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INVESTIGACIÓN II JUAN SEBASTIÁN GIRALDO VANEGAS Artículo de trabajo de grado. Docente: Diana Carolina Arias Rodríguez Universidad Católica de Pereira Facultad de ciencias humanas, sociales y de la educación. ESPECIALIZACIÓN EN PSICOLOGÍA CLÍNICA ÉNFASIS EN PSICOTERAPIA CON NIÑOS Y ADOLESCENTES. Pereira 2020.

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INVESTIGACIÓN II

JUAN SEBASTIÁN GIRALDO VANEGAS

Artículo de trabajo de grado.

Docente:

Diana Carolina Arias Rodríguez

Universidad Católica de Pereira

Facultad de ciencias humanas, sociales y de la educación.

ESPECIALIZACIÓN EN PSICOLOGÍA CLÍNICA

ÉNFASIS EN PSICOTERAPIA CON NIÑOS Y ADOLESCENTES.

Pereira

2020.

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“Conflicto en los subsistemas parental y conyugal como

generadores de trastornos en los hijos”

" Conflict in the parental and marital subsystems as generators of

disorders in children ".

Juan Sebastián Giraldo Vanegas1

Resumen.

El presente artículo busca comprender el impacto a nivel emocional, cognitivo y

comportamental directamente relacionado con la salud mental en los hijos de padres y madres

que se encuentran involucrados en un sistema relacional conflictivo, bien sea manifestados

en el subsistema parental que hace referencia a su función como padres en cuanto a toma de

decisiones, capacidad para establecer acuerdos y desarrollo de herramientas y recursos para

los procesos de crecimiento, crianza y desarrollo de sus hijos, determinantes en la

construcción de la normatividad en los menores; así mismo, pero sin ser estrictamente

paralelo y simultáneo, porque se presenten conflictos en el subsistema conyugal, es decir,

los padres en su capacidad para expresar afecto, el cuidado emocional individual y de la

pareja como tal, que será determinante en la elaboración y fortalecimiento de la esfera

emocional de los hijos.

Palabras clave: conflicto, subsistema parental, subsistema conyugal, personalidad,

trastorno.

1Juan Sebastián Giraldo Vanegas, Psicólogo, Especialización en psicología clínica, énfasis en psicoterapia con

niños y adolescentes, Universidad Católica de Pereira, Colombia.

Correo de contacto: [email protected]

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Abstract. This article seeks to understand the emotional, cognitive and behavioral

impact directly related to mental health in the children of fathers and mothers who are

involved in a conflictive relational system, either manifested in the parental subsystem that

refers to their role as parents in terms of decision-making, ability to establish agreements and

development of tools and resources for growth processes, upbringing and development of

their children, determining factors in the construction of regulations in minors; likewise, but

without being strictly parallel and simultaneous, because conflicts arise in the conjugal

subsystem, that is, the parents in their ability to express affection, the individual emotional

care and the couple as such, which will be decisive in the elaboration and strengthening the

emotional sphere of children.

Key words: conflict, parental subsystem, conjugal subsystem, personality, disorder.

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Tabla de contenido

INTRODUCCIÓN .................................................................................................... 5

JUSTIFICACIÓN ..................................................................................................... 6

MARCO TEÓRICO .................................................................................................. 7

El sistema y los subsistemas conyugales y parentales ....................................... 7

El conflicto ............................................................................................... 12

CONCLUSIONES ................................................................................................... 23

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ...................................................................... 26

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INTRODUCCIÓN

El presente artículo busca comprender y describir la forma en que la interacción

conflictiva entre los padres de un individuo, estará directamente relacionada con la

generación de trastornos y problemáticas en la salud mental de dicho sujeto. En este orden

de ideas, la construcción de realidad de un niño será mediante los cimientos que sus padres

puedan proporcionarle, ya que son estos los encargados de enfocar todo su conocimiento y

experiencia en los procesos de crianza a dicho menor, pretendiendo brindar estrategias para

el desarrollo de habilidades de adaptación a la sociedad y la adquisición de independencia.

De tal manera, son los padres los responsables de los cuidados afectivos de sus hijos

y serán determinantes en la estructuración de su personalidad; así mismo, deberán encargarse

de la consolidación de normas y límites, ya que a futuro serán fundamentales para adquirir

independencia y desarrollar su vida de forma autónoma siendo partícipes en la sociedad.

Por lo tanto, el desarrollo del presente artículo tiene como finalidad presentar las

formas en que se dinamiza el conflicto en los subsistemas conyugal y parental. Algunas

consecuencias que trae el conflicto en el subsistema conyugal frente a las herramientas de

adaptación que construyen los niños que se desenvuelven en contextos familiares

conflictivos. Por último, se busca indagar en torno a las formas de abordaje y codificación

estructural que permita la resolución pacífica de los conflictos en contextos familiares

problemáticos.

Todo lo anterior a través de la indagación bibliográfica de autores que expliquen las

consecuencias que tiene un individuo que ha sido criado en un ambiente familiar conflictivo,

el cual producirá niveles de malestar, desencadenando problemáticas y trastornos a nivel de

salud mental y que serán reflejados y/o manifestados a lo largo de su vida.

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JUSTIFICACIÓN

El conflicto es un fenómeno social que ha comenzado a tenerse en cuenta como factor

dinamizador de trastornos y malestar en la interacción cotidiana de los seres humanos.

Anteriormente el conflicto familiar, se consideraba un asunto privado y como tal era el

subsistema conyugal y parental quienes gestionaban el conflicto desde perspectivas

arbitrarias, las cuales, generaban mayores tensiones que solían culminar en acciones

violentas de mayor intensidad entre los miembros del núcleo familiar.

