filosofía y letras de los atlantes, javier nicolás gonzález

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1 FILOSOFÍA Y LETRAS DE LOS ATLANTES 1 CONSIDERACIONES EN TORNO A LA UTOPÍA Resumen Con una narración mítica inicial que hace honores formales al contenido de la ponencia, se escenifica la presencia filosófico-literaria de los delirios utópicos, y el tratamiento que en sendos ámbitos les es dado. Un recorrido fugaz por las utopías sistemáticas de filósofos de la tradición occidental, y por algunas promesas mesiánicas, de distintos discursos decantados, permite reconocer la manera en la que estas ficciones proyectadas impactan en la cultura. Por ello es necesario realizar un análisis filosófico que vislumbre el lugar y los límites que le corresponden a la utopía, mediante una identificación de la naturaleza de la misma, en perspectiva antropológica. Al concluir que la literatura ha abordado con mayor cordura, serenidad, objetividad y verdad a las utopías, que como lo ha hecho la filosofía, se corre el riesgo de desdibujar los límites entre una disciplina y la otra; y se pone de manifiesto cómo lo utópico es tanto razón como sensibilidad, locura como cordura, lógica y poesía, y cómo reducirlo a uno solo de los dos hemisferios del cerebro, es el inicio de los desvaríos de tantas generaciones. 1 Estudiante tesista de Licenciatura en Filosofía y Humanidades, Auxiliar de Investigación del grupo de investigación LUMEN, donde adelanta la presente investigación como trabajo de grado. Registro Colciencias # 2689074076230063. E-mail: [email protected]

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1

FILOSOFÍA Y LETRAS DE LOS ATLANTES1

CONSIDERACIONES EN TORNO A LA UTOPÍA

Resumen

Con una narración mítica inicial que hace honores formales al contenido de la ponencia, se

escenifica la presencia filosófico-literaria de los delirios utópicos, y el tratamiento que en

sendos ámbitos les es dado. Un recorrido fugaz por las utopías sistemáticas de filósofos de

la tradición occidental, y por algunas promesas mesiánicas, de distintos discursos

decantados, permite reconocer la manera en la que estas ficciones proyectadas impactan en

la cultura. Por ello es necesario realizar un análisis filosófico que vislumbre el lugar y los

límites que le corresponden a la utopía, mediante una identificación de la naturaleza de la

misma, en perspectiva antropológica. Al concluir que la literatura ha abordado con mayor

cordura, serenidad, objetividad y verdad a las utopías, que como lo ha hecho la filosofía, se

corre el riesgo de desdibujar los límites entre una disciplina y la otra; y se pone de

manifiesto cómo lo utópico es tanto razón como sensibilidad, locura como cordura, lógica y

poesía, y cómo reducirlo a uno solo de los dos hemisferios del cerebro, es el inicio de los

desvaríos de tantas generaciones.

1 Estudiante tesista de Licenciatura en Filosofía y Humanidades, Auxiliar de Investigación del grupo de

investigación LUMEN, donde adelanta la presente investigación como trabajo de grado. Registro Colciencias

# 2689074076230063. E-mail: [email protected]

2

Abstract

The philosophical and literary presence of the utopian delusions is staged in this paper as

well as the approach they are offered by both fields in Western tradition. To do due formal

honor to its content, a mythical narration is placed at the start, Systematic philosophical

utopias of Western tradition and some messianic promises in highly praised discourses

have briefly been gone over, allowing us to recognize the way in which culture was

affected by these projected fictions. Thus a philosophical analysis is needed, to throw some

light on the place and limits proper to utopia, identifying its nature in an anthropological

perspective. If our conclusion is that literature has dealt with utopias with more wisdom,

serenity, objectivity and truth than philosophy, we run the risk of blurring the limits

between these two disciplines. This way, it is clearly showed how utopia is reason as well

as sensitivity, madness as well as sanity, logic as well as poetry. Thus, reducing utopia to

only one of the two brain hemispheres may be the beginning of the ravings of so many

generations.

Palabras Calve: utopía, perfección, ficción, realidad, promesa.

Key Words: utopia, perfection, fiction, reality, promise.

3

Introducción

El tema que ocupa la presente ponencia se muestra lo suficientemente abierto para situarse

en el linde de la filosofía y la literatura, de tal manera que bien puede optarse, aunque no

suene muy prometedor, por la informalidad de la literatura, y por la falta de belleza de la

filosofía, ejercicio que se hará en la narración-mito con que se da inicio a una serie de

consideraciones en torno a la utopía. En la historia de la cultura, el tema de la utopía ha

causado revuelo suficiente por, alrededor de dos mil quinientos años. Este tema tiene la

curiosa particularidad de haber sido tratado extensamente tanto en literatura como en

filosofía:

(…) las visiones de la sociedad ideal han adoptado generalmente dos formas primarias. Una

ha sido descriptiva, un dramático retrato narrativo de un modo de vida que era tan

intrínsecamente bueno y que satisfacía tantos anhelos profundos, que obtendría una

inmediata, casi instintiva aprobación. El otro modo ha sido más racionalista: los principios

subyacentes a una sociedad óptima son expuestos y discutidos, bien directamente por el

autor, bien por varios interlocutores.2

Aunque lo más curioso, es que, al parecer, el tema ha sido tratado filosóficamente en la

literatura, y literariamente en la filosofía, como se tratará de demostrar.

En esta ocasión el trato será más o menos el mismo. En el patio de la Academia, en la

cocina del Liceo, en los baños de Roma, en los estantes empolvados de bibliotecas

monásticas, en la Torre de Londres de la época de Enrique VIII, en los salones franceses,

en los delirios de los Padres Peregrinos, y en las plazas de las universidades públicas

latinoamericanas de los años 60‟s, 70‟s, 80‟s, y ss., la misma euforia ha escoltado a nuestro

tema, y el mismo despecho la ha seguido cual su sombra mortal. Al tratar de seguir el rastro

2 Manuel, Frank. Utopías y pensamiento utópico. Editorial Espasa-Calpe, Madrid, 1982, p. 9

4

del recuento utópico, es necesario no olvidar que, naturalmente, “ninguna forma utópica se

encuentra nunca, o raramente, en estado puro y simple”.3

El desdibujamiento de las fronteras entre filosofía y literatura corresponde necesariamente a

dos tópicos de la filosofía social, como afirma Northrop Frye “Hay dos concepciones

sociales que únicamente pueden expresarse en términos de mito. Una es el contrato social,

que da cuenta de los orígenes de la sociedad. La otra es la utopía, que presenta una visión

imaginativa del telos o fin al que apunta la vida social”.4

La serie de reflexiones que aquí se hacen al rededor de la utopía se suceden muy

rápidamente la una a la otra, de tal manera que ninguna de ellas se considerará por

definitiva o satisfactoriamente expuesta. La intención de la presente ponencia no es cerrar

un argumento estricto, sino más bien abrir una línea argumental que, con el carácter de

sugerencia, invite a pensar de razón y corazón, el trasfondo histórico y no pocas veces

curioso que se oculta tras la mayoría de turbulencias políticas de nuestros tiempos. Así

como el alcance político que llegan a tener ciertos ejercicios de lúdica profesional y algunos

bellos relatos del imaginario simbólico. Pues éstas son relaciones que, irresponsablemente,

muchas veces se pasan por alto.

Narración

Los brillos más hermosos de la mañana refulgían en la niebla de las fuentes de aguas

térmicas que en anillos ofrendaban la coquetería de Poseidón5, mucho más caballero que

Zeus, en tanto los aromas más exquisitos eran degollados por los mástiles erectos de las

Galeras de Oricalco que cargaban las riquezas de una noble raza de juiciosos cumplidores

de la Ley. El arbitrio de los atlas ornaba con su firma decisiones ya sancionadas por el

3 Ibidem, p.10

4 Frye, Northrop. Diversidad de utopías literarias. En Manuel, Frank. Pp. 55 - 102; Op.Cit. p. 55

5 Alusión al mito de la Atlántida narrado por Platón en el Timeo.

5

sentido común de los isleños, y las armas frías dormitaban aletargadas sobre estériles

estanterías. Dos pensadoras a los pies del templo cuidaban de las delicias del Dios de los

Océanos, y ante el ocio inadvertido de la fidelidad de la amante, distraían su labor, como

otros tantos, en las divagaciones de la filosofía.

(las conversaciones han sido traducidas al español)

- Creerás ¡oh Caritólida!, que he soñado con un país en el que el la gente se comportaba

como nuestras bestias en los hatos, rebaños y porquerizas, y en donde la comida escaseaba,

las armas eran usadas en los juegos de los niños, las calles parecían senderos después de un

terremoto, y la arquitectura parecía lograda por un demente daltónico. He soñado también

que el gobernante era un convicto y que los sabios eran perseguidos por la ley y los

ciudadanos.

