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1810 -1825. 15 años de lucha por la independencia

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HISTORIACochabamba 14 de septiembre, 2015 Pág. 3

NUEVOS ABORDAJESEsta separata histórica que presenta

Los Tiempos en homenaje a los 205 años de independencia de Cochabamba, enriquecida con

diversas visiones de historiadoras e historia-dores que han estado estudiando los avatares que desembocaron en la emancipación de esta región, no pretende mostrar una pos-tura unívoca y que emule la “historia oficial” sobre el tema. En estos textos el lector no en-contrará verdades históricas absolutas, sino más bien preguntas abiertas que posibiliten una “reflexión más profunda (del) discurso revolucionario sobre la independencia (…) (que) ha reducido este proceso histórico a un conjunto de episodios heroicos que justifican

una mirada nacionalista y elitista” (Quispe Escobar).

En este escenario, que es Cochabam-ba, donde floreció un auténtico espíritu de emancipación en mujeres y hombres, se des-carta esa dicotomía “patriotas” y “realistas”, “oprimidos” y “opresores” —como subraya Quispe Escobar— que opaca por completo una aproximación legítima al tema.

Por otro lado, aunque al proceso inde-pendentista de estas latitudes se lo ha conce-bido hasta ahora como antagónico a España, “también se jugó en lo local y contra lo local bajo la presión de las dos cabeceras virreina-les (la del Río de la Plata y la del Perú) y sus intereses locales” (ibid).

Es destacable, además, el rescate del olvi-do que Huáscar Rodríguez hace de caudillos indígenas del valle alto cochabambino, que si bien tuvieron un rol en el proceso de in-dependencia de Cochabamba, también ac-tuaron espoleados por interesas particulares al margen de la lucha “por la patria”. Tal es el caso de Manuel Rojas, alias el “Curitu”, que se constituyó en un “caudillo indio fascinante y oscuro, una singular mezcla de héroe y ban-dido” (Rodríguez). Este caudillo aparece en medio de la crisis que generó la guerra, clima que propició el surgimiento de “gavillas” y “montoneras”, que eran grupos armados que intercalaron el bandolerismo con la lucha por la patria.

Otro aporte interesante es el referido al tema de los “pasquines” en las luchas inde-pendentistas, propuesto por Rosa Elena No-villo, y enriquecido con la visión de Juan José Toro planteada en su obra “Calumnias, ca-lumniadores y calumniados”. Es importante destacar que el pasquín cumplió un rol fun-damental en este periodo, ya que fungía de difusor de ideas revolucionarias, y su carácter anónimo contribuía a proteger la identidad del autor. Eran manuscritos, ante la carencia en esa época de imprentas.

Expresamos nuestra gratitud a los cua-tro autores ya mencionados arriba —Alber Quispe Escobar, Huáscar Rodríguez, Rosa Elena Novillo y Juan José Toro—, además, a Guido Guzmán, a Edmundo Arze y a Ítala de Mamán. Sin el aporte de todos ellos, la ciu-dadanía no tendría la oportunidad de cono-cer visiones novedosas y profundas sobre el proceso de emancipación en Cochabamba.

NUEVOS ABORDAJESPÁG. 3

Apuntes para una histo-ria del periodo de la inde-pendencia de Cochabam-ba.AUTORAlber Quispe EscobarPÁGS. 4-5

Indios, bandidos y “pa-triotas”: Manuel Rojas (El Curitu) y las guerrillas de Totora. AUTORHuáscar Rodríguez GarcíaPÁGS. 6-7

La segunda revolución de Cochabamba.AUTORÍtala de Mamán Rodrí-guezPÁGS. 8-9

Los levantamientos en Cochabamba deprincipios del siglo XIX. AUTORGuido Guzmán Salvatie-rraPÁGS. 10-11

Esteban Arze estuvo pre-sente el 14 de Septiembre de 1810.AUTOREdmundo ArzePÁGS. 12-13

El pasquín en la indepen-dencia del Alto Perú.AUTORRosa Elena Novillo GómezPÁG. 14

• Coordinadora Suplementos: Jenny Cartagena • Diseño Gráfico: Juan Bernal • Textos y Edición de textos: Carlos Arce • Edición fotografía: Carlos López

STAF:

SUMARIO

Ilustración de la Batalla de Aroma, 14 de noviembre de 1810. Fue la primera acción victoriosa de los patriotas contra las tropas realistas, en la guerra de la independencia.

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APUNTES PARA UNA HISTORIA DEL PERIODO DE LA

INDEPENDENCIA DE COCHABAMBA

S in la intención de limitarme a fechas, crónicas de batallas, héroes y glorias —por lo de-más bastante bien reprodu-

cidas desde la institucionalidad esta-tal—, voy a hacer una consideración más general y ampliada del proceso independentista de Cochabamba, a modo de señalar las limitaciones de la historiografía local y, en consecuencia, proponer una breve agenda de temáti-cas sobre este particular periodo his-tórico.

1. Partiré diciendo que la explicación del fenómeno de la independencia como mera reacción contra el despo-tismo de la metrópoli española, resal-tando en ella el enfrentamiento entre “patriotas” y “realistas” (o las lógicas específicas de las guerras subyacentes en este proceso), poco contribuye a pensar en la complejidad que supuso este proceso. La glorificación exclusiva del 14 de septiembre de 1810 como un momento de victoria de los patriotas, oprimidos en búsqueda de libertad, y los realistas, opresores de un pueblo dominado, opaca por completo una reflexión más profunda que empezó esencialmente con la crisis política de 1808 que, de forma excepcional, dio lugar a la creación de Juntas y terminó en 1825 con la creación de la república de Bolivia. El discurso revoluciona-rio sobre la independencia, más que el curso de los hechos históricos, ha reducido este proceso histórico a un conjunto de episodios heroicos que justifican una mirada nacionalista y elitista. Salir de esta historia heroica y ahistórica implica, entre otras cosas, analizar el rol político de las Juntas y el nivel de autonomía que alcanzó el Ca-bildo de Cochabamba en ese contexto para comprender las transformaciones políticas y simbólicas que empezaron a otorgarle contenidos novedosos a términos como “patria”, “nación”, “ve-cino” o “ciudadano”. Pero, a la vez, no

habrá que perder de vista la impor-tante alianza entre los dirigentes “re-volucionarios” de Cochabamba con el

gobierno del Río de la Plata (Buenos Aires) que ha sido completamente me-nospreciada por las visiones naciona-listas. Así, antes de exaltar el carácter “revolucionario” del movimiento del 14 de septiembre de 1810 como premi-sa histórica, es de más utilidad situarlo como parte de la problemática del ejer-cicio de representación política real en un contexto de crisis. Si nos apegamos a estos postulados, caeremos en cuenta así —contra la interpretación de la his-toriografía tradicional— que en este periodo hubo una auténtica preocu-pación en conservar los derechos del monarca cautivo Fernando VII, con-fundidos en discursos que hablaban de autonomía a la par que exaltaban al Rey y condenaban el “mal gobierno”. Estamos diciendo con esto que el tema de la autonomía es fundamental para comprender el carácter revolucionario de este movimiento. Además, hay que tener en cuenta que la petición de au-tonomía es anterior al periodo juntis-ta y que la crisis de 1808 permitió que demandas locales o regionales por la administración del territorio cobraran más amplitud. Esto generó un reajuste

“Antes de exal-tar el carácter ‘revoluciona-rio’ del movi-miento del 14 de septiembre de 1810 como premisa his-tórica, es de más utilidad situarlo como parte de la problemática del ejercicio de represen-tación políti-ca real en un contexto de crisis”.

