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Revista Educación en Valores . Universidad de Carabobo. Julio - Diciembre 2009 - Vol. 2. N° 12 68 ENSAYO TRAMA SOCIOSIMBÓLICA DE LOS VALORES HUMANOS EN LAS ADICCIONES Prof. Maritza Salazar Medina [email protected] Profesor Titular Jubilado Activo. Universidad de Carabobo. Licenciada en Enfermería, Universidad de Los Andes. Magíster Enfermería Psiquiátrica y Salud Mental, Universidad del Valle, Colombia. Magíster Educación Mención Investigación, Universidad de Carabobo. PHD Ciencias de la Educación, Universidad de Carabobo. RESUMEN Este ensayo tiene como propósito presentar un constructo teórico de la trama sociosim- bólica de los valores humanos asociados a las adicciones, como referentes de sentido; mostrando un campo complejo de relaciones sociosimbólicas de los actores en la socie- dad venezolana. Del proceso hermenéutico fueron emergiendo los valores propios de este estilo de vida: sentido de la vida, vida-existencia, identidad personal, iniciando una red de relaciones con significado propio, producto de la cultura y/o sociedad donde ha tenido lugar su advenimiento. Palabras clave: trama sociosimbólica, valores, drogas, adicción. ABSTRACT This essay has the objective to present a theoretical construct of the socio-symbolic fra- me of human values associated with addictions, meaning referents; showing a complex field of socio-symbolic relationships of actors in Venezuelan society. Hermeneutic pro- cess was emerging the own values of this lifestyle: the meaning of life, life-existence, personal identity, initiating a network of relationships with their own meaning, the pro- duct of culture and/or society which has demonstrated its advent. Key words: sociosymbolic plot, values, drugs, addiction. SOCIO-SYMBOLIC FRAME OF HUMAN VALUES IN THE ADDICTIONS

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ENSAYO TRAMA SOCIOSIMBÓLICA DE LOS VALORES

HUMANOS EN LAS ADICCIONES Prof. Maritza Salazar Medina

[email protected] Profesor Titular Jubilado Activo. Universidad de Carabobo.Licenciada en Enfermería, Universidad de Los Andes.Magíster Enfermería Psiquiátrica y Salud Mental, Universidad del Valle, Colombia. Magíster Educación Mención Investigación, Universidad de Carabobo. PHD Ciencias de la Educación, Universidad de Carabobo.

RESUMEN

Este ensayo tiene como propósito presentar un constructo teórico de la trama sociosim-bólica de los valores humanos asociados a las adicciones, como referentes de sentido; mostrando un campo complejo de relaciones sociosimbólicas de los actores en la socie-dad venezolana. Del proceso hermenéutico fueron emergiendo los valores propios de este estilo de vida: sentido de la vida, vida-existencia, identidad personal, iniciando una red de relaciones con significado propio, producto de la cultura y/o sociedad donde ha tenido lugar su advenimiento.

Palabras clave: trama sociosimbólica, valores, drogas, adicción.

ABSTRACT

This essay has the objective to present a theoretical construct of the socio-symbolic fra-me of human values associated with addictions, meaning referents; showing a complex field of socio-symbolic relationships of actors in Venezuelan society. Hermeneutic pro-cess was emerging the own values of this lifestyle: the meaning of life, life-existence, personal identity, initiating a network of relationships with their own meaning, the pro-duct of culture and/or society which has demonstrated its advent. Key words: sociosymbolic plot, values, drugs, addiction.

SOCIO-SYMBOLIC FRAME OF HUMAN VALUES IN THE ADDICTIONS

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Trama sociosimbólica de los valores humanos en las adicciones

INTRODUCCIÓN

La trama sociosimbólica de los valores hu-manos en las adicciones está representada en este ensayo como un constructo teórico ela-borado a partir de una historia de vida. Se trata de una pesquisa de diez años correspon-diente a la década de 1993-2003. El sujeto de la mencionada historia lleva por nombre “Luís Carlos”, fue un adicto durante quince años, él nos ha narrado cuáles fueron los va-lores trastocados a edad temprana por facto-res de riesgo presentes en su medio ambiente, y que en el escenario de una comunidad te-rapéutica donde estuvo rehabilitándose, fue-ron emergiendo los factores protectores que habían sido atenuados, minimizando los fac-tores de riesgo gracias al proceso terapéutico recibido. La experiencia intersubjetiva inves-tigador-informante fue en definitiva la que permitió develar a través de un dispositivo terapéutico, un estilo de vida desde la palabra de su propio protagonista deconstruyendo la trama sociosimbólica de los valores humanos identificados en la historia, construida a dos: informante-investigador.

