historia social 69 - comentario sobre una linea torcida

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COMENTARIO SOBRE "UNA LÍNEA TORCIDA" Author(s): Gabrielle M. Spiegel, Gabriel M. Spiegel and Patricia Muñoz Source: Historia Social, No. 69 (2011), pp. 107-118 Published by: Fundacion Instituto de Historia Social Stable URL: http://www.jstor.org/stable/23227900 . Accessed: 24/02/2015 15:12 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Fundacion Instituto de Historia Social is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Historia Social. http://www.jstor.org This content downloaded from 200.68.120.225 on Tue, 24 Feb 2015 15:12:48 PM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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  • COMENTARIO SOBRE "UNA LNEA TORCIDA"Author(s): Gabrielle M. Spiegel, Gabriel M. Spiegel and Patricia MuozSource: Historia Social, No. 69 (2011), pp. 107-118Published by: Fundacion Instituto de Historia SocialStable URL: http://www.jstor.org/stable/23227900 .Accessed: 24/02/2015 15:12

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  • COMENTARIO SOBRE UNA LNEA TORCIDA

    Gabrielle M. Spiegel*

    En Una lnea torcida Geoff Eley analiza la transformacin fundamental que experiment la prctica de la historia social entre 1970 y 1990 con el auge de la historia cultural en res

    puesta a los retos planteados por el giro lingstico a las formas preponderantes de la his toria social. Triangulando, como dice Eley, "lo poltico, lo histrico y lo personal", la na rracin que nos ofrece se integra en el contexto de su propia formacin como historiador, formacin en la que resuena con claridad una voz britnica (y marxista) y, sorprendente mente, sin acentos franceses, si exceptuamos a Michel Foucault.1 Es tambin el relato de una generacin profesional concreta que lleg a su madurez en las postrimeras de la dca da de 1960 y que estuvo hondamente comprometida con el cambio histrico en el presen te, un problema que sus miembros abordaron no solo en su vida personal, sino tambin en su trabajo, y a travs de las influencias interconectadas que la coyuntura implicaba. Uno de los objetivos de Eley en Una lnea torcida es reflejar "una serie de encuentros persona les entre la tarea de la narracin histrica y el clima poltico circundante" (6) con el fin de hacer patente la imbricacin inevitable de historia y poltica en el pensamiento y la escri tura de cualquier historiador; en pocas palabras, proclamar una prctica historiogrfica "impulsada por la poltica del compromiso y la tica de la conviccin" (7). Conviene sea lar que los ttulos dados por Eley a los captulos, con los que denota su participacin en los distintos estilos y objetivos de la historiografa de las cuatro ltimas dcadas, apuntan a la inversin psicolgica y emocional que acompaa a la labor del historiador: "Optimismo",

    "Desilusin", "Reflexin" y "Desafo".2

    * Quisiera agradecer a mi colega David Nirenberg sus comentarios sobre este artculo, de los que, como

    siempre, he obtenido gran provecho. 1 Con respecto a la forma de este relato casi autobiogrfico, podemos situarla entre lo que Jaume Aureli ha

    categorizado recientemente como autobiografa "construccionista" y la autobiografa "experimental". La prime ra consiste en una autobiografa en la que los autores suelen "establecer una distancia crtica con sus propias vi

    das con el fin de presentarlas objetivamente, a menudo con un lenguaje emprico-analtico que da a sus narrati

    vas un aire monogrfico". A los "autobigrafos experimentales", por otro lado, "les interesa menos su identidad

    como acadmicos o historiadores y construyen su narracin dentro de un marco epistemolgico escptico", aun

    que les interesa especificar e identificarse con "itinerarios intelectuales concretos, [en los que] la historia [se

    convierte] en un subtexto de sus narrativas personales". Vase Aureli, "Autobiography as Unconventional His

    tory: Constructing the Author", Rethinking History, 10/3 (2006), pp. 433-449, esp. 435 y 439. 2 Los dos primeros captulos estn dedicados a repasar su formacin como historiador en Gran Bretaa y

    Alemania, principalmente bajo el impulso y la inspiracin del auge de la "nueva" historia social de las dcadas

    de 1960 y 1970. Ofrecen al historiador no britnico y no alemn una visin muy interesante y valiosa de las

    principales tendencias de la historia social en esos pases y esos aos, es decir, antes de la llegada del giro lin

    gstico. Los dos ltimos captulos se ocupan de las diversas relaciones entre la historia social y la cultural, la

    aparicin del giro lingstico en la historiografa, la manera en que afect a la prctica y la teora de la historia

    107 Historia Social, n. 69, 2011, pp. 107-118.

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  • Es ms, fue la generacin de Eley -incluidos aquellos con una gran fe marxista en lo

    que denomina "materialismo por defecto" y la slida creencia en la "determinacin social"

    (191)- la que dio el giro lingstico que tan poderoso impacto haba de tener en la prctica de la historia hasta nuestros das. Aunque, a decir verdad, exista hoy un sentimiento bas

    tante general de insatisfaccin con algunas de las limitaciones del giro lingstico en la

    historiografa, de la que son buena muestra el volumen dirigido por Victoria Bonnell y Lynn Hunt Beyond the Cultural Turn, que rene diversos artculos escritos por William

    Sewell, Richard Biernacki, Miguel ngel Cabrera, Patrick Joyce, William Reddy, Nicho las Dirks y Marshall Sahlins; los escritos del socilogo britnico Anthony Giddens y el so

    cilogo alemn Andreas Reckwitz; el debate sobre el "Nuevo Empirismo" recientemente

    publicado en el tomo primero de Cultural and Social History, y otros numerosos trabajos.3 Resulta evidente que ha llegado el momento de replantear la relacin entre la historia so cial y la historia cultural y estudiar las diferencias fundamentales, aunque no necesaria mente exclusivas, entre las epistemologas y prcticas historiogrficas a las que cada una de ellas tiende.4 En gran medida, eso es lo que Una lnea torcida de Eley quiere ofrecer.

