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Revista Educación en Valores . Universidad de Carabobo. Julio - Diciembre 2009 - Vol. 2. N° 12 86 ENSAYO LA SALUD Y LOS ESTILOS DE VIDA *Dra. Esther Caricote Agreda **Dra. Evelyn Figueroa de Sánchez. *** Lic. Milena Granado Domínguez *Médica Psiquiatra, Especialista en Docencia para la Educación Superior, Especialista en Salud y Desarrollo del Adolescente. Adscrita a la Unidad de Salud Reproductiva (UNISAR). Doctor en Ciencias Médicas. Profesora Asociado de la Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de [email protected] ** Médico-InternistaCardióloga, Especialista en Docencia para la Educación Superior, Magíster en Investigación Educativa. Doctor en Ciencias Médicas. Profesora Asociado de la Facultad de Ciencias de la Salud, Escuela de Medicina esfigueroa@ hotmail.com *** Lic. En Educación, Mención Inglés. Magister en Lectura y Escritura. Profesora en Investigación en el Departamento de Idiomas Modernos de la Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Carabobo. mgrafi@hotmail.com RESUMEN Hoy en día, la salud se conceptualiza como un estado positivo de bienestar físico, mental, espiritual y social que comprende el desarrollo humano y la calidad de vida. Es decir, estamos presenciando un giro en la definición de salud pues se le considera como algo que hay que desarrollar, no conservar. Este nuevo enfoque en el campo de la salud nos señala que las principales causas de muerte en las sociedades industrializadas son las enfermedades crónicas como por ejemplo el cáncer, enfermedades cardíacas, diabetes, obesidad, accidentes automovilísticos, que provienen de estilos de vida y conductas poco saludables Una de las reflexiones centrales de este ensayo, es la necesidad de abordar terapéuticamente las creencias y actitudes, los hábitos cotidianos, que constituyen aspec- tos primordiales de esta problemática humana y transformarlas en conductas saludables por medio del abordaje de acciones educativas, persuasivas y motivacionales orientada a alentar el conocimiento y la preferencia por los comportamientos saludables Palabras Clave: Salud, Estilos de vida, Creencias, Actitudes, Educación para la Salud ABSTRACT Nowadays, health is conceptualized as a positive state of physical, mental, spirituality and social well-being that embraces human development and quality of life. That is, be- cause we are seeing a turning point in the definition of health into something that needs to be developed instead of kept. This new approach in the field of health indicates that the main causes of death in industrialized societies are chronic diseases as cancer, heart disease, diabetes, obesity, car accidents, which come from lifestyles and unhealthy beha- viors. One main reflection of this essay, address the need to grapple not only therapeuti- cally beliefs and attitudes but also everyday habits, which constitutes overriding aspects of this human problem, to transform them into healthy conducts by the promotions of educative compelling and motivational actions oriented to encourage awareness and pre- ference for healthy behaviors. Keywords: Health, Lifestyle, Beliefs, Attitudes, Health education. HEALTH AND LIFESTYLE

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ENSAYOLA SALUD Y LOS ESTILOS DE VIDA

*Dra. Esther Caricote Agreda**Dra. Evelyn Figueroa de Sánchez.

*** Lic. Milena Granado Domínguez

*Médica Psiquiatra, Especialista en Docencia para la Educación Superior, Especialista en Salud y Desarrollo del Adolescente. Adscrita a la Unidad de Salud Reproductiva (UNISAR). Doctor en Ciencias Médicas. Profesora Asociado de la Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de [email protected]** Médico-InternistaCardióloga, Especialista en Docencia para la Educación Superior, Magíster en Investigación Educativa. Doctor en Ciencias Médicas. Profesora Asociado de la Facultad de Ciencias de la Salud, Escuela de Medicina [email protected]*** Lic. En Educación, Mención Inglés. Magister en Lectura y Escritura. Profesora en Investigación en el Departamento de Idiomas Modernos de la Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Carabobo. [email protected]

RESUMEN

Hoy en día, la salud se conceptualiza como un estado positivo de bienestar físico, mental, espiritual y social que comprende el desarrollo humano y la calidad de vida. Es decir, estamos presenciando un giro en la definición de salud pues se le considera como algo que hay que desarrollar, no conservar. Este nuevo enfoque en el campo de la salud nos señala que las principales causas de muerte en las sociedades industrializadas son las enfermedades crónicas como por ejemplo el cáncer, enfermedades cardíacas, diabetes, obesidad, accidentes automovilísticos, que provienen de estilos de vida y conductas poco saludables Una de las reflexiones centrales de este ensayo, es la necesidad de abordar terapéuticamente las creencias y actitudes, los hábitos cotidianos, que constituyen aspec-tos primordiales de esta problemática humana y transformarlas en conductas saludables por medio del abordaje de acciones educativas, persuasivas y motivacionales orientada a alentar el conocimiento y la preferencia por los comportamientos saludables

Palabras Clave: Salud, Estilos de vida, Creencias, Actitudes, Educación para la Salud

ABSTRACT

Nowadays, health is conceptualized as a positive state of physical, mental, spirituality and social well-being that embraces human development and quality of life. That is, be-cause we are seeing a turning point in the definition of health into something that needs to be developed instead of kept. This new approach in the field of health indicates that the main causes of death in industrialized societies are chronic diseases as cancer, heart disease, diabetes, obesity, car accidents, which come from lifestyles and unhealthy beha-viors. One main reflection of this essay, address the need to grapple not only therapeuti-cally beliefs and attitudes but also everyday habits, which constitutes overriding aspects of this human problem, to transform them into healthy conducts by the promotions of educative compelling and motivational actions oriented to encourage awareness and pre-ference for healthy behaviors.

Keywords: Health, Lifestyle, Beliefs, Attitudes, Health education.

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INTRODUCCIÓN

Mario fuma una caja de cigarrillos al día y aún no percibe síntomas limitantes; su vida es se-dentaria y ante situaciones de estrés cotidiano, incrementa el consumo de cigarrillo porque siente que ese comportamiento “lo tranquiliza”.

Por otra parte, Luís de 48 años de edad no ex-perimenta síntomas significativos, pero sabe que ha sufrido de hipertensión arterial; no realiza controles médicos períodicos y su estilo de vida no está acorde con las prescripciones médicas recibidas. Parece ignorar el riesgo potencial de su conducta lo cual eleva la posibilidad de favo-recer procesos de enfermedad.

