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  • UNA VISIN CRISTIANA DE LA AUTOESTIMA

    Michel Esparza

    (Adaptacin informtica Drake)

    NDICE

    PRIMERA PARTE: LOS PROBLEMAS DEL YO

    1) EL SER HUMANO EN BUSCA DE SU DIGNIDAD

    Origen remoto de la soberbia

    El orgullo es competitivo y cegador

    Orgullo incluso en la vida cristiana

    En la vida de cada uno

    Tres estadios en la vida

    2) PERSONALIDAD Y AFECTIVIDAD: INDEPENDENCIA Y DEPENDENCIA

    La generosidad de dar y la humildad de recibir

    Conjugar dependencia e independencia

    Libertad interior y humildad

    Afecto y desprendimiento

    Las energas del corazn

    Sensibles y fuertes

    3) AUTOESTIMA HUMILDE U ORGULLOSA

    Diversos enfoques de la autoestima

    Dos posibles actitudes ante uno mismo

    El orgullo pone en peligro la salud psquica

    4) LA HUMILDAD SE RIGE POR LA VERDAD

    La humildad evita la arrogancia y el autorrechazo

    El olvido de uno mismo y los autoengaos

    La verdadera humildad y libertad del cristiano

    SEGUNDA PARTE: POSIBLE SOLUCIN

    1) QUERER, SABER Y PODER

    Ir al fondo de los problemas

    Una gracia que dignifica y sana

    Los problemas de perseverancia

  • 2) SLO EL AMOR DE DIOS OFRECE SOLUCIONES ESTABLES

    Toda una vida buscando lo que ya se tiene

    Qu difcil es enfrentarse a la verdad sobre uno mismo!

    El hijo mayor de la parbola

    3) DIVERSAS MANIFESTACIONES DEL AMOR DE DIOS

    Filiacin divina

    Amistad recproca con Cristo

    Valemos toda la sangre de Cristo

    4) EL AMOR MISERICORDIOSO

    Qu significa ser misericordioso?

    Cristo revela la misericordia del Padre

    Se puede estar orgulloso de la propia flaqueza?

    Dos condiciones: amor recproco y buena voluntad

    Vida de infancia espiritual

    Estupendas perspectivas de futuro

    EPLOGO

    INTRODUCCIN

    Las intuiciones aqu recogidas son ante todo fruto de la experiencia. Estudio y reflexin

    fueron posteriores. Esta experiencia es propia y ajena, ya que conversaciones con todo tipo de

    personas durante los ltimos diez aos me han ayudado a matizar las intuiciones originales.

    Este libro se dirige ante todo a cristianos corrientes que, a pesar de sus limitaciones, se afanan

    da tras da por mejorar la calidad de su amor. Tambin podran ser tiles para personas menos

    familiarizadas con la vida cristiana. A quin no le interesa conocer algo capaz de

    proporcionarle una paz interior estable, una autoestima sin engaos y una mejora notable de

    su capacidad de amar? Mucho ms si, viviendo inmerso en un mundo estresante en el que

    reina el Prozac y otros psicofrmacos, se da cuenta de que ya es hora de buscar una solucin

    alternativa. Pienso que la mejor publicidad para la vida cristiana consiste en mostrar que es

    capaz de colmar los anhelos ms profundos de todo corazn humano.

    Al escribir estas lneas pienso de modo especial en personas que se desaniman fcilmente

    cuando constatan sus fallos, ya sea en su vida cristiana, como en cualquier otro mbito.

    Observo que suelen ser personas de buen corazn, con cierta tendencia al perfeccionismo y,

    por tanto, permanentemente insatisfechas o, al menos, nunca satisfechas del todo. Viven

    como a disgusto consigo mismas porque no saben ser indulgentes con sus errores. Incluso sus

    xitos no logran compensar la negativa opinin que tienen de s mismas. Convierten casi todo

  • lo que hacen en una obligacin y dejan poco margen para disfrutar. Saben sufrir pero no saben

    ser felices con lo que tienen: siempre ponen condiciones de futuro a su felicidad. Quisiera

    hacer ver a esas personas que, en la vida cristiana al menos, sus imperfecciones y fracasos,

    lejos de ser causa de agobio o de desaliento, podran convertirse en motivo de

    agradecimiento. Quisiera que comprendan lo contradictorio que es que uno se sepa realmente

    hijo de Dios y no viva en paz consigo mismo.

    A veces, cuando explico a esas personas que la vida cristiana bien entendida, ya que a veces

    tienen de ella una imagen algo deformada puede ayudarles a asumir sus imperfecciones,

    aportando as una buena solucin a sus problemas de inseguridad, me piden que les aconseje

    algn libro para profundizar en esas ideas. No s bien qu aconsejarles, pues los libros que

    conozco oscilan entre simples manuales de autoayuda y libros ms profundos pero en los que

    esta temtica se toca slo de modo colateral (pienso por ejemplo en la autobiografa de Santa

    Teresa de Lisieux). sa es una de las razones por las que me he decidido a escribir estas lneas.

    Como ya se indica en el ttulo de este libro La autoestima del cristiano, nos manejamos

    entre dos mbitos: uno psicolgico o antropolgico y otro ms espiritual. En la primera parte,

    se abordan principalmente cuestiones de tipo antropolgico, como la importancia de cultivar

    una actitud positiva hacia uno mismo sin alejarse de la verdad, la afectividad y el desarrollo de

    la personalidad. El anlisis de los problemas derivados del orgullo nos permitir ilustrar la

    importancia que tiene la virtud de la humildad. La segunda parte del libro se centra ms en la

    espiritualidad cristiana como medio de solucionar de modo estable los problemas del yo.

    Veremos que el Amor que Dios nos ha manifestado en Cristo es una premisa necesaria de cara

    al desarrollo de una actitud ideal hacia uno mismo.

    Empleo a propsito el trmino autoestima porque, hoy por hoy, resulta ms comprensible

    para el hombre de la calle. En su lugar, el mundo clsico se refera quiz a algo ms profundo,

    como es la virtud de la magnanimidad. Bajo el nombre de magnnimo, Aristteles recogi el

    resultado de la vida virtuosa, esto es, el modo de ser del hombre cabal que logra hacer propias

    las virtudes de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza[1]. Mientras el trmino

    humildad hace pensar de modo inmediato en la virtud de no exagerar las propias cualidades,

    el trmino autoestima hace resaltar la actitud positiva hacia uno mismo.

    Al leer estas pginas, algunos se sentirn como retratados y otros pensarn que nada tiene

    que ver con ellos. Hay en todo ello, sin embargo, un fondo que, en diferente medida, puede

    ser til para todos, puesto que nadie est exento de los problemas del yo. Hay un vicio

    escribe Lewis a propsito del orgullo del que ningn hombre del mundo est libre, que todos

    los hombres detestan cuando lo ven en los dems y del que apenas nadie, salvo los cristianos,

    imagina ser culpable. He odo a muchos admitir que tienen mal carcter, o que no pueden

    abstenerse de mujeres, o de la bebida, o incluso que son cobardes. No creo haber odo a nadie

    que no fuera cristiano acusarse de este otro vicio[2].

    En mayor o menor grado, todos tenemos que aprender a conciliar nuestra miseria con nuestra

    grandeza por ser hijos de Dios. Se trata de compaginar dos aspectos: humildad y autoestima.

    La humildad cristiana, bien entendida, los compagina. La humildad, afirma San Josemara

    Escriv, es la virtud que nos ayuda a conocer, simultneamente, nuestra miseria y nuestra

    grandeza[3]. Con eso, todo est ya dicho. Se trata, sin duda, de una valiosa intuicin. De

  • todos modos, es preciso desglosar su significado. Esa afirmacin necesita una aclaracin

    porque, a primera vista, conciliar miseria y grandeza parece algo contradictorio. Habra que

    explicar por qu humildad es dignidad.

    Espero que estas pginas ayuden al lector a asimilar esa aparente contradiccin: a entender y

    a vivir el gozo de sentirse a la vez miserable pero inmensamente querido por Dios. Pienso que

    conocer, simultneamente, nuestra miseria y nuestra grandeza es la clave para vivir la

    humildad cristiana, una de las virtudes ms difciles e importantes. Desarrollar y consolidar una

    buena relacin con uno mismo no es tarea fcil. Pero vale la pena intentarlo porque su

    importancia es decisiva de cara a la felicidad que puede procurar el amor. En efecto, la

    experiencia muestra que de esa sana autoestima depende nuestra paz interior y la calidad de

    nuestras relaciones con los dems. Ya el viejo Aristteles deca que para ser buen amigo de los

    dems, es preciso ser primero buen amigo de uno mismo.

    Hay personas a quienes les puede resultar extrao que se hable de la importancia de que nos

    amemos a nosotros mismos, como si de algn tipo de egosmo se tratase, algo en todo caso

    incompatible con la idea que tienen de la virtud de la humildad. Sin embargo, la experiencia

    muestra que este recto amor a uno mismo y el amor propio egosta son inversamente

    proporcionales. Como veremos, el individuo egosta, en el fondo, ms que amarse demasiado

    a s mismo, se ama poco o se ama mal. El individuo humilde, en cambio, tiene paciencia y

    comprensin con sus propias limitaciones, lo cual le lleva a tener la misma actitud comprensiva

    hacia las limitaciones ajenas. La relacin equilibrada que mantiene el magnnimo consigo

    mismo le confiere cierto seoro sobre las metas que acomete. No necesita lograr el xito a

    cualquier precio, pero mantiene siempre despierta la disposicin a seguir mejorando.

    Existe una estrecha relacin entre ser amado, amarse a s mismo y amar a los dems. Por una

    parte, necesitamos ser amados para poder amarnos a nosotros mismos. Ver que alguien nos

    ama, favorece nuestra autoestima. Por otra parte, existe una relacin entre la actitud hacia

    nosotros mismos y la calidad de nuestro amor a los dems. Para vivir en paz con los dems, es

    preciso que vivamos primero en paz con nosotros mismos. Nada nos separa tanto de los

    dems como nuestra propia insatisfaccin. Es lgico que una actitud conflictiva hacia uno

    mismo dificulte el buen entendimiento con los dems. En primer lugar, porque es difcil que

    quien est absorbido por sus propias preocupaciones preste atencin a las preocupaciones

    ajenas. En segundo lugar, porque quien est a disgusto consigo mismo se suele volver

    susceptible con los dems. No es fcil soportar a los dems en momentos en los que uno ni

    siquiera se soporta a s mismo. La experiencia muestra que con frecuencia los mayores

    criticones son aquellos que han desarrollado una actitud hostil hacia s mismos.

