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Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

Facultad de Filosofía y Educación

Escuela de Psicología

GÉNERO Y FAMILIA EN LA METAMORFOSIS Y EL PROCESO DE

FRANZ KAFKA: MALESTAR, TRANSGRESIÓN Y CASTIGO

Introducción a los estudios de género

Por

Jerson Tralma S.

Equipo docente

Marcela Mandiola Cotroneo

Pablo Salinas Mejías

Nicolás Ríos González

Alejando Varas Alvarado

Viña del mar, 2010

GÉNERO Y FAMILIA EN LA METAMORFOSIS Y EL PROCESO DE

FRANZ KAFKA: MALESTAR, TRANSGRESIÓN Y CASTIGO

Por Jerson Tralma Soto

Resumen: En el presente ensayo se ofrece una lectura de dos

textos del escritor checo Franz Kafka, La Metamorfosis y El

Proceso, intentando acercarse hacia la concepción de género y

familia que manejaba el autor, utilizando para dicha tarea

dos figuras de análisis, la transgresión y el castigo. Todo

esto articulado con la finalidad de comprender que la

literatura kafkiana contiene un profundo malestar social, y

que su principal intencionalidad es la ruptura con los

discursos dominantes de la modernidad, quebrando todo

esencialismo a su paso.

Palabras Claves: género, familia, metamorfosis, proceso,

modernidad, transgresión, vigilancia, castigo, ley, poder

1. Introducción:

La inconformidad kafkiana respecto a la masculinidad y

los roles tradicionales de género es un tema no menor dentro

de la extensa bibliografía que se refiere a este autor y su

literatura, pero donde, en un principio, se trataron de

establecer ciertas relaciones entre género y sexualidad

tomando en consideración aspectos exclusivamente biográficos,

ya sean sus cartas a sus seres queridos o por sus anotaciones

personales registrados en su diario de vida, enfocándose

exclusivamente en las relaciones que sostuvo Kafka con otras

mujeres y con su familia. Incluso se llegó al punto de

etiquetarlo como un ejemplo materializado de lo que nos

presenta la teoría psicoanalítica, debido a su peculiar

conflicto sostenido en contra de su padre y su madre, lo cual

se interpreta que pudo haber movilizado muchos de sus obras

artísticas (ROBERT, 1982, citada en GROSS, 1986). Este tipo

de trabajos podemos clasificarlos dentro de lo que Gross

(1986) denomina análisis “biográficos-psicológicos”. Pero hay

algo vital que un enfoque de este tipo descuida enormemente,

y eso es el profundo malestar social que Kafka materializaba

a través de sus escritos, tensionado por los múltiples

pliegues que llegan a constituir lo que podemos entender como

identidad. Esto es lo que consideran los análisis de tipo

sociopolíticos, donde se relaciona la propia identidad de

género del autor con la identidad del hombre judío, del

hombre alienado, y de la minoría social (LORENZ, 2006). Es en

este último estilo que prefiero enmarcarme, para

específicamente referirme a dos aspectos que considero muy

relevantes dentro de la literatura de Franz Kafka.

Pretendo centrar mi análisis al interior de las

fronteras que circunscriben estas dos importantísimas obras

de Kafka, La Metamorfosis (2002, obra original publicada en

1919) y El Proceso (2002, obra original publicada en 1925),

para articular un análisis que trate de develar las

concepciones de género y familia que subyacen en su discurso,

los cuales, contrario a lo que se puede creer, considero que

transforman revolucionariamente ciertos aspectos ideológicos

relativos a estas temáticas, en lugar de reproducir los

estereotipos y la represión de la época (principios del siglo

XX). A través de estas dos figuras que pretendo analizar,

transgresión, y castigo, busco apuntar que lo que Kafka nos

quiere presentar a través de su literatura es un profundo

malestar, que no es un malestar fundado exclusivamente en su

intimidad, sino que es un malestar que emerge desde lo

social, abierto a la desestructuración del funcionamiento

establecido. Ya lo dijeron así Gilles Deleuze y Félix

Guattari en su libro Kafka, por una literatura menor (1990):

