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ISBN 978-958-99726-5-6 Para todo lo que quieres vivir... Experiencias turísticas únicas Nemocón Zipaquirá y Para todo lo que quieres vivir... Amazónica Experiencias turísticas únicas Selva

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    Para todo lo que quieres vivir...

    Experiencias turísticas únicas

    NemocónZipaquirá

    y

    Para todo lo que quieres vivir...

    Amazónica

    Experiencias turísticas únicas

    Selva

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    ¡Amazonas! Esta palabra resonaba en nuestra imaginación con una fuerza poderosa cuando emprendimos este viaje. La lectura de las cróni-cas que hicimos antes de partir nos dio la idea de que todo era colosal: un río inmenso como un mar, árboles del tamaño de una catedral, ser-pientes que podrían tragarse un cocodrilo ente-ro, flores carnívoras…

    En la mañana tomamos un vuelo de Bogo-tá a Leticia y arribamos a una región en la que nos esperó un mundo de hermosos atardeceres, dominados por el río Amazonas, esa enorme ‘anaconda’ que mide 116 kilómetros en el área colombiana y que ‘alimenta’ a mágicas plantas y árboles de gran tamaño, como las ceibas; tam-bién a insectos excepcionales que se camuflan con facilidad, como la mantis ‘hoja’; increíble variedad de aves de bellos colores, como la gua-camaya scarlet macaw, roja de plumajes azules, amarillos y verdes (la ara macao); asombrosos anfibios; feroces reptiles, como el caimán negro; uno de los peces de agua dulce más grandes del mundo como el pirarucú y, también, enigmáti-cos mamíferos como el manatí, el jaguar y el del-fín rosado (Inia geoffrensis) o bufeo.

    Este, sin lugar a dudas, es un majestuoso pa-raje, hogar de 52 etnias indígenas con 47.000 miembros y 36 lenguas o 14 familias lingüísticas, portadoras de milenarias tradiciones, como la del pueblo huitoto, que expresa en su canto ce-remonial: “En el agua del Padre crecieron todos los árboles y enredaderas”. (Publicado por Jor-ge Zalamea en “La poesía ignorada y olvidada”, Procultura, 1986, p. 65); o los chamanes jaguares de Yuruparí, cuyos conocimientos tradicionales fueron catalogados por la Unesco en 2011 como Patrimonio Cultural de la Humanidad y que nos dan una lección de convivencia a los colombia-nos: “Que las problemáticas se vuelvan pacíficas se le pide a Ella (~Robi ~Kubu ~Hudaga – Mujer Payé Abuela Nuestra del Territorio) para que con su poder ayude a rechazar las enfermedades, los conflictos armados, ya que ella es la Abuela de nosotros se le invita a que venga a curar”. (In-tervención del ~Kubu Francisco Benjamín, Sona-ña, 12 de junio de 2010).

    Así emprendimos el recorrido, navegamos las aguas del ‘río de las Amazonas’, descubierto en

    1542 por Francisco de Orellana, aquel conquista-dor que, según cuentan las crónicas, durante su expedición tuvo que enfrentarse a unas mujeres altas, guerreras y legendarias, ‘bautizadas’ como ‘las amazonas’, que fueron descritas por el reli-gioso y dominico fray Gaspar de Carvajal, quien lo acompañaba en su aventura.

    Allí estábamos dispuestos a descubrir esta selva que había enloquecido a los conquistado-res españoles en el siglo XVI y que había promo-vido tantos viajes de naturalistas europeos en los siglos sucesivos.

    Guiados por Harri, un indígena huitoto, ca-minamos hacia el espeso bosque en la noche que trajo consigo a tímidas estrellas que se ‘escondían’ detrás de los árboles gigantescos. Con cada paso que dimos, la vista y los oídos se aguzaron para poder apreciar ‘lo invisible’; el objetivo: ver con detenimiento y paciencia lo que días atrás escuchamos acerca del que es considerado el ‘parque’ ecológico más grande del planeta: la selva amazónica.

    Caminamos cautelosamente sobre gigantes-cas raíces, a través de plantas de hojas tan gra-des como sábanas y por entre gruesos troncos que evitamos tocar para que no nos sorpren-diera lo desconocido. Los sonidos de la oscuri-dad nos llenaron de ansiedad y provocaron una sensación de exploradores de secretos. De esa forma, insectos, aves, ranas y murciélagos, entre otros seres, sintieron nuestra presencia; algunos se refugiaron rápidamente y otros, percibimos, se quedaron observándonos…