En estos dos casos, la pregunta de fondo es ¿Qué pasa con estos dos seres humanos que no reconocen la relación causa (cigarrillos e hiper-tensión respectivamente),- efecto evidente para modificar sus conductas patogénicas y no desa-rrollar enfermedades?

En los últimos años, se viene produciendo un cambio en la concepción y complejidad de la salud y enfermedad puesto que se acepta que los factores psicosociales afectan los sistemas corporales, lo cual altera la vulnerabilidad del individuo ante los procesos patológicos. El pa-radigma actual en este campo indica que la ca-lidad del bienestar psicológico y físico depende principalmente de nuestros hábitos de vida.

Una de las reflexiones centrales de este traba-jo, es la necesidad de abordar terapéuticamente las creencias y actitudes, los hábitos cotidia-nos, que constituyen aspectos primordiales de esta problemática humana y transformarlas en conductas saludables por medio del abordaje

de acciones educativas cognitivo-conductuales orientadas a manejar adaptativamente el funcio-namiento psicobiológico del individuo.

Esta nueva perspectiva implica desarrollar es-trategias de comunicación, es decir, crear nue-vas pautas interpersonales que aseguren la direccionalidad de la comunicación médico-pa-ciente.

PERSONALIDAD Y SALUD

Algunos individuos se recuperan con cierta ra-pidez de enfermedades que en otros causan lar-gos períodos de convalecencia e inconvenien-cias familiares y laborales. Tales hechos ponen en evidencia la existencia de ostensibles dife-rencias individuales en la susceptibilidad a la enfermedad, en la respuesta a la misma y en la posibilidad de recuperación. Se puede pensar que tales diferencias individuales se deban a la dotación genética de la persona; de tal forma, que desde la concepción estamos programados para desarrollar alguna enfermedad.

Cabe destacar que si bien poseer ese marcador genético predispone al individuo a desarrollar cierta enfermedad, Bayes (1994), expresa que esto en sí mismo no es determinante porque existen factores psicosociales que interactúan con la fisiología del organismo para poner en marcha el proceso desencadenante de la enfer-medad. En este sentido adquiere gran impor-tancia el papel que juega la personalidad del individuo en la predisposición y desarrollo de la enfermedad o trastorno, así como en la evolu-ción de este y el modo en que la afronta.

Dentro de esta perspectiva, la relación entre per-sonalidad y enfermedad, entre lo psicológico y

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lo fisiológico no es fácil de responder. Así, ya en la antigua Grecia, Hipócrates, abordó esta interacción cuando presentó su biotipología humoral-temperamental en la que proponía una explicación fisiológica de las diferencias indi-viduales en la conducta, relacionando las dispo-siciones biopsicológicas de la personalidad con la susceptibilidad a padecer determinadas enfer-medades.

En la actualidad, la psiconeuroinmunología de acuerdo a Ader y Cohen (1993), aborda la po-sible relación entre los aspectos psicológicos (personalidad), del individuo y el sistema fisio-lógico a través del sistema inmune que en cierta medida, regula la susceptibilidad a padecer una enfermedad.

Abel citado por Oblitas (2004), señala que la psiconeuroinmunología es una disciplina que estudia la interrelación entre cerebro, conducta y sistema inmune. Sostienen la hipótesis que el sistema nervioso central puede influir en la fun-ción inmunológica del ser humano y que por lo tanto, los factores psicológicos están implicados en muchos de los factores causales que afectan la susceptibilidad a la enfermedad.

No obstante, los mecanismos subyacentes a ta-les interacciones psicobiológicas así como sus consecuencias para la salud y enfermedad no se conocen de un modo preciso y el aspecto más difícil de explicar son los cambios inmunológi-cos que median entre los factores psicosociales y la predisposición y/o susceptibilidad a la en-fermedad.

Dentro de este orden de ideas, Suls y Ritten-house (1990), propusieron tres modelos expli-cativos centrados en los rasgos de personali-

dad y la salud/enfermedad. El primer modelo se refiere a que ciertos individuos responden de forma aguda y/o crónica con una reactividad fi-siológica exagerada a los estresores de acuerdo a sus rasgos temperamentales y de carácter, eva-lúan las situaciones como más estresantes de lo que en realidad son. Un ejemplo típico es el pa-trón de conducta tipo A.

En efecto, los individuos que presentan este perfil de personalidad se caracterizan por una implicación laboral extrema, urgencia de tiem-po, impaciencia, hostilidad y competitividad, necesitan del éxito y reconocimiento social de forma constante. Esta hostilidad y competiti-vidad delimitan un perfil cognitivo que provo-ca el desarrollo de sentimientos y percepciones de amenaza lo cual provoca una hiperactividad fisiológica que desencadena respuestas tales como el aumento de la tensión arterial, de la tasa cardiaca y de la secreción de catecolaminas con el consiguiente efecto nocivo sobre arterias y vasos sanguíneos.

Evidentemente, este modelo hace hincapié en la reactividad inducida por el rasgo de persona-lidad. Sin embargo, todavía no está claro el gra-do con el cual ofrece una explicación completa para cualquier asociación entre personalidad y enfermedad.

El segundo modelo propuesto por los autores, se refiere a la predisposición constitucional. Sostienen que las disposiciones de personalidad asociadas con riesgo de enfermedad pueden ser solo marcadores de alguna debilidad física in-nata o anormalidades orgánicas que elevan la susceptibilidad a la enfermedad. Esto signifi-ca, que el estilo de personalidad puede ser por sí mismo inofensivo (desde una perspectiva de

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la enfermedad física), pero puede servir para in-dicar la presencia de alguna anormalidad subya-cente que crea el riesgo de enfermedad. Visto de esta forma, este segundo modelo podría explicar que el patrón de conducta tipo A es constitucio-nalmente hiperreactivo y es por ello, que Krantz y Durel citado por Oblitas (2004), comproba-ron que los individuos con perfil de personali-dad tipo A mostraron mayor reactividad del sis-tema nervioso simpático incluso bajo anestesia.

Ahora bien, no está claro por qué la persona-lidad debería ser un marcador de condiciones físicas subyacentes y por otra parte, saca a la luz la controversia sobre la heredabilidad de los rasgos.

El tercer modelo de Suls y Rittenhouse (1990), propone que los rasgos de personalidad confie-ren mayores riesgos de enfermedad pues expo-nen a los individuos a situaciones y circunstan-cias riesgosas.

