esparza, michel - una vision cristiana de la autoestima

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UNA VISIN CRISTIANA DE LA AUTOESTIMAMichel Esparza (Adaptacin informtica Drake)NDICE PRIMERA PARTE: LOS PROBLEMAS DEL YO 1) EL SER HUMANO EN BUSCA DE SU DIGNIDAD Origen remoto de la soberbia El orgullo es competitivo y cegador Orgullo incluso en la vida cristiana En la vida de cada uno Tres estadios en la vida 2) PERSONALIDAD Y AFECTIVIDAD: INDEPENDENCIA Y DEPENDENCIA La generosidad de dar y la humildad de recibir Conjugar dependencia e independencia Libertad interior y humildad Afecto y desprendimiento Las energas del corazn Sensibles y fuertes 3) AUTOESTIMA HUMILDE U ORGULLOSA Diversos enfoques de la autoestima Dos posibles actitudes ante uno mismo El orgullo pone en peligro la salud psquica 4) LA HUMILDAD SE RIGE POR LA VERDAD La humildad evita la arrogancia y el autorrechazo El olvido de uno mismo y los autoengaos La verdadera humildad y libertad del cristiano SEGUNDA PARTE: POSIBLE SOLUCIN 1) QUERER, SABER Y PODER Ir al fondo de los problemas Una gracia que dignifica y sana Los problemas de perseverancia

2) SLO EL AMOR DE DIOS OFRECE SOLUCIONES ESTABLES Toda una vida buscando lo que ya se tiene Qu difcil es enfrentarse a la verdad sobre uno mismo! El hijo mayor de la parbola 3) DIVERSAS MANIFESTACIONES DEL AMOR DE DIOS Filiacin divina Amistad recproca con Cristo Valemos toda la sangre de Cristo 4) EL AMOR MISERICORDIOSO Qu significa ser misericordioso? Cristo revela la misericordia del Padre Se puede estar orgulloso de la propia flaqueza? Dos condiciones: amor recproco y buena voluntad Vida de infancia espiritual Estupendas perspectivas de futuro EPLOGO

INTRODUCCIN Las intuiciones aqu recogidas son ante todo fruto de la experiencia. Estudio y reflexin fueron posteriores. Esta experiencia es propia y ajena, ya que conversaciones con todo tipo de personas durante los ltimos diez aos me han ayudado a matizar las intuiciones originales. Este libro se dirige ante todo a cristianos corrientes que, a pesar de sus limitaciones, se afanan da tras da por mejorar la calidad de su amor. Tambin podran ser tiles para personas menos familiarizadas con la vida cristiana. A quin no le interesa conocer algo capaz de proporcionarle una paz interior estable, una autoestima sin engaos y una mejora notable de su capacidad de amar? Mucho ms si, viviendo inmerso en un mundo estresante en el que reina el Prozac y otros psicofrmacos, se da cuenta de que ya es hora de buscar una solucin alternativa. Pienso que la mejor publicidad para la vida cristiana consiste en mostrar que es capaz de colmar los anhelos ms profundos de todo corazn humano. Al escribir estas lneas pienso de modo especial en personas que se desaniman fcilmente cuando constatan sus fallos, ya sea en su vida cristiana, como en cualquier otro mbito. Observo que suelen ser personas de buen corazn, con cierta tendencia al perfeccionismo y, por tanto, permanentemente insatisfechas o, al menos, nunca satisfechas del todo. Viven como a disgusto consigo mismas porque no saben ser indulgentes con sus errores. Incluso sus xitos no logran compensar la negativa opinin que tienen de s mismas. Convierten casi todo

lo que hacen en una obligacin y dejan poco margen para disfrutar. Saben sufrir pero no saben ser felices con lo que tienen: siempre ponen condiciones de futuro a su felicidad. Quisiera hacer ver a esas personas que, en la vida cristiana al menos, sus imperfecciones y fracasos, lejos de ser causa de agobio o de desaliento, podran convertirse en motivo de agradecimiento. Quisiera que comprendan lo contradictorio que es que uno se sepa realmente hijo de Dios y no viva en paz consigo mismo. A veces, cuando explico a esas personas que la vida cristiana bien entendida, ya que a veces tienen de ella una imagen algo deformada puede ayudarles a asumir sus imperfecciones, aportando as una buena solucin a sus problemas de inseguridad, me piden que les aconseje algn libro para profundizar en esas ideas. No s bien qu aconsejarles, pues los libros que conozco oscilan entre simples manuales de autoayuda y libros ms profundos pero en los que esta temtica se toca slo de modo colateral (pienso por ejemplo en la autobiografa de Santa Teresa de Lisieux). sa es una de las razones por las que me he decidido a escribir estas lneas. Como ya se indica en el ttulo de este libro La autoestima del cristiano, nos manejamos entre dos mbitos: uno psicolgico o antropolgico y otro ms espiritual. En la primera parte, se abordan principalmente cuestiones de tipo antropolgico, como la importancia de cultivar una actitud positiva hacia uno mismo sin alejarse de la verdad, la afectividad y el desarrollo de la personalidad. El anlisis de los problemas derivados del orgullo nos permitir ilustrar la importancia que tiene la virtud de la humildad. La segunda parte del libro se centra ms en la espiritualidad cristiana como medio de solucionar de modo estable los problemas del yo. Veremos que el Amor que Dios nos ha manifestado en Cristo es una premisa necesaria de cara al desarrollo de una actitud ideal hacia uno mismo. Empleo a propsito el trmino autoestima porque, hoy por hoy, resulta ms comprensible para el hombre de la calle. En su lugar, el mundo clsico se refera quiz a algo ms profundo, como es la virtud de la magnanimidad. Bajo el nombre de magnnimo, Aristteles recogi el resultado de la vida virtuosa, esto es, el modo de ser del hombre cabal que logra hacer propias las virtudes de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza[1]. Mientras el trmino humildad hace pensar de modo inmediato en la virtud de no exagerar las propias cualidades, el trmino autoestima hace resaltar la actitud positiva hacia uno mismo. Al leer estas pginas, algunos se sentirn como retratados y otros pensarn que nada tiene que ver con ellos. Hay en todo ello, sin embargo, un fondo que, en diferente medida, puede ser til para todos, puesto que nadie est exento de los problemas del yo. Hay un vicio escribe Lewis a propsito del orgullo del que ningn hombre del mundo est libre, que todos los hombres detestan cuando lo ven en los dems y del que apenas nadie, salvo los cristianos, imagina ser culpable. He odo a muchos admitir que tienen mal carcter, o que no pueden abstenerse de mujeres, o de la bebida, o incluso que son cobardes. No creo haber odo a nadie que no fuera cristiano acusarse de este otro vicio[2]. En mayor o menor grado, todos tenemos que aprender a conciliar nuestra miseria con nuestra grandeza por ser hijos de Dios. Se trata de compaginar dos aspectos: humildad y autoestima. La humildad cristiana, bien entendida, los compagina. La humildad, afirma San Josemara Escriv, es la virtud que nos ayuda a conocer, simultneamente, nuestra miseria y nuestra grandeza[3]. Con eso, todo est ya dicho. Se trata, sin duda, de una valiosa intuicin. De

todos modos, es preciso desglosar su significado. Esa afirmacin necesita una aclaracin porque, a primera vista, conciliar miseria y grandeza parece algo contradictorio. Habra que explicar por qu humildad es dignidad. Espero que estas pginas ayuden al lector a asimilar esa aparente contradiccin: a entender y a vivir el gozo de sentirse a la vez miserable pero inmensamente querido por Dios. Pienso que conocer, simultneamente, nuestra miseria y nuestra grandeza es la clave para vivir la humildad cristiana, una de las virtudes ms difciles e importantes. Desarrollar y consolidar una buena relacin con uno mismo no es tarea fcil. Pero vale la pena intentarlo porque su importancia es decisiva de cara a la felicidad que puede procurar el amor. En efecto, la experiencia muestra que de esa sana autoestima depende nuestra paz interior y la calidad de nuestras relaciones con los dems. Ya el viejo Aristteles deca que para ser buen amigo de los dems, es preciso ser primero buen amigo de uno mismo. Hay personas a quienes les puede resultar extrao que se hable de la importancia de que nos amemos a nosotros mismos, como si de algn tipo de egosmo se tratase, algo en todo caso incompatible con la idea que tienen de la virtud de la humildad. Sin embargo, la experiencia muestra que este recto amor a uno mismo y el amor propio egosta son inversamente proporcionales. Como veremos, el individuo egosta, en el fondo, ms que amarse demasiado a s mismo, se ama poco o se ama mal. El individuo humilde, en cambio, tiene paciencia y comprensin con sus propias limitaciones, lo cual le lleva a tener la misma actitud comprensiva hacia las limitaciones ajenas. La relacin equilibrada que mantiene el magnnimo consigo mismo le confiere cierto seoro sobre las metas que acomete. No necesita lograr el xito a cualquier precio, pero mantiene siempre despierta la disposicin a seguir mejorando. Existe una estrecha relacin entre ser amado, amarse a s mismo y amar a los dems. Por una parte, necesitamos ser amados para poder amarnos a nosotros mismos. Ver que alguien nos ama, favorece nuestra autoestima. Por otra parte, existe una relacin entre la actitud hacia nosotros mismos y la calidad de nuestro amor a los dems. Para vivir en paz con los dems, es preciso que vivamos primero en paz con nosotros mismos. Nada nos separa tanto de los dems como nuestra propia insatisfaccin. Es lgico que una actitud conflictiva hacia uno mismo dificulte el buen entendimiento con los dems. En primer lugar, porque es difcil que quien est absorbido por sus propias preocupaciones preste atencin a las preocupaciones ajenas. En segundo lugar, porque quien est a disgusto consigo mismo se suele volver susceptible con los dems. No es fcil soportar a los dems en momentos en los que uno ni siquiera se soporta a s mismo. La experiencia muestra que con frecuencia los mayores criticones son aquellos que han desarrollado una actitud hostil hacia s mismos. Nada me ayuda tanto a valorarme como experimentar un amor incondicional. Si no, cmo podra yo amarme a m mismo sabiendo que tengo tantos defectos? Quiz por eso anhelo ser amado de modo incondicional. Y es que los complejos, tanto de inferioridad como de superioridad, deterioran mi paz interior y mis relaciones con los dems, y slo desaparecen en la medida en que amo a alguien que me ama tal como soy. Pero podra yo recibir de una criatura un amor estable e incondicional? No es acaso Dios el nico capaz de amarme de ese modo? Sin duda, el amor humano es ms tangible, pero de una calidad muy inferior a la del amor divino. En el amor de una buena madre, por ejemplo, encuentro destellos de ese amor