Kafka se propone extraer de las representaciones

sociales los dispositivos de enunciación y los

dispositivos maquínicos; y desmontar estos

dispositivos (…) En las novelas, con mayor razón,

presenta fugas en la representación social en una

forma mucho más eficaz que una “crítica”, y realiza

una desterritorialización del mundo que en sí misma es

política, y no tiene nada que ver con una operación

intimista (p.71)

¿Qué tensiones podemos encontrar en estas dos obras, La

Metamorfosis y El Proceso, que puedan develan el malestar

kafkiano respecto a género y familia? Procederé a detallarlas

a continuación.

2. Transgresión y Castigo en La Metamorfosis

“Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó

convertido en un monstruoso insecto” (Kafka, 2002, p. 1, obra original

publicada en 1919) Fuese cual fuese la razón por la que

Gregorio Samsa despertó convertido en un horroroso insecto,

si es que existiese en verdad un antes de dicha

transformación, podemos visualizar algo bastante interesante

en el análisis etimológico que realiza Corngold (1972, citado

en BREEN, 2001) respecto a esta descripción de insecto

monstruoso que realizó el autor. “Ungeheures Ungeziefer”, la

expresión que utiliza Kafka para referirse a Samsa, connota,

en primer lugar, la presencia de una criatura que no tiene

lugar en la familia, y en segundo lugar, que no es digna

para Dios. Estos elementos son reveladores, en tanto podemos

comprender que Samsa metamorfoseado se presenta entonces como

un atentado a la institución familiar y a la moralidad

religiosa. La constitución cucarachesca del protagonista es

ya una transgresión en sí, y no resulta extraño el horror del

resto de la familia cuando ven a Gregorio en este estado que

reniega del comportamiento permitido:

La madre –que, a pesar de la presencia del gerente,

estaba allí sin arreglar, con el pelo revuelto– miró a

Gregorio, juntando las manos, avanzó luego dos pasos

hacia él, y se desplomó por fin, en medio de sus

faldas desplegadas a su alrededor, con la cabeza caída

sobre su pecho. El padre amenazó con el puño, con

expresión hostil, como si quisiera empujar a Gregorio

hacia el interior de la habitación; se volvió luego,

saliendo con paso inseguro al recibidor y, cubriéndose

los ojos con las manos, rompió a llorar de tal modo,

que el llanto sacudía su robusto pecho (KAFKA, 2002,

p. 8, original publicado en 1919)

Recordemos que nos encontramos a principios del siglo

XX, donde ya estaba operando desde hacía años el

“policiamiento” de la sociedad respecto a lo sexual, proceso

descrito por autores como Foucault o Dozelot (1990, citados

en BURIN, 1998). Dado que la sexualidad está puesta en el

discurso, la familia pasa a ser un ente más que vigila las

relaciones entre los cuerpos, “una de las esferas sociales

desde donde se ejerce el poder- saber sobre la sexualidad”

(BURIN, 1998, p. 88). He aquí el meollo del asunto: Gregorio

Samsa transgredió la norma implícita existente en la familia,

es un desviado, y en ese sentido, dejó de ser funcional no

sólo para la familia misma, sino para una sociedad por

completo. Esta norma implícita de normalidad en cuanto a

género y sexualidad no es solamente un mero capricho de una

sociedad con un discurso acerca de la sexualidad

profundamente reprimido por un ideal judeo-cristiano, sino

que también tiene un fundamento económico y político de

regulación y control de la población. ¿Pero qué podría

indicarnos que Gregorio ha optado por la vía desviada y no

funcional a este sistema?

