hamlet

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Obra de William Shakespeare

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Page 1: Hamlet
Page 2: Hamlet

William Sh a k e s p e a re

Ha m l e t

Page 3: Hamlet

I N D I C E

P Á G I N AH A M L E T 4 A C TO I 5A C TO II 27A C TO III 46A C TO IV 74A C TO V 95

Page 4: Hamlet

P E R S O N A J E S

CLAU D I O, rey de Dinamarc aHA M L E T, su sobrino e hijo del difunto rey Ha m l e tPO LO N I O, chambelán del re i n oHO R AC I O, amigo de Ha m l e tLA E RT E S, hijo de Po l o n i oVO LT I M A N D, c o rt e s a n oCO R N E L I O, í d e mRO S E N C R A N T Z, í d e mGU I L D E N S T E R N, í d e mOS R I C, í d e mUN C A B A L L E RO, í d e mUN S AC E R D OT E

MA RC E LO, o f i c i a lBE R N A R D O, í d e mFR A N C I S C O, s o l d a d oRE I N A L D O, criado de Po l o n i oCÓ M I C O S

DO S S E P U LT U R E RO S

FO RT I M B R Á S, príncipe de No ru e g aUN C A PI T Á N

EM B A J A D O R E S D E IN G LAT E R R A

GE RT RU D I S, reina de Dinamarca y madre de Ha m l e tOF E L I A, hija de Po l o n i oSe ñ o res, damas, soldados, marineros, mensajeros y serv i d o res. La sombra del padre de Ha m l e t .

El drama se desarrolla en el palacio de El s i n o r,en sus cercanías y en las fronteras de Di n a m a rc a .

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A C TO I

ESCENA I

Explanada delante del palacio real de El s i n o r.

Noche oscura. Francisco y Be r n a rd o.

( Francisco se pasea haciendo centinela. Be rn a rdo se va acercando a él. Estos personajes y los de la escena siguiente están armados con espada y lanza.)

Be rn a rd o. ¿ Quién va ahí?Fra n c i s c o. No: respóndeme tú a mí. Detente y dime quién ere s .Be rn a rd o. ¡ Vi va el rey! 1Fra n c i s c o. ¿Es Be r n a rd o ?Be rn a rd o. El mismo.Fra n c i s c o. Tú eres el más puntual en llegar.Be rn a rd o. Las doce han dado ya: bien puedes ir a re c o g e rt e .Fra n c i s c o. Te doy mil gracias por el re l e vo. Hace un frío que penetra, y

yo estoy delicado del pecho.Be rn a rd o. ¿ Has hecho tu guardia tranquilamente?Fra n c i s c o. Ni un ratón se ha mov i d o.Be rn a rd o. Muy bien. Buenas noches. Si encuentras a Horacio y Ma rc e l o ,

mis compañeros de guardia, diles que vengan pre s t o.Fra n c i s c o. Me parece que los oigo... ¡Alto ahí...! ¿Quién va ?

ESCENA II

Horacio, Ma rcelo y dichos; luego aparece la sombradel rey Ha m l e t .

Ho ra c i o. Amigos de este país.Ma rc e l o. Y fieles vasallos del rey de Di n a m a rc a .

1 Tal era el «santo y seña» de aquella noche.

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Fra n c i s c o. Buenas noches.Ma rc e l o. ¡Ah, honrado soldado! Pásalo bien. ¿Quién te relevó de la cen-

t i n e l a ?Fra n c i s c o. Be r n a rdo, que queda en mi lugar. Buenas noches.

(Se va. )( Ma rcelo y Horacio se acercan adonde está Be rn a rdo haciendo centinela. )

Ma rc e l o. ¡ Hola, Be r n a rd o !Be rn a rd o. ¿ Quién está ahí? ¿Es Ho r a c i o ?Ho ra c i o. Un pedazo de él.Be rn a rd o. Bien venido, Horacio; Ma rcelo, bien ve n i d o.Ma rc e l o. ¿Y qué, se ha vuelto a aparecer aquella cosa esta noche?Be rn a rd o. Nada he visto.Ma rc e l o. Horacio dice que es aprensión nuestra, y nada quiere creer de

cuanto le he dicho acerca del espantoso fantasma que hemos visto en dos oca-siones. Por eso le he rogado que se venga a la guardia con nosotros, para que,si esta noche vuelve el aparecido, pueda dar crédito a nuestros ojos y lehable si quiere .

Ho ra c i o. No, no ve n d r á .Be rn a rd o. Sentémonos un rato, y deja que asaltemos de nuevo tus

oídos con el suceso que tanto repugnan oír, y que en dos noches seguidashemos presenciado nosotro s .

Ho ra c i o. Muy bien; sentémonos, y oigamos lo que Be r n a rdo nos cuente.( Siéntanse los tre s . )

Be rn a rd o. La noche pasada, cuando esa misma estrella que está al Oc c i-dente del polo había hecho ya su carrera para iluminar el espacio del cielodonde ahora resplandece, Ma rcelo y yo, a tiempo que el reloj daba la una...

Ma rc e l o. ¡Chist...! Calla: mírale por dónde viene otra vez .(Se aparece a un extremo de la escena la sombra del rey Hamlet armado de

todas armas, con manto real, yelmo en la cabeza y la visera alzada. Los s o l d a d o sy Horacio se levantan despavo r i d o s .)

Be rn a rd o. Con la misma figura que tenía el difunto re y.Ma rc e l o. Horacio, tú que eres hombre de estudios, háblale.Be rn a rd o. ¿ No se parece en todo al rey? Mírale, Ho r a c i o.Ho ra c i o. Muy parecido es... Su vista me conturba con miedo y asombro.Be rn a rd o. Querrá que le hablen.Ma rc e l o. Háblale, Ho r a c i o.

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Ho ra c i o. (Encaminándose hacia donde está la sombra .) ¿Quién eres tú, queasí usurpas ese tiempo a la noche y esa presencia noble y guerrera que tuvoun día la majestad del soberano dinamarqués que yace en el sepulcro? ¡Ha b l a ! ,¡por el cielo te lo pido!

(Vase la sombra a paso lento.)Ma rc e l o. Pa rece que está irritado.Be rn a rd o. ¿ Ves? Se va, como despre c i á n d o n o s .Ho ra c i o. Detente, habla. Yo te lo mando, habla.Ma rc e l o. Ya se fue. No quiere re s p o n d e r n o s .Be rn a rd o. ¿ Qué tal, Horacio? Tú tiemblas y has perdido el color. ¿No

es esto algo más que aprensión? ¿Qué te pare c e ?Ho ra c i o. Por Dios, que nunca lo hubiera creído sin la sensible y ciert a

demostración de mis propios ojos.Ma rc e l o. ¿ No es enteramente parecido al re y ?Ho ra c i o. Como tú a ti mismo. Igual era el arnés de que iba ceñido cuando

peleó con el ambicioso rey de No ruega; y así le vi arrugar ceñudo la fre n t ecuando hizo caer al de Polonia sobre el hielo de un solo golpe... ¡Extraña apa-rición ésta!

Ma rc e l o. Pues de esa manera, y a esa misma hora de la noche, se ha pase-ado dos veces con ademán guerre ro delante de nuestra guard i a .

Ho ra c i o. Yo no comprendo el fin con que esto sucede; pero mi rudo pen-samiento pronostica alguna extraordinaria mudanza a nuestra nación.

Ma rc e l o. Ahora bien; sentémonos (s i é n t a n s e) y decidme, cualquiera devo s o t ros que lo sepa: ¿por qué fatigan todas las noches a los vasallos con estasg u a rdias tan penosas y vigilantes? ¿Para qué tanta fundición de cañones deb ronce y este acopio extranjero de máquinas de guerra? ¿A qué fin esa mul-titud de carpinteros de marina, obligados a un afán molesto, que no distin-gue el domingo de lo restante de la semana? ¿Qué causas puede haber paraque sudando el trabajador apresurado junte las noches a los días? ¿Quién devo s o t ros podrá decírmelo?

Ho ra c i o. Yo te lo diré, o a lo menos los ru m o res que sobre esto corre n .Nu e s t ro último rey (cuya imagen acaba de aparecérsenos) fue provocado acombate, como ya sabéis, por Fo rtimbrás de No ruega. En aquel desafío, nues-t ro va l e roso Hamlet (que tal re n o m b re alcanzó en la parte del mundo quenos es conocida) mató a Fo rtimbrás, el cual, por un contrato sellado y rati-ficado según el fuero de las armas, cedía al vencedor (dado caso quemuriese en la pelea) todos aquellos países que estaban bajo su dominio. Nu e s-t ro rey se obligó también a cederle una porción equivalente, que hubiera

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pasado a manos de Fo rtimbrás, como herencia suya, si hubiese éste ve n-c i d o. En virtud de aquel convenio y de los artículos estipulados, re c a y ótodo en Hamlet. Ahora el joven Fo rtimbrás, de un carácter fogoso, falto deexperiencia y lleno de presunción, ha ido recogiendo por las fronteras deNo ruega una turba de gente resuelta y perdida, a quien la necesidad de comerempuja a empresas que piden va l o r. Según claramente vemos, su fin no eso t ro que el de recobrar con violencia y a la fuerza de armas los menciona-dos países que perdió su padre. Este es, en mi dictamen, el motivo principalde nuestras pre venciones, el de esta guardia que hacemos y la ve rdadera causade la agitación y movimiento en que está toda la nación.

Be rn a rd o. Si no es esa la razón, yo no alcanzo cuál otra pueda ser... Enp a rte confirma la visión espantosa que se ha presentado armada en este lugarcon la misma figura del rey que fue y es todavía el autor de estas guerras.

Ho ra c i o. Así debe ser. En la época más gloriosa y feliz de Roma, pocoantes que el poderoso César cayese, quedaron vacíos los sepulcros, y los amor-tajados cadáve res va g a ron por las calles de la ciudad gimiendo con voz con-fusa; las estrellas re s p l a n d e c i e ron con encendidas colas, cayó lluvia de sangre ,se ocultó el sol entre celajes funestos, y el húmedo planeta, cuya influenciagobierna el imperio de Neptuno, padeció eclipse, como si el fin del mundohubiese llegado. Hemos visto otras veces iguales anuncios de sucesos terri-bles, sucesos pre c u r s o res que avisan los futuros destinos. El cielo y la tierrajuntos los han manifestado a nuestro país y a nuestra gente... Pe ro..., silen-c i o... ¿Veis...? Allí... Otra vez vuelve... (Ap a rece de nuevo la sombra por otrol a d o. Se levantan los tres y echan mano a las lanzas. Horacio se encaminahacia la sombra y los otros siguen detrás.) Aunque el terror me hiela, le quierosalir al encuentro... ¡Detente, fantasma! Si puedes articular sonidos, si tienesvoz, háblame. Si allá donde estás puedes recibir algún beneficio para tu des-canso, háblame. Si sabes los hados que amenazan a tu país, los cuales, feliz-mente previstos, puedan evitarse, ¡ay!, ¡habla! Si acaso durante tu vida acu-mulaste en las entrañas de la tierra mal habidos tesoros, por cuya causa, segúnse dice, vo s o t ros, infelices espíritus, vagáis inquietos después de la muert e ,d e c l á r a l o... ¡Detente y habla! Ma rcelo, ¡detenle!

(Canta un gallo a lo lejos, y empieza a re t i rarse la sombra. Los soldados quie-ren detenerla haciendo uso de sus lanzas pero la sombra los evita y desapare c econ pro n t i t u d .)

Ma rc e l o. ¿Le daré con mi lanza?

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Ho ra c i o. Sí, hiérele si no quiere detenerse.Be rn a rd o. Aquí está.Ho ra c i o. Aq u í .Ma rc e l o. Se ha ido. Le ofendemos, siendo él un soberano, al hacer demos-

traciones de violencia. Además, según parece, es invulnerable como el aire yn u e s t ros esfuerzos resultan vanos y cosa de burla.

Be rn a rd o. Iba ya a hablar, seguramente, cuando el gallo cantó.Ho ra c i o. Es ve rdad, y al punto se estremeció como un delincuente

a p re m i a d o. Yo he oído decir que el gallo, trompeta de la mañana, hace des-p e rtar al dios del día con la alta y aguda voz de su garganta sonora, y que aeste anuncio todo extraño espíritu errante por la tierra o el mar, el fuego oel aire, huye a su centro, y el fantasma que hemos visto confirma la cert ez ade esta opinión.

( Empieza a iluminarse lentamente la escena.)Ma rc e l o. En efecto, desapareció al cantar el gallo. Algunos dicen que cuando

se acerca el tiempo en que se celebra el nacimiento de nuestro Re d e n t o r, estaa ve matutina canta toda la noche, y que entonces ningún espíritu se atre ve asalir de su morada. Las noches son entonces saludables, ningún planeta influyesiniestramente, ningún maleficio produce efecto y ni las hechiceras tienen poderpara sus encantos. ¡Tan sagradas son y tan felices aquellas noches!

Ho ra c i o. Yo también lo tengo entendido así, y en parte lo cre o. Pe roved cómo ya la mañana, cubierta con rosada túnica, viene pisando el ro c í ode aquel alto monte oriental. Demos fin a la guardia, y soy de opinión quedigamos al joven Hamlet lo que hemos visto esta noche. Po rque yo os pro-meto que este espíritu hablará con él, aunque para nosotros ha sido mudo.¿ No os parece que le demos esta noticia, propia de nuestra obligación?

Ma rc e l o. Sí, sí, hagámoslo. Yo sé dónde le hallaremos esta mañana cons e g u r i d a d .

(Sa l e .)

ESCENA III

Salón del palacio.

El Re y, la Reina, Hamlet, Polonio, Laertes, Voltimand, Cornelio, caba-l l e ros, damas y acompañamiento.

El Re y. Aunque la muerte de mi querido hermano Hamlet está todavía

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tan reciente en nuestra memoria, que obliga a mantener en tristeza losc o r a zones y a que en todo el reino sólo se observe la imagen del dolor, contodo esto, tanto ha combatido en mí la razón a la naturaleza, que he con-s e rvado un prudente sentimiento de su pérdida, junto con la memoria delo que a nosotros nos debemos. A este fin, he recibido por esposa a la que untiempo fue mi hermana y hoy reina conmigo, compañera en el trono, sobreesta belicosa nación. Pe ro estas alegrías son imperfectas, pues en ellas se hanunido a la felicidad las lágrimas, las fiestas a la pompa fúnebre, los cánticosde muerte a los epitalamios del himeneo, y han sido pesados en igual balanzael placer y la aflicción. No hemos dejado de seguir los dictámenes de vues-tra prudencia, que en esta ocasión ha procedido con absoluta libertad, de locual os quedo bien agradecido. Ahora me falta deciros que el joven Fo rt i m-brás, estimándome en poco, presumiendo que la reciente muerte de mi que-rido hermano habrá producido en el reino trastorno y desunión, y fiado enesta soñada superioridad, no ha cesado de importunarme con mensajes, pidién-dome le restituya aquellas tierras que perdió por su padre y adquirió mi va l e-roso hermano con todas las formalidades de la ley. Basta ya lo que de él hed i c h o. Por lo que a mí toca, y en cuanto al objeto que hoy me hace re u n i-ros, helo aquí. He escrito al rey de No ruega, tío del joven Fo rtimbrás, que,doliente y postrado en el lecho, apenas tiene noticia de los proyectos de susobrino, a fin de que le impida llevarlos adelante, pues tengo informes exac-tos de la gente que levanta contra mí, su calidad, su número y fuerzas. Pru-dente Cornelio, y tú Voltimand, vo s o t ros saludaréis en mi nombre al ancianorey; pero no os doy facultad personal para celebrar con él tratado alguno quee xceda los límites expresados en estos artículos. (Les da unas cart a s.) Id conDios, y espero que manifestaréis en vuestra diligencia el celo de serv i r m e .

Vo l t i m a n d. En esta y cualquiera otra ocasión os daremos pruebas de nues-t ro re s p e t o.

El Re y. No lo dudo. El cielo os guard e .( Vanse los embajadore s . )

ESCENA IV

El Re y, la Reina, Hamlet, Polonio, Laertes, damas,c a b a l l e ros y acompañamiento.

El Re y. Y tú, Laertes, ¿qué solicitas? Me has hablado de una pre t e n s i ó n .Dime, ¿cuál es? En cualquier cosa justa que pidas al rey de Di n a m a rca, no

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será vano tu ru e g o. ¿Qué podrás pedirme tú que no sea más ofrecimiento míoque demanda tuya? No es más adicto a la cabeza el corazón, ni más pronta lamano en servir a la boca, que lo es el trono de Di n a m a rca para con tu padre .En fin, ¿qué pre t e n d e s ?

L a e rt e s. Respetable soberano, solicito vuestro permiso para vo l ver a Fr a n-cia. De allí he venido voluntariamente a Di n a m a rca a manifestaros mi lealafecto con motivo de vuestra coronación; pero cumplida esta deuda, fuerz aes confesaros que mis ideas y mi inclinación me llaman de nuevo a aquel país,y espero de vuestra bondad esta licencia.

El Re y. ¿ Has obtenido ya la de tu padre...? ¿Qué dices, Po l o n i o ?Po l o n i o. A fuerza de tenacidad, ha logrado arrancar mi tardío consenti-

m i e n t o. Al verle tan inclinado, firmé últimamente la licencia de que sevaya, aunque a pesar mío; y os ruego, señor, que se la concedáis.

El Re y. Elige el tiempo que te parezca más oportuno para salir, y hazcuanto gustes y sea más conducente a tu felicidad. ¡Y tú, Hamlet, mideudo, mi hijo. . . !

Ha m l e t. (Ap a rt e.) Algo más que deudo y menos que amigo.El Re y. ¿ Qué sombras de tristeza te cubren siempre ?Ha m l e t. Al contrario, señor; estoy demasiado a la luz.La Re i n a. Mi buen Hamlet, no así tu semblante manifieste aflicción.

Véase en él que eres amigo de Di n a m a rca, y no siempre con abatidos pár-pados busques entre el polvo a tu generoso padre. Tú lo sabes: la misma suert ees común a todos, y el que vive debe morir, pasando de la naturaleza a la eter-n i d a d .

Ha m l e t. Sí, señora; a todos es común.La Re i n a. Pues si lo es, ¿por qué aparentas tan particular sentimiento?Ha m l e t. ¿ Ap a rentar? No señora; yo no sé apare n t a r. Ni el color negro

de este manto, ni el traje acostumbrado, en solemnes lutos, ni los interru m-pidos suspiros, ni en los ojos un abundante río, ni la dolorida expresión delsemblante, junto con las fórmulas, los ademanes, las exterioridades del sen-timiento, bastarán por sí solos, mi querida madre, a manifestar el ve rd a d e roafecto que me ocupa el ánimo... Estos signos aparentan, es ve rdad; pero sonacciones que un hombre puede fingir... Aquí (tocándose el pecho), aquí den-t ro tenga lo que es más que apariencia. Lo restante no es otra cosa que ata-víos y adornos del dolor.

El Re y. Bueno y laudable es que tu corazón pague a un padre esa lúgubredeuda, Hamlet; pero no debes ignorar que tu padre perdió un padre tam-bién, y que éste, a su vez, perdió el suyo. El que sobre v i ve limita la filial

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obligación de su tristeza a un cierto término, pues continuar en intermina-ble desconsuelo es una conducta de obstinación impía. No es natural en elh o m b re tan permanente afecto, pues re vela una voluntad rebelde a los decre-tos de la Providencia, un corazón débil, un alma indócil, un talento limitadoy falto de luces. ¿Es lógico que el corazón padezca, queriendo neciamenteresistir a lo que es y debe ser inevitable, a lo que resulta tan común como cual-quiera de las cosas que con más frecuencia hieren nuestros sentidos? Este esun delito contra el Cielo, contra la muerte, contra la naturaleza misma; eshacer una injuria absurda a la razón, que nos da en la muerte de nuestro sp a d res la más frecuente de sus lecciones, y que nos está diciendo, desde el pri-m e ro de los hombres hasta el último que hoy expira: «Mo rtales, ved aquí vues-tra irre vocable suerte.» Modera, pues, yo te lo ruego, esa inútil tristeza; con-sidera que tienes un padre en mí, puesto que debe ser notorio al mundoque tú eres la persona más inmediata a mi trono, y que te amo con el afectomás puro que puede tener a su hijo un padre. Tu resolución de vo l ver a losestudios en Wittemberg es la más opuesta a nuestro deseo, y antes bien tepedimos que desistas de ella, permaneciendo aquí estimado y querido a vistanuestra como el primero de mis cortesanos, mi pariente y mi hijo.

La Re i n a. Yo te ruego, Hamlet, que no vayas a Wittemberg; quédate conn o s o t ros. No sean vanas las súplicas de tu madre .

Ha m l e t. Ob e d e c e ros en todo será siempre mi deseo.El Re y. Por esa afectuosa y plausible respuesta, quiero que seas otro yo en

el Imperio danés... Venid, señora. La sincera y fiel condescendencia de Ha m-let ha llenado de alegría mi corazón. Para celebrar este acontecimiento, nohará hoy Di n a m a rca festivos brindis sin que lo anuncie a las nubes el cañónrobusto y el cielo retumbe muchas veces a las aclamaciones del re y, re p i t i e n d oel trueno de la tierra. Ve n i d .

(Vanse los re yes y su cort e .)

ESCENA V

Hamlet (s o l o) .

¡ Oh! ¡Si esta masa de carne demasiado sólida pudiera ablandarse y liqui-darse disuelta en lluvia de lágrimas! ¡Oh, Dios! ¡Cuán fatigado ya de todo,juzgo molestos, insípidos y vanos los placeres del mundo! Nada, nada quierode él. Es un campo inculto y rudo, que sólo abunda en frutos gro s e ros y amar-gos. ¡Que haya llegado a suceder todo lo que veo a los dos meses que él ha

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m u e rt o...! Ni siquiera han pasado dos meses desde la muerte de aquel rey quefue, comparado con éste, como Hiperión con un sátiro y tan amante de mim a d re, que ni a los aires celestes permitía llegar atrevidos a su ro s t ro... ¡Oh ,cielo y tierra...! ¿Para qué conservo la memoria? ¡Ella, que se le mostraba tana m o rosa como si con la posesión hubieran crecido sus deseos! Y no obstante,en un mes... ¡ah!, no quisiera pensar en esto. ¡Fragilidad, tienes nombre demujer! En el corto espacio de un mes, y antes de romper los zapatos con que,semejante a Niobe, bañada en lágrimas acompañó el cuerpo de mi tristep a d re... ella, sí, ella misma se unió a otro hombre... ¡Cielos! Una fiera, inca-paz de razón y discurso, hubiera mostrado aflicción más durable... Esa mujerse ha casado con mi tío, con el hermano de mi padre, pero no más pare c i d oa él que yo lo soy a Hércules. En un mes..., enrojecidos aún los ojos con elp é rfido llanto, se casó. ¡Ah, delincuente precipitación, ir a ocupar con tal dili-gencia un lecho incestuoso! 2 Esto no es bueno ni puede terminar bien.Pe ro hazte pedazos, corazón mío, pues mi lengua debe re p r i m i r s e .

ESCENA VI

Hamlet, Horacio, Be r n a rdo y Ma rc e l o.

Ho ra c i o. Buenos días, señor.Ha m l e t. Me alegro de ve rte... ¿Eres Horacio, o me he olvidado de mí

m i s m o ?Ho ra c i o. El mismo soy, y siempre vuestro humilde criado.Ha m l e t. Mi buen amigo, yo quiero trocar contigo ese título que te das.

¿A qué has venido de Wittemberg...? ¡Ah, tú eres Ma rc e l o !Ma rc e l o. Se ñ o r. . .Ha m l e t. Mucho me alegro de ve rte también. Pe ro la ve rdad, Horacio, ¿a

qué has venido de Wi t t e m b e r g ?Ho ra c i o. Se ñ o r..., deseos de holgarme.Ha m l e t. No quisiera oír de boca de un enemigo tuyo otro tanto; ni podrás

f o rzar mis oídos a que admitan una disculpa que te ofende. Yo sé que no ere sd e s a p l i c a d o. Pe ro dime, ¿qué asuntos tienes en Elsinor? Aquí te enseñare m o sa ser gran bebedor antes que te vuelva s .

Ho ra c i o. He venido a ver los funerales de vuestro padre .

2 Tanto la Iglesia católica como la protestante consideraban incestuosa la boda de una viuda conel hermano del marido.

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Ha m l e t . No se burle de mí, por Dios, señor condiscípulo. Yo creo quemejor habrás venido a las bodas de mi madre .

Ho ra c i o. Es ve rdad... Como se han celebrado inmediatamente...Ha m l e t. Economía, Horacio, economía. Aún no se habían enfriado los

m a n j a res cocidos para el convite de duelo, cuando se sirv i e ron en las mesasde la boda... ¡Oh! Quisiera haberme hallado en el cielo con mi mayor ene-migo, antes que haber visto aquel día. ¡Mi padre...! Me parece que veo a mip a d re .

Ho ra c i o. ¿ En dónde, señor?Ha m l e t. Con los ojos del alma, Ho r a c i o.Ho ra c i o. Alguna vez le vi. Era un buen re y.Ha m l e t. Era un hombre tan cabal en todo, que no espero hallar otro seme-

j a n t e .Ho ra c i o. Se ñ o r, yo creo que le vi anoche.Ha m l e t. ¿Le viste? ¿A quién?Ho ra c i o. Al rey vuestro padre .Ha m l e t. ¿Al rey mi padre ?Ho ra c i o. Prestadme oído atento, suspended vuestra admiración mientras

os re f i e ro este caso maravilloso, apoyado con el testimonio de estos caballero s .Ha m l e t. Sí, por Dios, habla.Ho ra c i o. Estos dos señores, Ma rcelo y Be r n a rdo, le habían visto dos ve c e s ,

hallándose de guardia, como a la mitad de la noche. Una figura semejante av u e s t ro padre, armada, según él solía, de pies a cabeza, se les puso delante,caminando grave, tardo y majestuoso por donde ellos estaban. Tres veces pasóde esta manera ante sus ojos, que oprimía el pavo r, acercándose hastadonde podían alcanzar ellos con sus lanzas; pero débiles y casi helados porel miedo, permanecieron mudos, sin osar hablarle. Di é ronme parte de estes e c reto horrible. Fui a la guardia con ellos la tercera noche, y encontré serc i e rto cuanto me habían dicho, así en la hora como en la forma y circ u n s-tancias de aquella aparición. La sombra volvió, en efecto. Yo conocí a vues-t ro padre, y el fantasma es tan parecido a él como lo son entre sí estas dosmanos mías.

Ha m l e t. ¿Y en dónde fue eso?Ma rc e l o. En la muralla del palacio, donde estábamos de centinela.Ha m l e t. ¿Y no le hablasteis?Ho ra c i o. Sí, señor, yo le hablé; pero no me dio respuesta alguna. No obs-

tante, una vez me pareció que alzaba la cabeza haciendo con ella un mov i-miento como si fuese a hablarme. Pe ro al mismo tiempo se oyó la aguda

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voz del gallo matutino, y al sonido huyó con presta fuga, desapareciendo denuestra vista.

Ha m l e t. ¡Es cosa bien admirable!Ho ra c i o. Y tan cierta como mi propia existencia. No s o t ros hemos cre í d o

que era obligación nuestra avisaros de ello, mi venerable príncipe.Ha m l e t. Sí, amigos, sí... Pe ro esto me llena de turbación. ¿Estaréis de cen-

tinela esta noche?To d o s. Sí, señor.Ha m l e t. ¿ Decís que iba armado?To d o s. Sí, señor, armado.Ha m l e t. ¿ De la frente a los pies?To d o s. Sí, señor; de pies a cabez a .Ha m l e t. ¿ Luego no le visteis el ro s t ro ?Ho ra c i o. Le vimos, porque traía la visera alzada.Ha m l e t. ¿Y parecía que estaba irritado?Ho ra c i o. Más anunciaba su semblante el dolor que la ira.Ha m l e t. ¿Pálido o encendido?Ho ra c i o. No muy pálido.Ha m l e t. ¿Y fijaba la vista en vo s o t ro s ?Ho ra c i o. C o n s t a n t e m e n t e .Ha m l e t. No hubiera querido hallarme allí.Ho ra c i o. Mucho pavor os hubiera causado.Ha m l e t. Sí, es ve rdad... ¿Y permaneció mucho tiempo?Ho ra c i o. El que puede emplearse en contar desde uno hasta ciento con

moderada diligencia.Ma rc e l o. Más, más estuvo.Ho ra c i o. Cuando yo le vi, no.Ha m l e t. ¿La barba era blanca?Ho ra c i o. Sí, señor; como yo se la vi cuando vivía, de un color ceniciento.Ha m l e t. Qu i e ro ir esta noche con vo s o t ros, por si acaso vuelve .Ho ra c i o. ¡ Oh! Sí vo l verá, yo os lo aseguro.Ha m l e t. Si el fantasma se me presenta en la figura de mi noble padre ,

yo le hablaré, aunque el infierno mismo, abriendo sus entrañas, me impu-siera silencio. Yo os pido a todos que así como hasta ahora habéis callado alos demás lo que visteis, de hoy en adelante lo ocultéis con mayor sigilo. Se acual fuere el suceso de esta noche, fiadlo al pensamiento, pero no a la lengua,y yo sabré remunerar vuestro celo. Dios os guarde, amigos. En t re once y doceiré a buscaros a la muralla.

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To d o s. Nuestra obligación es serv i ro s .Ha m l e t. Sí, conservadme vuestro afecto, y estad seguros del mío. Ad i ó s .

(Vanse los tre s.) El espíritu de mi padre... con armas... No es bueno esto.Sospecho alguna maldad. ¡Oh, si la noche hubiese ya llegado! Espéralatranquilamente, alma mía. Las malas acciones, aunque la tierra las oculte,se descubren al fin a la vista humana.

(Sa l e. )

ESCENA VII. — Sala en casa de Po l o n i o.

L a e rtes y Of e l i a .

L a e rt e s. Ya tengo todo mi equipaje a bord o. Adiós, hermana, y cuandolos vientos sean favorables y seguro el paso del mar, no te descuides en darmen u e vas de ti.

Of e l i a. ¿ Puedes dudarlo?L a e rt e s. Por lo que hace al frívolo obsequio de Hamlet, debes conside-

rarlo como una mera cortesanía, un hervor de la sangre, una violeta que enla primavera juvenil de la naturaleza se adelanta a vivir y no se sostiene; her-mosura no durable; perfume de un momento, y nada más.

Of e l i a. ¿ Nada más?L a e rt e s. Pienso que no. Po rque no sólo en nuestra juventud se aumentan

las fuerzas y el tamaño del cuerpo sino que las facultades interiores del talentoy del alma crecen igualmente con el templo en que residen. Puede ser queél te ame ahora con sinceridad, sin que manche borrón alguno la pureza desu intención. Pe ro debes temer al considerar su grandeza, pensando que notiene voluntad propia, y que vive sujeto a obrar según a su nacimiento corre s-ponde. Él no puede, como una persona vulgar, elegir por sí mismo, puestoque de su elección depende la salud y prosperidad de todo un reino; y he aquípor qué su elección amorosa debe arreglarse a la condescendencia unánimede aquel cuerpo de quien es cabeza. Así, pues, cuando él diga que te ama, seráp rudencia en ti no darle crédito, reflexionando que en el alto lugar que ocupanada puede cumplir de lo que promete, sino aquello que obtenga el con-sentimiento de la parte más principal de Di n a m a rca. Considera qué pérd i d apadecería tu honor si con demasiada credulidad dieras oídos a su voz lison-jera perdiendo la libertad del corazón, o facilitando a sus instancias impe-tuosas el tesoro de tu honestidad. Teme, Ofelia; teme, querida hermana; nosigas inconsiderada tu inclinación. Hu ye del peligro, colocándote fuera del

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t i ro de los amorosos deseos. La doncella más honesta es libre en exceso si des-c u b re su belleza al rayo de la luna. La virtud misma no puede librarse de losgolpes de la calumnia. Muchas veces el insecto roe las flores hijas del ve r a n oantes de que su botón se rompa; y al tiempo que la aurora matutina de laj u ventud esparce su blando rocío, los vientos mort í f e ros son más fre c u e n-tes. Conviene, pues, no omitir precaución alguna, pues la mayor seguridadestriba en el temor prudente. La juventud, aun cuando nadie la combata,halla en sí misma su propio enemigo.