divino. Pero mi madre no puede estar toda mi vida a mi lado, ni es capaz de mostrarse siempre benvola hacia cada uno de mis defectos. El amor de mis padres o de buenos amigos me ayuda a asegurar mis primeros pasos en la vida, pero la experiencia me muestra que ese amor, a la larga, resulta insuficiente. En definitiva, puesto que no somos capaces de amar de modo plenamente estable e incondicional, concluiremos que el desarrollo de nuestra capacidad afectiva depende, en ltima instancia y de modo decisivo, del descubrimiento del amor de Dios. Para poder amarnos a nosotros mismos tal como somos, sin ningn tipo de engao fraudulento, necesitamos descubrir las ventajas que tiene nuestra propia flaqueza de cara a un Amante misericordioso. Ningn progreso espiritual es posible sin la ayuda de la gracia divina. Juan Pablo II, en su Carta apostlica al comienzo del tercer milenio, recuerda este principio esencial de la visin cristiana de la vida: la primaca de la gracia[4]. Todo es gracia, pero comprender y vivir el humilde orgullo de los hijos de Dios lo es, por as decir, todava ms. Y es que la humildad cristiana supone un cambio de mentalidad tan profundo y radical, que slo es posible como consecuencia de una estrecha colaboracin entre la gracia de Dios y la libertad del interesado. Se trata de una progresiva y misteriosa transformacin interior, al calor de la gracia y, a veces, en medio de circunstancias vitales particularmente dolorosas, que hacen que el alma est especialmente receptiva a las mociones divinas. Como para todo en esta vida, para poder avanzar en este progresivo abandono de la propia estima en las manos de Dios, hace falta querer, saber y poder: buena voluntad, formacin y capacitacin. La ayuda divina facilita las tres cosas: fortalece nuestra voluntad, ilumina nuestro entendimiento y cura nuestra incapacidad. Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, escribe San Pablo[5]. Pero Dios, que tanto respeta nuestra libertad, quiere siempre contar con nuestra colaboracin: con nuestro empeo por mejorar y por aprender a ser humildes. Si me he decidido a poner por escrito estas intuiciones, es porque espero que faciliten la insustituible accin de la gracia de Dios en el alma de cada uno de los lectores. Para que este libro resulte asequible a todo tipo de personas, he incluido ancdotas y pasajes procedentes de novelas o de autores especialmente amenos como Clives Staples Lewis. El autor ms citado ser Juan Pablo II. Por lo dems, los santos que ms saldrn a colacin sern Teresa de Lisieux (proclamada Doctora de la Iglesia en 1997) y Josemara Escriv de Balaguer (proclamado santo en 2002), en razn de una deuda de gratitud que tengo hacia ambos. Logroo, 7 de febrero de 2006

PRIMERA PARTE: LOS PROBLEMAS DEL YO

1) El ser humano en busca de su dignidad El orgullo es un problema universal que no se resuelve mientras cada uno de nosotros no reconozca que est personalmente implicado en el asunto. Si alguien quiere adquirir la

humildad afirma Lewis, creo que puedo decirle cul es el primer paso. El primer paso es darse cuenta de que uno es orgulloso. Y este paso no es pequeo. Al menos, no se puede hacer nada antes de darlo. Si pensis que no sois vanidosos, es que sois vanidosos de verdad[6]. El problema ms fundamental en el hombre consiste en no saber asumir sus carencias. Ante la propia limitacin caben tres actitudes posibles: a) no aceptarla y hacerse creer que no existe o que se podr resolver con mero esfuerzo (optimismo ingenuo o soberbia clsica), b) exagerar la propia flaqueza y caer en una especie de complejo de inferioridad (pesimismo radical o falsa modestia) c) y, por ltimo, reconocer la propia limitacin y buscar pacficamente los medios para solucionarla (humildad). Las dos primeras actitudes se derivan del orgullo y se alejan de la verdad. La humildad, en cambio, es la nica actitud realista y verdadera. Vale la pena afrontar los problemas del yo, porque son la fuente de muchos quebraderos de cabeza. Casi todos los disgustos provienen de buscar una complacencia para el propio yo. Y la soberbia no genera slo falta de paz interior, sino que enturbia tambin las relaciones con los dems. Los cristianos tienen razn: es el orgullo el mayor causante de la desgracia en todos los pases y en todas las familias desde el principio del mundo. Otros vicios pueden a veces acercar a las personas: es posible encontrar camaradera y buen talante entre borrachos o entre personas que no son castas. Pero el orgullo siempre significa enemistad: es la enemistad. Y no slo la enemistad entre hombre y hombre, sino tambin la enemistad entre el hombre y Dios[7]. Por desgracia, las consecuencias de la soberbia son patentes y, a veces, graves. En un relato sobre horribles situaciones en frica, en el que se sacan a colacin las terribles matanzas entre miembros de distintas tribus de Ruanda, pregunta un nio: Y por qu se odian tanto?. A lo que una persona mayor responde: Muy buena pregunta, y te aseguro que si alguien conociera la respuesta, tendra la respuesta a todas las preguntas. Quiz se odian porque siendo iguales se empean en querer ser diferentes[8].

De dnde proviene tanta miseria? El origen de la soberbia es remoto. Viene de muy lejos, tanto en la historia de la humanidad, como en la vida de cada uno de nosotros. Es un problema con el que nacemos todos y que se puede agravar desde nuestra tierna infancia.

Origen remoto de la soberbia Segn la Revelacin cristiana, la soberbia est presente desde los albores de la historia de la humanidad. Si Dios no nos lo hubiese revelado, lo podramos intuir racionalmente. Es como un rompecabezas en el que falta un dato y, cuando te lo dan, todo cuadra. En esta lnea, autores como Santo Toms de Aquino y Newman afirman que se puede mostrar que los defectos que

constatamos actualmente en nuestra naturaleza tienen que provenir de un pecado al principio[9]. El hecho es que, a causa del pecado original, el hombre qued separado de Dios. En vez de dejarse engrandecer por su Creador, prefiri independizarse y buscar su propia excelencia. Como criatura, el hombre es necesariamente un ser limitado, pero es la nica criatura que Dios ha amado por s misma[10], y fue creado a imagen y semejanza de Dios[11], con un alma inmortal capaz de recibir los dones divinos. La estructura de la persona humana puede ser comparada con un edificio en cuya terraza se podra seguir construyendo hasta el cielo: hasta Dios. Como simple ser humano, el hombre no vale gran cosa, pero Dios le destin a ser libremente enaltecido por medio de un don que le diviniza: el don de la filiacin divina. Si el hombre emplea bien su libertad y acepta la oferta divina, recibe la mayor dignidad que se pueda concebir: la dignidad de los hijos de Dios. Desgraciadamente, nuestros primeros antecesores rechazaron la propuesta divina. Desde ese desgarrn original, el hombre anda como loco buscando su dignidad perdida. Lo que dio lugar al primer pecado de la historia, la lcida soberbia, se ha instalado en nuestra naturaleza. Y todos los pecados posteriores no han hecho ms que agravar la situacin. Uno dira que las heridas del pecado terminan anclndose en los genes, en los hbitos y en las neuronas... Cunto dolor trae consigo el pecado! No hay ni un solo pecado que no acarree sufrimiento, propio o ajeno. El estado en el que ha quedado la humanidad como consecuencia del pecado es realmente penoso. No nos damos cuenta porque estamos acostumbrados a ello. Pero si pudisemos visitar un planeta en el que tambin hubieran sido puestos los hombres y en el que no hubiera habido pecado, el gran contraste que apreciaramos nos abrira los ojos. All, todos se pareceran a la Virgen Mara. Y, al volver a esta tierra, suplicaramos con vehemencia a Dios que nos enviase un Redentor. Afortunadamente, eso ya ha sucedido. Hace veinte siglos, en la plenitud de los tiempos, Dios se compadeci de nuestra miseria y su Hijo se hizo hombre para redimirnos. La redencin operada por Cristo nos ha obtenido una gracia capaz de curar las secuelas del pecado y de devolvernos la dignidad de hijos de Dios. La salvacin que nos brinda Jesucristo supone, pues, la mejor medicina para nuestra miseria y la posibilidad de recuperar la dignidad original. Pienso que los cristianos no se detienen lo suficiente a meditar esta maravillosa promesa de Cristo. El Hijo Unignito de Dios ensea Santo Toms de Aquino, queriendo hacernos partcipes de su divinidad, asumi nuestra naturaleza, para que, habindose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres[12]. Nos quiere divinizar! Si no nos asombramos ms ante esta maravilla, es quiz porque no lo tomamos en sentido realista. Hablando de esas promesas, escriba San Pedro que el Verbo se encarn para hacernos partcipes de la naturaleza divina[13]. Uno de los Padres de la Iglesia que ms claro lo afirma es San Atanasio: Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios[14]. No entendemos cmo es posible endiosar a un hombre, pero si Dios se hizo verdadero hombre sin dejar de ser Dios, bien puede suceder lo contrario. Aqu est la clave para solucionar todos los problemas que aparecern a lo largo de estas pginas. No es lgico que quien sea consciente de su filiacin divina en Cristo, se siga

preocupando por su propia dignidad. Entre los defectos de un ser creado a imagen de Dios y llamado a una divinizacin progresiva, no hay ninguno peor que ste: la negacin de su propia dignidad[15]. Dios resiste a los soberbios, y da su gracia a los humildes, escriba el Apstol Santiago[16]. Puesto que Dios siempre respeta nuestra libertad, la accin de su gracia redentora no es automtica. Para que surta efecto, tenemos que desandar progresivamente el camino recorrido, abdicando de nuestra autosuficiencia, muriendo a nosotros mismos para poder vivir en l. Ya en el Bautismo morimos a nosotros mismos y resucitamos con Cristo a una vida nueva. Pero no basta con el Bautismo: ese germen de vida sobrenatural tiene que desarrollarse con nuestra colaboracin. Cristo espera que participemos activamente, con humildad y empeo, en la transformacin interior que su gracia opera en cada uno de nosotros. Como afirma Juan Pablo II, el cristiano debe, por decirlo as, entrar en l con todo su ser, debe "apropiarse" y asimilar toda la realidad de la Encarnacin y de la Redencin para encontrarse a s mismo[17]. Sin una progresiva y sincera conversin interior, no se curan en el cristiano las huellas del pecado. Cristo debe entrar en su yo para liberarlo del egosmo y del orgullo[18]. El orgullo est profundamente anclado en el corazn humano. Por tanto, para compensar esa realidad, es preciso que, de modo progresivo, la conciencia de nuestra filiacin divina hunda sus races en lo ms profundo de nuestro ser. Como iremos viendo a lo largo de estas pginas, la herida del orgullo es la fuente de casi todas nuestras desgracias, y el hondo sentido de nuestra filiacin divina en Cristo es el antdoto ideal.

