i prologo, capitulo1 - antropología, cultura popular y derechos humanos

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COLECCION CIENCIAS SOCIALES - NOVEDADES

Las Metamorfosis del Clientelismo Político Contribución para el Análisis InstitucionalMiguel E. V. TrottaLos Vínculos FamiliaresReflexiones desde la Práctica ProfesionalLiliana BargDesde el Imaginario Social del Siglo XXI Repensar el Trabajo Social Susana L. MalacalzaAbuso Sexual Infantil IntrafamiliarUn Abordaje desde el Trabajo SocialMarta del Carmen Podestá - Ofelia Laura RoveaTrabajo Social con Adultos MayoresIntervención Profesional desde una Perspectiva ClínicaLiliana Cordero - Silvia Cabanillas - Gladys LerchundiConstruyendo el Trabajo Social con Adultos Mayores Realidad y Análisis de los Centros de DíaJorge P. Paola V Liliana Penas - María del Pilar Fernández Ofelia Pérez - Laura Martínez - Mónica DemarcoPolíticas y Problemas Sociales en la Sociedad Neoliberal La Otra Década Infame (!)Estela GrassiFormación Académica en Trabajo SocialUna Apuesta Política para Repensar la ProfesiónVarios AutoresTrabajo Social y las Nuevas Configuraciones de lo Social Maestría en Trabajo Social Varios AutoresEnsayos sobre Ciudadanía Reflexiones desde el Trabajo Social Nora Aquín (compiladora)La Práctica de! Perito Trabajador SocialUna Propuesta Metodológica de Intervención SocialMarta Dell’AglioAntropología, Cultura Popular y Derechos HumanosCarlos Eróles - María Mercedes Gagneten - Arturo Sala

Page 3: I Prologo, Capitulo1 - Antropología, Cultura Popular y Derechos Humanos

Carlos Eróles María Mercedes Gagneten

Arturo Sala

Antropología, Cultura Popular

yDerechos Humanos

EspaciOEDITORIAL Buenos Aires

Page 4: I Prologo, Capitulo1 - Antropología, Cultura Popular y Derechos Humanos

Eróles, CarlosAntropología, cultura popular y derechos humanos /

Carlos Eróles, María Mercedes Gagneten y Arturo Sala. - 1§ ed. - Buenos Aires: Espacio, 2004.

160 p.¡ 20 x 14 cm - (Ciencias sociales) j

ISBN 950-802-177-2

1. Antropología Social I. Gagneten, María Mecedes II. Sala, Arturo I. Título

CDD 306

EspaciOEDITORIAL

editora - distribuidora importadora - exportadora Simón Bolívar 547 - 39 of. 1

(C1066AAK) Ciudad Autónoma de Buenos Aires Tel. 4331-1945

E-Mail: [email protected] www.espacioeditorial.com.ar

Diseño de tapa: Claudia SolariCorrección: Ernesto Gutiérrez

Composición y armado tipográfico: Osmar Luis BondoniCoordinación y Producción Editorial: Osvaldo Dubini

La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, escrita a máquina, por el sistema “multigraph", mimeògrafo, impreso por fotocopia, fotoduplicación, etcétera, no autoriza­da por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.1 á edición 2004 lafotocopiai eaicion, ¿uu« mataal libroImpreso en la Argentina - Printed in Argentina y e s un d e lito

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 © 2004 Espacio EditorialISBN: 950-802-177-2

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Prólogo

La Antropología mira al hombre en su integridad, interro­gándose sobre el sentido de la existencia humana, el desa­rrollo de los pueblos y la conformación de las culturas. Son los seres humanos como sujetos de la historia y las prácti­cas sociales que definen los procesos colectivos que los tie­nen como protagonistas, los que requieren una mirada ex­perta, que permita reflexionar sobre las situaciones proble­máticas que los afectan e intervenir para transformar la rea­lidad y fortalecer su participación ciudadana y su calidad de vida.

Entre todos los aspectos que implican una mirada desde la antropología, nos interesa la problemática de la pobreza y más aún la situación existencial del des-poseído como ser alienado en su capacidad de gestión, colocado al margen, sometido, víctima de injusticias e invisibilidades, tanto por parte de los que mandan, como de aquellos que están inte­grados en la sociedad, desde un lugar tan dependiente como incuestionado críticamente.

Filósofos, antropólogos, trabajadores sociales y educado­res, entre otros técnicos e intelectuales “de abajo”i, tenemos mucho que opinar en la interrelación de estas temáticas. Es decir, cuando las disciplinas y la universidad misma son in­terpeladas desde quienes se sienten vulnerados en sus de­rechos.

Se trata de asumir una praxis común que se enraiza en la cultura popular y los derechos humanos, pero que pone de manifiesto la “filosofía indigente”, que trabaja en los lími­

1 La expresión “intelectuales de abajo", empleada por Alain Touraine en uno de sus libros, no es ajena al pensamiento de otros autores, como Mario Margulis o Santillán Güemes. Recientemente la reencontramos en unas cartas publicadas por el subcomandante Marcos (Cf. Página/12, julio de 2003).

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ANTROPOLOGIA. CULTURA POPULAR Y DERECHOS HUMANOS

tes y desde el compromiso existencial con el pueblo despo­jado de sus derechos, es decir con los horrores y las espe­ranzas que marcan el pasado y el presente de América Latina. Solamente con una actitud intelectual también des­pojada es posible asumir, con una perspectiva de transfor­mación, la realidad de nuestros conciudadanos sumidos en la pobreza.

La cultura popular ofrece una mediación significativa para la comprensión de los procesos sociales que tienen su ori­gen y desarrollo en la vida cotidiana de las familias y las co­munidades. Es un universo simbólico, que a partir de códi­gos y creatividad propias, define contenidos éticos, políticos, sociales, y prácticas sustantivas que se traducen en estrate­gias de supervivencia, formas organizativas, desarrollo de nuevos sujetos y conformación de movimientos sociales.

En otro'plano de análisis, allí tienen su asiento expresio­nes culturales significativas en la música, en la poesía, en la artesanía, que permiten conocer las vivencias de amor, ale­gría, dolores y adecuaciones a la realidad que muestran la rica diversidad de nuestra población.

Aquí surge la contradicción entre la cultura instrumental, centrada en el trabajo alienado y en la explotación de los trabajadores, contrapuesta a la cultura de la vida, donde lo bueno, lo bello, lo familiar, lo laboral y lo comunitario se en­hebran en un conjunto concreto y coherente.

En este contexto, la mirada desde los derechos humanos ofrece un marco referencial imprescindible para el desarrollo de los procesos sociales, que tienen su origen en las luchas populares.

Se trata de mirar la realidad desde la perspectiva del “de­recho a tener derechos”, es decir desde la ciudadanía vivenciada como la conciencia social que lleva a la afirma­ción de los derechos humanos y a la constitución de sujetos sociales con vocación de cambio.

Los derechos humanos como expresión normativa de la dignidad humana, constituyen el marco de referencia impres­cindible para encuadrar toda indagación científica, con la si­

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PROLOGO

tuación existencial y concreta de los sectores populares y con su derecho a la identidad, a la expresión y a la lucha abierta, en defensa del derecho a la vida, a la participación y a la satisfacción plena de las necesidades reales.

Más aún: asumen la dimensión de un criterio hermeneútico que es capaz de transformar las ciencias sociales latinoame­ricanas, en el marco de un modelo de intervención que lla­mamos “praxis social de Jos derechos humanos en América Latina”

Por lo expuesto, este libro no es sólo un reflexión teórica sobre la realidad argentina y latinoamericana. Es también una convocatoria al compromiso en la construción de enclaves de transformación social y en la gestación de un proyecto de liberación.

María M ercedes G agneten A rturo S ala

C arlos Eróles

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Capítulo I

La Antropología y los derechos humanos

Arturo Sala

¿Qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?

‘■i Salmo 8:5

1. ¿De qué hablamos cuando en la Antropología nos situamos?

Desde los trabajos de Heródoto en adelante, la tarea etnográfica relevó los territorios, las simbólicas, los sistemas de creencias, las costumbres, los comportamientos propios de mujeres, niños, jóvenes, guerreros, prostitutas, artesanos, mayores, antepasados, héroes míticos y dioses entre los di­versos pueblos y culturas.

Fue a partir del siglo XIX que la Antropología comenzó a sistematizar también los aspectos biológicos, evolutivos y anatomofisiológicos, llegando en la actualidad a las investi­gaciones en genética de las poblaciones, entre otros traba­jos vinculados con las neurociencias.

Con la industrialización y urbanización intensiva y exten­siva comienzan a estudiarse los problemas culturales de las nuevas sociedades de alta complejidad, a las que paulati­namente se van incorporando pueblos tradicionales, indíge­nas o criollos. Será de tal manera que la Antropología se co-

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menzará a transformar en una disciplina establecedora de puentes y articulaciones con otros campos del saber o de las prácticas sociales. Conectará a las ciencias exactas y naturales, con las ciencias sociales y con la reflexión filo­sófica.

Como disciplina eminentemente comparativa, su enfoque, ante la aparente uniformización de las nuevas sociedades globales, permite encontrar las diferencias y las semejanzas entre los sistemas de creencias y los comportamientos a ellos asociados, como los universos simbólicos que establecen determinadas marcas o diferencias, ante los modos de vivir, ante las maneras de satisfacer deseos y necesidades, ante los modos de enfermar, de sanar o de morir.