Por lo anterior, el artículo en mención se propone contribuir a la discusión acerca del

conflicto y su incidencia en las interacciones de los subsistemas familiares conyugales y

parentales, mediante una revisión bibliográfica que presente un panorama científico frente al

tema, además de presentar los aportes teóricos y epistemológicos de autores nacionales e

internacionales que han investigado el fenómeno del conflicto desde una corriente sistémica

en la psicología, procurando aportes significativos para el tratamiento del conflicto familiar.

Este escrito también busca brindar un marco conceptual que permita a otros

investigadores y personas interesadas en el tema, identificar autores y categorías para

comprender el desarrollo del conflicto en grupos familiares, brindando algunas claves para

la intervención profesional respecto al tema.

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MARCO TEÓRICO

El sistema y los subsistemas conyugales y parentales

Es prudente iniciar este aparatado de la discusión, con una descripción acerca del

sistema como categoría de análisis central en el proceso investigativo en mención. Lo

anterior, con el fin de contextualizar al lector frente a la teoría sistémica y sus principales

consideraciones epistemológicas. Por ello, se iniciará la discusión con algunas generalidades

sobre la categoría de sistema para luego identificar las características del sistema familiar

como interacciones que se estructuran en la pareja y con los hijos. Con dichas generalidades

claras, se abordarán las particularidades de los subsistemas familiares, parentales y

conyugales.

Autores como Fried Schnitman (2005), Montenegro (1997), Cantón Cortés, Cantón

Duarte, Ramírez y Castillo (2014) y Budjac Corvette (2011) comparten marcos de sentido

frente a la forma en que se estructura, funciona y desarrolla un sistema social; el cual, para

los autores, tiene componentes o subsistemas que permiten el desarrollo de experiencias

humanas producto de la interacción social de los sujetos.

Para Fried Schnitman (2005) el sistema se convierte en un mediador entre los sujetos

y su contexto, con la finalidad de producir acciones sociales que a su vez sean avaladas por

la otredad, a través del consenso social. Para el caso de las familias, la autora sostiene que,

los sistemas de explicación producidos en un subsistema familiar, construyen ideas

compartidas para la actuación y compresión del mundo exterior (espacio público) e interior

(relaciones familiares, fraternales o con alguna propiedad vinculativa).

Otro elemento a tener en cuenta respecto al funcionamiento del sistema es su carácter

interactivo entre diferentes sujetos. García (2013) expresa que ningún elemento puede ser

considerado de forma individual, sino que debe ser estudiado en el contexto de sus

interacciones. Cada individuo es producto de su hogar, de su familia, de su sistema

principalmente interaccional. Los padres, son el resultado de lo aprendido y adquirido en su

familia, y de tal manera se convierten en pilares formadores de sus hijos, estableciendo

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acuerdos y tomando decisiones a nivel normativo y emocional, con el fin de proporcionar un

bienestar para el sistema y de cada uno de sus integrantes, los hijos, por otra parte, serán

individuos que se irán desarrollando conforme a las condiciones de crianza establecidas por

sus padres.

Al ser un conjunto de elementos que se relacionan entre sí, los sistemas suelen

estructurar un orden jerárquico (Montenegro, 1997), por ello las partes de un sistema no

funcionan a un mismo nivel, lo que permite la creación de subsistemas más complejos y

dinamizados en funciones microsociales segmentadas como en el caso de la familia.

Desde una postura sistémica, Montenegro (1997) propone que la familia se estructura

en un sistema abierto que se compone por subsistemas como el parental y conyugal, donde

se incluyen subsistemas más individuales entre los miembros de la familia, los cuales

interactúan entre sí y entre otros subsistemas sociales.

La categoría de subsistema, se convierte en un concepto clave para entender la

conformación de un grupo familiar a través de las interacciones estructurantes de la pareja

entre ellos y hacia sus hijos. En los sistemas familiares, se identifican multiplicidad de

narraciones (Sluzki, 1995), las cuales configuran decisiones que condensan la experiencia

personal y contextual de los sujetos. De allí que sea necesario entender que existen jerarquías

y diferenciaciones entre dos subsistemas que son los que conforman un sistema familiar,

mediante el subsistema conyugal y el subsistema parental.

De igual manera, vale la pena aclarar que, en la terapia sistémica, los subsistemas

pueden consolidarse por sexo, edad, rol, función. Cada individuo del grupo familiar puede

pertenecer a diversos subsistemas, en los que desempeñará cierto tipo de funciones y podría

poseer algunos niveles de poder que le permitirán la adquisición de habilidades, aprendizajes

y estrategias para su desarrollo tanto individual como grupal - familiar.

Fried Schnitman (2005), expone la conformación de sistemas de explicación, como

interacciones sociales de los sujetos. En estos ejercicios de interacción se configuran

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subsistemas que se acoplan a la cotidianidad de las personas. La autora expresa que los

sistemas de explicación son mediadores entre los sujetos y su contexto, produciendo acciones

sociales que, a su vez son avaladas por la otredad a través del consenso social. Lo anterior

crea un principio de objetividad práctica que tiene sentido en subsistemas conyugales y

parentales, en tanto promueve una jerarquía, unas funciones a cada uno de sus miembros y

un sistema de normas y reglas que dinamiza la interacción familiar.