    Nada me ayuda tanto a valorarme como experimentar un amor incondicional. Si no, cmo

    podra yo amarme a m mismo sabiendo que tengo tantos defectos? Quiz por eso anhelo ser

    amado de modo incondicional. Y es que los complejos, tanto de inferioridad como de

    superioridad, deterioran mi paz interior y mis relaciones con los dems, y slo desaparecen en

    la medida en que amo a alguien que me ama tal como soy. Pero podra yo recibir de una

    criatura un amor estable e incondicional? No es acaso Dios el nico capaz de amarme de ese

    modo? Sin duda, el amor humano es ms tangible, pero de una calidad muy inferior a la del

    amor divino. En el amor de una buena madre, por ejemplo, encuentro destellos de ese amor

  • divino. Pero mi madre no puede estar toda mi vida a mi lado, ni es capaz de mostrarse siempre

    benvola hacia cada uno de mis defectos. El amor de mis padres o de buenos amigos me

    ayuda a asegurar mis primeros pasos en la vida, pero la experiencia me muestra que ese amor,

    a la larga, resulta insuficiente.

    En definitiva, puesto que no somos capaces de amar de modo plenamente estable e

    incondicional, concluiremos que el desarrollo de nuestra capacidad afectiva depende, en

    ltima instancia y de modo decisivo, del descubrimiento del amor de Dios. Para poder amarnos

    a nosotros mismos tal como somos, sin ningn tipo de engao fraudulento, necesitamos

    descubrir las ventajas que tiene nuestra propia flaqueza de cara a un Amante misericordioso.

    Ningn progreso espiritual es posible sin la ayuda de la gracia divina. Juan Pablo II, en su Carta

    apostlica al comienzo del tercer milenio, recuerda este principio esencial de la visin

    cristiana de la vida: la primaca de la gracia[4]. Todo es gracia, pero comprender y vivir el

    humilde orgullo de los hijos de Dios lo es, por as decir, todava ms. Y es que la humildad

    cristiana supone un cambio de mentalidad tan profundo y radical, que slo es posible como

    consecuencia de una estrecha colaboracin entre la gracia de Dios y la libertad del interesado.

    Se trata de una progresiva y misteriosa transformacin interior, al calor de la gracia y, a veces,

    en medio de circunstancias vitales particularmente dolorosas, que hacen que el alma est

    especialmente receptiva a las mociones divinas.

    Como para todo en esta vida, para poder avanzar en este progresivo abandono de la propia

    estima en las manos de Dios, hace falta querer, saber y poder: buena voluntad, formacin y

    capacitacin. La ayuda divina facilita las tres cosas: fortalece nuestra voluntad, ilumina nuestro

    entendimiento y cura nuestra incapacidad. Dios es quien obra en vosotros el querer y el

    obrar, escribe San Pablo[5]. Pero Dios, que tanto respeta nuestra libertad, quiere siempre

    contar con nuestra colaboracin: con nuestro empeo por mejorar y por aprender a ser

    humildes. Si me he decidido a poner por escrito estas intuiciones, es porque espero que

    faciliten la insustituible accin de la gracia de Dios en el alma de cada uno de los lectores.

    Para que este libro resulte asequible a todo tipo de personas, he incluido ancdotas y pasajes

    procedentes de novelas o de autores especialmente amenos como Clives Staples Lewis. El

    autor ms citado ser Juan Pablo II. Por lo dems, los santos que ms saldrn a colacin sern

    Teresa de Lisieux (proclamada Doctora de la Iglesia en 1997) y Josemara Escriv de Balaguer

    (proclamado santo en 2002), en razn de una deuda de gratitud que tengo hacia ambos.

    Logroo, 7 de febrero de 2006

    PRIMERA PARTE: LOS PROBLEMAS DEL YO

    1) El ser humano en busca de su dignidad

    El orgullo es un problema universal que no se resuelve mientras cada uno de nosotros no

    reconozca que est personalmente implicado en el asunto. Si alguien quiere adquirir la

  • humildad afirma Lewis, creo que puedo decirle cul es el primer paso. El primer paso es

    darse cuenta de que uno es orgulloso. Y este paso no es pequeo. Al menos, no se puede

    hacer nada antes de darlo. Si pensis que no sois vanidosos, es que sois vanidosos de

    verdad[6].

    El problema ms fundamental en el hombre consiste en no saber asumir sus carencias. Ante la

    propia limitacin caben tres actitudes posibles:

    a) no aceptarla y hacerse creer que no existe o que se podr resolver con mero esfuerzo

    (optimismo ingenuo o soberbia clsica),

    b) exagerar la propia flaqueza y caer en una especie de complejo de inferioridad (pesimismo

    radical o falsa modestia)

    c) y, por ltimo, reconocer la propia limitacin y buscar pacficamente los medios para

    solucionarla (humildad). Las dos primeras actitudes se derivan del orgullo y se alejan de la

    verdad. La humildad, en cambio, es la nica actitud realista y verdadera.

    Vale la pena afrontar los problemas del yo, porque son la fuente de muchos quebraderos de

    cabeza. Casi todos los disgustos provienen de buscar una complacencia para el propio yo. Y la

    soberbia no genera slo falta de paz interior, sino que enturbia tambin las relaciones con los

    dems. Los cristianos tienen razn: es el orgullo el mayor causante de la desgracia en todos

    los pases y en todas las familias desde el principio del mundo. Otros vicios pueden a veces

    acercar a las personas: es posible encontrar camaradera y buen talante entre borrachos o

    entre personas que no son castas. Pero el orgullo siempre significa enemistad: es la enemistad.

    Y no slo la enemistad entre hombre y hombre, sino tambin la enemistad entre el hombre y

    Dios[7].

    Por desgracia, las consecuencias de la soberbia son patentes y, a veces, graves. En un relato

    sobre horribles situaciones en frica, en el que se sacan a colacin las terribles matanzas entre

    miembros de distintas tribus de Ruanda, pregunta un nio: Y por qu se odian tanto?. A lo

    que una persona mayor responde: Muy buena pregunta, y te aseguro que si alguien

    conociera la respuesta, tendra la respuesta a todas las preguntas. Quiz se odian porque

    siendo iguales se empean en querer ser diferentes[8].

    De dnde proviene tanta miseria? El origen de la soberbia es remoto. Viene de muy lejos,

    tanto en la historia de la humanidad, como en la vida de cada uno de nosotros. Es un problema

    con el que nacemos todos y que se puede agravar desde nuestra tierna infancia.

    Origen remoto de la soberbia

    Segn la Revelacin cristiana, la soberbia est presente desde los albores de la historia de la

    humanidad. Si Dios no nos lo hubiese revelado, lo podramos intuir racionalmente. Es como un

    rompecabezas en el que falta un dato y, cuando te lo dan, todo cuadra. En esta lnea, autores

    como Santo Toms de Aquino y Newman afirman que se puede mostrar que los defectos que

  • constatamos actualmente en nuestra naturaleza tienen que provenir de un pecado al

    principio[9].

    El hecho es que, a causa del pecado original, el hombre qued separado de Dios. En vez de

    dejarse engrandecer por su Creador, prefiri independizarse y buscar su propia excelencia.

    Como criatura, el hombre es necesariamente un ser limitado, pero es la nica criatura que

    Dios ha amado por s misma[10], y fue creado a imagen y semejanza de Dios[11], con un alma

    inmortal capaz de recibir los dones divinos. La estructura de la persona humana puede ser

    comparada con un edificio en cuya terraza se podra seguir construyendo hasta el cielo: hasta

    Dios. Como simple ser humano, el hombre no vale gran cosa, pero Dios le destin a ser

    libremente enaltecido por medio de un don que le diviniza: el don de la filiacin divina. Si el

    hombre emplea bien su libertad y acepta la oferta divina, recibe la mayor dignidad que se

    pueda concebir: la dignidad de los hijos de Dios.

    Desgraciadamente, nuestros primeros antecesores rechazaron la propuesta divina. Desde ese

    desgarrn original, el hombre anda como loco buscando su dignidad perdida. Lo que dio lugar

    al primer pecado de la historia, la lcida soberbia, se ha instalado en nuestra naturaleza. Y

    todos los pecados posteriores no han hecho ms que agravar la situacin. Uno dira que las

    heridas del pecado terminan anclndose en los genes, en los hbitos y en las neuronas...

    Cunto dolor trae consigo el pecado! No hay ni un solo pecado que no acarree sufrimiento,

    propio o ajeno. El estado en el que ha quedado la humanidad como consecuencia del pecado

    es realmente penoso. No nos damos cuenta porque estamos acostumbrados a ello. Pero si

    pudisemos visitar un planeta en el que tambin hubieran sido puestos los hombres y en el

    que no hubiera habido pecado, el gran contraste que apreciaramos nos abrira los ojos. All,

    todos se pareceran a la Virgen Mara. Y, al volver a esta tierra, suplicaramos con vehemencia

    a Dios que nos enviase un Redentor.

    Afortunadamente, eso ya ha sucedido. Hace veinte siglos, en la plenitud de los tiempos, Dios

    se compadeci de nuestra miseria y su Hijo se hizo hombre para redimirnos. La redencin

    operada por Cristo nos ha obtenido una gracia capaz de curar las secuelas del pecado y de

    devolvernos la dignidad de hijos de Dios. La salvacin que nos brinda Jesucristo supone, pues,

    la mejor medicina para nuestra miseria y la posibilidad de recuperar la dignidad original.

    Pienso que los cristianos no se detienen lo suficiente a meditar esta maravillosa promesa de

    Cristo. El Hijo Unignito de Dios ensea Santo Toms de Aquino, queriendo hacernos

    partcipes de su divinidad, asumi nuestra naturaleza, para que, habindose hecho hombre,

    hiciera dioses a los hombres[12]. Nos quiere divinizar! Si no nos asombramos ms ante esta

    maravilla, es quiz porque no lo tomamos en sentido realista. Hablando de esas promesas,

    escriba San Pedro que el Verbo se encarn para hacernos partcipes de la naturaleza

    divina[13]. Uno de los Padres de la Iglesia que ms claro lo afirma es San Atanasio: Porque el

    Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios[14]. No entendemos cmo es posible

    endiosar a un hombre, pero si Dios se hizo verdadero hombre sin dejar de ser Dios, bien puede

    suceder lo contrario.

    Aqu est la clave para solucionar todos los problemas que aparecern a lo largo de estas

    pginas. No es lgico que quien sea consciente de su filiacin divina en Cristo, se siga

  • preocupando por su propia dignidad. Entre los defectos de un ser creado a imagen de Dios y

    llamado a una divinizacin progresiva, no hay ninguno peor que ste: la negacin de su propia

    dignidad[15].

    Dios resiste a los soberbios, y da su gracia a los humildes, escriba el Apstol Santiago[16].