Maurice Godelier escribe al respecto:

Fundamentalmente nuestros análisis no llevan a concluir que ninguna sociedad humana sabría existir sin la presencia de dos dominios: el dominio de los intercambios —independientemente de lo que se intercambie y de la forma en que se lo haga— y otro dominio (simbólico) donde los individuos y los grupos conservan preciosamente para sí cosas, relatos, nom­bres y formas de pensamiento que posteriormente transmiten a sus descendientes o a quienes compar­ten su misma fe.1

Es en el orden teórico de esos dos dominios —el de los intercambios y el de lo simbólico— donde se producen los desórdenes y las rupturas, donde se filtran los componentes caóticos y adquieren especificidad los conflictos. Todos com­ponentes que deben ser tenidos en cuenta de mapgra rigu­rosa ante las diversas modalidades de intervención, en crisis, principalmente inter-étnicas.

a n t r o p o l o g ía , cultura po p u lar y derechos hum an o s

1 Godelier, M. El enigma del don. Barcelona, Paidós, 1998, p. 285.

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LA ANTROPOLOGIA Y LOS DERECHOS HUMANOS

1.1. El objeto de estudio de la Antropología

Alonso establece una estrecha vinculación entre el tiem­po y el espacio, donde este último se temporaliza; en tanto el primero se espacializa.2 La investigadora relaciona el con­cepto de etnicidad con las marcaciones de estilo de vida, con las distinciones de status, tales como vestimenta, lengua­je, religión, comida, música u ocupación. Señala una distin­ción con el concepto de raza, al que considera una variante de la etnicidad que privilegia específicas marcaciones somáticas generadoras de diferenciaciones de status basa­das en el color de la piel, el tipo de cabello, la forma de las facciones y la altura.

Clifford Geertz destaca que el objeto de estudio actual de la Antropología es compartido con otras disciplinas como la Historia, la Sociología o las Ciencias Políticas, entre otras. Estableciendo la especificidad de la misma no en el campo de estudio, sino en el método etnográfico y el tipo de cono­cimientos que se puede extraer de él o al que se puede acceder mediante el enfoque etno-metodológico.

Geertz realiza la contraposición de las dos miradas que considera propias de la Antropología. Un polo que la defini­ría clásicamente como ciencia del espíritu y el otro que la vincula como ciencia de la naturaleza3 y toma posición por una Antropología que posea una visión global de la vida humana, holista, amplia, con un franco y manifiesto respeto por las diversidades culturales; al tiempo que destaca el tra­bajo de campo vernáculo, localizado, de largo plazo y de

2 Alonso, A. “The politics of space, time and substance: state formation, nationalism and thnicity”. En: Annual Review of Anthropology, 1994, 23: 309- 405.

3 Ello es lo que marcó las diferentes tradiciones académicas en la Ar­gentina: considerada como ciencia del espíritu en la UBA, su ámbito de desarrollo fue la Facultad de Filosofía y Letras; y en tanto se la postula como ciencia de la naturaleza, se ubica en la Universidad de La Plata en la Facul­tad de Ciencias Naturales y el Museo.

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ANTROPOLOGIA, cultura p o p u l a r y derecho s hum anos

intensa frecuentación, gracias a la proximidad que los inves­tigadores mantienen con el campo.

Hace así una explicitación de los límites en el análisis antropológico: un determinado observador, en cierto momen­to, en un determinado lugar; es decir, o b s e rv a d o r posicionado, datos circunstanciales.

• — La simultaneidad de tiempos en la práctica antropológica: algunas consecuencias

Todo decir es tal, en tanto se dice algo desde algún lu­gar. El lugar que nos convoca es el de Latinoamérica, el de Argentina. Lugar de configuración de nuestras identidades desde donde se definen y delimitan los decires. Variaciones del habla sobre las necesidades y las esperanzas, tonadas y modalidades regionales, que como música del estar, refie­ren a las diversas manifestaciones melódicas de las expe­riencias vividas desde lo raigal, desde el terruño específico.

Sin embargo son muchos los peligros que enmarcan se­duciendo nuestro pensar, y consecuentemente “el hacer” en el campo concreto de nuestros pueblos. Son los decires de unos que creen y diseñan lo que otros necesitan, desde la realidad subjetiva del Poderoso. Sea o haya sido éste el Príncipe, el Mesías, el Dictador, el Caudillo, el Genocida, o en sus formas teocráticamente postmodernas: el lugar “ofi­cial” del Filósofo “aceptable”, del Científico “alineado”, del Tecnócrata o del Corporative-man. Desde tal discurso desde las alturas, la realidad humana objetiva de cada sociedad, de cada cultura, subcultura, etnía, comunidad, poblado o fami­lia se anula mediante el siniestro procedimiento de la homogeneización, negadora de las multiplicidades y de las diferencias.

Digámoslo con palabras fuertes y precisas: se despliegan los dispositivos normalizadores o uniformadores del genoci­dio o del etnocidio, o de ambos a la vez, para consumar el odio. El reiterado discurso de los vencedores: “O hacen todo

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lo posible para parecerse a nosotros, o merecen desapare­cer”. Lógica subyacente de la continuidad sustancial del es- quema de civilización o barbarie.

___________ !__ LA ANTROPOLOGIA Y LOS DERECHOS HUMANOS

1.2.1. Cultura oficial y exclusión

En un país —el nuestro— donde los espasmos entre la idealización y el odio marcaron la configuración sociocultural que nos incluye, es mucho el trabajo que hay que realizar desde la educación para la paz —basada en la recuperación activa de los derechos que jamás deberían haber sido conculcados— a fin de superar conflictos y antinomias capa­ces, si no se resuelven, de abortar los más lúcidos proyectos que permitan fundar otras modalidades del servicio político.

Desde una perspectiva antropológica adaptada a cada región deberíamos poder actualizar las palabras de José Luis Romero cuando ya en tiempos lejanos nos alertaba:

Los grandes problemas de la historia social latinoa­mericana, problemas de pasado oscuro y complejo, desembocan en el presente bajo la forma de canden­tes cuestiones inocultables (...) porque es innegable que los problemas sociales son de tal naturaleza que el conocimiento del proceso que los ha engendrado encierra los datos fundamentales para su comprensión

actual.4

1.2.2. Etica, cultura popular y alteridad

Desde un análisis que nos permita comprender los entramados culturales y tejidos sociales de cada pueblo,

4 Romero, J. L. Latinoamérica, situaciones e ideologías. Buenos Aires, Ediciones del Candil, 1967, p. 14.

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podremos aunar los esfuerzos para concretar la realización ética de la “projimidad”.

Acciones sustentables por haber sido consensuadas por comunidades concretas, con historias específicas, posibilida­des puntuales y opciones reales que hay que develar, actua­lizar y canalizar; interviniendo desde sus requerimientos, pero sin interferir en sus procedimientos y modalidades de ges­tión. Caso contrario jamás saldremos de las malignas y per­versas trampas del neocolonialismo etnocéntrico, plegado entre las buenas intenciones de la práctica profesional.

Desde aquí podremos escuchar nuevamente el lejano resonar de un mapuche del sur argentino que a comienzos del siglo cantaba la siguiente rogativa:

Toda la tierra es una sola alma,Somos parte de ella.No podrán morir nuestras almas,Cambiar sí pueden, pero no apagarse.Una sola alma somos, como hay un solo mundo.

1.2.3. Memoria, y praxis social

La variedad regional y la complejidad sociopolítica de nuestros países nos exige considerar en particular en qué medida el tipo y magnitud de la producción teórica y la ex­presión asistencial de nuestra práctica del compromiso so­cial, responden a las necesidades específicas de nuestros pueblos, o se divorcian de ellas reflejando y profundizando las contradicciones socioestructurales vigentes.

Evitar la sujeción lineal a esquemas ideados para otras latitudes y re-pensar críticamente las teorías desde el inte­rior de las culturas en que se aplican es sin duda una asig­natura aún pendiente.

Nuestra región, sometida a agudas contradicciones que reflejan las distorsiones estructurales arraigadas desde la conquista, con sus prácticas biopolíticas de normalización y

ANTROPOLOGIA, CULTURA POPULAR Y DERECHOS HUMANOS_______

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.control de las poblaciones y los concomitantes procesos de deculturación etnocida, dominación genocida, ocultamiento y negación de las memorias populares, aunado al intento sis­temático de modificar radicalmente lo específicamente latino­americano, constituye un escenario desde el cual múltiples voces e infinitos gritos no dejan de interpelarnos.

El grito inicial con frecuencia comienza con una herida, con una emoción fuerte y duradera que se pro­longa y se extiende... Es una herida, porque la ima­gen, la información o la descripción nos chocan, nos hieren, nos hacen daño. Miradas insoportables, situa­ciones espantosas, chabolas (villas miseria), sórdidas enfermedades deformantes y monstruosas, mendigos agonizantes, niños sin esperanza de futuro, tantas y tantas imágenes que por un instante se convierten en un grito... y ahí estábamos nosotros.., No pocas ve­ces, ese choque emocional es el principio de la expe­riencia espiritual de la solidaridad s

Esas múltiples ausencias, presencias de la memoria, esas legiones de desheredados por el avasallamiento maligno de los poderes imperiales nos confrontan desde el fondo de los tiempos y desde las inquietudes subterráneas de los len­guajes.

...El indio posee una profunda memoria. No olvida a sus héroes asesinados ni su tierra ocupada por el extranjero. (...) Dominados pero no sometidos, recuer­dan también eso que los occidentales han olvidado, una serie continua de levantamientos y de despertares que casi no han dejado huellas escritas en la historiografía de los ocupantes. Tanto y más que en los

__________ LA ANTROPOLOGIA Y LOS DERECHOS HUMANOS_______________ _

5 Lavigne, Jean Claude. El prójimo lejano: una espiritualidad de la soli­daridad internacional. Santander, Sal Terrae, 1994, p. 17.

