrenciaa la reunión por “los planes para jóvenes” no eraexclusivamente de la gente que formaba parte delmovimiento en cuestión: allí había gente de otrosmovimientos piqueteros, gente que no participabaen ninguno, e inclusive, gente vinculada al PartidoJusticialista –como la propia Goria, quien más tar-de me contaría que trabajaba para Pereyra10. ¿Yqué hacés?, pregunté yo entonces. De todo, respon-dió ella, lo que se necesite. Más tarde sabría queGloria era, además, manzanera del Plan Vida11,y que tres veces por semana recibía en su casa alas madres beneficiarias para el reparto de leche ymercadería. Trabajaba, también, en el SUM (Salónde Usos Múltiples) de Villa Margarita, un espaciomunicipal creado por el intendente para funcionarcomo centro cultural barrial. En aquel entonces,en el SUM funcionaban diversas actividades: cur-sos de alfabetización, talleres de manualidades pa-ra beneficiarios de planes sociales; y tres veces porsemana, un centro de salud de un programa delgobierno provincial. Era Gloria quien, día a día, seencargaba personalmente de la apertura y cierredel local. Lo cierto es que Gloria era una figura eíntimamente ligada al peronismo local, y no sólopor trabajar para Pereyra, por tener plan por unpolítico, y por operar el funcionamiento del SUM.Como sabría poco tiempo después, era también hi-ja de La Polaca, una de las referentes más impor-tantes del Partido Justicialista en la zona.

Fue en el SUM, durante los días en que funciona-

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ba el Seguro Público de Salud, que conocí a Ama-lia, la hermana menor de Gloria. El Seguro aten-día exclusivamente a las operadoras del Plan Vida:manzaneras, comadres y trabajadoras vecinales. Yaunque Amalia no entraba en ninguna de esas ca-tegorías, solía hacer atender a sus chicos allí, a tra-vés del carnet de su hermana Gloria. Como Gloria,Amalia también estaba en el plan. Antes trabajabaen la panadería de su madre, La Polaca, por 300pesos, Pero dejé, porque el negocio es un traba-jo muy esclavo, no tenía nada de tiempo para mí–me dijo cuando la conocí. Cachito –su marido–también trabajaba en una panadería, pero no enVarela, sino en Quilmes: La panadería cerró y élse quedó sin laburo, y ahí consiguió el plan de laUGL.

Son los planes que da la municipalidad, me dijoAmalia cuando le pregunté qué era “UGL”, una delas siglas que más escucharía en Varela durante mitrabajo. Un funcionario del municipio me explica-ría que las UGL (Unidad de Gestión Local) formanparte del programa de Gestión Participativa, y que“son como pequeñas sedes de la municipalidad, dis-tribuidas en cada barrio, que buscan mejorar lacomunicación entre la comunidad y el intendente”.Mientras tanto, la gente de Villa Margarita solíadefinir UGL en otros términos: Son los planes queda el gobierno, me dirían muchos. Una asociación–entre UGL y planes– que se corresponde con quela gran expansión de las UGL se da a partir de2002, cuando, por disposición del gobierno nacio-nal, los municipios pasaron a ser el canal distribu-tivo del recién creado Plan Jefas y Jefes de HogarDesocupados, el plan de empleo que adquirió unamagnitud desconocida hasta entonces12. Fueron lasUGL los organismos encargados de ejecutar el pro-grama en cada barrio de Florencio Varela, empa-dronando los destinatarios, otorgando los planes,y organizando la contraprestación de cuatro horasdiarias que corresponde a cada beneficiario.

A Cachito, marido de Amalia, por ejemplo, lecorrespondía, como contraprestación de su plande la UGL, trabajar tres veces por semana enuna huerta municipal. El resto de la semana hacíachangas como repartidor de la cervecería Quilmes.Cuando le pregunté a Amalia qué contraprestaciónle correspondía a ella por su plan, me respondió:No, yo estoy con los piqueteros. Ahora estoy delicencia, pero trabajo en el comedor.

Amalia tenía licencia por maternidad: hacía sólodos meses que había tenido al último de sus treshijos. Llevaba algo más de un año y medio con lospiqueteros. En una de nuestras tantas conversacio-nes en la sala de espera del SUM, me contó quecuando todavía trabajaba en la panadería de sumadre, se había anotado en la UGL, para recibirel “Plan Familia”. Ese plan, como ella misma meexplicó, es un plan con cargas, pero que, a diferen-cia del Jefas y Jefes –dependiente del Ministeriode trabajo– depende del Ministerio de Desarrollo

Social. Los hijos de Amalia, sin embargo, ya cons-taban como carga familiar en el plan Jefas y Jefesque Cachito recibía a través de la UGL, lo cualtornaba ambos planes incompatibles. Fue durantemis primeros días de trabajo en Villa Margaritaque supe acerca de esa distinción primordial entrelos tipos de planes sociales: aquella que separa losplanes con carga familiar de los planes sin cargafamiliar. Los planes con cargas son obtenidos poraquellos que, además de acreditar su condición dedesocupado, deben acreditar su condición de jefeo jefa de hogar, con al menos 1 hijo menor de 18años a cargo; mientras que para los otros planes–sin carga–, basta acreditar la condición de deso-cupado, se tenga o no se tenga hijos menores de18. En teoría, dos planes con carga no pueden serasignados por los mismos hijos, es decir: un hijo nopuede constar como carga de más de una persona,o lo que es lo mismo, un matrimonio no puede re-cibir dos planes presentando como carga a los hijoscomunes. De allí, entonces, la incompatibilidad delPlan Familia en que se había anotado Amalia, y elPlan Jefas y Jefes que ya tenía Cachito.

A mí me habían dicho –prosiguió contándomeAmalia– que al que ya tenía los hijos anotados enotro plan, no le iba a salir el Plan Familia, peroyo me anoté igual, por las dudas, viste. Pero pa-saron como diez meses, y del plan ni noticias. Loshermanos de Cachito estaban todos con los pique-teros, y entonces me convencieron para que fuera.Me daba cosa ir sola, así que lo convencí a mi her-mano Diego para que me acompañara, y tambiénse anotara.

En la historia de Amalia, la aproximación a unmovimiento piquetero aparecía como una forma deacceder a ese recurso que era el plan, una forma deacceso a la que había apelado luego de haber es-perado durante casi un año el plan de la UGL. Uncamino –anotarse en la UGL, esperar, y entoncesanotarse con los piqueteros– recorrido por muchos,entre otras cosas, porque recibir un plan de lospiqueteros implica cumplir la contraprestación decuatro horas de trabajo y asistir a las marchas. Ya Amalia eso de andar en la calle no le era indi-ferente: La primera vez que me subí al tren parair a la marcha, me dio una vergüenza. . . No sabéscómo nos miraba la gente, nos re miraba, y yo mequería matar, viste. Hasta que dije, ‘Bueno, ver-güenza le tiene que dar al gobierno que pretendeque vivamos con 150 pesos’. En aquella conversa-ción, Amalia indicó con exactitud año y mes enque empezó a marchar, como también la fecha es-pecífica en que le salió el plan. Estuvimos seis me-ses marchando con mi hermano, dijo. Nos fuimosa todas las marchas, Puente Pueyrredón, Plaza deMayo, La Plata. . . Tuvimos mala suerte, porquenos tocaron un montón de marchas. Bah –se corri-gió inmediatamente–, mala suerte no, porque comofuimos a todas, el plan nos salió rápido.

Y es que si, por un lado, a Amalia “eso de mar-

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char” no le convencía, al mismo tiempo, al anotarsecon los piqueteros había entrado en una lógica es-pecífica: aquella según la cual la cantidad de mar-chas a las que se asiste es directamente proporcio-nal a la posibilidad de obtener un plan. Anotarsecon los piqueteros implica, en efecto, ingresar a unsistema de relaciones y obligaciones recíprocas, ymarchar es, en principio, la condición para obte-ner, en algún futuro más o menos incierto, derechoa un plan. Incertidumbre por la que muchos desis-ten después de haber estado marchando durantealgún tiempo, mientras otros –como una de las cu-ñadas de Amalia–, tras haber desistido, retornanal movimiento al enterarse de que, finalmente, elplan salió.

Cuando, seis meses después, volví a Varela,Amalia había vuelto a atender la panadería de LaPolaca. La cosa está difícil, me dijo. Y explicó quea Cachito le habían suspendido el plan. Recuerdoque le pregunté si le habían dado de baja, y ellame corrigió: No, se llama ‘suspensión’ dicen ellos,y dicen que es por dos meses. Cachito fue a ha-blar con los de la UGL, y le dijeron que lo debíanhaber suspendido porque tenía faltas en la huerta.Y ahí fue a hablar con su coordinadora, y revisa-ron las planillas, y vieron que tiene todo presente.¿Y entonces?, pregunté. La propia coordinadorale dijo que había como novecientas suspensiones,y que ella sabía que era por las elecciones: estánusando los planes para los que van a los actos. Asíque si llegás a conseguir la entrevista con Pereyra–prosiguió Amalia–, decile que venga a ver lo quesus UGL están haciendo con la gente.

La suspensión del plan de Cachito había lleva-do de vuelta a Amalia al mostrador de la panade-ría. Y es que más que como un ‘plan de empleo’,el plan funciona como un recurso que, sumado aotros, compone el ingreso de una unidad familiar.No se trata, solamente, de que el plan involucracierta definición estatal de ‘familia’ –como es elcaso de los planes con cargas, o de planes alimen-tarios como el Vida. Se trata, además, de que losplanes son gestionados, por aquellos que los reci-ben, a través de relaciones consideradas familiares.

Como hemos visto, una familia nuclear, a tra-vés de sus distintos miembros, puede recibir másde un plan. Una forma de hacerlo es obteniendoplanes de distintos tipos: en el caso de Amalia yCachito, ambos concilian planes con cargas y pla-nes sin cargas. No sólo esos planes son de tiposdistintos –lo cual evita la incompatibilidad–, sinoque, por diversas circunstancias, son obtenidos através de vías diferentes: Amalia tiene plan de lospiqueteros, Cachito tiene plan de la UGL; Diego–hermano menor de Amalia– tiene plan de los pi-queteros, mientras Teresa, su mujer, tiene plan dela UGL. Dado que cada plan involucra un sistemaespecífico de relaciones y obligaciones con aquellosque dan –la UGL, los piqueteros, los políticos–,constituye un recurso que circula y hace circular

a las personas: cuando Amalia no puede asistir auna marcha, Cachito, su marido, va en su reem-plazo; cuando Diego está con changas, Teresa, sumujer, marcha en lugar de él. Y así, alguien queen principio no está vinculado a los piqueteros, seve en la situación de marchar, para reemplazar aalgún familiar que sí lo está; o alguien que no estávinculado a la UGL se ve en la situación de tra-bajar en la escuela municipal para reemplazar alfamiliar que sí lo está.

De modo que, en función de la obtención y ma-nutención de recursos como el plan, y en funciónde obligaciones morales con otros (parientes y noparientes), las personas son llevadas a recorrer es-pacios percibidos como distintos –los movimientospiqueteros, la UGL–, aunque no necesariamentecomo contradictorios, y mucho menos como exclu-yentes. Ese y otros tránsitos desafían fronteras or-ganizacionales que la literatura sobre piqueteros ytemas afines supone indelebles –como aquella quesepararía piqueteros de punteros, o ‘movimientopiquetero x’ de ‘movimiento piquetero y’. Y si laspersonas son llevadas a circular es porque el plande la UGL o el plan de los piqueteros son posi-bilidades que se combinan con otras. La forma enque los planes son gestionados no puede ser di-sociada de otras actividades, recursos y relacionesque hacen a la vida de estas familias. En el casode los hijos de La Polaca, el plan es vivido –y portanto entendido– en economías domésticas –y po-líticas13– que incluyen el Seguro Público de Salud,el ser manzanera en el Plan Vida, el trabajo enla panadería, el trabajo para Pereyra, las changasen la cervecería Quilmes, la contraprestación en lahuerta de la UGL, los “planes para jóvenes”, los co-medores barriales, y el marchar en un movimientopiquetero.

III. Trabajos “políticos” (de los no profesio-nales de la política)

Si es cierto que, al tiempo que circulan, los planeshacen ellos mismos circular a las personas por es-pacios no excluyentes, también es cierto que esosespacios no son indiferenciados, ni mucho menosindiferentes. Recordemos que Amalia decía sentirvergüenza la primera vez que fue a una marcha. Y–cabe agregar ahora– no sólo por el juicio de esosanónimos pasajeros de tren, sino también, por laopinión de aquellos que sí la conocen y son cono-cidos. Según Amalia, al enterarse de que sus hijosse habían anotado con los piqueteros, La Polacase había puesto “como loca”. Pero buscá trabajo,le decía a Amalia. Mamá no hay, contestaba ella.Pero buscate un trabajo digno, insistía la madre.Lo que yo hago es digno, que yo sepa no ando mos-trando el culo por ahí, desafiaba Amalia –que merelataba la historia dando risotadas, imitando las

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voces de los personajes, y sobre todo ridiculizandoa su madre. Y continuó: Mi viejo le decía, ‘BuenoPolaca, los chicos quieren progresar’, y mi mamádecía que eso estaba bien, pero que marchar encontra del gobierno no era progresar!

Mientras La Polaca oponía trabajo digno a mar-char en contra del gobierno, su marido argumen-taba que esa era la forma que los chicos habíanencontrado para progresar. Mientras Gloria teníaplan por un político, su marido se recusaba a re-cibir cualquier plan, alegando que eso era cosa devagos. Para Amalia, el plan había sido aquello quele permitió abandonar el “trabajo esclavo” en lapanadería de su madre; mientras tanto, muchosotros en Villa Margarita, aún teniendo plan, es-taban “buscando trabajo” y, sobre todo, manifes-taban su incomodidad por “no hacer nada” y lavoluntad de “empezar a trabajar”; en esos casos,trabajo refería a algo específico, de lo cual sus ocu-paciones como contraprestación del plan –sea en laUGL, sea en los movimientos piqueteros– queda-ban excluidas.

Desde la perspectiva de las personas, el plan esdiferenciado de otros ingresos: es diferente del sa-lario, o del dinero que dejan las changas. El planes un dinero marcado, singularizado en relación aotros tipos de dinero, y –más importante–, mo-ralmente calificado14. En principio, podríamos de-cir que el propio Estado participa de esa mar-cación: el plan es un programa de ayuda social,y como tal, está destinado a personas específicas–desocupados–, para fines específicos –claramenteen el caso de los planes con cargas, manutencióndel hogar y de la familia. Los planes son llamadosde empleo, pero no son (verdadero) empleo. A tra-vés de ellos, funcionarios estatales y destinatariosmantienen y recrean una división producción/noproducción, trabajo/no trabajo; del mismo modoque lo hacen las dirigencias de las organizacionespiqueteras que contraponen ayuda social a trabajogenuino.

Diría que no sólo el plan, en términos genéricos,constituye un dinero diferenciado, sino que cadaplan en particular –de los piqueteros, de la UGL, deun político– es moralmente calificado. Cada plan,según su procedencia, pone en juego valores mo-rales y reputaciones. En Villa Margarita, muchosconsideran legítimo recibir un plan de la UGL, pe-ro no recibir un plan de los piqueteros. Durantemi trabajo, en diversos contextos el término pi-quetero circulaba como estigma y como acusación:quilombero, sin vergüenza, y, por sobre todo, vago.Inversamente, para otros, recibir un plan a travésde los piqueteros puede ser, precisamente, la for-ma de ganar un dinero sentido como merecido, enfunción del trabajo invertido.

En este sentido, es posible detectar formas deconcebir los planes –y el trabajo– que, de algúnmodo, desafían la división producción/no produc-ción y, en ese movimiento, las propias fronteras en-

tre lo que purificamos como economía (no política)y como política (no económica). Me refiero, en pri-mer lugar, al hecho de que, para muchos, estar conlos piqueteros es mucho más que acceder a un plan,y mucho más que hacer piquetes. Lejos de ser unevento consagrado –e instancia enaltecida del ‘serpiquetero’, como a veces se pretende15–, marcharpuede constituir, simplemente, una de las tantasactividades desempeñadas en el marco de un mo-vimiento. Cooperativas, emprendimientos produc-tivos, reuniones, asambleas, ferias, son algunas delas actividades, relaciones y compromisos en losque, día a día, las personas se involucran. En estesentido, me interesa dejar en claro que, en un mun-do signado por la desocupación y la subocupación,en un mundo donde la vagancia constituye una delas acusaciones más esgrimidas, estar con los pi-queteros puede ser estar ocupados, estar haciendocosas.

En segundo lugar, muchos de mis interlocutoresen campo conciben su participación en los movi-mientos piqueteros como una continuidad en re-lación a actividades del pasado, como el estar enpolítica. Me refiero a aquellos que, sin considerarseni ser considerados socialmente como políticos –esdecir, como profesionales de la política–, clasificansus actividades en política (partidaria) como tra-bajo. Introduzco rápidamente a Rulo, quien llevabados años en un movimiento de desocupados al mo-mento en que lo conocí, trabajando en seguridad.Antes de eso, había trabajado años para el PJ: Yoestuve en el grupo que se opuso al partido y apoyóla candidatura de Menem en el 87. Me da un po-co de vergüenza, pero también de orgullo, porquefuimos los que nos opusimos al partido, y apoya-mos un proyecto. Fue linda esa época. . . Recuerdoque alguna vez le pregunté a Rulo por la diferenciaentre estar en el partido y en el movimiento, y éldijo que era “muy diferente”, Porque acá en el mo-vimiento las bases son lo principal. Igual –agregódespués de un silencio–, para mí esta es una luchamás. Siempre estuve en alguna, y esta es la que metocó ahora.

Como Rulo, Mirta está en seguridad del Movi-miento Teresa Rodríguez. En una oportunidad lepregunté por su entrada al movimiento. Había si-do una vecina quien le había comentado que “lospiqueteros estaban dando planes”. Dejate de joder¡Qué voy a ir a hacer yo con esos piqueteros demierda!, habría dicho Mirta a su vecina. Pero alfinal me animé y fui. Y me re gustó, me dijo Mirtasoltando una carcajada. Primero estuve en el co-medor, y después me metí en seguridad, que meencanta ¿Y qué hacías antes?, pregunté. ¿Antes?Antes trabajé para los radicales, después para losperonistas, laburé un montón para los peronistas.Ahora este es mi trabajo, de acá no me sacan más.

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IV. Obligaciones morales y relaciones de tra-bajo dentro del movimiento

A partir de la forma que adoptan las relacionescotidianas al interior de algunas organizaciones pi-queteras es posible explorar otras dimensiones delmovimiento como trabajo. Recordemos que Ama-lia tenía licencia en su movimiento cuando la cono-cí. Su ausencia en las marchas estaba justificada,como también lo estaban las faltas de su herma-no Diego, quien en el verano hacía changas en lacervecería Quilmes junto con Cachito. Durante mitrabajo, una de las cosas que llamó mi atención esla forma en que el sistema de obligaciones y de-rechos formalizados que regían la cotidianeidad delos movimientos evocaban modelos como el de lasrelaciones de trabajo. Además de faltas justificadaspor ocupaciones en changas, fines de semana, licen-cia por maternidad, días por enfermedad, y vaca-ciones, los movimientos registran por escrito asis-tencia a las cuatro horas de trabajo –en planillas deentrada y de salida– y asistencia a las marchas. Lacantidad de marchas a las que se asiste no es sóloel criterio que, en principio, estipula la obtencióndel plan, sino también el criterio que estipula quié-nes tienen derecho a otros recursos, como las cajasde mercadería –otorgadas por el gobierno nacio-nal y provincial– que muchos de los movimientosreparten mensualmente entre sus bases.

Amalia me explicaba que ella alguna vez habíarecibido caja, Pero sólo alguna vez, porque la ca-ja se da para los compañeros que más participan.En uno de los movimientos con los que tuve máscontacto, mes a mes se exponen, pegados en unapizarra, listados de nombres y apellidos que especi-fican quién tiene derecho a caja, quién a caja chica,y quién a caja grande, según la asistencia relativaa las marchas del mes anterior. En oportunidad deuna reunión de aquel movimiento, presencié unadiscusión acerca de la diferencia que se suponía de-bía haber entre caja chica y caja grande. Alguienpreguntó por qué la caja chica no venía con aceite.Una compañera respondió: Eso era lo que se habíavotado en una asamblea, nosotros mismos había-mos votado que la caja chica no tenía que teneraceite, porque si no al que no marchaba casi no lehacía diferencia.

De modo que el tamaño de la caja indica dife-rencias en la cantidad de trabajo que cada compa-ñero puso en el movimiento. El movimiento cons-tituye, así, un espacio de creación de derechos ymerecimientos: mientras la UGL reivindica comocriterio de asignación de planes y otros recursos es-tatales, la necesidad de los aspirantes –necesidadcuantificada en el número de hijos–, las organiza-ciones de desocupados reinvindican como criteriola lucha de los compañeros. Desde miradas ajenasque dan cuerpo al debate público y político sobrequiénes son esos piqueteros y por qué hacen pique-

tes, ese principio de merecimieto suele ser puntode controversia. La discusión tiende a polarizarseen dos posiciones: mientras unos defienden la ecua-ción “piquetero = vago”, otros defienden la ecua-ción “piquetero = desocupado”; a la razón materialalegada por los primeros para invalidar la protesta–la gente va a los piquetes a cambio de un plan deempleo, de una caja de comida, o de 20 pesos–, lossegundos oponen su razón ideológica –los pique-teros luchan por un cambio social, por un nuevoproyecto social y político. La discusión esconde,no obstante, un consenso en el disenso: en primerlugar, ambas posiciones presuponen razones uní-vocas para la movilización –razón material, razónideológica. En segundo lugar, ambas presuponenque no es aceptable movilizarse políticamente “porun plan”, “por una caja de comida”, o “por 20 pe-sos”. Ambas comparten una jerarquización entrelo intelectual y lo material: mientras unos censu-ran a través de la denuncia –el manejo de planespor parte de los movimientos es “clientelar”–, losotros censuran a través del tabú –los planes cons-tituyen un aspecto subsidiario, una demanda me-ramente reivindicativa de los movimientos, detrásde la cual descansan las auténticas (y más eleva-das) demandas. Finalmente, ambas parten de unvalor absoluto –y cuantitativo– de ‘el plan’ y ‘la ca-ja’: nadie está dispuesto a preguntarse por el valorque esas monedas pueden tener para las personasque las ganan, acumulan, intercambian, combinan,pierden, y gastan. Y no me refiero, solamente, a loque pueden valer ‘150 pesos’ para un vecino de Vi-lla Margarita, sino más específicamente, a lo quepueden valer ‘150 pesos del plan de los piqueteros’.

A partir de mi experiencia de campo, diría quelas marchas mueven emociones diversas: una mar-cha puede instigar miedo, vergüenza, orgullo, satis-facción. Pero en cualquiera de los casos, marchares parte de un universo de relaciones y de obliga-ciones. El valor de esas relaciones puede llevar auna persona a participar de actividades promovi-das por aquellos que supieron ayudarla, aquelloscon quienes se siente agradecida; o a preocupar-se por buscar un reemplazo cuando no le es posi-ble asistir a una marcha. La posibilidad de tenerpresencia en una marcha mandando un reemplazonos habla, por un lado, de la importancia que lacantidad tiene para las organizaciones. Pero los re-emplazos hablan, también, de la importancia quela asistencia tiene para las propias personas quemarchan. Para ellas, el plan puede ser mucho másque ‘un plan’, y la caja de mercadería puede sermucho más que ‘una caja’ de mercadería. Aquelloslistados de los que hablé más arriba, no sólo ‘infor-man’ sobre lo que le corresponde a cada uno, sinoque también señalan públicamente lo que cada unodio. A la luz de diversas situaciones que viví en Va-rela, diría que la caja es algo que puede indicar aalguien como un compañero laburador, digno derespeto y de tolerancia; o algo que, al contrario,

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puede permitir acusar a alguien de vago, ponien-do en juego su reputación. Y esa opinión de losotros, que recompensa y sanciona, no se agota enlos compañeros del movimiento, sino que involu-cra otras relaciones: marchar puede ser aquello delo que depende una economía familiar, aquello queotorga valor a una persona como vecino, como tra-bajador, como madre o padre de familia. Porquemientras Amalia dudó en anotarse con los pique-teros por el juicio que sus allegados podrían hacersobre ella, para Rulo, marchar fue aquello que lepermitió llevar a su casa 150 pesos y una caja demercadería, sin sentir vergüenza.

V. Los malestares de la cuantificación

Aún cuando un trabajo etnográfico revela la infer-tilidad de reducir la vida de las personas a “razo-nes”, sean ellas “materiales”, sean ellas “ideológi-cas”, eso no quiere decir que esos argumentos notengan existencia y efectos concretos en el mundosocial estudiado. Al tiempo que la relación entremarcha-plan y marcha-caja es abiertamente expli-citada (objetivada y ritualizada, por ejemplo, enlos listados de asistencia, pero también en las dis-cusiones públicas sobre la diferencia que debe ha-ber entre caja chica y caja grande, o en asambleasdonde esas decisiones son tomadas), esa correspon-dencia es censurada en ciertas circunstancias, y noestá desprovista de tensiones. Quisiera presentar,resumidamente, dos situaciones que parecen hablarde estas tensiones:

• En uno de los movimientos con que tuve másproximidad, quien se anota con los piqueteros,y comienza a marchar, tiene el estatuto de vo-luntario. Estuve como voluntario 8 meses –mecontaban algunos. Primero entré como volunta-rio, y ahí me salió el plan –me decían otros. Vo-luntario es aquel que marcha sin plan –aunque,todos saben, a la espera de su plan.

• En una oportunidad presencié una reunión dedelegados donde se informó la realización deuna marcha “en solidaridad” a los padres delas víctimas Cromañón16. Allí se explicó queno se llevarían banderas a la marcha, porquelos padres no querían “ningún signo político”.Una delegada planteó a la dirección del movi-miento que la gente de su sede barrial no estabade acuerdo en ir a la marcha: Porque dicen quees en solidaridad, y si es en apoyo a los fami-liares, entonces no tendría que ser obligatoria–dijo la mujer. Uno de los dirigentes respondióque se trataba de una “marcha política, comocualquier otra”, porque, al final de cuentas, erauna movilización contra el jefe de gobierno de laciudad de Buenos Aires. Y agregó: Además, acánada es obligatorio, nadie obliga a nadie com-pañeros. Entonces, la delegada dijo: Sí, ya sé,

pero lo que la gente quiere saber es si va a tenerfalta o no. A lo que el dirigente respondió re-pitiendo que sería “una marcha como cualquierotra”. Al día siguiente, en la reunión de una se-de barrial donde se informarían las decisionesde la reunión de delegados, la marcha volvió asuscitar objeciones: Por qué marchar sin ban-deras y pañuelos –decían algunos. Por qué mar-char por solidaridad –cuestionaban otros. ¿Peroes obligatoria? –preguntaban otros. La delega-da respondió que la marcha no era obligato-ria, pero que “se pasaría el presente, como encualquier marcha”. Inmediatamente, otra mujeragregó: Por favor, compañeros, seamos solida-rios, el movimiento no es solamente la caja y elplan, hay que tener un poco de compromiso!

Tal vez, una lectura bourdiana de Mauss po-dría tratar la noción de voluntario o la afirma-ción “acá nada es obligatorio” como eufemismos, o–parafraseando al propio Bourdieu (1996)– como“transfiguraciones verbales” de una realidad obje-tiva –el interés, la obligación. Pienso, no obstan-te, que optar por ese tipo de jerarquización sería,precisamente, suprimir la complejidad de un con-junto de relaciones que parecen regirse a partir dedistintos principios –cuyo contacto está en la ba-se de los conflictos suscitados. La pregunta de lamujer –“¿la marcha es obligatoria?” “¿va a con-tar falta?”– es razonable respecto a ese sistema dereglas y equivalencias explícitas (y explicitadas enpapel) con que funcionan algunos movimientos co-tidianamente. La respuesta del dirigente –“acá na-da es obligatorio”–, y la de la otra compañera –queexige “solidaridad” y recuerda que el movimien-to “no es solamente la caja y el plan”–, parecenestar ancladas en el registro de la política –y elcompromiso político–, un universo que se presumeno mensurable ni cuantificable. Antes que pensaren una oposición del tipo interés/desinterés, cál-culo/ausencia de cálculo –o de simplificar el juegosubordinando un término (presumido como simbó-lico) a otro (presumido como real)–, tal vez resultamás prolífico explorar en qué circunstancias cier-tas conversiones pueden ser realizadas; cuándo, porquiénes y ante quiénes ciertos objetos son suscep-tibles de ser medidos, y cuándo esas medidas cons-tituyen argumentos en los juegos de acusación. Enotras palabras, explorar cómo cada situación socialcuenta con sus propios cálculos autorizados17.

F. Weber (2002) nos recuerda que las ‘racionali-dades nativas’ difieren de una escena social a otra;y también, que en muchas de ellas se encuentran yconfrontan. Me pregunto si las situaciones que pre-senté no nos hablan de un universo en que ciertosbienes circulan traspasando los límites de arenasy moralidades que pretendemos diferenciadas. Losplanes, monedas diseñadas para transitar dentrode un circuito –la subsistencia y asistencia de deso-cupados–, acaban desviándose para otro –la políti-

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ca. Para algunos –como los funcionarios estatales–ese pasaje puede ser visto como una adulteraciónde un programa de gobierno: como una politiza-ción de la ayuda social. Para otros, –pensemos, porejemplo, en los dirigentes de muchos movimientos,quienes ven en la intromisión de esos objetos algopeligroso, y se preocupan por “cómo ir más allá dela caja y el plan”– puede significar una suerte de

mercantilización de la lucha.Estos pasajes y sus equívocos merecen ser et-

nografiados, en la medida en que nos obligan aexpandir nuestras propias teorías (‘económicas’ y‘políticas’) y a considerar que, en un universo en elque emplearse a cambio de un salario ha dejado deser una posibilidad para muchos, estar en políticay estar con los piqueteros pueden ser trabajos.

Notas

Una versión preliminar de este artículo fue presentada al Simposio Cultura y Economía: Perspectivas etnográficas,1en el VIII Congreso Argentino de Antropología Social, Salta 2006.Licenciada en Antropología Social, UBA. Doctoranda Museu Nacional/PPGAS/UFRJ. [email protected] una población de 348.767 habitantes, Florencio Varela es un municipio ubicado a 24 km de la Ciudad de3Buenos Aires. Según la clasificación del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, Florencio Varela forma partedel “Conurbano IV”, la región más pobre del Gran Buenos Aires.Cf. Svampa y Pereyra 2004:55-72; Isman 2004:65-87; Delamata 2004:33-66; Mazzeo 2004:45-74.4Desde el año 96 los gobiernos nacional y provincial han lanzado diversos tipos de subsidios y planes de empleo5para desocupados. Un elemento común a casi todos ellos es su monto, de 150 pesos mensuales (50 dólares) pordestinatario. Además, la mayoría de los planes exige una contraprestación laboral de 4 horas diarias, en proyectoscomunitarios, productivos o educativos.Esta última alternativa se torna posible cuando el gobierno nacional dispone que la gestión de los planes –hasta6entonces en manos de entidades municipales– puede ser asumida, también, por organizaciones de la “sociedadcivil”, como asociaciones y ONGs. Fue en el marco de esa disposición que, a partir de 2000, muchas organizacionespiqueteras se constituyeron en ONGs, pasando a gestionar sus propios padrones de planes sociales, y a organizar lacontraprestación de cuatro horas diarias de trabajo que corresponde a cada beneficiario de plan.En este trabajo, a excepción de fragmentos de discurso indirecto, la palabra nativa no está antecedida de comillas,7sino marcada por una mayúscula que indica que es otro –y no yo– quien enuncia. Sobre este recurso narrativo y susimplicancias, cf. Quirós 2006. Las cursivas refieren a términos nativos fuera de contextos de situación específicos.Sobre esta clasificación nativa –estar con los piqueteros– para referir a la relación con los movimientos, y una8discusión con perspectivas identitarias en la literatura sobre el tema, cf. Quirós op. cit.A excepción de personas, lugares u organizaciones de conocimiento público, los nombres propios son ficticios.9Con tres mandatos consecutivos, Pereyra es, desde 1992, el intendente del municipio por el Partido Justicialista.10El Plan Vida es un programa del gobierno de la provincia de Buenos Aires, que consiste en el reparto de raciones11diarias de leche para chicos menores de 6 años. Se implementa en Florencio Varela desde 1994, y en el resto delconurbano desde 1996. Sobre el tema cf. Masson 2004.El plan JJDH fue creado en abril de 2002, en el marco de la declaración de “Emergencia Ocupacional Nacional”, y12llegó a contar con dos millones de beneficiarios.Aunque este término está inspirado en el trabajo de Combessie (1989) –quien habla de economía política de familia13para referir a las estrategias de reproducción y valorización de las unidades domésticas–, aquí hago un uso menostécnico de la noción, para llamar la atención sobre el hecho de que la forma de vida de estas personas está atravesadapor políticas estatales, por múltiples relaciones con el gobierno y los políticos, por su articulación con organizacionescomo movimientos piqueteros, y por acciones públicas –por algunos de ellos consideradas políticas–, como ir a unpiquete.Sobre las operaciones cotidianas de calificación y pluralización del dinero, cf. Zelizer 1994.14Lenguita (2002: 61) señala que “para sus protagonistas, ser piquetero significa que su identidad ha dejado de estar15asociada a un trabajo, desde ahora estará signada por lo que se hace: cortar la ruta”. Massetti (2004:52-94), por suparte, habla del piquete como “ámbito-momento” generador de una identidad específica.República Cromañón era el nombre de una discoteca situada en el barrio de Once, ciudad de Buenos Aires, que16el 30 de diciembre de 2004 sufrió un incendio durante un recital de rock, dejando un saldo de casi doscientosmuertos. La tragedia inauguró una crisis política para el gobierno de la ciudad, ya que el lugar había sido habilitadopor inspectores municipales, a pesar de violar un conjunto de reglamentaciones de seguridad. Las movilizaciones yprotestas –encabezadas por los padres de las víctimas, partidos de oposición, organismos de derechos humanos, ymovimientos piqueteros– dieron paso al juicio político del Jefe de Gobierno de la ciudad.Sobre la dimensión moral de las operaciones de cálculo y cuantificación, cf. Kopytoff 1986, Appadurai 1986, Weber172002, Zelizer 1992.