Sociólogo, Diplo-mado en Estudios Históricos Lati-noamericanos y en Educación Uni-versitaria. Magís-ter en Historia del Mundo Hispánico. Las independen-cias en el Mundo Iberoamericano (Universitat Jau-me I, Castellón). Es coautor de varios artículos y libros sobre cultura, polí-tica e historia.

ALBER QUISPE ESCOBAR

Una ilustración de las tropas realistas, se encuentra en la Casona de Santivañez.

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todo para los indígenas. Pero, ¿habrá que exigir de este momento histórico previo algo más que debía construir-se en un contexto de una comunidad política establecida? Del mismo modo, ¿habría que encontrar en este momen-to histórico el “origen” de los caudillis-mos o las hibridaciones más o menos distorsionadas en la política venidera del Estado boliviano prevaleciente a lo largo del siglo XIX?

3. En este sentido, es útil problema-tizar el lugar que ocuparon las élites en este proceso. ¿Quiénes fueron sino ellas las encaramadas en el Cabildo, la Junta y los mandos militares? En

el reajuste del ejercicio del poder ¿no primaron más bien intereses casi en-teramente corporativos que antes que ejercer autoridad, entre patriotismo y autonomismo, buscaban más bien de-fender sus propios privilegios de gru-po? Al parecer este impulso se convir-tió en uno de los principales motores de este proceso, al menos en el periodo posterior a 1810. Sin embargo, las éli-tes no intervinieron como grupo ho-mogéneo, sino fraccionadas de acuer-do a las viejas lealtades establecidas entre ellas, las que sólo en vísperas de la independencia (1825) se uniformi-zaron relativamente. Los documentos históricos muestran a importantes familias cochabambinas enfrentadas

unas a otras. Se puede especular que en tanto las élites tenían un poder po-lítico y económico previo, el periodo independentista les fue del todo bene-ficioso para recomponer los antiguos privilegios y buscar otros nuevos con miras a autoproclamarse libertarias y dirigentes de un destino en el que su protagonismo fue ambivalente. Así, este momento habría sido importante para un reposicionamiento de las élites criollas respecto a las clases populares. Valga decir aquí que en la historiogra-fía tradicional, los criollos se llenaron de todas las glorias posibles en tanto que la participación plebeya quedaba

en el anonimato y condenada a ocupar un lugar marginal en la nueva realidad política. Se diría, con mucha certeza, que los criollos supieron sacar prove-cho de aquella crisis que afectó su eco-nomía en sentido inverso a los réditos que obtendrían terminado el proceso de guerra. Así, aunque en todo este contexto se involucraron distintos grupos sociales y étnicos en diversi-dad de posibilidades al campo político y de guerra, ¿no fueron los grupos de poder los que finalmente definieron el rumbo de estos procesos apostando ambivalentemente por uno y/o otro partido cuando las opciones se redu-jeron al enfrentamiento de “patriotas” o “realistas”?

del ejercicio del poder y de la autori-dad aprovechado por las élites locales a través de la organización de Juntas, o desde el propio Cabildo, que asumie-ron el gobierno regional. De ahí que la independencia fuera sólo uno de los muchos resultados posibles. Y aunque la independencia siempre se la entien-de contra España, también se jugó en lo local y contra lo local bajo la presión de las dos cabeceras virreinales (la del Río de la Plata y la del Perú) y sus inte-reses locales.

2. Ahora bien, es preciso también detenerse a reflexionar respecto a las transformaciones que se produjeron en este contexto tras la publicación de la Constitución liberal de Cádiz en 1812 y que fue jurada y ejercida en Cochabamba. Se sabe que en muchos contextos americanos este liberalis-mo gaditano supuso la emergencia de una nueva cultura política que causó cambios sustanciales en el ámbito de la autonomía e independencia y dio comienzo a un nuevo ciclo político de fuerte participación política (fun-damentalmente electoral) de la pobla-ción civil. ¿Qué implicancias políticas tuvo en Cochabamba la Constitución liberal de 1812? ¿Hasta qué punto per-mitió articular las demandas de auto-nomía y su alianza con Buenos Aires? Lamentablemente, es poco lo que se sabe al respecto. Su estudio permiti-ría comprender de mejor manera la participación del “bajo pueblo” en la política de esos años. Por un lado, se puede advertir que si bien la partici-pación de los sectores populares fue importante (recuérdese por ejemplo el 27 de mayo de 1812) y por eso mis-mo reconocida en términos políticos, al parecer la propia “institucionaliza-ción” de las nuevas formas políticas y la propia experiencia de movilización convirtieron a este sector mayoritario en marginal. Por otro lado, se tiene la impresión de que a pesar de que hay un componente revolucionario, en realidad parecen ser los antiguos gru-pos de poder los que todavía tienen un peso decisivo en la “nueva política”. Sin negar el gran movimiento de ma-sas de esos contextos, aquí habría que considerar el asunto de los intereses y las lealtades tejidas al interior de los grupos de poder local. Sabemos que una vez establecido el gobierno de-partamental, luego de un corto entu-siasmo liberal, se empezaron a cerrar las opciones políticas democráticas (las que tienen que ver con la “ciuda-danía”) para el “bajo pueblo”, sobre

Escenificación de la Revolución del 14 de Septiembre de 1810, realizada el 30 de agosto de 2015.

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INDIOS, BANDIDOS Y “PATRIOTAS”: MANUEL ROJAS (EL

CURITU) Y LAS GUERRILLAS DE TOTORA

S i en algo tuvo razón el muy criticado Charles Arnade (1982) es que la crisis de la Guerra de la Independen-

cia ofreció a mucha gente una opor-tunidad excepcional para la aventura y para la realización de una vida libre y al margen de la ley, coyuntura apro-vechada por diversos segmentos de las poblaciones andinas que se valieron de la lenta debacle colonial a fin de al-canzar diferentes objetivos. Es en ese contexto que surgieron diversas “gavi-llas” y “montoneras” que intercalaron el bandolerismo con la lucha por “la patria”, fenómeno prácticamente inex-plorado en el ámbito boliviano, excep-tuando el trabajo de Marie-Danielle Demélas (2007) a propósito de Ayo-paya. Y es que la guerra trajo consigo nuevas prácticas de acción colectiva como las denominadas “montoneras”: grupos armados que instauraron for-mas de lucha conocidas prontamente con la denominación de “guerrilla”. Se trataba de fuerzas irregulares de caba-llería y de guerra sucia que al recurrir a los robos, al pillaje y al saqueo adqui-rieron gran atractivo para los sectores desposeídos y explotados, los cuales dieron duros golpes a los ejércitos re-alistas. De hecho, es posible afirmar que fue gracias a las montoneras que la resistencia “alto-peruana” contra la Corona española se consolidó en el te-rritorio cochabambino, en concreto en Ayopaya, pero también en Totora y sus extensos alrededores, regiones conver-tidas en epicentros de la larga contien-da bélica iniciada durante 1810.