Como primer indicador de la transgresión a lo

constituido como identidad (de género) normal tenemos el

hecho de que Samsa no está casado, y en tanto el matrimonio,

en su función reproductora, es un pilar de la sociedad

moderna, considero que se trata de una conducta cargada de

rebeldía y disconformidad. Una de las estrategias desplegadas

a partir de dispositivos de poder-saber modernos, es la

“Socialización de las conductas procreadoras: socialización económica

por el sesgo de todas las incitaciones o frenos aportados,

por medidas "sociales" o fiscales, a la fecundidad de las

parejas” (FOUCAULT, 1998) Resulta tan importantísima esta

función reproductora, que no debería resultarnos extraño que

apenas la familia burguesa descubre a Samsa como proyecto

inviable, se gire la esperanza hacia la hermana menor que

aparece ya transformada como una mujer lista y preparada para

entrar a la lógica del matrimonio, en el momento de cierre,

tras la muerte del protagonista. Y nótese que no es necesaria

palabra alguna para entender esta nueva responsabilidad de

género que recae sobre la joven, casi como si se tratara de

una completa obviedad naturalizada.

Mientras charlaban, el señor y la señora Samsa se

dieron cuenta casi a la vez de que su hija, pese a que

con tantas preocupaciones había perdido el color en

los últimos tiempos, se había desarrollado y

convertido en una linda joven llena de vida. Sin

palabras, entendiéndose con la mirada, se dijeron uno

a otro que ya iba siendo hora de encontrarle un buen

marido. (KAFKA, 2002, p. 32, original publicado en

1919)

Y es entonces que llegamos al segundo indicador, que

considero el más potente y significativo, el cual se refiere

a un evento en particular dentro del cuento, al cual Margaret

Soenser Breen (2001) le prestó la debida atención en su

artículo Radclyffe Hall, E. Lynn Harris, and Franz Kafka: Christianity, Queerness,

and the Politics of Normalcy. Estando Samsa refugiado en su cuarto, o

mejor dicho, estando el insecto monstruoso, depravado,

desviado, en su cuarto, en el momento en que su hermana y su

madre buscan despejar la habitación de los muebles, decide

salir a proteger con su cuerpo una estampa recortada de una

revista, donde se muestra a una mujer cubierta de pieles.

Esta imagen estaba puesta bajo un marco dorado, dando a

entender que era de suma importancia para el personaje. Samsa

no decidió proteger sus muebles, o su escritorio, utensilio

ligado a lo laboral, lo productivo, sino que escogió lo

prohibido, lo impúdico. Más allá de las interpretaciones

psicoanalíticas que se puedan hacer, está claro, observando

la reacción escandalizada de la madre y la hermana, que esto

se trata de una transgresión. No es tan sólo que Samsa no

demuestra interés alguno en el matrimonio, sino que su deseo

transita libre de cualquier compromiso con fines

reproductores.

Dentro de este mundo altamente vigilado, la postura

sexual de Gregor no expresa un deseo ni legítimo, ni

apropiado, o santificado; la imagen no es una

fotografía de una prometida o una futura esposa. Su

deseo está enlazado a lo público, lo barato, lo

efímero, hacia la transgresión sexual. Entonces su

familia renuncia a él (BREEN, 2001, p. 302, traducción

mía)

En el instante en que Samsa se levanta con una identidad

y un deseo alternativo a lo permitido, entra en choque con el

aparataje normalizador, con el poder psiquiátrico. Foucault

(1998) habla de esta estrategia de poder en su Historia de la

Sexualidad, bajo el nombre de “psiquiatrización del placer

perverso”, es decir, la medicalización de todas las

sexualidades periféricas. Gregorio, acontecido desviado, se

enfrenta hacia la figura del castigo, y su padre, el nuevo

macho proveedor de la familia, se vuelve su verdugo. Pero al

igual que En La Colonia Penitenciaria de Kafka (obra original

publicada en 1914), la acusación y el juicio no se formalizan

oficialmente, sino que se sienten desde la corporalidad misma

(al igual como Josef K. padecerá la ley). Gregorio primero es

excluido de la familia, encerrado y marginado en la

oscuridad, para finalmente caer muerto como consecuencia de

unas manzanas que le lanzó el padre. Esa es su condena por

haber cuestionado a la familia, la sexualidad y la

masculinidad normalizada.