(A consideración del lector, las conversaciones han sido actualizadas a un estilo un poco

más contemporáneo)

- ¡Qué cosas dices!, debiste haber cenado mucho, antes de dormir.

- ¿Pero es que tu no has pensado, allende los mares, qué mundos se nos ocultan?

- Algunas veces he pensado cosas, sí.

- ¿Y qué has pensado?

- No sé, cosas… que la gente tiene cuerpos monstruosos, o extraordinariamente bellos, que

son de diversos colores, y ese tipo de cosas. Que viven en el cielo, también he pensado.

- ¿Que viven en las nubes?

- Prácticamente.

- ¿Nada más?

6

- No. Se me ocurre ahora que tienen herramientas y animales que hacen su trabajo mejor

que ellos mismos, para que no se cansen.

- Pero y entonces ellos qué harían.

- Pues no sé. Lo que hacen las cosas y los animales, me imagino -entre risa-.

- -seria- ¿Y qué hacen las cosas?

- ¿Las cosas? ¡Pero qué preguntas!, qué van a hacer las cosas. Nada. Estar ahí o allí. Hacer

lo que las pongan hacer ignorando el cansancio y el dolor, sin saber lo que hacen. Y

debatirlo con las otras cosas.

En ese momento, mientras nuestras dialécticas dirigían la conversación hacia un peine que

habían refundido y debían pagar, y luego hablaban del valor de los peines, para pasar a

hablar de los infortunios del vendedor de peines, etc.; en algún lugar del tiempo un curioso

monje escapado del fragor de las batallas que libraba la soldadesca contra los guerreros de

la morería, apreciaba un pergamino olvidado entre escaparates y reflexionaba sobre sus

líneas y sus iluminaciones minuciosas…

Pero qué locuras están escritas aquí, cómo es que… bueno, sin duda que el iluminador

sabía lo que hacía, quién sabe su supiera lo que decía, el bendito. Si el Abad me pescara

perdiendo el tiempo aquí, pero es que uno, diantre, uno debe darse su tiempo de mirar

estas… si alguien se tomara el tiempo de ordenar los estantes… pero con esta guerra:

heridos, herejes, ladinos y detractores ya no dejan estar tranquilo… ¿para qué se hace uno

monje si no lo dejan estar tranquilo?... “(…) la plusvalía estaría, de esta manera, de regreso

equitativamente entre los trabajadores. Las células trabajarán para conseguir la liberación

del proletariado extendiendo su influencia hasta hacerse al Estado…”, vaya un lenguaje

desconocido. Tendría que traer un par de dicc, pero seguro me encuentro c...,

___

7

Las dos Atlantes volvían al sueño de Perpsisgeína, y analizaban detenidamente las

posibilidades del soñar

- Lo importante no es que el sueño haya sido sueño sino si puede pasar o si podemos hacer

que pase.

- Pero la naturaleza del sueño es ser distinto de la realidad, cómo pretendes pasar del

mundo de los sueños al mundo de los hechos, sin referente alguno.

- Bueno, algunos dioses han venido por aquí y no faltan los demonios. Debemos intentarlo

y sabremos así si es posible o no es posible. La práctica hace al maestro.

- ¿Y si, intentado el sueño, descubrimos que era imposible fantasía y hemos muerto en el

intento, o perdido nuestra juventud? Es más cómodo estar como estamos.

- Si hemos muerto, ya no importa. Si perdimos la juventud, pues será de lamentar. Pero, ¿y

si lo logramos y vemos que el sueño que soñábamos es maravilloso y pensamos que valió

la pena intentarlo aunque hubiéramos muerto en el intento?

___

...mejor leo algo de tranquila teología por si me preguntan, a ver... ah sí, aquí está este

folio. „Disquisiciones sobre la ubicación y temporalidad del paraíso terrenal‟. Así está

mejor, así, sí... ah aquí es donde dice... hjm... „desde entonces los hombres cargaron con la

culpa de sus progenitores y debieron renunciar a la dulzura, paz, belleza y bondad del

primer punto de la creación. De ahora en adelante el trabajo será inevitable y los males

estarán dispersos por el mundo (...) cuando la redención devuelva a los hijos de Adán a la

Sión Celestial, los favores del paraíso terrenal podrán ser de nuevo merecidos y deleitados”

___

8

En otro lugar del tiempo un meditabundo irlandés jugaba con las palabras que en su mente

danzaban en tanto pensaba: “la literatura está llena de cosas imposibles descritas con

palabras corrientes. Mejor será que haga algo distinto. Qué tal si desarrollo un lenguaje

imposible, para describir cosas corrientes” y con estas divagaciones continuaba con su

„trabajo en proceso‟6...

___

A los pies del templo de Poseidón, las dos guardianas de la castidad habían llegado a un

momento interesante de su conversación, en el que las palabras, tan etéreas, eran difíciles

de atrapar.

- Luego lo imposible está antes de lo que es, pero lo posible está más allá de lo que es, y es

limitante de lo que debe ser.

- Concedo, ¡oh, Caritólida!, que has avanzado más de prisa que yo misma, y ya ni sé dónde

dejé mi sueño.

- No te preocupes por tu sueño, ahora me preocupa más por qué podemos soñar y qué no.

Qué es lo que está aquí, y que es lo que está fuera de lugar.

-¿fuera de lugar?

- Sí, lo utópico, quiero decir.

- Ah sí, claro. Pues mira que no creo que haya cosa alguna que los humanos no puedan

hacer, si trabajan en ello con paciencia y método.

- De acuerdo. Pero y si ponemos las cosas al contrario ¿crees que haya cosas que los

humanos no puedan dejar de hacer?

- ¿Como soñar?

6 Alusión a toda la obra literaria de James Joyce, pero especialmente al Ulises y a Work in Progress

9

- Sí, soñar, por ejemplo. O querer, o discutir, o construir y destruir.

- Pero entonces, si pueden hacer todo lo que se propongan, pero no pueden dejar de hacer

ciertas cosas, qué pasaría si se proponen dejar de hacer lo que no pueden dejar de hacer.

¿Qué prevalecería?

- Excelente pregunta. ¿Prevalecería su capacidad de superación, o sus tendencias innatas?

- ¿Se te ocurre algo?

- La verdad, no.

__

Ya noche, el monje, frente a su scriptorium meditaba-escribiendo sobre las posibilidades

de construir un paraíso terrenal con el propio trabajo y esfuerzo al que los hombres estaban

irrevocablemente destinados. “Pero antes de considerar estas bellas cosas de la distribución

de los jardines y el trazado de las principales vías, y de los medios propicios para la

designación y limitación de la Autoridad, y del cómo fortificar los lindes y levantar los

templos, hay que precisar, aun antes de escoger el sito, allende los mares, si es posible o no

lo es, que sean los mismos hombres quienes alcancen dicho término feliz. Lo primero a

pensar es que, si el trabajo es la manera destinada para vivir, el fin secundario y último de

este trabajo es esta misma consecución de una sociedad así ordenada. En segundo término

habría que calcular cuánto tiempo y cuántos hombres harían falta para erigir la Ciudad de

Dios en la tierra, y pronto estaríamos de ver que se requerirían muchas generaciones y

muchos hombres. En tercer lugar, habría que considerar, entonces, cómo convencer a

trabajar a sacrificio, a aquellos que no podrían ver los resultados pero que los harían

posibles con su trabajo en su tiempo, sin que su afán los llevase a cometer locuras y retrasar

el debido progreso. En cuarto lugar, habría que ver quiénes piensan que este es el orden

ideal y quiénes imaginan otro y por qué. En quinto lugar, entonces, y como cuestión

segunda frente a la anterior, tendría que pensarse cómo sería posible que personas con

10

distintas percepciones del orden, pudieran trabajar juntas, y ponerse de acuerdo en ello. O

cómo entonces, pudiera cada una trabajar para su orden, sin entrar en querellas. (...)”

___

Antoine Jean-Baptiste7 disfrutaba recordar a su pequeño amigo mientras la suave caricia de

las nubes dibujaba una forzada sonrisa en sus mejillas y enturbiaba la vista de sus gafas de

seguridad, de cuando en cuando, mientras hacía distintos trabajos de rutina. Una vocecilla

sutil le asustó por la espalda y reconoció, con grata sorpresa, que su amigo había venido a

saludarle. „Se me ha muerto‟. „Ya se me han muerto varias‟. „Siempre que empezamos a

entendernos, porque cada una es bien distinta, mueren mis pobrecillas, como si se secaran

en el llanto. Sus pétalos caen uno tras o otro, y sus hojas se marchitan hasta convertirse en

sal‟. -Lo siento muchísimo, si quieres puedes acompañarme un rato, y platicar. „Quisiera

que me acompañaras tú‟. -¿Qué quieres decir? „He dibujado un nuevo mundo. Un mundo

marítimo. Podemos vivir allí, lejos de esta guerra.‟ -No puedo, verás que mi familia... y

tengo que reconocer aquí una geografía... „¡no importa!, si quiera ven a visitarme. Vamos

un momento, es necesario que sea ahora, luego te dejo aquí de vuelta, como si nada hubiera

pasado, quiero que me acompañes‟. -Bien. Bajaron veloces al profundo mundo de los

Atlantes, y el avión les seguía a ellos en un clavado de admiración8.