Respecto a los subsistemas, Ortiz Granja (2008), propone una definición concreta y

sencilla para entender dichos conceptos. La autora expresa que el subsistema conyugal es

aquél:

Formado por una pareja (generalmente heterosexual), en una relación definida como

tal y a menudo sancionada legalmente a través del matrimonio (aunque esto es cada vez

menos importante). Implica que cada miembro aporta para el mantenimiento de dicha

relación y ofrece apoyo al otro miembro del subsistema. (Ortiz Granja, 2008, p. 193)

Para Ortiz Granja (2008) el subsistema parental “aparece con el nacimiento del primer

hijo. Se trata del mismo subsistema conyugal pero cuando cumple, además, funciones de

cuidado y protección de los niños” (p. 193). En efecto, el subsistema conyugal, hace

referencia a los adultos que establecen un vínculo afectivo/emocional. Se describe como la

relación de pareja que dichos individuos tengan la capacidad de construir, actuando hacia el

bienestar emocional y sentimental tanto propio como el de su pareja, y en ocasiones

renunciando a su individualidad con el fin de lograr un sentido de pertenencia a dicho vínculo

establecido.

El subsistema parental se establece una vez nace el primer hijo. La autora lo describe

como la relación entre padre y madre, definido por su capacidad para tomar decisiones,

establecer acuerdos y desempeñar un uso diferenciado de autoridad. En este sentido, podría

considerarse como una escuela formadora para los hijos, enfocada en la enseñanza, crianza

y proporción de habilidades en el desarrollo y construcción de identidad y personalidad de

los hijos.

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Ortiz Granja (2008) también advierte que, los subsistemas conyugal y parental

conviven en la cotidianidad de una familia nuclear, produciendo dos posiciones; uno

horizontal para el caso del subsistema conyugal y uno vertical en relación con el subsistema

parental. Sin embargo, muchos de los conflictos que ocurren en el subsistema conyugal

suelen llevarse al campo de la crianza de los hijos lo que complejiza los conflictos de ambos

subsistemas.

Anexo a lo anterior, Ortiz Granja (2008) invita a tener en cuenta las denominadas

fronteras o límites. Éstas se entienden como un conjunto de reglas que se establecen en los

subsistemas que conforman el núcleo familiar. Dichas fronteras son catalogadas en rígidas,

difusas y flexibles.

Las rígidas se caracterizan por invitar a la eventual separación de los miembros de la

familia en su proceso de construcción de identidad. Los límites rígidos según Ortiz Granja

(2008), conlleva en los niños y jóvenes a crear conductas problemáticas como abuso de

alcohol, drogas y agresividad.

Los límites difusos se caracterizan por enfocarse en gran medida por la búsqueda de

una unidad familiar, aunque suele generarse una entropía que distancia a los integrantes de

la familia. Uno de los efectos de dichas fronteras se evidencia en la incapacidad de los niños

para adaptarse a los ambientes escolares junto a posibles eventos de depresión.

Los límites flexibles son los que permiten de manera más adecuada la solución de

necesidades de los miembros de la familia tanto al interior como al exterior del núcleo

familiar.

En relación con lo expresado en párrafos anteriores, la autora explica que, al

establecer cualquiera de los límites anteriormente descritos, se producen dos funciones

denominadas centrípetas y centrífugas. La primera se relaciona con límites difusos,

presentando una tendencia a la protección y a la excesiva satisfacción de las necesidades de

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los integrantes más jóvenes del subsistema parental, creando fuertes lazos de dependencia de

los niños hacia los padres.

La función centrífuga, se caracteriza por tener poca interacción afectiva de los padres

hacia los hijos. Suelen desarrollarse a través de los límites rígidos y suele invitar a la rápida

independencia de sus miembros, lo cual invita a generar una necesidad de alejamiento y

rápida salida de los hijos del hogar.

Lo anterior, se relaciona con planteamientos de autores como Meneses (2004),

Bedoya Cardona y Montaño Villalba (2016) y Cantón Cortés, Cantón Duarte y Ramírez

Castillo (2014), que encuentran una marcada relación entre la inadecuada resolución de

conflictos por parte de los padres y la generación de síntomas adversos o trastornos mentales

más severos en los hijos. Lo anterior, tiene sentido en tanto, en los subsistemas suele haber

transferencias de los padres hacia los hijos, lo que desencadena prácticas de crianza y

conductas negativas en el subsistema conyugal trasmitidas al parental.

Las relaciones e interacciones serán fundamentales para el presente artículo. A partir

de éstas es posible observar los procesos relacionales de los padres a nivel parental y/o

conyugal, incidiendo en el desarrollo de la personalidad y en ciertos comportamientos

asociados con la salud mental de los individuos que hacen parte de dicho sistema,

principalmente los hijos.

Al ser la familia un sistema abierto, con pautas de interacción y relación, se podría

asegurar que el origen de algunos trastornos y/o problemas psicológicos tendrían lugar en el

ámbito familiar; por tal motivo, su análisis y tratamiento deben realizarse a nivel familiar, no

individual (Trujano, 2010).

En relación con lo anterior, Linares (2012), señala que “los individuos no son

concebibles sino como integrados en sistemas relacionales, de los cuales el primero y más

inmediato es la familia de origen y el más amplio, pero no menos influyente, la sociedad” (p.

93). Al margen de “sistemas relacionales”, es preciso ubicarse en el subsistema relacional

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parental, ya que la forma de interacción de los padres, será fundamental en la construcción

de la realidad de los hijos, basada en las experiencias observadas e impactos emocionales

generados por la “armonía relacional” de los mismos; convirtiéndolos en prototipo y ejemplo

de identificación del individuo, quien adoptará los recursos observados y transmitidos de los

comportamientos y actitudes que aquellos pilares principales utilicen para la construcción de

las dinámicas de convivencia e interacción.

