garzón, eugenio - la ciudad acústica

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Crónica de la vida parisina con la perspectiva de un sudamericano

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  • O B R A S D E L A U T O R

    La F lecha del Charra , folleto en e s p a o l

    Jean O r th (edicin espaola), un volumen, 1%6. l'racluccitSn francesa

    de M. Charles Barthez, un volumen.

    L Amrique du Suo au XX'' s ic le (LArgentine et l Uruguay). 1905.

    R ooseve lt e t Monroe, 1905.

    L Amrique la tine {Rpublique Argentine), prface de M. Pierre Bmdm, I, un volumen, 1911.

    L Amrique la t in e {Rpublique A rg en tin e), prface de Enrique R. Larreta, II, un volumen, 1913.

    L Uruguay. Historique de son indpendan ce et d e son or^anaaiion : finances, conomie, agriculture, levage^ im migration, e tc . (Supplment illustr du Figaro, 1911.)

    Le C h ili. Historique de son indpendance el d e son organisatimi : finances, conomie, agriculture, indm trie, m ines, im m igration, eAc, (Supplment illustr du Figaro, 1910.)

    Discours prononc linauguration de la premire Semaine de rAmrique latine, Lyon, le 2 dcembre 1916.

    Discours prononc linauguration de la Deuxime Semaine de rArn- rique latine, Bordeaux, octobre 1917.

    Una H o ja de Lau re l : La Juventud de un L iertador ). A mrica. Un volumen de 128 paginas, con una fotografa del CirjH'ra! Garzn frente a Quito, en 1822. Cubierta original del pinor cislombaio Roberto Pizano. (Editions Le Livre Libre , F^ ars, 1926.)

    P r x im a s a a p a r e c e r :

    La Tragedia d e l P la t a *(/550 1852), con ilustraciones y ruimercsos documentos inditos sobre todos los sucesos y los hombres que figuraron en esa poca.

    F iguras DE la A mrica L atina.

    L a L imea.

    M is Patriadas.

    Y UNA novela de asunto c r io llo .

  • EUGENIO GARZON

    LA CIUDAD ACUSTICA

    D e d ic a d o a M a r c k l o T. d e A l v e a r .

    Escenas de la vida parisiense.

    P r l o g o de C a r l o s R e y l k s ,

    \ 4-

    D I T I O N S L E L I V R E L B R E

    H'* I I , A v e n u e de l O p r a , I l

    P A R S M C M XXV II

  • Ctij.yriftji \>y 1*.. r/.on. Ki ii'u|iit'(iiil fi'l a u it j'

  • EjSte libro, que sale hoy a luz, hace mucho tiempo que est

    en la obscuridad, por razones de respeto a Francia. La Ciudad

    Acstica estaba terminada al empezar la ltima guerra; pero

    su autor se neg a imprimir su obra, alegando que sera una

    falta de respeto para con la ciudad que le hospitalizaba el publi

    car en aquellos momentos las escenas en que ha reflejado el

    alma del Boulevard, cuando Pars estaba cubierto de una noble

    melancola.

    l tiempo ha pasado; y, al pasar, ha eliminado con su accin

    transformadora algunas de las pginas de este libro, y muy prin

    cipalmente aquellas que se refieren al viejo cochero de Pars,

    en que el autor estudia su extraa fisiologa.

    Otras escenas y tipos han sufrido las mudanzas realizadas en

    los seres y las cosas.

    Todo lo dems, que es el nervio del libro, vive an y se

    mueve en el vasto solar de La Ciudad Acstica.

    En la segunda edicin, el autor se propone aumentar las

    pginas de su libro con lo que Pars fue durante la guerra y

    despus de ella,

    EL EDITOR.

  • RAZONES QUE J U S T I F I C A N EL T I T U L O- d e e s t e l i b r o

    ' ' ' ' Y ' por'estas'y'causas y ninus iisiiinicinucs y hIVctuH, PnrH es Paris y Paris es tiiido iior ihj/.u. tiil iimndo, nnrqiK' n,ih*laii!n .>u DeUeza a las otras ciudades; y Paris ; iirna /h* Huanm Tisfal.

    Una voz aanima le llim la V/I* .m iuw !.., (.uM4lurino iMin-Hn. Ville Synthse; Canudo, Visa a e du Mande, y y lu llu.rrM, ut p'TiJ.'.nde estes seores, la Ville Acoiislufiio, ............

    En efecto, Paris es la nica t'iiidad acii.sl.ica dd iimnil*.Una palabra dicha eu el HouUmird, pur pc.picu ({fit* Mcn, no ((unli/,au. Y ch que stos son escenarios sordo'.

    En Londres suceden las cosas rns l'nnni'dafdcti. sinrap.i.'iiaM, por ejemplo, entre otras coalicionca, so liwcn dui'ijiH de Ihh rail**.? le hi gran metrpoli, apedrean a la polica, puiico uuu. torttlia en la raa dcl ministro, incendian centerm'es o buzones de comnis, cnntt ni vivieran en una ciudad abandonada... y la fartiosa polica de LdtidrrH, (Vpi ha hecho? Y estas mismas sufiragistas, no 4a!>i(ndt ya qu iiucer, un luieii da invaden el famoso campo de (Jarreras del lvrluj y .ne eehao hiiji la;; patas de un cabiallo del Rey que iba corri(ndo, y e hacen nHur. ( htiriiuinl'

    Sera cuestin de agarrarse la. cabeza, .si tale cohuh .siicedierars en Pars. Todos los imbdes dol mundo itoiidrioi ft f'rif;,r: -'roici est perdida!...

    Dgase una palabra ms fuerte que otra, en la, Plarr dr rupiha, grtese en el Bovievard, rmpase una, botelkii en la Hnrt' i[mndu% jeM- myese una histrica en Montmartre y los hishoh iuihcile tu) jiiudrAu a gritar:

    Los escndalos d(i Paj*fs.Ms an; si a una nuijer le roban un saco de niiot y |i* arrancan

    brutalmente su reloj. cf)n cadena y iodo, y ili^ hrieu f*rila: Au t'tdi'ur!, todo el Grand Boulevard, desde la Mnhdiin la HtisliHr, ;;e fi(i!idr,'' pU' igual a gritar:

    Au vlear!... .. volo.ur!...Y los vientos alterados iwipclrn a hu ve/;Au voleur!... Au 'volcurl...Y Pars entero se pondr, a gritar:Au voleur!... Au voleur!.,.Y el universo, sugestionado por el Houlcvard, (ic van m ( junnrri deliniites oara poner m el aue el robo:

    Au voleur!... yin valeur!..,Cmo no llamar, pues, a Pars la Ville Aeump/el

    K. fL

  • A M A R C E L O T, D E A L V E A R

  • Y digo Marcelo, sencillamejite, porque al dedicarte este libro

    no hago otra cosa que cumplir con una promesa que te hice

    cuando os dos vivamos en Pars: t, de simple particular; y

    yo, de igual categora.

    T, por Pus felices aptitudes intelectuales y tus cualidades

    superiores de hombre y de caballero, has llegado a sobrepujar,

    en la lucha y en la vida, el nivel comn de las gentes, mientras

    que yo sigo en el tumulto. Por esto mismo necesito poner estas

    pginas bajo los auspicios de tu nombre, ilustre en ambos

    mundos: en la vieja Espaa y en la nueva, como lo not el

    general Mitre.

    Y vlgale, pues, a La Ciudad Acstica esta doble aureola

    con que hoy se presenta ante mis amigos y el pblico; y digo\

    doble aureola, ya que sta fue luminosa por la accin esencial'

    de tus antepasados; y, al presente, por el esfuerzo de ti profundo

    y tranquilo espritu filosc)fico al presidir los altos destinos de la

    Repblica Argentiiia; y aqu, y sin ms decir, me digo tuyo por

    el afecto personal y por la tradicin que liga nuestros nombres,

    en la historia de nuestra Amrica.

    E u g e n i o GARZON.

    Pars y octubre de 1927.

  • P R O L O G O

    Hay no,mbres de personas que son evocadores; apenas pro

    nunciados llenan la memoria de paisajes, panoramas, stmiles,

    seres, hechos 3; cosas que se reflejan de hulto en un espejo sin

    gular, a quien el espritu ha dado ancha superficie y fomro

    profundo. Garzn es un hombre espejo y un espejo de muchos

    planos. Absorbe :v suscita imgenes. En el ms lontano de

    aqullos aparece la silueta fina, como estilizada, del Garzn

    jovejt, caballero de pluma y espada, galanteador, dandy, pico

    de oro, :v (ue lleva un pensamiento romntico en el ojal, y las

    polainas blancas, con que ha de andar los agrios caminos -del

    mundo, sin ofender su albura. Luego surge el periodista, 'el

    guerrillero e?i las sierras de Maldonado, el prisionero eii

    el Quebracho, el senador, el duelista, que va al terreno del

    honor sin embarazo alguno, apuesto y sonriente, y le enva una

    bala al adversario como un piropo a una dama. El cabello y la

    barba Jian encanecido un tanto, pero la silueta no cambia, m

    las polainas tampoco, 'menos an su modo de sentir la vida:

    dignidad 'de buen talante, paquetera por dentro y por 'fuera,

  • amor, regocijo. Es un caballero, tiene linea exterior: tipo; y

    estilo interior: personalidad. Esta figura con su atmsfera se

    viene aquilatndose y agrandndose, a la superficie del espejo.

    Una arremetida contra los molinos de viento. Ha atravesado el

    lquido diamante azul, est en Pars, solo, extrao a todo y a

    todos, la bolsa vaca; pero eso no le impide mondar el pecho,

    llevar alta la cabeza, el cogote tiesotiene el msculo realy

    pasearse por los bulevares con los arrestos y desplantes de un

    lord en plena disponibilidad. Ahora usa monculo, y cuando se

    ve el mundo al travs de un monculo o se re o se llora. Garzn

    sonre, pero no se apea de su Rocinante, que es un Rocinante

    optimista y galopador. 7 empieza la dura brega de conquistar

    a -mano limpia lo que l llama, co?i grande acierto, la ciudad

    acstica. Tantea el terreno, trata de orientarse entre tanta

    niebla; se documenta y lucha en la soledad y el desamparo, sin

    una queja, porque el dandy es un estoico; sin una flaqueza,

    porque el preteiidiente es un gaucho que ha templado su coraje

    en el calor de los fogones. Esgrime la pluma, publica varios

    libros; por fin toma de asalto Le Fgaro, y desde tan alta tri

    buna le descubre a Europa las aspiraciones, las fuerzas vivas,

    los paisajes espirituales y los hombres de los inmensos territorios

    que dej abonados con su sangre la raza hispnica. Y se con

    vierte, por derecho propio, en el Embajador de la Amrica

    Latina, y ya la figura de Garzn, cargada de contenido humano,

    llena de sentido, campea en la ms prxima y lmpida superficie

  • del espejo. Todas las siluetas se han fundido en una. Sus cabellos

    han ido cobrando el color de la fiieve, mientras l iba acari

    ciando >' realizajido sueos de color de rosas. En vez del l)ensa-

    miento romntico, lleva en el ojal la roseta de Comendador de

    la Legin de Honor, integralmente conserva la lnea del dandy,

    iesprit y, por supuesto, el mon)ctdo y las polainas inmaculadas,

    dos smbolos de su complexin moral. A veces sonre a cosas

    invisibles, lleva un mundo dentro. Los ojos miran entornados

    para tamizar la luz y sentir mejor las impresiones del psiclogo,

    del pintor de costumbres, del filsofo nitmdano, (ue todo eso

    es ahora Garzn, naturaleza vivida y renovable, .siempre garz(Sn,

    ofrecindole a los que lo suponan al fin de su disco tina nueva

    dcima: La Ciudad Acstica, dibujada y pintada, no con la

    pluma del periodista, sino con el pi7icel del escritor.