Of e l i a. Yo conservaré para defensa de mi corazón tus saludables máxi-mas. Pe ro, mi buen hermano, mira no hagas tú lo que hacen algunos rígidosd e c l a m a d o res mostrando áspero y espinoso el camino del cielo, mientrascomo impíos y abandonados disolutos pisan ellos la senda florida de losp l a c e res, sin cuidarse de practicar su propia doctrina.

L a e rt e s. ¡ Oh!, no lo temas... Pe ro allí viene mi padre; y, pues la ocasión eso p o rtuna, me despediré de él otra vez. Su bendición repetida será un nuevoconsuelo para mí.

ESCENA VIII

Polonio, Laertes y Of e l i a .

Po l o n i o. ¿Aún estás aquí? ¡Qué pereza! A bordo, a bordo; el viento impeleya por la popa las velas, y a ti sólo aguardan. Recibe mi bendición y pro c u r aimprimir en la memoria estos pocos preceptos. No publiques con facilidadlo que pienses, ni ejecutes cosa no bien premeditada primero. Debes serafable, pero no vulgar en el trato. Une a tu alma con vínculos de acero losamigos que adoptaste después de examinada su conducta, pero no acariciescon mano pródiga a los que acaban de salir del cascarón y aún están sinplumas. Hu ye siempre de meterte en disputas, pero una vez metido enellas, obra de manera que tu contrario huya de ti. Presta oído a los demás,p e ro re s e rva tu propia opinión. Sea tu vestido tan costoso cuanto tus facul-tades lo permitan, pero no afectado en su henchura; rico, no extrava g a n t e :p o rque el traje dice por lo común quién es el sujeto, y los caballeros princi-pales señores franceses tienen el gusto muy delicado en esta materia. Pro c u r ano dar ni pedir prestado a nadie; porque el que presta suele perder a un tiempoel dinero y el amigo y el que se acostumbra a pedir prestado falta al espíritude economía y buen orden que nos es tan útil. Pe ro, sobre todo, usa de inge-nuidad contigo mismo, y así no podrás ser falso con los demás: consecuen-

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cia tan precisa como que la noche sucede al día. Adiós, que mi bendiciónhaga fructificar en ti estos consejos.

L a e rt e s. Humildemente os pido vuestra licencia.(Se arrodilla y besa la mano a Po l o n i o.)

Po l o n i o. El tiempo te está convidando y tus criados esperan. Ve t e .L a e rt e s. Adiós, Ofelia (se abra z a n Ofelia y L a e rtes), y acuérdate bien de

lo que te he dicho.Of e l i a. En mi memoria queda guardado, y tú mismo tendrás la llave .L a e rt e s. Ad i ó s .

(Se va .)

ESCENA IX

Polonio y Of e l i a .

Po l o n i o. ¿Y qué es lo que te ha dicho, Of e l i a ?Of e l i a. Si gustáis de saberlo, cosas eran re l a t i vas al príncipe Ha m l e t .Po l o n i o. Bien pensado, en ve rdad. Me han dicho que de poco tiempo a

esta parte te ha visitado varias veces privadamente, y que tú le has admitidocon mucha complacencia y libertad. Si esto es así, como me lo han asegu-rado, a fin de que pre venga el riesgo, debo adve rt i rte que no te has port a d ocon la delicadeza que corresponde a una hija mía y a tu propio honor. ¿Qu ées lo que ha pasado entre los dos? Dime la ve rd a d .

Of e l i a. Últimamente me ha declarado con mucha ternura su amor.Po l o n i o. ¡Amor! ¡Ah! Tú hablas como una muchacha loca y sin experiencia

en circunstancias tan peligrosas. ¡Ternura dices! ¿Y tú das crédito a esa ter-n u r a ?

Of e l i a. Yo, señor, ignoro lo que debo cre e r.Po l o n i o. En efecto, es así, y yo quiero enseñárt e l o. Piensa que eres una

niña; por eso has recibido como ve rdadera paga unas ternuras que no sonmoneda corriente. Estímate en más a ti propia, pues si te aprecias en menosde lo que vales, harás que pierda el entendimiento.

Of e l i a. Él me ha requerido de amores, es ve rdad; pero siempre con apa-riencia honesta que...

Po l o n i o. Dices bien; apariencia puedes llamarla... ¡Y bien! Pro s i g u e .Of e l i a. Y autorizó cuanto me decía con los más sagrados juramentos.Po l o n i o. Redes son ésas para conseguir codornices. Yo sé muy bien, cuando

la sangre hierve, con cuánta prodigalidad presta el alma juramentos a la len-

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gua. Pe ro son relámpagos, hija mía, que dan más luz que calor. Éste y aqué-llos se apagan pronto, y no debes tomarlos por fuego ve rd a d e ro, ni aun enel instante mismo en que parece que sus promesas van a efectuarse. De hoyen adelante cuida de ser más avara de tu presencia virginal; pon tu conve r-sación a precio más alto, y no a la primera insinuación admitas coloquios.Por lo que toca al príncipe, debes creer de él solamente que es un joven, y quesi una vez aflojas las riendas, pasará más allá de lo que tú puedes permitir. Ensuma, Ofelia, no creas sus palabras, que son fementidas, ni es ve rd a d e ro elcolor que aparentan. Son intercesoras de profanos deseos, y sirven para enga-ñar mejor. Por último, te digo claramente que de hoy más no quiero que pier-das los momentos ociosos en mantener conversación con el príncipe. Cu i-dado con hacerlo así: yo te lo mando. Vete a tu aposento.

Of e l i a. Así lo haré, señor.(Se va n. )

ESCENA X. — Explanada delante del palacio.

Noche oscura. Hamlet, Horacio y Ma rc e l o.

Ha m l e t. El aire es frío y sutil en demasía.Ho ra c i o. En efecto, es agudo y penetrante.Ha m l e t. ¿ Qué hora es?Ho ra c i o. Me parece que aún no son las doce.Ha m l e t. Sí, ya han dado.Ho ra c i o. No las he oído... Pues en tal caso ya está cerca el tiempo en

que el fantasma suele pasearse. Pe ro, ¿qué significa este ruido, señor?(Suena a lo lejos música de clarines y timbales. )

Ha m l e t . Esta noche se huelga el re y, pasándola desvelado en un banquete,con gran vocerío y traspieses de embriaguez, a cada copa de Rhin que bebe,los timbales y trompetas anuncian con estrépito sus victoriosos brindis.

Ho ra c i o. ¿ Se acostumbra eso aquí?Ha m l e t. Sí se acostumbra. Pe ro, aunque he nacido en este país y estoy

hecho a sus estilos, me parece que sería más decoroso quebrantar esa cos-t u m b re que seguirla. Un exceso tal que embrutece el entendimiento, nosinfama a los ojos de las otras naciones, desde Oriente a Occidente. Nos lla-man ebrios: manchan nuestro nombre con este dictado afrentoso, y en ve r-dad que, por más que poseemos en alto grado otras buenas cualidades, bastapara empañar el lustre de nuestra reputación. Así acontece frecuentemente a

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los hombres. Cualquier defecto natural en ellos, sea el de su nacimiento, delcual no son culpables (puesto que nadie puede escoger su origen), sea cual-quier desorden ocurrido en su temperamento, que muchas veces rompe loslímites y re p a ros de la razón, o sea, cualquier hábito que se aparte demasiadode las costumbres recibidas, llevando estos hombres consigo el signo de unsolo defecto que imprimió en ellos la naturaleza o el acaso, aunque sus vir-tudes sean tantas cuantas puede tener un mortal, y tan puras como la bon-dad celeste, serán no obstante mancilladas en el concepto público por el únicovicio que las acompaña. Un solo adarme de mezcla quita valor al más pre-cioso metal y le envilece.

Ho ra c i o. ¿ Veis, señor? Ya viene.(Aparécese la sombra del rey Hamlet en el fondo. Hamlet, al ve rla, re t ro c e d e

lleno de horro r, pero después se encamina hacia ella.)

Ha m l e t . ¡Ángeles y ministros de piedad, defendednos! Ya seas alma dichosao condenada visión, traigas contigo aura celestial o ard o res del infierno, seam a l vada o benéfica tu intención, en tal forma te presentas, que es necesarioque yo te hable. Sí, te he de hablar... Hamlet, mi re y, mi padre, soberano deDi n a m a rca... ¡Oh! Respóndeme, no me atormentes con la duda. Dime: ¿porqué tus venerables huesos, ya sepultados, han roto su vestidura fúnebre? ¿Po rqué el sepulcro donde te dimos urna pacífica te ha echado de sí, abriendo sussenos que cerraban pesados mármoles? ¿Cuál puede ser la causa de que tudifunto cuerpo, del todo armado, vuelva otra vez a ver los rayos pálidos de laluna, añadiendo horror a la noche, para que nosotros, ignorantes y débilespor naturaleza, padezcamos agitación espantosa con ideas que excedan a losalcances de nuestra razón? Di: ¿por qué es esto? ¿Por qué? ¿Qué debemoshacer nosotro s ?

Ho ra c i o. Os hace señas de que le sigáis, como si deseara comunicaros algoa solas.

Ma rc e l o. Ved con qué expre s i vo ademán os indica que le acompañéis alugar más re m o t o. Pe ro no hay que ir con él.

Ho ra c i o. No, por ningún motivo.Ha m l e t. Si no quiere hablar, habré de seguirle.Ho ra c i o. No hagáis tal, señor.Ha m l e t. ¿Y por qué no? ¿Qué temores debo tener? Yo no estimo la vida

en nada; y a mi alma, ¿qué puede él hacer, siendo como es cosa inmort a l ? . . .Otra vez me llama... Voy a seguirle.

Ho ra c i o. Pe ro, señor, si os arrebatase al mar o a la espantosa cima de ese

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monte levantado sobre peñascos que baten las ondas, y allí tomase otra formahorrible capaz de impediros el uso de la razón... Ved lo que hacéis, el lugarsólo inspira ideas de muerte a cualquiera que mire la enorme distancia desdeaquella cumbre al mar y sienta en la profundidad su bramido ro n c o.

Ha m l e t. Todavía me llama. Camina, sombra. Yo te sigo.

(La sombra hace los movimientos que indica el diálogo. Horacio y Ma rc e l oq u i e ren detener a Ha m l e t, pero él los aparta con violencia y sigue al fantasma.)

Ma rc e l o. No, señor, no iréis.Ha m l e t. De j a d m e .Ho ra c i o. Creedme, no le sigáis.Ha m l e t. Mis hados me empujan, y prestan a la menor fibra de mi cuerpo

la nerviosa ro b u s t ez del león de Nemea. Aún me llama... Se ñ o res, apart a desas manos... ¡Vi ve Dios!, o quedará muerto a las mías el que me detenga...Otra vez te digo que camines... Voy a seguirt e .

ESCENA XI

Horacio y Ma rc e l o.

Ho ra c i o. Su exaltada imaginación le arre b a t a .Ma rc e l o. Sigámosle, pues en esto no debemos obedecerle.Ho ra c i o. Sí, vamos detrás de él. ¿Cuál será el fin de este suceso?Ma rc e l o. Algún grave mal se oculta en Di n a m a rc a .Ho ra c i o. Los cielos procurarán el éxito.Ma rc e l o. Si g á m o s l e .

ESCENA XII. — Rocas junto al mar. A lo lejos, el palacio de El s i n o r.

Hamlet y la Sombra del Rey Ha m l e t .

Ha m l e t. ¿ Adónde me llevas? Habla. Yo no paso de aquí.La Sombra. Casi es llegada la hora en que debo restituirme a las sulfúre a s

y atormentadoras llamas.Ha m l e t. ¡ Oh, alma infeliz!La Sombra. No me compadezcas. Presta sólo atentos oídos a lo que voy

a re ve l a rt e .

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Ha m l e t. Habla, yo te prometo atención.La Sombra. Luego que me oigas, prometerás ve n g a n z a .Ha m l e t. ¿ Por qué?La Sombra. Yo soy el alma de tu padre, destinada por cierto tiempo a

vagar de noche, y aprisionada en fuego durante el día, hasta que sus llamaspurifiquen las culpas que cometí en el mundo. ¡Oh! Si no me fuese ve d a d oel manifestar los secretos de la prisión que habito, pudiera decirte cosas quela menor de ellas bastaría para despedazar tu corazón, helando tu sangre juve-nil. Tus ojos, inflamados como estrellas, saltarían de sus órbitas; tus anuda-dos cabellos, separándose, quedarían erizados como las púas del colérico espín.Pe ro estos eternos misterios no son para los oídos humanos. Atiende, atiende,¡ay!, atiende. Si tuviste amor a tu padre . . .

Ha m l e t. ¡ Oh, Di o s !La Sombra. Venga su muerte, venga a un homicidio cruel y atro z .Ha m l e t. ¿ Ho m i c i d i o ?La Sombra. Sí, homicidio cruel, como todos lo son; pero el más cru e l ,

el más injusto, el más aleve .Ha m l e t. Re f i é remelo presto, para que, con alas veloces como la fanta-

sía, o con la prontitud de los pensamientos amorosos, me precipite a la ve n-g a n z a .

La Sombra. Ya veo cuán dispuesto te hallas, y aunque fueras insensiblecomo las malezas que se pudren incultas en las orillas del Leteo3, no dejaríade conmove rte lo que voy a decir. Escúchame, Hamlet. Se esparció la vo zde que, estando en mi jardín, dormido, me mordió una serpiente. To d o slos oídos de Di n a m a rca fueron groseramente engañados con esta fabulosai n vención. Pe ro tú debes saber, mancebo generoso, que la serpiente que mor-dió a tu padre, hoy ciñe su coro n a .

Ha m l e t. ¡ Oh! Ya me lo anunciaba el corazón. ¡Mi tío!La Sombra. Sí, ese incestuoso, ese monstruo adúltero, valiéndose de su

talento diabólico, valiéndose de traidoras dádivas..., supo inclinar a su des-honesto apetito la voluntad de la reina mi esposa, que yo creía llena de vir-tud. ¡Oh, Hamlet, cuán grande fue su caída! Yo, cuyo amor para con ella fuetan puro..., yo, siempre fiel a los solemnes juramentos que en nuestro des-posorio le hice, yo fui aborrecido, y se rindió a aquel miserable, cuyas pre n-das eran, en ve rdad, harto inferiores a las mías. Pe ro así como la virtud es inco-r ruptible, aunque la disolución pro c u re excitarla bajo divina forma, así la

3 Río mitológico, cuyas aguas proporcionaban el olvida.

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incontinencia, aunque viva unida a un ángel radiante, profanará con opro-bio su tálamo celeste... Pe ro ya me parece que siento el ambiente de la mañana.Debo ser bre ve. Dormía yo una tarde en mi jardín, según era mi costumbre .Tu tío me sorprendió en aquella hora de quietud, y trayendo consigo unaampolla de licor venenoso, derramó en mi oído su ponzoñosa destilación, lacual, de tal manera es contraria a la sangre del hombre, que, semejante en las u t i l eza al mercurio, se dilata por todas las entradas y conductos del cuerpo,y con súbita fuerza le ocupa, cuajando la más pura y robusta sangre como laleche con las gotas ácidas. Este efecto produjo en mí inmediatamente, y elcutis hinchado comenzó a despegarse a trechos con una especie de lepra deásperas y repugnantes costras. Así fue como, estando durmiendo, perdí, amanos de mi hermano mismo, la corona, la esposa y la vida a un tiempo.Pe rdí la vida cuando mi pecado estaba en todo su vigor, sin hallarme dispuestopara aquel trance, sin haber recibido el pan eucarístico, sin haber sonado elclamor de agonía, sin lugar al reconocimiento de tanta culpa, y tuve que pre-sentarme al Tribunal eterno con todas mis imperfecciones sobre la cabez a .¡ Oh, maldad horrible, horrible...! Si oyes la voz de la naturaleza, no con-sientas, no, que el tálamo real de Di n a m a rca sea el lecho de la lujuria y delabominado incesto. Pe ro de cualquier modo que dirijas la acción, no man-ches con delito el alma y evita ofensas a tu madre. Abandona este cuidadoal cielo. Deja que las agudas puntas del re m o rdimiento que tiene fijas en supecho la hieran y atormenten. Adiós. Ya la luciérnaga, amortiguando su apa-rente fuego, nos anuncia la proximidad del día. Adiós, adiós; acuérdate dem í .

ESCENA XIII

Hamlet; luego Horacio, Ma rcelo y la Sombra del Rey Ha m l e t .

Ha m l e t. ¡ Oh, vo s o t ros, ejércitos celestiales...! ¡Oh, tierra...! ¿Y quién más?¿ In vocaré al infierno también...? ¡Oh, no...! Detente, corazón mío, detente;y vo s o t ros, mis nervios, no así os debilitéis en un momento; sostenedme ro b u s-tos... ¡Ac o rdarme de ti...! Sí, alma infeliz, mientras haya memoria en este agi-tado mundo. ¡Ac o rdarme de ti...! Sí: yo me acordaré, yo borraré de mi fan-tasía todos los re c u e rdos frívolos, las sentencias de los libros, las ideas e impre-siones de lo pasado que la juventud y la observación estamparon en ella. Tup recepto solo, sin mezcla de otra cosa menos digna, vivirá escrito en elvolumen de mi entendimiento. Sí; por los cielos te lo juro... ¡Oh, mujer, la

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más delincuente! ¡Oh, malvado, malvado, risueño y execrable malvado! Con-viene que yo apunte en este libro... (Saca un libro de memorias y escribe en él.)Sí..., conviene que yo apunte que un hombre puede halagar y sonreírse yser un malva d o. A lo menos estoy seguro de que en Di n a m a rca hay un hom-b re así, y éste es mi tío... Sí, tú eres... ¡Ah!, pero la expresión que debo con-s e rvar en mi libro es esta: «Adiós, adiós; acuérdate de mí.» Yo he jurado acor-d a r m e .

Ho ra c i o. (Gritando desde dentro.) ¡Señor! ¡Se ñ o r !Ma rc e l o. (Gritando desde dentro.) ¡Altez a !Ho ra c i o. Los cielos le asistan.Ha m l e t. ¡ Oh! Háganlo así.Ma rc e l o. ¡ Hola! ¡Eh, señor!Ha m l e t. ¡ Hola, amigos! «¡Ven pájaro, ven!» 4 (En t ra n Horacio y Ma rc e l o. )Ma rc e l o. ¿ Qué ha sucedido?Ho ra c i o. ¿ Qué noticias nos dais?Ha m l e t. Ma r a v i l l o s a s .Ho ra c i o. Mi amado señor, decidlas.Ha m l e t. No, que lo re ve l a r é i s .Ho ra c i o. No, yo os prometo que no haré tal.Ma rc e l o. Ni yo tampoco.Ha m l e t. ¿ Creéis vo s o t ros que pudiese haber cabido en el corazón

h u m a n o...? Pe ro, ¿guardaréis secre t o ?Los Do s. Sí, señor; yo os lo juro.Ha m l e t. No existe en toda Di n a m a rca un infame..., que no sea un gran

m a l va d o.Ho ra c i o. No era necesario, señor, que un muerto saliera del sepulcro para

persuadirnos de esa ve rd a d .Ha m l e t. Sí, cierto, tenéis razón. Y por eso mismo, sin tratar más del asunto,

será bien despedirnos y separarnos. Vo s o t ros, adonde vuestros negocios ovuestra inclinación os lleven..., que todos tienen sus inclinaciones y negocios,sean los que sean; y yo, ya lo sabéis, a mi triste ejercicio, a rez a r.

Ho ra c i o. Todas esas palabras, señor, carecen de sentido y ord e n .Ha m l e t. Mucho me pesa haberos ofendido con ellas; sí, por cierto, me

pesa en el alma.Ho ra c i o. ¡ Oh!, señor, no hay ofensa alguna.Ha m l e t. Sí, por San Patricio, que sí la hay, y muy grande, Ho r a c i o... En

4 Grito que daban los halconeros.

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cuanto a la aparición... es un difunto venerable..., yo os aseguro... Pe ro re p r i-mid cuanto os fuese posible el deseo de saber lo que ha pasado entre él y yo.¡Ah, mis buenos amigos! Yo os pido, pues sois mis amigos y mis compañero sen el estudio y en las armas, que me concedáis una corta merc e d .

Ho ra c i o. Con mucho gusto, señor; decid cuál sea.Ha m l e t. Que nunca re velaréis a nadie lo que habéis visto esta noche.Los Do s. A nadie lo dire m o s .Ha m l e t. Pe ro es menester que lo juréis.Ho ra c i o. Os doy mi palabra de no decirlo.Ma rc e l o. Yo os prometo lo mismo.Ha m l e t. So b re mi espada.Ma rc e l o. Ved que ya lo hemos pro m e t i d o.Ha m l e t. Sí, sí, sobre mi espada.La Sombra. Ju r a d l o.(Se oirá la voz de la sombra . Hamlet y los demás, horrorizados, cambian de

situación, según lo indica el diálogo. )Ha m l e t. ¡Ah! ¿Eso dices...? ¿Estás ahí, hombre de bien... ? Vamos, ya lo

oís hablar en lo pro f u n d o. ¿Queréis jurar?Ho ra c i o. Proponed la fórmula.Ha m l e t. Que nunca diréis lo que habéis visto. Juradlo por mi espada.La Sombra. Ju r a d l o.Ha m l e t. ¿Hic et ubique? Mu d a remos de lugar. Se ñ o res, acercaos aquí;

poned otra vez las manos en mi espada, y jurad por ella que nunca diréis nadade esto que habéis oído y visto.

La Sombra. Juradlo por su espada.Ha m l e t. Bien has dicho, topo viejo, bien has dicho... Pe ro, ¿cómo pue-

des taladrar con tal prontitud los senos de la tierra, diestro minador? Mu d e-mos otra vez de lugar, amigos.

Ho ra c i o. ¡ Oh! Dios de la luz y de las tinieblas, ¡qué extraño prodigio esé s t e !

Ha m l e t. Por eso como a un extraño debéis hospedarle y tenerle oculto.Ello es. Horacio, que en el cielo y en la tierra hay algo más de lo que puedesoñar tu filosofía. Pe ro venid acá, y como antes dije, prometedme (así el cieloos haga felices) que, por más singular y extraordinaria que sea de hoy en ade-lante mi conducta (puesto que acaso juzgaré a proposito afectar un pro c e d e rdel todo extravagante), nunca vo s o t ros, al verme así, daréis nada a entender,c ruzando los brazos de esta manera, o haciendo con la cabeza este mov i m i e n t o ,o con frases equívocas como éstas: «Sí, sí, nosotros sabemos... No s o t ros pudié-

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ramos si quisieramos... Si gustáramos de hablar... Hay tanto que decir en eso. . .Pudiera ser que...» o en fin, cualquier otra expresión ambigua semejante aéstas, por donde se infiera que vo s o t ros sabéis algo de mí. Juradlo; y así envuestras necesidades os asista el favor de Dios. Ju r a d l o.

La Sombra. Ju r a d .Ha m l e t. Descansa, descansa ya, intranquilo espíritu... Se ñ o res, yo me

recomiendo a vo s o t ros con la mayor instancia, y creed que, por más infelizque Hamlet se vea, Dios querrá que no le falten medios para manifestaro sla estimación y amistad que os profesa. Vámonos. Poned el dedo en laboca, yo os lo ru e g o... La naturaleza está en desorden... ¡Su e rte exe c r a b l e !¡ Haber nacido yo para enmendarla! Venid, vámonos juntos.

(Se va n. )

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A C TO II

ESCENA I.— Sala en casa de Po l o n i o.

Polonio y Re i n a l d o.

Po l o n i o. Reinaldo, entrégale ese dinero y estas cartas. (Le da un bolsillo yunas cart a s. )

Re i n a l d o. Así lo haré, señor.Po l o n i o. Sería un admirable golpe de prudencia que antes de verle te infor-

maras de su conducta.Re i n a l d o. En eso mismo pensaba yo.Po l o n i o. Sí, es muy buena idea, muy buena. Mira, lo primero que has

de averiguar es qué dinamarqueses hay en París, y cómo, en qué térmi-nos, con quién y en dónde están, a quién tratan, qué gastos tienen. Ysabiendo por estos rodeos y preguntas indirectas que conocen a mi hijo,entonces ve en derechura a tu objeto, encaminando a él en particular tusindagaciones. Haz como si le conocieras de muy lejos, diciendo: «Sí,c o n o zco a su padre, y a algunos amigos suyos, y aun a él un poco. . . »¿Lo has entendido?

Re i n a l d o. Sí, señor; muy bien.Po l o n i o. «Sí, le conozco un poco, pero..., has de añadir entonces, pero no

le he tratado. Si es el que yo creo, a fe que es bien calavera; inclinado a tal ocual vicio...», y luego dirás de él cuanto quieras fingir; pero que no sean cosastan fuertes que puedan deshonrarle. Cuidado con eso. Habla sólo de aque-llas travesuras y extravíos comunes a todos, que se reconocen por compañe-ros inseparables de la juventud y la libert a d .

Re i n a l d o. Como el jugar, ¿eh?Po l o n i o. Sí, el jugar, beber, esgrimir, jurar, disputar, mocear... Hasta esto

bien puedes alargart e .Re i n a l d o. Con eso harto hay para quitarle el honor.Po l o n i o. No, por cierto; además, que todo depende del modo con que le

acuses. No debes achacarle delitos escandalosos, ni pintarle como un jove nabandonado enteramente a la disolución. No es esa mi idea. Has de insinuarsus defectos con tal arte, que parezcan producidos por falta de sujeción y no

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por otra cosa, extravíos de una imaginación ardiente, ímpetus nacidos de lae f e rvescencia general de la sangre .

Re i n a l d o. Pe ro, señor. . .Po l o n i o. ¡Ah! Tú querrás saber con qué fin debes hacer esto, ¿eh?Re i n a l d o. Gustaría de saberlo.Po l o n i o. Pues el fin es éste, y creo que es proceder con mucha cord u r a .

Cargando estas pequeñas faltas sobre mi hijo (como ligeras manchas de unaobra preciosa), ganarás por medio de la conversación la confianza de aquéla quien pretendas examinar. Si él está persuadido de que el muchacho tienelos mencionados vicios que tú le imputas, no dudes que convendrá con tuopinión, diciendo: « Señor mío, o amigo, o caballero...», en fin, según el títuloo dictado de la persona o del país...

Re i n a l d o. Sí, ya estoy.Po l o n i o. Pues entonces él dirá.... dirá... ¿Qué iba yo a decir ahora?... Algo

iba yo a decir. ¿En qué estábamos?Re i n a l d o. En que él concluirá diciendo al amigo o al caballero. . .Po l o n i o. Sí, concluirá diciendo... «Es ve rdad...». Así te dira pre c i s a m e n t e .

«Es ve rdad, yo conozco a ese mozo, ayer le vi, o cualquier otro día, o en tal ytal ocasión, con este o con aquel sujeto; y allí, como habéis dicho, le vi quejugaba, allá le encontré en una comilona, acullá en una quimera sobre el juegode pelota, y... (puede ser que añada) le he visto entrar en una casa pública, v i d e-l i c e t, en un burdel, o cosa tal.» ¿Lo entiendes ahora? Con el anzuelo de la men-tira pescarás la ve rdad; que así es como nosotros, los que tenemos talento yp rudencia, solemos conseguir por indirectas el fin directo, usando de art i f i c i o sy disimulación. Así lo harás con mi hijo, según la instrucción y adve rt e n c i aque acabo de darte. ¿Me has entendido?

Re i n a l d o. Sí, señor; quedo enterado.Po l o n i o. Pues adiós; buen viaje.Re i n a l d o. Se ñ o r. . .Po l o n i o. Examina por ti mismo sus inclinaciones.Re i n a l d o. Así lo haré.Po l o n i o. Dejándole que obre libre m e n t e .Re i n a l d o. Está bien, señor.Po l o n i o. Ad i ó s .

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ESCENA II

Polonio y Of e l i a .

Po l o n i o. Y bien, Ofelia, ¿qué te sucede?Of e l i a. Me sucede, señor, que he tenido un susto muy grande.Po l o n i o. ¿Con qué motivo? Por Dios, que me lo digas.Of e l i a. Estaba haciendo labor en mi cuarto, cuando el príncipe Ha m l e t ,

con la ropa desceñida, sin sombre ro en la cabeza, sucias las medias, sin atar,caídas hasta los pies, pálido como su camisa, las piernas trémulas, el semblantetriste lo mismo que si hubiera salido del infierno para anunciar horro r.... sep resentó delante de mí.

Po l o n i o. Loco sin duda por tus amores, ¿eh?Of e l i a. Se ñ o r, no lo sé: pero en ve rdad le temo.Po l o n i o. ¿Y qué te dijo?Of e l i a. Me asió una mano y me la apretó fuertemente. Ap a rtóse después

a la distancia de su brazo, y poniendo así, la otra mano sobre su frente, fijó lavista en mi ro s t ro, recorriéndolo con atención como si hubiese de re t r a-t a r l o. De este modo permaneció largo rato, hasta que, por último, sacu-diéndome ligeramente el brazo y moviendo tres veces la cabeza, exhaló uns u s p i ro tan profundo y triste, que pareció deshacérsele en pedazos el cuerpoy dar fin a su vida. Hecho esto, me dejó, y levantada la cabeza comenzó aa n d a r, sin valerse de los ojos para hallar el camino; atravesó la puerta sin ve r l ay mirándome siempre hasta que desapare c i ó .

Po l o n i o. Ven conmigo; quiero ver al re y. Ese es un ve rd a d e ro frenesí dea m o r, que, fatal a sí mismo en su exceso violento, inclina la voluntad a empre-sas temerarias, más que ninguna otra pasión de cuantas debajo del cielo com-baten nuestra naturaleza. Mucho siento este accidente. Pe ro dime, ¿le has tra-tado con dureza en estos últimos días?

Of e l i a. No, señor, sólo en cumplimiento de lo que mandasteis, le hedevuelto sus cartas y me he negado a sus visitas.

Po l o n i o. Eso basta para haberle trastornado de tal modo. Me pesa nohaber juzgado con más acierto su pasión. Yo temí que era sólo un art i f i c i os u yo para perd e rte... ¡Sospecha indigna! Pe ro tan propio parece de la ve j ezpasar más allá de lo justo en sus conjeturas, como lo es en la juventud la faltade previsión. Vamos, vamos a ver al re y. Conviene que lo sepa. Si le callo estea m o r, sería más grande el sentimiento que pudiera causarle teniéndolo ocultoque el disgusto que recibirá al saberlo. Va m o s .

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ESCENA III.— Salón del castillo re a l .

El Re y, la Reina, Rosencrantz, Gu i l d e n s t e r ny acompañamiento.