El orgullo es competitivo y cegador Si el hombre desconoce o, por autosuficiencia, rechaza la dignidad de hijo de Dios que le brinda Cristo, queda atrapado en las redes de su orgullo. Y lo peor que tiene el orgullo es que es insaciable y competitivo. El orgullo de cada persona escribe Lewis est en competencia con el orgullo de todos los dems. Es porque yo querra ser el alma de la fiesta por lo que me molest tanto que alguien ms lo fuera. Dos de la misma especie nunca estn de acuerdo. Lo que es necesario aclarar es que el orgullo es esencialmente competitivo es competitivo por su naturaleza misma, mientras que los dems vicios son competitivos slo, por as decirlo, por accidente. El orgullo no deriva del placer de poseer algo, sino slo de poseer algo ms de eso que el vecino. Decimos que la gente est orgullosa de ser rica, o inteligente, o guapa, pero no es as. Cada uno est orgulloso de ser ms rico, ms inteligente o ms guapo que los dems. Si todos los dems se hicieran igualmente ricos, o inteligentes o guapos, no habra nada de lo que estar orgulloso. Es la comparacin lo que nos vuelve orgullosos: el placer de estar por encima de los dems. Una vez que el elemento de competicin ha desaparecido, el orgullo desaparece. Por eso digo que el orgullo es esencialmente competitivo de un modo en que los dems vicios no lo son. El impulso sexual puede empujar a dos hombres a competir si ambos desean a la misma mujer. Pero un hombre orgulloso os quitar la mujer, no porque la desee, sino para demostrarse a s mismo que es mejor que vosotros. La codicia puede empujar a dos hombres a competir si no hay bastante de lo que sea para los dos, pero el hombre orgulloso, incluso cuando ya tiene ms de lo que necesita, intentar obtener an ms para afirmar su poder. Casi todos los males del mundo

que la gente atribuye a la codicia o al egosmo son, en mucha mayor medida, el resultado del orgullo[19]. La soberbia, por ser esencialmente competitiva e insaciable, engendra envidia e insatisfaccin. Si no se corrige a tiempo, la envidia genera todo tipo de tensiones. Lo vemos con frecuencia en la sociedad actual, donde no se trata de ser competente, sino de ser competitivo. No basta con ser rico: tengo que serlo ms que mi cuado. Lo importante no es escribir un buen libro, lo importante es que se venda ms que el anterior. Tengo prestigio, s, pero todava no el suficiente. Mi carrera profesional es bastante brillante, pero an me falta mucho para llegar a la cima[20]. Conoc a una persona que nunca consegua calmar su insatisfaccin profesional. Llevaba ya cursadas seis carreras universitarias. En cuanto consegua un puesto laboral, por el que haba luchado durante aos, lo abandonaba para aspirar a otro. Los peligros de la soberbia no slo se derivan de ser esencialmente competitiva, sino tambin de ser cegadora. La soberbia pone gafas que distorsionan la realidad, de modo que, si falta autocrtica, uno ni siquiera se percata de ello. Es como un virus que se introduce en lo ms recndito y que no suele ser combatido porque el interesado no es consciente de estar infectado. Y es que la soberbia tiende a presentarse de forma ms retorcida que otros vicios. Se cuela observa un agudo pensador por los resquicios ms sorprendentes de la vida del hombre, bajo apariencias sumamente diversas. La soberbia sabe que si ensea la cara, su aspecto es repulsivo, y por eso una de las estrategias ms habituales es esconderse, ocultar su rostro, disfrazarse. Se mete de tapadillo dentro de otra actitud aparentemente positiva, que siempre queda contaminada[21]. La soberbia se puede disfrazar de lo ms noble: de sabidura, de coherencia con uno mismo, de apasionado afn de hacer justicia, de afn de defender la verdad, de espritu de servicio, de generosidad... Cualquier anhelo humano puede estar viciado por el yo. La soberbia introduce un elemento de falsedad tanto en la percepcin de uno mismo, como en la percepcin de los dems y de Dios. Siendo a la vez cegadora y competitiva, la soberbia lleva a ver a los dems como potenciales rivales que ponen en peligro la propia excelencia. Se les proyecta as el propio afn de querer ser el mejor. Los dems se convierten en contrincantes o, lo que es peor, aparecen como tirnicos dominadores que amenazan con subyugar la propia independencia. Ese mecanismo de autoproyeccin es especialmente nefasto de cara a Dios. El hombre orgulloso prefiere jugar el papel de rey, aunque slo sea en el reino de su propia miseria. Se vuelve competitivo y desconfiado incluso de cara a su Creador. Cae as en una especie de megalomana, creyndose capaz de igualar a Dios. De este modo, aunque con menor lucidez, sucumbe ante la misma tentacin que nuestros primeros padres. Desde el momento en que tenemos un ego explica Lewis, existe la posibilidad de poner a ese ego por encima de todo de querer ser el centro de querer, de hecho, ser Dios. Ese fue el pecado de Satn: y ese fue el pecado que l ense a la raza humana. [...] Lo que Satn puso en la cabeza de nuestros antepasados remotos fue la idea de que podan "ser como dioses", que podan desenvolverse por s solos como si se hubieran creado a s mismos, ser sus propios amos, inventar una especie de felicidad para s mismos fuera de Dios, aparte de Dios. Y de ese desesperado intento ha salido casi todo lo que llamamos historia humana el dinero, la pobreza, la

ambicin, la guerra, la prostitucin, las clases, los imperios, la esclavitud, la larga y terrible historia del hombre intentando encontrar otra cosa fuera de Dios que lo haga feliz[22]. A la larga, en efecto, el orgullo siempre resulta ser el peor de los vicios y la humildad la ms importante de las virtudes morales. Piensa el ladrn que todos son de su condicin. Desgraciadamente es bastante comn proyectar sobre los dems la propia miseria. Si la criatura proyecta sobre Dios su propia soberbia, es posible que, como al principio de la historia, se rebele contra su Creador. ste quiere ser ante todo un padre amantsimo, pero la criatura le convierte en una especie de dspota celoso por custodiar su supremaca. Segn Juan Pablo II, este mecanismo explica el origen del atesmo, como reaccin del hombre que huye ante la imagen falsa de Dios que se ha forjado. Su soberbia le lleva a cambiar la actitud padre-hijo que Dios siempre quiso, en una relacin amo-esclavo: Los "rayos de paternidad" encuentran una primera resistencia en el dato oscuro pero real del pecado original. Esta es la verdadera clave para interpretar la realidad. El pecado original no es slo la violacin de una voluntad positiva de Dios, sino tambin, y sobre todo, de la motivacin que est detrs. La cual tiende a abolir la paternidad, destruyendo sus rayos que penetran en el mundo creado, poniendo en duda la verdad de Dios, que es Amor, y dejando la sola conciencia de amo y esclavo. As, el Seor aparece como celoso de su poder sobre el mundo y sobre el hombre; en consecuencia, el hombre se siente inducido a la lucha contra Dios. Anlogamente a cualquier poca de la historia, el hombre esclavizado se ve empujado a tomar posiciones en contra del amo que le tena esclavizado[23].

Orgullo incluso en la vida cristiana No todos los que tienen esa falsa imagen de Dios se rebelan contra l. Otros no le abandonan, pero se le someten con mentalidad de esclavos: cambian el temor filial miedo a herir el gran amor de su Padre Dios, que no excluye el temor reverencial o actitud de profundo respeto ante lo divino, por un temor servil. Se limitan a cumplir sus deberes religiosos por temor a ser castigados. Temen caer en desgracia ante un Dios al que ven ante todo como dominador. Este temor servil proviene de haber empequeecido el Amor de Dios. San Josemara Escriv acostumbraba a decir que no entenda otro temor de Dios que no sea el del hijo que sufre porque ha disgustado a su padre. Si uno interioriza con hondura la realidad de la filiacin divina, si uno es consciente de la cercana constante y solcita de Dios, ya no hay espacio para la actitud fra y encogida, entre farisaica y puritana, que reduce la religiosidad a un mero intentar estar en regla con un Dios de la severidad. Ni tampoco para la superficialidad o rutina en el trato con Dios[24]. Detrs de actitudes religiosas de corte escrupuloso y perfeccionista, encontramos siempre una mezcla explosiva de buena voluntad, amor propio y temor servil. En cambio, quien se sabe hijo de tan buen padre, slo teme herir el amor de ste. El temor excluye el amor: quien teme no es perfecto en la caridad, sentencia San Juan[25]. Para nosotros escribe San Hilario, el temor de Dios radica en el amor[26]. Ms que temer a Dios, habra que temerse a s mismo, pues, si uno hace mal uso de su libertad, se priva del regalo eterno que Dios le quiere otorgar.

Dan mucha pena esos malentendidos que provienen de empequeecer el Amor de Dios. Una malsana relacin del cristiano consigo mismo deteriora su relacin con Dios y puede dar lugar a todo tipo de quebraderos de cabeza. Hay quienes se agobian tanto en su lucha por mejorar, que prefieren cruzarse de brazos. Otros luchan, pero lo hacen de modo perfeccionista. El orgullo inspira su lucha y hace que sta est ante todo motivada por un afn obsesivo de estar en regla con Dios. Cuando pienso en el reino de Dios escribe Henri Nouwen, en seguida me viene a la mente la idea de Dios como guardin de un enorme marcador celestial, y siempre temo no llegar a la puntuacin necesaria. Pero cuando pienso en la bienvenida de Dios al mundo, descubro que Dios ama con un amor divino, un amor que da a cada hombre y a cada mujer su unicidad sin establecer nunca comparaciones[27]. El Amor de Dios puede liberarnos de nuestra miseria, pero, para quien no lo entiende de modo correcto, podra convertirse incluso en un peso sobreaadido. En el fondo, que nuestras acciones ofendan a Dios conlleva algo muy positivo: que nos ama. La evidencia de que nuestras acciones puedan ofenderle afirma Mons. Javier Echevarra presupone que el Seor nos ama [...]. Ms an as lo dice el libro del xodo, es un Dios que se alegra con nuestro cario y al que le duele nuestro desamor[28]. Y Dios no nos ama porque lo merezcamos, sino porque l es bueno. El Amor de Dios es un amor que ninguno merece, ni siquiera el ms bueno de nosotros. Es un amor gratuito[29]. El Amor de Dios siempre precede al nuestro. No espera que demos la talla. Espera ms bien que abdiquemos de nuestra autosuficiencia y aceptemos su Amor. Dios es como un profesor que, de entrada, nos pone matrcula. De nada sirve, por tanto, hacer trabajos extra con el propsito de subir nota. Somos sus hijos y nos ama tal como somos. Si nos invita a mejorar, es por nuestro propio bien, y no porque as consigamos que l nos ame ms. Dios quiere que le correspondamos porque sabe que seremos felices en la medida en que nos unamos amorosamente a l. Sabiendo que Dios me ama tal como soy, ser capaz de hacer las cosas slo por l, sin buscar mi propio provecho. Me da as la clave de la rectitud de intencin. Al liberarme de m mismo, me hace capaz de hacerlo todo por amor a l y a los dems. Lo har ante todo por l, ya que, si bien a l nada le falta, habindome creado por amor, se podra decir que lo nico que le falta es mi amor. Quiere que yo le agrade correspondiendo a su Amor, pues tiene puestas sus complacencias en m. Este amor recproco culminar en el Cielo con una sempiterna unin amorosa. Cuando falta esa rectitud de intencin, el orgullo, de modo solapado, puede desvirtuar el ideal cristiano de la santidad. sta no consiste en una perfeccin a secas, sino en una perfeccin de amor, en un empeo eficaz por contentar al Seor, que lleva tanto al esfuerzo heroico por mejorar, como a la humildad de dejarse querer en las propias carencias. La santidad no es una plenitud que adquirimos por nuestra cuenta. Es ms bien un vaco que descubrimos y aceptamos, y que Dios llena en la medida en que nos abrimos a su plenitud. Ciertamente el quid de la santidad es cuestin de confianza: lo que el hombre est dispuesto a dejar que Dios haga en l. No es tanto el yo hago, como el hgase en m[30]. No se trata de una actitud meramente pasiva, sino de una cooperacin activa con el Espritu Santo, cuya gracia nos santifica transformndonos interiormente. De la Virgen Mara, la criatura ms santa que haya existido jams, aprendemos esa actitud de libre confianza y entrega. Su hgase en m segn

