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Guía de herramientas de la lengua Gaziel Ormázaba Moreno 7 año básico ¿Qué son los conectores? Los conectores se definen como elementos que sirven para relacionar las ideas de un texto. Se clasifican de acuerdo a la función lógica que cumplen dentro de una oración, es decir, considerando el significado que otorgan a la relación. Las funciones lógicas de los conectores son las siguientes: 1.- Relación copulativa- 2.- Relación disyuntiva.- 3.- Relación continuativa.- 4.- Relación adversativa.- 5.- Relación concesiva.- 6.- Relación causal.- 7.- Relación consecutiva.-8.- Relación final.-9.- Relación temporal.-10.- Relación comparativa.-11.- Relación condicional. A continuación veamos cómo se definen y se utilizan los conectores: 1.- Relación Copulativa: los ilativos de este tipo indican unión de elementos análogos. Los más comunes son: y(e), ni (no + y), que. Ej.: Cantábamos y bailábamos a la vez. Crear e inventar son sinónimos. No tenía ganas ni tiempo. Ven, que te contaré un cuento. 2.- Relación Disyuntiva: los ilativos de este tipo indican diferencia o alternativa. Los más comunes son: o(u), ya, bien, ya sea, ora. Ej.: Estudias o ves televisión. Ya nadando, ya corriendo, ya andando en bicicleta, siempre ganaban el triatlón. Bien vengas, bien no vengas, no me interesa tu compañía. Ya sea en el mar, ya sea en la cordillera, Chile tiene hermosos paisajes. Ora en libros, ora en revistas, hay que leer todo el tiempo. 3.- Relación Continuativa: los ilativos de este tipo indican continuidad en las ideas. Los más comunes son: además, también, en efecto, o sea, vale decir, es decir, por ejemplo, más aún, incluso. Ej.: Vinieron mis amigos, además de mis primos. Las ballenas también son mamíferos. Tenía que renunciar a su cargo, y, en efecto, lo hizo pocos días después. Los elefantes son herbívoros, o sea, comen hierbas. Los conejos son mamíferos, vale decir , animales que se alimentan de leche. Cantó hasta el amanecer, es decir, toda la noche. Me gustan las frutas, por ejemplo, las manzanas, los duraznos y las peras. Juan quería ganar dinero, más aún, ser millonario. Todos fueron a la fiesta, incluso los que no recibieron invitación. 4.- Relación Adversativa: los ilativos de este tipo indican contrariedad u oposición en las ideas. Los más comunes son: 4.A) Restrictivas: pero, mas, sin embargo, no obstante, aunque, pese a ello. Ej.: Era bonita, pero tímida. Venía a la capital, mas por pocos días. Se encontraba solo en el mundo, y, sin embargo, amaba la vida. Saldría caminar, no obstante la insistente lluvia otoñal. Era inteligente, aunque flojo. Ganó el campeonato y, pese a ello, no clasificó para la final nacional. 4.B) De exclusión: (no) sino, (no) sino que, sólo.

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Page 1: Guía de herramientas de la lengua Gaziel Ormázaba Moreno 7 año … · 2017-08-22 · Guía de herramientas de la lengua Gaziel Ormázaba Moreno 7 año básico ¿Qué son los conectores?

Guía de herramientas de la lengua Gaziel Ormázaba Moreno

7 año básico

¿Qué son los conectores?

Los conectores se definen como elementos que sirven para relacionar las ideas

de un texto. Se clasifican de acuerdo a la función lógica que cumplen dentro de

una oración, es decir, considerando el significado que otorgan a la relación.

Las funciones lógicas de los conectores son las siguientes:

1.- Relación copulativa- 2.- Relación disyuntiva.- 3.- Relación continuativa.- 4.-

Relación adversativa.- 5.- Relación concesiva.- 6.- Relación causal.- 7.-

Relación consecutiva.-8.- Relación final.-9.- Relación temporal.-10.- Relación

comparativa.-11.- Relación condicional.

A continuación veamos cómo se definen y se utilizan los conectores:

1.- Relación Copulativa: los ilativos de este tipo indican unión de elementos

análogos. Los más comunes son: y(e), ni (no + y), que.

Ej.:

Cantábamos y bailábamos a la vez.

Crear e inventar son sinónimos.

No tenía ganas ni tiempo.

Ven, que te contaré un cuento.

2.- Relación Disyuntiva: los ilativos de este tipo indican diferencia o alternativa.

Los más comunes son: o(u), ya, bien, ya sea, ora.

Ej.:

Estudias o ves televisión.

Ya nadando, ya corriendo, ya andando en bicicleta, siempre ganaban el triatlón.

Bien vengas, bien no vengas, no me interesa tu compañía.

Ya sea en el mar, ya sea en la cordillera, Chile tiene hermosos paisajes.

Ora en libros, ora en revistas, hay que leer todo el tiempo.

3.- Relación Continuativa: los ilativos de este tipo indican continuidad en las ideas.

Los más comunes son: además, también, en efecto, o sea, vale decir, es decir,

por ejemplo, más aún, incluso.

Ej.:

Vinieron mis amigos, además de mis primos.

Las ballenas también son mamíferos.

Tenía que renunciar a su cargo, y, en efecto, lo hizo pocos días después.

Los elefantes son herbívoros, o sea, comen hierbas.

Los conejos son mamíferos, vale decir, animales que se alimentan de leche.

Cantó hasta el amanecer, es decir, toda la noche.

Me gustan las frutas, por ejemplo, las manzanas, los duraznos y las peras.

Juan quería ganar dinero, más aún, ser millonario.

Todos fueron a la fiesta, incluso los que no recibieron invitación.

4.- Relación Adversativa: los ilativos de este tipo indican contrariedad u oposición

en las ideas. Los más comunes son:

4.A) Restrictivas: pero, mas, sin embargo, no obstante, aunque, pese a ello.

Ej.:

Era bonita, pero tímida.

Venía a la capital, mas por pocos días.

Se encontraba solo en el mundo, y, sin embargo, amaba la vida.

Saldría caminar, no obstante la insistente lluvia otoñal.

Era inteligente, aunque flojo.

Ganó el campeonato y, pese a ello, no clasificó para la final nacional.

4.B) De exclusión: (no) sino, (no) sino que, sólo.

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Guía de herramientas de la lengua Gaziel Ormázaba Moreno

7 año básico

Ej.:

No quiero ir al teatro, sino al cine.

El imperio romano no era un estado totalitario, sino que pasó por varias etapas

políticas.

No quería comer, sólo dormir.

4.C) De diferenciación: en cambio, mientras que.

Ej.:

Tú irás a la playa; en cambio yo iré al campo.

En Santiago nos ahogamos con el smog, mientras que en Valparaíso disfrutan con

las brisas marinas.

4.D) De oposición total o antónima: por el contrario, al contrario, al revés.

Ej.:

Tú eres alta, por el contrario, yo soy muy baja.

El hospital no negó la atención a los heridos del choque; al contrario, los atendió

con el máximo cuidado.

Al revés de lo que se cree, las arañas no son insectos, sino que pertenecen a una

categoría especial de seres vivos.

5.- Relación concesiva: los ilativos de este tipo señalan objeción o reparo con

respecto a lo afirmado. Los más comunes son: aunque, por más que, a pesar de

que, no obstante, si bien.

Ej.:

Aunque llueva iré al cine.

Por más que trataba de abrir la puerta de su casa, no podía.

Vino al colegio la semana completa, a pesar de que aún estaba convaleciente.

José trajo un montón de amigos para el asado, no obstante le advertimos que

viniera solo.

Si bien llegó, lo hizo tarde.

6.- Relación causal: los ilativos de este tipo indican motivo, causa o razón de lo

expresado. Los más comunes son: porque, ya que, puesto que, dado que, pues.

Ej.:

Miguel se comió tres platos de cazuela, porque no desayunó ni almorzó durante el

día.

Viajaría a Argentina, ya que lo estaban invitando.

Lo expulsaron del partido, puesto que cometía faltas reiteradas.

En Chile hay cada vez menos niños, dado que descendió la tasa de natalidad.

