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INVESTIGACIÓN II
JUAN SEBASTIÁN GIRALDO VANEGAS
Artículo de trabajo de grado.
Docente:
Diana Carolina Arias Rodríguez
Universidad Católica de Pereira
Facultad de ciencias humanas, sociales y de la educación.
ESPECIALIZACIÓN EN PSICOLOGÍA CLÍNICA
ÉNFASIS EN PSICOTERAPIA CON NIÑOS Y ADOLESCENTES.
Pereira
2020.
“Conflicto en los subsistemas parental y conyugal como
generadores de trastornos en los hijos”
" Conflict in the parental and marital subsystems as generators of
disorders in children ".
Juan Sebastián Giraldo Vanegas1
Resumen.
El presente artículo busca comprender el impacto a nivel emocional, cognitivo y
comportamental directamente relacionado con la salud mental en los hijos de padres y madres
que se encuentran involucrados en un sistema relacional conflictivo, bien sea manifestados
en el subsistema parental que hace referencia a su función como padres en cuanto a toma de
decisiones, capacidad para establecer acuerdos y desarrollo de herramientas y recursos para
los procesos de crecimiento, crianza y desarrollo de sus hijos, determinantes en la
construcción de la normatividad en los menores; así mismo, pero sin ser estrictamente
paralelo y simultáneo, porque se presenten conflictos en el subsistema conyugal, es decir,
los padres en su capacidad para expresar afecto, el cuidado emocional individual y de la
pareja como tal, que será determinante en la elaboración y fortalecimiento de la esfera
emocional de los hijos.
Palabras clave: conflicto, subsistema parental, subsistema conyugal, personalidad,
trastorno.
1Juan Sebastián Giraldo Vanegas, Psicólogo, Especialización en psicología clínica, énfasis en psicoterapia con
niños y adolescentes, Universidad Católica de Pereira, Colombia.
Correo de contacto: [email protected]
Abstract. This article seeks to understand the emotional, cognitive and behavioral
impact directly related to mental health in the children of fathers and mothers who are
involved in a conflictive relational system, either manifested in the parental subsystem that
refers to their role as parents in terms of decision-making, ability to establish agreements and
development of tools and resources for growth processes, upbringing and development of
their children, determining factors in the construction of regulations in minors; likewise, but
without being strictly parallel and simultaneous, because conflicts arise in the conjugal
subsystem, that is, the parents in their ability to express affection, the individual emotional
care and the couple as such, which will be decisive in the elaboration and strengthening the
emotional sphere of children.
Key words: conflict, parental subsystem, conjugal subsystem, personality, disorder.
Tabla de contenido
INTRODUCCIÓN .................................................................................................... 5
JUSTIFICACIÓN ..................................................................................................... 6
MARCO TEÓRICO .................................................................................................. 7
El sistema y los subsistemas conyugales y parentales ....................................... 7
El conflicto ............................................................................................... 12
CONCLUSIONES ................................................................................................... 23
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ...................................................................... 26
INTRODUCCIÓN
El presente artículo busca comprender y describir la forma en que la interacción
conflictiva entre los padres de un individuo, estará directamente relacionada con la
generación de trastornos y problemáticas en la salud mental de dicho sujeto. En este orden
de ideas, la construcción de realidad de un niño será mediante los cimientos que sus padres
puedan proporcionarle, ya que son estos los encargados de enfocar todo su conocimiento y
experiencia en los procesos de crianza a dicho menor, pretendiendo brindar estrategias para
el desarrollo de habilidades de adaptación a la sociedad y la adquisición de independencia.
De tal manera, son los padres los responsables de los cuidados afectivos de sus hijos
y serán determinantes en la estructuración de su personalidad; así mismo, deberán encargarse
de la consolidación de normas y límites, ya que a futuro serán fundamentales para adquirir
independencia y desarrollar su vida de forma autónoma siendo partícipes en la sociedad.
Por lo tanto, el desarrollo del presente artículo tiene como finalidad presentar las
formas en que se dinamiza el conflicto en los subsistemas conyugal y parental. Algunas
consecuencias que trae el conflicto en el subsistema conyugal frente a las herramientas de
adaptación que construyen los niños que se desenvuelven en contextos familiares
conflictivos. Por último, se busca indagar en torno a las formas de abordaje y codificación
estructural que permita la resolución pacífica de los conflictos en contextos familiares
problemáticos.
Todo lo anterior a través de la indagación bibliográfica de autores que expliquen las
consecuencias que tiene un individuo que ha sido criado en un ambiente familiar conflictivo,
el cual producirá niveles de malestar, desencadenando problemáticas y trastornos a nivel de
salud mental y que serán reflejados y/o manifestados a lo largo de su vida.
JUSTIFICACIÓN
El conflicto es un fenómeno social que ha comenzado a tenerse en cuenta como factor
dinamizador de trastornos y malestar en la interacción cotidiana de los seres humanos.
Anteriormente el conflicto familiar, se consideraba un asunto privado y como tal era el
subsistema conyugal y parental quienes gestionaban el conflicto desde perspectivas
arbitrarias, las cuales, generaban mayores tensiones que solían culminar en acciones
violentas de mayor intensidad entre los miembros del núcleo familiar.
Por lo anterior, el artículo en mención se propone contribuir a la discusión acerca del
conflicto y su incidencia en las interacciones de los subsistemas familiares conyugales y
parentales, mediante una revisión bibliográfica que presente un panorama científico frente al
tema, además de presentar los aportes teóricos y epistemológicos de autores nacionales e
internacionales que han investigado el fenómeno del conflicto desde una corriente sistémica
en la psicología, procurando aportes significativos para el tratamiento del conflicto familiar.