tu palabra[31] es la expresin ms sublime de rendicin amorosa al querer divino. No es de extraar que el Seor haya podido y pueda! obrar maravillas en Ella y a travs de Ella[32]. En cambio, el empeo del cristiano orgulloso por mejorar, en vez de estar motivado por el deseo de agradar a Dios, hunde sus races en el afn de demostrarse a s mismo que es bueno. En el fondo, ese empeo encubre un yo insatisfecho. El amor propio siempre exige grandes sacrificios, pero nunca est satisfecho del todo. Es como una voz interior que nos reprende al mnimo fallo, como un aguafiestas que no para de incordiarnos por dentro. A causa de esa insatisfaccin el cristiano puede volverse rigorista, olvidando que el cristiano no es un manaco coleccionador de una hoja de servicios inmaculada[33]. A propsito de un caso extremo, se dice en una novela: Es un religioso que jams perder una hora de oracin, que jams infligir un precepto, que jams discutir una orden. Es un religioso perfecto para hacer carrera [...]. Sin embargo, es un hombre que no tiene corazn. En su lugar est la ley y, camuflada bajo ella, la ambicin, una terrible, devoradora ambicin[34]. Lo mejor puede encubrir lo peor. Es terrible afirma Lewis que el peor de todos lo vicios pueda infiltrarse en el centro mismo de nuestra vida religiosa. Pero podemos comprender por qu. Los otros, y menos malos, vicios, vienen de que el demonio acta en nosotros a travs de nuestra naturaleza animal. Pero se no viene de nuestra naturaleza animal en absoluto. ste viene directamente del infierno. Es puramente espiritual, y en consecuencia, es mucho ms mortfero y sutil. Por la misma razn, el orgullo puede ser a menudo utilizado para combatir los vicios menores. Los maestros, de hecho, a menudo acuden al orgullo de los alumnos, o, como ellos lo llaman, a la estimacin que sienten por s mismos, para impulsarles a comportarse correctamente: ms de un hombre ha superado la cobarda, la lujuria o el mal carcter aprendiendo a pensar que estas cosas no son dignas de l... es decir, por orgullo. El demonio se re. Le importa muy poco ver cmo os hacis castos y valientes y dueos de vuestros impulsos siempre que, en todo momento, l est infligiendo en vosotros la dictadura del orgullo... del mismo modo que no le importara que os curasen los sabaones si se le permitiera a cambio infligiros un cncer[35]. Nunca se hablar lo suficiente de la importancia que tiene la humildad en la vida cristiana. Esta virtud es condicin necesaria de fecundidad sobrenatural. Sin ella, el Seor no se puede lucir: es como si le atsemos las manos. En cambio, si reconocemos nuestra indigencia, le permitiremos a l poner todo lo que nos falte. El orgullo puede corromper las mejores aspiraciones, pero esto no es excusa para desistir del deseo de perfeccin. Es mejor aspirar a la santidad de modo incorrecto, que cruzarse de brazos. Se trata ms bien de purificar esas aspiraciones, de intentar superar ese estadio imperfecto del amor. En la lucha por la santidad, todo esfuerzo es poco, pero es preciso realizarlo con esa gran paz interior propia de quien busca ante todo agradar a un Padre tan bueno. Es preciso abandonar confiadamente en manos de Dios la propia perfeccin. Deca Santa Teresa de Lisieux que el Seor le haba enseado a no hacer recuento de sus actos virtuosos. Se trataba ms bien de intentar convertir cualquier circunstancia diaria, por muy pequea que fuese, en ocasin de amarle. Tu Teresa escribe a una de sus hermanas no se encuentra en este momento en las alturas, pero Jess le ensea a sacar provecho de todo, del bien y del mal que halla en ella. Le ensea a jugar a la banca del amor, o, mejor, l juega

por ella sin decirle cmo se las arregla, pues eso es asunto suyo y no de Teresa. Lo nico que ella tiene que hacer es abandonarse, entregarse sin reservarse nada para s, ni siquiera la alegra de saber cunto rinde su banca[36].

En la vida de cada uno El origen de la soberbia no es slo remoto en la historia de la humanidad. Tambin en la vida de cada adulto, el amor propio viene de lejos. Las carencias en nuestra naturaleza pueden ser agravadas por circunstancias vitales desfavorables y por los propios pecados. Cuando el nio comienza a discurrir, comienza a percatarse de su propia indigencia, pero no es an capaz de racionalizarla: no es consciente de la inalienable dignidad que le corresponde como ser humano. En la medida en que sus padres no le hagan ver que lo vale todo a los ojos de Dios y que, en su lugar, ellos le aman tal como es, el nio tender a llamar la atencin, a querer ser el centro del universo. Si los padres descuidan a sus hijos, comienzan las inseguridades y se incoan los dramas posteriores. A veces, los adultos no se dan cuenta de que pueden provocar en el alma de sus hijos pequeos heridas que les duran de por vida. Cuando veo a hermanos que, tras la muerte de sus padres, se pelean con motivo de la herencia, pienso que la razn profunda de esos enfrentamientos habra que buscarla en una larga historia de orgullo herido desde la infancia. Qu difcil es educar bien! Ms que una ciencia, es un arte. Cuntos padres transmiten sus propios defectos a sus hijos! En la educacin de los nios, al mismo tiempo que se les encarece a portarse bien, no hay nada tan importante como ensearles a amar sus propias limitaciones. Habra que mostrarles que se les quiere de modo incondicional, esto es, por lo que son, y no por lo que tengan, sepan o consigan realizar: que se les ama tal como son! No hay nada tan corriente y tan peligroso como el chantaje afectivo: mostrar a un nio que se le quiere en la medida en que se comporte conforme a los gustos de los mayores. Qu importante es que nos enseen desde pequeos a hacer el bien por amor, porque nos da la gana tratar bien a los dems, y no porque stos nos dictaminen el modo de comportarnos a cambio de su aprecio! En la misma lnea, a la hora de educar a alguien en el deseo de perfeccin, si se pierde de vista la importancia de que se acepte tal como es, se le podra inducir a alimentar un falso yo irreal. Sin una actitud de humilde autoestima, el sujeto en cuestin vivir de acuerdo a ese falso yo idealizado. Tendr entonces tendencia a imitar a un personaje ideal, que no es, mientras reprime todo lo personal porque contrasta con ese yo idealizado. Sirva de ilustracin un pasaje de una novela en la que la protagonista, rememorando la mala relacin que tuvo con su madre, escribe: Yo era muy diferente a ella y ya a los siete aos, una vez superada la dependencia de la primera infancia, empec a no soportarla. Sufr mucho por su causa. Todo el tiempo estaba agitada y siempre se trataba nicamente de motivos externos. Su presunta perfeccin me haca sentir que yo era mala, y la soledad era el precio de mi maldad. Al principio incluso haca intentos de ser como ella, pero eran intentos desmaados que siempre fracasaban. Cuanto ms me esforzaba, ms destrozada me senta. Renunciar a uno mismo lleva al desprecio. Del desprecio a la rabia el paso es corto. Cuando comprend que

el amor de mi madre era un asunto relacionado con la mera apariencia, con cmo tena que ser yo y no con cmo era realmente, en el secreto de mi cuarto y en el corazn comenc a odiarla[37]. Si no aprenden algo tan importante en el ambiente familiar, mucho menos lo aprendern fuera de casa. En efecto, cuando comienzan a ir a la escuela, se topan con la ley de la jungla: el que chille ms o el ms atrevido de todos se convierte automticamente en el jefe. Segn su carcter, unos acentan su arrogancia y se autoconfirman humillando a los dems; otros, como mecanismo de autodefensa, acentan su timidez e intentan autoafianzarse a travs de xitos escolares. Los introvertidos se aslan y tienen pocos amigos; los arrogantes, en cambio, llevan la voz cantante en su pandilla y, para no perder su prestigio, se ven obligados a comportarse de modo cada vez ms excntrico. Por tanto, una misma falta de autoestima hace que unos se vuelvan arrogantes y otros retrados.

Tres estadios en la vida El camino ordinario para tomar conciencia de la propia vala es a travs de personas a las que tenemos en alta estima, quienes, al juzgarnos, nos inducen a formarnos una idea sobre nosotros mismos. Hay autores que hablan al respecto de interlocutores relevantes[38]. Podemos distinguir tres tomas de conciencia de uno mismo a lo largo de la vida: en la infancia, en la adolescencia y en la madurez. En la infancia los interlocutores relevantes suelen ser los padres. Al llegar a la edad de razn, el nio se percata de la propia indigencia y se acoge al parecer de sus padres para saber lo que vale. La pubertad suele traer un perodo difcil pero necesario, en que la persona empieza a buscar su propia identidad con independencia de sus padres. En la adolescencia, aproximadamente entre los trece y los veinte aos, los interlocutores relevantes suelen ser los amigos y la persona de la que uno se enamora. El adolescente se da cuenta de que tiene que saber por s mismo lo que vale, pero no lo suele lograr y, para valorarse, sigue dependiendo de la opinin de quienes ms admira. Si aprende a no hacer comedia, a defender sus propias opiniones, y sabe rodearse de buenos amigos esto es, de personas que le valoran por lo que es y no por lo que l les pueda aportar, todo va bien. Pero si en vez de ser autntico y de rodearse de buenos amigos, no se atreve a mostrarse tal como es y se codea con colegas desaprensivos, entonces su mimetismo de adolescente puede tener consecuencias funestas. Actualmente, muchos adolescentes, para no sentirse desplazados, imitan cualquier comportamiento que est de moda. Eso, en ambientes escasos de valores, puede tener efectos autodestructores. La sobreproteccin que recibieron en la infancia se traduce ahora en debilidad afectiva. Los jvenes de la Generacin X son propensos a la depresin y buscan muchas veces la afectividad perdida en la promiscuidad sexual, aliada inevitablemente con el miedo al SIDA. Otra salida es la msica mquina y las drogas de diseo[39]. Dan especial pena esas chicas fciles que se degradan a s mismas entregando sus encantos al primer postor. Y la razn no es tanto el atractivo sexual cuanto la vanidad. Para gustarse a s