Pero Gregorio Samsa no es la única víctima, o más bien,

no es el único acusado que está siendo sometido a un proceso

que desconoce. La metamorfosis opera también en Grete, la

hermana. La metamorfosis que experimenta ella se centra en su

rol de género. “Masculinidad es equivalente a independencia y

autonomía; feminidad significa comportamiento de

colaboración, actitud maternal y dependencia” (BRAVERMAN, et.

Al 1970, parafraseado por NICOLSON, 1997). Mientras Gregorio

transitaba hacia la dependencia y la pasividad, Grete se

alzaba hacia la autonomía y el liderazgo, una clara

transgresión al supuesto falogocentrista del comportamiento

sumiso y dependiente de la mujer. En un principio se muestra

como una muchacha tímida y preocupada por su hermano, pero ya

después de la metamorfosis empieza a tomar un papel

protagónico mucho más activo. Cuando la chica está siendo

reconocida por su talento musical frente a unos invitados, y

Gregor, el desviado, los espanta tras aparecer súbitamente en

la habitación, Grete demuestra su absoluto cambio de actitud

al enunciar la condena de su hermano e incentivar al padre a

la ejecución.

- Queridos padres –dijo la hermana, dando, a modo de

introducción, un fuerte puñetazo sobre la mesa–, esto

no puede seguir así. Si vosotros no lo queréis ver, yo

sí. Ante este monstruo, no quiero ni siquiera

pronunciar el nombre de mi hermano; y, por tanto, sólo

diré que hemos de librarnos de él. Hemos hecho todo lo

humanamente posible para cuidarlo y soportarlo, y no

creo que nadie pueda hacernos el menor reproche.

- Tienes toda la razón –dijo el padre. (KAFKA, 2002,

p. 27, original publicado en 1919)

La voz de Grete se volvió una voz válida dentro de la

casa. Logró hacerse de mayor peso gracias a su talento y

gracias a su trabajo. No olvidemos que además ella se vuelve

una agente de control al querer arrebatar las pertenencias de

su hermano, especialmente ese cuadro sucio que guarda en la

pared, como si en el proceso ella se fuera llenando de más

poder a costa de la humillación y el empequeñecimiento de

Gregorio. Sin embargo, lo que Grete jamás pensó fue que la

muerte de su hermano terminaría estableciendo una condena

para ella igualmente: el hecho de que tendría que convertirse

en una esposa pronto, perdiendo de paso la posición activa y

autónoma que había conseguido ocupar. Nunca contempló la

presencia de un techo de cristal que detendría su

crecimiento. Grete y su afán de transgredir los roles

tradicionales de género terminan siendo normalizados desde la

función de vigilancia familiar de una forma similar a la de

su hermano, sólo que menos drástica, pero igualmente visible.

3. Transgresión y Castigo en El proceso

Para analizar el tema de género en El Proceso, y en

consideración de la familia por supuesto, considero necesario

articular un análisis algo distinto al anterior, mucho más

global, y centrado en una interpretación acerca de lo que nos

plantea esta particular visión de la ley y el poder que nos

entrega Kafka, en vez de profundizar en cada uno de los

personajes de la obra. Mi interés está contenido en el tema

primordial de fondo: el proceso judicial en sí. Sin embargo,

de todas formas procederé a referirme brevemente a ciertas

características particulares de algunos personajes que nos

pueden hablar de cierta transgresión, para no perder el hilo

del análisis de la Metamorfosis, pero para profundizar

posteriormente en las dicotomías, comúnmente naturalizadas, y

que están en estricta relación con el tema género, que esta

novela transgrede dentro de su desarrollo.

