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La fragilidad vocacional : ¿Cómo podrás resistir? Hna. Gabriella Tripani, (Pime) La Hermana Gabriella Tripani nació en Gorizia, Italia, en 1956. Pertenece a la Congregación de las Misioneras de la Inmaculada. Tiene un título en Ciencias Agrarias, una Licenciatura en Psicología y un Diplomado en Espiritualidad, de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, en donde actualmente es asistente en el Departamento de Psicología. En Ediciones Paulinas publicó, en el 2004, un libro sobre la formación permanente titulado ¿Por qué no puedo seguirte ahora? Original en italiano Conferencia dada a las Superioras Generales de la Constelación de Roma, el 16 de enero de 2009 Resumen Se había tomado una opción. Interviene un problema, un conflicto, una dificultad, a menudo experimentados como algo interior: otros deseos más intensos, un no querer ya aquello por lo que antes se había optado, la opción pierde fuerza, hasta el punto que ya no cuenta. Hay que enfrentar la dificultad de esta situación, y la fragilidad aparece por dos lados: una debilidad que emerge a causa de una inmadurez psicológica más o menos latente, un marco antropológico que no sostiene y que conlleva una imagen y una experiencia de Dios que responde a ese marco. El punto clave no es lo que ocurre, sino cómo uno hace frente a lo que ocurre, y esto depende de la efectiva libertad y de una visión antropológica, quizás no consciente, no elaborada, que se convierte, sin embargo, en una antropología de vida, práctica. ¿Hay un camino que recorrer? Un camino de toma de conciencia que ofrezca un mayor conocimiento de sí, experiencias de formación que dejen aflorar preguntas oportunas, una presencia cuando sea necesaria (y comprender cuándo es necesaria), y la audacia de valorar lo que es nuevo: una fragilidad diferente. 1

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Documento que describe la situación religiosa en estos días.

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La fragilidad vocacional : ¿Cómo podrás resistir?Hna. Gabriella Tripani, (Pime)La Hermana Gabriella Tripani nació en Gorizia, Italia, en 1956. Pertenece a la Congregación de las Misioneras de la Inmaculada. Tiene un título en Ciencias Agrarias, una Licenciatura en Psicología y un Diplomado en Espiritualidad, de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, en donde actualmente es asistente en el Departamento de Psicología. En Ediciones Paulinas publicó, en el 2004, un libro sobre la formación permanente titulado ¿Por qué no puedo seguirte ahora? Original en italiano

Conferencia dada a las Superioras Generales de la Constelación de Roma, el 16 de enero de 2009

Resumen

Se había tomado una opción. Interviene un problema, un conflicto, una dificultad, a menudo experimentados como algo interior: otros deseos más intensos, un no querer ya aquello por lo que antes se había optado,la opción pierde fuerza, hasta el punto que ya no cuenta. Hay que enfrentar la dificultad de esta situación, y la fragilidad aparece por dos lados: una debilidad que emerge a causa de una inmadurez psicológica más o menos latente, un marco antropológico que no sostiene y que conlleva una imagen y una experiencia de Dios que responde a ese marco. El punto clave no es lo que ocurre, sino cómo uno hace frente a lo que ocurre, y esto depende de la efectiva libertad y de una visión antropológica, quizás no consciente, no elaborada, que se convierte, sin embargo, en una antropología de vida, práctica. ¿Hay un camino que recorrer?Un camino de toma de conciencia que ofrezca un mayor conocimiento de sí,experiencias de formación que dejen aflorar preguntas oportunas, una presencia cuando sea necesaria (y comprender cuándo es necesaria),y la audacia de valorar lo que es nuevo: una fragilidad diferente.

Ante la descripción que hacen en sus aportes sobre la realidad y cómo la comprenden, podríamos profundizar la siguiente pregunta: ¿Qué ocurre en realidad cuando se manifiesta una fragilidad vocacional? Y, por consiguiente, ¿qué hacer?

La perspectiva y su opción

Algunos aportes hablan de la dificultad en decidirse de cara a la opción vocacional, otras intervenciones hablan de la necesidad de un mejor discernimiento; o de situaciones de malestar en la vida consagrada, por razones diferentes. También sería interesante ver por qué y cómo hablamos de esta fragilidad. Al tener que elegir, sugiero que miremos de cerca la situación de quienes parecen sentirse y se sienten “bien” en la vida consagrada, dentro de los límites que todos tenemos, y que por alguna razón luego la abandonan, y a veces muy pronto. Entonces, preguntémonos, ¿qué ha ocurrido y qué se puede hacer? Digamos que se trata de un problema de perseverancia, en el sentido más pleno del término. La vocación es frágil porque parece que no dura.

