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“SAN JUDITAS, HAZME UN PARO”:

EL CULTO A SAN JUDAS TADEO EN EL TEMPLO DE SAN HIPÓLITO DE

LA CIUDAD DE MÉXICO COMO UN PROCESO DE SIGNIFICACIÓN Y DE

COGNICIÓN SOCIAL

Luis de

la Peña Martínez

Maestro en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma

de México y licenciado en Lingüística por la Escuela

Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Profesor de las

licenciaturas en Lingüística y en Etnología de la ENAH,

donde ha impartido, entre otros, los siguientes cursos:

Teoría del discurso, Teoría de las ideologías y Lingüística

y etnología. Ha investigado sobre el discurso zapatista y

algunos de sus trabajos sobre este tema aparecen referidos

y citados en tesis y artículos en países como Argentina,

Uruguay, Brasil, España y Francia.

Correo electrónico:[email protected]

Resumen:

Se describen en este trabajo las prácticas rituales con que

se rinde culto a San Judas Tadeo en el templo de San

Hipólito de la Ciudad de México. En particular, se destacan

los aspectos simbólicos e imaginarios que forman parte de

un proceso de significación y cognición social en el que

confluyen el fenómeno religioso y otras determinantes

culturales y socioeconómicas. Este “escenario” ceremonial

es un ámbito de ritualidad urbano al que los individuos

asisten para manifestar su fe y creencias, y en el que

participan mediante el intercambio de símbolos, imágenes y

discursos.

Con ello, se pretende mostrar los elementos para

estudiar los modos de comunicación y de comportamiento

semiótico que son aprendidos de manera informal en el

contexto de “La Universidad de la Calle”, denominada así

por Juan Magariños.

In memoriam

Juan Magariños de Morentín

y Carlos Monsiváis

Introducción:

El presente trabajo estaba pensado como parte de una

propuesta de investigación para ser incluida en el proyecto

que Juan Magariños denominó “La Universidad de la Calle”

(“La U de la C”, como gustaba abreviar). Dicho proyecto fue

dirigido por él en la Universidad Nacional de Jujuy desde

2006, aunque lo concibió en 2003, y poco antes de su

muerte, en 2010, le había dado forma a la segunda etapa del

mismo bajo el título de “La construcción social del

conocimiento”. Mi “participación” en el proyecto (que como

otros de sus proyectos formaba parte de “Semioticians”: la

lista, archivo y centro de investigación semiótica que Juan

coordinaba en Internet: http://www.archivo-

semiotica.com.ar/ y http://www.centro-de-semiotica.com.ar/)

fue como integrante del equipo “virtual” de investigadores

que se creó con docentes-investigadores de otras ciudades

argentinas y del exterior (como fue mi caso y el de otros

mexicanos) a la par que el equipo presencial que trabajaba

en San Salvador de Jujuy.

Entrecomillo la palabra “participación” porque fue muy

poca mi colaboración, aunque desde el inicio yo le propuse

un “escenario de investigación” al que llamé “La ciudad

como texto y contexto”, el que aparece como parte de las

“aulas temáticas” que conformaban uno de los apartados del

proyecto, en donde presentaba algunos ejemplos literarios a

propósito de la experiencia de vivir y convivir en la

ciudad; no obstante ello, Juan me invitó a seguir en el

proyecto.

Creo que la invitación a continuar se debió a que una

de las primeras discusiones, en 2004, se centró en el

título “Universidad de la calle”, nombre que estaba

constituido por dos metáforas y un oxímoron, y yo le envié

algunos mensajes a Semioticians para intervenir y opinar

sobre el tema del oxímoron, al que anteriormente me había

referido en otras participaciones en relación con el

discurso zapatista (con respecto a ello, me atreví a

mandarle posteriormente un trabajo mío sobre ese tema:

“Somos el silencio que habla: del oxímoron a la retórica

del silencio en el discurso zapatista”, que no sé si tuvo

oportunidad de leer).

Sin embargo, siento que quedé en deuda con la

generosidad de Juan, a quien por cierto conocí

personalmente en México, en la ciudad de Puebla (durante el

coloquio “Metáfora en acción” al que asistió en el 2005),

por lo que en este trabajo abordo un “fenómeno” social,

cultural y religioso que puede ajustarse al tema de “La

Universidad de la Calle”, desde la perspectiva de la

semiótica cognitiva y comunicativa que a él le interesaba.

Si bien es, apenas, una primera aproximación, creo que

presento elementos que pueden ser desarrollados con más

profundidad y dar pie a nuevas hipótesis de trabajo.

La expresión “Universidad de la Calle” se refiere,

como lo explica Magariños en la introducción a la primera

versión de su proyecto presentada ante la Secretaría de

Ciencia y Técnica y Estudios Regionales en la Universidad

Nacional de Jujuy, a la “suma de conocimientos que no se

imparte en ninguna institución determinada sino que se

adquiere en el esfuerzo cotidiano por ganarse la vida y/o

tener éxito en el logro de los objetivos sociales: en

definitiva, todo lo que unos hacen para sobrevivir y otros

para vivir mejor” (consúltese para ésta y las siguientes

citas del proyecto: http://www.universidad-de-la-

calle.com/Proyecto.html).Este proyecto se apoyaba en el

enfoque teórico de la “cognición social”, definida en el

Diccionario de Ciencias Cognitivas como “el campo de los saberes y

competencias relativos a las personan (uno mismo y los

otros); a las relaciones interpersonales que intervienen

entre individuos identificados por parámetros personales y

funcionales, en relación inmediata o retransmitida

(comunicaciones, procesos de posicionamiento mutuo y de

influencia); a las relaciones en el seno de un grupo humano

entre grupos; a las situaciones sociales. Estos saberes y

competencias se refieren a las emociones y los afectos, los

móviles e intenciones que animan a los agentes sociales, de

manera habitual o en una circunstancia particular, a los

procesos de ajuste, de influencia, de evitación y de

disimulación” (Cf. Houder, Kayser y otros: 66).