“Alguien tenía que haber calumniado a Josef K, pues fue

detenido una mañana sin haber hecho nada malo” (Kafka, 2002,

p. 2, obra original publicada en 1925). El protagonista de

esta obra, Josef K, se encontró de improviso sumergido en un

violento embrollo, al despertar una mañana que parecía ser

como cualquier otra. Está siendo procesado, pero desconocemos

por qué precisamente. Sólo podemos intuir que algún extravío

ha cometido, pero sin embargo, no es tan evidente como la

subversión de Gregorio Samsa. No obstante, tenemos algunos

similitudes que nos recuerdan la condena del personaje

anteriormente mencionado. En el Proceso, no hay referencias

favorables al matrimonio. Por ejemplo, Josef está solo y sin

compromiso (aunque tiene una relación con una mujer llamada

Elsa, de la cual no sabemos mucho a lo largo de la obra,

salvo que es camarera), y la señorita Burstner, la vecina,

es una mujer independiente y trabajadora que tampoco está

comprometida (¡transgresora!). Por lo tanto, se estaría

contradiciendo la norma del matrimonio en tanto fecundidad, y

la de dependencia femenina. Pero creo que centrarse en estos

pocos aspectos desmerece la grandiosidad de la obra.

Las dicotomías de lo natural/cultural, lo

irracional/racional, lo público y lo privado, han sido

pilares básicos de la ideología androcéntrica moderna,

identificando siempre lo femenino con el primer par (AGUILAR,

2008), y de esta forma, articulando con fundamentos

esencialistas, unas ciertas políticas y unos ciertos

discursos que han posicionado a un género por sobre otro en

el espacio social. Pues bien, en El Proceso, estas dicotomías

son atacadas insistentemente a lo largo de la trama, lo cual

considero abre nuevas posibilidades y genera rupturas en lo

establecido como lo correcto, lo normal, o lo moral.

“Desterritorializa” (DELEUZE & GUATTARI, 1990), y de esta

forma, genera nuevos sentidos y nuevos significados.

a) Lo Natural / Cultural; Lo Irracional / Lo racional: En El

Proceso, la frontera entre lo natural y lo cultural se

diluye. El hombre no se presenta como antagónico a lo animal,

es más, el sujeto se constituye desde esta animalidad. El

personaje Leni, la enfermera que ayuda al abogado Huld, se

presenta como un híbrido entre lo humano y lo animalesco en

el siguiente párrafo:

––¿Tiene algún defecto corporal?

––¿Un defecto corporal? ––preguntó K.

––Sí ––dijo Leni––, yo tengo un pequeño defecto, mire.

Estiró los dedos corazón e índice de su mano derecha y

una membrana llegaba prácticamente hasta la mitad del dedo más

corto. La oscuridad impidió ver a K lo que quería

mostrarle, así que ella llevó su mano hasta el sitio

indicado para que él lo tocara.

––Qué capricho de la naturaleza––dijo K, y añadió

mientras miraba toda la mano––: Qué garra tan hermosa.

Leni contempló con orgullo cómo K abría y cerraba

asombrado los dos dedos hasta que, finalmente, los

besó ligeramente y los soltó.

––¡Oh! ––exclamó ella en seguida––. ¡Me ha besado!

Ayudándose con las rodillas, trepó por el cuerpo de K

con la boca abierta; K la miró consternado, ahora que

estaba tan cerca notó que despedía un olor amargo y

excitante, como a pimienta; atrajo su cabeza, se

inclinó sobre ella y la mordió y besó en el cuello,

luego mordió su pelo… (KAFKA, 2002, pp. 67-68, obra

original publicada en 1925. Cursivas agregadas por mí)

En las obras de Kafka, la animalidad resulta crucial.

Sin embargo, a diferencia del caso de la Metamorfosis, lo

animalesco no se interpreta aquí como desagradable, K parece

aceptarlo muy bien. La transgresión opera en este caso sin

barrera alguna, ya no se trata de una diferenciación hombre-

mujer, es algo que va más allá, es un asunto inter-especie.