Resulta claro que estos tres paradigmas, man-tienen efectos bidireccionales y recíprocos y en este sentido una disposición genética a la infec-ción puede desarrollar un estilo cognitivo pesi-mista lo cual, puede llevar al individuo a desa-rrollar conductas de riesgos.

Visto de esta forma, cada vez es mayor la evi-dencia del peso que ejerce nuestra conducta, nuestro estado psicológico y el contexto en el que vivimos en nuestra salud y como depende estos factores de comportamientos tales como tener hábitos saludables, buscar cuidados médi-cos, obedecer las recomendaciones de éstos, en-tre otros.

Con respecto al estado psicológico, se sabe hoy

en día que los sentimientos y emociones pueden repercutir positiva o negativamente en el bien-estar del individuo. Por ejemplo, sentirse ama-do y apoyado por el círculo familiar y amigos adquiere un enorme valor cuando se tiene que afrontar situaciones estresantes. Precisamen-te, Labrador expresa (1993), que el estrés es el estado psicológico, que más influye negativa-mente sobre nuestra salud, pues está asociada al cáncer, enfermedad cardiaca coronaria, supre-sión del sistema autoinmune.

La sociedad, también influye sobre la salud puesto que en el entorno se encuentran riesgos ambientales tales como la contaminación del aire, agua y suelo, o sustancias tóxicas (insecti-cidas y productos químicos peligrosos), y radia-ciones naturales o provocadas. Estos elementos ejercen influencias significativas sobre la salud individual y colectiva.

ACTITUDES, CREENCIAS Y SALUD

Las creencias y las actitudes son dimensiones motivadoras importantes en el comportamiento del individuo y con el paso del tiempo el ser hu-mano puede presentar comportamientos diferen-tes, pero algunas de esas creencias y actitudes permanecen iguales

Frías (2000), definió una Creencia como “La convicción de que el fenómeno u objeto es real o verdadero” (p.58). La fe, la verdad y la con-fianza son creencias. Frases de creencias orien-tadas hacia la salud incluyen declaraciones como: “Yo no creo que los medicamentos fun-cionen”; “cuando te llega tu hora, te llegó y no hay nada que hacer”; “el ejercicio no hará dife-rencia”. Basándose en estas frases, una creencia es una aceptación emocional de una afirmación

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que no tiene por que tener una base empírica o científica. La acepta como verdad pero no toma en consideración si en realidad lo es o no en tér-minos objetivos. Por ejemplo, sí una persona cree que el SIDA solo afecta a los homosexua-les y drogadictos, es poco probable que utilice preservativos cuando tenga relaciones sexuales.

Las creencias tienen tres características que la definen de acuerdo a Greene y Simons- Morton (1988). Primero, las personas pueden catalogar-las de falsas o verdaderas al margen del valor de certeza que le otorga el que las posee. Por ejem-plo, una persona puede decir que la marihuana es inocua para la salud pero está aseveración es errónea para la mayoría de los profesionales de la salud. Segundo, las creencias tienen un ele-mento cognoscitivo que significa, lo que la per-sona sabe o cree saber al respecto y tercero, las creencias tienen un componente afectivo, que hace referencia al grado de importancia que po-see una determinada creencia para un sujeto en una situación dada. Por ejemplo, un individuo puede tener un dolor de garganta y creer que se curará más rápidamente con antibióticos pero al mismo tiempo piensa que no vale la pena in-terrumpir su trabajo para ir al médico. Sin em-bargo, cuando le sucede lo mismo a su hijo su comportamiento cambia radicalmente y no duda un instante para hacerlo atender por el médico. Cabe destacar en los ejemplos anteriores que pareciera que las creencias de un individuo se estructuran de modo ordenado según su impor-tancia relativa.

En cuanto a la Actitud, Buceta, Gutiérrez, Castejon, y Bueno (1995), sostienen que “la actitud es una organización de creencias rela-tivamente perdurable sobre un objeto o situa-ción que nos predispone a responder de alguna

manera preferencial” (p.21). Según este plan-teamiento, las actitudes se caracterizan por ser una serie de creencias que interactúan con otras, predisponiendo al individuo a actuar o respon-der a alguna situación de manera predecible.

Al reflexionar sobre esta aseveración, se puede pensar que hace un siglo, las personas se enfer-maban a causa de la carencia de agua potable, alimentos contaminados o el contacto con otras personas infectadas. Una vez enfermos, basaban sus expectativas de curación en los cuidados médicos; la gente sentía una responsabilidad muy limitada por su salud ante la posibilidad de contraer una enfermedad porque creían que era imposible evitar las bacterias y los virus.

Hoy en día, todavía se observa que muchas personas mantienen una actitud pasiva ante la salud y enfermedad y como consecuencia po-demos observar sobrepeso, abuso del alcohol y tabaco, sedentarismo, no hacen ejercicio con regularidad, evitan los “chequeos médicos” y solo acuden a este cuando se sienten enfermos y depositan todas sus esperanzas de curación en manos de la medicina.

Dentro de este orden de ideas, se aprecia que cada vez son más las personas que adoptan una actitud activa y responsable ante la salud y en-fermedad lo cual se refleja en la práctica de es-tilos de vida saludables y que se traduce en una reducción del riesgo de morir, en un aumento de la expectativa de vida y en una adecuada cali-dad de vida

Por consiguiente, a los profesionales de la sa-lud les corresponde poner interés en facilitar el cambio de comportamiento en sus pacientes sin olvidar las creencias y actitudes que son frutos

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de aprendizajes adquiridos durante la vida y que deben ser el eje de la promoción y prevención de comportamientos de salud.

ESTILOS DE VIDA Y SALUD

Cada período histórico ha tenido para cada edad una significación y unas exigencias determi-nadas y es por ello que en la cultura de hoy en día, se aprecia que las enfermedades, dolencias y pérdidas son más difíciles de aceptar porque se quiere vivir una eterna juventud, porque el hombre siempre ha querido vivir más y mejor sin aceptar los cambios que produce el tiempo y la edad sobre su salud. Así por ejemplo, los valores prototípicos de la juventud que tradi-cionalmente han sido tenidos como mero trán-sito o aprendizaje para la vida adulta hoy en día se han convertido en un valor autónomo capaz de prestigiar al resto de las edades. A su vez, la vejez, que anteriormente era considerada como una fuente de sabiduría y prestigio queda estig-matizada en sus valores tradicionales, orientán-dola hacia la impronta de juvenilización colec-tiva.