El Re y. Bien venido, Guildenstern; y tú también, querido Ro s e n c r a n t z .Además de lo mucho que deseaba ve ros, la necesidad que tengo de vo s o t ro sme ha determinado a solicitar vuestra venida. Algo habéis oído ya de la trans-formación de Hamlet. Así puedo llamarla, pues que ni en lo interior ni en loexterior se parece en nada a lo que era antes. No llego a imaginar qué otracosa haya podido privarle así de la razón, si no es la muerte de su padre. Yoruego a emtrambos, pues desde la primera infancia os habéis criado con él, yexiste entre vo s o t ros una intimidad nacida de la igualdad en los años y en elgenio, que tengáis a bien deteneros en mi corte algunos días. Acaso el tratov u e s t ro restablecerá su alegría. Ap rovechando las ocasiones que se pre s e n t e n ,ved cuál sea la ignorada aflicción que así le consume, para que descubrién-dola pro c u remos su alivio.

La Re i n a. Él ha hablado mucho de vo s o t ros, mis buenos señores, y estoysegura de que no se hallarán otras dos personas a quienes él profese mayo rc a r i ñ o. Si tanta es vuestra bondad que gustéis de pasar con nosotros algúntiempo para contribuir al logro de mi esperanza, vuestra asistencia será re m u-nerada como corresponde al agradecimiento de un re y.

Ro s e n c ra n t z. Vuestras Majestades tienen soberana autoridad sobre noso-t ros, y en vez de rogar deben mandarnos.

Gu i l d e n s t e rn. Uno y otro obedeceremos, y depositamos a vuestros pies,con el más puro afecto, el celo de serv i ros que nos anima.

El Re y. Muchas gracias, cortés Guildenstern. Gracias, Ro s e n c r a n t z .La Re i n a. Os quedo muy agradecida, señores, y pido que veáis cuanto

antes a mi doliente hijo. (A los criados.) Conduzca alguno de vo s o t ros aestos caballeros adonde Hamlet se halle.

Gu i l d e n s t e rn . Haga el cielo que nuestra companía pueda serle agrada-ble y útil.

La Re i n a. A m é n .

ESCENA IV

El Re y, la Reina, Polonio y acompañamiento.

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Po l o n i o. Se ñ o r, los embajadores enviados a No ruega han vuelto ya, ene x t remo contentos.

El Re y. Si e m p re has sido tú padre de buenas nueva s .Po l o n i o. Así parece, ¿no es ve rdad? Y os puedo asegurar, venerado señor,

que mis acciones y mi corazón no tienen otro objeto que el servicio de Di o sy el de mi re y. Si este talento mío no ha perdido enteramente el seguro olfatocon que supo siempre rastrear asuntos políticos, pienso haber descubiert ola ve rdadera causa de la locura del príncipe.

El Re y. ¡ Oh! Habla, que estoy impaciente de saberla.Po l o n i o. Será bien que deis primero audiencia a los embajadores. Mi

informe servirá de postre a este gran festín.El Re y. Tú mismo puedes ir a saludarlos e introducirlos. (Vase Po l o n i o. )

Dice que ha descubierto, amada Ge rt rudis, la causa ve rdadera de la indis-posición de tu hijo.

La Re i n a. ¡Ah! Dudo que tenga otra mayor que la muerte de su padre yn u e s t ro acelerado casamiento.

El Re y. Yo sabré examinarle.

ESCENA V

El Re y, la Reina, Polonio, Voltimand, Cornelioy acompañamiento.

El Re y. Bien venidos seáis, amigos. Di, Voltimand: ¿qué respondió nues-t ro hermano el rey de No ru e g a ?

Vo l t i m a n d. C o r responde, con la más sincera amistad a vuestras atencio-nes y a vuestro ru e g o. Así que llegamos mandó suspender los armamentosque hacía su sobrino, fingiendo que eran pre p a r a t i vos contra el polaco;p e ro mejor informado después, halló ser cierto que se dirigían en ofensa vues-tra. Indignado de que abusaran así de la impotencia a que le han reducido suedad y sus males, envió estrechas órdenes a Fo rtimbrás, el cual, sometiéndosep rontamente a las re p resiones del tío, le ha jurado que nunca más tomará lasarmas contra vuestra majestad. Satisfecho de esto el anciano re y, le señalasetenta mil escudos anuales y le permite emplear contra Polonia las tro p a sque había leva n t a d o. A este fin, os ruega concedáis paso libre por vuestro sEstados al ejército pre venido para tal empresa, bajo las condiciones de re c í-p roca seguridad expresadas aquí.

( Saca unos papeles y los da al Re y.)

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El Re y. Está bien, leeré en tiempo más oportuno sus proposiciones, y re f l e-xionaré lo que debo responderle. En t retanto os doy gracias por el feliz desem-peño de vuestro encargo. Descansad. Esta noche seréis conmigo en el fes-tín. Tendré gusto de ve ro s .

ESCENA VI

El Re y, la Reina y Po l o n i o.

Po l o n i o. El asunto se ha concluido muy bien. (El rey hace una seña, y sere t i ra el acompañamiento.) Mi soberano, y vos, señora oídme. Explicar lo quees la dignidad de un monarca, las obligaciones del vasallo, por qué el día esdía, la noche la noche, y el tiempo el tiempo, sería gastar inútilmente el día,la noche y el tiempo. Así, pues, como quiera que la bre vedad es el alma deltalento, y que nada hay más enfadoso que los rodeos y perífrasis..., serémuy bre ve. Vu e s t ro noble hijo está loco, y le llamo loco porque, si en rigorse examina, ¿qué otra cosa es la locura sino estar uno enteramente loco? Pe rodejando esto apart e . . .

La Re i n a. Al caso, Polonio, al caso. Más miga y menos art e .Po l o n i o. Yo os prometo, señora, que no me valgo de arte alguno. Es ciert o

que él está loco. Es cierto que es lástima que sea ciert o. Pe ro dejemos a unlado esta pueril antítesis, pues no quiero usar de artificios. Conve n g a m o s ,pues, que está loco, y ahora falta descubrir la causa de este efecto o, mejordicho, la causa de este defecto; porque este efecto defectuoso nace de unacausa, y así, resta considerar lo restante. Yo tengo una hija —la tengo mien-tras es mía— que, en prueba de su respeto y sumisión... (notad lo que os digo)me ha entregado esta carta. (Saca una carta y lee en ella los pedazos queindica el diálogo.) Ahora resumid los hechos y sacaréis la consecuencia. «Alídolo celestial de mi alma, a la sin par Ofelia...» Esta es una mala frase..., unafalta de frase; pero oíd lo demás: «Estas letras, destinadas a que tu blanco yhermoso pecho las guarde; estas...»

La Re i n a. ¿Y esta carta se la ha enviado Ha m l e t ?Po l o n i o. Sí, por ciert o. Esperad un poco. Sigo leyendo: (L e e .)

« Duda que sean de fuego las estre l l a s ,duda si al sol el movimiento falta,duda lo cierto, admite lo dudoso;p e ro no dudes de mi amor las ansias.

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No sirvo para hacer versos, querida Ofelia; no sé expresar mis penas cona rte; pero cree que te amo en extremo, con el mayor extremo posible. Ad i ó s .Tu yo siempre, mi adorada niña, mientras esta máquina exista.— Ha m l e t. »Mi hija, siempre obediente, me ha hecho ver esta carta, y además me ha con-tado las solicitudes del príncipe como ocurrieron, con todas las circ u n s t a n-cias del tiempo, el lugar y el modo.

El Re y. ¿ Pe ro ella cómo ha recibido su amor?Po l o n i o. ¿ En qué opinión me tenéis?El Re y. En la de un hombre honrado y ve r a z .Po l o n i o. Yo me complazco en pro b a ros que lo soy. ¿Qué hubiérais pen-

sado de mí, si cuando he visto que tomaba vuelo este ardiente amor —por-que os puedo asegurar que aun antes que mi hija me hablase ya lo había yoa d ve rtido—, qué hubiera pensado, repito, de mí Vuestra Majestad, y la re i n aque está presente, si hubiera tolerado este galanteo? Si haciéndome violen-cia a mí propio hubiera permanecido silencioso y mudo, mirándolo con indi-f e rencia, ¿qué hubiérais pensado de mí? No, señor, yo he ido en derechura alasunto, y le he dicho a la niña ni más ni menos: «Hija, el señor Hamlet es unpríncipe muy superior a la esfera en que tú vives... Esto debe pasar adelante.»Y después la mandé que se encerrase en su estancia, sin admitir recados nirecibir presentes. Ella ha sabido aprovecharse de mis preceptos, y el príncipe...(para abreviar la historia) al verse desdeñado comenzó a padecer melancolías,después vigilias, después debilidad, después aturdimiento y después (por unagraduación natural) la locura que le saca fuera de sí, y que todos nosotros llo-r a m o s .

El Re y. ¿ Creéis, señora, que esto haya pasado así?La Re i n a. Me parece pro b a b l e .Po l o n i o. ¿ Ha sucedido alguna vez... (tendría gusto de saberlo) que yo haya

dicho positivamente, esto hay, y que después haya resultado lo contrario?El Re y. No me acuerd o.Po l o n i o. Pues separadme ésta de éste (señala la cabeza y el cuello) si otra

cosa hubiera en el asunto... ¡Ah! Por poco que las circunstancias me ayu-den, yo soy capaz de descubrir la ve rdad donde quiera que se oculte, aun-que el centro de la tierra la sepulte.

El Re y. ¿Y cómo te parece que pudiéramos hacer nuevas indagaciones?Po l o n i o. Pues sabéis que el príncipe suele pasearse algunas veces por esta

galería cuatro horas enteras.La Re i n a. Es ve rdad, así suele hacerlo.

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Po l o n i o. Pues cuando él venga, yo haré que mi hija le salga al paso. Vos yyo nos ocultaremos detrás de los tapices, para observar lo que hace al ve r l a .Si él no la ama y no es esta la causa de haber perdido el juicio, despedidmede vuestro lado, no debo ser más ministro del Estado, y enviadme a una granjaa guiar una carre t a .

El Re y. Sí; lo quiero ave r i g u a r.La Re i n a. Pe ro... ved cómo viene leyendo el infeliz.Po l o n i o. Retiraos, yo os lo suplico; retiraos entrambos, que le quiero hablar,

si me dais licencia.

ESCENA VII

Polonio y Hamlet, que entra leyendo un libro.

Po l o n i o. ¿Cómo está Vuestra Altez a ?Ha m l e t. Bien, a Dios gracias.Po l o n i o. ¿ Me conocéis?Ha m l e t. Pe rfectamente. Tú vendes pescado.Po l o n i o. ¿ Yo? No señor.Ha m l e t. Pues ojalá que fueras tan honrado.Po l o n i o. ¿ Honrado decís?Ha m l e t. Sí, señor, que lo digo. El ser honrado, según va el mundo, es lo

mismo que ser escogido entre diez mil.Po l o n i o. Todo eso es ve rd a d .Ha m l e t. (L e ye n d o.) «Si el sol engendra gusanos en un perro muerto, y

aunque es un dios alumbra benigno con sus rayos a un cadáver corru p t o. . . »¿ No tienes una hija?

Po l o n i o. Sí, señor, una tengo.Ha m l e t. Pues no la dejes pasear al sol. La concepción es una bendición

del cielo, pero no del modo como tu hija podría concebir. Cuida mucho deesto, amigo mío.

Po l o n i o. ¿ Pe ro qué queréis decir con esto? (Ap a rt e.) Si e m p re está pensandoen mi hija. No obstante, al principio no me conoció. Dijo que yo era un pes-c a d e ro. ¡Está rematado, re m a t a d o...! Es ve rdad que yo también, siendo mozo ,me vi muy trastornado por el amor..., casi tanto como él. Qu i e ro hablarleotra vez... (Al t o.) ¿Qué estáis leyendo, señor?

Ha m l e t. Palabras, palabras, palabras.Po l o n i o. ¿Y de qué se trata?

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Ha m l e t. ¿ En t re quiénes?Po l o n i o. Digo de qué trata el libro que leéis.Ha m l e t. De calumnias. Aquí dice el malvado satírico que los viejos tie-

nen la barba blanca, la cara con arrugas, que vierten sus ojos ámbar abun-dante y goma de ciruelo, y que unen a una gran debilidad de nalgas muchafalta de entendimiento. Todo lo cual, señor mío, aunque yo plena y eficaz-mente lo creo, no me parece bien hallarlo afirmado en tales términos. Po r-que al fin vos seríais sin duda tan joven como yo, si os fuera posible andarhacia atrás como el cangre j o.

Po l o n i o. (Ap a rt e.) Aunque todo es locura, hay cierto método en lo quedice... (Al t o.) ¿Queréis ve n i r, señor, adonde no os dé el aire ?

Ha m l e t. ¿ Adónde? ¿A la sepultura?Po l o n i o. (Ap a rt e.) Cierto que allí no da el aire. ¡Con qué agudeza re s p o n d e

s i e m p re! Estos golpes felices son frecuentes en la locura, y en el estado de razóny salud tal vez no se logran. Le voy a dejar, y disponer al instante la entre v i s t ae n t re él y mi hija... (Al t o.) Se ñ o r, si me dais licencia de que me va y a .

Ha m l e t. No me puedes pedir cosa que con más gusto te conceda, exc e p-tuando mi vida, eso sí, exceptuando mi vida.

Po l o n i o. ¡ Adiós, señor!Ha m l e t. ¡ Fastidiosos y extravagantes viejos!Po l o n i o. (A Gu i l d e n s t e rn y Ro s e n c rantz, que entran por donde él se va.) Si

buscáis al príncipe, vedle ahí.

ESCENA VIII

Hamlet, Rosencrantz 1 y Gu i l d e n s t e r n .

Ro s e n c ra n t z. Buenos días, señor.Gu i l d e n s t e rn. Dios guarde a Vuestra Altez a .Ro s e n c ra n t z. Mi venerado príncipe.Ha m l e t. ¡ Oh, buenos amigos! ¿Cómo va? ¡Guildenstern, Ro s e n c r a n t z ,

guapos mozos! ¡Cómo! ¿Qué se hace de bueno?Ro s e n c ra n t z. Nada, señor; pasamos una vida muy indifere n t e .Gu i l d e n s t e rn. Nos creemos felices en no ser demasiado felices. No serv i-

mos de airón al tocado de la fort u n a .

1 Curiosamente, en la época que Shakespeare escribió Hamlet había en Inglaterra un embajadorllamado Rosencratz.

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Ha m l e t. ¿ Ni de suelas a sus zapatos?Ro s e n c ra n t z. Tampoco, señor.Ha m l e t. Entonces os halláis más cerca de su cintura, es decir, en el cen-

t ro de sus favo re s .Gu i l d e n s t e rn. Luego, somos sus favo r i t o s .Ha m l e t. ¿ De las partes secretas de la Fo rtuna? ¡Oh!, nada más cierto, es

una ramera. ¿Qué noticias hay?Ro s e n c ra n t z. Nada. Únicamente que ya los hombres van siendo más bue-

n o s .Ha m l e t. Señal que el día del Juicio está próximo. Pe ro vuestras noticias

no son ciertas. Permitid que os pregunte más particularmente. ¿Por qué deli-tos os ha traído aquí vuestra mala suerte a vivir en prisión?

Gu i l d e n s t e rn. ¿ En prisión, decís?Ha m l e t. Sí; Di n a m a rca es una cárc e l .Ro s e n c ra n t z. También el mundo lo es.Ha m l e t. Y muy grande, con muchos guardias, encierros y calabozos; y

Di n a m a rca es una de las peore s .Ro s e n c ra n t z. No s o t ros no éramos de esa opinión.Ha m l e t. Para vo s o t ros podrá no serlo, porque nada hay bueno ni malo,

sino en fuerza de nuestra fantasía. Para mí es ve rdadera cárc e l .Ro s e n c ra n t z. Será vuestra ambición la que os la figura tal. La grandeza de

v u e s t ro ánimo halla estrecha a Di n a m a rc a .Ha m l e t. ¡ Oh, Dios mío! Pudiera yo estar encerrado en la cáscara de una

n u ez y creerme soberano de un Estado inmenso..., al no soñar horro re s .Ro s e n c ra n t z. Todos esos sueños son ambición, pues cuanto al ambi-

cioso agita no es más que la sombra de un sueño.Ha m l e t. El sueño en sí no es más que una sombra.Ro s e n c ra n t z. C i e rtamente, y yo considero la ambición tan ligera y va n a ,

que me parece la sombra de una sombra.Ha m l e t. De donde resulta que los mendigos son cuerpos, y nuestro s

m o n a rcas y grandes héroes sombras de mendigos... Iremos un rato a la cort e ,s e ñ o res, porque, a la ve rdad, no tengo la cabeza para discurrir.

Los Do s. Ac o m p a ñ a remos a Vuestra Altez a .Ha m l e t. De ningún modo. No os quiero confundir con mis criados, que,

a fe de hombre de bien, me sirven indignamente. Pe ro decidme, por nuestraamistad antigua: ¿qué hacéis en El s i n o r ?

Ro s e n c ra n t z. Se ñ o r, hemos venido únicamente a ve ro s .Ha m l e t. Tan pobre soy, que aun de gracias estoy escaso; no obstante, agra-

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d ezco vuestra fineza... Bien que os puedo asegurar que mis gracias, aunquese paguen a ochavo, se pagan mucho... ¿Y quién os ha hecho venir? ¿Esl i b re esta visita? ¿Me la hacéis por vuestro gusto propio? Vaya, habladme conf r a n q u eza, decídmelo.

Gu i l d e n s t e rn. ¿Y qué os hemos de decir, señor?Ha m l e t. Todo lo que haya acerca de esto. A vo s o t ros os envían sin

duda, y en vuestros ojos hallo una especie de confusión que toda vuestrare s e rva no puede desmentir. Yo sé que el bueno del rey y también la reina oshan mandado que ve n g á i s .

Ro s e n c ra n t z. ¿Con qué fin?Ha m l e t. Eso es lo que debéis decirme. Pe ro os pido por los derechos de

nuestra amistad, por el re c u e rdo de nuestros años juveniles, por las obliga-ciones de nuestro no interrumpido afecto, por todo aquello, en fin, que seapara vo s o t ros más grato y respetable, que me digáis con sencillez la ve rd a d .¿ Os han mandado venir o no?

Ro s e n c ra n t z. (Mi rando a Gu i l d e n s t e rn .) ¿Qué dices tú?Ha m l e t. Ya os he dicho que lo estoy viendo en vuestros ojos. Si me esti-

máis de veras, no hay que desmentirlos.Gu i l d e n s t e rn. Pues bien, señor, es cierto; nos han hecho ve n i r.Ha m l e t. Y yo os voy a decir el motivo; así me anticiparé a vuestra pro p i a

confesión, sin que la fidelidad que debéis al rey y a la reina quede por vo s o t ro sofendida. Yo he perdido de poco tiempo a esta parte, sin saber la causa, todami alegría, olvidando mis ordinarias ocupaciones. Y este accidente ha sido tanfunesto a mi salud, que la tierra, esa divina máquina, me parece un calvario este-ril; ese dosel magnífico de los cielos, ese hermoso firmamento que veis sobren o s o t ros, esa techumbre majestuosa sembrada de doradas luces, no es otra cosapara mí que una desagradable y pestífera multitud de va p o res. ¡Qué admirableobra es el hombre! ¡Qué noble su razón! ¡Qué infinitas sus facultades! ¡Qu ée x p re s i vo y maravilloso en su forma y sus movimientos! ¡Qué semejante a unángel en sus acciones! Y en su espíritu, ¡qué semejante a Dios! Él es sin dudalo más hermoso de la tierra, el más perfecto de todos los animales. Sin embargo,¿qué creéis que es para mí esa quintaesencia del polvo? El hombre no me deleita...,ni menos la mujer... Aunque bien veo en vuestra sonrisa que no lo cre é i s .

Ro s e n c ra n t z. No pensaba en eso, señor.Ha m l e t. ¿ Pues por qué te reías cuando te dije que no me gusta el hombre ?Ro s e n c ra n t z. Me reí al considerar, puesto que los hombres no os gustan,

qué comidas de Cu a resma daréis a los cómicos que hemos hallado en el caminoy están ahí deseando emplearse en servicio vuestro.

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Ha m l e t. El cómico que haga de rey será muy bien venido; su Ma j e s t a drecibirá mis obsequios, como es de razón. El arrojado caballero sacará a lucirsu espada y su broquel. El enamorado no suspirará en balde. El que hace deloco acabará su papel en paz. El patán hará reír a los que tengan la risa apunto en el disparador, y la dama expresará libremente su pasión, aunquelos versos cojeen. Pe ro, ¿qué cómicos son?

Ro s e n c ra n t z. Los que más os agradan. La compañía trágica de nuestra ciudad.Ha m l e t . ¿Y por qué andan vagando así? ¿No sería mejor, para su re p u-

tación y sus intereses, establecerse en alguna part e ?Ro s e n c ra n t z. Creo que los últimos reglamentos se lo pro h í b e n .Ha m l e t. ¿ Son hoy tan bien recibidos como cuando yo estuve en la ciu-

dad? ¿Acude siempre el mismo concurso a escucharles?Ro s e n c ra n t z. No, señor; no, por ciert o.Ha m l e t. ¿Y en qué consiste? ¿Se han echado a perd e r ?Ro s e n c ra n t z. No, señor. Han procurado seguir siempre su acostumbrado

método; pero hay aquí una cría de chiquillos, vencejos chillones, que gritandoen la declamación fuera de propósito, son por esto mismo palmoteados hastael exc e s o. Esta es la diversión del día; y tanto han degenerado los espectácu-los ordinarios (como ellos los llaman), que muchos actores de espada en cinto,atemorizados por la crítica de ciertas plumas de ganso, rara vez se atre ven aponer el pie en los otro s .

Ha m l e t. ¿ Oiga? ¿Conque son muchachos? ¿Y quién los sostiene? ¿Qué sueldoles dan? ¿Seguirán en el ejercicio mientras puedan cantar? Y cuando tengan quehacerse cómicos ordinarios, como parece ve rosímil que suceda, si carecen de otro smedios, ¿no dirán entonces que sus compositores los han perjudicado, hacién-doles declamar contra la profesión misma que han tenido que abrazar después?

Ro s e n c ra n t z. Lo cierto es que han ocurrido ya muchos disgustos por ambasp a rtes, y la nación ve sin escrúpulo continuarse la discordia entre ellos. Hahabido tiempo en que el dinero de las piezas no se cobraba, hasta que el poetay el cómico reñían y se hartaban de bofetones.

Ha m l e t. ¿Es posible?Gu i l d e n s t e rn. ¡ Vaya si lo es! Como que ha habido ya muchas cabezas ro t a s .Ha m l e t. ¿Y qué, los muchachos han vencido en esas peleas?Ro s e n c ra n t z. C i e rto que sí, y se hubieran burlado del mismo Hérc u l e s

con maza y todo2.

2 Alusión al teatro «El Globo», donde se estrenaron muchas obras de Shakespeare y cuya fachadaestaba adornada por Hércules sosteniendo el globo terráqueo.

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Ha m l e t. No es extraño. Ya veis, mi tío, rey de Di n a m a rca. Los que semofaban de él mientras vivió mi padre, ahora dan veinte, cuarenta, cincuentay aun cien ducados por su retrato de miniatura. En esto hay algo que esmás que natural, si la filosofía se metiera a descubrirlo.

(Suenan trompetas dentro. )Gu i l d e n s t e rn. Ya están ahí los cómicos.Ha m l e t. C a b a l l e ros, muy bien venidos a El s i n o r. Ac e rcaos aquí y dadme

las manos. Las señales de una buena acogida consisten por lo común en cere-monias y cumplimientos; pero permitid que os trate así, porque os hago saberque yo debo recibir muy bien a los que son cómicos en lo exterior, y noquisiera que las distinciones que a ellos les haga pareciesen mayo res que lasque os hago a vo s o t ros. Bien venidos... Pe ro mi tío padre y mi madre tía afe que se equivocan mucho.

Gu i l d e n s t e rn. ¿ En qué, señor?Ha m l e t. Yo no estoy loco, sino cuando sopla el No rdeste; pero cuando

c o r re el Su r, distingo muy bien un huevo de una castaña.

ESCENA IX

Dichos y Po l o n i o.

Po l o n i o. Dios os guarde, señore s .Ha m l e t. O ye aquí, Guildenstern, y tú también..., un oyente a cada lado.

¿ Veis aquel vejestorio que acaba de entrar? Pues aún no ha salido de mantillas.Ro s e n c ra n t z. O acaso habrá vuelto a ellas, porque, según se dice, la ve j ez

es una segunda infancia.Ha m l e t. Apostaría que viene a hablarme de los cómicos. Ahora ve r é i s . . .

Pues señor, tú tienes razón: eso fue un lunes por la mañana, no hay duda.Po l o n i o. Se ñ o r, tengo que daros una noticia.Ha m l e t. Se ñ o r, tengo que daros una noticia. (Imitando la voz de Po l o n i o. )

Cuando Roscio era actor en Ro m a . . .Po l o n i o. Se ñ o r, los cómicos han ve n i d o.Ha m l e t. ¡ Tuh! ¡Tuh! ¡Tu h !Po l o n i o. Os lo juro sobre mí.Ha m l e t. Acaso vienen cabalgando en burro.Po l o n i o. Estos son los más excelentes actores del mundo, así en la trage-

dia como en la comedia histórica o pastoral, en lo cómico-pastoral, trágico-histórico o trágico-cómico-histórico-pastoral, así como para la escena indi-

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visible y poema ilimitado... Para ello, ni Séneca es demasiado grave, ni Pl a u t odemasiado ligero, y en cuanto a las reglas de composición y a la franquez acómica, éstos son los únicos.

Ha m l e t. (Declamando trágicamente. ) :¡ Oh, Jephté, juez de Is r a e l . . .qué tesoro poseíste!Po l o n i o. ¿Y qué tesoro era el suyo, señor?Ha m l e t. ¿ Qué tesoro ?No más que una hermosa hijaa quien amaba en extre m o.Po l o n i o. (Ap a rt e.) Si e m p re pensando en mi hija.Ha m l e t. ¿ No tengo razón, anciano Je p h t é ?Po l o n i o. Se ñ o r, si me llamáis Jephté, cierto es que tengo una hija, a quien

amo en extre m o.Ha m l e t. ¡ Oh! No es eso lo que sigue.Po l o n i o. ¿ Pues qué sigue, señor?Ha m l e t. E s t o :

No hay más suerte que Dios, ni más destino.Y luego, ya sabes:

Que cuanto nos sucede él lo pre v i n oLee la primera línea de esta devota canción, y ella te manifestará lo

demás. Pe ro, ¿veis? Ahí vienen otros a hablar por mí.(En t ran cuatro cómicos.)

ESCENA X

Hamlet, Rosencrantz, Guildenstern, Po l o n i oy cuatro cómicos.

Ha m l e t. Bien venidos, señores; me alegro de ve ros a todos. Bien ve n i d o s . . .¡ Oh, camarada antiguo! Mucho se te ha arrugado la cara desde la última vezque te vi. ¿Vienes a Di n a m a rca a hacerme parecer viejo a mí también? ¡Y tú,mi niña!, ya eres una señorita: por la Virgen, que ya está vuesa merced unac u a rta más cerca del cielo desde que no la he visto. Dios quiera que tu vo z ,semejante a una pieza de oro falso, no se descubra al echarla en el crisol3. Se ñ o-

3 Es conveniente recordar que en tiempos de Shakespeare los papeles de mujer los interpretabanhombres.

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res, muy bien venidos todos. Pe ro, amigos, yo voy en derechura al caso, yc o r ro detrás del primer objeto que se me presenta, como halconero francés.Qu i e ro al instante una relación. Veamos alguna prueba de vuestra habilidad.Vaya un pasaje afectuoso.

Cómico 1.º ¿Y cuál queréis, señor?Ha m l e t. Me acuerdo de haberte oído en otro tiempo una relación que

nunca se ha re p resentado ante público, o una sola vez cuando más... Y mea c u e rdo también que no agradaba a la multitud. No era ciertamente man-jar para el vulgo. Pe ro a mí me pareció entonces, y aun a otros cuyo dictamenvale más que el mío, una excelente pieza, bien dispuesta la fábula y escrita conelegancia y decoro. No faltó, sin embargo, quien dijo que no había en los ve r-sos toda la sal necesaria para sazonar el asunto, y que lo insignificante del estiloanunciaba poca sensibilidad en el autor; aunque no dejaban de tenerla porobra escrita con método, instru c t i va y elegante, y más brillante que delicada.Pa rticularmente me gustó mucho en ella una relación que Eneas hace a Di d o ,s o b re todo cuando habla de la muerte de Pr í a m o. Si la tienes en la memo-ria..., empieza por aquel ve r s o... Deja, deja, veré si me acuerd o.

Pi r ro feroz como el hircano tigre . . .(Todos los versos de esta escena los dicen con declamación trágica.)

No es éste; pero empieza por Pi r ro... ¡Ah...!, sí...Pi r ro feroz, con pavonadas armas,

negras como su intento, re c l i n a d od e n t ro del seno del caballo enorme,a la lóbrega noche pare c í a .Ya su terrible, ennegrecido aspectom a yor espanto da. Todo lo tiñe,de la cabeza al pie, caliente sangrede ancianos y matronas, de ro b u s t o smancebos y de vírgenes, que abrasael fuego de inflamados edificiosen confuso montón, a cuya horre n d aluz que despiden, el caudillo insanom u e rte y estrago esparce. Ardiendo en ira,c u b i e rto de cuajada sangre, vuelvelos ojos, al carbunclo semejantes,y busca, instado de infernal ve n g a n z a ,al viejo abuelo Pr í a m o. . .

Prosigue tú.

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Po l o n i o. ¡ Muy bien declamado, a fe mía!, con buen acento y bellae x p re s i ó n .

Cómico 1.º Al momento.le ve lidiando, ¡resistencia bre ve !contra los griegos: su temida espada,rebelde al brazo ya, le pesa inútil.Pi r ro, de furias lleno, le provo c aa liza desigual: herirle intenta,y el aire sólo del funesto aceropostra al débil anciano. Y cual si fuesea tanto golpe el Ilión sensible,al suelo desplomó sus techos altos,a rdiendo en llamas, y el rumor suspenso.Pi r ro, ¿le veis? La espada que ve n í aa herir del Te u c ro la nevada fre n t ese detiene en los aires, y él, innoble,a b s o rto y mudo y sin acción su enojo,la imagen de un tirano re p re s e n t aque figuró el pincel. Mas como sueletal vez el cielo en tempestad oscuraparar su movimiento, de los aire sel ímpetu cesar, y en silenciosaquietud de muerte reposar el orbe,hasta que el trueno, con horror zumbando,rompe la alta región, así un instantesuspensa fue la cólera de Pi r ro ,y así dispuesto a la venganza, el durocombate re n ovó. No más tre m e n d ogolpe en las armas de Ma vo rte eternasd i e ron jamás los cíclopes tostados,que sobre el triste anciano la cuchillasangrienta dio del sucesor de Aq u i l e s .¡ Oh, fortuna falaz...! Vos, podero s o sdioses, quitadle su dominio injusto:romped los rayos de su rueda y calces,y el eje circular desde el Ol i m p ocaiga en pedazos del abismo al centro.

Po l o n i o. Es demasiado largo.

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Ha m l e t. Lo mismo dirá de tus barbas el barbero. (Al actor.) Pe ro sigue.Este sólo gusta de ver bailar o de oír cuentos de alcahuetas, y si no, se duerme.Prosigue con aquello de Hécuba.

Cómico 1.º Pe ro quién viese, ¡oh, vista doloro s a ! ,la mal ceñida re i n a .