Lo sacaron del equipo, pues jugaba mal.

7.- Relación consecutiva: los ilativos de este tipo indican consecuencia o efecto.

Los más comunes son: luego, por ende, en consecuencia, por consiguiente, por lo

tanto, por eso, de aquí que.

Ej.:

Pedro tenía un título universitario; luego, era un profesional.

Casi siempre se levantaba tarde; por ende, llegaba atrasado a su trabajo.

Los gatos comen carne; en consecuencia, son carnívoros.

Luis se ganó el Kino; por consiguiente, se hizo rico y querido entre sus amigos.

El camino está interrumpido por los deslizamientos; por lo tanto, no podemos

llegar hasta Corral.

No estudiaba casi nunca; por eso le fue mal en los exámenes.

Cuando niño, sus padres le regalaban libros; de ahí que le gustara la lectura.

8.- Relación final: los ilativos de este tipo indican finalidad u objetivo. Los más

comunes son: para, a fin de (que), con (el) objetivo de, con (el) objeto de, con el

propósito de.

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Guía de herramientas de la lengua Gaziel Ormázaba Moreno

7 año básico

Ej.:

Estudiaba continuamente, para triunfar en la vida.

A fin de terminar pronto, se apuraron en completar la tarea.

La Municipalidad trajo veinte camiones con mezcla, con el objetivo de reparar la

calzada destruida por las lluvias.

Viajo por todo el mundo, con el propósito de conocer gente distinta y lugares

exóticos.

9.- Relación temporal: los ilativos de este tipo indican la idea de tiempo. Los más

comunes son: cuando, antes que, no bien, apenas, mientras, en cuanto, tan

luego como.

Ej.:

Al parecer, los dinosaurios se extinguieron cuando un meteorito gigante chocó

con la Tierra.

Pásame la panera, antes que se acabe el pan.

No bien Margarita llegó a su casa, comenzó a estudiar.

Te llamo apenas llegue a la oficina.

El chef silbaba mientras cocinaba.

En cuanto supo la noticia, llamó a su casa para averiguar qué pasaba.

Los cocodrilos se arrojaron al río tan luego como vieron sus presas.

10.- Relación comparativa: los ilativos de este tipo indican una relación de

igualdad, de superioridad o de inferioridad. Los más comunes son: como, tal ...

que, tal ... como, tanto ... que, tanto(s) ... como, más ... que, menos ... que.

Ej.:

Cantaba como los dioses.

El estruendo en la fiesta era tal – con la música a todo volumen – que los vecinos

reclamaron.

Increíblemente huyó tal como lo había anunciado: amarrado de pies y manos.

Comió tanto arroz en el campamento de verano que no quiso ni verlo por unos

cuantos meses.

Durante la primera campaña de Lautaro, eran tantos los guerreros mapuches,

como olas en el mar.

Roberto era un poco más alto y fornido que el resto de sus amigos.

El seleccionado nacional obtuvo menos puntos que Venezuela en la etapa de

clasificación.

11.- Relación condicional: los ilativos de este tipo indican condición, requisito o

necesidad. Los más comunes son: si, en caso de (que), siempre que, a menos

que, a no ser que.

Ej.:

Si me vienes buscar, voy.

En caso de incendio, rompa el cristal.

Siempre que vengas a Valparaíso, pasa al santuario de Lo Vásquez.

A Felipe no le gustaba la música clásica, a menos que la escuchara en vivo.

Leticia se casaría con el príncipe, a no ser que alguien se opusiera rotundamente.

12.- Orden

Los ordenadores discursivos sirven para establecer las partes del texto como

marcas para lograr la organización tanto de ideas como estructural.

Algunos indican un orden lineal en la exposición. Ejemplo: para empezar, primero

que todo, ante todo, primeramente, en primer lugar.

Otros introducen ya sea una relación de enumeración o de distribución del

contenido. Los de enumeración organizan linealmente en una serie la actividad

discursiva, ellos marcan la progresión del discurso.

Los de distribución pueden segmentar el texto en dos partes o hacer referencia al

modo como se organiza la realidad en cuanto al orden cronológico de los

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Guía de herramientas de la lengua Gaziel Ormázaba Moreno

7 año básico

acontecimientos. Ejemplos: primero... segundo... tercero...; por una parte...por

otra; primero... enseguida... luego... finalmente... etc.

Los de cierre: en fin, en conclusión, con todo, finalmente, en resumen, por último.

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Guía teórico práctica LA FUNCIÓN VERBAL La función verbal la desempeñan los verbos conjugados en un tiempo y modo. Existen formas verbales que no cumplen función verbal, estas son las formas no personales. FORMAS NO PERSONALES Infinitivo Gerundio Participio Ejemplos

Esta forma nunca va a cumplir función

verbal. Sólo es el verbo no conjugado.

Esta forma necesita del verbo auxiliar “estar” para conformar la función verbal. En este caso, ambos verbos conformar la función verbal. Ej.: Estoy creyendo en ti.

Esta forma necesita del verbo auxiliar estar

para formar una función verbal. En este caso, ambos verbos conforman la función verbal.

Ej.: He salido con muchos chicos. VERBOS CONJUGADOS: FUNCIÓN VERBAL Los verbos pueden conjugarse en distintos tiempos y modos. Existen tres modos:

El indicativo: sirve para señalar una afirmación o informar objetivamente un hecho o una idea.

El subjuntivo. Sirve para expresar deseos, opiniones, apreciaciones, valoraciones,

interpretaciones, etc. es decir, todo lo que es subjetivo.

El imperativo: sirve para ordenar, aconsejar, sugerir, prohibir, etc. En cada uno de estos modos, existen tiempos en que ocurren las acciones. Excepto el imperativo, que sólo tiene el tiempo presente, ya que sólo se ordena en un “ahora” y a otro. Por eso, en el modo imperativo está el tiempo presente para la segunda persona, tanto singular como plural (tú, usted, ustedes, vosotros).

MODO INDICATIVO

VERBO APRENDER

TIEMPOS SIMPLES TIEMPOS COMPUESTOS PRESENTE YO APRENDO TÚ APRENDES ÉL APRENDE NOSOTROS APRENDEMOS USTEDES APRENDEN ELLOS APRENDEN

Infinitivo Cantar

Creer

Salir

Gerundio

Cantando

Creyendo

Saliendo

Participio

Cantado

Creído

Salido

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PRETÉRITO IMPERFECTO (verbos terminan en -ía o –aba)

PRETÉRITO PLUSCUAMPERFECTO (verbo haber en pretérito imperfecto más el participio del verbo en conjugación)

YO APRENDÍA YO HABÍA APRENDIDO TÚ APRENDÍAS TÚ HABÍAS APRENDIDO

ÉL APRENDÍA ÉL HABÍA APRENDIDO

NOSOTROS APRENDÍAMOS NOSOTROS HABÍAMOS APRENDIDO USTEDES APRENDÍAN USTEDES HABÍAN APRENDIDO

ELLOS APRENDÍAN ELLOS HABÍAN APRENDIDO

PRETÉRITO PERFECTO SIMPLE PRETÉRITO PERFECTO COMPUESTO (verbo

haber en presente más participio de verbo conjugado)

YO APRENDÍ YO HE APRENDIDO

TÚ APRENDISTE TÚ HAS APRENDIDO ÉL APRENDIÓ ÉL HA APRENDIDO NOSOTROS APRENDIMOS NOSOTROS HEMOS APRENDIDO USTEDES APRENDIERON USTEDEN HAN APRENDIDO ELLOS APRENDIERON ELLOS HAN APRENDIDO

CONDICIONAL (verbos terminan en –ría) CONDICIONAL PERFECTO (verbo haber en condicional más el participio del verbo en

conjugación) YO APRENDERÍA YO HABRÍA APRENDIDO TU APRENDERÍAS TÚ HABRÍAS APRENDIDO ÉL APRENDERÍA ÉL HABRÍA APRENDIDO

NOSOTROS APRENDERÍAMOS NOSOTROS HABRÍAMOS APRENDIDO USTEDES APRENDERÍAN USTEDES HABRÍAN APRENDIDO ELLOS APRENDERÍAN ELLOS HABRÍAN APRENDIDO

FUTURO (verbos terminan en –ré) FUTURO PERFECTO (verbo haber en FUTURO más el participio del verbo en conjugación)

YO APRENDERÉ YO HABRÍA APRENDIDO TU APRENDERÁS TÚ HABRÍAS APRENDIDO ÉL APRENDERÁ ÉL HABRÍA APRENDIDO NOSOTROS APRENDEREMOS NOSOTROS HABRÍAMOS APRENDIDO USTEDES APRENDERÁN USTEDES HABRÍAN APRENDIDO ELLOS APRENDERÁN ELLOS HABRÍAN APRENDIDO

EJERCICIOS

DETERMINA EL TIEMPO DE CADA UNO DE LOS VERBOS DE LAS SIGUIENTES ORACIONES - Juan compró pan - Ellos estaban escribiendo - Hoy tuve mala suerte - No cantaremos mañana. - He cerrado todas las puertas. - No lo habrías hecho si no te hubieran forzado. - No habré dicho todo mientras siga haciendo esto.