    En efecto, La Ciudad Acstica es una obra pictrica, de

    observacin minuciosa y finos toques de acuarela japonesa. A.qu

    y all, algunos brochazos goyescos. Lo cmico, lo melanclico,

    lo pattico se dan el brazo y arrancan por el Grand Boulevard,

    porque es en la carne, la entraa y la sangre de la urbe latina

    y no en su historia, sus Academias y sus Museos, donde Garzn,

  • desde treinta aos atrs, tnoja el pincel dcl atthta o iiiiide el

    bistur del analizador.As que llega, ya entrado en aos, duros los hiwsos vharnUis,

    abre los ojos, aguza los odos, muda de pellejo como las vhorm

    y aspira a grandes boca^ iadas la cultura vurapet. I/h erialq

    instinto de rumbeador lo lleva al Graiid Bouevard porque ah

    las resonancias de toda la tierra tienen eco y latido. ()3svrvur Im

    gentes que pasan y or lo que dicen e.s como tomarle vi jnisi ul

    mundo. Y Garzn se lo' toma da .v noche e inipriini- vrt m

    placas ultrasensibles de su memoria los perjiles y los ate n i os

    de lo que ha visto y odo. A fuerza de atvmin, su mirada

    trnase perforante. Nada se le escapa. Lo

  • sigue apurada el tranco largo de su marido)'); ael turco, anegado

    en su sensualimno sombro, habla un idioma mal dispuesto, un

    idioma con espinas; el chino, si se ren de l, recuerda un

    glorioso pasado y sigue andando con su trenza acuestas.)) Y

    continan desfilando, puestos de relieve por un trazo ya irnico,

    ya triste, el ruso tonante de antao y el ruso periclitado de hoy ^

    el sueco, cdiombre lunar)); el suizo, el griego, el hngaro de

    icbigote aborrascado)), y los tristes y los alegres, los pobres y los

    ricos, los cuerdos y los locos, los calculadores y os intuitivos,

    soimbidos todos corriendo tras sus quimeras, ya que el vivir

    es un puro so7tar. De pronto, una nota trgica: el potentado

    que se muere de miseria en un banco del Boulevard. nEl pobre

    estaba doblemente helado por el hlito de la miuerte y el fro

    de la nieve, y no tenia camisa. Como contraste, cmna pareja

    trabada de las manos se pasa su amor o un detalle libertino,

    la cruzada ertica de Cora Ferie, beldad famosa, desde la

    (Maison Dore hasta el aCaf Anglais. Iba enteramente des

    nuda, slo cubiertos el cuello y las manos de perlas y brillantes

    garrafales. Sus adoradores la seguan llevando cada cual, apre

    tada contra el tumultuoso corazn, una prenda de la primorosa

    indumenta de la bella.

    Garz()n nos describe con amor prolijo el Boulevard porque

    l mismo es Boulevard. Se ha identificado con su asimto, le

    ha absorbido los tutanos: Misteriosas similitudes, sutiles con

    cordancias entre la vida del autor y la vida heterdita del Bou-

  • levard, han establecido entre ste y aqul intima corresponden

    cia, ese lenguaje sin palabras, signos ni gestos con que se hahlmi

    las almas gemelas o ms raramente el hombre y las cosas. Esloy

    seguro que Garzn ha circulado por la grande iirieria como

    sangre y luego como vidente con el monocuio iiiserio en el ojo

    y las puertas del espritu abiertas de par en par. Por eso com

    prende 3 nos pinta sin acidez, abites bien con humorstico o

    melanclico acento, los ambiguos personajes que fornnm hi

    fauna aborigen del pav.

    Cada captulo es un poema vivo, no una crnica iHuerta,

    Narra con arte y la vibracin interna que colora ,v anima el

    relato y tambin el estilo, que, en fin de cuentas, no es l/ntea ;v

    fisonoma, sino principalmente tono y timbra. Qu sera de las

    rosas, por ms opulentas que fueran, sin el aroma? iuis iingenes

    y las escenas de Garzn tienen perfume precismenle porque no

    son retrica, flores de pluma, tan preparadas como las flores de

    sartn: son alma. Hablando de los mil matices de la pierrciLse,

    desde la de lengua procaz hasta aquella otra que de ueada Id-'

    grima sale disparando un cocodriloy), nos cuenta:

    ioUna noche, dando el paseo que solamos, vimos a un de

    ellas que estaba triste, muy triste, apoyada en un rbol, eoriio

    si algn helado desmayo e ocupara el corazn. Limpios de

    segunda intencin, tocados por una silenciosa piedad, que en

    cualquier ocasin tiene lugar la cortesa, le preguntamos por la

    doble causa de aquel dolor y por as lgrimas que tUi liorahih

  • sin saber cmo decirle palabras convenientes, y no nos contest.

    Insistimos en nuestra inferior curiosidad y, al fin, ??os dijo con

    fina terneza sofocando sus palabras en el pauelo:

    ))II me trompe, monsieur...

    y alzando la sencillez de sus ojos busc vagamente los mos

    y quedse ms tranquila en aquella noche de olvido, que el

    dolor comunicado agobia menos.

    y las palabras de aquella pobre muchacha, temblndole el

    corazn, en lo mejor de su edad, fueron dichas con tal melan

    cola, impregnadas de dolor tan extremo, que aun las guardo

    en el erario de mis recuerdos. Nunca olvidar la imagen dolo

    rosa de aquella criatura negativa, encendida en vivo fuego de

    mor, y de quien fui, en un minuto htdev arder o, el arco que

    seren su borrasca.

    Los efectos de aquel breve coloquio que los dos tuvimos

    fueron bien parejos: ella se qued padeciendo y yo me fui cavi

    lando.

    y cuando vuelvo a pensar en su persona, la veo llorando en

    el Boulevard, sola en su casa, sola en el mundo, con un ay!

    errante entre sus labios, que la ociosidad y el deleite son la ruina

    de las almas.

    yyPobre mi amiga de un minuto!

    y>Qu cosa rara es el Boulevard!

    Y asi corno un gil prestimano. Garzn nos va sacando de su

    galera blanca de dandy o de su chambergo cantor las entraas

  • calientes del Boulevard, dichoso de mmlrrnoHus, ujyquc son

    vida, y l, a pesar de los aos, es mi amante de la vitlu, y se

    despedif de ella, wqub hciyci sido eine, ( tie'ialulali, eeni /i

    punta de los dedos, un beso do cniuofLio.

    Cmx.m R I'V Y iJ 'S .

    Pars y septiembre de 1927.

  • RAZAS Y NACIONALIDADES QUE DESFILAN,

  • El Grand Boulevard, que tiene por s solo el valor de un

    mundo, es la reunin de todas las razas y nacionalidades de la

    tierra.

    Su ruido es grande y mayores sus apetitos y la vislumbre de

    sus colores.

    El Grand Boulevard est confederado por otros bulevares,

    con nomenclatura y paseantes distintos, con idioma y gestos de

    otras tierras.

    Desde la Madeleine hasta la Place de VOpera, y casi hasta

    la Chausse d'Antiii, en la esquina del teatro del Vaudeville,

    predomina el extranjero,

    Y es curioso advertir cmo deja ver cada cual su individua!

    naturaleza y los diferentes gneros del decir, mostrando as la

    fisiologa del pas de que procede.

    El espaol, por ejemplo, comenta la poltica de su pas,

    y habla fuerte, con grandsimo extremo; el americano del Sur

    se mueve inquieto, con la impaciencia de querer probarlo todo,

    y, como su seor padre el espaol, habla fuerte tambin.

  • El italiano,, con su palabra original, siguiendo la variedad

    de su condicin, aadiendo imaginaciones a inia^inac'tones,

    precipitado en la diccin, pattico en el gesto, junta el iaur-

    vard en su recuerdo que lo aprende para siempre : ufo amo

    dicequesto imbrogUo cid; me ja hene a a mente e ai cutwe,-

    El rabe, alto y flaco, sereno y distn^tido, riasi eiivuefti>

    en su blanco albornoz. El rabe, en medio del Hoiife'i^ariL

    alejndose del suelo, parece que fuera canurtando en iitin}a

    confrontacin con las viejas formas de su pcn^anicno.

    Y el amor patrio, sutil maestro, le induce a creer tjue tiun

    viven en el limbo sus Dioses tutelares... Oh, Al, Al !...

    El in l^s-Cook se sonre, fro y dichtso, y la Iriilfsa de

    salud animosa y escaso pecho, Bacckcr en niari, apiirndose

    a.saber, si^ue apurada el tranco largo de su marido.

    Y el ingls elegante que ha parado en el liiz, vesfitio

    an de camino, le muestra a la suya el limtlevartl rKHMirrio:

    (Where the Prince of Wales where not a gooii hoy. Y i*sto t-

    ciendo se siente dichoso con un recuerdo putriotieo que le taba

    a su rey un punto ms que al diablo.

    El yanqui compra perlas para su seora en la me tie ia Puix,

    encuentra escasas las riquezas del Bouvvurd, fuma y

    tiene pecas en las manos. Cuando le da a uno la Huya, k* saet el

    brazo de un tirn. En recompensa, os invitar a $\i casa de Cllii.

    cago, que le ha costado jtres millones!... y los muebleK lima

    tro!...

  • Por ahi pasa el holands, cuya sangre la pierreuse avivar no

    puede.

    El turco, anegado en su sensualismo sombro, habla un

    idioma mal dispuesto, un idioma con espinas.

    En qu irn pensando los descendientes del pastor Oomn,

    que fue un bandido?

    Las caras entristecidas de estos hombres, que van en muda

    discusin con el destino, muestran la fnebre ptina de su vieja

    esclavitud.

    El egipcio, soando siempre, se vuelve con la imaginacin

    a mejores tiempos y piensa en ellos. La reforma de la situacin

    actual, la evacuacin por el ingls de las tierras que componen

    el misterioso Egipto, son cosas que andan por su alma.

    Quin es esa ave negra, cual si hubiera sido apaleada, que

    mantiene viva la curiosidad del Boulevard?

    Es un chino amarillo del Imperio Celeste. El tambin em

    pieza a ser removido por las inquietudes de la revolucin. Y,

    cuando el Boulevard se re de su estampa, l se alienta silencioso

    con el recuerdo de su glorioso pasado, y sigue andando con su

    trenza a cuestas.

    De quin es aquella nariz que dibuja su corvo perfil de

    guerra en el clarobscuro del Boulevard?

    Es un judo de Francia, de Jerusaln, de cualquier parte, del

    mismo Boulevard, que va pensando en Shylock... Cruz-diablo!

    Qu aceite no se consume, pues, en la llama del Boulevard?

  • La celeste arde en la frente del hombre genial; la roja

    al brbaro, y la amarilla tamiza la visin dcl hombre eofernio

    que comienza a bajar, camino de la iimba, por la ihi curva

    que su cuerpo ensaya.

    El hngaro, de cara chata y bigote aborraKcatIo, espera a

    muerte de Francisco Jos para vivir en casa propia. No {leiiKa

    en otra cosa (1).