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ANTROPOLOGIA. CULTURA POPULAR Y DERECHOS HUMANOS

relatos transmitidos, esta historia de resistencias puntuadas con crueles represiones está marcada so­bre el cuerpo indio (...) También bajo esta forma el cuerpo es una memoria.6

Simoné Weil ha escrito con singular precisión:

En los que han sufrido demasiados golpes, como los esclavos, esa parte dei corazón a la que el mal infligido hace gritar de sorpresa parece muerta. Pero jamás lo está del todo. Tan sólo ya no puede gritar. Se mantiene en un estado de gemido sordo e ininterrum­

pido.7

La desgarrada voz de los torturados flotando y amplifican­do resonancias desde el ninguna parte de su ser desapare­cidos, la zozobra vital de aquellos que pudieron retornar de los campos de la muerte, el testimonio de los mártires y la dura realidad de hijos y familiares que deben convivir en las cambiantes cotidianidades con los dolores que emergen de la memoria, exigen profundas revisiones de prácticas y me­todologías.

Las enfermedades de la miseria reclaman nuestra aten­ción y nos exigen un compromiso activo; nos golpean y nos incluyen las exclusiones sistemáticas producidas y reprodu­cidas desde los centros de poder, los que generan el creci­miento constante de la tasa neta de humanidad excedente y otros múltiples procedimientos para continuar con la desapa­rición de corporalidades definidas como indeseables por las clases dominantes en el Imperio Global.

6 de Certeau, M. La toma de la palabra y otros escritos políticos. Méxi­co, Universidad Iberoamericana, 1995, p. 125.

7 Weil, S. Escritos de Londres y últimas cartas. Madrid, Trotta, 2000, p. 19.

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LA ANTROPOLOGIA Y LOS DERECHOS HUMANOS

1.2.4. De la memoria de las violacionesa la práctica situada de los derechos humanos

Vivimos en una época en la que abundan los Apocalipsis culturales, aquellos que representan un quiebre trágico sin rescate ni reintegración posible, excepto a través de locuras, hambres y sobreabundancia de violencias. En ellos también las culturas inscriben y cifran cotidianas constelaciones de

sentido.6Nos rodean sombras y escenas arcaicas, muchas de ellas

sobrevivientes de viejos conflictos no resueltos que continúan impulsando y organizando acciones o representaciones en el presente. En los centros urbanos cada vez más complejos confluyen sin pausa los múltiples estratos y relaciones inver­tidas de los mestizajes y otras fertilizaciones cruzadas que interpelan nuestra capacidad de recuperar y discernir los desgarramientos de aquellas marcas profundas de la al- teridad;

Recordaba Jorge Novak, padre obispo de Quilmes, en la conmemoración de los cuarenta años de la Declaración Uni­versal de Derechos Humanos (1948), que los redactores de la misma “se sentían todavía impresionados por los estragos de la Segunda Guerra Mundial”, ya que hacía tan sólo un par de años que las cámaras de gas, antros infernales en los que fueron inmoladas innumerables víctimas, habían dejado de humear.

Señalaba en su Carta Pastoral:

Pocos años habían pasado de batallas apoca­lípticas, en las que se aniquilaron millones de vidas jóvenes. Las poblaciones civiles de ¡a cuita y milenaria Europa tenían grabado todavía el rugido de los moto­res de los bombarderos que ya no distinguían entre

a De Martino, E. Apocalissi culturali e apocalissi psicopatologische. Lecce, Argo, 1997.

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ANTROPOLOGIA, CULTURA POPULAR y DERECHOS HUMANOS

combatientes e inermes ancianos, mujeres y niños. En el lejano Japón aún irradiaban emanaciones mortífe­ras dos ciudades transformadas en cementerios ató­

micos. , < V •

Sin embargo, Novak no podía dejar de señalar cómo la promoción‘de tales derechos abundó en las patéticas frus­traciones que su puesta en valor produjeron y continúan pro­duciendo. De tal manera apelará a la memoria del dolor y del horror recordando:

No han faltado las frustraciones. El espectro de la guerra hizo su aparición con fatídica frecuencia cau­sando millones de víctimas y dando pie a espantosas violaciones de los derechos humanos. Aún países sig­natarios de la Declaración de 1948 y, entre ellos, paí­ses que pasan casi por modelos insuperables de res­petuosa convivencia cívica, olvidan rápidamente ¡os principios éticos públicamente suscritos y pasan a integrar las hordas que desconocen y violan los de­

rechos.

Con respecto a nuestra América Latina denunciará cómo nos ha tocado experimentar las prácticas más degradantes en la violación sistemática de los derechos humanos, las que "creíamos relegadas al olvido”. El último cuarto de siglo en nuestro continente ha sido —prosigue— testigo atónito de dictaduras militares ideologizadas “cas/ hasta el paroxismo", por la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional. Los gol­pes se sucedieron casi con precisión cronométrica en la mayoría de nuestras naciones sudamericanas, lo que nos ha dejado sometidos a hipotecas de diverso signo. Por otra parte los argentinos no hemos quedado eximidos —indica Novak— de esta catástrofe moral, que ha quedado indele­blemente grabada en nuestra memoria, con el altísimo nú-

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LA ANTROPOLOGIA Y LOS DERECHOS HUMANOS

mero de desaparecidos y las depravaciones cometidas con­tra ellos.9'-.

Ya ante las luces y las sombras del nuevo milenio tuvo que cerrar sus ojos el buen pastor, siendo doliente testigo de la prosecución sistemática del genocidio a través del ham­bre, la exclusión homicida, las nuevas legiones de desapa­recidos sociales que llevan el nuevo nombre de desocupa­dos; equivalentes a los sobrantes de un sistema globalmente perverso que intenta lo imposible: vaciarlos, desocuparlos de dignidad; es decir, negarles su humanidad.

Si entendemos la dignidad humana como mantenida vi­gente por prácticas sociales, que forjan las identidades y se manifiestan en la rosa de los vientos de la memoria, ella será la que nos fuerce metodológicamente al reconocimiento y comprensión de las diversas modalidades culturales de enun­ciar y comprender aquello que sustenta a todas las obliga­ciones y derechos: el ámbito del valor, matriz fundacional de los sentidos que constituyen lo específicamente humano.

De donde la recuperación de las dignidades conculcadas podrá dar cauce concreto a la promoción y reconquista de lo avasallado y los modos particulares de establecer el acceso a los derechos humanos según lo vivido y sentido por cada comunidad latinoamericana.

No tener en cuenta las diferencias identitarias y regiona les, la dimensión transcultural y la realidad plurilinguística en la recuperación de los propios derechos avasallados y la consecuente promoción de los derechos humanos, y no si­

9 Novak, J. Los derechos humanos en América Latina. Carta pastoral en el cuadragésimo aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Quilmes, publicación del Movimiento Ecuménico por los Dere­chos Humanos y la Comisión "Justicia y Paz” de la Vicaría de Pastoral Social de la Diócesis de Quilmes. Monseñor Novak, nacido en 1928, falleció en el año 2001. Fue obispo de Quilmes desde fines de 1976. Incorporó a su dió­cesis al Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos y fue profesor de las universidades nacionales de Lomas de Zamora y de Quilmes. En ambas participó en proyectos de docencia e investigación sobre derechos humanos.

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ANTROPOLOGIA, CULTURA POPULAR Y DERECHOS HUMANOS

tuar dichos derechos en la concreta experiencia cultural de cada pueblo, familia o individuo, representa la mejor manera de reducirlos a más o menos aplicables buenos enunciados humanitarios.

1.3. Un desafío para el Trabajo Social: la filosofía indigente

Llamamos filosofía indigente, a aquella que recupera la reflexión práctica y comprometida a través del servicio con nuestros hermanos excluidos y despojados de sus derechos básicos, los ahí-tirados; los que nos posibilitarían la recupe­ración sobre todo aquello que ellos pueden enseñarnos so­bre los decires, en los límites de la extrema radicalidad del ser despojado.

Monseñor Novak, en su clase magistral en la Universidad de Lomas de Zamora el 26 de marzo de 1985, expresó:

Comprendí entonces cabalmente (...) que la histo­ria tiene una superficie engañosa y una profundidad lacerante. Comprendí que sólo, quien desciende deci­didamente a bucear en los abismos del dolor provoca­do en la historia por la injusticia y la prepotencia para compartirlo y regenerarlo, adquiere en plenitud crecien­te su propia dimensión humana.'0

En esta tardía modernidad en que nos toca vivir y reflexio­nar sobre los modos de vivir, de sobrevivir, de tolerarnos, o mejor, de comprender las diferencias, tal vez la novedad que requieren las ciencias sociales sea profundizar un filosofar despojado.

Acercarnos a una filosofía indigente, a un filosofar desde

10 de la Sema, E. Padre Obispo Jorge Novak svd. Amigo de los pobres, profeta de la esperanza. Buenos Aires, Guadalupe, 2002, p. 163.

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los despojos, desde el sufrimiento, de no poder llegar a ser más de lo que soy: un despojado, un ser-tirado ahí.

Se trataría de una práctica de las ciencias sociales situa­da en las inmediaciones interdisciplinares de un filosofar en­tre despojos y despojados —entre la vida, el exterminio, la ce­lebración, el cuidado y la muerte—, compartiendo el servicio en las cavas, los asentamientos, las villas, los barrios obre­ros, las grandes complejidades de nuestras nuevas-viejas ciudades, dejándonos llenar por eso que Rodolfo Kush llamó la seducción de ¡a barbarie, superándola, con incrementos de la comprensión que enriquezcan la capacidad de reflexión, la calidad de la acción y la sustentabilidad de los proyectos.