Ha m l e t. ¡La mal ceñida re i n a !Po l o n i o. ¡Eso es bueno, mal ceñida reina, bueno!Cómico 1.º Pe ro quien viese, ¡oh vista doloro s a !

la mal ceñida reina, el pie desnudo,girar de un lado a otro, amenazandoextinguir con sus lágrimas el fuego. . .En vez de vestidura ro z a g a n t e ,c u b i e rto el seno, harto fecundo un día,con las ropas del lecho arre b a t a d a s(ni a más la dio lugar el susto horrible),rasgando un velo en su cabeza, dondeantes resplandeció corona augusta...¡Ay!, quien la viese, a los supremos hadoscon lengua venenosa exe c r a r í a .Los dioses mismos, si a piedad les mueveel linaje mortal, dolor sintierande verla, cuando el implacable Pi r rohalló esparciendo en tro zos con su espadadel muerto esposo los helados miembro s . . .Los ve, y exclama con gemido triste,bastante a conturbar allá en su alturalas deidades del Olimpo y los brillantesojos del cielo humedecer en lloro.

Po l o n i o. Ved cómo muda de color y se le han saltado las lágrimas. No ,no pro s i g á i s .

Ha m l e t. Basta ya; presto me dirás lo que falta. Señor mío, es menesterhacer que estos cómicos se establezcan, ¿lo entendéis?, y agasajarlos bien. El l o sson sin duda el epítome histórico de los siglos, y más os valdrá tener des-pués de muerto un mal epitafio que una mala reputación entre ellos mien-tras viváis.

Po l o n i o. Yo, señor, los trataré conforme a sus méritos.Ha m l e t. ¡ Qué cabeza ésta! No, señor; mucho mejor. Si a los hombres se

les hubiese de tratar según merecen, ¿quién escaparía de ser azotado? Tr á t a-

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los como corresponde a tu nobleza y a tu propio honor: cuanto menor sea sumérito, mayor sea tu bondad. Ac o m p á ñ a l e s .

Po l o n i o. Venid, señore s .Ha m l e t. Amigos, id con él. Mañana habrá comedia. Oye aquí tú, amigo;

dime, ¿no pudierais re p resentar La muerte de Go n z a g a?Cómico 1.º Sí, señor.Ha m l e t. Pues mañana, a la noche, quiero que se haga. ¿Y no podríais, si

fuese menester, aprender de memoria unos doce o dieciséis versos, que quieroescribir e insertar en la piez a ?

Cómico 1.º Sí, señor. . .Ha m l e t. Muy bien; pues vete con aquel caballero, y cuenta no hagáis burla

de él. Amigos, hasta la noche. Pasadlo bien.Ro s e n c ra n t z. Se ñ o r. . .Ha m l e t. Id con Di o s .

ESCENA XI

Ha m l e t .

Ya estoy solo. ¡Qué débil, qué insensible soy! ¿No es admirable que estea c t o r, en una fábula, en una ficción, pueda dirigir tan a su placer el pro p i oánimo, que agite y desfigure su ro s t ro en la declamación, ve rtiendo de susojos lágrimas, debilitando la voz y ejecutando todas sus acciones tan aco-modadas a lo que quiere expresar? Y esto por nadie: por Hécuba. ¿Y quién esHécuba para él, que así llora sus infortunios? ¡Qué no haría él si tuviese lostristes motivos de dolor que yo tengo! Inundaría el teatro con llanto, su terri-ble acento conturbaría a cuantos le oyesen, llenaría de desesperación al cul-pado, de temor al inocente, al ignorante de confusión, y sorprendería los ojosy los oídos. ¡Pe ro yo, miserable, estúpido y sin vigor, sueño adormecido, per-m a n ezco mudo y miro con indiferencia mis agravios! ¿Nada merece un re ycon quien se cometió el más atroz de los delitos para despojarle del cetro yla vida? ¿Soy cobarde yo? ¿Quién se atre vería a llamarme villano o a insul-tarme en mi presencia, arrancarme la barba, soplármela al ro s t ro, asirme dela nariz o hacerme tragar un «mentís» que me llegue al pulmón? ¿Quién sea t re vería a tanto? ¿Sería yo capaz de sufrirlo? Sí, pues yo parezco como lapaloma, que carece de hiel, incapaz de acciones crueles. A no ser yo así yahubiera cebado los milanos del aire en los despojos de ese indigno, desho-nesto, homicida, pérfido seductor, feroz, malvado, que vive sin re m o rd i-

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mientos de su culpa. Pe ro, ¿qué he de ser tan necio? ¿Será generoso pro c e-der el que yo, hijo de un padre querido (de cuya muerte alevosa el cielo y elinfierno mismo me piden venganza), afeminado y débil, desahogue con pala-bras el corazón, pro r rumpa en execraciones vanas, como una prostituta vilo un grumete? ¡Ah!, no, ni imaginarlo puedo. Yo he oído a veces que, asis-tiendo a una re p resentación hombres muy culpados, han sido heridos en elalma con tal violencia por la ilusión del teatro, que a vista de todos han publi-cado sus delitos; pues la culpa, aunque no tenga lengua, siempre se manifiestapor medios maravillosos. Yo haré que estos actores re p resenten delante de mitío algún pasaje que tenga semejanza con la muerte de mi padre. Yo leheriré en lo más vivo del corazón y observaré sus miradas... Si muda de color,si se estremece, ya sé lo que me toca hacer. La aparición que vi pudiera ser unespíritu del infierno. Al demonio no le es difícil presentarse bajo la más agra-dable forma. Bien podría él, que es tan poderoso, sobre una imaginación per-turbada, valerse de mi propia debilidad y melancolía para engañarme y per-derme. Voy a adquirir pruebas más sólidas. Esta re p resentación ha de ser ell a zo en que se enrede la conciencia del re y.

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A C T O III

ESCENA I

Galería del castillo.

El Re y, la Reina, Polonio, Ofelia, Ro s e n c r a n t zy Gu i l d e n s t e r n .

El Re y. ¿Y no fue posible indagar, en la conversación que con él tuvisteis,de qué nace ese desorden de espíritu que tan cruelmente altera su quietudcon turbulenta y peligrosa demencia?

Ro s e n c ra n t z. Él mismo reconoce los extravíos de su razón, pero no haquerido manifestarnos el origen de ellos.

Gu i l d e n s t e rn. No le hallamos dispuesto a dejarse examinar, porque siem-p re huye de la cuestión con un rasgo de locura cuando ve que le conducimosal punto de descubrir la ve rd a d .

La Re i n a. ¿ Fuisteis bien recibidos de él?Ro s e n c ra n t z. Con mucha cort e s í a .Gu i l d e n s t e rn. Pe ro se le conocía cierto esfuerzo.Ro s e n c ra n t z. Preguntó poco, pero respondió a todo con pro n t i t u d .La Re i n a. ¿Le habéis convidado para alguna dive r s i ó n ?Ro s e n c ra n t z. Sí, señora: porque casualmente habíamos encontrado una

compañía de cómicos en el camino. Se lo dijimos, y mostró complacencia alo í r l o. Están ya en la corte, y creo que tienen orden de re p resentarle esta nocheuna piez a .

Po l o n i o. Así es la ve rdad, y me ha encargado de suplicar a Vuestras Ma j e s-tades que asistan a verla y oírla.

El Re y. Con mucho gusto; me complace en extremo saber que tiene talinclinación. Vo s o t ros, señores, excitadle a ella, y aplaudid su propensión aeste género de placere s .

Ro s e n c ra n t z. Así lo hare m o s .(Vanse Ro s e n c rantz y Gu i l d e n s t e rn. )

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ESCENA II

El Re y, la Reina y Of e l i a .

El Re y. Tú, amada Ge rt rudis, deberás también re t i r a rte, porque hemos dis-puesto que Hamlet, al venir aquí, como si fuera casualidad, encuentre a Of e l i a .Su padre y yo, testigos los más aptos para el fin, nos colocaremos donde ve a m o ssin ser vistos. Así podremos juzgar de lo que entre ambos ocurra, y en las accio-nes y palabras del príncipe conoceremos si es pasión de amor el mal que sufre .

La Re i n a. Voy a obedeceros, y por mi parte, Ofelia. ¡cuánto desearía quetu rara hermosura fuese el dichoso origen de la demencia de Hamlet! En t o n-ces esperaría que tus amables prendas pudiesen, para vuestra mutua felicidad,restituirle su salud perd i d a .

Of e l i a. Yo, señora, también quisiera que fuese así.

ESCENA III

El Re y, Polonio y Of e l i a .

Po l o n i o. Paséate por aquí, Ofelia... Si Vuestra Majestad gusta, podemosya ocultarnos. Haz como que lees este libro. (Dándola un libro.) Esta ocu-pación disculpará la soledad del sitio... ¡Materia es ésta en que tenemos muchode qué acusarnos! ¡Cuántas veces, con el semblante de la devoción y la apa-riencia de acciones piadosas, engañamos al diablo mismo!

El Re y. Demasiado cierto es... (Ap a rt e.) ¡Qué cruelmente ha herido estareflexión mi conciencia! El ro s t ro de la meretriz, hermoseado con arte, noes más feo despojado de los afeites que lo es mi delito, disimulado con pala-bras traidoras. ¡Oh, qué pesada carga me oprime!

Po l o n i o. Ya viene, señor, conviene re t i r a r n o s .

ESCENA IV

Hamlet y Of e l i a .

(Hamlet dirá este monólogo creyéndose solo. Of e l i a ,a un extremo de la escena, lee.)

Ha m l e t. Ser o no ser: he aquí el problema. Cuál es más digna acción del

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ánimo, ¿sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los bra-zos a este torrente de calamidades y darlas fin con atrevida resistencia? Mo r i res dormir. No más. Y con un sueño las aflicciones se acaban y los dolore ssin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza... Este es un término quedeberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. He aquí elgran obstáculo; porque el considerar qué sueños pueden desarrollarse en elsilencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, sesiente un motivo harto poderoso para detenerse. Esta es la consideración quehace nuestra infelicidad tan larga, haciéndonos amar la vida. ¿Quién, si estono fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los emple-ados, las tropelías que recibe el pacífico, el mérito con que se ven agraciadoslos hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las inju-rias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de lossoberbios, cuando el que todo esto sufre pudiera evitárselo y procurarse laquietud con sólo un puñal? ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando,gimiendo bajo el peso de una vida molesta, si no fuese porque el temor deque existe alguna cosa más allá de la muerte (país desconocido, de cuyos lími-tes ningún caminante torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir losmales que nos cercan, antes de ir a buscar otros de que no tenemos seguroconocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes; así la natural tin-tura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia. Las empre-sas de mayor importancia, por esta sola consideración, mudan camino, no seejecutan, y se reducen a designios vanos. Pe ro... ¿qué veo? ¡La hermosa Of e-lia! Graciosa niña, espero que mis defectos no serán olvidados en tus ora-c i o n e s .

Of e l i a. ¿Cómo os encontráis, señor, después de tantos días que no os ve o ?Ha m l e t. Muy bien; muchas gracias.Of e l i a. C o n s e rvo en mi poder algunos re c u e rdos vuestros que deseo re s-

t i t u i ros mucho tiempo, y os pido que los toméis.Ha m l e t. No, yo nunca te di nada.Of e l i a. Bien sabéis, señor, que os digo ve rdad... y con ellos me disteis pala-

bras de tan suave aliento compuestas que aumentaron con extremo suva l o r. Pe ro ya disipado aquel perfume, recibidlos, que un alma generosa con-sidera como viles los más opulentos dones, si llega a entibiarse el afecto dequien los dio. Vedlos aquí.

( Presentándole algunas joyas. Ha m l e t rehúsa tomarl a s . )Ha m l e t. ¡ Oh! ¡Oh! ¿Eres honesta?Of e l i a. Se ñ o r. . .

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Ha m l e t. ¿ Eres hermosa?Of e l i a. ¿ Qué pretendéis decir con eso?Ha m l e t. Que si eres honesta y hermosa, no debes consentir que tu hones-

tidad trate con tu bellez a .Of e l i a. ¿ Puede acaso tener la hermosura mejor compañera que la hones-

t i d a d ?Ha m l e t. Sin duda alguna. Más fácil es a la hermosura conve rtir a la hones-

tidad en una alcahueta, que a la honestidad dar a la hermosura su semejanza.En otro tiempo se tenía esto por una paradoja; pero en la edad presente escosa probada. Yo te quería antes, Of e l i a .

Of e l i a. Así me lo dabais a entender.Ha m l e t. Y tú no debieras haberme creído, porque aunque la virtud llege

a injertarse en este duro tronco, nunca desaparece el sabor original... Yo note he querido nunca.

Of e l i a. Muy grande fue mi engaño.Ha m l e t. Vete a un convento: ¿para qué te has de exponer a ser madre

de hijos pecadores? Yo soy medianamente bueno; pero al considerar algu-nas cosas de que puedo acusarme, sería mejor que mi madre no me hubiesep a r i d o. Yo soy soberbio, ve n g a t i vo, ambicioso, con más pecados sobre mic a b eza que pensamientos para explicarlos, fantasía para darles forma y tiempopara llevarlos a ejecución. ¿A qué fin los miserables como yo han de existir,arrastrándose entre el cielo y la tierra? Todos somos insignes malvados. Noc reo a ninguno de nosotros; vete, vete a un conve n t o... ¿En dónde está tup a d re ?

Of e l i a. Está en casa, señor.Ha m l e t. Pues que cierren bien todas las puertas, para que si quiere

hacer tonterías las haga dentro de su casa. Ad i ó s .(Se aleja y luego vuelve. )

Of e l i a. ¡ Oh, mi buen Dios, favo re c e d l e !Ha m l e t. Si te casas, quiero darte esta maldición en dote. Aunque seas un

hielo en la castidad, aunque seas tan pura como la nieve, no podrás librart ede la calumnia. Créeme, vete a un conve n t o. Adiós. Pe ro... escucha: si tie-nes necesidad de casarte, cásate con un tonto; porque los hombres avisadossaben muy bien que vosotras los conve rtís en fieras... Al convento, yp ro n t o. Ad i ó s .

Of e l i a. ¡ El cielo con su poder le ilumine!Ha m l e t. He oído hablar mucho de vuestros afeites y embelecos. La natu-

r a l eza os dio una cara, y vosotras os fabricáis otra distinta. Con esos conto-

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neos, ese pasito corto, ese hablar aniñado, os fingís inocentes y conve rtís engracia vuestros defectos mismos. Pe ro no hablemos más de esa materia, queme ha hecho perder la razón. Digo sólo que de hoy en adelante no habrá máscasamientos: los que ya están casados (exceptuando uno) permanecerán así;los otros se quedarán solteros... Vete al convento, ve t e .

(Se va. )

ESCENA V

Of e l i a

¡ Oh, qué trastorno ha padecido este alma generosa! La penetración del cor-tesano, la lengua del sabio, la espada del guerre ro, la esperanza y delicias delEstado, el espejo de la cultura, el modelo de la gentileza que estudiaban losmás adve rtidos, todo, todo se ha aniquilado en él. Yo, la más desconsoladae infeliz de las mujeres, que gusté un día la miel de sus promesas suaves, ve oahora aquel noble y sublime entendimiento desacordado como la campanasonora que se hiende; aquella incomparable presencia, aquel semblante deflorida juventud, alterado con el frenesí. ¡Oh, cuánta es mi desdicha de habervisto lo que vi, para ver ahora lo que ve o !

ESCENA VI

El Re y, Polonio y Of e l i a .

El Re y. ¡Amor! No tal. No van por ese camino sus afectos; ni en lo queha dicho, aunque algo falto de orden, hay nada que parezca locura. Algunaidea tiene en el ánimo que cubre y fomenta su melancolía, y recelo que ha deser un mal el fruto que pro d u zca. A fin de pre venirlo, he resuelto que salgap rontamente para Inglaterra a pedir en mi nombre los atrasados tributos.Acaso el mar y los países diversos, con su variedad, podrán alejar esta pasiónque le ocupa, sea la que fuere, y sobre la cual su imaginación golpea sin cesar.¿ Qué te pare c e ?

Po l o n i o. Que así es lo mejor. Pe ro yo creo, no obstante, que el origen yprincipio de su aflicción provienen de un amor mal corre s p o n d i d o. Tú, Of e-lia, no hay para qué nos cuentes lo que te ha dicho el príncipe, que todo lohemos oído.

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ESCENA VII

El Rey y Po l o n i o.

Po l o n i o. Haced lo que os parezca, señor, pero si lo juzgáis a pro p ó s i t o ,sería bien que la reina, retirada a solas con él, luego que se acabe el espectá-culo, le inste a que la manifieste sus penas, hablándole con entera libert a d .Yo, si lo permitís, me pondré en paraje de donde pueda oír toda la conve r-sación. Si no logra su madre descubrir este misterio, enviadle a Inglaterra odesterradle donde vuestra prudencia os dicte.

El Re y. Así se hará. La locura de los poderosos debe ser examinada cone s c rupulosa atención.

ESCENA VIII

Salón del castillo.

( Está muy iluminado. Hay asientos que forman semicírculo para el concursoque ha de asistir al espectáculo. En el fondo, una gran puerta con pabellones,por donde saldrán a su tiempo los actores que deben re p re s e n t a r. )

Hamlet y dos Cómicos.

Ha m l e t. Dirás este pasaje en la forma que te lo he declamado yo: con sol-tura de lengua, no con voz desentonada, como lo hacen muchos de nuestro scómicos. Más valdría entonces dar mis versos al pre g o n e ro para que los dijese.No manotees así, acuchillando el aire; moderación en todo, puesto que aunen el torrente, la tempestad, y mejor dicho, el huracán de las pasiones, se debec o n s e rvar aquella templanza que hace suave y elegante la expresión. A mí med e s a zona en extremo ver a un hombre con la cabeza muy cubierta de cabe-llera, que a fuerza de gritos estropea los afectos que quiere expre s a r, y ro m p ey desgarra los oídos del vulgo rudo, que sólo gusta de gesticulaciones insig-nificantes y de estrépito. Yo mandaría azotar a un energúmeno de tal especie;He rodes de farsa, más furioso que el mismo He rodes. Evita, evita este vicio.

Cómico 1.º Así os lo pro m e t o.Ha m l e t. No seas tampoco demasiado frío: tu misma prudencia debe

g u i a rte. La acción debe corresponder a la palabra, y ésta a la acción, cuidandos i e m p re de no atropellar la simplicidad de la naturaleza. No hay defecto

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que más se oponga al fin de la re p resentación, y este fin, desde el principiohasta ahora, ha sido y es ofrecer a la naturaleza un espejo en que vea la virt u dsu propia forma, el vicio su propia imagen, cada nación y cada siglo sus prin-cipales caracteres. Si esta pintura se exagera o se debilita, excitará la risa de losignorantes: pero al mismo tiempo disgustará a los hombres de buena razón,cuya censura debe ser para vo s o t ros de más peso que la de toda la multitudque llena el teatro. Yo he visto re p resentar a algunos cómicos, que otros aplau-dían con entusiasmo (por no decir con escándalo) los cuales no tenían acentoni figura de cristianos, ni de gentiles, ni de hombres, pues al verlos hincharsey bramar, no los juzgué de la especie humana, sino unos simulacros rudos deh o m b res, hechos por algún mal aprendiz. Tan inicuamente imitaban la natu-r a l ez a .

Cómico 1.º Yo creo que en nuestra compañía se ha corregido ese defecto.Ha m l e t. C o r regidlo del todo, y cuidad también que los que hacen de gra-

ciosos no añadan nada a lo que está escrito en su papel. Po rque algunos deellos, para hacer reír a los oyentes más adustos, empiezan a dar risotadas,cuando el interés del drama debería ocupar toda la atención. Esto es indigno,y manifiesta en los necios que lo practican el ridículo empeño de lucirse. Ida pre p a r a ro s .

ESCENA IX

Hamlet, Polonio, Rosencrantz y Gu i l d e n s t e r n .

Ha m l e t. Y bien, Polonio, ¿gustará el rey de asistir a esta piez a ?Po l o n i o. Sí, señor, al instante, y la reina también.Ha m l e t. Ve a decir a los cómicos que se despachen. ¿Queréis ir vo s o t ro s

a darles prisa?Ro s e n c ra n t z. Con mucho gusto.

ESCENA X

Hamlet y Ho r a c i o.

Ha m l e t. ¿ Quién es? ¡Ah! Ho r a c i o.Ho ra c i o. Aquí me tenéis, señor, a vuestras órd e n e s .Ha m l e t. Tú, Horacio, eres un hombre cuyo trato me ha agradado

s i e m p re .

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Ho ra c i o. ¡ Oh!, señor. . .Ha m l e t. No creas que pretendo adularte. ¿Qué utilidades puedo yo espe-

rar de ti, que, exceptuando tus buenas prendas, no tienes otras rentas para ali-m e n t a rte y ve s t i rte? ¿Habrá quien adule al pobre? No... Los que tienen almi-barada la lengua deben ir a lamer con ella la grandeza estúpida y doblar losgoznes de sus rodillas donde la lisonja encuentre pre m i o. ¿Me has entendido?Desde que mi alma se sintió capaz de conocer a los hombres y pudo elegir-los, tú fuiste el escogido y marcado por ella; porque siempre, desgraciado ofeliz, has recibido con igual semblante los premios y los re veses de la fort u n a .Dichosos aquellos cuyo temperamento y juicio se combinan con tal acuerd o ,que no son, entre los dedos de la fortuna, una flauta dispuesta a sonarsegún ella guste. Dame un hombre que no sea esclavo de sus pasiones, y yole colocaré en el centro de mi corazón, en el corazón de mi corazón, como lohago contigo. Pe ro me dilato demasiado en esto. Esta noche se presenta undrama delante del rey: una de sus escenas contiene circunstancias muyp a recidas a las de la muerte de mi padre, de que ya te hablé. Te encargo quecuando este paso se re p resente, observes a mi tío con la más viva atención. Sial ver uno de dichos lances su oculto delito no se descubre por sí solo, esque sin duda el que hemos visto era un espíritu infernal, y todas mis ideasson más negras que los yunques de Vu l c a n o. Examínale cuidadosamente. Yotambién fijaré mi vista en su ro s t ro, y después uniremos nuestras observa-ciones para juzgar lo que su exterior nos anuncie.

Ho ra c i o. Está bien, señor, y si durante el espectáculo logra hurtar a nues-tra indagación la menor de sus impresiones, yo pago el hurt o.

Ha m l e t. Ya viene la gente. Vu e l vo a hacerme el loco. Tú busca asiento.

ESCENA XI

Suena una marcha. En t ran el Re y, la Reina, Hamlet, Horacio, Po l o n i o ,Ofelia, Rosencratz, Guildenstern y su acompañamiento de damas, caballero s ,

pajes y guard i a s.

El Re y. ¿Cómo estás, mi querido Ha m l e t ?Ha m l e t. Muy bueno, señor. Me mantengo del aire como el camaleón;

e n g o rdo con esperanzas. No podréis vos cebar así vuestros faisanes.El Re y. No comprendo esa respuesta, Hamlet, ni tales razones son para mí.Ha m l e t. Ni para mí tampoco. (A Po l o n i o.) ¿No dices tú que una vez re p re-

sentaste en la unive r s i d a d ?

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Po l o n i o. Sí, señor, así es, y fui reputado por muy buen actor.Ha m l e t. ¿Y qué hiciste?Po l o n i o. El papel de Julio César. Bruto me asesinaba en el Capitolio.Ha m l e t. Muy bruto fue el que cometió en el Capitolio tan gran delito. . .

¿Están ya pre venidos los cómicos?Ro s e n c ra n t z. Sí, señor; y esperan sólo vuestras órd e n e s .(La reina y el rey se sientan junto a la puerta por donde han de salir los acto-

res. Siguen por su orden las damas y caballeros. Hamlet se sienta en el suelo a lospies de Of e l i a.) 1

La Re i n a. Ven aquí, mi querido Hamlet; ponte a mi lado.Ha m l e t. No, señora; aquí hay un imán de más atracción para mí.Po l o n i o. ¡Ah! ¡ah!, ¿habéis notado eso?Ha m l e t. ¿ Permitiréis que me ponga sobre vuestra falda?Of e l i a. No, señor.Ha m l e t. Qu i e ro decir, apoyar mi cabeza en vuestra falda.Of e l i a. Sí, señor.Ha m l e t. ¿ Pensáis que he querido cometer alguna indecencia?Of e l i a. No, no pienso nada de eso.Ha m l e t. Dulce cosa es... pensar a los pies de una dama.Of e l i a. ¿ Qué decís, señor?Ha m l e t. Na d a .Of e l i a. Se conoce que estáis alegre .Ha m l e t. ¿ Quién, yo ?Of e l i a. Sí, señor.Ha m l e t. Lo hago sólo por dive rt i ros. Y bien mirado, ¿qué debe hacer

un hombre sino vivir alegre? Ved mi madre qué contenta está, y mi padremurió aye r.

Of e l i a. No, señor, que ya hace dos meses.Ha m l e t. ¿ Tanto hace? Pues entonces quiero vestirme de armiño y lléve s e

el diablo el luto. ¡Dios mío! ¿Dos meses ha que murió, y todavía se acuer-dan de él? De esa manera puede esperarse que la memoria de un gran hom-b re le sobre v i va quizá medio año. Y aun es menester que haya sido fundadorde iglesias, pues si no, ¡por la Virgen!, no habrá nadie que de él se acuerd e ,como del caballo de palo, de quien dice aquel epitafio:

1 Tal actitud significaba entonces un claro signo de galantería.

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Ya murió el caballito de palo,y ya le olvidaron así que murió.

( Suenan trompetas, y se da principio a la escena muda. En t ran los cómicos1.º y 2.º [que son el duque y la duquesa]. Al encontrarse, se saludan y abra z a nafectuosamente: ella se arrodilla, mostrando el mayor respeto; él se levanta, yreclina la cabeza sobre el pecho de su esposa. Acuéstase el duque en un lechode flores, y ella se re t i ra al ve rle dorm i d o. En t ra el cómico 3.o [que es Lu c i a n o,sobrino del duque]. Se acerca, le quita al duque la corona, la besa, le viert een el oído una porción de licor que lleva en un frasco y se va. Vu e l ve la duquesa,y hallando muerto a su marido, manifesta gran sentimiento. En t ra Lu c i a n ocon dos o tres que le acompañan, y hace ademanes de dolor; manda re t i rar elc a d á ve r, y quedando a solas con la duquesa, la solicita y la ofrece presentes. El l aresiste un poco y le desdeña, pero al fin admite su amor. Se va n . )Of e l i a. ¿ Qué significa esto, señor?Ha m l e t. Esto es un asesinato oculto, y anuncia grandes maldades.Of e l i a. Según parece, la escena muda contiene el argumento del drama.

ESCENA XII

Dichos y Cómico 4.º

Ha m l e t. Ahora lo sabremos por lo que nos diga ese cantor, que es el Pr ó-l o g o. Los cómicos no pueden callar un secreto, todo lo cuentan.

Of e l i a. ¿ Nos dirá éste lo que significa esta pantomima?Ha m l e t. Sí, por cierto, y cualquiera otra que le hagáis ve r. Como no os

a vergoncéis de preguntarle, él tampoco se avergonzará de deciros lo que sig-n i f i c a .

Of e l i a. ¡ Qué malo, qué malo sois! Pe ro dejadme atender a la piez a .PR Ó LO G O

Humildemente os pedimosque escuchéis esta tragedia,disimulando las faltasque haya en nosotros y en ella.

Ha m l e t. ¿ Pe ro esto es prólogo o mote de sort i j a ?Of e l i a. ¡ Qué bre ve ha sido!Ha m l e t. Como amor de mujer.

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ESCENA XIII

Dichos y Cómico 1.º y Cómico 2.º

Cómico 1.º (El Duque. )Ya treinta vueltas dio de Febo el carro

a las sondas saladas de Ne re oy al globo de la tierra y treinta ve c e scon luz prestada han alumbrado el suelodoce lunas, en giros re p e t i d o s ,después que el dios de Amor y el Hi m e n e onos enlazaron, para dicha nuestra,en nudo santo el corazón y el cuello.

Cómico 2.º (La Duquesa. )Y, ¡oh!, quiera el cielo que otros tantos giro s ,

a la luna y al sol, señor, contemosantes que el fuego de este amor se apague.Pe ro es mi pena inconsolable al ve ro sdoliente, triste, y tan diverso ahorade aquel que fuisteis... Tímida re c e l o. . .que en el pecho femenil llega al exc e s oel temor y el amor. Allí re s i d e nen igual porción ambos afectos,o no existe ninguno, o se combinanéste y aquél con el mayor extre m o.Cuán grande es el amor que a vos me inclina,las pruebas lo dirán que dadas tengo;pues tal es mi temor. Si un fino amantesin motivos tal vez vive temiendo,la que al ve ros así toda es temore smuy pronto amor abrigará en el pecho.

Cómico 1.º (El Duque. )Sí, yo debo dejarte, amada mía:

inevitable es ya; cederá pre s t oa la muerte mis fuerzas fatigadas;tú vivirás, gozando del obsequio

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y el amor de la tierra. Acaso entoncesun digno esposo. . .

Cómico 2.º (La Duquesa. )No, dad al silencio

esos anuncios. ¿Yo? ¿Pues no seríantraición culpable en mí tales efectos?¿ Yo un nuevo esposo?No; No; la que se entre g aal segundo señor mató al primero.

Ha m l e t . Esto es puro acíbar.Cómico 2.º (La Duquesa.)

Mo t i vos de interés tal vez inducena re n ovar los nudos de Hi m e n e o ,no motivos de amor: no causaríasegunda muerte a mi difunto dueñocuando del nuevo esposo re c i b i e r aen tálamo nupcial amantes besos.

Cómico 1.º (El Duque.)No dudaré que el corazón te dicta

lo que aseguras hoy: fácil cre e m o scumplir lo prometido, y fácilmentese quebranta y se olvida. Los deseosdel hombre a la memoria están sumisos,que nace activa y desfallece pre s t o.Así prende del ramo acerbo el fru t o ,y así, maduro, sin impulso ajeno,se desprende después. Di f í c i l m e n t enos acordamos de llevar a efectop romesas hechas a nosotros mismos:que al cesar la pasión cesa el empeño.Cuando de la aflicción y la alegríase moderan los ímpetus violentos,con ellos se disipan las ideasa que dieron lugar, y el más ligeroacaso los placeres en afanes

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muda tal vez, y en risa los lamentos:a m o r, como la suerte, es inconstante,que en este mundo al fin nada hay eterno,y aún se ignora si él manda a la fort u n a ,o si ésta del amor cede al imperio.Si el poderoso del lugar sublimese precipita, le abandona luegocuantos gozaron su favor; si el pobresube a prosperidad, los que le fuero nmás enemigos su amistad pro c u r a n(y el amor sigue a la fortuna en esto),que nunca al ve n t u roso amigos faltan,ni al pobre desengaños y despre c i o s .Por diferente senda se encaminanlos destinos del hombre y sus afectos,y sólo en él la voluntad es libre ,mas no la ejecución, y así, el suceson u e s t ros designios todos desva n e c e .Tú me prometes no rendir a nuevoyugo tu libertad... Esas ideas,¡ay!, morirán cuando me vieres muert o.

Cómico 2.º (La Duquesa. )Luces me niegue el sol, frutos la tierra,

sin descanso y placer viva muriendo,desesperada y en prisión oscura,su mesa envidie al eremita austero ;cuantas penas el ánimo entristecen,todas turben el fin de mis deseosy los destruyan; ni quietud encuentreen parte alguna con afán eterno,si ya difunto mi primer espososegundas bodas, pérfidas, celebro.