Este escrito también busca brindar un marco conceptual que permita a otros
investigadores y personas interesadas en el tema, identificar autores y categorías para
comprender el desarrollo del conflicto en grupos familiares, brindando algunas claves para
la intervención profesional respecto al tema.
MARCO TEÓRICO
El sistema y los subsistemas conyugales y parentales
Es prudente iniciar este aparatado de la discusión, con una descripción acerca del
sistema como categoría de análisis central en el proceso investigativo en mención. Lo
anterior, con el fin de contextualizar al lector frente a la teoría sistémica y sus principales
consideraciones epistemológicas. Por ello, se iniciará la discusión con algunas generalidades
sobre la categoría de sistema para luego identificar las características del sistema familiar
como interacciones que se estructuran en la pareja y con los hijos. Con dichas generalidades
claras, se abordarán las particularidades de los subsistemas familiares, parentales y
conyugales.
Autores como Fried Schnitman (2005), Montenegro (1997), Cantón Cortés, Cantón
Duarte, Ramírez y Castillo (2014) y Budjac Corvette (2011) comparten marcos de sentido
frente a la forma en que se estructura, funciona y desarrolla un sistema social; el cual, para
los autores, tiene componentes o subsistemas que permiten el desarrollo de experiencias
humanas producto de la interacción social de los sujetos.
Para Fried Schnitman (2005) el sistema se convierte en un mediador entre los sujetos
y su contexto, con la finalidad de producir acciones sociales que a su vez sean avaladas por
la otredad, a través del consenso social. Para el caso de las familias, la autora sostiene que,
los sistemas de explicación producidos en un subsistema familiar, construyen ideas
compartidas para la actuación y compresión del mundo exterior (espacio público) e interior
(relaciones familiares, fraternales o con alguna propiedad vinculativa).
Otro elemento a tener en cuenta respecto al funcionamiento del sistema es su carácter
interactivo entre diferentes sujetos. García (2013) expresa que ningún elemento puede ser
considerado de forma individual, sino que debe ser estudiado en el contexto de sus
interacciones. Cada individuo es producto de su hogar, de su familia, de su sistema
principalmente interaccional. Los padres, son el resultado de lo aprendido y adquirido en su
familia, y de tal manera se convierten en pilares formadores de sus hijos, estableciendo
acuerdos y tomando decisiones a nivel normativo y emocional, con el fin de proporcionar un
bienestar para el sistema y de cada uno de sus integrantes, los hijos, por otra parte, serán
individuos que se irán desarrollando conforme a las condiciones de crianza establecidas por
sus padres.
Al ser un conjunto de elementos que se relacionan entre sí, los sistemas suelen
estructurar un orden jerárquico (Montenegro, 1997), por ello las partes de un sistema no
funcionan a un mismo nivel, lo que permite la creación de subsistemas más complejos y
dinamizados en funciones microsociales segmentadas como en el caso de la familia.
Desde una postura sistémica, Montenegro (1997) propone que la familia se estructura
en un sistema abierto que se compone por subsistemas como el parental y conyugal, donde
se incluyen subsistemas más individuales entre los miembros de la familia, los cuales
interactúan entre sí y entre otros subsistemas sociales.
La categoría de subsistema, se convierte en un concepto clave para entender la
conformación de un grupo familiar a través de las interacciones estructurantes de la pareja
entre ellos y hacia sus hijos. En los sistemas familiares, se identifican multiplicidad de
narraciones (Sluzki, 1995), las cuales configuran decisiones que condensan la experiencia
personal y contextual de los sujetos. De allí que sea necesario entender que existen jerarquías
y diferenciaciones entre dos subsistemas que son los que conforman un sistema familiar,
mediante el subsistema conyugal y el subsistema parental.
De igual manera, vale la pena aclarar que, en la terapia sistémica, los subsistemas
pueden consolidarse por sexo, edad, rol, función. Cada individuo del grupo familiar puede
pertenecer a diversos subsistemas, en los que desempeñará cierto tipo de funciones y podría
poseer algunos niveles de poder que le permitirán la adquisición de habilidades, aprendizajes
y estrategias para su desarrollo tanto individual como grupal - familiar.
Fried Schnitman (2005), expone la conformación de sistemas de explicación, como
interacciones sociales de los sujetos. En estos ejercicios de interacción se configuran
subsistemas que se acoplan a la cotidianidad de las personas. La autora expresa que los
sistemas de explicación son mediadores entre los sujetos y su contexto, produciendo acciones
sociales que, a su vez son avaladas por la otredad a través del consenso social. Lo anterior
crea un principio de objetividad práctica que tiene sentido en subsistemas conyugales y
parentales, en tanto promueve una jerarquía, unas funciones a cada uno de sus miembros y
un sistema de normas y reglas que dinamiza la interacción familiar.
Respecto a los subsistemas, Ortiz Granja (2008), propone una definición concreta y
sencilla para entender dichos conceptos. La autora expresa que el subsistema conyugal es
aquél:
Formado por una pareja (generalmente heterosexual), en una relación definida como
tal y a menudo sancionada legalmente a través del matrimonio (aunque esto es cada vez
menos importante). Implica que cada miembro aporta para el mantenimiento de dicha
relación y ofrece apoyo al otro miembro del subsistema. (Ortiz Granja, 2008, p. 193)
Para Ortiz Granja (2008) el subsistema parental “aparece con el nacimiento del primer
hijo. Se trata del mismo subsistema conyugal pero cuando cumple, además, funciones de
cuidado y protección de los niños” (p. 193). En efecto, el subsistema conyugal, hace
referencia a los adultos que establecen un vínculo afectivo/emocional. Se describe como la
relación de pareja que dichos individuos tengan la capacidad de construir, actuando hacia el
bienestar emocional y sentimental tanto propio como el de su pareja, y en ocasiones
renunciando a su individualidad con el fin de lograr un sentido de pertenencia a dicho vínculo
establecido.