    Lo que aqu se plantea es si se puede recuperar, y cmo, la fundamentacin bsica de la historia social en el materialismo histrico, despus de veinticinco aos de fidelidad a la

    y, por ltimo, una reflexin "desafiante" sobre el potencial de un enfoque revisado, ms global, de la historia en su integridad que hiciera honor a los anlisis generados por igual por el discurso social y el cultural. La "lnea

    torcida" constituye una figura derivada de la mxima de Bertolt Brecht de que "cuando hay obstculos, la dis tancia ms corta entre dos puntos -en este caso desde la historia cultural a la historia de la sociedad- es una l

    nea torcida". 3 Victoria E. Bonnell y Lynn Hunt (eds.), Beyond the Cultural Turn: New Directions in the Study of So

    ciety and Culture, Berkeley, 1999. William H. Sewell, Jr., "A Theory of Structure: Duality, Agency and Trans

    formation", American Journal of Sociology, 98 (1992), pp. 1-29; Sewell, "The Concept(s) of Culture", en Bon

    nell y Hunt, Beyond the Cultural Turn, pp. 35-61; Sewell, "Historical Events as Transformations of Structures;

    Inventing Revolution at the Bastille", Theory and Society, 25 (1996), pp. 841-881. Estos trabajos, junto con ar tculos posteriormente escritos y recopilados, han sido publicados recientemente por Sewell en Logics of His

    tory: Social Theory and Social Transformation, Chicago, 2005. Richard Biernacki, "Language and the Shift from Signs to Practices in Cultural Inquiry", History and Theory, 39 (2000). pp. 289-310; Biernacki, "Method and Metaphor after the New Cultural History", en Bonnell y Hunt (eds.), Beyond the Cultural Turn, pp. 62-92; Biernacki y Jennifer Jordan, "The Place of Space in the Study of the Social", en Patrick Joyce (ed.), The Social in Question: New Bearings in History and the Social Sciences, Londres, 2002, pp. 133-150. Miguel A. Cabrera, "On Language, Culture and Social Action", History and Theory, 40 (2001), pp. 82-100; Cabrera, "Linguistic Approach or Return to Subjectivism; In Search of an Alternative to Social History", Social History, 24 (1991),

    pp. 74-89; Cabrera, Postsocial History: An Introduction, traduccin de Marie McMahon, prlogo de Patrick

    Joyce, 2004 [Historia, lenguaje y teora de la sociedad. Ctedra / Universidad de Valencia, Madrid. 2001], Pa

    trick Joyce. "The Imaginary Discontents of Social History; A Note of Response to Mayfield and Thorne, Law

    rence and Taylor", Social History, 18/1 (1993), pp. 81-85; Joyce, "The End of Social History?" en Keith Jen kins (ed.), The Postmodern History Reader, Londres, 1997, pp. 341-365; Joyce, "History and Postmodernism", Past and Present, 133 (1991), pp. 204-209; Joyce, "More Secondary Modern Than Postmodern", Rethinking History, 5 (2001), pp. 367-382; Joyce, "What Is the Social and Why Is It in Question?", la introduccin a su re

    ciente recopilacin de artculos The Social in Question. William M. Reddy, "The Logic of Action: Indetermi

    nacy, Emotion and Historical Narrative", History and Theory, 40 (2001), pp. 10-33. Nicholas B. Dirks, "Is Vice Versa? Historical Anthropologies and Anthropological Histories", en Terrence J. McDonald (ed.), The Historic Turn in the Human Sciences, Ann Arbor, 1996, pp. 17-51. Si el lector desea conocer las reflexiones de Sahlins, vanse especialmente los artculos reunidos en Marshall Sahlins, Culture in Practice: Selected Essays, Nueva

    York, 2000, as como Sahlins, Islands of History, Chicago, 1985. Anthony Giddens, The Constitution of So

    ciety: Outline of a Theory of Structuration, Berkeley, 1986. Andreas Reckwitz, "Toward a Theory of Social

    Practices: A Development in Culturalist Theorizing", European Journal of Social Theory, 5 (2002), pp. 243

    263; Andreas Reckwitz, Die Transformation der Kulturtheorien: Zur Entwicklung eines Theorieprogramms, Weilerswist, 2000. Cultural and Social History, 1/2 (Mayo 2004), en particular el ensayo escrito por Carla Hes se en pp. 201-207.

    4 Puede consultarse un conjunto de lecturas y un resumen introductorio de sta. 108

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  • creencia en la interpretacin lingstica y cultural de la realidad. Como muchos otros en este momento, Eley desea replantear la comprensin que el historiador tiene de su prctica de una forma que reconozca las poderosas conclusiones que el enfoque lingstico aplica do a la sociedad y la cultura ha ofrecido, aunque sometindolo a una revisin desde un n

    gulo ms abierto que permita formular preguntas sobre la forma en que la sociedad experi menta constantes transformaciones tanto en el mbito material como el conceptual. Este

    inters por reintroducir una perspectiva social y materialista en el anlisis histrico pone en primera lnea cuestiones relativas a figuras individuales, hechos histricos y limitacio nes estructurales que, al mismo tiempo, permiten y delimitan la experiencia, cuestiones en torno a las cuales se mueve actualmente gran parte del debate. En definitiva, lo que nos

    preguntamos es qu es para nosotros la historia y cmo sucede. Cualquier respuesta a estas

    preguntas, y de ah la posibilidad de recuperar una perspectiva social y materialista sin abandonar la historia cultural, estar determinada por la forma en que cada uno vea el ori

    gen del giro a la cultura, lo que lo motiv (aparte de las dificultades cada vez mayores en la historia social que Eley describe con tanto acierto) y sobre qu fundamentos se puede restablecer la historia social.