mismas, necesitan experimentar que gustan a los chicos y alardear de ello ante sus emancipadas amigas. Ya lo deca Lewis: Me pregunto [...] si no se habr perdido en tiempos de promiscuidad ms veces la virginidad por obedecer al seuelo de la camarilla poltica que por someterse a Venus. Cuando est de moda la promiscuidad, los castos quedan desplazados[40]. La adolescencia es una poca en la que uno se va formando juicios propios con independencia de lo que opinen los padres y los educadores. A los veinticinco aos ya se espera que uno haya adoptado una actitud personal y estable en la vida. Los padres juegan el papel ms importante durante esos aos. Una actitud demasiado protectora y posesiva impide la maduracin de los hijos. Habra que ayudarles, con delicado respeto de su libertad, a construir un proyecto de vida propio, adoptando una actitud de acompaamiento que fomente su legtima independencia. Los hijos, para autoafirmarse, suelen adoptar posturas contrarias a las de los padres. Slo habrn madurado cuando aprendan a dialogar y a estar por encima de las opiniones de sus padres. Como afirma una escritora italiana, cada uno debe crecer con respecto a los padres. Estoy convencida de que una persona es adulta cuando deja de vivir por reaccin. Hasta una cierta edad se acta por reaccin ante lo que sucede; pero, luego, a partir de cierto momento, se comienza a actuar siguiendo el propio proyecto. ste es el despegue definitivo. Es muy importante conseguir madurar: sucede a travs del dilogo y, simultneamente, a travs de ese distanciamiento. Sin embargo tengo la impresin de que muchas personas se quedan ancladas en el pasado en sentido negativo, de contraposicin o, en todo caso, de inacabamiento respecto a los padres[41]. La tercera y definitiva toma de conciencia de la propia dignidad tendra que tener lugar en la edad adulta, pero, por desgracia, muchas personas supuestamente adultas se rigen por los mismos mecanismos de autoconfirmacin que observamos en la infancia y en la adolescencia. Si fuesen personas realmente maduras, sabran por s mismas lo que valen. Sin embargo, siguen jugando toda la vida una especie de comedia, con el agravante de que su afn de hacerse valer suele ser ms enmaraado que en los nios. En vez de valorarse a s mismos, permiten que otros dictaminen su valor. Hay tambin quienes logran vencer los respetos humanos. Son personas independientes a quienes ya no les importa el qu dirn, pero lo logran a base de autosuficiencia: no les importa lo que piensen los dems simplemente porque pasan de ellos. A muchas de estas personas les viene muy bien tener hijos alrededor de los veinticinco aos, pues de otro modo sus relaciones humanas se empobreceran cada vez ms. Sin hijos, algunas mujeres que desconfan del amor de sus maridos se deprimiran, mientras que la enfermedad de los hombres adictos al trabajo sera una profesionalitis crnica y progresiva. Dan pena quienes dependen tanto de la opinin ajena. Unos se las dan de independientes, otros van mendigando aprecio. Con tal de quedar bien, son capaces de sacrificar cualquier cosa. De ese modo se compromete seriamente la autenticidad de nuestras relaciones. En cuanto nos reunimos unos cuantos se dice en una novela, no nos atrevemos a ser como somos en realidad, porque tememos ser distintos a como creemos que son nuestros semejantes, y nuestros semejantes temen ser distintos a como creen que somos nosotros. Y,

en consecuencia, todos pretenden ser menos piadosos, menos virtuosos y menos honrados de lo que realmente son. [...] Es lo que yo llamo la nueva hipocresa [...]. Antes, la gente pretenda hacerse pasar por mejor de lo que era, pero ahora todos pretenden parecer peores. Antes, un hombre deca que iba a misa los domingos aunque no fuese, pero ahora dice que va a jugar al golf y le fastidiara mucho que sus amigos descubriesen que en realidad va a la iglesia. En otras palabras: la hipocresa, que antes era lo que un escritor francs llamaba "el tributo que el vicio paga a la virtud", ahora es "el tributo que la virtud paga al vicio"; y, en mi opinin, esto es muchsimo peor, porque significa que vamos perdiendo la nocin de la decencia y pronto no nos atreveremos a ser buenas personas ni siquiera en privado, puesto que en vez de ocultar nuestros defectos nos complacemos en exteriorizarlos, por mviles de respeto humano[42]. Menuda esclavitud la de los respetos humanos! Me contaban que los chinos se sienten muy avergonzados si cometen un error en pblico. Lo llaman perder la cara. Deca Confucio que el hombre necesita su cara como el rbol necesita su corteza. Ese miedo a perder la cara no se ve slo en los orientales, sino tambin en el carcter de muchos. Es lgico que as sea, si no se conoce a Aquel ante quien uno nunca puede perder la cara. Los respetos humanos son comprensibles si tenemos en cuenta nuestra tendencia a vernos a nosotros mismos a travs de los ojos de los dems. Es algo que se ve ms en las personas sensibles. Por ejemplo, observa un autor, la mujer para gustar tiene que gustarse. De alguna manera, cuando se ve fea se rechaza, no est bien consigo misma, se deprime[43]. Por otra parte, lo que ms teme el varn es a no servir o a ser incompetente. Compensa ese temor entregndose a aumentar su poder y su competencia. El xito, el logro y la eficiencia son lo ms importante en su vida[44]. Por tanto, de un modo o de otro, todos tenemos cierta tendencia a vernos a travs de los ojos de los dems. Pero no vale la pena regirse por estos respetos humanos, porque la gente nos juzga segn criterios superficiales: si somos simpticos, si tenemos un coche grande, etc. Slo las personas que nos quieren bien, se fijan ms en lo que somos que en lo que tenemos, sabemos o podemos. Tenemos tendencia a reflejarnos en los dems como en un espejo, y no hay espejo ms adulador que los ojos del enamorado. Por eso, slo desaparecern nuestros problemas de autoestima cuando nos veamos a nosotros mismos a travs de los ojos de Dios. Slo quien toma a Dios como su ms relevante Interlocutor va por la vida sin ningn tipo de complejos. Los nios dependen de la estima que reciben de sus padres. Los adolescentes dependen del aprecio que reciben de sus amigos y de la persona de la que se han enamorado. Pero la persona verdaderamente madura se hace independiente de todos porque se ve a s misma como le ve su Padre Dios. Habra, pues, que pedir a Dios lo que le peda Jos Mara Pemn: Que no me turbe mi conciencia la opinin del mundo necio; que aprenda, Seor, la ciencia de ver con indiferencia

la adulacin y el desprecio[45].

2) Personalidad y afectividad: independencia y dependencia De ordinario la edad y las experiencias de la vida nos ayudan a superar el miedo al qu dirn. Nos damos cuenta de que los respetos humanos coartan nuestra libertad y son un sntoma de inmadurez. Adems, a veces, las decepciones nos hacen ver que no vale la pena depender de la opinin ajena: que tenemos que saber por nosotros mismos lo que valemos. Pero a muchos les sucede que, para adquirir esa madurez, se desentienden de los dems. En la prctica, slo logran superar esas dependencias a base de desamor. En el fondo, no se hacen verdaderamente independientes, sino ms bien indiferentes. Es frecuente confundir la independencia con la frialdad. Pero no. La verdadera independencia procede de la libertad interior y de la capacidad de amar de modo desprendido, no de la frialdad. No se trata de pasar de los dems, sino de aprender a no depender de su estima. Veamos ahora cmo el hombre ideal desarrolla al mismo tiempo una gran personalidad, que le hace ser independiente, y una gran capacidad afectiva, que le hace ser dependiente.

La generosidad de dar y la humildad de recibir Como afirma Edith Stein, el amor, para su perfeccionamiento, exige el don recproco de las personas[46]. Sin ese don recproco, todo queda a mitad de camino. En esa entrega recproca, cuando uno de los amantes da, el otro recibe. La unin de amor presupone que ambos sean capaces de dar y de recibir. El arte de amar no consiste slo en la generosidad a la hora de dar, sino tambin en la humildad a la hora de recibir. No s cul de las dos virtudes es ms asequible. Lo que s est claro es que una relacin de amor slo funciona cuando va en las dos direcciones. Si uno sabe dar pero no sabe recibir, slo cabe una direccin. Si uno no sabe recibir, el otro no puede dar. No se puede afirmar sin ms que el hombre generoso es el que da y el egosta el que recibe. Cuando la independencia no hunde sus races en una humilde autoestima, se puede caer en la autosuficiencia de no aceptar que uno necesita el amor y la ayuda de los dems. De hecho, hay personas serviciales pero motivadas por un turbio afn de sentirse superiores. Su generosidad tiene algo de vanidad. Mientras pueden dar, se ven a s mismas desde una perspectiva halagadora. Necesitan hacer favores para sentirse importantes. Parece que quieren ayudar a los dems para demostrarse a s mismos que son superiores. Este egosmo de dar hace pensar en lo que deca irnicamente Chateaubriand de su amigo Joubert: Es un perfecto egosta, pues slo se ocupa de los dems...[47].

Adems, el hombre autosuficiente sabe dar, pero no sabe darse. Parece ignorar que el modo ms radical de dar es darse a uno mismo: poseerse para darse a quien nos ama[48]. En efecto, el mejor de los amores se da entre personas independientes dispuestas a hacerse dependientes. En el matrimonio ideal, por ejemplo, los esposos podran decirse uno a otro:

en cierto sentido, paso de lo que pienses de m, y, en otro sentido, me muero de ganas de hacerte feliz. A la hora de amar, la persona perfecta es duea de s misma: no se deja avasallar, pero es capaz de entregar su libertad; sabe decir que no, pero dice que s: es capaz de contraer vnculos amorosos con plena libertad interior. Amar, es no pertenecerse, estar sometido venturosa y libremente, con el alma y el corazn, a una voluntad ajena... y a la vez propia[49]. Si en el amor perfecto uno se somete libremente a una voluntad ajena... y a la vez propia, antes de pertenecer a otro, uno tendra que poseerse a s mismo. Si el amante no es soberano y seor de s mismo es decir, si no tiene libertad interior, se entrega de modo servil, lo cual, a la larga, no le satisface ni a l ni a la persona amada. Por tanto, el amor verdadero no es posible sin libertad interior. El amor es entrega recproca y libre de lo ms ntimo entre un yo y un t. He aqu una de las mejores definiciones que he encontrado acerca del amor verdadero: Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino slo regalar libre y recprocamente[50].

Conjugar dependencia e independencia En la medida en que uno se perfecciona, adquiere esa libertad que le permite conjugar un gran sentido de independencia con una gran dependencia respecto a las personas que ama. En la personalidad ideal se conjugan elementos que, a primera vista, parecen contradictorios. La persona perfecta tiene la bondad de decir que s aun teniendo suficiente personalidad como para decir que no, logra ser a la vez sensible y fuerte, dependiente a causa de los lazos que crea el amor e independiente gracias al orgullo santo de quien se sabe hijo de Dios. Instintivamente, nos resultan atractivas esas personas realmente maduras. Admiramos a personas a la vez sensibles y fuertes, y nos disgusta tanto el individualismo como el infantilismo. En una novela, una mujer afirma que, para amar a un hombre, necesita encontrarlo a la vez ms fuerte y ms dbil que yo[51]. En efecto, si uno asume su propia debilidad, reconoce que necesita ser amado y la fortaleza ajena le proporciona seguridad. Pero de poco sirve que la persona amada sea fuerte si, al no asumir su propia debilidad, no se deja querer. Ya se ve que no es fcil adquirir la personalidad ideal. Habra que evitar tanto las falsas dependencias a costa de legtima independencia, como las falsas independencias a costa de legtima dependencia. Una falsa dependencia denota servilismo. La vemos en esas personas inseguras que se muestran incapaces de decir que no por miedo a caer mal a los dems. La falsa independencia est emparentada con la autosuficiencia y denota egosmo. La vemos en esas personas seguras de s mismas, algo arrogantes, que se desentienden de los dems. Por una parte, la dependencia servil adolece de falta de libertad interior. Por otra parte, el deseo de preservar a toda costa la propia autonoma pone de manifiesto un concepto errneo de libertad. De poco sirve la libertad si no es para entregarla por amor. La falsa independencia es ms nociva que falsa dependencia. Es preferible el histerismo a la soledad: es mejor llamar la atencin que hacer como si uno no necesita a nadie. El orgullo