Ha m l e t. Si ella no cumpliese lo que pro m e t e . . .

Cómico 1.º (El Duque. )Mucho juraste... Aquí gozar quisiera

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solitaria quietud: rendido sientoal cansancio mi espíritu. Pe r m i t eque alguna parte le conceda al sueñode las molestas horas.

(Se acuesta en un lecho de flore s. )

Cómico 2.º (La Duquesa.)Él te halague

con tranquilo descanso, y nunca el cieloen unión tan feliz pesares mezc l e .

(Se va .)

Ha m l e t. (A la Re i n a.) Y bien, señora, ¿qué tal os va pareciendo la piez a ?La Re i n a. Me parece que esa mujer promete demasiado.Ha m l e t. Sí, pero lo cumplirá.El Re y. ¿ Te has enterado bien del asunto? ¿Hay algo en él que sea de

mal ejemplo?Ha m l e t. No, señor, no. Todo él es mera ficción.El Re y. ¿Cómo se intitula este drama?Ha m l e t. La ratonera. Es un título metafórico... En esta pieza se trata de

un homicidio cometido en Viena... El duque se llama Gonzago y su mujerBaptista... Ya veréis... ¡Oh! ¡Es un enredo maldito! ¿Y qué importa? A Vu e s-tra Majestad y a mí, que no tenemos culpado el ánimo, no nos puede inco-m o d a r. Al rocín que esté lleno de mataduras le hará dar coces; pero noso-t ros no tenemos desollado el lomo.

ESCENA XIV

Dichos y Cómico 3.º

Ha m l e t. Este que sale ahora se llama Luciano, y es sobrino del duque.Of e l i a. Vos suplís perfectamente la falta de coro.Ha m l e t. Y aún pudiera servir de intérprete entre vos y vuestro amante, si

viese puestos en acción entrambos títere s .Of e l i a. ¡ Vaya, que tenéis una lengua que cort a !Ha m l e t. Con un buen suspiro que deis se le quita el filo.Of e l i a. Eso es: siempre de mal en peor.Ha m l e t. Así hacéis vosotras en la elección de marido, de mal en peor. . .

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Em p i eza, asesino... Déjate de poner ese gesto de condenado y empieza. Va m o s . . .el cuervo graznador está ya gritando ve n g a n z a .

Cómico 2.º (Lu c i a n o.)Ne g ros designios, brazo ya dispuesto

a ejecutaros, tósigo oport u n o ,sitio remoto, favorable el tiempo,y nadie que lo observe. Tú extraídode la profunda noche en el silencio,a t roz veneno, de mortales hierbas( i n vocada Proserpina) compuesto;infectadas tres veces, y otras tantasexprimidas después, sirve a mi intento;pues a tu actividad mágica, horrible,la ro b u s t ez vital cede tan pre s t o.

( Ac é rcase adonde está durmiendo el Cómico 1.o [el duque Gonzago], des-tapa un frasquito y le echa una porción de licor en el oído. )

Ha m l e t. ¿ Veis? Ahora le envenena en el jardín para usurparle el cetro. Elduque se llama Go n z a g o... Es historia cierta, y corre escrita en muy buen ita-l i a n o. Presto veréis cómo la mujer de Gonzago se enamora del matador.

(Levántase el Rey lleno de indignación. La Reina, los caballeros, damas yacompañamiento hacen lo mismo, y se van según lo indica el diálogo. )

Of e l i a. El rey se leva n t a .Ha m l e t. ¡ Qué! ¿Le atemoriza un fuego fatuo?La Re i n a. ¿ Qué tenéis, señor?Po l o n i o. Cese la re p re s e n t a c i ó n .Po l o n i o. Luces, luces.El Re y. Traed luces. Vámonos de aquí.

(Vanse todos, menos Hamlet y Ho ra c i o.)

ESCENA XV

Hamlet, Horacio, Cómico 1.º y Cómico 3.º

(Hamlet canta estos versos en voz baja, y re p resenta los que siguen después.

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Los Cómicos 1.º y 3.º estarán re t i rados a un extremo de la escena, esperando susó rd e n e s .)

Ha m l e t .El ciervo herido llora

y el corzo no tocadode flecha vo l a d o r ase huelga por el prado:duerme aquél, y a deshoraveis éste desve l a d o :que tanto el mundo va desord e n a d o.

Y dígame, señor mío: si en adelante la fortuna me tratase mal, con esta gra-cia que tengo para la música, y un bosque de plumas en la cabeza, y un parde lazos provenzales en mis zapatos rayados, ¿no podría hacerme lugare n t re un coro de comediantes?

Ho ra c i o. Mediano papel.Ha m l e t. ¿ Mediano? Exc e l e n t e .

Tú sabes, Damón querido,que esta nación ha perd i d oal mismo Jove, y violentotirano le ha sucedidoen el trono mal habido,un... ¿quién diré yo? un... sapo.

Ho ra c i o. Bien pudierais haber conservado consonante.Ha m l e t. ¡ Oh, mi buen Horacio! Cuanto aquel espíritu dijo era ciert o. ¿Lo

has visto ahora?Ho ra c i o. Sí, señor; bien lo he visto.Ha m l e t. ¿ Viste cuando se habló del ve n e n o ?Ho ra c i o. Bien lo observé entonces.Ha m l e t. ¡Ah! Quisiera algo de música. (A los Cómicos.) Traedme unas

flautas... si el rey no gusta de la comedia, será sin duda porque... porque nole gusta. Vaya un poco de música.

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ESCENA XVI

Hamlet, Horacio, Rosencrantz y Gu i l d e n s t e r n .

Gu i l d e n s t e rn. Se ñ o r, ¿permitiréis que os diga una palabra?Ha m l e t. Y una historia entera.Gu i l d e n s t e rn. El re y. . .Ha m l e t. Muy bien, ¿qué le sucede?Gu i l d e n s t e rn. Se ha retirado a su cuarto con mucha destemplanza.Ha m l e t. De vino, ¿eh?Gu i l d e n s t e rn. No, señor; de cólera.Ha m l e t. Pe ro, ¿no sería más acertado írselo a contar al médico? ¿No veis que

si yo me meto en hacerle purgar ese humor bilioso puede ser que se le aumente?Gu i l d e n s t e rn. ¡ Oh!, señor, dad algún sentido a lo que habláis, sin desen-

t e n d e ros con tales extravagancias de lo que os vengo a decir.Ha m l e t. Estamos de acuerd o. Prosigue, pues.Gu i l d e n s t e rn. La reina vuestra madre, llena de la mayor aflicción, me envía

a buscaro s .Ha m l e t. Seáis muy bien ve n i d o.Gu i l d e n s t e rn. Esos cumplimientos no tienen sinceridad. Si queréis darme

una respuesta sensata, desempeñaré el encargo de la reina; si no, con pedi-ros perdón y retirarme se acabó todo.

Ha m l e t. Pues señor, no puedo.Gu i l d e n s t e rn. ¡ C ó m o !Ha m l e t. Me pides una respuesta sensata, y mi razón está un poco acha-

cosa. No obstante, responderé del modo que pueda a cuanto me mandes, opor mejor decir, a lo que mi madre me manda. Conque nada hay que aña-dir a esto. Vamos al caso. Tú has dicho que mi madre . . .

Ro s e n c ra n t z. Se ñ o r, lo que ella dice es que vuestra conducta la ha llenadode sorpresa y admiración.

Ha m l e t. ¡ Oh, hijo maravilloso, que así ha podido aturdir a su madre! Pe rodime, ¿esa admiración no ha traído otra consecuencia? ¿No hay algo más?

Ro s e n c ra n t z. Sólo que desea hablaros en su aposento antes que os va y á i sa re c o g e r.

Ha m l e t. La obedeceré, aunque diez veces fuera mi madre. ¿Tienes algúno t ro asunto que tratar conmigo?

Ro s e n c ra n t z. Se ñ o r, yo me acuerdo de que en otro tiempo me estimábaism u c h o.

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Ha m l e t. Y ahora también: te lo juro por estos diez mandamientos.Ro s e n c ra n t z. ¿ Cuál puede ser el motivo de vuestra pert u r b a c i ó n ?

Cerráis vos mismo las puertas de vuestra libertad al no querer comunicar conv u e s t ros amigos los pesares que sentís.

Ha m l e t. Ambiciono ser más de lo que soy.Ro s e n c ra n t z. ¿Cómo es posible, cuando el rey mismo os reconoce para

sucederle en el trono de Di n a m a rc a ?Ha m l e t. Sí, «pero mientras nace la hierba...». Ya es un poco antiguo el tal

refrán. ¡Ay!, ya están aquí las flautas.

ESCENA XVII

Dichos y Cómico 3.º

Ha m l e t. A ve r, dadme una. (Gu i l d e n s t e rn y Ro s e n c rantz se acercan a Ha m-let con ademán obsequioso, siguiéndole adondequiera que se vuelve, hasta queviendo su enfado se apart a n .) Pa rece que me quieres hacer caer en alguna trampa,según me cercas por todos lados.

Gu i l d e n s t e rn. Veo, señor, que si el deseo de cumplir con mi obligaciónme da osadía, acaso el amor que os tengo me hace gro s e ro al mismo tiempoe import u n o.

Ha m l e t. No entiendo bien eso. ¿Qu i e res tocar esta flauta?Gu i l d e n s t e rn. No puedo, señor.Ha m l e t. ¡ Va m o s !Gu i l d e n s t e rn. De veras que no puedo.Ha m l e t. Yo te suplico.Gu i l d e n s t e rn. ¡ Pe ro si no sé tocar!Ha m l e t. Más fácil es que tenderse a la larga. Mira, pon el pulgar y los

demás dedos según convenga sobre estos agujeros, sopla con la boca, yverás qué lindo sonido resulta. ¿Ves? Estos son los puntos.

Gu i l d e n s t e rn. Bien; pero no sé hacer uso de ellos para que pro d u zc a narmonía. Como ignoro el art e . . .

Ha m l e t. Pues mira tú en qué opinión tan baja me tienes. Tú me quie-res tocar, presumes conocer mis re g i s t ros, pretentes extraer lo más íntimode mis secretos, quieres hacer que suene desde el más grave al más agudo demis tonos; y he aquí este pequeño órgano, capaz de excelentes voces y dearmonía, que tú no puedes hacer sonar. ¿Juzgas que se me tañe a mí con másfacilidad que a una flauta? No; dame el nombre del instrumento que quie-

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ras; pero por más que le manejes y te fatigues, jamás conseguirás hacerle pro-ducir el menor sonido.

ESCENA XVIII

Dichos y Po l o n i o.

Ha m l e t. ¡ Oh!, Dios te bendiga.Po l o n i o. Se ñ o r, la reina quisiera hablaros al instante.Ha m l e t. ¿ No ves allí aquella nube que parece un camello?Po l o n i o. ¡ Por la Virgen! Ef e c t i vamente, por el tamaño parece un camello.Ha m l e t. Pues ahora me parece una comadre j a .Po l o n i o. No hay duda, tiene figura de comadre j a .Ha m l e t. O como una ballena.Po l o n i o. Es ve rdad, sí, como una ballena.Ha m l e t. Pues al instante iré a ver a mi madre. Tanto harán éstos que

me vo l verán loco de veras. Iré, iré al instante.Po l o n i o. Así se lo diré.Ha m l e t. Fácilmente se dice al instante viene... Dejadme solo, amigos.

ESCENA XIX

Ha m l e t .

Esta es la hora de la noche apta para los maleficios. La hora en que los cemen-terios se abren y el infierno respira. Ahora podría yo beber caliente sangre; ahorapodría ejecutar tales acciones, que el día se estremeciese al verlas. Pe ro va m o sa ver a mi madre. ¡Oh, corazón! No desconozcas la naturaleza, ni permitas queen este pecho se albergue la fiereza de Nerón. Déjame ser cruel, pero no parri-cida. El puñal que ha de herirla que esté en mis palabras, no en mi mano. Di s i-mulen el corazón y la lengua. Sean las que fueren las execraciones que contraella pronuncie, nunca mi alma deseará que se cumplan.

ESCENA XX

Salón del castillo.

El Re y, Rosencrantz y Gu i l d e n s t e r n .

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El Re y. No, no le quiero aquí, ni conviene a nuestra seguridad dejar libreel campo a su locura. Preparaos, y haré que inmediatamente se os despachenlas credenciales para que él os acompañe a Inglaterra. El interés de mi coro n ano permite exponerse a un riesgo tan inmediato, y que crece por instantes enlos accesos de su demencia.

Gu i l d e n s t e rn. Al momento dispondremos nuestra marcha. El mássanto y religioso temor es aquel que procura la existencia de tantos indivi-duos cuya vida pende la de Vuestra Ma j e s t a d .

Ro s e n c ra n t z. Si es obligación en un particular defender su vida de todaofensa por medio de la fuerza y el arte, ¿cuánto más lo será conservar aque-lla en quien estriba la felicidad pública? Cuando llega a faltar el monarca nom u e re él solo, sino que, a manera de un torrente precipitado, arrebata con-sigo cuanto le rodea. Es como una gran rueda colocada en la cima del másalto monte, a cuyos enormes rayos están asidas innumerables piezas meno-res, y si llega a caer, no hay ninguna de ellas, por pequeña que sea, que nop a d ezca igualmente en el total destro zo. Nunca el soberano exhala un sus-p i ro sin excitar en su nación general lamento.

El Re y. Yo os ruego que os pre vengáis sin dilación para el viaje. Qu i e roencadenar este temor, que ahora camina demasiado libre .

Los Do s. Vamos a obedeceros con la mayor pro n t i t u d .(Se va n. )

ESCENA XXI

El Rey y Po l o n i o.

Po l o n i o. Se ñ o r, ya se ha encaminado al aposento de su madre. Voy a ocul-tarme detrás de los tapices para escuchar. Es seguro que ella le re p renderá fuer-temente; y como vos mismo habéis observado muy bien, conviene que asistaa oír la conversación alguien más que su madre, pues, naturalmente, le ha deser parcial, como sucede a todas las madres. Quedad con Dios: yo vo l veré ave ros antes que os recojáis, para deciros lo que haya ocurrido.

El Re y. Gracias, querido Po l o n i o.

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ESCENA XXII

El Re y.

¡ Oh, mi culpa es atroz! Su hedor sube al cielo, llevando consigo la maldiciónmás terrible: la muerte de un hermano. No puedo recogerme a orar, por másque eficazmente lo pro c u ro, pues es más fuerte que mi voluntad el delitoque la destru ye. Como el hombre a quien dos obligaciones llaman, me detengoa considerar por cuál empezaré primero, y no cumplo ninguna... Pe ro aunqueeste brazo execrable estuviese teñido aún más en la sangre fraterna, ¿no habríaen los cielos piadosos suficiente lluvia para vo l verle cándido como la nievemisma? ¿De qué sirve la misericordia, si se niega a ver el ro s t ro del pecado? ¿Dequé sirve la oración, si no tiene duplicada fuerza, capaz de sostenernos al ir ac a e r, o de adquirirnos el perdón habiendo caído...? Sí, alzaré mis ojos alcielo, y quedará borrada mi culpa... ¿Pe ro que género de oración habré de usar?« Olvida, Se ñ o r, olvida el horrible homicidio que cometí...» ¡Ah! Será impo-sible mientras vivo poseyendo los objetos que me determinaron a la maldad:mi ambición, mi corona, mi esposa... ¿Podrá merecerse el perdón cuando laofensa existe? En este mundo corrompido sucede con frecuencia que la manodelincuente, derramando el oro, aleja la justicia y rompe con dádivas la inte-gridad de las leyes. Pe ro no así en el cielo, que allí no hay engaños; allí com-p a recen las acciones humanas como ellas son, y nos vemos compelidos a re c o-nocer nuestras faltas todas sin excusa, sin re b o zo alguno... En fin, ¿qué debohacer? Arrepentirme... Pe ro yo no puedo arrepentirme. ¡Oh, situación infeliz!¡ Oh, conciencia ennegrecida con sombras de muerte! ¡Oh, alma mía apasio-nada, que cuanto más te esfuerzas para ser libre más quedas oprimida!¡Ángeles, asistidme! Probad en mí vuestro poder. Dóblense mis rodillas tena-ces; y tú, corazón mío, de aceradas fibras, hazte blando como los nervios delniño que acaba de nacer. Todo, todo esto puede enmendarse.

(Se arrodilla y apoya los bra zos y la cabeza en un sillón.)En t ra Ha m l e t .

ESCENA XXIII

Ha m l e t .

Esta es la ocasión propicia. Ahora está rezando, ahora le mato... (Saca laespada; da algunos pasos en ademán de ir a herirle; se detiene, y se re t i ra otra

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vez hacia la puert a.) Si le mato así se irá al cielo... ¿Y es esta mi venganza? No ;reflexionemos. Un malvado asesina a mi padre, y yo, su hijo único, aseguroal malvado la gloria. ¿No es esto, en vez de castigo, premio y re c o m p e n s a ?Él sorprendió a mi padre acabados los desórdenes del banquete, cubierto demás culpas que mayo tiene flores... ¿Quién sabe, sino Dios, la estrecha cuentaque hubo de dar? Pe ro, según yo creo, terrible fue su sentencia. ¿Y quedarévengado dándole a éste la muerte, precisamente cuando purifica su alma,cuando se dispone para la partida? No, espada mía, vuelve al cinto y esperaocasión de ejecutar más tremendo golpe. Cuando esté ocupado en el juego,cuando blasfeme colérico, duerma con la embriaguez, se abandone a los pla-c e res incestuosos del lecho o cometa acciones contrarias a su salvación, hié-rele entonces. Caiga precipitado al profundo y su alma quede negra y mal-dita como el infierno que ha de recibirla (En vaina la espada.) Mi madre meespera. Ma l vado, esta medicina que te dilata la dolencia no evitará tu muert e .

(Se va. )

ESCENA XXIV

El Re y.

Mis palabras suben al cielo, mis afectos quedan en la tierra. (Se levanta cona g i t a c i ó n.) Palabras sin afectos nunca llegan a los oídos de Di o s .

ESCENA XXV

Aposento de la Re i n a .

La Reina y Polonio; luego, Ha m l e t .

Po l o n i o. Va a venir al momento. Mostradle entereza; decidle que sus locu-ras han sido demasiado atrevidas e intolerables; que vuestra bondad le ha pro-tegido, interponiéndose entre él y la justa indignación que excitó. Yo, entre-tanto, retirado de aquí, guardaré silencio. Habladle con libertad, yo os los u p l i c o.

Ha m l e t. (Desde dentro.) ¡Ma d re! ¡madre !La Re i n a. Así te lo prometo: nada temo. Ya le oigo llegar. Re t í r a t e .

(Polonio se oculta detrás de unos tapices. )

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ESCENA XXVI

La Reina, Hamlet y Po l o n i o.

Ha m l e t. ¿ Qué me mandáis, señora?La Re i n a. Hamlet, muy ofendido tienes a tu padre .Ha m l e t. Ma d re, muy ofendido tenéis al mío.La Re i n a. Ven, ven aquí; tú me respondes con lengua demasiado libre .Ha m l e t. Voy, voy allá... Y vos me preguntáis con lengua bien perve r s a .La Re i n a. ¿ Qué es esto, Ha m l e t ?Ha m l e t. ¿Y qué es eso, madre ?La Re i n a. ¿ Te olvidas de quién soy ?Ha m l e t. No; por la cruz bendita que no me olvido. Sois la reina, casada

con el hermano de vuestro primer esposo, y —¡ojalá no fuera así!— sois mim a d re .

La Re i n a. Bien está. Yo te pondré delante de quien te haga hablar conmás acuerd o.

Ha m l e t . (Asiendo de un brazo a la reina, la hace sentar.) Venid, sentaos,y no saldréis de aquí, no os moveréis, sin que os ponga un espejo delante enque veáis lo más oculto de vuestra conciencia.

La Re i n a. ¿ Qué intentas hacer? ¿Qu i e res matarme...? ¿Quién me soco-r re...? ¡Cielos!

(Al ver la reina la extra o rdinaria agitación que Hamlet manifiesta en susemblante y acciones, teme que va a matarla, y grita despavorida pidiendo soco-r ro. Polonio quiere salir de donde está oculto, y después se detiene. Hamlet adviert eque los tapices se mueven, sospecha que el rey está escondido detrás de ellos, sacala espada, da dos o tres estocadas sobre el bulto que encuentra, y prosigue hablandocon su madre. )

Po l o n i o. So c o r ro pide... ¡oh!Ha m l e t. ¿ Qué es esto...? Un ratón... Murió... Un ducado a que ya está

m u e rt o.Po l o n i o. ¡Ay de mí!La Re i n a. ¿ Qué has hecho?Ha m l e t. Nada... ¡Qué sé yo...! ¿Quizá era el re y ?La Re i n a. ¡ Qué acción tan precipitada y sangrienta!Ha m l e t. Es ve rdad, madre mía, acción sangrienta, y casi tan horrible como

la de matar a un rey y casarse después con su hermano.La Re i n a. ¿ Matar a un re y ?

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Ha m l e t. Sí, señora; eso he dicho. (Alza el tapiz y aparece Polonio muert oen el suelo.) Y tú, miserable, temerario, entremetido, loco... adiós. Te tomépor otra persona de más consideración. Mira el premio que has conse-guido; ve ahí el riesgo que tiene la demasiada curiosidad... (Volviendo a hablarcon la reina, a quien hace sentar de nuevo.) No, no os torzáis las manos... Se n-taos aquí, y dejad que yo os tuerza el corazón. Así he de hacerlo, si no lo tenéisformado de impenetrable pasta, si las costumbres malditas no le han con-ve rtido en un muro de bronce, opuesto a toda sensibilidad.

La Re i n a. ¿ Qué hice yo, Hamlet, para que con tal aspereza me insultes?Ha m l e t. Una acción que quita su tez purpúrea a la modestia y da nom-

b re de hipocresía a la virtud; que arrebata la rosa 2 de la frente de un inocentea m o r, colocando un vejigatorio en ella; que hace más pérfidos los votos con-yugales que las promesas del tahúr; una acción que destru ye la buena fe, almade los contratos, y convierte la inefable religión en un juego frívolo de pala-bras; una acción, en fin, capaz de inflamar de ira la faz del cielo y trastornarcon desorden horrible esta sólida y artificiosa máquina del mundo, como sise aproximara su fin temido.

La Re i n a. ¡Ay de mí! ¿Y qué acción es ésa, que así anuncias con espantosavoz de tru e n o ?

Ha m l e t. (Señalando a dos re t ratos que hay en la pared, uno del rey Ha m l e ty otro del rey Claudio.) Veis aquí presentes, en esta y esta pintura, los re t r a t o sde dos hermanos. ¡Ved cuánta gracia residía en aquel semblante! Los cabellosdel Sol, la frente como la del mismo Júpiter, su vista imperiosa y amenaza-dora como la de Ma rte, su gentileza semejante a la del mensajero Me rc u r i ocuando aparece sobre una montaña cuya cima llega a los cielos. ¡He r m o s acombinación de formas, donde cada uno de los dioses imprimió su carácterpara que el mundo admirase tantas perfecciones en un hombre solo! Este fuev u e s t ro esposo. Ved ahora el que sigue. Este es vuestro actual esposo, que,como la espiga con tizón, destruyó la salud de su hermano. ¿Lo veis bien?¿ Pudisteis abandonar las delicias de aquella colina hermosa por el cielo de estepantano inmundo? ¡Ah! ¿lo veis bien...? No podéis llamarlo amor, porque avuestra edad los hervo res de la sangre están ya tibios y obedientes a la pru-dencia. ¿Y qué prudencia descendería desde aquél a éste? Sentidos tenéis, quea no ser así, no tuvierais afectos; pero esos sentidos deben de padecerletargo pro f u n d o. La demencia misma no podría incurrir en tanto erro r. Elf renesí no tiraniza con tal exceso las sensaciones, que no deje suficiente jui-

2 Alusión a la costumbre que tenían las damas de llevar rosas en las sienes.

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cio para saber elegir entre dos objetos cuya diferencia es tan visible... ¿Qu éespíritu infernal os pudo engañar y cegar así? Los ojos sin el tacto, el tacto sinla vista, los oídos, el olfato solo, una débil porción de cualquier sentido, hubierabastado para impedir tal estupidez... ¡Oh, vergüenza! ¿Dónde están tus son-rojos? ¡Rebelde infierno! Si así puedes inflamar las médulas de unam a t rona, permite, permite que la virtud en la edad juvenil sea dócil comola cera y se licue en sus propios fuegos. No invoques al pudor para re s i s t i r,su violencia, puesto que el hielo mismo con tal actividad se enciende, y es elentendimiento el que pro s t i t u ye al corazón.

La Re i n a. ¡ Oh, Hamlet! No digas más... Tus razones me hacen dirigir lavista a mi conciencia, y advierto allí las más negras y groseras manchas, queacaso nunca podrán borrarse.

Ha m l e t . ¡ No es así, pues permanecéis en el pestilente sudor de un lechoincestuoso, envilecida por la corrupción, prodigando caricias de amor en unasentina impura!

La Re i n a. No más, no más, que esas palabras como agudos puñales hie-ren mis oídos... No más, querido Ha m l e t .

Ha m l e t. Un asesino... un malva d o... un vil... inferior mil veces a vues-t ro difunto esposo... escarnio de los re yes, ratero del imperio y del mando,que robó la preciosa corona y se la guardó en el bolsillo.

La Re i n a. No más...

ESCENA XXVII

La Reina, Hamlet y la Sombra del rey Ha m l e t .

Ha m l e t. Un rey de andrajos3. (Ap a rece la sombra del rey Ha m l e t.) ¡Oh ,espíritus celestes!, defendedme, cubridme con vuestras alas... ¿Qué quiere s ,venerable sombra?

La Re i n a. ¡ A y, que está demente!Ha m l e t. ¿ Vienes acaso a culpar la negligencia de tu hijo, que debilitado

por la compasión y la tardanza, olvida el cumplimiento de tu pre c e p t oterrible...? Ha b l a

La Sombra. No lo olvides. Vengo a inflamar de nuevo tu ardor casi extin-

3 Como ya hemos dicho en el prólogo, el teatro inglés de esta época era pródigo en simbolismos.Así, el vicio aparecía vestido, igual que la locura, con un traje mal confeccionado y en telas dedistintos colores.

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g u i d o. Mira cómo has llenado de asombro a tu madre. Ponte entre ella y sualma agitada, dale auxilio, pues la imaginación obra con mayor violencia enlos cuerpos más debiles. Háblale, Ha m l e t .

Ha m l e t. ¿ En qué pensáis, señora?La Re i n a. ¡ A y, triste! ¿Y en qué piensas tú, que así diriges la vista donde

no hay nada, razonando con el aire incorpóre o...? Toda tu alma se ha pasadoa tus ojos, que se mueven horribles, y tus cabellos que pendían adquiere nde pronto vida y movimiento y se erizan y levantan como los soldados a quie-nes un rebato despierta. ¡Hijo de mi alma! ¡Oh! Derrama sobre el ard i e n t efuego de tu agitación la paciencia fría... ¿A quién estás mirando?

Ha m l e t. A él... a él... ¿No veis qué pálida luz despide? Su aspecto y sudolor bastarían para conmover las piedras... (A la sombra.) ¡Ay! No mem i res así, no sea que ese lastimoso semblante destruya mis designios cru e-les; no sea que al ejecutarlos equivoque los medios, y en vez de sangre se derra-men lágrimas.

La Re i n a. ¿A quién dices eso?Ha m l e t. ¿ No veis nada allí?La Re i n a. Nada, y veo todo lo que hay a mi alre d e d o r.Ha m l e t. ¿ No oísteis nada, tampoco?La Re i n a. Nada más que lo que nosotros hablamos.Ha m l e t. Mirad allí... ¿Le veis...? Ahora se va... Mi padre... con el traje

mismo que siempre vestía.. ¿Veis por dónde va? Ahora llega al pórt i c o.(Vase la sombra. )

ESCENA XXVIII

La Reina y Ha m l e t .

La Re i n a. Todo es efecto de la fantasía. El desorden que padece tu espí-ritu produce esas ilusiones va n a s .

Ha m l e t. ¿ De s o rden?... Mi pulso, como el vuestro, late con re g u l a r

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i n t e rvalo y anuncia igual salud en su ritmo... Nada de lo que he dicho eslocura. Haced la prueba, y veréis si os repito cuantas ideas y palabras acabode pro f e r i r, y eso un loco no puede hacerlo. ¡Oh, madre mía! Os pido que noapliquéis al alma esa unción halagüeña cre yendo que es mi locura la que hablay no vuestro delito. Con tal medicina lograréis sólo irritar la parte ulcerada,aumentando la ponzoña pestífera que interiormente la corrompe. Confe-sad al cielo vuestra culpa, llorad lo pasado, pre c a ved lo futuro, y no extendáisel beneficio sobre las malas hierbas, para que pro s p e ren lozanas. Pe rd o n a deste desahogo a mi virtud, ya que en esta delincuente época la virt u dmisma tiene que pedir perdón al vicio; y aun para hacerle bien, le halaga yle ru e g a .

La Re i n a. ¡ A y, Hamlet! Despedazas mi corazón.Ha m l e t. ¿Sí? Pues apartad de vos la porción más dañada de vuestro cora-

zón y vivid con la que resta más inocente. Buenas noches... Pe ro no vo l v á i sal lecho de mi tío. Si carecéis de virtud, aparentadla al menos. La costumbre ,m o n s t ruo que destru ye las inclinaciones y afectos del alma, si en lo demáses un demonio, tal vez es un ángel cuando sabe dar a las buenas acciones unac i e rta facilidad con que insensiblemente las hace parecer innatas. Conteneospor esta noche: este esfuerzo os hará más fácil todavía. La costumbre es capazde borrar la impresión misma de la naturaleza, de reprimir las malas incli-naciones y alejarlas de nosotros con maravilloso poder. Buenas noches... Ycuando aspiréis de veras a la bendición del cielo, entonces yo os pedirévuestra bendición... La desgracia de este hombre (hace ademán de cargarcon el cuerpo de Polonio; pero dejándole en el suelo otra vez, vuelve a hablar ala re i n a) me aflige en extremo; pero Dios lo ha querido así: a él le ha casti-gado por mi mano, y a mí también me castiga, obligándome a ser el instru-mento de su enojo. Yo le conduciré adonde convenga y sabré justificar lam u e rte que le di. Basta. Buenas noches... Po rque soy piadoso, debo ser cru e l .Ved aquí el primer daño cometido; pero aún es mayor el que después ha deejecutarse... ¡Ah!, escuchad otra cosa.

La Re i n a. ¿ Cuál es? ¿Qué debo hacer?Ha m l e t. No hacer nada de cuanto os he dicho, nada. Debéis declarar al

rey toda la ve rdad. Decidle que mi locura no es cierta, que todo es art i f i-c i o... Sí, decídselo; porque, ¿cómo es posible que una reina hermosa, modesta,p rudente, oculte secretos de tal importancia a aquel gato viejo, murc i é l a g o ,sapo torpísimo? ¿Cómo sería posible callárselo? Id y, a pesar de la razón ydel sigilo, abrid la jaula sobre el techo de la casa y haced que los pájaro sescapen; y semejante al mono (tan amigo de hacer probaturas), meted la

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c a b eza en la trampa, a riesgo de perecer en ella misma.La Re i n a. No, no temas que hable; que si las palabras se forman del aliento

y éste anuncia vida, no hay vida ni aliento en mí para repetir lo que me hasd i c h o.