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Referencias

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“Acá no conseguís nada si no estás en política”. Los sec-tores populares y la participación en espacios barriales desociabilidad política

Gabriel Vommaro1

Resumen

A través de la presentación de las observaciones que realizamos en el barrio Ejército Argentino dela ciudad de Santiago del Estero, nos proponemos analizar la relación de los sectores popularescon la política en los intercambios que se producen, en el ámbito barrial, entre organizaciones yvecinos. En la descripción de la vida organizacional del barrio mostramos la densidad y pluralidad deorganizaciones existentes, el rol de las políticas sociales en la vida asociativa barrial y la importanciade los “referentes” políticos, sociales y religiosos en esta asociatividad. Es en este contexto que nosocupamos de la dimensión moral de los intercambios en los que están en juego bienes de origenpúblico, para indagar la construcción de criterios de atribución de esos bienes que son motivo denegociaciones y conflictos cotidianos entre dirigentes territoriales y vecinos.Palabras clave: Intercambios políticos, moral y política, sectores populares y política, peronismo,Santiago del Estero.

Abstract

Using the presentation of the observations that we make in the neighborhood Ejército Argentino ofthe city of Santiago del Estero, we propose to analyze the relation between the popular sectors andthe politicians in particular across the exchanges that take place, in the barrio, between organizationsand neighbors. In the description of the organizational life of the neighborhood we show the densityand plurality of existing organizations, the role of the social policy in the associative life and theimportance of the political, social and religious “referentes” in this associative life. It’s in this contextthat we deal with the moral dimension of the exchanges in which it’s matter of the goods of publicorigin, to describe the construction of criteria of attribution of these goods that are a motive ofnegotiations and daily conflicts between mediators and neighbors.Key Words: Political exchanges – Political and moral dimensions – popular sectors and politics –peronismo – Santiago del Estero.

Al analizar la relación de los sectores popularescon la política a través de los intercambios que seproducen, en el ámbito barrial, entre organizacio-nes y vecinos, asumimos la importancia del terri-torio para comprender la politicidad2 de esos sec-tores (Merklen, 2005), en un contexto en el que elproceso de desalarización (aumento del desempleo,de la informalidad y de la precariedad laboral) hahecho de los barrios en los que ellos habitan un es-pacio de sociabilidad privilegiado: es allí donde lasfamilias buscan los recursos para la subsistenciay donde participan de espacios sociales, políticosy religiosos donde obtienen bienes de origen pú-blico (planes, alimentos, remedios, etc.) a travésde relaciones de intercambio que serán objeto denuestro análisis. Para ello, pondremos en juego lasobservaciones que realizamos en el barrio EjércitoArgentino de la ciudad de Santiago del Estero3.

Este recorrido estará guiado por el diálogo yla discusión permanente con algunos de los tra-bajos sobre sectores populares y política que sehan producido recientemente en la Argentina, yque han privilegiado en general la selección de unactor territorial: las unidades básicas del peronis-mo (Auyero, 2001; Levitsky, 2003), los grupos pi-queteros (Svampa y Pereya, 2003; Delamata y Ar-mesto, 2005, Quirós, 2006), los grupos de caridadcatólica (Zapata, 2004), las manzaneras (Masson,2004). Aquí, en cambio, trabajaremos con el barriocomo punto de entrada (aún cuando analicemos só-lo uno de sus sectores) y, aún a riesgo de perderen capacidad de descripción de cada organización,analizaremos al conjunto como parte de una confi-guración de relaciones de intercambio, conflicto ycooperación. Grimson et al (2002) ya habían traba-jado desde esta perspectiva, pero habían excluido

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de su análisis a los dirigentes partidarios que, co-mo veremos aquí, no pueden ser rápidamente colo-cados por fuera de la actividad asociativa barrial4.La elección de un barrio de una provincia periféricacomo la de Santiago del Estero nos permite, en fin,comparar los resultados obtenidos en nuestro estu-dio con las observaciones realizadas en el conurba-no bonaerense por los trabajos recién citados.

Procederemos de la siguiente manera. En primerlugar, presentaremos el territorio de observación.En segundo lugar, describiremos los actores políti-cos, sociales y eclesiales relevados en esta aproxi-mación al campo y mostraremos sus rasgos princi-pales, así como los de la configuración social en laque están insertos. Luego analizaremos las formasde participación de los vecinos en las organizacio-nes que actúan en el barrio para preguntarnos enfin por los intercambios entre vecinos y dirigentes.

El barrio5

El barrio Ejército Argentino (EA) se encuentraubicado en el sur de la ciudad de Santiago del Es-tero, tiene una superficie de 202.76 has de acuerdoal último Censo de Población y Vivienda, y fueconstruido en su integridad por el Instituto Pro-vincial de Vivienda y Urbanismo (IPVU) en su-cesivas etapas, desde los años 1970. Al sector másantiguo, ubicado cerca de la avenida Belgrano, querecorre la ciudad de norte a sur, se le fueron su-mando ampliaciones que hicieron del EA uno de losbarrios más poblados de la ciudad, con aproxima-damente 11.500 habitantes. Las sucesivas etapasde construcción pueden verse en la geografía delbarrio y en los nombres que los habitantes o lasautoridades provinciales han puesto a cada sector:Ampliación, Los pitufos (por la forma de semicir-cular del techo de las viviendas), Aesya, Municipal,etc. Los grupos de casas están surcados por zonasde monobloques y por los escasos edificios públicosy espacios verdes con los que cuenta el barrio: dosescuelas primarias (en una de ellas funciona tam-bién una escuela secundaria nocturna y un jardínde infantes), un centro de gestión municipal, y unaUnidad Primaria de Atención, que está en una delas calles asfaltadas que funciona como puerta deacceso al barrio, la calle 59, donde hay además unsupermercado, una casa de juegos de azar y unacarnicería.

Aún cuando las casas fueron construidas en di-ferentes etapas, su tamaño y su distribución sonsimilares: tienen un salón, uno o dos dormitorios,un baño y una cocina. En la parte de adelante hayun pequeño jardín y en la de atrás un fondo queen algunos casos funciona como patio o jardín yen otros como taller de trabajo o depósito. La uni-formidad originaria de las construcciones permiteque el estado actual de las viviendas funcione co-mo indicador de la situación económica de sus ocu-

pantes, lo cual como veremos luego será utilizadopor los dirigentes barriales para clasificar a sus ve-cinos y para los mismos vecinos para distinguirseentre ellos (quienes mantuvieron el techo de chapay quienes colocaron loza, quienes hicieron amplia-ciones, construyeron dormitorios, aleros, etc.).

Por otra parte, si bien al construirse las vivien-das se realizó un tendido de cloacas (aunque noen todos los sectores), de red de gas, de electrici-dad, de teléfono y de agua potable, los habitantesdeben pagar para hacer que algunos de estos ser-vicios “entren” a sus viviendas, de modo que unagran proporción de hogares no tiene gas corriente yen ellos se cocina con garrafas o, en la mayor partede los casos, con leña o carbón6. La gran cantidadde locutorios que hemos observado en nuestras re-corridas por el barrio permite inferir que la mayoríade las viviendas no tienen teléfono.

A la precariedad de la infraestructura de las vi-viendas y de los servicios, así como la insuficientepresencia del Estado en servicios como salud y edu-cación, se suma el aislamiento relativo del barriorespecto del centro de la ciudad. En efecto, una so-la línea de transporte colectivo, la 15, une los dospuntos y hace dificultoso el desplazamiento para,por ejemplo, cualquier trámite en la municipalidado en alguna otra dependencia pública. La distan-cia espacial respecto del centro se reproduce en estecaso en una distancia social (simbólica y material,como sugieren Grimson et al) que posee una tri-ple implicancia: ancla aún más a los habitantes enel territorio, los hace más dependientes de los re-cursos que allí puedan obtener y coloca a quienestienen acceso a los recursos que se consiguen enel “centro” (en el municipio, en las dependenciasdel gobierno provincial, en los comercios céntricos,etc.) en una posición privilegiada7.

Según un relevamiento no sistemático realizadoa partir de las entrevistas y conversaciones infor-males que mantuvimos en las organizaciones delbarrio, entre los hombres predominan el empleoinformal y el empleo precario (por contrato) en elsector público tanto en el nivel provincial comoen el municipal en tareas de maestranza o policía.Hay también cuentapropistas que realizan tareasde oficio (albañilería, carpintería, peluquería) o quemanejan un taxi o un remise. Asimismo, es altoel porcentaje de personas desempleadas y subem-pleadas (que realizan “changas”). Entre las muje-res, es mayoritario el trabajo doméstico y otro tipode actividades informales como la venta de ropa,cosméticos, alimentos elaborados en forma casera.Además, están a cargo de las tareas domésticasen sus hogares. En general, tanto hombres comomujeres tienen instrucción primaria completa o se-cundaria incompleta. El ingreso mensual de la po-blación ocupada oscila en los $300, lo cual permitecomprender la importancia económica de los pla-nes sociales (que otorgan entre $150 y $250 segúnlos casos) para las economías familiares del barrio8.

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Las organizaciones

Nuestra aproximación a la vida organizacional delEA nos ha permitido identificar, en la zona estu-diada, cinco organizaciones que trabajan en la ges-tión y distribución de bienes de origen público quemedian en la relación con los vecinos. A continua-ción describiremos brevemente estos espacios, lascaracterísticas de sus animadores y de algunos delos participantes entrevistados.

a. Parroquia Espíritu Santo

Luego de un proceso de dos años de implantaciónen el barrio, la Parroquia Espíritu Santo se fundóen 1985. El predio parroquial está ubicado en lacalle 59, principal acceso al barrio, y ocupa aproxi-madamente una manzana, entre las diferentes de-pendencias. La gran extensión y la densidad pobla-cional que comprendía la jurisdicción de la Parro-quia, impulsó el establecimiento de subdivisionespara organizar su presencia en el barrio. Esto hadado origen a las comunidades eclesiales de base(CEBs), grupos de vecinos laicos reunidos en tor-no a la catequesis de los chicos. El fomento de lasCEBs responde a una cierta concepción de la igle-sia “cerca de los pobres” o, como afirmaba el obis-po Angelelli (ejemplo para este sector de la iglesiasantiagueña), “con un oído en el pueblo y otro enel evangelio”. La formación y organización en gran-des y pequeñas comunidades en la jurisdicción de laParroquia se introduce aproximadamente en 1986y constituyó una de las primeras experiencias enla provincia. La jurisdicción de la Parroquia es-tá así dividida en ocho sectores de 18 manzanascada uno. En cada sector actúa una gran comuni-dad, compuesta a su vez de pequeñas comunidadesconstituidas por familias reunidas en un espacio detres o cuatro manzanas.

La capilaridad de la inserción de la Parroquia enel barrio se relaciona en especial con la actividadde catequesis, pero es a través de esta inserción yde la actividad litúrgica descentralizada que hanpodido organizar a los fieles más “necesitados” y alos “animadores comunitarios” de modo de imple-mentar los programas sociales que gestionan desdefines de los años 1990 y en especial a partir de lallegada de la intervención federal a la provincia en2004, con la que la iglesia santiagueña tuvo buenasrelaciones9. En efecto, junto a las tareas de carác-ter promocional (de los derechos ciudadanos, perotambién de la catequesis) la Parroquia desarrollaacciones de índole asistencial, dirigidas a los veci-nos con necesidades ligadas a la subsistencia. Paraello, intenta diferenciarse de otro tipo de organi-zaciones a las que identifica con el “clientelismo”a través del fomento de lo que llaman una “cultu-ra solidaria”, mediante la cual los pobres puedan“ser protagonistas de su propio desarrollo”. Algu-

nas de estas actividades son: comedores infanti-les, financiados en su mayor parte con programassociales nacionales y con recursos provenientes deCáritas diocesana (la Parroquia mantiene tres co-medores, distribuidos en los extremos del barrio,que son financiados por el Ministerio de Desarro-llo Social y por el Fondo Participativo de Inver-sión Social (FOPAR)10); merenderos infantiles, or-ganizados por las CEBs; apoyo escolar; proyectosproductivos financiados por el programa nacional“Manos a la Obra”: la Pastoral Social obtuvo lagestión de este tipo de planes a partir de la inter-vención federal en la provincia y comenzó con unaprueba piloto en el EA. Los proyectos productivos(fábrica de pastas, fábrica de pan, entre otros) soncoordinados por un “animador comunitario” de laParroquia.

Además de las tareas sociales de tipo asistencial,que se encuentran descentralizadas, en la sede dela Parroquia funciona una radio parroquial, dirigi-da por Patricia (separada, tres hijos, ex empleadamunicipal) y creada a principios de los años 1990para incorporar jóvenes a la vida parroquial. Conel tiempo, Patricia comenzó a cobrar mayor impor-tancia en el mantenimiento de la programación dela radio hasta convertirse en la actualidad en la res-ponsable principal. La radio funciona como voz dela Parroquia en el barrio (se informa de la activi-dades parroquiales, a la mañana Patricia conduceun programa en el que lee y comenta las noticiasdel día) y como canal de comunicación de otras or-ganizaciones barriales con los vecinos del EA; hayademás un jardín de infantes que funciona desdelos años 1990 en un edificio que está frente al pre-dio parroquial y una escuela primaria construidaen 2002 con fondos de ONGs católicas alemanas yholandesas y que recibe en la actualidad a aproxi-madamente 250 alumnos, quienes pagan una cuo-ta mensual de treinta pesos; en fin, junto al predioparroquial hay una sala de velatorios construidapor iniciativa de las CEBs a falta de una sala deestas características en el barrio.

En la primera visita que realizamos al predioparroquial nos impresionó el tamaño de las instala-ciones, en especial de la escuela, cuya construcciónreciente se nota en el estado del edificio. La granantena ubicada junto a la cancha de fútbol indi-caba la presencia de la radio, una casita de mate-rial que está detrás de la iglesia. Las dimensionesdel predio convierten a la Parroquia Espíritu San-to en la organización con mayor infraestructura enel barrio. Su estado actual es el resultado de unlargo trabajo de los diversos curas párrocos que,desde los años 1980, predicaron allí. Al menos tresde entre ellos tuvieron un rol fundamental en laconstrucción de “la red” de las CEBs en el barrio,así como en la implementación del trabajo socialque la Parroquia lleva a cabo en la actualidad. Aúnsus nombres son recordados por los miembros dela parroquia y fue de hecho uno de ellos quien nos

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introdujo allí. Al mencionarlo, Patricia, la respon-sable de la radio, se puso a nuestra disposición.El problema de la importancia para la vida parro-quial de la impronta personal de cada cura es queuna vez que son reemplazados para cumplir fun-ciones en otros ámbitos (o para dedicarse a la polí-tica partidaria luego de dejar los hábitos11) puederesentirse la actividad si el reemplazante no tienecaracterísticas similares a su antecesor. El actualcura párroco, el padre Carlos, por ejemplo, pareceser un caso de este tipo, puesto que su actitud esmucho más cautelosa y tímida frente a las tareasque la Parroquia ha asumido históricamente, enespecial respecto de la organización de los vecinospara realizar demandas al municipio o al gobiernoprovincial, lo que en palabras de un miembro de laParroquia fue expresado en términos de “al padreCarlos no le gusta pedir, hay que estarle todo eltiempo encima”.

En este contexto, la figura de Patricia se ha vuel-to aún más importante, puesto que ella ha traba-jado con los dos párrocos anteriores y encarna ensu persona la continuidad del trabajo social. Hijade un militante comunista, Patricia participó po-líticamente en ese partido hasta comienzos de losaños 1990. Fue entonces que se acercó a la Parro-quia, lo cual fue visto por ella como una forma decombinar el legado de su madre católica con la mi-litancia política de su padre. El conocimiento queella tiene del barrio y de sus organizaciones fue evi-dente para nosotros desde el momento en que nosllevó a recorrer la zona y nos presentó a algunosdirigentes a los que luego pudimos entrevistar.

b. Comedor Parroquia Espíritu Santo

Si bien el comedor infantil “Los niños de Jesús”depende de la Parroquia Espíritu Santo, el carác-ter relativamente autónomo de su dinámica inter-na nos lleva a analizarlo por separado. El comedoratiende a aproximadamente 75 chicos y se financiacon un subsidio del Ministerio de Desarrollo Socialque llega a través de Cáritas diocesana, que en-trega el dinero de forma semanal al padre Carlos.Antes de instalarse en casa de Concepción (sepa-rada, tres hijos, desocupada), donde se encuentraahora, funcionaba en la de otra vecina. Las quejaspor la calidad de la comida y por supuestos usosindebidos de los insumos, llevaron a la organiza-ción de una reunión de madres en la que se decidióel traslado del comedor. Los chicos comen bajo unalero que está a la derecha de la casa, en la parte deadelante: de lunes a viernes, en una larga mesa detablones, en tres turnos y de acuerdo a los horariosde entrada y salida de la escuela, se disponen engrupos de entre 20 y 25 para recibir el almuerzo.

Según pudimos observar, alrededor de un terciode los chicos llegan acompañados por su madre opor una hermana mayor, que si bien no “tienen de-

recho” a comer, en ocasiones, “si alcanza”, recibenuna ración de comida o se llevan una porción a suscasas para comer a la noche. El plato del día (po-lenta con salsa boloñesa, puchero, arroz con carne)se cocina en el horno a gas de red que tiene Concep-ción, quien nos contó que luego de hacer cálculosadvirtieron que era más barato cocinar de esa ma-nera antes de utilizar carbón. El problema es, nosdice, que el financiamiento no cubre ese gasto, demodo que ella debe recurrir al padre Carlos paraconseguir el dinero necesario. De la elaboración dela comida participan tres madres de chicos que con-curren al comedor. Una de ellas, Gladis, tiene unplan Jefes y Jefas de Hogar y realiza allí su contra-prestación. Norma, quien vive en el barrio vecinode Villa Coy en una vivienda precaria, concurre“cuando puede”, ya que en ocasiones consigue co-mo changa lavar ropa y debe mandar solas a suscinco hijas. Esther, por su parte, acompaña casisiempre a sus dos hijas pequeñas al comedor y co-labora en ocasiones sirviendo la comida. Si bien,como Norma, ella no es residente del EA, en subarrio no hay comedor y por eso se acercó a pedirque admitieran a sus hijas. Concepción nos dice alrespecto que, aunque la normativa del Ministerioexige que se respete el listado de comensales pre-sentado cuando se inició el comedor (que puede sersujeto a correcciones periódicas) y que éste no pue-de incluir vecinos de otros barrios, ella “no niega anadie un plato de comida”.

c. Unidad básica (UB) de José

José (45 años, casado, cuatro hijos) es dirigente pe-ronista. Comenzó su militancia en los inicios de latransición democrática, cuando estudiaba Derechoa distancia en la Universidad de Córdoba; prontodebió abandonar los estudios por problemas econó-micos. A partir de su militancia consiguió sucesivosempleos públicos (en el concejo deliberante munici-pal, en la legislatura provincial) que fue perdiendoa medida que cambiaban sus lealtades dentro delperonismo. A comienzos de los años 1990 logró serpasado a planta permanente en la legislatura pro-vincial, pero fue cesanteado y vuelto a incorporaren dos ocasiones, luego de disputas con el juaris-mo (la corriente hegemónica del peronismo localhasta 2004, cuyo nombre se debe al apellido de su“líder y conductor”, cinco veces gobernador de laprovincia, Carlos Juárez) y de presentaciones judi-ciales de su parte. Puesto que no ha podido revertirla última cesantía, desde 2004 maneja un taxi. Elestado de su vivienda muestra la situación econó-mica de la familia: a pesar de haber sido mejoradaen otras épocas, en la actualidad se encuentra de-teriorada.

José “trabaja políticamente” en el EA desde sullegada al barrio en los años 1980. Desde entonces,se mueve entre el barrio y el centro político, pues-

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to que también ha tenido cargos en el peronismo anivel municipal. En la actualidad, es el presidentede la junta partidaria de la ciudad. Dice tener unosochenta dirigentes que “responden” a él distribui-dos en otros barrios de la ciudad y veinte o treintaen el EA, donde José comenzó su militancia. Enotra época, tuvo un local para su UB en casa desus padres, que funcionaba en especial en períodoselectorales, pero sus actividades políticas siempretuvieron como epicentro su propia casa: “para mítener una unidad básica no me significa nada nipara la gente ¿por qué? porque a la unidad básicano va nadie, vienen y me buscan a mí”, dice. Haobtenido algunos planes Jefes y Jefas de Hogar quedistribuyó entre vecinos del barrio y entre los di-rigentes que responden a él, pero hoy su casa/UB,en un contexto de fragmentación y debilitamientodel peronismo provincial, se encuentra desprovis-ta de recursos (“estamos en un cierto impasse, sipodemos llamarlo así, políticamente”, dice José).Es sólo en el “tiempo de la política”, para usarel término que emplean M. Palmeira y B. Heredia(1995), cuando José ha podido movilizar reciente-mente vecinos y dirigentes de otros barrios a partirde su vínculo con los candidatos del momento (enlas elecciones provinciales de febrero de 2005 y enlas legislativas nacionales de octubre de ese mis-mo año). A pesar del “impasse” en las actividadesde la UB, José afirma mantener sus vínculos conalgunos vecinos que “están” con él:

Más allá de que hoy yo no tenga unidad bási-ca la gente me busca aquí, a veces pidiéndome unfavor, un trámite, una influencia en tal o cual orga-nismo a ver si le ayudo a solucionar sus diferentesproblemas.

En las conversaciones que mantuvimos con él,la actividad social y la actividad político-electoralaparecían, en principio, como dos cosas diferentes(“el trabajo social va independiente del trabajo po-lítico”), luego como parte de lo mismo (para pedirayuda, para resolver una “necesidad” o para “ges-tionar” un trámite, “la gente me busca aquí” por-que “me conoce” en virtud de “mi actividad políti-ca”) y en ocasiones se planteaba una subordinaciónde la actividad política a la ayuda social: cuandoJosé nos contaba cómo organizaba una campañaelectoral, las palabras “mercadería”, “beneficio” y“contrato” aparecían como las maneras privilegia-das de obtener o de mantener el apoyo de los se-guidores o de los potenciales votantes.

d. Unidad básica de la Rama Femenina

Casada y con cuatro hijos, ama de casa (su maridoes jubilado y fue empleado público de planta per-manente), Ana es dirigente de la Rama Femeninadel peronismo santiagueño12 y secretaria generalde una UB que funciona en su casa13. Comenzósu militancia a los dieciocho años, pero sólo desde

2001 tiene su propia UB, luego de haberse inde-pendizado del “trabajo” en otra UB del barrio. Enla actualidad, luego del retiro forzado de la políti-ca de la principal dirigente de “la rama”, MercedesAragonés de Juárez, “la Nina”, la UB de Ana seencuentra debilitada y ella ha dejado momentá-neamente de militar en el partido14. Sin embargo,conserva su capital político15 a través del funcio-namiento de un roperito en el que trabajan seismujeres que realizan las contraprestaciones de susplanes Jefes y Jefas de Hogar, los cuales fueron ob-tenidos por Ana en tiempos de gobierno juarista enla provincia.

En su apogeo, en la UB de Ana se realizabanlas siguientes actividades: organización de un ro-perito y un comedor, realización de fiestas para eldía del niño16 y para el día de la madre, de colectaspara sostener financieramente el espacio o para dis-tribuir recursos (dinero, ropa, remedios, etc.) entrelos vecinos, campañas sanitarias, jornadas de luchacontra la pediculosis, “operativo de anteojos” (esdecir, entrega masiva de anteojos previo diagnós-tico en una unidad móvil perteneciente al Ministe-rio de Salud provincial). Al mismo tiempo, junto asus colaboradoras Ana realizaba “caminatas” porel barrio, que tenían como objetivo la identificaciónde las necesidades de los vecinos (para mejorar ladistribución de bienes de origen público que realizala UB), la confección de planillas de posibles be-neficiarios de programas sociales y de vivienda queluego eran utilizadas por el estado provincial, o la“caminata electoral”, en la que se lleva a un candi-dato para que recorra el barrio, visite a los vecinosy se haga conocer. Estas actividades transforma-ban a la casa de Ana en una referencia para elbarrio: “antes mi casa era un lugar para golpear lapuerta”, afirma.

No sólo la UB de Ana, como otras que hemos po-dido observar, distribuye recursos que provienen delo alto sino que también produce algunos de ellos:en el roperito de la UB de Ana se fabrica y recolec-ta ropa para distribuir “a la gente necesitada”; enciertas ocasiones hacían empanadas, compraban laleche y las galletitas para la celebración del día delniño; durante el año en que funcionó el comedoren el fondo de la casa de Ana, lo hizo “sin que na-die me diera un centavo” y “comían 60 personasmás o menos”: “yo les compraba la mercadería. Aveces ellas [las beneficiarias de los planes Jefes yJefas que trabajaban en el comedor], por ahí lasmujeres que veían hacían, hacíamos una ventitade locro un domingo y con eso sacábamos algo”.Este aporte de Ana y, en menor medida, de to-dos los miembros de la UB, tiene tres finalidades:hacer “trabajo social”, generar recursos para ga-rantizar el funcionamiento del espacio y cumplircon la contraparte (política y formal) que suponela obtención de un plan social (“les consigo para laschicas Plan Jefas, que estaban necesitadas y enton-ces medio que ya pobrecitas tenían más o menos

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para manejarse”, dice Ana). El autofinanciamientode las UB se explica también por el hecho de queson sus principales animadores quienes la crean co-mo emprendedoras territoriales, de modo que sonellas quienes deben garantizar con algunos recur-sos propios la reproducción de su capital político(Ana utilizaba también parte de su sueldo y del desu marido). En todos los casos, la acción políticase realiza como “acción social”: lo social y lo polí-tico no puede ser claramente diferenciables si unoanaliza la politicidad en un barrio habitado por lossectores populares. Así, cuando Ana recuerda queen la época en que “la Nina” estaba al frente de laRama Femenina se “trabajaba muchísimo”, lo aso-cia con el hecho de conseguir cosas para los vecinostanto como con la capacidad de ganar elecciones:

Nosotras siempre hemos trabajado conciente-mente, al menos yo, no se si otras personas pe-ro creo que todos hemos trabajado así por eso sehan ganado varias elecciones. Sino no se hubiesenganado, siempre se han visitado los domicilios, ha-cíamos caminatas y veíamos que necesitaba alguienalimento, esas cosas, se le llevaban bolsines, ropa.

Y con esos mismos principios de percepción dela política es que concibe una persona con quien,en el futuro, ahora que la Rama Femenina se hadesarticulado, podría “trabajar”:

Y que la persona que venga a trabajar sea res-ponsable, que te dé los medios y que sepa, que sepagratificar a las personas que de una manera u otra,yo no pido que me gratifique porque sea como seaéste es mi trabajo. Pero generalmente la gente quemás necesita se te arrima en un trabajo político yesa es la que te exige una respuesta, ya sea laboral,económica, ponele el calificativo que quieras.

La imbricación de la acción social con la acciónpolítica o, mejor, el hecho de que, a diferencia dela distinción sociológica o politológica entre lo so-cial y lo político, Ana vea ambas actividades comosinónimo, no sólo radica en el hecho de que la acti-vidad social se hace con fines políticos (y, tal vez,viceversa) sino en la importancia que esa activi-dad social tiene para los dirigentes barriales res-pecto de su posición en el seno de la organizaciónde pertenencia (en este caso, la Rama Femeninadel PJ). Es en este sentido que puede interpretar-se la importancia de las pruebas de la actividadrealizada que las dirigentes de la Rama Femeninadebían producir para mostrar a sus “referentes”.Estas pruebas están constituidas en especial porfotografías de todas las actividades que se reali-zan en las UBs (fiestas, entrega de alimentos y deropa, etc.). “tengo fotografías de la ropa que en-tregábamos”, dice Ana; “vos tenías que tener librode actas, álbum con las fotos, tenías que tener tucarpeta con todas las actividades que vos tenías”,cuenta la “referente” de otra UB del barrio.

En la descripción de las actividades de esta UBde la Rama Femenina podemos ver en práctica unadivisión de género del trabajo político, que otros

autores (Auyero, 2001; Masson, 2004) ya han se-ñalado a propósito del peronismo. Las dirigenteslocales se encargan en especial de las actividadesligadas a la reproducción de las familias y son quie-nes organizan en sus casas y gestionan a diario loscomedores y los roperitos. El trabajo político delos hombres está más ligado a la producción y dis-tribución de otro tipo de recursos, en especial losempleos, la organización de los beneficiarios de losplanes sociales para el trabajo comunitario que im-plica el empleo de la fuerza (construcción, limpie-za, etc.), así como a las tareas más propiamentepolíticas como la organización de actos, reunionespartidarias, etc. Esta división del trabajo ligada algénero es aún más marcada en Santiago del Estero,donde el PJ continuaba estructurado en ramas ydonde la Rama Femenina ha ocupado un lugar deimportancia tanto desde el punto de vista organi-zativo como de intervención territorial. La impor-tancia de las UBs de la Rama Femenina en estepunto se relaciona también con el hecho de queha sido a través de ellas que el gobierno provincialdistribuía, hasta 2004, gran parte de los recursosprovenientes de programas sociales provinciales ynacionales. Las militantes territoriales constituíanuna suerte de mano de obra experta (por cono-cer el territorio) para el relevamiento de las nece-sidades de su población que realizaba el gobiernoprovincial y para la asignación de los recursos enlos barrios populares. Al mismo tiempo, el “traba-jo político” supuso para las mujeres de la RamaFemenina la conquista de un espacio en el ámbitopúblico y en el privado: Ana cuenta que “al co-mienzo me costaba, porque te imaginas no había,al haber pasado tantos años y me costaba a vecesdejar a los chicos, como que por ahí me daba ver-güenza” pero que, con el tiempo, tanto ella comootras mujeres de “la rama” tuvieron “libertad paraperfeccionarnos, un sinnúmero de beneficios”.

e. Merendero de Barrios de Pie

La llegada del coordinador regional de Barrios dePie a casa de Lucy en 2005, la sorprendió. El hom-bre dijo que había llegado por “referencias”, peronunca especificó quién se las había dado. Lucy ha-bía sido dirigente barrial de la Rama Femenina ysecretaria general de la UB que funcionó en su ca-sa hasta 1995, cuando fue cesanteada de su empleopúblico provincial por haber “trabajado política-mente” para la intervención federal que llegó a laprovincia en diciembre de 1993, luego del estallidoconocido como “Santiagueñazo”. Desde entonces,Lucy se encuentra enemistada con José, el dirigen-te peronista al que nos referimos más arriba, y conotras dirigentes de la Rama Femenina del EA, por-que según Lucy no la ayudaron en el momento enque fue acusada de falta de “lealtad” con el juaris-mo. Desde que fue despedida de su trabajo, Lucy

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se dedicó a las tareas domésticas y el sostén del ho-gar quedó en manos de su marido, jubilado de lapolicía, peluquero y carpintero ocasional. La acep-tación de la propuesta del coordinador regional deBarrios de Pie de integrarse a esa organización re-activó la vida política de la casa de Lucy. Volver a“trabajar en política”, fue en sus orígenes un purointercambio: “¿qué tienes para ofrecerme? Si vossos nacional, vos tenés algo que nos hace falta, us-tedes tienen planes y a nosotros nos hacen falta,yo no voy a mover un dedo si no me das planes”.El “coordinador” aceptó el pedido y se comprome-tió a entregar veinte “planes”. Antes, quedaron enorganizar una reunión en casa de Lucy de la quetambién participó “una chica del Ministerio de De-sarrollo Social” en la que, como es habitual en esoscasos, la dirigente debía “mostrar” la cantidad devecinos que ella “movilizaba”17, es decir su capitalpolítico. Desconfiada de la veracidad de la palabradel “coordinador”, Lucy dijo “no te voy a llevarmás de diez personas, porque no voy a comprome-terme”, y fue sólo con “mi gente que estaba con-migo desde siempre”. Luego de esa demostración,el coordinador de Barrios de Pie prometió volvercon 40 planes del Programa de Empleo Comuni-tario (PEC18), que su organización obtenía a nivelnacional. Al cumplir su promesa, Lucy comenzó aorganizar a “su gente”: primero hizo una lista delos beneficiarios que se quedarían con los primerosplanes (en la que figuraba “su gente”, familiares yconocidos de “su gente” y otros vecinos de casascercanas a la de Lucy)19, luego organizó las tareasque realizarían como contraprestación y así nacióel merendero y la huerta que tienen en un descam-pado cercano a la casa de Lucy. En el merenderose sirve chocolate y pan con dulce de batata pa-ra cincuenta chicos del barrio, que también reci-ben apoyo escolar. Hay alrededor de 25 personastrabajando entre el merendero (en la preparacióndel chocolate, el amasado del pan y la ayuda a loschicos en sus tareas escolares) y la huerta comuni-taria.

A medida que la relación con el coordinador sefue afirmando, Lucy consiguió más planes que dis-tribuyó en otros barrios donde otras antiguas diri-gentes de la Rama Femenina que ella conocía or-ganizaron sus propios merenderos y huertas. En laactualidad, Lucy “maneja” 170 planes PEC distri-buidos en cinco barrios de la ciudad de Santiagodel Estero. Al mismo tiempo, comenzó a conectar-se con otras instancias de la organización, parti-cipó en un congreso nacional de Barrios de Pie,se reunió con el dirigente nacional del movimien-to, participó de un congreso de mujeres y de otrasreuniones regionales. Esta participación marcó pa-ra Lucy una diferencia con su experiencia en laRama Femenina, puesto que aquí, dice, “aprendiócosas” y la “relacionaron” con otras dirigentes deotros lugares del país. En cuanto a las tareas querealiza en el merendero y a las que realizaba como

dirigente peronista, según Lucy allí las diferenciasno son tan claras: “yo siempre hago trabajo social”,afirma. Ese trabajo social incluye, como nos conta-ba Lucy, brindar el capital político a los dirigentesque su agrupación apoye, y es por eso que una delas tardes en que visitamos el merendero todos sepreparaban para asistir a un acto del intendente dela ciudad en el que se inauguraban cinco cuadrasde asfalto en un barrio vecino.