tiene dos tipos de manifestaciones: la vanidad y la autosuficiencia. La vanidad se da ms en personas sensibles, mientras que la autosuficiencia se ve ms en personas fras. sta es ms peligrosa que aqulla, en cuanto que la falsa independencia nos asla de los dems, mientras que la vanidad, si bien nos hace demasiado dependientes de los dems, al menos nos lleva a tenerlos en cuenta. Es mejor amar mal que no amar. La vanidad argumenta Lewis, aunque es la clase de orgullo que ms se muestra en la superficie, es realmente la menos mala y la ms digna de perdn. La persona vanidosa quiere halagos, aplauso, admiracin en demasa, y siempre los est pidiendo. Es un defecto, pero un defecto infantil e incluso (de modo extrao) un defecto humilde. Demuestra que no ests del todo satisfecho con tu propia admiracin. Das a los dems el valor suficiente como para querer que te miren. Sigues de hecho siendo humano. El orgullo autnticamente negro y diablico viene cuando desprecias tanto a los dems que no te importa lo que piensen de ti. Naturalmente, est muy bien, y a menudo es un deber, el no importarnos lo que los dems piensen de nosotros, si lo hacemos por razones adecuadas; por ejemplo, porque nos importe muchsimo ms lo que piense Dios. Pero la razn por la que al hombre orgulloso no le importa lo que piensen los dems es diferente. l dice: "Por qu iba a importarme el aplauso de esa gentuza, como si su opinin valiera algo? E incluso si su opinin tuviera algn valor, soy yo de esa clase de hombre que se ruboriza de placer ante un cumplido como una damisela en su primer baile? No, yo soy una personalidad integrada y adulta. Todo lo que he hecho ha sido para satisfacer mis propios ideales o mi conciencia artstica, o las tradiciones de mi familia o, en una palabra, porque soy esa clase de hombre. Si eso le gusta al vulgo, que le guste. Esa gente no significa nada para m". De este modo el puro y autntico orgullo puede actuar como un freno de la vanidad, porque [...] al demonio le encanta curar un pequeo defecto dndonos a cambio uno grande. Debemos tratar de no ser vanidosos, pero jams hemos de recurrir a nuestro orgullo para curar nuestra vanidad: la sartn es mejor que el fuego[52]. En la prctica, es difcil evitar tanto la autosuficiencia como la vanidad. Slo los santos lo logran; experimentan lo que afirma San Pablo: Siendo libre de todos, me hice siervo de todos[53]. Los dems, dentro de nuestras limitaciones, nos las arreglamos como podemos. Cada uno hace sus propios equilibrios. Por lo general, unos son demasiado independientes (no se entregan a nadie), y otros se hacen demasiado dependientes (se entregan de modo servil). Los primeros son fuertes pero indolentes, mientras que los segundos se muestran sensibles pero son dbiles. Los independientes, por temor a perder su autonoma, evitan compromisos afectivos y viven en soledad. Los dependientes, por un afn de aprecio difcil de satisfacer, van como con el corazn en la mano y se atan a cualquiera. Veamos ahora cmo la verdadera independencia conlleva libertad interior y sta, a su vez, hunde sus races en la humilde conciencia de la propia dignidad.

Libertad interior y humildad Al tratar de la importancia de ser a la vez personas dueas de s mismas y capaces de entregar su propia libertad por amor, ha salido a relucir el concepto de libertad interior. En el fondo, la libertad, ms que un mbito, es una capacidad de autodeterminacin. No soy libre slo porque

nadie me obligue, sino sobre todo porque soy capaz de hacer las cosas porque me da la gana. La libertad no es slo ausencia de coaccin externa, sino tambin de cierta coaccin interna. Unos, por falta de bondad, no saben decir que s, mientras que otros, por falta de personalidad, no saben decir que no. stos se suelen quejar de que otros no respetan su libertad, cuando, en el fondo, el problema consiste en que ellos mismos no son capaces de hacer las cosas porque les da la gana. La persona excelente siempre sabe ser ella misma: se siente libre por dentro aun cuando personas o circunstancias le coaccionen por fuera. No es que haga lo que le da la gana, sino que hace el bien porque le da la gana. Libertad es capacidad de autodeterminacin, en el mejor de los casos hacia el bien, y no tanto por imperiosa obligacin, cuanto por amor. La persona verdaderamente libre no se gua por un obsesivo sentido del deber, sino que interioriza la virtud. Al obedecer, por ejemplo, no se somete slo externamente, sino tambin de corazn, porque su amor le lleva a identificar su voluntad con el correspondiente imperativo moral; su obediencia, lejos de ser servil, denota seoro. Libertad y necesidad no siempre son realidades opuestas. Segn Lewis, la necesidad no tiene por qu ser lo contrario de la libertad, y quizs el hombre sea ms libre cuando, en vez de manifestar sus motivos, puede limitarse a decir "soy lo que hago"[54]. La libertad interior, o capacidad de hacer el bien por amor, es el objeto de una ardua conquista espiritual. Slo personas generosas y verdaderamente maduras contraen vnculos amorosos con plena libertad interior. Para ello, no basta con buenas intenciones; adems de bondad, se precisa una buena dosis de humilde conciencia de la propia dignidad. La libertad interior presupone la madurez propia de quien tiene una buena relacin consigo mismo. Somos capaces de entregarnos libremente a los dems en la medida en que somos generosos y dueos de nosotros mismos. Por tanto, una baja autoestima pone en peligro la calidad de nuestro amor. La plena madurez espiritual slo la logra quien se ve a s mismo a travs de los ojos de Dios. Slo quien se abandona en las manos de Dios, se siente realmente libre ante los dems: les permite juzgarle como les plazca. Quien aprenda a juzgarse a s mismo como Dios le juzga, no necesitar compararse con los dems. En la medida en que se percate del Amor de Dios, dejar de estar a disgusto consigo mismo. As, su amor a los dems podr ser cada vez ms desprendido y desinteresado. En cambio, si su autoestima depende slo de sus propios xitos y del aprecio de otros, quiz tras varias decepciones se desanime y pierda la confianza en s mismo. Si ve a los dems como potenciales rivales, el miedo a no dar la talla le har estar ansioso cada vez que est en juego su propia vala. Adems, si no controla su sed de aprecio, es posible que su afectividad se deteriore, tornndose susceptible y posesiva: quien no est satisfecho consigo mismo suele sentir una gran necesidad de acaparar a los dems. Llegados a este punto, hagamos una breve incursin en el mundo de la afectividad.

Afecto y desprendimiento Veamos ahora las cosas desde el punto de vista de la dependencia. No hay nada que nos haga tan dependientes, en el mejor y en el peor de los sentidos, como el cario. El mejor de los carios es desprendido, mientras que el cario barato es posesivo. Por mucho que quiera a

una persona, no puedo obligarle a que acepte mi don de amor. Cuanto ms quiero a alguien, ms necesito que me quiera; por eso, si no tengo cuidado, le coaccionar para que me corresponda. En el fondo, el afn posesivo es una forma de egosmo. Existen diversos tipos de afn posesivo, desde el acaparamiento espiritual propio de una persona soberbia y autoritaria que impone sus gustos y caprichos, hasta el acaparamiento sexual propio de quien convierte a la persona amada en mero objeto de placer, pasando por el acaparamiento afectivo propio de quien necesita recibir innumerables piropos. Actitudes afectivamente posesivas son propias de personas absorbentes y celosas. Me quiere mucho, tanto que a veces me agobia, se dice en una novela[55]. El amante posesivo piensa que tiene derechos exclusivos sobre la persona amada. De modo ms o menos consciente, pretende acapararla para s mismo. La coacciona con la excusa de su gran afecto. Las personas sensibles, si no tienen cuidado, pueden caer en este tipo de chantaje afectivo. No imponen su voluntad a base de arrogancia, sino a base de reproches que parecen bienintencionados. Dicen, por ejemplo: Cmo me haces esto a m que te quiero tanto?. Respetar la libertad ajena, no avasallar a los dems es todo un arte. En la pareja ideal se suele decir nadie manda: los dos obedecen. Es ste uno de los aspectos ms difciles de conseguir en una relacin de amor. Sirva de ilustracin este pasaje, en el que un escritor recuerda la relacin con su difunta esposa: La nuestra era una empresa de dos, uno produca y el otro administraba. Normal, no? Ella nunca se sinti postergada por eso. Al contrario, le sobr habilidad para erigirse en cabeza sin derrocamiento previo. Declinaba la apariencia de autoridad, pero saba ejercerla. Caba que yo diese alguna vez una voz ms alta que otra pero, en definitiva, ella era la que en cada caso resolva lo que convena hacer o dejar de hacer. En toda pareja existe un elemento activo y otro pasivo; uno que ejecuta y otro que se allana. Yo, aunque otra cosa pareciese, me plegaba a su buen criterio, aceptaba su autoridad. [...] Crea que el hombre cuida la fachada, y declina la direccin. [...] Si entre nosotros no hubo un explcito reparto de papeles, tampoco hubo fricciones; nos movimos de acuerdo con las circunstancias[56]. El riesgo de afn posesivo del corazn aumenta en funcin de la intensidad del afecto. De ah su alta frecuencia entre novios o entre una madre y sus hijos. Todo lo que se diga sobre las virtudes de las madres es poco. Pero, si no purifican su afecto, tienden a proteger a sus hijos con la seguridad envolvente y posesiva de una gallina clueca. Otras veces, ese egosmo del corazn da lugar al favoritismo. No me refiero a esa virtud de las buenas madres que saben tratar desigualmente a sus hijos desiguales, sino a la discriminacin de algunos padres que benefician injustamente al hijo preferido. Tratan mejor a un hijo que a otro con la excusa de que al primero le quieren ms. Estamos ante un amor imperfecto. Hay en l una especie de autoconfirmacin egocntrica[57]. Cunto dao se puede causar a los otros hijos por culpa de ese amor al hijo preferido! De algn modo, ese afn posesivo del corazn es comprensible. Lewis habla al respecto de la necesidad que siente el afecto de ser necesario[58]. Si quiero a alguien, me expongo a ser herido. Si tomo riesgos, necesito asegurarme de que mi cario no ser desdeado ya que esto me har dudar de m mismo. El afn posesivo del corazn proviene de la necesidad de sentirse til, de ser apreciado por otros para ver as confirmada la propia vala. Quien pide cario, no