En este sentido, la propuesta de investigación

apuntaba hacia dos objetivos principales: 1) “la

enunciación descriptiva de un conjunto de comportamientos

generadores de experiencia” y 2) “la enunciación

generalizadora de conocimiento experiencial adquirido”;

ambos objetivos eran propuestos para ser alcanzados por el

investigador a partir de su percepción, participación y/o

testimonio de otra persona.

Por “comportamiento generador de experiencia”,

Magariños entiende “a aquella conducta humana cuyos

componentes constitutivos (gestos, palabras, actitudes,

interacción con otros sujetos, etc.) y la estructura

relacional que los vincula pueden reproducirse en otro

momento y circunstancias relativamente semejantes, para la

obtención de un resultado deseado”. Mientras que por

“conocimiento experencial adquirido”, Magariños entiende “a

la disponibilidad de determinado comportamiento como

posibilidad actualizable a partir de su previa percepción

y/o participación y/o información”.

Esta interrelación dialéctica entre dicho

comportamiento y su conocimiento “abductivo emergente”,

constituían la “estructura semiótica-cognitiva” del

proyecto. Ello estaba contemplado como la aplicación de

una “semiótica indicial”, “consistente en el estudio del

significado de los objetos y/o comportamiento, ya que

tratará de la educación y del aprendizaje, en determinado

ámbito social, a través del espectáculo del aprendizaje de

los otros”.

Considerada, así, un ámbito de conocimiento informal,

la “Universidad de la calle” fue definida desde una

perspectiva semiótica por Magariños como una instancia

generadora de sentido, esto es, como un proceso productor

de significación. La base de esta perspectiva la encontró

tanto en la teoría semiótica de Ch. S. Peirce como en el

análisis discursivo-semiótico de M. Foucault.

La expresión “Universidad de la calle” era examinada

de modo poético y retórico, pues estaba construida por dos

metáforas vinculada por un oxímoron, como antes señalé: la

“universidad” (donde se conserva la noción de jerarquía en

el ámbito del aprendizaje y el conocimiento) y la “calle”

(espacio público en que se exhibe y muestra un determinado

tipo de comportamiento “vulgar” y arriesgado); con lo que

se genera una “autocontradicción” que el oxímoron resuelve

(“alianza de términos contarios o contradictorios”, como lo

define R. Jakobson). Esta “idea poética” fue el punto de

partida de la investigación para llegar a plantear después

la problemática del descubrimiento y la explicación de la

existencia de dicho fenómeno social.

Con todo, en el trabajo que a continuación se presenta

no seguí al pie de la letra la metodología y los pasos

propuestos por Magariños para el proyecto. Me limito a una

descripción (casi etnográfica) del escenario y del

comportamiento de los actores participantes en él, y a una

caracterización muy general de algunos de los objetos y

procesos semióticos ahí observados (iconos, índices y

símbolos). No pretendo más que mostrar un posible camino

para adentrarse posteriormente, si fuera el caso, en el

análisis semiótico-discursivo de manera más exhaustiva: por

ejemplo, en él no hay el empleo de ningún cuestionario o

entrevista para conocer el punto de vista y el propio

discurso de los sujetos involucrados en este proceso, que

era una de los requisitos de la investigación.

Se trata, ante todo, de una forma de observación-

participante, la que sin embargo ha implicado asistir con

regularidad mes con mes (cada día 28) al lugar donde

ocurre esta experiencia, desde hace poco más de un par de

años, para poder comprender e interpretar el conocimiento

ahí obtenido.

Por último, una aclaración para los lectores no

mexicanos: la frase “hazme un paro” empleada en el título

del trabajo es una expresión popular que se puede entender

como una petición de ayuda a alguien para poder salir de

algún problema o de un apuro económico (tal vez, “hacer el

paro” pueda también entenderse metafóricamente como una

ayuda para parar o detener una situación difícil o

agobiante).

San Judas Tadeo, el abogado de las causas difíciles y

desesperadas

La frase que da título a este trabajo es la misma que leí

impresa en un cojín o almohadilla que contenía la figura

(caracterizada a modo de una “caricatura” o personaje de

cómic) de San Judas Tadeo. En realidad, la frase estaba

escrita con faltas de ortografía: “San Juditas has me un

paro”, lo que le daba un cierto tono de ingenuidad más que

de ignorancia o de incorrección lingüística (¿o es que

estaba escrita así para llamar la atención?). Como sea, la

leyenda y la figura me conmovieron pues la almohadilla era

llevada por una niña que acompañaba al resto de su familia

en un vagón del metro, los cuales iban ataviados con

camisetas, escapularios, collares y pulseras en las que se

mostraba la imagen del santo. Era un domingo 28, que como

el 28 de octubre (día en que se festeja anualmente a San

Judas), o el 28 de cada mes, es el día en que cientos (o

miles) de fieles de este santo acuden desde distintos

rumbos de la Ciudad de México y sus alrededores (y, tal

vez, de otras ciudades más, de provincia y hasta del

extranjero) al templo de San Hipólito y San Casiano,

situado en la convergencia de las calles de Avenida Hidalgo

y Zarco, en la céntrica colonia Guerrero.

Esta muestra de devoción da cuenta de una forma de

culto o religión popular que se distingue por ser

practicada, en su mayoría, por gente muy joven y por grupos

familiares y barriales. Tal vez, ello se deba a que San

Judas está considerado como el “abogado” de las causas

difíciles y desesperadas o porque muchos lo consideran como

uno de los santos más milagrosos, lo cual en una situación

de crisis económica como la que padecemos puede resultar

normal, pero más allá de esto es indudable que la fidelidad

a este santo desborda los parámetros de lo que es aceptado

“normalmente” como religioso, sobre todo, si se trata de

la Iglesia católica.