Este modo de filosofar, “al límite del abismo", se ocupará de interpretar las claves que puedan resultar orientadoras de nuevas prácticas de servicios concretos, en las que cada acto brote solidario de un horizonte cercano, donde se perfile “la nostridad”. Aquí las acciones de gobierno y las ciencias jurí­dicas y sociales se colocan realmente al servicio de nuevas maneras de participación ciudadana.

Filosofía que pueda compartir con el Trabajo Social, como antropología práctica, la experiencia y la capacidad para explorar latitudes, no por conocidas realmente “com-prendi- das”, entre los horrores y las esperanzas. Filosofía y prácti­ca social de servicio despojada de las corrupciones del po- j der intelectual de turno y de las vanas pertenencias a un yo | analítico des-tocado y por lo tanto dis-locado de la realidad, por la inútil carga de intelectualismos esterilizantes. ^

Una filosofía que recupere de la poesía y de la espiritua­lidad visceral la capacidad de anonadamiento y desasimien­to, y por ello abierta una vez más a todos los asombros, que le permitan recuperar la potencia de los pensamientos libres, comprometidos intelectualmente en acciones transformadoras que esculpan en los espacios y diseñen en los tiempos la máxima apertura de las palabras, aquello que el teólogo Karl Barth denominó: la imposible posibilidad.

Prácticas que nos permitan descubrir las diferencias en las que sobrenadan sistemas de simultaneidades, los que

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reorganizan constantemente las redes generadas por los múltiples procedimientos simbólicos que constituyen o articu­lan las subjetividades. Y que se juegan en las cotidianidades de barrios, pueblos, etnias, contingentes de desplazados, refugiados o perseguidos.

Desde aquí las culturas locales reabsorberían y reprocesa- rían los intentos siempre renovados y siempre frustrados de las normalizaciones homogeneizadoras y asimilacionistas de los poderes centrales, encuadrando sus específicas luchas reinvicatorias.

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1.4. El valor de la diversidad

Para Certeau11, existen dos niveles en el planteamiento del problema: por una parte la comprensión de un sistema que es diferente: por otra, la exigencia de una colocación recíproca de sistemas concebidos como modos de ser dife­rentes del orden establecido.

La razón de las ciencias sociales y del Trabajo Social es cuestionada por la historia profunda de nuestros pueblos e interpelada por la razón de los vencidos y las heterogenei­dades que quiebran su referencia a una identidad abstracta.

La indagación acerca del individuo, las sociedades y las culturas por parte de las ciencias humanas en América Lati­na ha frecuentemente dejado fuera la profundidad del tiem­po. Por ello es tan habitual el asesinato de las memorias colectivas a través de la ahistorización de los procesos socioculturales, donde si se da un pensamiento contextual, los contextos generalmente se encuentran sustentados en el

11 Michel de Certeau, nacido en 1925 y muerto serenamente en su aula de la Sorbonne dando dase ante la mayoría de sus viejos discípulos, quie­nes premonitoriamente habían concurrido ese día de 1986 a escucharlo. Sacerdote jesuíta, antropólogo, historiador, lingüista y psicoanalista francés, discípulo de Michel Foucault, intensamente asociado a los problemas del campo popular.

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abstracto vacío de las teorías meramente formales, olvidan­do las interconexiones dialógicas que se dan a través de las tradiciones surgidas de específicas praxis históricas, vincu­ladas las más de las veces con la práctica de la liberación.

En nuestras investigaciones tomamos el problema del tiempo y de la temporalidad para tratar de analizar los espe­cíficos intermundos de la cotidianidad y la forma de manifes­tarse en ellos los trastornos psicopatológicos, encuadrados en las redes de lo cultural. Pensamos que esta es una de las tareas fundamentales del quehacer etnopsicológico y socioterapeútico situado en una perspectiva latinoamericana.

2. Acerca del método en Antropología

El trabajo particular de la Antropología en la aplicación de su particular enfoque, el “etnometodológico”, se organiza ar­ticulando los siguientes ejes: el sincrónico, ubicando transversalmente los aspectos geográfico-ambientales, eco­nómicos, demográficos, educacionales y actitudinales, y el diacrònico, reconociendo longitudinalmente las formaciones de los diversos sistemas culturales, partiendo de los distin­tos momentos históricos en los que se configuraron esas formaciones temporalmente distintas. Las que cristalizaron en la constitución de grupos culturales diversos en los que se gestan las matrices fundantes de actitudes, valores y com­portamientos.

2.1. El tiempo y sus contextos

Los distintos sistemas valorativos de los individuos cum­plen con la función de constituirse en explanadas de partida para la ejecución de específicas acciones cotidianas. Estos valores están sustentados en ideologías que participan de un tiempo específico y peculiar que será exclusivo del grupo cultural al que pertenecen.

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De aquí que en un mismo tiempo cronológico tengamos una simultaneidad heteróloga de tiempos culturales inter- vinientes. Por ello la historia de los vencidos no cierra las compuertas de su memoria construida por las múltiples estratificaciones de sus cicatrices.

Tiempos y valores reelaborándose de acuerdo con los nuevos contextos, aunque sin perder en su totalidad la vigen­cia simbólica que tuvieron en su momento, coexistiendo así con otros tiempos más adelantados o retrasados según la óptica o el objeto desde el cual se enfoquen.

El concepto de asincronía se refiere generalmente al hecho de que algunos sistemas sociales cambian con un cier­to ritmo y otros —en comparación— parecen estancados. Es frecuente en casi todas las teorías antropológicas reflexionar sobre la problemática del individuo, las sociedades y las culturas pero dejando fuera la profundidad multívoca del tiem­po. Por ello es tan habitual la ahistorización global, donde si se da un pensamiento contextual, los contextos generalmente se encuentran sustentados en el vacío, olvidando las interconexiones dialécticas que se dan a través de las tra­diciones.

El principal mecanismo integrador de tiempos es el len­guaje (verbal y gestual), un instrumento a través del cual me comunico; es decir, hago comunes los pasados “presentán­dolos” ahora en la relación interpersonal. A través del len­guaje integro el pasado de mi grupo y constituyo el mío pro­pio, mediante su empleo. Por él también nos llenamos de fantasmas e ilusiones que las más de las veces nos ocultan las formas más precisas de la realidad objetiva. De tal ma­nera, las tradiciones y la historia entran en “mi historia en creciente hacerse

El “folklore homologante" es una categoría pragmática que trata de lograr una identidad operativa y situacional a través de la integración de tradiciones parciales en una tradición nacional o comunitaria que permita el manejo de códigos lo más similares posibles.

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2.2, Tiempo público y tiempo propio (individual y concreto)

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Desgraciadamente, la filosofía y las ciencias sociales —en su mayoría— han insularizado al hombre al encerrarlo en los islotes de la instantaneidad estándar, abortando así las posibilidades de una “hermenéutica antropológica”.^ El tiem­po que habitualmente manejamos es el utiempo público”, artificiosamente homologado, que sirve como instrumento de acciones normalizadas, aunque por detrás de él corre la continuidad múltiple y heterogénea de los tiempos individua­les y concretos. Tiempos de la' vida, paradojalmente una y múltiple.

Es decir, el tiempo y el espacio artificialmente homologa­dos y esencialmente ambivalentes sirven para manejarnos en la realidad pública y formal, pero no para entenderla. Heidegger llamó a este tiempo público, por pertenecer a todo el mundo y en consecuencia no pertenecer a nadie.

La temporalidad está compuesta de presentes que han sido, que subsisten en el lugar donde se han desarrollado. Es entonces que nos encontramos de lleno en el seno de los tiempos simultáneos y heterólogos; según Sartre debemos admitir implícitamente una sucesión de totalidades tempora­les que se encontrarían, aseguraba él, todas centradas alre­dedor de un instante.

2.3. Temporalidades específicas y alteridad

El gran tema, en relación con la temporalidad, es cómo los hombres afrontan las alteridades13, no en términos

12 Sobre el concepto de hermenéutica, ver ut supra el capítulo de Car­los Eróles “Hada una praxis social de derechos humanos” (en referencia al pensamiento de Paul Ricoeur).

13 El concepto de alteridad sobre el que volveremos en otros momentos de este libro es similar al de otro u otredad.

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de superación, absorción, asimilación o tolerancia, sino como reconocimiento pleno y aceptación comprensiva y solidaria de las diferencias y multiplicidades humanas y sociales.

Si hay algo realmente clave aportado por la Antropología a esta problemática, radica en la comprobación de que a pesar del gran abanico de diferencias que en lo exterior po­drían distanciar a los hombres, son por el contrario muchas más las cosas que nos unen en lo fundamental que las que nos separan.

Si bien existen culturas o pueblos que carecen de memo­ria, aferrados a una historia mítica sin abrirse al mundo, o negándose a hacerlo justamente por el desafío que la alteridad exige, de encuentros y miradas, del misterio al que el otro y lo Otro nos invita.

Se aplicaría aquí a los pueblos esa bella expresión de Karl Jaspers según la cual lo que un hombre es capaz de llegar a ser, lo logra gracias a un proyecto que ha hecho suyo, es decir, la capacidad de compartir determinados anhelos o específicos acuerdos de desarrollo, sin por ello desalojarse de su propia temporalidad, sin negar —por el contrario, enriqueciendo— la propia identidad. Ello implica el reconocimiento de la alteridad y la capacidad de compar­tir, de comunión.