Debe señalarse, que un factor que determina este proceso, es el aumento de la longevidad o expectativa de vida que nos ofrece la actualidad. Y en este punto, cabe preguntarse ¿A qué se debe este fenómeno? La respuesta podría ser la preocupación casi colectiva por hacer cambios radicales en los estilos de vida.

Pero, ¿Qué es un estilo de vida? Adler y Matthews (1994), lo conceptualizan como “aquellas conductas sobre las que un individuo tiene control y que incluyen todas las acciones que afectan a los riesgos para la salud” (p.45). A este respecto, la Organización Mundial de la

Salud (1998), manifestó que hay que promover estilos de vida saludables como forma de vivir tanto individual como colectivamente y de for-ma cotidiana que permitan una mejora de cali-dad de vida.

Visto de esta forma, el estilo de vida puede ser conceptualizado como aquellos hábitos, acti-tudes, conductas, tradiciones, actividades y de-cisiones de una persona, frente a las diferentes acontecimientos en las que el ser humano se de-sarrolla en sociedad o por razón de su quehacer diario; lo que significa que se va conformando a lo largo de la historia de vida del sujeto. Por consiguiente, el estilo de vida es un proceso de aprendizaje.

El análisis precedente indica que el estilo de vida en una persona o colectivo es un producto complejo donde intervienen factores persona-les, ambientales y sociales, que interactúan en la historia interpersonal y puede ser modificado por decisiones conscientes de quienes aspiran perfeccionarse y a perfeccionar la sociedad.

Desde esta perspectiva, Flores Alarcón y Her-nández (1998), proponen para este mundo in-dustrializado, la prevención de enfermedades por medio de los cambios en los estilos de vida, significando un estilo de vida socializado por-que no se refieren solo a hábitos personales sino también, cómo las sociedades están organizando el acceso a la información, cultura y educación hacia condiciones de vida más saludables.

Esta dimensión social que emana de los concep-tos previos, están entendiendo el estilo de vida como una interacción de responsabilidad indi-vidual, colectiva y política puesto que el indivi-duo que murió de cáncer pulmonar tras cuarenta

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años como fumador no ha sido solo por su res-ponsabilidad sino que también su estilo de vida se ve afectado por elementos peligrosos desde el punto de vista epidemiológico como es el desempleo, la pobreza, entre otros.

PROFESIONALES DE LA SALUD vs. ES-TILOS DE VIDA

El estilo de vida constituye un proceso de aprendizaje que se produce por asimilación o por imitación de modelos de patrones familiares o de grupos formales o informales. Es natural que las personas tiendan a imitar los modelos sociales promovidos en los medios de difusión o comunicación social.

Por tanto, intervenir los estilos de vida se con-vierte en una de las acciones más eficaces para la prevención de la enfermedad y la promoción de la salud. Así, es frecuente que los médicos aconsejen a sus pacientes la modificación de ciertas conductas que ponen en riesgo su salud. Pero, ¿Qué sucede cuando los mismos profesio-nales de la salud exhiben estilos de vida inade-cuados? El médico tiene pleno conocimiento de la relación entre comportamiento y salud, de la etiología de las enfermedades y su tratamien-to, lo que significa que evitarían conductas que atentan contra su salud; no obstante, no siempre es así, es frecuente encontrar médicos fumado-res, sedentarios, obesos, entre otros.

A este respecto, Sanabria Ferrand, González y Urrego (2007), realizaron un estudio sobre la frecuencia de comportamientos saludables en una muestra de 606 profesionales de la sa-lud colombianos (médicos y enfermeras), y es-tablecer si existe alguna relación entre su nivel de acuerdo con el modelo biomédico y su estilo

de vida. Se encontró que solo el 11,5% de los médicos y 6,73% de las enfermeras presentaron un estilo de vida saludable y que el principal problema está relacionado con la actividad físi-ca y el deporte donde los hábitos son poco salu-dables. No se evidenció relación entre el nivel de acuerdo con el modelo biomédico y el estilo de vida de los profesionales. Estos investigado-res concluyeron que esta situación puede estar induciendo en los profesionales, además de una pobre salud en el futuro, una actitud que no fa-vorece la promoción de hábitos saludables en sus pacientes y la práctica de una medicina más curativa que preventiva.

Esta investigación, lleva a pensar que los mé-dicos que cuidan su salud y practican estilos de vida saludables, tienen mayores probabilidades de recomendar y de inducir en sus pacientes há-bitos igualmente saludables y de tener mayor éxito en el seguimiento de sus recomendacio-nes, contrario a aquellos de hábitos no saluda-bles y que probablemente son poco escuchados por sus pacientes cuando les recomiendan com-portamiento que evidentemente, ellos tampoco practican.

De acuerdo a este planteamiento, el tema de los estilos de vida cobra vital importancia cuando se trata de profesionales de la salud ya que tiene doble impacto: el impacto sobre este grupo de profesionales en particular y que los estilos de vida de dicho grupo recaen en las acciones de salud de sus pacientes, al convertirse en modelo de vida a seguir.

En efecto, Ramos (2002), manifiesta que nor-malmente el ser humano tiene tendencia a imi-tar acciones, actitudes valores, anti valores o respuestas emocionales de distintos modelos

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reales o simbólicos (tanto física como verbal-mente de personas y medios de comunicación), que observa y además a reproducirlas por imita-ción. A tal fin, la figura del médico y el equipo de salud como dador de salud serán significati-vos para ser imitado positivamente por la per-sona que acude en su ayuda siempre y cuando tengan coherencia entre lo que dicen, lo que ha-cen y lo que enseñan porque el trabajador de la salud tiene que tener presente su papel de edu-cador moral, tiene que educarse y mantener su ética profesional en el rol que desempeña.

El personal de salud tiene que promover en los pacientes el autocontrol sobre la influencia que tienen las personas significativas y condiciona-mientos ambientales porque se pueden adquirir malos hábitos de salud aprendiendo por obser-vación o por modelado o imitación como está sucediendo con las adolescentes, la anorexia y las ¨Top Model¨ que anuncia los medios audio-visuales.

¿CÓMO SE PROMUEVE LOS CAMBIOS DE ACTITUD Y CONDUCTA?

Numerosas investigaciones relacionadas con el tratamiento de conductas perjudiciales para la salud han dado importancia a los factores cog-nitivos como el pensamiento, creencias, fanta-sías como bases centrales de la eficacia de las intervenciones terapéuticas.

Hoy en día se está tomando en cuenta desde el punto de vista psicológico, los enfoques cognitivo-conductual ya que se concentra en la identificación y modificación de los pensa-mientos, procesos y estructuras cognitivas de un individuo.