busca slo lo que ste tenga de agradable en s, sino, todava ms, que se valore su dignidad como persona. Para distinguir entre lo bueno y lo malo del corazn, conviene distinguir entrecorazn herido y orgullo herido o susceptibilidad. Detrs de nuestra necesidad de cario, si lo miramos de cerca con valenta y sinceridad, encontramos con frecuencia una mezcla variable de esos dos elementos. Cuando una persona muy querida me rechaza, puede ocurrir que no me duela slo el corazn, sino tambin el orgullo. Si slo hiriese mi corazn, mi pena sera legtima; no me enfadara, a lo sumo llorara en silencio. El amor propio, en cambio, engendra mosqueo. Los que se pelean se desean, se suele decir acerca de quienes se quieren mucho (aunque mal). En todo caso, por razones ms o menos rectas, tanto el dolor como el gozo son inseparables del corazn humano. Segn la respuesta de la persona amada, la afectividad hace que el amante sea vulnerable y agradecido: hace que sufra ms si es rechazado y que se alegre ms si es correspondido. Cunto podemos hacer sufrir a quienes nos aman y qu horrendo poder para herir tenemos sobre ellos, observa un escritor recordando a su difunta madre[59]. Hay quien no se atreve a mostrar sus afectos por miedo a ser tildado de cursi, pero la mayora no lo hace por miedo al rechazo. Prefieren pisar sobre seguro. Son quiz personas muy correctas y equilibradas, pero no saben querer, no saben intimar. Amar, de cualquier manera es ser vulnerable. Basta que amemos algo para que nuestro corazn, con seguridad, se retuerza y, posiblemente, se rompa. Si uno quiere estar seguro de mantenerlo intacto, no debe dar su corazn a nadie, ni siquiera a un animal. Hay que rodearlo cuidadosamente de caprichos y de pequeos lujos; evitar todo compromiso; guardarlo a buen recaudo bajo llave en el cofre o en el atad de nuestro egosmo. Pero en ese cofre seguro, oscuro, inmvil, sin aire cambiar, no se romper, se volver irrompible, impenetrable, irredimible[60]. Ciertamente, el afecto dificulta el desprendimiento, pero sin el calor del cario la vida se torna inhumana. Cuando falta el corazn, lo notamos. En el mundo laboral, por ejemplo, la frialdad de corazn lleva a descuidar el factor humano: a dar ms importancia a las cosas que a las personas, a sacrificar lo importante en aras de lo urgente. Esta falta de humanidad perjudica tambin la autenticidad en las relaciones familiares y sociales. En ambientes especialmente refinados se respira con frecuencia una frialdad que hiela el alma convirtiendo la misma convivencia en artificial[61]. Sin afecto, la urbanidad degenera en formalismo. Los detalles y buenos modales se agradecen en la medida en que son una expresin sincera de cario. La pasin afectiva, como tal, no es ni buena ni mala. El corazn supone una gran ayuda, pero, para que no nos traicione, necesita un correctivo espiritual. En vez de achicar el corazn para evitar posibles inconvenientes, habra que purificarlo, quitndole su tendencia al afn posesivo. El lema podra ser: siempre con el corazn, pero nunca slo con el corazn! Se trata de amar con afecto intenso y desprendido. Por una parte, a la hora del sacrificio generoso, el afecto pone alas a la voluntad. Por otra parte, la conciencia de la propia dignidad libera al corazn de su afn posesivo. Detengmonos ahora en esas ventajas que tiene el corazn de cara a la entrega.

Las energas del corazn No hay que dejarse llevar slo por el corazn, pero conviene servirse de todos sus recursos. El corazn humano es un motor que empuja a amar, a darse. Poned atencin observa Antonio Machado: un corazn solitario no es un corazn[62]. Si el corazn rebosa de afecto, deseamos ardientemente la felicidad de quienes amamos y estamos dispuestos a cualquier sacrificio con tal de conseguirlo. Y si lo conseguimos, la felicidad que les procuramos recompensa con creces nuestro sacrificio, ya que cuanto mayor es el afecto, mayor es la felicidad de hacer feliz. En el hombre virtuoso, corazn y voluntad se apoyan mutuamente. Por un lado, sin cario, los sacrificios realizados para hacer feliz a la persona amada resultan muy arduos. En cambio, cuando hay cario, la entrega va sobre ruedas. Por otro lado, el mejor de los amantes es capaz de sacrificarse gustosamente, aunque no tenga ganas. Aunque su corazn est fisiolgicamente fro, su voluntad inflama su corazn. En efecto, la perfeccin moral consiste en que el hombre no sea movido al bien slo por su voluntad, sino tambin por su "corazn"[63]. En el hombre virtuoso, con el paso del tiempo, la bondad impregna su inteligencia, su voluntad y su corazn. Como afirma un filsofo, una buena formacin del carcter es aqulla que consiste en que llegue a gustarme lo bueno y a desagradarme lo malo. Porque entonces ser seal de que mi libertad est dejando poso en mi propio cuerpo, de que la sensibilidad recta se me est entraando en la masa de mi sangre. Consigo as superar la esquizofrenia, tan tpica de hoy en da, entre el fro racionalismo que domina de lunes a viernes, y la fiebre de la dispersin que campea el fin de semana. Voy logrando una vida unitaria, aunque no unvoca ni monocorde. Integro progresivamente en mi vida aquellos bienes que se encuentran en la base de mi propia personalidad. La poesa del corazn va penetrando en la prosa de la inteligencia[64]. El hombre virtuoso consigue, pues, aunar todos sus recursos inteligencia, voluntad y afectividad al servicio del amor. Su inteligencia inspira buenas intenciones y su voluntad, sostenida por el corazn, las pone en prctica. Es impresionante la bondad que es capaz de irradiar un hombre virtuoso. Se dira que el afecto pone alas a su voluntad. Yo todo lo que he hecho en mi vida, en todos los terrenos, lo he hecho a base de cario, deca Eduardo Ortiz de Landzuri, un clebre catedrtico de medicina, admirado tanto por su ciencia como por su santidad de vida[65]. Lo mismo podran decir innumerables madres. Admirable energa la del amor maternal, santo destello del amor divino que para todo encuentra fuerzas y jams se cansa de los sacrificios y fatigas ms insoportables!, se dice en una novela[66]. Es llamativa la capacidad de abnegacin que tiene la mujer que se apoya en sus recursos afectivos. Por lo general, su espritu de sacrificio supera con creces al del varn. La mujer sucumbe quiz superficialmente ante las pequeas contradicciones, pero ante el gran dolor, se muestra mucho ms entera que el varn. Una mujer, mientras se sienta querida, es capaz de los mayores sacrificios. Dadle amor a una mujer y no habr nada que ella no haga, sufra o arriesgue, se afirma en una novela[67]. El corazn es a la vez fuerte y dbil. A primera vista, la persona insensible parece ms fuerte, pero, a la larga, es menos perseverante en la adversidad. En contrapartida, el problema de la persona sensible consiste en ser ms vulnerable, en tener mayor necesidad de sentirse

querida. Eso le expone a mayores decepciones. Si esa persona no cuenta con otros recursos, su fortaleza depende de la medida en que se sienta querida. Para completar el cuadro, si a todo eso le aadimos la irracionalidad que la sensibilidad puede traer consigo, entendemos mejor los problemas de las personas sensibles. stas suelen dar ms importancia a sentirse queridas que a saberse queridas. Necesitan que el amor, por va de afecto, les entre por los ojos. A veces, sufren innecesariamente: se dejan llevar por su imaginacin de modo que sus decepciones amorosas no tienen una base del todo real. Se originan as no pocos malentendidos entre esposos. Es ms fcil que una mujer se convenza del amor de su marido si le ve llorar por ella, que si ste se lo explica con argumentos racionales. Cuanto ms insegura es una mujer, mayor es su tendencia a dudar de que su marido la quiera de verdad. No se da cuenta de que, en el fondo, su miedo al rechazo proviene de las dudas que tiene acerca de s misma. Poniendo en duda su propia amabilidad, es lgico que no se fe del amor de su marido. Ya lo deca Cicern: Hay quienes hacen molestas las amistades, creyendo que los desprecian; lo cual rara vez sucede sino a los que se tienen a s mismos por despreciables[68]. Este tema merecera un tratamiento ms extenso, pero eso excede los objetivos de este estudio. En todo caso, pienso que se evitaran no pocos problemas matrimoniales si cada cnyuge aprendiese a ponerse en la piel del otro y, ms en concreto, si las esposas especialmente sensibles aprendiesen a dar ms importancia al saber que al sentir y los maridos especialmente viriles aprendiesen a tener un poco ms de mano izquierda...

Sensibles y fuertes En el mejor de los casos, una persona es a la vez tierna y desprendida. Tambin aqu hay que hacer equilibrios, porque no es fcil conjugar ambos aspectos. De hecho, la mayora de la gente tiene una de las dos cualidades a costa de la otra. El mundo est lleno de personas cariosas pero demasiado dependientes, o independientes pero poco afectuosas. Una vez ms, slo los santos logran conciliar ambos elementos. Slo ellos consiguen acrecentar su capacidad afectiva y doblegar ese egosmo que tantas veces envenena la afectividad. Slo quienes se parecen a Jesucristo logran conjugar el ms intenso afecto con el ms delicado respeto de la libertad ajena. En un hombre cuyo centro de respuesta al valor y al amor ha superado victoriosamente el orgullo y la concupiscencia, la afectividad nunca puede ser demasiado grande. Cuanto ms grande y profunda sea la capacidad afectiva del hombre, mejor[69]. A la hora de conjugar afecto intenso y desprendimiento, sucede algo anlogo a lo visto sobre la dificultad de conjugar dependencia e independencia. No sabiendo cmo desarrollar un afecto intenso pero exento de afn posesivo, unos son desprendidos pero silencian su corazn; otros tienen gran corazn pero no respetan la libertad ajena. Los primeros se vuelven insensibles y se muestran indiferentes, mientras que los segundos se vuelven posesivos y se muestran susceptibles. Los primeros, por miedo al rechazo, atrofian su corazn. Los segundos, por miedo a perder su fuente de autoestima, se sirven del chantaje afectivo para acaparar a quienes aman.

Mientras no se purifiquen nuestros afectos, es preferible amar mucho y mal, o amar poco y bien? Ante la disyuntiva entre amar mucho y mal y amar bien y poco, a algunos les sucede como a esa adolescente, ltima princesa de la corte otomana, que escriba en su diario: Ah!, siempre somos culpables, o porque no amamos lo suficiente, o porque amamos demasiado. Su madre intentaba educar su afectividad tratndole con dureza y ella no lo entenda. No se daba cuenta de que lo que le haca posesiva, era precisamente el gran afecto que senta por su madre. La nica solucin que sta le aconsejaba consista en no quererla tanto. Si pudiera quererla menos escribe la hija en su diario, no ser tan torpe, no mostrarme tan ansiosa de complacerla, si pudiera mostrarle indiferencia... Entonces me querra, estoy segura[70]. A la vista del afn posesivo y de la dependencia que engendra el afecto, sobre todo cuando es intenso, no es de extraar que algunos desconfen sistemticamente del corazn. Se asfixian a causa de necesidades afectivas insatisfechas o a causa del afn posesivo ajeno, y prefieren curarse en salud. No conociendo una solucin, para evitarse problemas, optan por achicar su corazn. En cualquier caso, la solucin no consiste en despreciar la afectividad. Si el corazn se atrofia, se pierde una gran fuente de energa de cara a la entrega. Si la voluntad no se nutre de afecto, habra que forzarla a base de puos, como si la perfeccin moral slo estuviese reservada a personas capaces de realizar titnicos esfuerzos de voluntad. Es ste uno de los factores que conducen al voluntarismo. Sealemos de paso que el voluntarismo es un fenmeno ms amplio, que no tiene nicamente que ver con el desprecio de los recursos afectivos. El voluntarista pone tanto el acento en la voluntad, que tiende a desdear cualquier otro tipo de recursos, como son el corazn, la inteligencia y la gracia. Aparte de un problema de recursos, el voluntarismo suele entraar tambin un problema de falta de rectitud de intencin. Con frecuencia, la inspiracin y la fuente de energa del voluntarista hunde sus races no tanto en una razn de amor, cuanto en una razn de amor propio. Es evidente que la lucha cristiana por la santidad es imposible sin esfuerzo, pero se trata de un herosmo gustoso. Todos los santos han vivido las virtudes en grado heroico, pero saben que la santidad, como perfeccin de amor, no es lo mismo que heroicidad. Todo santo es heroico, pero no todo hroe es santo. Tanto el santo como el hroe realizan proezas, pero la motivacin del hroe no est exenta de cierta vanidad. El santo, en cambio, consciente de su dignidad de hijo de Dios, purifica su amor propio y se hace as capaz de sacrificarse por el Seor y por los dems de modo ms desinteresado. Sabe que Jess no mira tanto la grandeza de las obras, ni siquiera su dificultad, cuanto el amor con que se hacen...[71]. No necesita hacer obras buenas con el fin de estar en paz consigo mismo, puesto que el Amor que recibe de Dios le reconcilia consigo mismo. Pero est enamorado del Seor y, como veremos ms adelante, intuye que Jess necesita Cirineos corredentores que alivien sus padecimientos redentores, de modo que todo sacrificio, incluso heroico, le parece pequeo con tal de aportar alegras a su Seor (directamente o, indirectamente, aportando alegras a cada una de las personas de su entorno).