    De pronto el nativo pidió que apagáramos las luces de las linternas, y fue así como sucedió un evento fantástico: mientras nos observábamos cubiertos de sombras, por las penumbras de la noche, la luz de la Luna arrojó sus destellos sobre los árboles, ‘borró’ su color verde y los ‘impregnó’ de una tonalidad plateada, fabulosa, nunca imaginada. Comprobamos que la magia de este lugar daba la mejor de las bienvenidas. Poco a poco descubríamos en la gran selva una aventura que apenas empezaba…

    Aquí, nos dijo el guía, las historias cobran vida y los sonidos de la noche custodiarían los sueños…

    Una basílica de misteriosa orquesta“Amazonas patrimonio de floresta/ confirmación de duradero verdor/

    basílica de misteriosa orquesta/ cual avifauna de cantos de amor./ Amazonas ecosistema abundante/ la más grande biosfera del universo/ animales, árboles y ríos circundantes/ repite en ramales mis suspiros

    versos./ Amazonas imperio notable del agua/ reino absoluto de lluvias incesantes/ humedad que adorna las flores de la jagua/ cedros y ciprés

    de alturas dominantes”. Amazonas. Francisco Salas Suárez

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    El recorrido inició en Leticia Ñ, localiza-da al sur del trapecio amazónico colombiano, una ciudad que se ha convertido en vía de comunicación y de comercio de la región, a la que arriban miembros de las comunidades indígenas, colonos, ciudadanos brasileños, peruanos y turistas de diferentes partes del mundo. En medio del gran número de perso-nas pasamos por el parque Santander, al que volveríamos al atardecer para observar un es-pectáculo natural.

    Atravesamos el parque Orellana, tomamos la calle que conduce hacia el muelle Victoria Regia, donde se encuentran los barcos de la Armada Nacional, y giramos sobre la vía Las Palmas hacia la avenida internacional, el lu-gar donde se encuentra la frontera entre Co-lombia y Brasil.

    Cuando cruzamos al vecino país el ca-mino tomó el nombre de vía de La Amis-tad (Amizade), un calificativo que se ajus-ta perfectamente a la relación de dos pa-trias hermanas, que se comportan como una misma familia en su zona limítrofe. Llegamos a Tabatinga.

    Antes de explorar este centro urbano to-

    mamos el camino que conduce al cemente-rio, allí, a menos de dos cuadras, se encuentra uno de los mojones, o hitos, que fue puesto el 5 de diciembre de 1931, y después reemplaza-do, en 1936, por la Comisión Mixta Colombo-Brasileña demarcadora de los límites. Fue localizado en la cabecera de la antigua que-brada San Antonio.

    Dos de las caras de este hito conservan en bronce el nombre y el escudo de cada país. También ubicamos otros a lo lejos, que de-marcan la línea geodésica que ubica las coor-denadas, es decir la línea imaginaria que se observa en el mapa colombiano, que divide geográficamente a las dos naciones. El terri-torio de nuestra patria finalizaba allí.

    Y como parte de la cultura de un pueblo se conoce a través de los frutos que arrojan los árboles de su territorio y de las especies de animales, que son parte de la cadena alimen-taria, nos dirigimos hacia la plaza de mercado de la ciudad, o la ‘feira’, como aquí le llaman, donde encontramos productos amazónicos tradicionales similares a los que se compran en Leticia, como el copoazú, conocido tam-bién como cacao blanco, de un agradable

    aroma; la cocona, una fruta de sabor cítrico, y el carambolo, con su característica forma de estrella; además, observamos guamas, gran-des y pequeñas, variadas nueces, la pulpa de aguaje, que tiene la apariencia del maracuyá; la tapioca, que es el almidón de la yuca; ajíes aromáticos por montones, pepino machiche (verde y rodeado de espinas) y plátanos.

    Por otro lado, nos asombramos por la di-versidad de peces, de roedores y otras espe-cies que se pueden comprar y que son parte del consumo típico del lugar. Por ejemplo, el mojojoy, una gran larva de escarabajo que se consume cruda, frita, o asada, la cual más adelante probaríamos. Vimos el bocachico, el pirarucú, al que aquí llaman ‘paiche’, que lle-ga a medir hasta tres metros; pirañas, pacos, varias especies de bagre, sábalos, y en cuanto a los roedores, los borugos, parecidos al chi-güiro pero de menor tamaño.

    Volvimos a Leticia un poco más tarde de lo planeado. Durante el almuerzo sirvieron un suculento plato de pirarucú, acompaña-do con plátano, ensalada y una porción del crujiente casabe de yuca brava, el cual se consume desde tiempos inmemoriales, es el

    alimento base de la selva. Su sabor cautivó el paladar de todos los comensales, así que el guía prometió presentarnos a una mujer indígena que nos enseñaría a prepararlo. Acompañamos el plato con un vaso de jugo de copoazú: delicioso.