Becoña y Oblitas (1996), parten del supuesto de que las personas son agentes que activamente procesan información; por lo tanto, a los pacien-tes se les enseña a reconceptualizar el problema que comprenda cómo él mismo mantiene las conductas nocivas para su salud a través de de-terminadas creencias. Posteriormente, se les en-seña habilidades de automanejo para que logre un mejor control de las situaciones y la tercera fase es practicar y experimentar el uso de técni-cas y el manejo de estrategias a nivel cognitivo, afectivo y conductual para que concrete un con-trol efectivo de las conductas saludables.

Este planteamiento toma en cuenta lo que las personas se dicen de si mismas acerca de sus conductas de salud resultando una estrategia de intervención eficaz para el cambio de conducta. Por ejemplo, una persona diabética puede auto instruirse acerca de los pasos que tiene que se-guir para adoptar una dieta adecuada a su pro-blema de salud.

Otro concepto que hay que manejar es como mantener en el tiempo los nuevos hábitos ad-quiridos puesto que existen factores que aten-tan sobre las conductas de salud de una perso-na como lo son las influencias sociales entorno al individuo; por ejemplo, el grupo de iguales puede ser un notable condicionante para que los adolescentes comiencen y sigan fumando. Por otra parte, los estados emocionales como la an-siedad, aburrimiento pueden desencadenar con-ductas perjudiciales para la salud y la persona vuelva a comer en exceso o a beber demasiado alcohol.

Amigo y Fernández (1999), consideran que en estos casos se deben apelar a programas de re-forzamientos intermitentes y además, se espera

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que las conductas saludables se mantengan por efecto de los reforzadores naturales que provie-nen de la realización de la actividad misma. Por ejemplo, la persona que abandonó el hábito de fumar o de comer excesivamente obtenga gra-tificación por sentirse mejor (bienestar físico y psicológico), más enérgico, más motivado a la actividad física, entre otros.

El Aprendizaje Social de Bandura (1990), es otro modelo que se está utilizando para lograr un cambio estable y duradero en la conducta. Es aplicada al ámbito de la salud y sostiene que las conductas saludables son hábitos aprendidos y, por lo tanto su adquisición, mantenimiento y modificación están sujetos a los principios del aprendizaje.

Desde esta perspectiva, es importante señalar que las personas tienen capacidad para regular su conducta. En otras palabras, los individuos se proponen normas, objetivos, niveles de eje-cución, que funcionan como motivadores de la conducta actual lo que significa que gran parte del comportamiento está motivado y regulado por criterios internos auto evaluadores de com-paración social, personal, modelados. Si este proceso autoevaluador les indica que han con-seguido la conducta deseada, emerge un senti-miento de orgullo y autoconfianza que viene a reforzar su conducta saludable; por el contrario, si estima que sus metas todavía están alejadas como al principio, aparece la autocrítica, desva-lorización, autocastigo que conduciría a mante-ner la conducta insana.

Además, el autor manifiesta que existe una rela-ción explícita entre la autoeficacia de la persona y la salud cuando sostiene que “a no ser que el individuo crea que pueda dominar y cumplir

hábitos que favorezcan su salud es poco pro-bable que dispense el esfuerzo suficiente para conseguirlo”(p.16). Este aporte representa que las personas sostengan fuertes creencias de que sus capacidades y destrezas en relación con su salud para regular y modificar su conducta y que se sientan capaces de llevar a cabo distintas conductas preventivas.

Por otro lado, el ser humano tiene posibilidad de aprender guías de acción mediante la obser-vación de la conducta de otras personas (mode-laje), y de las consecuencias que tal conducta produce. A tal fin, las personas expuestas a mo-delos que poseen conductas saludables tenderán a incorporar a su repertorio dichos comporta-mientos, si ven que de ellas emanan consecuen-cias positivas (refuerzos); mientras que, por el contrario, cuando se les expone a modelos con hábitos nocivos y observan los efectos perjudi-ciales para su salud, se presenta un efecto inhi-bidor.

De acuerdo a Bandura (1988), el modelo de aprendizaje social promueve la capacidad de re-flexión y análisis de las experiencias y procesos mentales, de tal forma que crea en la persona la aptitud de alcanzar un conocimiento genérico sobre sí mismo y sobre el entorno y así de poder evaluar y modificar sus pensamientos.

Existe otro modelo para modificar los hábitos de salud y es el modelo de creencias sobre la salud de Becker y Maiman (1975). Estos auto-res explican que las personas producirán cam-bios conductuales significativos en el área de la salud y cambiarán sus actitudes y creencias si poseen un mínimo de motivación e información relevante para su salud.

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La salud y los estilos de vida

Esta teoría se basa en el supuesto de que el cam-bio de actitudes y creencias constituye un pre-rrequisito indispensable para modificar algún tipo de conducta y a este respecto, los autores argumentan que las conductas saludables es-tán determinadas por la vulnerabilidad percibi-da por el individuo respecto de la entidad de la amenaza que pesa sobre su salud, la percepción de las consecuencia, la susceptibilidad de enfer-marse, los beneficios de adoptar medidas pre-ventivas, estar convencido de la eficacia de las intervenciones (costos y beneficios) y perciba pocas dificultades para llevar a cabo la conduc-ta saludable. Por ejemplo, para que una persona adopte conductas saludables relacionadas con el sexo, a fin de prevenir el SIDA, debe tener co-nocimiento de la gravedad de la enfermedad y verse a si mismo como vulnerable si no adopta ciertas conductas de índole preventivas como es el uso de condones, evitación de la promiscui-dad sexual.

En este sentido, cumplen una función importan-te las campañas informativas como estrategias de promoción de hábitos saludables puesto que se basa en una comunicación persuasiva donde están implicados subprocesos cognitivos; sin embargo, existen factores que se deben tomar en cuenta en una campaña informativa según Frías (2000), como son: la eficacia del mensaje, los mensaje deben ser claro, precisos y simples, el comunicador tiene que explicar las conclusio-nes y no presuponer que la audiencia los extrae-rá por sí misma y el tipo de argumento utilizado para persuadir dependerá de las características de la persona a quien va dirigido el mensaje.