La trama sociosimbólica para Salazar (2003) significa:

El conjunto de sucesos narrados simultánea-mente por un sujeto en un momento histórico determinado, que se muestran en la escritura como un tejido lingüístico difícil de interpre-tar y que requiere un trabajo intelectual pro-fundo por parte del investigador, para cons-truir la simbología del sujeto que habla, la teoría en que se apoya, y el método utilizado. (p. 39)

La trama de los valores humanos como el sentido de la vida, la vida y/o existencia y la identidad personal, muestran a través del dis-curso un dinamismo emergente en diferentes temporalidades, se superponen entre sí, se cruzan unos a otros, se intensifican o debi-litan ante situaciones de riesgo, se atenúan, entran en acción y se van estructurando a tra-vés de un proceso largo y complejo, donde la intensidad y elasticidad que los caracteriza hacen la diferencia, para que en un momento dado se comporten como factores protecto-res ante el consumo de drogas. De igual for-ma, la fortaleza de la personalidad del suje-to historiado, la factibilidad de riesgos en su contexto, son dos fuerzas que luchan en si-tuaciones adversas a la condición humana y se percibe también la capacidad de resisten-cia de la persona a incitaciones de conductas hacia el consumo de drogas, en una relación intersubjetiva.

Es importante señalar que este ensayo se apoya en una investigación de larga data. Sin embargo, el desarrollo de la misma está vin-culado con los valores como referentes de sentido, la relación de valores y las adiccio-nes, presentando la posición de algunos au-tores que han dado aportes a esta temática, y cómo la misma tiene su significación en la vida de “Luís Carlos”. También se hace men-ción al contexto socioestructural y sociosim-bólico de los valores develados, su concep-tualización y su vinculación con la narrativa del sujeto historiado.

LOS VALORES COMO REFERENTES DE SENTIDO

En esta parte se hace un intento por explicar

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lo que son los valores, lo cual resulta difícil fundamentalmente porque se sitúan en un or-den abstracto, ideal. Es por ello que los valo-res no pueden ser vistos u observados como tales, pues no son objetos o acontecimientos concretos. No obstante, los valores en cuan-to a ideal se encuentran presentes en cual-quier sociedad humana y en todo individuo, orientando sus conductas en direcciones de-terminadas. Según Martínez (1983): “El va-lor es una cualidad del ser o del actuar, o la que aspira y la que inspira nuestra conducta” (p. 9). De tal forma que los valores siempre son formulados, enseñados y asumidos den-tro de una realidad concreta y no como en-tes absolutos, representando, por tanto, una opción con bases culturales, ideológicas, so-ciales y religiosas. Parafraseando al autor, el significado de los valores antes identificados corresponden a la manera de ser y actuar del sujeto adicto para la época de los años 1960-1970, pertenecientes a la subcultura de las drogas, con una ideología más del tener que del ser en la sociedad venezolana, aprendidos entre iguales, en edades y situaciones vulne-rables.

Dentro de un contexto grupal o social, los valores también constituyen los puntos de re-ferencia para el establecimiento de normas e instituciones. Es así como Rodríguez (1995): argumenta: “Los valores no aparecen única-mente como requisitos del proceso educativo, sino que los procesos educativos incorporan lo axiológico porque la estructura interna de la personalidad humana así lo demanda y exi-ge” (p. 3). Ahora bien, educar, como lo seña-laba Durkheim (citado por Rodríguez, 1995), es generar en el ser humano una dimensión social y, en consecuencia, educar es condu-

cirlo hacia la asimilación del correspondiente sistema de valores.

De acuerdo a lo expuesto por el autor, la situación en el marco de la subcultura de la droga, se caracteriza por albergar grupos di-versos de adictos que se organizan social-mente en diferentes espacios como la calle, comunas, instituciones entre otros, y esta-blecen sus normas de manera jerárquica para regular el comportamiento de sus miembros, a través de un proceso educativo informal, donde la trasgresión de los valores es su pun-to de lanza para justificar su comportamiento antisocial.