Lorenz (2002) hace un análisis interesante al respecto,

afirmando que Kafka desencializa incluso la pertenencia a una

especie determinada, y que hablar de género, así como de

especie, se vuelve una cosa de posicionamiento, un asunto de

poder, más que un tema de algo natural o intrínseco.

Pero quizás el tema que más llame la atención respecto a

la ruptura de la dicotomía naturaleza/cultura en El proceso,

es el funcionamiento animalesco de la ley. Uno supondría que

la ley se articula fuera de cualquier carácter arbitrario,

azaroso, y que debería ser lo más racional posible, no

dejarse llevar por pasiones o necesidades que acontecen en el

cuerpo. Pero no es así, la ley, los jueces, los abogados, no

se dejan llevar por una objetividad suprema, sino que están

cazando a los acusados, devorándolos, nutriéndose de ellos,

como cualquier depredador del reino animal.

Es cierto que el tribunal se parece a un animal en

acecho. Pero ocurre que este depredador, de

dimensiones monstruosas, ya ha cogido a su víctima. K.

ha sido detenido; y, hemos visto, como uno de los

aspectos inquietantes del acto, es su creciente

publicidad (…) K. no puede eludir esta publicidad.

Tendría que apartarse de su propio cuerpo. Porque la

víctima no sólo ha sido agarrada: desde el primer

momento, ha empezado también a ser incorporada y

absorbida por el tribunal. Desde la escena del

desayuno, alimento todavía exterior, pero destinado al

acusado, el tribunal ha ido privándolo, secretamente,

de su vitalidad, fuerza de voluntad, rapidez, e

incluso, de su masa corporal (CRUZ, 2008)

Es tan grotesco el funcionamiento de la ley, que

termina anulando completamente al acusado, dejándolo en la

más absoluta humillación. Y aquí entramos al terreno del

Castigo, que en este caso, aunque igual de letal que en

contra de Samsa, funcionó de una forma inversa a lo que se

vivió en la Metamorfosis. Aquí es como que la ley hubiese

reconocido su propia animalidad, algo que nunca sucedió

dentro de la familia de Gregorio. Samsa fue castigado por

su comportamiento desviado y animalesco, pero Josef K. es

castigado a volverse él un animal. “¡Como a un perro!” dijo

Josef antes de su muerte. De nada sirvió su racionalidad a

lo largo del libro, sus argumentos lógicos no tuvieron

cabida alguna en un juicio. Su culpabilidad era

incuestionable, y el castigo igual de feroz.

b) Lo público y lo privado: Si en la categoría anterior se

logró establecer que en El proceso no hay una esencia

constitutiva del hombre y su cultura, sino un devenir entre

lo animalesco, lo humano, lo racional y lo irracional, nos

centraremos ahora en el atentado directo que se realiza en

contra de la dicotomía público-privado dentro de la novela,

entendiendo que el carácter público se adscribe habitualmente

a la masculinidad, y lo privado se sitúa en lo femenino, en

las labores del hogar, el cuidado de los hijos, etc.

En el proceso no hay privacidad alguna. Así de simple, y

en ese sentido, no hay un espacio reservado exclusivamente a

lo familiar. Todos los cuerpos pertenecen al Tribunal, todo

el espacio social está bajo su vigilancia y su control.

Veámoslo a través del siguiente ejemplo, cuando Josef K. va a

comparecer al tribunal de instrucción:

La verdadera búsqueda comenzó en el primer piso. Como

no podía preguntar sobre la comisión investigadora, se

inventó a un carpintero apellidado Lanz ––el nombre se

le ocurrió porque el capitán, sobrino de la señora

Grubach, se apellidaba así––, y quería preguntar en

todas las viviendas si allí vivía el carpintero Lanz,

así tendría la oportunidad de ver las distintas

habitaciones. Pero resultó que la mayoría de las veces

era superfluo, pues casi todas las puertas estaban

abiertas y los niños salían y entraban. Por regla

general eran habitaciones con una sola ventana, en las

que también se cocinaba. Algunas mujeres sostenían niños de

pecho en uno de sus brazos y trabajaban en el fogón con el brazo libre.