La llegada al templo de San Hipólito: los caminos de la fe

Al templo de San Hipólito (y San Casiano) se puede llegar

en metro, se baja en la estación Hidalgo, en el entronque

de las líneas 2 y 3 (azul y verde, respectivamente), y se

sale hacia la calle de Zarco. O bien, se puede llegar a pie

por alguno de los costados del parque de La Alameda, y si

se viaja en otro transporte colectivo (autobús o pesero) se

toma alguno que recorra la avenida de El Paseo de la

Reforma. Cualquiera que sea el trayecto elegido uno puede

ver a las personas que ahí se dirigen y reconocerlas por su

atuendo. Por lo regular, visten con una camiseta blanca (o,

en algunos casos, negra, que compiten en diseño con algunas

utilizadas por los fans de los grupos de rock) en la que la

figura de San Judas está estampada y es acompañada de

alguna leyenda (Véase Foto 2).

Dicha figura del personaje (que algunos pueden

confundir con la del mismo Jesucristo, de quien el santo

era primo, según se consigna en las “vidas de santos”) se

representa ataviada con un manto verde que cubre a la

túnica blanca, además de que toca con una mano un medallón

dorado que lleva en el pecho y con la otra sostiene un

mazo(o garrote) que en ocasiones tiene la apariencia de un

báculo; asimismo, de la cabeza del santo surge una pequeña

llama o flama en medio de su aureola (Ver al final de este

trabajo las imágenes de San Judas Tadeo). De esta

combinación de elementos y colores (verde, amarillo y

blanco, principalmente) se conforman las diversas imágenes

y objetos que se ofertan en los improvisados puestos que se

instalan en las cercanías de la iglesia; lo que provoca,

junto con la afluencia de los fieles, que en ese día se

cierre el tránsito vehicular en la esquina en la que se

encuentra el templo de San Hipólito.

Muchos de los que ahí van cargan una escultura del

santo (en yeso o plástico) de distintos tamaños (hay

quienes llegan cargar piezas de más de un metro) a la que

llevan para ser bendecida (Véanse Fotos 1 y 2), y a la que

le “cuelgan” escapularios y collares, en agradecimiento por

los favores concedidos, con lo que se parece competir por

el número de adornos que tanto el santo como las personas

ostentan. Incluso, algunos (niños, jóvenes y adultos)

visten con un hábito semejante al de San Judas para cumplir

con ello alguna “manda” o promesa hecha.

Como ya se mencionó, una mayoría de los fieles son muy

jóvenes (algunos casi niños o adolescentes) por lo que su

“look” es muy atractivo: en los hombres pueden verse cortes

de pelo extremadamente cuidadosos, teñidos o a la “brosh”

(Véanse Fotos 2 y 3), incrustaciones o piercing en los

labios y la nariz, argollas y pequeño artes en las orejas,

cejas depiladas o delineadas, y hasta algún tipo de

intervención con trozos de cintas adhesivas en el tabique

de la nariz con el fin de afilarla. No hay contradicción

entre ser un devoto y la apariencia moderna y desfachatada:

algunas jóvenes lucen amplios escotes, visten “tops” que

dejan al desnudo los hombros, ajustados pantaloncillos o

minifaldas, utilizan peinados extravagantes o grandes

flecos en la frente y se maquillan el rostro con colores

llamativos, mientras que varios jóvenes (hombres y mujeres)

tienen grabado en alguna parte del cuerpo un tatuaje de San

Judas (Véase Foto 3). Existe una exuberancia y sensualidad

a flor de piel, a tal grado que hay quienes aprovechan la

situación para “ligar” y establecer nuevas relaciones.

De igual modo, es común observar entre estos jóvenes

(considerados parte de una “tribu urbana” conocida como

“chacas”; nombre derivado, según algunos, de la palabra

“chacal” o “chacalón” y del verbo “chacalear”: analogía con

el comportamiento violento de ese animal salvaje) el

consumo de bebidas embriagantes y de sustancias tóxicas:

inhalan una “mona” (una estopa humedecida con algún

solvente químico o algún tipo de pegamento) o fuman

mariguana. Esto le ha dado a San Judas la “mala” fama de

ser el santo de los rateros y malvivientes, y ha llevado a

la creación de “consejas populares” acerca de que en ese

día las calles de la ciudad se encuentran más seguras pues

los “delincuentes” están en el templo o porque han hecho

una especie de pacto secreto con los policías y agentes,

quienes también acuden a ese lugar; aunque otros tantos

prefieren evitan el andar por esos rumbos en esa fecha.

También, es visible la asistencia de gente que se dedica a

la prostitución (por ejemplo, algunos travestis o

transexuales).

Por cierto, este culto se ha relacionado con el de la

Santa Muerte (hay quienes llevan también imágenes de ésta),

pero a diferencia de ese otro culto, que es practicado

fuera del ámbito de la Iglesia católica, el de San Judas es

aceptado y fomentado por las autoridades de dicha Iglesia.

Es más, el lenguaje utilizado por la propaganda religiosa

ha tenido que adaptarse a las formas de expresión popular y

juvenil, como lo muestra este fragmento de una hoja

volante, impresa en hojas amarillas y con tinta verde,

repartida por los misioneros encargados del templo de San

Hipólito, a propósito de la Semana Santa, al que titulan

“CARTA A LA BANDA”:

HOY QUIERO DAR LAS GRACIAS A DIOS MI

VALEDOR SAN JUDITAS POR ESTAR CON TODOS

USTEDES CELEBRANDO ESTA FE QUE NOS UNE Y

QUE NOS TIENE CONTENTOS EL DIA DE HOY.