    En opinin de Eley, se produjo un cambio decisivo desde el centralismo de la historia social al de la historia cultural en torno a 1980, cuando una nueva generacin de historia

    dores, formados en la dcada de 1960 y principios de la siguiente, lleg a su madurez pro fesional. La "desilusin" que caracteriza la narracin que hace Eley de este cambio en el

    captulo 2 es atribuida a la prdida de su conviccin de que "las relaciones de clase son, sin duda, el elemento constitutivo en la historia de los estados industrializados capitalistas, 109

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  • el deseo axiomtico del historiador social marxista" (110-111). Bajo el impacto de la evo lucin de los contextos polticos -y especialmente el auge del feminismo y la historia del

    gnero o de las mujeres, con su profundo inters por cuestiones de subjetividad que haban sido proscritas de los paradigmas entonces predominantes de la historia social- se produjo un giro a formas de historia cultural de ndole lingstica que dividi a la generacin entre los que seguan comprometidos con lo que Eley categoriza como "una historia social cada vez ms engrandecida" y los que se definan como historiadores culturales, es decir, historia dores que se aplicaban al discurso y sus efectos en la interpretacin cultural de la vida social.

    Eley cree que "si escribimos la historia intelectual de la disciplina con franqueza [...] encontraremos que los nuevos impulsos proceden del exterior" (191). Esta afirmacin es bastante exacta, creo, aunque tiende a conceder carcter de excepcionalidad a lo que, visto

    probablemente de forma ms realista, sea la promiscua interdisciplinariedad propia de la

    profesin, y a soslayar el grado en que historiadores de todo color, en lugar de basarse ni camente en teoras historiogrficas tradicionales en gran parte ya empobrecidas, suelen, de manera general, leer y tomar prestado de otros campos del conocimiento.5 Como el propio

    Eley seala, "las fronteras que separan la historia de otras disciplinas acadmicas y de in fluencias ms generales de la esfera pblica han sido mucho ms porosas de lo que los de fensores a ultranza de la integridad de la historia querran reconocer" (191-192).

    Adems de la influencia de los escritos feministas sobre gnero, Eley pone de relieve la importancia de la obra de Michel Foucault en la aparicin de la historia cultural. No solo demuestran sus primeros trabajos el funcionamiento del discurso, o lo que Foucault denomin "regmenes epistmicos", en la determinacin de las condiciones de posibilidad de lo que puede y no puede pensarse en pocas histricas concretas (definidas por el epis teme de una era y las formas en las que produjo el "ojo ya codificado"),6 aunque su elabo racin de la idea de la conexin indisoluble entre conocimiento y poder (o lo que en oca siones recibe el nombre de nexo conocimiento/poder) tambin formulaba una nueva

    comprensin del poder, ahora descentralizado y disperso como una "microfsica" por to dos los estratos de la sociedad y sus prcticas sociales, desafiando as la utilidad del mode

    lo convencional de la historia social en torno a la clase y el estado como centros de domi nacin y poder. Como explica Eley, el efecto de la obra de Foucault fue socavar la visin materialista de sociedad y cultura en favor de un anlisis lingstico, a lo que contribuy el

    auge de las escuelas narrativistas de historia, que fueron apareciendo a la sombra del libro

    Metahistoria de Hayden White, aunque tambin de la de Jacques Derrida y el deconstruc cionismo, si bien en menor medida. A esta combinacin hay que sumar la antropologa simblica que popularizaron entre historiadores los escritos de Clifford Geertz. Aunque la rama de esta disciplina seguida por Geertz insista en hundir sus races en los materiales sociales de una cultura, cuando era manejada por los historiadores fueron sus modelos for males, los modos de representacin y no tanto los conflictos sociales a cuya expresin simblica y resolucin servan, los que comenzaron a convertirse en objeto de investiga cin. El resultado acabara siendo, inevitablemente, una estetizacin de la cultura y su ab sorcin por la voraz categora de "textualidad" y discurso tal como el postestructuralismo la conceba. Otros estmulos que propiciaron el giro llegaron, segn Eley, de estudios cul

    turales, del episodio algo breve de la historia de las mentalits promovido por la escuela

    5 Vase un estudio ms extenso sobre este punto en Sewell, Logics of History, especialmente el captulo 1,

    "Theory, History and Social Science", y el captulo 2, "The Political Unconscious of Social and Cultural His

    tory, or, Confessions of a Former Quantitative Historian". 6 La frase procede de Michel Foucault, The Order of Things: An Archaeology of the Human Sciences,

    Nueva York, 1973, p. xxi [Zm palabras y las cosas. Una arqueologa de las ciencias humanas, Siglo XXI, Ma

    drid. 1968], 110

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  • de Annales, por el auge de la antropologia simblica y por la nueva notoriedad adquirida por las cuestiones de la raza y el imperio y, relacionadas con stas, las del colonialismo y el poscolonialismo, si bien en este ltimo caso el impacto fue menos directo hasta un pe riodo ligeramente posterior.