__

Las dos bellas doncellas concluían sus conversaciones antes del cambio de turno,

- En fin, tenemos unas capacidades que no podemos dejar de desarrollar, y unas tendencias

muy diversas que no podemos dejar de seguir. Pero en el fondo, no podemos dejar de ser

seres humanos, como si con trabajos pudiésemos borrarlo de la especie. Y sin embargo, y

7 Saint-Exupery, autor del Principito.

8 Antoine Jean Baptiste falleció abatido frente a las costas de Marsella, en la Segunda Guerra, en un

sobrevuelo de reconocimiento.

11

por eso mismo, podemos soñar con cuanta cosa, y pensar que es real, e intentarla. He

intentar los sueños es muy grato, siempre y cuando no dañemos a los que queremos en el

intento. Sólo podemos invitar a otros a seguir nuestros mismos sueños pero no obligarles;

he ahí la libertad.

- Sí, he ahí. La libertad de soñar muchos mundos mejores. Y peores. Esa nadie la arrebata,

si uno no se la quiere dejar arrebatar, sólo es querer-querer. Y si alguien quiere venir y

dañarle el sueño, el triunfo no está en matarle, si no en no dejar morir el sueño. Que el

sueño siga, tras mi muerte. „Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno‟, dijo algún

famoso soñador platense. Invitar a los demás a soñar. Si se les coge pronto, los sueños los

embriagan y después no pueden dejar de hacerlo. Hay que invitar a soñar con dulzuras, lo

más posible, y lo más temprano.

Tras las vísperas bien dispuestas, el „hospitalario‟ que quiso ser „predicador‟ pero su

desconcentración y temperamento onírico no le permitieron, trataba de arreglárselas para

solucionar cómo trabajar juicioso, al tiempo con paciencia y al tiempo con esperanza, para

la consecución de los sueños. Cómo no quedarse en sueños, y cómo volver de la

imaginación, la esperanza, la caridad, la vida pública y los sueños, virtudes. Cómo soportar

les exigencias de un ideal en medio del fragor de una realidad adversa... los esbirros de

Morfeo lo cogieron a traición, y palideció antes de encontrar respuestas; una vez más, su

quererserunsabiopredicador falleció ante su nopodersermasqueunnoblesoñador.

Sendos estruendos como de bramar de toros mitológicos ahogaron los gemidillos del

trueno, en tanto un estertóreo vibrar de tierra consumía con dolor la Ciudad de Oricalco y

nuestras mancebas eran sacrificadas antes del día de su sacrificio en la memoria de una

leyenda milenaria; mientras el otro rugir de mares explotaba con furia los anhelos de un

tiempo beligerante frente a las costas de Marsella. Un objetivo niño, sabio como los

ancianos de las montañas, escapaba del desastre trayendo de la mano a un inocente hombre,

utópico como los niños de palacio. Una pequeña literatura se salía con la suya, frente al

desastre de una madura filosofía.

12

Topía y cronía de lo utópico y lo ucrónico

El estudio de las utopías es de datación reciente y creciente. Desde mediados del siglo XIX,

hasta nuestros días, han proliferado tanto utopistas como quienes los buscan estudiar

objetivamente. “En 1841 (…) Robert von Mohl elaboró una lista de unas veinticinco

utopías, desde Platón en adelante, bautizándolas como Die Staatsromane y proponiendo

valientemente que se incorporaran a la ciencia política”9. Desde entonces, el estudio de las

utopías ha presentado un desarrollo exponencial. El último estudio de relevancia, fue el

Congreso Daedalus10

, en el que sobraron los estudios y faltaron las conclusiones “un

participante [del congreso Daedalus] señalaba que lo único que podía decir con certeza

sobre el futuro era que no sería igual que el presente”.11

Las utopías han tenido su lugar y su tiempo propios, por paradójico que suene. Y aunque

siempre se ha querido, como constata Frank Manuel “Proyectar la visión muy alejadamente

en el espacio (…) o en el tiempo, en una época futura”12

, o antigua; lo cierto es que han

sido un resultado de su propia época, y han forjado historia inmediata, en su espacio y

tiempo determinados. Por eso es que es posible y necesario hacer un estudio tópico y

crónico de lo utópico, según solicitaba von Mohl.

Platón, como es sabido, es el primer punto de referencia en la historia occidental de las

ideas utópicas. Él sienta la utopía de manera doble. Por una parte, el relato mítico de la

Atlántida13

, y por otra, su diseño, primero esquemático y luego práctico, de la República

9 von Mohl, Robert. Ein Beitrag zur Literaturgeschichte der Staatwissenschaften. Tübingen Zeitschrift für die

gesamte Staatswissenschaft, Band 2, 1845. Citado en Manuel, Frank; Op.Cit. p. 11

10 Plan Daedalus de Conferencias 1964 - 1965

11 Manuel, Frank. Op.Cit. p. 18

12 Ibidem, p. 10

13 Cfr. Platón, Timeo. Madrid, Editorial Gredos, 1997.

13

Ideal14

. Esta ambivalencia primigenia entre utopía mítica y utopía programática se

mantendrá latente hasta nuestros días, y dará origen a una dialéctica entre sueño y

programa, política literaria y filosofía política. Dice Jean C. Petitfils, en este sentido, que

hay tres grandes tipos de utopías, según su propósito: las „simples fábulas desprovistas de

toda implicación y de todo significado político‟, „la utopía crítica o moral‟, la „utopía

social, [que] expone un verdadero proyecto político, sistemático y coherente‟15

. La que

califica Petitfils de “utopía crítica” sería el puente histórico entre la perspectiva literaria

propiamente dicha y la perspectiva filosófica como tal, pues tendría una forma literaria y un

contenido filosófico.

Los romanos, con su consabido pragmatismo, poco eco hicieron de las nobles aspiraciones

helénicas de un ideal de perfección social integral, y apostaron por un activismo a favor del

poder y la organización. Sin embargo, Virgilio16

, valiéndose de este espíritu romano, sienta

una utopía teleológica: la eterna grandeza de Roma. El alcance predictivo, casi

programático, de esta audaz sentencia literaria, poética, fue de tal magnitud, que se

constituyó a su vez en la utopía teleológico-genética, utopía de perfección social integral,

de toda la Edad Media: el retorno al Imperio.

Es bueno hacer un paréntesis del recuento histórico, pues se deben aclarar éstos distintos

matices del concepto de utopía. La proyección temporal de la utopía, se puede dividir en:

utopía como promesa de futuro, utopía teleológica; y utopía como añoranza de pasado,

utopía genética. Estas dos pueden fundirse en la utopía de retorno, donde la gloria perdida

14 Cfr. Platón, República y Leyes respectivamente. “Y, sin embargo, la utopía de Platón no está en República,

sino en las Leyes” Imaz, Eugenio. Topía y utopía p. VII. En Moro, Tomás; Campanella; Bacon, Francis

Utopías. México, Fondo de Cultura Económica, 1941.

15 Petitfils, Jean Christian. Los Socialismos Utópicos. Madrid, Editorial Ensayos Aldaba, 1979, p. 11.

16 Cfr. Virgilio Marón, Publio. La Eneida. Madrid, Gredos, 1997.

14

busca ser de nuevo alcanzada, como en los casos de los mitos de la Edad de Oro17

, o del

Retorno al Imperio, del que hablamos.

Volviendo así a la Edad Media, caracterizada por este anhelo de retorno a la unidad y orden

del imperio, cabe ver cómo en ella entra el discurso cristiano con sus relatos utópicos. El

cristianismo ofreció paralelamente una utopía genética: el paraíso perdido,18

y otra utopía

teleológica: la escatología del final de los tiempos19

, la redención. La Edad Media se vuelve

así una búsqueda institucionalizada de retornar al Imperio, búsqueda que se cristalizará en

distintas formas y momentos, desde el temprano arte románico, pasando por Carlomagno y

el Sacro Imperio Romano Germánico, hasta el renacimiento mismo; sumada a una

búsqueda, en todos los órdenes, de alcanzar la salvación y favor divinos.