Ha m l e t. ¿ Sabéis que debo ir a In g l a t e r r a ?La Re i n a. ¡Ah!, ya lo había olvidado. Sí, es cosa re s u e l t a .Ha m l e t. He sabido que hay ciertas cartas selladas, y que mis dos con-

discípulos (de quienes me fiaré yo como de una víbora ponzoñosa) van encar-gados de llevar el mensaje, facilitarme la marcha y conducirme al pre c i p i-c i o. Pe ro yo los dejaré hacer; que es mucho gusto ver volando por el aire alminador con su propio hornillo, y mal irán las cosas, o yo exc a varé una va r amás por debajo de sus minas, y les haré saltar hasta la luna. ¡Oh, es muchogusto cuando un pícaro tro p i eza con quien le entiende...! Este hombre mehace ahora un ganapán... (Qu i e re llevar a cuestas el cadáve r, y no pudiendoh a c e rlo cómodamente, le ase de un pie y se lo lleva arra s t ra n d o.) Le llevaré arras-trando a la pieza inmediata. Ma d re, buenas noches... Por cierto que elseñor consejero (que fue en vida un hablador impertinente) se muestra ahorabien reposado, bien serio y taciturno. (Al cadáve r.) Vamos, amigo, que esmenester sacaros de aquí... ¡Buenas noches, madre !

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A C TO IV

ESCENA I

Salón del palacio.

El Re y, La Reina, Rosencrantz y Gu i l d e n s t e r n .

El Re y. Esos suspiros, esos profundos sollozos, alguna causa tienen. Di m ecuál es; conviene que yo lo sepa... ¿En dónde está tu hijo?

La Re i n a. Dejadnos solos un instante. (Vanse Ro s e n c rantz y Gu i l d e n s t e rn. )¡Ah, señor, lo que he visto esta noche!

El Re y. ¿ Qué ha sido, Ge rt rudis...? ¿Qué hace Ha m l e t ?La Re i n a. Furioso está como el mar y el viento cuando disputan entre sí

cuál es más fuerte. Turbado con la demencia que le agita, oyó algún ru i d odetrás del tapiz. Sacó la espada, gritando: «¡un ratón, un ratón!» Y su fre n e s ímató al buen anciano que se hallaba oculto.

El Re y. ¡ Funesto suceso! ¡Lo mismo hubiera hecho conmigo si hubieraestado allí! Ese desenfreno insolente amenaza a todos, a mí, a ti misma, atodos, en fin. ¡Oh...! ¿Y cómo disculparemos una acción tan sangrienta? No sla imputarán sin duda a nosotros, porque nuestra autoridad debería haberreprimido a ese joven loco, poniéndole en paraje donde a nadie pudiera ofen-d e r. Pe ro el exc e s i vo amor que le tenemos nos ha impedido hacer lo que másc o n venía. Lo mismo que el que padece una enfermedad ve r g o n zosa, por nodeclararla, consiente primero que le vaya devorando la sustancia vital... ¿Y adónde ha ido?

La Re i n a. A retirar de allí el cadáve r, y en medio de su locura llora el erro rque ha cometido... Así el oro manifiesta su pureza, aunque esté mezclado conmetales viles.

El Re y. Vamos, Ge rt rudis, y apenas toque el sol la cima de los montes,haré que se embarque y se vaya. En tanto, será necesario emplear todanuestra autoridad y nuestra prudencia para ocultar o disculpar un hecho tani n d i g n o.

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ESCENA II

El Rey y la Reina. Rosencrantz y Gu i l d e n s t e r n ,que entran.

El Re y. ¡ Oh, amigos! Id entrambos con alguna gente que os ayude... Ha m-let, ciego de ira, ha dado muerte a Polonio y le ha sacado arrastrando del apo-sento de su madre. Id a buscarle; habladle con dulzura, y llevad el cadáver ala capilla. No os detengáis. (Vanse Ro s e n c rantz y Gu i l d e n s t e rn.) Vamos, quepienso llamar a nuestros más prudentes amigos, para darles cuenta de estai m p revista desgracia y de lo que re s u e l vo hacer. Acaso por este medio la calum-nia (cuyo rumor ocupa la extensión del orbe, y dirige sus emponzoñados tiro scon la misma cert eza que el cañón a su blanco), errando esta vez el golpe dejarán u e s t ro nombre ileso y herirá sólo al viento insensible. ¡Oh...! Vamos de aquí...mi alma está llena de agitación y de terro r.

ESCENA III

Hamlet; luego, Rosencrantz y Gu i l d e n s t e r n .

Ha m l e t. Colocado ya en lugar seguro... Pe ro. . .Ro s e n c ra n t z. (Desde dentro.) ¡Hamlet...! ¡Se ñ o r !Ha m l e t . ¿ Qué ruido es éste? ¿Quién llama a Hamlet...? ¡Oh! Ya están

aquí. (En t ran Ro s e n c rantz y Gu i l d e n s t e rn .)Ro s e n c ra n t z. Se ñ o r, ¿qué habéis hecho del cadáve r ?Ha m l e t. Ya está entre el polvo, del cual es pariente cerc a n o.Ro s e n c ra n t z. Decidnos en dónde está, para que le hagamos llevar a la capi-

l l a .Ha m l e t. ¡Ah...! No creáis, no. . .Ro s e n c ra n t z. ¿ Qué es lo que no debemos cre e r ?Ha m l e t. Que yo pueda guardar vuestro secreto y os re vele el mío... Y ade-

más, ¿qué ha de responder el hijo de un rey a las instancias de un entre m e-tido palaciego?

Ro s e n c ra n t z. ¿ En t remetido me llamáis?Ha m l e t. Sí, señor; entremetido, que, como una esponja, chupa del favo r

del rey las riquezas y la autoridad. Pe ro estas gentes a lo último de su carre r aes cuando sirven mejor al príncipe. El príncipe, semejante al mono, se meteen un rincón de su boca los frutos y así los conserva, y el primero que entró

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es el último que se traga. Cuando el rey necesite lo que tú (que eres una esponja)le hayas chupado, te cogerá, te exprimirá y quedarás enjuto otra vez .

Ro s e n c ra n t z. No comprendo lo que decís.Ha m l e t. Me place en extre m o. Las razones agudas son ronquidos para los

oídos tontos.Ro s e n c ra n t z. Se ñ o r, lo que importa es que nos digáis en dónde está el

cuerpo, y vengáis con nosotros a ver al re y.Ha m l e t. El cuerpo está con el rey; pero el rey no está con el cuerpo. El re y

viene a ser una cosa como. . .Gu i l d e n s t e rn. ¿ Qué cosa, señor?Ha m l e t. Una cosa que no vale nada... Pe ro no digamos más... Vamos a ve r l e .

ESCENA IV

Salon del palacio.

El Re y.

Le he enviado a llamar, y he mandado buscar el cadáve r. ¡Qué peligro s oes dejar en libertad a este mancebo! Pe ro no es posible tampoco ejercer sobreél la severidad de las leyes. Es muy querido de la fanática multitud, cuyos efec-tos se determinan por los ojos, no por la razón, y que en tales casos considerael castigo del delincuente y no el delito. Conviene, para mantener la tran-quilidad, que esta repentina ausencia de Hamlet aparezca como cosa muy deantemano meditada y resuelta. Los males desesperados o son incurables ose alivian con desesperados re m e d i o s .

ESCENA V

El Rey y Ro s e n c r a n t z .

El Re y. ¿ Qué hay? ¿Qué ha sucedido?Ro s e n c ra n t z. No hemos podido lograr que nos diga adónde ha llevado el

c a d á ve r.El Re y. ¿ Pe ro él en dónde está?Ro s e n c ra n t z. Afuera quedó con gente que le guarda, esperando vuestras

ó rd e n e s .El Re y. Traedle a mi pre s e n c i a .

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Ro s e n c ra n t z. Guildenstern, que venga el príncipe.

ESCENA VI

El Re y, Rosencrantz, Hamlet, Guildenstern y criados.

El Re y. Y bien, Hamlet, ¿en dónde está Po l o n i o ?Ha m l e t. Ha ido a cenar.El Re y. ¿A cenar? ¿Ad ó n d e ?Ha m l e t. No adonde pueda comer, sino adonde es comido, entre una

n u m e rosa congregación de gusanos. El gusano es el monarca supremo detodos los comedores. No s o t ros engordamos a los demás animales para engor-darnos, y engordamos a nuestra vez para el gusanillo, que nos come final-mente. El rey gordo y el mendigo flaco son dos platos diferentes, pero los doss i rven a una misma mesa. En esto termina todo.

El Re y. ¡ A h !Ha m l e t. Tal vez un hombre puede pescar con el mismo gusano que ha

comido a un rey y comerse después el pez que se alimentó de aquel gusano.El Re y. ¿Y qué quieres decir con eso?Ha m l e t. Nada más que manifestar cómo un rey puede pasar pro g re s i-

vamente a las tripas de un mendigo.El Re y. ¿ En dónde está Po l o n i o ?Ha m l e t. En el cielo. Enviad a alguno que lo vea, y si vuestro comisionado

no lo encuentra allí, entonces podéis vos mismo irle a buscar a otra part e .Bien que si no le halláis en todo este mes, le oleréis sin duda al subir los esca-lones de la galería.

El Re y. (A los criados.) Id allá a buscarle. (Vanse los criados. )Ha m l e t. No, él no se moverá de allí hasta que vayan por él.El Re y. Este suceso, Hamlet, exige que atiendas a tu propia seguridad,

la cual me interesa tanto como lo demuestra el sentimiento que me causa laacción que has hecho. Conviene que salgas de aquí con toda diligencia.Prepárate, pues. La nave está ya pre venida, el viento es favorable, los com-p a ñ e ros aguardan, y todo está pronto para tu viaje a In g l a t e r r a .

Ha m l e t. ¿A In g l a t e r r a ?El Re y. Sí, Ha m l e t .Ha m l e t. Muy bien.El Re y. Sí, muy bien debe pare c e rte, si has comprendido el fin a que se

encaminan mis deseos.

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Ha m l e t. Yo veo un ángel que los ve... Pe ro vamos a In -glaterra. ¡Adiós, mi querida madre !El Re y. ¿Y tu padre, que te ama, Ha m l e t ?Ha m l e t. Mi madre... Pa d re y madre son marido y mujer: marido y mujer

son una carne misma, conque... adiós, mi madre... Vamos a In g l a t e r r a .

ESCENA VII

El Re y, Rosencrantz y Gu i l d e n s t e r n .

El Re y. Seguidle inmediatamente: instad con viveza su embarco, que nose dilate un punto. Qu i e ro verle fuera de aquí esta noche. Pa rtid. Cuanto esnecesario a esta comisión está sellado y pro n t o. Id, no os detengáis. (Va n s eRo s e n c rantz y Gu i l d e n s t e rn.) Y tú, Inglaterra, si en algo estimas mi amistad(de cuya importancia mi gran poder te avisa), pues aún miras sangrientaslas heridas que recibiste del acero dinamarqués y en dócil temor me pagas tri-butos, no dilates la ejecución de mi suprema voluntad, que por cartas escri-tas a este fin te pido con la mayor instancia la pronta muerte de Hamlet. Suvida es para mí una fiebre ardiente, y tú sola puedes aliviarme. Hazlo así,Inglaterra, y hasta que sepa que descargaste el golpe, por más feliz que mis u e rte sea, no se restablecerán en mi corazón la tranquilidad ni la alegría.

ESCENA VIII

Campo solitario en las fronteras de Di n a m a rc a .

Fo rtimbrás, un Capitán y soldados.

Fo rt i m b r á s. Id, capitán, saludad en mi nombre al monarca danés: decidleque, en virtud de su licencia, Fo rtimbrás pide el paso libre por su reino, segúnse le ha pro m e t i d o. Ya sabéis el sitio de nuestra reunión. Si algo quiere SuMajestad comunicarme, hacedle saber que estoy pronto a ir en persona a darlep ruebas de mi re s p e t o.

El Ca p i t á n. Así lo haré, señor.Fo rt i m b r á s. (A los soldados.) Y vo s o t ros, caminad con paso rápido.

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ESCENA IX

Hamlet, un Capitán, Rosencrantz, Guildenstern y soldados.

Ha m l e t. C a b a l l e ro, ¿de dónde son estas tro p a s ?El Ca p i t á n. De No ruega, señor.Ha m l e t. Y decidme, ¿adónde se encaminan?El Ca p i t á n . Contra una parte de Po l o n i a .Ha m l e t. ¿ Quién las acaudilla?El Ca p i t á n. Fo rtimbrás, sobrino del anciano rey de No ru e g a .Ha m l e t . ¿ Se dirigen contra toda Polonia o sólo a alguna parte de sus fro n-

t e r a s ?El Ca p i t á n. Para deciros sin rodeos la ve rdad, vamos a adquirir una

p o rción de tierra, de la cual, excepto el honor, ninguna otra utilidad puedeesperarse. Si me la diesen arrendada en cinco ducados, no la tomaría, ni piensoque pro d u zca mayor interés al de No ruega ni al polaco, aunque a públicasubasta la ve n d a n .

Ha m l e t. ¿ Sin duda el polaco no tratará de re s i s t i r ?El Ca p i t á n. Antes bien, ha puesto ya en ella tropas que la guard e n .Ha m l e t. ¡ De ese modo el sacrificio de veinte mil hombres y veinte mil

ducados decidirá la posesión de un objeto tan frívolo! Esa es una postema delcuerpo político, nacida de la paz y exc e s i va abundancia, que revienta en loi n t e r i o r, sin que exteriormente se vea la razón por la que el hombre pere c e .Os doy muchas gracias por vuestra cort e s í a .

El Ca p i t á n. Dios os guard e .(Vanse el capitán y los soldados. )

Ro s e n c ra n t z. ¿ Queréis proseguir el camino?Ha m l e t. Presto os alcanzaré. Id adelante un poco.

ESCENA X

Ha m l e t .

Cuantos accidentes ocurren, todos me acusan, excitando a la ve n g a n z ami adormecido aliento. ¿Qué es el hombre cuando funda su mayor felicidady emplea todo su tiempo sólo en dormir y alimentarse? Es un bruto y no más.Aquel que nos formó dotados de tan extenso conocimiento que con él pode-mos ver lo pasado y futuro, no nos dio ciertamente esta facultad, esta razón

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divina, para que estuviera en nosotros sin uso y torpe. Sea brutal negligencia,sea tímido escrúpulo que no se atre ve a penetrar los casos ve n i d e ros (pro c e-der en que hay más parte de cobardía que de prudencia), yo no sé para quéexisto, diciendo siempre: «Tal cosa debo hacer», puesto que hay en mí sufi-ciente razón, voluntad, fuerza y medios para ejecutarla. Por todas partes halloejemplos grandes que me estimulan. Uno de ellos es ese fuerte y numero s oe j é rcito, conducido por un príncipe joven y delicado, cuyo espíritu, impe-lido por una ambición generosa, desprecia la incert i d u m b re de los sucesos yexpone su existencia frágil y mortal a los golpes de la fortuna, a la muerte, alos peligros más terribles; y todo por un objeto de tan leve interés. El ser grandeno consiste en obrar sólo cuando ocurre un gran motivo, sino en saber hallaruna razón posible de contienda, aunque sea pequeña la causa, cuando se tratade adquirir honor. ¿Cómo, pues, permanezco yo en ocio indigno, muerto mip a d re alevosamente, mi madre envilecida... estímulos capaces de excitar mirazón y mi ardimiento, que yacen dormidos? Mientras, para ve r g ü e n z amía, veo la destrucción inmediata de veinte mil hombres, que por un capri-cho, por una estéril gloria, van al sepulcro como a sus lechos, combatiendopor una causa que la multitud es incapaz de compre n d e r, por un terreno queaún no es suficiente sepultura para tantos cadáve res... ¡Oh! de hoy más, ono existirá en mi fantasía idea alguna, o cuantas ideas forme serán sangrien-t a s .

ESCENA XI

Galería del palacio.

La Reina y Ho r a c i o.

La Re i n a. No, no quiero hablar con ella.Ho ra c i o. Ella insiste en ve ros. Está loca, es ve rdad; pero eso mismo debe

e xcitar vuestra compasión.La Re i n a. ¿Y qué pretende? ¿Qué dice?Ho ra c i o. Habla mucho de su padre; dice que el mundo está lleno de mal-

dad; solloza, se lastima el pecho y, airada, trastorna con el pie cuanto encuen-tra al pasar. Pro f i e re razones equívocas en que apenas se halla sentido; pero lamisma extravagancia de ella mueve a los que las oyen a retenerlas, exami-nando el fin con que las dice, y dando a sus palabras una combinación arbi-traria, según la idea de cada uno. Al observar sus miradas, sus mov i m i e n t o s

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de cabeza, su gesticulación expre s i va, llegan a creer que puede haber en ellaalgún asomo de razón. Pe ro nada hay de cierto, sino que se halla en el estadomás infeliz.

La Re i n a. Será bien hablarle, para que mi negativa no esparza conjeturasfatales en aquellos ánimos que todo lo interpretan siniestramente. Hazla ve n i r.(Vase Ho ra c i o.) El más frívolo suceso parece a mi dañada conciencia pre s a g i ode algún grave desastre. Propia es de la culpa esta desconfianza. Tan lleno estás i e m p re de recelos el delincuente, que el temor de ser descubierto hace tal vezque él mismo se descubra.

ESCENA XII

La Reina, Ofelia y Ho r a c i o.

Of e l i a. ¿ En dónde está la hermosa reina de Di n a m a rc a ?La Re i n a. ¿Cómo estás, Of e l i a ?

(Estos versos y todos los que siguen los canta Of e l i a. )

Of e l i a .

¿Cómo el amanteque fiel te sirvade otro cualquierad i s t i n g u i r í a ?Por las ve n e r a sde su esclavina,b o rdón, sombre rocon plumas rizasy su calzadoque adornan cintas.

La Re i n a. ¡ Oh, querida mía! ¿Y a qué propósito viene esa canción?Of e l i a. ¿Eso decís...? Atended a esta:

Mu e rto es ya, señora,m u e rto y no esta aquí.Una tosca piedra

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y al césped del pradoa sus plantas vi,su frente cubrir.

¡Ah!, ¡ah!, ¡ah!(Lanza carc a j a d a s. )

La Re i n a. Sí, pero Of e l i a . . .Of e l i a . Oid, oid.

Blancos paños le ve s t í a n . . .

ESCENA XIII

Dichos y el Re y, que entra.

La Re i n a. ¡ Desgraciada! ¿Veis esto, señor?Of e l i a .

Blancos paños le ve s t í a ncomo la nieve del monte,y al sepulcro le conducenc u b i e rto de bellas flore s ,que en tierno llanto de amorse humedecieron entonces.

El Re y. ¿Cómo estás, graciosa niña?Of e l i a. Buena. Dios os lo pague... Dicen que la lechuza fue antes una

doncella, hija de un panadero1. ¡Ah...! Sabemos lo que somos ahora, pero nolo que podemos ser... Dios vendrá a visitarnos.

El Re y. Alusión a su padre .Of e l i a. Pe ro no, no hablemos más de esto; y si os preguntan lo que sig-

nifica, decid:

Mañana, que es díade grande alegríapues la víspera es de San Ju a n ,

1 Alusión a una vieja leyenda inglesa según la cual Jesucristo entró un día en casa de un panade-ro pidiendo limosna. La hija del dueño se burló de Él, y para castigar su crueldad quedó conver-tida en lechuza.

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en hora tempranayo iré a tu ve n t a n a ,que ese día serás mi galán.Se hallaba dormido,mas presto ve s t i d o ,para abrirle la puerta, bajó.Entró la cuitada;mujer deshonrada,Pe n s a t i va a su casa vo l v i ó .

El Re y. ¡ Ofelia encantadora!Of e l i a. ¿ De veras? No maldigáis: voy a concluir:

De ti, justo cielo,reclamo consuelo,y la Virgen su amparo me dé.Causó mi desgraciatan sólo tu audacia,que, inocente, de ti me fié.Cien veces dijiste,y aleve mentiste,que te ibas conmigo a casar.—Y hubiéralo hechosi, incauta, a mi lechono me hubieras venido a buscar.

El Re y. ¿ Cuánto tiempo ha estado así?Of e l i a. Todo será para bien: debemos tener paciencia; pero, ¿quién no ha

de llorar al ver que lo colocan en tierra fría? Se lo diré a mi hermano; muchasgracias por vuestros buenos consejos. ¡Que venga mi coche! Buenas noches,s e ñ o res; buenas noches, amigas mías; buenas noches, buenas noches.

(Se va. )El Re y. (A Ho ra c i o.) Acompáñala a su cuarto, y haz que la guard e n

bien. Yo te lo ru e g o.

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ESCENA XIV

El Rey y la Re i n a .

El Re y. ¡ Oh! Todo es efecto de un profundo dolor: todo nace de la muert ede su padre; y ahora observo, Ge rt rudis, que cuando los males vienen, no vie-nen esparcidos como espías, sino reunidos en escuadrones. Su padre muert o ,tu hijo ausente (habiendo dado él justo motivo a su destierro), el pueblo alte-rado en tumulto, con dañadas ideas y murmuraciones sobre la muerte delbuen Polonio, cuyo entierro oculto ha sido una gran imprudencia de nues-tra parte. La desdichada Ofelia, fuera de sí, turbada su razón, sin la cual somosvanos simulacros, o comparables sólo a los brutos; y por último (y esto noes menos esencial que todo lo restante), su hermano, que ha venido secre t a-mente de Francia, y en medio de tan extraños casos, se oculta entre som-bras misteriosas; sin que falten lenguas maldicientes que envenenen sus oídoshablándole de la muerte de su padre. Ni en tales discursos, a falta de noticiasseguras, dejaremos de ser citados continuamente de boca en boca. Todos estosafanes juntos, mi querida Ge rt rudis, como una máquina destructora que sedispara, me dan muchas muertes a un tiempo.

(Suena a lo lejos un rumor confuso, que se va aumentando durante la escenas i g u i e n t e. )

La Re i n a. ¡ A y, Dios! ¿Qué estruendo es éste?

ESCENA XV

El Re y, la Reina y un Caballero.

El Re y. ¿ En dónde está mi guardia...? Acudid... defended las puert a s . . .¿ Qué es esto?

El Ca b a l l e ro. Huid, señor. El Océano, sobrepujando sus términos, notraga las llanuras con ímpetu más espantoso que el que manifiesta el jove nL a e rtes, ciego de furo r, venciendo la resistencia que le oponen vuestros sol-dados. El pueblo le apellida señor; y como si ahora comenzase a existir elmundo, la antigüedad y la costumbre (apoyos y seguridad de todo buengobierno) se olvidan y se desconocen. Gritan por todas partes: «No s o t ros ele-gimos por rey a Laertes.» Los sombre ros arrojados al aire, las manos y las len-guas le aplauden, llegando a las nubes la voz general que repite: «¡Laertes será

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n u e s t ro rey! ¡Vi va Laert e s ! »La Re i n a. ¡Con qué alegría sigue ladrando esa traílla pérfida el rastro mal

s e g u ro en que va a perd e r s e !El Re y. Ya han roto las puert a s .

ESCENA XVI

L a e rtes, el Re y, la Re i n a , soldados y el pueblo.

L a e rt e s. ¿ En dónde está el rey? (Volviéndose hacia la puerta por donde hae n t ra d o, detiene a los conjurados que le acompañan y hace que se re t i re n. )Vo s o t ros, quedaos todos afuera.

Vo c e s. No, entre m o s .L a e rt e s. Yo os pido que me dejéis.Vo c e s. Bien, bien está. (Se re t i ra n. )L a e rt e s. Gracias, señores. Gu a rdad las puertas... (Dirigiéndose al re y.) Y

tú, indigno, ven, dame a mi padre .La Re i n a. Menos ard o r, querido Laert e s .L a e rt e s. Si hubiese en mí una gota de sangre con menos ard o r, me decla-

raría hijo espúreo; infamaría de cornudo a mi padre e imprimiría sobre laf rente limpia y casta de mi madre honestísima la nota infame de pro s t i t u t a .

El Re y. Pe ro, Laertes, ¿cuál es el motivo de tan atrevida rebelión...? Déjale,Ge rt rudis, no le contengas... no temas nada contra mí. Existe una fuerz adivina que defiende a los re yes; la traición no puede penetrar hasta ellos, y vemalogrados todos sus designios... Dime, Laertes: ¿por qué estás tan airado. . . ?Déjale, Ge rt rudis... (A Laert e s.) Habla tú.

L a e rt e s. ¿ En dónde está mi padre ?El Re y. Mu r i ó .La Re i n a. Pe ro no le ha muerto el re y.El Re y. Déjale preguntar cuanto quiera.L a e rt e s. ¿Y cómo ha sido su muerte...? No, a mí no se me engaña. Váyase

al infierno la fidelidad, llévese el más negro demonio los juramentos de va s a-llaje, sepúltense la conciencia, la esperanza y la salvación, en el abismo másp ro f u n d o... La condenación eterna no me horroriza; suceda lo que quiera, niéste ni el otro mundo me importan nada... Sólo aspiro, y este es el punto enque insisto, sólo aspiro a dar completa venganza a mi difunto padre .

El Re y. ¿Y quién te lo puede estorbar?L a e rt e s. Mi voluntad sola, y no todo el unive r s o. Y en cuanto a los medios

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de que he de valerme, yo sabré economizarlos de suerte que un pequeñoe s f u e rzo pro d u zca efectos grandes.

El Re y. Buen Laertes, si deseas saber la ve rdad acerca de la muerte de tuamado padre, ¿está escrito acaso por esto en tu venganza que hayas de atro-pellar sin distinción amigos y enemigos, culpados e inocentes?

L a e rt e s . No, sólo a mis enemigos.El Re y. Querrás, sin duda, conocerlos.L a e rt e s. ¡ Oh! A mis buenos amigos los recibiré con los brazos abiertos, y,

semejante al pelícano amoroso, los alimentaré, si necesario es, con mi pro p i as a n g re .

El Re y. Ahora has hablado como buen hijo y como caballero. Laert e s ,ni tengo culpa en la muerte de tu padre, ni ninguno ha sentido como yo sudesgracia. Esta ve rdad deberá ser tan clara a tu razón como a tus ojos la luzdel día.

Vo c e s. Dejadla entrar.(Ruido y voces dentro. )

L a e rt e s. ¿ Qué novedad... qué ruido es éste?

ESCENA XVII

El Re y, la Reina, Laertes, Ofelia y acompañamiento.

(Ofelia entra vestida de blanco, el cabello suelto y una guirnalda en lacabeza, hecha de paja y flores silve s t res, tra yendo en el faldellín muchas flores yh i e r b a s. )

L a e rt e s. ¡ Oh, calor, abrasa mi cere b ro! ¡Lágrimas en extremo cáusticas,consumid la potencia y la sensibilidad de mis ojos! Por los cielos te juro, her-mana, que esa demencia tuya será pagada por mí con tal exceso, que el pesodel castigo tuerza el fiel y baje la balanza... ¡Oh, rosa de mayo! ¡Amableniña! ¡Mi querida Ofelia! ¡Mi dulce hermana...! ¡Oh, cielos! ¿Y es posible queel entendimiento de una tierna joven sea tan frágil como la vida del viejod e c r é p i t o...? Pe ro el amor, cuando es puro, exhala la parte más preciosa de suesencia en pos del objeto amado.

Of e l i a ( C a n t a . )

L l e v á ronle en su ataúd

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con el ro s t ro descubiert o¡ A y, triste de mí!Y sobre su sepulturamuchas lágrimas llov i e ro n .¡ A y, triste de mí!Adiós, querido mío, adiós.

L a e rt e s. Si gozando de tu razón me incitaras a la venganza, no me con-m overías tanto como al ve rte así.

Of e l i a. Debéis cantar aquello de:

Abajito está;llámele, señor, que abajito está.

¡ A y, qué a propósito viene el estribillo...! El pícaro del mayo rdomo fue elque robó a la señora.

L a e rt e s. Esas palabras de locura producen mayor efecto en mí que el másc o n c e rtado discurso.

Of e l i a. Aquí traigo ro m e ro, que es bueno para la memoria. (A Laert e s . )Toma, amigo, para que te acuerdes... Y aquí hay trinitarias, que son para losp e n s a m i e n t o s .

L a e rt e s. Aun en medio de su delirio quiere aludir a los pensamientos quela agitan y a sus memorias tristes.

Of e l i a. (A la Re i n a.) Aquí hay hinojo para vos, y palomillas y hierbasantapara vos también, y este poquito es para mí... No s o t ros podemos llamarlahierbasanta del domingo... vos la usaréis con la distinción que os parezc a . . .(Al Re y.) Ésta es una margarita... Bien os quisiera dar algunas violetas; perotodas se marc h i t a ron cuando murió mi padre. Dice que tuvo un buen fin.

Un solitariode plumas va r i ome da placer.

L a e rt e s. Ideas funestas, aflicción, pasiones terribles, los horro res del infiernomismo, todo en su boca es gracioso y suave .

Ofelia ( C a n t a . )Nos deja, se va ,

y no ha de vo l ve r.

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No, que ya murió,no vendrá otra vez . . .Su barba era nieve ,su pelo también.Se fue, ¡doloro s ap a rtida! se fue.En vano exhalamoss u s p i ros por él.Los cielos piadososdescanso le den.

A él y a todas las almas cristianas. Dios lo quiera.. Se ñ o res, adiós.(Se va. )

ESCENA XVIII

El Re y, la Reina y Laert e s .

L a e rt e s. ¡ Veis esto, Dios mío!El Re y. Y debo tomar parte en tu aflicción, Laertes: no me niegues este

d e re c h o. Óyeme aparte. Elige entre los más prudentes de tus amigos aque-llos que te parezca. Que nos oigan a entrambos, y juzguen. Si por mí pro-pio o por mano ajena resulto culpado, mi reino, mi corona, mi vida,cuanto puedo llamar mío, todo te lo daré para satisfacerte. Si no hay culpaen mí, deberé contar otra vez con tu obediencia, y unidos ambos, buscare-mos los medios de aliviar tu dolor.

L a e rt e s . Hágase lo que decís... La arrebatada muerte de mi padre, su oscurofuneral, sin trofeos, armas ni escudos sobre el cadáve r, sin debidos honore s ,sin decorosa pompa, todo, todo está clamando del cielo a la tierra por un exa-men, el más riguro s o.

El Re y. Tú lo obtendrás, y la guadaña terrible de la justicia caerá sobreel que fuere delincuente. Ven conmigo.

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ESCENA XIX

Sala en casa de Ho r a c i o.

Horacio y un Cr i a d o.

Ho ra c i o. ¿ Quiénes son los que quieren hablar?El Cr i a d o. Unos marineros, que, según dicen, os traen cart a s .Ho ra c i o. Hazlos entrar. (Vase el criado.) No sé de qué parte del mundo

pueda nadie escribirme, como no sea Hamlet, mi señor.

ESCENA XX

Horacio y dos Ma r i n e ro s .

Ma r i n e ro 1.º Dios te guard e .Ho ra c i o. Y a vos también.Ma r i n e ro 1.º Así lo hará si es su voluntad. Estas cartas del embajador que

se embarcó para Inglaterra vienen dirigidas a vos, si os llamáis Horacio, comonos han dicho.