En lo axiológico, la Escuela Fenomenoló-gica, con Scheler a la cabeza, y el Realismo con Lavelle y Le Serme, interpretaron el va-lor desde dos concepciones: la subjetivista y la objetivista, manifestando una parte del valor y no la totalidad del mismo. El valor posee un componente intelectual y otro emo-cional. El conocimiento precede y es necesa-rio, pero no es suficiente. Por ello los valores se muestran, no se demuestran. Se contagian pero no se imponen. En la realidad, en los grupos de adictos los valores se transgreden en sentido antagónico, se muestran mediante el comportamiento antisocial entre ellos, se-llando un pacto de acuerdo a su sentido sub-cultural, válido para darle legitimidad a su existencia, el contenido intelectual es enten-dido como los antivalores y el emocional es el que le da sentido simbólico a su conducta en la sociedad.

VALORES Y DROGAS

Otro de los contenidos teóricos a conside-

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rar son aquellas investigaciones destinadas a vincular algunos valores con el consumo de sustancias estupefacientes y a la vez se vin-culan con la historia objeto de estudio de este escrito, a los fines de comparar el compor-tamiento de los valores identificados con las experiencias citadas. Estos valores son: senti-do de la vida, la existencia. El sentido de la vida es un tema siempre abierto y en permanente discusión tanto a nivel cultural como personal, ya que la res-puesta está condicionada por el momento his-tórico-cultural y por las disposiciones de las personas a la hora de asumir las exigencias del propio proyecto vital.

En cuanto a la persona como ser cuestionan-te, la razón de interrogarse sobre este asun-to responde a que el ser humano constitu-tivamente es un individuo que lleva en sí el enigma permanente de su propia plenitud, por su propia naturaleza de ser problemático y porque inevitablemente se pregunta el para qué, porqué y a dónde, para orientar la vida hacia un fin u otro y trascender las barreras de su naturaleza. Interro¬garse por la vida es un deber de la persona que, consciente de su propia finitud, quiere moverse responsable-mente en la realidad. De forma tal que todo proyecto en sí es problemático en el sentido de cómo planteárselo y cómo llevarlo a cabo. Moradillos (1993) encontró en estudiantes de Enseñanza Media de Burgos que el 85 por ciento de ellos se había preguntado por el significado y objeto de la vida, resaltan-do que las mujeres superan a los hombres en casi diez puntos, 89.2 por ciento y 80.5 por ciento, respectivamente.

La búsqueda del sentido de la vida aparece reflejada en las diferentes manifestaciones de quienes se dedican a la cultura, la ciencia, el arte y el saber, constituyendo el eco de la res-puesta personal por un lado y la idea o inter-pretación de la colectividad, por otro. Exis-te, según Frankl (1987), un sentido para cada uno y para cada uno hay un sentido especial. Por otra parte, en palabras de Inoue (1984), la persona necesita fijarse un objetivo, el entregarse a ese objetivo, al avanzar poco a poco sin parar a mirar de un lado a otro. El objetivo ha de estar en concordancia con el proyecto humano en general. Incluso en las adversidades y circunstancias angustiosas, la persona debe intentar dar con el sentido de tal forma que, como lo expresa Frankl (1987, ob. cit.):

Solamente cuando se da sentido, uno puede justificar la vida y la muerte y soportar el dolor y las situaciones lími-tes. La búsqueda del sentido a la vida no puede plantearse en términos gene-rales; ha de estar dirigida al significado concreto de la vida de cada individuo en un momento dado. (p.107)

De esta manera, las expectativas ante la vida pueden servir de indicadores de la búsque-da del sentido. Ésta comienza a perfilarse en edades tempranas del ser humano. La persona siente angustia ante la carencia o la pérdida de sentido y se sumerge en el vacío cuando no es capaz de dar respuesta a los interro-gantes vitales. Sentido y vacío se excluyen, pues el vacío no es otra cosa que la carencia de sentido. A continuación el sujeto de la his-toria observada, Luís Carlos, narra su sentido de la vida.

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La investigadora le pregunta al informante: “¿Cómo ha sido el significado de su vida?”… Responde: “Es tan difícil explicarlo, yo no sabía qué carrizo era en la vida, yo no sabía lo que era la vida, yo era un zombi”... Insis-te en la pregunta tratando de ayudarle a com-prender, y él responde: “Es que es muy difícil que yo te pueda responder”... No tenía senti-do, el sentido era fumar marihuana, consumir cocaína, reunirse con gente que lo entendió o que tenían problemas similares a los de él; nunca tuvo un proyecto de vida y aún en este momento le falta consolidar un proyecto de vida: “...Yo no sentía la vida... la vida pasaba por mí. Yo no pasaba por la vida... Yo no ca-minaba por la vida con una conciencia de lo que era la vida”... La vida era disfrutar, go-zar, no sentía motivación hacia nada, sentía miedo, soledad, quinientas mil emociones, de tal forma que en los primeros años de consu-mo, la marihuana probablemente le permitió estar escondido.