BANDA TE INVITO A TENER

ORDEN Y CONSERVAR LA

CALMA EN LA ENTRADA

DEL TEMPLO PARA QUE

TODA LA DEMAS BANDITA

PUEDA ENTRAR SIN TENER

QUE TROPEZAR Y CAER.

El uso de términos como “valedor” (para designar a alguien

considerado como un compañero o gente de valía, o a quien

puede “hacer un paro”: “mi valedor”), “banda” o “bandita”

(para dirigirse a los jóvenes en general o el grupo al que

se pertenece barrialmente) o el diminutivo “San Juditas”,

refleja el tono coloquial y el aprovechamiento del caló

empleado por los jóvenes de las zonas populares de la

Ciudad de México y sus alrededores, además de que en dicho

texto se hace referencia al consumo de drogas y de alcohol:

BANDITA ES MUY TRISTE

TAMBIEN VER A MUCHOS

VALEDORES Y

VALEDORCITAS

DROGANDOSE Y

ALCOHOLIZANDOSE SIN

COMPRENDER Y

AGRADECER LO QUE SE

CELEBRA.

Las imágenes y el imaginario colectivo en la calle

La fe en San Judas, con toda su imaginería y simbolismo,

representa una manera de expresión popular característica

de una mega-ciudad como lo es el Distrito Federal y los

barrios y municipios suburbanos (también llamados

“conurbados”) que lo rodean, en particular del Estado de

México. De los grupos que acuden al sitio de reunión para

su culto, un gran número procede de aquellos municipios y,

literalmente, vienen en peregrinación en contingentes que

se organizan en sus respectivos barrios. Además, una parte

significativa de esta concurrencia la constituyen las

personas dedicadas al comercio informal (los llamados

“vendedores ambulantes”), sobre todo los que trabajan en la

zona céntrica del Distrito Federal o en los vagones del

metro.

El ambiente festivo y relajado que se siente en el

lugar rompe con la acostumbrada solemnidad de otras

celebraciones religiosas (católicas o no católicas). Las

distintas generaciones conviven sin problemas y,

paradójicamente, son muestra de una tolerancia hacia

prácticas censuradas por otras formas de rito. Nadie parece

meterse con nadie y todos manifiestan su creencia y

devoción a su modo.

El espacio que constituye la entrada al templo es

colmado por los fieles, quienes se arremolinan, cuerpo a

cuerpo, para poder ingresar al interior del mismo, aunque

una mayoría no logra hacerlo. Algunos prefieren permanecer

a la distancia y escuchar las bocinas del equipo de sonido

que transmiten la voz del párroco que oficia la misa, casi

siempre son las personas de mayor edad o las familias con

pequeños niños. El movimiento es incesante durante todo el

día (se ofician misas cada hora los días 28, de 6 de la

mañana a 10 de la noche, y los domingos de 7 de la mañana a

8 de la noche) y sólo en ciertos momentos disminuye un

tanto la afluencia, lo que sirve para comer con relativa

calma en los puestos que ofrecen un variado menú (hay de

todo: tacos, quesadillas, sincronizadas, y un largo

etcétera). Otros más curiosean para comprar una camiseta

(que las hay de precios y diseños diferentes), tomarse una

foto instantánea junto a una reproducción en yeso de San

Judas de tamaño natural, o adquirir cuanto objeto

relacionado con el santo se venda: veladoras, inciensos,

llaveros, botones, bolsas, morrales, gorras, globos y hasta

botellas con agua bendita (la cual es anunciada en la

etiqueta como “agua potable filtrada ingerible”). Pero los

objetos más codiciados son, sin duda, los escapularios, los

collares y las pulseras, estos últimos fabricados con

chaquiras multicolores (principalmente: verde, amarillo y

blanco), rematados con la imagen con-sagrada (Véase foto

2).

El colorido resalta como una manera de festejar al

sentido de la vista: la religión entra por los ojos con

toda su carga emotiva y afectiva, el pathos se presenta

como empatía que liga (re-liga: que es el sentido de la

auténtica religión) los unos a los otros a través del

color. Lo sensorial y lo sensual se confunden en quienes

llevan pintado en el rostro, por medio de una plantilla,

los colores o la imagen del santo, semejantes a los hinchas

de un equipo de futbol; el color y el calor del ambiente es

un modo del disfrute del cuerpo con el que se expresa una

peculiar forma de espiritualidad.

Se diría que no hay sufrimiento, sino un placer por

estar ahí y formar parte de un conglomerado cuyos

individuos cotidianamente se enfrentan aislados a múltiples

problemas, pero que en su conjunto constituyen una fuerza

que atrae como el magnetismo de un imán gigantesco. Esa

fuerza les otorga, sin quizá ellos comprenderlo del todo,

una identidad que, sin embargo, los vuelve diferentes: son

distintos y a la vez los mismos. Ellas y ellos, de varias

edades, se mueven al ritmo de sus pasos cortos pero

rápidos, o tal vez compactados simulen la caprichosa

precisión del vaivén de una ola. Ondulaciones y vibraciones

de una masa que se sabe, se siente, viva y activa. No hay

tiempo para la quietud, todo es, aunque no lo parezca, un

pasar pronto a otra circunstancia: se está aquí y al

momento se es desplazado a otro sitio, inclusive quien

elige mantenerse un tanto al margen, alejado del bullicio y

los empujones de la gente, como mero observador, pronto se

moverá de su lugar, ya sea porque alguien le pide permiso

para colocar su mercancía o, de plano, porque le estorba su

presencia para vender.