Agustín de Hipona hace filosofía de los dos principales relatos utópicos medievales en su

obra la Ciudad de Dios, y aclara la dimensión e implicaciones históricas de los relatos

utópicos romanos y cristianos. Para Agustín está claro que son dos utopías distintas que

pertenecen a dos ambiciones distintas, de dos formas diferentes de ver el mundo, y por lo

tanto, a distintas personas en uno y otro caso “del mismo linaje humano, al cual hemos

distribuido en dos géneros: el uno, de los que viven según el hombre, y el otro, según Dios;

y a esto llamamos también místicamente dos ciudades, es decir, dos sociedades o

congregaciones de hombres”20

. Y así como, en principio, son distintos quienes aspiran

absolutamente al Imperio, de quienes aspiran la redención; asimismo, las comunidades en

las que unos y otros aspiran a verse, pertenecen a distinto orden. El Imperio es una ciudad

en la tierra, terrenal, que empieza y termina en este mundo. La Comunidad de Santos

17 Cfr. Hesiodo. Los trabajos y los días en Obras y fragmentos. Madrid, Gredos, 1978.

18 Cfr. Biblia, Génesis.

19 Cfr. Biblia, Apocalipsis, Evangelios.

20 de Hipona, Agustín. La Ciudad de Dios. Madrid, Editorial Apostolado de la Prensa, S. A., 1933, p. 627

15

Redimidos no es terrenal, no requiere dominios mundanos, y propiamente, empieza fuera

de este mundo:

Así que dice la Sagrada Escritura de Caín que fundó una ciudad; pero Abel, como

peregrino, no la fundó, porque la ciudad de los santos es soberana y celestial, aunque

produzca en la tierra los ciudadanos, en los cuales es peregrina hasta que llegue el tiempo

de su reino, cuando llegue a juntar a todos, resucitados con sus cuerpos, y entonces se les

entregará el reino prometido, donde con su príncipe, rey de los siglos, reinarán sin fin para

siempre.21

Pero la Edad Media no fue únicamente confluencia de mundo clásico y fe cristiana. Aunque

el desarrollo académico e institucional, y por ende la profundidad de la influencia del

paganismo bárbaro fue mucho menor que el elemento romano o cristiano, su importancia

no se reduce al acontecimiento cataclísmico de las sucesivas invasiones, sino que, hay que

reconocerlo, la extensión y fuerza de muchos elementos góticos que pernearon la cultura y

las instituciones medievales, es de notable relevancia. Es así que los bárbaros también

forjaron occidente con su propio relato utópico. Es el relato reflejado en el mito del Rey

Arturo y la mesa redonda, con mayor pureza que en las leyendas épicas de Roldán o el

Cid22

. Seguir el rastro del Rey Arturo no es tarea fácil, pero en la obra literaria de Chrétien

de Troyes23

puede encontrarse la pureza utópica de estos relatos. Aunque la obra de Troyes

fue muy tardía dentro de la Edad Media, el antiquísimo mito del Rey Arturo, tanto como la

promesa de Virgilio como la Comunidad de Santos cristiana, ya estuvieron presentes en el

intento de utopía programática de Carlomagno.

21 Ibidem, p. 629

22 Cfr. los poemas épicos de Roldán o el Cid. Estos poemas reflejan la utopía bárbara que, en su estado puro,

pre-cristiano, consistiría en el gobierno de una varón que sumara la mayor fuerza y poder, con la mayor justicia y nobleza. Este ideal se mantendrá en el Caballero Medieval.

23 Cfr. la obra de Chrétien de Troyes, especialmente, El caballero de la carreta, o el caballero del leon.

16

Frustrado el sueño carolingio, el deseo del retorno al Imperio fue encarnado por los

renacentistas, quienes, a su vez, reemplazaron los relatos de la mesa redonda y la

comunidad de santos, por sus propios mitos teleológicos y seglares. Don Quijote de la

Mancha simboliza esta primera gran experiencia de frustración utópica medieval, y su

consiguiente sustitución renacentista. Si bien Platón se había sentido decepcionado en sus

ilusiones, sus ilusiones eran personales, y cuando mucho, compartidas por unos cuantos

discípulos. En cambio, el imaginario utópico medieval era un sueño compartido. El

cristianismo había crecido irrestrictamente por toda la tierra conocida, el perfeccionamiento

de los códigos caballerescos avanzaba hacia la configuración de una Mesa Redonda en

perfecta armonía con la unidad prometida que ofrecía el rescate de Roma; el intento de

Carlomagno había sido real. La ínsula que va a regentar Sancho Panza24

es una utopía

crítica que media entre las utopías programáticas de la Edad Media, y las primeras utopías

literarias del renacimiento.

Pero entretanto moría el ideal medieval y era reemplazado por el ideal renacentista, el

inusitado y desconcertante descubrimiento de América despertaba los delirios más

fantásticos y ofrecía el material idóneo para que los nuevos utopistas del renacimiento

ubicaran la proyección de sus anhelos frustrados. “La presencia de América ha hecho surgir

la utopía”, dice Imaz25

.

Pero aun más interesante que la idoneidad del suelo Americano para la proyección de las

viejas esperanzas europeas, como en el caso de los Padres Peregrinos, es el nacimiento de

la primera utopía vulgar y verdaderamente seglar: El Dorado. Del primer caso, Mircea

24 Cfr. Don Quijote de la Mancha

25 Imaz, Op.Cit., p. XIV

17

Eliade26

recuenta los elementos escatológicos y paradisíacos de la colonización de América

del Norte.

Pero del caso del Dorado, nombre del mito surgido de las entrañas de la inescrutable

naturaleza suramericana, y de las leyendas Mhuysqas, no suficiente ha sido puesto de

relieve. El Dorado bien puede ser el nombre de la utopía general que el nuevo mundo

despertó en las buenas y gentiles personas del viejo, más allá de la leyenda Chibcha. En

contraste con la nobleza, cultura e hidalguía de quienes escribieran y pretendieran encarnar

las viejas utopías: Platón, Alejandro Magno, Virgilio, Carlomagno, Rey Arturo, Tomás

Moro, Campanella, Bacon…; quienes se forjaron y se aventuraron por la conquista del

dorado, fueron bastante menos distinguidos. Por paradigma, puede proponerse la

expedición de Pedro de Ursúa27

, donde brillaron los bribones más viles, protagonistas reales

de la novela negra más asombrosa jamás narrada.

América resucitó, en el momento de su crisis, el espíritu utópico perdido. La nueva y

verdaderamente seglar utopía del Dorado, y la vieja utopía cristiana encontraban su espacio

real de proyección. El hecho de que hubiese un terreno virgen le otorgó aires de realidad a

la ficción, y permitió las aventuras más intrépidas que haya visto el género humano. La

proyección de la comunidad de santos en América tuvo sus particularidades debidas a la

coyuntura resultado del descubrimiento y la reforma protestante. La reforma protestante fue

definitiva en el imaginario utópico cristiano, pues en diversos sentidos distintos hizo que

los cristianos aspiraran realmente a fundar la Ciudad de Dios, en la tierra. Por una parte,

para los reformistas, la radical distinción agustiniana perdió toda su fuerza debido a ciertos

dogmas particulares con los que no se mostraba armónica, como el presupuesto Calvinista

de la predestinación y la manifestación de la predestinación en la suerte mundana. Por otra

26 Cfr. Eliade, Mircea, Paraíso y Utopía: Geografía Mítica y Escatología. Pp. 312 - 333. En Manuel, Frank;

Op.Cit.

27 Cfr. Vázquez, Francisco. El Dorado. Crónica de la expedición de Pedro de Ursúa y Lope de Aguirre.

Madrid, Alianza, 1989.

18

parte, la conjunción entre religión y política que generaron las guerras religiosas, confundió

no pocas veces a las buenas gentes cristianas. En tanto, en los casos de los espíritus más

sensibles, como el de Tomás Moro, la consciencia de la unidad cristiana perdida, y de los

inminentes conflictos con sus terribles perspectivas de violencia y destrucción, llamaron a

los cristianos a proponer, no propiamente la Ciudad de Dios en la tierra, pero sí una ciudad

terrestre donde por lo menos fuera otra vez posible aspirar a la búsqueda de la redención, en

sana paz y convivencia. Es así como en el renacimiento nació el pensamiento humanista

cristiano, “El pensamiento humanista cristiano es, fundamentalmente, utópico: su utopía, su

programa de acción es la philosophia Cristi”28

, del que dice Imaz que su regla de oro

consistió en iluminar la Ciudad del Hombre con la verdad de Cristo, pero sin permitir que

su propia visión de la Ciudad de Dios terminara por destruir con lo poco de bueno que la

Ciudad del Hombre tenía.

En tanto, la utopía del Retorno al Imperio, encontraba asidero en el pensamiento laicista

que surgía lentamente, pensamiento heredero de la educación y valores cristianos, pero

rebelado oficialmente en su contra. Esta sería la pretendida utopía seglar renacentista de

retorno al Imperio, propia de los nuevos humanistas filósofos. Ellos llenarían el vacío

creado por la ausencia de la Comunidad de Santos y la Mesa Redonda, con la fe en la

ciencia, la técnica, y el poder. Imaz hace notar que estos filósofos, en su rebelión,

arremetieron contra la tradición más allá de la institución religiosa, en sus propios

supuestos filosóficos “En primer lugar, la edad moderna se ha hecho contra Aristóteles. La

hipótesis incorpora la idea a la naturaleza como la utopía incorpora la idea a la sociedad”29

.