El subsistema parental se establece una vez nace el primer hijo. La autora lo describe
como la relación entre padre y madre, definido por su capacidad para tomar decisiones,
establecer acuerdos y desempeñar un uso diferenciado de autoridad. En este sentido, podría
considerarse como una escuela formadora para los hijos, enfocada en la enseñanza, crianza
y proporción de habilidades en el desarrollo y construcción de identidad y personalidad de
los hijos.
Ortiz Granja (2008) también advierte que, los subsistemas conyugal y parental
conviven en la cotidianidad de una familia nuclear, produciendo dos posiciones; uno
horizontal para el caso del subsistema conyugal y uno vertical en relación con el subsistema
parental. Sin embargo, muchos de los conflictos que ocurren en el subsistema conyugal
suelen llevarse al campo de la crianza de los hijos lo que complejiza los conflictos de ambos
subsistemas.
Anexo a lo anterior, Ortiz Granja (2008) invita a tener en cuenta las denominadas
fronteras o límites. Éstas se entienden como un conjunto de reglas que se establecen en los
subsistemas que conforman el núcleo familiar. Dichas fronteras son catalogadas en rígidas,
difusas y flexibles.
Las rígidas se caracterizan por invitar a la eventual separación de los miembros de la
familia en su proceso de construcción de identidad. Los límites rígidos según Ortiz Granja
(2008), conlleva en los niños y jóvenes a crear conductas problemáticas como abuso de
alcohol, drogas y agresividad.
Los límites difusos se caracterizan por enfocarse en gran medida por la búsqueda de
una unidad familiar, aunque suele generarse una entropía que distancia a los integrantes de
la familia. Uno de los efectos de dichas fronteras se evidencia en la incapacidad de los niños
para adaptarse a los ambientes escolares junto a posibles eventos de depresión.
Los límites flexibles son los que permiten de manera más adecuada la solución de
necesidades de los miembros de la familia tanto al interior como al exterior del núcleo
familiar.
En relación con lo expresado en párrafos anteriores, la autora explica que, al
establecer cualquiera de los límites anteriormente descritos, se producen dos funciones
denominadas centrípetas y centrífugas. La primera se relaciona con límites difusos,
presentando una tendencia a la protección y a la excesiva satisfacción de las necesidades de
los integrantes más jóvenes del subsistema parental, creando fuertes lazos de dependencia de
los niños hacia los padres.
La función centrífuga, se caracteriza por tener poca interacción afectiva de los padres
hacia los hijos. Suelen desarrollarse a través de los límites rígidos y suele invitar a la rápida
independencia de sus miembros, lo cual invita a generar una necesidad de alejamiento y
rápida salida de los hijos del hogar.
Lo anterior, se relaciona con planteamientos de autores como Meneses (2004),
Bedoya Cardona y Montaño Villalba (2016) y Cantón Cortés, Cantón Duarte y Ramírez
Castillo (2014), que encuentran una marcada relación entre la inadecuada resolución de
conflictos por parte de los padres y la generación de síntomas adversos o trastornos mentales
más severos en los hijos. Lo anterior, tiene sentido en tanto, en los subsistemas suele haber
transferencias de los padres hacia los hijos, lo que desencadena prácticas de crianza y
conductas negativas en el subsistema conyugal trasmitidas al parental.
Las relaciones e interacciones serán fundamentales para el presente artículo. A partir
de éstas es posible observar los procesos relacionales de los padres a nivel parental y/o
conyugal, incidiendo en el desarrollo de la personalidad y en ciertos comportamientos
asociados con la salud mental de los individuos que hacen parte de dicho sistema,
principalmente los hijos.
Al ser la familia un sistema abierto, con pautas de interacción y relación, se podría
asegurar que el origen de algunos trastornos y/o problemas psicológicos tendrían lugar en el
ámbito familiar; por tal motivo, su análisis y tratamiento deben realizarse a nivel familiar, no
individual (Trujano, 2010).
En relación con lo anterior, Linares (2012), señala que “los individuos no son
concebibles sino como integrados en sistemas relacionales, de los cuales el primero y más
inmediato es la familia de origen y el más amplio, pero no menos influyente, la sociedad” (p.
93). Al margen de “sistemas relacionales”, es preciso ubicarse en el subsistema relacional
parental, ya que la forma de interacción de los padres, será fundamental en la construcción
de la realidad de los hijos, basada en las experiencias observadas e impactos emocionales
generados por la “armonía relacional” de los mismos; convirtiéndolos en prototipo y ejemplo
de identificación del individuo, quien adoptará los recursos observados y transmitidos de los
comportamientos y actitudes que aquellos pilares principales utilicen para la construcción de
las dinámicas de convivencia e interacción.
Al margen de lo expresado, es necesario comprender las condiciones del estado de
madurez emocional y personal de los padres, para tener la capacidad de establecer acuerdos
enfocados en el ideal del bienestar del proceso de crianza y cuidado de los hijos.