PRETÉRITO ANTERIOR (verbo haber en pretérito perfecto simple más el participio del verbo en conjugación)

YO HUBE APRENDIDO TÚ HUBISTE APRENDIDO ÉL HUBO APRENDIDO NOSOTROS HUBIMOS APRENDIDO USTEDES HUBIERON APRENDIDO ELLOS HUBIERON APRENDIDO

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MODO SUBJUNTIVO VERBO APRENDER

TIEMPOS SIMPLES TIEMPOS COMPUESTOS PRESENTE YO APRENDA TÚ APRENDAS ÉL APRENDA NOSOTROS APRENDAMOS

USTEDES APRENDAN ELLOS APRENDAN

PRETÉRITO IMPERFECTO (verbos terminan en -ía o –aba)

PRETÉRITO PLUSCUAMPERFECTO (verbo haber en pretérito imperfecto más el participio del verbo en conjugación)

YO APRENDIERA YO HUBIERA O HUBIESE APRENDIDO

TÚ APRENDIERAS TÚ HUBIERAS O HUBIESES APRENDIDO

ÉL APRENDIERA ÉL HUBIERA O HUBIESE APRENDIDO NOSOTROS APRENDIERÁMOS NOSOTROS HUBIERÁMOS O HUBIÉSEMOS

APRENDIDO

USTEDES APRENDIERAN USTEDES HUBIERAN O HUBIESEN APRENDIDO

ELLOS APRENDIERAN ELLOS HUBIERAN O HUBIESEN APRENDIDO

PRETÉRITO PERFECTO (COMPUESTO: verbo haber en presente de subjuntivo más participio de verbo conjugado) YO HAYAMOS APRENDIDO

TÚ HAYAS APRENDIDO

ÉL HAYA APRENDIDO NOSOTROS HAYAMOS APRENDIDO USTEDEN HAYAN APRENDIDO ELLOS HAYAN APRENDIDO

FUTURO (verbos terminan en –ré) FUTURO PERFECTO (verbo haber en FUTURO

más el participio del verbo en conjugación) YO APRENDIERE YO HUBIERE APRENDIDO

TÚ APRENDIERES TÚ HUBIERES APRENDIDO ÉL APRENDIERE ÉL HUBIERES APRENDIO NOSOTROS APRENDIÉREMOS NOSOTROS HUBIÉREMOS APRENDIO USTEDES APRENDIEREN USTEDES HUBIEREN APRENDIDO ELLOS APRENDIEREN ELLOS HUBIEREN APRENDIO

EJERCICIOS SEÑALA EL TIEMPO DE CADA VERBO EN LAS SIGUIENTES ORACIONES.

- Si tú estudiaras más sacarías buenas calificaciones. - Si hubiese sido otro, no estarías contando la historia. - El hecho de que hayamos venido, no significa que estemos de acuerdo. - Cuando amemos a los demás, seremos felices de verdad.

MODO IMPERATIVO

PRESENTE Aprende tú Aprenda usted Aprendan ustedes

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DAVID Y GOLIAT (RELATO BÍBLICO) LOS filisteos vienen otra vez para pelear contra Israel. Los tres hermanos mayores de David están ahora en el ejército de Saúl. Por eso, un día Jesé le dice a David: ‘Lleva granos y panes a tus hermanos. Averigua cómo les va.’ Cuando David llega al campamento, corre a la línea de batalla en busca de sus hermanos. El gigante filisteo Goliat sale a burlarse de los israelitas. Ha estado haciendo esto cada mañana y noche por 40 días. Grita: ‘Escojan a alguien para que pelee conmigo. Si él gana y me mata, nosotros seremos esclavos suyos. Pero si yo gano y lo mato, ustedes serán esclavos nuestros. Los reto a escoger a alguien para esto.’ David pregunta a algunos soldados: ‘¿Qué se le dará al que mate a este filisteo y libre a Israel de esta vergüenza?’ ‘Saúl le dará muchas riquezas,’ un soldado dice. ‘Y también le dará a su propia hija como esposa.’ Pero todos los israelitas le tienen miedo a Goliat debido a que es un hombre muy grande. Él mide casi 3 metros, y tiene otro soldado que le carga el escudo. Algunos soldados van y le dicen al rey Saúl que David quiere ir a pelear contra Goliat. Pero Saúl le dice a David: ‘No puedes. Eres un niñito, y él ha sido soldado siempre.’ David dice: ‘Yo maté un oso y un león que se llevaron las ovejas de mi padre. Ahora este filisteo será como uno de ellos. Jehová me dará ayuda.’ Por esto, Saúl dice: ‘Ve, y que Jehová esté contigo.’ David baja a un río y recoge cinco piedras lisas y las mete en su bolso. Entonces sube con su honda a pelear contra el gigante. Goliat no puede creerlo. Le parece que es cosa demasiado fácil matar a David. ‘Ven acá,’ dice Goliat, ‘y daré a comer tu cuerpo a los pájaros y los animales.’ Pero David dice: ‘Tú vienes a mí con espada, una lanza y una jabalina, pero yo voy contra ti con el nombre de Jehová. Hoy el Eterno te dará en las manos mías y yo te derribaré.’ Ahora David corre hacia Goliat. Saca de su bolso una piedra, la pone en su honda, y la lanza contra Goliat con toda su fuerza. ¡La piedra entra en la cabeza de Goliat, quien cae muerto! Al ver a su campeón caído, los filisteos huyen. Los israelitas los siguen y ganan la batalla. (1 Samuel 17:1-54)

POEMA DE MULÁN (ANÓNIMO)

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LA LAVANDERA (ISAAC BASHEVIS)