Al margen de lo expresado, es necesario comprender las condiciones del estado de

madurez emocional y personal de los padres, para tener la capacidad de establecer acuerdos

enfocados en el ideal del bienestar del proceso de crianza y cuidado de los hijos.

Ahora bien, frente a las decisiones en las pautas de crianza respecto al establecimiento

de normas y límites, Gámez-Guadix y Almendros (2011) sugieren que hay una relación

directa del subsistema parental con el desarrollo y aprendizaje de hábitos disciplinarios, que

servirán para la formación de la responsabilidad y compromiso del individuo en todo lo que

respecta a su vida laboral y social.

Por ello, Gámez-Guadix y Almendros (2011) argumentan que, construir prácticas de

crianza con acciones violentas tanto en la pareja como en la relación con los niños, promueve

de manera significativa la producción de estrategias disciplinarias negativas basadas

principalmente en castigo físico y psicológico, el cual incrementa formas de interacción y

comunicación más disfuncionales por parte de los menores.

Por tal motivo, se podría señalar que un individuo, producto de un subsistema parental

y conyugal conflictivo no tendría claridad sobre el procesamiento de normativas, obteniendo

como resultado a una persona con dificultad de adaptación a la vida social, laboral, académica

y todo aquello que requiera de un estricto compromiso.

El conflicto

La categoría conflicto ha sido desarrollada desde diversas disciplinas de las ciencias

sociales. En este caso, se hará referencia al conflicto desde una perspectiva sistémica y de

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corrientes de pensamientos sociológicas, que se acoplan apropiadamente a la comprensión

del conflicto en el ámbito familiar y por ende en sus subsistemas.

Fried Schnitman (2005) hace notar tres tipos de conflictos en la mayoría de

interacciones humanas.

El conflicto tipo A son conflictos que se generan en contextos donde los implicados

aún comparten visiones del mundo similares. El conflicto tipo B se caracteriza por el

encuentro de ideas sobre la visión del mundo incompatibles que, aún comparten algunos

parámetros conductuales y que permiten una posible solución al conflicto. En términos de

Fried Schnitman (2005) “A veces es preciso desafiar la coherencia de las creencias, explorar

los límites y ampliar la visión desde adentro, como una acción complementaria, para provocar

o sostener cambios” (Fried Schnitman, 2005, p. 4).

El conflicto tipo C consiste en el encuentro de dos sujetos con formas incompatibles

de entender el mundo, donde sólo se busca imponer la propia definición sobre la del otro.

Anexo a lo anterior, Fried Schnitman (2005) explica que el conflicto configura una

serie de momentos donde se exaltan las emociones y generan profundo dolor y molestia para

los involucrados. Dichas circunstancias relacionales las va a denominar crisis; clasificándolas

en crisis (intra grupal, crisis extra grupal y externa), crisis agudas y crisis crónicas.

La crisis intra grupal, extra grupal y externa, suele conllevar dificultades entre las

personas involucradas para llegar a consensos y para actuar coordinadamente. Lo anterior

conlleva a rupturas en la trama social o familiar. Por ello, para el terapeuta es necesario

diseñar una lectura sobre crisis intra o extra grupales mediante recursos diferentes a los

utilizados con anterioridad para el abordaje de dicha crisis. Además de lo anterior, Martín

Jurado y Carrasco Ortíz (2011) expresan que, para el tratamiento del conflicto y las crisis

propias de dicho proceso, requieren tener presente al inicio de la intervención familiar,

relaciones bivariadas (como el género, la tipología familiar, violencia previa en algún

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contexto familiar o alguna psicopatología), que puedan estar asociados a algún factor de

riesgo que persistan en actos violentos y que maximicen aún más el conflicto.

Según Fried Schnitman (2005), las crisis agudas o abruptas: se caracterizan por

requerir decisiones rápidas debido a que suelen ser urgentes. Para el abordaje de la crisis, es

necesario considerar situaciones que escaparon al momento, además de tener presente

estrategias, manejo del tiempo y recursos para la superación de la crisis en toda su

complejidad.

Las crisis crónicas: son aquellas que suelen extenderse en el tiempo y requieren del

mismo para darle solución. Para su resolución requieren que los sujetos tengan presente

aquello que no se ha tenido en cuenta al inicio de la crisis, por ello suelen ser desgastantes y

sostenidas. Es recomendable para los terapeutas, siempre estar alerta respecto a las formas

en que las crisis se minimizan o maximizan en el tiempo.

Ahora bien, autores como Gómez Sánchez, Recio Reyes y Martínez López (2011)

encuentran que el conflicto en los subsistemas conyugales y parentales, suelen conllevar

eventos de frustración, mecanismos de defensa y prácticas de transferencia, los cuales, se

convierten en dinamizadores del conflicto al interior de la familia. Los autores encuentran

que la frustración es producto de la imposibilidad de reunir condiciones adecuadas para

satisfacer algún deseo.

En sus investigaciones, Gómez Sánchez, Recio Reyes y Martínez López (2011)

evidencian que, al interior de la familia, las crisis y conflictos suelen tener un origen en

prácticas de transferencia, es decir, utilizar al otro para repetir situaciones o resolver deseos

reprimidos producto de la frustración de alguno de los padres. Lo anterior, se configura en

una variable que puede detonar en conflicto en ambos subsistemas conyugal y parental;

debido a la necesidad de los padres en proyectarse a través de la pareja o en los hijos con el

fin de reducir alguna situación frustrante del pasado o el presente.