Ahora bien, frente a las decisiones en las pautas de crianza respecto al establecimiento
de normas y límites, Gámez-Guadix y Almendros (2011) sugieren que hay una relación
directa del subsistema parental con el desarrollo y aprendizaje de hábitos disciplinarios, que
servirán para la formación de la responsabilidad y compromiso del individuo en todo lo que
respecta a su vida laboral y social.
Por ello, Gámez-Guadix y Almendros (2011) argumentan que, construir prácticas de
crianza con acciones violentas tanto en la pareja como en la relación con los niños, promueve
de manera significativa la producción de estrategias disciplinarias negativas basadas
principalmente en castigo físico y psicológico, el cual incrementa formas de interacción y
comunicación más disfuncionales por parte de los menores.
Por tal motivo, se podría señalar que un individuo, producto de un subsistema parental
y conyugal conflictivo no tendría claridad sobre el procesamiento de normativas, obteniendo
como resultado a una persona con dificultad de adaptación a la vida social, laboral, académica
y todo aquello que requiera de un estricto compromiso.
El conflicto
La categoría conflicto ha sido desarrollada desde diversas disciplinas de las ciencias
sociales. En este caso, se hará referencia al conflicto desde una perspectiva sistémica y de
corrientes de pensamientos sociológicas, que se acoplan apropiadamente a la comprensión
del conflicto en el ámbito familiar y por ende en sus subsistemas.
Fried Schnitman (2005) hace notar tres tipos de conflictos en la mayoría de
interacciones humanas.
El conflicto tipo A son conflictos que se generan en contextos donde los implicados
aún comparten visiones del mundo similares. El conflicto tipo B se caracteriza por el
encuentro de ideas sobre la visión del mundo incompatibles que, aún comparten algunos
parámetros conductuales y que permiten una posible solución al conflicto. En términos de
Fried Schnitman (2005) “A veces es preciso desafiar la coherencia de las creencias, explorar
los límites y ampliar la visión desde adentro, como una acción complementaria, para provocar
o sostener cambios” (Fried Schnitman, 2005, p. 4).
El conflicto tipo C consiste en el encuentro de dos sujetos con formas incompatibles
de entender el mundo, donde sólo se busca imponer la propia definición sobre la del otro.
Anexo a lo anterior, Fried Schnitman (2005) explica que el conflicto configura una
serie de momentos donde se exaltan las emociones y generan profundo dolor y molestia para
los involucrados. Dichas circunstancias relacionales las va a denominar crisis; clasificándolas
en crisis (intra grupal, crisis extra grupal y externa), crisis agudas y crisis crónicas.
La crisis intra grupal, extra grupal y externa, suele conllevar dificultades entre las
personas involucradas para llegar a consensos y para actuar coordinadamente. Lo anterior
conlleva a rupturas en la trama social o familiar. Por ello, para el terapeuta es necesario
diseñar una lectura sobre crisis intra o extra grupales mediante recursos diferentes a los
utilizados con anterioridad para el abordaje de dicha crisis. Además de lo anterior, Martín
Jurado y Carrasco Ortíz (2011) expresan que, para el tratamiento del conflicto y las crisis
propias de dicho proceso, requieren tener presente al inicio de la intervención familiar,
relaciones bivariadas (como el género, la tipología familiar, violencia previa en algún
contexto familiar o alguna psicopatología), que puedan estar asociados a algún factor de
riesgo que persistan en actos violentos y que maximicen aún más el conflicto.
Según Fried Schnitman (2005), las crisis agudas o abruptas: se caracterizan por
requerir decisiones rápidas debido a que suelen ser urgentes. Para el abordaje de la crisis, es
necesario considerar situaciones que escaparon al momento, además de tener presente
estrategias, manejo del tiempo y recursos para la superación de la crisis en toda su
complejidad.
Las crisis crónicas: son aquellas que suelen extenderse en el tiempo y requieren del
mismo para darle solución. Para su resolución requieren que los sujetos tengan presente
aquello que no se ha tenido en cuenta al inicio de la crisis, por ello suelen ser desgastantes y
sostenidas. Es recomendable para los terapeutas, siempre estar alerta respecto a las formas
en que las crisis se minimizan o maximizan en el tiempo.
Ahora bien, autores como Gómez Sánchez, Recio Reyes y Martínez López (2011)
encuentran que el conflicto en los subsistemas conyugales y parentales, suelen conllevar
eventos de frustración, mecanismos de defensa y prácticas de transferencia, los cuales, se
convierten en dinamizadores del conflicto al interior de la familia. Los autores encuentran
que la frustración es producto de la imposibilidad de reunir condiciones adecuadas para
satisfacer algún deseo.
En sus investigaciones, Gómez Sánchez, Recio Reyes y Martínez López (2011)
evidencian que, al interior de la familia, las crisis y conflictos suelen tener un origen en
prácticas de transferencia, es decir, utilizar al otro para repetir situaciones o resolver deseos
reprimidos producto de la frustración de alguno de los padres. Lo anterior, se configura en
una variable que puede detonar en conflicto en ambos subsistemas conyugal y parental;
debido a la necesidad de los padres en proyectarse a través de la pareja o en los hijos con el
fin de reducir alguna situación frustrante del pasado o el presente.
De igual manera, los autores también encuentran que la proyección también puede
convertirse a largo plazo en un elemento configurador de conflicto para los niños, en tanto
aprenden y socializan por medio de dinámicas conflictivas que reproducen en sus mismos
espacios de socialización con pares.