Pensando desde Cochabamba se sabe mucho de los grandes personajes devenidos en héroes de aquellas epo-peyas independentistas, por ejemplo, Esteban Arze o Mariano Antezana, aunque otras figuras resultan más o menos desconocidas, verbigracia Ca-simiro Herbas o Melchor Guzmán alias Quitón. Son, en todo caso, hé-

roes criollos. Sin embargo, también existieron protagonistas indígenas que fueron igualmente importantes, pero éstos han sido ignorados por la Histo-ria y sus difusas siluetas naufragaron entre el mito y la leyenda. Me refiero específicamente a un caudillo indio fascinante y oscuro, una singular mez-cla de héroe y bandido: Manuel Rojas, alias el Curitu, de quien es posible co-nocer algo gracias a cierta historiogra-fía semioficial y olvidada.

Eufronio Viscarra, durante 1907, fue

Sociólogo e histo-riador. Ha escrito los libros “La cho-ledad antiestatal” y “Guerra, política y bandolerismo”. Actualmente, prepara una tesis doctoral en Histo-ria de América La-tina para la Uni-versidad Pablo de Olavide (UPO, Sevilla).

HUÁSCAR RODRÍGUEZGARCÍA

_La Columna de los Héroes de la Independencia de Cochabamba, en la plaza 14 de Septiembre.

quizá el primero en rescatar al Curitu aunque presentándolo como a un ban-dido sanguinario. El autor concluyó al respecto: “Los defensores de la causa de la independencia se entregaron también a excesos que merecen la se-vera sanción de la posteridad” (1967 [1907]: 306). Años después, cuando corría 1916, Waldo Soria Galvarro abordó brevemente los actos del Cu-ritu y calificó a su gavilla principal como “cuadrilla de indígenas crimina-les a título de patriotas” (1998 [1916]:

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31-38). Andrés Novillo, en 1928, fue el primer investigador que estudió seria y documentalmente al caudillo e instaló la imagen del Curitu como “héroe” (1998 [1928]: 106-123). Final-mente, Augusto Guzmán, en los años 60, dedicó unas páginas al Curitu, al que describe con el epíteto de “bando-lero patriota” (1969: 357-364). Todas estas narrativas difundieron una serie de mitos y relatos transformados por la historia oral que perviven de cierto modo hasta la actualidad, si considera-mos los textos de pseudoinvestigadores e historiadores improvisados que pla-giaron los escritos de Viscarra, Soria Galvarro y Novillo para mostrar el “he-roísmo patriota” del Curitu.

Manuel Rojas nació en Cayarani o en Rumi-Rumi, comprensión de Punata, y fue adoptado en condición de emplea-do doméstico por Manuela Mariscal, poderosa propietaria de Arani que afir-maba educar a nuestro personaje para cura, lo que le valió el apodo de Curitu. Todavía veinteañero, dejó a su patrona y se fue a trabajar en una hacienda cer-ca a los yungas de Totora, propiedad de unos amigos suyos apellidados Rodrí-guez —alias qhari alqus, o sea “hom-bres perros”—: un clan familiar cuyos miembros eran “conocidos por sus fe-chorías” (Soria Galvarro 1998 [1916]: 31). Estando involucrado en negocios turbios que lo llevaban cada tanto a Punata, le sorprendió el movimiento del 14 de septiembre de 1810 en Co-chabamba y rápidamente se enroló a una partida que lo condujo hasta la batalla de Aroma, bajo las órdenes de

Esteban Arze.Al año siguiente, volvió a Totora y

sublevó a los indígenas de la región, organizando sólidas redes de pequeñas montoneras que con tácticas de gue-rrilla lograron tomar el control de un extenso territorio que abarcaba desde Arani hasta Vallegrande. Su coraje le dio gran fama y legitimidad y miles de indígenas engrosaban sus filas, le pro-tegían y le servían de espías. Luchaba vestido con un uniforme militar arre-batado a un realista y se dedicó con decisión al robo y al saqueo de hacien-das españolas, cuyos productos eran distribuidos entre sus combatientes y simpatizantes. Prometía acabar con la explotación colonial y eliminó a va-rias autoridades españolas y criollas; en tanto, conocidos propietarios huían hacia otras regiones dado el peligro instaurado por el Curitu y sus nume-rosas gavillas.

Acusado de múltiples robos, críme-nes y antropofagias, la fama del Curitu no cesó de crecer durante ocho largos años hasta que en 1819 fue preso y eje-cutado. El fin ocurrió en Totora, donde una traición hizo coincidir al Curitu en una fiesta junto a otros dos guerrilleros célebres: Guzmán Quitón y Cabo Gor-do. Allí una partida realista, previa-mente preparada para la operación, se valió de la embriaguez de la festividad y atrapó a los líderes rebeldes fusilan-do a todos menos al Curitu, pues él te-nía reservada una muerte especial con tintes de suplicio. Fue envuelto en un pellejo fresco de buey al que fue cosi-do y sus verdugos lo dejaron al sol en lenta agonía, siendo despeñado horas después a un abismo desde el cerro Cutuchira. Luego le mutilaron la ca-beza, la cual fue expuesta en la plaza de Totora y días más tarde en Pocona y Punata. Varias tradiciones fantásti-cas circularon sobre el final del Curitu. Una de ellas dice que los vecinos de Punata vieron que la cabeza del indio rebelde clavada en una pica subía y ba-jaba por sí misma durante las noches. Otro relato señala que la testa expuesta al sol exudó gotas de grasa dejando una mancha en el suelo que no desapareció durante muchísimos años.

Esta historia muestra que los indíge-nas cochabambinos del valle alto y de las regiones aledañas a Totora fueron movilizados por caudillos nacidos en su propio seno, quienes tenían intere-ses particulares al margen de la lucha “por la patria”. También queda claro que si bien no pocos indígenas vieron la Guerra con indiferencia o cambiaron

de bando en el transcurso del conflicto, otros tantos se aprovecharon del con-texto para dedicarse al bandolerismo, hecho que no niega la politización de estos actores en una situación bélica en la que estaban en juego muchos facto-res, tanto estructurales como coyuntu-rales. En cuanto al Curitu en sí mismo, planteo que podría ser interpretado como un “bandido social”, esto es un fuera de la ley dedicado a los robos y crímenes, pero visto por los suyos como un justiciero y vengador que, evi-dentemente, contó con extensas bases campesinas de apoyo y legitimidad. En todo caso, la historia del Curitu plantea varios puntos oscuros de la historia de la Guerra de Independencia que futu-ros historiadores deberían explorar.

“Fue gracias a las monto-neras que la resistencia ‘alto-peruana’ contra la Co-rona española se consolidó en el terri-torio cocha-bambino, en concreto en Ayopaya, pero también en Totora y sus extensos alrededores”.

Ilustración de la Batalla de Aroma, Esteban Arze comanda las tropas patriotas. El cuadro se encuentra en el Palacio Consistorial de Tarata.