Nuestra familia tenía poco contacto con gentiles. El único gentil del edificio era el portero, que solía venir los viernes por su propina: “La plata del viernes”. Se quedaba parado junto a la puerta, se quitaba el sombrero y mi madre le entregaba seis centavos. Además del portero, gentiles eran también las lavanderas, que venían a casa por la ropa sucia. Mi historia se refiere a una de ellas. Era una anciana, pequeña y arrugada, que cuando comenzó a lavarnos la ropa contaba ya más de setenta años. La mayoría de las mujeres judías de esa edad eran enfermizas, débiles, y de mal estado físico; las mujeres de nuestra calle tenían las espaldas encorvadas y usaban bastones para caminar, mas esta lavandera, pequeña y delgada como era, poseía una fuerza proveniente de generaciones de antepasados campesinos. Mamá solía sacar del saco la ropa que se había acumulado durante varias semanas y contarla delante de ella, que entonces alzaba el pesado bulto, lo acomodaba en sus hombros angostos y emprendía el largo camino a casa. También ella vivía en la calle Krochmalna, pero al otro extremo, cerca de Wola, lo cual quería decir que debía caminar hora y media. Más o menos dos semanas después traía la ropa. Mi madre estaba más contenta con ella que con ninguna otra antes porque dejaba cada pieza de ropa blanca reluciente como la plata brillada, y no cobraba más. Había sido un verdadero hallazgo. Mi madre siempre le tenía listo el dinero para que no tuviese que venir una segunda vez desde tan lejos. Lavar la ropa no era trabajo fácil en aquellos días. La anciana no tenía grifo en el lugar donde vivía y debía traer el agua desde una bomba. Para que la ropa blanca quedara tan limpia era preciso estregarla bien en una tina, echarle soda, dejarla en remojo, hervirla en una olla enorme, almidonarla y plancharla. Cada pieza era manipulada diez o más veces. ¡Y el secado! No podía hacerse al aire libre porque los ladrones se la robaban, y una vez escurrida, debía llevarse al desván para colgarla en alambres. En el invierno se ponía tan quebradiza como el vidrio y casi se partía al tocarla. Además, siempre se formaban zafarranchos con las otras amas de casa y lavanderas que querían el desván para ellas. ¡Sólo ÉL sabía cuánto debía soportar cada vez que lavaba! La anciana podría haber pedido limosna a la entrada de una iglesia o ingresar a un asilo para ancianos indigentes, pero tenía un cierto orgullo y aquel amor al trabajo con el que los gentiles han sido bendecidos. No deseaba convertirse en carga para nadie y por eso llevaba su carga sola. Como mi madre hablaba algo de polaco, la vieja conversaba con ella sobre muchas cosas. A mí me quería de manera especial. Solía decir que me parecía a Jesús, cosa que repetía cada vez que venía y ante la cual mi madre solía fruncir el ceño y murmurar para sí, moviendo los labios en forma casi imperceptible: “Que el viento se lleve sus palabras”. La mujer tenía un hijo rico —ya no recuerdo en qué negociaba—, que se avergonzaba de su madre, la lavandera; nunca venía a verla ni le daba un centavo. La anciana contaba todo esto sin rencor. Un día su hijo se casó, parece que con un buen partido. La boda se celebró en una iglesia; aunque el hijo no había invitado a su anciana madre, ella se fue a esperar en las escalinatas para ver lo llevar a la “joven dama” al altar. No quiero parecer chovinista, mas no creo que un hijo judío hubiese actuado de este modo. Pero si lo hiciera, no dudo que la madre judía armaría un escándalo y se lamentaría y hasta enviaría por el bedel para llamarlo al orden. En síntesis, los judíos son judíos y los gentiles, gentiles. La historia del hijo ingrato dejó una profunda impresión en mi madre, que por días y días habló del asunto, pues lo consideraba no sólo una afrenta a la

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anciana sino a toda la institución de la maternidad. Mi madre alegaba: —Nu, ¿paga acaso sacrificarse por los hijos? La madre consume hasta su último aliento y el hombre ni siquiera conoce el significado de la palabra lealtad. Y empezaba a echar sombrías indirectas, insinuando que no estaba segura de sus propios hijos: —¿Quién sabe qué serán capaces de hacer algún día? No obstante, esto no le impedía dedicarse de cuerpo y alma a nosotros. Si en casa había alguna golosina, la guardaba para los niños; se inventaba toda suerte de disculpas y razones para explicar por qué no quería probarla ella misma; conocía encantamientos que databan de tiempos antiguos y usaba expresiones heredadas de generaciones de madres y abuelas devotas; si uno de sus hijos se quejaba de algún dolor, ella diría: “Permita Dios que yo sea tu rescate y sobrevivas a mis huesos”, o “Que sirva yo de expiación hasta para tu dedo meñique”. Cuando comíamos decía: “Salud y tuétanos en los huesos”. La víspera de luna nueva nos daba un pedazo de dulce especial diciéndonos que era para prevenir las lombrices. Si a alguno de nosotros le entraba un mugre en un ojo, se lo quitaba con la lengua; nos daba también confites contra la tos, y de tiempo en tiempo nos llevaba a que nos bendijeran contra el mal de ojo. No obstante, leía también obras filosóficas serias, como Los deberes del corazón, El libro de la alianza y otras. Pero regresemos a la lavandera. Aquel había sido un invierno crudo y en las calles hacía un frío atenazador. Por más caliente que estuviese nuestra estufa las ventanas se llenaban de dibujos de escarcha y se adornaban de carámbanos; los periódicos informaban que la gente se moría de frío y el carbón comenzó a escasear; el invierno llegó a ponerse tan duro que los padres dejaron de enviar a sus hijos al jéder, y hasta las escuelas polacas fueron cerradas. En un día como estos, la lavandera, ahora de casi ochenta años, llegó a nuestra casa. En las últimas semanas se había acumulado gran cantidad de ropa para lavar. Mi madre le sirvió una taza de té para que se calentara, y una hogaza de pan. La anciana se sentó en el asiento de la cocina, tiritando, y se calentaba las manos contra la tetera. Tenía los dedos torcidos a causa del trabajo, y quizás también de la artritis, y las uñas de un extraño color blanco: eran manos que hablaban de la tozudez humana, de la voluntad de trabajar no sólo hasta donde la fuerza lo permite sino aun más allá de sus límites. Mamá contó la ropa y elaboró la lista: camisillas de hombre, vestidos de mujer, pantaloncillos largos, bombachos, enaguas, camisas, fundas para los edredones de plumas, fundas de almohadas, sábanas, y los chales con flecos de los hombres. Sí, la mujer gentil también lavaba estas indumentarias sagradas. El bulto era grande, más de lo normal. Cuando la mujer se lo puso sobre los hombros, la tapó por completo. Al principio se tambaleó, como si fuera a caerse bajo el peso de la carga, pero una obstinación interior parecía gritarle: “No, no te puedes caer. Un burro puede permitirse el lujo de doblegarse bajo el peso de su carga, mas no el ser humano, rey de la creación”. Fue terrible observar a la vieja salir bamboleándose bajo su enorme bulto a enfrentar una nieve seca como la sal y un aire lleno de remolinos blancos de nieve en polvo, como duendes que danzan en el frío. ¿Lograría la anciana llegar a Wola? La buena mujer desapareció y mi madre suspiró y se puso a orar por ella. Normalmente la mujer regresaba con la ropa en dos semanas, o máximo tres; pero en esta ocasión pasaron tres, luego cuatro y cinco, y nada se sabía de la anciana. Nos quedamos sin ropa de cama; el frío se hacía cada vez más intenso, los alambres de los teléfonos se volvieron tan gruesos como cables, las ramas de los árboles parecían de vidrio; había caído tanta nieve que las calles se habían desnivelado, y en muchas era posible deslizarse en trineos como si fuesen laderas de una colina. La gente de buen corazón hacía fogatas en la calle para que los vagabundos se calentaran y asaran papas, en caso de tenerlas. Para nosotros, la ausencia de la vieja fue una catástrofe. Necesitábamos la ropa, pero no sabíamos su dirección. Todo parecía indicar que había sufrido un colapso, y había muerto. Mi madre declaró que ella había tenido la premonición, cuando la vieja salió de la casa la última vez, de que no volvería a ver nuestras cosas nunca más. Encontró unas camisas viejas y rotas, las lavó y las remendó. Lamentábamos no sólo nuestra ropa sino a la anciana mujer, agobiada de trabajo, que se había hecho cercana a nosotros durante tantos años de servicio fiel. Más de dos meses transcurrieron; aquella helada había cedido y una nueva llegó; otra ola de frío. Una noche, mientras mamá remendaba una camisa, sentada al pie de la lámpara de kerosene, la puerta se abrió para dar paso a una pequeña bocanada de vapor, seguida de un bulto gigante. Bajo el bulto se tambaleaba la anciana, su semblante blanco como una sábana de lino. Unas pocas mechas de pelo gris se asomaban en desorden por su chal. Mamá sofocó un grito; era como si un cadáver hubiese entrado al cuarto; yo corrí hacia ella y le ayudé a bajar el bulto.