Muchachas adolescentes, aparentemente vestidas sólo con un delantal,

iban de un lado a otro con gran diligencia. En todas las

habitaciones las camas permanecían ocupadas, yacían

enfermos, personas durmiendo o estirándose. (KAFKA,

2002, p. 26, obra original publicada en 1925. Cursivas

agregadas por mí)

Incluso cuando Josef K. va a ver al pintor Titorelli, y

un montón de niñas aparentemente abandonadas molestan a K al

llegar, después el pintor afirma tajantemente que “también

las niñas pertenecen al tribunal. Todo pertenece al

tribunal”. ¿Todo? ¡Absolutamente todo! El espacio privado

está sumamente entrelazado con lo público, por lo que se

sobreentiende que todos los cuerpos están siendo interpelados

directamente por este aparataje omnipresente y regulador de

una forma continua. Asimismo, retornamos a uno de los puntos

expuestos anteriormente, acerca de las estrategias y el

policiamiento de la modernidad. Pareciera ser que en el

funcionamiento de la ley representada en El proceso se delata

este control de la sexualidad del que nos hablaba Foucault

(1998). No es que la sexualidad está reprimida, está puesta

en el discurso, hay producción de sexualidad.

En el fondo de la sala, mientras K pronuncia su

controversial discurso frente al Juez de Instrucción, un

estudiante gime insistentemente mientras está “apretándose”

con la lavandera, en una actitud claramente sexual. Aparece

tachado en el manuscrito de Kafka lo siguiente:

K quiso ir hacia allí en seguida para restablecer el

orden y poner fin a aquel comportamiento

desvergonzado. El juez instructor se mostraba incapaz

de hacerlo, ni siquiera miraba hacia allí, se limitaba

a esperar para ver la reacción de K. Pero éste no pudo

bajar de la tarima, había demasiada gente que se lo

impedía. (KAFKA, 2002, obra original publicada en

1925. p. 33)

Para la justicia, aquel era un acto legítimo y

apropiado, el único transgresor, el desadaptado, el desviado,

era Josef K. Pero lo irónico es que K. nunca cayó en cuenta

de esta transgresión. Para la ley era necesaria esta actitud

sexualizada, procreadora, heterosexual, asimismo como era

legítimo que madres y dueñas de casa estuviesen viviendo y

criando hijos en el mismo lugar donde estaba el Juez de

Instrucción trabajando. Se estaban formando futuros

funcionarios del sistema. La ley estaba perpetuando su poder

en todos los ámbitos, incluido lo familiar. Y aunque la

dicotomía público-privado se difumina, los cuerpos siguen

trabajando ocupando roles de género tradicionales, de la

misma forma como el campesino aguardaba entrar hacia donde se

encontraba la ley, en la Parábola Ante la Ley que está dentro

de El Proceso, como esperando que de verdad hubiese algo

tangible adentro, algún fundamento, alguna esencia, a pesar

de que hay pura forma, y nada de contenido.