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LA SEGUNDA REVOLUCIÓN DE COCHABAMBA

L a segunda revolución de Co-chabamba se inicia con la toma de la ciudad el 29 de octubre de 1811. Este proceso

tiene su prolegómeno algunos meses antes, cuando –luego de la derrota del ejército cochabambino en Hamiraya (Batalla de Sipesipe)– uno de los líde-res del ejército cochabambino, Este-ban Arze —ascendido a Capitán por Francisco del Rivero en 1810—, con 300 hombres se internó en el campo, hacia las montañas del valle alto, con el ánimo de rehacer sus fuerzas y vol-ver a retomar la ciudad en manos de Goyeneche, con la esperanza de que los habitantes de Cochabamba ansia-ran como ellos volver a la situación anterior; es decir, cuando la ciudad se encontraba en manos de los patriotas. Goyeneche había dejado como Gober-nador Intendente a Antonio de Allen-de, dirigiéndose luego a Potosí para de allí con los caudales que recogiese diri-girse hacia Buenos Aires, cumpliendo de esta manera su antiguo propósito de retomar el virreinato del Río de la Plata para el control de la corona es-pañola.

Los acontecimientos a fines de oc-tubre de 1811, esparcían el rumor en la ciudad de Cochabamba de que se preparaban nuevos aprestos revolu-cionarios. La noche del 28 de octubre tuvo noticia el gobierno de la Villa de la venida de las tropas de Cliza al mando de Esteban Arze. El Goberna-dor Antonio Allende dispuso que to-dos los vecinos se reuniesen en el cen-tro de la plaza principal con sus armas y que las dos compañías que guarne-cían la ciudad se mantuviesen en for-mación y alerta. Colocaron trincheras a la salida de las calles, con los palos que Juan Carrillo tenía en su casa. Después del consentimiento que otor-garon el Vicario Gerónimo de Cardo-na y Tagle y el señor cura Rector de la Iglesia Matriz, hoy Catedral, Don Melchor de Rivera y Jordán, resolvió el gobierno de la Villa que los caudales de la Real Caja, los de la Real Renta del Tabaco, los libros de cuentas de ese

año y los anteriores, así como docu-mentos, comprobantes, cuentas y de-más recaudos se trasladen en vista del peligro a la torre de la Iglesia matriz.

Se guardaron también en ella todos los pertrechos de guerra, víveres de la tropa e intereses de otros particulares que consistían en alhajas de plata, oro y también documentos. Con mucha reserva se hizo el traslado a las 12 de la noche con la escolta y previsión nece-saria, con la presencia del Ministro Te-sorero José Mariano Diez de Medina. En la torre se hallaba el Ministro Con-tador José Manuel Tames, llevando las

llaves de la contaduría y las dos de la tesorería, las mismas que se colocaron en el cajón del arca que se cerraron con las dos llaves que tenía. Se resguardó la puerta de la torre con guarnición de la tropa de la ciudad de la Plata que se hallaba en Cochabamba.

En efecto, el 29 de octubre, a las dos y media de la tarde, las tropas de Esteban Arze tomaron la ciudad, re-poniendo las autoridades constituidas por la Junta de Buenos Aires “con el gozo y aclamación universal del pue-blo que se mantuvo fiel en sostener los sagrados derechos de la religión, del soberano y la patria”. Arze infor-mó a la Junta de Buenos Aires el 2 de noviembre que ha restituido la Junta Provincial reservándose la Coman-dancia General de las armas, esperan-do la aprobación del Gobierno de las Provincias Unidas del Río de La Plata. Afirmaba en ese informe que no aspi-raban a otra remuneración y empleo que el honor con que se prometen a asistir de últimos soldados, hasta ver cimentada pacíficamente la consti-tución. El 19 de noviembre, la Junta de Buenos Aires responde a Esteban Arze, alabando su comportamiento y el de la provincia de Cochabamba, co-municándole que ha sido nombrado Comandante General de Armas de esa provincia para que, como tal, reasuma el mando militar; el mando político debe quedar en la Junta instalada y le otorga el grado de Teniente Coronel del Ejército puesto a las órdenes del General en Jefe del Ejército Auxiliar del Perú Juan Martín de Pueyrredon.

A raíz del Cabildo extraordinario realizado en Cochabamba el 30 de octubre, se nombran las autoridades principales, el poder político recae en Mariano Antezana (Presidente de la Junta, denominado a partir de enton-ces como prefecto) y la comandancia general de las armas en Esteban Arze. A partir de ese momento se abre una nueva fase insurreccional. Es el pe-riodo de mayor producción de arma-mento y pertrechos militares, como se evidencia por los datos de archivo. Da

Historiadora, do-cente en la Uni-versidad Mayor de San Simón y la Universidad Católica Bolivia-na. Exdirectora del Archivo His-tórico Municipal “José Macedonio Urquidi”. Autora de varios artícu-los sobre historia colonial.

ÍTALA DE MAMÁNRODRÍGUEZ

Torre de la catedral de Cochabamba, situada en la plaza de Armas 14 de Septiembre.

la impresión de que el valle de Cocha-bamba se convirtió en el gran taller de la revolución.

Nuevamente las tropas cochabam-binas incursionan hacia otros ámbitos del territorio de la Audiencia de Char-cas. Ocurren importantes enfrenta-mientos entre las tropas del ejército cochabambino y las tropas realistas. Se establece una nueva conformación

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del Estado Mayor.Este segundo levantamiento, que

inaugura el segundo periodo de la actuación del ejército cochabambino, significó un consuelo para las otras tropas de combatientes que actuaban en otros ámbitos de la Audiencia de Charcas. Así, el famoso guerrillero Manuel Ascencio Padilla al enterarse del levantamiento de Cochabamba se

presentó ante Esteban Arze habiéndo-le conferido éste el título de Coman-dante de las Doctrinas de Moromoro, Pitantora, Guaicoma, Pocpo, Quila-quila y sus contornos. Esta segunda fase de la insurrección es el momento de las alianzas estratégicas; se unen a Esteban Arze, las tropas de Carlos Ta-boada, se conforma la compañía de forasteros dirigidas por Diego de la Riva y Uvenson. Por los datos de ar-chivo se evidencia durante esta fase la masiva participación indígena. En los documentos transcritos por Soruco se menciona a Esteban Arze como “co-mandante de los naturales”.

En la rebelión indígena de 1811El segundo levantamiento de Co-

chabamba coincide con el último pe-riodo de la insurrección indígena de 1811. Se habían insurreccionado los pueblos de Pacajes, Larecaja, Oma-suyos, apoyados, al inicio, por 800 cochabambinos, provistos de arma-mento otorgado por Francisco del Rivero en Cochabamba en agosto de 1811, antes de la batalla de Hamira-ya. Numerosas fuentes documentales evidencian la participación de Cocha-bamba en los enfrentamientos bélicos que libran los indígenas contra las tro-pas realistas.

Asimismo, se señala esta partici-pación en el sitio de La Paz efectuado el 15 de agosto de 1811. En estas cir-cunstancias, el Virrey del Perú, Abas-cal, recurre a la estrategia de enfrentar indios contra indios. Moviliza al Ca-cique de Chincheros Mateo Pumaca-gua con 3.500 milicianos indios refor-zados por 1.200 hombres del cacique de Azangaro Manuel Choquehuan-ca. Repitiéndose la historia de 1780 – 1781 de la época de Tupac Amaru y Tupac Katari, la insurrección india es vencida y las tropas indias realistas causan el horror de los pueblos por donde pasan.