En la misma línea de análisis Gámez-Guadix y Almendros (2011) coinciden con otros
autores acerca del impacto que tiene la transferencia en la conformación de conductas
negativas que devienen en conflictos entre padres y que suelen proyectarse en las relaciones
con los hijos, lo cual conlleva prácticas de crianza disfuncionales.
Además de lo expresado anteriormente, Gámez-Guadix y Almendros (2011)
argumentan que, la violencia marital en las prácticas de crianza impartidas en un subsistema
conyugal, reducen las interacciones positivas como el apoyo y el afecto hacia sus hijos,
produciendo un malestar emocional más complejo de tratar. Un tercer factor de incidencia
negativa en las interacciones entre padres e hijos es la falta de sincronía para fortalecer las
prácticas disciplinarias hacia los hijos, lo que culmina en mayores conflictos debido al
desacuerdo entre formas de disciplina y establecimiento de normas por parte de alguno de
los integrantes del subsistema conyugal.
Siguiendo la línea de discusión Pérez Ramos y Alvarado Martínez (2015) presentan
consideraciones frente a estudios de conflictos entre padres e hijos, donde al ingresar a la
etapa de la adolescencia, los hijos suelen expresar el malestar producto del conflicto
intrafamiliar en bajo rendimiento escolar y mayor resistencia al seguimiento de normas.
Además, las discusiones y tensiones suelen ser más comunes y agudas debido a las formas
inadecuadas en que se abordan y resuelven dichos conflictos en el ámbito familiar.
Sin embargo, es válido hacer una aclaración metodológica respecto al tratamiento de
niños y adolescentes vinculados a un subsistema familiar conflictivo. Málaga Diéguez y
Álvarez Arias (2010) advierten sobre un adecuado diagnóstico inicial con cada miembro de
la familia, para identificar o descartar algún trastorno de aprendizaje que pudiera tener una
incidencia en bajo rendimiento escolar y que no sea una respuesta psíquica producto de la
frustración que le genera al niño la interacción en un espacio familiar conflictivo.
Respecto al trastorno y la incidencia dentro de las dinámicas familiares conflictivas,
Artigas Pallarés (2011) recuerda que un trastorno se caracteriza por una alteración de la
conducta que desencadena un malestar. Dicha molestia se hace efectiva cuando existe en el
sujeto alguna alteración de orden genético, estructural o cognitivo, el cual produce un patrón
clínico denominado trastorno. El trastorno de tipo mental, producto de alguna desventaja
física o cognitiva, puede incidir en las acciones cotidianas de un sujeto; además de su
capacidad para la interacción social (Artigas Pallarés, 2011). Por lo anterior, el terapeuta debe
tener claridades respecto al diagnóstico clínico del implicado y realizar exámenes que
descarten la relación directa entre el malestar producto del trastorno o del conflicto en el
subsistema parental.
Retomando la perspectiva de Pérez Ramos y Alvarado Martínez (2015), se evidencia
que, las reflexiones de los autores, giran en torno a comprender que la solución del conflicto
entre subsistemas parental y marital, se estructura a través de los estilos parentales; o como
expresa Ortiz Granja (2008) por los límites o fronteras que se construyen en el entorno
familiar. Para Pérez Ramos y Alvarado Martínez (2015) los estilos parentales son las
actitudes y prácticas que se desenvuelven en la interacción entre padres e hijos. En efecto,
los autores concuerdan con Ortiz Granja (2008) en que estilos autoritarios promueven más el
conflicto, mientras que estilos más comunicativos permite mejores acuerdos, que conllevan
a promover fronteras más flexibles.
En dicha línea de ideas, se concluye que, las diferentes formas de negociar y resolver
el conflicto entre el padre y madre en relación con el hijo, suele tener diferencias que pueden
modificar el conflicto tanto de las figuras de autoridad hacia el hijo como entre ellos mismos,
conllevando a posibles crisis en los subsistemas y entre ellos. Por lo anterior, es necesario
que el terapeuta recurra a estrategias como el fortalecimiento de las alianzas familiares,
definidas por Escudero (2009) como “los lazos afectivos entre la persona que acude a la
entrevista y el profesional, lo que implica confianza, respeto, interés y compromiso con la
intervención y con las herramientas que se utilizarán para conseguir los objetivos propuestos.
(p. 5)
El tratamiento del conflicto en la familia, requiere lo que Escudero, Abascal y Varela
(2008) definen como una buena conexión emocional con cada miembro del núcleo familiar,
pero teniendo presente que hay una marcada diferencia de interacción con cada miembro de
la familia. Por ello, al conversar con el niño, el terapeuta requiere que éste se sienta seguro
en la terapia para que pueda abordar conflictos o problemáticas que le afectan en su
cotidianidad.
Los autores también plantean la necesidad de que el niño identifique que la terapia es
para todos los miembros de la familia y que todos son protagonistas en el proceso terapéutico
(Escudero, Abascal y Varela, 2008).
Anexo a lo anterior, Cortés Arboleda, Cantón Duarte y Cantón-Cortés (2011)
explican que:
Los conflictos entre los padres se refieren tanto a las tensiones diarias sin importancia
que se producen entre ellos, como a las discusiones graves y la violencia física. En toda
relación de pareja cabe esperar un cierto nivel de conflicto; sin embargo, el conflicto puede
variar en frecuencia, contenido, intensidad, forma de resolución, así como en las
interpretaciones que del conflicto hagan los hijos, incluyendo la autoinculpación,
sentimientos de amenaza, estrategias de afrontamiento y estabilidad percibida de sus causas.