Asimismo, llama la atención sobre el carácter endeble de las nuevas aspiraciones seglares.

Al respecto, dice de Bacon “ha creído que de las ciencias, de la ambición de dominio del

28 Imaz, Op.Cit., p. XIII

29 Ibidem, p, XXXV

19

hombre, más que del afán de liberación, vendría la felicidad humana, y ya lo vemos

ahora”30

.

El Dorado como tal fue una relativamente pronta frustración, aunque luego será necesario

volver a él, puesto que las utopías seglares, la vulgar y la gentil, el desbocado dorado, y la

desmedida ciencia, poco a poco irán encontrándose. La utopía renacentista del seglar

retorno al Imperio creció, se matizó y se hiperdesarrolló, alcanzando su punto máximo en la

Ilustración. Kant llega a afirmar que el primordial destino de la naturaleza humana consiste

“justamente en ese progresar”31

. Progresar que, si bien incluye valores „espirituales‟, difiere

esencialmente de la concepción de la naturaleza humana según la cual el primordial destino

es ser redimido, prepararse para la otra vida.

Jonathan Swift32

es quien escribiera, en aquél entonces, con mayor claridad utópica que

ninguno. Fue un adelantado que hizo crítica de lo ficticio de las utopías encarnadas por los

modernos, cuando estos intentos apenas iniciaban. Los ideales de la Ilustración bebieron de

la fuente del cristianismo sus tres heráldicos principios: igualdad, fraternidad, libertad.

Bebieron también del relato utópico de Plantón como un intento de programación perfecta

de las instituciones políticas, y del relato de la mesa redonda el sueño de una autoridad no

autoritaria; aunque de todos estos programas utópicos habían renegado. Del anhelo del

Dorado, que no conocieron directa o suficientemente, los ilustrados adoptaron la ilusión del

enriquecimiento irrestricto para todos los miembros de la sociedad, incluidos los más

pobres.

Es Marx quien dará otro vuelco a la utopía. Marx y Engels plantearon su propia utopía

juzgándola de científica y relegando el término a señalar peyorativamente un programa

político puramente mítico con mucho anhelo y poco programa. Después de las aventuras de

30 Ibidem, p. XXXIV

31 Kant, Immanuel. Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? Madrid, Editorial Tecnos, 1993, p. 22

32 Cfr. Swift, Jonathan. Viajes de Gulliver. Bogotá, Editorial Oveja Negra, 1984.

20

las primeras internacionales comunistas, y sobretodo, del actuar de Lenin en el poder, la

utopía sigue viva bajo la forma de crítica del poder, y no bajo la forma del poder en manos

del proletariado. La utopía marxista sueña con la destrucción del poder, y la constitución de

una comunidad autárquica por medio de la reducción de las relaciones de poder, y en esto

difiere de la versión liberal, ortodoxa heredera del primer legado ilustrado, según la cual es

más importante la educación y el cambio en las formas de comportamiento más allá de las

estructuras, para alcanzar la verdadera emancipación “Quizá mediante una revolución sea

posible derrocar el despotismo personal junto a la opresión ambiciosa y dominante, pero

nunca se consigue la verdadera reforma del modo de pensar”33

.

La utopía ilustrada, tanto en su forma pura, liberal, como en su derivación marxista, lleva el

sueño del Dorado a su punto máximo. Espera la más alta gratificación material para las

personas usualmente más desposeídas, y supone finalmente que la mayor felicidad

alcanzable es la que proporcionan los medios materiales. Igualmente, la utopía marxista

incluye la eternidad e imperio de Roma, pero de una manera más abstracta. Ya no será

Roma, ya no será eternidad estática en pax romana tras la invasión, sino que será la

eternidad del no-gobierno en el dinamismo de la dialéctica, tras la revolución; o la

eternidad del mercado auto-poiético, en el dinamismo de su propio desarrollo hipertrófico.

La historia se vio abruptamente interrumpida cuando la búsqueda súbita de una vieja utopía

reventaría el orden mundial. La utopía de Nazi de la perfección del orden del fuego y la

espada34

bajo la subordinación a los más poderos y agresivos, puede leerse perfectamente

como una traducción de la mitología del Valhalla35

. Una utopía pagana que probablemente

permaneció latente entre los germanos hasta que hubo la oportunidad de plasmarla.

33 Kant, Immanuel, Op.Cit. p. 19

34 Cfr. el cuento Deutches Réquiem, de Jorge Luís Borges, en su obra El aleph.

35 Cfr. Sturluson, Snorri. La alucinación de Gylfi. Madrid, Alianza Editorial, 1990.

21

Frente a las dos tremendas guerras mundiales y a los distintos y dramáticos acontecimientos

que el mundo sufriría en el paso de los siglos XIX y XX, el Principito, y el Señor de las

Moscas, fueron obras contra-utópicas que se abanderaron de hacer la crítica utópica a las

utopías programáticas Ilustradas que habían nacido en el Renacimiento con forma de

utopías literarias.

En el siglo XIX se dibujaron dos vertientes utópicas que en el siglo XX, si bien perdieron

popularidad y extensión, al menos han ganado en definición, solidez y argumentos.

Curiosamente, son antagónicas. La una apuesta por un futuro perfeccionado por medio de

la ciencia y la tecnología. La otra añora poder retornar a los orígenes, y encontrarse cara a

cara con la naturaleza36

para deshacernos de la sobrecarga de artificialidad y consumo que

la civilización occidental viene imponiendo.

Ambas perspectivas han sido alimentadas con el retorno del universalismo que se venía

construyendo desde la Roma imperial y la Roma Pontificia. La versión Ilustrada del

Universalismo, encarnada en la declaración universal de derechos humanos, fue revivida

tempranamente por Vitoria y aclamada por los actuales partidarios de una globalización no

controlada por el mercado. Aunque el sueño de un mundo unido ha tenido diversas

manifestaciones, uno de los intentos utópicos más notorios fue el elaborado intento de

imponer el esperanto: una lengua universal, sin historia, sin contexto, que terminó

convirtiéndose en lúdica culterana.

Pese a las grandes frustraciones históricas: Platón, Carlomagno, Lenin, no es menos

verdadero que “Ciertas metas que antaño parecían inasequibles se han convertido hoy en

realidad trivial e insatisfactoria”37

. Esto atañe especialmente al relato del Dorado. Las

utopías herederas del Dorado, es decir, todas aquellas utopías villanas que fundan sus

esperanzas en la riqueza y la abundancia materiales, tales como en las que degeneraron las

36 Cfr. Thoreau, Henry David. Walden. La vida en los bosques. Buenos Aires, Longseller 2004.

37 Petitfils, Jean C. Op.Cit., p. 256

22

ilustradas en sus corrientes liberal y socialista, han tenido que enfrentarse con la frustración

de la insatisfacción de los bienes obtenidos. La doble frustración de no conseguir las

grandes utopías integrales, y de conseguir con desaire la proliferación de bienes

maravillosos, probablemente ha degenerado en “La proliferación actual de las

contrautopías, en la línea de Wells y de Orwell, con su descripción apocalíptica del

futuro”38

. Es así que las elites cultas cayeron en cuenta de la frustración de su cultura

universal, y de la distancia de una posible educación universal, tras lo cual se refugiaron en

el distractivo de desmontar toda utopía posible, y estrellarnos, sin mayores consuelos,

contra el duro asfalto de la realidad. Así el adelantado James Joyce, quien arremetió contra

todas las utopías conocidas, desde las griegas hasta el futurismo.

En tanto el „primer mundo‟ yace hoy en día en un debate desigual entre los intentos de

universalismo seglar y la renuncia culterantista de la deconstrucción de los discursos,

América Latina ha construido su propio relato utópico. El relato utópico latinoamericano

contemporáneo retoma la promesa libertaria del marxismo, y la plantea en términos de

utopía-retorno, sustituyendo el paraíso cristiano por el supuesto jardín americano donde

reinaba la igualdad, la sencillez, la frugalidad y la austeridad. Por supuesto que este relato

utópico solo antoja a quienes están predispuestos por la opción-retorno, y a quienes, de

alguna manera, muchas veces oscura, se sienten identificados con culturas aborígenes, y a

quienes valoran su primitivismo y pobreza como virtud y austeridad. Aunque, no sobra

recordar, tanto la emancipación marxista como el espíritu de utopía, no son propiamente

indígenas.

La utopía liberal no ha sido incólume a los desaires de los nihilistas. La utopía liberal,

frente a dichas objeciones, ha dado lugar a una nueva generación de “utopías soft, cuyos

tentáculos se van extendiendo por el planeta y a las que, si se mantienen las tendencias

38 Ibidem, p. 257

23

actuales, pertenecerá nuestro futuro próximo; la tecnocracia”39

. Esta adopción responde a la

„gravedad‟ que corresponde hoy en día a quienes se dedican a los quehaceres políticos, al

punto de que se promueva un nuevo utopismo. El utopismo serio: “El utopismo serio trata

de las cosas tal como son”40

. Utopismo por el que abogan Francois Bloch-Lainé y Bertrand

de Jouvenel41

.