Otra vía para la modificación de hábitos de sa-lud es la apelación al miedo en la cual se parte del supuesto de que si se apela al miedo y a la

aprehensión, los mensajes serán más eficaces y se producirán cambios en actitudes y creencias. En las campañas informativas se hace hincapié en las consecuencias indeseables para la salud cuando se repite cierto tipo de conductas y con-vencer a la persona de que esas consecuencias negativas son reales y pueden afectarles; ade-más, se le debe describir la manera de evitar esas consecuencias negativas y persuadirlos a que puedan comportarse de la manera en que se les sugiere.

Lo afirmado anteriormente lleva a la reflexión de hasta que punto las campañas informativas y la apelación al miedo logren un cambio estable y duradero en la conducta porque los resultados en el campo de la salud son dispares. Lo que se aprecia es que las actitudes tienen una mayor in-fluencia sobre la conducta cuando es adquirida durante una experiencia directa y tiene interés para la persona.

LA SALUD Y LA ESPIRITUALIDAD

Hay quienes piensan que la espiritualidad no tiene nada que ver con la salud. Sin embargo la OMS (2003), define la espiritualidad como un fenómeno cuya naturaleza no es material sino que pertenece al conjunto de ideas que surgen de la mente de los seres humanos, específica-mente, ideas que ennoblecen como lo es la es-peranza, alivio, sentido de bienestar y paz inte-rior en nuestras vidas.

Sobre la base de las consideraciones anteriores, Navas y Villegas (2007), definen la espirituali-dad como ¨la búsqueda o tomar conciencia de lo sagrado o de lo divino a través de cualquier ex-periencia de la vida, de manera que la persona

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está más conectada con él mismo, con su comu-nidad y la naturaleza, incluyendo un estado de paz y armonía. (p.35)

Es evidente que tomar conciencia es, en defi-nitiva, el objeto de nuestra existencia y por esta razón hay que integrar todos los planos del ser: cuerpo-alma-espíritu significando que el con-cepto de salud a nivel espiritual es comprender que no solo somos un cuerpo físico sino tam-bién un alma y un espíritu en absoluta unidad holística. Por lo tanto, la espiritualidad es li-beradora y transformadora, es reformadora de nuestra experiencia interior.

En este orden de ideas, la espiritualidad es una potente y eficaz estrategia que capacita y for-talece al individuo a hacer cambios en su estilo de vida y a concienciar sobre sus creencias, ac-titudes y comportamientos que afectan positiva o negativamente su salud.

Por las consideraciones anteriores, la espirituali-dad está asociada con una mejor salud y calidad de vida y adaptación a la enfermedad porque motiva el crecimiento personal y la participa-ción del individuo en tareas creativas o de auto superación.

En efecto, Szalay (2000), expresa que sanar es la experiencia humana del esfuerzo por recupe-rarse y encontrar a una nueva salud; pero una salud desde la auto observación, desde el inte-rior; la curación es aquella que viene de afuera por eso el médico cura pero la naturaleza sana. El camino de la salud según se ha citado, no es combatir la enfermedad sino comprenderla para luego transmutarla.

Significa entonces, que al incluir técnicas dirigi-

das a activar la conexión mente, cuerpo y espíritu como son la relajación, visualización, prácticas religiosas, meditación, yoga, hacer contacto con la naturaleza, escuchar música entre otros, en pa-cientes con enfermedades crónicas como la dia-betes o el cáncer se logrará que el paciente mejo-re su auto cuidado y autoconocimiento y perciba la enfermedad como una oportunidad para el cre-cimiento personal y a los profesionales de la sa-lud como catalizadores de ese proceso.

Todo lo anterior indica según Fenwick (2003), que promover el bienestar existencial del indi-viduo ya sea a través de sus creencias religiosas o sus prácticas espirituales se favorece una me-jor función del sistema inmunológico con altos niveles de autoestima estimulando la fe en uno mismo y en los demás, el significado y propósi-to de su vida y la voluntad de vivir.

CONCLUSIONES

Desde los orígenes de la humanidad, la salud y la enfermedad han sido fuente de preocupación para el ser humano y desde el modelo biomédi-co se entendía como algo que había que conser-var o curar frente a agresiones puntuales como por ejemplo las infecciones.

Hoy en día, la salud ya no se conceptualiza como la ausencia de enfermedad sino que se confronta con una definición nueva que la en-tiende como un estado positivo de bienestar físi-co, mental, espiritual y social que comprende el desarrollo humano y la calidad de vida.

En otras palabras, estamos presenciando un giro en la definición de salud pues se le considera como algo que hay desarrollar, no conservar.

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Por esta razón, el concepto que daba la Organi-zación Mundial de la Salud (OMS, 1998), sobre salud: “La salud es un estado de completo bien-estar físico, mental y social y no meramente la ausencia de dolencias o enfermedad,” (p.5) es una noción positiva, incluso multidimensional en su abordaje ya que considera aspectos bioló-gicos, psicológicos y sociales (modelo biopsico-social), pero se queda corto porque actualmente la salud ya no se estudia como tres dimensio-nes de un triangulo sino en cinco dimensiones (pentágono), porque se le agrega el ambiente y la espiritualidad.

Este nuevo enfoque en el campo de la salud nos señala que las principales causas de muerte en las sociedades industrializadas ya no son las en-fermedades infecciosas, sino las enfermedades crónicas por ejemplo el cáncer, enfermedades cardíacas, diabetes, obesidad, accidentes auto-movilísticos, entre otros, que provienen de esti-los de vida y conductas poco saludables Por lo tanto, las conductas de salud según refie-re Rodríguez Marín (2003), no ocurren en el va-cío hay que analizar los diferentes contextos en que tiene lugar; los diversos factores como los personales, interpersonales, ambientales e insti-tucionales; el modo de vida como determinante de salud puesto que los servicios de salud y su utilización, instituciones educacionales y nivel educacional de la población así como el tipo de vivienda (condiciones y hacinamiento), e higie-ne ambiental son categorías que resultan nece-sarias en la confección de políticas sanitarias y estrategias de promoción de salud. Sin embargo, esos factores no son homogéneos para todas las conductas de salud haciéndose evidente que en un mismo individuo convivan hábitos saluda-bles y nocivos.

La promoción de estilos de vida saludables im-plica pues, conocer aquellos comportamientos que mejoran o desmejoran la salud de los indi-viduos. A tal efecto, en los últimos años los dis-tintos organismos nacionales como internacio-nales de salud (OMS, 2003), reconocen que la mortalidad y morbilidad son producidas en su mayor parte por motivos conductuales, por lo que la gente hace. Cada vez se insiste más en que las personas dejen de fumar, tengan una dieta adecuada y controlen el peso, reduzcan el consumo de alcohol y se sometan a controles médicos periódicos; sin embargo, la población a pesar de contar con información adecuada so-bre su salud, no cambia ¿Por qué? , ¿Qué debe-mos hacer para promover estilos de vida saluda-bles? ¿Es una utopía?