    El ruso elegante, aquel prncipe rubio como el rci ipu gnH,

    taba, que era trado en lenguas por las liabaclura.s tle! /okI'-.

    mrd, ya no existe. Habr existido? fabra cii: rtleer fas

    crnicas que as lo afirman, tomando lo que en ella liuhii*ra s.{t'

    verdad, con la imaginacin de la hora que vivirnos.

    Segn las anotaciones de la poca, el prncipe rtiso era el

    //f obligado de la cocotta mas en boga, cuyas badianas ele l^asifes

    ei Boulevard escriba con letras de vividos colores en la jeHuri-

    brante crnica de su vida. Si haba bluff, la t^tealte comparta

    la responsabilidad con su amante y con el rrti.miso Btmiertrd,

    El ruso que es hoy asiduo de las ierray,as vs irn riiio t*x-

    patriado; es la anttesis del otro. Es un ruso abafdo |>iir la ti es

    gracia, desgarrado por la miseria; pero t|e a kIi.'^ [as

    infortunios de la vida, en alas de su nuKtica pfJCM'a. que r,-. ;n flaenh, y

    plidos y transparentes, y llevan sus cabellos mi elf.s>rdiri, y e,s

    l) Y as ha sido.

  • igual el desalio de sus trazas, el Boulevard dice respetuosa

    mente:

    i Esos son dos rusos..., dos hroes..., dos libertadores, tai

    vez!...

    Y el hombre de la vieja Polonia cautiva, movido an por el

    valor de su sangre, que vino antao al Boulevard huyendo de

    la muerte, ve pasar, y no sin placer, mseros y dolientes, a los

    hijos de aquellos que proclamaron la paz de Varsovia.

    El alemn, jDios mo, qu invasin de alemanes! Estos

    ponen la desesperacin en el espritu de los restaurateurs del

    Grand Boulevard, porque slo comen fiambre y beben cerveza,

    al contrario del ingls, que bebe los mejores vinos.

    Fueron los alemanes los que inventaron la propina y, sin

    embargo, son los que la dan ms escasa. Al pagar la cuenta la

    miran y remiran y la estudian cientficamente, como si quisieran

    encontrar el microbio del robo en los precios de cada plato ser

    vido. No obstante todo esto, envidian a Pars, recomendando a

    la memoria cuanto ven, ms como espas que'como filsofos.

    El griego recuerda la luz primera con que deslumbr al

    mundo y la obscuridad en que cay despus. Y cuando se halla

    en el Boulevard es para abrir su pecho a la esperanza, desper

    tando en su memoria los dormidos das, Y si en la Ciudad Acs

    tica encuentra a los montenegrinos y a los turcos, a los hngaros

    y a los servios, los trata como si fueran hombres de una misma

    civilizacin.

  • El suizo, con sus virtudes activas, baja de la nionian donde

    se cuajan las nieves, sin dejar traslucir los alborozos de su pen

    samiento. Su cara parece una acuarela, sin drarua y sin comedia,

    digna de la vida que lleva en su ambiente azul. Y cuando el

    suizo lee en las terrazas del Boulevard, todo lo ve nc^ro, y par

    ticularmente cuando se informa de que Eiu'Opa gusli ms dinero

    en tener soldados en los cuarteles que nios en las escuelas.

    El sueco, hombre lunar, distrado como las auras, va al

    Boulevard como quien va al cinemaS^rafo: silenciso, lo ve

    desfilar con su sangre tranquila. Apenas si alguna vez se le albo

    rota, pero poco; y, cuando toma el cansino de retorno que le

    conduce al apacible hogar, lleva una mscara diferente de la que

    trajo, porque el Boulevard le ha puesto una de las suyas. Y esta

    alegra se mantendr mientras vaya pensaulo en las cosas visas,

    Y de este enjambre de razas y nacionalidades que disienten

    entre s, como las olas del alborotado mar, sur|>e la balumba de!

    Grand Boulevard, cuya confusKJn de lenguas sobrepasa ia de

    Babel.

  • nL A y ID A H U M A N A Q U E : P A S A .

  • L a v i d a h u m a n a q u e p a s a . . .

    El Grand Boulevard participa de muchas cosas buenas.

    Jams aparta de s las risas; pero le sobran quejidos y se oyen

    maldiciones.

    Muchos se alegran, hay pechos que se torturan, y el pensa

    miento irritado se baja a pensar. Oh, secretos de la vida!,..

    Hay quien lo peregrina con el ltimo aliento, y otros as

    piran a convertir sus esperanzas en firme realidad.

    Quin es ese hombre de ojo alegre y de sonrisa esttica, que,

    satisfecho de s mismo, pasa inquietando a las mujeres?

    Es un' bandido, un monedero falso, tal vezdicen las pier

    reuses al recibir la mirada triunfadora de aquel personaje, que,

    ostentando una compuesta gravedad, va diciendo a las claras:

    I Dejad gozar a quien sabe !

    Quin en el Boulevard no gana pasos de miseria o de glora?

    Quin no pone en la voz sus amores?

    Algunos, dentro de s mismos, de risa se van haciendo pe

    dazos. Locos? Dichosos? Desgraciados? i Quin sabe ! Pero

    recordemos que la risa es a veces la espuma de la tristeza.

  • Quin no piensa en a!o muy ardicic o muy melanclico,

    muy horrible o muy placentero?

    Quin no pasa animoso, con la eiiacidad de una idea feliz,

    y quin no anda irresoluto con la variedad de soluciones que le

    desorientan?

    Cul, en una ascensin mental, no iiiiere iinidar de rumbo

    para mudar de ventura?

    Y cul, despus de mil abyecciones, o quiere volver a

    nueva pureza y nueva vida, a sus prinier(s pensafiiientoB de

    honor?

    Ah va, con vagoroso paso, el que olvida sus |)ropios gustos

    por ajenos juicios. Tal vez es un sugestionado de la poltica o de

    alguna filosofa religiosa, un decepcionado del arfe, cpie ha evo

    cado en vano; de la ciencia, que no pudo perielrar, o del aruor,

    que no supo inspirar. Vaya uno a saber eslas cosas!... Cuntos

    de stos buscan otra alma enferma como la s\iya, y en tanto

    grado como la desean; y cuntos, en fin, confan en un destino

    mejor!...

    Qu cosa rara es el Boulevard!

    Quin no siente encendida la llanta del amor li>rc y qiiei no

    vive de la sustancia de su fantasa?

    El mismo trovar, sin mucho decir, encontrar all f sus red

    tantes, y un poeta se ha quedado dormido sobre los alambres de

    su lira. Por entre stos y los otros y los de ms all, so mucho

    ahondar en ello, no deja de advertirse al que m sido arrojado

    32

  • a ios vicios por el abatimiento. Y, como contraste, una pareja

    trabada de las manos se pasa su amor.

    Pasa soando el que alimenta una ilusin con otra ilusin o

    aquel a quien la esperanza le ha abandonado de pronto con su

    ligero vuelo.

    Un filsofo, auxiliado de paciencia, prudente como una cu

    lebra, se habla a s mismo con nimo generoso.

    Otros, con ms bienes de naturaleza que de fortuna, piensan

    en la inconstancia de la suerte; y otros, con sus voluntades dis

    conformes, van murmurando palabras por nadie entendidas.

    En qu van pensando estos hombres?...

    Una mujer dolida recibe penas de quien la debe su voluntad;

    y un boutiquier ha salido a fumar su pipa, seguido por el perro

    de madame, que va oliendo inquieto el suelo, los rboles y las

    paredes..., poimfaire aprs ses petites ajjaires...

    Ah va el que siempre palpa en la obscuridad, sin acertar

    jams con la luz, Y el ms dulcemente caviloso rima un verso, se

    hace ilusiones o quimeriza un absurdo.

    i Infortunios de la tristeza!...

    Cada ser que camina por el Boulevard est luchando, est

    vencido o mira, sonmbulo de la vida, las seales familiares de

    sus dioses invisibles.

    Qu cosa rara es el Boulevard!

    El extranjero es el que ms siente las sugestiones del Bou

    levard, y el que ms arde en llamas prohibidas.

  • Cuntos hay que hacen el designio de partir, y no falta,

    qu diablos!, el que est decidido a soportar la vida, j caiga

    como caiga!...

    Algunos, sin oficio ni beneficio, buscan la piedra filosofal, sin

    saber la carga que se toman, y otros alimentan una animosidad,

    creyndose perseguidos.

    Otros creen divertir la pena acariciando las mejoras de una

    esperanza, o, polichinelas del dolor, hacen pblicas sus miserias.

    El poeta histrico, desfavorecido por las pierreuses, despe

    gado de las reglas de la vida, discute de espaldas a la realidad,

    afirmando en contradiccin lo que quiere.

    No falta el que piensa en hacer un libro o en un nuevo plan

    de conducta a seguir, y aquel otro a quien la felicidad se le niega.

    Otros, ocupados de excesiva perturbacin, escriben en la

    memoria cartas que luego olvidan; y otros, perseguidos por los

    disfavores de la vida, buscan en las terrazas aquellos amigos en

    quienes ms fan. Y los que en tales cosas andan, llevan, sin sa

    berlo, una vida entregada al miedo.

    A muchos la verdad les habla dentro del pecho, y otros, que

    poco saben de firmeza, oyen una voz que les desanima y otra

    que les llama a lo glorioso.

    El ms potico cree que soando se salvar. Tal vez. Y yo

    Kio digo que no, porque tengo en m mismo la prueba de que s;

    y esta tarea penetra todos los das en lo ntimo de su espritu:

    piensa hoy ser y maana no. | Soledades de la vida!

  • Y en medio de este concurso de gentes de diverso pensa

    miento y desigual ventura, encontraris al hombre orante de

    plido rostro y beatifica figura que, aun en el Boulvard, en

    sanchando su oracin, va pensando en la tarde lvida del calvario

    y en el patbulo de la Cruz, sus temas favoritos. Y cuando su

    atencin, siempre puesta en el cielo, se fija en los rboles, que

    a aqul ilustran, se dice a s mismo, con beatitud profunda, | que

    no se mueve la hoja sin la voluntad de Dios!

    Y junto a este ser sutil, animado de fina sustancia, pasa otro

    ms terrestre, o terrestre del todo, acoquinado por una desilu

    sin total, que es el lirismo de los corazones tmidos.

    i Qu cosa rara es el Boulevard!

    Qu entidad humana, en resolucin, qu perfil, qu matices,

    le faltan al Boulevard?

    Cul es la raza cuya lengua no ha tocado all a rebato?

    Qu civilizaciones no han pasado a la sombra de sus rboles?

    Qu tribu no ha dejado en el Boulevavrd el eco de sus voces

    primitivas?

    Slo falta que venga el gran turco; pero el muy brbaro no

    viene porque tiene miedo... Obscuro personaje...

    Un caudaloso hombre de negocios, ex-gerente de un Banco

    *de Montevideo, fue encontrado muerto sobre un banco del

    Boulevard. El pobre italiano estaba doblemente helado por el

    hlito de la muerte y el fro de la nieve, y no tena camisa.

    Qu cosa rara es el Boulevard!

  • Y si Francia tuvo un victoriossimo Napolen, que ms de

    una vez la cruzara sombro, el Boulevard tuvo tambin el suyo:

    Napolen Hayard, dit Vempereur des Camelots.

    Desde muy joven fu cliente de las terrazas y no era insen

    sible a los atractivos de andar con buen nombre por el mundo

    de los suyos. Este archi-camelot de los camelots, hombre simple

    y sin mal, cuyo origen no sube ms all de s mismo, naci en

    las malvas, como Sancho.