    Conviene observar que al tiempo que todos estos elementos se adentraban en el cam

    po de visin del historiador, se iban perdiendo las distinciones claras y crticas entre ellos en la prisa por abrazar las nuevas epistemologas y metodologas que integraban. As, por ejemplo, trminos como "posmodernismo" y "postestructuralismo" eran con frecuencia utilizados indistintamente y fusionados con la antropologa simblica que desarrollaba Geertz. Aunque todas las "escuelas" compartan una dependencia fundamental de la se

    mitica como explicacin general del funcionamiento del lenguaje en su papel de me diador en la relacin entre texto y realidad, la diferencia entre el anlisis cultural y el giro lingstico sola quedar encubierta. Mientras que la historiografa seguidora del giro lin

    gstico proclamaba la cultura como mecanismo autnomo, no referencial, de interpreta

    cin social que preceda al mundo y lo haca inteligible interpretndolo con sus propias re

    glas de significacin, la historia cultural nunca abandon su creencia en la realidad

    objetiva del mundo social y, en consecuencia, habra resultado ms provechoso denomi narla historia sociocultural. Eley tiende a perpetuar esta confusin haciendo equivalentes historia cultural y giro lingstico, si bien ahora su naturaleza distintiva y las tradiciones

    que intervinieron en su desarrollo se conocen mucho mejor.7

    Con la influencia combinada de estos elementos, explica Eley, la historia cultural

    consigui alcanzar sus das de gloria. Pero esta gloria se ha ido desvaneciendo y, aade, "no es necesario restablecer la primaca de la explicacin social y de un modelo materia lista de determinacin social, o insistir en la soberana causal de la economa y la vida ma

    terial, para tomar en serio la labor de la significacin social o el anlisis social". Es el mo

    mento, cree, de reafirmar la importancia de la historia social, a fin de "seguir vinculando nuestro objeto de estudio a una visin ms general de la sociedad en su conjunto, seamos historiadores sociales, historiadores polticos, historiadores culturales o cualquier otro tipo de historiadores. Podemos conservar todo lo ganado con la nueva historia cultural sin te ner que abandonar todo lo que aprendimos como historiadores sociales" (11). No hay, pues, necesidad de elegir entre la historia cultural y la historia de la sociedad -los trminos

    planteados en el subttulo del libro- sino que podemos aprovechar por igual (y con ecuani

    midad) las lecciones de las viejas escuelas de tericos sociales y el estudio que hace la nueva historia cultural del discurso como fuerza determinante de construccin social.

    Tengo sobre todo dos dudas con respecto a la fuerza del recorrido de esta narrativa,

    aunque en lo fundamental comparto este deseo bsico de lograr una historiografa que re conozca al mismo tiempo lo social, los determinantes contextales del pensamiento y el

    comportamiento en el pasado y el papel mediador desempeado por el lenguaje y la cultu ra en su funcionamiento; es decir, de lo que, a propuesta de David Nirenberg, podra deno minarse "un campo unificado" para la teora de la historia.8 La primera duda est relacio nada con la descripcin que hace Eley del auge del giro lingstico o historia cultural y la

    segunda es: Y despus qu? Qu sucede si sencillamente aplicamos el argumento bsico de que no hay necesidad de elegir? Qu tipo de historia basada en qu epistemologas y

    7 Vase, por ejemplo, la confusin de los dos trminos en las pginas 125 y 156; en este ltimo caso se

    presentan como sinnimos. 8 David Nirenberg, comunicacin personal. Para un anlisis terico de los fundamentos en los que podra

    comenzar a articularse este campo, vase Gabrielle M. Spiegel, "Towards a Theory of the Middle Ground: His

    torical Writing in the Age of Postmodernism", en Carlos Barros (ed.), Historia a debate, 5 vols., Santiago de

    Compostela, 1995, 1, pp. 169-176, as como Spiegel, "History and Post-Modernism: IV", Past and Present, 135

    (1992), pp. 194-208. 111

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  • metodologas ponemos entonces en prctica? Estas preguntas guardan entre s relaciones

    imprevistas, al menos en lo que implican para el camino que vaya probablemente a seguir la historiografa a partir de aqu.

    A pesar de que Eley rinde homenaje durante todo el libro a la decisiva influencia de los escritores y filsofos franceses en los cambios producidos en el pensamiento y la escri tura histricos entre las dcadas de 1970 y 1990, destacando el trabajo de Louis Althusser, Julia Kristeva, Jean-Franois Lyotard y Jacques Derrida, adems de Foucault (por ejem plo, 160), poco se trasluce en su narrativa el grado en el que el primer estructuralismo francs, y despus el postestructuralismo francs, se vio motivado intelectualmente por un rechazo de la fenomenologa. No hay ms que recordar el primer encuentro de Foucault

    con Saussure a finales de los aos cuarenta: asista a las clases de Maurice Merleau-Ponty

    cuando, discutiendo sobre el problema de la subjetividad, coment: "Recuerdo claramente

    que [...] surgi el problema del lenguaje y qued claro que la fenomenologa no serva

    igual que el anlisis estructural para la descripcin de los efectos del significado que pu diera producir una estructura de tipo lingstico, en la que el sujeto (en el sentido fenome

    nolgico) no interviniera en la transmisin del significado".9 El sujeto, por el contrario, al

    igual que el significado transmitido, era un "efecto" del discurso, una posicin asignada por y dentro de prcticas discursivas. De este modo, lo que era primero y fundamental era el discurso, como Foucault dej claro en tantas ocasiones en los primeros captulos de La

    arqueologa del saber, anunciando su decisin de "abandonar cualquier intento de ver el discurso como un fenmeno de expresin". "El discurso", deca, "no es la manifestacin que se despliega majestuosa de un sujeto que piensa y conoce, sino, por el contrario, una totalidad en la que se puede determinar la dispersin del sujeto y su discontinuidad consi

    go mismo".10 De ah la famosa "muerte del sujeto" y, con ella, del agente histrico funda do en el materialismo.