Como apunta Bayés (1991), varios factores ac-túan en contra de los hábitos positivos de salud. Por ejemplo, el bombardeo de la publicidad de masas sobre modelos deseables que implican la satisfacción inmediata por medio del consumo de producto o acciones potencialmente peligro-sas o cancerígenas; los anuncios de automóviles rápidos, consumo de tabaco y alcohol, las ex-quisitas comidas, la promiscuidad sexual, cuer-pos esbeltos y bronceados entre otros.

Otro aspecto, es el choque entre el poder econó-mico de las multinacionales y los trabajadores para controlar la comercialización y producción e incluso la erradicación de ciertos productos cancerígenos. El ejemplo más evidente es el de tabaco o el de distintos productos industriales que destruyen la capa de ozono. En otras pa-labras, no existe una clara voluntad política de parte de nuestros gobernantes de erradicar su producción, precisamente por las consecuencias económicas.

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Ahora bien, otro factor negativo que atenta contra los hábitos de salud es la confianza ac-tual de los ciudadanos en el poder sin límites de la Medicina y que en poco tiempo los investi-gadores descubrirán drogas milagrosas para cu-rarlo todo; esto, hace que en la conciencia de la persona cuando lleven a cabo comportamientos inadecuados, se hagan la pregunta ¿Para qué re-nunciar ahora a cosas agradables para prevenir un cáncer o un infarto cardíaco que aparecerá dentro de 10 o 20 años, cuando ya se dispondrá de un tratamiento capaz de tratarlo o eliminarlo con rapidez y eficacia?

El extenso período que, normalmente, separa la práctica de conductas nocivas a la salud de la aparición de la enfermedad en su estadio clínico diagnosticable dura muchos años. Por ejemplo, el tabaquismo es de 20 años. Fumar un cigarri-llo no significa que al día siguiente se adquiere un cáncer. Tienen que pasar varios años y fumar miles de ellos y esto impide que el sujeto apre-cie una relación “causal” entre sus cigarrillos y su posterior problema de cáncer pulmonar.

Estas situaciones descritas son señaladas por Bayes (1994), “ las personas no actúan con base a la lógica, sino que proyecta su aprendizaje pa-sado, en un contexto sociocultural determinado y son para bien o para mal, afectivas y emocio-nales y sometidos a las influencias de factores ambientales (físicos y económicos), condiciona-mientos temporales e inconscientes y sutiles e impredecibles cambios biológicos” (p.39).

En estas circunstancias, la persona tiene que elegir entre llevar a cabo o no una conducta de riesgo y probablemente optará por la estimu-lación placentera inmediata y gratificante; no olvidemos que estamos en una sociedad indus-

trializada donde impera el hedonismo como un valor esencial. La única forma de contrarrestar el aspecto placentero y gratificante con las con-secuencias aversivas a largo plazo, es aprender a tener autocontrol sobre las conductas en esta sociedad consumista.

A tal fin, es necesario implementar estrategias de promoción de salud en etapas evolutivas tempranas ya que la experiencia educacional in-dica que la mejor etapa para inculcar los hábitos que se espera tenga una persona como adulto, corresponde a la edad preescolar.

Con referencia a lo anterior, Ramos (2001), ex-plica que la educación es el recurso más impor-tante y el valor fundamental para la transforma-ción y crecimiento personal de un ser humano por ser el medio para la transmisión de valores porque los mismos se configuran con las acti-tudes y actúan como marcos referenciales de orientación al sujeto en el mundo donde vive.

En este sentido, una educación en valores debe promover cambios significativos que conduz-can a la formación de un ser humano capaz de desenvolverse en una sociedad en la que pueda, de una manera crítica, practicar como norma de vida la libertad, la salud, la tolerancia entre otros. A través de los valores, se interpreta el mundo y se da significado a los acontecimientos y proyectos de vida. Cabe agregar que los va-lores son inspiradores de juicios, visiones, pers-pectivas que más tarde serán expresados por medio de las actitudes.

A tal efecto, el Ministerio de Educación venezo-lano (1997), propuso que la primera regla para la educación en valores en el contexto escolar es que deben irse interiorizando en el proceso

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de enseñanza a medida que el niño, adolescente o adulto los experimenta en su propia vida. De allí se desprende, que concienciar los valores tiene que partir de la consideración del ¨Yo¨; es decir, que el aprecio por sí mismo debe educar-se como un valor a partir del auto respeto y al respetarse a sí mismo respeta su cuerpo y busca la sanidad.

Bajo esta premisa, la Educación para la Salud, de acuerdo a lo expresado por Caricote, y Fi-gueroa (2006), debería ser considerada como un campo de innovación dentro de las reformas del proyecto curricular en nuestro país, dándole la importancia como área de trabajo pedagógica en la educación. Por estas razones, un buen tra-bajo educativo en pro de la salud fomentándola desde la educación preescolar como Valor, me-diante juegos y actividades propias de esta edad incidirá sobre las pautas de conductas, crean-do estilos de vida, guiando al niño junto con el apoyo de la familia para que tome conciencia de qué son los estilos de vida y cuál es su influen-cia en la salud tanto a mediano como a largo plazo.

La salud humana requiere también del desplie-gue sincrónico de las vitalidades del medio am-biente, con el cual debemos establecer necesa-riamente relaciones simbióticas de interacción y de reciprocidad en los procesos homeostáticos. Cuando hablamos del medioambiente, desde el punto de vista bioético, no podemos prescindir de considerarlo en su doble dimensión: biofísica y cultural.

Desde el punto de vista cultural, Cely (2001), expresa que el ser humano crea y se recrea en la cultura y evoluciona con ella y es condición ne-cesaria para la construcción de un pensamiento

integral que se haga entender la salud humana en intima reciprocidad con la salud del medio-ambiente. En consecuencia, los educadores de-ben propiciar una paulatina identificación del ¨Yo¨ con el mundo exterior o medioambiente, de tal manera que pueda ser entendida por el educando en la medida en que sus experien-cias le vayan planteando interrogantes. Así por ejemplo, en el niño, el proceso de socialización primario se presenta al descubrir que comer dulces en exceso lo lleva a la obesidad o que co-mer mucha grasa es malo para su organismo.