    Decidimos caminar hacia el parque San-tander, para observar el espectáculo del que había hablado el guía, cuando de pronto, sin haber llegado aún, empezamos a escuchar un bullicio impresionante. Pasos más allá no po-díamos siquiera escuchar las voces de nues-tros acompañantes, veíamos que el Sol lenta-mente se despedía y el cielo azul era surcado por una bandada de loros verdes, conocidos como loros reales (amazona ochrocephala), que volaban en círculos y luego se posaban sobre los árboles… Una ‘función’ espléndida que nos deleitó durante varios minutos.

    Con esta maravillosa ‘muestra’ de las aves de la selva, y con la certeza de que los pue-blos pueden convivir pacíficamente en un territorio común, nos fuimos para la reserva ambiental Tanimboca, donde pasaríamos la noche en un árbol, a 14 metros de altura...

    Amazonas, sinónimo de convivencia

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    Recorrimos 10 kilómetros por la carretera que conduce a Tarapacá y llegamos al anochecer a la reserva Tanimboca ñ , un hogar para la fauna y la flora, además de un refugio para los humanos que vienen a encontrarse con la selva frente a frente.

    Conocimos a los anfitriones, una familia con-formada por una mujer antioqueña y un hombre alemán, de origen serbio, quienes se enamoraron del ‘río grande’ y de la exuberante naturaleza que lo rodea; tanto así, que entre sus planes no está volver al sitio que los vio nacer, por el contrario, su hija Dánika, de 3 años de edad, está siendo criada en un ambiente ‘completamente sano y tranquilo’, como ellos lo definen.

    Luego de compartir un delicioso jugo de coco-na y una tortilla de casabe, acompañada por aceitu-nas, tomate y queso, caminamos en compañía de Harri, un indígena huitoto que nos llevó 800 me-tros más allá, hacia nuestras cabañas en lo alto de los árboles. Esta caminata consistió en un trayecto corto por una zona de la espesa selva colombiana durante la noche, una oportunidad para observar la fauna que se asoma cuando el Sol se ha oculta-do, de manera que solo las linternas iluminaron el camino. Pedimos permiso a la madre selva, como es debido, para que Curupira, el espíritu protector de esta tierra, se enterara de que veníamos con un propósito pacífico, no se enojara y nos dejara cono-cer algunos secretos de este increíble ecosistema.

    Los ruidos de los animales superaron los relatos que habíamos leído antes de emprender el viaje, no solo se podían identificar tres o cuatro sonidos, eran decenas de silbidos, susurros, cantos y movi-mientos entre la hojarasca, los cuales venían desde todas las direcciones entre la bruma. Eran diferen-tes de los que percibimos durante el día. Algunas veces las ranas croaron de forma tan extraña que pensamos que animales gigantescos se acercaban, lo que lograba intimidarnos; pero en seguida com-prendimos de qué se trataba y en cuanto más las escuchamos más nos familiarizamos.

    En el sendero vimos tarántulas, serpientes de hermosos colores, diminutas ranas negras de lí-neas amarillas, las venenosas del Amazonas; un amblipígido, un arácnido de patas muy largas, completamente inofensivo; también encontramos una mantis verde en forma de hoja que estaba ca-muflada entre los árboles. Solo pudimos observar a estos animales cuando Harri los señalaba y nos acercaba hacia estos, él tenía un talento único para descubrir lo que se aproximaba o descansaba en-tre los árboles; caminaba con atención, sus pasos, a pesar del fango, eran silenciosos y lentos, así que tratamos de seguirlo de la misma manera.

    En este lugar fue donde la selva nos mos-tró el encantamiento de una ‘noche de plata’ en la que los árboles tomaron el brillo de la Luna mientras nuestro cuerpo reflejaba la os-curidad de las sombras.

    Con ese gran descubrimiento en mi mente subí las largas escaleras de madera hacia mi habitación en uno de los árboles. Debía soste-nerme muy fuerte, porque la oscuridad de la no-che no permitía ver con claridad hacia abajo. Al acostarme, los cantos de la selva me arrullaron, incluso el ruido de algunos murciélagos que se habían ‘acomodado’ en el balcón de la cabaña. La ansiedad no daba espera por lo que venía…

    A la mañana siguiente las gotas que escu-rrían de las hojas de los árboles y el trinar de las aves me despertaron; me asomé por una de las ventanas y me percaté de que realmente había dormido en una verdadera “casa en el aire”, ro-deada por árboles que alcanzaban los 50 metros de altura, lo que me producía una sensación de emoción y vértigo incontenibles.

    Nuestro comprensivo guía nos obsequió una mochila tejida con hojas de palma de chambira, desayunamos y salimos para otra reserva diferente para aventurarnos en la ac-tividad de dosel o canopy.