De igual manera, los autores también encuentran que la proyección también puede

convertirse a largo plazo en un elemento configurador de conflicto para los niños, en tanto

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aprenden y socializan por medio de dinámicas conflictivas que reproducen en sus mismos

espacios de socialización con pares.

En la misma línea de análisis Gámez-Guadix y Almendros (2011) coinciden con otros

autores acerca del impacto que tiene la transferencia en la conformación de conductas

negativas que devienen en conflictos entre padres y que suelen proyectarse en las relaciones

con los hijos, lo cual conlleva prácticas de crianza disfuncionales.

Además de lo expresado anteriormente, Gámez-Guadix y Almendros (2011)

argumentan que, la violencia marital en las prácticas de crianza impartidas en un subsistema

conyugal, reducen las interacciones positivas como el apoyo y el afecto hacia sus hijos,

produciendo un malestar emocional más complejo de tratar. Un tercer factor de incidencia

negativa en las interacciones entre padres e hijos es la falta de sincronía para fortalecer las

prácticas disciplinarias hacia los hijos, lo que culmina en mayores conflictos debido al

desacuerdo entre formas de disciplina y establecimiento de normas por parte de alguno de

los integrantes del subsistema conyugal.

Siguiendo la línea de discusión Pérez Ramos y Alvarado Martínez (2015) presentan

consideraciones frente a estudios de conflictos entre padres e hijos, donde al ingresar a la

etapa de la adolescencia, los hijos suelen expresar el malestar producto del conflicto

intrafamiliar en bajo rendimiento escolar y mayor resistencia al seguimiento de normas.

Además, las discusiones y tensiones suelen ser más comunes y agudas debido a las formas

inadecuadas en que se abordan y resuelven dichos conflictos en el ámbito familiar.

Sin embargo, es válido hacer una aclaración metodológica respecto al tratamiento de

niños y adolescentes vinculados a un subsistema familiar conflictivo. Málaga Diéguez y

Álvarez Arias (2010) advierten sobre un adecuado diagnóstico inicial con cada miembro de

la familia, para identificar o descartar algún trastorno de aprendizaje que pudiera tener una

incidencia en bajo rendimiento escolar y que no sea una respuesta psíquica producto de la

frustración que le genera al niño la interacción en un espacio familiar conflictivo.

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Respecto al trastorno y la incidencia dentro de las dinámicas familiares conflictivas,

Artigas Pallarés (2011) recuerda que un trastorno se caracteriza por una alteración de la

conducta que desencadena un malestar. Dicha molestia se hace efectiva cuando existe en el

sujeto alguna alteración de orden genético, estructural o cognitivo, el cual produce un patrón

clínico denominado trastorno. El trastorno de tipo mental, producto de alguna desventaja

física o cognitiva, puede incidir en las acciones cotidianas de un sujeto; además de su

capacidad para la interacción social (Artigas Pallarés, 2011). Por lo anterior, el terapeuta debe

tener claridades respecto al diagnóstico clínico del implicado y realizar exámenes que

descarten la relación directa entre el malestar producto del trastorno o del conflicto en el

subsistema parental.

Retomando la perspectiva de Pérez Ramos y Alvarado Martínez (2015), se evidencia

que, las reflexiones de los autores, giran en torno a comprender que la solución del conflicto

entre subsistemas parental y marital, se estructura a través de los estilos parentales; o como

expresa Ortiz Granja (2008) por los límites o fronteras que se construyen en el entorno

familiar. Para Pérez Ramos y Alvarado Martínez (2015) los estilos parentales son las

actitudes y prácticas que se desenvuelven en la interacción entre padres e hijos. En efecto,

los autores concuerdan con Ortiz Granja (2008) en que estilos autoritarios promueven más el

conflicto, mientras que estilos más comunicativos permite mejores acuerdos, que conllevan

a promover fronteras más flexibles.

En dicha línea de ideas, se concluye que, las diferentes formas de negociar y resolver

el conflicto entre el padre y madre en relación con el hijo, suele tener diferencias que pueden

modificar el conflicto tanto de las figuras de autoridad hacia el hijo como entre ellos mismos,

conllevando a posibles crisis en los subsistemas y entre ellos. Por lo anterior, es necesario

que el terapeuta recurra a estrategias como el fortalecimiento de las alianzas familiares,

definidas por Escudero (2009) como “los lazos afectivos entre la persona que acude a la

entrevista y el profesional, lo que implica confianza, respeto, interés y compromiso con la

intervención y con las herramientas que se utilizarán para conseguir los objetivos propuestos.

(p. 5)

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El tratamiento del conflicto en la familia, requiere lo que Escudero, Abascal y Varela

(2008) definen como una buena conexión emocional con cada miembro del núcleo familiar,

pero teniendo presente que hay una marcada diferencia de interacción con cada miembro de

la familia. Por ello, al conversar con el niño, el terapeuta requiere que éste se sienta seguro

en la terapia para que pueda abordar conflictos o problemáticas que le afectan en su

cotidianidad.

Los autores también plantean la necesidad de que el niño identifique que la terapia es

para todos los miembros de la familia y que todos son protagonistas en el proceso terapéutico

(Escudero, Abascal y Varela, 2008).

Anexo a lo anterior, Cortés Arboleda, Cantón Duarte y Cantón-Cortés (2011)

explican que:

Los conflictos entre los padres se refieren tanto a las tensiones diarias sin importancia

que se producen entre ellos, como a las discusiones graves y la violencia física. En toda

relación de pareja cabe esperar un cierto nivel de conflicto; sin embargo, el conflicto puede

variar en frecuencia, contenido, intensidad, forma de resolución, así como en las

interpretaciones que del conflicto hagan los hijos, incluyendo la autoinculpación,

sentimientos de amenaza, estrategias de afrontamiento y estabilidad percibida de sus causas.