No creo que se pueda decir que las dificultades en la vocación son una característica del tiempo en que vivimos. Sin embargo, es cierto que algunos aspectos son típicos de este tiempo: número de abandonos, modalidad del abandono, el cansancio de vivir, una vida con problemas, como cuando se avanza sin la certeza de que lo que se está viviendo va a durar. Una realidad típica de nuestro

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tiempo y no sólo de la vida consagrada. Por eso, queremos prestar atención a una eventual diferencia de hoy respecto a las dificultades de perseverancia de ayer.

Lo que es frágil se rompe con facilidad

¿Qué entendemos aquí por fragilidad? Tomemos la palabra fragilidad al pie de la letra. Algo es frágil cuando se rompe con facilidad. La vocación es como una cosa que se rompe. Y ¿qué hay que entender si una cosa se rompe con facilidad? Dos cosas: qué es lo que la rompe; por qué se rompe.

También vuestros aportes hablaban tanto de razones más externas, estructurales (por ejemplo: el apostolado o la vida comunitaria que no satisfacen), como de razones más internas, que tienen que ver con la fe y la psicología; por lo tanto un aspecto más social y una dimensión más personal, espiritual y humana. Hace unos años, en 1996, escribí un artículo para la revista Consagración y Servicio, “El martillo de la misión”, que empezaba así: “Alguien ha descrito las diferentes reacciones de las personas ante los encuentros que acontecen en la vida con la imagen de tres muñecas: una de cristal, una de plástico y una de metal. Reciben un golpe de martillo. La primera se hace añicos, la segunda se deforma, se abolla, la tercera resuena de forma musical. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué el martillo rompe a uno, abolla a otro y hace resonar armoniosamente a un tercero?”.La imagen nos dice que la persona, en su diversidad, reacciona de forma distinta a las mismas situaciones difíciles. El análisis del martillo nos lleva a una reflexión de tipo más bien social, aunque está claro que los distintos aspectos de un problema vocacional no pueden separarse fácilmente: la vocación no se rompería si no fuera frágil, pero quizás, a pesar de ser frágil, no se rompería si no se da el martillazo. El martillo de hoy ¿es distinto al martillo de ayer? Sí, y probablemente muy distinto. Pero lo cierto es que siempre ha habido martillos. La persona humana ¿es de veras tan distinta? Para no alejarnos de la imagen, y decirlo con respeto ¿no ha habido siempre muñecas de cristal, de plástico y de metal?

Qué es lo que hace la diferencia

Lo que llama la atención y lo que parece hacer la diferencia es la manera de afrontar las dificultades, la solución pensada para resolver el problema. Y cómo esta opción implica una antropología. Por ejemplo, el abandono como resultado de una decisión tomada desde una antropología de fondo cuyos supuestos son distintos de los de ayer.

“Ya no quiero”: esto es lo que la persona percibe. No sólo que hay un problema, sino “ya no quiero”.El “ya no quiero” se desencadena porque hay un problema; pero parece que no vale la pena tratar de resolverlo, porque se tiene la intensa sensación del “ya no quiero”.La pregunta existe desde antes y engendra incertidumbres, más o menos conscientes, y vuestros aportes han hablado de ello: ¿quién me garantiza que lo querré siempre?

Recordemos la primera tentación de Ignacio, después de su conversión. ¿Cómo resistirás hasta los 70 años? Y su reacción. “…le vino un pensamiento recio que le molestó, representándosele la dificultad de su vida, como que si le dijeran dentro del ánima: ‘¿Y cómo podrás tú sufrir esta vida 70 años que has de vivir?’. Mas a esto le respondió también interiormente con grande fuerza (sintiendo que era del enemigo): ‘¡Oh, miserable! ¿puédesme tú prometer una hora de vida?’. Y así venció la tentación y quedó quieto. Y ésta fue la primera tentación que le vino después de lo arriba dicho” (Autobiografía de Ignacio de Loyola, 20).

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¿Cómo podrás resistir? Esto no es una tentación nueva. Hoy se formula así: ¿Y si “dejara de querer esto”? De hecho, si uno siente el “ya no quiero”, no se encuentran razones para quedarse.