La tecnocracia guarda en su seno dos formas muy distintas de utopía. La primer mundista,

y la tercer mundista. La primer mundista es su forma prototípica: la consecución tan

anhelada del cada vez mayor bienestar material y cada vez mayor orden social conseguida

gracias a la tecnificación que todas las relaciones humanas, y la impersonalización de la

sociedad. Pero la utopía tercermundista de la tecnocracia es más curiosa, y a la vez más leal

con la propuesta misma de la tecnocracia: la imitación inconsciente de las formas

institucionales del primer mundo, sin la correspondiente comprensión de los conceptos-

base. Esta imitación muchas veces abandona a las prácticas institucionales del tercer mundo

a la graciosa y trágica situación del mimo.

Aprovecharé la libertad que da la ponencia, para hacer una atrevida propuesta de filosofía

de la historia: una edad histórica se comprende en el espacio que media entre las utopías

literarias que le dan origen, y las utopías críticas que manifiestan la desazón generada por el

fracaso de las utopías programáticas que pretendían encarnar las utopías literarias

originarias. Es triste el escenario en el que nos movemos, en el que, excedida ya la oferta de

utopías críticas, no se ofrecen mayores utopías-anhelo que den origen a toda una nueva

edad y ciclo político. Frente a la decepción no conviene contraponer formas suaves de

utopismo, pues su debilidad constitutiva les impide motivar verdaderos movimientos

sociales. Como diría Imaz, “No era como para renegar de la razón sino para ir a buscarla

39 Cammilleri, Rino. Los Monstruos de la Razón. Madrid, Editorial Rialp, S. A. 1995, p. 59

40 Manuel, Frank. Op.Cit. p. 23

41 Idem.

24

más a fondo”42

. Los sueños hiperhumanistas extropianos contrastan con el primitivismo de

las utopías-retorno, y en su contraste resaltan las sobradas debilidades de uno y otro, su

falta de conocimiento de la realidad sincrónica y diacrónica, del topos y del cronos de

nuestra historia, por no decir de la antropológica. Pues más allá de la coyuntura epocal, las

utopías se juegan su validez en su aproximación a la verdad de lo humano, o en su

deformación.

Naturaleza de la utopía

Antes de entrar directamente a juzgar lo utópico desde la antropología, cabe considerar

otros asuntos relativos, particularmente, el conocimiento mismo de lo utópico. Petitfils

sienta dos objeciones contra las utopías tradicionales, la primera de las cuales reza “el partir

de una concepción racionalista de la verdad: ésta se impondrá por sí misma y acabará por

triunfar sin más”43

. Efectivamente, las utopías filosóficas y programáticas más entusiastas

creen en la pureza de su verdad política, al punto de concebirlas como una idea pura. Pero

lo cierto es que, si se miran detenidamente, se pone de manifiesto que, en el fondo, “El

romance utópico no presenta la sociedad gobernada por la razón; la presenta gobernada por

el hábito ritual, o por el comportamiento social prescrito, que es explicado

racionalmente”44

. Es decir, quienes, con una concepción racionalista de la verdad moral-

política, sueñan la transparencia de sus visiones utópicas, inconscientemente traicionan a la

razón misma, pues terminan por suponer que las personas de su sociedad perfecta actuarían

con la prefijación propia de una colmena. Es decir, sin creatividad ni libertad. Sin razón.

Allende esta contradicción, el racionalismo utópico ignora que los valores que laten en el

fondo de sus postulados son más que conceptos, “Patriotismo y cosmopolitismo: no se trata

42 Imaz, Eugenio. Op.Cit, p. XXXVIII

43 Petitfils, Jean C. Op.Cit, p. 255

44 Frye, Northrop. Op.Cit. p. 57

25

de meras ideas; son sentimientos: son, en realidad, formas de amor”45

. Ignorando así que

los motores de la vida pública son bastante más complejos y diversos que los esquemas

racionales de los intelectuales. En la vida política, entran el juego, por lo general con mucha

mayor fuerza que los esquemas eidéticos, los sentimientos, las pasiones, los vicios y las

virtudes. Herencias todas del pasado, contingencias frente al carácter ucrónico de las ideas,

“este error supone lo mismo que confundir una lengua histórica como el inglés con un

constructo como el esperanto”46

. Porque la utopía no es sólo utopía, es por lo mismo

ucronía.

Lo que se enraíza históricamente no sólo es dependiente del pasado, sino que se abre al

futuro como un horizonte de posibilidades irrestrictas47

. Quien desatiende la historicidad de

la vida social, desatiende, no sólo las herencias del pasado, sino, por ello, la posibilidad

misma del surgimiento de nuevas utopías. Las utopías siempre pretenden terminar con ellas

mismas, pues en su consecución, no serían ya necesarias. Cuando lo cierto es que “Lo

propio del hombre es su eterno descontento, que le impulsará siempre, con la magia de la

visión onírica”48

.

El racionalismo utópico se forja porque se desconoce la naturaleza propia de la utopía, del

anhelo social. Utopía es un concepto esencial y originariamente adjetivo. Lo utópico en sí

mismo es un ente de razón, lo utópico es la característica o medida posible de una relación,

la relación entre la idea y la realidad. Lo sustantivo (no lo substancial) es la relación entre la

idea y la realidad, y lo utópico es una determinación posible de esta relación. La relación

45 Pinsky, Robert. Eros contra esperanto. Pp. 105-111. En Nussbaum, Martha C. Los límites del patriotismo.

Barcelona, Editorial Paidós, 1996, p. 105

46 Pinsky, Robert. Op.Cit., p. 105

47 Cfr. Cruz Cruz, Juan. Filosofía de la historia. Pamplona, EUNSA, 1995

48 Petitfils, Jean C. Op.Cit., p. 257

26

utópica consiste en afirmar de una idea su imposibilidad en la acción-realidad humana,

dentro de un marco circunstancial determinado (aunque debería sobrentenderse esto

último).

¿Es entonces la utopía un deshecho de nuestra imaginación entrometida en la

consideración de la realidad? La pregunta aquí tiene todo el peso de una concepción

unívoca de la realidad, y por lo tanto racionalista, concepción ante la cual la respuesta sería

afirmativa. El concepto de utopía lejos está de ser unívoco, así como la realidad de la

acción humana. Ambas realidades son analógicas.

Dos grandes campos semánticos abarca el concepto de utopía: el salvífico, y el ilusorio.

Ambos campos se manifiestan como promesas sociales. El sentido salvífico señala la

promesa que se hace de redimir concretamente aspectos deplorables de la realidad social. El

sentido ilusorio, sólo promete silenciosa y tácitamente, la esperanza de que los anhelos más

nobles puedan guiar a la sociedad hacia mundos mejores, pero no se compromete con la

consecución de fines concretos, ni siquiera con que el mundo descrito sería el mejor. Por

ello, en la oración, la utopía puede adoptar tres formas. Siempre cuenta con oraciones

descriptivas, en el sentido de que toda utopía pinta más o menos detalladamente el

escenario de una sociedad mejor. Pero además de las oraciones descriptivas, la utopía

puede decirse o bien con carácter imperativo-prescriptivo, o bien con carácter subjuntivo-

desiderativo. Una y otra posibilidad corresponden y forjan, uno y otro campo semántico de

la utopía. Este tipo de oraciones son las que determinan el relato utópico. Porque la utopía

es un relato en medio de un discurso.

Siguiendo los conceptos actuales, no podría afirmarse que la utopía es un discurso. La

utopía es un crisol de anhelos, valores, historia, coyuntura y conceptos, pero no los forja.

Porque la utopía es más que ideas y esquemas, la utopía ya supone la existencia de ideas,

valores y esquemas encarnados en prácticas históricas y circunstancias determinadas. Y una

interpretación de estas circunstancias como negativas. Por ello es que la utopía, como tal,

no es un discurso. Supone un discurso, o un meta-relato, pero no lo constituye como tal. La

27

utopía tiene el carácter de relato. Es una narración (ya veíamos su aspecto descriptivo) que,

suponiendo un discurso, propone elaborada y más o menos sistemáticamente, nuevos

elementos. Esta es la riqueza y profundidad del relato utópico.