Barrio organizado

A partir de esta descripción, podemos realizar lossiguientes apuntes sobre la vida organizacional delbarrio:

1. La densidad organizativa

Algunos trabajos de campo en barrios popularesrealizados en los años 1990 (Auyero, 2001) habíanadvertido una desertificación organizativa, es de-cir la casi ausencia de organizaciones más allá delas unidades básicas del peronismo. En nuestro ca-so hemos observado todo lo contrario: una grandensidad de dirigentes y organizaciones que inter-vienen en el territorio. Si bien hemos trabajadosólo con un sector del barrio, ubicado en las proxi-midades de la calle principal, algunas entrevistasrealizadas con dirigentes que actúan en otros secto-res, conversaciones informales con vecinos así comolas diversas recorridas que realizamos, nos permi-ten concluir que esta densidad organizativa existetambién más allá de la zona observada. Precisemosqué entendemos por densidad organizativa: en unradio de cuatro manzanas hay por lo menos cin-co organizaciones políticas, sociales o religiosas20.Esto mismo había sido observado por Grimson etal (2003) en distintos barrios del conurbano bo-naerense. Para los autores, la diferencia entre lasobservaciones de Auyero y las que ellos pudieronhacer radica en el hecho de que “estudios como elde Auyero se encuentran situados en un contextode transición donde (además del impacto desor-ganizador de la dictadura) [. . .] el nuevo eje deldesempleo ya se ha instalado como problema perosin tener aún una respuesta organizativa” (p. 10).Es decir que, una vez que se produce en el GranBuenos Aires una transformación de “la agendapolítica de los pobres urbanos” a partir del des-plazamiento de la centralidad del problema de lavivienda al problema del empleo, nuevas organiza-ciones sociales se constituyen para dar cuenta deese problema. En Santiago del Estero, esta transi-ción no es tan clara y puede hablarse de una den-sidad organizativa anterior a ese contexto, pues engran parte se encontraba anclada en el “trabajopolítico” de los locales partidarios y de las sedesde la iglesia católica.

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Por otra parte, Grimson et al no trabajan ensu análisis de la vida organizacional de los barriospopulares con los dirigentes territoriales de los par-tidos (punteros, mediadores, etc.). Más bien éstosconstituyen el otro de las organizaciones, la fron-tera que marca el afuera dentro del barrio. Sinembargo, en nuestro caso hemos podido estable-cer que los dirigentes territoriales, en especial delos principales partidos de la provincia, son a lavez dirigentes sociales, es decir que son identifica-dos como “la política” en el barrio al mismo tiempoque constituyen referencias (volveremos sobre estetérmino) para los vecinos, capaces de movilizarlos yde resolver sus problemas por medio de acciones in-dividuales (conseguir cosas) o colectivas (firma depetitorios, manifestaciones, etc.)21. De hecho, en laprovincia, y con particular fuerza en la ciudad deSantiago del Estero, el reciente proceso de creaciónde asociaciones vecinales (formadas fundamental-mente para acceder a la gestión de programas so-ciales) fue motorizado en muchos casos por diri-gentes partidarios que presiden “sus” asociaciones,de modo que la frontera entre lo político-social y lopolítico-partidario es porosa y un mismo dirigentepuede actuar en un momento como una cosa y enotro como la otra, hasta devenir actores multipo-sicionales (Boltanski, 1973).

2. Pluralidad de organizaciones

La existencia de una pluralidad de organizacionesen el EA es otra de las constataciones de nues-tras observaciones de campo. Es decir que no sóloexiste una densidad organizativa en cuanto a lacantidad de organizaciones y dirigentes territoria-les, sino también en cuanto a la diversidad de ti-pos de organización. No obstante, esta diversidadactual contrasta con las observaciones que había-mos realizado en el barrio tiempo atrás, cuando ladensidad organizativa estaba íntimamente ligada ala presencia de dirigentes barriales de los partidosmayoritarios, en primer lugar del peronismo perotambién del radicalismo y de un desprendimientode este partido, el Movimiento Cívico y Social, quegobernó la ciudad entre 1991 y 1999. Nuestra hi-pótesis al respecto es que esta diversificación de lasorganizaciones que intervienen en los barrios popu-lares en Santiago del Estero se debe a la influenciaen el territorio de procesos políticos nacionales yprovinciales, o más bien al procesamiento territo-rial de estos procesos. En cuanto al nivel nacional,el acercamiento de ciertos grupos piqueteros con elgobierno de Néstor Kirchner les posibilitó accedera recursos y al manejo de cierta cuota de planes so-ciales que les permitió expandirse en provincias enlas que su presencia era exigua, como en Santiagodel Estero. Esta es una de las razones de la presen-cia de la agrupación Barrios de Pie en el EA. Elproceso político provincial tiene dos dimensiones a

resaltar en este contexto: en primer lugar, la frag-mentación del peronismo provincial, hegemonizadoanteriormente por el juarismo, y la marginaciónpolítica de la esposa de Carlos Juárez, MercedesAragonés, quien dirigía la poderosa y capilar RamaFemenina del PJ, dejó a muchos dirigentes barria-les huérfanos de referencias políticas y por tantopasible de ser captados por otras líneas del pero-nismo, por el nuevo armado político dominante enla provincia, el Frente Cívico y Social (que incluyea la mayoría de la UCR y a ciertas líneas peronis-tas) o bien por grupos piqueteros de peso nacional.En segundo lugar, la intervención federal que go-bernó la provincia durante casi todo 2004 produjouna cierta apertura política a nivel provincial; laimplementación de nuevos programas sociales quefueron gestionados territorialmente por organiza-ciones sociales y eclesiales y la desactivación delos canales que nutrían de recursos a algunos diri-gentes territoriales peronistas son en este sentidofactores de peso. De modo que, en la actualidad,en un barrio como el EA es posible encontrar unadiversidad de organizaciones que contradice la ima-gen monolítica que habitualmente se tiene de lasprovincias del noroeste de impronta “caudillista”.

3. La importancia de las políticas sociales

Soporte material de la pluralidad y de la densidadorganizativa del barrio estudiado, la cantidad deprogramas sociales que se implementan en la pro-vincia y que llegan por diferentes canales guberna-mentales y no gubernamentales permite compren-der cómo se establece una de las formas dominan-tes del vínculo entre la política y el territorio.

El carácter focalizado de las políticas socialesen la Argentina, sumado a la filosofía dominantede implementación de estos programas, ligado enel caso de los programas financiados por el Esta-do nacional a la participación comunitaria y en ellos financiados por los organismos multilaterales decrédito (BID, BM) a la intervención y el “empo-werment” de la sociedad civil, contribuyen a estaalimentación de los espacios políticos, sociales yeclesiales territoriales22. La condición difusa de lanoción de sociedad civil permite que en ella puedanintegrarse UBs y comités partidarios, asociacionesvecinales controladas por punteros, organizacionessociales y eclesiales. La distinción entre la “buena”y la “mala” sociedad civil se construye en este con-texto en la intersección de las intervenciones de losdiferentes actores que participan en la implemen-tación y en el control de estas políticas, pero sinduda los actores territoriales también tienen suspropias clasificaciones al respecto, basadas en bue-nas y malas maneras de distribuir bienes entre lospobres.

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4. Los “referentes” 23.

Las organizaciones territoriales que hemos descritoestán constituidas en torno de un animador prin-cipal que se encuentra entre sus fundadores y quetiene una posición dominante en su seno, sea éstareconocida institucionalmente (a través de un car-go de presidente, de secretario general, etc.) o no.La intervención en el territorio no siempre se reali-za, a los ojos de sus miembros, con fines políticos, ysólo en algunos casos con fines político-partidarios.En el caso de las asociaciones de origen religioso, sibien el rol de ciertos animadores es central –curaso laicos que son verdaderos líderes locales– éstosno siempre se encuentran en el origen de la asocia-ción, aunque desde el momento en que se insertanen ella le imprimen su sello hasta el punto de “re-ferenciar” el espacio con su nombre (la ParroquiaEspíritu Santo era conocida en otros tiempos como“la Parroquia de Sergio”, por ejemplo).

Excepto en el caso de la Parroquia, la organiza-ción funciona en casa de su dirigente principal, locual constituye un elemento importante para com-prender el rol de “referentes” de estos actores terri-toriales, puesto que al estar presentes casi perma-nentemente en el lugar pueden ser ubicados confacilidad y consultados a toda hora (“todo el tiem-po me golpean la puerta”, manifestaron nuestrosentrevistados). Sus casas son así un punto de en-cuentro entre lo público y lo privado, entre las ac-tividades familiares y las actividades políticas. Larelación entre supervivencia y militancia encuen-tra así una expresión en la forma en que la posi-ción social del “referente” se objetiva en la posiciónespacial. Por otra parte, esta imbricación espacialentre el “referente” y el espacio de referencia creauna dependencia mutua entre ambos, lo cual puedeverse con claridad en el caso de las UBs: ningunode las dos puede existir políticamente sin el otro.

5. El territorio como espacio deconocimiento

La distribución de recursos y la organización delas personas y de las necesidades colectivas de su-pervivencia en el EA son el producto y a la vezproducen ciertas formas de conocimiento de eseespacio. Por otro lado, las formas de organizar alas personas y de distribuir los recursos entre ellasproducen lógicas de intervención política diferen-tes. Los espacios de sociabilidad política analizadosen este trabajo despliegan ciertas formas de cono-cimiento del territorio, de sus habitantes, de las ca-rencias y de las demandas que luego serán objetode intervención política. Al utilizar los rudimen-tos básicos del trabajo social y de la estadística(confección de planillas, listados, etc.), los actoreslocales movilizan una forma de expertise que pue-

de ser llamada “expertise territorial”, en tanto setrata de un conocimiento basado en formas más omenos técnicas de aproximación y de conocimientodel territorio que constituyen, a la vez, un medio yun fin de la acción política sobre éste. Un medio,porque el conocimiento obtenido sobre las necesi-dades materiales de los habitante de un barrio o delas demandas mayoritarias permite luego legitimarciertas acciones de las asociaciones (por ejemplo, larealización de un petitorio dirigido a la municipa-lidad en el que se pide el pavimentado de una calleen base a un relevamiento de una asociación devecinos en el que este punto figura como deman-da mayoritaria). Un fin, porque en esa actividadde conocimiento del terreno se muestra el trabajodel espacio político, se dan a conocer sus miembrosy sus dirigentes y de esa forma se constituye una“referencia” política territorial que puede ser lue-go utilizada para otros fines, en el caso de las UBsde tipo estrictamente electoral. Este conocimientoestá, como veremos luego, en la base de algunos delas maneras de legitimar la atribución de bienes es-casos (planes focalizados, bolsones de comida, etc.)a una familia y no a otra.

Participar

En un contexto de empobrecimiento de los sectorespopulares y de desempleo y subempleo, el barrioocupa un lugar central en la vida de los pobres(Merklen, 2005). Salir del EA no es sencillo: comodijimos, hay una sola línea de colectivo y su cos-to (entre 70 y 80 centavos de peso) es difícil deafrontar para familias en las que el dinero es unbien escaso. La escasez del dinero (que se obtie-ne de changas, del cobro de un plan social o, enalgunos casos, de un empleo estable) hace que és-te deba ser utilizado sólo para aquellas cuestiones(como el pago de la cuota de la casa, de los servi-cios, de ciertos elementos de limpieza, etc.) que nopueden resolverse por otras vías. Para procurar-se alimento, medicamentos, vestimenta, materialespara las viviendas, entre otros bienes ligados a lasubsistencia, las familias desarrollan prácticas decaza de recursos en los espacios políticos, socia-les y religiosos que operan en el barrio (Merklen,2000). Así, la necesidad de subsistencia impulsa alos sectores populares a la participación. En estesentido, las organizaciones que actúan en el barrioy que poseen o controlan algunos de estos bienesconstituyen posibles espacios de inserción, de par-ticipación y de demanda.

Tomemos las observaciones que realizamos endos espacios del barrio: el merendero y la huer-ta de Barrios de Pie y el comedor parroquial “Losniños de Jesús”. En el primer espacio, conversamoscon algunos de los beneficiarios de los planes PECque Lucy había conseguido. Por las característicasde los planes, se trataba de personas que, a pesar

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de ser pobres, no podían acceder a un Plan Jefesy Jefas de Hogar por no cumplir con todos los re-quisitos. La mayoría conocía a Lucy del barrio ytodos afirmaban que la dirigente siempre los “ayu-daba”. Al mismo tiempo, los planes aparecían comoun “trabajo” fuertemente imbricado con el “traba-jo político” que ellos creían hacer para Lucy. Lastareas a realizar en el merendero y en la huertaparecían relativamente pautadas y cada uno sabíalo que tenía que hacer24. Las razones del acerca-miento eran claras para todos: una forma de con-seguir un plan social fundamental para la subsis-tencia de sus familias y, además, en algunos casos,un lugar donde garantizarse todos los días una me-rienda caliente para ellos y para algunos miembrosde su familia. En un momento de una de nuestrasconversaciones, Lucy adujo las mismas razones pa-ra aceptar el regreso a la actividad militante, estavez para Barrios de Pie: quería “conseguir algo”para sus dos hijas, que estaban sin trabajo. Si aquíla participación en el merendero, que es la contra-prestación que deben realizar los beneficiarios delos planes PEC, hace que los miembros sólo “tra-bajen políticamente” allí, no ocurre lo mismo conlos chicos que van a tomar la merienda y a recibirapoyo escolar. En efecto, en algunos casos se tratade hermanos o parientes de los activistas del me-rendero, pero en otros se trata de chicos del barriocuyas madres los llevan al mediodía al comedorescolar o al comedor parroquial en el que estánanotados.

Es así que, al conversar con las madres queacompañaban a sus hijos al comedor “Los niños deJesús”, la cuestión de la participación en múltiplesespacios barriales apareció con nitidez. Las madresconocían diversas organizaciones barriales, lo cualrepresenta la otra cara de la referencia tratada enel punto anterior. Concepción, por ejemplo, ade-más de ser la animadora del comedor parroquialha participado de otras organizaciones del EA: enlas conversaciones que mantuvimos con ella nom-bró a José, el dirigente peronista que vive a unacuadra de su casa, como una persona que “ayudamucho”. Ella ha recurrido varias veces a José, conquien además sus hijos han “andado en política”.Ahora Concepción sabía de la “inactividad” de laUB de José y por eso sus hijos estaban viendo siiban a “trabajar” para otro dirigente barrial, de ca-ra a las elecciones de intendente que tenían lugaren aquel momento.

Las madres de los chicos que van al comedor noshan contado que éste forma parte del abanico deespacios territoriales a los que concurren a lo largode la semana para conseguir recursos. Norma, porejemplo, va a iglesia evangélica, al comedor de laParroquia y a un centro vecinal donde ocasional-mente recibe un bolsón de comida. Hacia el finalde nuestro trabajo de campo, ella trataba de con-seguir un plan PEC para sumarse al merendero deLucy. Gladis tiene un plan Jefes y Jefas de Hogar

que “contrapresta” en el comedor pero además re-cibe bolsones de un dirigente radical. Esther, entanto, acude siempre a una dirigente de la RamaFemenina de su barrio, que le consigue remedios,chapas, dinero para un remise, etc., porque por elmomento Esther no puede acceder a un plan socialya que su marido, con una jubilación mínima porinvalidez, tiene obra social, lo cual la deja fuerade los requisitos exigidos. Sin embargo, ella sigueayudando a la dirigente peronista de su barrio yespera en algún momento ser a su vez ayudada.Como en su barrio no hay comedores infantiles,Esther consiguió que aceptaran a sus hijos en el de“Los niños de Jesús” y también visita otras organi-zaciones del barrio en donde le dan otras cosas (porejemplo, bolsones en una dependencia municipal oen la Parroquia).

Podemos ver así que, a diferencia de lo que ob-serva Auyero en el barrio que denomina Villa Pa-raíso, en el EA no hay nadie que posea “el cuasi-monopolio en la resolución de problemas” (2001:p. 129). Por un lado, porque múltiples espaciosterritoriales “consiguen”, gestionan y distribuyentanto bienes de apropiación colectiva como bienesde apropiación individual (Offerlé, 1989), de modoque los habitantes pueden o bien tener pertenen-cias múltiples o bien una trayectoria sinuosa depasaje de una organización a otra. Entre los veci-nos pobres del EA (así como en los dirigentes delbarrio) hay, en primer lugar, una certeza de que“acá no se consigue nada si no estás en política”,es decir de que es necesario participar para obte-ner cosas. La escasez de recursos monetarios y lanecesidad de conseguirlos por otros medios es per-manente, de modo que una de las formas de crearislotes de certeza cotidianos en cuanto a la provi-sión de recursos monetarios y no monetarios (esdecir de estabilizar las expectativas en virtud deesperar recibir ciertos recursos durante cierto tiem-po) es la participación en estas organizaciones, enlas que existe una cierta planificación del tiempo yde la entrega de bienes.

En relación a esta presencia dominante de lacuestión de los recursos en la relación entre los ve-cinos y los espacios de sociabilidad política, es inte-resante mencionar el hecho de que la participaciónen un partido sea llamada en la provincia “laburopolítico” o “trabajo político” y no militancia. Es-ta imagen condensa bien la relación entre políticay acceso al trabajo: se “trabaja” por un candida-to o por un “referente” en virtud de las relacionespersonales con éste o con dirigentes territoriales ointermedios comprometidos con esa candidatura oesa corriente partidaria, pero a la vez se “trabaja”porque en efecto la política es un medio de vida:“aquí no se consigue nada sino estas en política”.Pero una vez que se entra a la política, aparecennuevos compromisos y nuevas formas de sociabi-lidad. En este “trabajo político”, por otra parte,parece haber estrategias familiares de división del

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trabajo, en las que las mujeres y los jóvenes “traba-jan políticamente” en el barrio y buscan recursosen el territorio, en tanto que los adultos varones seorientan a conseguir dinero fuera del barrio a tra-vés de changas o trabajos asalariados. En todos loscasos, participar en política es estar en movimien-to (ir a marchas, hacer “caminatas”, etc.) y poreso también escuchamos con frecuencia la expre-sión “andar en política”. La dimensión de “trabajo”de la participación, así, refiere también al hecho dehacer cosas: “yo nunca me quedo quieta”, dicen to-do el tiempo las mujeres con quienes conversamospara dar cuenta de su actividad cotidiana, imagenque contrasta con lo que puede esperarse de undesempleado o de un asistido.

La dimensión moral del intercambio

Desde Mauss (1991) sabemos que todo intercam-bio de objetos conlleva, por un lado, un intercam-bio simbólico en el que se produce y reproducenformas de distinción como el prestigio, formas dedeferencia como la lealtad, la confianza, la grati-tud, etc., y, por otro lado, una dimensión moral queregula ese intercambio. Estos aspectos ya han sidoestudiadas en casos de clientelismo partidario, enespecial en aquellos en los que un “mediador” po-see el monopolio del acceso a los bienes ligados a lasubsistencia de las familias pobres (Auyero, 2001).Ahora bien, en casos como el que aquí nos ocupa,en los que existe una pluralidad de organizacionesdadoras y en los que lo que se da es en su mayorparte un bien de origen público para cuya distribu-ción ya fueron previstos ciertos modos de regula-ción, la dimensión moral del intercambio entre di-rigentes y participantes de los espacios territorialesde sociabilidad política cobra una gran relevancia,puesto que en la gestión territorial de planes socia-les, de comedores financiados por fondos estataleso multilaterales, de créditos para microemprendi-mientos, etc., convergen principios de regulaciónheterogéneos y en ocasiones hasta opuestos25. Enel caso del comedor “Los niños de Jesús”, el Minis-terio de Desarrollo Social impone la necesidad deconfeccionar un listado con los chicos que asisten yque éstos no habiten otros barrios, lo cual se oponeal principio moral de Concepción de “no negarle anadie un plato de comida”. Al mismo tiempo, Con-cepción dice que a pesar de que el cura y algunasmadres que envían a sus chicos al comedor se que-jen, ella seguirá dándole de comer a sus propios hi-jos, mayores de 18 años, de lo que prepara para elcomedor, porque con todo el esfuerzo que hace paramantenerlo funcionando considera que debe recibiralguna recompensa, si después de todo “mis hijostambién son pobres” aunque ya no tengan edadpara ser admitidos en un comedor infantil.

Este encuentro entre principios de regulación he-terogéneos o contrapuestos es particularmente visi-

ble en el momento de la atribución de un plan o deuna ayuda social proveniente del Estado. En estepunto, los dirigentes del EA deben movilizar su co-nocimiento de su zona de influencia y utilizar algúncriterio de atribución que les permita dar con legi-timidad, es decir que la atribución siga cierto prin-cipio de justicia más allá de la voluntad del dador.Ana, la dirigente de la Rama Femenina a la queya hicimos referencia, contaba que las caminatassirven para identificar las necesidades de los veci-nos, saber quién se encuentra en peor situación envirtud de ciertos indicadores: el tamaño de las fa-milias, la condición de actividad de sus miembros,el estado de la vivienda (“si vos te fijás las casas noson todas iguales”, dice Ana y desde entonces co-menzamos a observar las viviendas y comprobamosque no se equivocaba), etc., de modo de decidir aquién atribuir los bienes públicos una vez que estos“bajaban” a través de la red partidaria26. La exis-tencia de este tipo de indicadores de “necesidad”no quiere decir que la distribución de planes socia-les se realice según criterios objetivos o transparen-tes, que no existen lealtades premiadas o favores acambio de promesas de voto. Lo que muestra es queasí como visto desde afuera el clientelismo es unapráctica ilegítima que manipula a los sectores po-pulares, una mirada interna de la relación entre po-bres y dirigentes territoriales permite ver que aúndentro de las formas de intercambio particularistasexisten regulaciones morales que operan y que san-cionan ciertas formas de atribución. El principio dela “máxima necesidad”, por ejemplo, fue esgrimidopor todos los dirigentes entrevistados: si hay tresplanes y diez posibles beneficiarios, se da “al quemás lo necesita”, y esto se sabe a partir de los indi-cadores mencionados, que contribuyen a formar elconocimiento práctico acerca de la “necesidad” delos vecinos. En otros casos, como los planes “Ma-nos a la obra” que maneja la Parroquia EspírituSanto, se trató de atribuir las ayudas a personasque “necesitaran” pero que al mismo tiempo ya hu-bieran mostrado, en las actividades parroquiales obien por conocimiento de los “animadores” de lasCEBs, capacidad de trabajo en equipo y de ser “so-lidarios”, valores promovidos por la Parroquia. Sinembargo, la definición del merecimiento no es sólocuestión de los dadores. Ella es definida tambiénen las interacciones cara a cara con los participan-tes de los espacios de sociabilidad política, quieneshacen valer la legitimidad de su situación de caren-cia o de posesión de los valores adecuados frente asus pares. El concepto de “necesidad”, entendidodesde la óptica del merecimiento, es así un pro-blema de resolución práctica en el que se ponenen juego ciertos principios morales que lo regulan;por otra parte, su resolución no se da de una vezy para siempre sino que es objeto de conflictos enlas interacciones cotidianas.

La multiplicación de planes y subsidios estata-les27 no hizo sino profundizar el problema de la

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atribución en el EA, puesto que incorporó nue-vas políticas focalizadas que proveen siempre me-nos planes o menos plazas en comedores respectodel número de “necesitados”; esas políticas traje-ron aparejadas nuevas reglamentaciones y requisi-tos ligados a su atribución (y por tanto al criteriofocalizado) al mismo tiempo que hicieron creceren los vecinos la idea de que todos deben recibiralguna ayuda. La multiplicación de planes colocóentonces, por un lado, a los dirigentes territorialesque gestionan esos planes en una posición centralpara definir quiénes son los beneficiarios28 y, porotro lado, hizo crecer las expectativas de los veci-nos respecto de la posibilidad de tener acceso a unsubsidio estatal.

Quizá es esto lo que produce en la actualidadciertas tensiones en la distribución de los planes so-ciales en un barrio como el EA. Si bien los vecinosreconocen que para acceder a los “beneficios”29 esnecesario pasar por un dirigente del barrio, la mul-tiplicación de programas sociales implementadosintroduce una cierta novedad respecto de otros bie-nes repartidos tradicionalmente en relaciones clien-telares: los planes aparecen en parte como derechosde los pobres (no en el sentido jurídico, sino moral),y por tanto es posible exigirlos. Por otra parte, lapluralidad de organizaciones y de dirigentes polí-ticos, sociales y eclesiales que actúan en el barriopermite, como vimos más arriba, que los pobrespuedan circular de un espacio a otro hasta que “elbeneficio” les sea otorgado30.

La respuesta de los “dadores” barriales a estesentimiento de derecho es en ocasiones la crítica yel cinismo respecto de los intereses de los pobres.Así, lo primero que dijo José al comenzar la en-trevista fue “nadie trabaja en política si no le dasalgo” y luego, al definir (sin que se lo pidiéramos) la“idiosincrasia del santiagueño”, dijo que “aquí hayuna suerte de cultura de la dependencia”31; Anadiferencia los años 1980 de la actualidad, ya que“aquí pareciera que el militante político lo prime-ro que le interesa es el dinero [. . .] ellos trabajanpor el interés del momento”; en tanto que Lucy,poco después de recibirnos en el merendero y demostrarnos cómo los participantes preparaban elchocolate y el pan, dijo que la organización iba aseguir creciendo en la ciudad y luego en el interiorde la provincia gracias a la obtención de nuevosplanes PEC, ya que “aquí no existe el trabajo vo-luntario”, es decir que sólo se consiguen militantessi “les das el beneficio”. Tanto en el relato de Jo-sé, como en el de Ana, en el de Lucy y en el detodos los dirigentes barriales entrevistados, la crí-tica a la cultura de la “dádiva” (forma local dellamar al clientelismo como intercambio de favorespor apoyo político) surgía en algún tramo de la en-trevista al preguntárseles por las personas que seacercaban a participar. Al mismo tiempo, la críti-ca a la “dádiva” era utilizada para diferenciarse delas formas de intercambio que tienen lugar en los

otros espacios barriales. En este sentido, el término“clientelismo” o alguno de sus sinónimos locales estambién utilizado por los actores territoriales co-mo insulto político o como criterio de distinciónnegativa.

Por otra parte, la crítica de los dirigentes a losvecinos es, en algunos casos, una forma de defen-der su derecho a utilizar los bienes que repartenen provecho de sus propias familias, que en mu-chos casos están en la misma situación de “nece-sidad” que otros vecinos. “Yo personalmente soyigual que los demás, estoy en la misma situación,más ahora, hoy estoy sin trabajo”, dice José; unadirigente que “trabaja” con José en una UB quefunciona en su casa también cuenta que volvió ala política “por su hijos”, para “conseguirles algo”a ellos; Lucy dice que uno de los incentivos para“trabajar” para Barrios de Pie fue la posibilidad deobtener “un plan” para una de sus hijas; Ana, encambio, nunca habla de los beneficios materiales desu actividad política porque entre su salario y el desu marido nunca han “necesitado” un “beneficio”.En tanto, los miembros de los espacios estudiadoshan manifestado como principal crítica a algunosdirigentes y espacios barriales la cuestión del aca-paramiento, es decir el recibir bienes públicos y,en vez de distribuirlos entre los vecinos, almace-narlos o utilizarlos sólo en su propio beneficio. Losrumores sobre “habitaciones llenas de mercadería”en casa de algunos dirigentes (lo hemos escuchadosobre Patricia, de la Parroquia, sobre José y so-bre otros dirigentes que aquí no estudiamos) apa-recieron con recurrencia en las conversaciones conlos participantes de los espacios relevados32. Así,dirigentes “necesitados” se ven permanente obser-vados y controlados por los demás “necesitados”,a quienes por otra parte necesitan para reprodu-cir su capital político, medido en gran parte porla cantidad de miembros que se es capaz de mo-vilizar en una elección, un acto o una juntada defirmas.

En este contexto de vecinos que demandan unaespecie de derecho que es a la vez otorgado bajo cri-terios particulares (es decir como no-derecho) y dedirigentes que deben lidiar con la difícil búsquedade criterios legítimos de distribución, no nos parecefructífero desde el punto de vista analítico estudiarlos intercambios desde la noción de “habitus clien-telar” (Auyero, 2004), ya que de esta manera, alenfatizar la existencia de esquemas incorporadosque funcionan más allá de toda negociación entrelos actores, se pierde de vista la dimensión de con-flicto y de cooperación permanente entre quienesdan y quienes reciben bienes públicos ligados a lasubsistencia y entre quienes dan y quienes recibenapoyo político. La crítica a las “dádivas” no sólo delos actores externos al intercambio sino de quienesparticipan de él, nos lleva además a preguntarnospor el lugar de lo oficial y de lo oficioso (Briquet,1995), de lo legítimo y de lo ilegítimo en esos in-

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tercambios que tienen lugar en los barrios popu-lares, y para ello es necesario ver cómo circulanetiquetas como las de “dádiva” o “clientelismo” enel vocabulario de los propios actores, lo cual nosha permitido encontrar la difícil construcción decriterios locales y coyunturales de distribución debienes que los dirigentes “consiguen” (y que debenutilizar también siguiendo criterios externos, queprovienen de las oficinas en que los programas sonconcebidos) pero que los vecinos esperan recibir envirtud de su origen no privado y de cierta promesade universalidad que las políticas focalizadas másrecientes han promovido.

Palabras finales

Hemos realizado una aproximación etnográfica ala vida organizacional de un barrio popular de unaprovincia periférica. Allí encontramos una densi-dad y una diversidad organizativas que contras-taban con lo que podía pensarse de este tipo deterritorios. A diferencia de otros trabajos, nos pro-pusimos incorporar en nuestra observación tantoa organizaciones sociales, como eclesiales y parti-darias, de modo que no trazamos a priori una lí-nea demarcatoria entre lo social y lo político enel barrio. De hecho, los dirigentes partidarios tie-nen en el EA un rol ambiguo, puesto que son ala vez dirigentes sociales y políticos. La noción de“referente” nos permite así ingresar en este mundoorganizacional a través de las marcas en el territo-rio que los habitantes utilizan para saber dónde y

cómo conseguir bienes para la subsistencia de susfamilias.

Es aquí que ingresamos al mundo de los inter-cambios entre pobres y dirigentes territoriales pararealizar algunos apuntes sobre la dimensión moralde la donación de bienes, en especial en un contextode multiplicación de políticas sociales focalizadasdirigidas a los pobres que traen como doble con-secuencia, por un lado, la multiplicación de bienesdisponibles, lo cual incrementa el sentimiento deque a algo se tiene derecho en el reparto de ayudaspúblicas y, por otro lado, superpone criterio oficia-les y oficiosos de atribución de los recursos en lasdiferentes instancias y niveles, lo cual termina porcolocar a los dirigentes en una situación de deciso-res de quiénes son los beneficiarios y los impele abuscar principios para legitimar esas decisiones. Eneste contexto de proliferación de planes, las acusa-ciones de los pobres hacia los dirigentes (“acá noconseguís nada si no estás en política”) se cruzancon las acusaciones de los dirigentes a los pobres(“no hacen nada si no les das el beneficio”) en ununiverso de tensiones morales y privaciones ma-teriales. Los pobres están condenados, al mismotiempo, desde la aparición de las políticas focali-zadas de lucha contra la pobreza y desde el procesode pauperización y desalarización creciente de susfamilias, a lidiar con miradas exteriores atentas (delos medios de comunicación, de expertos en políti-cas públicas, de miembros de ONG’s, de dirigentespolíticos) a la forma en que se asignan recursosescasos que llegan plagados de requisitos técnicos,que son también morales.