En ocasiones, para agradecer al santo algún favor

concedido, se obsequian estampitas ilustradas con imágenes

religiosas que contienen en el reverso oraciones a San

Judas, a alguna Virgen y a otros santos; en ellas se pide

prosperidad, trabajo y salud o están dedicada a los

choferes o a algún otro tipo de actividad u oficio;

también, se regalan flores, paletas y caramelos, o

alimentos para los más necesitados (se forman largas filas

para obtener algún plato con comida). Y aunque no falta

quienes pidan limosna, con el pretexto de brindarla a la

iglesia, a cambio de un caramelo o figura (una práctica

frecuente en las calles aledañas, o en días anteriores a la

celebración en otras partes de la ciudad), la propia

iglesia hace pasar entre los feligreses reunidos en la

calle varias alcancías de madera donde depositar los

donativos.

El intercambio monetario y/o simbólico es continuo: es

un flujo de signos e iconos, de textos y discursos que

forman la trama de una red de relaciones de solidaridad en

que se sustentan y son posibles las acciones significativas

que dotan de sentido a una creencia común. El dar y el

recibir, el convidar y el compartir, los guiños y las

complicidades secretas (desde fumar entre varios un mismo

cigarrillo de mariguana a permitir el paso a los otros),

son gestos y actitudes que los unen en una especie de

fraternidad implícita que los hace reconocerse como iguales

aun en, y con, sus diferencias.

Del afuera al adentro (y viceversa): entre lo profano y lo

sagrado

En realidad, lo que pueda parecer caótico resulta producto

de una organización por parte de las autoridades del

templo, quienes cuentan con personal de apoyo (que viste

una playera o un chaleco de un mismo color) y tienen

asignados espacios y accesos para cierto tipo de personas

como lo son las personas con alguna discapacidad, las

embarazadas y los ancianos, además de contar con un módulo

para personas extraviadas (estos lugares se encuentran en

el número 10 y 12 de la calle de Zarco, a un costado del

templo). También, se reparten folletos que contienen

recomendaciones y medidas de prevención para evitar

accidentes. Sin embargo, se han hecho modificaciones al

tránsito de vehículos, como el trazado de un carril en una

de las avenidas para que frente al templo pase un autobús,

el conocido como metro-bus, lo que no ha sido visto con

agrado por los creyentes, pues conforme es mayor la

afluencia de la gente se invade ese carril constantemente.

Entre lo profano y lo sagrado, caracterizado por el

afuera y el adentro del espacio del templo, la multitud de

fieles transcurre a través del atrio hasta introducirse a

ese espacio y poder llegar, algunos, frente al altar para

que su imágenes sean bendecidas; quienes permanecen afuera

se conformarán con alzar sus imágenes (figuras de yeso de

todos tamaños, estampas, escapularios, etc.) cuando adentro

se dé la bendición. Ese recorrido difícil y agotador, sin

embargo, los llenará de la satisfacción de haber realizado

su propósito (la petición de un favor o el cumplimiento de

una promesa). Incluso, habría que señalar que cuando las

iglesias fueron cerradas durante algunos días en marzo del

2009 debido a la “contingencia sanitaria” provocada por la

propagación del virus de la influenza AH1-N1, decretada por

las autoridades de salud del gobierno federal, muchos

fieles fueron a depositar flores y veladoras ante las

puertas cerradas del templo sin importarles desacatar la

medida que prohibía la asistencia a lugares de reunión

pública.

Adentro del recinto el ambiente se condensa, se

recarga con la emoción de aquellos que con paciencia

esperaron durante horas para lograr ingresar a él y por ser

de los afortunados que participarán de la ceremonia

litúrgica, por encontrarse en contacto directo con los

oficiantes del rito y formar así parte de un grupo

especial; llama la atención, no obstante, que ahí sólo haya

una imagen de San Judas, colocada en el centro del altar

mayor, pues el templo está consagrado a otros santos

(Hipólito y Casiano).

La construcción del templo fue ordenada por Hernán

Cortés el 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito, cuando

conquista Tenochtitlán y deposita ahí los restos de los

soldados muertos en la batalla conocida como de la “Noche

triste”. En el interior, igualmente, hay diversos altares y

capillas en que se venera a diversas figuras religiosas

(una, en particular, está dedicada a los santos mexicanos).

Por ello, este templo es una de las primeras construcciones

españolas de la Ciudad de México y San Hipólito su santo

patrono.

La imagen de San Judas del altar mayor es muy

diferente a la que todos conocen, el pelo del también

apóstol es más corto y los colores de sus ropas no aparecen

del mismo modo: la túnica es verde con motivos dorados pero

el manto es púrpura, aun así los creyentes lo reconocen y

le manifiestan fervor y le rezan. La fuerza de su

simbolismo es tal que ha dado origen a relatos que por más

que puedan parecer inverosímiles atrapan a quien los oye o

lee por su feliz conclusión.

Son muchos y curiosos los testimonios dados acerca de

los milagros realizados por el santo, de los que aquí

narraré uno de los cuales supe por tratarse de un caso

familiar: En una ocasión le fue robado el automóvil a una

tía, que al llegar desesperada a casa le contó el hecho a

mis abuelos y a mi tía abuela, con quienes vivía. Ésta, al

ver a mí tía tan agobiada le rezó a San Judas y le pidió

ayuda para recuperar el auto; cuál no sería la sorpresa de

mi tía cuando al ir a denunciar el robo a la Delegación de

policía encontró en el trayecto el auto abandonado por los

ladrones. Como éste, abundan los testimonios que cuentan

experiencias que van desde haberle salvado la vida a

alguien, recuperar la salud o haber ayudado a otro más a

conseguir trabajo.