    La casa en el aire

    “Según los mitos cosmológicos, todos los animales de presa están asociados con ciertas constelaciones, tal como las definen los tukano.

    Sin embargo, solo es libre la caza de una especie después de que su constelación haya aparecido en el horizonte y se dice que los

    animales gritan y lloran de miedo cuando se dan cuenta de que se acerca su época”. Gerardo Reichel-Dolfmatoff, Cosmología como

    análisis ecológico: una perspectiva desde la selva pluvial, 1975.

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    Para aproximarnos al conocimiento de las plantas medicinales de la selva, visitamos a Ana María, en Mundo Amazónico ä, un jar-dín botánico ubicado a solo 15 minutos de Leticia, que inició hace 7 años su labor refores-tando antiguos potreros de ganado, y que hoy es un hogar de paso para animales decomisa-dos a los traficantes de las especies de la selva.

    Este lugar es también un santuario de ‘ayudas naturales’ para la salud humana, donde encon-tramos plantas como la coraima, un regenerador y desinflamatorio; la estevia, el endulzante natu-ral; la coca, que tiene un uso ancestral y sagrado para los indígenas; la limonaria, utilizada como repelente; el jengibre y la cúrcuma, usados pa-ra el dolor en las articulaciones; el sacha bejuco ajo, para ahuyentar las plagas de los cultivos, y la palma del chontaduro, empleada como com-ponente para adherir el calcio a los huesos, entre otras variedades.

    Nos maravillamos con el acuario donde co-nocimos diversas especies de peces del Ama-zonas: unas que conviven en grupo y otras que son depredadoras. Pensé en que esta es una metáfora de la situación que vive hoy el país: dividido entre los que anhelamos la paz y los que solo piensan en la guerra…

    Luego nos dirigimos a la reserva Omagua ¿, a 9 kilómetros de Leticia, para practicar el deporte

    de aventura, el canopy, donde nos transportamos entre cuerdas y arneses a diferentes plataformas construidas en las copas de algunos árboles: ob-servaríamos el bosque desde arriba.

    Allí hablamos con Richard, el guía que nos condujo 700 metros de caminata hacia el primer punto de encuentro, donde a través de cuerdas ajustadas a un gran árbol escalamos 35 metros hasta la primera plataforma. Tuvimos que subir por nuestro propio esfuerzo, a través de una téc-nica llamada ‘yumar’, esto costó casi 30 minutos de fuerza física y concentración, donde brazos y piernas se estiraron para lograrlo. Llegamos con las extremidades un poco adoloridas, pero con toda la energía para continuar. Notamos enseguida que esta ardua tarea valió la pena porque la perspectiva de la selva, vista desde el aire en la parte más alta de los árbo-les, fue hermosa, más aún cuando cruzamos por un puente colgante, o tibetano, que mos-tró el camino hacia otra plataforma en la que nos lanzamos sujetados por un arnés ajustado a una polea suspendida por cables que conec-taban dos extremos a 130 metros de distancia; así el viento corrió por el rostro, las copas de los árboles se apreciaban bajo los pies, nos sentimos como aves, el paisaje era sublime...

    Esta fue, sin duda, una experiencia osada y a la vez reconfortante, hizo que la mente se pusiera en

    blanco y la selva nos ‘recargara’ con energía vital.Cuando volvimos a Leticia, tomamos la vía de los “kilómetros” y después una carretera que se interna en la selva hacia una comuni-dad llamada Tacana ¤, donde nos esperaba Gustavo Makuna, un hombre de 64 años, de estatura media y contextura gruesa, el líder de la maloca (wuku abiri, como se pronuncia, y que significa casa del anciano).

    En ese ‘universo’ se desarrolló un encuen-tro cultural que nos invitó a compartir en un espacio ceremonial.

    Caminamos aproximadamente una hora en medio de la espesa selva, lo cual era necesario para limpiar el cuerpo y prepararnos para el ritual. Gustavo mostró las palmas que son empleadas en la elaboración de los techos de las malocas, y habló acerca de la importancia del agua.

    Explicó que para comunicarse con sus abuelos debía siempre pedir permiso y respeto a sus pa-dres en el mundo espiritual, así que para eso les lleva coca y tabaco, para que sean ellos los que le permitan obtener el conocimiento de los antepa-sados y las palabras más sabias.

    Ya en el interior saludamos a su familia y ellos nos recibieron con un ‘aperitivo’ preparado de la manera tradicional, porque, como explicó el cha-mán, “fuera de la maloca estos alimentos se pue-den acompañar de otros ingredientes, pero aquí

    adentro no se puede por respeto a los abuelos”. Comimos bacuri, un fruto ácido del que solo se consume la cáscara, jugo de chontaduro y varios platos a base de la yuca brava, como el casabe, que se acompaña con el tucupí, un líquido oscuro extraído del tubérculo, y la caguana, bebida espe-sa elaborada con el almidón.