El año 1812, se inicia con una gran incertidumbre para las tropas patrio-tas. El oficio de Martín de Pueyrredón al Gobierno provisional de las provin-

cias Unidas del Río de la Plata es muy elocuente. Afirma que la vanguardia enemiga situada en Yavi al mando de Francisco Picoaga impide la comuni-cación con las provincias del interior. Por ello no puede cumplir el manda-to de enviar oficiales de confianza, ni comisionar otros de las mismas pro-vincias para acaudillar las divisiones amigas. Por todo ello tuvo urgencia de conferir el empleo de Comandante General interino a Esteban Arze, per-suadido de que conviene premiar así el “mui extraordinario culto de la em-presa de recuperación de la provincia de Cochabamba que seguramente ha trastornado los cálculos del enemigo y ha favorecido la inexcusable retarda-ción de nuestras medidas”.

El primer ejército auxiliarLuego de la derrota de Guaqui (20

junio de 1811), el primer ejército Au-xiliar enviado por las provincias uni-das del Río de la Plata había iniciado su retirada. Luego de su infortunada estadía en Potosí, siguió su cami-no hacia el sud. Por consiguiente, en 1812, las tropas patriotas del Alto Perú se encontraban solas frente a las fuerzas realistas.

Solo Díaz Vélez enfrentó a los re-alistas comandados por Picoaga en el Río Suipacha el 12 de enero de 1812, siendo vencido luego de dos horas de lucha por las tropas de Goyeneche.

La revolución se expandeComo en la fase de la primera insu-

rrección bajo el mando de Del Rivero, las tropas cochabambinas, esta vez al mando de Esteban Arze, se desplie-gan por el territorio de la Audiencia entablando combate en diversos pun-tos tanto hacia oriente como hacia occidente, contra las tropas realistas. Entre algunas, están las batallas de Quirquiavi, Quewiñal, la Coronilla y Ayopaya.

Por ejemplo, restituidas las au-toridades patriotas, civiles y mili-tares en la provincia, Esteban Arze decidió atacar a Oruro. El 16 de

noviembre, las tropas de Arze fue-ron derrotadas retirándose hasta el cerro de Conchopata.

Hacia el oriente, en diciembre par-te de Cochabamba la expedición hacia Totora al mando del capitán Manuel Lozano. Se produce el combate entre Totora y Chilon. donde tuvieron una “guerrilla” de noche con los cruceños y lograron vencerlos (enero de 1812). Después del combate en las cercanías del Chilón las tropas patriotas, fueron en busca del enemigo y lo encontra-ron en Pampa Grande donde luego de una acción de ocho horas (febrero de 1812) derrotaron completamente al enemigo.

Tercera RevoluciónA pesar de la cruel represión a

la provincia de Cochabamba; de la muerte de importantes líderes de la Segunda Revolución; del aniquila-miento de animales y sementeras de los campos cochabambinos, la indó-mita región no tardaría en enarbolar nuevamente las banderas de la insu-rrección cuando 10 meses después, en marzo del año siguiente (1813) se pro-duciría la tercera revolución, inaugu-rando una nueva etapa de esta historia de sacrificios, entrega y dedicación en busca de mejores condiciones de vida, libertad e independencia.

Cuando se rememoran hechos de la magnitud del que acabamos de señalar es preciso recordar las palabras con las que el Tambor Vargas en su DIARIO DE UN COMANDANTE DE LA IN-DEPENDENCIA AMERICANA, jus-tifica el haber escrito los sucesos que le tocó vivir: “Varios y lastimosos son en efecto los sucesos que han empeña-do por conseguir (la independencia), y como quiera que han afectado a la humanidad tiene un grande mérito para ser transmitido a la posteridad, mucho más para que sepa ésta, cuán-ta sangre, cuántos esfuerzos, cuánto valor y heroísmo cuesta a la patria su libertad, para saberla apreciar mejor, conservarla y respetarla”.

LA SEGUNDA REVOLUCIÓN DE COCHABAMBA

Torre de la catedral de Cochabamba, situada en la plaza de Armas 14 de Septiembre.

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LEVANTAMIENTOSDE COCHABAMBA DE PRINCIPIOS

DEL SIGLO XIX

Haciendo un análisis de la participación de Cochabam-ba en los levantamientos de principios del siglo XIX,

se observa que los criollos españoles estaban bastante motivados en tener el control de las riendas del gobierno estatal colonial. Sin embargo, los suce-sos en la Audiencia entre los oidores y su presidente Pizarro no fueron de lo más cordiales, el grupo de criollos de la Academia Carolina de la Universidad, al mando de Manuel Zudáñez y otros, impulsó a que se produzca el control de la Audiencia y la consecuente difusión de este hecho; por ejemplo, el propio Zudáñez llegó a Cochabamba a propa-lar el levantamiento; posteriormente, el de La Paz, si bien tuvo niveles mucho más sólidos y consistentes, estuvo mar-cado con el lamentable desenlace de la muerte de los principales líderes del levantamiento del 16 de julio. Obser-vamos, pues, que Cochabamba estaba profundamente comunicada e involu-crada con los últimos sucesos de esos dos levantamientos revolucionarios a principios del año 1810.

La intendencia de Cochabamba apa-rentemente se encontraba tranquila; sin embargo, el interés de los revolu-cionarios era lograr que el movimiento, creado por ellos, tenga a Cochabamba a su favor; los realistas, por su parte, apostaban porque se mantuviera, el mayor tiempo posible, fiel al régimen establecido.

Después del corto gobierno de Iri-goyen —sustituto interino de Francis-co Viedma luego de su muerte—, se encargó también interinamente el es-pañol Joseph Gonzáles de Prada, muy conocedor del territorio por los 20 años que vivió en Cochabamba y con la ventaja de estar familiarizado con los valores humanos de los habitantes del lugar, lo cual le permitía mantener relativamente en paz la zona; pero no todos compartían las ideas de Gonzá-

les de Prada dentro el Cabildo, donde comenzaron a actuar los protorrevo-lucionarios, sin conseguir un éxito aparentemente importante, aunque sí lo obtuvieron entre la masa a la que supieron imbuir de sentimientos anti-españoles, y, consiguientemente, cierto afecto hacia la idea revolucionaria.

Es de suma importancia aclarar que

la llamada “masa”, que poco a poco se involucró, estaba compuesta por la clase artesanal y comercial, constituida por los llamados cholos de la peque-ña ciudad de Cochabamba; ya fue un toque de alerta muy temprano y anti-cipado el levantamiento de Alejo Cala-tayud, allá por 1730.

En esta oportunidad, los cholos va-llunos habían cooptado el control co-mercial a través del arriaraje (transpor-te de la época en el que se utilizaban animales de carga) casi directamente de la producción hacendal hacia las minas y los puertos de Arequipa y has-ta Buenos Aires, sede del Virreinato al que pertenecía la Audiencia. Es más, la relación casi horizontal entre el patrón, dueño de la hacienda, y los colonos o yanaconas indígenas, estaba muy en-trelazada en un sistema de producción agrícola muy consentida de compartir –producir y obtener–, por parte de los indígenas, excedentes que les posibi-litaba cierta solvencia para adquirir o por lo menos arrendar sus propias par-celas al patrón.

Este fenómeno social y económico hizo que en determinado momento la

“La repercu-sión tuvo sus efectos en toda la Audiencia y mucho más en Cochabam-ba, donde se comenzó a preparar la defensa realis-ta, aunque el resultado iba a ser diferente.