Ante esta pregunta que se insinúa en el corazón y en la mente, Ignacio no discute. Trunca la discusión con el “enemigo” porque ha captado que se trata del “enemigo”. En realidad, tampoco hoy se discute demasiado, se cede más bien pronto. Pero no como a una tentación. La tentación parece la misma, la de ayer y la de hoy. No vas a poder. Pero no se la interpreta como tentación y, por consiguiente, no hay necesidad de resistir. ¿Qué es distinto hoy, y qué lleva a no interpretar la pregunta como una tentación? Algunas cosas vienen de ideas de fondo diferentes y llevan a consecuencias distintas. Proceden de un marco antropológico diferente.

Por qué no es tentación

La pregunta no se percibe como una tentación porque se comprende a Dios de otra manera, la relación con los demás y con uno mismo.

En lo que a Dios se refiere: “Dios es comprensivo y no puede querer que no sea feliz”. Un Dios tan comprensivo que es posible abandonarle, que acaba resultando bondadosamente indiferente, lejano, un Dios que comprende cualquiera otra opción. Muy distinto del Dios celoso de la Escritura. En realidad Dios repite como Elcaná a Ana (1 Sam 1,8): “¿Es que no soy yo para ti mejor que diez hijos?”. No es la pregunta del enamoramiento inicial, sino la pregunta que nace del tiempo vivido, experimentado y sufrido juntos, y de la certeza de que ha dejado de ocupar el primer lugar. Como un ligero estupor del marido (¿de Dios?), que siente el derecho a ser el primero porque este derecho le había sido reconocido, un estupor ante la posibilidad de una correspondencia no total, como la de aquél que se siente seguro del amor que existe y, por consiguiente, no entiende el dolor que supone la falta de otras cosas: ¿acaso no estoy yo aquí? El amor consagrado es respuesta a este amor que sorprende. ¿Alguna vez hemos tenido también miedo de proponerlo? En Deus caritas est, Benedicto XVI ha tenido el valor de hablar del eros de Dios. La pasión de un enamorado que no se rinde con facilidad, que tiene sus estrategias, las estrategias de un Dios que puede escoger incluso la cruz, máxima expresión del ágape, máxima expresión del eros. El eros de Dios dice que Dios no es sólo para nosotros un generoso bienhechor. Recordemos una observación de notable interés en el campo psicológico: unos estudios hechos sobre la idea de Dios presente en los jóvenes, en relación con la educación recibida, nos dicen que a una educación muy permisiva no corresponde la idea de un Dios misericordioso, sino más bien indiferente.

Con referencia a los demás: “En definitiva, esto tiene que ver conmigo y con mi vida”. En caso de abandono, no hay relegación social (hablo de esta cultura, pero en muchas otras la situación está cambiando hacia esta dirección). Hay una aprobación social que hoy es muy importante, demasiado importante. Por lo general ocurre como si la opción, aunque pública, haya sido un compromiso hecho con nadie. Sólo algo personal con Dios, que ahora consiente, con benevolencia, a un cambio de rumbo.

Con referencia a la persona misma: La exclusividad del amor hacia Dios, la entrega total a los pequeños, la participación en una fraternidad que implica compromiso, la oración… estos elementos habían sido esenciales en la opción, pero parece que ahora es posible vivir sin ellos; domina la sensación subjetiva de que todo esto ha dejado de tener peso.

¿Qué motivo hay entonces para quedarse? No hay buenas razones para luchar, no hay un motivo por el cual luchar, y por otro lado es muy fácil dejarlo todo.

Para poner un ejemplo: ¿es verdad que Dios no quita nada?

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Quisiera clarificar lo dicho con un aspecto en el que me ha gustado ahondar en diversas ocasiones con junioras a punto de profesar, o con profesas de ‘mediana edad’, como se las suele llamar. “¿Es verdad que Dios no quita nada?”. ¿Es verdad que como dice la instrucción Caminar desde Cristo y como Benedicto XVI retoma, los votos son “el camino para la plena realización de la persona”? Dios no quita nada, decía Juan Pablo II y Benedicto XVI repite a los jóvenes:

“¿Acaso no tenemos todos de algún modo miedo –si dejamos entrar a Cristo totalmente dentro de nosotros, si nos abrimos totalmente a él–, miedo de que él pueda quitarnos algo de nuestra vida? ¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la angustia y vernos privados de la libertad? Y todavía el Papa quería decir: ¡no! quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera. Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida. Amén”. (Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino del obispo de Roma, 24 de abril de 2005)