Ho ra c i o. (Lee la cart a.) «Horacio, luego que hayas leído ésta, dirigirás esosh o m b res al re y, para el cual les he dado una carta. Apenas llevábamos dos díasde navegación, cuando empezó a darnos caza un buque pirata muy biena r m a d o. Viendo que nuestro navío era poco ve l e ro, nos vimos precisados aapelar al va l o r. Llegamos al abordaje: yo salté el primero en la embarc a c i ó nenemiga, que al mismo tiempo logró desaferrarse de la nuestra, y, por con-siguiente, me hallé solo y prisionero. Los piratas se han portado conmigocomo ladrones compasivos; pero ya sabían lo que hacían, y se lo he pagadomuy bien. Haz que el rey reciba las cartas que le envío, y tú ven a ve r m econ tanta diligencia como si huyeras de la muerte. Tengo unas cuantaspalabras que decirte al oído, que te dejarán atónito; aunque todas ellas noserán suficientes para expresar la importancia del caso. Estos buenos hom-b res te conducirán hasta aquí. Rosencrantz y Guildestern siguieron su caminoa Inglaterra. Mucho tengo que decirte de ellos. Adiós. Tu yo siempre . —Ha m-l e t.» (A los marinero s.) Vamos. Yo os introduciré para que presentéis esasc a rtas. Conviene hacerlo pronto, a fin de que me llevéis después adonde quedael que os las entre g ó .

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ESCENA XXI

Gabinete del re y.

El Rey y Laertes; luego, un guard i a .

El Re y. Sin duda tu rectitud aprobará mi descargo, y me darás un lugaren el corazón como a tu amigo, después que has oído con pruebas eviden-tes que el matador de tu noble padre conspiraba contra mi vida.

L a e rt e s. Claramente se manifiesta... Pe ro decidme: ¿por qué no pro c e d é i scontra excesos tan graves y culpables, cuando vuestra prudencia, vuestra pro-pia seguridad, todas las consideraciones juntas, deberían exc i t a ros part i c u-larmente a re p r i m i r l o s ?

El Re y. Por dos razones que, aunque tal vez las juzgues débiles, para míhan sido muy poderosas. Una es que la reina su madre vive pendiente casi desus miradas, y al mismo tiempo (sea desgracia o felicidad mía) tan estre c h a-mente unió el amor mi vida y mi alma a la de mi esposa, que así como losa s t ros no se mueven sino dentro de su propia esfera, así en mí no hay mov i-miento alguno que no dependa de la voluntad de ella. La otra razón por laque no puedo proceder contra el agresor públicamente, es el gran cariño quele tiene el pueblo; el cual, como las fuentes cuyas aguas convierten los tro n-cos en piedras, bañando en su afecto las faltas del príncipe, convierte engracias todos sus ye r ros. Mis flechas no pueden dispararse con tal violenciaque resistan a huracán tan fuerte; y sin tocar el punto a que las dirija, se vo l-verán otra vez al arc o.

L a e rt e s. Así será, pero, mientras tanto, yo he perdido a un ilustre padre yhallo a una hermana en la más deplorable situación... Una hermana cuyomérito (si alcanza el elogio a lo que ya no existe) se levantó sobre lo más sublimede su siglo, por las raras prendas que en ella se admiraron juntas... Pe ro ya lle-gará, ya llegará el tiempo de mi ve n g a n z a .

El Re y. Ese cuidado no debe interru m p i rte el sueño, ni has de pre s u m i rque yo esté formado de materia tan insensible y dura que me deje tirar de labarba y lo tome a fiesta... Presto te informaré de lo demás. Basta decirte queamé a tu padre, que nosotros nos amamos también, y que espero darte a cono-cer la... (Viendo entrar a un guard i a.) ¿Qué noticias traes?

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ESCENA XXII

El Re y, Laertes y un Gu a rd i a .

El Gu a rd i a. Se ñ o r, ved aquí cartas del príncipe. Ésta es para Vuestra Ma j e s-tad, y ésta para la reina. (Da unas cartas al re y. )

El Re y. ¡ De Hamlet...! ¿Quién las ha traído?El Gu a rd i a. Dicen que unos marineros, yo no los he visto. Horacio, que

las recibió del que las trajo, es el que me las ha entregado a mí.El Re y. Oirás lo que dicen, Laertes. (Al guard i a .) Déjanos solos.

ESCENA XXIII

El Rey y Laert e s .

El Re y. (L e yendo una cart a.) «Alto y poderoso señor, os hago saber cómo hellegado desnudo a vuestro re i n o. Mañana os pediré permiso de ver vuestra pre-sencia real; y entonces, mediante vuestro perdón, os diré la causa de mi extrañay repentina vuelta.—Ha m l e t.» ¿Qué quiere decir esto? ¿Se habrán vueltolocos los otros también, o hay alguna equivocación, o acaso todo es falso?

L a e rt e s. ¿Conocéis la letra?El Re y. (Examinando con atención la cart a.) Sí, es de Hamlet. De s n u d o. . .

y en una enmienda que hay aquí dice: solo... ¿Qué puede ser esto?L a e rt e s. Yo nada alcanzo... Pe ro dejadle ve n i r, que ya siento encenderse

en nuevas iras mi corazón... Sí, yo viviré, y le diré en su cara: «Tú lo hiciste,y fue de esta manera.»

El Re y. Si así piensas hacerlo, ¿quieres dirigirte por mí, Laert e s ?L a e rt e s. Sí, señor, como no procuréis inclinarme a la paz.El Re y. A tu propia paz, no a otra ninguna. Si él vuelve ahora disgus-

tado de este viaje y rehúsa comenzarle de nuevo, yo le ocuparé en una empre s aque medito, en la cual perecerá sin duda. Esta muerte no excitará la más leveacusación; su madre misma absolverá el hecho, juzgándolo casual.

L a e rt e s. Seguiré en todo vuestras ideas, y mucho más si disponéis que yosea el instrumento que las ejecute.

El Re y. Todo se prepara bien... Desde que te fuiste se ha habladomucho de ti delante de Hamlet, por una habilidad en que dicen que sobre-sales. Las demás que tienes no mov i e ron tanto su envidia como esta sola, que,en mi opinión, ocupa el último lugar.

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L a e rt e s. ¿Y qué habilidad es, señor?El Re y. Un mero adorno de la juventud, pero me le es muy necesario;

puesto que así son propios de la juventud los adornos ligeros y alegres, comode la edad madura las ropas y pieles que se viste por abrigo y decencia...Dos meses ha que estuvo aquí un caballero de Normandía... Yo conozco alos franceses muy bien, he militado contra ellos, y son por cierto admira-bles jinetes; pero el galán de quien hablo era un prodigio en esto. Pa recía habernacido sobre la silla, y hacía ejecutar al caballo tan admirables mov i m i e n t o scomo si él y su valiente bruto formasen un cuerpo solo; y tanto excedió a misideas, que todas las formas y actitudes que yo pude imaginar no llegaron a loque él hizo.

L a e rt e s. ¿ Decís que era normando?El Re y. Sí, normando.L a e rt e s. Ese es Lamond, sin duda.El Re y. El mismo.L a e rt e s. Le conozco bien, y es la joya más preciosa de su nación.El Re y. Pues éste, hablando de ti públicamente, te llenaba de elogios

por tu inteligencia y ejercicio en la esgrima y la bondad de tu espada en ladefensa y el ataque; tanto, que dijo que sería un espectáculo admirableve rte lidiar con otro de igual mérito, si pudiera hallarse; aunque, según ase-guraba él mismo, los más diestros de su nación carecían de agilidad para lasestocadas y los quites cuanto tú esgrimías con ellos. Este informe irritó la envi-dia de Hamlet, y en nada pensó desde entonces sino en solicitar con instan-cia tu pronto re g reso para batallar contigo. Fuera de eso. . .

L a e rt e s. ¿Y qué queréis decir con eso, señor?El Re y. L a e rtes, ¿amaste a tu padre, o eres como las figuras de un lienzo

que aparentan tristeza en el semblante cuando les falta un corazón?L a e rt e s. ¿ Por qué lo pre g u n t á i s ?El Re y. No porque piense que no amabas a tu padre, sino porque sé

que el amor está sujeto al tiempo, y que el tiempo extingue su ardor y sus cen-tellas, según me lo hace ver la experiencia de los sucesos. Existe en medio dela llama de amor una mecha o pábilo que la destru ye al fin: nada perma-nece en un mismo grado de bondad constantemente, pues la misma saluddegenerando en plétora, perece por su propio exc e s o. Cuanto nos pro p o n e-mos hacer debería ejecutarse en el instante mismo en que lo deseamos, por-que la voluntad se altera fácilmente, se debilita y se entorpece, según laslenguas, las manos y los accidentes que se atraviesen; y entonces el estéril deseoes semejante a un suspiro que, exhalando pródigo el aliento, causa daño en

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vez de dar alivio... Pe ro toquemos en lo vivo de la herida. Hamlet vuelve . . .¿ Qué acción emprenderías tú para manifestar con obras más que con pala-bras que eres digno hijo de tu padre ?

L a e rt e s. ¿ Qué haría? Cortarle la cabeza, aunque fuese dentro de una igle-s i a .

El Re y. C i e rto que no debería un homicida hallar asilo en parte alguna,ni reconocer límites una justa venganza. Pe ro, buen Laertes, limítate ahacer lo que te diré. Permanece oculto en tu casa. Cuando llegue Ha m l e t ,sabrá que tú has ve n i d o. Yo le haré acompañar por algunos que, alabando tud e s t reza, den un nuevo lustre a los elogios que hizo de ti el francés. Al fin, lle-garéis a ve ros; se harán apuestas en favor de uno y otro... Él, que es descui-dado, generoso, incapaz de toda malicia, no reconocerá los floretes; de suert e ,que te será muy fácil, con poca sutileza que uses, elegir una espada sin botón,y en cualquiera de los asaltos tomar satisfacción de la muerte de tu padre .

L a e rt e s. Así lo haré, y a ese fin quiero envenenar la espada con ciert oungüento que compre a un brujo; de cualidad tan mortífera, que, mojandoun cuchillo en él, dondequiera que haga sangre introduce la muerte, sinque haya emplasto eficaz que pueda evitarla, por más que se componga decuantos simples medicinales crecen debajo de la luna. Yo bañaré la puntade mi espada en este veneno para que, apenas le toque, muera.

El Re y. Reflexionemos más sobre esto... Examinemos qué ocasión, quémedios serán más oportunos a nuestro engaño: porque si tal vez se malo-gra, y, equivocada la ejecución, se descubren los fines, valiera más no haberloe m p re n d i d o. Conviene, pues, que este proyecto vaya sostenido con otrosegundo, capaz de asegurar el golpe cuando por el primero no se consiga.(Pe n s a t i vo.) Espera... Déjame ver si... Ha remos una apuesta solemne sobrevuestra habilidad y... Sí, ya hallé el medio. Cuando con la agitación os sintáisacalorados y sedientos, él pedirá de beber, y yo te tendré pre venida expre s a-mente una copa, así que, sólo al gustarla, aunque haya podido librarse de tuespada, ve remos cumplido nuestro deseo. (Suena un ruido dentro.) Pe ro. . .calla... ¿Qué ruido se escucha?

(En t ra la re i n a. )

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ESCENA XXIV

La Reina, el Rey y Laert e s .

El Re y. (A su esposa.) ¿Qué ocurre de nuevo, amada Ge rt ru d i s ?La Re i n a. Una desgracia va siempre pisando las ropas de otra: tan

inmediatas caminan. Laertes, tu hermana acaba de ahogarse.L a e rt e s. ¡Ahogada...! ¿En dónde...? ¡Cielos!La Re i n a. Donde hallaréis un sauce que crece a las orillas de un arroyo ,

repitiendo en las ondas cristalinas la imagen de sus hojas pálidas. Allí se enca-minó fantásticamente coronada de ranúnculos, ortigas, margaritas y luengasf l o res purpúreas que entre los sencillos labradores se reconocen bajo una deno-minación grosera y las modestas doncellas llaman «dedos de muert o »2. Lle-gada que fue, se quitó la guirnalda, y queriendo subir a suspenderla de laspendientes ramas, se tronchó un vástago envidioso, y cayó al torrente fatalella y todos sus adornos rústicos. Las ropas, huecas y extendidas, la lleva ro nun rato sobre las aguas, semejante a una sirena, y en tanto iba cantando peda-zos de canciones antiguas, como ignorante de su desgracia, o como criada ynacida en aquel elemento. Pe ro no era posible que se mantuviese así pormucho tiempo... Las vestiduras, pesadas ya con el agua que absorbían, arre-b a t a ron a la infeliz, interrumpiendo su canto dulcísimo la muert e .

L a e rt e s. ¿Y al fin se ahogó? ¡Mísero de mí!La Re i n a. Sí, se ahogó, se ahogó.L a e rt e s. ¿ Para qué aumentar las aguas de ese arroyo con las lágrimas de

mis ojos?... (Ll o ra .) Pe ro luego que este llanto se vierta, nada quedará en míde femenil ni de cobarde... Adiós, señores... Mis palabras de fuego ard e r í a nen llamas si no las apagasen estas lágrimas imprudentes. (Se va. )

El Re y. Sigámosle, Ge rt rudis, que después de haberme costado tanto apla-car su cólera, temo ahora que esta desgracia no la irrite otra vez. Convienes e g u i r l e .

2 Orquídeas. El fúnebre nombre al que alude Shakespeare obedece a la especial forma de su raíz,compuesta de dos bulbos, y a sus virtudes afrodisíacas. En algunas especies, las raíces son pálidasy palmeadas.

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A C TO V

ESCENA I

Cementerio junto a una iglesia.

Dos Se p u l t u re ro s .

Se p u l t u re ro 1.º ¿Y ha de sepultarse en tierra sagrada la que deliberada-mente ha conspirado contra su propia salva c i ó n ?

Se p u l t u re ro 2.º Dígote que sí; conque abre presto el hoyo. La justiciaha reconocido ya el cadáve r, y ha dispuesto que se la entierre en sagrado.

Se p u l t u re ro 1.º Yo no entiendo cómo puede ser eso... Aun si se hubieraahogado haciendo esfuerzos para librarse, anda con Di o s .

Se p u l t u re ro 2.º Así han juzgado que fue.Se p u l t u re ro 1.º No, eso fue se offendendo; no puede haber sido de otra

manera, porque... ve aquí el punto de la dificultad. Si yo me ahogo vo l u n-tariamente, esto arguye por descontado una acción, y toda acción consta det res partes, que son: hacer, obrar y ejecutar, de donde se infiere que ella seahogó vo l u n t a r i a m e n t e .

Se p u l t u re ro 2.º No tal... Pe ro óigame el señor cava d o r.Se p u l t u re ro 1.º No, deja, yo te diré. Mira, aquí está el agua. Bien. Aq u í

esta un hombre. Muy bien... Pues señor, si este hombre va y se mete dentrodel agua, se ahoga a sí mismo; porque por fas o por nefas, ello es que él va .Pe ro entiende a lo que digo. Si el agua viene hacia él y le sorprende y le ahoga,entonces no se ahoga él por sí pro p i o... Luego, el que no desea su muerte, nose acorta la vida.

Se p u l t u re ro 2.º ¡Y qué! ¿Hay leyes para eso?Se p u l t u re ro 1.º Ya se ve que las hay, y por ellas se guía el juez que examina

estos casos.Se p u l t u re ro 2.º ¿ Qu i e res que te diga la ve rdad? Pues mira si la muerta no

fuese una señora, yo te aseguro que no la enterrarían en sagrado.Se p u l t u re ro 1.º En efecto, dices bien, y es mucha lástima que los grandes

personajes hayan de tener en este mundo privilegio especial, entre todos los

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demás cristianos, para ahogarse y ahorcarse y cuando quieran, sin quenadie les diga nada... Vamos allá con el azadón... (Pónense los dos a abriruna sepultura en medio de la escena, sacando la tierra con espuertas, y entreellas calave ras y huesos.) Ello es que no hay caballeros de nobleza más anti-gua que los jard i n e ros, los sepulture ros y los cava d o res, que son los que ejer-cen la profesión de Ad á n .

Se p u l t u re ro 2.º Pues qué, ¿Adán fue caballero ?Se p u l t u re ro 1.º ¡ Toma! Como que fue el primero que llevó armas... Pe ro

voy a hacerte una pregunta, y si no me respondes a cuento has de confesarque eres un...

Se p u l t u re ro 2.º Ad e l a n t e .Se p u l t u re ro 1.º ¿ Quién es el que constru ye edificios más fuertes que los

que hacen los albañiles y los carpinteros de casas y navíos?Se p u l t u re ro 2.º El que hace la horca, porque esta fábrica sobre v i ve a mil

i n q u i l i n o s .Se p u l t u re ro 1.º Agudo eres, por vida mía. Buen edificio es la horca; pero

¿por qué es buena? Es buena para los que hacen mal. Ahora bien; tú hacesmal en decir que la horca es fábrica más fuerte que una iglesia: por lo cual,la horca podría ser buena para ti... Pe ro vo l vamos a la pre g u n t a .

Se p u l t u re ro 2.º ¿ Cuál es el que hace habitaciones más durables que lasque hacen los albañiles, los carpinteros de casas y navíos?

Se p u l t u re ro 1.º Sí, dímelo de una vez y sales de apuro.Se p u l t u re ro 2.º Allá voy.Se p u l t u re ro 1.º Ve a m o s .Se p u l t u re ro 2.º ¡ Voto va! No caigo.Se p u l t u re ro 1.º Vaya, no te rompas la cabeza sobre ello. Eres un burro

l e rdo que no saldrá de su paso por más que le apaleen. Cuando te hagan estap regunta has de responder: «El sepulture ro.» ¿No ves que las casas que él haceduran hasta el día del Juicio? Anda, ve a la taberna y tráeme un buen va s o.

(Sale el Se p u l t u re ro 2.º)

ESCENA II

Hamlet, Horacio y Se p u l t u re ro 1.º

Se p u l t u re ro 1.º (Cantando mientras cava .)

Yo amé en mis primeros años

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con todo mi corazón,p e ro no llegué a casarmepor falta de vo c a c i ó n .

Ha m l e t. ¡ Qué poco siente ese hombre lo que hace, que abre una sepul-tura y canta al mismo tiempo!

Ho ra c i o. La costumbre le ha hecho ya familiar esa ocupación.Ha m l e t. Así es la ve rdad. La mano que no trabaja es la que tiene más deli-

cado el tacto.Se p u l t u re ro 1.º (Ca n t a n d o. )

Luego la ve j ez art e r acon sus zarpas me agarró,a r rojándome a la fosacual si fuese tierra yo.

(Saca una calave ra de la fosa.)Ha m l e t. Esa calavera tendría lengua en otro tiempo, y con ella podría

también cantar... ¡Cómo la tira al suelo el tunante, cual si fuese la quijada conque hizo Caín el primer homicidio...! Y la que está maltratando ahora eseb ruto pudo ser muy bien la cabeza de algún estadista, que acaso pre t e n d i óengañar al cielo mismo. ¿No te pare c e ?

Ho ra c i o. Qu i z á .Ha m l e t. O la de algún cortesano que diría: «Felicísimos días, señor exc e-

l e n t í s i m o. ¿Cómo va de salud, mi venerado señor?...» Pudiera también serla del caballero Fulano, que hacía grandes elogios del potro del caballeroZutano para pedírselo prestado después. ¿No es ve rd a d ?

Ho ra c i o. Sí, señor.Ha m l e t. Y ahora está en poder del señor gusano, estropeada y hecha peda-

zos por el azadón de un sepulture ro. Grandes re voluciones verían aquí si tuvié-semos ingenio para observarlas. Pe ro, ¿costó acaso tan poco la formación deestos huesos a la naturaleza, que hayan de servir para que esa gente se diviert ajugando con ellos a los bolos? ¡Oh! Mis huesos se estremecen al considerarlo.

Se p u l t u re ro 1.º (Ca n t a n d o. )

Una pala y una azada,un lienzo para envo l ve ry un hoyo como moradadebe este huésped tener.

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(Saca otra calave ra. )Ha m l e t. Y esa otra, ¿por qué no podría ser la calavera de un abogado. . . ?

¿ Adónde se fueron sus equívocos y sutilezas, sus litigios, sus interpre t a c i o n e s ,sus embrollos? ¿Por qué sufre ahora que ese bribón gro s e ro le golpee con elazadón lleno de barro y no presenta una demanda contra él? Éste sería quizá,mientras vivió, un gran comprador de tierras, con sus obligaciones, re c o n o-cimientos, transacciones, seguridades mutuas, pagos, recibos... Ve aquí elarriendo de sus arriendos y el cobro de sus cobranzas: todo ha venido a pararen una calavera llena de lodo. Los títulos de los bienes que poseyó cabríandifícilmente en su ataúd; y no obstante eso, todas las fianzas y seguridadesre c í p rocas de sus adquisiciones no le han podido asegurar otra posesión quela de un espacio pequeño, capaz de cubrirse con un par de escrituras... ¡Oh !Y a su opulento here d e ro tampoco le quedará más.

Ho ra c i o. Ve rdad es, señor.Ha m l e t. ¿ No se hacen los pergaminos de piel de carnero ?Ho ra c i o. Sí, señor, y de piel de ternera también.Ha m l e t. Pues dígote que son más irracionales que las terneras y los car-

n e ros los que fundan su felicidad en la posesión de tales pergaminos... Voya trabar conversación con este hombre. (Al sepulture ro.) Oye, tú: ¿de quién esesa fosa?

Se p u l t u re ro 1.º Mía, señor(Ca n t a. )

Y un hoyo como moradadebe este huésped tener.

Ha m l e t. Sí, ya creo que es tuyo, porque estás ahora dentro de él... Pe ro lasepultura es para los muertos, no para los vivos: conque has mentido.

Se p u l t u re ro 1.º Como es una mentira viviente, os la devuelvo.Ha m l e t. ¿ Para qué hombre cavas esa sepultura?Se p u l t u re ro 1.º No es para un hombre, señor.Ha m l e t. Pues bien, ¿para qué mujer?Se p u l t u re ro 1º Tampoco es para una mujer.Ha m l e t. ¿ Pues qué es lo que ha de enterrarse ahí?Se p u l t u re ro 1.º Un cadáver que fue mujer; pero ya murió...Ha m l e t. (Ap a rt e.) ¡Qué taimado es! Hablémosle clara y sencillamente,

p o rque si no es capaz de confundirnos con sus equívocos. De tres años a estap a rte he observado cuánto se va sutilizando la época en que vivimos... Po rvida mía, Horacio, que ya el villano sigue tan de cerca al caballero, que muy

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p ronto le desollará el talón. ¿Cuánto tiempo ha que eres sepulture ro ?Se p u l t u re ro 1.º Toda mi vida, se puede decir. Yo comencé el oficio el

día que nuestro último rey Hamlet venció a Fo rt i m b r á s .Ha m l e t. ¿Y cuánto tiempo hace de eso?Se p u l t u re ro 1.º ¡ Toma! ¿No lo sabéis? Pues hasta los chiquillos os lo dirán.

Eso sucedió el mismo día en que nació el joven Hamlet, el que está loco yse ha ido a In g l a t e r r a .

Ha m l e t. ¡ Oiga! ¿Y por qué se ha ido a In g l a t e r r a ?Se p u l t u re ro 1.º Po rque... porque está loco, y allí recobrará su juicio. Y si

no lo recobra, poco import a .Ha m l e t. ¿ Por qué?Se p u l t u re ro 1.º Po rque en Inglaterra todos son tan locos como él, y no

será re p a r a d o.Ha m l e t. ¿Y cómo ha sido eso de vo l verse loco?Se p u l t u re ro 1.º De un modo muy raro, según dicen.Ha m l e t. ¿ De qué modo raro ?Se p u l t u re ro 1.º Habiendo perdido el entendimiento.Ha m l e t. ¿Y sobre qué?Se p u l t u re ro 1.º So b re Di n a m a rca... Yo soy enterrador, y lo he sido de

chico y de grande por espacio de treinta años.Ha m l e t. ¿ Cuánto tiempo puede estar enterrado un hombre sin

c o r ro m p e r s e ?Se p u l t u re ro 1.º Si no estaba ya podrido antes de morir (como nos sucede

todos los días con muchos cuerpos delicados, que no hay por dónde asirlos),podrá durar cosa de ocho o nueve años. Un curtidor durará nueve años segu-r a m e n t e .

Ha m l e t. ¿Y qué tiene el curtidor más que otro cualquiera?Se p u l t u re ro 1.º Tiene un pellejo tan curtido por su ejercicio, que puede

resistir mucho tiempo el agua; y el agua, señor, es la cosa que más pronto des-t ru ye a cualquier muert o. He aquí una calavera que ha estado debajo de tie-rra veintitrés años.

Ha m l e t. ¿ De quién es?Se p u l t u re ro 1.º ¡ De un hideputa loco...! ¿De quién os parece que será?Ha m l e t. Yo... ¿cómo he de saberlo?Se p u l t u re ro 1.º ¡ Mala peste en él y en sus travesuras...! Una vez me echó

un frasco de vino del Rhin por los cabezones... Se ñ o r, esta calavera es la cala-vera de Yorick, el bufón del re y. (Le da una calave ra .)

Ha m l e t. ¿ É s t a ?

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Se p u l t u re ro 1.º La misma.Ha m l e t. (Ex a m i n á n d o l a.) ¡Ah, pobre Yorick...! Yo le conocí, Ho r a c i o. . .

Era un hombre sumamente gracioso, y de la más fecunda imaginación. Mea c u e rdo que siendo yo niño me llevó mil veces sobre sus hombros... y ahorasu vista me llena de horro r, y oprimido mi pecho palpita. Aquí estuviero naquellos labios donde yo di besos sin número... ¿Qué se hicieron tus burlas,tus brincos, tus cantares, y aquellos chistes repentinos que de ordinario ani-maban la mesa con alegre estrépito? Ahora, falto ya enteramente de múscu-los, ni aún puedes re í rte de tu propia deformidad... Entra en el tocador dealguna de nuestras damas, y dile a ella, para excitar su risa, que, por másque se ponga una pulgada de afeite en el ro s t ro, al fin ha de experimentar estamisma transformación... (Ti ra la calave ra al montón de tierra inmediato a las e p u l t u ra.) Dime una cosa, Ho r a c i o.

Ho ra c i o. ¿ Qué es, señor?Ha m l e t. ¿ Crees tú que Alejandro, metido debajo de tierra, ha tenido

esa forma horrible?Ho ra c i o. C i e rto que sí.Ha m l e t. ¿Y exhalaría ese mismo hedor?Ho ra c i o. Sin diferencia alguna.

( El sepulture ro 1.º acaba la exc a vación, sale de la sepultura y se pasea porel fondo del teatro. Viene después el sepulture ro 2.o, que trae el vino. Beben yhablan entre sí, permaneciendo re t i rados hasta la escena siguiente, como loindica el diálogo. )

Ha m l e t. ¡ En qué viles usos hemos de parar, Ho r a c i o...! ¿Por qué no ha depoder la imaginación seguir las ilustres cenizas de Alejandro hasta encontrarlastapando la boca de algún barril de cervez a ?

Ho ra c i o. A fe que sería una exc e s i va curiosidad ir a examinarlo.Ha m l e t. No, no por ciert o. No hay sino ir siguiéndola, hasta llegar allí

con probabilidad y sin violencia alguna. Como si dijéramos: Alejandro murió,A l e j a n d ro fue sepultado, Alejandro se redujo a polvo, el polvo es tierra y dela tierra hacemos barro... ¿Y por qué este barro en que él está ya conve rt i d ono habrá podido tapar un barril de cerveza? El gran César, muerto y hechotierra, puede tapar un agujero para estorbar que pase el aire... ¡Oh!, aquellatierra que tuvo atemorizada al orbe servirá tal vez para reparar las hendedu-ras de un tabique contra las intemperies del invierno... Pe ro callemos... hagá-monos a un lado... aquí viene el re y, la reina, los grandes... ¿A quién acom-

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pañan? ¡Qué ceremonial tan escaso es éste...! Todo anuncia que el difuntoque conducen dio fin a su vida con desesperada mano... Sin duda era per-sona de calidad... Ocultémonos un poco, y observa .

ESCENA III

El Re y, la Reina, Hamlet, Laertes, Horacio, un cura,dos sepulture ros, acompañamiento de damas, caballero s

y criados.

(Cu a t ro hombres conducen el cadáver de Ofelia, vestida con túnica blanca yc o rona de flores. Detrás sigue el cura y todos los del duelo, atra vesando la escenaa paso lento, hasta donde está la sepultura. Suenan campanas. Hamlet y Ho ra-cio se re t i ran a un extremo del teatro. )

L a e rt e s. ¿ Qué otra ceremonia falta?Ha m l e t. (A Ho ra c i o.) Mira, aquel es Laertes, joven muy ilustre .L a e rt e s. ¿ Qué ceremonia falta?El Cu ra. Ya se han celebrado sus exequias con toda la decencia posible.

Su muerte da lugar a muchas dudas, y a no haberse interpuesto la supre m aautoridad que modifica las leyes, hubiera sido colocada en lugar pro f a n o1.Allí estuviera hasta que sonase la trompeta final, y en vez de oraciones pia-dosas, hubieran caído sobre su cadáver guijarros, piedras y cascote. No obs-tante esto, se le han concedido las vestiduras y adornos virginales, el toque decampanas y la sepultura.

L a e rt e s. ¿Conque no se debe hacer más?El Cu ra. Nada más. Profanaríamos los honores sagrados de los difuntos

cantando un réquiem para implorar el descanso de su alma, como se hacepor aquellos que parten de esta vida con más cristiana disposición.

L a e rt e s. Dadle tierra, pues. (Colocan el cadáver de Ofelia en la sepultura. )Sus hermosos e intactos miembros acaso producirán con el tiempo violetass u a ves. Y a ti, clérigo zafio, te anuncio que mi hermana será un ángel delSe ñ o r, mientras tú estarás bramando en los infiernos.

Ha m l e t. ¡ Qué...! ¡La hermosa Of e l i a !La Re i n a. Que las flores se unan a la flor. (Es p a rce flores sobre el cadáve r. )

Adiós... Yo deseaba que hubieras sido esposa de mi Hamlet, graciosa don-

1 Los suicidas eran enterrados en una encrucijada, con una placa sobre el pecho.

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cella, y esperé cubrir de flores tu lecho nupcial..., pero no tu sepulcro.L a e rt e s. ¡ Oh! ¡Una y mil veces sea maldito aquel cuya acción inhumana

te privó a ti del más sublime entendimiento...! No..., esperad un instante, noechéis la tierra todavía..., no..., hasta que otra vez la estreche en mis brazo s .(Se mete en la sepultura.) Echadla ahora sobre la muerta y sobre el vivo ,hasta que de este llano hagáis un monte que descuelle sobre el antiguo Pe l i ó no sobre la azul extremidad del Olimpo que toca los cielos.

Ha m l e t. ¿ Quién es el que da a sus penas idioma tan enfático, el que asíi n voca su aflicción a las estrellas errantes, haciéndolas detenerse admiradas aloírle? Yo soy Hamlet, príncipe de Di n a m a rc a .

(At ra vesando por en medio de todos, se dirige hacia la sepultura, entra enella, y luchan él y Laertes a puñetazos Algunos acuden, los sacan del hoyo y loss e p a ra n. )

L a e rt e s. El demonio lleve tu alma.Ha m l e t. No es justo lo que pides. Quita esos dedos de mi cuello; porq u e

aunque no soy precipitado ni colérico algún riesgo hay en ofenderme, y sie res prudente debes evitarlo. Quita de ahí esa mano.

El Re y. Se p a r a d l o s .La Re i n a. ¡ Hamlet! ¡Ha m l e t !To d o s. ¡ Se ñ o re s !Ho ra c i o. Moderaos, señor.Ha m l e t. No; por causa tan justa como la mía lidiaré con él hasta que cie-

r re mis párpados la muert e .La Re i n a. ¿ Qué causa es esa, hijo mío?Ha m l e t. Yo he amado a Ofelia, y cuatro mil hermanos juntos no podrán

con todo su amor exceder al mío... (A Laert e s.) ¿Qué quieres hacer por ella?Di .