La vida comienza a tener sentido para el in-formante en la comunidad terapéutica, don-de comenzó a sentir a su papá, a su mamá, a su primo Alejandro, a él mismo, con más conciencia de que estaba en este mundo y de que tenía un papel y que Dios lo puso ahí. El informante manifiesta haber tenido una deci-sión temprana inconsciente, porque sentía un gran dolor psíquico: “Yo me voy a volver una porquería y me voy a matar”... “Así de clari-to, estuve consciente de vivir como un perro, fue un verdadero infierno”… Y agregaba: “…pero ¿por qué si yo soy una persona buena, la vida me echó esta broma?”...

En la comunidad terapéutica recibió aten-ción a sus necesidades de hablar de sí mis-

mo, compartir con otros iguales, sentirse útil, vivir con más conciencia acerca de descifrar quién era y cuánto valía como ser humano; le sorprende cómo una persona puede cambiar tanto. Se plantea una pregunta que no sólo es su inquietud, sino la de muchas personas: ¿Por qué unos se rehabilitan y otros no? Una buena pregunta para los estudiosos en la ma-teria.

Esta experiencia está ilustrada de manera ge-nial en palabras de Frankl (1987, ob.cit.): “…el sentido de la vida difiere de un hombre a otro, de un día para otro, de una hora a otra hora. Así pues, lo que importa no es el sen-tido de la vida en términos generales, sino el significado concreto de la vida de cada individuo en un momento dado”…. “Como quiera que toda situación vital representa un reto para el hombre y le plantea un problema que sólo él debe resolver, la cuestión del sig-nificado de la vida puede en realidad inver-tirse”… “En última instancia, el hombre no debería inquirir cuál es el sentido de la vida, sino comprender que es a él a quien se in-quiere”… “En una palabra, a cada hombre se le pregunta por la vida y únicamente puede responder a la vida respondiendo por su pro-pia vida; sólo siendo responsable puede con-testar a la vida”.

Luego del sentido de la vida aparece otro va-lor que es la vida, la existencia. En este con-texto de ideas, Aranguren (1985) señala que: …”Ya no se vive para trabajar y producir, sino que se trabaja y produce para vivir, en-tendiendo por vivir: vivir bien, desear y go-zar” (p. 94). A partir de estas ideas se puede considerar que la moral del placer trae con-sigo, entre otras cosas, dos formas de vida vi-

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gentes en la actualidad: la delincuencia y la drogadicción. Delincuencia entendida como atajo para entrar de lleno en ese disfrute de la vida en su cotidianeidad, y la drogadicción como preocupación de un placer absoluto, fruición más allá de la vida normal, euforia total, plenitud inalcanzable en la vida no dro-gada. Conscientes de que se vive en una so-ciedad en la que se fomenta el consumo, cada persona tiene que realizar su proyecto de vida desde un planteamiento crítico con los modos y necesidades del consumo, respon-sables con los objetivos últimos y solidario con quienes carecen de lo esencial en la vida. Esto es lo que se denomina el vacío existen-cial, el cual es percibido cuando la persona no tiene ideales, objetivos y proyectos que den sentido y orienten su vida cotidiana, por lo cual se dice que se encuentra vacío, que está vacío. La falta de un porqué en la vida, propicia la situación idónea para que la per-sona se sumerja en el llamado vacío existen-cial. El vacío existencial puede ser la razón que hace que el individuo acuda a la droga como solución mágica que le saque de una situación desesperada.

Las expresiones de vacío (aburrimiento, apa-tía, desesperanza, etc.), pueden constituir otras tantas ocasiones propicias para que las personas acudan al consumo de drogas. Al examinar conceptualmente la génesis y causas del vacío existencial, es posible te-ner presente que la consideración netamente tecno-economicista de la sociedad actual ol-vida el carácter de totalidad que define al ser humano. Consideración unidimensional que puede dar lugar a sentimientos de vacío, an-gustia, tedio, resignación, frustración y abu-rrimiento.