Notas

Magíster en Investigación Social (UBA), DEA de Sociología (EHESS, París). Investigador-Docente de la UNGS,1Instituto del Desarrollo Humano, Área de Estudios Políticos. Doctorando de Sociología en el Centre de SociologieEuropéenne, EHESS, París. Correo electrónico: [email protected] lo largo de este trabajo, utilizamos las bastardillas para señalar conceptos o palabras que nos interesa resaltar, en2tanto que reservamos las comillas para citas textuales de autores y para el vocabulario nativo.El material utilizado en este artículo proviene en su mayoría de un trabajo de observación y de entrevistas3semi-estructuradas y no estructuradas realizado en un sector del barrio Ejército Argentino entre los meses de mayoy julio de 2006. Los nombres de los dirigentes del barrio así como de los miembros de los espacios de sociabilidadpolítica han sido cambiados. Hemos mantenido, en cambio, el nombre del barrio y de sus organizaciones.En este sentido, compartimos las observaciones realizadas por Julieta Quirós (2006: p. 95 y sigs.) en un trabajo4reciente, en el que ha mostrado la relación más bien compleja, pero no en todos los casos de oposición, entre“punteros” y otro tipo de dirigentes barriales. En nuestra investigación arribamos a conclusiones similares aún cuandonuestro punto de entrada al barrio sea diferente del de Quirós: no por las familias, sino por las organizaciones.La información provista por Celeste Schnyder y Jorgelina Leiva, miembros del equipo de investigación que codirijo5junto a María Isabel Silveti en la Universidad Nacional de Santiago del Estero, fue fundamental para confeccionareste punto. A través de ellas, agradezco a todos los miembros del equipo que han colaborado en mis tareas de campo.Mirta, una dirigente radical del barrio Los pitufos, explicó que el costo de la instalación de gas es de alrededor6de 2000 pesos, una cifra difícil de pagar para la mayoría de los vecinos del barrio quienes o bien se encuentrandesocupados o bien viven “de changas”.Como lo ha señalado Javier Auyero en sus trabajos (2001, 2004) sobre el intercambio entre “pobres” y “mediadores”7peronistas en un barrio del conurbano bonaerense, esta capacidad de concentrar la distribución de recursos que

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llegan desde afuera es una de las fuentes principales del poder territorial de los “punteros”. En virtud de nuestraobservación, podríamos extender tal afirmación a otro tipo de dirigentes sociales y eclesiales.Al mismo tiempo, el hecho de que el monto obtenido por la tenencia de un plan social sea similar a los sueldos8“en negro” que se pagan, por ejemplo, por cuatro horas de empleo doméstico, explica la dificultad de algunasmujeres de ingresos más altos que viven en el barrio para obtener personal para sus hogares, según nos narraron enconversaciones informales y entrevistas.Durante la intervención federal (2004), gran parte de la ayuda social directa destinada al sostenimiento de comedores9comunitarios, y financiada por el gobierno nacional y en menor medida por el gobierno provincial, fue canalizada através de Cáritas, que distribuye la ayuda en las diferentes parroquias.Sobre los orígenes y transformaciones de las funciones del FOPAR cf. www.redsocial.org/interred/ar/index.html10En 1995, Enrique Hisse fundó junto a otros dirigentes sociales de la provincia el partido Memoria y Participación,11surgido a partir del apoyo de algunas agrupaciones eclesiales de base, de la figura del ex cura y de la alianza inicial consectores de izquierda. Hisse fue diputado provincial por dos períodos y durante la intervención federal fue Defensordel Pueblo de la provincia.La organización en ramas formaba parte de la concepción tradicional y organicista del peronismo, aunque ha sido12siempre débil a nivel nacional y de presencia variable en las provincias. Sobre el rol tradicional de la mujer en laconcepción peronista bonaerense en épocas de Duhalde, cf. (Masson, 2004)Las UBs de la Rama Femenina están íntegramente formadas por mujeres. Son dirigidas por una secretaria general,13quien mantiene una relación directa con una dirigente intermedia (concejal, diputada provincial, etc.) que controlaen general más de una UB. Para los miembros del espacio, la “dirigente” es quien liga el territorio con “los que estánarriba”, posición de poder identificada, en el caso del peronismo y hasta 2004, con “la casa de gobierno”, dondeestaba la líder de “la rama”, Mercedes Aragonés de Juárez.Sobre el juarismo y la Rama Femenina, ver algunas observaciones en nuestro trabajo sobre las elecciones de 1999 y142001 en Santiago del Estero (Vommaro, 2003).Cf. (Rosato, 2003) para una especificación del significado del capital político de los militantes territoriales, constituido15por las “casas” con las que tienen relación. Como veremos, esta relación se objetiva en el lenguaje en la noción de“referente”.La fiesta del día del niño tiene un lugar muy importante en la simbología peronista. Para una descripción de una16fiesta organizada por las UBs peronistas de un barrio del Gran Buenos Aires, cf. (Auyero, 2001). En entrevistasrealizadas con dirigentes de la Rama Femenina del EA apareció con recurrencia la centralidad de estas fiestas enlas que los miembros del espacio partidario se ocupan de conseguir los fondos necesarios para ofrecer la merienda ycomprar los regalos. Se trata de un momento en el que la tarea social se articula con la reproducción del lugar de“referencia” de la UB para los vecinos.Un procedimiento similar, reunir gente en casa del dirigente barrial para mostrar su poder de movilización, nos17fue relatado por Mirta, dirigente radical de Los pitufos, para que el actual intendente apruebe la creación de unsub-comité radical en un barrio.El PEC es un programa del Ministerio de Trabajo que continúa el Programa de Emergencia Laboral (PEL), creado18en 2002 para cubrir a aquellas personas que no reunían las condiciones de acceso estipuladas por el Plan Jefesy Jefas de Hogar. Según la SIGEN, la normativa del PEC es laxa, lo que facilita su distribución flexible. Cf.http://www.sigen.gov.ar/documentacion/informes_redfederal/pecchaco_1204.pdf.Por las características socio-políticas de la provincia y por el hecho de que la implantación territorial del movimiento19Barrios de Pie se haya dado allí a través de acuerdos con dirigentes políticos peronistas como Lucy, los criteriosde distribución de “los planes” no parecen seguir una lógica diferente de las UBs, y la relación entre punteros ypiqueteros no parece hecha de “confrontación “cuerpo a cuerpo” ” como describen Maristella Svampa y SebastiánPereyra a propósito de otros casos en su fundacional trabajo sobre los movimientos piqueteros (2003: p. 91)El hecho de que las organizaciones funcionen en casa de sus dirigentes hace también dificultosa su identificación.20Para un extraño, al caminar por el barrio muchas de ellas pueden pasar desapercibidas.Merklen había observado esta ambigüedad: “tan separado parece un mundo del otro, tan encerrado parece cada21cual en su mundo, que hacen falta mediadores. Esta es una de las razones de ser de un dirigente barrial: entre lospolíticos él es el vecino de un barrio, y entre los vecinos, él es un político. En cierta medida no es plenamente louno ni lo otro, pues ni los vecinos ni los políticos lo reconocen como un igual. Así, no habla bien ninguno de los dosidiomas, pero tiene la rara capacidad de hacerse entender en ambos y de decir en cada lugar lo que allí se quiereoír” (Merklen, 2000, p. 84).Sobre los rasgos principales de las políticas de lucha contra la pobreza en Argentina durante los años 1990, cf. (Acuña,22Kessler y Repetto, 2002). Si bien estos rasgos se mantienen en la actualidad, la novedad radica en la magnitud delalcance de los programas implementados desde 2002, cuando se crea el programa Jefes y Jefas de Hogar, que combinaciertos rasgos de política universal (introduce la noción de derechos, por ejemplo), con los criterios de focalizaciónde los años 1990. Cf. al respecto (Golbert, 2004)La palabra “referente” es utilizada con frecuencia para denominar a los dirigentes políticos locales o provinciales. Si,23como afirma Bourdieu (1977), el lenguaje es parte del saber práctico de los actores, es importante relacionar ciertaspalabras usuales del lenguaje político con las prácticas de los actores de ese espacio.

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El carácter de “trabajo” de la participación en el “movimiento”· puede verse también en la existencia de ciertos24principios de regulación laboral de la relación entre la “referente” y los miembros, como la estipulación de un períodode vacaciones y de la necesidad de pedir licencia y de conseguir un reemplazante cuando se consigue una changaque obligue a suspender la participación. Observaciones similares ha realizado Julieta Quirós (2006).Sabina Frederic (2004) ha trabajado sobre esta imbricación entre moral y política en su etnografía de la relación25entre “políticos”, “vecinos” y “villeros” en un distrito del Gran Buenos Aires. Su análisis nos permite comprender lamoral “como práctica”, cuestión particularmente importante en nuestro caso, en el que la moralidad es un asuntocotidiano y uno una regla o una receta fijada de una vez y para siempre.La obtención y la distribución de los planes sociales, en especial de los Jefes y Jefas de Hogares, permite ver las26diferentes formas de circulación de los recursos en los espacios políticos estudiados. En el caso de las UBs de laRama Femenina, los planes circulan a través de la red organizativa desde lo alto hacia lo bajo, como lo narra unamilitante entrevistada: “La concejal Juanita recibió de la señora Nina 20 planes Jefas y Jefes de Hogar, le dijo quetenia que repartirlos entre las 10 unidades básicas del circuito 48 que ella maneja, entonces ella la hablo a Roxana,secretaria general, y le dijo que tenia 10 chicas con planes Jefes y Jefas de Hogar, así que arme un roperito en sucasa para que trabajen allí”.Santiago del Estero tenía 4.154 beneficiarios de programas de empleo en 1999, 34.323 en 2002 y 62.781 en 2003.27Este aumento se debe a la puesta en marcha del Plan Jefes y Jefas de Hogar y fue similar en otras provincias delpaís (Fuente: Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social. Dirección General de Estudios y Formulación dePolíticas de Empleo, en base a la Secretaría de Empleo).Otros autores que han investigado el funcionamiento de los planes sociales en el conurbano bonaerense han destacado28este punto: “La centralidad y poder del mediador en la construcción de la categoría de “beneficiarios” [. . .] [la opiniónde la mediadora] es central en el proceso de focalización ya que la demanda para entrar a estos planes de empleoes mayor que los cupos asignados”. Para las autoras, los criterios de atribución utilizados por las manzaneras sonsimilares a los observados en el EA: “el criterio explicitado para la selección es el de “mayor necesidad”, evaluadopor la coordinadora “caso por caso”. Los “beneficiarios” perciben a esta persona en términos de un “decisor” queopera siguiendo un criterio imparcial de generosidad, cuya aplicación le posibilita juzgar a “todos por igual”. Enotras palabras, para los receptores, los recursos se reasignan de acuerdo a prioridades: “leche a los que no reciben elPlan Vida”, “aceite y yerba a los que tiene más chicos. . .yo ya los conozco a todos los del barrio, y entonces yo sequien necesita más: el que tiene más chicos” ” (Cravino et al, 2000: p. 12).La palabra “beneficio” es en este sentido interesante, ya que es utilizada por los actores políticos barriales, dirigentes29y vecinos, para referirse a por lo menos tres cosas diferentes: un beneficio puede querer decir “hacer algo a favor dealguien”; o hacer una colecta “a beneficio de alguien”, es decir para cubrir una necesidad eventual como la obtenciónde un cajón para velar un familiar; o, en fin, “obtener un beneficio”, es decir un plan social o algún otro bien deorigen público. El “beneficio” puede ser así asociado a un bien eventual al que se aspira en función de la “buenavoluntad” de los “dadores” o a uno más duradero, al que se aspira en función de cumplir con ciertas condicionesque habilitan un derecho.Aún no hemos podido analizar el rol de algunas ONG en los barrios populares y de las dependencias públicas a las30que los pobres tienen acceso, pero sin dudas estos dos aspectos contribuyen también a acrecentar el sentimiento de“derecho” entre los sectores populares.El cinismo de José se ve profundizado por el hecho de que está desencantado con la política, en el doble sentido del31término: en el sentido usual, puesto por el momento no coloca allí ilusiones personales. En el sentido sociológico,pues esa ruptura de las ilusiones le hizo mirar su pasado político con ojos críticos: “me metí en la política paraconseguir trabajo”, dice y lamenta haber abandonado sus estudios de Derecho.Laura Zapata en su trabajo sobre las voluntarias de Cáritas narra una situación en la que éstas se llevaban a sus32casas parte de los alimentos que se distribuían en el lugar como parte de la actividad de caridad. A diferencia del quenosotros estudiamos aquí, en aquel contexto donde el “desinterés” es el valor principal de toda acción caritativa, lasvoluntarias parecen restarle importancia a ese hecho de apropiación y no lo consideran una forma de “corrupción”.En el barrio EA, en cambio, los dirigentes sienten la necesidad de justificar en su propia “necesidad” o en la de sufamilia esta apropiación que los vecinos pueden juzgar como corrupta, ilegítima o inmoral.

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Anuario de Estudios en Antropología Social. CAS-IDES, 2006. ISSN 1669-5-186

Somos indios civilizados. La (in)visibilización de la identidadaborigen en Catamarca.

Cynthia Pizarro1

Resumen

Si bien la identidad indígena ha sido invisibilizada por los discursos hegemónicos nacionales, regio-nales y provinciales, la manera en que los pobladores actuales del Valle de Catamarca se refierena pertenencias y filiaciones a una posible identidad aborigen es ambigua. En este artículo analizolos relatos locales sobre el pasado que fueron construidos durante el trabajo de campo etnográficoque realicé en la zona entre 1992 y 2000. Identifico tres vías diferentes de topicalización de vínculosy descendencias relacionadas con “los indios”. Existe una noción de ancestría fundamentalmenteespacial, basada en la idea de que estuvieron aquí. Existe también una de anclaje temporal, queremite a la idea de “son los que corresponden al tiempo de antes”. En tercer lugar, emerge tambiénuna ligazón más sustancial, conectada a descendemos de ellos. Señalo que estas tres formas se com-binan dando por resultado ideas de ancestría variadas y complejas. Finalmente, argumento que enla provincia de Catamarca, así como en otras provincias del noroeste argentino, lo “indígena” del“mestizaje” –que en ciertas retóricas pretende ser negado u obliterado– es a veces celebrado comolas raíces de las viejas culturas, del ser provincial, constituyendo una marca de distintividad regionalfrente a la homogeneidad nacional.Palabras clave: identidad – aboriginalidad – (in)visibilidad – Catamarca – distintividad regional

Abstract

Although indigenous identity has been set (un)visible by national, regional and provincial discourses,the way in which actual inhabitants of the Valle de Catamarca refer to belongings and filiations to apossible aboriginal identity is ambiguous. In this paper I analyze local stories about the past whichwere constructed during my ethnographical fieldwork in the area between 1992 and 2000. I identifythree different ways in which relations and descent related to the “indians” are spoken about. Thereis a notion of ancestorship which is mainly spatial, based on the idea that they were here. There isalso one temporally anchored, which refers to the idea that “they are the ones corresponding to a longtime ago”. Thirdly, a more substantial connection arises, tied to we are their descendents. I remarkthat these three ways interrelate into complex and various ideas of ancestorship. Finally, I arguethat in the Provincia de Catamarca, as well as in other provinces of the argentine northwest region,the “indigenous” aspect of the “mestizo-ness” –which certain rethorics try to deny or obliterate–is sometimes celebrated as the roots of the old cultures, of the provincial being, thus becoming amark of regional distinctiveness upon national homogeneity.Key words: identity – aboriginality – (un)visibleness – Catamarca – regional distinctiveness

Introducción

La instalación de lo indígena como un tema de laagenda social, cultural y política en Argentina du-rante la década de 1990 ha estado acompañado porla rearticulación de identificaciones indígenas, queno sólo pusieron en cuestión la pretendida invi-sibilidad2 de los indígenas y la pretendida homo-geneidad cultural de la nación postulada por laretórica hegemónica, sino que también ganaron elreconocimiento del estado. Distintos autores seña-lan que esta invisibilización de lo indígena implicósu construcción como una tensión ausente, latente,

no reconocida, un punto de referencia para dichasretóricas (Briones, 2006; Gordillo y Hirsch, 2003;Lazzari, 2003).

Paralelamente, el acoso fantasmagórico de lo in-dígena adquiere distintos matices en Argentina.Por un lado, existen categorías que nunca per-dieron vigencia tales como guaraní (Hirsch, 2003),mapuche (Briones, 2003), toba y wichi (Gordillo,2003), y que persistieron a pesar de las campa-ñas al “desierto patagónico” y al “desierto ver-de” del siglo XIX. Por otro lado, los grupos quere-emergieron durante la década de 1990 son algu-nos que se consideraron extintos durante el proceso

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de formación y consolidación del estado nacional,tales como los ranqülche (Lazzari, 2003). Pero másllamativo es el caso de re-emergencias identitariascuyos referentes remiten a grupos aborígenes quese suponían mestizados o extintos durante la colo-nización española. En este último grupo, se ubicanlos amaichas, los huarpes y los kollas analizadospor Domínguez (2002), Escolar (2003), Isla (2002)y Schwittay (2003).

En este contexto, nuevas re-emergencias indíge-nas de grupos que se presuponían extintos o mes-tizados están ocurriendo en la actualidad en dis-tintos puntos del país. En la provincia de Cata-marca3, la identidad indígena de por lo menos diezcomunidades ubicadas en las zonas de los VallesCalchaquíes y de Puna, está siendo promovida co-mo vía de acceso de sus habitantes a los derechosespeciales reconocidos para los Pueblos Indígenaspor la Constitución Nacional.

Sin embargo, los habitantes de un área ruraldel Valle de Catamarca emplazado en el Depar-tamento Capayán4, en el centro del territorio pro-vincial –área que estuvo poblada por numerososgrupos indígenas en el momento de la conquista ycolonización– no buscan un mejor posicionamientoen las arenas locales apelando a una autoidentifi-cación “indígena”. A pesar de que los pobladoreslocales acumularon experiencias de opresión a lolargo de su existencia como alteridades históricas(Segato, 1997), lo cierto es que –hasta el momento–no han apelado a una posible ascendencia indígenapara denunciar su situación de subalternidad.

Si bien durante el trabajo de campo que desarro-llamos entre 1992 y 20005 los lugareños valoraronsus posibilidades presentes y futuras a través de susrelatos sobre el pasado local, nos intrigaba saberpor qué algunos cuestionaron las supuestas “bon-dades del progreso” (Pizarro, 2000) pero no dis-cutieron procesos más antiguos de des-marcación,adoptando la versión hegemónica del “mestizaje”característico de Catamarca y de otras provinciasdel noroeste argentino. A raíz de la indagación so-bre esta pregunta, hemos planteado en otra opor-tunidad (Pizarro, 2006 a) que los cuestionamientosa los procesos de expansión de la frontera agrope-cuaria y de intensificación de la agricultura capita-lista que se dieron en la zona a partir de la décadade 1960 fueron realizados por aquellos lugareñosque se vieron más perjudicados por los mismos.Sin embargo, estos cuestionamientos no plantea-ron que las condiciones de opresión denunciadasse podrían deber a desigualdades y conflictos ét-nicos preexistentes, como sucede en la actualidaden otros lugares de la provincia de Catamarca, deArgentina y de América Latina. Más bien, los ha-bitantes que denunciaron los embates del progresoplantearon las causas de la situación en clave de di-ferencias de clase, argumentando sus derechos a serincluidos en el mapa social del desarrollo al plan-tear que sus antepasados habían sido españoles que

se instalaron en la zona desde hacía por lo menosdos centurias. De esta forma, antes que reivindicarsu condición de opresión por el hecho de ser des-cendientes de los indígenas que habitaban la zona,destacaron lo blanco de sus antecesores criollos –esdecir, lo “español” de la matriz hispano-indígena ala que hace referencia Martínez Sarasola (1992).

De hecho, este progreso6 que hoy es denunciadopor algunos habitantes como el motivo de su ac-tual estado de pobreza y de exclusión, benefició aun grupo de lugareños descendientes de los patro-nes –grupo conformado por las élites provincialestradicionales–, de algunos inmigrantes ultramari-nos que arribaron a la región a fines del siglo XIXy de algunos capataces que lograron cierto ascensosocial durante el siglo XX. Por el otro lado, aque-llos que continuaron siendo los pobrecitos constru-yeron como lugares deseables de identificación loscolectivos gente de campo y trabajadores (Pizarro,2006 b).

De este modo, las diferencias al interior de unmismo grupo poblacional que autoadscribe al mes-tizaje cultural son tematizadas en términos de di-ferencias de clase, mientras que se oblitera la inci-dencia en esta matriz poblacional de contingentesaborígenes, de la época de la conquista española,y europeos, de la época de la inmigración ultra-marina de fines del siglo XIX (ibidem). Se podríaconcluir prematuramente que no existen políticasde identidad (Hill y Wilson, 2003) a nivel localque cuestionen las políticas identitarias hegemóni-cas que postulan la invisibilización de los indios enCatamarca. Sin embargo, durante nuestra investi-gación hemos encontrado que este olvido estraté-gico, esta minimización y/o negación de los locusidentitarios indígenas como lugares de adscripcióndeseable para los lugareños presenta grises y mati-ces en sus relatos sobre el pasado. Para dar texturaa estas ambigüedades analizaremos en esta ocasiónde qué manera se tematizan socialmente las perte-nencias y filiaciones a una posible identidad abo-rigen en un contexto en donde el aporte indígenaa la matriz poblacional local ha sido obliterado,minimizado o negado.

La (in)visibilización de los indios en el Vallede Catamarca

Expuestos en las vitrinas del Museo Calchaquí–expresión popular con que se conoce al MuseoAdán Quiroga ubicado en el centro de la ciudadcapital de Catamarca– los restos de antiguos habi-tantes de la provincia atestiguan la existencia delcomponente indígena en la historia del actual terri-torio provincial. Calchaquíes son los valles cuyoextremo sur atraviesa dicho territorio. Juan Cal-chaquí es el nombre de uno de los caciques queresistieron a la conquista española durante el si-

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glo XVII, impidiendo la fundación de la ciudad deCatamarca (Bazán, 1996; Lorandi, 1988). “Diagui-tas” y “calchaquíes” son los nombres con los quese designa a los grupos aborígenes que habitaronel suelo catamarqueño (Cruz, 1994; Lorandi y Boi-xadós, 1988).

San Fernando del Valle de Catamarca fue funda-da en dicho Valle, constituyéndose en el epicentrodesde el cual los españoles vencieron las rebelionesindígenas en los Valles Calchaquíes durante el si-glo XVII. Sacralizados como acervo de la esenciaprovincial, pero inhabilitados para existir en el pre-sente, “los indios catamarqueños” ingresan en losimaginarios locales como los antiguos habitantesdel territorio que devendría provincia de la Repú-blica Argentina en el siglo XIX. Antiguos habitan-tes sí, pero extintos o mestizados. Esta retórica dela invisibilidad de los indios de Catamarca propo-ne que los “belicosos calchaquíes” desaparecieronluego de sus confrontaciones con los españoles y,también, que los indios del Valle de Catamarca7

–cuyos nombres no trascendieron posiblemente de-bido a su escasa conflictividad– se mezclaron con lapoblación hispana, desapareciendo toda marca depertenencia indígena en el seno de una matriz po-blacional mestiza (de la Orden de Peracca, 2003).

En el marco de su integración en la naciónArgentina, la provincialidad catamarqueña estu-vo atravesada por similares avatares de nega-ción de la aboriginalidad8. Frente a otros encla-ves en donde los indígenas eran amenazas bár-baras presentes –como las regiones del Chaco yde Pampa-Patagonia–, Catamarca, así como otrasprovincias del noroeste argentino, podía erigirsecomo un bastión de siglos de civilización hispana,que había conjurado el fantasma de los habitantesindígenas. Durante el siglo XIX las élites de poderprovinciales ya se habían asentado en la ciudad deCatamarca, invocando el poder de la Virgen delValle como convocante de una urbanización quedurante las primeras épocas de la conquista se ha-llaba dispersa en las áreas rurales de la zona centroy norte del Valle (Lorandi y Schaposchnik, 1990).Esta Virgen, la única morena, la Virgen de los In-dios, se erigió como símbolo de la sumisión indíge-na a los estamentos de poder hispanos.

Abierta a las corrientes migratorias que pobla-rían y civilizarían las áreas marginales y rurales delterritorio nacional, la provincia recibió a contin-gentes de inmigrantes ultramarinos que se aliaroncon las élites locales (Anello, 2000; INDEC 1982).La población rural del Valle de Catamarca cobijóen su seno las diferencias tolerables de italianos,españoles y turcos, que desde los pueblos asenta-dos a lo largo del ferrocarril dinamizarían la eco-nomía local. Si por un lado la provincia de Cata-marca agonizaba en su inserción desfavorable enel proyecto agroexportador de la Argentina, en elinterior de su territorio las operaciones clasificato-rias de su población incorporaban a los contingen-

tes migratorios que, al mixturarse con las familiaspatricias, incorporarían a la civilización a la ru-ralidad provinciana en nombre del estado provin-cial. Esta población rural estaba conformada porcriollos-gauchos que, a diferencia de las élites patri-cias e inmigrantes, eran considerados más mestizosque blancos, más provincianos que argentinos, másbárbaros que civilizados, más tradicionales que mo-dernos.

La zona sur del Valle de Catamarca9 es, segúnlos datos del Censo Nacional de Población y Vi-vienda de 1980 (INDEC, 1982), una región agro-pecuaria cuya población se asienta en pueblos deentre 500 y 1000 habitantes, y puestos o parajesque aglutinan población rural dispersa de hasta200 personas. La estructura social agraria de estaregión está atravesada por desigualdades que his-tóricamente delinearon fronteras de exclusión (Pi-zarro, 2002). En los pueblos residen algunas fami-lias que orgullosamente esgrimen una genealogíaque da cuenta de la alianza entre la prosapia pro-vincial criolla-hispana con los inmigrantes de finesdel siglo XIX. Estas familias conforman élites loca-les que a lo largo de sus trayectorias articularon ala población rural dispersa como mano de obra pa-ra sus fincas. Por otra parte, conformaron redes depoder que mediatizaron la incorporación de estasáreas marginales en la geografía estatal provincialy en la civilización durante las primeras décadasdel siglo XX.

Chumbicha, Huillapima y Coneta son los nom-bres de algunos pueblos de esta área que remiten auna toponimia indígena. Sin embargo, su poblaciónlejos está de adscribir a una posible identidad abo-rigen. Muchos son los restos arqueológicos que seencuentran en las inmediaciones de estos pueblos yen las laderas de las montañas cercanas. Pero la fi-liación con los indios que habitaron en la zona estácortada (Visacovsky, 2002). La acumulación histó-rica de experiencias de opresión de los habitantesque no forman parte de las élites es explicada porlos nativos en términos de sus trayectorias comocampesinos y no como indios.

Sin embargo, la invisibilización de la identidadindígena en los relatos nativos presenta matices yambigüedades. Si bien el punto de vista de los luga-reños re-centra narrativas hegemónicas de oblitera-ción y minimización del aporte indígena a la matrizpoblacional del área, existe una re-significación deestas políticas identitarias (Hill y Wilson, 2003). Afin de mostrar que la noción local de lo indígena esconstruida de una manera multiacentuada (Fair-clough, 1992), analizaremos el papel de las perte-nencias y presencias indígenas en los relatos localessobre el pasado. Nos interesa identificar las estra-tegias de distanciamiento y los resquicios de acer-camiento (Briones, 1988) con una pertenencia queen principio se construye como irremediablementeotra. Para ello, no sólo nos abocaremos al análisisde los múltiples sentidos que tiene la noción indio

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en los relatos nativos sino que los vincularemos condistintas retóricas que los atraviesan.

Veremos que en los relatos sobre el pasado, loantiguo cobra diversos matices, según cómo se te-maticen los vínculos con los indios. Nos interesarámostrar que estos matices y ambigüedades a me-nudo remiten a tres formas o vías diferentes de to-picalización de vínculos y descendencias –formas ovías que se combinan, dando por resultado ideas deancestría variadas y complejas. Nos referimos a queexiste una noción de ancestría fundamentalmenteespacial, basada en la idea de que estuvieron aquí.Existe también una de anclaje temporal, que remi-te a la idea de “son los que corresponden al tiempode antes”. Por último, emerge también una ligazónmás sustancial, en el sentido de Alonso (1994), li-gada a que descendemos de ellos. Estas tres formaso vías pueden o no complementarse, lo que permi-te por ejemplo que descendientes de inmigrantespuedan hablar eventualmente de los indios comonuestros antepasados, mayormente en un sentidoespacial o temporal.

Los indios que vivían aquí a través de susrestos arqueológicos

La denominación los antiguos10 se refiere a los in-dios que vivieron en el área bajo estudio durantetiempos prehispánicos. Cuando hacemos referenciaa los indios que vivían aquí, apuntamos a mostrarque los lugareños marcan que los indios compartie-ron el mismo espacio en el pasado, lo cual no impli-ca que los consideren sus antepasados. Antes bien,tiende a señalarse una fractura radical que confinaa los restos arqueológicos a una pre-historia con laque los habitantes actuales no tienen ningún vín-culo, salvo a través de los restos materiales que seencuentran en la zona.

Así, los pobladores actuales de Coneta y Miraflo-res reconocen que los lugares en donde ellos vivenactualmente antes habían estado habitados por in-dios. Además de encontrar cosas de indios, algunoslugareños salían a buscarlas junto con otros veci-nos. La búsqueda de piezas arqueológicas por par-te de los habitantes de estos pueblos a mediadosdel siglo XX no sólo estaba motivada por intere-ses locales, sino que también fue promovida desdela capital de la provincia, como una forma de re-cuperar los testimonios del pasado calchaquí paracristalizarlo en el panteón de la pre-historia provin-cial frente a los coleccionistas privados que veníande Buenos Aires.

Así, Carlos Villafuerte ([1968]1988), un intelec-tual catamarqueño, relata que en 1937 Fray Sal-vador Narvaez inauguró un local en el centro dela ciudad para exponer piezas arqueológicas pro-venientes del interior de la provincia. En 1943 laspiezas fueron trasladadas al actual local que lleva

el nombre de Adán Quiroga, otro intelectual apa-sionado por la arqueología “calchaquí” de fines delsiglo XIX. Villafañe (op. cit.), luego de mencionardistintos sitios arqueológicos ubicados en los VallesCalchaquíes –territorio en donde localiza a la “cul-tura diaguita”–, remarca que la misma era la quemayor desarrollo e importancia había tenido en laprovincia y, por otro lado, que algunos “rasgos” dedicha cultura se encontraban aún presentes. Así,aún dentro de un contexto general de invisibilidadde lo indígena, la geografía provincial de inclusióncatamarqueña delineaba algunos lugares, los VallesCalchaquíes, como tropos factibles de convertirseen territorios de una adscripción diaguita11.

Por otra parte, Villafañe (op. cit.) incorpora aMiraflores entre los pueblos de “tierras diaguitas”recorridos por el Padre Narváez. Si bien los pobla-dores de esta localidad no mencionan específica-mente el paso del Padre Narváez por la zona, esmuy probable que la búsqueda de cosas de indiosa mediados del siglo XX hubiera estado promovi-da tanto por los coleccionistas porteños como poreste afán reivindicatorio provincial –así como deotras provincias del noroeste argentino– del patri-monio arqueológico local que se consideraba estabasiendo expropiado hacia museos de otras provin-cias –particularmente de La Plata y de la ciudadde Buenos Aires. Así, en el marco de una retóri-ca provincial de “rescate” de los testimonios de las“viejas culturas provincianas”, no sorprende el in-terés de los habitantes del área en estudio por losrestos arqueológicos como epítome de los antiguos.

Algunos vecinos de la localidad de Coneta seña-laron que el origen del nombre de su pueblo estávinculado con los indios que allí habitaban, ya queConeta era el nombre de un cacique. Otras perso-nas con las que conversamos hicieron referencia aque antiguamente habían vivido diaguitas en don-de actualmente están sus pueblos, también algunoslugareños señalaban que los indios vivían más arri-ba, sobre la ladera de los cerros, cerca de los cursosde agua. De esta forma algunos lugareños asimila-ban a los indios y a los antiguos con la forma devida de campo y con los cerros.

Así, los vecinos de estos pueblos incorporaron alos indios en el pasado del espacio vivido. Tambiénse refirieron a ellos como las raíces o hitos fundacio-nales de los pueblos. Esto se manifiesta fuertemen-te cuando se señala que los huesos que se hallarondebajo de la plaza principal de Coneta, ubicadaenfrente de la iglesia, podrían ser evidencia de laexistencia de un cementerio indígena.

Hasta aquí hemos visto una de las modalidadesa través de las cuales los actuales pobladores delárea en estudio tematizaron la noción de ancestría.El reconocimiento de que la zona estuvo habitadapor indios remite a un vínculo fundamentalmenteespacial. Dicho vínculo, sin embargo, no implicaque la gente se sienta “descendiente de” los anti-guos, aún cuando hubieran compartido el mismo

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espacio. Así, aún cuando los vecinos de Mirafloresy Coneta remiten reiteradamente a la existencia derestos arqueológicos para avalar que la zona estu-vo habitada por indígenas, la distancia postuladaentre los pobladores actuales y los indios es muymarcada, operando como quiebre tajante respec-to de una posible adscripción genealógica. De estemodo, se reedita la retórica hegemónica nacional,regional y provincial que plantea que, si bien losindios vivieron aquí, son bien “otros” y “distintos”que los habitantes actuales. En otras palabras, ladistancia entre los indios y el presente es absoluta,siendo confinados los indios, al igual que sus res-tos, a la pre-historia no sólo provincial, sino tam-bién local. Por otra parte, cabe señalar que, en lamedida en que los propios pobladores dicen que in-dios eran los de antes, están planteando que ahorason catamarqueños argentinos, incorporándose porlo tanto en el colectivo de identificación nacionalcomo miembros de la comunidad imaginada (An-derson, 1990) argentina.

La posible filiación aborigen: Acercamientosproblemáticos y problematizados

Hemos visto que los pobladores actuales se refierenlos indios que habitaban aquí mayormente comosus antecesores espaciales. Sin embargo, el vínculocon los indios tiene sus matices cuando se ponde-ra la posibilidad de que también sean sus ancestrostemporal y sustancialmente hablando. Tal es el ca-so de Rosa Avalos de Barros12, vecina de Coneta,cuyo relato a primera vista puede resultar un pococontradictorio13:

Tengo un sobrino mío, dice que estaba la ma-dre ahí, que le preguntan “¿Aquí son los mapu-che?”. “Bueno, nosotros descendemos de ellos,nosotros somos indios, somos indios nosotrostambién, civilizados, ya somos civilizados”. “Pe-ro” dice, “señorita, si todos nosotros somos in-dios, alguno sabrá ser italiano, alguno (. . .)”,decía, “pero en mi casa papá es indio, papá esde descendencia india” y dice mi cuñada que sequería morir cuando le dice que éramos. Y si so-mos indios, m’hija, que somos indios civilizadosya somos de otra época nosotros, no somos dela época de ellos. Sí, creo que existen algunosindios creo yo.

- ¿Pero así como vivían antes?Ah, no, ya no, acá ya se ha perdido todo eso.

Ya no es tanto, ya no es, ya es todo civilizadoes más, la parte que han pasado de los indios,cómo vivían (. . .) Salta, no sé si usted ha vistola parte que ha pasado de documental, pero esoexiste dice que de ahí venía el cólera ¿ha visto?,de toda esa parte, viven todavía indios, porqueyo lo he visto pasar este, en el verano lo he vis-

to pasar a todo. Viera, uno dice horrible peroson humanos, que están algunos chiquitos, des-nutridos, qué sé yo, que no tienen qué comer,pero la cara de ellos es horrible, las madres, to-do eso le digo yo, que para esa parte existentodavía indios, pero acá no.

- ¿No, acá no?No, para acá no, ya, ya se ha perdido. Por

supuesto que hemos quedado nosotros, comoyo les digo a los chicos, nosotros somos indios,somos indios nosotros.

En este fragmento doña Rosa re-centra en su dis-curso el peso de los estereotipos con que el sentidocomún local “invisibiliza” la ascendencia indígena,señalando la vergüenza que le dio a su cuñada elhecho que su sobrino dijera en la escuela que supadre es de descendencia india. En la voz del ni-ño, se pone en cuestión la metonimia identificato-ria (Williams, 1989) hegemónica que desmarca ala población indígena como un tropo de adscrip-ción identitaria legítimo para la población local.A través de su sobrino, Rosa pone en evidencia laarbitraria maquinaria de diferenciación (Briones,2006) que otorga ventaja comparativa a identifi-carse como “inmigrantes”, mientras hacerlo como“indígenas” es algo vergonzoso, produciendo unaincomodidad en la madre del niño por ser algo queno se puede decir. Aquí se hace evidente la retóri-ca nacional que ubica en un lugar de preferencia alos “inmigrantes” frente a los “indios”, tomando laforma de que sus vínculos con la población actualtienden a ser obliterados.