(p. 504)

De tal manera, dichos autores permiten encaminar el presente artículo enfocado en el

sistema relacional conflictivo, comprendiendo, viendo y manifestado el conflicto en

tensiones constantes, discusiones graves y dado el caso, violencia física entre los padres.

Desde allí se pretende describir cómo este sistema relacional fundamentado en el conflicto

tiene la capacidad para generar ciertos niveles de malestar en el individuo, que próximamente

surgirán en forma de trastorno.

Como señaló Ramírez (2004) “Los conflictos parentales, de acuerdo con los

resultados de numerosas investigaciones, se relacionan con la predisposición de los hijos a

presentar tanto problemas de conducta externos (conducta agresiva y delictiva) como

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problemas internos (trastornos emocionales de ansiedad/depresión)” (p. 171). En esta

oportunidad, el autor refuerza lo previamente planteado mencionando la conducta delictiva,

que estaría directamente relacionada con la falta de cumplimiento de reglas y normativas

establecidas por la sociedad, precisamente derivada por la incapacidad de los padres al

momento de tomar decisiones en su proceso de crianza.

Por otra parte, si las decisiones del hogar no son acordadas sino impuestas mediante

el conflicto y la hostilidad por uno de los padres, el individuo podría interpretar y desarrollar

cierto tipo de abusividad o sumisión; ya que ha comprendido que la posibilidad del debate,

la argumentación y la opinión personal no tendría relevancia alguna. Esto podría tener como

resultado a una persona que se desarrolle en términos de personalidad abusiva, egoísta, que

se impone ante los demás y no escucha su opinión, se aprovecha de las personas que permitan

dicho tipo de actitud; o en su defecto, una personalidad pasiva, sin criterio para desarrollar

autonomía y autosuficiencia, de carácter débil y que pasaría desapercibido socialmente

mientras pretende encajar mediante la búsqueda de aprobación de los demás.

Al margen de esto, un sistema relacional conflictivo en el subsistema conyugal,

probablemente no le permitirá desarrollar habilidades y aprendizajes para la estructuración

de vínculos interpersonales, pues el ejemplo y los modelos de identificación estarán

caracterizados por el conflicto, que muy probablemente se verán reflejados en sus procesos

de interacción y expresión de afecto a lo largo de la vida.

En relación con lo anterior Bergman (2008) explica que un factor de malestar

emocional recurrente en los espacios familiares conflictivos son los síntomas o

consecuencias plasmadas en problemas familiares, evidenciados en eventos como el

divorcio, la disfuncionalidad en las interacciones familiares o manejos conductuales

problemáticos en los niños (Menéses, 2004).

Bergman (2008), también advierte que los síntomas pueden generar algunos procesos

de traslación del conflicto, como por ejemplo dar prioridad a problemas de los hijos y dejar

de lado los problemas del subsistema conyugal; lo que conlleva a síntomas más graves en el

contexto familiar. En otros casos, los problemas en el subsistema conyugal se convierten en

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síntomas que afectan también a los hijos, produciendo una serie de síntomas más complejos

en éstos, en palabras del Bergman (2008):

Una de las estrategias de intervención que funcionan en estos casos consiste en

trabajar con los padres sus dificultades matrimoniales, lo que sólo es posible si éstos

demandan ayuda y quieren solucionar su situación, ya que si no aceptan la intervención,

seguirán depositando el síntoma y la responsabilidad de la intervención en el hijo. (p. 4)

Ahora bien, si el subsistema conyugal se caracteriza por la madurez emocional y la

capacidad de expresar y recibir afecto, cuidar de los sentimientos propios y de la pareja,

actuar y tomar decisiones enfocadas y encaminadas hacia la armonía emocional; se podría

considerar a dicho subsistema como el pionero en el desarrollo de habilidades para el manejo

emocional de los hijos. En este orden de ideas, si se habla de un subsistema conyugal que se

expresa en términos conflictivos, podría verse afectado y comprometido el desarrollo de la

esfera emocional de los hijos implicados, debido a que lo aprendido en el hogar no le

permitiría desarrollar herramientas para el autocuidado emocional, la importancia de las

emociones propias y de los demás, con poca inteligencia emocional que le conllevaría

dificultades de adaptación social.

Así mismo, Linares (2012) asegura que “somos producto de una historia y, desde este

punto de vista, el pasado en el que transcurrió la experiencia relacional define la

personalidad” (p.100). En esta oportunidad, el autor señala la importancia del sistema

relacional y toda su historia de desarrollo como determinante en la construcción de la

personalidad y en los procesos de identificación de los hijos, ya que dichos ejemplos

indicarán la forma de cómo desenvolverse a nivel social, así mismo ejemplificará la forma

en cómo elegir pareja y cómo construir un hogar.

Lo anterior, fue analizado por Bateson (1972) en sus estudios acerca de la

personalidad de los sujetos y las formas en que se construye la personalidad; de allí que

Linares (2012) identificara que “la personalidad individual se prolonga a los sistemas

relacionales de pertenencia: dime a qué sistemas relacionales perteneces y te diré quién eres”

(p. 101). Podría ejercer como peso de validez descriptivo, de cómo un sistema relacional

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conflictivo en los subsistemas parental y conyugal, sería precursor de personas con carencia

de herramientas en la construcción de su identidad y personalidad; por consiguiente, el

malestar acumulado por dichas deficiencias se encargaría de estructurar trastornos y

afecciones a nivel de salud mental de los individuos, siendo también propensos a trascender

su conflicto a nivel intra-familiar en las nuevas generaciones.