    Puesto que Dios siempre respeta nuestra libertad, la accin de su gracia redentora no es

    automtica. Para que surta efecto, tenemos que desandar progresivamente el camino

    recorrido, abdicando de nuestra autosuficiencia, muriendo a nosotros mismos para poder vivir

    en l. Ya en el Bautismo morimos a nosotros mismos y resucitamos con Cristo a una vida

    nueva. Pero no basta con el Bautismo: ese germen de vida sobrenatural tiene que

    desarrollarse con nuestra colaboracin. Cristo espera que participemos activamente, con

    humildad y empeo, en la transformacin interior que su gracia opera en cada uno de

    nosotros. Como afirma Juan Pablo II, el cristiano debe, por decirlo as, entrar en l con todo

    su ser, debe "apropiarse" y asimilar toda la realidad de la Encarnacin y de la Redencin para

    encontrarse a s mismo[17]. Sin una progresiva y sincera conversin interior, no se curan en el

    cristiano las huellas del pecado. Cristo debe entrar en su yo para liberarlo del egosmo y del

    orgullo[18]. El orgullo est profundamente anclado en el corazn humano. Por tanto, para

    compensar esa realidad, es preciso que, de modo progresivo, la conciencia de nuestra filiacin

    divina hunda sus races en lo ms profundo de nuestro ser. Como iremos viendo a lo largo de

    estas pginas, la herida del orgullo es la fuente de casi todas nuestras desgracias, y el hondo

    sentido de nuestra filiacin divina en Cristo es el antdoto ideal.

    El orgullo es competitivo y cegador

    Si el hombre desconoce o, por autosuficiencia, rechaza la dignidad de hijo de Dios que le

    brinda Cristo, queda atrapado en las redes de su orgullo. Y lo peor que tiene el orgullo es que

    es insaciable y competitivo. El orgullo de cada persona escribe Lewis est en

    competencia con el orgullo de todos los dems. Es porque yo querra ser el alma de la fiesta

    por lo que me molest tanto que alguien ms lo fuera. Dos de la misma especie nunca estn

    de acuerdo. Lo que es necesario aclarar es que el orgullo es esencialmente competitivo es

    competitivo por su naturaleza misma, mientras que los dems vicios son competitivos slo,

    por as decirlo, por accidente. El orgullo no deriva del placer de poseer algo, sino slo de

    poseer algo ms de eso que el vecino. Decimos que la gente est orgullosa de ser rica, o

    inteligente, o guapa, pero no es as. Cada uno est orgulloso de ser ms rico, ms inteligente o

    ms guapo que los dems. Si todos los dems se hicieran igualmente ricos, o inteligentes o

    guapos, no habra nada de lo que estar orgulloso. Es la comparacin lo que nos vuelve

    orgullosos: el placer de estar por encima de los dems. Una vez que el elemento de

    competicin ha desaparecido, el orgullo desaparece. Por eso digo que el orgullo es

    esencialmente competitivo de un modo en que los dems vicios no lo son. El impulso sexual

    puede empujar a dos hombres a competir si ambos desean a la misma mujer. Pero un hombre

    orgulloso os quitar la mujer, no porque la desee, sino para demostrarse a s mismo que es

    mejor que vosotros. La codicia puede empujar a dos hombres a competir si no hay bastante de

    lo que sea para los dos, pero el hombre orgulloso, incluso cuando ya tiene ms de lo que

    necesita, intentar obtener an ms para afirmar su poder. Casi todos los males del mundo

  • que la gente atribuye a la codicia o al egosmo son, en mucha mayor medida, el resultado del

    orgullo[19].

    La soberbia, por ser esencialmente competitiva e insaciable, engendra envidia e insatisfaccin.

    Si no se corrige a tiempo, la envidia genera todo tipo de tensiones. Lo vemos con frecuencia en

    la sociedad actual, donde no se trata de ser competente, sino de ser competitivo. No basta

    con ser rico: tengo que serlo ms que mi cuado. Lo importante no es escribir un buen libro, lo

    importante es que se venda ms que el anterior. Tengo prestigio, s, pero todava no el

    suficiente. Mi carrera profesional es bastante brillante, pero an me falta mucho para llegar a

    la cima[20]. Conoc a una persona que nunca consegua calmar su insatisfaccin profesional.

    Llevaba ya cursadas seis carreras universitarias. En cuanto consegua un puesto laboral, por el

    que haba luchado durante aos, lo abandonaba para aspirar a otro.

    Los peligros de la soberbia no slo se derivan de ser esencialmente competitiva, sino tambin

    de ser cegadora. La soberbia pone gafas que distorsionan la realidad, de modo que, si falta

    autocrtica, uno ni siquiera se percata de ello. Es como un virus que se introduce en lo ms

    recndito y que no suele ser combatido porque el interesado no es consciente de estar

    infectado. Y es que la soberbia tiende a presentarse de forma ms retorcida que otros vicios.

    Se cuela observa un agudo pensador por los resquicios ms sorprendentes de la vida del

    hombre, bajo apariencias sumamente diversas. La soberbia sabe que si ensea la cara, su

    aspecto es repulsivo, y por eso una de las estrategias ms habituales es esconderse, ocultar su

    rostro, disfrazarse. Se mete de tapadillo dentro de otra actitud aparentemente positiva, que

    siempre queda contaminada[21]. La soberbia se puede disfrazar de lo ms noble: de

    sabidura, de coherencia con uno mismo, de apasionado afn de hacer justicia, de afn de

    defender la verdad, de espritu de servicio, de generosidad... Cualquier anhelo humano puede

    estar viciado por el yo.

    La soberbia introduce un elemento de falsedad tanto en la percepcin de uno mismo, como en

    la percepcin de los dems y de Dios. Siendo a la vez cegadora y competitiva, la soberbia lleva

    a ver a los dems como potenciales rivales que ponen en peligro la propia excelencia. Se les

    proyecta as el propio afn de querer ser el mejor. Los dems se convierten en contrincantes o,

    lo que es peor, aparecen como tirnicos dominadores que amenazan con subyugar la propia

    independencia.

    Ese mecanismo de autoproyeccin es especialmente nefasto de cara a Dios. El hombre

    orgulloso prefiere jugar el papel de rey, aunque slo sea en el reino de su propia miseria. Se

    vuelve competitivo y desconfiado incluso de cara a su Creador. Cae as en una especie de

    megalomana, creyndose capaz de igualar a Dios. De este modo, aunque con menor lucidez,

    sucumbe ante la misma tentacin que nuestros primeros padres. Desde el momento en que

    tenemos un ego explica Lewis, existe la posibilidad de poner a ese ego por encima de todo

    de querer ser el centro de querer, de hecho, ser Dios. Ese fue el pecado de Satn: y ese

    fue el pecado que l ense a la raza humana. [...] Lo que Satn puso en la cabeza de nuestros

    antepasados remotos fue la idea de que podan "ser como dioses", que podan desenvolverse

    por s solos como si se hubieran creado a s mismos, ser sus propios amos, inventar una

    especie de felicidad para s mismos fuera de Dios, aparte de Dios. Y de ese desesperado

    intento ha salido casi todo lo que llamamos historia humana el dinero, la pobreza, la

  • ambicin, la guerra, la prostitucin, las clases, los imperios, la esclavitud, la larga y terrible

    historia del hombre intentando encontrar otra cosa fuera de Dios que lo haga feliz[22]. A la

    larga, en efecto, el orgullo siempre resulta ser el peor de los vicios y la humildad la ms

    importante de las virtudes morales.

    Piensa el ladrn que todos son de su condicin. Desgraciadamente es bastante comn

    proyectar sobre los dems la propia miseria. Si la criatura proyecta sobre Dios su propia

    soberbia, es posible que, como al principio de la historia, se rebele contra su Creador. ste

    quiere ser ante todo un padre amantsimo, pero la criatura le convierte en una especie de

    dspota celoso por custodiar su supremaca. Segn Juan Pablo II, este mecanismo explica el

    origen del atesmo, como reaccin del hombre que huye ante la imagen falsa de Dios que se ha

    forjado. Su soberbia le lleva a cambiar la actitud padre-hijo que Dios siempre quiso, en una

    relacin amo-esclavo: Los "rayos de paternidad" encuentran una primera resistencia en el

    dato oscuro pero real del pecado original. Esta es la verdadera clave para interpretar la

    realidad. El pecado original no es slo la violacin de una voluntad positiva de Dios, sino

    tambin, y sobre todo, de la motivacin que est detrs. La cual tiende a abolir la paternidad,

    destruyendo sus rayos que penetran en el mundo creado, poniendo en duda la verdad de Dios,

    que es Amor, y dejando la sola conciencia de amo y esclavo. As, el Seor aparece como celoso

    de su poder sobre el mundo y sobre el hombre; en consecuencia, el hombre se siente inducido

    a la lucha contra Dios. Anlogamente a cualquier poca de la historia, el hombre esclavizado se

    ve empujado a tomar posiciones en contra del amo que le tena esclavizado[23].

    Orgullo incluso en la vida cristiana

    No todos los que tienen esa falsa imagen de Dios se rebelan contra l. Otros no le abandonan,

    pero se le someten con mentalidad de esclavos: cambian el temor filial miedo a herir el gran

    amor de su Padre Dios, que no excluye el temor reverencial o actitud de profundo respeto

    ante lo divino, por un temor servil. Se limitan a cumplir sus deberes religiosos por temor a

    ser castigados. Temen caer en desgracia ante un Dios al que ven ante todo como dominador.

    Este temor servil proviene de haber empequeecido el Amor de Dios. San Josemara Escriv

    acostumbraba a decir que no entenda otro temor de Dios que no sea el del hijo que sufre

    porque ha disgustado a su padre. Si uno interioriza con hondura la realidad de la filiacin

    divina, si uno es consciente de la cercana constante y solcita de Dios, ya no hay espacio para

    la actitud fra y encogida, entre farisaica y puritana, que reduce la religiosidad a un mero

    intentar estar en regla con un Dios de la severidad. Ni tampoco para la superficialidad o rutina

    en el trato con Dios[24].

    Detrs de actitudes religiosas de corte escrupuloso y perfeccionista, encontramos siempre una

    mezcla explosiva de buena voluntad, amor propio y temor servil. En cambio, quien se sabe hijo

    de tan buen padre, slo teme herir el amor de ste. El temor excluye el amor: quien teme no

    es perfecto en la caridad, sentencia San Juan[25]. Para nosotros escribe San Hilario, el

    temor de Dios radica en el amor[26]. Ms que temer a Dios, habra que temerse a s mismo,

    pues, si uno hace mal uso de su libertad, se priva del regalo eterno que Dios le quiere otorgar.

  • Dan mucha pena esos malentendidos que provienen de empequeecer el Amor de Dios. Una

    malsana relacin del cristiano consigo mismo deteriora su relacin con Dios y puede dar lugar

    a todo tipo de quebraderos de cabeza. Hay quienes se agobian tanto en su lucha por mejorar,

    que prefieren cruzarse de brazos. Otros luchan, pero lo hacen de modo perfeccionista. El

    orgullo inspira su lucha y hace que sta est ante todo motivada por un afn obsesivo de estar

    en regla con Dios. Cuando pienso en el reino de Dios escribe Henri Nouwen, en seguida

    me viene a la mente la idea de Dios como guardin de un enorme marcador celestial, y

    siempre temo no llegar a la puntuacin necesaria. Pero cuando pienso en la bienvenida de

    Dios al mundo, descubro que Dios ama con un amor divino, un amor que da a cada hombre y a

    cada mujer su unicidad sin establecer nunca comparaciones[27].