3) Autoestima humilde u orgullosa

Una humilde autoestima es la clave para evitar tanto el afn posesivo como la autosuficiencia. Para entender de dnde proviene la dificultad para conjugar dependencia afectiva y personalidad independiente, nos centramos ahora en la actitud ideal hacia uno mismo. Si no es fcil superar los respetos humanos, mucho menos lo es superar los respetos propios: que a uno no le importe lo que piensa de s mismo, que est en paz consigo mismo an conociendo todos sus defectos. Para purificar la actitud hacia uno mismo, es preciso reconciliarse con las propias carencias: superar lo que Santa Teresa de Lisieux llamaba la prueba de no gustarnos a nosotros mismos[72].

Diversos enfoques de la autoestima Se ha hablado mucho de autoestima en los ltimos aos. Ha habido una creciente toma de conciencia de la importancia de la autoestima de cara al desarrollo equilibrado de la personalidad. Los libros de autoayuda estn de moda. Quien entra hoy en da en cualquier librera americana cuenta un autor, encuentra enseguida toda una seccin muy bien surtida de bestsellers bajo la sigla autosuperacin. [...] En el fondo, lo que ponen en relieve dichos libros es que, antes de poder ayudar a los dems, es preciso llegar a ser uno mismo. Dicho de otro modo: que ante todo hay que encontrar, aceptar y desarrollar la propia identidad[73]. Los libros de autoayuda contienen sin duda una buena dosis de sentido comn, pero son eficaces? Estn bien orientados? Por una parte, existen mtodos de dudosa eficacia. Recuerdo que, visitando la casa de un amigo bastante inseguro, me ense una compleja y cara instalacin estereofnica capaz de enviarle mensajes subliminales, apenas perceptibles, durante sus horas de sueo. Dorma con unos cascos, oyendo una serie de cintas con sugestivas frases de este estilo: Eres formidable, vales mucho, eres nico; aunque otros no se den cuenta, eres genial... Por otra parte, hay enfoques del problema de la autoestima que pueden resultar nocivos, por ejemplo cuando, por miedo al sentimiento de culpabilidad, se hace creer a la gente que no tienen defectos: se les intenta inculcar autoestima a costa de la verdad sobre s mismos[74]. En Estados Unidos, desde hace varios decenios, se ha intentado fomentar a toda costa la autoestima de los jvenes. Pero no es mejor ayudarles a asumir la verdad sobre s mismos? De qu sirve hacerles creer que son mejores de lo que son? La psicologa del ante todo, cueste lo que cueste, sintete bien contigo mismo dificulta la percepcin de la realidad. Tarde o temprano sta se impone y la frustracin es mayor. Sirva de ilustracin una conferencia que he encontrado en Internet. El conferenciante menciona un estudio realizado en 1989 en el que se compararon las destrezas matemticas de estudiantes de ocho pases. Los estudiantes Norteamericanos sacaron los peores resultados y los Coreanos fueron los mejores. Los investigadores evaluaron tambin la autoestima de esos mismos estudiantes y les preguntaron qu pensaban de sus propias aptitudes matemticas. El resultado subjetivo result ser contrario a la realidad objetiva: los Norteamericanos se crean los mejores y los Coreanos pensaban que eran los peores[75]. Conviene hablar de autoestima para evitar su carencia, pero si se exagera, se puede caer en el polo opuesto. Tanto el deterioro como el exceso de autoestima reflejan de modo diferente un

mismo amor propio daino y frustrado. A quien exagera sus defectos, habra que ayudarle a no desorbitarlos, pero se le hace un flaco servicio si se le hace creer que no los tiene. Ms que fomentar el autoengao, habra que ayudarle a asumir toda la verdad. Slo la verdad es garanta de libertad. Si la autoestima hunde sus races en la verdad sobre uno mismo, se evita tanto el complejo de superioridad como el complejo de inferioridad. No se trata de pensar que todo lo que se hace est bien por el mero hecho de que lo hacemos nosotros, sino de no tratarse demasiado duramente. Somos quienes somos, y al final debemos ser nuestro mejor amigo. No cerraremos los ojos a todo cuanto hay en nosotros que podra o debera mejorar, pero no nos obligaremos a esa mejora mediante el castigo o el menosprecio. [...] Reconozcamos lo bueno que hay en nosotros sin estridencias ni entusiasmos desaforados, pero si hay motivos para estar orgullosos, pues vamos a estarlo, qu caramba[76].

Dos posibles actitudes ante uno mismo No basta, pues, con hablar de autoestima en general. A fin de enfocar correctamente esta temtica, es preciso hacer matices. Ante todo, debemos establecer una clara diferencia entre dos tipos de actitudes hacia uno mismo: un orgullo bueno (humilde autoestima) y otro malo (egosmo del yo). La actitud hacia uno mismo est a caballo entre el amor que recibimos de otros y el amor que les damos. Cuanto ms y mejor amor recibo, ms y mejor me amo a m mismo y a los dems. Por una parte, me amo a m mismo en la medida en que soy amado; como afirma Pieper, slo por la confirmacin en el amor que viene de otro consigue el ser humano existir del todo[77]. Por otra parte, amo bien a los dems en la medida en que me amo a m mismo; si no sabes amarte a ti mismo, tampoco sabrs amar de verdad a los dems, sentencia San Agustn[78]. Quien se siente despreciado por otros, es posible que desarrolle una actitud conflictiva hacia ellos y hacia l mismo. Por muy curioso que parezca, no resulta fcil amarse rectamente a s mismo: sentirse bien consigo mismo, sin narcisismo, sin vanidad, sin envidias. En qu consiste ese recto amor a uno mismo? Curiosamente, es lo contrario al amor propio: el amor propio disminuye en la medida en que uno se ama rectamente a s mismo. Dicho al revs: el amor propio se acrecienta en la medida en que se deteriora la relacin del hombre consigo mismo. Su insatisfaccin personal desaparece en la medida en que vive en paz consigo mismo. El individuo egosta, en el fondo, ms que amarse demasiado a s mismo, se ama poco o se ama mal. Por tanto, el recto amor a uno mismo y el amor propio son inversamente proporcionales. En el hombre perfecto, como Jesucristo, nada hay de amor propio: todo es recto amor a s mismo. Al or hablar de la importancia de que uno se ame a s mismo, es posible que algunos piensen que se trata de una actitud egosta. Sin embargo, tanto la filosofa como la teologa han enseado desde siempre la importancia del recto amor hacia uno mismo. La tradicin filosfica ha enseado que en todo hombre existe un amor natural de s mismo: un afn, ineludible e irrenunciable, de conservar el propio ser y de desplegarlo perfectivamente hasta

conseguir su apogeo terminal; un anhelo, por decirlo de otro modo, de ser feliz[79]. Como ensea Santo Toms de Aquino, nada tiene de malo el que el hombre ame su propio bien, ya que por naturaleza est hecho para amar todo bien, incluido el suyo. Eso significa que uno se orienta hacia su propio acabamiento natural, sin olvidar que su propio perfeccionamiento pasa necesariamente a travs del amor desinteresado a los dems. Por eso, el amor que uno siente por otro procede del amor que uno siente por la propia persona[80]. Se trata, pues, de un amor a uno mismo rectamente ordenado, acorde con la verdad del bien y de la jerarqua de bienes. El desorden estara en poner el propio bien por encima de un bien superior o ms general[81]. El amor a uno mismo no estara bien ordenado si, como en el amor propio, supusiese un repliegue egosta sobre uno mismo, en oposicin al bien general. Tambin la teologa corrobora la importancia de la caridad hacia uno mismo. Si Dios ama al hombre, ste debe amarse a s mismo. El precepto de la caridad amars a tu prjimo como a ti mismo[82] pone de manifiesto la estrecha relacin entre caridad y autoestima. La caridad bien ordenada comienza con uno mismo, afirma la sabidura popular. Santo Toms de Aquino lo explica argumentando que en el amor perfecto uno ama a alguien de la misma manera que se ama a s mismo[83]. Es lgico que la relacin con uno mismo sea el modelo hacia el que se ha de orientar la relacin con otro, puesto que la primera es de unidad, mientras que la segunda expresa solo unin de afectos, y la unidad es ms noble que la unin[84]. En Cartas del diablo a su sobrino, Lewis pone en evidencia, con gran sentido del humor, las estratagemas del diablo a la hora de tentar a los hombres. En una de esas cartas, afirma un experimentado demonio: Para anticiparnos a la estrategia del Enemigo [Dios], debemos considerar sus propsitos. [...] Quiere que cada hombre, a la larga, sea capaz de reconocer a todas las criaturas (incluso a s mismo) como cosas gloriosas y excelentes. l quiere matar su amor propio animal tan pronto como sea posible; pero Su poltica a largo plazo es, me temo, devolverles una nueva especie de amor propio: una caridad y gratitud a todos los seres, incluidos ellos mismos; cuando hayan aprendido realmente a amar a sus prjimos como a s mismos, les ser permitido amarse a s mismos como a sus prjimos[85]. No slo es bueno que el hombre se ame a s mismo; es incluso muy conveniente, ya que quien se ama poco a s mismo no es capaz de amar bien a otros. Como se afirma en una novela, lo peor del egosta es que no se quiere nada a l mismo [...] y es por eso incapaz de querer a los otros, porque de donde no hay no se puede sacar[86]. Una inadecuada relacin consigo mismo puede generar toda clase de fricciones en el trato con los dems. La experiencia muestra que quien no es indulgente y benigno consigo mismo, tampoco lo suele ser con los dems. La intolerancia con los defectos ajenos suele provenir de no aceptar los propios: cuanto menos se soporta uno a s mismo, ms critica a los dems. E