Adviértase que lo señalado “sistemas relacionales de pertenencia”, sería premisa para

hablar del reconocimiento del conflicto, identificación del conflicto, identificación en el

conflicto. Es decir, se pertenece a un sistema relacional, se pertenece a un desacuerdo, se

pertenece a un conflicto, se construye en función del conflicto; se establecen pautas,

principios, ideales, teniendo una base creada en el conflicto.

No obstante, se debe señalar que podría existir casos en que los individuos expuestos

a un sistema relacional conflictivo en los subsistemas de los padres no desarrolle

estrictamente un trastorno; sin embargo, estos casos podrían ser limitados, escasos y poco

frecuentes, así como también sea probable que dichos individuos cuenten con la elaboración

de procesos psicoterapéuticos enfocados en el desarrollo de habilidades, aprendizaje de

herramientas que le permitan adaptarse a la sociedad y adquirir nuevas pautas y estilos de

interacción interpersonal.

Por otro lado vale la pena aclarar, que para el tratamiento del conflicto mediante una

línea de terapia sistémica breve como la que propone García (2013), se requiere consolidar

un proceso de alianza terapéutica, la cual, explica que no existe un modelo o protocolo único

para hacer terapia, sino que la intervención desde dicha metodología, invita a construir un

proceso que se ajusta a la individualidad del problema y de los sujetos implicados, valorando

las creencias, expectativas y motivaciones de los integrantes del núcleo familiar.

Complementario a lo anterior, Girón, Rodríguez, Sánchez (2003) expresan que:

Habría factores de la órbita familiar (de su estructura, organización y funcionamiento)

que actuarían reforzando y amplificando los problemas de comportamiento, hasta ese

momento “normales”, para llegar a alcanzar la definición de trastorno. Entre estos factores

destacamos por su alta prevalencia en nuestra muestra, los desacuerdos parentales, más o

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menos explícitos, sobre el modelo de autoridad con que afrontar la crianza de los chicos. (p.

6)

En relación con lo anterior, se evidencia que los autores hacen referencia a problemas

del comportamiento asociados, o por lo menos que figuraban como factor común, respecto

de la relación conflictiva del subsistema parental, reflejado en la incapacidad para la

estructuración de normas y falta de capacidad para establecer acuerdos autoritarios para sus

hijos.

Cabe la importancia de ahondar un poco en el presente apartado, ya que los problemas

del comportamiento podrían relacionarse con la incapacidad de adaptarse a lo establecido

generalmente, y por esa incapacidad de acoplamiento es que surgen las dificultades a nivel

comportamental, es decir, que las normas impuestas social y culturalmente, se caracterizan

por su difícil cumplimiento para los individuos que han desarrollado su personalidad y su

proceso de identificación con unos padres en función de un sistema relacional conflictivo,

comportándose de forma inesperada y obteniendo como resultado malestar a nivel individual

y social.

De igual forma, la toma de decisiones enfocadas en la objetividad y la asignación de

prioridades podría verse afectada. Básicamente su realidad presentaría una problemática por

la imposibilidad de procesar con claridad la estructuración de normas, las cuales se adquieren

principalmente en el hogar y que le permiten desenvolverse de forma sana y acorde a lo

establecido “objetivamente” por la sociedad.

Por otra parte, cuando un individuo no reconoce sus propios límites posiblemente le

cueste identificar los límites de los demás, más aún cuando se trata sobre sí mismo; es decir,

podría verse comprometido y expuesto a desarrollar una personalidad pasiva y de carácter

débil, la cuál sería propensa a “permitir el derecho” de que las demás personas se aprovechen

y hagan uso de su ser, puesto que no contaría con las herramientas suficientes para identificar

el punto de permisividad de las decisiones y acciones de los otros sobre sí mismo. En relación

con lo anterior Gómez-Ortíz, Martín, y Ortega-Ruiz, (2017) expresan que:

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No obstante, las interacciones, los procesos y los conflictos que acontecen en el seno

del grupo familiar también pueden impactar de forma negativa en el desarrollo de sus

miembros, sobre todo cuando los adultos no logran encontrar la funcionalidad positiva de

estabilidad y realización personal en este contexto, y hacen de él una fuente de problemas y

a veces de traumas psicológicos que impactan negativamente en el desarrollo de los menores

(p. 68).

Siguiendo la línea de argumentación, se puede entender que el conflicto entre los

padres no permite el desarrollo de una “funcionalidad positiva de estabilidad”, es decir; que

dichas relaciones interaccionales no permiten el equilibrio del funcionamiento familiar,

impidiendo que se establezcan acuerdos para la solución de conflictos y obteniendo como

resultado en muchos casos, algunos traumas y problemas psicológicos desarrollados por los

hijos expuestos a una atmósfera aversiva.

Al respecto, conviene referir a Achenbach et. al., (1989) en Ramírez (2004), quien

señala que “ante el deterioro de la vida familiar se confirma el empeoramiento de los

problemas de los niños en los ámbitos de: marginación o problemas sociales, ansiedad y

depresión, problemas de atención o de razonamiento, y delincuencia o agresividad” (p. 172).

En este orden de ideas, el autor permite darle fuerza a las ideas previamente expuestas

en el presente artículo, ya que ratifica la hipótesis de que un menor que se ha desarrollado en

medio de la hostilidad parental y/o conyugal, en los procesos de identificación y aprendizaje

de comunicación será basada en el conflicto, y al no tener otros recursos u otro tipo de

ejemplo para establecer relaciones interpersonales, es probable que construya sus sistemas

relacionales fundamentados en el conflicto, viéndose expuesto a la marginalidad, al

aislamiento, a la incapacidad o a la dificultad de consolidar vínculos sociales.