    No hubo ua sola hija del Boulevard que estando a punto de

    desgracia no llamara a su corazn sin trmino para acoger la

    ajena congoja. Le mat un auto sur le pav du grand Boule

    vard..., ((.chez lui, como dice uno de sus bigrafos.

    Cuando se piden noticias suyas, interesndose en sus an

    danzas de caballero bulevardero, que tuvo por estilo servir y

    ayudar a ses filles, se oye an decir:

    Combien de fois fa i tap son gros galern de mousque

    taire!... Pauvre frre Hayard, il tait drle!...

    Cul es, pues, repetimos, el color, la somnolencia o la viva

    cidad; cul el pensamiento que no vive inquieto en el alma co

    lectiva del Boulevard?

    A un elegante le hace juego un estropeado que est al fin de

    la vida; otro, sentado en un banco, cabeceando, ahoga sus penas

    en los olvidos del sueo; y una mujer, casi allanada por el suelo,

    ms cercana de la muerte que con esperanza de vida, va ha

    ciendo penosamente el trabajo del camino, que es cuesta arriba.

  • Les journaux du soir!va diciendo melanclicamente.

    Un nio con las piernas estropeadas, apoyado en sus muletas,

    pasa vendiendo tarjetas postales.

    Merci, messieurs et dames dice, y sigue por la vida que

    valientemente afronta.

    Hay quienes se muestran sin brazos; quines sin piernas, y

    quienes caminan sobre las asentaderas. Estos no son muchos:

    dos o tres no ms. Se les ve merodeando entre el Od En~

    gland y el Grand Htel.

    Quin es ese cansado viejo que a pie firme, dignamente des

    cubierto, inspirando el ms profundo respeto, pide a los otros

    hombres lo que l no pudo conseguir para s? Quin es ese

    hombre a quien la muerte acecha para robarle la vida?

    Es un soldado, un hroe, tal vez, de otra poca, que parece

    inmaterial a fuerza de dolor y de silencio.

    Dadle una limosna por el amor de Dios, que el pan da va

    lenta, como dijo Fray Luis. Y tu, rico caminante que pasas,

    protgele, ya que la pobreza no te estorba para hacer el bien.

    Pero estos desvalidos de la suerte son una excepcin, porque

    en Pars no hay pordioseros, y cuando los hay en algo trabajan,

    algo venden: lpices, cordones para los botines, y la moral de la

    gran metrpoli est salvada, porque una ciudad con mendigos

    es una ciudad sin honor.

    Qu cosa rara es el Boulevard!

    Por qu artes, atrados por qu evocaciones, por qu sensa

  • cin oculta a los ojos y a las almas, se dan punto de reunin en

    el Boulevard hombres y mujeres de todas partes del mundo y

    de todas sus categoras sociales, con su sangre alegre o su sangre

    triste, con sus virtudes y defectos?

    Cul es, en fin, la causa que mantiene rumoroso a este se

    cular enjambre?

    Dgala el que la sepa o aprela el que vaya leyendo.

  • L O A S D E L B O U L E V A R ...

    S U S T R A N S F O R M A C I O N E S

    R E C U E R D O D E C O R A PE R L E

  • I l i

    L o a s d e l B o u l e v a r d . S u s t r a n s f o r m a c i o n e s .-

    R e c u e r d o d e C o r a P e r l e .

    Qu inmenso poder ejerce el Botileiiard!

    Qu rey, qu emperador, qu sabio, qu evidencia humana,

    por decirlo as, no hace de l el objeto primario de su curio

    sidad?

    Aun los ms tristes se sonren. Al mismo Shah de Persia, tan

    sombro, le ha retozado ms de una vez el alma dentro del

    cuerpo, a pesar de su destino inferior en este mundo.

    Pero cuando el Botdevard vi a Krger, de todos loado; a

    Krger, tan rico de esfuerzos y de sacrificios, mostr regocijarse

    saludndole a su paso con arrojadas flores. Y el alma ciudadana

    de Pars toc alarma, iz sus banderas, le obsequi con sus m

    sicas y le alab de hroe y de patriarca; y del gran boer qued i

    memoria.

    El Shah de Persia y el Presidente Krger, qu dos seres tan

    distintos!

    Qu gran animal aquel que sabemos!...

    El rey Eduardo, la ltima vez que vino a Pars su primer

    impulso fu irse al Boulevard, sin remitir el verlo para otro da;

  • a ese Boulevard donde l hiciera tanto papel, y en donde, a

    suerte y ventura, disfrutara de todos los juegos de su amor.

    Era joven y hermoso, generoso y turbulento, dejando

    siempre a su paso el recuerdo de su benevolencia, energa de

    los fuertes.

    i Cuntas veces no subieron hasta la coronita de los rboles,

    corrindose por entre sus hojas, las risas francamente sonoras

    del entonces Prncipe de Gales!

    Y fu debido a esto, sin duda, que exclam una vez :

    i Qu embromar esto de ser rey!...

    Por qu?le pregunt su hermano el Duque de Con-

    naught.

    i Porque ya no podr ir a Pars como en mis buenos

    tiempos !

    Que Pars fu siempre, como es sabido, el blanco de su me

    moria de hombre de avera.

    Pero repetimos por tercera vez: Qu es lo que no se ve, a

    quin no se le ve, qu es lo que no se dice y qu no se ha hecho

    en el Boulevard?

    Para colmo de espectculos cmicosa otros la tarea de ca

    lificarlos menos benvolamenteCora Perle, la clebre demi-

    mondaine que floreci en el segundo Imperio, a pesar de su

    origen poco calificado de femme de chambre, cruz una noche

    desnuda desde la Maison-Dore hasta el Gaf-Anglais.

    Sus amigos la siguieron en gran jarana, llevando cada uno una

  • prenda de su vestir: quin iba con los zapatos de seda azul, sal

    picados con lentejuelas de colores, y las medias de finsima seda,

    que cabran en una cscara de nuez; quin con el vestido sobre-

    labrado con hilos de oro, que apretaba contra su pecho; quin

    con los primorosos calzones, que eran de espuma; cul con la

    camisa, su primera epidermis, y quin, el ms enfervorizado,

    con el cors primoroso, urna vaca de los nevados pechos, dis

    ciplinados de azul, que la noche enfriaba.

    Y el Boulevard, alterado por aquella visin, se estremeci

    hasta los confines del placer.

    Eran tales y tantos los brillantes que cubran sus manos y

    su cuello, que al entrever hoy aquella extraa exhalacin bu

    levardera, con la imaginacin de las cosas lejanas, dirase la ser

    piente antigua que el Olimpo esperaba, como el smbolo de

    amor libre entre las nubes, segn la profeca de Jpiter el ase

    sino.

    Si salimos de la comunicacin que nos mantiene en contacto

    con el Boulevard, se vern cosas ms raras an.

    En el Boulevard no vive solamente la alegra o la misan

    tropa que pasa guardada en el pecho de quien la padece, sino

    aquella otra que vive en l de fijo; y es preciso que sta sea mi

    santropa y un punto ms para que all pueda alentar. Si antao

    el moro enterraba sus tesoros, en el Boulevard ha habido quien

    enterraba los suyos, con la misma beatitud que aqullos. Se

    asegura que en el Boulevard des Italiens ha existido una mujer

  • ilamada madame de Perigny, que durante cuarenta aos no

    sali de su cuarto de dormir, mostrndose ajena a los magne

    tismos que alardeando en alegra pasaban por debajo de sus bal

    cones. Viva sola su alma y jams trataba con ser viviente; se

    la crea una pequea rentista; pero a su muerte apareci su

    dinero escondido, que era mucho, muchsimo, pero mucho.

    i Qu cosa rara es el Boulevard!

    La figura de madame Perigny viene a aumentar el desfile de

    los diversos personajes del Boulevard, que han pasado, pasan y

    seguirn pasando entre las gentes con que l se halla mezclado.

    Y si l est destinado a que su actividad sea eterna, seguir,

    como hasta aqu, creciendo y dejando que el tiempo vaya cam

    biando su alma y sus maneras y guardando sus tesoros.

    La fisonoma del Boulevard, que para muchos confina con la

    del infierno, se viene modificando desde que tom principio en

    el siglo XVIL

    Se oye decir a cada instante que el Boulevard de una poca

    no es el de la otra. Naturalmente que no, ya que todo en este

    mundo cual sombra pasa.

    Ni los tiempos son unos, ni las edades son firmes. El pro

    greso ha marcado sus etapas en el estilo que peda el tiempo;

    y cada vez que el Boulevard reforma la vieja organizacin de

    su vida apasionada, es porque la generacin del momento as lo

    exige; y sera difcil acortar su historia, que se alarga sin

    cesar.

  • Los nuevos inventos han dado nuevos rasgos a su fisonoma,

    y estas expansiones lo han distrado de las que tena en uso. La

    locomocin moderna, por ejemplo, con sus nuevos perfiles y

    sus cornetas, ha aumentado la masa flotante de sus ruidos.

    La luz elctrica del alumbrado pblico le ha hecho an ms

    alegre. Cuando sta se puso, despus de la E^xposicin de 1900,

    los caballos de los fiacres se enfermaron de la vista.

    El Boulevard es, a la verdad, un ente muy complejo, harto

    elocuente, que hace hasta un poco de reloj. Cuando veis que

    un perro injuria al muro o quema el tronco de un rbol, tened

    por seguro que son las nueve y media de la noche, justas y ca

    bales. No preguntis ms, Y as sucede en todo el resto de la

    gran ciudad. Mientras toutou alza delicadamente la patita de

    rechasiempre la derechapara hacer sus necesidades gaseosas,

    la jemme de chambre, cruzada de brazos, ivec le jichii sur es

    paules, sigue los pasos giles del perrito con la pausa de los

    suyos. Ha dejado el tablier blanc para salir a la calle; el valet

    de chambre, con el suyo, relampaguea entre las sombras, ha

    ciendo la misma guardia de honor.

    O ! le chien de madame... Lo chien de madame est sacr!...

    No se puede mirar el Boidevard sin encontrar en toda oca

    sin un nuevo color, una nueva lnea u or un nuevo grito que

    en el aire se mantiene.

    En los ltimos tiempos han aparecido cuatro nuevos ele

    mentos que han venido a variar su vieja mscara: la jemme-

  • cochre, el chaujjeur auto, el antobs y una especie de ame ^

    ricano del Norte de veinticinco aos de edad que hasta la fecha

    no haba establecido su corriente inmigratoria hacia el Boule

    vard. Hace su aparicin peridica en ei mes de julio: es un

    yanqui de verano. No debe ser ni rico ni pobre, ni hombre de

    mundo; ha de ser empleado de comercio, que esto trasciende

    de sus maneras, de sus hbitos. A pesar de su mucha juventud,

    que le retoza por el cuerpo, y de su salud a prueba de bomba,

    no es espritu bullanguero. Todos visten lo mismo y del mismo

    color: de gris. Es un hombre que ignora el gusto del adorno,

    aunque se tiene con gran aseo, a base de agua fra, sin afeites

    y sin perfumes; cuando ms, un poco de agua de Colonia. Gasta

    saco largo, cuadrado, amplio, muy amplio, y no usa chaleco.

    No olvidis que es un yanqui de verano. El pantaln es tambin

    amplsimo, flamante, flotante en el ruedo. Es, n suma, un

    hombre varonil, de buena contextura; se toma bien del suelo,

    que golpea fuertemente; marcha con denuedo y va silbando

    entre dientes. Es un verdadero yanqui! Algo ms yanqui no

    encontraris!