Pero ante la riqueza del mundo, que supera la riqueza del relato, tenemos que reconocer y

validar la presencia de la utopía, cuya importancia no radica tanto en la descripción como

en la prescripción, la cual puede tener dos sentidos. Ante la idea de un ser perfecto la

prescripción no tiene ningún sentido, de manera que si el ser humano está determinado por

todos sus vórtices (es perfecto, terminado) sobra del todo la presencia utópica. Si el ser

humano es imperfecto pero imperfectible –visión pesimista del mismo - por razones

semejantes sobra cualquier prescripción, pues las mismas no tienen otro fin que el de

perfeccionar. Pero si el humano es imperfecto y perfectible, entonces las prescripciones

tienen sentido. Sin embargo, cabe considerar al ser humano como capaz de llenar

absolutamente esas perfecciones (conseguir del todo el logro de sí mismo en algún sentido)

o cabe aceptar el misterio de nuestra imperfección perfectible imperfectamente, siempre

capaces de mejorar, pero nunca del todo mejorados en ningún sentido.49

Por eso es que la segunda objeción de Petitfils es “el desconocimiento de la naturaleza

humana y de la extraordinaria diversidad de la vida”50

. Ante una visión en la cual es ser

humano se perfecciona siempre inacabadamente, cabe la utopía, y cabe como única y

necesaria, pues una prescripción vista como absolutamente realizable sería insuficiente y

frustrante, por lo tanto parcial o absurda, mientras que en la otra visión (la del esperanzado

ingenuo) se acepta de principio la utopía, en tanto prescripción, pero le resulta absurda en

cuanto utopía propiamente dicha, pues en este caso ella sería la frustrante, pudiendo haber

prescripciones completamente realizables.

49 Con relación al ser humano como el perfeccionador perfectible, Cfr. Polo, Leonardo. Antropología Trascendental. Tomos 1 y 2. Pamplona, EUNSA, 1999-2003.

50 Petitfils, Jean C. Op.Cit., p. 255

28

Sin embargo, afirma Spaemann “¿Por qué es irracional lo utópico? Porque a la manera de

un fuego fatuo nos seduce en lugares en los que no quisiéramos detenernos en realidad”51

,

pero él mismo afirma luego como ante una trascendencia antropológica se salva la utopía

(lo que demuestra que la anterior afirmación se aplica sólo a la utopía de principio), para

finalmente agregar: “Esta afirmación resulta inaplicable cuando se trata de una meta situada

en el tiempo, que es preciso alcanzar mediante una acción estratégica en el tiempo.”52

De

tal forma que aceptar la utopía nos permite establecernos metas guías de la acción53

.

La imposibilidad de la perfección plena de las potencias humanas por los actos segundos

que las siguen, se debe a dos motivos, uno extrínseco y uno intrínseco. El motivo

extrínseco es la familiar contingencia del mundo que envuelve tales actos54

. El motivo

intrínseco está dado por el hecho de que tales potencias provienen de un principio superior

que aquél que rige los medios primeros de que dichas potencias se sirven para actualizarse.

Vale decir, es prueba y conclusión de que las potencias intelectiva y volitiva (las que

determinan el plan de la acción) sean espirituales, el hecho de que nunca podamos realizar

plenamente los planes en la acción. Porque el medio primero de que disponen (el cuerpo y

los instrumentos) son de naturaleza más limitada, de hecho, limitada y cerrada, mientras

que la espiritualidad está abierta a la totalidad del ser.

Según lo dicho, habría que dividir la utopía en dos tipos, siendo el fundamento de la

división su adecuación o falsedad antropológicas:

51 Spaemann, Robert. Crítica a las utopías políticas. Pamplona, EUNSA, 1980. p. 14

52 Ibidem, pp. 14 - 15

53 Aquí conviene consultar la noción de meta según el concepto de Hanna Arendt en Qué es la política,

Fragmento 3d el sentido de la política.

54 Véase Stork, Ricardo Yepes, y Aranguren, Javier. Fundamentos de Antropología, EUNSA, 2000. p 132 –

136.

29

1- Utopía de principio: Propuesta que, pensando en la naturaleza (potencias, capacidades)

de los seres humanos, se muestra, en principio, imposible.

2- Utopía de praxis: Propuesta que, pensando en la naturaleza (potencias, capacidades) de

los seres humanos, se muestra en principio posible. Pero tiene imposibilidad que le viene

del ejercicio imperfecto de las potencias que se da en la realidad empírica del ser humano.

Es importante aclarar que se trata aquí de la realización plena de la potencia en general y no

del éxito en una concreción particular, o más técnicamente, estoy hablando de la totalidad

de la praxis y no de una obra poiética. Esto es fundamental, pues la mayoría de utopías

programáticas, prescriptivas, filosóficas, apuntan a una realización técnica-mediática que

satisfaga las aspiraciones humanas. La verdad política más radical que defendió la

cristiandad medieval es que la verdadera utopía sólo se consigue como el resultado de la

realización en la praxis de que son capaces las personas singulares, y no como la

estructuración de los medios conseguida por el incremento del poder.

La pregunta antropológica por el quid de la intencionalidad originaria, fundamental y

suficiente de la utopía, lleva a pensar en intenciones cognitivas pues, de alguna manera, la

utopía pretende objetivar el futuro y salvarlo de la incertidumbre del azar y de la

imprevisibilidad humana. Sin embargo, la única manera sensata en la que se puede

objetivar el futuro frente a la libertad humana, es la promesa55

. Por eso, toda utopía es una

promesa impersonal, es un garante libre sobre la calidad del futuro. Toda utopía es una

promesa, aunque la mayoría y las más influyentes de las utopías filosóficas y prescriptivas

no lo entiendan y no lo quieran, y se presenten con el carácter de científicas, bajo el ideal de

la objetividad física de poder sobre las leyes determinantes de la materia. Por otro lado, el

acierto de la literatura consiste precisamente en esto: en presentar a la utopía nada más que

como una promesa. Aunque, claro, una promesa, cuando es impersonal, no es nada segura.

Por eso la única utopía con verdadera esperanza es aquella proferida por una voz personal

55 Cfr. Spaemann, Robert. Personas. Acerca de la distinción entre alguien y algo. Pamplona, EUNSA, 2000.

30

en condiciones de asegurarla: la utopía escatológica o teológica. Pero por lo demás, la

utopía literaria conserva en su seno la libertad que toda promesa respeta. Ni siquiera se

presenta a sí misma como la mejor utopía. De ahí su fuerza creadora “hay que reconocer el

papel creador que desempeña la actitud utópica”56

. Dice con razón Frye “El pensamiento

utópico es imaginativo, con sus raíces en la literatura, y la imaginación literaria está menos

interesada en alcanzar fines que en visualizar posibilidades”57

.

Ahora surge la inquietud de la relación particular de lo utópico tanto con la ética como con

la política. Para considerar la pluralidad en el mundo hay que bajar del plano esencial al

existencial; es esa la intuición que Hannah Arendt establece tan lúcidamente al afirmar que

los filósofos han considerado al hombre, pero que los hombres y el entre-hombres son una

cuestión política que no se reduce a la primera consideración58

.

Conclusión: filosofía, literatura, política y utopía.

El mal común que actualmente aqueja a la política es el sofisma ad utopiam, según el cual

“El teórico tiende por lo general a calificar su propio sistema como „científico‟ y adosar a

los otros sistemas la etiqueta poco halagüeña y un tanto despectiva de „utópico‟”59

. En el

fondo consiste en rechazar cualquier propuesta que pretenda sustentar a la política con un

contenido ético, proyectándola deontológicamente. Ha sido sustentado principalmente por

los contractualistas, y reforzado por el prejuicio moderno del mecanisismo que reduce a

todo deber-ser a una elaboración fantasiosa fuera de la realidad.60

Sin embargo, como

56 Petitfils, Jean C. Op.Cit., p. 256

57 Frye, Northrop. Op.Cit., p. 62

58 “puesto que la política consiste en la diferencia y la pluralidad de cada uno de los hombres (…) Dios ha

creado al hombre (Mensch), los hombres son un producto humano, terrenal” Arendt, Hannah. ¿Qué es la

política? Barcelona, Paidós I.C.E. Universidad Autónoma de Barcelona, 1997.p. 45

59 Petitfils, Jean C. Op.Cit., p. 10

60 Cfr. Spinoza, Baruch. Ética demostrada según el orden geométrico. Madrid, Alianza, 1987.

31

afirma el mismo Petitfils, “En el límite, todo proyecto social, aun el más realista, aun el más

„científico‟, comporta su carga de utopía ya por el simple hecho de ser la proyección de un

ideal no concretizado, ideal que la complejidad y la diversidad del mundo impedirán que se

haga plenamente real”61

Los desastrosos alcances de llevar a la práctica la supresión del contenido ético de la

política han sido hasta ahora neutralizados por la corrección política y el protocolo, los

cuales, por cierto, ante un profundo y honesto contraste teórico con la teoría antiteleológica

sobre la que se sustentan, sucumbirían. En la política no cabe del todo la utopía: Dado su

carácter privado, en la ética, los imperativos que genera siempre son singulares y dirigen la

acción personal. Tales imperativos pueden tener el carácter utópico de praxis arriba

aclarado para toda acción intencionada, sin mayor matización que la comprensión del mal

(aceptación de nuestra perfectibilidad imperfecta), en tanto que humanos en el mundo.