A un costado del altar mayor existe un libro donde la

gente puede escribir sus peticiones, favores o

agradecimientos a San Judas y también hay un espacio para

colocarle veladoras, cartas o exvotos.

El transitar de la gente durante cada hora, al

comenzar y al terminar cada misa, formará las afluentes de

un río que se bifurca al salir del templo. Después, la

celebración sigue afuera, se bebe alguna cerveza o se hacen

planes para prolongar la fiesta, no hay ruptura sino

continuidad, aunque quizá se invierta el orden: de lo

sagrado a lo profano, del ámbito religioso al de la calle.

Reconfortados por su fe, los parroquianos vuelven a su

realidad, la misma pero vista con otros ojos: las parejas

se abrazan, las familias se conjuntan, los amigos bromean,

pero ahora con un nuevo dinamismo y energía, pese a que

algunos se vean cansados.

Según sea la hora, la gente retoma y retorna a sus

actividades o a aprovechar su tiempo de descanso. Como

ocurre cada mes, se ha participado de una situación única,

pues aunque ésta sea ya una costumbre la viven cada vez de

manera diferente. En ese día renuevan su creencia y se

sienten fortalecidos espiritual y moralmente, se sienten

protegidos y seguros para enfrentar los problemas

cotidianos: las afectaciones a la salud, la falta de

trabajo y de dinero, las injusticias cometidos contra

ellos. No en balde San Judas Tadeo (cuyas iniciales, SJT,

aparecen en muchos objetos en que se presenta su imagen

como una especie de “logo” o “marca”) es nombrado como “el

santo de los desesperanzados”; sin embargo,

paradójicamente, quizá sean ellos quienes tengan, más que

nadie, una esperanza (y, en verdad, la conozcan), o para

decirlo con Walter Benjamin: “La esperanza nos ha sido dada

por los desesperanzados”.

La comunicación y difusión de la fe en los tiempos de la

red

Además de las formas tradicionales de propagación de la fe,

el culto a San Judas se difunde por medios de comunicación

como la radio (a través de una “cápsula devocional”

transmitida los sábados por la mañana en una estación de

a.m.), y una revista bimestral, titulada Presencia apostólica,

que se encuentra “en línea” en la página electrónica que

tiene en Internet la Liga Nacional de San Judas Tadeo (a

propósito, el nombre “Tadeo” es muy común en un país como

Polonia, donde también se practica este culto), promovida

por los misioneros claretianos, quienes son los encargados

del templo y, además, dan pláticas con temas como la

búsqueda de trabajo o realizan misas especiales para

enfermos o para quienes pertenecen a la Liga.

Por cierto, en uno de los links de esa página se

expresa la preocupación de estos misioneros por el fenómeno

de lo que ahí llaman “banda”, o “chavos banda” (jóvenes que

viven “en situación de calle” o que forman parte de alguna

pandilla callejera), para referirse a los “jóvenes

marginados” que asisten al templo los días 28, en un

documento titulado “Red social por los jóvenes de San Judas

Tadeo”:

“Existe un evento que empezó su aparición de forma

notoria hace ya más de 7 años y es el fenómeno de la

devoción de jóvenes marginados que veneran a San Judas

Tadeo. Este fenómeno social y religioso sigue sorprendiendo

a propios y extraños. Cabe mencionar que no menos de 30

estudios universitarios, incluso algunos de postgrado han

abordado este fenómeno. Queremos hacer de su conocimiento y

despertar su interés respecto a lo que algunas instancias

hemos empezado a reflexionar y a hacer queriendo asumir la

parte que nos corresponde en torno a este acontecimiento

devocional y social que los jóvenes llamadas (sic.) Banda,

protagonizan”.

Precisamente, esta red es la que difundió el volante

“Carta a la banda”, así como también ha realizado

encuestas, entrevistas y un documental para tratar de

comprender este novedoso fenómeno “social y religioso”, y

para poder incidir en la concientización y adoctrinamiento

de los jóvenes. Ello forma parte de una estrategia para

rehabilitarlos de sus adicciones a las drogas y

reintegrarlos socialmente, ya que muchos viven, como ya lo

mencioné, “en situación de calle”. De este modo, se ha

recurrido a colaborar con asociaciones civiles e

instituciones de asistencia privada dedicadas a tratar

estas problemáticas y con sacerdotes que cuentan con

experiencia “de campo” en el trabajo con jóvenes de zonas

populares (por ejemplo, el municipio de Nezahualcóyotl, en

el estado de México), como el P. Federico, al que llaman

“Padre banda”; o con líderes juveniles y comunitarios, como

uno apodado “El tierno”, uno de los dirigentes de una

organización denominada “Bandas Unidas en Cristo”.

Este uso de la red ha generado una profusa iconografía

de San Judas tanto en videos de música rap, de reggeatón o

corridos dedicados al santo, como de imágenes que han sido

creadas o intervenidas a modo de una parodia o de crítica a

los jóvenes “chacas” que profesan este culto (en muchas

ocasiones, estos ataques son llevados a cabo de forma

racista y clasista).

El personaje de San Judas también ha sido objeto de un

libro escrito por Antonio Velasco Piña, autor de libros

como Regina, Tlacaelel y otros sobre el movimiento espiritual

(“new age”) de la “nueva mexicanidad” que él dirige, con lo

que intenta ligar ambas formas de ritualidad. Con todo, la

dinámica de esta manifestación popular de fe parece

desbordar y trascender los límites impuestos por cualquier

autoridad eclesial o líder carismático, lo que no supone

que no pudiera ser aprovechada en algún momento para

intereses distintos, partidarios, sectarios, o de otro

tipo.