Frankl (1987, ob. cit.) da tres razones para explicar el origen del vacío existencial: “la neurosis noógena provocada por conflic-tos de consciencia, de valores, y frustracio-nes existenciales (el hombre es conformis-ta y totalitarista)” (p.107). Lo que significa en el fondo, que la hipótesis planteada por este autor asume el hecho de que cada época lleva consigo unas deficiencias y unas frus-traciones concretas. A nuestra época le tocó la frustración existencial. De forma tal que la frustración, la apatía, la desesperanza, el aburrimiento, la angustia, la falta de ideales, de valores, de proyectos, la permanente insa-tisfacción de necesidades, no son sino otras tantas manifestaciones de vacíos, otros tan-tos puntos de partida para recurrir a la droga como forma de aliviar el vacío. En el consu-mo de drogas se busca aliviar o acabar con el aburrimiento, y por otro lado asegurar la euforia, la felicidad y el placer. Pero la dro-gadicción puede generar, a su vez, desinterés e indiferencia vital y, en consecuencia, vacío existencial. Pasando a la realidad del contex-to venezolano, los consumidores de drogas se inician con algunas de estas deficiencias, luego de estar incorporados en este estilo de vida giran en un circulo cerrado, donde con-sumir drogas se convierte en la única salida válida, porque los absorbe el placer prima-rio que produce las sustancias adictivas, para continuar más adelante con la dura realidad de no poder controlar el consumo y seguir hasta tocar fondo, entonces la vivencia es la muerte inminente. Así se conforma el círculo cerrado propiamente adictivo.

Asimismo, Frankl (1987, ob. cit.) sostiene que el vacío existencial existe en el 100 por ciento de los drogadictos. En ese caso existen

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evidencias de que en el 90 por ciento de los casos crónicos de alcoholismo agudo, apare-ce un acusado complejo de vacío existencial y de que éste es el factor de riesgo más fre-cuente en casos de consumo de heroína, co-caína y alucinógenos, es el hedonismo, ego-centrismo y escepticismo e increencia. Por su parte, Bielchmar (1994) confirma la existen-cia de un círculo retroalimentador entre la de-presión y la drogadicción, al manifestar que: “el comienzo de la drogadicción puede ser causado por sentimientos de tipo depresivo. Pero a su vez la droga produce depresión” (p. 6). En tal sentido, los jóvenes están obliga-dos a vivir el presente cuando no se les deja o permite proyectar su futuro. Optan por una actitud de resignación cuando no encuentran a su alrededor referentes personales ideológicos y axiológicos por lo que valga la pena apos-tar, cuando se encuentran en un mundo total-mente relativizado en que todo vale lo mismo porque nada vale. Como no puede decidir, el joven espera que el tiempo decida por él.

Por otra parte la identidad personal como valor de los jóvenes de hoy, es uno de los conceptos con el cual él se encuentra com-prometido De allí la importancia de pregun-tarles a ellos qué piensan de los valores y del consumo de drogas. El problema de la identidad personal suele plantearse en la eta-pa del púber. Rappoport (1986) entiende por identidad:

El sentido que tiene el adolescente de sí mismo como individuo singular y único, es una fuerza organizadora que aparece progresivamente y que unifica diversas facetas de su sí mismo, con

lo que le permite comenzar a resolver los conflictos y las confusiones que son características del desarrollo de la personalidad durante este período. Las funciones organizativas que se derivan de la identidad personal, la autoesti-ma, es un recurso para hacer frente a los desafíos de la vida cotidiana y es el antídoto eficaz contra las dependen-cias. De ahí la relación que existe en-tre la baja autoestima y la dependencia a las drogas. La culpabilidad derivada de la dependencia de las drogas, es ge-nerada por una deficiente autoestima. (p.57)

Peele (1990) defiende un enfoque orientado a valores como el mejor antídoto de lucha contra las drogas, destrezas y medio ambien-te como más eficaz que enfoques médicos y represivos. Señala que deben inculcarse va-lores constructivos como el éxito, el traba-jo, la simpatía, responsabilidad, vida comu-nitaria, salud y mejora de la vida y el medio ambiente. Sin embargo, Wong (1990) aduce opiniones contrarias a las ante¬riores. Cree que: “para luchar contra las drogas es necesa-rio un cambio tanto en los valores personales como en los sociales” (p. 679). Interpretando estas ideas, más que valores bien estructura-dos, hay que considerar los factores de riesgo capaces de trasgredir los valores, mostrando un peso más fuerte que el tener una escala de valores bien constituida, ellos también son vulnerables ante situaciones de peligro, don-de el sujeto no está en capacidad de mostrar su resistencia, es necesario la observación dinámica del comportamiento de los valores en un momento lábil de la vida, como son las carencias afectivas, la depresión, la confu-

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sión entre otras.