En los pueblos se refuerza la responsabilidad ante los dones, los bienes, las obligaciones y los intercambios. Es­tos son los pueblos abiertos a la llamada de la liberación, es decir, de fa^recuperación de los derechos y las dignida­des que hacen qüe valaá la pena[elproyecto delier cá9a verm as humano, más solidario, más responsable, por el, compartir con los otros el bien del desarrollo concreto, res­petando —más que tolerando— los tiempos^ particularida- dés y diferencias de la enriquecedora alteridad^Tal llamada será liberadora en tanto inaugure, al decir de~Pablo Freire, una pedagogía de la esperanza. Al respecto, Freire nos comenta:

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Mi esperanza es necesaria pero no es suficiente. Ella sola no gana la lucha, pero sin ella la lucha fla­quea y titubea. Necesitamos la esperanza crítica como el pez necesita el agua incontaminada. Pensar que la esperanza sola transforma el mundo y actuar movido por esa ingenuidad es un modo excelente de caer en la desesperanza, en el pesimismo, en el fatalismo. (...) Prescindir de la esperanza que se funda no sólo en la verdad sino en la calidad ética de la lucha es negarle uno de sus soportes fundamentales. Lo esencial (...) de esta Pedagogía de la esperanza, es que ésta, en cuanto necesidad ontológica, necesita anclarse en la práctica. En cuanto necesidad ontológica, la esperan­za necesita de la práctica para volverse historia con­creta. Por eso no hay esperanza en la pura espera, ni tampoco se alcanza lo que se espera en la espera pura, que así se vuelve espera vana.u

3. Identidad y desarrollo humano. Los intentos hegemónicos

En síntesis, existen determinadas formas socioculturales, familiares o individuales arraigadas en diferentes pasados, pero coexistiendo en un mismo espacio geográfico y partici­pando públicamente de un presente sincrónico y/o de un folklore homologante, producto de reiterar específicas prácti­cas cotidianas en un lugar específico.

Franco Imoda (sj) ha escrito que:

Desarrollarse no será nunca una apertura realista a la riqueza del mundo circundante, una respuesta a

14 Freire, P. Pedagogía de la esperanza. México, Siglo XXI, 1993, p. 8.

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la llamada del otro y de lo Otro, si no es la respuesta, la apertura al futuro de un sujeto que ha asumido su pasado, de un sujeto que es ese pasado porque ha podido apropiárselo. El desarrollo será la apertura al futuro de un sujeto en el que este pasado se ha he­cho, libremente, sujeto, persona. Sin pasado, no hay futuro. Por otra parte, sin futuro no hay pasado. Sin una apertura, basada en la libertad, a un mundo que trasciende al individuo en su condición presente, no se ve cómo se pueda dar una realista aceptación del pasado, del límite; sin una mirada y una apertura ha­cia el porvenir, es muy difícil poder volverse al pasa­do no sólo para recordar, sino para asumirlo y hacer­lo propio.'5

La investigación peculiar de la Antropología en el rastreo de genealogías, debe darse a través del análisis de la rea-

: lidad interna de cada grupo, considerando qué tipo de par­ticipación temporal tienen en relación al tiempo cronológico

| y sincrónico de lo público. Es decir, analizar el grado de per- i manencia que esos tiempos conservan en relación con el ; pasado del grupo, de sus sistemas sociales y de sus mani- j testaciones actitudinales concretas, y cómo desde allí expre- 1 san sus necesidades, ejercen sus derechos y manifiestan | sus reivindicaciones vitales, o sus más profundas into- i lerancias.

Es decir, cómo entienden lo inalienable de sus derechos ! y cómo organizan sus estrategias de recuperación de las dig- ; nidades avasalladas

Encontramos en este contexto pertinente la pregunta que se hacia Mario Vargas Llosa en El hablador:

15 Imoda, F. Desarrollo Humano. Psicología y Misterio. Salta, Universi­dad Católica de Salta - EUCASA, 2001, p. 128.

16 Vargas Llosa, M. El hablador. Barcelona, Seix Barral, 1991, p. 28.

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.—¿Nos dan derecho nuestros autos, cañones, avio­nes y Coca-Colas a liquidarlos porque ellos no entien­den nada de eso? ¿O tú crees en lo de civilizar a los chunchosa, compadre? ¿Cómo? ¿Metiéndolos de soldados? ¿Poniéndolos a trabajar en las chacras, de esclavos de los criollos tipo Fidel Pereira? ¿Obligán­dolos a cambiar de ¡engua, de religión, de costumbres, como quieren los misioneros? ¿Qué se gana con eso?Que los puedan explotar mejor, nada más. Que se conviertan en zombies, en las caricaturas de hombres que son los indígenas semi aculturados en las calles de Lima.

Tiempos heterónomos, son tiempos conservados por la memoria como reservorios de identidades que en un medio homogéneo como el rural son de relativamente fácil determi­nación. Pero en medios más “heterologados" como los exis­tentes en las sociedades de alta complejidad, son tem­poralidades de rastreo más dificultoso e incluso que pueden conservarse paradójicamente incorporadas a otros grupos.^

No debemos confundir relaciones interétnicas o procesos de transculturación con ese abstracto ‘íriulticulturalismo” don- j de el pegoteo, en lugar de discernir y valorar las especifici- j dades particulares, concluye en muchos discursos como una j versión lavada de “barbarie”. Se trata de los nuevos concep- i tos cosméticos, funcionales a las maniobras glpbalizadoras I de los funcionarios del Imperio.ib I

17 Voz quechua con la que se denomina a los aborígenes del Amazo­nas en el Perú.

18 El gran etnólogo y musicólogo cubano Fernando Ortiz propone en su trabajo Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (La Habana, Jesús Montero, 1940, p. 142) el empleo del concepto por él creado: transculturación. Tal vocablo lo hemos escogido para expresar los variadísimos fenómenos que se originan en Cuba per las complicadísimas transmutaciones de cultu­ras que aquí se verifican, sin conocer las cuales es imposible entender la evolución del pueblo cubano." El gran tema que aquí ya se discutía es el no a la pretendida asimilación que se trata de imponer desde los modelos

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Las temporalidades específicas pueden rastrearse tanto en diferentes contextos organizacionales, como la escuela, la iglesia, el hospital, las comunidades, como así también en actitudes frente a la vida, las adversidades, la violencia, las enfermedades y la muerte; en valores, ideologías, concep­ciones del mundo, celebraciones o fiestas.

No se trata de ninguna novedad de la práctica antropoló­gica, sino de la tan mentada y metodológicamente poco o nada desarrollada y profundizada en los trabajos de campo diacronización de lo sincrónico.

J*. ^ —-

4. Umbral ideológico, valor tiempo y derechos humanos

4.1. El concepto de umbral ideológico

Entendemos por umbral Ideológico al conjunto de pau­tas de conexión coparticipadas que arraigadas en específi­cos tiempos determinan experiencias y comportamientos comunes, a través de los cuales se trata de aprehender el mundo. Estarán fundamentalmente determinados por su ubicación temporal (nos referimos aquí a su permanencia mental específica situada en determinados tiempos).

Estos umbrales ideológicos actuarán como explanadas desde las cuales partirán determinadas actitudes, o sea for­mas de presentizar un proyecto de acción, donde actitud fun­damentalmente significa elección y disposición de medios en función de determinados fines. Esto nos permite proyectar tendencias de comportamiento de acuerdo a conjuntos actitudinales.

dominantes y el sí a,|a promoción de la integración ciudadana, mediante el respeto por las diversidades, las identidades, las lenguas y la dignidad de cada especificidad cultural, centrada en sus temporalidades y en el particu­lar proceso que la integración produce al interior de cada cultura.

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ffk Estas conceptos pueden ejemplificarse considerando la ¿situación educativa: en un tiempo cronológico semejante y en ¡-fjn mismo espacio, un educador —con un tiempo mental arrai­gado en el tradicionalismo ideológico— va a imprimir a la escuela contenidos ya superados en ese tiempo cronológico y en otros espacios, donde la sustitución de elementos cul­turales es más rápida.

4.2. Tiempo, cultura y conflicto

Esta existencia en un mismo tiempo cronológico de dis­tintos tiempos mentales, valoraciones, ideologías y organi­zaciones arraigadas en momentos pasatizados genera con­flictos cuando el valor tiempo de su grupo comunitario está desfasado de los contenidos de conciencia individuales o familiares.

Es frecuente ver cómo, por ejemplo, algunas escuelas se transforman en islas tradicionales de resistencia sociocultural por pertenecer el valor tiempo de la misma —o su actitud ideológica— a un momento ya superado. En la Argentina educandos tanto del nivel primario como secundario, y en mu­chos casos universitarios, egresan del sistema educativo for­mal como contemporáneos de Newton y no como sucesores de Einstein.

De esta coexistencia sincrónica de distintos tiempos heterólogos, con sus correspondientes valores, actitudes e ideologías, emergen los niveles conflictivos de mayor impor­tancia en nuestra sociedad contemporánea, principalmente al nivel de los sistemas de comunicación y de responsabili­dad política, lo que dificulta la participación.

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4.3. La filosofía indigente como reflexión desde el encuentro

En síntesis, cada hombre tiene una morada donde habi­ta; a su escucha y a la medida de sus necesidades concre­tas debe orientar las acciones tendientes a la recuperación activa de la dignidad; mediante la práctica democrática cen­trada en la defensa de los derechos humanos.

En este duro proceso en el que estamos comprometidos, no son los dolores violentos los que marcan —como nos lo ha recordado Emil Cioran— sino los dolores sordos, insisten­tes, tolerables, que forman parte de nuestro cotidiano trotar y que nos socavan tan concienzudamente como nos socava el tiempo. Por ello debemos estar prevenidos.

Los dolores y los asombros, los recorridos de la historia, los grandes y pequeños gestos humanos que constituyen, paso a paso, el montaje de la memoria, el texto de la vida y la puntuación del tiempo, se inscriben en el ámbito de la cotidianidad. Lugar del hombre concreto, la mujer, el joven, el viejo y el niño, lugar de unos y otros.