(p. 504)
De tal manera, dichos autores permiten encaminar el presente artículo enfocado en el
sistema relacional conflictivo, comprendiendo, viendo y manifestado el conflicto en
tensiones constantes, discusiones graves y dado el caso, violencia física entre los padres.
Desde allí se pretende describir cómo este sistema relacional fundamentado en el conflicto
tiene la capacidad para generar ciertos niveles de malestar en el individuo, que próximamente
surgirán en forma de trastorno.
Como señaló Ramírez (2004) “Los conflictos parentales, de acuerdo con los
resultados de numerosas investigaciones, se relacionan con la predisposición de los hijos a
presentar tanto problemas de conducta externos (conducta agresiva y delictiva) como
problemas internos (trastornos emocionales de ansiedad/depresión)” (p. 171). En esta
oportunidad, el autor refuerza lo previamente planteado mencionando la conducta delictiva,
que estaría directamente relacionada con la falta de cumplimiento de reglas y normativas
establecidas por la sociedad, precisamente derivada por la incapacidad de los padres al
momento de tomar decisiones en su proceso de crianza.
Por otra parte, si las decisiones del hogar no son acordadas sino impuestas mediante
el conflicto y la hostilidad por uno de los padres, el individuo podría interpretar y desarrollar
cierto tipo de abusividad o sumisión; ya que ha comprendido que la posibilidad del debate,
la argumentación y la opinión personal no tendría relevancia alguna. Esto podría tener como
resultado a una persona que se desarrolle en términos de personalidad abusiva, egoísta, que
se impone ante los demás y no escucha su opinión, se aprovecha de las personas que permitan
dicho tipo de actitud; o en su defecto, una personalidad pasiva, sin criterio para desarrollar
autonomía y autosuficiencia, de carácter débil y que pasaría desapercibido socialmente
mientras pretende encajar mediante la búsqueda de aprobación de los demás.
Al margen de esto, un sistema relacional conflictivo en el subsistema conyugal,
probablemente no le permitirá desarrollar habilidades y aprendizajes para la estructuración
de vínculos interpersonales, pues el ejemplo y los modelos de identificación estarán
caracterizados por el conflicto, que muy probablemente se verán reflejados en sus procesos
de interacción y expresión de afecto a lo largo de la vida.
En relación con lo anterior Bergman (2008) explica que un factor de malestar
emocional recurrente en los espacios familiares conflictivos son los síntomas o
consecuencias plasmadas en problemas familiares, evidenciados en eventos como el
divorcio, la disfuncionalidad en las interacciones familiares o manejos conductuales
problemáticos en los niños (Menéses, 2004).
Bergman (2008), también advierte que los síntomas pueden generar algunos procesos
de traslación del conflicto, como por ejemplo dar prioridad a problemas de los hijos y dejar
de lado los problemas del subsistema conyugal; lo que conlleva a síntomas más graves en el
contexto familiar. En otros casos, los problemas en el subsistema conyugal se convierten en
síntomas que afectan también a los hijos, produciendo una serie de síntomas más complejos
en éstos, en palabras del Bergman (2008):
Una de las estrategias de intervención que funcionan en estos casos consiste en
trabajar con los padres sus dificultades matrimoniales, lo que sólo es posible si éstos
demandan ayuda y quieren solucionar su situación, ya que si no aceptan la intervención,
seguirán depositando el síntoma y la responsabilidad de la intervención en el hijo. (p. 4)
Ahora bien, si el subsistema conyugal se caracteriza por la madurez emocional y la
capacidad de expresar y recibir afecto, cuidar de los sentimientos propios y de la pareja,
actuar y tomar decisiones enfocadas y encaminadas hacia la armonía emocional; se podría
considerar a dicho subsistema como el pionero en el desarrollo de habilidades para el manejo
emocional de los hijos. En este orden de ideas, si se habla de un subsistema conyugal que se
expresa en términos conflictivos, podría verse afectado y comprometido el desarrollo de la
esfera emocional de los hijos implicados, debido a que lo aprendido en el hogar no le
permitiría desarrollar herramientas para el autocuidado emocional, la importancia de las
emociones propias y de los demás, con poca inteligencia emocional que le conllevaría
dificultades de adaptación social.
Así mismo, Linares (2012) asegura que “somos producto de una historia y, desde este
punto de vista, el pasado en el que transcurrió la experiencia relacional define la
personalidad” (p.100). En esta oportunidad, el autor señala la importancia del sistema
relacional y toda su historia de desarrollo como determinante en la construcción de la
personalidad y en los procesos de identificación de los hijos, ya que dichos ejemplos
indicarán la forma de cómo desenvolverse a nivel social, así mismo ejemplificará la forma
en cómo elegir pareja y cómo construir un hogar.
Lo anterior, fue analizado por Bateson (1972) en sus estudios acerca de la
personalidad de los sujetos y las formas en que se construye la personalidad; de allí que
Linares (2012) identificara que “la personalidad individual se prolonga a los sistemas
relacionales de pertenencia: dime a qué sistemas relacionales perteneces y te diré quién eres”
(p. 101). Podría ejercer como peso de validez descriptivo, de cómo un sistema relacional
conflictivo en los subsistemas parental y conyugal, sería precursor de personas con carencia
de herramientas en la construcción de su identidad y personalidad; por consiguiente, el
malestar acumulado por dichas deficiencias se encargaría de estructurar trastornos y
afecciones a nivel de salud mental de los individuos, siendo también propensos a trascender
su conflicto a nivel intra-familiar en las nuevas generaciones.