Sin embargo, doña Rosa se posiciona frente aesta inhabilitación de la auto-adscripción indíge-na señalando que somos indios. Paradójicamente,aún cuando cuestiona la retórica de la extinciónde lo indígena, lo hace desde una retórica civiliza-toria, destacando que ya son indios civilizados14,de otra época. Así, la filiación con los antepa-sados indígenas está fracturada por la incidenciades-indigenizante de la civilización, la que trazaríauna frontera temporal que atraviesa radicalmenteel sentimiento de devenir entre la época de ellos–los indios– y la época de los habitantes actua-les.

Esta fractura civilizatoria marca un corte enla “forma de vida”, en los rasgos culturales quees lo que, supuestamente, debería vincular alnosotros actual con sus ancestros. Esta maqui-naria de diferenciación distingue y privilegia lonormal-civilizado por sobre lo anormal-indígena y,también, lo actual-moderno-avanzado por sobre lopasado-retrasado-indígena reforzada por los dis-cursos mediáticos que pusieron en la agenda pú-blica la forma de vida de algunos grupos aboríge-nes chaqueños a raíz de la epidemia de cólera deprincipios de la década de 1990, discursos que posi-blemente sean el referente del relato de doña Rosadel documental sobre los indios de Salta.

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Estos indios contemporáneos son caracterizadospor Rosa como horribles pero humanos. La fron-tera radical civilizatoria atraviesa ya no solamen-te la línea del tiempo marcando una fractura en-tre el pasado y el presente local, sino el espa-cio social que adscribe a ciertas regiones del cha-co salteño el locus de los indios-bárbaros-salvajescontemporáneos. De este modo, Rosa plantea quelos “indios de aquí” no son indios-salvajes comolos del chaco-salteño, reproduciendo oblicuamen-te la retórica de la diferencia entre los gruposindígenas sedentarios-agroalfareros-andinos y losnómades-cazadores recolectores-chaqueños (Palo-meque, 2000). Sin embargo, a pesar de los quiebres,Rosa no niega la filiación. En todo caso, el dobleestándar que lleva a evaluar los cambios indígenascomo des-indianización –contracara conceptual dela ideología de blanqueamiento–, hace que Rosasiga en su filiación enfatizando más las disconti-nuidades que las continuidades.

Desde el sentido común local, entonces, se tra-za una compleja maquinaria de diferenciación queplantea distintos tipos de otros internos en lacomunidad local imaginada (Anderson, 1990) deacuerdo a la retórica civilizatoria. Mientras queel componente indígena es más reconocido cuandose tematiza una filiación temporal de descenden-cia que cuando se tematiza un vínculo espacial deco-habitación, se lo reconoce con vergüenza frentea otros “otros” internos no vergonzantes tales comolos inmigrantes. Pero aún dentro de lo indígena, seestablecen graduaciones que marcan la diferenciatemporal entre los indios de antes y los habitanteslocales y, paralelamente, entre los indios locales ylos de Salta.

Así como doña Rosa enfatiza en su filiación dis-continuidades culturales, re-centrando la retóricacivilizatoria, en otros relatos la filiación se relati-viza señalando diferencias biológicas entre los in-dios y los actuales pobladores, marcando diferen-cias racializadas. Así, algunos de los entrevistadosse consideran como descendientes de raza india.Según Don Carmen Sosa los pobladores actuales,son una cruza:

- ¿Qué indios eran (los que vivían en Mira-flores)?

Ay no sé, claro después (. . .) ya se han afinca-do por ahí acá los humanos (. . .) claro la genteesta (los indios) (. . .) la Biblia, cristianos noeran, no confesaban ni comulgaban ni buenonada. Esa gente (los indios) ya se ha ido (. . .) aotras naciones y se han quedado nomás ahí alnorte, Jujuy, Ledesma, ahí ya hay cruza peroindios de antes puros no.

- Indios puros ya noNo, ya no, tal vez habrá para otras naciones

pero para el norte hay cruza.- ¿Y acá hubo cruza por esta zona?Bueno, aquí no.

- ¿No?No, claro en Jujuy, Salta, Tartagal todo eso,

al norte, Tucumán, el araucano, bueno, esosrasgos

- ¿Acá no hay nadie que sea descendiente deindios?

No, no, no, aquí no. Hay por ahí familias queusted ve una persona, (. . .) usted los ve, mira,son indios ya en el corte de cara, las orejas, todoigual que el indio

- ¿Cómo es el corte de cara de . . .?Y bueno es más caretón, ¿no? No es igual

que nosotros, caretón, negro, orejudo, la miradatodo eso (. . .) descendencia de indios ve, que losantepasados han sido indios, ya ha venido de lamadre, ha venido del padre, habrá tenido unacruza vaya a saber, y bueno sale alguno así (. . .)este hombre ya le digo (. . .) el padre también(. . .) el abuelo mío (. . .) así algo de indio (. . .)la facción de la cara grueso, no igual que elhumano que ahora ya tiene otro modo de ser.

En este fragmento aparecen algunos elementosvinculados con la clasificación de los indios segúnuna pertenencia racializada, definida a través de unconjunto de rasgos físicos pero sobre todo a partirde una idea de pureza. Esta caracterización de losindios puros o mestizados y cruzados según su razase condice con el estereotipo racista propio del dis-curso evolucionista-naturalista del siglo XIX quefue re-centrado en los relatos de algunos viajerosque describieron el área (Von Tschudi, [1858]1966).Por otra parte, se re-centran también elementos dela dicotomía no humanos-humanos propia del dis-curso español de la época colonial temprana, épocaen la cual se discutía si los indios eran humanos ono por el hecho de no pertenecer aún a la religióncatólica.

Es interesante reflexionar sobre el uso que losnativos hacen de estas categorías raciales para di-ferenciarse de otros sujetos factibles de ser consi-derados como indios. Los otros más indios: los sal-teños, jujeños, tucumanos no son a su criterio tancivilizados como los propios nativos, lo que estaríaimplicando un discurso progresista y moderno enesta valoración. En donde los propios nativos hanavanzado más hacia el bienestar de la vida moder-na que lo han hecho los otros de quienes se diferen-cian que, por lo tanto, serían indios más puros-notan civilizados.

Además, el entrevistado argumenta que existendistintos grados en el colectivo “indios” según su“pureza”. Si bien reconoce que indios puros no haymás, los menos cruzados no vivirían ya en Mira-flores, sino que se habrían ido hacia el norte: Ju-juy, Ledesma (el ingenio azucarero), Tucumán, Sal-ta, Tartagal y, llamativamente, hace referencia alaraucano junto con la nominación de ciudades y/oprovincias de la región del noroeste argentino.

Cabe señalar también la diferencia que marca

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don Carmen entre los habitantes actuales-humanosy las razas indias anteriores, dejando entrever quehumanos serían sólo los habitantes actuales, o losque vinieron y se afincaron en donde estaban lasrazas indias. Éstas, que tampoco eran cristianas,luego se fueron a otras naciones, al norte, dejan-do descendientes en la zona de Miraflores luegode haberse cruzado. En este sentido, don Car-men re-inscribe aspectos centrales de las nocioneshegemónicas de mestizaje y blanqueamiento co-mo procesos tempranos que marcan un presentedes-indianizado.

La distancia de los antepasados indígenas cobramás fuerza cuando los actuales pobladores se refie-ren a los indios que viven o vivían allí, en otros la-dos (Pizarro, 1996). El allí se refiere a la montaña,al oeste de la provincia, a Salta, al norte, o a luga-res que muestran los documentales en la televisión.Esta acepción de las representaciones locales sobrelos indios se relaciona con los elementos de sentidoprovenientes de los discursos mediáticos que docu-mentan las formas de vida de los indios actualesy los hallazgos de restos materiales de sociedadesindígenas pasadas en otros lugares. Las cosas deindios que se encuentran en otros lados son apre-ciadas por su valor estético e instrumental.

En este acápite hemos visto que el distancia-miento entre los indios y los habitantes actualespor momentos se relativiza, sobre todo cuando seseñala que nosotros descendemos de los indios, co-menzando a jugar una idea de ancestría temporaly, a veces también, sustancial. Así, los habitanteslocales se diferencian de los indios salvajes, seña-lando que ellos son descendientes de indios peromás civilizados. Por otra parte, la categoría indiosmás civilizados podría ser interpretada en términosdel análisis de parentesco como una superación re-sultada de la alianza (indios-españoles) que se dio,a pesar de la guerra, a partir del intercambio entrehombres y mujeres de ambos grupos, cuyo resulta-do sería la generación de algo nuevo: los nativos.Si bien esta es una línea de indagación sugerente,lo que nos interesó remarcar fue cómo emerge unaambigüedad adscriptiva indígena local aún cuan-do, aparentemente, no habrían quedado resquiciospara su posible emergencia.

Los indios y el campo

Existe también otra forma de acercamiento rela-tivo con los indios, cuando los relatos locales losubican o vinculan con el campo y la gente de cam-po. Cuando se trata de los indios que vivían an-tiguamente en el área bajo estudio, los habitantesactuales los ubican espacialmente en la montañay algunos dicen que “bajaban” a los pueblos parapelear o robar, tal como nos comentara el señorOliva, un vecino de Coneta:

Para el lado de la quebrada (de San Lorenzo,por donde baja el río Coneta-Miraflores) habíamucha indiada (. . .) indios calchaquí (que) seiban a robar para la ciudad (San Fernando delValle de Catamarca).

Esta caracterización de los indios que robabanen la ciudad da cuenta de la diferenciación del co-lectivo de identificación de esta área rural con losotros– habitantes de la ciudad. Esta imagen de losindios no necesariamente remite al pasado lejanode la época de la conquista, cuando la fundaciónde Catamarca fue realizada varias veces debido a lahostilidad de los indígenas. Más bien, estaría vin-culada a un momento más cercano en el tiempo, enel siglo XIX, cuando las zonas rurales de La Rio-ja, Catamarca y Salta estuvieron involucradas enlas “montoneras” lideradas por los caudillos fede-rales. El caudillo catamarqueño Felipe Varela fueasociado a los indígenas que habitaron el área enestudio.

Raúl Pacheco, un vecino de Miraflores, nos contóque los indios que vivieron en la zona eran quilmes,que después fueron corridos y atravesaron para Po-mán y después fueron corridos y se establecieronen Santa María. Ante la pregunta de por qué fue-ron corridos respondió que fue cuando Felipe Va-rela venía de Salta, que andaba combatiendo conindios. Inclusive en Miraflores hubo asentamientosde caudillos que estuvieron viviendo, no sé si elmismo Felipe Varela.

Tal como lo señala Escolar (2003) para los huar-pes de Cuyo, en el área bajo estudio los indios tam-bién son asociados con la figura de los caudillos ycon sus montoneras. En los años posteriores a lacaída de Rosas, los antiguos federales habían segui-do gobernando en la mayoría de las provincias delinterior, con la aquiescencia de Urquiza. La meraoposición entre unitarios y federales fue desplaza-da por el antagonismo Buenos Aires-interior que sereavivó durante la década de 1860 (Halperin Don-gui, 2002). Esta situación produjo una crisis que enCatamarca fue conocida como “la noche de los sie-te años”, período comprendido entre 1861 y 1868en el que se sucedieron cerca de quince gobernado-res. De allí que no es menor el hecho de que en elsentido común provincial la figura de Varela con-note las clásicas montoneras de los caudillos y seavinculada no sólo con los marginales rurales sinotambién con el fantasma de los indios.

A su vez, las montoneras de Felipe Varela sonasociadas también con las rebeliones de los indioscalchaquíes del siglo XVII por algunos intelectua-les contemporáneos de Catamarca. Cabe señalar laobra del poeta Claudio Sesín (1993), entre otras.Aquí, la asociación del caudillo Felipe Varela conlos indios quilmes –de los Valles Calchaquíes– ycon su huida hacia la localidad de Santa María–ubicada en dichos Valles– , remite a la cercaníade dos tropos identitarios locales: los indios y “la

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gente de campo”15, quienes compartirían su condi-ción de oprimidos por élites locales, provinciales ynacionales.

Las cosas de indios

El vínculo entre los indios y los padres y abue-los de los actuales pobladores locales también sepone en evidencia en la valoración positiva de lashabilidades tecnológicas: todas las cosas de indiosestán muy bien laboreadas (trabajadas). El esfuer-zo de indios y padres y abuelos para subsistir enun medio inhóspito, equiparable al de los padresy abuelos de los actuales habitantes es significati-vamente puesto en contraposición con la dejadezactual, con su vagancia. En estos relatos se pro-duce un acercamiento relativo entre los indios y lagente de antes, ya que en el presente de la enun-ciación se habrían degradado los valores positivosque se les adjudican tanto a los indios como a lospadres y abuelos de los pobladores actuales.

La inclusión parcial en el colectivo de identifi-cación indígena, con las diferencias temporales yespaciales antes señaladas, no sólo se da a nivel delas personas: nosotros somos descendientes de in-dios, sino también de las prácticas. Los lugareñosgustan de recoger cosas de indios cuando trabajanen el campo o simplemente cuando salen a cami-nar por el monte. Ellos coleccionan estas cosas porcuriosidad o como reliquia, las regalan a amigos olas dejan como herencia a los familiares.

Por otra parte, se cree que los dibujos que hayen las cosas de indios se refieren a los nombres delos antiguos, o que eran símbolos que mostrabanque todos pertenecían al mismo grupo. También,se asocia las cosas de indios y los relatos sobre suvida con hechos mágicos o sobrenaturales, leyen-das16 y tesoros. Por ejemplo, se los vincula contesoros escondidos y con luces que indican dóndese ocultan las cosas perdidas17.

Distintos vecinos nos contaron leyendas sobre lu-gares y acontecimientos sobrenaturales que, si bienno necesariamente estaban vinculados con los in-dios, remitían a creencias mágicas vinculadas conla vida de campo de antes. Señalaron que estas le-yendas antiguas sobre el cacuy, el crespín, la mu-lanca, la salamanca –entre otras– hoy no son creí-das debido a que ahora hay más inteligencia.

Si bien no todas las leyendas incluyen a los in-dios como protagonistas, son relatos que se ubicanen un tiempo-espacio liminal, fantasioso e incier-to (Escolar, 2003), en donde la civilización y laracionalidad occidentales aún no han llegado. Al-gunas de estas leyendas –sobre la luciérnaga, laluz mala, el duende del cerro y el grito– fueronrecopiladas por un intelectual catamarqueño, Jo-selín Cerda Rodríguez (1988), quien construye a laidentidad provinciana a través de la articulaciónde elementos hispano –criollos y amerindios, con

el objetivo de rescatar del olvido a la tradición in-dígena.

De este modo, en el sentido común tanto delos intelectuales catamarqueños como de los ha-bitantes locales, la frontera entre lo indígena y loprovinciano-rural se vuelve más porosa. En el mar-co de esta área difusa de la frontera entre lo indíge-na y la vida de campo, los restos de indios conden-san la idea de que los tiempos de antes –tanto laépoca de los indios, como la de los padres y abuelosde los habitantes actuales– eran mejores que los deahora. Así, el buscar o prestar atención a las seña-les de los indios mejoraría la situación actual.

Por otra parte, las cosas de indios adquieren unvalor emotivo y comunitario que se relaciona conla construcción local de la identidad y la atribu-ción de locus fundacional a la población indígenadel área. Así, cuando se realizaron reformas en laIglesia de Coneta, se excavaron terrenos aledaños.En dichas tareas aparecieron restos óseos tales co-mo cabezas, bracitos, calaveras, y esas cosas que,justamente, se encontraban debajo de los típicoslugares fundacionales: la iglesia y la plaza del pue-blo. Bajo esta construcción se dice que podría ha-ber existido un cementerio de indios.

Algunos vecinos enfatizaron positivamente lashabilidades tecnológicas de los antiguos al plan-tear que todas las cosas de indios están muy bienlaboreadas. Esto es relacionado con el esfuerzo delos indios para subsistir en un medio inhóspito. Aveces las cosas de indios –especialmente los morte-ros, y en la época en que se molía maíz las manitos–son re-utilizadas, convirtiéndose en parte del capi-tal tecnológico local, por lo que mantienen el valorpositivo de la laboriosidad de los indígenas y po-tencian la caracterización de los padres y abuelosde los habitantes locales que eran laboriosos y muydedicados al trabajo en tiempos de antes.

En estos casos, lo antiguo cobra un valor prác-tico, en tanto se convierte en adjetivo de ciertastecnologías: morteros, piedras para parir, corrales,canales, hachitas, tinajas. Así, la población localotorga, en ocasiones, una valoración positiva a losconocimientos de los indígenas sobre técnicas agrí-colas y a las cosas de indios que están muy bien he-chitas, muy bien laboreadas, tanto que ha sido po-sible re-utilizarlas en los períodos vitales de los en-trevistados y/o de sus padres o abuelos. Esta mira-da nostálgica se relaciona con una mirada románti-ca que re-edita la dicotomía tradición-modernidadque atraviesa la interpretación que algunos pobla-dores actuales hacen de su presente, en compara-ción con la época en que sus padres y abuelos po-dían vivir de la producción agropecuaria local, cosaque no es posible en la actualidad. De este modo,a veces los antiguos son considerados en un pie deigualdad con las generaciones de sus padres y abue-los en el sentido de que todos ellos se ganaban elpan gracias al trabajo de la tierra.

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Saberes en disputa: el conocimientocientífico-arqueológico y el conocimientopráctico-local

No obstante, también existe otra modalidad de dis-tanciamiento entre los indios y el presente, la cualse hace evidente en los casos en que lo antiguo(sea indígena o no) es vivido como algo ajeno, al-go que no se entiende y que sólo puede ser objetode conocimiento de los especialistas: los curas, losarqueólogos, las expediciones científicas, los maes-tros. Estos son los agentes sociales a quienes lamayoría de los lugareños invistieron con el poderde descifrar los mensajes de los antiguos.

Así, la presencia en la zona de los arqueólogosy antropólogos aparece en los relatos como algoextraordinario, algo fuera de lo común y de lo co-tidiano. Algo que no es “naturalizado” como his-toria local, sino que escapa los límites temporalesy cognoscibles de los pobladores. De esta forma,la autoridad para re-presentar lo arqueológico sedelega en aquellos que tienen la competencia paraello: los arqueólogos y los medios de comunicación.Lo arqueológico y lo indígena llegan a las localida-des del área de estudio a través de documentalestelevisivos y de libros y/o expertos sobre la mate-ria.

Dentro de estos últimos, los arqueólogos son losque realizan la manipulación instrumental de losrestos de los indios a través de sus excavaciones yde sus estudios. Son ellos los que se llevan los mate-riales encontrados, hecho que es justificado por loslugareños porque no sabrían qué hacer con ellos.Si bien, como hemos visto, los habitantes localestienen un conocimiento práctico sobre las cosas deindios que proviene de su vida cotidiana, recono-cen que las cosas de indios presentan un interésdiferente para su saber práctico que para el sabercientífico, el que estaría legitimado para enseñar alos demás lo que es las cosas de antes. Los arqueó-logos son quienes, legítimamente, en virtud de susaber hacer, realizan una manipulación técnica delos restos arqueológicos y su objetivación de losmismos. Su saber, para los habitantes locales, seplasma en un saber nombrar actividades, cosas ytiempos.

Algunos vecinos se refieren a las excavacionesrealizadas por los profesionales diciendo que elloshan dejado tapado allá eso, hacen la tierra o ponencosas en bolsitas, sin poder dar un nombre especí-fico a estas actividades. Otras veces, los elementosde sentido del discurso arqueológico pasan al voca-bulario de la gente del lugar cuando se refieren atiestitos y tinajas. La profundidad temporal mane-jada por los arqueólogos tampoco es un elementosobre el cual los habitantes del lugar tienen un con-trol cognoscitivo. Los tiempos y épocas prehistóri-cas quedan fuera de sus clasificaciones temporalesy son subsumidas en un tiempo de los indios.

Así, la ciencia arqueológica se erige como fun-dadora de un saber que queda fuera de la posible“autoridad” discursiva de los lugareños. Sin em-bargo, ciertos grupos sociales locales valoran posi-tivamente la presencia de arqueólogos en la zona,al vislumbrar la posibilidad de que, gracias a ello,las localidades puedan pasar a la historia. Por ello,tanto los maestros como los funcionarios políticosapoyan el desarrollo de estas actividades.

No debe suponerse, por lo expuesto anteriormen-te, que los habitantes locales no tienen habilidadespara nombrar espacios o tiempos; ellos también lohacen dentro de una aproximación comunicativa dedichas nociones, con la finalidad de incluirlas en sumundo de la vida. La contraposición con la arqueo-logía se manifiesta en que ésta realiza una aproxi-mación técnica a dichas nociones, con la finalidadpráctica de producir un conocimiento que expliquelos sucesos. Es aquí donde el saber científico se re-viste de mayor autoridad y prestigio simbólico queel del saber hacer cotidiano del sentido común. Sinembargo, si bien se asume que los que saben sonlos científicos, los lugareños también investigan lascosas de los antiguos:

Encontramos un jarrón y ahí excavamos (. . .)óseo (. . .) humanos supongo de indios (. . .) ca-laveras que llevaron a la Universidad al museode la provincia (. . .) a ellos [a los que encontra-ron los restos] lo que les interesaba era llevarlea algún antropólogo más o menos para que lediga más o menos los años y de qué tipo (. . .)después les conté a los chicos míos y parientesde Buenos Aires excavaron sacaron un jarróncon una pintura espectacular; yo la lavé condetergente para ver si se borraba y no se borra(. . .) yo no lo llevé nunca, lo iba a llevar a unmuseo para que se investigue el metal por lomenos. (Jesús Martínez18, Miraflores)

A pesar de que los antropólogos tienen un co-nocimiento específico, esto no inhabilita a los lu-gareños para realizar sus propias interpretaciones,para contarles a sus hijos y parientes, para excavary probar la calidad de la pintura del fragmento.El entrevistado sabe que el jarrón es un objeto convalor científico, pero por algún motivo no lo lleva alas instituciones provinciales habilitadas legítima-mente para guardar dichos bienes. No solamentese lo queda, sino que lo manipula, lo investiga.

Los habitantes locales le otorgan alguno o va-rios sentidos a las cosas de indios: valor emotivo,identitario, instrumental, comercial, científico. Lamayoría lo hacen desde un conocimiento no cien-tífico, aún cuando realizan actividades tales comoexcavar, experimentar, restaurar y/o coleccionar.Esto muestra que los distintos procesos de rela-cionarse con el patrimonio cultural (Ciselli, 2001;Merridan, 1996; entre otros) como manifestaciónpública del pasado no son competencia exclusiva

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del campo arqueológico. De este modo, muchos delos habitantes locales se consideran conocedores delas cosas de indios y que tengan ciertas pretensio-nes de verdad con respecto a las interpretacionesque hacen de ellas.

Sin embargo, algunos señalan la importanciapara la revitalización de la identidad local quetendría el hecho de que las cosas de indios seanre-presentadas por el discurso sobre el pasado quees reconocido como válido socialmente. Dentro deeste discurso legitimante se incluye tanto a la his-toria científica como a la historia escolar, al seña-lar que es necesario que los científicos escribamossobre la historia de la localidad y que esto sea mos-trado en los museos provinciales y enseñado en lasescuelas de la zona.

Revitalizar el pasado local

Algunos elementos de sentido del discurso que en-fatiza la necesidad de localizar y provincializar elpatrimonio también son re-centrados por los maes-tros de las escuelas del área bajo estudio, quie-nes explicitaron su interés por transmitir el cono-cimiento sobre las formas de vida de los indios queallí vivían a sus alumnos. Así, ellos considerabanimportante que sus alumnos conocieran la historiade sus localidades (Pizarro y Kaen, 2002).

Este interés de los maestros locales se vinculacon la política hegemónica nacional educativa que,a partir de la Reforma Educativa de 1994, se con-cretó en la Provincia entre otras cosas en la ela-boración de nuevos diseños curriculares jurisdic-cionales. Esta reforma remarcaba la necesidad dedescentralizar los contenidos y alentaba a las ju-risdicciones correspondientes a que elaboraran suspropios contenidos curriculares, sobre la base dealgunos lineamientos básicos, incorporando las his-torias y conocimientos locales con el fin de demo-cratizar la enseñanza. Frente a esta posibilidad, lanostalgia por el conocimiento de la historia de laslocalidades fue en aumento entre las autoridadeseducativas provinciales y los docentes del área.

Por ejemplo, en una consulta realizada a docen-tes de algunas escuelas de la Provincia de Catamar-ca por parte del equipo de consultores del Proyectode Diseño Curricular para EGB 1 y 2 del PRISE– Catamarca, se recabó información acerca de loscriterios que formulaban y/o empleaban los docen-tes para seleccionar contenidos. Esta consulta pusoen evidencia que los docentes rurales justificabanlas opciones curriculares del aula sobre la base delcriterio de lo local (Carbone, 1998).

Sin embargo, pese a la apertura que brindó estanueva política educativa, los maestros se encontra-ron con serios problemas a la hora de incorporarlas “historias locales” en los contenidos que efecti-vamente enseñaban en el aula. A pesar de la buenavoluntad, la formación inconclusa de los docentes

(Achilli, 1988), así como la escasa información cien-tífica sobre el pasado local pasible de ser objeto deuna transposición didáctica constituyeron marca-dos impedimentos que resultaron en la banaliza-ción y trivialización de los contenidos efectivamen-te enseñados sobre la historia local en el primer ysegundo nivel de la Educación General Básica, re-produciendo las naturalizaciones con que se estig-matiza a los indígenas del área, propias del discursohegemónico identitario provincial y nacional.

En algunos casos, cuando se referían a “los in-dios que habitaban” la zona en sus prácticas deenseñanza, algunos docentes hacían una analogíaentre cómo vivían los indios locales con los cono-cimientos sobre las costumbres de otros indios queaprendieron durante su formación.

Bueno, yo por mi parte sé que en este lugarhabitaron los indios Coneta, ¿no es cierto? yahí han dejado huellas que se encuentran porejemplo en La Quebrada, los chicos hablan de(. . .) un mortero (. . .) que hay en una piedra.Los indios ahí molían el maíz. Está, eso lo hevisto yo cuando he ido a la a la Quebrada estáel mortero. (. . .) En la Quebrada de Miraflores.(. . .) Entrando por Miraflores, pero la Quebra-da es común a los dos pueblos porque el río esel mismo, da agua para los dos lugares. Y cadavez que hablamos les enseñamos que los prime-ros habitantes, yo por lo menos hago referenciaa los habitantes de acá (. . .) como los indiosmás o menos todos tienen las mismas costum-bres, lo que yo he estudiado de los indígenas(. . .) lo aplico. (Maestra de Coneta)

Pero, además de las carencias en su formación,los docentes plantean que otra dificultad para in-corporar el pasado indígena local en la seleccióncurricular de contenidos en el aula es que no existeuna adscripción a la identidad indígena por partede los alumnos, y mucho menos de las familias delos mismos.

Los chicos medio descolgados, porque elloscreen que los indios Coneta han vivido acá yque ellos no tienen nada que ver y la mayoríason descendientes directos. Pero ellos están co-mo descolgados como cosa que les cuenten uncuento. (Maestro de Coneta)

Los maestros saben que sus alumnos tienen an-tepasados indios y les gustaría revitalizar la identi-dad local, pero señalan que es difícil construir unaidentidad indígena local desde la escuela pues lospobladores no se sienten descendientes directos, nolo aceptarían. Cabe preguntarse por qué deberíanhacerlo. La creencia de los maestros de que estaspoblaciones deberían aceptar que son descendien-tes de indios implica la contraparte de las políticasestatales que hace décadas plantearon que ser in-

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dio era sinónimo de inculto. Pero por otra parteesta creencia postula una noción esencialista de laidentidad aborigen, según la cual los nativos se-rían indios aunque no lo recuerden, y el rol de losdocentes sería hacérselos recordar.

Así, estos docentes manifiestan la necesidad deinculcarles a los niños desde el aula el reconoci-miento de su identidad indígena. Quieren evitarque se olviden de sus raíces o que renieguen deellas:

(Los niños tienen) más pureza en la raza pe-ro ellos no saben ni hablan en la casa ni dicenmi antepasado fue indígena ni vivía así, comootro, por ejemplo, como un europeo que dice enmi pueblo se vivía así, las personas que vivenque son europeas supongamos o descendientesde europeos, aunque sea un familiar que tenganellos, cuentan todo cómo era su tradición, cómoera su vida, cómo hacían el pan, cómo hacíanesto, en cambio los que son descendientes indí-genas no cuentan cómo hacían la mazamorra,ni cómo molían el maíz, nada, no saben, parececomo que quieren olvidar (. . .) yo, por ejemplo,yo les digo que investiguen, que busquen, o seatratar de inculcarles que no es una vergüenzatener una descendencia indígena, al contrario,es un honor. (Maestra de Coneta)

Estos docentes son concientes de que la escue-la no sólo tiene una función manifiesta y legiti-mada como formadora de contenidos y habilidadescognoscitivas, sino que también tiene una funciónsocial, muchas veces no manifiesta ni legitimada,como formadora de las identidades de los alum-nos y de su contexto sociocultural (Pizarro, 2001).Ellos quieren revitalizar la identidad local, sobretodo aquellos que viven en localidades cercanas ta-les como San Pedro, Concepción y Huillapima. Así,re-centran en sus discursos la oposición a los efec-tos homogeneizadores que pretende realizar el tipode historia que se enseña tradicionalmente en la es-cuela. Este tipo de historia tiene un cariz de relatofundante de la identidad nacional-provincial, iden-tidad que no es cuestionada sino dada por supuestay, paralelamente, existe un “vacío”, un “olvido” dela historia de las localidades en la selección curri-cular áulica.

Como hemos visto anteriormente, existen otrasformas de re-presentar el pasado que tienen que vercon la lógica práctica, con los saberes locales, conlas maneras en que los sujetos articulan su sentidode devenir y de pertenencia. Sin embargo, los do-centes aún cuando proclaman la necesidad de revi-talizar la identidad local, lo hacen re-centrando undiscurso romántico y escencialista sobre la posiblefiliación aborigen local y desconocen estas otrasformas narrativas sobre el pasado en el currículoescolar.

Reflexiones finales

En este trabajo hemos visto que los habitantes ac-tuales de un área del Valle de Catamarca articulandistintos sentidos en su definición de los indios. Sibien algunos reconocen que en sus pueblos vivíanindios, su inclusión en el colectivo de identificaciónétnico es muy relativa y puede tomar matices fun-damentalmente espaciales, temporales, o, incluso,sustanciales. Aún cuando se señala que los nom-bres de los pueblos se originaron en los nombresde los indios que allí vivían, se marca una sepa-ración temporal: hace muchos años; espacial: máspara las lomas; racial: actualmente no son indiospuros; y cultural: son más civilizados.

Estas especificaciones muestran que la inscrip-ción en el colectivo de identificación descendientesde los antiguos no es inclusiva de manera abso-luta. Los grises y matices de la inscripción par-cial en la identidad indígena señalan un distan-ciamiento de lo que se entiende hegemónicamentecomo lo indígena, es decir, una forma de vida pro-pia de la “barbarie”. Así, en las versiones que porpredominio parecen hegemónicas, se re-centra lanaturalización del estereotipo negativo del indio:salvaje-incivilizado-no humano-feo, lo que llevaríaa estos pobladores a una fractura radical de su ge-nealogía con los antiguos aborígenes que habitabanel área.

Esto estaría reforzando la connotación negativay naturalizada de los indios como bárbaros, propiade la retórica civilizatoria provincial y regional queinvisibilizó a los indios tanto postulando su extin-ción, como su mestizaje. Los pobladores del áreaarticulan matices bien diferenciados para la catego-ría indio. Aquellos que viven en Salta y al norte delpaís tienen caras horribles y formas de vida muydistinta. En Catamarca quedan indios más para ellado del Oeste, en los Valles Calchaquíes y en laPuna. Pero, los habitantes del Valle de Catamarcason indios civilizados, lo que da cuenta del procesode articulación de su identidad étnica con la iden-tidad provincial-regional y nacional –proceso quese caracteriza por la subordinación de la primera(barbarie) a la segunda (civilización).

Pero también existen matices en los sentidosque tanto los pobladores locales como los maestrosoriundos de áreas cercanas otorgan a los restos in-dígenas, en cuanto las cosas de indios adquierenconnotaciones positivas: laboriosidad-utilizaciónde tecnologías apropiadas-riqueza. Esta nostalgiaromántica por la capacidad de trabajo de los in-dios es puesta en un pie de igualdad con la dedica-ción al trabajo y la productividad de los padres yabuelos de los habitantes locales. Así, la dicotomíatradición-modernidad es re-centrada por los habi-tantes actuales de estas localidades, señalando queexistió un pasado marcado por el momento de losindios y por el de sus padres y abuelos. En ambosmomentos, el pasado es construido de manera nos-

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tálgica en contraposición con el presente desde elque se recuerda dicho pasado.

Lo interesante en este último caso es que la apa-rente invisibilización de los indios diaguitas-calcha-quíes no lo es tal, antes bien, constituyen el refe-rente fantasmagórico que se subleva ante las pre-tensiones de homogeneidad de la metonimia crio-lla devenida en civilizada. La identidad indígena essublimada por el sentido común local, al asociarlacon la gente de campo de antes. De esta forma,el proceso de autoadscripción sintetizado en la in-clusión de los habitantes locales en el colectivo deidentificación indios civilizados, ni tan indios ni tanmodernos, da cuenta de los matices que adquierela marcación de lo étnico en el área de nuestro es-tudio.

Por otra parte, las fronteras que delimitan a losindios como otros internos en la geografía provin-cial de inclusión también se vuelven porosas cuan-do operan políticas identitarias provincialistas –ytambién regionalistas– tales como la retórica tra-dicionalista de algunos intelectuales y docentes cu-ya mirada nostálgica pretende acercar al presentelas raíces del pasado indígena. Así, en contraposi-ción al modelo de nación hegemónico en Argentinaque niega el mestizaje y su historial precolombinoy/o colonial (Briones, 2002), algunos de los rela-tos sobre el pasado que hemos analizado articula-ron una particular geografía local de la inclusión–que también se extiende a algunos modelos del“ser” provincial–, que resaltaba la hibridación enla cultura catamarqueña entre las viejas culturasprehispánicas y las familias coloniales.