Encuentro de prójimos, lugar de un filosofar indigente al que se dirige el clamor de don Miguel de Unamuno al referir­se y centrarse en “el hombre de carne y hueso, e l que nace, sufre y muere —sobre todo muere—, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y que se oye, el hermano, el verdadero hermano"

ANTROPOLOGIA, CULTURA POPULAR Y DERECHOS HUMANOS

4.4. Vida cotidiana e identidad. Los valores

En lo cotidiano se encuentra el punto donde se perfila una identidad y donde se gestan los efectos de sentido y valores que constituirán el andamiaje desde donde el ser se plasma. El ser se concreta en la intersección del espacio, la comuni­dad y la temporalidad. Tal encuentro deviene ethos, lugar donde mora, se cobija y se construye el valor en las coorde­nadas de la impermanencia y la interdependencia.

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*vr¿F El desarrollo de la vida cotidiana se realiza en una comu­nidad, hábitat o cobijo donde el ejercicio de lo diario crea y f transforma hábitos. Ellos expresan los específicos contenidos

de conciencia de un grupo concreto o etnia, que se mantie­ne cohesionado por la cotidiana puesta al día de los valoresque lo sustentan.

Consideramos valor a todo lo que —en cualquier esfera que sea, y en armonía con el estado de cada momento—, contribuye al ensanchamiento, expansión o panificación es­piritual de un ser concreto en una comunidad concreta, en un específico espacio-tiempo.

Disvalor será todo lo que directa o indirectamente erosio­ne, rebaje b invierta el grado alcanzado en el crecimiento, diferenciación o desarrollo personal y espiritual alcanzado. Por tanto, el disvalor podrá ser la unidad de medida de todo aque­llo que, en el ámbito que sea, erosione, vulnere, carcoma, niegue o confunda el bien y la dignidad.

La sumatoria de disvalores sobre una región concreta del ser individual o comunitario nos estaría alertando sobre la organización y próximo despliegue de dispositivos de norma­lización, que por anular las diferencias en función de profun­dizar un poder, son hoy manifiesta o subyacentemente eco- genocidas.

El valor es, pues, una categoría ontológica-social, y como tal es objetivo. No tiene objetividad natural, pero sí objetivi­dad social. Es independiente de las estimaciones de los in­dividuos, pero no de la actividad de los hombres, pues es expresión y resultante de las relaciones sociales.

Simón Weil acota al respecto: “En cada hombre hay algo de sagrado. Pero no es su persona. Tampoco es la persona humana. Es él, ese hombre, simplemente".

En los escritos del final de su joven vida, este autor des­tacará:

Desde la más tierna infancia y hasta la tumba hay, en el fondo del corazón de todo ser humano, algo que, a pesar de toda la experiencia de los crímenes come-

LA ANTROPOLOGIA Y LOS DE RECHOS HUMANOS

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tidos, sufridos y observados, espera invenciblemente que se le haga el bien y no el mal. Ante todo es eso lo que de sagrado existe en cualquier ser humano. El bien es la única fuente de lo sagrado. Unicamente es sa­grado el bien y lo que está relacionado con é/.19

La dirección que siguen las acciones humanas se sustenta en este ordenamiento que la comunidad ha generado como norma y que hace posible el establecimiento de una cultura, asegurando la historicidad y coherencia de los imaginarios sociales.

También podemos pasar por la vida cotidiana desatentos en un extrañamiento angustioso, versión degradada del asom­bro ante lo otro, lo diferente, lo inexpresable que lo cotidiano articula y que pone a resguardo la existencia desde la estra­tegia establecida por Edaard Morin del vivir menos para no

] morir mucho, o en otros términos: aguantar el avasallamiento de la dignidad y de los derechos de los otros en tanto se mantengan los míos. Sin reparar que tal planteo ya implica

.Ja autoabolición de la dignidad humana de quien lo sostiene. La tarea genealógica de captar el sentido de los valores

y de la dignidad en lo cotidiano es un trabajo arduo, como todo trabajo que vale la pena. Nos obliga a operar con la dura materialidad de nuestros más profundos pesares, de nues­tras más arraigadas sinrazones, de nuestros más ocultos temores, con la intrincada trama que a nuestro alrededor se teje día a día.

En El Hombre Planetario, Miguel Espejo escribe:y

El hombre de nuestro tiempo se encuentra atrave­sado por muchos niveles de organización social. Este fenómeno fe concierne al habitante de una aldea remota como al que vive en las grandes urbes, en contacto diario con la "modernidadPor supuesto que existe una

ANTROPOLOGIA, cultura p o p u l a r y derechos h u m a n o s

19 Weil, S. uLá persona y lo sagrado". En: Escritos de Londres y últimas cartas. Madrid, Trotta, 2000, pp.17-18.

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Smrectplanetaria, que se refleja también en las cosas dia- Í$ :ria s . Pero junto a ella, coexisten diversas organizado- W m es: el Estado-nación, las comunidades civiles y reli­

giosas, las etnias. las clases, la familia. Cada una de estas instancias le exigen al hombre una respuesta di­ferenciada. Su grado de participación con la familia es distinto al que tiene con su comunidad, con la nación (o país), con un partido político o con una iglesia de­terminada. Estas diversas capas geológicas hacen de la participación un fenómeno muy complejo, ya que en muchos lugares del planeta lo primero que se percibe es la pérdida de identidad que sufren los seres huma­nos, por los grandes procesos de transculturación y por no quedar integrados a estos diferentes niveles de or­ganización. Pero no hay que perder de vista lo que ha señalado el economista Simón Kuznets: “Todo presen­te se explica por un pasado relativamente lejano”.

Es lo cotidiano la forja en la cual se fragua la realización, el sufrimiento, la soledad, el desamparo, la celebración y la fiesta, como así también la gestión del conocimiento de las Artes del Cuidado. Nuestra instalación en lo cotidiano a tra­vés de los valores trasciende el mero hecho de encontrar­nos situados en una realidad conformada con anticipación y a la que es necesario comprender y transformar.

La manera particular de ubicarnos en ella está dada por la articulación significativa de la existencia, en la que se ex­presa la presencia de la pobreza, la enfermedad, el deterio­ro, el envejecimiento y la muerte, la alegría, los nacimientos, los brotes nuevos, el crecimiento deseado y posible. Simone Weil nos recuerda que en el hombre, la persona es algo desamparado, que tiene frío, que corre buscando refugio y calor; que necesita de cálidos y contenedores silencios y que, sin embargo, recibe tumultos glaciales.20

20 op. cit (2000), p. 24.

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Esta articulación es ia que genera una cotidianidad habi­table donde se rescata lo positivo del hábito: gesto mínimo de lo diario. Ambito donde la existencia pueda crear intermun- dos propios y propicios para la resignificación; forma de com­prender los acontecimientos que la precedieron.

Hábitos de crecer y desarrollarse, hábitos de festejar y alegrarse, hábitos de cuidarse, hábitos del trabajar y del amar. Todos giran y se entrecruzan en los específicos sistemas de creencias en los que lo cotidiano se constituye en andamiaje y plataforma de lanzamiento de los contenidos de concien­cia propios de cada grupo.

4.5. Libertad y nostridad

i En este contexto se inscribe para nosotros el tema de la I libertad, básicamente con respecto al gropjo cuerpo, a las I propiasNecesidades, aípropio proyecto de vida. Libertad ele i sef protagonista de la propia historiaTylno objeto de destino,| ni de la ñ¡stonTydérdeseóde otros. Protagonismo que anima I el despertar úe la "exist encía' aüténtica. Libe'rtad'líe'vívírrLF'

bertad del desárrenró dé todo lo^ue ’de'humano tengo en el marco comunitario de la nostridad 21.

La libertad como valor es tal, en tanto el hombre libre desde todo su ser cuerpo, alegre, sufriente, pensante, pue-

21 “En términos filosóficos podemos conceptualizar la querencia huma­na también como 'nostridad', o sea la tendencia metafísica del hombre a la constitución de nosotros, es decir, a la ‘nostrificación’. Todo hombre concre­to, partiendo del propio yo, intelige a otros hombres y tiende metafísicamente a ellos para formar diversos nosotros. La nostridad engloba armónicamente dos tendencias primarias en cierto modo contrapuestas: la ‘egoidad’, ten­dencia al propio yo, y la ‘alteridad’, tendencia al ‘otro yo', base del altruismo y posibilitador de otro fuerte concepto desarrollado por este equipo de re­flexión: la gratuidad." Manzanera, M. S. J., “Metafísica de la nostñdad. Ha­cia una Filosofía de la Liberación como nostrificación"; en: Scannone, J. C.; Remolina, G. (Eds.), Filosofaren situación de indigencia; Madrid, Universi­dad Pontificia Comillas, ICAI-ICADE, 1999, p. 150.

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de instalarse serenamente entre las adversidades de la vida y jinetear la incertidumbre. Un hombre que en su vida coti­diana encuentra dadas las condiciones y circunstancias para ser él mismo, es un hombre que objetivamente goza del valor de la nostridad y posee las capacidades de ejercer la soli­daridad. Lo sepa o no, es un ser connatural con sus de­

rechos.A través del amor, del trabajo, del proyecto, del ejercicio

comprometido de su libertad, lo humano se juega día a día, amortiguando la incertidumbre o precariedad ontològica. La plenitud del hombre radica en la realización gradual y conti­nua de las posibilidades inmanentes y potenciales desarro­lladas por la vida, en el proceso evolutivo y por la puesta al día de lo propio; es decir, aquello que posibilita la existen­cia de una identidad concreta que se expresa a través del valor.