    Después, nos sentamos sobre unos troncos rodeando al chamán, quien se había vestido con un collar hecho de colmillos de jaguar y de caimán, como protección contra quienes quisieran hacerle daño. El hombre hizo unas súplicas a ‘Ayaba’ (su dios) y pidió permiso a sus padres y abuelos para empezar a hablar y para purificarnos y poder así recibir el conoci-miento (después lo hizo en su idioma mater-no, el makuna).

    Nos contó que la coca y el tabaco son esencia-les en el mambeadero, el ambil del tabaco inspira la palabra y el mambe de la coca proporciona la fuerza física y espiritual para sostener a toda una comunidad. Reveló que el yagé es una planta me-dicinal, de la que la etnia macuna conoce sus atri-butos para purificar el cuerpo y el espíritu, pero que son tan sagrados que no la utilizan.

    Finalmente, se vistió con un traje especial he-cho con las fibras de la chambira y con una más-cara, y bailó para finalizar la ceremonia.

    El encuentro con un chamán

    La planta acuática más grande del mundoEl viaje continuó hacia Puerto Civil, o el Ma-

    lecón, donde una lancha avanzaría 87 kilómetros contra la corriente del río Amazonas, el más cau-daloso del mundo; nos adentramos en un viaje de dos horas, aproximadamente, hacia Puerto Nariño, uno de los municipios más pequeños del país, pero antes otros destinos aguardaban: la reserva Victoria Regia, la Isla de los Micos y la comunidad de Macedonia.

    Durante el trayecto vimos las tierras colom-bianas a la derecha y las que pertenecen a Perú a la izquierda. Navegamos en una época del año en la que los ríos tributarios que alimentan el ‘río grande’ han crecido de manera extraordinaria, así pudimos presenciar la encantadora selva ba-ja y la formación de ‘juros’ o atajos rodeados de bosques inundados cuyas aguas de tonalidades negras parecen espejos que reflejan las ramas de la hipnotizante selva.

    Contemplamos el maravilloso horizonte

    amazónico y nos dejamos llevar por la forma en la que estaba pintado el cielo del atardecer, con tonalidades amarillas, naranjas y rojas que destellaban sobre el caudal. También ob-servamos el color del río, parecido al de la ar-cilla, a lo que el guía nos explicó que es debido a la cantidad de sedimentos que vienen desde el nacimiento del río en la cordillera de los An-des, en Perú. De esa manera entendimos por qué las personas en esta zona han bautizado esas aguas como ‘blancas’, y, por otro lado, ‘negras’ a las que vienen desde la selva, que llevan el drenaje de las lluvias y que contienen los taninos de los árboles, es decir los com-ponentes que arrojan una coloración oscura debido a la descomposición de los troncos y de la madera.

    En la reserva Victoria Regia £ conocimos el loto amazónico, la planta acuática más grande del mundo. Su crecimiento depende del sistema de

    agua de los lagos, que tienen un movimiento lento; se desarrolla a partir de una semilla que hunde sus raíces en el fondo, y que genera hojas que pueden alcanzar un diámetro de 1 metro con 80 centímetros en menos de 40 días.

    Rodeados de esta descomunal planta nos contaron la leyenda según la cual la india Ma-yara, cada vez que iba a bañarse, observaba por largo rato el reflejo de la Luna en un lago; siendo hipnotizada por los destellos que dejaba sobre el agua, la mujer se lanzó a tocarla, pero como no sabía nadar, se ahogó. Dicen que la Luna, viendo la inocencia de aquella mujer, le volvió a dar vida en forma de planta, con las manos ex-tendidas hacia arriba, y así fue creado el loto del Amazonas, que da origen a una flor muy blanca y de múltiples pétalos, que recuerda la belleza y la pureza de la joven…

    Esta flor guarda un secreto sorprendente. Después de florecer y abrirse, durante el ocaso,

    o en días muy opacos, llega un escarabajo para polinizarla; la flor, al sentir su presencia, inmedia-tamente se cierra y este la acompaña extasiado durante un día completo debido al fuerte néctar de su polen. A las 24 horas siguientes ya ha to-mado una coloración lila, abre nuevamente y el insecto la abandona. Esta produce un fruto que es devorado por los peces, que arrojan las semillas al fondo del agua, para empezar otra vez el ciclo del loto amazónico.