No, no quita nada, lo repetimos. Pero ¿qué se entiende con esto? ¿Cuál es la antropología subyacente? Parece que, a veces, este no quita nada lleva a malentendidos y decepciones tanto en el camino humano como espiritual. El no quita nada no equivale a: entonces tengo todo como antes. No renuncio a nada. No me tiene que faltar nada. No tengo que perder nada de lo que es humano. Dios no quita nada. Yo no sé si es verdad. No creo que es verdad. Creo que Dios sí que quita. Recordemos el pasaje tan bonito del segundo libro de Samuel 24,18-25. David ha pagado la tierra para edificar el altar. Cuando Arauná quiere darla gratuitamente y hacer de su don un gesto puramente simbólico, David no quiere. No quiere una ofrenda que sea solamente un símbolo, que no cueste nada, quiere de verdad privarse de algo para dárselo a Dios. ¿Cuál es la humanidad que Dios no quita? ¿Cuál es la plenitud que Dios no quita? ¿Cuáles son los valores? ¿Cuáles los gozos y las satisfacciones? ¿Nos deja todo aquello –bueno, ciertamente- que sentimos y que nos gustaría tener en lo inmediato? No es porque ahora siento una experiencia humana bella y atrayente, que se convierte en parte de mi humanidad, que nadie me la puede tocar. Y el que sea difícil y dolorosa no significa que le falta humanidad, que es una experiencia que hay que rehusar, como si Dios no pudiese quererla para mí. Cuando se empieza a pensar que la no plenitud depende de la falta de experiencias, de logros, de frutos tanto a nivel personal como en el ámbito de la relación y del apostolado, entonces se tiene la sensación de que las cuentas no cuadran, la impresión de que Dios me debe algo.Y por lo tanto es fuerte la tentación de convertir en simbólica la ofrenda y de no pagar, de decidir el tiempo del céntuplo y qué es el céntuplo, de recuperar lo que se ha dejado, diciéndonos a nosotros mismos que hemos interpretado mal el quitar (y en general sentimos resentimiento hacia la formación o hacia los demás), o que Dios nos ha quitado algo injustamente (y entonces el resentimiento es hacia Dios). Pero dar y después recibir no es lo mismo que tener lo que se poseía antes.

Quisiera confrontar la experiencia humana de fragilidad en un contexto antropológico distinto, expresada en una poesía de Turoldo.

Amor y muerte

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Pero cuando pase de la muerte a la vida, / siento que tendré que darte la razón, Señor.Y en la memoria / este mar de días será como un punto.Entonces habré entendido cuán bellos eran los salmos de la noche; / y cuánto rocío no visto que tú esparcías, / con delicadas manos, la noche sobre las praderas.Recordaré el liquen / que un día dejaste nacer / sobre el muro derribado del convento,Y será como un inmenso árbol / que cubrirá los escombros. Entonces volveré a escuchar la dulzura de las campanas mañaneras que tanta melancolía me produjeron / en cada encuentro con la luz. / Entonces conoceré la paciencia / con la que me esperabas; y lo mucho que me preparabas, con amor, para la boda. / Y yo no lograba morir. / Lloraba, mientras tú te alimentabas / de mi soledad. Nunca tanto canto de gozo entonó mi corazón, / aturdido por la fragancia de las criaturas. / Cada voz de amor era sollozo. Pero / eras tú que olías en la carne, / tú escondido en cada deseo, oh Infinito, que pesabas sobre los abrazos.Un mismo temblor – o borrasca – sobre la superficie / del mar como dentro de las olas del cáliz. Tú estabas en todas partes. Y mientras que los demás / se besaban sólo en la boca, / yo te comía cada mañana. Y entonces ¿por qué, por qué / me sentía tan triste?

(David Maria Turoldo, “Udii una voce”)

Ciertamente las dudas no faltan, la aguda percepción de un conflicto de fondo, de un conflicto existencial. Pero se capta que la duda se vive en la fe, que se acepta el estar abierto, que uno se queda ante su interlocutor y no se va. Es el conflicto del deseo y de la contradicción humana vividos en la fe.

Creo que el Señor está de mi parte Ejemplificando la aparición de la fragilidad, imaginando algunas situaciones concretas: en presencia de un cambio en nuestra vida, en nuestra manera de sentir y desear, se presenta seguramente una dificultad objetiva de integración de distintos valores que hay que poner juntos en equilibrio y que son nuevos; dificultad inevitable en un camino de crecimiento. La presencia de conflictos no percibidos, no resueltos, es quizá una debilidad psicológica.Hay también dudas que proceden de una antropología diversa.Pensemos, por ejemplo, en una situación de enamoramiento.