5. La connaturalidad del valor expresado en la práctica de la dignidad del pertenecer, del “estar ahí”. Las enseñanzas de la América Profunda

V ' 4,

5.1. Obligaciones y derechos

Las sociedades tradicionales no están sujetas a derecho, pero sí cada miembro, familia o comunidad —como así tam­bién los animales y los componentes naturales del hábitat— está sujeto firmemente, por el orden mítico, a obligaciones.

Para Simone Weil un derecho no es eficaz por sí mismo, sino únicamente por la obligación a la que corresponde. Es decir que el cumplimiento efectivo de un derecho proviene no de quien lo posee, sino de los otros hombres que se re­conocen obligados hacia él; gracias a ello la obligación será eficaz a partir del momento de su reconocimiento.

En sentido inverso, una obligación que no fuese recono­

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cida por nadie, no perdería nada de la plenitud de su ser. Sos­tiene Weil quev un derecho que no es reconocido por nadie no es gran cosa. Lo ejemplifica con un hombre que estuvie­ra solo en el universo; éste no tendría ningún derecho, pero sí tendría obligaciones; es que los derechos aparecen siem­pre como ligados a ciertas condiciones; de tal manera sólo la obligación puede ser Acondicionada.22

5.2. Autoridad y poder

Juan Carlos Scannone, en su lúcido ensayo sobre el filó­sofo español Francisco Suárez,23 destaca el concepto de pagus, pago o aldea que éste desarrollara.24

...E/ “pagus"ya supone un pacto, de hecho se tra­ta para Suárez de “una cierta comunidad política mo­ralmente una", aunque pequeña, es decir, de una ciudad-Estado incoada.25

El autor identifica a Suárez como antecedente de la im­portancia que tiene en la actualidad la concepción de Hannah Arendt acerca de lo político como “actuar y poder en común", como anterior a la relación mando-obediencia.

22 Sala, A. “Los Pliegues de Satanás". En: AA. VV. Márgenes de la Jus­ticia. Buenos Aires, Altamira, 2000.

23 Scannone, J. C. S. “Lo social y lo político según Francisco Suárez. Hacia una relectura latinoamericana actual de la filosofía política de Suárez”. En: Stromata, Universidad del Salvador; Filosofía y Teología-, San Miguel, Año LIV, Enero-Junio 1998, p. 89.

24 Formó parte de la llamada Escuela de Salamanca, responsable en el siglo XVI de dar una respuesta universitaria a la duda indiana sobre la legi­timidad y licitud de ia conquista, tema planteado por Francisco de Vitoria. En dicha escuela se tratará por vez primera la problemática ética en la con­quista de América y la cuestión de los derechos de los indígenas. El descu­brimiento y conquista de América por parte de los españoles y las investi­gaciones desarrolladas por la escuela de referencia, darán origen al dere­cho internacional moderno.

25 Es decir, en sus comienzos, iniciando su desarrollo.

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4 Michel de Certeau hace referencia, en relación a la lu­cha autogestionaria, a la importancia que adquieren las tác­ticas dei no, como experiencias positivas y presentes del poder en tanto anticipación permanente del porvenir, ya que ellas introducen “una distinción entre autoridad y poder. ¿ Tiene autoridad lo que es creíble; tiene poder lo que sel impone. Algunos poderes, hoy en día cada vez más fuertes pero cada vez menos creíbles, son atacados en su punto débil por el cuestionamiento de su autoridad, puesto que una adhesión le resulta necesaria para funcionar. Mediante la acción que niega su autoridad al reconocer el hecho de su poder, pierden la verosimilitud, que es el aspecto exterior de la violencia gobernante. Un resorte interno les es retira­do, cuando se descubre la brutalidad que se oculta tras una auto ridad26

5.3. Poder, solicitud y otredad

Por su parte, Lévinas 27 encuentra la subjetividad no como una esencia, sino como una respuesta precisa a otro. Com­promiso activo con la solicitud del otro, aunque la misma no sea más que una muda demanda de consuelo. Com-partir el suelo de la intersubjetividad con-tención: la energía deman­dada por la comprensión, la aceptación y la contención.

Se trata de una pasividad siempre atenta a intervenir. Ejercicio de activo rechazo a la egoísta interferencia, desde la cual un yo altivo decide desde sí lo que cree que el otro necesita. Un alguien que piensa que es lo mejor para el otro sin consultarlo o sin ejercer plenamente la sensibilidad original que desde el fondo del silencio permite compartir —intuir compasivamente— precisas necesidades o silentes demandas.

26 Op. cit. (1995), pp. 120-121.27 Lévinas, Emmanuel. De otro modo que ser o más allá de la esencia,

2- ed. Salamanca, Sígueme, 1995.

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Lévinas encuentra antes que el inter-esse, el dés­intéressement, el cual expresa en sentido positivo la caren­cia de interés en la dimensión del ego individual. Se trata del rechazo al cobro de saldos deudores, reembolsos o contraprestaciones exclusivamente individuales. Es justamen­te el dés-intéressement el que posibilita —tanto para los pueblos tradicionales como para Lévinas— la circulación de los dones como comunitaria contraprestación de servicios.

En los pueblos ab-originales o tradicionales, el Derecho encuentra la necesidad de su instalación social en tanto in­tento de reconciliar, armonizar o arbitrar en situaciones en las que intereses contrapuestos se superponen. Su objetivo fun­damental será, por lo tanto, canalizar las conductas, allí donde la regulación de éstas por los patrones mítico-religiosos se ve superada.

María Zambrano destaca que al aparecer el individuo aparece el hombre como valor, al tiempo que lo hace como ser. Es decir que estaría ya en un principio la idea por la cual el ser hombre es de por sí mucho más valiosa que lo que éste pueda tener como especial por origen, o por estar re­vestido de un cierto poder; es que para ella el hombre se ha revelado como sujeto de la historia en tanto representa la unidad de medida de la misma, en tanto unidad constitutiva de la sociedades

Ese ser hombre, ese ser pueblo es a quien le canta Pa­blo Neruda:

Allá vosotros, rotos, cholos, pelados de México, gauchos, amontonados en pocilgas,m desamparados, andrajosos, piojentos, pililos, canalla, desbaratados, miserables, sucios, perezosos, pueblo.

28Zambrano, M. Persona y Democracia. Madrid, Siruela, 1996, pp. 135-136.

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5.4. Los bienes

En todas las sociedades existentes en los registros antropológicos, las aldeas o comunidades se caracterizaron por definidas reglas de circulación de los dones. Bienes —tangibles o intangibles— que se usan, que se regalan, se intercambian o comercian. Hay dones que se usan, otros que se regalan, devolviéndolos a la circulación comunitaria, y fun­damentalmente dones que no se manipulan, ni se rega­lan y menos aún se venden. 29

Estos últimos son los bienes o dones que se preservan y se transmiten. Ellos son los que fundan identidades, los que articulan la calidad de los otros intercambios y, especialmen­te, los que garantizan la circulación de los horizontes de sen­tido, del altruismo y la dignidad en los territorios del tiempo mítico.

En el mundo tradicional la exigencia ética fundamental establece la responsabilidad de todos —incluidos los anima­les míticos— en el cuidado no sólo de los dones sino tam­bién de los sistemas rituales que regulan su circulación.

5.5. La experiencia andina

En la sociedad inca la Justicia era absolutamente riguro­sa en el mantenimiento de la ley y el orden, pero en el sen­tido 30 que señalaba la distinción —realizada por Suárez para la misma la época desde Salamanca— del poder de domi­nio directivo, en relación con el de dominación.31 Se consi-

29 Godelier, Maurice. El enigma del don. Barcelona, Paidós, 1988.30 Espinoza Soriano, W. Los Incas. Economía, sociedad y Estado en la

era del Tahuantinsuyo. Lima, Amaru, 1990.Alden Masón, J. Las antiguas culturas del Perú. México, Fondo de Cul­

tura Económica, 1969.31 ¿En qué consiste ese poder, que reside de suyo y necesariamente

en la comunidad política como propiedad intrínseca?, se pregunta Juan Carlos Scannone (Op. cit., pp. 95-97) con respecto a la obra de Suárez, y

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deraba prioritario vigilar el cumplimiento de las obligaciones con respecto a la preservación de los recursos naturales, pre­viniendo y castigando severamente el derroche de los mis­mos. Principalmente en lo referido al control en la caza y el uso de los bosques y sus maderas. La atención estatal esta­ba básicamente centrada en el interés público antes que en ningún tipo de ganancia personal. Las ocupaciones de alto riesgo, como por ejemplo la pesca submarina de perlas y la minería, estaban especialmente controladas. La orientación fundante del sistema jurídico se focalizaba en minimizar los riesgos ocupacionales, la pobreza y las consecuencias de la desocupación involuntaria. El poder estatal inca se apoyaba en una densa, compleja y eficaz maraña de funcionarios.

Estas autoridades y jueces provinciales debían ir una vez por año al Cuzco, en el mes de capac-raimi, para dar cuenta de su gestión y presentar los saludos protocolares al Inca.

El código imperial se ocupaba de todo aquello que ame­nazase —directa o indirectamente— el orden establecido. Era propio de su jurisdicción: los delitos contra el imperio, la mala administración y/o corrupción por parte de los funcionarios, ía evasión fiscal, la violación de los reglamentos de caza y de preservación de los recursos, las venganzas personales y la justicia por mano propia.