    El Amor de Dios puede liberarnos de nuestra miseria, pero, para quien no lo entiende de modo

    correcto, podra convertirse incluso en un peso sobreaadido. En el fondo, que nuestras

    acciones ofendan a Dios conlleva algo muy positivo: que nos ama. La evidencia de que

    nuestras acciones puedan ofenderle afirma Mons. Javier Echevarra presupone que el

    Seor nos ama [...]. Ms an as lo dice el libro del xodo, es un Dios que se alegra con

    nuestro cario y al que le duele nuestro desamor[28]. Y Dios no nos ama porque lo

    merezcamos, sino porque l es bueno. El Amor de Dios es un amor que ninguno merece, ni

    siquiera el ms bueno de nosotros. Es un amor gratuito[29]. El Amor de Dios siempre precede

    al nuestro. No espera que demos la talla. Espera ms bien que abdiquemos de nuestra

    autosuficiencia y aceptemos su Amor. Dios es como un profesor que, de entrada, nos pone

    matrcula. De nada sirve, por tanto, hacer trabajos extra con el propsito de subir nota. Somos

    sus hijos y nos ama tal como somos. Si nos invita a mejorar, es por nuestro propio bien, y no

    porque as consigamos que l nos ame ms. Dios quiere que le correspondamos porque sabe

    que seremos felices en la medida en que nos unamos amorosamente a l.

    Sabiendo que Dios me ama tal como soy, ser capaz de hacer las cosas slo por l, sin buscar

    mi propio provecho. Me da as la clave de la rectitud de intencin. Al liberarme de m mismo,

    me hace capaz de hacerlo todo por amor a l y a los dems. Lo har ante todo por l, ya que, si

    bien a l nada le falta, habindome creado por amor, se podra decir que lo nico que le falta

    es mi amor. Quiere que yo le agrade correspondiendo a su Amor, pues tiene puestas sus

    complacencias en m. Este amor recproco culminar en el Cielo con una sempiterna unin

    amorosa.

    Cuando falta esa rectitud de intencin, el orgullo, de modo solapado, puede desvirtuar el ideal

    cristiano de la santidad. sta no consiste en una perfeccin a secas, sino en una perfeccin de

    amor, en un empeo eficaz por contentar al Seor, que lleva tanto al esfuerzo heroico por

    mejorar, como a la humildad de dejarse querer en las propias carencias. La santidad no es una

    plenitud que adquirimos por nuestra cuenta. Es ms bien un vaco que descubrimos y

    aceptamos, y que Dios llena en la medida en que nos abrimos a su plenitud. Ciertamente el

    quid de la santidad es cuestin de confianza: lo que el hombre est dispuesto a dejar que Dios

    haga en l. No es tanto el yo hago, como el hgase en m[30]. No se trata de una actitud

    meramente pasiva, sino de una cooperacin activa con el Espritu Santo, cuya gracia nos

    santifica transformndonos interiormente. De la Virgen Mara, la criatura ms santa que haya

    existido jams, aprendemos esa actitud de libre confianza y entrega. Su hgase en m segn

  • tu palabra[31] es la expresin ms sublime de rendicin amorosa al querer divino. No es de

    extraar que el Seor haya podido y pueda! obrar maravillas en Ella y a travs de Ella[32].

    En cambio, el empeo del cristiano orgulloso por mejorar, en vez de estar motivado por el

    deseo de agradar a Dios, hunde sus races en el afn de demostrarse a s mismo que es bueno.

    En el fondo, ese empeo encubre un yo insatisfecho. El amor propio siempre exige grandes

    sacrificios, pero nunca est satisfecho del todo. Es como una voz interior que nos reprende al

    mnimo fallo, como un aguafiestas que no para de incordiarnos por dentro. A causa de esa

    insatisfaccin el cristiano puede volverse rigorista, olvidando que el cristiano no es un

    manaco coleccionador de una hoja de servicios inmaculada[33]. A propsito de un caso

    extremo, se dice en una novela: Es un religioso que jams perder una hora de oracin, que

    jams infligir un precepto, que jams discutir una orden. Es un religioso perfecto para hacer

    carrera [...]. Sin embargo, es un hombre que no tiene corazn. En su lugar est la ley y,

    camuflada bajo ella, la ambicin, una terrible, devoradora ambicin[34].

    Lo mejor puede encubrir lo peor. Es terrible afirma Lewis que el peor de todos lo vicios

    pueda infiltrarse en el centro mismo de nuestra vida religiosa. Pero podemos comprender por

    qu. Los otros, y menos malos, vicios, vienen de que el demonio acta en nosotros a travs de

    nuestra naturaleza animal. Pero se no viene de nuestra naturaleza animal en absoluto. ste

    viene directamente del infierno. Es puramente espiritual, y en consecuencia, es mucho ms

    mortfero y sutil. Por la misma razn, el orgullo puede ser a menudo utilizado para combatir

    los vicios menores. Los maestros, de hecho, a menudo acuden al orgullo de los alumnos, o,

    como ellos lo llaman, a la estimacin que sienten por s mismos, para impulsarles a

    comportarse correctamente: ms de un hombre ha superado la cobarda, la lujuria o el mal

    carcter aprendiendo a pensar que estas cosas no son dignas de l... es decir, por orgullo. El

    demonio se re. Le importa muy poco ver cmo os hacis castos y valientes y dueos de

    vuestros impulsos siempre que, en todo momento, l est infligiendo en vosotros la dictadura

    del orgullo... del mismo modo que no le importara que os curasen los sabaones si se le

    permitiera a cambio infligiros un cncer[35].

    Nunca se hablar lo suficiente de la importancia que tiene la humildad en la vida cristiana. Esta

    virtud es condicin necesaria de fecundidad sobrenatural. Sin ella, el Seor no se puede lucir:

    es como si le atsemos las manos. En cambio, si reconocemos nuestra indigencia, le

    permitiremos a l poner todo lo que nos falte.

    El orgullo puede corromper las mejores aspiraciones, pero esto no es excusa para desistir del

    deseo de perfeccin. Es mejor aspirar a la santidad de modo incorrecto, que cruzarse de

    brazos. Se trata ms bien de purificar esas aspiraciones, de intentar superar ese estadio

    imperfecto del amor. En la lucha por la santidad, todo esfuerzo es poco, pero es preciso

    realizarlo con esa gran paz interior propia de quien busca ante todo agradar a un Padre tan

    bueno. Es preciso abandonar confiadamente en manos de Dios la propia perfeccin. Deca

    Santa Teresa de Lisieux que el Seor le haba enseado a no hacer recuento de sus actos

    virtuosos. Se trataba ms bien de intentar convertir cualquier circunstancia diaria, por muy

    pequea que fuese, en ocasin de amarle. Tu Teresa escribe a una de sus hermanas no

    se encuentra en este momento en las alturas, pero Jess le ensea a sacar provecho de todo,

    del bien y del mal que halla en ella. Le ensea a jugar a la banca del amor, o, mejor, l juega

  • por ella sin decirle cmo se las arregla, pues eso es asunto suyo y no de Teresa. Lo nico que

    ella tiene que hacer es abandonarse, entregarse sin reservarse nada para s, ni siquiera la

    alegra de saber cunto rinde su banca[36].

    En la vida de cada uno

    El origen de la soberbia no es slo remoto en la historia de la humanidad. Tambin en la vida

    de cada adulto, el amor propio viene de lejos. Las carencias en nuestra naturaleza pueden ser

    agravadas por circunstancias vitales desfavorables y por los propios pecados.

    Cuando el nio comienza a discurrir, comienza a percatarse de su propia indigencia, pero no es

    an capaz de racionalizarla: no es consciente de la inalienable dignidad que le corresponde

    como ser humano. En la medida en que sus padres no le hagan ver que lo vale todo a los ojos

    de Dios y que, en su lugar, ellos le aman tal como es, el nio tender a llamar la atencin, a

    querer ser el centro del universo. Si los padres descuidan a sus hijos, comienzan las

    inseguridades y se incoan los dramas posteriores. A veces, los adultos no se dan cuenta de que

    pueden provocar en el alma de sus hijos pequeos heridas que les duran de por vida. Cuando

    veo a hermanos que, tras la muerte de sus padres, se pelean con motivo de la herencia, pienso

    que la razn profunda de esos enfrentamientos habra que buscarla en una larga historia de

    orgullo herido desde la infancia.

    Qu difcil es educar bien! Ms que una ciencia, es un arte. Cuntos padres transmiten sus

    propios defectos a sus hijos! En la educacin de los nios, al mismo tiempo que se les encarece

    a portarse bien, no hay nada tan importante como ensearles a amar sus propias limitaciones.

    Habra que mostrarles que se les quiere de modo incondicional, esto es, por lo que son, y no

    por lo que tengan, sepan o consigan realizar: que se les ama tal como son! No hay nada tan

    corriente y tan peligroso como el chantaje afectivo: mostrar a un nio que se le quiere en la

    medida en que se comporte conforme a los gustos de los mayores. Qu importante es que

    nos enseen desde pequeos a hacer el bien por amor, porque nos da la gana tratar bien a los

    dems, y no porque stos nos dictaminen el modo de comportarnos a cambio de su aprecio!

    En la misma lnea, a la hora de educar a alguien en el deseo de perfeccin, si se pierde de vista

    la importancia de que se acepte tal como es, se le podra inducir a alimentar un falso yo irreal.

    Sin una actitud de humilde autoestima, el sujeto en cuestin vivir de acuerdo a ese falso yo

    idealizado. Tendr entonces tendencia a imitar a un personaje ideal, que no es, mientras

    reprime todo lo personal porque contrasta con ese yo idealizado.

    Sirva de ilustracin un pasaje de una novela en la que la protagonista, rememorando la mala

    relacin que tuvo con su madre, escribe: Yo era muy diferente a ella y ya a los siete aos, una

    vez superada la dependencia de la primera infancia, empec a no soportarla. Sufr mucho por

    su causa. Todo el tiempo estaba agitada y siempre se trataba nicamente de motivos externos.

    Su presunta perfeccin me haca sentir que yo era mala, y la soledad era el precio de mi

    maldad. Al principio incluso haca intentos de ser como ella, pero eran intentos desmaados

    que siempre fracasaban. Cuanto ms me esforzaba, ms destrozada me senta. Renunciar a

    uno mismo lleva al desprecio. Del desprecio a la rabia el paso es corto. Cuando comprend que

  • el amor de mi madre era un asunto relacionado con la mera apariencia, con cmo tena que

    ser yo y no con cmo era realmente, en el secreto de mi cuarto y en el corazn comenc a

    odiarla[37].