Dentro de este marco, la Educación para la Sa-lud, no solo debe limitarse a dar conocimientos en los y las estudiantes sino que debe formar y reforzar personas autónomas en salud, para to-mar decisiones sobre ellas mismas, racionali-zando el riesgo de vivir a través de la búsqueda del aprecio de los valores positivos en contrapo-sición a los anti valores. En este sentido se hace necesario sensibilizar a los educandos para que diferencie unos de otros y para que manifiesten en sus comportamientos, que han comprendi-do el poder creativo de los valores en la salud frente el poder destructivo de los anti valores.

En otras palabras, de acuerdo a Cely (2001), los estudiantes a través de discusiones grupa-les comprendan la importancia de la bioética como una nueva ética científica que se relaciona con los actos que promocionan la vida. A este respecto, el filósofo Savater (citado por Fran-co1998), considera que en la época actual hay que formar para la templanza no para la absti-nencia, porque vivimos en una sociedad basa-da en la tentación promovida por la publicidad; por lo que suponer que las y los estudiantes van a carecer de tentaciones o van a dejar de ser asediados por las drogas, alcohol, tabaco o

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por circunstancias que pongan en peligro su in-tegridad, es absurdo. El estudiante tendrá que aprender a controlar lo que las prácticas de con-ductas puedan tener de positivo sin caer en lo que las convierte en negativo.

En este sentido, el docente tiene que jugar el papel de facilitador del aprendizaje de la Salud como valor dedicado al cambio de actitudes y creencias, fomentar hábitos de salud para la promoción de una salud adecuada y, el/la estu-diante debe hacer suya la actividad del aprendi-zaje desde un modelo participativo y adaptado a las necesidades e inquietudes de la población estudiantil para adquirir un aprendizaje centrado en el ser, saber, en el saber hacer y convivir de acuerdo a los preceptos de la UNESCO (1996).

En otras palabras, lograr el hábito de la re-flexión entre los estudiantes sobre la impor-tancia que el valor de la salud tiene en nuestra propia existencia al condicionar, estimular o entorpecer los propósitos que nos proponemos como metas con respecto a las prácticas salu-dables.

La educación hacia un estilo de vida saludable, debe necesariamente incluir un esfuerzo conjun-to y articulado de la familia, la escuela, comuni-dad y un equipo multidisciplinario de salud. Sin embargo, con una visión crítica, no solo educar es la única respuesta para el cambio sino que cada país deberá incrementar los comporta-mientos saludables elaborando políticas y estra-tegias sanitarias acordes a su cultura, industria-lización y tecnología y los profesionales de la salud deben enfrentarse a este nuevo reto por-que la nueva realidad nos habla de costes cada vez más gigantescos y, por otro lado, la calidad de vida no va pareja con ellos.

Es necesario reflexionar que la salud se aloja en la vida humana y que todos aspiramos tenerla y conservarla y debe ser definida por el colectivo porque actores de la salud son todos los huma-nos. Vilardell (1992), expresa que la salud, es la historia vital esencialmente social, por cuanto se construye en el compartir con los otros, en una multiplicidad de relaciones, la satisfacción de las necesidades, el trabajo, la comprensión del mundo, de la sociedad y de sí mismo.

La Medicina preventiva y los programas de in-munización han incrementado la esperanza de vida. No obstante, la muerte prematura está am-pliamente determinada por el estilo de vida, los hábitos, y las condiciones ambientales perjudi-ciales evitables y a este respecto, la Organiza-ción Mundial de la Salud (OMS, 2003) ha dado las siguientes recomendaciones:

Promover la responsabilidad individual por me-dio del fomento de la autonomía personalDestacar los aspectos saludables de la vida y de las personas, en lugar de fijar la óptica en la en-fermedad

Favorecer la comunicación interprofesional en el abordaje de los problemas sanitarios’

Estimular la participación de la comunidad en los problemas sanitarios

Esta perspectiva implica que el ser humano tie-ne que transformarse en agente de salud me-diante la creación de conductas participativas en el cuidado de la salud de tal forma que los cui-dados médicos no pueden sustituir los hábitos y las condiciones ambientales saludables sino que el propio ser humano tiene que ser protagonista responsable de su salud y de su comunidad.

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El paradigma actual reconoce y señala que la calidad del bienestar psicológico y físico depen-de de nuestros hábitos de vida y que constitui-mos una unidad como sistemas individuales y también en relación con el mundo, porque for-mamos parte del ambiente físico y social. A tra-vés de nuestro comportamiento interactuamos con el entorno y este comportamiento está en función de variables personales como ambien-tales, las cuales permanentemente interactúan y se condicionan entre sí. Por estas razones, es imposible desvincular la salud con el medio am-biente.

Hecha la observación anterior, Gracia (1996), expresó que la salud es un objeto de estudio que se enraíza profundamente en la lógica de la vida, en su doble y complejísima dimen-sión biológica y cultural. Esta aseveración indi-ca, que una vez que el ser humano aparece en la tierra, el medio ambiente añadió a su forma natural de evolucionar por azar y necesidad, la intervención humana y es así como podemos comprender que es necesario la construcción de una cultura que nos haga entender la salud hu-mana en intima reciprocidad con la salud del medio ambiente porque la salud no es otra cosa que el desarrollo de todas las potencialidades que conforman la calidad misma de la biosfera.

Pitágoras decía (citado por Cely 1998), ¨Y la destrucción de la Naturaleza no es solamente fí-sica, sino una destrucción de su significado para el hombre, una verdadera amputación espiritual y vital de éste¨. En este mismo orden de ideas, Miguel Delibes citado por el mismo autor, afir-maba: ¨Al hombre ciertamente, se le arrebata la pureza del aire y del agua, pero también se le amputa el lenguaje, y el paisaje en el que trans-curre su vida, lleno de referencias personales y

de su comunidad, es convertido en un paisaje impersonalizado e insignificante¨.

Reflexionando sobre las consideraciones ante-riores, debemos repensar a la salud como un valor en el contexto humano-social, redimen-sionándola en su espacio social, cultural y en la multiplicidad de expresiones que ella tiene.

A manera de conclusión final, San Martín (1982), declaró “Nuestro bienestar biológi-co, mental y social no es un mero accidente en nuestra vida, ni un premio o castigo que nos cae del cielo, sino que se corresponde con situacio-nes ecológicas, económicas y sociales bien pre-cisas, que nosotros mismos, a través de nuestra historia hemos provocado”(p.4).

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