    El oso que se paraba de manos para flirtear con las pierreuses,

    relamindose de puro gusto, ha sido reemplazado por el chauj

    jeur d' auto, que en invierno aparece cubierto con un casacn

    incoloro de pelos largos.

    El Boidevard ha ^ exio dos fases interesantes de su vida;

    se acabaron los cenculos polticos y las Academias literarias,

  • aun cuando en se recuerda todava a Alberto Wolff y a Aurc-

    liano Scholl. En fin, el cenculo bulevardero que era luz de

    las buenas letras francesas, usina sealada del verbo parisiense,

    que dictaba leyes al mundo desde los mrmoles de (Tortoni,

    del Napolitain o del Cardinal, no vive ya sino en el espritu

    de los amantes a removerlo; y las reformas sociales que germi

    naban en el de Madrid se fueron con el alma de Gambetta,

    a quien hoy se recuerda con la veneracin que pide su memoria.

  • IV

    L A p i e ; r r e u s e

  • V

    La p i e r r e u s e

    El que pesca en el Boulevard viene de todas las latitudes de

    la tierra, buscando sus aguas activas y fosforescentes, puras e

    impuras.

    La pierreuse, en la variedad formidable de sus especies, lo

    surca con la imaginacin descompuesta, cursando vicios tole

    rados. Est en su casa y hace los honores del pav escuchando

    su ne^ro amor.

    i Ay, amor, amor, amor!...

    En el trastorno general de estas cosas, que ella mira atrada

    por una engaosa esperanza metida entre mil confusiones, asalta

    el Boulevard, aventura la vida, queriendo encontrar a cada

    paso que da, que siempre es un mal paso, el dinero que no dura

    con ella, porque se lo quita el hombre a cuyo servicio est apa

    rejada; y este hombre es blanco permanente de su memoria

    aterrada: siempre piensa en l y siempre lo ve amenazante.

    Pero esta mujer, joven~y si es joven promete para sus aos

  • m ayores i, que va y viene sin faltarle el nimo, hurtando ei

    cuerpo entre los rboles amigos y las gentes que pasan, vigilada

    por la polica y analizada por el pblico, esta mujer, repetimos,

    qu puesto ocupa en el mundo de los vivos?

    Es verdaderamente una mujer?

    Se inquieta acaso su naturaleza cuando siente de cerca el

    calor del hombre que la solicita o que ella asalta? Se siente

    realmente mujer, cuando sus labios buscan otros labios?

    No y no, porque es una mujer neutral, que slo se fertiliza

    cuando siente a su tirano: con los dems hombres, amar no es

    su ejercicio.

    Estas mujeres, que, a fuerza de andar tan naturales, se las

    juzga por vivas, estn muertas para el amor, aun cuando del

    amor viven, y fingen darlo en un crecido suspiro.

    En ese mecanismo en que se agitan, el cuerpo est cansado

    y el corazn se qued sin alas, se muri...

    La pierreuse del Boulevard, que parece hallarse siempre

    de alegra, con arreglo al estado que muestra, mtese de pronto

    entre diversos pensamientos y se torna adusta, que en el Bou

    levard, aunque no lo parezca, entra tambin la pesadumbre

    cuando ses filies se dan cuenta de que en esa vida les va el vivir.

    Casi todas ellas estn subyugadas por algn espritu endemo-

    niado, bien puesto en el punto de corrupcin; y es precisamente

    bajo la conducta de ste como ellas andan a la luz de la noche

    que vuelve cada vez ms incierta.

  • Dieu!.., quo la vie est quotidiennecomo notara Jiiles

    Laforgue, mi genial compatriota.

    Y ahi va la angustiada herona del Boulevard, con su talle

    serpentino, que da realces al vestido, ganando pasos de miseria,

    con ojos y quereres para todos, para acudir con puntualidad al

    querer de uno solo, que frecuentemente la seala con la marca

    de su mano.

    Sin ms camino que no sea el del Boulevard, se detiene de

    pronto, resolviendo sus dudas para aplicarse mejor a la ejecu

    cin de sus deseos.

    Todas las noches se pone en el peligro de que la rafie, la arre

    bate, y este pensamiento es la inquietud perenne de su sosiego.

    Movediza, vertiendo azogue sus pies aventureros, sin poner

    jams los ojos en el suelo, advierte todas las cosas del Boulevard

    con radical cuidado. Parece un perro venteando perdices.

    De all a un poco, quejumbrosa de cintura, activa en sus

    maneras, reprende su andar tan veloz como el mismo viento que

    ella bebe en su nocturna andanza, buscando siempre la buena

    estrella que la aguarda en el indeciso cielo de su vida. De pronto,

    como para resistir la peno, cree que una sensacin dichosa la

    arrastra en su corriente, dando por pasada la angustiosa vida;

    pero no, es una ilusin que se mete en su imaginacin, que ha

    tomado el vuelo poblada de imgenes irregulares.

    -iVenid a delirar conmigo!parece decir, como una

    consecuencia del medio favorable.

  • E G E N I O________G A R Z O N

    El mundo que la ve rer, agitarse, aletear como una mari

    posa bulliciosamente perseguida, cree que su ntimo vivir le da

    al placer salida, en medio de aquella confusin que alegra.

    Si se escurre independiente por la joule es para huir del

    hombre con quien priva, que es todo su pensamiento..., por lo

    que le cuesta; y al que ella mira como un abismo que la atrae,

    que la obediencia ata al ajeno gusto...

    Si se detiene un punto en su carrera, si piensa un segundo es

    para restaurar su perdido aliento o rogar que la lleven u ofrecer

    ella misma un hospedaje mercenario.

    i Descenso obscuro en la onda de la vida!

    En las sombras anda hurao, tomado de sus pensamientos

    ms negros, midiendo impaciente el tiempo, el hombre que

    descuidado de su honor ha encontrado el modo de vivir sucia

    mente, a ninguna costa, y que, acabada la hazaa de la noche,

    espera la soledad del Boulevard', cuya quietud lo agranda, para

    ver mejor el sitio aplazado de donde ha de salir, par a par en

    amistad con su esclava.

    Durante el trabajo del Boulevard, ella y l han sido casi dos

    desconocidos; apenas si alguna vez, al pasar, se han dicho sus

    cuidados, con siniestro y particular acuerdo. Esto no obstante,

    ella no baja a otro pensamiento que al de traicionarle, y los dos

    se temen, y lo que pasa por ella pasa por l, y si alguna imagina

    cin les pertuba el juicio, doblando penas, hacen su camino sin

    entretenerlo con palabra alguna, en silencio. El, cobarde, que

  • l a c . u d a U S T ^ l C A

    no tiene manos sino para las mujeres, con vsu brutalidad en

    cendida, necesita pegarla; y ella, furiosa, dolida de aquella con

    duca, piensa en abandonarle, desgarrndose de l para siempre;

    y los dos, iguales en miedo, se sacan viva la intencin, que

    tal los tiene el sentimiento de la recproca antipata; y, sin

    embargo, el amor no se les borra del todo. Pero, al fin y al cabo

    y, como siempre, el olvido hace su estrago.

    La pobre pierreuse se est muriendo en secreto, aunque lleve

    sus mejores vestidos de alegra; y como dicen que no hay mal

    que por bien no venga es en la muerte en donde encontrar sa

    lida su dolor.

    Y picando aqu de latinista, recordaremos el epitafio de

    Artus, el rey ingls: Hic iacet Arturus, rcx quondam rosque fii~

    turiis. En francoespaol: Aqu yace na petite Jeamiette, que

    fu pierreuse y ha de volver a serlo.

    Y de estas pierreuses (quiere as el Boulevard llamar a las que

    andan por sus sendas ms obscuras) las hay que se llevan las

    manos a los ojos como indicio de sentimiento.

    Una noche, dando el paseo que solamos, vimos a una de

    ellas que estaba triste, muy triste, apoyada en un rbol, como

    si algn helado desmayo le ocupara el corazn. Limpios de se

    gunda intencin, tocados por una silenciosa piedad, que en

    cualquier ocasin tiene lugar la cortesa, le preguntamos por la

    doble causa de aquel dolor y por las lgrimas que all lloraba,

    sin saber cmo decirle palabras convenientes, y no nos con-

  • test. Insistimos en nuestra inferior curiosidad y, a] fin, nos dijo

    con fina terneza sofocando sus palabras en el pauelo:

    11 me trompe, monsieur...

    Y alzando la sencillez de sus ojos busc vagamente los mos

    y quedse ms tranquila en aquella noche de olvido, que el

    dolor comunicado agobia menos.

    Y las palabras de aquella pobre muchacha, temblndole el

    corazn, en lo mejor de su edad, fueron dichas con tal melan

    cola, impregnadas de dolor tan extremo, que aun las guardo

    en el erario de mis recuerdos. Nunca olvidar la imagen dolo

    rosa de aquella criatura negativa, encendida en vivo fuego de

    amor, y de quien fui, en un minuto bulevardero, el arco que

    seren su borrasca.

    Los efectos de aquel breve coloquio, que los dos tuvimos,

    fueron bien parejos; ella se qued padeciendo y yo me fui ca

    vilando.

    Y cuando vuelvo a pensar en su persona, la veo llorando en

    el Boulevard, sola en su casa, sola en el mundo, con un ay!

    errante entre sus labios, que la ociosidad y el deleite son la ruina

    de las almas.

    i Pobre mi amiga de un minuto!

    i Qu cosa rara es el Boulevard!

  • VA C U A R E L A N O C U R N A

  • VA c u a r e l a n o c t u r n a

    Cualquiera en cuyo juicio no quepan muchas cosas creer

    que en el Boulevard no hay mas que mujeres de mala vida, bien

    tintas en desvergenza... Pues se equivoca. n el Boulevard

    hay la mujer que se vende y se compra y la que pide dinero

    para darlo, como la consecuencia de una imposicin o como

    efecto de su natural generoso; y hay la tiue lo busca con inters.

    Esta mujer vive sola, aislada, siempre ajena a toda confidencia,

    desprovista de delirios, y por esto pasa por el mundo sin

    hombres y sin amores; y el Boulevard la concepta como lo dice:

    ~ Une tte forte!

    Y si seguimos examinando a las dems mujeres, hay tambin

    la que es buena, bonsima, que no sabe cmo all ha entrado ni

    por dnde ha de salir, y de cuyo corazn angustiado slo Dios

    es testigo.

    Hay la que, hipcrita, pone en la voz sus dulzuras, que se

    rompen en injurias, cuando se convence de la esterilidad del

    esfuerzo ante un hombre que pasa indiferente.

  • Va donc, espce de vieux diplomate nos dijeron nna

    noche... i Qu injusticia!...

    Hay la que-se deja ir por el canal profundo de sus vicios,

    en ella caractersticos, y por lo mismo irremediables.

    No falta la que se quiera oponer a su influjo y la que, llevada

    de mera curiosidad, pasea el tumulto con la vista, mirando

    incauta cmo all se dilata la vida del Boulevard, de cuya con

    fusin y grandeza haba odo tanto hablar. Se ve a la que est

    de buena o de mala dicha y a la que visiblemente llora, aunque

    las lgrimas no digan bien en su rostro.

    No falta la que pide quelques sous pour aller jusqu' la Bas

    tille ou pour grimper Montmartre, y la que, tomada por una

    nueva locura, es capaz de robar las cenizas de Napolen el

    Primero.