    Si no aprenden algo tan importante en el ambiente familiar, mucho menos lo aprendern

    fuera de casa. En efecto, cuando comienzan a ir a la escuela, se topan con la ley de la jungla: el

    que chille ms o el ms atrevido de todos se convierte automticamente en el jefe. Segn su

    carcter, unos acentan su arrogancia y se autoconfirman humillando a los dems; otros,

    como mecanismo de autodefensa, acentan su timidez e intentan autoafianzarse a travs de

    xitos escolares. Los introvertidos se aslan y tienen pocos amigos; los arrogantes, en cambio,

    llevan la voz cantante en su pandilla y, para no perder su prestigio, se ven obligados a

    comportarse de modo cada vez ms excntrico. Por tanto, una misma falta de autoestima hace

    que unos se vuelvan arrogantes y otros retrados.

    Tres estadios en la vida

    El camino ordinario para tomar conciencia de la propia vala es a travs de personas a las que

    tenemos en alta estima, quienes, al juzgarnos, nos inducen a formarnos una idea sobre

    nosotros mismos. Hay autores que hablan al respecto de interlocutores relevantes[38].

    Podemos distinguir tres tomas de conciencia de uno mismo a lo largo de la vida: en la infancia,

    en la adolescencia y en la madurez. En la infancia los interlocutores relevantes suelen ser los

    padres. Al llegar a la edad de razn, el nio se percata de la propia indigencia y se acoge al

    parecer de sus padres para saber lo que vale. La pubertad suele traer un perodo difcil pero

    necesario, en que la persona empieza a buscar su propia identidad con independencia de sus

    padres.

    En la adolescencia, aproximadamente entre los trece y los veinte aos, los interlocutores

    relevantes suelen ser los amigos y la persona de la que uno se enamora. El adolescente se da

    cuenta de que tiene que saber por s mismo lo que vale, pero no lo suele lograr y, para

    valorarse, sigue dependiendo de la opinin de quienes ms admira. Si aprende a no hacer

    comedia, a defender sus propias opiniones, y sabe rodearse de buenos amigos esto es, de

    personas que le valoran por lo que es y no por lo que l les pueda aportar, todo va bien.

    Pero si en vez de ser autntico y de rodearse de buenos amigos, no se atreve a mostrarse tal

    como es y se codea con colegas desaprensivos, entonces su mimetismo de adolescente puede

    tener consecuencias funestas.

    Actualmente, muchos adolescentes, para no sentirse desplazados, imitan cualquier

    comportamiento que est de moda. Eso, en ambientes escasos de valores, puede tener

    efectos autodestructores. La sobreproteccin que recibieron en la infancia se traduce ahora

    en debilidad afectiva. Los jvenes de la Generacin X son propensos a la depresin y buscan

    muchas veces la afectividad perdida en la promiscuidad sexual, aliada inevitablemente con el

    miedo al SIDA. Otra salida es la msica mquina y las drogas de diseo[39].

    Dan especial pena esas chicas fciles que se degradan a s mismas entregando sus encantos al

    primer postor. Y la razn no es tanto el atractivo sexual cuanto la vanidad. Para gustarse a s

  • mismas, necesitan experimentar que gustan a los chicos y alardear de ello ante sus

    emancipadas amigas. Ya lo deca Lewis: Me pregunto [...] si no se habr perdido en tiempos

    de promiscuidad ms veces la virginidad por obedecer al seuelo de la camarilla poltica que

    por someterse a Venus. Cuando est de moda la promiscuidad, los castos quedan

    desplazados[40].

    La adolescencia es una poca en la que uno se va formando juicios propios con independencia

    de lo que opinen los padres y los educadores. A los veinticinco aos ya se espera que uno haya

    adoptado una actitud personal y estable en la vida. Los padres juegan el papel ms importante

    durante esos aos. Una actitud demasiado protectora y posesiva impide la maduracin de los

    hijos. Habra que ayudarles, con delicado respeto de su libertad, a construir un proyecto de

    vida propio, adoptando una actitud de acompaamiento que fomente su legtima

    independencia.

    Los hijos, para autoafirmarse, suelen adoptar posturas contrarias a las de los padres. Slo

    habrn madurado cuando aprendan a dialogar y a estar por encima de las opiniones de sus

    padres. Como afirma una escritora italiana, cada uno debe crecer con respecto a los padres.

    Estoy convencida de que una persona es adulta cuando deja de vivir por reaccin. Hasta una

    cierta edad se acta por reaccin ante lo que sucede; pero, luego, a partir de cierto momento,

    se comienza a actuar siguiendo el propio proyecto. ste es el despegue definitivo. Es muy

    importante conseguir madurar: sucede a travs del dilogo y, simultneamente, a travs de

    ese distanciamiento. Sin embargo tengo la impresin de que muchas personas se quedan

    ancladas en el pasado en sentido negativo, de contraposicin o, en todo caso, de

    inacabamiento respecto a los padres[41].

    La tercera y definitiva toma de conciencia de la propia dignidad tendra que tener lugar en la

    edad adulta, pero, por desgracia, muchas personas supuestamente adultas se rigen por los

    mismos mecanismos de autoconfirmacin que observamos en la infancia y en la adolescencia.

    Si fuesen personas realmente maduras, sabran por s mismas lo que valen. Sin embargo,

    siguen jugando toda la vida una especie de comedia, con el agravante de que su afn de

    hacerse valer suele ser ms enmaraado que en los nios. En vez de valorarse a s mismos,

    permiten que otros dictaminen su valor. Hay tambin quienes logran vencer los respetos

    humanos. Son personas independientes a quienes ya no les importa el qu dirn, pero lo

    logran a base de autosuficiencia: no les importa lo que piensen los dems simplemente porque

    pasan de ellos. A muchas de estas personas les viene muy bien tener hijos alrededor de los

    veinticinco aos, pues de otro modo sus relaciones humanas se empobreceran cada vez ms.

    Sin hijos, algunas mujeres que desconfan del amor de sus maridos se deprimiran, mientras

    que la enfermedad de los hombres adictos al trabajo sera una profesionalitis crnica y

    progresiva.

    Dan pena quienes dependen tanto de la opinin ajena. Unos se las dan de independientes,

    otros van mendigando aprecio. Con tal de quedar bien, son capaces de sacrificar cualquier

    cosa. De ese modo se compromete seriamente la autenticidad de nuestras relaciones. En

    cuanto nos reunimos unos cuantos se dice en una novela, no nos atrevemos a ser como

    somos en realidad, porque tememos ser distintos a como creemos que son nuestros

    semejantes, y nuestros semejantes temen ser distintos a como creen que somos nosotros. Y,

  • en consecuencia, todos pretenden ser menos piadosos, menos virtuosos y menos honrados de

    lo que realmente son. [...] Es lo que yo llamo la nueva hipocresa [...]. Antes, la gente pretenda

    hacerse pasar por mejor de lo que era, pero ahora todos pretenden parecer peores. Antes, un

    hombre deca que iba a misa los domingos aunque no fuese, pero ahora dice que va a jugar al

    golf y le fastidiara mucho que sus amigos descubriesen que en realidad va a la iglesia. En otras

    palabras: la hipocresa, que antes era lo que un escritor francs llamaba "el tributo que el vicio

    paga a la virtud", ahora es "el tributo que la virtud paga al vicio"; y, en mi opinin, esto es

    muchsimo peor, porque significa que vamos perdiendo la nocin de la decencia y pronto no

    nos atreveremos a ser buenas personas ni siquiera en privado, puesto que en vez de ocultar

    nuestros defectos nos complacemos en exteriorizarlos, por mviles de respeto humano[42].

    Menuda esclavitud la de los respetos humanos! Me contaban que los chinos se sienten muy

    avergonzados si cometen un error en pblico. Lo llaman perder la cara. Deca Confucio que

    el hombre necesita su cara como el rbol necesita su corteza. Ese miedo a perder la cara no se

    ve slo en los orientales, sino tambin en el carcter de muchos. Es lgico que as sea, si no se

    conoce a Aquel ante quien uno nunca puede perder la cara.

    Los respetos humanos son comprensibles si tenemos en cuenta nuestra tendencia a vernos a

    nosotros mismos a travs de los ojos de los dems. Es algo que se ve ms en las personas

    sensibles. Por ejemplo, observa un autor, la mujer para gustar tiene que gustarse. De alguna

    manera, cuando se ve fea se rechaza, no est bien consigo misma, se deprime[43]. Por otra

    parte, lo que ms teme el varn es a no servir o a ser incompetente. Compensa ese temor

    entregndose a aumentar su poder y su competencia. El xito, el logro y la eficiencia son lo

    ms importante en su vida[44]. Por tanto, de un modo o de otro, todos tenemos cierta

    tendencia a vernos a travs de los ojos de los dems. Pero no vale la pena regirse por estos

    respetos humanos, porque la gente nos juzga segn criterios superficiales: si somos

    simpticos, si tenemos un coche grande, etc. Slo las personas que nos quieren bien, se fijan

    ms en lo que somos que en lo que tenemos, sabemos o podemos.

    Tenemos tendencia a reflejarnos en los dems como en un espejo, y no hay espejo ms

    adulador que los ojos del enamorado. Por eso, slo desaparecern nuestros problemas de

    autoestima cuando nos veamos a nosotros mismos a travs de los ojos de Dios. Slo quien

    toma a Dios como su ms relevante Interlocutor va por la vida sin ningn tipo de complejos.

    Los nios dependen de la estima que reciben de sus padres. Los adolescentes dependen del

    aprecio que reciben de sus amigos y de la persona de la que se han enamorado. Pero la

    persona verdaderamente madura se hace independiente de todos porque se ve a s misma

    como le ve su Padre Dios.

    Habra, pues, que pedir a Dios lo que le peda Jos Mara Pemn:

    Que no me turbe mi conciencia

    la opinin del mundo necio;

    que aprenda, Seor, la ciencia

    de ver con indiferencia

  • la adulacin y el desprecio[45].

    2) Personalidad y afectividad: independencia y dependencia

    De ordinario la edad y las experiencias de la vida nos ayudan a superar el miedo al qu dirn.

    Nos damos cuenta de que los respetos humanos coartan nuestra libertad y son un sntoma de

    inmadurez. Adems, a veces, las decepciones nos hacen ver que no vale la pena depender de

    la opinin ajena: que tenemos que saber por nosotros mismos lo que valemos. Pero a muchos

    les sucede que, para adquirir esa madurez, se desentienden de los dems. En la prctica, slo

    logran superar esas dependencias a base de desamor. En el fondo, no se hacen

    verdaderamente independientes, sino ms bien indiferentes.

    Es frecuente confundir la independencia con la frialdad. Pero no. La verdadera independencia

    procede de la libertad interior y de la capacidad de amar de modo desprendido, no de la

    frialdad. No se trata de pasar de los dems, sino de aprender a no depender de su estima.

    Veamos ahora cmo el hombre ideal desarrolla al mismo tiempo una gran personalidad, que le

    hace ser independiente, y una gran capacidad afectiva, que le hace ser dependiente.