La “lógica” compleja de los milagros y el arte de la

sobrevivencia: de la desesperación a la esperanza

Lo importante de dicho “fenómeno” es observar los procesos

de creación cultural y simbólica que se generan a partir de

este culto masivo, las formas de adaptación y

flexibilización que adquiere la religión en el contexto

urbano (en el que se “habita” y se comparten “hábitos”)

considerado como un espacio donde existen “ámbitos” de

ritualidad y vínculo como es éste, así como la singular

mezcla entre tradición y modernización de las costumbres y

las creencias. Pero, sobre todo, hay que entender el modo

en que la religión está asociada estrechamente a la

inestabilidad económica y la incertidumbre laboral de los

jóvenes, los desempleados, los comerciantes informales, las

y los sexo-servidores, y de otros sectores populares,

quienes sienten su presente amenazado y su frágil seguridad

en riesgo constante, y que encuentran en su devoción a San

Judas un sentido positivo y motivador ante las dificultades

de su existencia cotidiana.

Pero, más que juzgarla como una mera reacción

irracional propia del fanatismo o de la gente “inculta”,

actitud que no deja de connotar un cierto desprecio y

discriminación hacia los grupos vulnerables y desprotegidos

de la sociedad, hay que adentrarse a las causas profundas

de esta peculiar circunstancia que hace que miles de

personas se reúnan para compartir sus creencias y a la vez

se sientan, en lo individual, plenos al manifestar su

espiritualidad de modo voluntario. El joven que delinque

porque no tiene otras opciones de vida, o porque no tuvo

las mismas oportunidades para contar con los estudios

suficientes para conseguir un empleo seguro (como el tipo

de joven que ahora es llamado “nini”, porque “ni” estudia

“ni” trabaja) vive “al día”, o mejor: sobre-vive, como

muchos otros que, desgraciadamente, aunque contaran con

estudios y preparación, se han visto obligados al subempleo

o de plano, al desempleo como modo de vida. En ello

influye, por igual, el ambiente de violencia que se ha

originado a partir de la llamada “guerra” contra el

narcotráfico llevada a cabo por las autoridades federales.

Esta situación de una crisis “crónica” con la que

crecen los individuos en una sociedad como la nuestra, pese

a los discursos oficiales acerca de una recuperación

económica y la creación continua de empleos, es el motor

que genera la existencia de familias desintegradas, de

adicciones en las personas sin recursos y que viven en la

calle, y de otros tantos problemas sociales que si no se

les da una solución radical de poco sirven las acciones

para remediar con simples paliativos. La miseria a que se

ven empujados amplios componentes de las clases bajas, y

hasta de las medias, es el triste horizonte sobre el que se

proyecta la fe puesta en los milagros. El “derecho” a la

felicidad que todos los seres humanos deben de tener es la

única premisa para creer en ellos: es posible alcanzar la

felicidad y la justicia en este mundo pero para lograrlo

hay que creer en algo o alguien que de modo trascendente lo

motive.

La imaginación juega aquí un papel fundamental pues,

más que ser una representación “deformada” o “falsa” de la

“realidad”, ella constituye un complejo entramado de

significaciones que permite representar la propia

existencia y la de los otros: un universo de relaciones

sensoriales y afectivas que tiene una “lógica” compleja, si

bien ésta parece poco “racional”. El sujeto (los sujetos)

que cree(n) lo hace(n) inmerso(s) en una red de sentido

cuyo marco de referencia lo forman esas “significaciones

sociales imaginarias” (en el sentido de Castoriadis) que

comparte con otros con los que se identifica(n). Su vínculo

está conformado por discursos, iconos y símbolos que se

crean y recrean cotidianamente.

La “semiosfera” (para utilizar el término de Lotman)

en la que están inmersos los creyentes posibilita un cúmulo

de “conocimientos” aprendidos en la “universidad de la

calle”, un aprendizaje que los hace “competentes” para

comprender y actuar en consecuencia con un contexto de

significación en que se manifiesta su comportamiento “como

signo” (a decir de Magariños). Con todo ello se crea un

“sentido global” que ubica al individuo “en su mundo” y

fundamenta y vuelve “coherente” para él su existencia (se

trata, en vez de una ontología, de una “ontopatía”: término

acuñado por Magariños). El aprendizaje cotidiano de la

calle le capacita para, de manera auto-poiética, recrear su

identidad y valores, y los de los otros, con base en la

“lógica” de la fe y los milagros (toda una semiosis de los

afectos, las emociones y las pasiones). Es un “arte de la

sobrevivencia” que le permite experimentar y expresar sus

dificultades y apuraciones de modo “trascendente”,

articulando su problemática existencial y económica con los

significados religiosos.

Si definimos a las “creencias” como aquel conjunto de

representaciones simbólicas que son compartidas por un

grupo o colectivo al que le dan una identidad común, en el

caso de las “creencias religiosas” se justifica con base en

su función integradora y reguladora de las conductas de

quienes se reconocen como partícipes de una forma de culto

o rito, como ocurre con el de San Judas Tadeo, lo que, a su

vez, forma parte de un proceso de cognición social cuyo

aprendizaje es estimulado y transmitido mediante prácticas

ceremoniales en sitios aceptados convencionalmente para tal

fin. Las creencias, más allá de su valor de verdad, se

entremezclan con modos de actuación que las dinamiza y las

mantiene vigentes, en ello reside su eficacia y permanencia

al poder flexibilizarse y adaptarse a circunstancias

inéditas que transforman las costumbres y aprovechan, sin

embargo, su potencial creador y expresivo.