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Se veía más delgada aún, más gacha, con el rostro más enjuto. Movía la cabeza de un lado a otro, como diciendo no. Era incapaz de emitir una sola palabra clara; sólo murmuraba algo indefinido con su boca hundida y sus pálidos labios. Tras recuperar el aliento, nos contó que había estado muy, muy enferma, no recuerdo de qué; sólo sé que se había visto tan mal que alguien había llamado a un médico y éste había mandado por un sacerdote. Le informaron esto al hijo y contribuyó con dinero para el ataúd y el funeral. Mas el Todopoderoso no quería llevarse aún a esta alma adolorida. Comenzó entonces a sentirse mejor, se restableció, y apenas fue capaz de sostenerse en sus dos pies reanudó su trabajo, y lavó no sólo nuestra ropa sino asimismo la de varias otras familias. —No podía descansar con tranquilidad en mi cama con tanta ropa para lavar —explicó la anciana—. La ropa no me dejó morir. —Con la ayuda del Eterno, vas a vivir hasta los ciento veinte años —dijo mi madre bendiciéndola. —¡Que ÉL no lo quiera! ¿Para qué tener una vida tan larga? El trabajo está cada vez más duro, las fuerzas me abandonan, ¡no deseo ser carga para nadie! La anciana murmuró algo, se santiguó, y levantó los ojos al cielo. Por fortuna había algo de dinero en casa y mamá contó lo que le debía. Tuve un extraño sentimiento: las monedas, en aquellas manos viejas y gastadas de tanto lavar, también parecían cansadas, limpias y piadosas, como su dueña. Las sopló, las amarró en un pañuelo y se marchó, no sin antes prometer que regresaría en unas semanas por una nueva carga de ropa sucia. Pero no regresó más. El bulto devuelto poco antes había sido su último esfuerzo en este mundo. La había animado la indomable voluntad de regresar la propiedad a sus legítimos dueños, de cumplir a cabalidad con la tarea emprendida. Y ahora sí, su cuerpo, que desde tiempo atrás era sólo un tiesto viejo sostenido por la fuerza de la honestidad y del deber, se había derrumbado. Su alma pasó a aquellas esferas donde todas las almas se encuentran, sin importar los credos, las lenguas y los papeles desempeñados en este mundo. No puedo concebir el Edén sin esta lavandera, y no puedo siquiera imaginar un mundo donde no exista recompensa para un esfuerzo semejante.

LA LIBERACIÓN DE LOS GALEOTES (MIGUEL DE CERVANTES)

En este fragmento, don Quijote se encuentra con una cadena de hombres condenados a hacer galeras y tras interesarse por la causa de la condena de estos, les ruega a los guardianes de los galeotes que los liberen, los guardianes se oponen a los deseos de don Quijote y se enzarzan en una violenta discusión en la que los galeotes aprovechan para escapar. Don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos venían asimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie: los de a caballo, con escopetas de rueda, y los de a pie, con dardos y espadas; y que así como Sancho Panza los vio , dijo: -Esta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras.[...] —Pues, de esa manera —dijo su amo—, aquí encaja la ejecución de mi oficio: deshacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables. [...] Llegó en esto la cadena de los galeotes y don Quijote con muy corteses razones pidió a los que iban en su guarda fuesen servidos de informadle y decidle la causa o causas porque llevaban aquella gente de aquella manera. [...] Tras todos estos venía un hombre de muy buen parecer, de edad de treinta años, sino que al mirar metía el un ojo en el otro un poco. Venía diferentemente atado que los demás. [...] Preguntó don Quijote que cómo iba aquel hombre con tantas prisiones más que los otros. Respondióle la guarda porque tenía aquel solo más delitos que todos los otros juntos. [...] —Va por diez años —replicó la guarda—, que es como muerte civil. No se quiera saber más sino que este buen hombre es el famoso Ginés de Pasamonte, que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla. —Señor comisario —dijo entonces el galeote—, váyase poco a poco y no andemos ahora a deslindar nombres y sobrenombres. Ginés me llamo, y no Ginesillo, y Pasamonte es mi alcurnia, y no Parapilla, como usted dice y cada uno se dé una vuelta a la redonda, y no hará poco. —Hable con menos tono —replicó el comisario. —Bien parece —respondió el galeote— que va el hombre como Dios es servido, pero algún día sabrá alguno si me llamo Ginesillo de Parapilla o no. —Pues ¿no te llaman embustero? —dijo la guarda. —Sí me llaman —respondió Ginés—, mas yo haré que no me lo llamen, o me las pelaría donde yo digo entre mis dientes. Señor caballero, si tiene algo que darnos, dénoslo ya y vaya con Dios, que ya enfada con tanto querer saber vidas ajenas y si la mía quiere saber, sepa que yo soy Ginés de Pasamonte, cuya vida está escrita por estos pulgares. —Dice verdad —dijo el comisario—, que él mismo ha escrito su historia. [...] —¿Y cómo se titula el libro? —preguntó don Quijote. —La vida de Ginés de Pasamonte —respondió el mismo. —¿Y está acabado? —preguntó don Quijote. —¿Cómo puede estar acabado —respondió él—, si aún no está acabada mi vida? Lo que está escrito

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es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última vez me han echado en galeras. —Luego ¿otra vez habéis estado en ellas? —dijo don Quijote. —Para servir a Dios y al rey, otra vez he estado cuatro años [...] —respondió Ginés. —Hábil pareces —dijo don Quijote. —Y desdichado —respondió Ginés—, porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio. [...] Volviéndose a todos los de la cadena, dijo don Quijote: De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad. [...] y por ello quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos de desataros y dejaros ir en paz. [...] ¡Donosa majadería! —respondió el comisario—. Váyase vuestra merced, señor, enorabuena su camino adelante y enderécese ese bacín que trae en la cabeza y no ande buscando tres pies al gato. —¡Vos sois el gato y el rato y el bellaco! —respondió don Quijote. Y, diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto, que, sin que tuviese lugar de ponerse en defensa, dio con él en el suelo malherido de una lanzada [...] y los galeotes, viendo la ocasión que se les ofrecía de alcanzar libertad, no la procuraron romper la cadena donde venían ensartados.

CANTO XII, de La odisea (Homero)