    La generosidad de dar y la humildad de recibir

    Como afirma Edith Stein, el amor, para su perfeccionamiento, exige el don recproco de las

    personas[46]. Sin ese don recproco, todo queda a mitad de camino. En esa entrega

    recproca, cuando uno de los amantes da, el otro recibe. La unin de amor presupone que

    ambos sean capaces de dar y de recibir. El arte de amar no consiste slo en la generosidad a la

    hora de dar, sino tambin en la humildad a la hora de recibir. No s cul de las dos virtudes es

    ms asequible. Lo que s est claro es que una relacin de amor slo funciona cuando va en las

    dos direcciones. Si uno sabe dar pero no sabe recibir, slo cabe una direccin. Si uno no sabe

    recibir, el otro no puede dar.

    No se puede afirmar sin ms que el hombre generoso es el que da y el egosta el que recibe.

    Cuando la independencia no hunde sus races en una humilde autoestima, se puede caer en la

    autosuficiencia de no aceptar que uno necesita el amor y la ayuda de los dems. De hecho, hay

    personas serviciales pero motivadas por un turbio afn de sentirse superiores. Su generosidad

    tiene algo de vanidad. Mientras pueden dar, se ven a s mismas desde una perspectiva

    halagadora. Necesitan hacer favores para sentirse importantes. Parece que quieren ayudar a

    los dems para demostrarse a s mismos que son superiores. Este egosmo de dar hace pensar

    en lo que deca irnicamente Chateaubriand de su amigo Joubert: Es un perfecto egosta,

    pues slo se ocupa de los dems...[47].

    Adems, el hombre autosuficiente sabe dar, pero no sabe darse. Parece ignorar que el modo

    ms radical de dar es darse a uno mismo: poseerse para darse a quien nos ama[48]. En

    efecto, el mejor de los amores se da entre personas independientes dispuestas a hacerse

    dependientes. En el matrimonio ideal, por ejemplo, los esposos podran decirse uno a otro:

  • en cierto sentido, paso de lo que pienses de m, y, en otro sentido, me muero de ganas de

    hacerte feliz.

    A la hora de amar, la persona perfecta es duea de s misma: no se deja avasallar, pero es

    capaz de entregar su libertad; sabe decir que no, pero dice que s: es capaz de contraer

    vnculos amorosos con plena libertad interior. Amar, es no pertenecerse, estar sometido

    venturosa y libremente, con el alma y el corazn, a una voluntad ajena... y a la vez propia[49].

    Si en el amor perfecto uno se somete libremente a una voluntad ajena... y a la vez propia,

    antes de pertenecer a otro, uno tendra que poseerse a s mismo. Si el amante no es soberano

    y seor de s mismo es decir, si no tiene libertad interior, se entrega de modo servil, lo

    cual, a la larga, no le satisface ni a l ni a la persona amada.

    Por tanto, el amor verdadero no es posible sin libertad interior. El amor es entrega recproca y

    libre de lo ms ntimo entre un yo y un t. He aqu una de las mejores definiciones que he

    encontrado acerca del amor verdadero: Amar significa dar y recibir lo que no se puede

    comprar ni vender, sino slo regalar libre y recprocamente[50].

    Conjugar dependencia e independencia

    En la medida en que uno se perfecciona, adquiere esa libertad que le permite conjugar un gran

    sentido de independencia con una gran dependencia respecto a las personas que ama. En la

    personalidad ideal se conjugan elementos que, a primera vista, parecen contradictorios. La

    persona perfecta tiene la bondad de decir que s aun teniendo suficiente personalidad como

    para decir que no, logra ser a la vez sensible y fuerte, dependiente a causa de los lazos que

    crea el amor e independiente gracias al orgullo santo de quien se sabe hijo de Dios.

    Instintivamente, nos resultan atractivas esas personas realmente maduras. Admiramos a

    personas a la vez sensibles y fuertes, y nos disgusta tanto el individualismo como el

    infantilismo. En una novela, una mujer afirma que, para amar a un hombre, necesita

    encontrarlo a la vez ms fuerte y ms dbil que yo[51]. En efecto, si uno asume su propia

    debilidad, reconoce que necesita ser amado y la fortaleza ajena le proporciona seguridad. Pero

    de poco sirve que la persona amada sea fuerte si, al no asumir su propia debilidad, no se deja

    querer.

    Ya se ve que no es fcil adquirir la personalidad ideal. Habra que evitar tanto las falsas

    dependencias a costa de legtima independencia, como las falsas independencias a costa de

    legtima dependencia. Una falsa dependencia denota servilismo. La vemos en esas personas

    inseguras que se muestran incapaces de decir que no por miedo a caer mal a los dems. La

    falsa independencia est emparentada con la autosuficiencia y denota egosmo. La vemos en

    esas personas seguras de s mismas, algo arrogantes, que se desentienden de los dems. Por

    una parte, la dependencia servil adolece de falta de libertad interior. Por otra parte, el deseo

    de preservar a toda costa la propia autonoma pone de manifiesto un concepto errneo de

    libertad. De poco sirve la libertad si no es para entregarla por amor.

    La falsa independencia es ms nociva que falsa dependencia. Es preferible el histerismo a la

    soledad: es mejor llamar la atencin que hacer como si uno no necesita a nadie. El orgullo

  • tiene dos tipos de manifestaciones: la vanidad y la autosuficiencia. La vanidad se da ms en

    personas sensibles, mientras que la autosuficiencia se ve ms en personas fras. sta es ms

    peligrosa que aqulla, en cuanto que la falsa independencia nos asla de los dems, mientras

    que la vanidad, si bien nos hace demasiado dependientes de los dems, al menos nos lleva a

    tenerlos en cuenta. Es mejor amar mal que no amar.

    La vanidad argumenta Lewis, aunque es la clase de orgullo que ms se muestra en la

    superficie, es realmente la menos mala y la ms digna de perdn. La persona vanidosa quiere

    halagos, aplauso, admiracin en demasa, y siempre los est pidiendo. Es un defecto, pero un

    defecto infantil e incluso (de modo extrao) un defecto humilde. Demuestra que no ests del

    todo satisfecho con tu propia admiracin. Das a los dems el valor suficiente como para querer

    que te miren. Sigues de hecho siendo humano. El orgullo autnticamente negro y diablico

    viene cuando desprecias tanto a los dems que no te importa lo que piensen de ti.

    Naturalmente, est muy bien, y a menudo es un deber, el no importarnos lo que los dems

    piensen de nosotros, si lo hacemos por razones adecuadas; por ejemplo, porque nos importe

    muchsimo ms lo que piense Dios. Pero la razn por la que al hombre orgulloso no le importa

    lo que piensen los dems es diferente. l dice: "Por qu iba a importarme el aplauso de esa

    gentuza, como si su opinin valiera algo? E incluso si su opinin tuviera algn valor, soy yo de

    esa clase de hombre que se ruboriza de placer ante un cumplido como una damisela en su

    primer baile? No, yo soy una personalidad integrada y adulta. Todo lo que he hecho ha sido

    para satisfacer mis propios ideales o mi conciencia artstica, o las tradiciones de mi familia

    o, en una palabra, porque soy esa clase de hombre. Si eso le gusta al vulgo, que le guste. Esa

    gente no significa nada para m". De este modo el puro y autntico orgullo puede actuar como

    un freno de la vanidad, porque [...] al demonio le encanta curar un pequeo defecto

    dndonos a cambio uno grande. Debemos tratar de no ser vanidosos, pero jams hemos de

    recurrir a nuestro orgullo para curar nuestra vanidad: la sartn es mejor que el fuego[52].

    En la prctica, es difcil evitar tanto la autosuficiencia como la vanidad. Slo los santos lo

    logran; experimentan lo que afirma San Pablo: Siendo libre de todos, me hice siervo de

    todos[53]. Los dems, dentro de nuestras limitaciones, nos las arreglamos como podemos.

    Cada uno hace sus propios equilibrios. Por lo general, unos son demasiado independientes (no

    se entregan a nadie), y otros se hacen demasiado dependientes (se entregan de modo servil).

    Los primeros son fuertes pero indolentes, mientras que los segundos se muestran sensibles

    pero son dbiles. Los independientes, por temor a perder su autonoma, evitan compromisos

    afectivos y viven en soledad. Los dependientes, por un afn de aprecio difcil de satisfacer, van

    como con el corazn en la mano y se atan a cualquiera.

    Veamos ahora cmo la verdadera independencia conlleva libertad interior y sta, a su vez,

    hunde sus races en la humilde conciencia de la propia dignidad.

    Libertad interior y humildad

    Al tratar de la importancia de ser a la vez personas dueas de s mismas y capaces de entregar

    su propia libertad por amor, ha salido a relucir el concepto de libertad interior. En el fondo, la

    libertad, ms que un mbito, es una capacidad de autodeterminacin. No soy libre slo porque

  • nadie me obligue, sino sobre todo porque soy capaz de hacer las cosas porque me da la gana.

    La libertad no es slo ausencia de coaccin externa, sino tambin de cierta coaccin interna.

    Unos, por falta de bondad, no saben decir que s, mientras que otros, por falta de

    personalidad, no saben decir que no. stos se suelen quejar de que otros no respetan su

    libertad, cuando, en el fondo, el problema consiste en que ellos mismos no son capaces de

    hacer las cosas porque les da la gana. La persona excelente siempre sabe ser ella misma: se

    siente libre por dentro aun cuando personas o circunstancias le coaccionen por fuera. No es

    que haga lo que le da la gana, sino que hace el bien porque le da la gana.

    Libertad es capacidad de autodeterminacin, en el mejor de los casos hacia el bien, y no tanto

    por imperiosa obligacin, cuanto por amor. La persona verdaderamente libre no se gua por un

    obsesivo sentido del deber, sino que interioriza la virtud. Al obedecer, por ejemplo, no se

    somete slo externamente, sino tambin de corazn, porque su amor le lleva a identificar su

    voluntad con el correspondiente imperativo moral; su obediencia, lejos de ser servil, denota

    seoro. Libertad y necesidad no siempre son realidades opuestas. Segn Lewis, la necesidad

    no tiene por qu ser lo contrario de la libertad, y quizs el hombre sea ms libre cuando, en

    vez de manifestar sus motivos, puede limitarse a decir "soy lo que hago"[54].

    La libertad interior, o capacidad de hacer el bien por amor, es el objeto de una ardua conquista

    espiritual. Slo personas generosas y verdaderamente maduras contraen vnculos amorosos

    con plena libertad interior. Para ello, no basta con buenas intenciones; adems de bondad, se

    precisa una buena dosis de humilde conciencia de la propia dignidad. La libertad interior

    presupone la madurez propia de quien tiene una buena relacin consigo mismo. Somos

    capaces de entregarnos libremente a los dems en la medida en que somos generosos y

    dueos de nosotros mismos. Por tanto, una baja autoestima pone en peligro la calidad de

    nuestro amor.

    La plena madurez espiritual slo la logra quien se ve a s mismo a travs de los ojos de Dios.