En líneas generales se puede argumentar que enla Argentina, durante la época de la conformacióny consolidación de los estados nacional y provin-cial, la matriz hispano-indígena marcó más su as-cendencia hispana que indígena, operando una es-trategia de negación del “mestizaje” y de celebra-ción del “blanqueamiento”. Sin embargo, en la pro-vincia de Catamarca, así como en otras provinciasdel noroeste argentino, lo “indígena” del “mestiza-je” es a veces celebrado como las raíces de las vie-jas culturas, del ser provincial, constituyendo unamarca de distintividad regional frente a la regiónde la pampa húmeda.

De esta forma, se complejiza aún más el mapanacional de la diversidad (Briones, 2005) en la me-dida en que –además de los clivajes de raza, etnia,género y clase– se trazan fronteras que marcan ladesigualdad regional dentro de una nación que seimagina homogénea desde Buenos Aires. Por otraparte, este clivaje regional también opera al inte-

rior de las provincias “del interior”. Así, en el Vallede Catamarca ciertos rasgos culturales “autócto-nos” –que devinieron de indígenas en folklóricos y“provincianos”– fueron atribuidos a la poblaciónrural y marginal de ciertas zonas de la provincia,del noroeste y del país, marcándose a los habitan-tes de la ciudad y de ciertas élites regionales comomás cosmopolitas y civilizados, y definiendo a losdel campo como más provincianos y bárbaros, cu-yas costumbres resultan más vinculables con lo in-dígena. De esta forma, si bien la nación en generaltendió a pensarse como homogéneamente blancay europea, en Catamarca la identidad provincialno se habría construido sobre la teoría del “mel-ting pot” o crisol de razas que sí caracterizó a laidentidad nacional.

Agradecimientos

A todos mis interlocutores de las localidades deConeta, Miraflores y El Bañado. El trabajo decampo etnográfico que alimentó estas interpreta-ciones fue financiado por la Universidad Nacio-nal de Catamarca. Claudia Briones me ha guia-do a lo largo de estos años para concretar la te-sis doctoral presentada y defendida en la Universi-dad de Buenos Aires en 2005, algunos de los argu-mentos esbozados en ella han sido profundizadosy problematizados en este artículo. Una versiónanterior del mismo fue presentada en el Semina-rio Permanente del Centro de Antropología Socialdel IDES en noviembre de 2006. Quiero agrade-cer al comentarista, Axel Lazzari, por su meticulo-sa lectura y por las desafiantes y novedosas ideasteórico-metodológicas que aportó. En el marco dedicho encuentro Santiago Álvarez, Fernando Balbi,Martha Blache, Rosana Guber, Andrea Mastran-gelo, Luciana Nicola, Sergio Visacovsky, y otrosasistentes cuyos nombres lamentablemente no re-cuerdo, contribuyeron a que desarrollara en mayordetalle algunas ideas que aportan a la mejor ex-plicitación de mis argumentos. Quiero destacar laoportunidad que el Centro de Antropología Socialdel IDES brinda a través de este y otros espaciospara presentar la propia producción científica y pa-ra conocer los trabajos de colegas en el marco deun espacio de reflexión de rigurosidad y excelenciaacadémica. Finalmente, y no por ello menos im-portante, es remarcable la labor de los evaluadoresde este artículo quienes han aportado estimulantescomentarios y sugerencias.

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Notas

Doctora de la Universidad de Buenos Aires, área Antropología. Investigadora Adjunta del CONICET. Profesora1Titular de la Universidad Católica de Córdoba. E-Mail: [email protected] concepto de invisibilidad de los indígenas, lejos de remitir a una postura esencialista sobre la inexistencia de con-2tingentes poblacionales actuales que presenten ciertas pautas culturales o rasgos fenotípicos prístinos e inalterablesque remitirían a una supuesta condición de autoctonía indígena, se refiere en cambio a la manera en que ciertoslocus identitarios vinculados con una posible auto-adscripción aborigen son negados en el plano de las produccionesdiscursivas hegemónicas en determinados contextos témporo-espaciales. Esto se vincula con procesos tales como elolvido estratégico, la obliteración, la minimización o la negación sistemática por parte de los discursos hegemónicosde locus identitarios vinculados con la aboriginalidad, como también con la estigmatización de aquellos contingentespoblacionales que postulen una posible ligazón con dichos locus identitarios.Ver mapa 1 en página 191.3Ver mapa 2 en página 191.4Las decisiones muestrales que orientaron el trabajo de campo realizado obedecen a los criterios del muestreo teórico5propio del enfoque cualitativo. He seleccionado el Departamento Capayán debido a que está localizado en unaregión del Valle de Catamarca en la que ha operado la idea de que –si bien estaba muy poblada de indios antes de lallegada de los españoles– fue la zona en la que éstos hicieron pie para conquistar el actual territorio provincial y cuyapoblación se habría mestizado más rápidamente. La elección del área comprendida por las localidades de Miraflores,Coneta y El Bañado se debe a que en las mismas tanto arqueólogos como nativos han encontrado gran cantidad decosas de indios. Este artículo es uno de los resultados de un trabajo de campo etnográfico de largo aliento a lo largo delcual implementé diversas técnicas de construcción de datos. Entre ellas puedo mencionar: observación participante enlas tres localidades y en otras regiones de la provincia; numerosas entrevistas en profundidad realizadas a pobladoresde distintas edades, géneros y trayectorias socioculturales; así como el análisis de obras de diversos intelectualescatamarqueños que versan sobre la posible adscripción indígena de los habitantes catamarqueños. Por lo tanto, lasinterpretaciones vertidas en esta ocasión condensan los puntos de vista de muchos de mis interlocutores así comolos códigos comunicacionales locales. Muchas de las categorías emergentes que utilizo en mis argumentos no seencuentran sustentadas por transcripciones de las entrevistas realizadas ni del registro de mi diario de campo debidoexclusivamente a razones de espacio. Sin embargo, he trascripto los fragmentos de algunas entrevistas que ilustran,amplían o condensan los tópicos a los que me voy refiriendo a lo largo de mi argumentación.Las cursivas son transcripciones de expresiones nativas o de fragmentos de los relatos locales sobre el pasado.6Ver mapa 3 en página 191.7Similares procesos se han dado en otras provincias del noroeste argentino, sobre todo en las áreas de fondo de valle8y pie del pedemonte. En estas zonas del noroeste los indios sistemáticamente parecieran estar más al oeste, y amedida que uno se va internando en el oeste, el lugar que se marca como de los indios continúa desplazándose haciala zona de puna o, en su defecto, a la zona de la selva chaqueña.Ver mapa 4 en página 191.9Cabe señalar que hago referencia a la categoría emergente los antiguos, unificando en una reducción analítica dos10acepciones que merecen ser indagadas. La primera acepción se refiere a lo antiguo como adjetivo calificativo delos sustantivos restos, indios o incluso antepasados. En este sentido, el término antiguo ubica a los sustantivos quecalifica en una cadena temporal implicando un tiempo anterior al presente de la enunciación, pero cuyos referentesson factibles de ser pensados como pertenecientes a un orden ontológico similar al que pertenece el enunciador. Así,tanto el enunciador como lo antiguo relatado pertenecerían a una misma categoría: la humanidad en el marco de losreinos naturales. La otra acepción de los antiguos es equivalente en cierta forma a los sustantivos: los antigales, y loAntiguo. Esta segunda acepción ubica al sustantivo que nomina en otra cadena de equivalencias distinta de la líneatemporal en la que se ubica el presente de la enunciación y, por lo tanto, factible de ser pensada como un ordenontológico diferente al de la enunciación. Por lo tanto, en esta acepción, el enunciador pertenece a una categoríaontológica diferente a la de lo antiguo relatado, ya que éste se ubicaría en el orden de lo sobrenatural, lo fundacional,lo mágico. Esta acepción, según me señaló Axel Lazzari en una comunicación personal, puede vincularse con unconjunto de rituales lingüísticos y corporales que pautan un respeto y también una evitación de los pobladoresactuales frente a ciertas entidades tales como urnas, enterratorios, cerros y antigales que es posible observar endiversos lugares de los Valles Calchaquíes y del noroeste argentino en general. Siguiendo con la idea de Lazzari, enesta acepción los antiguos constituyen un Otro, una no-identidad, un punto cero con el que no se pueden identificarcompletamente ni los pobladores actuales ni tampoco los indios.Cabe señalar similares procesos de producción de discursos hegemónicos a mediados del siglo XX que rescatan el11valor de las culturas indígenas locales extintas como antecesoras en el panteón de la prosapia provincial en otrasprovincias del noroeste argentino, según comunicación personal de Andrea Mastrangelo con respecto a la provinciade Tucumán.Cito a los entrevistados con sus nombres reales debido a un expreso pedido por parte de los mismos, salvo en la cita12correspondiente a Jesús Martínez (ver nota 17).En esta ocasión he decidido transcribir muy pocos fragmentos de los relatos locales sobre el pasado que fueron13producidos en mis encuentros con los lugareños a lo largo de 8 años por razones de espacio, siendo conciente no

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sólo de que estoy limitando la posibilidad de los lectores a abordar los relatos que en este acto estoy silenciando,sino también de que la selección de un fragmento des-centra el texto de su contexto de producción para re-centrarloen mi argumento como autora de este artículo. Por otra parte, la misma producción de la entrevista con Rosa,así como las mantenidas con los otros lugareños durante mi investigación, estuvo condicionada por mi posición dedocente-investigadora de la Escuela de Arqueología de la Universidad Nacional de Catamarca pero, fundamental-mente, por mi rol de antropóloga. En este sentido, se puede pensar que los antropólogos ponemos cercos a nuestrosentrevistados que los llevan a producir determinadas respuestas a nuestras preguntas. Sin embargo, en la entrevistacomo práctica discursiva los entrevistados re-significan dichos cercos re-centrando elementos de sentido públicos quelos constituyen como sujetos y tomando una posición frente a ellos en tanto que agentes.La decisión de incluir este fragmento de Rosa radica en la fuerza inmanente que su decir “somos indios civilizados”14produjo en mí. Esta entrevista fue una de las primeras que realicé durante mi trabajo de campo y la que hamarcado el derrotero futuro de mi investigación, tanto como para plantear este decir de Rosa como título de mitesis doctoral, del libro que la hizo pública y de este artículo. Durante mucho tiempo no sabía por qué este decirme había afectado tanto, hasta que Axel Lazzari me dio algunas pistas para poder poner en palabras –aún bastantevagas– esta sensación. Según una comunicación personal de Lazzari “indio civilizado” podría ser pensado desde elemergentismo de Deleuze como un fetiche, en tanto que signo-afecto cuya fuerza o imantación operan en el decir másallá de lo connotado. Fuerza que en el producir –decir-escuchar, en el escribir-leer– produce una tensión afectanteentre Rosa y yo, o entre el lector y el texto, una confusión, una implosión de las ambivalencias, una ruptura del ciclode estructuración de subjetividades. Así, al decir de Lazzari, “indio civializado” en tanto fetiche siempre dice algomás o menos y en tanto que tampoco dice, la ambivalencia no es representacional sino que es la afectividad mismacomo ambivalencia o ambigüedad en el propio “decir” que “aparece” como representacional.Según el comentario de uno de los evaluadores anónimos de este trabajo, en la tradición latina, romana y luego15hispánica, la civilización se encuentra en las ciudades, el campo siempre es bárbaro y pagano.Utilizo el término leyenda para hacer referencia a un género narrativo local que es utilizado para relatar aconteci-16mientos que se ubican en un tiempo-espacio liminal, fantasioso e incierto (Escolar, 2003), en donde la civilizacióny la racionalidad occidentales aún no han llegado. Si bien estas son las características del tiempo mítico, esto noimplica que los lugareños lo vivan como algo “cierto” en oposición a cómo lo vive el investigador, lo que presupondríacierta ineptitud nativa en contraposición a la claridad del investigador sobre cómo es realmente el mundo. Más bien,los nativos denominan a estos relatos leyendas a sabiendas de que están re-centrando narrativas que no son del todocreíbles desde el discurso moderno logocéntrico que los atraviesa tanto a ellos como al investigador.Ver nota 9.17He cambiado el nombre del entrevistado para preservar su identidad por razones éticas debido a que habla de un18ilícito: el saqueo de un sitio arqueológico, penado por la legislación vigente.

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La devoción en escena. Teatro, ritual y experiencia en laadoración a la Virgen del Rosario

Karen Avenburg1 y Verónica Talellis2

Resumen

La Fiesta Patronal de la Virgen del Rosario se celebra todos los años en Iruya (Salta-Argentina).Entre las múltiples manifestaciones que la conforman, ocupa un lugar central la performance de loscachis. Ellos son un grupo de promesantes que, a través de una variedad de elementos musicales,teatrales y corporales, entre otros, adoran a la Virgen. Diferentes actores sociales de Iruya hanseñalado que dichos elementos son componentes indisociables del ritual como totalidad. El presenteestudio, basado en un abordaje etnográfico, intenta reflexionar acerca de los aspectos teatrales yrituales de esta adoración, entendida como performance. Desde esta perspectiva, se considera queambos aspectos establecen una dinámica de tensión en la que entran en juego tanto la búsquedade eficacia como de entretenimiento. Asimismo, los actos performativos transmiten, crean y recreanmemorias, historias y valores colectivos. En el caso analizado, encontramos que los cachis ponenen escena personajes centrales del pasado y presente iruyanos, así como actividades propias de lacomunidad. Además, en tanto celebración ritual-teatral, se busca obtener la protección/ayuda de laVirgen y, al mismo tiempo, divertir a quienes participan de la performance como audiencia.Palabras clave: Performance- Ritual- Teatro- Experiencia- Adoración

Abstract

The festivity of veneration of the Rosario Virgin takes place in Iruya (Salta, Argentina) every year.It includes several manifestations, one of which is the cachis performance. By different corporal,musical and theatrical elements, this group carries out an adoration performance for the Virgin,due to a promise or petition done to her. All these elements are usually considered integral aspectsof the ritual as a whole. This paper aims at discussing, from an ethnographic approach, the theatricaland ritual aspects of this adoration performance. Following certain performance theories, we believethat there is a dynamical tension between theatre and ritual, related to the seeking of both efficacyand entertainment. Besides, performances function as vital acts that transmit, create and re-creatememories, histories and collective values. Hence, this paper suggests that the cachis enact centralcommunity’s characters and activities. Moreover, as a theatrical and ritual celebration, it intendsto obtain the Virgin’s help and protection, as well as entertain the audience.Key words: Performance- Ritual- Theatre- Experience- Adoration

Introducción

El pueblo de Iruya3 es cabecera del Departa-mento homónimo que se ubica en la provinciade Salta. Entre los diversos eventos cotidianos yextra-cotidianos que allí tienen lugar, se encuentrala Fiesta Patronal de la Virgen del Rosario. Porrealizarse en honor a la patrona del pueblo, estafestividad se destaca dentro del ciclo de celebracio-nes locales4. Su importancia es ilustrada por unamujer que participa intensamente de las diferentesactividades que lleva adelante la Iglesia:

. . .ahí festejamos el día de nuestra madre, nues-tra patrona del pueblo y madre de Dios, comodecimos, la Virgen María (. . .) Ahí está toda

nuestra fe en la Virgen. Y nos concentramosmás todos en la iglesia y en ella, que es algoespecial para nosotros. (. . .) Es que nuestra fecada vez es más firme, más fuerte, ¿ves?, así sevive con la Virgen. (Cecilia)5 6 .

La Fiesta del Rosario se lleva a cabo todos losaños el primer fin de semana de octubre y continúauna semana más tarde con la Octava de la Fiesta.La misma se estructura a lo largo de un conjuntode actividades de diversa índole que incluye, en-tre otras cosas, misas, procesiones, performancesde adoración de los cachis, una feria de trueque yventa de productos artesanales e industriales, unaSerenata en honor a la Virgen, copleadas con cajay quena, y bailes populares.

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El objetivo de este trabajo consiste en realizaruna primera aproximación a una de las actividadescentrales que tienen lugar en esta Fiesta: la ado-ración de los cachis. Reflexionaremos acerca delmodo en que se articulan los aspectos rituales yteatrales de esta performance que, como tal, ponede manifiesto, reelabora y condensa experienciasdel pasado y de la vida cotidiana. Esta elección sedebe al carácter significativo que tanto los visitan-tes como los habitantes del pueblo adjudican a laadoración de los cachis en el contexto general dela Festividad.

El tema tratado en este artículo está incluido enlos proyectos de investigación que desarrollamosindividualmente, así como en aquellos que lleva-mos adelante en forma conjunta en la localidad deIruya (Salta-Argentina). El material empírico utili-zado, fruto de sucesivos viajes realizados entre losaños 2002 y 2006, se basa en la observación conparticipación y en entrevistas semi-estructuradascon diversos actores sociales. La perspectiva em-pleada para abordarlo se inserta en los estudiosde la performance, teniendo en cuenta los aportesrealizados por Richard Schechner (2000) y VíctorTurner (1980, 1982, entre otros) en sus análisis dela relación entre teatro y ritual. El aporte de estosestudios nos ha permitido profundizar la miradasobre la relación entre algunos de los componen-tes que integran la performance de los cachis y suvínculo con la experiencia.

El artículo se desarrollará de la siguiente ma-nera. Primero, describiremos la adoración de loscachis y retomaremos algunas de las interpretacio-nes locales. Segundo, explicaremos por qué enten-demos la adoración como performance y analiza-remos los alcances de dicha noción para abordar elmencionado fenómeno. Tercero, exploraremos lascualidades que acercan a este último a la efica-cia y al entretenimiento. Finalmente, intentaremosaproximarnos a un abordaje de la adoración comomodo de interpretar, recrear y elaborar experien-cias.

1- Los cachis

Los cachis son un grupo de promesantes7 que, pormedio de elementos corporales, visuales y sonoros,adoran a la Virgen del Rosario. Este grupo es-tá compuesto por aquellos que realizan la danza8

/representación, los músicos, quienes los ayudan ylos que “tocan” las bombas de estruendo, prendenfuegos artificiales y hacen sonar la campana de laiglesia. Los instrumentos utilizados son la corneta–que varía entre dos y cuatro aproximadamente–,la caja y la quena –ejecutadas las dos últimas por lamisma persona. Los primeros –aquellos usualmentedenominados cachis9– representan, utilizando unvestuario y máscaras especiales10, un conjunto es-pecífico de personajes: la Familia, dos Caballos, el

Torito y el Negro o Rubio. A este grupo se agregan,durante la Octava de la Fiesta, los cachis chiqui-tos –niños que replican los personajes recién men-cionados y ejecutan algunos de los instrumentosutilizados, aunque de menor tamaño.

La Familia está compuesta por los Viejos –parejade ancianos–, y los Muchachos y las Muchachas–una pareja de niños y otra de adultos jóvenes.Los primeros llevan la máscara, un poncho y unpañuelo en la cabeza. Los segundos, también lla-mados los Changos y las Chinitas, llevan su más-cara y un poncho o túnica de colores. Además, delas máscaras de cada una de las tres mujeres salenlargas trenzas. Los Caballos usan un sombrero deala doblada, un pañuelo colorido sobre los hombrosy una faja de cuero en la cintura con una másca-ra en forma de cabeza de caballo; de la faja cuelgauna pollera de lienzo. El Torito, por su parte, tieneun pañuelo en el cuello y una máscara de toro enla cabeza del cachi. Por último, el Negro tiene porvestimenta un pantalón, botas, polainas, un bone-te con cintas de colores, un bastón, trapos en lapanza y la espalda que forman una barriga y unajoroba, y una máscara color negro.

La performance de los cachis comienza al ini-ciarse la Fiesta, cuando entran a la Iglesia duranteel Ángelus de la primera misa en honor a la Patro-na y hacen su petición o promesa a la Virgen enel altar. Las promesas son individuales y colectivas–el grupo en su conjunto pide por el bienestar dela comunidad. Es allí cuando son bendecidos porel cura. Si bien la promesa no es parte de lo que seconsidera la adoración propiamente dicha, ella lapresupone; es una parte fundamental, dado que eslo que justifica y da lugar a la performance. Cabedestacar que este grupo no siempre fue avalado porlos curas. Tiempo atrás los cachis entraban por supropia cuenta, hacían su promesa y salían; actual-mente el cura los bendice, se anuncia el momentode la promesa y se explica a los asistentes una ver-sión de la historia y significado de los cachis. Alsalir de la iglesia comienza una breve danza frentea la misma de cara a la Virgen, seguida por unaprocesión alrededor del pueblo; ésta lleva a los ca-chis a la cabeza. Tras ella comienza, en la plazade la Iglesia, lo que los actores llaman específica-mente adoración de los cachis, con una gran partede la comunidad local, gente proveniente de otrasregiones, la Virgen y patronos de diferentes comu-nidades del Departamento como espectadores.

La adoración consiste en una representaciónritual-teatral bailada con una música específica.Ella implica, a grandes rasgos, adelantarse y hacerreverencias; hay además momentos en que la fami-lia se une haciendo una ronda y un baile internoen que Toro y Caballos se entrecruzan en formade cadena. Esta secuencia se repite, aunque convariaciones, en los diferentes momentos a lo largode la Fiesta en que adoran los cachis. Los movi-mientos corporales más vinculados con la danza

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suelen alternarse –de forma pautada– con accionesmás teatrales y por lo general sin acompañamien-to musical. Allí aparecen personajes de la Familiainteractuando con los animales –como el Viejo in-tentando atrapar al Caballo y este fastidiándosey alejándose– y, fundamentalmente, el Rubio ju-gando, molestando, intentando imitar el baile dela familia, etc. Además, en el caso del sábado porla noche –tanto el primer fin de semana como du-rante la Octava– se encienden fuegos artificiales yel Negro se entretiene con ellos.

El Negro aparece como un personaje particular-mente activo; es aquel que realiza un mayor mo-vimiento a lo largo del espacio, sobrepasando másque nadie los límites entre el grupo de los cachis ylos espectadores. Asimismo, parece tener un am-plio margen de improvisación. Él suele hostigartanto al resto de los cachis como al público y seacerca a las mujeres de la audiencia jugando a se-ducirlas, besarlas e incluso asustarlas. Se adviertetambién que ellas –nosotras– participan del jue-go, se asustan, gritan, huyen del Negro. A su vezes prácticamente el único que interactúa con losmúsicos, ofreciendo dinero a uno de los corneterosque, a continuación, ejecuta su instrumento mien-tras aquél baila solo. Con respecto al Torito se des-taca una diferencia fundamental hacia el final dela Octava: el domingo al mediodía tiene lugar sucapada –simbólica. Lo que pudimos observar enmedio del aparente tumulto general de los cachises que algunos integrantes de la Familia intentanatrapar al Torito con un lazo, éste juega a enojarsee intenta huir o defenderse con sus cuernos, hastaque finalmente es atrapado y capado.

2- Algunas interpretaciones

Nos hemos basado para abordar las interpretacio-nes tanto en los registros de entrevistas realiza-das11 y de conversaciones ocasionales producto dela participación en diversas instancias de la vida enIruya, como en revistas y folletos allí producidos.

En un trabajo anterior (Talellis y Avenburg2005) hemos distinguido dos perspectivas que pu-dimos encontrar acerca de los orígenes de la Fies-ta. La primera de ellas atribuye el comienzo de lamisma a la aparición de la Virgen y con ella laconstrucción de la iglesia12. La segunda perspecti-va mencionada se refiere a un posible origen pre-colombino. En este sentido la Fiesta del Rosariose habría gestado a partir de reuniones que vene-raban a la Pachamama con ofrendas y rituales, einiciaban la época de siembra. Según relata uno delos cachis,

. . . de ahí vienen esas reuniones, trueque, todasesas cosas y luego de que viene el español y traetodo lo demás, se tiene que integrar a todo loque es más que nada las fiestas patronales. Por-

que en España se hacen las fiestas patronales.Y bueno, se integra aquí y parece que esto seviene a hacer una mezcla ¿no?, y entonces hayrituales aborígenes mezclados con las liturgiascatólicas que se hacían y que es lo que hastaahora nosotros tenemos. (Román13).

En estas celebraciones precolombinas habríanestado los personajes de la familia de los cachis y,en lugar de los animales actuales, los suris –grupode personas vestidas con plumas de suri, ave pro-pia del lugar. Posteriormente se habrían agregadoel Torito y los Caballos y, en último lugar, se ha-bría incorporado el Negro, personaje provenientede un trío junto con dos Damitas que se habríadisuelto.

Existe un cierto acuerdo en Iruya sobre la idea deque los personajes de este grupo simbolizan aspec-tos fundamentales de la comunidad local. El casode la Familia es paradigmático, dado que ella repre-sentaría a la comunidad, a las familias originarias,“. . .al pueblo en sus tres momentos, niñez, juven-tud y vejez” (El Colediario 2004: 3). Los Caballosy el Torito simbolizarían la hacienda, la salud, elprogreso y el bien, adorando los primeros por laprosperidad y abundancia del ganado, y el segun-do por el bienestar de la familia.

Como también hemos señalado con anterioridad,es muy significativo el contraste entre las distin-tas interpretaciones respecto al Negro (Talellis yAvenburg 2005). Las más usuales destacan que es-te personaje simboliza el mal. Sin embargo, otrode nuestros interlocutores –Martín–14 afirma queeste significado del personaje fue impuesto por laIglesia y que, por el contrario, el Negro resguardala cultura indígena. En este sentido, conformaríaun valor positivo para su cultura. Representantesde las diferentes perspectivas, no obstante, suelencontar risueños el mismo dicho: cuando el Negrobesa a una mujer, al año ésta quedará embarazada.Una versión escuchada durante una misa asociabaeste hecho con la imagen del extranjero que, incor-porándose a la comunidad entre los siglos XVII yXVIII, tomaba a las mujeres nativas sin preocu-parse por seducirlas ni respetar sus deseos.

3- La adoración como performance

Además de las interpretaciones recién menciona-das, detectamos que algunas personas –de acuerdocon la ocasión– hacen uso de los términos danza ybaile indistintamente; pero a la hora de hablar “enserio”, Román aclara:

. . . no es un baile, un baile aquí el clásico co-mo nosotros conocemos de ir a una fiesta; estoreligioso decimos que es una adoración (. . .) detodos modos más que baile, más que adoraciónes una expresión religiosa ¿no? Expresión de fe

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por una promesa que nosotros tenemos y quea veces es promesa y que a veces es agradeci-miento.

La parte generalmente llamada “danza” de laadoración de los cachis consiste en movimientosestructurados previamente en una secuencia de ac-ciones, las cuales no son tan claramente separablesde los componentes teatrales y rituales de la ado-ración. Creemos entonces que si bien los diferen-tes actores podemos distinguir entre danza, teatro,música, etc., es su conjunto –la interacción de estoselementos analíticamente separados– lo que consti-tuye la adoración. Ella concentra y articula diver-sos componentes que, en su puesta en escena, nose distinguen tan claramente como lo sugieren lascategorías mencionadas –ritual, teatro, danza, mú-sica. En este sentido, podemos decir que la adora-ción es una performance. Richard Schechner (2000)se refiere a las performances del siguiente modo:

. . .actividades humanas –sucesos, conductas–que tienen la cualidad de lo que yo llamo ‘con-ducta restaurada’, o ‘conducta practicada dosveces’; actividades que no se realizan por pri-mera vez sino por segunda vez y ad infinitum.Ese proceso de repetición, de construcción (. . .)es la marca distintiva de la performance, sea enlas artes, en la vida cotidiana, la ceremonia, elritual o el juego (Schechner 2000: 13).

La adoración de los cachis como performance se-ría un conjunto de expresiones que se engloban enel término adorar y se unifican en una manifesta-ción religiosa.

4- Entre Ritual y Teatro - entre Eficacia yEntretenimiento

Como vimos, la adoración de los cachis es un ac-to religioso, un ritual para venerar a la Virgen15.Asimismo, como veremos, ella contiene elementosque la acercan al teatro. Esto no implica en ab-soluto una contradicción, dado que teatro y ritualno se excluyen. En opinión de Schechner (2000), elteatro nace del ritual y este último, a su vez, se de-sarrolla a partir de aquél. Se vincula el primero conla noción de entretenimiento y el segundo con lade eficacia, nociones que, más que oponerse, cons-tituyen los polos de un continuum. El polo de laeficacia –al que se acerca el ritual– se caracterizaríapor la búsqueda de resultados, la relación con unotro ausente, la existencia de un tiempo simbólico,la presencia de un actor poseído, en trance, la par-ticipación del público, la presencia de un públicoque cree, la ausencia de invitación a la crítica, y lacreatividad colectiva. El polo del entretenimiento–más próximo al teatro– buscaría la diversión y se

distinguiría por ser sólo para los presentes, enfati-zar el ahora, contar con un actor/actriz que sabe loque hace, situar al público en el lugar del que miray aprecia, dar lugar a la crítica y favorecer la crea-tividad individual. Es menester destacar que estadistinción constituye más un modo de identificarelementos presentes en una performance que unademarcación de instancias excluyentes. En térmi-nos de Schechner,

La polaridad básica se da entre eficacia y en-tretenimiento, no entre ritual y teatro. Que auna actuación específica se la llame “ritual” o“teatro” depende sobre todo del contexto y dela función. Una performance se llama teatro oritual según dónde se la realice, quién la ejecu-te, y en qué circunstancias. Si el propósito de laperformance es efectuar transformaciones –sereficaz– entonces es probable que las otras cuali-dades enlistadas bajo “eficacia” también esténpresentes. Y viceversa con respecto a las cua-lidades que están bajo el rótulo de “entreteni-miento”. Ninguna performance es pura eficaciani puro entretenimiento (Schechner 2000: 36).

5- “Esta es una fiesta netamente religiosa”

La observación de la Fiesta y las diversas conver-saciones con los actores sociales nos llevan a re-ferirnos en principio a la adoración de los cachiscomo ritual. Muchas de las cualidades englobadasbajo el término “eficacia” están presentes. Hay allíuna expresa búsqueda de resultados, que consis-ten fundamentalmente en que la Virgen otorgueaquello que se le pide –o agradecer por lo que haotorgado–, tanto en lo que se refiere a las prome-sas individuales como las colectivas. Esta búsquedade resultados exige cierta disciplina para lograr losfines propuestos. Como explica Román, los cachis

. . .tienen que tener cierto tipo de responsabi-lidad y constancia en esto, ¿no? Porque no esfácil estar siempre todos los años y ustedes sa-ben que tenemos que hacer el alba y nosotrosno podemos estar buscándolos a ellos; es decirel que lo hace lo tiene que hacer de corazón,tiene que saber que tiene que cumplir con esapromesa (. . .) Es una promesa que él mismohace.

Un efecto secundario de la adoración es su atrac-tivo turístico; en los últimos años ha crecido signifi-cativamente el turismo que visita Iruya en generaly la Fiesta en particular. Según algunos interlo-cutores, esto ha sido favorecido parcialmente porla revitalización de este grupo, y el aumento devisitantes ha incentivado el crecimiento del pue-blo “En religión, en fe, inclusive económicamente”(Román).

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Encontramos también en la adoración una rela-ción con un otro ausente, la Virgen del Rosario,simbolizada por la imagen ante la cual los cachisrealizan su danza. Se puede ver asimismo el trans-currir de un tiempo simbólico, en el que se cruzandiversos componentes: la Familia con un presenteindefinido –la familia originaria representa a la veza los habitantes actuales y a sus antecesores–; elNegro, encarnando entre sus múltiples significadostanto la llegada del extranjero –y los tiempos dela conquista– como la cultura indígena –su pasa-do y su presente–; y los animales, experimentan-do, en el tiempo de la representación, diferentesépocas del año relevantes para la comunidad. Laadoración describe algunas de las actividades dela comunidad y expresa el valor de sus elementos.El Caballito, fundamental para trasladarse y llevarcargas, está delante de todos. La capada simbólicadel Torito es clave:

. . . representa también los momentos que nos-otros tenemos aquí en Iruya cuando llevamosanimales desde esta parte que no hay pasto ha-cia los valles donde hay pasto. Generalmentehacemos. . .castramos torito, comemos cereales,tomamos (. . .) y así vemos las partes donde haymás pastos para traerlos al año siguiente denuevo (Román).

La castración del toro es en el mismo momentoen que los animales son marcados para poder lue-go reconocerlos; la importancia de esta ceremoniaradica en la continuidad y abundancia del ganadoy, por consiguiente, en el abastecimiento de granparte de la comunidad.

Retomando otra cualidad de la “eficacia”, en loque se refiere al público que cree hay ciertas ambi-güedades: no parece imperar una creencia en quelos cachis encarnen los personajes que interpretanen términos de “estar poseído” –en lugar de acto-res que representan–; pero sí muchos creen –y loscachis sin duda lo hacen– en la Virgen a la quese interpela, y por eso en la eficacia de la adora-ción. En lo concerniente a la crítica, si bien ellaparece estar ausente, veremos que importa –y noen términos de devoción– el “saber hacer” y, porende, el que se participe como cachi en uno u otromomento de las performances. Finalmente, la crea-tividad colectiva parece tener mucho peso, aunquesiempre dentro de los límites que permite la “tra-dición” y con cierta preponderancia de los cachisen la toma de decisiones. De todos modos, vere-mos que hay quienes, externos a este grupo, hanintroducido variaciones.