Cuando la nave abandonó la corriente del río Océano y arribó al oleaje del ponto de vastos caminos y a la isla de Eea, donde se encuentran la mansión y los lugares de danza de Eos y donde sale Helios, la arrastramos por la arena, una vez llegados. Desembarcamos sobre la ribera del mar, y dormidos esperamos a la divina Eos. «Y cuando se mostró Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa, envié a unos compañeros al palacio de Circe para que se trajeran el cadáver del difunto Elpenor. Cortamos enseguida unos leños y lo enterramos apenados, derramando abundante llanto, en el lugar donde la costa sobresalía más. Cuando habían ardido el cadáver y las armas del difunto, erigimos un túmulo y, levantando un mojón, clavamos en lo más alto de la tumba su manejable remo. Y luego nos pusimos a discutir los detalles del regreso. «Pero no dejó Circe de percatarse que habíamos llegado de Hades y se presentó enseguida para proveernos. Y con ella sus siervas llevaban pan y carne en abundancia y rojo vino. Y colocándose entre nosotros dijo la divina entre las diosas: «"Desdichados vosotros que habéis descendido vivos a la morada de Hades; seréis dos veces mortales, mientras que los demás hombres mueren sólo una vez. Pero, vamos, comed esta comida y bebed este vino durante todo el día de hoy y al despuntar la aurora os pondréis a navegar; que yo os mostraré el camino y os aclararé las incidencias para que no tengáis que lamentaros de sufrir desgracias por trampa dolorosa del mar o sobre tierra firme." «Así dijo, y nuestro valeroso ánimo se dejó persuadir. Así que pasamos todo el día, hasta la puesta del sol, comiendo carne en abundancia y delicioso vino. Y cuando se puso el sol y cayó la oscuridad, mis compañeros se echaron a dormir junto a las amarras de la nave. Pero Circe me tomó de la mano y me hizo sentar lejos de mis compañeros y, echándose a mi lado, me preguntó detalladamente. Yo le conté todo como correspondía y entonces me dijo la soberana Circe: «"Así es que se ha cumplido todo de esta forma. Escucha ahora tú lo que voy a decirte y lo recordará después el dios mismo. «"Primero llegarás a las Sirenas, las que hechizan a todos los hombres que se acercan a ellas. Quien acerca su nave sin saberlo y escucha la voz de las Sirenas ya nunca se verá rodeado de su esposa y tiernos hijos, llenos de alegría porque ha vuelto a casa; antes bien, lo hechizan estas con su sonoro canto sentadas en un prado donde las rodea un gran montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca. Haz pasar de largo a la nave y, derritiendo cera agradable como la miel, unta los oídos de tus compañeros para que ninguno de ellos las escuche. En cambio, tú, si quieres oírlas, haz que te amarren de pies y manos, firme junto al mástil —que sujeten a este las amarras—, para que escuches complacido, la voz de las dos Sirenas; y si suplicas a tus compañeros o los ordenas que te desaten, que ellos te sujeten todavía con más cuerdas. «"Cuando tus compañeros las hayan pasado de largo, ya no te diré cuál de dos caminos será el tuyo; decídelo tú mismo en el ánimo. Pero te voy a decir los dos: a un lado hay unas rocas altísimas, contra las que se estrella el oleaje de la oscura Anfitrite. Los dioses felices las llaman Rocas Errantes. No se les acerca ningún ave, ni siquiera las temblorosas palomas que llevan ambrosía al padre Zeus; que, incluso de estas, siempre arrebata alguna la lisa piedra, aunque el Padre (Zeus) envía otra para que el número sea completo. Nunca las ha conseguido evitar nave alguna de hombres que haya llegado allí, sino que el oleaje del mar, junto con huracanes de funesto fuego, arrastra maderos de naves y cuerpos de hombres. El otro camino son los dos escollos, uno llega al vasto cielo con su aguda cresta y le rodea oscura nube. Esta nunca le abandona, y jamás, ni en invierno ni en verano, rodea su cresta un cielo despejado. No podría escalarlo mortal alguno, ni ponerse sobre él, aunque tuviera veinte manos y veinte pies, pues es piedra lisa, igual que la pulimentada. En medio del escollo hay una oscura gruta vuelta hacia Poniente, que llega hasta el Erebo, por donde vosotros podéis hacer pasar la cóncava nave, ilustre Odiseo. Ni un hombre vigoroso, disparando su flecha desde la cóncava nave, podría alcanzar la hueca gruta. Allí habita Escila, que aúlla que da miedo: su voz es en verdad tan aguda como la de un cachorro recién nacido, y es un monstruo maligno. Nunca se precian los marineros de haberlo

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pasado de largo incólumes con la nave, pues arrebata con cada cabeza a un hombre de la nave de oscura proa y se lo lleva. «"También verás, Odiseo, otro escollo más llano —cerca uno de otro—. Harías bien en pasar por él como una flecha. En este hay un gran follaje y debajo de él la divina Caribdis sorbe ruidosamente la negra agua. Tres veces durante el día la suelta y otras tres vuelve a soberla que da miedo. ¡Ojalá no te encuentres allí cuando la está sorbiendo, pues no te libraría de la muerte ni el que sacude la tierra! Conque acércate, más bien, con rapidez al escollo de Escila y haz pasar de largo la nave, porque mejor es echar en falta a seis compañeros que no a todos juntos." «Así dijo, y yo le contesté y dije: «"Diosa, vamos, dime con verdad si podré escapar de la funesta Caribdis y rechazar también a Escila cuando trate de dañar a mis compañeros." «Así dije, y ella al punto me contestó, la divina entre las diosas: «"Desdichado, en verdad te placen las obras de la guerra y el esfuerzo. ¿Es que no quieres ceder ni siquiera a los dioses inmortales? Porque ella no es mortal, sino un azote inmortal, terrible, doloroso, salvaje e invencible. Y no hay defensa alguna, lo mejor es huir de ella, porque si te entretienes junto a la piedra y vistes tus armas contra ella, mucho me temo que se lance por segunda vez y te arrebate tantos compañeros como cabezas tiene. Conque conduce tu nave con fuerza e invoca a gritos a Cratais, madre de Escila, que la parió para daño de los mortales. Esta la impedirá que se lance de nuevo. «Así dijo y, al pronto, llegó Eos, la de trono de oro. «Ella regresó a través de la isla, la divina entre las diosas, y yo partí hacia la nave y apremié a mis compañeros para que embarcaran y soltaran amarras. Así que embarcaron con presteza y se sentaron sobre los bancos y, sentados en fila, batían el canoso mar con los remos. Y Circe de lindas trenzas, la terrible diosa dotada de voz, envió por detrás de nuestra nave de azul oscura proa, muy cerca, un viento favorable, buen compañero, que hinchaba las velas. (…) «Levantáronse mis compañeros para plegar las velas y las pusieron sobre la cóncava nave y, sentándose al remo, blanqueaban el agua con los pulimentados remos. «Entonces yo partí en trocitos, con el agudo bronce, un gran pan de cera y lo apreté con mis pesadas manos. Enseguida se calentó la cera —pues la oprimían mi gran fuerza y el brillo del soberano Helios Hiperiónida— y la unté por orden en los oídos de todos mis compañeros. Estos, a su vez, me ataron igual de manos que de pies, firme junto al mástil —sujetaron a este las amarras— y, sentándose, batían el canoso mar con los remos. «Conque, cuando la nave estaba a una distancia en que se oye a un hombre al gritar en nuestra veloz marcha, no se les ocultó a las Sirenas que se acercaba y entonaron su sonoro canto: «"Vamos, famoso Odiseo, gran honra de los aqueos, ven aquí y haz detener tu nave para que puedas oír nuestra voz. Que nadie ha pasado de largo con su negra nave sin escuchar la dulce voz de nuestras bocas, sino que ha regresado después de gozar con ella y saber más cosas. Pues sabemos todo cuanto los argivos y troyanos trajinaron en la vasta Troya por voluntad de los dioses. Sabemos cuánto sucede sobre la tierra fecunda." «Así decían lanzando su hermosa voz. Entonces mi corazón deseó escucharlas y ordené a mis compañeros que me soltaran haciéndoles señas con mis cejas, pero ellos se echaron hacia adelante y remaban, y luego se levantaron Perimedes y Euríloco y me ataron con más cuerdas, apretándome todavía más. «Cuando por fin las habían pasado de largo y ya no se oía más la voz de las Sirenas ni su canto, se quitaron la cera mis fieles compañeros, la que yo había untado en sus oídos, y a mí me soltaron de las amarras. «Conque, cuando ya abandonábamos su isla, al pronto comencé a ver vapor y gran oleaje y a oír un estruendo. Como a mis compañeros les entrara el terror, volaron los remos de sus manos y estos cayeron todos estrepitosamente en la corriente. Así que la nave se detuvo allí mismo, puesto que ya no movían los largos remos con sus manos. «Entonces iba yo por la nave apremiando a mis compañeros con suaves palabras, poniéndome al lado de cada uno: «"Amigos, ya no somos inexpertos en desgracias. Este mal que nos acecha no es peor que cuando el Cíclope nos encerró con poderosa fuerza en su cóncava cueva. Pero por mis artes, mi decisión y mi inteligencia logramos escapar de allí —y creo que os acordaréis de ello. Así que también ahora, vamos, obedezcamos todos según yo os indique. Vosotros sentaos en los bancos y batid con los remos la profunda orilla del mar, por si Zeus nos concede huir y evitar esta perdición; y a ti, piloto, esto es lo que te ordeno —ponlo en lo interior, ya que gobiernas el timón de la cóncava nave—: mantén a la nave alejada de ese vapor y oleaje y pégate con cuidado a la roca no sea que se te lance sin darte cuenta hacia el otro lado y nos pongas en medio del peligro." «Así dije y enseguida obedecieron mis palabras. Todavía no les hablé de Escila, desgracia imposible de combatir, no fuera que por temor dejaran de remar y se me escondieran todos dentro. «Entonces no hice caso de la penosa recomendación de Circe, pues me ordenó que en ningún caso vistiera mis armas contra ella. Así que vestí mis ínclitas armas y con dos lanzas en mis manos subí a la cubierta de proa, pues esperaba que allí se me apareciera primero la rotosa Escila, la que iba a llevar dolor a mis compañeros. Pero no pude verla por lado alguno y se me cansaron los ojos de otear por todas partes la brumosa roca. «Así que comenzamos a sortear el estrecho entre lamentos, pues de un lado estaba Escila, y del otro la divina Caribdis sorbía que daba miedo la salada agua del mar. Y es que cuando vomitaba, todo ella borbollaba como un caldero que se agita sobre un gran fuego —a espuma caía desde arriba sobre lo alto de los dos escollos—, y cuando sorbía de nuevo la salada agua del mar, aparecía toda arremolinada por dentro, la roca resonaba espantosamente alrededor y al fondo se veía la tierra con azul oscura arena. «El terror se apoderó de mis compañeros y,