    Subimos a la lancha y continuamos avanzando con la corriente del ‘río grande’. A 35 kilómetros de Leticia arribamos a la Isla de los Micos ¥, 450 hectáreas de observación de fauna y flora donde los monos ardilla, o frailes, como les llaman, esperaban. Al ‘tocar tierra’ descendimos de la lancha rápida y hablamos con el administrador del lugar, quien nos mostró la forma en la que estos animales inte-ractúan con los humanos, en seguida recorrimos el lugar y retomamos el viaje.

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    Arte efímero escrito por las olas del Pacífico.

    Bordeamos una zona del Parque Nacional Natural Amacayacu, cuyo interior alberga una de las áreas del sistema de parques nacionales de Colombia, la única que tiene el ecosistema de ‘varzea’ del río Amazonas (que es inunda-ble), el cual representa cerca del 40 por ciento de la superficie total del Trapecio Amazónico, incluso, se dice que allí hay más de 5.000 espe-cies de plantas y 150 especies de mamíferos.

    En seguida navegamos hacia la comuni-dad de Macedonia §, donde nos recibió una familia ticuna y en su compañía tomamos un suculento desayuno a base de pescado, arroz y un guisado de pepino machiche. Tan pronto terminamos, un anciano se sentó para con-tarnos la historia de sus ancestros, que son el grupo aborigen más numeroso de la Amazo-nia noroccidental. Luego nos condujo a una habitación donde apreciamos las artesanías que elaboran sus hijos con el ‘palo sangre’, un árbol de raíces y tronco rojo del que extraen la madera para tallar, la cual, sin ningún tipo de barniz o compuesto adicional, toma un acaba-do brillante al frotarlo con una tela.

    También habló acerca del ritual de ‘la pela-zón’, o el paso de una niña a adulta, una tradi-ción que se ha perdido progresivamente. Esta consiste en que al momento de la menarquia la jovencita es aislada en una plataforma bajo el techo de la casa al cuidado de las mujeres, para que no sea vista por los hombres hasta el día de la gran fiesta, cuando ponen plumas de garza sobre su cuerpo, entre otros adornos. Así, du-rante la celebración los hombres portan másca-ras, que representan el espíritu de los animales y dan la bienvenida a una ‘nueva’ mujer.

    Al final nos llevó de nuevo hacia la coci-na, donde estaban fritando mojojoy, especie que tiene la doble condición de plaga, por-que se alimentan del interior de las plantas hasta acabarlas, y de plato apetecido por sus propiedades para sanar enfermedades de los bronquios. Es bastante grande y se mueve de forma lenta, produciendo un poco de repug-nancia al principio, así que nos tardamos en decidir cómo consumirlos; pero con calma, y venciendo algunos temores, vimos la ma-nera en la que los preparaban, haciendo una especie de ‘pincho’; ensartaron tres seguidos sobre un mismo palillo de madera y luego los pasaron por aceite caliente. Enseguida los sirvieron. El sabor es un poco grasoso, como la mantequilla, y algo dulce; sin embargo, ¡fue una experiencia gastronómica única!

    La próxima parada fue en la reserva Cala-noa, el lugar donde nos hospedamos esa noche y donde, al día siguiente, la indígena María nos enseñó a preparar la patarasca amazónica.

    Ella tenía listos todos los ingredientes para preparar una deliciosa receta, el casabe con el almidón de la yuca brava, cuyo tubérculo fue sumergido previamente en agua hasta que to-do el cianuro (veneno) que tiene en su interior saliera. La cernimos con ayuda de un colador y se dejó lista una harina húmeda y muy fi-na que tomamos con una cuchara sobre una sartén caliente creando círculos en forma de ‘arepuelas’, las cuales cocimos por lado y lado. Mientras tanto, aparte, tomamos un trozo de bagre pintadillo, lo porcionamos y sazonamos con cebolla, tomate, cilantro, pimentón y ajo. Lo envolvimos todo en hojas de bijao, como haciendo un paquete, y luego lo amarramos con unas fibras de palma; después lo pusimos sobre las brasas de carbón. El resultado: un plato delicioso de casabe y patarasca hecho a cuatro manos: ‘blancas’ e indias.

    Después de ese exquisito almuerzo camina-mos hacia Mocagua Ø, una comunidad de na-tivos donde viven ticunas y cocamas, dedicados a la pesca y a la agricultura. En el camino busca-mos la casa de una mujer indígena que nos había anunciado la visita a una fundación especial en-cargada de rehabilitar a los monos churucos, que son maltratados y vendidos en el comercio ilegal.

    Por el sendero vimos que las viviendas es-taban alegremente pintadas y que llevaban en sus fachadas imágenes de los animales repre-sentativos de la selva amazónica. Después de admirarlas durante varios minutos hallamos a la mujer, así que seguimos sus pasos a través de un sendero hacia la selva inundable, donde tomamos una canoa y remamos hacia la casa base de la fundación, una iniciativa de la co-munidad.