El Inca era el único que podía aplicar la pena de muerte, como así también castigar los delitos graves. El derecho consuetudinario regulaba el ejercicio punitivo considerando los daños objetivos más que la culpa subjetiva. El derecho imperial, por su parte, consideraba atenuantes relacionados con: la edad, la intencionalidad, el nivel educativo y la pre­existencia de provocaciones. En caso de robo, en el cual

comenta que para éste no es un poder patrimonial o de dominación despótica sino que se trata de una sumisión en el orden civil a un poder de jurisdic­ción, entendiendo a ésta como la potestad de dar leyes humanas destina­das a dirigir al cuerpo social hacia el bien común. Será por lo tanto un po­der de dirección y de gobernación, pues como sostiene el teólogo granadi­no, citando a santo Tomás, “ningún organismo puede conservarse si no existe un principio cuya función consista en buscar y fomentar el bien común".

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estuviese claramente probada la necesidad más que la codi­cia o maldad —cuando se comprobaba fehacientemente la indigencia—, el severo castigo no recaía en el ladrón, sino en el funcionario responsable de que tal anormalidad social existiese.

La jerarquía eclesiástica tenía jurisdicción absoluta en su propio ámbito, como así también en los crímenes contra las tradiciones religiosas vigentes.32

5.6. La experiencia de los nómades del mar

En la región de los canales magallánicos y fueguinos habitaban los Halakwulups o Alacalufes y los Yamanas. Ba­jos y desgarbados, más pronunciados los segundos que los primeros, eran canoeros que dedicaban la mayor parte de su existencia a la cacería de mamíferos marinos, a la pesca y a la recolección de mariscos.

El héroe mítico que tutelaba la vida de los integrantes de esta etnia y de su acotado mundo es Xólas. A él se le atri­buía el haber establecido el discernimiento entre lo bueno ylo malo, como así también la custodia cotidiana de los debe­res impuestos. Todo culpable de contravenciones y desaten­ciones o descuidos recibiría tarde o temprano su castigo.

El insoportable dolor físico y la muerte —sobre todo la repentina— pueden verse como una señal del llamado de Xólas para ir hacia su choza, por arriba y más allá de las estrellas, donde luego de aclaradas las deudas se entraba para siempre. De allí no se retornaba ni como espíritu, ni como dato de la memoria. Quien allí llegó, allí se diluyó; al menos para los de aquí.

Estos indígenas fueron desde su nacimiento inducidos y capacitados dentro del orden propio de la conciencia moral sostenida por las prescripciones míticas y su actualización

32 Sala, A. Op. cit. (2000).

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permanente en lo cotidiano. Existen dos fechas potentes para la transmisión litúrgicamente pautada. Se trata del ciexáus, ceremonia secreta de los hombres, y el kalakai, rito de inicia­ción de los jóvenes. Todos los miembros del grupo se afana­ban por mantenerse en lo cotidiano de acuerdo con las pres­cripciones; demostraban en general, como lo ha comprobado Gusinde33 y otros investigadores, una conducta intachable, solidaria y altruista. Aceptando lo que su mundo les ofrecía, encontraban suficiente alimento y no esperaban nada más que mantenerse en orden con él; poseían lo absolutamente impres­cindible y no se apegaban prácticamente a nada material.

Mantuvieron conductas silenciosas y mesuradas. Eran tranquilos, bondadosos y comprensivos con los ancianos, a quienes les brindaban particular atención. Exhibían un tierno y solícito apego por su mujer e hijos. Las relaciones mutuas entre los miembros de la etnia demostraban altruismo y alta disponibilidad para la ayuda a cualquiera que la demandara; en primer lugar, proteger al huérfano más cercano, así como hacerse cargo de una viuda, hasta que se uniera en nuevo matrimonio.

Entre ellos no existían autoridades de ningún tipo, ni for­males ni informales.

Ningún hombre le ordenaba algo a otro; y sólo con su mu­jer, en casi todos los aspectos munida de los mismos dere­chos, el hombre compartía, se asesoraba y decidía respecto a lo concerniente al bien común de la familia. Se movían so­los o en pareja con sus vástagos y el inseparable e invalorable perro por donde les placía o les convenía, sin que nadie in­terfiriera en sus acuáticas rutas. Donde lo decidían construían su elementalísima choza por el tiempo que estimaran con­veniente.

Luego de alejarse de la familia de origen y de la protec­ción paterna sabían que se encontraban bajo la exclusiva res­ponsabilidad de ellos mismos y que mientras vivieran debían

33 Gusinde, M. Los indios de Tierra del Fuego. T. III, “Los Halakwulup“, V. II. Buenos Aires, CAEA, 1991, p. 448.

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responder con el adecuado y honesto cumplimiento de las exigencias ancestrales de sus costumbres y con las prescrip­ciones de Xólas.

Sometidos a las poderosas, cambiantes y en ocasiones extremas condiciones medioambientales, tomaban cualquier condición atmosférica con inmutable serenidad y organizaban de acuerdo a ella su tarea cotidiana.

Soportaban la pena y el dolor físico silenciosamente, con resignada aceptación, y cuando la tristeza los invadía se retiraban a un lugar solitario, donde quedaban completamente entregados a su soledad.34

5.7. La experiencia de los Guarusug’we

Los Guarusug’wé son un pueblo de habla tupí-guaraní que vivían en el Oriente boliviano; su territorio se encuentra en el Departamento de Santa Cruz de la Sierra, er una selva de enmarañada bóveda, en la que pocas veces llega el sol al suelo húmedo y putrefacto. Algunos aún subsisten bajo con­diciones de extrema exclusión y explotación, ya que es una zona donde se da el oro negro, nombre que recibe el pro­ducto de los árboles de caucho. Se caracterizan entre los demás grupos tupí-guaraní, es por el hecho de haberse man­tenido aislados, evitando en la medida de sus posibilidades las zonas de influencia de los mestizos, pudieron por ello con­servar elementos culturales propios. Plantaban —y es posi­ble que algunos lo sigan haciendo— postés recordatorios en la selva por sus muertos, o por los que se ausentan por lar­go tiempo; los postes eran descortezados y labrados en la parte interior del tronco, en la carne del mismo. Llaman en la región pau-serna al núcleo o médula de las maderas duras; por ello las personas de este grupo son llamadas por los mes­tizos con ese nombre, que haría referencia a los hombres del

34 Sala, A. “Los heroicos Furores en el cuidado del frágil bien". En: AA. VV. De Caín a la clonación. Buenos Aires, Altamira, 2001.

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tronco de madera dura o aquellos que viven donde crece dicho tronco.

En lo referido a sus normas y valores, muestran una pro­funda convicción en el mantenimiento del respeto a los pa­dres, parientes y mayores; existe entre ellos la prohibición del incesto y son severamente sancionados los homicidios, el robo, los pleitos, las mentiras y el adulterio; como así también la avaricia, la ociosidad y el no compartir situaciones de pe­ligro ante las tareas propias de la tribu. Destacan la impor­tancia, en lo cotidiano, de la ayuda mutua, la amistad, el re­conocimiento y los cuidados compartidos; como así también la obediencia no forzada e incondicional hacia los mayores. Mantienen una gran tolerancia religiosa con otros grupos y con los cristianos, siempre y cuando sacerdotes y pastores no intenten forzarlos en un acercamiento avasallante.

Cada integrante del grupo tiene garantizada la libertad de acción, comprendida dentro de los marcos de la vida tribal y claramente delimitada por las tradiciones de la misma. El guarusú se reservará el derecho de actuar y de decidir libre­mente, preservándose de cualquier intento de intromisión, la cual rechazará enérgicamente.

Todo su comportamiento se encuentra reglado por la re­lación que mantienen con los antepasados y héroes míticos de acuerdo con la vigencia de las estructuras míticas, las que se mantienen vividas en sus conciencias, actitudes y com­portamientos. Creen en la existencia de una Tierra sin Mal y sienten su desgracia asociada a los blancos, ya que éstos pretenderían impedirles que la busquen y puedan llegar a ella; es por ello que buscan refugio en lo impenetrable de las sel­vas altas.35

La ruptura de la dignidad connatural como expresión de la violación de lo inherente a la condición humana es la que hace surgir la cuestión de los derechos humanos, como

35 Riester, J. Los Guarusug’we. Crónica de sus últimos días. La Paz, Los Amigos del Libro, publicación del Museo Nacional de Etnografía y Folklore, 1977, pp. 182-188.

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e s fu e rz o mancomunado para recuperar lo perdido y promo­ver los medios para reacceder a su usufructo y cobertura.

En Salta, en el año 1987 2.500 aborígenes le hicieron entrega a Juan Pablo II de un petitorio en el que expresaban:

Bajo este suelo sobre el cual has puesto tus pies de peregrino, se encuentran sepultados los huesos de nuestros abuelos y abuelas, que fueron muertos por defender su territorio en los primeros tiempos y luego con los trabajos inhumanos que sufrieron ellos y tam­bién nosotros, en la construcción de carreteras y vías férreas, en los desmontes e ingenios; sangre india de ayer, martirizada por defender ¡o suyo, sangre de los mártires del silencio de hoy que con paso lento, lleva­mos la cruz de cinco siglos. La civilización que llegó hasta nosotros bien podemos llamarla civilización del alambrado, pues aquí empezó nuestro drama: quita­ron nuestra tierra y enjaularon al indio en parcelas donde ellos quisieron. Ojalá que tanta sangre derrama­da por el etnocidio y el genocidio que las naciones aborígenes hemos sufrido, sirva para la conciencia de la humanidad y para nuevas relaciones basadas en la justicia y hermandad de los puebjps. Hoy no te ofre­cemos oro ni plata, sino nuestras manos vacías que simbolizan el despojo total al cual hemos sido someti­dos. Te ofrecemos nuestro silencio que por muchos siglos los poderosos nos han impuesto con sus ideo­logías, sus políticas y ambiciones sin freno, cerrando la boca de todos nosotros, para que participemos en los destinos de la patria.36

36 Novak, J. Op. cit.

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