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mientras la mirábamos temiendo morir, Escila me arrebató de la cóncava nave seis compañeros, los que eran mejores de brazos y fuerza. Mirando a la rápida nave y siguiendo con los ojos a mis compañeros, logré ver arriba sus pies y manos cuando se elevaban hacia lo alto. Daban voces llamándome por mi nombre, ya por última vez, acongojados en su corazón. Como el pescador en un promontorio, sirviéndose de larga caña, echa comida como cebo a los pececillos (arroja al mar el cuerno de un toro montaraz) y luego tira hacia fuera y los cogen palpitantes, así mis compañeros se elevaban palpitantes hacia la roca. «Escila los devoró en la misma puerta mientras gritaban y tendían sus manos hacia mí en terrible forcejeo. Aquello fue lo más triste que he visto con mis ojos de todo cuanto he sufrido recorriendo los caminos del mar.

Caupolicán (Rubén Darío)

Es algo formidable que vio la vieja raza: robusto tronco de árbol al hombro de un campeón salvaje y aguerrido, cuya fornida maza blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón. Por casco sus cabellos, su pecho por coraza, pudiera tal guerrero, de Arauco en la región, lancero de los bosques, Nemrod que todo caza, desjarretar un toro, o estrangular un león. Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día, le vio la tarde pálida, le vio la noche fría, y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán. «¡El Toqui, el Toqui!» clama la conmovida casta. Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: «Basta», e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.

CAMINO DEL DESTIERRO Poema del Mío Cid (Anónimo)

Cuenta la historia que mandó llamar el Cid a sus amigos, parientes y vasallos y les comunicó que el rey le ordenaba salir del reino en el plazo de nueve días. Y les dijo: —Amigos, quiero saber cuáles de vosotros queréis venir conmigo. Dios os lo pagará a los que vengáis, pero igualmente satisfecho quedaré con los que aquí permanezcáis. Habló entonces Álvar Fáñez, su primo hermano: —Con vos iremos todos, Cid, por las tierras deshabitadas y por las pobladas, y nunca os fallaremos mientras estemos vivos y sanos; en vuestro servicio emplearemos nuestras mulas y nuestros caballos, el dinero y los vestidos; siempre os serviremos como leales amigos y vasallos. Todos aprobaron lo que dijo Álvar Fáñez y el Cid les agradeció mucho lo que allí se había hablado. Y en cuanto el Cid hubo recogido sus bienes, salió de Vivar con sus amigos y mandó ir camino de Burgos. Allí dejó su casa vacía y abandonada. Derramando abundantes lágrimas, volvía la cabeza y se quedaba mirándola. Vio las puertas abiertas y los postigos sin candados, las perchas vacías, sin pieles y sin mantos, sin halcones y sin azores para la caza. Suspiró el Cid, con preocupación, y habló con gran serenidad: —¡Gracias a ti, Señor, que estás en el cielo! ¡Esto han tramado contra mí mis malvados enemigos! Se dispusieron a espolear a los caballos, y les soltaron las riendas. A la salida de Vivar, vieron una corneja por la derecha y cuando entraron en Burgos la vieron por la izquierda. Se encogió de hombros el Cid y sacudió la cabeza: —¡Alegrémonos, Álvar Fáñez, ya que nos destierran! El Cid Rodrigo Díaz entró en Burgos, en compañía de sesenta caballeros, cada uno con su pendón. Salieron a verlo mujeres y varones, la ciudad entera se asomó por las ventanas derramando abundantes lágrimas ¡tan fuerte era su dolor!, y diciendo por sus bocas una misma opinión: —¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor! Lo convidarían con gusto a su casa, pero ninguno se arriesgaba, pues el rey don Alfonso le tenía gran rabia al Cid. El día de antes había mandado una carta a Burgos, severamente custodiada y debidamente sellada, en la que ordenaba que al Cid Rodrigo Díaz nadie le diese posada y que el que se la diese tuviese por cierto que perdería sus bienes y también los ojos de la cara, e incluso la vida y el alma. Gran dolor tenían aquellas gentes cristianas; se escondían del Cid, pues no se atrevían a decirle nada. El Campeador se dirigió a su posada, y al llegar a la puerta, la encontró bien cerrada: por miedo del rey Alfonso así la tenían atrancada, y, a no ser que la forzasen, no la abriría nadie. Los que iban con el Cid con grandes voces llamaron, los de dentro no les respondieron una sola palabra. El Cid se acercó a la puerta, sacó el pie del estribo y le dio una patada, pero no se abrió la puerta, pues estaba bien cerrada. Entonces una niña de nueve años apareció ante sus ojos: —¡Oh, Campeador, que en

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buena hora ceñisteis la espada! El rey lo ha prohibido, anoche llegó su carta severamente custodiada y debidamente sellada. No nos atreveremos a acogeros por nada del mundo; si no, perderíamos los bienes y las casas, e incluso los ojos de la cara. Cid, con nuestro mal, vos no ganáis nada. ¡Que el Creador os ayude con todas sus mercedes santas! Esto dijo la niña y se volvió para su casa. Vio el Cid que no contaba con el favor del rey. Se alejó de la puerta, atravesó Burgos, llegó a Santa María, y allí descabalgó; se hincó de rodillas y rezó de corazón. Terminada la oración, enseguida el Cid volvió a montar a caballo, salió por la puerta de la ciudad y cruzó el río Arlanzón; al salir de la ciudad paró sobre un pedregal, mandó plantar la tienda y luego bajó del caballo. Sabedlo: el Cid Ruy Díaz, el que en buena hora ciñó la espada, acampó al aire libre con los caballeros que lo acompañaban, pues nadie lo acogió en su casa; así pasó la noche el Cid, como si estuviese en despoblado, en medio del campo. En buena hora ceñisteis la espada: que fue armado caballero en un buen momento (por el influjo de las estrellas), es decir, que es afortunado. También le había prohibido el rey comprar comida en Burgos, así que nadiese habría atrevido a venderle ni la ración de un día. Sin embargo, Martín Antolínez, el ilustre burgalés, les proporcionó pan y vino al Cid y a los suyos; no lo compró en la ciudad, pues era de su hacienda, así que de esta manera los abasteció de todo lo imprescindible. Se alegró el Cid y todos los que estaban a su servicio. Habló entonces Martín Antolínez: —¡Oh, Campeador, en buena hora nacido! Esta noche descansaremos y seguiremos por la mañana, pues yo también seré acusado. Si con vos escapo sano y vivo, antes o después el rey me volverá a querer como amigo; si no, todo cuanto dejo no me importa un higo. Habló el Cid, el que en buena hora ciñó la espada: —¡Martín Antolínez, caballero de intrépida lanza, si yo vivo lo suficiente, os doblaré el sueldo! Gastados tengo todo el oro y toda la plata, ya veis que conmigo no llevo nada, y me haría falta dinero para mantener a quienes me acompañan. Lo lograré por las malas ya que por las buenas no lo conseguiré. Con vuestra ayuda quiero preparar dos arcas, llenarlas de arena, para que sean muy pesadas, cubrirlas de guadamecí rojizo y cerrarlas muy bien con clavos dorados. Buscad enseguida a los judíos Raquel y Vidas y decidles que como en Burgos me han prohibido comprar y el rey me ha desterrado, no me puedo llevar mis bienes, que son muy pesados; que se los empeñaré por una cantidad justa. Llévenles las arcas de noche, para que no lo vea nadie excepto el Creador con todos sus santos. Contra mi voluntad lo hago, porque otra cosa no puedo hacer.