    Existe la abandonada por su hombre, que de inmediato lo

    ha cambiado por otro, hecho de poca entidad y que por lo

    mismo ella ser tanto del segundo como lo fu del primero,

    porque a espaldas de su amor vive el olvido, como vive a es

    paldas de todas las mujeres y de todos los hombres.

    Contraste: otras piensan que muriendo l se morira ella,

    y viceversa, que el dolor tiene fuerza de matar,

    ] Qu cosa rara es el Boulevard!

    Todas las que son tenidas por la piel, el ms encendido de

    los vnculos que posee el amor, no buscan su libre albedro y

    prometen con acento apasionado no andarse en otras aventuras.

  • Hay la que declina a bandida, envenenada por los celos que

    le piden venganza.

    Son terribles los inquietos celos del Boulevard!

    Y el vitriolo busca ojos que obscurecer.

    Vivir en el Boulevard, el teatro natural de sus ensueos, la

    nube de su quimera, tener el pensamiento de seguir a todos los

    hombres, es salirse del abrigo de la buena senda, para volverla

    a tomar con dificiiltad.

    Si un buen da logran salir de la situacin en que se encuen

    tran, buscarn en la vida nuevos horizontes que interrogar, y si

    no, de su triste fin, ei Boulevard ser la causa.

    Djanse hablar de todos y hablan a cuantos pueden, aun

    cuando su mejor lenguaje son los ojos y las seas de la cabeza:

    Viens!

    Un hombre grande, barbudo, silencioso, lento en sus ma

    neras, mira dulcemente a aquellas mujeres inquietas. Una de

    stas, atrada por la solemnidad de aquel extico, le mira con

    cuidado, y dentro de poco espacio aqulla vuelve y revuelve,

    y al fin le dice:

    Quelle mlancolie, 7ionsieur Vtranger ! C'est le temps

    qui vous porte sur les nerjsf

    Y como aqul no respondiera, ella agreg:

    Mon Dieu, quoi silence!...

    El hombre aquel continuaba sin contestar palabra, y fa

    pierreuse trataba de herirle con la viva espuela de sus ruegos.

  • Y viendo que esta diligencia iba siendo vana se le subi a las

    barbas. Y l permaneci en su silencio.

    La sombra nocturna del padre de Hamlet no estuvo ms im

    perturbable en la esplanada del castillo de Helsingr.

    Eh ben... et ton homme? le dice una amiga vindola

    de regreso.

    I l tait un allemand... Figure-toi qiiHl m'a dit : a J\ii peur,

    madame ...

    Y la pierreuse esto diciendo mova locamente la risa y reme

    daba la voz temblorosa del teutn :

    J ai peur, madame.

    A menudo la pierreuse, con la cabeza desatinada, como

    siempre, ofrece hacer placeres por las pequeas calles que huyen

    del Boulevard, obscuridades que velan la caricia errante.

    Si en esa corta especulacin son felices, desambulan el ca

    mino pasado con el estmulo crecido. Otras desfallecen en las

    horas de una noche sin xitos. Y no faltan las que siguen llo

    rando para desenconar el eorazn herido.

    La mujer del Boulevard, que tiene por precepto al diablo y

    al uso, es una flor marchita que solamente por excepcin se

    volver hacia el sol. Y las gentes del Boulevard, errando con el

    pensamiento, siguen paseando tranquilamente por entre las

    cosas ms impdicas y ms inocentes, todo mezclado.

    ' r . ' : ' " -V e '

  • Las seales que se ven en el cielo no prometen buen tiempo.

    De improvisto pasa una rfaga de viento oliendo a lluvia, a

    tierra mojada, a yuyos. Es seal que va a llover o que ya est

    lloviendo lejos, en el campo.

    ha pierreuse] sensible a todo lo que le comunica con los actos

    sucedidos en e! Boulevard, es la primera que lo adivina con

    mucha brevedad y la primera que advierte que los rboles se

    alegran con el agua que se acerca, evocada tal vez por ellos

    mismos.

    Pocas estrellas se muestran en el cielo, y alucinantes nubes

    de verano se siguen unas en pos de las otras.

    Relampaguea como en el teatro, pero sin drama, porque no

    hay truenos, aun cuando todo anuncia grande agua.

    De pronto el aire se hace animoso viento, y los papeles arro

    jados por las mil manos annimas del Botdevard ruedan por el

    suelo.

    Las caras de los paseantes miran hacia el ciclo, para saber si

    la lluvia ha empezado realmente a caer o no. Los hombres tan

    tean sus paraguas y las mujeres se alarman y desfundan gracio

    samente los suyos.

    Un gesto de sensible alteracin se nota en todos los rostros.

    Es seal de que va a pasar algo, es que va a llover. Las aves no

    sienten la lluvia con menos sobresalto que la pierreuse dcl Bou

    levard.

    La imaginacin de la pierreuse, alzando la esperanza, se di-

  • iaia en el porvenir, esperando de la aurora siguiente aliento f

    favor.

    Su hombre se hace idntica reflexin, ya que la lluvia

    perjudica las cosechas del Boulevard.

    Y cuando sta empieza a caer de modo parisiense, mansa, rt

    mica y obstinada, el Boulevard en masa, con la pierreuse en

    tte, busca su mejor asilo y acomodo.

    En las veredas lustradas por la lluvia se reflejan y alargan las

    siluetas de las' cosas; y los rboles, cuyas hojas refrescadas se

    agitan deliciosamente, siguen bebiendo a la salud del tiempo.

    El pensamiento de la pierreuse se desvive menos por la

    muerte que por una gota de agua.

    i Su sombrero!...

    , Oh, el sombrero ! El sombrero se le va a mojar, el sombrero

    que le va pintado, que es parte de su vida y de su pblica fun

    cin. El vestido se le va a echar a perder; pero no importa; el

    sombrero es la cosa... Y no hay ms remedio: hay que salvar el

    sombrero... j , al fin, todo se salva, menos los botines.

    Cmo se opera este milagro? No lo sabemos; pero s sabe

    mos que la parisiense, sea cual sea su rango social, tiene una

    gracia especial para meter la cabeza entre los hombros, tomarse

    el vestido y echarse a andar.

    La pierreuse, ra.jaa de arriba abajo por los hilos finos de la

    lluvia, parece una acuarela nocturna. Y ah va, faldas en mano,

    activa y decidida, mostrando las piernas. Mostrar las piernas

  • en Paris no es pecado. iLas piernas de la parisiense no son un

    secreto para nadie cuando llueve (1).

    La lluvia sigue cayendo obstinada, y 1a pierreme, ms obs

    tinada que la lluvia misma, sigue acometiendo. De pronto

    aqulla cae ms fuerte, murmurando sonora entre los rboles;

    y aqu el mercado tiene un momento de calma en sus transac

    ciones y bullicios; la pierreuse se esconde en el marco de una

    puerta, en un bar, bajo un rbol, a cuyo tronco se arrima. Y

    all y aqu est nostlgica de sus correras.

    Andar, siempre andar, buscar al hombre es su destino, en

    ese pilago de encrespada gente. Pero, qu mujer no hace lo

    mismo en todos los pilagos de la tierra?

    Todo es cuestin de ambiente, de disimulo y de pudor.

    Y la lluvia sigue regalando las hojas de los rboles.

    Y la pierrc/use se sacude cual si fuera un pjaro mojado que

    descendiera del viento.

    De cada escondite sale una voz pidiendo auxilio:

    V o u l c z - v o u s m acc om p ag n er , n w n d e u f

    Una noche en que la nieve se desataba en cristales, una voz

    que pareca herida de amor..., de amor por su sombrero..., nos

    dijo desde ei tronco de un rbol, al pasar por la rue Vignon:

    Aidez-moi, monsieur, sauver mon chapeau.

    Sin contestarla, la cubrimos con nuestro paraguas, y los dos,

    (i) Y hoy iUM CU!,indo no llmn'u.

  • cual si furamos una pareja amorosa, nos pegamos contra el

    rbol hospitalario; pero, como sintiera que su codo se propa

    sara, la dijimos de lindo humor:

    . Le public est pri de ?ie pas toucher les objets.

    J ai froid, monsieur nos contest.

    Los dos nos llamamos a silencio y ella no insisti.

    Cuando la nieve hubo cesado, aquella pobre muchacha nos

    volvi a hablar con derretida ternura:

    Et si la neige recommence, monsieur?...

    Hicimos aqu otro poco de sentimiento, llamamos un fiacre,

    que abonamos anticipadamente con nuestra Jltima moneda!,

    la entramos en l y nos despedimos.

    Bonsoir, mademoiselle la dijimos.

    Bonsoir et merci, monsieur, mille fois merci! nos con

    test.

    Cocher agreg, sacando medio cuerpo fuera de la por

    tezuela: 14, ru Mnilmontant.

    Qu calle. Dios mo !

    Nos saludamos recprocamente con la mano, y ella se fu

    pensando sin duda en nuestra bondad o en nuestro candor.

    Y prosiguiendo la ruta a pie, pensamos a nuestra vez en la

    falsa apariencia de las cosas humanas y en las razones obscuras

    del corazn.

    En dnde andar esa alma? Y qu se habr hecho de su

    sombrero?

  • De dnde sacan fuerzas esas nimas en pena con la apa

    riencia feliz de querer dominarlo todo por el placer y la alegra?

    Es el amor, seor de sus pechos? Las hay que all entraron a

    los quince aos de su edad, y aun no estn muertas ni vivas. Son

    esclavas que parecen puestas en libertad, porque andan sin ca

    denas, porque nerviosamente se pasean por esc enorme solar

    abierto al pecado ansioso del mundo.

    Y as seguirn viviendo hasta que la naturaleza las llame a

    s, para enviarlas allende la vida, que es en donde la muerte las

    espera.

  • E L A L M A D E L O S D E . N G U E N T,E S

  • Vi

    lL ALMA DE LOS DELINCUENTES

    Cuando ei Boulevard sale de estos estados de alma, que son

    pintorescos, y cae en el drama o en la tragedia, va hasta sus ex

    tremos ms sombros.

    Los dramas con sangre del Boulevard no son frecuentes y

    vienen por rfagas; pero espantan cuando se ejecutan.

    El ao de 1907 ser de triste recordacin para su memoria;

    pero aquello que es ms digno de ser sealado es la tragedia de

    la ru de la Lunc, que si no es propiamente el Boulevard es

    como si lo fuera;est a un paso, desemboca en l, y como aqulla

    es empinada se viene de arriba abajo, rpidamente.

    La ru de la Lime tiene de da un aspecto banal y de noche

    es dramtica, vive entre dos luces; entre la que sale de los

    Brioches de la Lune et du Soleil y la de la nie Pomonnire,

    que la limita.

    Parece como si all no se estuviera en Pars, y esta caprichosa

    imaginacin se agranda cuando la pequea iglesia de Notre

  • Dame de la Bonne Nouvelle emerge confusa, entre tanta

    sombra y tanto misterio.

    Y como cuando el vago pensar se echa a errar no hay poder

    que lo contenga, uno cree or las horas de las Avemarias..., aun

    que se est oyendo a la vez la apasionada respiracin dcl Boule

    vard, seminario de la alegra y del dolor.

    En la rue de la Lune fu en donde, en una noche trgica, se

    reuni un Tribunal de apaches para juzgar a uno de los suyos: a

    Aim Painblanc, acusado de traicin a la banda.

    Aim Painblanc acababa de salir de Fresnes.