    Slo quien se abandona en las manos de Dios, se siente realmente libre ante los dems: les

    permite juzgarle como les plazca. Quien aprenda a juzgarse a s mismo como Dios le juzga, no

    necesitar compararse con los dems. En la medida en que se percate del Amor de Dios,

    dejar de estar a disgusto consigo mismo. As, su amor a los dems podr ser cada vez ms

    desprendido y desinteresado. En cambio, si su autoestima depende slo de sus propios xitos

    y del aprecio de otros, quiz tras varias decepciones se desanime y pierda la confianza en s

    mismo. Si ve a los dems como potenciales rivales, el miedo a no dar la talla le har estar

    ansioso cada vez que est en juego su propia vala. Adems, si no controla su sed de aprecio,

    es posible que su afectividad se deteriore, tornndose susceptible y posesiva: quien no est

    satisfecho consigo mismo suele sentir una gran necesidad de acaparar a los dems. Llegados a

    este punto, hagamos una breve incursin en el mundo de la afectividad.

    Afecto y desprendimiento

    Veamos ahora las cosas desde el punto de vista de la dependencia. No hay nada que nos haga

    tan dependientes, en el mejor y en el peor de los sentidos, como el cario. El mejor de los

    carios es desprendido, mientras que el cario barato es posesivo. Por mucho que quiera a

  • una persona, no puedo obligarle a que acepte mi don de amor. Cuanto ms quiero a alguien,

    ms necesito que me quiera; por eso, si no tengo cuidado, le coaccionar para que me

    corresponda. En el fondo, el afn posesivo es una forma de egosmo. Existen diversos tipos de

    afn posesivo, desde el acaparamiento espiritual propio de una persona soberbia y autoritaria

    que impone sus gustos y caprichos, hasta el acaparamiento sexual propio de quien convierte a

    la persona amada en mero objeto de placer, pasando por el acaparamiento afectivo propio de

    quien necesita recibir innumerables piropos.

    Actitudes afectivamente posesivas son propias de personas absorbentes y celosas. Me quiere

    mucho, tanto que a veces me agobia, se dice en una novela[55]. El amante posesivo piensa

    que tiene derechos exclusivos sobre la persona amada. De modo ms o menos consciente,

    pretende acapararla para s mismo. La coacciona con la excusa de su gran afecto. Las personas

    sensibles, si no tienen cuidado, pueden caer en este tipo de chantaje afectivo. No imponen su

    voluntad a base de arrogancia, sino a base de reproches que parecen bienintencionados.

    Dicen, por ejemplo: Cmo me haces esto a m que te quiero tanto?.

    Respetar la libertad ajena, no avasallar a los dems es todo un arte. En la pareja ideal se

    suele decir nadie manda: los dos obedecen. Es ste uno de los aspectos ms difciles de

    conseguir en una relacin de amor. Sirva de ilustracin este pasaje, en el que un escritor

    recuerda la relacin con su difunta esposa: La nuestra era una empresa de dos, uno produca

    y el otro administraba. Normal, no? Ella nunca se sinti postergada por eso. Al contrario, le

    sobr habilidad para erigirse en cabeza sin derrocamiento previo. Declinaba la apariencia de

    autoridad, pero saba ejercerla. Caba que yo diese alguna vez una voz ms alta que otra pero,

    en definitiva, ella era la que en cada caso resolva lo que convena hacer o dejar de hacer. En

    toda pareja existe un elemento activo y otro pasivo; uno que ejecuta y otro que se allana. Yo,

    aunque otra cosa pareciese, me plegaba a su buen criterio, aceptaba su autoridad. [...] Crea

    que el hombre cuida la fachada, y declina la direccin. [...] Si entre nosotros no hubo un

    explcito reparto de papeles, tampoco hubo fricciones; nos movimos de acuerdo con las

    circunstancias[56].

    El riesgo de afn posesivo del corazn aumenta en funcin de la intensidad del afecto. De ah

    su alta frecuencia entre novios o entre una madre y sus hijos. Todo lo que se diga sobre las

    virtudes de las madres es poco. Pero, si no purifican su afecto, tienden a proteger a sus hijos

    con la seguridad envolvente y posesiva de una gallina clueca. Otras veces, ese egosmo del

    corazn da lugar al favoritismo. No me refiero a esa virtud de las buenas madres que saben

    tratar desigualmente a sus hijos desiguales, sino a la discriminacin de algunos padres que

    benefician injustamente al hijo preferido. Tratan mejor a un hijo que a otro con la excusa de

    que al primero le quieren ms. Estamos ante un amor imperfecto. Hay en l una especie de

    autoconfirmacin egocntrica[57]. Cunto dao se puede causar a los otros hijos por culpa

    de ese amor al hijo preferido!

    De algn modo, ese afn posesivo del corazn es comprensible. Lewis habla al respecto de la

    necesidad que siente el afecto de ser necesario[58]. Si quiero a alguien, me expongo a ser

    herido. Si tomo riesgos, necesito asegurarme de que mi cario no ser desdeado ya que esto

    me har dudar de m mismo. El afn posesivo del corazn proviene de la necesidad de sentirse

    til, de ser apreciado por otros para ver as confirmada la propia vala. Quien pide cario, no

  • busca slo lo que ste tenga de agradable en s, sino, todava ms, que se valore su dignidad

    como persona.

    Para distinguir entre lo bueno y lo malo del corazn, conviene distinguir entrecorazn herido y

    orgullo herido o susceptibilidad. Detrs de nuestra necesidad de cario, si lo miramos de cerca

    con valenta y sinceridad, encontramos con frecuencia una mezcla variable de esos dos

    elementos. Cuando una persona muy querida me rechaza, puede ocurrir que no me duela slo

    el corazn, sino tambin el orgullo. Si slo hiriese mi corazn, mi pena sera legtima; no me

    enfadara, a lo sumo llorara en silencio. El amor propio, en cambio, engendra mosqueo. Los

    que se pelean se desean, se suele decir acerca de quienes se quieren mucho (aunque mal).

    En todo caso, por razones ms o menos rectas, tanto el dolor como el gozo son inseparables

    del corazn humano. Segn la respuesta de la persona amada, la afectividad hace que el

    amante sea vulnerable y agradecido: hace que sufra ms si es rechazado y que se alegre ms si

    es correspondido. Cunto podemos hacer sufrir a quienes nos aman y qu horrendo poder

    para herir tenemos sobre ellos, observa un escritor recordando a su difunta madre[59].

    Hay quien no se atreve a mostrar sus afectos por miedo a ser tildado de cursi, pero la mayora

    no lo hace por miedo al rechazo. Prefieren pisar sobre seguro. Son quiz personas muy

    correctas y equilibradas, pero no saben querer, no saben intimar. Amar, de cualquier manera

    es ser vulnerable. Basta que amemos algo para que nuestro corazn, con seguridad, se

    retuerza y, posiblemente, se rompa. Si uno quiere estar seguro de mantenerlo intacto, no debe

    dar su corazn a nadie, ni siquiera a un animal. Hay que rodearlo cuidadosamente de caprichos

    y de pequeos lujos; evitar todo compromiso; guardarlo a buen recaudo bajo llave en el cofre

    o en el atad de nuestro egosmo. Pero en ese cofre seguro, oscuro, inmvil, sin aire

    cambiar, no se romper, se volver irrompible, impenetrable, irredimible[60].

    Ciertamente, el afecto dificulta el desprendimiento, pero sin el calor del cario la vida se torna

    inhumana. Cuando falta el corazn, lo notamos. En el mundo laboral, por ejemplo, la frialdad

    de corazn lleva a descuidar el factor humano: a dar ms importancia a las cosas que a las

    personas, a sacrificar lo importante en aras de lo urgente. Esta falta de humanidad perjudica

    tambin la autenticidad en las relaciones familiares y sociales. En ambientes especialmente

    refinados se respira con frecuencia una frialdad que hiela el alma convirtiendo la misma

    convivencia en artificial[61]. Sin afecto, la urbanidad degenera en formalismo. Los detalles y

    buenos modales se agradecen en la medida en que son una expresin sincera de cario.

    La pasin afectiva, como tal, no es ni buena ni mala. El corazn supone una gran ayuda, pero,

    para que no nos traicione, necesita un correctivo espiritual. En vez de achicar el corazn para

    evitar posibles inconvenientes, habra que purificarlo, quitndole su tendencia al afn

    posesivo. El lema podra ser: siempre con el corazn, pero nunca slo con el corazn! Se trata

    de amar con afecto intenso y desprendido. Por una parte, a la hora del sacrificio generoso, el

    afecto pone alas a la voluntad. Por otra parte, la conciencia de la propia dignidad libera al

    corazn de su afn posesivo. Detengmonos ahora en esas ventajas que tiene el corazn de

    cara a la entrega.

  • Las energas del corazn

    No hay que dejarse llevar slo por el corazn, pero conviene servirse de todos sus recursos. El

    corazn humano es un motor que empuja a amar, a darse. Poned atencin observa

    Antonio Machado: un corazn solitario no es un corazn[62]. Si el corazn rebosa de

    afecto, deseamos ardientemente la felicidad de quienes amamos y estamos dispuestos a

    cualquier sacrificio con tal de conseguirlo. Y si lo conseguimos, la felicidad que les procuramos

    recompensa con creces nuestro sacrificio, ya que cuanto mayor es el afecto, mayor es la

    felicidad de hacer feliz.

    En el hombre virtuoso, corazn y voluntad se apoyan mutuamente. Por un lado, sin cario, los

    sacrificios realizados para hacer feliz a la persona amada resultan muy arduos. En cambio,

    cuando hay cario, la entrega va sobre ruedas. Por otro lado, el mejor de los amantes es capaz

    de sacrificarse gustosamente, aunque no tenga ganas. Aunque su corazn est

    fisiolgicamente fro, su voluntad inflama su corazn.

    En efecto, la perfeccin moral consiste en que el hombre no sea movido al bien slo por su

    voluntad, sino tambin por su "corazn"[63]. En el hombre virtuoso, con el paso del tiempo,

    la bondad impregna su inteligencia, su voluntad y su corazn. Como afirma un filsofo, una

    buena formacin del carcter es aqulla que consiste en que llegue a gustarme lo bueno y a

    desagradarme lo malo. Porque entonces ser seal de que mi libertad est dejando poso en mi

    propio cuerpo, de que la sensibilidad recta se me est entraando en la masa de mi sangre.

    Consigo as superar la esquizofrenia, tan tpica de hoy en da, entre el fro racionalismo que

    domina de lunes a viernes, y la fiebre de la dispersin que campea el fin de semana. Voy

    logrando una vida unitaria, aunque no unvoca ni monocorde. Integro progresivamente en mi

    vida aquellos bienes que se encuentran en la base de mi propia personalidad. La poesa del

    corazn va penetrando en la prosa de la inteligencia[64]. El hombre virtuoso consigue, pues,

    aunar todos sus recursos inteligencia, voluntad y afectividad al servicio del amor. Su

    inteligencia inspira buenas intenciones y su voluntad, sostenida por el corazn, las pone en

    prctica.