HERCÚLES (VERSIÓN DE MARIO MEUNIER)

Un día Zeus, el padre omnipotente de los dioses, compadecido ante los males que atormentaban a los infortunados mortales, dijo luego de reflexionar: —Voy a engendrar, para ventura de los hombres y de los dioses, a un héroe magnífico, inigualado. Él será el protector de todos frente a los peligros que continuamente los amenazan. Su fuerza excepcional y sus heroicas virtudes serán la salvaguardia del mundo. Dicho esto, descendió Zeus una noche a la ciudad de Tebas. Allí, en magnífico palacio, habitaba la reina Alcmena, que descollaba entre todas las mujeres fértiles por la belleza de sus ojos y la nobleza de su elevada estatura. Su esposo, el rey Anfitrión, se encontraba ausente debido a la guerra. Entonces Zeus, para lograr acercarse a Alcmena sin despertar sospechas, tomó los rasgos del propio Anfitrión y como tal se presentó ante el portero de palacio. Los criados, convencidos de que veían nuevamente a su amo, acudieron a recibirlo a toda prisa, lo rodearon y sin demora le allanaron el camino hacia las habitaciones de su real esposa. Y en el abrazo de esa misma noche la reina Alcmena concibió del soberano del Olimpo, y sin haberlo reconocido, a quien sería el poderoso Hércules. Pero desde el instante mismo de su nacimiento, el futuro héroe atrajo sobre sí el odio de Hera, la esposa de Zeus. En efecto, apenas el niño hubo salido de las entrañas de su madre, la reina de los dioses, aprovechando las tinieblas de una noche especialmente oscura, envió al palacio de Alcmena a dos feroces serpientes. Todo el mundo se hallaba, al igual que el niño, sumido en un profundo sueño. Penetraron los reptiles en silencio por la puerta abierta de la habitación y deslizaron sus formas horribles y sinuosas, a la luz del fuego de sus propios ojos, hasta llegar al escudo que servía de cuna al divino infante. Los dos monstruos, silbando, se disponían a clavar sus colmillos envenenados en el rostro del niño para luego ahogarlo con sus anillos. Pero este, despertándose de pronto, atrapó con sus manos a las dos espantosas serpientes, y con tal fuerza apretó las gargantas henchidas de veneno, que las estranguló a ambas a la vez. Esa fue la primera hazaña de este héroe extraordinario. Considerado hijo de Anfitrión, crecía día a día el vástago de Zeus y de Alcmena, gracias a los cuidados amorosos de su madre, como un hermoso árbol que se yergue saludable en medio del huerto florido. También Zeus, como un padre cuidadoso, velaba por él desde la cumbre del sagrado monte Olimpo. Un día el padre de los dioses se propuso otorgarle a este hijo el don de la inmortalidad y el vigor sin límite propio de los dioses. Para ello tuvo la idea de obligar a una gran diosa a amamantarlo y con tal fin envió a Hermes, mensajero del Olimpo, a buscar a la criatura. Cuando

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volvió con ella el dios alado, Zeus tomó al niño y lo acercó sigilosamente a los pechos de la propia Hera, que en aquel momento dormía. El recién nacido prendió su boca a los blancos pechos de la diosa y mamó abundantemente. Una vez saciado, se volvió y sonrió a su padre. Pero había sorbido y chupado con tal fuerza, que la leche de Hera continuó fluyendo: las blancas gotas que salpicaron la superficie del cielo dieron lugar a la Vía Láctea, y las que descendieron hasta la tierra dieron origen a los grandes lirios. sus años lo aconsejaron, su madre Alcmena se preocupó de proporcionarle una educación esmerada y completa. Lino, hijo del hermoso Apolo, le enseñó la ciencia de las letras; Eumolpo lo adiestró en el arte de modular la voz y de cantar paseando los dedos por las cuerdas sonoras de la armoniosa lira; Eurito, en fin, le enseñó el arte de tender hábilmente el arco y de dar en el blanco con una flecha certera. Pero fue durante tan magnífica educación que el poderoso Hércules, cuyo ánimo era intrépido y generoso, pero irascible en ocasiones, se hizo por primera vez culpable de una muerte involuntaria. Un día Lino, su maestro de letras, decidió poner a prueba la sabiduría de su joven discípulo y lo conminó a escoger, entre un conjunto de volúmenes, aquel libro que prefiriese. Hércules era un notable glotón desde su nacimiento, un gran comedor —tan voraz llegaría a ser su apetito que, ya mayor, habría de engullir sin arrugarse bueyes enteros—, y por tanto eligió sin demora un tratado cuyo título era El perfecto cocinero. Irritado por semejante elección, Lino criticó ácidamente la desmedida voracidad que atormentaba a su discípulo y llegó incluso a amenazarlo, alzando su mano por lo que consideraba una conducta grosera e indigna del futuro héroe. Hércules, sintiéndose agredido y creyendo actuar en legítima defensa, y presa a la vez de una cólera tan súbita y violenta como incontrolable, tomó una cítara —el primer objeto que vio a mano— y rompió el instrumento en la cabeza de su maestro, causándole una muerte instantánea. Para castigarlo por semejante crimen, Anfitrión envió a Hércules a vivir entre los pastores que guardaban sus numerosos rebaños en lo alto de las montañas. Allí, los continuos ejercicios de la caza desarrollaron su cuerpo adolescente y les confirieron a sus flexibles miembros una fuerza aún más prodigiosa. Es así como, con tan sólo dieciocho años de edad, Hércules mató con sus propias manos a un león que asolaba la comarca. Al volver de su gloriosa cacería, Hércules se encontró con los heraldos que, procedentes de Orcómenes, venían a reclamar de los tebanos un tributo de cien bueyes, instituido como reparación por un antiguo delito. Sin vacilar, los atacó el hijo de Alcmena. Les cortó la nariz y las orejas, les ató las manos a la espalda y los envió de vuelta a su país, no sin antes decirles que ese era el pago del tributo. Ergino, rey de Orcómenes, al enterarse de lo sucedido, armó un ejército y marchó contra Tebas. Pero Hércules, vistiendo la armadura que le regalara la diosa Atenea, se puso a la cabeza del ardoroso grupo de guerreros tebanos y, desviando el curso de un río, ahogó en una llanura a la caballería enemiga, y luego persiguió a Ergino hasta matarlo a flechazos. Para recompensar al autor de tan importante victoria, el rey de Tebas concedió al héroe la mano de su propia hija, Megara. De esta unión nacieron muchos hijos, pero todos habrían de morir antes de tiempo, a manos de su propio padre. En efecto, en un acceso de locura, el desdichado Hércules mató a sus propios hijos, juntamente con la madre, asaeteándolos sin piedad con sus ya célebres flechas. Tras haberse manchado con la sangre de sus hijos, Hércules se arrepintió amargamente del crimen y marchó a Delfos para consultar al oráculo de Apolo de qué manera le sería posible purificarse de tan horrendo delito. El oráculo le ordenó que se dirigiera a la ciudad de Tirinto y allí se sometiera durante doce años al servicio del rey Euristeo. Hércules obedeció. Pero cuando Euristeo, un príncipe débil y pusilánime, vio frente a sí a ese héroe magnífico, tembló ante la sola idea de que un día el valeroso semidiós le arrebatara el trono. Para deshacerse de tan importuno advenedizo, y con la secreta esperanza de que Hércules no tardaría en sucumbir, Euristeo impuso al intrépido hijo de Alcmena, una tras otra, las tareas más difíciles que se pudiera concebir. Pero Hércules salió vencedor de todas las pruebas, y las altas gestas que llevó a cabo en aquel período son lo que se ha llamado los “Doce trabajos de Hércules”.