Nuestra trascendencia, y el hecho de que el imperativo privado carece de coacción a la

libertad por parte de un poder extrínseco (la persuasión puede ser extrínseca, pero siempre

es aceptada intrínsecamente, libre e individualmente; o rechazada), aseguran que la utopía

bien comprendida sea suficiente para describir y prescribir la relación entre el imperativo

ético y el ejercicio moral. De ello deducimos que la utopía de praxis es la relación

fundamental, válida, necesaria y última entre la filosofía práctica y su realización, así como

lo es entre la búsqueda de la verdad y su alcance.

Por desgracia, no es tan simple en la política. Hay que recordar aquello que rememora

Inciarte de Aristóteles: “Mientras que el sujeto principal de la política de Aristóteles como

ciencia y como técnica es el hombre moralmente inmaduro, el punto de referencia de su

ética son las personas que se dejan convencer más por razones y discursos…”62

. Así

61 Petitfils, Jean C. Op.Cit., p. 12

62 Inciarte, Fernando. Liberalismo y Republicanismo –ensayos de filosofía política-. EUNSA, Navarra,

España, 2001. p. 105

32

entonces en la política será necesario, de alguna manera, el poder de coacción. Se entenderá

mejor con lo dicho a continuación.

La política procede claramente en el mismo sentido de perfeccionamiento que la ética, y su

objeto de perfeccionamiento es la sociedad, y el acto a alcanzar es el bien común. Es decir,

la política es la actividad por la cual alcanzamos la perfección propia de la sociedad que es

dicho bien, y la más perfecta en nosotros en el mundo, que es el bien más común (por lo

tanto el bien mejor), como expone muy claramente Cardona63

. Y el ejercicio político

consiste en discernir cómo se hace posible que la sociedad se actualice de esa manera, para

la realización plena de los individuos en sociedad, lo que es tanto la comunicación (la

verdad posible garantizada), como su desenvolvimiento individual no coartado y

enriquecido (ética posible garantizada), como la creación (libertad garantizada).

Pero en el garantizar ese espacio para el individuo dentro de la sociedad, la relación utópica

se torna insuficiente. Porque “La acción políticamente responsable tiene que habérselas con

metas finitas y, por tanto, conmesurables”64

. Es que la política no se puede reducir ni a la

relación utópica, ni a su consideración metafísica. Su consideración metafísica bien le

señala su fin último, que le es necesario, pues como señala Spaemann en otro contexto “La

necesidad de una fundamentación incondicional responde al carácter irrevocable de la

acción.”65

, y la utopía describe la imposibilidad del agotamiento de dicho fin en el mundo.

Pero la política sólo tiene lugar en el mundo, en el “entre-hombres” arendtiano, y por lo

tanto la utopía se reduce a descripción (dentro de la política estrictamente hablando, es la

descripción de lo que busca, y es la prescripción de cada uno de los hombres políticos que

además de políticos también tienen que ser éticos), y no puede ser aquí, como en la ética,

ser prescripción general.

63 Cardona, Carlos. La Metafísica del Bien Común. Ediciones Rialp, Madrid, 1966.

64 Spaemann, Crítica de las … Op.Cit. p. 15

65 Spaemann, Op.Cit. p. 92

33

Por otra parte están los nuevos movimientos utópicos, tales como los anarquistas o como el

defendido por Habermas, que pretende suplantar todo poder por la articulación de un

discurso racional formador de voluntad.66

De cara a ellos, cabe recordar que la utopía de

principio no puede realizarse de ninguna manera, tan solo puede aparentarse que se

consigue. Y la utopía de praxis nunca puede realizarse plenamente, pero sí puede

acercársele, realizar cada vez más el ideal, pero nunca conseguirlo del todo. De la utopía de

principio surge la frustración, el engaño. De la utopía de praxis surge el sentido, la

esperanza. Es imposible pensar el espacio-entre-hombres sin instituciones que lo medien67

,

y por lo tanto, sin relaciones de poder, y al tiempo pensar en una sociedad organizada y

pacífica.

La prescripción utópica se dictará siempre en armonía con el fin último (no en

contradicción) pero dado que las prescripciones políticas son tanto coactivas como finitas, y

se consuman en su finitud, es necesario que sean posibles e igualmente limitadas, y si su

rango de acción se limita en el tiempo y en el espacio, su contenido se limita en la libertad

de las personas en correcto ejercicio de sus deberes y derechos en primer plano, y en la

dignidad irrevocable de toda persona (aún que no cumpla sus deberes y derechos) en un

segundo plano más profundo.

Según Cardona “Cuando son muchas las cosas ordenadas por una misma causa final,

tenemos –como hemos visto antes- dos órdenes: el orden de las partes y del todo al fin, y el

orden de las partes entre sí constituyendo el todo”68

. De manera que, en orden de las partes

ordenadas al fin, rige la utopía de praxis, pues son las personas en orden a su felicidad; pero

en el orden de las partes ordenadas entre sí, el fundamento de la ordenación ha de ser otro,

66 Spaemann, Idem.

67 González, Javier. Hacia una conceptualización humanista fundamental de las instituciones sociales. Tesis

de pregrado no publicada. Al respecto, dice Imaz “La utopía de Moro es institucional y, por ello, menos utópica” Imaz, Op.Cit., p. XIV

68 Cardona, Op.Cit. p. 40

34

que no es lugar aquí para considerar. De tal modo que podemos responder un poco a las

inquietudes Arendtianas69

, a quien le diríamos: la meta de la política es utópica (la utopía

de conseguir el fin), el fin de la política es el bien común (realizable), y el sentido de la

política es la consecución (es decir, la “real realización”) de dicho fin en tanto sea posible

hacerlo, y de la mejor manera entre las posibles (orden de las partes entre sí).

Para que la utopía pudiese regir el orden de la sociedad en cuanto a las partes entre sí, esto

es, el espacio-entre-hombres, tendría que ser elegirse a una casta encargada

permanentemente de velar por ese orden, lo cual, además de violentar a algunas utopías en

particular, resulta inadmisible en nuestros días. Como diría Frye “tendríamos que creer en

la perfectibilidad de los intelectuales, a lo cual no nos incitan mucho ni la historia ni la

experiencia”.70

Ahora podemos concluir la justa ubicación de la utopía en cuanto a la ética y a la política.

La utopía de praxis fundamenta y prescribe la acción moral individual necesaria y

suficientemente (tal es la ética), mientras que en la política la utopía fundamenta y guía la

acción moral social necesaria pero insuficientemente, siendo necesarias otras

consideraciones adicionales. He aquí porqué cualquier mesianismo político se cae por su

propio peso en la acción, y porqué debemos ser tan cuidadosos en el ejercicio del poder.

Pero he aquí también porqué no podemos dejar de lado los ideales políticos y caer en el

sinsentido que necesariamente nos lleva al fatalismo (en política, al anarquismo), y en el

cual cada vez nos vemos más abocados, como seguramente intuía Kant cuando redactó en

el prólogo de Sobre la Paz Perpetua71

su cláusula salvatoria. Fatalismo que se refugia hoy

en día irónicamente en una utopía (pero utopía de principio), la utopía tecnocrática:

69 Arendt, Op.Cit. Fragmento 3d

70 64 Frye Para el caso no importa si es la perfectibilidad de los intelectuales, o de los militares, o de los proletarios, o de los teólogos, o de los campesinos, o de los burócratas.

71 Kant, Immanuel, Sobre la paz perpetua. Alianza Editorial, Madrid, España, 2002. pp 41,42.

35

“Entendemos por tecnocracia del sistema en el que resulta superfluo establecer un fin en la

esfera pública porque se suple con la lógica objetiva de los medios.”72

Dice Frye73

“La pregunta: „¿Dónde está la utopía?‟ equivale a la pregunta: „¿Dónde está el

en ninguna parte?‟, y la única respuesta a esa pregunta es „aquí‟”. Aquí entre nuestras ideas

y la realidad, entre la meta que buscamos para la sociedad, y las relaciones personales que

la constituyen. No se puede terminar sin recordar lo que Paul Tillich diría en unas

conferencias publicadas en Berlín en 1951 “las culturas que no tienen utopía, permanecen

prisioneras del presente y retroceden rápidamente al pasado, porque el presento sólo puede

estar plenamente vivo en la tensión entre el pasado y el futuro”74

. Diría con Martin Buber

que, aunque no creo en la plasmación definitiva de ninguna utopía, ni en el fin de las

utopías, “creo en el encuentro de imagen y destino en la hora plástica”75

.

72 Spaemann, Op.Cit. p. 66

73 Frye, Northrop. Op.Cit., p. 81

74 Frank, Manuel. Op.Cit., p. 25

75 Buber, Martin. Caminos de utopía. México, Fondo de Cultura Económica, 1992, p. 201

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