    El Tribunal lo constituan veinte sachems (jefes) pertene

    cientes a diferentes bandas de malhechores, en que a la sazn

    estaba dividido el Boulevard, a saber; los de la Bastilla; los de la

    rue Bombay, los Sebastot y los del Montparnasse.

    Esta escena se desarrollaba en un subsuelo de la mismsima

    rue de la Lune, la cual estaba envuelta en un silencio amena

    zante. Era aquello una verdadera cueva de bandidos.

    Los jueces tomaron asiento, con los ojos fijos en el acusado,

    que bajaba los suyos. La luz era escasa y el fro intenso. Aque

    llos siniestros personajes, presididos por La Terreur du Fau

    bourg Montmartre, iban a proceder al juicio.

    La palidez de Painblanc iba en aumento; pareca de cera;

    estaba como muerto.

    La Terreur le dijo de lo que se le acusaba, y Painblanc

    rechaz los cargos ciue se le hacan.

  • Despus de un spero debate entre la acusacin y la defensa,

    se pas a un cuarto inmediato.

    Painblanc se qued solo, cabizbajo. Estaba absorto en sus

    propios pensamientos, repasando tal vez la gravedad de sus

    viejas culpas o meditando la segunda parte de su defensa.

    En una pieza contigua, los sachcms discutan la sentencia

    que deba recaer sobre Painblanc. Se oan voces roncas, alcoho

    lizadas, que pedan venganza.

    Painblanc segua con la cabeza echada hacia atrs, apoyada

    en la pared, discurriendo consigo mismo. A las dos de la maana

    se reabri la sesin, aun cuando los jueces haban bebido mucho.

    La Terreur previno a la audiencia que un nuevo testigo

    iba a deponer, y entr la bella Ivette, de ojos someros c in

    quietantes, que convino con las acusaciones que se le hacan a

    Painblanc.

    El acusado, que estaba en su juicio cabal, porque no haba

    bebido, mir a Ivette de arriba abajo, irnicamente.

    Reflexionada la causa y agotada la discusin por la falta de

    pruebas fehacientes y por el estado de ebriedad de los seores

    jueces, stos pasaron a un segundo cuarto intermedio para dic

    tar sentencia.

    De los veinte sachems, catorce declararon que, dada la poca

    edad del acusado y su mal estado de salud, se le conmutaba la

    pena de muerte por la del destierro a Blgica.

    Los jueces de la minora, ebrios, tambaleantes, echados de

  • pechos sobre la mesa del Jurado, con los ojos rojos, balbuceaban

    palabras definitivas.

    A mort!... A mort...

    Simulaban mirar a Painblanc, pero no le vean...

    Mas como ccLa Terreur deseaba salvar al acusado, se difun

    da en su elogio. Al fin le hizo seas para que le siguiese. Con

    federados ambos, subieron por una escalerita furtiva que con

    duca a una pequea calle trasera.

    En el silencio fro de la noche callada se aviv la imagina

    cin de La Terreur, dejando en su quietud normal la de

    Painblanc, que no haba bebido. Y repitise aqu el fenmeno

    sombro, impenetrable, de la naturaleza humana, que pierde

    en absoluto su equilibrio cuando los fermentos del alcohol son

    tocados, aunque sea levemente, por el aire libre. Por eso se dice

    de los que han bebido mucho: En cuanto sali a la calle ech

    el alma...

    Contraste natural: uno hablaba, el bebido, y el otro, no.

    Pero Painblanc llevaba escondida en el pecho la llama venga

    tiva. El alcohol y el aire seguan deformando la voluntad de La

    Terreur, y los dos vean visiones extraas, vivas en las memo

    rias de otras tragedias.

    Pensaban, sin duda, en los crmenes pasados o en otros por

    cometer, que estas revistas desfilan siempre por el alma de los

    malvados. Malvados, no, locos, digo yo. Menos todava: des

    graciados.

  • La atrofia dcl brazo izquierdo de Paiiiblanc ie haca poco

    temible para un cuerpo a cuerpo.

    La Terreur, que de bravo sc picaba, ibale dando consejos,

    a la par que le haca recriminaciones dolientes, sin suponer que

    su protegido no oa los unos y rechazaba las otras en su trfico

    interior.

    Painblanc segua en turbado siiencio con las manos preve

    nidas al crimen.

    La Terreur continuaba amonestndole con el mayor des

    cuido, mientras la clera de Painblanc iba en aumento, hasta

    que estall, cuando el maestro le trat de borrico. Y aqu a

    Painblanc se le fu la paciencia y dndole valor

  • creyeron que persona alguna atentara contra su vida, y menos

    Painblanc.

    Era de ver aquellas caras que observaban la de La Terreur,

    tan plidas como la suya.

    Guando la noticia del asesinato fu voz comn en el Boule

    vard, con ser la hora que era, todas las mujeres que se miraron

    en sus ojos o que sintieron sus castigos creyeron acudir a su re

    medio, y subieron apuradas, cuesta arriba, la rue de la Lune,

    con las faldas pecadoras arremangadas.

    Viens! Viens!s e decan unas a otras; le petit Painhlanc

    a assassin La Terreur.

    O, o, o est-il?gritaban.

    Ici, 2C-decan otras que no se animaban a tocarlo y ape

    nas si a mirarlo.

    Una de ellas, la de ms coraje, le alumbr la cara con una

    lmpara elctrica de bolsillo, y de aquel grupo de hombres y

    mujeres se alz un sordo rumor de espanto.

    La Terreur estaba boca arriba, oprimindose con sus ma

    nos crispadas la pechera de la camisa, manchada con el rojo de

    su vertida sangre. Sus ojos entreabiertos, opacos, daban miedo,

    y sus labios tenan esa quietud que slo la muerte imprime con

    el rigor de su hielo.

    Painblanc haba huido, y cada una de aquellas mujeres con

    taba una ancdota a su respecto.

    Una de ellas, llamada por su mal nombre Tourterelle,

  • certificaba haberle visto cruzar el Boulevard haca un instante.

    La desaparicin de La Terreur)) dejaba en un gran desamparo

    a aquellos de sus ntimos que ms fiaban en l; pero no a aque

    llos otros que estaban subyugados a sus caprichos y que sentan

    un alivio que no demostraban^ Muy humano.

    Todas estas imaginaciones dispersas que componen hi gran

    imaginacin del Boulevard recogieron aquel cuadro para

    siempre, que cada una apreciaba segn su propio ardor, su frial

    dad o la vaguedad de su juicio.

    Las ms melanclicas se compadecan de la muerte de La

    Terreur, las ms amorosas, que no le veran ms; y otras, las

    ms apasionadas de una filosofa conservadora, crean que aque

    lla desaparicin representaba un peligro menos para el Botde

    vard, que al fin y al cabo cada uno tiene su diferente querer.

    Y, esto no obstante, dejaban pasar entre ellas y el cielo una

    indefinible angustia.

    Muerto y todo, le tenan miedo.

    En medio de la senda inquieta por donde stas caminan, no

    sera aventurado decir que soiaran alguna vez en la posible

    resurreccin de I.a Terreur, despertndose sobresaltadas, ya

    que a ellas las posee ms el miedo que el placer. Cuando oyen

    hablar de algn crimen ruidoso compran los diarios de la noche

    para leerlos a la hora de acostarse; pero no lo hacen de miedo,

    porque creen ser ellas mismas las protagonistas.

    No hay en este mundo un solo ser viviente que haya come

  • tido un delito, una falta o sufrido un error que no sienta que

    una onda de malestar le pasa por ,el coraznrgano misterioso

    de la emocinal or referir iguales cosas a las ya por l come

    tidas.

    Y este diablico estado de alma que pasa por la mente de la

    mujer impulsada al crimen remueve tambin el alma de la que

    roba.

  • L A L A D R O N A E L B O U I. E V A R I )

  • I.A LADRONA DEL ((BOULEVARD

    La lacirona del Grand Boulevard vive ms del robo que de so

    persona. El robo es su objetivo, y ella ei medio.

    Guando se encuentra frente al hombre que ha marcado por

    suyo, piensa en todo menos en l. Y si le mira fijamente en los

    ojos, es para descubrir el verdadero estado de su alma... y de su

    bolsillo. Son adivinas. Unas de las cosas que ms observan es

    el calzado. Un hombre bien calzado es para ellas un caso inte

    resante. Ese hombre es, desde lue^o, un elclante y adems tiene

    plata.

    Es esta, por cierto, una sugestin del natural de todas las

    mujeres, de las que viven en el Boulevard y fuera de l.

    A las mujeres es ms fcil engaarlas con los pies que con la

    cabeza.

    Desde el momento en que la mujer del Botdevard adquiere

    aquella conviccin no piensa en otra cosa que en el reloj y en

    la cadena de su futura vctima. Conseguir esas prendas para s,

  • sin ms trabajo que mover sutilmente los dedos, las enardece el

    contento; pero cuando piensan en la cartera, el ntimo placer

    las embriaga. El deleite del robar es el robo mismo; y cuando

    la ladrona del Boulevard roba cumple con el objeto principal

    de su vida, y de aqu que no sepa si hace bien o hace mal..........

    Y la cartera y el reloj de nuestro hombre? Qu se hicieron?

    El fu robado y ella se hizo humo, como decimos por El

    Plata cuando alguien se escapa sin saber cmo.

    Y aun no ha parado de correr, de serpear, de escabullirse por

    el mismo Boulevard, viendo por todas partes la sombra de su

    vctima. Cuando advierte que el sergent de ville avanza haca

    ella, se le oprime el corazn, se hiela toda, se oculta y observa,

    Es de verlas en acecho, cuando interrogan la calle vaca con

    los ojos asustadizos, respirando anhelantes. De vez en cuando

    se tantean el reloj, la prenda deliciosamente robada, y buscan

    en el seno los billetes de Banco que mueven pequeo murmullo.

    Y como el sergent de ville, de paso tardo y aspecto abu

    rrido, rio ha ido hacia ella, el corazn se le normaliza y el

    temor deshecho vuelve a sus pulsos... y a las andadas...

    Y atajan a otro hombre, y a otro y a otros, y as hasta que se

    las apague la llama oscilante de la vida, se acaben todos los

    hombres, todos los relojes y todas las carteras.

  • Robar es su destino, y nada ni nadie podr vencer a su mala

    estrella. Estrella fatal.

    La ladrona del Boulevard, aqucHa que pertenece a su milicia

    activa, se diferencia de aquellas nuijeres que viven de otras

    imaginaciones.

    La ladrona est siempre inquieta, removida por la idea del

    robo, que vive en el misterio de su naturaleza. Ha odo decir

    que robando quebranta leyes: cooviene en ello; pero el deseo de

    apoderarse de lo ajeno es tan grande que no puede contenerse,

    y sigue poniendo en juego todos los modos y trazas de hurtar.

    Si est en el caf, en el restaurante, en pleno Botdevard o en

    la pequea calle de sus delirios, no tiene sentido sino para robar.

    Y as como en la humana especie no hay dos seres semejantes,

    las ladronas del Boulevard son de diferentes pintas.

    Las menos peligrosas son aquellas que, dndose con empeo

    ,a todo vicio, se las ve agresivas en sus maneras, cuyos ojos os

    hieren y cuyas bocas llamean en rojo.

    m

  • v n i

    L A H 1 S T K R I G A

  • VIl

    L h HISTRICA

    Y ya que vamos estudiaudo !os seres que pueblan ei Boule-

    vard, nos parece consecuente de este estudio hablar de la mujer

    histrica, de alma doliente, que tiene fino el gusto.