Adviértase que lo señalado “sistemas relacionales de pertenencia”, sería premisa para
hablar del reconocimiento del conflicto, identificación del conflicto, identificación en el
conflicto. Es decir, se pertenece a un sistema relacional, se pertenece a un desacuerdo, se
pertenece a un conflicto, se construye en función del conflicto; se establecen pautas,
principios, ideales, teniendo una base creada en el conflicto.
No obstante, se debe señalar que podría existir casos en que los individuos expuestos
a un sistema relacional conflictivo en los subsistemas de los padres no desarrolle
estrictamente un trastorno; sin embargo, estos casos podrían ser limitados, escasos y poco
frecuentes, así como también sea probable que dichos individuos cuenten con la elaboración
de procesos psicoterapéuticos enfocados en el desarrollo de habilidades, aprendizaje de
herramientas que le permitan adaptarse a la sociedad y adquirir nuevas pautas y estilos de
interacción interpersonal.
Por otro lado vale la pena aclarar, que para el tratamiento del conflicto mediante una
línea de terapia sistémica breve como la que propone García (2013), se requiere consolidar
un proceso de alianza terapéutica, la cual, explica que no existe un modelo o protocolo único
para hacer terapia, sino que la intervención desde dicha metodología, invita a construir un
proceso que se ajusta a la individualidad del problema y de los sujetos implicados, valorando
las creencias, expectativas y motivaciones de los integrantes del núcleo familiar.
Complementario a lo anterior, Girón, Rodríguez, Sánchez (2003) expresan que:
Habría factores de la órbita familiar (de su estructura, organización y funcionamiento)
que actuarían reforzando y amplificando los problemas de comportamiento, hasta ese
momento “normales”, para llegar a alcanzar la definición de trastorno. Entre estos factores
destacamos por su alta prevalencia en nuestra muestra, los desacuerdos parentales, más o
menos explícitos, sobre el modelo de autoridad con que afrontar la crianza de los chicos. (p.
6)
En relación con lo anterior, se evidencia que los autores hacen referencia a problemas
del comportamiento asociados, o por lo menos que figuraban como factor común, respecto
de la relación conflictiva del subsistema parental, reflejado en la incapacidad para la
estructuración de normas y falta de capacidad para establecer acuerdos autoritarios para sus
hijos.
Cabe la importancia de ahondar un poco en el presente apartado, ya que los problemas
del comportamiento podrían relacionarse con la incapacidad de adaptarse a lo establecido
generalmente, y por esa incapacidad de acoplamiento es que surgen las dificultades a nivel
comportamental, es decir, que las normas impuestas social y culturalmente, se caracterizan
por su difícil cumplimiento para los individuos que han desarrollado su personalidad y su
proceso de identificación con unos padres en función de un sistema relacional conflictivo,
comportándose de forma inesperada y obteniendo como resultado malestar a nivel individual
y social.
De igual forma, la toma de decisiones enfocadas en la objetividad y la asignación de
prioridades podría verse afectada. Básicamente su realidad presentaría una problemática por
la imposibilidad de procesar con claridad la estructuración de normas, las cuales se adquieren
principalmente en el hogar y que le permiten desenvolverse de forma sana y acorde a lo
establecido “objetivamente” por la sociedad.
Por otra parte, cuando un individuo no reconoce sus propios límites posiblemente le
cueste identificar los límites de los demás, más aún cuando se trata sobre sí mismo; es decir,
podría verse comprometido y expuesto a desarrollar una personalidad pasiva y de carácter
débil, la cuál sería propensa a “permitir el derecho” de que las demás personas se aprovechen
y hagan uso de su ser, puesto que no contaría con las herramientas suficientes para identificar
el punto de permisividad de las decisiones y acciones de los otros sobre sí mismo. En relación
con lo anterior Gómez-Ortíz, Martín, y Ortega-Ruiz, (2017) expresan que:
No obstante, las interacciones, los procesos y los conflictos que acontecen en el seno
del grupo familiar también pueden impactar de forma negativa en el desarrollo de sus
miembros, sobre todo cuando los adultos no logran encontrar la funcionalidad positiva de
estabilidad y realización personal en este contexto, y hacen de él una fuente de problemas y
a veces de traumas psicológicos que impactan negativamente en el desarrollo de los menores
(p. 68).
Siguiendo la línea de argumentación, se puede entender que el conflicto entre los
padres no permite el desarrollo de una “funcionalidad positiva de estabilidad”, es decir; que
dichas relaciones interaccionales no permiten el equilibrio del funcionamiento familiar,
impidiendo que se establezcan acuerdos para la solución de conflictos y obteniendo como
resultado en muchos casos, algunos traumas y problemas psicológicos desarrollados por los
hijos expuestos a una atmósfera aversiva.
Al respecto, conviene referir a Achenbach et. al., (1989) en Ramírez (2004), quien
señala que “ante el deterioro de la vida familiar se confirma el empeoramiento de los
problemas de los niños en los ámbitos de: marginación o problemas sociales, ansiedad y
depresión, problemas de atención o de razonamiento, y delincuencia o agresividad” (p. 172).
En este orden de ideas, el autor permite darle fuerza a las ideas previamente expuestas
en el presente artículo, ya que ratifica la hipótesis de que un menor que se ha desarrollado en
medio de la hostilidad parental y/o conyugal, en los procesos de identificación y aprendizaje
de comunicación será basada en el conflicto, y al no tener otros recursos u otro tipo de
ejemplo para establecer relaciones interpersonales, es probable que construya sus sistemas
relacionales fundamentados en el conflicto, viéndose expuesto a la marginalidad, al
aislamiento, a la incapacidad o a la dificultad de consolidar vínculos sociales.