Ejemplos posibles de dificultad de integración de los valores La búsqueda de una dimensión más profunda de la feminidad consagrada.La toma de conciencia de los cambios que se dan en nuestro camino de crecimiento.Cuando se presentan dudas de fe y de humanidad que no han tenido respuesta.El reto de elegir con una mayor libertad.

Ejemplos posibles de debilidad psicológicaLa baja autoestima que busca confirmaciones.La rigidez que desencadenan los sentimientos demasiado reprimidos anteriormente.El miedo a la intimidad y la rebelión ante al miedo.El riesgo de luchar contra la rigidez cediendo a la necesidad subyacente.Las racionalizaciones para consentir la gratificación.

Ejemplos posibles de duda antropológicaLa vida religiosa mortificante, enfoque devaluado. Mito de la espontaneidad. Es preciso probar para madurar; la gratificación como camino hacia la madurez.

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El mito del común acuerdo que consiente la transgresión.La percepción de que Dios comprende las dificultades y no se opone. El individualismo que hace difícil la ayuda.

Si esto ocurre, entonces ¿qué hacer?

Las tres fragilidades indicadas, o sea la difícil integración, la debilidad y la duda, piden cosas distintas:

experiencias formativas que interpelan;un camino de conocimiento de sí y una presencia en el momento justo;verificar la antropología subyacente que no es siempre explícita.

En cuanto a la inmadurez psicológica, hay algunas cosas, aprendidas quizá hace tiempo, que es útil recordar: que la vocación la elige el yo ideal, pero que se persevera sobre todo por medio del yo actual; que ante la inconsistencia entre las necesidades y los valores la tensión crece con el tiempo, porque al ser gratificada inconscientemente se vuelve más exigente, mientras que la atracción no cultivada de los valores, disminuye; que las inconsistencias pueden ser psicológicas o sociales y es posible que se pase de unas a otras; que existen distintos mecanismos de influencia social que pueden llevar a un cambio de actitudes; y que se asumen comportamientos y estilos de vida identificándose con quienes los proponen, pero sin integrarlos en el propio sistema de valores cuando las circunstancias dejan de pedirlo, o si la relación considerada antes gratificante para la propia imagen, deja de serlo, la fragilidad de la interiorización que no se dio, se manifiesta dramáticamente.

Como quien saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo (Mt 13, 52)

En el campo antropológico, ¿la diversidad tiene algo que decirnos? ¿Cómo examinar nuestra antropología práctica? ¿Cómo se entra en diálogo con una visión diversa de la persona humana?

Con el siguiente sencillo esquema quiero ejemplificar, en seis diversas áreas del pensamiento y de la vida, cómo dentro de los límites de hoy es posible acoger el llamado de un valor que pide ser mayormente escuchado, en relación a uno que ayer presentaba todavía sus límites y que continúa ofreciendo valores que no pueden dejarse a un lado. A partir de este esquema la reflexión se puede continuar y profundizar.La fragilidad ¿es también una buena oportunidad?

Límites de hoy Valores“nuevos”

Valoresque no hay que perder

Límites de ayer

Pluralismo subjetivismo diálogo verdad objetiva

dogmatismo

Libertad individualismo autonomía obediencia homogenización

Relaciones multiplicidad superficial

sentido de la relación

soledad rigidez

Corporeidad hedonismo belleza/ bienestar mortificación espiritualización

Bienes consumismo progreso sacrificio retraso

Sagrado religiosidad espiritualidad práctica y formalismo

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impersonal caridad

Notas bibliográficas

Benedicto XVI, Homilía para el inicio de su ministerio petrino 24/4/2005.

Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est, 2005.

Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica,

Instrucción Caminar desde Cristo: Un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer

milenio, 2002.

Ignacio de Loyola, Autobiografía, CVX/CIS, Roma 1991.

Imoda F., Sviluppo umano, psicologia e mistero, Piemme, Casale Monferrato 1993.

Manenti A., Etica e antropologia, in Tredimensioni 1/2005, 4-11.

Manenti A., Il pensare psicologico, EDB, Bologna 1996.

Tripani G., Il martello della missione, in Consacrazione e Servizio 10/1996, 20-28; 11/1996, 29-39.

Tripani G., Perché non posso seguirti ora?, Paoline, Milano 2004.

Turoldo D.M., Udii una voce, Rizzoli, Milano 1990.

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