    Todo lo dems surgi de forma natural a partir de este concepto bsico de discurso y de la novedosa concepcin de subjetividad, con su capacidad para sembrar el caos entre los conceptos de autora, experiencia y prctica, ya que una vez ausente el actor histrico y

    cualquier concepto de intencionalidad, se hizo imposible establecer una base desde la que el individuo pudiera dar forma a su destino a tenor de su experiencia del mundo. La base filosfica del estructuralismo y el postestructuralismo se asent sobre el rechazo francs a

    la fenomenologa -de un conocimiento que pone el acento en cmo el sujeto percibe y

    comprende el mundo- y la adopcin de la semitica como el paradigma rector del conoci miento del lenguaje, la cultura y la sociedad, luego modificado, ciertamente, por Derrida, la deconstruccin y dems variedades del postestructuralismo, si bien no menos lingsti co en su orientacin. Sin embargo, la semitica no es, hay que advertir, una categora que ocupe mucho espacio, o apenas, en el libro de Eley, aparte de la atribucin de su papel en el triunfo del giro lingstico; su antagonismo con la fenomenologa, por lo que puedo re cordar despus de dos lecturas, est totalmente ausente de la discusin.

    Tal como entiendo la situacin actual de la historia y la teora, una gran parte de la crtica revisionista del giro lingstico y la historia cultural y de los que intentan ir "ms all del giro cultural" estn tomando posiciones en un enfoque neofenomenolgico que busca, como explica Pierre Bourdieu (aunque no est de acuerdo con su utilidad analtica), "hacer explcita la experiencia primordial del mundo social, es decir, todo aquello que se inscribe en la relacin de familiaridad con el entorno familiar, la aprehensin sin cuestio

    9 En Michel Foucault, Politics, Philosophy, and Culture: Interviews and Other Writings, 1977-1984, ed. Lawrence D. Kritzman, traduccin al ingls de Alan Sheridan y otros, Nueva York, 1988, p. 21.

    10 Michel Foucault, The Archaeology of Knowledge and the Discourse on Language, traduccin de . M. Sheridan Smith, Nueva York, 1972, p. 55 [La arqueologa del saber, Siglo XXI, Mxico, 1970]. 112

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  • namiento del mundo social que, por definicin, no reflexiona sobre s mismo y excluye la cuestin de las condiciones de su propia posibilidad".11 Muchos historiadores que compar ten esta visin estn desplegando un concepto (en gran medida implcito) de "fenomenolo

    ga social" en el que, como el socilogo alemn Andreas Reckwitz explica:

    El objetivo del anlisis social es asumir la "perspectiva subjetiva", es decir, reconstruir la secuencia

    de actos mentales de conciencia que se localizan "en el interior" y se dirigen en forma de "intencio

    nalidad" fenomenolgica a objetos externos a los que la conciencia atribuye significados. Lo social

    es, pues, [...] la idea subjetiva de un mundo comn de significado [...] La finalidad del anlisis so

    cial-cultural desde el punto de vista de la fenomenologa social es describir los actos subjetivos de

    interpretaciones (mentales) de agentes y sus modelos de interpretacin.12

    Entre los historiadores, la reinsercin del agente como actor social efectivo se ha conse

    guido poniendo de relieve la disyuncin entre significados de naturaleza cultural y los usos individuales, contingentes e histricamente condicionados, de esos significados. El

    trabajo realizado en este terreno suele centrar su atencin en los usos adaptativos, estrat

    gicos y tcticos que se hace de los patrones culturales existentes por aquellos agentes que,

    en el mismo acto de materializar los elementos de cultura, los reproducen y los transfor man. La figura del agente histrico, desde esta perspectiva, representa la relacin de cada individuo con el orden cultural, "la encarnacin de poderes colectivos en personas indivi

    11 Pierre Bourdieu, Outline of a Theory of Practice, traduccin de Richard Nice, Cambridge, 1977, p. 3. 12 Reckwitz, "Toward a Theory of Social Practices", p. 247. 113

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  • duales", en palabras de Marshall Sahlins.13 Es esta perspectiva en torno al actor, la creen

    cia en la percepcin individual como fuente de conocimiento del agente acerca del mundo,

    y de la intervencin en el mundo -percepcin mediatizada y, quizs, constreida, pero en

    ningn caso totalmente controlada por el andamiaje cultural o los patrones conceptuales dentro de los cuales tiene lugar- la que considero el regreso a una fenomenologa modifi cada. Si la mayora de los historiadores -especialmente los que creen todava en el poder y la utilidad del giro lingstico- no sienten deseos de volver a un modelo "objetivo" de ciencia social para la historia, es decir, de "salvar los fenmenos", muchos estn inmersos, sin embargo, en la tarea generalizada de salvar lo fenomenolgico.

    Relacionado con esta corriente de cambio est el nuevo nfasis en el constructivismo

    semntico frente al semiotico, en el que el significado se produce no en el nivel del cdigo o la estructura, sino en el de la semntica del uso lingstico ordinario, construyendo el mundo a travs de su creacin y recreacin continua y prctica a lo largo del tiempo, ya que ningn uso pasado de un trmino determina su aplicacin en la siguiente situacin. Centrndose en la realizacin individual y adaptativa que de los constituyentes culturales hace cada agente, las diferentes modalidades de uso explican de qu modo la cultura se

    perpeta, mediatiza, reproduce y transforma. De ah que la neofenomenologa d lugar a

    una teora de la "prctica", en la que se da especial relevancia a los actos mentales y fsi cos realizados por los actores histricos, en los que, como postula Richard Biernacki, "los

    agentes apelan a competencias fsicas que tienen su propia estructura e influencia coordi

    nadora, incorporando principios materiales de conocimiento prctico".14 De este modo, las

    prcticas cotidianas se suman para construir el "cuerpo de forma social", que, en su estado

    materializado, posee "los instrumentos para un ordenamiento del mundo, un sistema de

    patrones de clasificacin que organiza toda prctica y del que el modelo lingstico [...] es solo un aspecto".15