Por último, vale la pena presentar la importancia de la terapia como pilar

metodológico para la resolución del conflicto. Así, Minuchin (2004) propone que, la terapia

familiar permite a un profesional, tener un encuentro co-participativo entre éste y la familia,

descubriendo y observando las interacciones repetitivas que se generan en el espacio familiar

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para identificar las formas de pesar e interactuar de cada uno de los implicados. En términos

de Minuchin (2004):

El terapeuta de familia (…) tiene que integrarse en un sistema de personas

interdependientes. Para ser eficaz como miembro de este sistema, debe responder a las

circunstancias en armonía con las reglas del sistema, al tiempo que se utiliza a sí mismo de

la manera más amplia posible. Es lo que se entiende por espontaneidad terapéutica. (p. 16)

Para finalizar, es necesario precisar que el terapeuta de familia debe tener habilidades

negociadoras con el fin de llegar a un acuerdo entre ambas partes, las cuales, encuentren

puntos comunes en torno a intereses y necesidades que beneficien a los implicados. En las

dinámicas terapéuticas, se requiere entender las tensiones entre las partes y generar procesos

contextuales que permitan dar una perspectiva al conflicto y su posible solución, incluyendo

cada una de las voces de los integrantes de los subsistemas conyugal y parental.

CONCLUSIONES

En el tratamiento del conflicto en subsistemas conyugales y parentales se debe

tener en cuenta que muchas de las crisis en alguno de estos suelen trasladarse

a las prácticas de crianza, complejizando el nivel de conflicto al interior de la

familia. Lo anterior, conlleva a la producción de malestar psicológico

expresado en comportamientos disfuncionales en los hijos.

Las herramientas de adaptación para la vida en sociedad que desarrollará

aquel individuo que se desenvuelve en un sistema familiar relacional

conflictivo, serán confusas y no serán lo suficientemente apropiadas para

enfrentar las dificultades y adversidades de la vida cotidiana. Tampoco le

permitirá desarrollar una apropiada tolerancia a la frustración, hábitos de vida

saludable, autocuidado, autoconocimiento, pues al no contar con una claridad

en sus pautas normativas, producto de prácticas de crianza positivas, se le

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dificultará identificar los límites tanto propios como sociales, y las

responsabilidades que debe adquirir para una correcta interacción social.

La incapacidad para establecer acuerdos entre el subsistema parental, sumado

a ello un sistema relacional conflictivo será determinante para que el individuo

o en este caso el sistema fraternal, tenga dificultades en el proceso de

comprensión de normas y leyes, evidenciando un conflicto con la autoridad y

todo aquello que demande cierto tipo de normatividad, como por ejemplo

responsabilidad social, responsabilidad laboral, e inclusive responsabilidad

consigo mismo y de autocuidado.

Las dificultades y conflictos en el subsistema conyugal, dará lugar a la

incapacidad o a la imposibilidad de que el individuo pueda elaborar un

concepto sano o una construcción apropiada para su esfera emocional; debido

a que sus padres presentarán dificultades en todo lo que respecta el cuidado y

fortalecimiento afectivo de la pareja, reflejando en los hijos dificultades en el

autoconcepto, autocuidado, amor propio y consecuente con esto, dificultades

para la construcción de vínculos interpersonales sanos, ya que la base se

fundamentó mediante el conflicto.

Las decisiones en torno a la generación de pautas de crianza compartidas en

el subsistema parental, están directamente relacionadas con la construcción de

hábitos disciplinarios que habilitan la formación de valores como la

responsabilidad, y el compromiso. Sin embargo, en casos donde los adultos

crean proyecciones hacia los hijos o desacuerdos en pautas de crianza hacia

los menores, se convierten en causa de conflictos debido a la incompatibilidad

de estrategias disciplinarias conjuntas que conlleven a adquisición de

conductas socialmente esperadas en los infantes.

El terapeuta debe tener presente que, tanto en el subsistema conyugal como

parental, existirán puntos de tensión que son contextualizadas por la historia

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de vida de la familia y por toda la estructura social y afectiva que la conforma.

Por ello, es fundamental que el profesional procure la codificación conjunta

de una estructura que sustituya los procesos relacionales que suelen causar el

conflicto en la relación familiar.

La construcción de sentido y de realidad de un individuo será determinada por

la capacidad de los padres en los procesos de crianza, ya que serán el pilar

fundamental y ejemplo a seguir por parte de los menores quienes están

percibiendo y adquiriendo aprendizajes con base en su comportamiento y

capacidad para tomar decisiones. Si el subsistema parental y/o conyugal se

desarrolla en términos conflictivos, habrá una dificultad en el menor para la

construcción de vínculos interpersonales y esto va a interferir en su desarrollo

y construcción de identidad y personalidad.

En relación con las limitaciones de la revisión bibliográfica, es necesario

aclarar que los estudios encontrados no son completamente concluyentes

respecto a las formas de intervenir el conflicto en contextos familiares. Por

ello, siempre se enfatiza en la necesidad de comprender el contexto en el que

una familia se desarrolla para procurar claridades frente a los elementos que

generan el conflicto. Además de lo anterior, otra limitación es que la

bibliografía citada siempre requiere de un terapeuta como mediador del

conflicto limitando la capacidad de autogestión del conflicto por parte de los

integrantes del núcleo familiar, y por ende, reduciendo la autonomía de las

familias para tratar y resolver el conflicto desde sus saberes personales.

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