Escenificación de la revuelta del 14 de Septiembre de 1810.Sociólogo. Diplo-mado Superior en Estudios Andinos Bolivianos de la Flacso y en Educa-ción Superior de Univalle. Docente de Etnohistoria en la Universidad Mayor de San Si-món. Asistente en el Archivo Históri-co Municipal 2009-2013. Paleógrafo contratado para realizar el Primer Catálogo de Expe-dientes Coloniales de Cochabamba.

GUIDO GUZMÁNSALVATIERRA

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“masa” indígena del valle de Cliza, Mizque y de Cochabamba, participa-ra en el levantamiento de esta región. Los indígenas de las tierras altas, como Tapacarí, Quirquiavi y Ayopa-ya, cumplieron una función de co-municación y enlace con el altiplano, perfilándose con el tiempo las guerri-llas de Ayopaya.

Volviendo al grupo protorrevolucio-nario, se empezó a mover con relativa diligencia al interior del Cabildo, y uno de ellos, que tenía el cargo de alcalde provincial y teniente coronel de las mi-licias provinciales, Francisco del Rive-ro, llegó a alcanzar fama el 14 de sep-tiembre de ese año.

Acompañando las desavenencias en-tre los partidarios de ambas tendencias ciudadanas, que no dejaban de preocu-par a las autoridades realistas de la ciu-dad, estaba la campaña de pasquines, papeles sediciosos, canciones calle-jeras, etc., que tenían su origen unas veces en la misma ciudad, y otras en lugares apartados de la provincia. La inmensa campaña de papeles que lle-gaba a Cochabamba se incrementó con la entrada de Nieto en la Capital del distrito, una vez derrotado el mo-vimiento chuquisaqueño.

El 13 de enero, daba cuenta Gonzá-les de Prada a Nieto, gobernador inten-dente de Potosí, del estado en que se encontraba la ciudad y la intendencia, en aquellos momentos: “(…) aparente-mente todo estaba tranquilo, le decía, el grupo de los revolucionarios sólo esperaba a que se obrase contra alguno de ellos para ‘levantar el grito como se hizo en Chuquisaca’, advertía que era muy delicado el momento cualquier paso en falso podía desencadenar la ola revolucionaria. Una vez desenca-denada, ‘sería difícil su sujeción por la fuerza’”, además de los peligros que su-pondría para el resto de las provincias.

La ocupación de Gonzales de Prada estaba dirigida principalmente a la per-secución de los papeles sediciosos que llegaban con grandísima frecuencia, sobre todo al teniente coronel Rivero, uno de los principales revolucionarios ocultos de la ciudad.

La precaria tranquilidad que man-tenía y la difícil política de equilibrio apoyada por la proximidad de las tro-pas de Nieto en Chuquisaca, Sanz en Potosí y Goyeneche en La Paz, se llega a esfumar con los sucesos de mayo en Buenos Aires. La repercusión tuvo sus efectos en toda la Audiencia y mucho más en Cochabamba, donde se comen-zó a preparar la defensa realista, aun-que el resultado iba a ser diferente: la

revolución de septiembre.Los acontecimientos de Buenos Ai-

res, se los recibió en Cochabamba con simpatía, logrando tener una comu-nicación muy fluida, alentando y ani-mando más a los protorrevolucionarios a asumir actitudes a favor de la Junta de Buenos Aires y activando el levanta-miento. Es así que en los primeros días del mes de agosto, González de Prada detecta aprestos subversivos a través del hijo de Juan Carrillo de Albornoz y da un parque de fusiles con destino a Cochabamba mediante el cura Javier Iturri Patiño, que fue delegado vocal de la Junta Tuitiva y capellán interino de las tropas en La Paz.

El gobernador instruye retirar el car-gamento de fusiles en Tapacarí y se le aprese al cura Patiño, destinándolo a Potosí. Paralelamente, recibió órdenes del presidente Nieto de enviar un des-tacamento militar de su guarnición a Oruro, con la instrucción de protegerla de la amenaza de sublevación de los in-dios dirigida por el caudillo Victoriano Titichoca acantonado en Paria.

De este modo, el teniente coronel Francisco del Rivero, junto a Esteban Arze y Melchor Guzmán, alias el Qui-tón, fue encomendado para marchar hacia Oruro y sofocar la revuelta in-dígena que amenazaba este lugar, que-dando radicados hasta nuevas órdenes. Todo indica que tanto Gonzales de Pra-da como su comandante de armas Ge-rónimo Marrón y Lombera tenían sos-pechas, llegando a tener conocimiento de sus furtivas reuniones secretas en la antigua casona de Cangas, en las afue-ras de la ciudad, y en previsión de un le-vantamiento, ordenaron su alejamiento con esta misión.

La idea de las autoridades era des-terrarlos y enrolarlos a las fuerzas del coronel Basagoita, que tenía la misión de ir en auxilio de Nieto y Sanz. Esta maniobra de destierro fue comunicada por Lucía Ascuy a Francisco del Rivero, quien inmediatamente coordinó y cap-tó el sentimiento popular de su tropa a la adhesión a la Junta de Buenos Aires, promoviendo la deserción de sus prin-cipales subjefes Arze y Guzmán junto con otros soldados. Posteriormente, Rivero comunicó al Cabildo orureño haber recibido el 10 de septiembre una orden urgente de constituirse en Co-chabamba sin la menor demora por asuntos de servicio real. Concedido el permiso, partió a Cochabamba el 11 de septiembre.

Previamente, Rivero se reunió en Cliza con las tropas llegadas días antes desde Oruro para coordinar el apresto.

Francisco del Rivero, Melchor Guzmán Quitón y Bartolomé Guzmán lograron tomar control del cuartel de la gober-nación y la detención de Gonzáles de Prada y su comandante Gerónimo Marrón y Lombera en la madrugada del 14 de septiembre de 1810. Poste-riormente, Esteban Arze llega con las tropas patriotas de Cliza y Tarata. Se llama a Cabildo Abierto en el que se aclama como gobernador a Francisco del Rivero. Entre tanto, González de Prada logra fugar a Perú.

Triunfante el levantamiento de Co-chabamba, se organizó la Junta de Gue-rra integrada por Francisco del Rivero, Isidro Marzana, Melchor Villa Guzmán (Quitón), Bartolomé Guzmán, Este-ban Arze, Antonio Allende, Manuel de la Vía, Faustino Irigoyen, José Manuel Balderrama, Agustín Antezana, Fran-cisco Carrillo y Ramón Laredo.

Después del nombramiento en Ca-bildo Abierto el 19 de septiembre de 1810, se informó a Buenos Aires que Francisco del Rivero fue designado como Gobernador Intendente y que se lanzaron proclamas que reflejaron los motivos por los cuales el pueblo se le-vantó en armas y tomó el poder políti-co, cansado de la arbitrariedad y despo-tismo de las autoridades cesantes.

Cochabamba y sus nuevas autori-dades patriotas, sabían que no podían quedarse conformes con su levanta-miento, y es así que el pueblo en gene-ral —a iniciativa propia— se empezó a movilizar con el propósito de apoyar la incursión del ejército auxiliar de la Junta de gobierno de Buenos Aires que ingresaba al Alto Perú; pues, se organi-zó por primera vez un Ejército Patriota Cochabambino que a los dos meses de su levantamiento —el 14 de noviem-bre— se haría de una victoria en los campos de Aroma. Posteriormente, este mismo ejército apoyaría en la bata-lla del Desaguadero o Guaqui a las tro-pas del Ejército auxiliar liderado por el argentino Castelli, cuya derrota implicó la organización de todo el pueblo y pro-vincias de Cochabamba contra la arre-metida del ejército realista al mando de José Manuel Goyeneche en la batalla de Hamiraya el 13 de agosto de 1811. Momento en que cayó y fue derrotado el Ejército Patriota Cochabambino, cul-minando así el primer levantamiento revolucionario de Cochabamba. Sin embargo, Cochabamba ingresaría a una etapa mucho más compleja promovien-do una segunda revolución el 29 de oc-tubre al mando de Esteban Arze, como comandante del ejército, y Mariano Antezana, como gobernador y prefecto.