6- “El papel de rubio lo tiene que hacer unmimo”

Ahora bien, como ya se ha señalado, el carácterritual de una performance no deja a un lado cua-lidades propias del “entretenimiento”; muchas deellas se encuentran aquí presentes y se suman alos discursos que mencionan elementos teatralesen la actuación de los cachis. Uno de los resulta-dos buscados es la diversión, como lo demuestranlas afirmaciones Román y Martín, según las cualesel personaje del Rubio no puede ser interpretadopor “cualquiera” dado que tiene que “tener gra-cia”, “ser canchero”, y debe ser mimo “. . .tantopara hacer reír como para hacer asustar también”.Ya vimos que la adoración no es sólo para los pre-sentes, ya que se hace para la Virgen; sin embargo,también se da importancia a aquello que observael público. Tal vez a esto se vincule el hecho de queen el alba adoren personas que prefieren no hacerloen los horarios más concurridos. Román mencionaa personas que “. . .pidieron participar de la adora-ción del alba porque bueno, ellos como hay gentey algún pasito que no lo pueden hacer bien, pasandesapercibidos, ¿no?”. En esos casos, quien inter-preta ese año alguno de los personajes cede su lugardurante la adoración del alba a estas otras perso-nas. Como afirma Schechner, el que se denominea una performance ritual o teatro varía según elcontexto. En el caso mencionado se lo sigue deno-minando ritual, pero se puede ver una diferenciaen los diferentes momentos: se agregan en el albapersonas que no lo pueden hacer “bien”. Su ejecu-ción respeta lo esencial para cumplir su promesa;importa la devoción, no la perfección del ejecutan-te, y ahí impera la idea de eficacia con respecto ala Virgen. Esa misma persona prefiere no adoraral mediodía porque hay mucha gente, y las expec-tativas del público presente no son las mismas quelas de la “otra ausente”. Se adivina en ese caso laidea de espectáculo que se debe “ver bien”.

Hay dos elementos más que nos hacen pensar enla importancia de los presentes como receptores dela performance. El primero de ellos lo constituye uncambio ocurrido hace algún tiempo en la secuenciaseguida por el Negro. Éste solía salir antes del albaa hacer la “cuarteada”: un recorrido por el puebloprevio a que apareciera el grupo. Como no habíaluz16 y la mayoría de la gente estaba durmiendo,quienes transitaban a esa hora se asustaban. Hoyen día, con el pueblo iluminado y una mayor canti-dad de personas fuera de sus casas a diferentes ho-ras, la cuarteada ya no alcanzaría el mismo efecto.En este sentido es posible sugerir que uno de losresultados buscados se vinculaba con los presentesademás de con la Virgen.

El segundo de los elementos mencionados tie-ne que ver con los fuegos artificiales que se pren-den los dos sábados por la noche. Por un lado, nos

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han explicado que esto se realiza desde hace mu-cho tiempo para mostrar algo que puedan apreciartodos. Por otro lado, es significativo el hecho deque, en los últimos dos años, se haya incorpora-do la canción denominada “Conquista del paraíso”del compositor Vangelis durante ese momento de laperformance. La misma fue introducida en el año2004 por un sonidista de Jujuy17 contratado porla Dirección de Cultura de Salta –tapaba en esemomento las cornetas de los cachis– y fue luegoincluida en momentos similares –aunque sin taparlas cornetas– por un sonidista local. Como señala-mos en otra ocasión (Avenburg 2005), las opinionesde algunos actores nos permiten advertir que seconsidera a la música de Vangelis como una mani-festación que no pertenece a esta región; asimismo,su introducción en ese momento de la Fiesta se ad-judica a la presencia de gente externa a Iruya. Enopinión de Martín, la inclusión de esta música estápensada para que los visitantes se emocionen. Eneste sentido, y teniendo en cuenta que los cachis noparecían estar conformes con esta innovación, cree-mos que dicha inclusión puede considerarse partedel “espectáculo” destinada a los turistas18.

Aunque el público participa19 –fundamental-mente en los casos en que el Negro interactúa conél–, todo esto nos hace ver que por lo general se lositúa “en el lugar del que mira y aprecia”. En lo quese refiere a los ejecutantes, más que la presencia deun actor poseído, en trance, propia del ritual, nosencontramos en este caso con actores que saben loque hacen. Nos han explicado que cada integrantedel grupo tiene una secuencia que conoce y respeta.El Torito, por ejemplo, en las primeras adoracio-nes está libre y los demás lo dejan tranquilo; sinembargo, cuando se acerca la capada, los otros in-tegrantes se van acercando, lo van “molestando”,hasta que al final logran atraparlo. Si bien la ado-ración es una demostración de fe, afirma Román,ella se acerca también al teatro porque lo que serealiza es una representación.

Nos hemos referido a componentes de la adora-ción de los cachis que la acercan tanto al ritualcomo al teatro; ambos poseen cualidades propiasde la eficacia y del entretenimiento en diferentesintensidades. La eficacia tiene que ver fundamen-talmente con que, al adorar a la virgen, se buscaque ella proteja a la comunidad, cumpla los otrospedidos que le hacen los cachis y reciba el agra-decimiento por alguna promesa cuya petición sehaya visto satisfecha. Pero también está presentela parte de espectáculo: es una Fiesta que atrae alturismo, especialmente por la particularidad de laadoración de los cachis, y se da cierta importanciaa que la vean los de afuera. Asimismo, apunta a ladiversión del público –iruyanos y no-iruyanos. Elser una expresión religiosa no excluye en absolu-to que sea también un modo de mostrarse ante símismos y hacia afuera.

Una primera mirada acerca de la relación

ritual-teatro nos podría hacer pensar que esta per-formance se encuentra más cerca del primero quedel segundo. Esto se vería apoyado por una serie delímites que buscan impedir que el entretenimientoperjudique el logro de la eficacia: se intenta quelos turistas, al sacar fotografías, no se abalancenencima de los cachis y de las imágenes de los pa-tronos; al final de la adoración la policía impidela entrada a la iglesia de gente ajena a ella o algrupo de los cachis para que éstos estén tranqui-los; si bien el Negro no lo puede hacer “cualquiera”porque debe ser “mimo”, ningún personaje puedeser interpretado por alguien que no desee adorar ala Virgen. Dentro del continuum mencionado porSchechner, creemos haber dejado en claro que estaperformance no está en un polo extremo –tal vezninguna lo esté. Ella se acerca al entretenimiento,pero nunca parece transgredir el límite de lo ri-tual, la búsqueda de la eficacia. Como dice Román“Esta fiesta para nosotros todos los del pueblo deaquí y por ende los integrantes de los cachis, estoes una fiesta netamente religiosa para nosotros, demucha devoción”. En este sentido, nos pregunta-mos: ¿El límite es la devoción? Queremos dejar es-to a modo de pregunta abierta; tal vez la respuestasea afirmativa. Sin embargo, creemos que esta rela-ción excede una dicotomía que contrapone eficaciaa entretenimiento, e invita a pensarlos en términosde una articulación dinámica. Las cualidades queencontramos en la adoración de los cachis que laacercan al ritual y al teatro no se excluyen mutua-mente sino que, por el contrario, se interrelacionanen un movimiento de tensión constante. Y esto seevidencia en la multiplicidad de significados querodean a cada componente de la performance.

7- Performance y experiencia

De acuerdo con Diana Taylor (2003), los actos per-formativos transmiten, crean y recrean memorias,historias y valores colectivos. Vimos que en muchoscasos se considera que la adoración de los cachisproviene de un pasado precolombino y en otros seopina que su origen se remite a la aparición dela Virgen. Dijimos también que los animales queintegran este grupo son señalados como aquellosintroducidos tras la conquista, ocupando el lugarque habían dejado los suris. Comentamos ademásque el Negro, una figura que condensa múltiplessignificados (Turner 1980), es interpretado comoextranjero o como representante de la cultura in-dígena por diferentes actores. Creemos que estascuestiones están expresando ciertos modos de refe-rirse al pasado. Como bien destaca Claudia Brio-nes (1994), el pasado se recrea a partir de la po-sición de un presente específico. El pasado comoconstrucción social no niega el hecho de que estéconstituido también por experiencias concretas cu-ya interpretación se desarrolla, a su vez, en el mar-

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Entendemos que la performance de los cachisconstituye, entre otras cosas, uno de los modos enque las experiencias son interpretadas, recreadasy elaboradas. Retomando en la antropología de laperformance el concepto de experiencia abordadopor Wilhelm Dilthey, Victor Turner (1982) afirmaque una experiencia se completa a través de suexpresión, de una performance. Explica que estaúltima es

. . .un acto de retrospección creativa en la quese adscribe “significado” a los eventos y par-tes de la experiencia (. . .) Así, la experienciaes a la vez “viviendo”20y “repensando”21. Estambién “deseando o queriendo anticipadamen-te”22 (Turner 1982: 18)23.

De esta manera, toda performance cultural–ritual, carnaval, teatro, etc.– constituye para Tur-ner una explicación acerca de la vida, al “exprimir”de un evento significados inaccesibles a la observa-ción y razonamiento cotidiano.

La experiencia no se refiere solamente a un pasa-do lejano sino también a la experiencia cotidiana.En este sentido, y a modo preliminar, creemos quela adoración de los cachis conjuga elementos de di-ferentes momentos atravesados por la comunidad–y, como en toda interpretación, implica valorescolectivos. En primer lugar, remite a un pasadoprecolombino –que en este caso no parece distin-guir entre tiempos previos y posteriores a la ocu-pación incaica–, representado por “las familias queson originarias”, por los suris, cuya ausencia actualy presencia en el pasado no deja de ser significa-tiva, y por rituales que, originariamente estaríandestinados a la Pachamama24.

En segundo lugar, refiere a la experiencia de laconquista, que aparece como el eje principal quedistingue un antes y un después25. En palabras deRomán,

Bueno, se cree que el grupo, la familia de loscachis antes de la llegada de los españoles, lasofrendas o (. . .) el ritual que hacían era ofrecidoa la Pachamama. Y por eso esta mezcla conlo que es la liturgia es lo que estamos viendohoy día. De algún modo tenemos que ofreceralguna cosa a los nuevos dioses que trajeron losespañoles. Y bueno, quedó así.

En tercer lugar, alude al “después”, en el queaparecen elementos vinculados con la llegada delos españoles. Fundamentalmente la Virgen, ori-gen mismo de esta festividad para algunos y, pa-ra otros, figura en la que se ha canalizado el giroprovocado por los conquistadores en cuanto al des-

tinatario del ritual. Se expresa así la inserción delcatolicismo. Éste es también el momento de incor-poración de los animalitos actuales que, así comopasaron a cumplir un rol importante en la vida so-cial y económica local, han ocupado el espacio de-jado por los suris. Es significativo que no se repre-senten en esta “performance cultural”26 –es decir,que no se incluyan en el modo en que se muestrana sí mismos y hacia los demás– animales “origina-rios” –como las “familias originarias”– sino los traí-dos por los conquistadores. Éstos, se enfatiza, hacetiempo que pasaron a formar parte de la cultura lo-cal. Se representa así al Torito y los Caballitos quesimbolizan, al mismo tiempo, aspectos relevantesde la vida socioeconómica actual, la llegada de losespañoles, la colonización y, con ella, la apropia-ción local de los mismos. Afirma Martín que, trasla colonización, el indígena incorporó esos animalesapropiándoselos como suyos. Aun cuando él criti-ca duramente lo que denomina “desguazamientode nuestra propia cultura ancestral”, explica queno se debe “caer” en el “puritanismo”, dado quela incorporación de estos animales constituyó unaspecto positivo.

El Negro, el último en incorporarse a este gru-po, con su carácter provocativo, en cierta medidaaltera la tranquilidad del resto de los cachis. Estesentido acompañaría su asociación con el extran-jero y, si lo vinculamos como “Rubio” con los eu-ropeos instalados en la región, su uso del dinero,su modo de acercarse a las mujeres, e incluso sutraspaso de los límites espaciales, se refiere a la“intrusión” de alguien de afuera que modifica laspautas, infringe los límites e introduce nuevos ele-mentos. A la vez él es el que divierte, el que juega,el que intenta imitar a los demás –en la danza–;posee un papel de torpeza-poder-encanto-misterioque refleja, en nuestra opinión, la diversidad designificados que condensa. Esto puede implicar laomnipotencia, pavor y atracción generada por elextranjero; no obstante, también puede reflejar losmismos sentimientos provocados por la figura delindígena. Y este sentido proviene, para quien con-sidera al Negro como “resguardo de la cultura indí-gena”(Martín), del intento de la Iglesia de imponeruna apreciación negativa del Negro como pagano.Creemos también que este personaje puede habersido resignificado al integrarse al grupo, dado quese señala que habría sido parte de un trío con dosdamas, representando aquél el rol de bufón o es-clavo según una versión, o del “pícaro” que vivíacon dos mujeres según otra. Resta indagar los sig-nificados que habría tenido junto con las damitas ycuáles de ellos conservaría o se habrían modificadoactualmente.

En cuarto lugar, pero imbricada en los momen-tos anteriores, habla de la vida cotidiana y los ele-mentos o valores significativos para aquella. Aquíhay que mencionar nuevamente a la Familia, quees la que parece “perpetuarse” desde los inicios

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de la festividad. Ella, además de representar alas familias del pasado, simboliza a las actuales ya las distintas generaciones, marcando una conti-nuidad “histórica-ancestral” tan remota como pre-sente. Ella encarna un pasado compartido por losiruyanos, un origen común que, al decir de Brow(1990) fortalece el sentido de pertenencia a una co-munidad. Aparece también la figura de la Virgen y,aun cuando muchos destacan el origen precolombi-no de la Fiesta, “. . .hoy en día toda esta festividadestá tan intrínsecamente asociada a la veneracióna la virgen, que se puede pensar en una fuerte yprofunda inserción de la iglesia en algunas de lasprácticas locales” (Avenburg y Talellis 2005: 9). Lafigura del Rubio como representante del mal, mo-lestando a los animales y alterando a los integran-tes de la Familia, puede estar encarnando los di-ferentes agentes –naturales y sobrenaturales– quehacen peligrar el transcurso de la vida social y eco-nómica. Con esto se conecta también su asociacióncon lo pagano, desafiando los valores morales quela Iglesia como institución y sus adeptos defienden.Dice en El Colediario que “La danza de los cachisexpresa la eterna lucha del bien y del mal, encar-nadas en la figura del negro, quien pretende tentaral grupo que representa al pueblo. . .” (Colediario2004: 3). Finalmente, hay que mencionar a los ani-malitos, adorando por la familia y la prosperidad,y simbolizando valores morales y materiales que,entre otras cosas, el Negro hace peligrar. La im-portancia que revisten estos personajes y aquelloque simbolizan se puede ver en la ceremonia de lacastración del Torito, que da el cierre a la suce-sión de performances que realizan los cachis en laFiesta del Rosario. Por medio de una representa-ción ritual/teatral, se expresan actividades que losactores destacan como centrales en la vida comu-nitaria –qué se hace con los animales, dónde estánen cada momento, entre otras cosas.

8- Consideraciones finales

La perspectiva de la performance nos permite esta-blecer un acercamiento a “una expresión religiosa”como acto comunicativo, donde la búsqueda pre-formativa de eficacia-entretenimiento logra com-pletar una experiencia. Ambos “polos” constituyenobjetivos que están presentes en la misma perfor-

mance, más a modo de tensión que de oposición.Si bien taxonómicamente se presentan como pun-tos extremos de un continuum, eficacia y entrete-nimiento, y con ellos ritual y teatro, se articulanen una dinámica de tensión a través de la totali-dad de prácticas y representaciones que hacen a laadoración de los cachis. En el marco de esta diná-mica, ambos términos se modifican en una relaciónde mutua incidencia; asimismo, se expresan e in-terpretan situaciones significativas del presente ydel pasado.

Encontramos que en la adoración de los cachis sevislumbra un juego activo entre elementos que for-man parte de la vida cotidiana en Iruya y la inter-pretación de un pasado significativo desde un par-ticular presente. En este sentido, es posible señalarque las acciones de los cachis representan perso-najes centrales del pasado y presente iruyanos, asícomo actividades propias de la comunidad. Al mis-mo tiempo, en tanto celebración ritual-teatral, sebusca obtener la protección/ayuda de la Virgen y,a la vez, divertir a quienes participan de la perfor-mance como audiencia.

La adoración de los cachis, entonces, a través deuna variedad de elementos corporales, visuales ysonoros, expresa, trasmite, crea y recrea valores,historias y experiencias.

Nota suplementaria y agradecimientos

Una versión preliminar de este articulo fue presen-tada en el VIII Congreso Argentino de Antropolo-gía Social, celebrado en Salta del 19 al 22 de Sep-tiembre del 2006, bajo el título “Eficacia- entrete-nimiento” reflexiones acerca de aspectos teatralesy rituales de la adoración de los cachis a la Virgendel Rosario en Iruya (Salta-Argentina)”. Agrade-cemos las variadas y enriquecedoras preguntas asícomo los comentarios realizados por los presentesen la Mesa de Antropología de la Religión. Esta-mos en deuda también con Miguel A. García porsus sustanciales y acertados comentarios, con AnaSpivak L’Hoste por su valiosa revisión crítica, ycon Catalina Wainerman por el apoyo e incentivo.Finalmente, un profundo reconocimiento a los iru-yanos, por el cálido recibimiento que nos brindansiempre y por tantas e invalorables conversaciones.

Notas

Licenciada en Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras- Universidad de Buenos Aires. Becaria1de Conicet para el Doctorado en Filosofía y Letras- Universidad de Buenos Aires. ([email protected])Carrera de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras- Universidad de Buenos Aires Adscripta a2la Cátedra “Antropología sistemática III (Sistemas Simbólicos)”. ([email protected])

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Avenburg y Tallellis: La devoción en escena. . . –205

Con una población definida institucionalmente como colla, el pueblo de Iruya integra una región que, según diversos3estudios fue habitada por los Ocloyas –parcialidad de los Omaguacas– e incorporada en el S. XV al Tawantinsuyu(Dayan 2003).El ciclo anual de celebraciones del pueblo incluye: Carnaval (febrero), Pascua (abril), San Marcos (24 de abril), San4Juan (24 de junio), San Santiago (25 julio), Santa Ana (26 de julio), Día de la Pachamama (1 de agosto), San Roque–que le da su nombre a la Iglesia– (16 de agosto), Fiesta del Rosario (octubre), Todos los Santos (1 de noviembre),Día de las Almas (2 de noviembre), Navidad (25 de diciembre), Año nuevo (1 de enero) y, continuando el ciclo,nuevamente Carnaval.Hemos cambiado los nombres de nuestros interlocutores por otros ficticios a fin de mantener la confidencialidad de5las entrevistas.Nacida en Iruya, Cecilia, de unos 45 años aproximadamente, es una devota y activa participante de la Iglesia Católica.6Catequista e integrante del grupo “Legión de María”, vive con su marido e hijos, con los cuales atiende el comedorque abrió en su casa en el año 2003. En el año 2006 compartimos con ella la celebración del Día de las Almas, en laque cumple el rol de rezadora.Personas que hacen una promesa o petición a la Virgen y, para que ella se cumpla, llevan a cabo la mencionada7adoración.Vale aclarar que, aunque los actores hacen en ocasiones uso de los términos “danza” y “baile”, uno de los cachis8destacó en una ocasión que no es un baile sino una adoración. De todos modos, nos referiremos por momentos a ladanza para diferenciar éste de otros componentes de la performance.Si bien todos los recién mencionados integran este grupo, los diferentes actores se refieren usualmente a los cachis9como aquellas personas que específicamente realizan la danza-adoraciónSegún lo indica una publicación del Colegio Secundario de Iruya (El Colediario 2004), las máscaras están confeccio-10nadas con “pasta de sombrero ovejuno”, compuesta por lana prensada y mezclada con productos vegetales.Si bien citamos con frecuencia a unos pocos interlocutores que sintetizan con sus palabras aquello a lo que nos11referimos, las entrevistas realizadas incluyen una amplia variedad de actores sociales: hombres, mujeres, católicos,evangélicos, críticos de la evangelización católica, jóvenes, adultos, ancianos. Sobre todas estas entrevistas nosbasamos para afinar nuestra descripción, reforzar nuestras observaciones y presentar algunas interpretaciones locales.Esta perspectiva se vincula con la leyenda del origen del pueblo, según la cual la imagen de la Virgen apareció en lo12que luego sería Iruya y, si bien quienes la encontraron intentaron llevarla a un pueblo cercano, ella volvía a apareceren el mismo lugar. Finalmente decidieron dejarla allí y construir una iglesia.Román, de unos 40 años, integra el grupo de los cachis desde que tenía 10 años aproximadamente y ha representado13diferentes personajes –entre ellos el Negro y el Torito. En la actualidad participa activamente tanto de la organizaciónde los cachis –es uno de los integrantes de mayor antigüedad en el grupo– como de la Fiesta del Rosario engeneral. Nacido en Iruya, en donde trabaja como docente, forma parte de un grupo de música andina y estimulaconstantemente la participación de jóvenes, niños y adultos en diferentes expresiones artísticas y culturales.Martín tiene al rededor de 38 años. Nacido en el pueblo de San Isidro (Departamento de Iruya), ha creado allí, junto14con otra gente, una Casa de Cultura –Awawa– para trabajar con niños y ancianos. Lleva adelante también, entreotras cosas, un taller en el pueblo de Iruya vinculado con la cultura andina. Desde una postura fuertemente críticahacia la conquista y el dominio de la cultura occidental, su objetivo es, en sus diferentes actividades, la recuperacióny transmisión de la cultura indígena. Es músico y actor y, aunque vivió un largo período en Buenos Aires, hace yaalgunos años que reside en San Isidro.Basamos esta afirmación fundamentalmente en las apreciaciones de los diversos actores sociales, que se refieren a15esta performance en términos de expresión religiosa.El pueblo de Iruya tiene luz las 24 hs. desde el año 1998.16Este hombre estaba encargado del sonido de una Serenata a la Virgen que se realiza en otro momento de la Fiesta17pero, dado que el equipo estaba conectado durante la adoración previa, introdujo la canción mencionada.Es significativo el hecho de que esta canción sea el tema principal de la película “1492: La conquista del paraíso”,18basada en Cristóbal Colón.Schechner, con fines teóricos, distingue participar –eficacia– de mirar –entretenimiento– como categorías analíticas.19Aunque en su discusión el autor no afirma lo contrario, queremos enfatizar que, en nuestra opinión, mirar es unmodo de participar.“Living through”.20“Thinking back”.21“Willing or wishing forward”.22La traducción es nuestra.23La música de los cachis se vincula también con esta interpretación del pasado. Como hemos señalado en otra ocasión,24

En lo que hace a su performance musical, he encontrado fundamentalmente dos aspectos que muchos actoressociales destacan. El primero de ellos es que tanto los instrumentos como las melodías ejecutadas en esta ocasiónson particulares de esta región –se habla también de ciertas peculiaridades de la música en este evento específico–

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y se hace referencia a ellos como parte de su cultura. El segundo, que ambos estarían “desde siempre” –y seprecisa a veces que sus orígenes serían precolombinos (Avenburg 2005: 72).

No detallaremos aquí los cambios que, como en todo evento sin duda dinámico, ha experimentado esta celebración.25Nos interesa aquí aquello remarcado por los actores como distinción fundamental.La noción de “performance cultural”, desarrollada por Milton Singer, es explicada del siguiente modo por Miguel26García (2005):

Según Singer, se trata de actividades claramente delimitadas que para los miembros de un grupo social sonencapsulamientos de su cultura, las cuales exhiben a los visitantes y a ellos mismos. Desde el punto de vistaformal comprenden un límite de tiempo, un comienzo y un final, un programa de actividades organizado, ungrupo de ejecutantes, una audiencia, un lugar y una ocasión específica. (García 2005: 18).

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Comentarios de libros

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Anuario de Estudios en Antropología Social. CAS-IDES, 2006. ISSN 1669-5-186

Política y vida cotidiana. Una etnografía más allá del realismoingenuo y de los preconceptos académicos.

Comentario al libro de Julieta Quirós: Cruzando la Sarmiento. Una etnografíasobre piqueteros en la trama social del sur del Gran Buenos Aires. Serie Etnográfica,CAS-IDES & Editorial Antropofagia. Buenos Aires, 2006.

Fernando Alberto Balbi1

Una de las mejores noticias de losúltimos años en lo tocante a lasciencias sociales en la Argentinaha sido el notable incremento delnúmero de etnografías que llegana ser publicadas, fenómeno queha supuesto que, por vez prime-ra, los antropólogos sociales este-mos contribuyendo al tratamien-to de diversos campos temáticosmediante el tipo de producto másfértil que nuestra disciplina es ca-paz de ofrecer. Escrito de una ma-nera elegante y amena, Cruzan-do la Sarmiento, de Julieta Qui-rós es, a mi juicio, uno de los li-bros más interesantes surgidos enel marco de esta módica primave-ra editorial. De entre las muchaslecturas a que –como cualquiertexto– el libro de Quirós es sus-ceptible de ser sometido, me in-teresa aquí bosquejar apenas dos:la relativa a su valor intrínsecoen tanto etnografía, y la que hacea su contribución al tratamientodel universo temático en que secentra –el de los llamados ‘movi-mientos sociales’ en general y delos ‘piqueteros’ en particular.

I

A lo largo de las últimas déca-das, el pensamiento social pare-ce verse sistemáticamente enre-dado en una paradoja curiosa y, ala vez, desalentadora, consistenteen el inextricable entrelazamiento

de dos tendencias aparentemen-te opuestas que se han genera-lizado, al punto casi de hacerseinvisibles, en las disciplinas dedi-cadas al mundo social en generaly en la antropología en particu-lar. Por un lado, tenemos la ten-dencia a la proliferación de pers-pectivas analíticas que bien ca-be definir como ‘unidimensiona-les’ pues reducen sistemáticamen-te la complejidad de los hechossociales a una sola de sus dimen-siones –como ocurre cuando la ac-ción social y las relaciones socia-les son reducidas uniformementeal status de ‘discursos’. Por el otrolado, se encuentra una tenden-cia, aún más general, a la sobre-producción de terminología teó-rica: en efecto, todo pasa comosi fuera menester dedicarse per-manentemente a crear o impor-tar de otros campos nuevos con-ceptos y metáforas, incluso si ellono se corresponde con noveda-des substanciales desde el puntode vista conceptual –como suce-de con muchos trabajos que, ape-lando a los conceptos de ‘discur-so’, ‘retórica’, ‘poética’ y ‘narra-tiva’, no hacen más que reprodu-cir bajo nuevas apariencias el vie-jo ‘individualismo metodológico’.La aparente oposición entre es-tas dos tendencias se resuelve –yhe aquí la paradoja– en la com-plicidad funcional que las une defacto. En efecto, si, por un lado,la profusión terminológica encu-

bre el reduccionismo de los análi-sis unidimensionales, por el otro,el enorme poderío argumentati-vo de la simplificación disimulael vacío que se esconde detrás debuena parte de los nuevos térmi-nos: así, ambas tendencias apare-cen siempre estrechamente entre-lazadas porque se legitiman mu-tuamente.

El resultado de esta combina-ción de fastuosos oropeles verba-les con simplificaciones analíticases algo así como una inversiónperfecta de la imagen del rey des-nudo: aquí, el rey luce podero-so e impresionante pero es pu-ro ropaje, corona y cetro, y noes capaz de agregar nada nuevoal reino que ha heredado. En uncontexto semejante, Cruzando laSarmiento ofrece un contrapun-to estimulante. Ajeno a cualquierreduccionismo o unidimensiona-lidad y conceptualmente apenastan complejo como necesita ser-lo, el libro de Quirós hace galade ese tipo de sencillez analíticaque los incautos y los sofistas sue-len confundir con falta de sofis-ticación intelectual. Buena partede sus logros derivan directamen-te de la forma en que la auto-ra concibe al análisis etnográfico,concepción que, por un lado, tra-sunta un espíritu clásico en tantose propone dar cuenta objetiva-damente de un mundo social aje-no en base a su inmersión perso-nal en él, y, por el otro, exhibe un

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muy contemporáneo cuidado a lahora de hacer explícita la natura-leza ficticia, construida, del textoa través del cual pretende realizartal propósito.

Tal como lo anuncia la autoraen las primeras páginas, su traba-jo está animado por un “espíritumalinowskiano” (pp. 27), adver-tencia que hoy en día debe ser en-tendida prácticamente como unaconfesión que requiere de no po-co valor en el marco de una an-tropología social dominada por elafán de matar simbólicamente elpasado colonial de la profesión.En particular, Quirós califica enestos términos a su intención de“iluminar la experiencia cotidia-na de formar parte de un movi-miento piquetero a partir de surelación con otras experiencias dela vida cotidiana” (pp. 27), es de-cir, reinsertándola en la vida coti-diana de las personas, del seno dela cual los análisis sociales tien-den a arrancarla. A tal efecto, serehúsa tanto a centrar su mira-da en la dimensión formal de lasorganizaciones (de modo que sutrabajo no es una etnografía ‘de’un movimiento piquetero) comoa emplear un recorte espacial desu universo de indagación (típi-camente, el ‘barrial’), opción que,siendo indudablemente un avanceen relación con los enfoques cen-trados en las organizaciones, im-pondría sin embargo un recorte apriori que seccionaría esa vida co-tidiana en que se pretende resti-tuir la experiencia de los actores.En cambio, inspirándose en Ma-linowski y en la obra, poco ex-plotada en nuestro país, de Nor-bert Elías (cf.: 1982 [1969]; 2006[1970]), Quirós rastrea la vida co-tidiana a través del seguimientodel entramado de interdependen-cias en que las personas se en-cuentran inmersas, contexto don-de sus relaciones con las organiza-ciones piqueteras acaban por co-brar sentido.

También es reconocidamentemalinowskiana la prioridad ana-lítica que Quirós concede al aná-lisis de situaciones etnográficasdonde la pertenencia a los movi-mientos y los planes sociales ad-quieren sentido al ser considera-dos en relación con los contextosen que son vividos, un tipo deanálisis que se ancla en la nociónde ‘contexto de situación’ elabo-rada por Malinowski (cf.: 1930).Así, el texto desarrolla una seriede situaciones presenciadas porla autora, desplegando paulatina-mente una versión de ese mun-do social ya procesada analítica-mente. Empero, y esto es lo másimportante, las situaciones selec-cionadas para estructurar el tex-to etnográfico son las mismas quela etnógrafa examinó para llegara construir esa versión objetivadadel mundo social de los actores.De esta suerte, el enfoque centra-do en el ‘contexto de situación’ noredunda a nivel del texto en el re-curso a las ‘ilustraciones adecua-das’, que era común en tiemposde Malinowski pero que hoy re-sulta anacrónico (cf.: Gluckman,1988 [1961]: 143 y ss.), sino queda lugar a una estrategia narra-tiva que reproduce el avance pro-gresivo del proceso de investiga-ción desarrollado por la autora.2

Finalmente, Cruzando la Sar-miento es un libro malinowskia-no en un último sentido que pro-bablemente haya pasado desaper-cibido para la propia autora pe-ro que, a mi juicio, es fundamen-tal. Lejos de ser, como tantos tra-bajos contemporáneos en cienciassociales, un texto poblado por se-res planos, ostensiblemente ficti-cios, que parecen encarnacionesideales de los roles sociales queel autor les atribuye (‘piquete-ros’ dignos, ‘punteros’ manipula-dores, etc.), el libro de Quirós nospresenta a gente en cuya existen-cia real uno puede creer, tal co-mo es posible creer en el Bagido’u

y el Touluva de Malinowski (cf.:1975 [1929], 1977 [1935]) o en elNyaluhana, el Wukengi (cf.: 1980[1967]) y el Sandombu (cf.: Tur-ner, 1968 [1957]) de Victor Tur-ner. Los personajes de Cruzan-do la Sarmiento –Juan, Matilde,Amalia, Gloria, Teresa, muy es-pecialmente Vero, a quien, lue-go de leer el libro, uno quisie-ra conocer– se asemejan a per-sonas reales porque lucen incons-tantes y contradictorios sin queello parezca un pecado sociológi-co, y porque, aunque sean pobresy vivan en un medio social extre-madamente desigual, parecen ca-paces de ser orgullosos sin, poreso, ser puro orgullo y voluntad.3

En suma, al combinar el men-cionado ‘espíritu malinowskiano’con una fina atención hacia losproblemas inherentes a la tareade la escritura etnográfica, Qui-rós consigue producir una repre-sentación del mundo social de laspersonas que participan de las ac-tividades de un movimiento pi-quetero en Florencio Varela quees ‘realista’ sin pretender inge-nuamente ser una transcripcióndirecta de ‘la realidad’. De estasuerte, me parece, Cruzando laSarmiento viene a probar –puesparece que sigue siendo necesa-rio hacerlo– que es posible sortearlos peligros de un tipo de realis-mo que hoy resulta anticuado sinpor ello abandonar por completotoda pretensión de construir unconocimiento objetivado de la vi-da social.

II

Hablando ya en términos de suscontribuciones más específicas alcampo temático en que se mueve,el interés del libro de Quirós noes menor, a pesar de que su bre-vedad y la discreción de la auto-ra a la hora de asumir un tonopolémico (mesura representativa

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de un estilo de etnografía exten-dido en la antropología del Bra-sil, país donde la versión originalde su trabajo fue presentada co-mo tesis de maestría en antropo-logía) pueden obscurecer un pocosus corolarios críticos a los ojosdel lector argentino. Sin embar-go, aunque apenas esbozados, ta-les corolarios se encuentran allí,en el libro, a la vista de quienquiera leerlos. En efecto, el textoilustra plenamente la manera enque los esquemas analíticos pre-concebidos que prevalecen habi-tualmente en el tratamiento delos fenómenos políticos en nues-tra academia pueden ser socava-dos por la etnografía, en la medi-da en que ésta supone tomar lasperspectivas de los actores comocentro estratégico de la indaga-ción, desentrañándolas –esto es,construyendo una representaciónde las mismas– para contrastar-las con las construcciones que de-rivan de las perspectivas analíti-cas del investigador, con el efectofinal de poner en tensión y modi-ficar progresivamente a estas úl-timas (cf.: Peirano, 1995).

Así, siguiendo la estrategia et-nográfica esbozada más arriba,Quirós despliega progresivamen-te un cuadro que impugna buenaparte de los lugares comunes quees posible encontrar en los deba-tes académicos relativos a las or-ganizaciones piqueteras, los ‘mo-vimientos sociales’ y, más en ge-neral, la política de la Argentinaactual. Me referiré brevemente atres aspectos de su trabajo queresultan particularmente relevan-tes desde este punto de vista.