    En esta perspectiva, la cultura emerge menos como estructura sistemtica que como

    repertorio de competencias, "kit de herramientas", rgimen de racionalidad prctica o con

    junto de estrategias que orientan la accin, por las que se movilizan smbolos o signos

    para identificar aquellos aspectos de la experiencia de un agente que, en este proceso, co

    bran significacin, es decir, se hacen "reales" desde la experiencia. La cultura queda, pues, reformulada como "giro performativo", realizado nicamente en forma de proceso como

    "signos puestos a trabajar" para "servir de referente" e interpretar el mundo. La investiga

    cin histrica, desde esta perspectiva, pondra las prcticas (no la estructura) como punto de partida del anlisis social, y la prctica en s misma adopta la forma de una sociologa del significado, o smantique des situations, como lo llama Bernard Lepetit.16

    Estos intentos de modificar el afn totalizador de los regmenes discursivos sobre el

    comportamiento social desde el punto de vista del agente, la experiencia y la prctica pare cen indicativos de las concesiones tericas inherentes a lo que me siento tentada a llamar una estrategia "acomodaticia", rectora de gran parte de la crtica del giro lingstico. El llamamiento de Eley a un pluralismo terico/metodolgico, incluida una historia social re vitalizada que pretende abarcar la historia de la sociedad en su conjunto, tambin tiene

    aqu su lugar, aunque en este caso sobre unos pilares tericos algo temblorosos. Hacia el final del libro, Eley reitera su conviccin de que "no hay necesidad de elegir"

    entre un enfoque social y un enfoque cultural para la historia y, concluye, en un intenso cri

    13 Marshall Sahlins, "Introduction", en Sahlins, Culture in Practice, p. 25. 14 Biernacki, "Method and Metaphor after the New Cultural History", p. 75. 15 Bourdieu, Outline of a Theory of Practice, p. 124. 16 Bernard Lepetit, "Histoire des pratiques, pratique de l'histoire", en Lepetit (ed.), Les formes de l'exp

    rience, Pars, 1995, p. 14. 114

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  • de coeur, con la peticin de que reconozcamos "la urgente necesidad de un pluralismo

    [metodolgico, epistemolgico?] bsico" (201). Aclara Eley que ha "evitado deliberada mente cualquier explicacin detallada de los distintos debates suscitados en torno al gran

    cambio de la historia social a la historia cultural que constituye el tema de este libro", pre sumiblemente porque considera improductivos los debates tericos y "los deseos de pure

    za terica" (segn sus palabras), al menos en sus intentos de polarizar la profesin durante

    las dcadas de 1980 y 1990, en lo ms lgido de los debates sobre el giro lingstico en la

    historiografa. Tampoco se muestra Eley muy inclinado a buscar un terreno intermedio,

    expresin que, segn el autor, "normalmente oculta una falsa actitud de conciliacin o mo

    deracin, algn tipo de confusin, la incapacidad ante una dificultad o la renuencia a to mar una postura" (100). Por lo que su actitud pluralista representa de rechazo a los debates tericos de las ltimas dcadas, cumple, a mi entender, la promesa de "desafo" bajo cuya rbrica se articula.

    Sin embargo, el pluralismo metodolgico y epistemolgico no es -y, con toda seguri dad, no tiene intencin de ser- una posicin terica genuina. Podramos legtimamente pre guntarnos entonces si puede proporcionar la base sobre la que reconsiderar las complejas relaciones entre las modalidades de anlisis social y cultural que Una lnea torcida defiende con tanto fervor. El llamamiento de Eley en favor del pluralismo terico y lo innecesario de la eleccin entre ambas deja a un lado, sin comentar, el problema de las diferentes episte mologas en juego en una historia social fundamentada en lo emprico y una historia cultu ral determinada por lo lingstico. En el primer caso, se vuelve implcitamente al "noble sueo" de una base objetiva para la investigacin histrica, una base que, como Peter No vick demostr tan acertadamente, ya no es compartida por la mayora de los historiadores,

    por mucho que respetemos e insistamos en el fundamento emprico de todo tipo de investi

    gacin histrica.17 Para el segundo, se requiere al menos parcialmente un conocimiento se miotico de la naturaleza construida de nuestra comprensin de esa misma realidad social. No queremos con esto aseverar que la historia como disciplina est necesariamente circuns crita al desarrollo de un marco epistemolgico nico al cambiar de foco de atencin y de

    objeto de estudio. Como mnimo, el juego de escalas que supone trasladar el anlisis micro al macro (o global) de los fenmenos histricos implica a menudo la sustitucin de un mo delo epistemolgico por otro, por poco que se haya escrito sobre ello.18

    Los intentos ms interesantes de conseguir el tipo de equilibrio dialctico en el anli sis que preconiza Eley, aquel que no descarta los hallazgos del postestructuralismo aunque

    modificndolos para dar cuenta de la significacin de lo social y su fuerza instrumental en la historia y el pensamiento de los seres humanos, proceden actualmente de historiadores

    como William Sewell, que estn dedicando sus esfuerzos a concebir una teora historio

    grfica y social capaz de abordar precisamente el complejo de ideas que Eley propone. Se well argumenta en favor de una comprensin dialctica de la cultura como interaccin de

    sistema y prctica en la vida social, entendido el primero en un sentido estructural aunque modificado en sus efectos por las formas contradictorias, cuestionadas y en constante evo lucin en que se materializa en la segunda.19