Monumento a Francisco del Rivero, ubicado en el Paseo del Prado.

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ESTEBAN ARZEESTUVO PRESENTE EL 14 DE

SEPTIEMBRE DE 1810 EN COCHABAMBA

El 30 de julio llegaron a Oruro las tropas cochabambinas en un número de 300 hombres, para sofocar una nueva rebe-

lión indígena en el pueblo de Toledo, dirigida por el cacique Titichoca, ori-ginada por la negativa a pagar los tri-butos. Sin embargo, esta rebelión que-dó disuelta rápidamente coincidiendo con la llegada de las tropas de la mili-cia cochabambina bajo las órdenes del teniente coronel Francisco del Rivero. Sorpresivamente les llega la orden del presidente de la Real Audiencia de Charcas, Vicente Nieto, quien dispuso que las tropas cochabambinas se con-centraran en Potosí para enfrentar al ejército auxiliar argentino de Días Vé-lez y Balcarce, del que se conocía su avance desde Buenos Aires internán-dose al Alto Perú. Otra de las órdenes fue la de esperar la llegada de las tro-pas del coronel Basagoitia —que, pro-cedente de Lima, debía arribar para ejercer el comando militar por man-dato del Virrey Abascal— que mar-chaban al sur también para auxiliar a Vicente Nieto. El plan era emprender una gran expedición punitiva para reconquistar Buenos Aires; sin em-bargo, apercibidos Francisco del Ri-vero, Esteban Arze, Melchor Guzmán “Quitón” y Bartolomé Guzmán de esas maquinaciones, decidieron rebelarse no aceptando llevar su tropa y urdie-ron la manera de no cumplir esa orden virreinal. Es así que la noche del 6 de septiembre, los soldados del teniente coronel Francisco del Rivero abrieron un forado en el cuartel Fortaleza (lu-gar donde se encontraba el mercado Campero) por donde abandonaron todos en franca deserción. Ellos fue-ron: el teniente Esteban Arze, el alférez Melchor Guzmán y toda la tropa. Al día siguiente, Del Rivero informó por escrito al Cabildo de lo sucedido con su tropa y sugestivamente permaneció en Oruro hasta el 11 de septiembre,

cuando se encaminó a la ciudad de Cochabamba a la medianoche, dejan-do en Oruro detenido un hijo suyo y sus criados. Mientras, Esteban Arze, junto con Melchor Guzmán, Barto-lomé Guzmán y el cura Juan Bautista Oquendo, ocho días antes del golpe

político militar, recorrían rápidamen-te los campos del valle de Cliza para convencer a los campesinos para que participen en aquel levantamiento ya planificado mucho tiempo atrás, ade-más de proveerse de algunas armas improvisadas.

Retrato de Esteban Arze elaborado por Edmundo Arze.

Abogado e histo-riador. En sus in-vestigaciones ha-lló documentación del siglo XVI refe-rente a los prime-ros asentamientos de los conquista-dores castellanos y las escrituras sobre la fundación de la Villa de Oro-peza. Autor de más de 100 artículos sobre la historia de Cochabamba.

JUAN EDMUNDO ARZE

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Tres días después, Francisco del Rive-ro junto a Esteban Arze, Melchor Guz-mán “Quitón”, Bartolomé Guzmán y José Manuel Chinchilla, entre otros, encabezaron la revolución patriótica libertaria del amanecer del 14 de sep-tiembre de 1810 en Cochabamba, con las tropas que habían desertado en Oruro y con las reclutadas en los valles cochabambinos.

¿Esteban Arze asistió el 14 de septiem-bre a los acontecimientos revoluciona-rios de toma del cuartel, el cabildo y la Plaza Mayor?

PruebasSegún se aprendió por historia oral y escolar en estos más de 100 años, se sabe que Esteban Arze participó en los hechos del 14 de septiembre de 1810, que llegó a caballo envuelto en su poncho con sombrero de ala ancha al mando de campesinos indígenas re-clutados en los valles de Tarata, Cliza, Punata y Arani en número de 1.000 hombres de a pie y a caballo armados de lanzas (chusas), fusiles, makanas y hondas, entrando a la ciudad el ama-necer de ese día. Sorprendiendo y re-duciendo a la guardia al grito de “viva la patria y muera el mal gobierno…”, se apoderaron del cuartel (sin efusión de sangre), tomaron la plaza y el cabildo, destituyendo al gobernador Gonzales de Prada.

¿Qué dicen los libros al respecto?Nataniel Aguirre, en su obra épica “Juan de la Rosa” (París: 1909), des-cribe lo siguiente en la página 29: “Las columnas de milicianos y de una ex-traña tropa a pie y a caballo de robus-tos y colosales campesinos del Valle de Cliza”, refiriéndose a los infantes y a los jinetes, pero recalca que comandaban esas tropas Esteban Arze y el joven Melchor Guzmán “Quitón”, seguidos por muchos ayudantes caracoleando en sus briosos caballos. Y en las pá-

ginas 34 y 35 registra que la multitud gritaba esa mañana del 14 de septiem-bre “hemos reconocido a la excelentí-sima junta de Buenos Aires… que viva la Junta… viva don Fernando VII… viva don Francisco del Rivero… viva el cabildo… viva don Esteban Arze y don Melchor Guzmán…”.Según Nataniel Aguirre, Esteban Arze sin duda alguna participó en los suce-sos del amanecer del 14 de septiembre de 1810.¿Qué dice al respecto Eufronio Vizca-rra en su obra “Biografía del Gral. Es-teban Arze”? (Cochabamba: 1910)Primeramente, Vizcarra recalca en la página 44 lo siguiente: “Rivero era el pensamiento de la causa revoluciona-ria y Arze la acción”. En la página 41 se refiere a la participación de Arze

en el cuartel, hace alusión al capitán y alguacil de la Santa Inquisición, Ma-riano Vergara. En pie de página dice: “Vergara, cuya adhesión al Rey era ab-soluta, se dirigió al cuartel armado de una pistola, empero nada pudo conse-guir con su arrojo, pues Arze y Guz-mán se apoderaron de él y lo redujeron a prisión (alude a la toma del cuartel y al arresto del gobernador), y en la pá-gina 51 se refiere al “día en que el he-roísmo se dejó ver en los tenientes don Esteban Arze y don Bartolomé Guz-mán”; a pie de página dice lo siguiente con motivo de la publicación de cier-tos documentos históricos relativos a Bartolomé Guzmán: “Algunos espíri-tus suspicaces han puesto en duda la intervención de Arze en el pronuncia-