    Es impresionante la bondad que es capaz de irradiar un hombre virtuoso. Se dira que el afecto

    pone alas a su voluntad. Yo todo lo que he hecho en mi vida, en todos los terrenos, lo he

    hecho a base de cario, deca Eduardo Ortiz de Landzuri, un clebre catedrtico de

    medicina, admirado tanto por su ciencia como por su santidad de vida[65]. Lo mismo podran

    decir innumerables madres. Admirable energa la del amor maternal, santo destello del

    amor divino que para todo encuentra fuerzas y jams se cansa de los sacrificios y fatigas ms

    insoportables!, se dice en una novela[66]. Es llamativa la capacidad de abnegacin que tiene

    la mujer que se apoya en sus recursos afectivos. Por lo general, su espritu de sacrificio supera

    con creces al del varn. La mujer sucumbe quiz superficialmente ante las pequeas

    contradicciones, pero ante el gran dolor, se muestra mucho ms entera que el varn. Una

    mujer, mientras se sienta querida, es capaz de los mayores sacrificios. Dadle amor a una

    mujer y no habr nada que ella no haga, sufra o arriesgue, se afirma en una novela[67].

    El corazn es a la vez fuerte y dbil. A primera vista, la persona insensible parece ms fuerte,

    pero, a la larga, es menos perseverante en la adversidad. En contrapartida, el problema de la

    persona sensible consiste en ser ms vulnerable, en tener mayor necesidad de sentirse

  • querida. Eso le expone a mayores decepciones. Si esa persona no cuenta con otros recursos, su

    fortaleza depende de la medida en que se sienta querida. Para completar el cuadro, si a todo

    eso le aadimos la irracionalidad que la sensibilidad puede traer consigo, entendemos mejor

    los problemas de las personas sensibles. stas suelen dar ms importancia a sentirse queridas

    que a saberse queridas. Necesitan que el amor, por va de afecto, les entre por los ojos. A

    veces, sufren innecesariamente: se dejan llevar por su imaginacin de modo que sus

    decepciones amorosas no tienen una base del todo real.

    Se originan as no pocos malentendidos entre esposos. Es ms fcil que una mujer se convenza

    del amor de su marido si le ve llorar por ella, que si ste se lo explica con argumentos

    racionales. Cuanto ms insegura es una mujer, mayor es su tendencia a dudar de que su

    marido la quiera de verdad. No se da cuenta de que, en el fondo, su miedo al rechazo proviene

    de las dudas que tiene acerca de s misma. Poniendo en duda su propia amabilidad, es lgico

    que no se fe del amor de su marido. Ya lo deca Cicern: Hay quienes hacen molestas las

    amistades, creyendo que los desprecian; lo cual rara vez sucede sino a los que se tienen a s

    mismos por despreciables[68].

    Este tema merecera un tratamiento ms extenso, pero eso excede los objetivos de este

    estudio. En todo caso, pienso que se evitaran no pocos problemas matrimoniales si cada

    cnyuge aprendiese a ponerse en la piel del otro y, ms en concreto, si las esposas

    especialmente sensibles aprendiesen a dar ms importancia al saber que al sentir y los maridos

    especialmente viriles aprendiesen a tener un poco ms de mano izquierda...

    Sensibles y fuertes

    En el mejor de los casos, una persona es a la vez tierna y desprendida. Tambin aqu hay que

    hacer equilibrios, porque no es fcil conjugar ambos aspectos. De hecho, la mayora de la

    gente tiene una de las dos cualidades a costa de la otra. El mundo est lleno de personas

    cariosas pero demasiado dependientes, o independientes pero poco afectuosas. Una vez

    ms, slo los santos logran conciliar ambos elementos. Slo ellos consiguen acrecentar su

    capacidad afectiva y doblegar ese egosmo que tantas veces envenena la afectividad. Slo

    quienes se parecen a Jesucristo logran conjugar el ms intenso afecto con el ms delicado

    respeto de la libertad ajena. En un hombre cuyo centro de respuesta al valor y al amor ha

    superado victoriosamente el orgullo y la concupiscencia, la afectividad nunca puede ser

    demasiado grande. Cuanto ms grande y profunda sea la capacidad afectiva del hombre,

    mejor[69].

    A la hora de conjugar afecto intenso y desprendimiento, sucede algo anlogo a lo visto sobre la

    dificultad de conjugar dependencia e independencia. No sabiendo cmo desarrollar un afecto

    intenso pero exento de afn posesivo, unos son desprendidos pero silencian su corazn; otros

    tienen gran corazn pero no respetan la libertad ajena. Los primeros se vuelven insensibles y

    se muestran indiferentes, mientras que los segundos se vuelven posesivos y se muestran

    susceptibles. Los primeros, por miedo al rechazo, atrofian su corazn. Los segundos, por miedo

    a perder su fuente de autoestima, se sirven del chantaje afectivo para acaparar a quienes

    aman.

  • Mientras no se purifiquen nuestros afectos, es preferible amar mucho y mal, o amar poco y

    bien? Ante la disyuntiva entre amar mucho y mal y amar bien y poco, a algunos les sucede

    como a esa adolescente, ltima princesa de la corte otomana, que escriba en su diario: Ah!,

    siempre somos culpables, o porque no amamos lo suficiente, o porque amamos demasiado.

    Su madre intentaba educar su afectividad tratndole con dureza y ella no lo entenda. No se

    daba cuenta de que lo que le haca posesiva, era precisamente el gran afecto que senta por su

    madre. La nica solucin que sta le aconsejaba consista en no quererla tanto. Si pudiera

    quererla menos escribe la hija en su diario, no ser tan torpe, no mostrarme tan ansiosa de

    complacerla, si pudiera mostrarle indiferencia... Entonces me querra, estoy segura[70].

    A la vista del afn posesivo y de la dependencia que engendra el afecto, sobre todo cuando es

    intenso, no es de extraar que algunos desconfen sistemticamente del corazn. Se asfixian a

    causa de necesidades afectivas insatisfechas o a causa del afn posesivo ajeno, y prefieren

    curarse en salud. No conociendo una solucin, para evitarse problemas, optan por achicar su

    corazn.

    En cualquier caso, la solucin no consiste en despreciar la afectividad. Si el corazn se atrofia,

    se pierde una gran fuente de energa de cara a la entrega. Si la voluntad no se nutre de afecto,

    habra que forzarla a base de puos, como si la perfeccin moral slo estuviese reservada a

    personas capaces de realizar titnicos esfuerzos de voluntad. Es ste uno de los factores que

    conducen al voluntarismo. Sealemos de paso que el voluntarismo es un fenmeno ms

    amplio, que no tiene nicamente que ver con el desprecio de los recursos afectivos. El

    voluntarista pone tanto el acento en la voluntad, que tiende a desdear cualquier otro tipo de

    recursos, como son el corazn, la inteligencia y la gracia. Aparte de un problema de recursos,

    el voluntarismo suele entraar tambin un problema de falta de rectitud de intencin. Con

    frecuencia, la inspiracin y la fuente de energa del voluntarista hunde sus races no tanto

    en una razn de amor, cuanto en una razn de amor propio.

    Es evidente que la lucha cristiana por la santidad es imposible sin esfuerzo, pero se trata de un

    herosmo gustoso. Todos los santos han vivido las virtudes en grado heroico, pero saben que la

    santidad, como perfeccin de amor, no es lo mismo que heroicidad. Todo santo es heroico,

    pero no todo hroe es santo. Tanto el santo como el hroe realizan proezas, pero la

    motivacin del hroe no est exenta de cierta vanidad. El santo, en cambio, consciente de su

    dignidad de hijo de Dios, purifica su amor propio y se hace as capaz de sacrificarse por el

    Seor y por los dems de modo ms desinteresado. Sabe que Jess no mira tanto la

    grandeza de las obras, ni siquiera su dificultad, cuanto el amor con que se hacen...[71]. No

    necesita hacer obras buenas con el fin de estar en paz consigo mismo, puesto que el Amor que

    recibe de Dios le reconcilia consigo mismo. Pero est enamorado del Seor y, como veremos

    ms adelante, intuye que Jess necesita Cirineos corredentores que alivien sus

    padecimientos redentores, de modo que todo sacrificio, incluso heroico, le parece pequeo

    con tal de aportar alegras a su Seor (directamente o, indirectamente, aportando alegras a

    cada una de las personas de su entorno).

    3) Autoestima humilde u orgullosa

  • Una humilde autoestima es la clave para evitar tanto el afn posesivo como la autosuficiencia.

    Para entender de dnde proviene la dificultad para conjugar dependencia afectiva y

    personalidad independiente, nos centramos ahora en la actitud ideal hacia uno mismo. Si no es

    fcil superar los respetos humanos, mucho menos lo es superar los respetos propios: que a

    uno no le importe lo que piensa de s mismo, que est en paz consigo mismo an conociendo

    todos sus defectos. Para purificar la actitud hacia uno mismo, es preciso reconciliarse con las

    propias carencias: superar lo que Santa Teresa de Lisieux llamaba la prueba de no gustarnos a

    nosotros mismos[72].

    Diversos enfoques de la autoestima

    Se ha hablado mucho de autoestima en los ltimos aos. Ha habido una creciente toma de

    conciencia de la importancia de la autoestima de cara al desarrollo equilibrado de la

    personalidad. Los libros de autoayuda estn de moda. Quien entra hoy en da en cualquier

    librera americana cuenta un autor, encuentra enseguida toda una seccin muy bien

    surtida de bestsellers bajo la sigla autosuperacin. [...] En el fondo, lo que ponen en relieve

    dichos libros es que, antes de poder ayudar a los dems, es preciso llegar a ser uno mismo.

    Dicho de otro modo: que ante todo hay que encontrar, aceptar y desarrollar la propia

    identidad[73]. Los libros de autoayuda contienen sin duda una buena dosis de sentido

    comn, pero son eficaces? Estn bien orientados?

    Por una parte, existen mtodos de dudosa eficacia. Recuerdo que, visitando la casa de un

    amigo bastante inseguro, me ense una compleja y cara instalacin estereofnica capaz

    de enviarle mensajes subliminales, apenas perceptibles, durante sus horas de sueo. Dorma

    con unos cascos, oyendo una serie de cintas con sugestivas frases de este estilo: Eres

    formidable, vales mucho, eres nico; aunque otros no se den cuenta, eres genial...

    Por otra parte, hay enfoques del problema de la autoestima que pueden resultar nocivos, por

    ejemplo cuando, por miedo al sentimiento de culpabilidad, se hace creer a la gente que no

    tienen defectos: se les intenta inculcar autoestima a costa de la verdad sobre s mismos[74]. En

    Estados Unidos, desde hace varios decenios, se ha intentado fomentar a toda costa la

    autoestima de los jvenes. Pero no es mejor ayudarles a asumir la verdad sobre s mismos?

    De qu sirve hacerles creer que son mejores de lo que son? La psicologa del ante todo,

    cueste lo que cueste, sintete bien contigo mismo dificulta la percepcin de la realid