    Allí estaba Sara Benett, una bióloga nortea-mericana que llegó a la región hace más de 35 años para poner a prueba su conocimiento sobre las aves y terminó cautivada por la be-lleza de la selva. Contó que la comunidad de Mocagua es pionera en modificar algunas de sus costumbres gastronómicas para proteger la fauna y que hace 14 años fueron capaces de detener la cacería de las especies que están en peligro de extinción, entre estas el mono churuco, una de las más vulnerables al repro-ducirse de forma lenta, a diferencia de otras variedades de monos.

    Hoy el proyecto ‘mono churuco miquean-do’, de la comunidad de Mocagua, actúa como un hogar de paso, donde además, por medio de salidas de campo a la espesa selva, se estu-dian las manadas silvestres para saber lo que ha sucedido después de 14 años de dejar la cacería. Sin duda, ¡un ejemplo para el país y el mundo de conservación!

    Mocagua, ejemplo de conservación

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    Continuamos hacia Puerto Nariño ¢, nom-brado comúnmente como el ‘Pesebre Natural del Amazonas’, allí un bello arcoíris multicolor se asomó por detrás de un muelle amarillo; ade-más, el parque principal y una pequeña parte del municipio estaban inundados por el río Lo-retoyacu, un cauce tributario del Amazonas que había crecido; un fenómeno al que están acos-tumbrados sus pobladores en esta época del año. El lugar tiene pocas calles y su población está compuesta por los colonos y la población nativa (ticunas, cocamas y yaguas) que viven alrededor del municipio en 21 comunidades.

    El pueblo lucía impecable, vimos mujeres y hombres realizando trabajos para que así se man-tuviera, de manera que la inundación le daba un to-

    que mágico al lugar. Sus calles son únicamente sen-deros peatonales, en estas está prohibido el tránsito de carros y motocicletas: increíble normatividad, este sitio parecía un pequeño paraíso, ejemplo para las desordenadas ciudades colombianas.

    Cuando caminamos hacia el hotel notamos va-rias estaciones en las que habían sido colocados apartes de un periódico nacional, incluso esta-ban divididos en secciones y tenían información complementaria. Así el guía nos narró la historia de un profesor de español de origen antioqueño que llegó hace varios años al municipio, el cual después de enterarse de que la prensa llegaba solamente hasta Leticia, decidió traer un ejem-plar diario desde la capital del departamento y ponerlo en estos carteles con el mensaje “lean

    pues mijitos”: una tarea que inicia desde las 3 de la mañana todos los días. Él llama ‘trinos’ a estas publicaciones, y así las personas del sitio han te-nido acceso a las noticias del país y del mundo.

    Puerto Nariño nos cautivó con su tranquilidad y esa noche descansamos pensando en los encanta-dores delfines rosados, unos curiosos seres de ‘agua dulce’ considerados míticos por los conquistadores, los cuales encontraríamos más adelante…

    Al día siguiente, a 20 minutos del municipio en lancha, estaban los lagos de Tarapoto , situados cerca del cauce del río que lleva el mismo nombre. Allí esperábamos por los delfines del Amazonas.

    El cielo estaba parcialmente despejado y con tonalidades rojas y lilas; las nubes muy blancas y el agua del lago en calma reprodujo el reflejo del

    paisaje místico del lugar. Leo, quien dirigió la lan-cha, pronosticó un emocionante encuentro solo si éramos capaces de tener paciencia y esperar. Mien-tras aguardamos vimos algunos insectos y aves e, incluso, una rana diminuta subió a la embarcación, permitiéndonos verla de cerca y detallarla.

    La lancha navegó suavemente por entre una senda en la selva inundable, un estrecho cono-cido como ‘juro’, en el que se puede andar a pie en otras temporadas del año. Esperamos varios minutos y, luego, mientras contemplamos la di-versidad de árboles, notamos que a lo lejos pe-queñas aletas dorsales de dos delfines rosados se asomaron a la superficie y luego desaparecieron. Tomó más tiempo buscarlos de nuevo, pero los hallamos, parecían estar jugando entre ellos o

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    “El curupira vive en lo más profundo de la selva, es un duende que camina con los pies al revés. Tiene el cuerpo peludo y si te lo encuentras en la selva te quedas paralizado. Él vigila que nadie mate a un animal sin tener hambre, ni corte un árbol sin necesidad. Si ocurre esto se enfada”…

    Amazonas, un viaje imposible, por Juan Madrid. 2001

    Pesebre Natural del Amazonas

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    Negro como el diablo/ Caliente como el infierno/ Puro como un ángel/ Dulce

    como el amor. Talleyrand (1754-1838).