En primer lugar, Quirós poneen tela de juicio el presupuestode que las personas se encuentrandiferenciadas tajantemente segúnsu afiliación a diversas organiza-ciones sociales y su vinculacióncon éstas o con partidos políti-cos. Antes que ese tipo de claradiferenciación de afiliaciones sec-

toriales y roles sociales opuestos,Quirós delinea un escenario mar-cado por la generalidad del accesoa planes sociales “como posibili-dad y como medio de vida”, don-de “personas con diversas perte-nencias se encuentran, hablandoun mismo lenguaje: un lenguajeasociado a los planes” (términocon que los actores se refieren in-distintamente a los distintos tiposde subsidios y becas que se pre-sentan en su horizonte social) y“a una relación con el gobiernoy con el movimiento como aque-llos que dan –o como aquellos quepodrían dar” (pp. 63 y 64). Setrata de un mundo donde las fa-milias combinan frecuentementeplanes de diversas procedencias(los movimientos piqueteros, laMunicipalidad, los políticos) coningresos resultantes del trabajopor cuenta propia y/o asalaria-do. En este cuadro, la participa-ción de las personas en activida-des organizadas por agrupamien-tos que por lo general los inves-tigadores académicos considerana priori como mutuamente exclu-yentes aparece como totalmentenormal desde el punto de vista delos actores y se inserta con natu-ralidad en el curso de sus vidascotidianas.

En segundo término, Quirósofrece elementos importantes pa-ra cuestionar la oposición –esen-cialmente normativa aunque apa-rentemente analítica– entre lasllamadas ‘nuevas’ y ‘viejas for-mas de hacer política’, entendi-das respectivamente como ‘demo-cráticas’, ‘participativas’ y ‘so-lidarias’ y como ‘antidemocráti-cas’ y ‘clientelísticas’. Examinan-do el hecho –ya tratado por otrosautores– de que, desde un pun-to de vista estructural, los movi-mientos piqueteros aparecen co-mo ‘mediadores’ de la relación en-tre el Estado y los destinatariosde sus políticas sociales, Quiróshace una observación sumamente

reveladora: las personas que reci-ben esos planes se refieren a losmismos como ‘de los piqueteros’,expresión que no supone ignorarque su fuente última es ‘el go-bierno’ sino resaltar aquel de susrasgos que resulta más relevantedesde el punto de vista de quie-nes la emplean. Esa forma de re-ferirse a los planes denota el ti-po de vínculo que se entabla en-tre los movimientos piqueteros ylos beneficiarios de los planes: unvínculo fundado en la obligación,en el compromiso que se genera através de la deuda, donde la en-trega de un plan debe ser retri-buida participando de las activi-dades organizadas por los movi-mientos y donde se ejerce un cui-dadoso control en lo tocante alcumplimiento de esas obligacio-nes por parte de los beneficiarios.El examen desarrollado por laautora (que estoy empobrecien-do flagrantemente al tomar sola-mente lo que viene a cuento de lacuestión que me interesa) le per-mite “sugerir que en esas relacio-nes de obligaciones y expectativasmutuas el movimiento es vivido,no como un «mediador» entre elEstado y la gente, sino como un«dador» directo” (pp. 122). Estasituación, en la cual “la figura delEstado –o en términos nativos,del gobierno– parece esfumarse”(Ibíd.) no es percibida desde elpunto de vista de los actores co-mo esencialmente diferente de laque supone el ‘trabajar para unpolítico’. Así, Quirós observa conbuen tino que, mientras “la lite-ratura sobre piqueteros tiende aseñalar «lo nuevo» del fenómeno:las «nuevas formas de sociabili-zación», las «nuevas dignidades»y (. . .) las «nuevas identidades»”,su material etnográfico le “sugie-re cambios que no sólo son vividoscomo rupturas, sino también co-mo continuidades” (pp. 96 y 97).

En tercer lugar, el análisis deQuirós abre la puerta a una com-

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plejización formidable, riquísima,en el análisis de la composicióninterna de los movimientos pi-queteros, habitualmente aplana-do por el peso de los supuestosde tipo identitario con que se losaborda. La autora constata que silos actores viven como gravosasy negativas algunas de las con-traprestaciones que deben dar acambio de la obtención de pla-nes y cajas de alimentos (tal elcaso, por ejemplo, de la obliga-ción de marchar, actividad queincomoda y avergüenza a muchosde sus protagonistas), otras acti-vidades implicadas por la parti-cipación en un movimiento pue-den ser vividas por ellos comocentrales en un sentido muy di-ferente, profundamente personal(por ejemplo, como una manerade “estar ocupados”; cf.: pp. 118).Como bien apunta Quirós, estetipo de constatación sugiere queestamos ante lazos esencialmente

complejos que no pueden ser re-ducidos a formas identitarias nia vínculos ideológicamente fun-dados pero tampoco pueden sertratados como meramente instru-mentales, pragmáticos, espúreos.Haciendo gala de su buena capa-cidad de análisis etnográfico, laautora detecta y devela esa com-plejidad deteniéndose en el exa-men del detalle clave de que laspersonas no dicen que ‘son pique-teros’ sino que ‘están con los pi-queteros’, y observando que no esinfrecuente que ni siquiera sepanel nombre exacto de la organi-zación con la que están. En su-ma, estar con los piqueteros pue-de llegar a ser parte del senti-do de la vida para muchas per-sonas a pesar de que ellas no lle-guen a pensarse a sí mismas co-mo ‘piqueteros’ –y sin necesidadque lo hagan. En este sentido,Quirós apunta que: “más que enidentidades, la vida de las perso-

nas transcurre en identificaciones–circunstancias, estados– que sedeslizan; más que una unidad ouna trayectoria, las personas pa-recen ser una multiplicidad de re-laciones, siempre parciales, quepermiten a alguien decir, sin con-tradicción, soy peronista y estoycon los piqueteros. . .” (pp. 125).

Con estas observaciones –y o-tras que no puedo desarrollaraquí por falta de espacio–, Julie-ta Quirós se une al pequeño perocreciente conjunto de voces crí-ticas que intentan tratar temasrelativos a la política de nuestropaís atendiendo a lo que suce-de allí, en los procesos políticosmismos, antes que a sus propiospresupuestos teóricos y normati-vos. Cruzando la Sarmiento, nome caben dudas, es un notableejemplo del tipo de aporte que laantropología social puede –y estácomenzando a– hacer al estudiode la política en nuestro país.

Notas

Doctor en Antropología (ppgas, mn-ufrj). Investigador asistente, conicet. Profesor adjunto del Departamento de Ciencias1Antropológicas, ffyl-uba. Docente de la Maestría en Antropología, ffyh-unc. [email protected] particular manera en que la palabra de los actores es representada en el texto –demasiado compleja para explicarla2aquí– tiene la doble virtud de ser funcional a la estrategia analítica adoptada y, a la vez, poner de manifiesto el carácterconstruido del relato; cf: pp. 44 y ss.Lejos de empequeñecerse, este logro se amplifica por el hecho de que, aún pareciendo reales, los personajes que aparecen3en el libro no son, estrictamente hablando, meras representaciones de los individuos a quienes Quirós conoció en FlorencioVarela: en efecto, la autora nos informa que, a fin de proteger el anonimato de los actores, ha “jugado con el tiempo y elespacio de las situaciones” (pp. 45), fusionando algunos hechos que ocurrieron en distintos momentos, agrupando accionesde distintos individuos en algunos de sus personajes, etc.

Bibliografía

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Anuario de Estudios en Antropología Social. CAS-IDES, 2006. ISSN 1669-5-186

¿Por qué tendrían que considerarse indios? La pregunta por lasidentidades subalternas de un área rural de Catamarca.

Comentario al libro de Cynthia Alejandra Pizarro: “Ahora ya somos civilizados. Lainvisibilidad de la identidad indígena en un área rural del Valle de Catamarca”. 2006,Córdoba, Editorial de la Universidad Católica de Córdoba, Colección Thesys 10.

Carina Jofré1

Cuando Cynthia Pizarro me so-licitó que hiciera los comentariosa su libro en la presentación rea-lizada en la Universidad Nacionalde Catamarca en Abril del 2006,me sentí orgullosa de poder par-ticipar de alguna forma en la di-vulgación de este trabajo que re-presenta su mayor logro académi-co alcanzado hasta el momento.No sólo por la calidad y excelen-cia de esta obra, sino porque setrata de un trabajo de investiga-ción minucioso desarrollado porla autora a lo largo de una décadaen el valle central de la Provinciade Catamarca, Republica Argen-tina, y que por esta razón llevaconsigo un proceso de reflexión einvolucramiento autoral inscriptoen una relación duradera y signi-ficativa con las comunidades ru-rales del Departamento Capayán.De ahí que el trabajo etnográficoy etnohistórico realizado no que-de en la mera rétorica textual, alintegrar de forma constitutiva –yno residual– la calidez de las rela-ciones sociales que le dan sentidoa esta obra.

Mis comentarios serán los deuna colega, y ante toda alumna,que ve en este estimulante traba-jo antropológico un referente dela capacidad de trabajo y reflexi-vidad teórica de Cynthia Pizarrocomo investigadora, profesional ydocente. Cualidades que ha sabi-do transmitirnos a aquellos quehemos sido sus alumnos duran-

te su desempeño docente en lascátedras de Historia de la TeoriaAntropológica I y II de la Carre-ra de Licenciatura en Arqueologíade la Escuela de Arqueología dela Universidad Nacional de Cata-marca.

En principio, me interesa se-ñalar la relevancia social de latemática de este libro en la ac-tualidad. En especial porque elmismo nos proporciona una mi-rada antropológica sobre un te-ma que en la provincia de Cata-marca ha cobrado una progresivay creciente importancia a partirde hace algunos años, luego de lare-emergencia de adscripciones aidentidades indígenas que apela-ron a categorías étnicas con másde tres siglos de invisibilidad his-tórica y sociopolítica en la pro-vincia. Tales como son los casosde las recientes adscripciones cul-turales diaguitas-calchaquíes enla Comunidad de Morteritos-LasCuevas en el Distrito Villa Vil,Departamento Belén, y más re-cientemente de grupos collas-a-tacameños en la Comunidad deAntofalla en el Departamento deAntofagasta de la Sierra. A losque se deben sumar también losnuevos reclamos surgidos duran-te estos últimos tres años en lo-calidades del Departamento San-ta María y otras comunidades deVilla Vil (también en el Depar-tamento Belén), las cuales reciéncomienzan el recorrido legal pa-

ra la obtención de su personeríajurídica como comunidades indí-genas ante el estado nacional.

En el sentido apuntado, esmuy importante remarcar que es-te trabajo se llevó a cabo en mo-mentos previos a que los men-cionados procesos de etnogénesiscobraran notoriedad en la agen-da provincial y nacional. Es poreso que, quizás, y a mi modo dever, aquí podamos encontrar ele-mentos que nos permitan reflexio-nar sobre las relaciones posiblesa la hora de pensar y entender elpasaje de la “invisibilidad” a la“emergencia” de las adscripcionesindígenas en Catamarca, e inclu-so en un contexto nacional, tal co-mo lo señala la misma autora:

(. . .) en función de las ma-quinarias de diferenciación yterritorialización de las geo-grafías estatales de inclusión-exclusión en un contexto en elque la diversidad cultural es-tá siendo puesta en valor, yde las transformaciones en lasmovilidades estructurales pre-existentes que estuvieron dis-ponibles para que los sujetostornen factible dicha emer-gencia (Pizarro, 2006: 367)

El trabajo de Pizarro desan-da la pregunta por las identida-des indígenas en el valle centralde Catamarca. Pero no lo ha-ce a través de un caso de estu-

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Jofré: Comentario al libro de Cynthia Alejandra Pizarro. . . –215

dio en donde los colectivos so-ciales apelen a los antepasadosnativos para reivindicarse comoPueblos Originarios. Por eso, laslocalidades rurales involucradasen este estudio pueden conside-rarse un “contra-caso” de aque-llas re-emergencias indígenas an-tes aludidas para la Provincia deCatamarca. Y es esta situación laque activa una fascinante agude-za investigativa que articula unabanico metodológico en el quese integra: el análisis etnográfi-co de las maneras por las cualeslos habitantes de Coneta, Mira-flores y El Bañado construyen suidentidad y valoran sus posibili-dades presentes y futuras a travésde sus relatos sobre el pasado lo-cal; un enriquecedor estudio etno-histórico que abreva de las fuen-tes secundarias producidas porantropólogos/as, arqueólogos/as,historiadores/as y etnohistoria-dores/as que se encargaron tam-bién de re-presentar las socieda-des del pasado en el área de es-tudio; y aunque en menor pro-porción, el trabajo también inclu-ye el estudio de fuentes primariasprovenientes de distintos reposi-torios documentales del Departa-mento, de la Provincia de Cata-marca, y de la Nación. A partir deeste estudio de archivos, Pizarroposibilita un marco de interpreta-ción posible para la articulaciónde los relatos locales del pasadoen relación a las re-presentacionespuestas en acto por los estados.Representaciones que nos permi-ten situar las “políticas de iden-tidad” (los procesos “de arribahacia abajo”) mediante los cua-les distintas entidades políticas,económicas y sociales intentaronmoldear las identidades colecti-vas, fijando y naturalizando mar-cos interpretativos para la com-prensión de la acción política (Pi-zarro 2006).

Hay un interés expreso por losusos del pasado en el marco de los

procesos identitarios locales quefue derivando a lo largo del des-arrollo de la investigación en uninterrogante por la obliteraciónde una posible ascendencia abo-rigen frente a las históricas opre-siones vividas por los pobladoresde Coneta, Miraflores y El Baña-do. De ahí que la principal preo-cupación de la autora sea indagaracerca de las razones históricasy subjetivas que llevaron a quelos habitantes de estas áreas ru-rales de Catamarca construyeranun sentimiento de devenir de “lagente de campo” y no de los in-dígenas que habían habitado lastierras en las que ellos vivían. To-do esto en un contexto nacionalen el que la (auto) adscripcióna la identidad indígena es un lo-cus posible de ciertos contingen-tes poblacionales subalternos, yen un contexto local en el quealgunos lugareños decían ser “in-dios civilizados”. Respecto a estoPizarro reflexiona a partir de suspropias subjetividades puestas enacto en esta indagación:

Si bien mi inmersión en lavida cotidiana del área de es-tudio y de la retórica sobre el“ser” catamarqueño conllevóuna familizarización de lo exó-tico que me facilitó la inter-pretación de la diversidad ymultiplicidad de registros quese acumularon durante tan-tos años de investigación, de-bí realizar un arduo traba-jo de descotidianización y deextrañamiento a los fines deconstruir mi objeto de estu-dio, problematizando mis pro-pios supuestos y agudizandomi mirada, ya que no queríatomar el mestizaje como pro-ceso “natural” pero tampoco“inventar” identidades indíge-nas donde no las había y don-de, desde la perspectiva nati-va, no tenía porqué haberlaso era mejor que no las hubie-

se. Esto requirió, por un lado,poner mi cabeza “en la mesade disecciones” a fin de obje-tivar mis preconceptos y pre-nociones; y, por el otro, una“inmersión” en las tradicionesteóricas sobre procesos identi-tarios, emergencias indígenasy usos del pasado.

De esta manera Pizarro des-teje la madeja de sus propiossupuestos para preguntarse ellamisma, como investigadora: ¿Porqué tendrían que considerarseindígenas? Esta pregunta atra-viesa todo el trabajo, activan-do la vigilancia epistemológica yauto-objetivación del sujeto cog-noscente necesarias para articularcoherentemente las interpretacio-nes antropológicas vertidas en eltexto.

Según la propia autora, el pri-mer obstáculo para explicar la in-visibilidad de lo indígena en elárea de estudio radicó en su pro-pia pretensión de que la refle-xividad y racionalidades nativascoincidieran con sus propios pun-tos de vista –que eran claramen-te movilizados por las situacionesde injusticia y vulnerabilidad delos sujetos involucrados. Por es-ta razón uno de los aportes mássobresalientes de este trabajo esla presentación de un caso et-nográfico por el cual es posiblecomprender las formas y mane-ras en que la identidad se cons-truye y resignifica en contextosde acción concretos. Se arriba ala idea de que (. . .) las experien-cias históricas de los grupos sub-alternos, así como las formas enque ellos se articulan en forma-ciones sociales particulares, sonconstituyentes de las condicionesde posibilidad de la emergenciade ciertas identidades y no deotras (Pizarro, 2006:365), y másaún, en este marco de compren-sión se muestra de manera clara“que las identidades subalternas

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son tan problemáticas como laslógicas hegemónicas” (ídem).

Si bien el colectivo de identifi-cación en cuestión podría haberapelado a los antepasados indíge-nas, optaron por apelar al pasadocolonial para construir un senti-do de devenir histórico local. Noobstante, existe una noción localde “indio” que es multiacentua-da, es decir, que mientras que al-gunos reconocen que en la zonavivian indios en el pasado, otroslo niegan. Existen ambigüedadesen las tematizaciones que realizanlos habitantes sobre su posible fi-liación o descendencia indígena,mayormente sobre ejes tempora-les y espaciales. Estos últimos ins-criptos en los referentes materia-les del pasado indígena (culturamaterial arqueológica) que aún sepreservan en los alrededores e in-mediaciones de las localidades ru-rales en cuestión, y los lugares pú-blicos y domésticos cotidianos es-tructurados (por) y estructurado-res de la memoria y recuerdos lo-cales, por supuesto, en intercone-xión con el estado, para dar lugara lo que la autora refiere como la“territorialización de este paisajerural”.

De manera acabada Pizarroaporta sólidos elementos para ar-gumentar que las heterogeneida-des sociales locales condiciona-ron la construcción de los mapasde identidades posibles, inhabili-tando la auto-adscripción indíge-

na para denunciar situaciones deopresión actuales en un doble sen-tido. Por un lado, la maquina-ria de diferenciación hegemónicaa fines del siglo XIX trazó fronte-ras entre los contingentes pobla-cionales desde un clivaje de clase,des-marcando la posible inciden-cia de clivajes étnicos de raigam-bre colonial. Por otro lado, lastrayectorias de movilidad ascen-dente para sectores nativos e in-migrantes que no pertenecían ini-cialmente a las elites locales fue-ron dispares, de manera que notodos los habitantes locales fue-ron perjudicados por las políticasdesarrollistas, ya que los benefi-ciarios fueron tanto colonos veni-dos de otros lados como familiasnacidas y criadas aquí.

Y finalmente, posiblemente elmayor aporte de este trabajo, entanto caso de estudio, radica ensu acentuación sobre los mapasheterogéneos (temporal y espa-cialmente) de clasificación de los“otros internos”. Pizarro sostieneque los habitantes de Coneta, Mi-raflores y El Bañado al re-centrarla retórica modernista decimonó-nica (congruente con la ideolo-gía nacional del blanqueamien-to), por un lado, etnizaron lasdiferencias señalando que “aho-ra ya eran indios civilizados” y,por otro lado, racializaron a los“indios más puros”, caracterizán-dolos por sus rasgos físicos co-mo feos y no humanos. Pero, no

obstante esto, en contraposiciónal modelo de nación hegemónicoen Argentina, que niega el mes-tizaje y su historial precolombinoy/o colonial, algunos relatos so-bre el pasado abordados en estecaso de estudio articularon unaparticular geografía local de la in-clusión que también se extiendea algunos modelos del “ser pro-vincial”, y que resaltan la hibri-dación en la cultura catamarque-ña entre las “viejas culturas” pre-hispánicas y las familias colonia-les. De esta forma se complejizaaún más el mapa nacional de ladiversidad en la medida en que–además de los clivajes de raza,etnía, género y clase– se trazanfronteras que marcan la desigual-dad regional dentro de una na-ción que se imagina homogéneadesde Buenos Aires. Así, en el ca-so presentado por Pizarro en es-te trabajo, el mapa de identida-des posibles se caracteriza por vi-sibilizar locus de adscripción di-ferenciales que variaron según laestratificación social de distintoscontingentes poblacionales, y porinvisibilizar las diferencias cultu-rales entre ellos. Por lo que, mien-tras la nación en general tendió apensarse como homogénea blancay europea, la identidad provincialno se construyó sobre la teoría delcrisol de razas que sí caracterizóa la identidad nacional.

Notas

Licenciada en Arqueología. Cátedra de Etnografía General. Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca.1Becaria CONICET. Correo electrónico: [email protected]

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Antropología, desarrollo, y ruralidad

Comentario al libro de María Carolina Feito. Antropología y desarrollo: contribucionesdel abordaje etnográfico a las políticas sociales rurales. El caso de la producción hortícolabonaerense. Buenos Aires: La Colmena (2005).

Pablo Rodríguez Bilella1

El problema de la relación en-tre actores y estructura social hasido siempre de central importan-cia y relevancia para la teoría so-cial. Mientras que la teoría clásicaexplicaba la reproducción socialy el cambio social apelando a laestructura social, en los últimos25 años se ha dado un renovadoesfuerzo en establecer un rol in-dependiente de los actores socia-les en dichas dinámicas (Booth,1994). El debate ha sido enmarca-do alrededor de la conexión entreestructura y actores o, en otrostérminos, el problema de agentesy estructura (Giddens, 1984). Sibien esta discusión ha sensibiliza-do a la comunidad académica so-bre el importante rol que los acto-res juegan en la reproducción desu vida social, buena parte del de-bate se desarrolló en un alto gra-do de abstracción. En tal sentido,la exploración empírica de las im-plicancias de los efectos no espe-rados de la acción social ha tenidoun desarrollo importante a par-tir de acercamientos investigati-vos vinculados a las intervencio-nes de desarrollo rural (progra-mas, proyectos, labor de ONGs,etc.).

Articulado a dicha tradición seubica el libro de María CarolinaFeito, Antropología y Desarrollo,el que cuenta como marco genera-dor al trabajo de campo interdis-ciplinario y de larga data en unamisma área geográfica, el cintu-rón hortícola bonaerense. El equi-po de investigación accedió pau-

latinamente a la complejizacióndel objeto de estudio a partir dela triangulación disciplinar entreantropólogos, sociólogos, econo-mistas y agrónomos. Sobre la ba-se de más de una década de inter-vención investigativa en el área,la autora apunta directamente areivindicar la relevancia de la in-vestigación antropológica para eldiseño e implementación de polí-ticas de desarrollo en ámbitos ru-rales.

A partir de dicha intencionali-dad, el libro presenta inicialmen-te la distinción entre una antro-pología del desarrollo y otra pa-ra el desarrollo. La aparición deuna antropología del desarrolloha sido generalmente justificada apartir de la presencia de un nuevofenómeno de estudio para la an-tropología. Del mismo modo enque la disciplina se interesó his-tóricamente por el parentesco, losrituales, y la religión, el “desarro-llo” –expresado en planes, progra-mas y proyectos sociales, encara-dos por el estado o las ONGs–se presenta como una instituciónque influye a un creciente núme-ro de pequeños productores y po-bres rurales, generando prácticasculturales, y jugando un rol mu-chas veces significativo e impor-tante en sus vidas. Por su parte,la antropología para el desarrollose articula con la expresión mástradicional de antropología apli-cada, si bien referida al fenómenodel “desarrollo”.

El antropólogo francés Olivier

de Sardán (2005) da cuenta detres enfoques o paradigmas do-minantes en la Antropología delDesarrollo: el discursivo, el po-pulista, y el interaccionista me-todológico. Para este autor, losestudios del enfoque discursivo(donde ubica a autores tales co-mo Escobar (1988; 1991); Fer-guson(1994; 1997); Sachs (1992);y Hobart (1993); entre otros)han criticado al discurso del des-arrollo de diferentes maneras conel propósito de “desconstruirlo”,presentándolo como una “narra-tiva” de la hegemonía occidentalinclinada a destruir o negar lasprácticas y conocimientos popu-lares. Por su parte, el enfoque po-pulista en la antropología del de-sarrollo incluye al menos dos ver-tientes, pudiéndose distinguir en-tre el populismo “ideológico” y el“metodológico”. Mientras que elpopulismo ideológico (representa-do en gran medida por RobertChambers (1983; 1994)) manifies-ta tanto una visión romántica delconocimiento local o popular co-mo una idealización de las capa-cidades de los actores locales, elpopulismo metodológico (presen-te en los trabajos de Scott (1985;1998), Darré (1996), y Scoones yThompson (1994)) reconoce quetodos los actores poseen conoci-miento y despliegan estrategias,las cuales ameritan ser cuidado-samente descriptas y analizadas.

Scoones y Thompson (1994),en tal sentido, sostienen la nece-sidad de un enfoque que supere

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la simple oposición binaria entreactores externos y locales en si-tuaciones de desarrollo, así comola distinción entre conocimiento“científico” y “popular”, concep-tualizando al conocimiento comoun proceso antes que un sistemacristalizado, por lo que identifi-car y analizar su producción esclave. Dicha posición se acerca altercer enfoque de la Antropolo-gía del Desarrollo, el que Olivierde Sardan denomina interaccio-nismo metodológico, caracteriza-do por su interés en analizar losprocesos de conflicto, regateo ytransacción así como las interac-ciones complejas y no uniformesen los procesos de desarrollo so-cial e implementación de políticassociales. En lugar de focalizar ex-clusivamente en el conocimientopopular tal como lo hace el enfo-que populista, o bien en denun-ciar la configuración desarrollistay su discurso, como es el caso delenfoque discursivo, este tercer en-foque de la antropología del des-arrollo estudia las relaciones en-tre ambos universos, o mejor di-cho, entre los segmentos concre-tos de ambos, a través de la in-dagación empírica en sus puntosde intersección o interfase. Estaorientación de análisis de los pro-cesos de políticas da lugar y cabi-da al estudio de las contradiccio-nes e incertidumbres que caracte-rizan a las instituciones de des-arrollo, y a las reacciones y estra-tegias que sus beneficiarios des-arrollan.

En esta última vertiente se ubi-ca el trabajo del mismo Olivierde Sardan así como el de NormanLong (2001; 1992) y su enfoqueorientado al actor (actor-orientedapproach), el cual es presentadocon cierto detalle en la primeraparte del libro de María CarolinaFeito. Este enfoque coloca el én-fasis en las interacciones socialescomo un camino productivo pa-ra el análisis de la realidad social,

tanto como medio de descifrar lassituaciones sociales concretas entérmino de las estrategias de losactores y las limitaciones contex-tuales, así como forma de enfocarprácticas y concepciones, y de es-tablecer la realidad de fenómenosestructurales y coyunturales.

Utilizando los acercamientosteórico-metodológicos de NormanLong y de Pierre Bourdieu, (1991;1975) el libro introduce en su se-gunda parte dos casos de progra-mas de desarrollo rural en opera-ción en el cinturón hortícola bo-naerense. El análisis de los mis-mos permite la puesta en actode algunos de los conceptos antespresentados, reforzando la nociónque las instituciones están gober-nadas por lógicas idiosincráticasy que merecen ser teóricamenteabordadas. Si bien estos progra-mas de desarrollo rural fueron ge-nerados en el marco del –y co-mo respuesta al– ajuste estructu-ral, manifiestan también variadosmárgenes de maniobra y capaci-dad de acción. Esto es develado apartir de un trabajo etnográficoque, rescatando la perspectiva delos actores, permite visualizar có-mo los “beneficiarios” de los pro-gramas de desarrollo hacen uso desu agencia para ampliar su cam-po de acción, convirtiendo pa-ra sus fines un sistema dominan-te que no controlan. Una nociónparticular del análisis es la (mu-chas veces disputada) conceptua-lización del desarrollo que hacenlos distintos participantes en losplanes sociales (sean estos dise-ñadores, implementadores, bene-ficiarios, o investigadores).

Una potencialidad del abordajeantropológico de las políticas dedesarrollo rural es la de rompercon la errónea idea de “consen-so” en el plano de la implementa-ción, dimensión que debe ser ex-plorada etnográficamente, dandocuenta de los arreglos y dinámi-cas no oficiales e informales que

sostienen el diseño y la prácti-ca de planes y proyectos. Abrirla “caja negra” de las institucio-nes y organizaciones de desarrolloes requisito fundamental en arasde superar visiones marcadamen-te culturalistas así como aquellasque entienden como incomensu-rables los mundos de conocimien-tos de implementadores y recep-tores, en lugar de acentuar el ca-rácter estratégico de las accionesque distintas categorías de acto-res toman.

Al respecto, siguen siendo ma-yoritarios los estudios que abor-dan a los “receptores” o “bene-ficiarios” de los proyectos socia-les, mientras son escasas las et-nografías detalladas de los “in-terventores” y de las organizacio-nes de desarrollo, las que permiti-rían explorar asuntos de trayecto-rias, resistencia, y manipulación.Tres aportes recientes y valiososen tal sentido resultan, por ejem-plo, el trabajo de Roberto Benen-cia (2005) analizando desde unaperspectiva institucional las difi-cultades emergentes de las accio-nes de intervención dirigidas aldesarrollo rural de pequeños pro-ductores en el norte de Argen-tina; el estudio de David Mosse(2004) en India, señalando cómolas acciones de técnicos y funcio-narios son moldeadas –antes quepor la orientación de la políticasectorial– por las exigencias desus organizaciones y la necesidadde mantener vigentes ciertos ti-pos clave de relaciones sociales;y el trabajo de Roderick Stirrat(2006) y su análisis del carácter“competitivo” de las intervencio-nes altruistas en el socorro a SriLanka tras el tsunami de diciem-bre de 2004.

Los casos estudiados en el libroAntropología y Desarrollo mues-tran el rol clave de la cultura enlos proyectos de desarrollo, tan-to en lo referido a la cultura delos beneficiarios como a los aspec-

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Bilella: Comentario al libro de María Carolina Feito. . . –219

tos de la cultura organizacionalde las intervenciones de desarro-llo. Para la mayoría de los actoresinstitucionales de estos proyectos,la “cultura” ha resultado gene-ralmente definida en términos delpasado –tradición, herencia, cos-tumbre y hábitos–, y por tantoconsiderada como un “obstáculopara el desarrollo”. Dichos actoresinstitucionales, dada la dinámicade su inserción en el campo delas políticas públicas y la presen-tación directa de los resultadosde las investigaciones abordadas,podrán apreciar en el libro la im-portancia de una mayor reflexi-vidad respecto al carácter cultu-ral de los esquemas de desarrollo.Desde el mundo de la academia,se podrá señalar como una debili-dad del libro el retacear espacio alas descripciones densas del espa-cio social abordado, así como untratamiento analítico acotado deconceptos claves del “desarrollo”(como participación, poder, em-poderamiento, etc. ).

Posturas críticas o desencan-tadas sobre los efectos posiblesde planes y programas de des-arrollo han señalado que el ob-jetivo de la maquinaria del “de-sarrollo” ha sido la instituciona-

lización y perpetuación del apa-rato de acción del Estado vía elabordaje de los conflictos socialescomo problemas técnicos y des-politizados, siendo el desarrolloun proyecto cerrado en sí mis-mo y auto-justificado, una “má-quina de la anti-política” (Fergu-son, 1994). En este sentido, el li-bro de Feito rompe con la indus-tria de criticar la industria del de-sarrollo, y reinvindica la oportu-nidad y relevancia de la investi-gación antropológica en las dis-tintas fases del ciclo de vida delas políticas de desarrollo rural.Si bien la autora rescata y valorala visión crítica del “desarrollo”,sostiene a la vez que la perspecti-va antropológica es capaz de con-tribuir a una promoción real dela participación de las poblacio-nes involucradas en proyectos dedesarrollo.

En la actualidad se vislumbrauna fuerte tendencia a dejar delado la oposición binaria entreuna antropología para y otra deldesarrollo. Los estudios socioló-gicos y antropológicos del des-arrollo se han orientado crecien-temente hacia una atención deta-llada de prácticas y negociacionesespecíficas entre actores, a la vez

que a brindar una atención parti-cular a las instancias de produc-ción de conocimiento, articulandoenfoques que rescatan la perspec-tiva de los actores con aquellos detenor más estructuralista. Esto serefleja también en el libro de Fei-to, el cual apunta a superar con-troversias que obstaculizan el de-sarrollo de la teoría, la investiga-ción y la extensión en el mundode la antropología rural, articu-lándose con la tradición antropo-lógica de contribuir con la formu-lación y diseño de instrumentos yherramientas para la implemen-tación, el monitoreo y la evalua-ción de programas y proyectos.

De este modo, el libro “An-tropología y Desarrollo” acentúala posibilidad y potencialidad deque funcionarios, técnicos y ex-tensionistas rurales rescaten y va-loren (e incluso adopten en ciertamedida) la mirada antropológica.Un desafío para futuros trabajosen esta línea de indagación seráexplorar más explícitamente lasposibilidades y relevancia de con-tribuciones teórico-metodológicode este tipo de antropología in-teresada en el desarrollo hacia elcuerpo general de la disciplinaantropológica.

Notas

Doctor en Sociología. Investigador del conicet-Universidad Nacional de San Juan. E-mail: [email protected]

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220– Anuario CAS-IDES, 2006 – Comentarios de libros

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En memoria

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Anuario de Estudios en Antropología Social. CAS-IDES, 2006. ISSN 1669-5-186

Prof. Edgardo Garbulsky, in memoriam

Elena Achilli

Inesperadamente, en la plenitud de su tra-bajo docente y militante, el 18 de junio falle-ció el profesor, el antropólogo, el compañero, elamigo de tantos años. Edgardo fue uno de lostres primeros antropólogos egresados en el año1963 de la entonces Universidad Nacional delLitoral, hoy Universidad Nacional de Rosario.Ejerció una destacada labor docente que ini-cia, siendo aún estudiante, como ayudante delProfesor Sergio Bagú y continúa en Chile y ennuestro país dentro de las universidades o fue-ra de ellas cuando los golpes militares lo pros-cribían. Docente creativo, riguroso, apreciadoy valorado por distintas generaciones que que-dan con el vacío de su partida pero con muchasmarcas de su generoso quehacer.

Se fue el maestro en el más amplio sentidode la palabra. Aquél que pensaba, teorizaba,

transmitía las teorías sociales que hacen visi-bles y explican las miserias del mundo y susdinámicas contradictorias por donde se filtranlos movimientos en lucha. El maestro de lasaulas universitarias, querido por los estudian-tes, junto al maestro de la lucha permanente ycoherente por una sociedad más justa. El maes-tro de la militancia cotidiana que hoy, comosiempre, estaba junto a los docentes y estu-diantes que pretenden una universidad públicamás democrática y transparente. Se fue uno delos “imprescindibles” de B. Brecht . . . y el sen-tido de estas palabras no es más que transfor-mar este profundo dolor de su ausencia en unapermanente y multiplicada presencia de la dig-nidad, la solidaridad y la coherencia que dejacomo huellas este querido intelectual compro-metido.

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