    As pues, Sewell propone para el anlisis del papel de los hechos y del comportamiento individual y colectivo en fenmenos como la toma de la Bastilla -y las consecuencias revo

    17 Peter Novick, That Noble Dream: The "Objectivity Question" and the American Historical Profession,

    Cambridge, 1988. 18 Uno de los pocos trabajos que abordan sistemticamente este problema, que yo conozca, es el de Jac

    ques Revel (comp.), Jeux d'chelles: La micro-analyse l'exprience, Paris, 1996. 19 Vase Sewell, "The Concept(s) of Culture", p. 53 y siguientes. Vase tambin su nuevo libro Logics of

    History. 115

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  • lucionarias a que dio lugar seguidamente- verlos como participantes en una dialctica entre sistema y prctica por la cual el orden cultural existente se articula de nuevo y se transforma. Intervenir en cualquier forma de comportamiento social, poltico o cultural significa hacer uso de un conjunto de significados fijados por la convencin social, y por tanto compartidos por todos, para poder ser entendido y producir consecuencias. En este sentido, la interpreta

    cin simblica, defiende Sewell, "forma parte indisoluble del hecho histrico", ya que las acciones tienen significado nicamente en relacin con el orden cultural en el que se produ cen.20 Al mismo tiempo, el sistema como tal existe exclusivamente en la continuidad que le

    otorga la sucesin de prcticas mediante las cuales se realiza. Pero cada prctica incide y cambia el sistema en el que se integra y al que da una concrecin material. En un hecho tan intenso como la toma de la Bastilla, el resultado es una rearticulacin transformadora de las estructuras conceptuales subyacentes que guiaban a la sociedad francesa en el Antiguo Rgi men, creando sistemas nuevos de significacin entre los cuales se asientan conceptos como

    "la Bastilla", "revolucin" o "despotismo".21 Elemento fundamental de este proceso es la no cin de que los lenguajes (o discursos) heredados no pueden nunca abarcar completamente o describir adecuadamente la inmensa variedad de realidades empricas o experiencias presen tadas ante el actor social para su categorizacin e interpretacin y que, en ese sentido, la vida

    sobrepasa la capacidad de la cultura para dar cuenta de ella.22

    Vase Sewell, "Historical Events as Transformations of Structures", p. 861.

    Ibid. El lector interesado puede seguir este tema en Sahlins, Islands of History, pp. 147-148. 116

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  • No menos eclctico que Eley en las fuentes de las que bebe, existe, sin embargo, en tre los historiadores interesados en replantear la cuestin de estructura y prctica un es

    fuerzo por abordar las cuestiones tericas subyacentes, aunque solo sea para unirse a los

    reconfortantes beneficios que, segn Eley, produce el conocimiento histrico que se deriva de esos afanes. Como seala el propio Eley, hay ya todo un conjunto de trabajos realizados

    por historiadores jvenes que "especficamente rechazan la divisin polarizada entre lo 'social' y lo 'cultural', proyectando sobre temas reconociblemente sociales y polticos una analtica cultural, respondiendo a las provocaciones de la teora cultural y basndolos en la

    variedad de fuentes y de contextos interpretativos ms densos e imaginativos posibles" (201). Es dudoso que este trabajo vuelva a perseguir alguna vez el objetivo totalizador, tambin adoptado por Eley, de "aprehender la sociedad en su conjunto" -de pasar en "una lnea torcida" de la historia cultural a la "historia de la sociedad"- ante la disolucin gene ralizada de lo que previamente denomina "aspiracin totalizadora de la historia social"

    (193). No obstante, una exploracin de los supuestos tericos, tanto epistemolgicos como

    metodolgicos, sobre los que generar la lgica de la historia (tomando prestada la termino

    loga de Sewell) y de la historiografa intrnseca a este movimiento resultar sin duda im

    portante para su configuracin definitiva. En conclusin, uniendo las dos dudas que he planteado lneas ms arriba, podra decir

    que del mismo modo que el giro lingstico, y por tanto la historia cultural, surgi a partir de una crtica a la fenomenologa, se est formando una corriente dentro del actual movi miento revisionista del exceso de teorizacin histrica bajo la bandera de la neofenomeno

    loga, ltimamente agrupada, al menos por Reckwitz, bajo la rbrica de "Teora de la Prc tica". Inspirndose en un buen nmero de teoras diversas, y a menudo incompatibles -entre las que se encuentran el proyecto de "praxeologa" de Pierre Bourdieu y su variante

    semitica defendida por Michel de Certeau; la "teora de la estructuracin" de Anthony Giddens; las investigaciones sobre el "lenguaje ordinario" de Ludwig Wittgenstein y un anlisis ms profundo del trabajo de Foucault sobre gubernamentalidad y biopoltica, en el

    que se interseccionan teoras del cuerpo, tanto feministas como sociolgicas-, sumado al modelo neohermenutico que incorpora al agente y que recibe gran parte de su fuerza de

    los modelos etnometodolgicos aportados por etngrafos como Harold Garfinkel, la "Teo ra de la Prctica" propugna la continuidad de la relevancia de las conclusiones semiticas formuladas por el giro lingstico, aunque las reinterpreta en favor de una rehabilitacin

    de la historia social colocando estructura y prctica, lenguaje y cuerpo en relacin dialcti ca en sistemas histricos.23 En este sentido, como Victoria Bonnell y Lynn Hunt han argu

    mentado, parece como si los estudiosos estuvieran dedicados a redefinir y revitalizar el

    concepto de lo "social", debilitado por el postestructuralismo.24

    En este sentido precisamente el "giro lingstico" est dando paso a un "giro histri

    co", ya que el historicismo -entendido como el reconocimiento del carcter contingente,

    en un tiempo y un espacio, de nuestras creencias, valores, instituciones y prcticas- abraza al mismo tiempo la conservacin de un concepto atenuado de discurso como creador de las condiciones de posibilidad para la existencia de una cultura determinada y creador de sus

    componentes, y el nfasis revisionista dado a la prctica, el agente, la experiencia y los usos adaptativos de recursos culturales histricamente especficos. Y lo consigue bsica mente adoptando (de nuevo) una perspectiva que da primaca al actor y que necesita de un conocimiento de lo social adems de una fundamentacin simblica desde la que se gene