miento del 14 de septiembre de 1810, la palabra autorizada e irrecusable del cura Oquendo es la prueba más evi-dente de que Arze estuvo presente al estallar la revolución y de que tuvo parte principal en dicho suceso”.Otras pruebas literales de la partici-pación de Esteban Arze en el acto re-volucionario del día 14 de septiembre de 1810Se trata de una fuente directa prima-ria (consistente en copias fotostáticas traídas del archivo Real de Indias Se-villa, las mismas se encuentran en el Archivo Histórico Municipal de Co-chabamba), que son testimonios y actos de comparecencia de testigos presenciales oculares y actores en los sucesos del 14 de septiembre. Este in-terrogatorio se realizó tiempo después

en ocasión que el ejército Real retomó la ciudad de Cochabamba, se registra en estos términos: “El caudillo Rive-ro… mientras dormían acuartelados en el cuartel, el abanderado Antonio Pol con motivo de estar encargado de la construcción de fabricar armas blancas componer las de chispa y fa-bricar municiones. Los insurrectos Ri-vero, Arze y Guzmán a eso de las 5:30 llegaron con multitud de paisanos, se introdujeron sin dificultad al cuartel, apresaron al sargento mayor oficial de guardia Don Gabriel Vertiz Verea y al abanderado Antonio Pol. Cuando fue arrestado el gobernador en el cuarto de la prevención, el testigo declara que vio al brigadier Don Gerónimo Ma-rrón en las puertas del cuartel”.

“Según Nata-niel Aguirre, Esteban Arze sin duda al-guna parti-cipó en los sucesos del amanecer del 14 de septiem-bre de 1810”.

Monumento a Esteban Arze, ubicado en la avenida Aroma casi al pie de la colina de San Sebastián.

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EL PASQUÍNEN LA INDEPENDENCIA

DEL ALTO PERÚ

Pasquín viene del apodo po-pular de una antigua estatua existente en Roma, llamada por algunos “II Paschino” o

“II Pasquino”, data del siglo III o II a. C., en mal estado y desfigurada. Dicha estatua utilizaban para pegar o colgar escritos anónimos de protesta o crítica a la autoridad, que hacían ocultamente.

El pasquín llegó a América con los conquistadores y fue un recurso uti-lizado en distritos como el Alto Perú, que carecieron de imprenta. “A lo largo de todo el régimen español en Indias, los pasquines cumplieron su función específica de protesta y de acusación contra el dominio peninsular, pero so-bre todo tuvo su punto más alto en las postrimerías de la colonia”.

Las ideas que precedieron la Guerra de Independencia fueron difundidas en los periódicos de la época: el pasquín aparecía por la mañana fijado “a uso de cartel de pregón en los lugares pú-blicos”. La autoridad despegaba el papel con el propósito de hallar algún indicio. El último recurso consistía en ofrecer públicamente “recompensa para que delataran al autor de los pasquines, pero no se tenía noticia de que haya ocurrido este hecho”. El pasquín es fre-cuente en épocas de revolución política o social.

Entre los muchos pasquines que cir-culaban en Cochabamba y que se con-servan en el expediente abierto sobre los hechos ocurridos en Chuquisaca, es el enviado desde Buenos Aires al sar-gento Melchor Guzmán, que era una invitación a sacudir el yugo del domi-

nio español. Terminaba así: “¿America-nos, hasta quando queréis vivir inertes?

Corrió el cisne a la América, pero con entrañas de cuervo; arrancadle sus plumas, y con ella, y su sangre, impri-mid el sello de vuestra lealtad”.

El otro pasquín, remitido desde la Plata al vecino Miguel de Prado, era más interesante en su forma y conteni-do. Decía así: “Americanos ¿Qué es eso? ¿Ilusión, es sueño, es hechizo, magia? Todos estáis animados de unos mis-mos sentimientos, conocéis la justicia de nuestra causa, sabéis las ventajas que se os preparan, tenéis la ocasión opor-tuna, advertís que vuestras fuerzas re-unidas son superiores a quanto pueda oponerse en ellas y no ejecutáis lo que tanto anheláis. ¿Baya: fuera preocupa-ciones: fuera temores? Ni la religión, ni la razón os lo prohíben. Sacudid el pesado yugo que tanto tiempo ha os oprime, romped las cadenas duras que os hacen gemir en la miseria, arrancad de raíz, un Gobierno mal cimentado, plantad en su lugar vuestros legítimos derechos, y empezad, ya a gustar los en-cantos halagüeños de la libertad que os dio la naturaleza”.

Estos pasquines se caracterizaron por su anonimato, ya que el contenido de los mismos iba contra el orden cons-tituido, pues planteaban ideas de liber-tad, independencia y de “viva la patria”.

La madrugada del 14 de septiembre de 1810, la ciudad de Cochabamba, una de las más importantes del Alto Perú, se alzaba en armas contra el poder consti-tuido. Esta revolución fue liderada por Francisco del Rivero, Melchor Guzmán

Quitón, Esteban Mariano Arze, ayuda-dos de la fogosa palabra del sacerdote tribuno Juan Bautista Oquendo. De esa manera, Cochabamba se unía a la revo-lución que propugnaba la Junta Revo-lucionaria de Buenos Aires.

“Esta actuación de los cochabambi-nos no fue un hecho aislado que sur-gió de repente, sin podérsele encontrar ninguna relación posible. Si Cocha-bamba se alzó en esa fecha fue porque ya hacía mucho tiempo que estaba re-cibiendo la influencia constante de los grupos revolucionarios que actuaban en el Alto Perú. Sólo ahora, ante las no-ticias del levantamiento de Buenos Ai-res y la proximidad de su ejército liber-tador decidió unirse en revuelta amplia a la independencia altoperuana”.

El 19 de septiembre, se organiza la Junta de Guerra que proclamó la defen-sa de los derechos del Alto Perú, com-prendiendo con esto en forma realista que el movimiento no había de ser lo-cal, sino regional, en todos los límites de la Audiencia de Charcas. La campa-ña estaba decretada. Del Rivero y Arze fueron exaltados al comando de la re-volución.

Desde este momento, ya se encon-trará unida a todo el movimiento que los llevará a su independencia, y, en su consecución, habrá sido Cochabamba uno de los más firmes baluartes de la lucha por la libertad, la independencia y la democracia durante 15 años.

Por todo ello, la célebre “Gaceta de Buenos Aires” estampó la elocuente frase: “El alto Perù será libre, porque Cochabamba quiere que lo sea”.

Integrante de la Asociación de Investigadores Histórico Sociales Cochabamba. Re-solución Nro. 311 y de la Sociedad de Historia, Geografía y Estudios Geopo-líticos de Cocha-bamba. Consejera Departamental de Culturas, mesa Pa-trimonio Material e Inmaterial Ges-tora y pionera de “Cochabamba cos-tumbrista” 1985.

ROSA ELENA NOVILLO GÓMEZ

EL PASQUÍN, UN ARMA FUNDAMENTAL “Los pasquines fueron manuscritos que se copiaban y se difundían manualmente. Muchas veces eran pegados en lugares públicos. Como eran, en esencia, instrumentos de protesta, las autoridades coloniales los prohibieron, así que la elabora-ción y difusión de pasquines era considerada una actividad delictiva y se perseguía como tal. La mayoría de los historia-dores coinciden en señalar que el efecto de los pasquines fue determinante en las guerras independentistas por masificar las protestas que se rumiaban en secreto. De “Calumnias, calumniadores y calumniados” de Juan José Toro.