A final de cuentas, la transgresión no se ve contenida

en sí en algunos de los personajes, como sí pasaba en La

metamorfosis. La verdadera transgresión está en la forma en

que Kafka construyó un relato acerca del funcionamiento de la

ley, y del poder, que se acerca mucho a una visión

postmoderna. Y, en ese sentido, así como lo hizo Butler

(2007) al recoger una interpretación que hizo Derrida acerca

de la parábola Ante la ley, con esta figura de la

“anticipación”, y acercarla hacia la visión de la

performatividad del género, podemos especular que el género

en Kafka, desde el Proceso, no tiene ningún fundamente

ontológico, ni siquiera es algo dado a priori (pues es asunto

de posicionamiento), y que la ley, y el poder finalmente, ni

siquiera tiene un fundamente racional, sino que es un puro

devenir animalesco que busca satisfacer las necesidades del

sistema, para perpetuarlo, para sobrevivir. Lo único que se

busca con mantener los roles de género intactos, es preservar

un sistema que sea funcional para sus intereses propios de

preservación. Y el castigo ante la disfuncionalidad, ante la

alternativa, la anormalidad, es el progresivo

empequeñecimiento vital del culpable hasta llegar a la muerte

4. Discusiones finales

A partir del análisis realizado, y a través de las

figuras de la transgresión y el castigo, hemos podido tener

un acercamiento hacia la peculiar concepción de género y de

familia que se puede levantar desde estas dos obras de Kafka,

La Metamorfosis y El proceso, y de esta forma, caracterizar

el malestar kafkiano en contra de lo establecido como lo

normal, lo moral y lo viable. Desde La Metamorfosis, tenemos

la historia de un sujeto que, encontrándose expuesto a la

sociedad como un horrendo insecto debido a su identidad y su

sexualidad que no estaba en sincronía con la funcionalidad

reproductora del sistema, pasó a ser censurado, ridiculizado

y eliminado por su propia familia. En ese sentido, la familia

pasaría a ser retratada como un ente de vigilancia y control

policial al servicio de la multiplicidad de poderes/saberes

dominantes. Asimismo, tenemos a la hermana que logra situarse

desde una posición de poder y liderazgo a costa del

empequeñecimiento de su hermano, pero que posteriormente pasó

a ser restringida a una labor de futura esposa por sus

padres, demostrando que el sistema patriarcal no podía ser

violado de forma alguna. Y en el caso de El Proceso, nos

encontramos con un sistema voraz y animalesco que funciona a

modo de panóptico, y que borra cualquier vestigio y

posibilidad de contenido esencial y racional, lo único que

busca es su satisfacción, por lo cual su interés en las

relaciones de poder establecidas entre hombre y mujer le eran

ajenos, sólo quería que hubiese, mediante ellas, plena

funcionalidad y preservación de su existencia, pero nada más

que eso. Es decir, una opción de género pasaría a estar

subyugada por sobre otra por un mero capricho que no tenía

nada que ver con un fundamento último y centrado en algo

interno. El género y la familia son en realidad pura forma

al servicio de un sistema.

La Metamorfosis y El Proceso son fuentes inagotables de

teorizaciones de lo más diversas. Y considero que este

análisis es sólo un paso para tener una visión general de la

concepción de género y familia que posee el autor. Quizás

muchos detalles más se pueden encontrar en otros textos de

Kafka, considerando la gran cantidad de cuentos que realizó,

o también agregando El Castillo, la otra gran novela que

lamentablemente Kafka no pudo finalizar. ¿Valdría la pena

todo ese esfuerzo?. Por supuesto que sí, especialmente

considerando que podríamos no haber dado el suficiente peso a

este gran antecedente a las teorías contemporáneas y

postmodernas que se han erigido en torno al género. Queda

aún mucho por escarbar al respecto, y queda vigente el

compromiso para dedicarse a ello.

5. Referencias:

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Harding. Eidos, N°8, 2008. Pp. 222-232.

BREEN, M. (2001) Radclyffe Hall, E. Lynn Harris, and Franz

Kafka: Christianity, Queerness, and the Politics of Normalcy.

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BURIN, M. (1998) La familia: sexualidades permitidas y

prohibidas. En BURIN, M. y MELER, I. (1998) Género y

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subjetividad (pp. 87-98) Buenos Aires: Paidós.

BUTLER, J (2007) El género en disputa. Barcelona: Ediciones Paidós

Ibérica

CRUZ, L. (2008) Aturdimiento, ropaje y secreto en ‘El

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saber. (GUIÑAZÚ, U. trad.) México D.F.: Siglo veintiuno

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