    23 Vase especialmente Michel de Certeau, The Practice of Everyday Life, traduccin de Steven Rendali,

    Berkeley, 1988; Giddens, The Constitution of Society, Harold Garfinkel, Studies in Ethnomethodology, Cam

    bridge, 1984. 24 Bonnell y Hunt, Beyond the Cultural Turn, p. 11. 117

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  • ran textos y comportamientos de todo tipo, y prestando su atencin a las formas en las que la prctica modifica continuamente el sistema en el que opera. El lector decidir si un en

    foque as merece el nombre de "neofenomenolgico", pero parece claro que cualquier "re

    greso a la realidad" incluir un examen de las formas en que los actores sociales indivi duales y colectivos operan, basado en sus percepciones y su comprensin de los sistemas

    simblico y social que gobiernan los comportamientos y les dotan de significacin social relevante.

    Hablando como alguien que sigue profundamente comprometido con las conclusio nes y los hallazgos analticos producidos por el giro lingstico en la historiografa, me

    queda preguntarme si estas tendencias revisionistas van a tener xito, es decir, si van a ofrecer una modificacin convincente del giro lingstico, y si este reciente giro en la his

    toriografa representa una fase final -agotada- en la recepcin de la historiografa del giro lingstico o una iniciativa verdaderamente novedosa que abra nuevos caminos. Como ya observ en 1990:

    La capacidad de la semitica para asaltar el campo terico fue testimonio del poder de su desafo a

    las epistemologas tradicionales, al virtuosismo tcnico de sus practicantes y a la coherencia subya cente de su teora, contra la cual los defensores del regreso a la historia invocan con bastante poco entusiasmo "sentido comn" colectivo o experiencia subjetiva individual. Pero si bien existen bue

    nas razones histricas para que los historiadores insistan en la autonoma de la realidad material, no

    son necesariamente razones para una buena historia, y al giro lingstico no se le puede oponer sim

    plemente una llamada al sentido y la experiencia comn o individual, ni tampoco, aadira ahora, a

    la historia social sin ms.25

    El libro de Eley se coloca entre las actuales peticiones de recuperacin de lo material, de hecho lo social, como parte de una creencia en la realidad y en la presencia socialmente

    significativa del pasado, tanto en el pasado y en el presente. Si paso de puntillas por su

    descripcin de la etiologa de estos debates y tendencias, es porque solamente proporciona otra ilustracin de su principio de que nuestros enfoques historiogrficos son inevitable

    mente personales y se rigen por los contextos concretos de nuestras propias historias, ideas

    polticas y compromisos profesionales.

    Traduccin de Patricia Muoz

    25 Gabrielle M. Spiegel, "History, Historicism and the Social Logic of the Text", Speculum, 65 (1990),

    pp. 59-86. Reeditado en Spiegel, The Past as Text: The Theory and Practice of Medieval Historiography, Balti

    more, 1997, p. 19. 118

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    Article Contentsp. 107p. 108p. 109p. 110p. 111p. 112p. 113p. 114p. 115p. 116p. 117p. 118

    Issue Table of ContentsHistoria Social, No. 69 (2011), pp. 1-174Front MatterCASTILLOS FRENTE A CASTROS. LA EDAD MEDIA EN LA IDENTIDAD NACIONAL GALLEGA [pp. 3-24]INDUSTRIALIZACIN, DESINDUSTRIALIZACIN Y NIVELES DE VIDA EN LAS CIUDADES DE CASTILLA Y LEN, 1840-1935. INDICADORES ANTROPOMTRICOS Y DEMOGRFICOS [pp. 25-48]LA LLEGADA DE LOS ARCOS VOLTAICOS. ELECTRICIDAD, COMBATES POR EL PROGRESO E HISTORIA LOCAL, OVIEDO (1886-1913) [pp. 49-70]SOBREVIVIR EN EL SOCIALISMO. ORGANIZACIN Y MEDIOS DE COMUNICACIN DE LOS EXILIADOS COMUNISTAS EN LAS DEMOCRACIAS POPULARES [pp. 71-90]Dossier: DE LA HISTORIA CULTURAL A LA HISTORIA SOCIALINTRODUCCIN [pp. 91-92]LNEAS TORCIDAS [pp. 93-106]COMENTARIO SOBRE "UNA LNEA TORCIDA" [pp. 107-118]RECORDANDO EL FUTURO [pp. 119-127]EL MUNDO PROFANO E IMPERFECTO DE LA HISTORIOGRAFA [pp. 129-142]

    ControversiasEL DEBATE SOBRE EL REPUBLICANISMO HISTRICO ESPAOL Y LAS CULTURAS POLTICAS [pp. 143-164]

    NotasDECLARACIN DE EL COLEGIO DE MXICO SOBRE LAS REVISTAS DE HISTORIA [pp. 165-168]

    RESMENES [pp. 169-170]ABSTRACTS [pp. 171-172]AUTORES Y AUTORAS [pp. 173-174]Back Matter