Sin llegar a ser un “nuevo movimiento religioso”, el

culto a San Judas Tadeo combina aspectos novedosos con los

tradicionales de la religión católica, su pertinencia

depende todavía de los marcos institucionales que le brinda

la Iglesia que le da cobijo, y que mucho le debe a su

difusión, pero ello no significa que en todo se ajuste a

ellos. Tradición y modernidad forman una mezcla heteróclita

que da como resultado un modo de vida propio de una

megalópolis como lo es la Ciudad de México, la imagen de

San Judas Tadeo representa un símbolo de la lucha cotidiana

por sobrevivir frente a las desigualdades sociales y la

miseria: es la imagen, a la vez, de la desesperación y de

la esperanza de quienes habitan (habitamos) en ella.

Sea pues, éste, un homenaje a Juan Magariños y a su

importantísima labor de difusión, investigación y

enseñanza de la semiótica en nuestro idioma y continente,

al igual que a Carlos Monsiváis, quien con sus múltiples y

diversos trabajos nos ayudó a transitar imaginativamente

por los infinitos laberintos de las calles de la Ciudad de

México.

Nota: agrego como un anexo el documento que Juan Magariños me hizo

llegar amablemente por correo electrónico para acreditarme como

miembro del equipo de investigadores virtuales del proyecto de “La

Universidad de la calle” de la Universidad Nacional de Jujuy.

Referencias bibliográficas:

Foucault, M.

L´archéologie du savoir, Paris, Gallimard, 1969.

Houde,O.; Kayser, D.; Koening,O.; Proust,J.; Rastier, F.

Diccionario de Ciencias Cognitivas, Buenos Aires, Amorrotu, 2003.

Magariños de Morentín, Juan

Los fundamentos lógicos de la semiótica y su práctica, Buenos Aires,

Edicial, 1996.

--- Hacia una semiótica Indicial, A Coruña, Ediciós do Castro,

2003.

--- “L’université de la rue. Projet de recherche sur une

sémiotique Indicielle”, ponencia en el XI Colloque de sémiotique

de la francophonie: Performances et objets culturels, 74 Congrès de

l’Acfas, Le savoir trame de la modernité; Université

McGill, Montréal, Canada; 15 a 18 de mayo (2006).  

--- La semiótica de los bordes. Apuntes de metodología semiótica,

Córdoba, ComunicArte, 2008.

--- La construcción semiótica de la historia. Relación entre la historia de la humanidad y la historia de los sistemas semióticos. X Congreso Internacional de la AIES. (http://www.produccionsemiotica.com/LA-CORUNA2-EN10.pdf ) (2009). --- La Universidad de la Calle (http://www.universidad-de-la-calle.com/), iniciada en noviembre de 2005 y actualizada en2010.

Peirce, Ch.S.

Collected Papers of Ch. S. Peirce, Cambridge,The Belknap Press of

Harvard University Press, 1965.

LA UNIVERSIDAD DE LA CALLE  Secretaría de Ciencia y Técnica y

Estudios RegionalesUniversidad Nacional de Jujuy.  

C/0062

Juan Magariños de Morentin E-mail 1: [email protected] 1670, 16º, D E-mail 2: [email protected] – Ciudad de Buenos Aires www.magarinos.com.arARGENTINA - Tel/Fax: 54 11 4862 4813 www.centro-de-semiotica.com.ar [email protected] www.universidad-de-la-calle.comwww.archivo-semiotica.com.ar www.semiotica-on-line.com.ar

Buenos Aires, 18 de febrero de 2010

En mi carácter de Director de la Investigación,por el presente certifico que, desde el 1º deenero de 2006, el Lic. Luis De La Peña Martínez esInvestigador integrante del Equipo Virtual delProyecto de Investigación sobre “La Universidad dela Calle”, acreditado ante la Universidad Nacionalde Jujuy, en la República Argentina.

Juan Magariños de MorentinProfesor Titular de SemióticaDirector de la Investigación

“Universidad de la Calle”Universidad Nacional de Jujuy

Fotos

Foto 1

Una creyente a las afueras del templo de San Hipólito cargauna reproducción en yeso de la figura de San Judas Tadeo que se encuentra adornada con collares y escapularios.

Foto 2Joven ataviado con un collar y pulseras con los colores verde, amarillo y blanco (colores con que se identifican las vestimentas de San Judas Tadeo), y con una camiseta estampada con su imagen. En una de sus manos carga una reproducción en yeso de la figura del santo y en la otra lleva una veladora de color verde. Nótese el cuidadoso recorte del cabello.(Al fondo se observa a otra mujer cargando también una reproducción del santo).

Foto 3Joven con un una imagen de San Judas Tadeo tatuada en el pecho y con una cadena de la que cuelga un dije con la misma figura del santo.

Fotos tomadas de Internet en la página de la Liga Nacional de San Judas Tadeo http://www.ligasanjudas.org

Imágenes sobre San Judas Tadeo

Imagen de San Judas Tadeo en el altar mayor del Templo de San Hipólito. Tomada de la página en Internet de los Misioneros Claretianos de México: http://www.apostoladocmf.org/galeria/415/M%C3%89XICO+DF.+S.+HIP%C3%93LITO/156

Representación tradicional de la imagen de San Judas Tadeo

Escapularios con la imagen de la Virgen de Guadalupe de un lado y de San Judas Tadeo por el otro

Caricatura de San Judas Tadeo

Imagen que alude a San Judas, semejante a una de las figuras con que se identifican las estaciones del metro.

Montaje fotográfico con la figura de San Judas en un letrero de la estación del metro Hidalgo.

San Judas reggeatonero (o “reggeatoñero”: “ñero”, palabra despectiva para referirse a una persona de clase baja sin preparación o estudios). Nótese el atuendo y los accesorios

que porta el personaje (zapatos tenis marca “Jordan”, la gorra) y la motoneta, además del uso de la “mona”.

“San Judas Yanqui”. Alusión a la fusión de elementos modernos y tradicionales. Nótese el look juvenil del personaje y la motoneta.


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