Por último, vale la pena presentar la importancia de la terapia como pilar
metodológico para la resolución del conflicto. Así, Minuchin (2004) propone que, la terapia
familiar permite a un profesional, tener un encuentro co-participativo entre éste y la familia,
descubriendo y observando las interacciones repetitivas que se generan en el espacio familiar
para identificar las formas de pesar e interactuar de cada uno de los implicados. En términos
de Minuchin (2004):
El terapeuta de familia (…) tiene que integrarse en un sistema de personas
interdependientes. Para ser eficaz como miembro de este sistema, debe responder a las
circunstancias en armonía con las reglas del sistema, al tiempo que se utiliza a sí mismo de
la manera más amplia posible. Es lo que se entiende por espontaneidad terapéutica. (p. 16)
Para finalizar, es necesario precisar que el terapeuta de familia debe tener habilidades
negociadoras con el fin de llegar a un acuerdo entre ambas partes, las cuales, encuentren
puntos comunes en torno a intereses y necesidades que beneficien a los implicados. En las
dinámicas terapéuticas, se requiere entender las tensiones entre las partes y generar procesos
contextuales que permitan dar una perspectiva al conflicto y su posible solución, incluyendo
cada una de las voces de los integrantes de los subsistemas conyugal y parental.
CONCLUSIONES
En el tratamiento del conflicto en subsistemas conyugales y parentales se debe
tener en cuenta que muchas de las crisis en alguno de estos suelen trasladarse
a las prácticas de crianza, complejizando el nivel de conflicto al interior de la
familia. Lo anterior, conlleva a la producción de malestar psicológico
expresado en comportamientos disfuncionales en los hijos.
Las herramientas de adaptación para la vida en sociedad que desarrollará
aquel individuo que se desenvuelve en un sistema familiar relacional
conflictivo, serán confusas y no serán lo suficientemente apropiadas para
enfrentar las dificultades y adversidades de la vida cotidiana. Tampoco le
permitirá desarrollar una apropiada tolerancia a la frustración, hábitos de vida
saludable, autocuidado, autoconocimiento, pues al no contar con una claridad
en sus pautas normativas, producto de prácticas de crianza positivas, se le
dificultará identificar los límites tanto propios como sociales, y las
responsabilidades que debe adquirir para una correcta interacción social.
La incapacidad para establecer acuerdos entre el subsistema parental, sumado
a ello un sistema relacional conflictivo será determinante para que el individuo
o en este caso el sistema fraternal, tenga dificultades en el proceso de
comprensión de normas y leyes, evidenciando un conflicto con la autoridad y
todo aquello que demande cierto tipo de normatividad, como por ejemplo
responsabilidad social, responsabilidad laboral, e inclusive responsabilidad
consigo mismo y de autocuidado.
Las dificultades y conflictos en el subsistema conyugal, dará lugar a la
incapacidad o a la imposibilidad de que el individuo pueda elaborar un
concepto sano o una construcción apropiada para su esfera emocional; debido
a que sus padres presentarán dificultades en todo lo que respecta el cuidado y
fortalecimiento afectivo de la pareja, reflejando en los hijos dificultades en el
autoconcepto, autocuidado, amor propio y consecuente con esto, dificultades
para la construcción de vínculos interpersonales sanos, ya que la base se
fundamentó mediante el conflicto.
Las decisiones en torno a la generación de pautas de crianza compartidas en
el subsistema parental, están directamente relacionadas con la construcción de
hábitos disciplinarios que habilitan la formación de valores como la
responsabilidad, y el compromiso. Sin embargo, en casos donde los adultos
crean proyecciones hacia los hijos o desacuerdos en pautas de crianza hacia
los menores, se convierten en causa de conflictos debido a la incompatibilidad
de estrategias disciplinarias conjuntas que conlleven a adquisición de
conductas socialmente esperadas en los infantes.
El terapeuta debe tener presente que, tanto en el subsistema conyugal como
parental, existirán puntos de tensión que son contextualizadas por la historia
de vida de la familia y por toda la estructura social y afectiva que la conforma.
Por ello, es fundamental que el profesional procure la codificación conjunta
de una estructura que sustituya los procesos relacionales que suelen causar el
conflicto en la relación familiar.
La construcción de sentido y de realidad de un individuo será determinada por
la capacidad de los padres en los procesos de crianza, ya que serán el pilar
fundamental y ejemplo a seguir por parte de los menores quienes están
percibiendo y adquiriendo aprendizajes con base en su comportamiento y
capacidad para tomar decisiones. Si el subsistema parental y/o conyugal se
desarrolla en términos conflictivos, habrá una dificultad en el menor para la
construcción de vínculos interpersonales y esto va a interferir en su desarrollo
y construcción de identidad y personalidad.
En relación con las limitaciones de la revisión bibliográfica, es necesario
aclarar que los estudios encontrados no son completamente concluyentes
respecto a las formas de intervenir el conflicto en contextos familiares. Por
ello, siempre se enfatiza en la necesidad de comprender el contexto en el que
una familia se desarrolla para procurar claridades frente a los elementos que
generan el conflicto. Además de lo anterior, otra limitación es que la
bibliografía citada siempre requiere de un terapeuta como mediador del
conflicto limitando la capacidad de autogestión del conflicto por parte de los
integrantes del núcleo familiar, y por ende, reduciendo la autonomía de las
familias para tratar y resolver el conflicto desde sus saberes personales.
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