    Es paliducha, de ojos y pelos renegridos, profundamente oje

    rosa y malamente empolvada, a lamparones. Viste de negro,

    pero con extravagancia, y lleva siempre una flor roja que realza

    su esculida belleza. Son largos sus braxos y larguiruchas sus

    piernas, y largas y plidas las manos y largo el talle, y a veces

    el corazn se le alarga hasta el amor: un amor fugitivo si se

    quiere, pero amor al fin.

    Hay en ella algoque atrae, algo que la lleva a acariciar senti

    mientos generosos, aunque no sienta las armonas de la vida, a

    pesar de su apariencia contraria.

    El hombre no la hace mella sino cuando lo tiene cerca, que

    un minuto despus lo olvida, para buscarle de nuevo y %'-olverle

    a olvidar; y, como no tiene memoria, su vida carece de unidad,

    aun cuando tiene invencin; pero como sta se contradice con la

  • de ayer, su vida toda es un caos; y as es en todo, porque siempre

    van con pie igual su locura y su fatiga.

    Refrena hoy su dolorido pecho, para abrirlo maana a la

    esperanza, entre los murmullos confusos de su conciencia.

    Naturaleza dispuesta a toda mudanza, tan pronto est alegre

    como triste, que la histrica no es suya en todo tiempo, ya que

    no llega jams a la quieta posesin de sus facultades.

    De quin es entonces? Arcano. Con qu corazn confi

    dencia el suyo? Su alma, qu otra alma anhela?

    Es difcil saberlo, porque la histrica es la vaguedad en el

    dolor, la obscuridad en su propio pensamiento, y tiene la tris

    teza revestida de alegra.

    Penetrar en el interior de una histrica es caer en un antro,

    es perderse en sus sombras o encandilarse en su luz; y es su es

    pritu, y por lo mismo, una rueda artificial invisible, vertigi

    nosa, que echa chispas o salpica nieve. Siempre el contraste!

    Su infeccin infernal le agita el corazn y le afila las uas; y es

    una malvada, que no es otra cosa.

    i Maldita mujer!

    No, maldita, no.

    Ms bien... pobre mujer.

    S, pobre mujer.

    Y es tal lo desatinado de nuestra herona enferma, que el

    analisis mismo de su persona, sobre su carne viva, acabar en

    la confusin, como lo estis viendo.

  • Qu demonio de mujer!...

    Esto no obstante, sigmosla en la inquietud de su vida o en

    el acomodo de su calma, y veamos cmo llegar hasta las fuentes

    ntimas de su naturaleza.

    Los desventurados de ki tierra nada tienen que esperar de

    estas almas de piedra y de acero, de barro y de hielo.

    Su coraje fsico es siempre agresivo a la par que cobarde, y

    su valor moral desfallece hoy para revivir maana: siempre la

    incoherencia.

    La flecha alegrica del amor no encarna jams en su pecho,

    y nunca dura sobre la misma imaginacin, que es donde est

    la enfermedad.

    El robo la repugna y la virtud la hace sonrer y el martirio la

    inspira, i Incurable imaginacin la suya!

    Cuando calumnia se arrepiente, y cuando no, quiere volver

    a calumniar; y con la misma fuerza que se diric un reproche

    se hace un elogio, sin poder jams atar extremos tan diversos.

    No conoce los secretos de la vida ni para qu ha nacido, o,

    mejor: ha nacido para todo y para nada.

    La veris hablarse a s misma, con sus sustancias espirituales

    alteradas, sonrer o hacer a la vez pequeos movimientos de

    desesperacin: cacofona infernal en el atropello de la palabra

    y confusin de la mente.

    Su risa es sarcstica, cuando le sale del rabioso pecho, y su

    llanto no tiene armona, porque no tiene emocin.

  • Y cuando llora a algn difunto de la familia entona una jere

    miada y de cada gota de sus vertidas lgrimas sale disparando

    un cocodrilo.

    Si se siente mortificada por las ideas que la buscan, con su

    vago juego, se echa a andar para espantarlas.

    Pero, cules son estas ideas?...

    Ama con la misma violencia con que odia. Sus risas se cam

    bian fcilmente por lgrimas y la variedad de sus ensueos le

    hace ver hoy lo que ayer no fu.

    Sus labios dolientes, cuando no despreciativos, dejan pasar,

    en pliegues alternos, atroces injurias o dulces palabras de amor.

    La histrica es un ser que vive sin el apoyo de la fe, que es el

    interior contento, y sin el gemido de la plegaria, que es el

    consuelo.

    No reza ni va a misa, pero hace creer que va. La histrica

    total.

    La histrica carece de sinceridad para el bien como para el

    mal; pero es utilitaria, a pesar de su disposicin cerebral.

    Cuando adula, cuando le pasa a uno la mano, se transforma

    en un fantasma sutil, y oprime amorosamente contra su pecho

    a aquel a quien quiere adormecer.

    Pero cuando esta falsa hechicera no llega al abrigo de su logro

    se enfurece; y es sabido que, cuando la histrica llega al vrtice

    de su desequilibrio, araa, que araar es la manifestacin ms

    aguda de su irritabilidad, cuando sus nervios se enjambran.

  • Pobre de aquel que cg en aus manos!

    La verdad y la mentira se le entran por el coraztSn y se le

    salen con la misma facilidad: es la evasin del alma y su retorno,

    Y la envidia, plida hermana del odio, la busca sin cesar.

    Pero dejmosla seuiramando en uu minuto de fuego; ve-

    mosla llorar y rer, naldecir y glorificar, decir verdades y

    mentir-sobre todo mentir..-, cosas stas que ella engendra den

    tro de s misma con las sustancias esenciales que su naturaleza

    tiene.

    Y' es la histrica, en conclusin, espontnea como un pisto

    letazo y disimulada como un zorro. Siempre el contraste, como

    lo dejo advertido. Y no tiene, por lo mismo, tema dilecto, por

    que todos lo son y ninguno lo es.

    Laquelle de tes mes veux-tu qui soit immortelle?

  • IX

    L A S AL M , A S

  • I.AS ALMAS.

    Mientras tales cosas pasan por el alma de estas mujeres, otras

    siguen haciendo de las siiyae.

    Cuando estas estn puestas sobre el Boulevard^ se las ve con

    cierta calma reglamentaria,- pero as que entran en las cidles fur

    tivas aparece la criatura infernal. Aqu se vuelven ojos y son

    decisivas en sus resoluciones, y el cuerpo se Ies mueve con la

    elasticidad nativa.

    Estn prontas para el asalto, sin. que el pecho se desvele.

    Son muchas? Cuntas son? Se cuentan por docenas, por cen

    tenares, por millares.

    Es curioso verlas actuar, movedizas como el mar, sin r-

    mora que las ataje.

    Atraviesan de una vereda a otra; se escurren por aqu, se

    salen por all, se esconden en una sombra y de pronto se echan

    a andar, cuando no se quedan inmcSvIles, evocando nuevas for

    tunas.

  • En qu estarn pensando?

    Cruzan cien veces de una vereda a otra y ms de una vez se

    dicen entre ellas:

    Je suis reinte...

    Pero esto no quita que en las mismas tinieblas se envidien

    los sombreros y los vestidos y todos sus lucimientos, sin adver

    tir que se estn matando.

    La mujer de Boulevard, que se calza como para ir a un

    baile, con tacos a lo Luis..., a lo un Luis cualquiera, de tantos

    que ha habido. La otra, la que roba, los gasta chatos, cmodos,

    para huir cuando llegue el caso.

    En el Boulevard cada mujer se viste y se calza con arreglo a

    la funcin que ejerce. Las hay que apenas tienen el vestido

    sobre las carnes (1). Es una mrtir de las locuras del humor, es

    casi una loca, o mejor, una loca realmente; y lo ser hasta que

    hagan punto sus pesares.

    La otra mujer que no roba ni hace robar, ni persigue ni hace

    perseguir, es casi una inocente, que se cree feliz porque vive de

    s misma, de su imaginacin creadora.

    Se gana la vida aniquilando la suya y nadie ni nada la cam

    biar: ni la fortuna, ni los cielos, ni lo que sea ms Dios.

    No creemos en la redencin de las almas; nunca hemos

    credo, ni de jvenes, hlas!...

    Precursoras.

  • Querer luchar con la naturaleza individual es quedar por

    ella vencido, que no hay ningn remedio contra lo que es con

    dicin propia o vicio orgnico.

    Son varias, y para m sin vlida contradiccin, las afirma

    ciones filosficas que se han hecho a esc respecto. Y es por

    esto mismo que yo quiero oponer aqu hi miL

    La instruccin podr cultivar el espritu; la educacin, sua

    vizar las maneras; pero la raxn del alma no se cambia. Nada

    ni nadie la modificar, que se vive y se muere con la que se

    ha nacido. Y cuuido se cambia en otra es porque se la traa de

    repuesto, que liay seres que i^uardan en s mismos, en su sus

    tancia espiritual, no una, sino varias almas que aparecen alter

    nativamente, por crisis y por etapas, en el misterio de la fisio

    loga humana. Naturalezas ricas.

    Tales transformaciones, liasta hoy en la obscuridad y el mis

    terio, que viven en lo sustancial que tiene el alma, pueden di

    vidirse en dos tendencias: en aquella que le corresponde al ins

    tinto, fuente ori||nal de la inteligencia, y en aquella otra, la

    moral, fuerza al parecer vaga, pero que sirve para encaminar

    al hombre a vivir en el mundo esencial de las ideas,

    La accin moral gua la conducta y su procedimiento; y la

    fsica, fuerza que fluye de su sanare, que es su equilibrio,

    aprecia la visin de las cosas, que es la circulacin esttica entre

    el hombre y la naturaleza.

    Y es en este doble campo de lucha donde se libra la doble

  • batalla de la vi da y de la muerte, y desde cuyas alturas solitarias

    se divisan la palma vencedora, la crcel o el manicomio.

    Y sigue el Boulevard agitado y siguen sus mujeres en la fuga

    de sus delirios, aunque vayan suspirando entre las sombras,

    i Qu cosa rara es el Boulevard!

  • L A R A . E.- I . O S G A R O N S

    Y E L G R A N T Z I G A N

  • La ffRAFLE,^ ..Los GARONS Y EL GRAN TZIGAN.

    Y como la filosofa perenne de los libros fatiga la atencicSn

    del po lector, quiero presentarle, como un descanso, la silueta

    nera del sergent de vilic, que se testaca sobre los refugios de

    la removida calle, macizada de coches que andan en corso. Y

    quiero mostrarle an otras cosas ms.

    En el bureau del mnibus, por ejemplo, se advierten algunas

    mujeres que esperan el legendario vehculo de Pars, que ha de

    arrimaras a sus domicilios.

    El empleado flemtico, cansado, sin animar sus pasos, su

    jeto a un oficio sin mdanos, despus de un cuarto de siglo,

    avisa gruendo:

    Bastille.., Passy... Madeleine... Allons, Filles du Calvaire.

    Mientras, el conductor dice a su vez:

    ~A volont... complet l'intrieur... trois places rimp-

    riale..., correspondances au contrleur...

    El movimiento de la calle, que es frecuentada en todos

  • tiempos, va en aumento. Cada vez ms voces, ms conversa

    ciones, ms declaraciones de epidermis a epidermis rpidas como

    el himeneo areo de las moscas, y cada vez ms msicas, ms

    tziganes que se desmayan de puro gusto y ms risas que se

    levantan.

    En el desorden de estos indicado