El Re y. L a e rtes, mira que está loco.La Re i n a. Por Dios, Laertes, déjale.Ha m l e t. Dime lo que intentas hacer. (Los sepulture ros llenan la sepultura

de tierra y la apisonan.) ¿Qu i e res llorar, combatir, negarte el sustento, hacert ep e d a zos, beber todo un río, devorar un caimán? Yo lo haré también... ¿Vi e-nes aquí a lamentar su muerte, a insultarme, precipitándote en su sepulcro ,a ser enterrado vivo con ella? Pues bien; eso quiero yo. Y si hablas de montes,descarguen sobre nosotros yugadas de tierra innumerables hasta que estoscampos tuesten su frente en la tórrida zona y el alto Osa parezca en su com-

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paración un terrón pequeño. Si me hablas de soberbia, yo usaré un lenguajetan altanero como el tuyo.

La Re i n a. Todo lo que dice son efectos de su frenesí, cuya violencia le agi-tará por algún tiempo; pero después, semejante a la mansa tórtola cuandosiente animadas sus crías, le veréis sin movimiento y mudo.

Ha m l e t. Ó yeme: ¿cuál es la razón de obrar así conmigo...? Si e m p re te hequerido bien... Pe ro... nada importa eso. Aunque el mismo Hércules con todosu poder quiera estorbarlo, el gato mayará y el perro quedará ve n c e d o r.

(Vase Hamlet, y Ho racio le sigue. )El Re y. Horacio, ve con él, no le abandones... (Ap a rte a Laert e s.) Laer-

tes, nuestra plática de la noche anterior fortificará tu paciencia mientras dis-pongo lo que importa... Amada Ge rt rudis, será bien que alguno se encarguede la guarda de tu hijo... Esta sepultura se adornará con un monumento dura-ble... Espero que gozaremos en bre ve, horas más tranquilas; pero entre t a n t oconviene sufrir.

ESCENA IV

Salón del palacio, el mismo que sirv i ópara la re p resentación de los comediantes,con asientos que han de ocuparse luego.

Hamlet y Ho r a c i o.

Ha m l e t. Basta ya lo dicho sobre esta materia. Ahora quisiera informart ede lo demás: pero, ¿te acuerdas bien de todas las circ u n s t a n c i a s ?

Ho ra c i o. ¿ No he de acordarme, señor?Ha m l e t. Pues sabrás, amigo, que agitado continuamente mi corazón por

una especie de combate no me permitía conciliar el sueño, y en tal situa-ción me juzgaba más infeliz que un marinero rebelde metido en los bilbaos2.Una temeridad..., aunque debo dar gracias a esa temeridad, pues por ellae x i s t o... Sí, confesemos que tal vez nuestra indiscreción suele sernos útil, alpaso que los planes concertados con la mayor sagacidad se malogran: pru e b ac e rtísima de que la mano de Dios conduce a su fin todas nuestras acciones,

2 Se llamaban «bilbaos» en la marina inglesa, en tiempos de Shakespeare, a unas barras de hierrounidas por cadenas para inmovilizar y castigar a los marinos poco disciplinados. Recibieron sunombre por fabricarse en Bilbao (España).

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por más que el hombre las ordene sin inteligencia.Ho ra c i o. Así es la ve rd a d .Ha m l e t. Salgo, pues, de mi camarote, mal cubierto con un vestido de

m a r i n e ro; y a tientas, favo recido por la oscuridad, llego hasta donde ellos esta-ban. Logro mi deseo, me apodero de sus papeles y me vuelvo a mi cuart o.Allí, olvidando mis recelos toda consideración, tuve la osadía de abrir sus des-pachos, y en ellos encuentro, amigo, una alevosía del re y. Una orden pre c i s a ,a p oyada en varias razones de ser importante a la tranquilidad de Di n a-m a rca y aun a la de Inglaterra, para que, luego que fuese leída dicha ord e n ,sin dilación ni aun para afinar a la espada el filo, me cortasen la cabez a .

Ho ra c i o. ¿Es posible?Ha m l e t. Mira la orden aquí (le enseña un pliego y vuelve a guard a r l o ) ;

podrás leerla en mejor ocasión. ¿Qu i e res saber lo que yo hice?Ho ra c i o. Sí, yo os ru e g o.Ha m l e t. Ya ves cómo, rodeado de traiciones, ellos habían empezado ya

el drama, aun antes de que yo hubiese comprendido el prólogo. No obstante,siéntome a la mesa, imagino una orden distinta, y la escribo inmediatamentede buena letra... Yo creí algún tiempo (como todos los grandes señores) queel escribir bien fuese un desdoro, y hasta no dejé de hacer muchos esfuerzo spara olvidar esta habilidad; pero ahora re c o n o zco, Horacio, cuán útil me hasido tenerla. ¿Qu i e res saber lo que el escrito contenía?

Ho ra c i o. Sí, señor.Ha m l e t. Una súplica del rey de Di n a m a rca dirigida con grandes instan-

cias al de Inglaterra, como a su obediente feudatario, diciéndole que sure c í p roca amistad florecería como la palma robusta; que la paz coronada deespigas mantendría la quietud de ambos imperios, reuniéndolos en amordurable, con otras expresiones no menos afectuosas, y pidiéndole por últimoque, vista que fuese aquella carta, sin otro examen, hiciese perecer con pro n t am u e rte a los dos mensajeros, no dándoles tiempo ni aun para confesar sud e l i t o.

Ho ra c i o. ¿Y cómo la pudisteis sellar?Ha m l e t. Aun esto mismo parece que lo dispuso el cielo; porque, feliz-

mente, traía conmigo el sello de mi padre, a imitación del cual se hizo elque hoy usa el re y. Cierro el pliego de la misma forma que el anterior, pón-gole la misma dirección, el mismo sello, lo conduzco sin ser visto al mismoparaje, y nadie nota el cambio... Al día siguiente ocurrió el combate naval: loque después sucedió ya lo sabes.

Ho ra c i o. De ese modo, Guildenstern y Rosencrantz caminan derechos a

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la muert e .Ha m l e t. Ya ves que ellos han solicitado este encargo: mi conciencia no

me acusa acerca de su castigo... Ellos mismos se han procurado su ruina... Esmuy peligroso para el inferior meterse entre las puntas de las espadas cuandodos enemigos poderosos lidian.

Ho ra c i o. ¡ Oh, qué rey tenemos!Ha m l e t. ¿ Juzgas tú que no tengo la obligación de proseguir lo que falta?

El que asesinó a mi padre y mi re y, el que ha deshonrado a mi madre, elque se ha introducido furt i vamente entre el solio y mis derechos justos y haconspirado contra mi vida valiéndose de medios tan aleves..., ¿no será justi-cia rectísima castigarle con esta mano? ¿No será culpa en mí tolerar que esem o n s t ruo exista para cometer como hasta aquí maldades atro c e s ? . . .

Ho ra c i o. Presto le avisarán de Inglaterra cuál ha sido el éxito de su soli-c i t u d .

Ha m l e t. Sí, presto lo sabrá, pero entretanto el tiempo es mío, y para qui-tar a un hombre la vida basta un instante... Sólo me disgusta, amigo Ho r a-cio, el lance ocurrido con Laertes, pues en mi propia causa no veo re f l e j a r s ela suya. Procuraré su amistad, sí... Pe ro, ciertamente, el tono amenazador quedaba a sus quejas irritó en exceso mi cólera.

Ho ra c i o. Callad... ¿Quién viene aquí?(En t ra Os r i c .)

ESCENA V

Hamlet, Horacio y Os r i c .

Os r i c. En hora feliz haya re g resado Vuestra Alteza a Di n a m a rc a .Ha m l e t. Muchas gracias, caballero... (Ap a rte a Ho ra c i o.) ¿Conoces a

este moscón?Ho ra c i o. No, señor.Ha m l e t. Muchas gracias, caballero... (Ap a rte a Ho ra c i o.) Pues te hallas en

estado de gracia, porque es pecado conocerle. Este es señor de muchas tierrasy muy fértiles, y por más que él sea un bestia que manda en otros tan bes-tias como él, ya se sabe que tiene su pesebre fijo en la mesa del re y... Es la cor-neja más charlera que en mi vida he visto; pero, como te he dicho ya, poseeuna gran porción de polvo.

Os r i c. Amable príncipe, si Vuestra Gr a n d eza no tiene ocupación que selo estorbe, le comunicaré una cosa de parte del re y.

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Ha m l e t. E s t oy dispuesto a oírla con la mayor atención... Pe ro emplead els o m b re ro en el uso a que fue destinado. El sombre ro se hizo para la cabez a .

Os r i c. Muchas gracias, señor... ¡Eh! el tiempo está caluro s o.Ha m l e t. No, al contrario, muy frío. El viento es No rt e .Os r i c. C i e rto que hace bastante frío.Ha m l e t. Antes yo cre o... a lo menos para mi complexión, que hace un

calor que abrasa.Os r i c. ¡ Oh!, en extre m o... sumamente fuerte, como... yo no sé cómo diga...

Pues, señor, el rey me manda que os informe de que ha hecho una gran apuestaen vuestro favo r. Este es el asunto.

Ha m l e t. (Insistiendo para que se cubra.) Tened presente que el sombre ro se...Os r i c. ¡ Oh!, señor..., lo hago por comodidad..., ciert o... Pues es que Laer-

tes acaba de llegar a la corte... ¡Oh!, es un perfecto caballero, no cabe duda.Excelentes cualidades, un trato muy dulce, muy bienquisto de todos...Hablando sin pasión, es menester confesar que es la nata y flor de la noblez a ,p o rque en él se hallan cuantas prendas pueden verse en un caballero.

Ha m l e t. La pintura que de él hacéis no desmerece nada en vuestraboca, aunque yo creí que al hacer el inventario de sus virtudes, se confundi-rían la aritmética y la memoria, y ambas serían insuficientes para suma tanlarga. Pe ro, sin exagerar su elogio, yo le tengo por un hombre de gran espí-ritu, y de tan particular y extraordinaria naturaleza que, hablando con todala exactitud posible, no se hallará su semejanza, sino en su mismo espejo: puesel que presuma buscarla en otra parte sólo encontrará bosquejos informes.

Os r i c. Vuestra Alteza acaba de hacer justicia imparcial en cuanto ha dichode él.

Ha m l e t. Sí; pero sépase a qué propósito nos enronquecemos ahora entre-metiendo en nuestra conversación las alabanzas de ese galán.

Os r i c. ¿Cómo decís, señor?Ho ra c i o. ¿ No fuera mejor que le hablárais con más claridad? Yo cre o ,

s e ñ o r, que no os sería difícil.Ha m l e t. Digo que a qué viene ahora hablar de ese caballero.Os r i c. ¿ De Laert e s ?Ho ra c i o. (Ap a rt e.) Ya vació cuanto tenía, y se acabó la provisión de frases

b r i l l a n t e s .Ha m l e t. Sí, señor, de ese mismo.Os r i c. Yo creo que no estaréis ignorantes de...Ha m l e t. Quisiera que no me tuviérais por ignorante, bien que vuestra

opinión no pueda añadirme un gran concepto... Y bien, ¿qué más?

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Os r i c. Decía que no podéis ignorar el mérito de Laert e s .Ha m l e t. Yo no me atre veré a confesarlo, por no igualarme con él, siendo

a veriguado que para conocer bien a otro es menester conocerse bien a sím i s m o.

Os r i c. Yo lo decía por su destreza en el arma, puesto que, según la vo zgeneral, no se le conoce compañero.

Ha m l e t. ¿Y qué arma es la suya?Os r i c. Espada y daga.Ha m l e t. Esas son dos armas... Vaya, adelante.Os r i c. Pues señor, el rey ha apostado contra él seis caballos de Berbería, y

él ha impuesto por su parte (según he sabido) seis espadas francesas, con susdagas y guarniciones correspondientes, como cinturones, tahalíes, y así a estet e n o r... Tres de estos colgantes, particularmente, son la cosa más bien hechaque puede darse... ¡Oh!, es obra de mucho gusto y primor.

Ha m l e t. ¿Y a qué cosa llamáis colgantes?Ho ra c i o. (Ap a rt e.) Ya recelaba yo que sin el socorro de notas marginales

no puderais acabar el diálogo.Os r i c. Se ñ o r, por colgantes entiendo yo, así, los..., los cinturo n e s . . .Ha m l e t. La expresión sería mucho más propia si colgasen; pero en

tanto que este uso no se introduce, los llamaremos cinturones... En fin, va m o sal asunto. Seis caballos de Berbería contra seis espadas francesas, con sus cin-t u rones, y entre ellos tres colgantes primorosos... ¿Conque esto es lo queapuesta el francés contra el dinamarqués? ¿Y a qué fin se han impuesto (comovos decís) todas esas cosas?

Os r i c. El re y, que ha apostado que si batalláis con Laertes, en doce juga-das no pasarán de tres botonazos los que él os dé; y él dice que en las mis-mas doce os dará nueve cuando menos, y desea que esto se juzgue inmedia-tamente, si os dignáis re s p o n d e r.

Ha m l e t. ¿Y si respondo que no?Os r i c. Qu i e ro decir, si admitís el partido que os pro p o n e .Ha m l e t. Señor mío, yo tengo que pasearme en esta sala, porque si Su

Majestad no lo ha por enojo, esta es la hora crítica en que yo acostumbro re s-pirar el ambiente. Tráiganse aquí los floretes, y si ese caballero lo quiere así yel rey se mantiene en lo dicho, le haré ganar la apuesta, si puedo; y si no puedo,lo que yo ganaré será vergüenza y golpes.

Os r i c. ¿Conque lo diré en estos términos?Ha m l e t. Esta es la sustancia; después lo podéis adornar con todas las

f l o res de vuestro ingenio.

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Os r i c. Se ñ o r, recomiendo nuevamente mis respetos a Vuestra Gr a n d ez a .Ha m l e t. Si e m p re vuestro, siempre .

(Sale Os r i c .)

ESCENA VI

Hamlet y Ho r a c i o.

Ha m l e t. Él hace muy bien de recomendarse a sí mismo porque si no,dudo mucho que nadie lo hiciese por él.

Ho ra c i o. Este me parece un vencejo que empezó a volar y chillar con elcascarón pegado a las plumas.

Ha m l e t. Sí, y aun antes de mamar hacía ya cumplimientos a la teta... Estees uno de los muchos que en nuestra corrompida edad son estimados úni-camente porque saben acomodarse al gusto del día con una exterioridad hala-güena y obsequiosa..., y con ella tal vez suelen sorprender el aprecio de losh o m b res prudentes. Pe ro se parecen demasiado a la espuma, que por más queh i e rva y abulte, al dar un soplo se reconoce lo que es: todas las ampollas hue-cas se deshacen y no queda nada en el va s o.

(En t ra un caballero.)

ESCENA VII

Hamlet, Horacio y un Caballero.

El Ca b a l l e ro. Se ñ o r, parece que Su Majestad os envió un recado con elj oven Osric, y éste ha vuelto diciendo que esperábais en esta sala. El rey meenvía a saber si gustáis de batallar con Laertes inmediatamente, o si queréisque se dilate.

Ha m l e t. Yo soy constante en mi resolución, y la sujeto a la voluntad delre y. Si esta hora fuese cómoda para él, también lo es para mí. Conque hágaseal instante o cuando guste, con tal que me halle en la buena disposiciónque ahora.

El Ca b a l l e ro. El rey y la reina bajan ya con toda la cort e .Ha m l e t. Muy bien.El Ca b a l l e ro. La reina quisiera que antes de comenzar la batalla hablárais

a Laertes con dulzura y expresiones de amistad.Ha m l e t . Es adve rtencia muy pru d e n t e .

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(Sale el caballero. )

ESCENA VIII

Hamlet y Ho r a c i o.

Ho ra c i o. Temo que habéis de perd e r, señor.Ha m l e t. No, yo pienso que no. Desde que Laertes partió para Francia no

he cesado de ejercitarme, y creo que le llevaré ventaja... Pe ro..., no puedesi m a g i n a rte qué angustia siento aquí en el corazón... ¿Y por qué?... No tengom o t i vo.

Ho ra c i o. Con todo eso, señor. . .Ha m l e t. ¡ Ilusiones vanas...! Especie de presentimientos, capaces sólo de

turbar un alma de mujer.Ho ra c i o. Si sentís interiormente alguna repugnancia, no hay para qué

e m p e ñ a ros en aceptar el asalto. Yo me adelantaré a encontrarlos, y les diréque estáis indispuesto.

Ha m l e t. No, no... Me burlo de tales presagios. Hasta en la muerte de unpajarillo interviene una providencia irresistible. Si mi hora es llegada, no haymás que esperarla; si no ha de venir después, señal que es ahora; y si ahora nofuese, habrá de ser luego: todo consiste en hallarse pre venido para cuandovenga. Si el hombre, al terminar su vida, ignora siempre lo que podría ocu-rrir después, ¿qué importa que la pierda tarde o temprano? Sepa morir.

ESCENA IX

Hamlet, Horacio, el Re y, la Reina, Laertes, Os r i c ,c a b a l l e ros, damas y acompañamiento.

El Re y. Ven, Hamlet, ven y recibe esta mano que te pre s e n t o.(Hace que Hamlet y Laertes se den la mano. )

Ha m l e t. L a e rtes, si estáis ofendido de mí, os pido perdón. Pe rd o n a d m ecomo caballero. Cuantos se hallan presentes saben y aun vos mismo lo habréisoído, el desorden que mi razón padece. Cuanto haya hecho insultando la ter-nura de vuestro corazón, vuestra nobleza o vuestro honor, cualquiera acción,en fin, capaz de irritaros, declaro solemnemente en este lugar que ha sidoefecto de mi locura. ¿Puede Hamlet haber ofendido a Laertes? No. Ha m l e tno ha sido, porque estaba fuera de sí; y si en tal ocasión (en que él a sí pro p i o

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se desconocía) ofendió a Laertes, no fue Hamlet el agre s o r, porque Ha m l e tlo desaprueba y lo desmiente. ¿Quién pudo ser, pues? Su demencia sola...Siendo esto así, el desdichado Hamlet es partidario del ofendido, al paso queen su propia locura reconoce su mayor contrario. Permitid, pues, que delantede esta asamblea me justifique de toda siniestra intención, y espero de vues-t ro ánimo generoso el olvido de mis desaciertos. «Disparé la flecha sobre losm u ros de ese edificio, y por error herí a mi hermano. »

L a e rt e s. Mi corazón, cuyos impulsos naturales eran los primeros a pedirmevenganza en este caso, queda satisfecho. Mi honra no me permite pasaradelante ni admitir reconciliación alguna, hasta que, examinado el hecho porancianos y virtuosos árbitros, se declare que mi pundonor está sin mancilla.Mientras llega este caso, admito con afecto re c í p roco el que anunciáis, y osp rometo no ofenderle.

Ha m l e t. Yo recibo con sincera gratitud ese ofrecimiento; y en cuanto a labatalla que va a comenzarse, lidiaré con vos como si mi competidor fuese mih e r m a n o... Vamos. Dadnos flore t e s .

L a e rt e s. Sí, vamos... Uno a mí.Ha m l e t. La victoria no será difícil: vuestra habilidad lucirá sobre mi igno-

rancia, como una estrella resplandeciente entre las tinieblas de la noche.L a e rt e s. No os burléis, señor.Ha m l e t. No, no me burlo.El Re y. Dales floretes, joven Osric. Hamlet, ya sabes cuáles son las con-

d i c i o n e s .Ha m l e t. Sí, señor, y en ve rdad que habéis apostado por el más débil.

(Traen los criados una mesa, y en ella, cuando lo manda el re y, ponen jarras ycopas de oro que llenan de vino. El rey y la reina se sientan junto a la mesa, y todoslos demás, según su clase, ocupan los asientos restantes. Quedan en pie los criados,que sirven las copas, Hamlet y Laertes que se disponen para batallar, y Ho racio yOsric en calidad de jueces o padrinos.)

El Re y. No temo perd e r. Os he visto esgrimir a entrambos, y aunque élhaya adelantado después, por eso mismo el premio es mayor a favor nuestro.

L a e rt e s . Este es muy pesado. Dejadme ver otro.

(Osric presenta varios floretes. Hamlet toma uno y Laertes escoge otro.)Ha m l e t. Este me parece bueno... ¿Son todos iguales?Os r i c . Sí, señor.

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El Re y. Cubrid esta mesa de copas llenas de vino. Si Hamlet da la primerao segunda estocada, o en la tercera suerte da un quite al contrario, dispare ntoda la artillería de las almenas. El rey beberá a la salud de Hamlet, echandoen la copa una perla más preciosa que la que han usado en su corona los cua-t ro últimos soberanos daneses... Traed las copas, y que el timbal diga a last rompetas, las trompetas al art i l l e ro distante, los cañones al cielo y el cielo ala tierra: «Ahora brinda el rey de Di n a m a rca a la salud de Hamlet...» Comen-zad. Y vo s o t ros, que habéis de juzgarlos, observad atentos.

Ha m l e t. Va m o s .L a e rt e s. Vamos, señor.

(Hamlet y Laertes cruzan los floretes y empiezan el asalto.)

Ha m l e t. Un a .L a e rt e s. No.Ha m l e t. Que juzguen.Os r i c. Una estocada, no hay duda.L a e rt e s. Bien, a otra.El Re y. Esperad... Dadme de beber. (El rey echa una perla en la copa a

Hamlet y él rehúsa tomarla. Suena a lo lejos ruido de trompetas y cañonazo s. )Hamlet, esta perla es para ti, y brindo con ella a tu salud. Dadle la copa.

Ha m l e t. Esperad un poco... (Vu e l ven a batallar.) Qu i e ro dar ese bote pri-m e ro. Vamos... Otra estocada. ¿Qué decís?

L a e rt e s. Sí, me ha tocado: lo confieso.El Re y. ¡ Oh! Nu e s t ro hijo ve n c e r á .La Re i n a. Está grueso y se fatiga demasiado. Ven aquí, Hamlet, toma este

l i e n zo y límpiate el ro s t ro... La reina brinda a tu buena fortuna, querido Ha m-l e t .

(Toma la copa y bebe; el rey lo quiere estorbar, y la reina bebe por segunda ve z .)

L a e rt e s. ¿Eso decís, señor? Va m o s .(Ba t a l l a n. )

Ha m l e t. Muchas gracias, señora.El Re y. No, no bebáis.La Re i n a. ¡ Oh! Se ñ o r, perdonadme; yo he de beber.El Re y. (Ap a rt e .) ¡La copa envenenada...! Pe ro..., no hay re m e d i o.

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Ha m l e t. No, ahora no bebo; esperad un instante.La Re i n a. Ven, hijo mío, te limpiaré el sudor del ro s t ro.(L a e rtes habla con el rey en voz baja, mientras la reina limpia con un lienzo

el sudor a Ha m l e t .)

L a e rt e s. Ahora veréis si le aciert o.El Re y. Yo pienso que no.L a e rt e s. No sé qué repugnancia siento al ir a matarle.Ha m l e t. Vamos a la tercera, Laertes... Pe ro bien se ve que lo tomáis a fiesta:

batallad, os ruego, con más ahínco. Mucho temo que os burléis de mí.Os r i c. Nada, ni uno ni otro.L a e rt e s. Ahora..., está...(Vu e l ven a batallar, se enfurecen. Laertes hiere a Hamlet. Éste le arrebata su

f l o rete sin botón y lo hiere a su ve z .)

El Re y. Pa rece que se acaloran demasiado... Se p a r a d l o s .

(Ho racio y Osric los separan con dificultad. La reina cae moribunda en los bra-zos del re y. Todo es terror y confusión.)

Ha m l e t. No, no, vamos otra vez .Os r i c . Ved qué tiene la reina... ¡Cielos!Ho ra c i o. ¡Ambos heridos! ¿Qué es esto, señor?Os r i c. ¿Cómo ha sido, Laert e s ?L a e rt e s. Esto es haber caído en el lazo que preparé..., justamente muero

víctima de mi propia traición.Ha m l e t. ¿ Qué tiene la re i n a ?El Re y. Se ha desmayado al ve ros heridos.La Re i n a. No, no... ¡La bebida...! ¡Querido Hamlet...! ¡La bebida...! ¡Me

han enve n e n a d o !(Queda muerta en el sillón. )

Ha m l e t. ¡ Oh, qué alevosía...! ¡Oh...! Cerrad las puertas... Traición... Bu s-cad por todas part e s . . .

L a e rt e s. No; el traidor está aquí... (Dirá esto sostenido por Os r i c.) Ha m l e t ,tú eres muert o... No hay medicina que pueda salva rte: vivirás media hora ape-nas... En tus manos está el instrumento aleve, bañada con ponzoña su agudapunta... ¡Volvióse en mi daño la trama indigna...! Contémplame aquí pos-trado para no levantarme jamás... Tu madre ha bebido un tósigo... No puedo

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p ro s e g u i r... El re y, el rey es el delincuente.(El rey quiere huir. Hamlet corre a él furioso y le atraviesa el cuerpo con su

espada. Toma la copa envenenada y se la hace apurar por fuerza. Vu e l ve a oír lasúltimas palabras de Laert e s. )

Ha m l e t. ¿Está envenenada esta punta? Pues, veneno, produce tus efec-tos. (Hi e re al re y. )

To d o s. Traición, traición.El Re y. Amigos, estoy herido... De f e n d e d m e .Ha m l e t. ¡ Ma l vado, incestuoso, asesino! Bebe esta ponzoña... ¿Está la perla

aquí? Sí, toma, acompaña a mi madre .L a e rt e s. ¡ Justo castigo...! Él mismo preparó la poción mortal... Ol v i d é-

monos de todo, generoso Hamlet... ¡Oh! ¡Que no caiga sobre ti la muerte demi padre y la mía, ni sobre mí la tuya!

(Cae muert o. )Ha m l e t. El cielo te perdone... Ya voy a seguirte... Yo muero, Ho r a c i o. . .

Adiós, reina infeliz... (Ab razando el cadáver de la re i n a.) Vo s o t ros que asistíspálidos y mudos como el temor a este suceso terrible... Si yo tuviera tiempo. . .(Empieza a manifestar desfallecimiento y angustias de muerte. Pa rte de los cir-cunstantes le acompañan y sostienen. Ho racio hace extremos de dolor.) La muert ees un ministro inexorable que no dilata la ejecución... Yo pudiera deciro s . . . ,p e ro no es posible. Horacio, yo muero. Tú, que vivirás, re f i e re la ve rdad y losm o t i vos de mi conducta a quien los ignore .

Ho ra c i o. ¿ Vivir? No lo creáis. Yo tengo alma romana, y aún ha quedadoaquí parte del tósigo.

(Busca en la mesa el jarro del ve n e n o, echa parte de él en una copa, va a beber,Hamlet quiere estorbárselo. Los criados quitan la copa a Ho ra c i o, la toma Ha m-let y la tira al suelo. )

Ha m l e t. Dame esa copa..., pre s t o..., por Dios te lo pido. ¡Oh, queridoHoracio! Si esto permanece oculto, ¡qué manchada reputación dejaré des-pués de mi muerte! Si alguna vez me diste lugar en tu corazón, re t a rda unpoco esa felicidad que apeteces: alarga por algún tiempo la fatigosa vida deeste mundo lleno de miserias, y divulga por él mi historia... (Suena una músicade trompetas, que se va aproximando lentamente.) ¿Qué estrépito militar es éste?

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ESCENA X

Hamlet, Horacio, Osric, un Caballeroy acompañamiento.

El Ca b a l l e ro. El joven Fo rtimbrás, que vuelve vencedor de Polonia, saludacon la salva marcial que oís a los embajadores de In g l a t e r r a .

Ha m l e t. Yo expiro, Horacio: la activa ponzoña sofoca mi aliento... Nopuedo vivir para saber nuevas de Inglaterra; pero me atre vo a anunciar queFo rtimbrás será elegido por aquella nación. Yo, moribundo, le doy mi vo t o. . .Díselo tú, e infórmale de cuanto acaba de ocurrir... Para mí, sólo queda ya...,silencio eterno.

(Mu e re. )

Ho ra c i o. ¡ Por fin se rompe ese gran corazón...! Adiós, adiós, amado prín-cipe. (Le besa las manos y hace ademanes de dolor.) ¡Los coros angélicos te acom-pañen al celeste descanso...! Pe ro, ¿por qué se acerca hasta aquí ese estru e n d ode tro m p e t a s ?

ESCENA XI

Fo rtimbrás, dos Em b a j a d o res, Horacio, Osric, soldados y acompaña-m i e n t o.

Fo rt i m b r á s. ¿ En dónde está ese horrible espectáculo?Ho ra c i o. ¿ Qué buscáis aquí? Si no queréis ver desgracias espantosas, no

paséis adelante.Fo rt i m b r á s. ¡ Oh! Este destro zo pide sangrienta venganza... So b e r b i a

m u e rte..., ¿qué festín dispones en tu morada infernal, que así has herido conun solo golpe tantas ilustres víctimas?

Embajador 1.º ¡ Ho r roriza el ve r l o...! Ta rde hemos llegado con los men-sajes de Inglaterra. Los oídos a quienes debíamos dirigirlos son ya insensibles.Sus órdenes fueron puntualmente ejecutadas. Rosencrantz y Gu i l d e n s t e r np e rd i e ron la vida... Pe ro, ¿quién nos dará las gracias por nuestra obediencia?

Ho ra c i o. No la recibiríais de su boca aunque viviese todavía, que él nuncadio orden para tales muertes. Pe ro puesto que vos, viniendo victorioso de laguerra contra Polonia, y vo s o t ros, enviados de Inglaterra, os halláis en estel u g a r, y os veo deseosos de averiguar este suceso trágico, disponed que esos

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c a d á ve res se expongan sobre una tumba elevada a la vista pública, y enton-ces haré saber al mundo que lo ignora el motivo de estas desgracias. Me oiréish a b l a r, pues todo os lo referiré fielmente, de acciones crueles, bárbaras,a t roces; sentencias que dictó el acaso, estragos imprevistos, muertes ejecuta-das con violencia y aleve astucia, y al fin proyectos malogrados que han hechop e recer a sus autores mismos.

Fo rt i m b r á s. Deseo con impaciencia oíros, y convendría que se reúna coneste objeto la nobleza de la nación. Mi ro con horror estos dones que me ofre c ela fortuna; pero tengo derechos muy antiguos a esta corona, y creo que esjusto re c l a m a r l o s .

Ho ra c i o. También puedo hablar de eso, declarando el voto que pro-nunció aquella boca que ya no formulará sonido alguno... Pe ro ahora que losánimos están en peligroso movimiento, no se dilate la ejecución un soloinstante, para evitar los males que pudieran causar la malignidad o el erro r.

Fo rt i m b r á s. Que cuatro de mis capitanes lleven al catafalco el cuerpo deHamlet con las insignias correspondientes a un guerre ro. ¡Ahl ¡Si él hubieseocupado el trono, sin duda habría sido un excelente monarca...! Resuene lamúsica militar por donde pase la pompa fúnebre, y háganse todos losh o n o res de la guerra... Quitad, quitad de ahí esos cadáve res. Espectáculo tansangriento, más es propio de un campo de batalla que de este sitio... Yvo s o t ros, haced que salude con descargas todo el ejérc i t o.

(Ma rcha fúnebre. Salen llevándose los cadáve res, después se oyen las salva s .Fi n a l. )