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    • Es fundamental llevar ropa cómo-da, preferiblemente usar colores claros, la ropa oscura atrae a los insectos. No olvide llevar pantalones largos y cami-sas de algodón manga larga.• Las botas de caucho son necesarias para caminar por un terreno fangoso.

    • El bloqueador solar y el repelente son indispensables. Prefiera los de com-puestos naturales o ecológicos.• Recuerde consumir abundante agua.• Es aconsejable guardar todos los equipos electrónicos en bolsas de plástico por la excesiva humedad.

    • Lleve una linterna con suficiente batería, en algunos lugares es proba-ble que no haya energía durante toda la noche.• Lleve equipaje liviano.

    Para vivir mejor esta experiencia…

    buscando peces. Asomaban sus cuerpos fuera del agua, se sumergían y luego mostraban sus ca-bezas con trompas más alargadas y delgadas que las de sus ‘primos’, los grises del océano.

    El guía explicó que las vértebras cervicales de esta especie de delfín no están fusionadas, lo que les permite realizar más movimientos con su cabe-za y los hace hábiles para desplazarse. Incluso, en aguas de territorio brasileño fue encontrada, a prin-cipios de este año, una nueva especie nombrada como Araguaia-Inia Araguaiaiaensis, que recibió ese nombre debido a la cuenca de los ríos Araguaia-Tocantins donde fue identificado.

    Durante el largo rato de observación pensamos en lo que dicen los indígenas, acerca de que en las noches estos mamíferos se convierten en hombres

    y se llevan a las mujeres y durante el día vuelven a ser delfines; recordamos la cantidad de leyendas que existen alrededor de este ser reservado, del que dicen los viejos abundaba hace unos años y que se veían por doquier. Nos daba pena aceptar que este maravilloso ser hoy sea una especie vulnerable y en peligro de extinción…

    Al finalizar la aventura concluimos que la increíble sabiduría de las culturas indígenas guarda un conocimiento tan profundo como la riqueza de la selva amazónica, estos son dos componentes íntimamente conectados, como a través de un ‘cordón umbilical’, son hombres y mujeres que están ligados a una ‘madre verde, generosa y misteriosa’, la cual ha albergado la vida humana, desde hace más de 10 mil años,

    como revelan algunos estudios arqueológicos. Estas comunidades hacen parte de una po-

    blación de tradicionales que ha logrado sobre-vivir a pesar de las conquistas avasalladoras, de la esclavitud y de la penetración masiva de colonos (personas ‘blancas’) a partir de la explotación de la quina y el caucho, donde fueron objeto de maltrato y humillación.

    Nos despedimos de la tierra del Kapax, de Alber-to Lesmes Rojas, a quien tuvimos la oportunidad de conocer durante el recorrido. El Tarzán colombiano, que aún mantiene la fortaleza que siempre lo ha caracterizado, un hombre que navegó el río Magda-lena hace 38 años, ‘transformándose’ en pez, usando sus brazos como aletas para nadar desde Neiva (Huila) hasta Barranquilla (Atlántico) para entregar

    un importante mensaje: el de la conservación de la flora y la fauna del país y de la importancia de esta arteria fluvial que atraviesa Colombia. Él, un bus-cador de las estrategias de educación ambiental, acompañó el final de la exploración por este mágico paraíso terrenal de riqueza cultural y natural incal-culables; desde luego, llevamos la firme intención de volver, porque así como es de extenso el Ama-zonas, la sapiencia ancestral y las maravillas de la naturaleza que aquí conviven no han terminado de contarnos sus más profundos secretos.

    Amazonas sigue resonando en nuestra imaginación como la selva donde sobreviven maravillosas culturas ejemplo de paz y convivencia con otros grupos humanos y con la naturaleza. Es, sin duda, un destino turístico que todo habitante del planeta debe conocer y ayudar a conservar.

  • Copyright 2013. Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita de su titular.

    Zipaquirá Nemocón

    Océano Pacífico

    Bogotá

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    Selva Amazónica

    Perú

    Altitud:  Leticia: 96 msnm; Puerto Nariño: 150 msnmUbicación: Leticia, capital del departamento del Amazonas: en el extremo sur de Colombia (a 1.083 km de Bogotá). Puerto Nariño: a orillas del río Loretoyacu, a 87 km de Leticia. Temperatura Promedio: entre 21,5ºC y 30,2ºC.Geografía: Su relieve no presenta mayores ni frecuentes elevaciones.Indicativo Telefónico: Amazonas (57- 8); Puerto Nariño: (57-7).Gastronomía: pescado es la base de la dieta de esta zona del país. Las preparaciones son exóticas y las frutas silvestres conforman deliciosas bebidas a base de Copoazú, Arazá, Cocona, entre otras.