UN CAMPO COMPLEJO DE RELACIO-NES SOCIOSIMBÓLICAS

Las relaciones sociosimbólicas se concretan y conocen a través del lenguaje, de aquí la importancia del testimonio escrito para in-terpretar lo simbólico y el significado de la palabra del otro, ese otro que narra desde su subjetividad su experiencia en el mundo de las adicciones.

La idea de construir una visión contextuali-zada del sujeto, tiene que ver con dos proble-máticas sustanciales, según lo expresa Cór-dova (1995) en un artículo “Lo vivido y su Contexto”, en su libro “Hacia una Sociología de lo vivido”. Esto es, los contextos en los cuales el sujeto social vive la experiencia del vivir y algunos acercamientos al sujeto.

Antes de entrar en el tema propiamente di-cho, desarrolla algunas ideas como referente teórico. Así el autor señala la necesidad de plantear una serie de elementos básicos que incorporen, en una visión transparadigmática, contenidos pertenecientes a las lógicas socia-les diversas y a puntos de vista personales, lo cual implica discernir entre las visiones ho-lísticas, estructuralistas, visiones psicologi-zantes, individualistas, culturológicas: “(...) dichas visiones han sido precedidas de enfo-ques filosóficos generales y de una tradición científica forzada por el peso del positivismo y por el prestigio de las ciencias naturales” (p.61).A partir de esta postura, dicho autor argu-menta el apoyo fundamental de que el hom-bre vive en y por las relaciones sociales, en

su actuar histórico concreto. Construye así una trama de relaciones sociales en su diario vivir. Es la vida misma desde su nacimiento, condición biológica y psíquica que lo mue-ve aún sin haber aprendido un lenguaje oral inteligible que lo lleva a comunicarse en los comienzos de su existencia, primariamente con sus gestos, como el llanto, la risa y otras maneras de hacerse sentir como humano, ini-ciando esa red de relaciones que van adqui-riendo un significado propio, producto de la cultura y/o sociedad donde ha tenido lugar su advenimiento.

En este camino de construir y reconstruir del sujeto, las relaciones sociales se van ha-ciendo cada vez más complejas y se consti-tuye un campo de estructuraciones de lo so-cial, dotadas de un sentido, de una lógica y de una virtualidad. Todo este proceso tiene lugar en diferentes momentos de desarrollo y crecimiento del ser humano. De allí que el sentido y direccionalidad del mundo de rela-ciones se ubica históricamente en un tiempo evolutivo y según cómo el hombre se rela-cione socialmente con su entorno familiar, educativo, religioso, comunitario, y dentro de este escenario es muy importante el cómo ocurre el tejido social que configura al suje-to perteneciente a una sociedad determinada. Históricamente su existencia está construida por las concepciones ideológicas, el nivel de desarrollo económico, político y social donde está inmerso. Todo ello implica la producción y reproducción del mundo de vida.

Las relaciones sociales determinan la forma cómo los hombres producen sus condicio-nes materiales de vida, y al mismo tiempo es fundamental tener presente que la experien-

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cia del vivir hace a los hombres pensar, sen-tir y actuar de diferentes formas, en diversas circunstancias, según sean las realidades del mundo objetivo y subjetivo del fenómeno so-cial y de las condiciones de vida, el mundo de lo personal, de lo afectivo y de su subjeti-vidad.

El hecho de construir una visión del contexto y lo vivido, también tiene que ver con un tipo de realidad sui géneris, donde el hombre a través de sus elementos mediadores produc-to de la fuerza que potencia la satisfacción de sus necesidades, actúa en lo cotidiano, cons-truye y reconstruye, sintetiza, mediante una praxis concreta a través de un proceso en el cual se apropia en forma relativa de la reali-dad social donde tienen lugar normas y for-mas características que estructuran cada so-ciedad. Este tipo de realidad social, diferente a la natural, genera en el hombre un potencial creativo, imaginativo, propio del desarrollo evolutivo normal de su cerebro. Surge así un universo simbólico cognitivo que le permite comunicarse con el mundo. Esto no es otra cosa que una realidad humana que considera al hombre como el centro del universo.

Los procesos de comprensión, interpretación y transformación de la realidad social antes referida, en esta tarea de contextualizar al su-jeto en su mundo de vida, se caracterizan por ser la diferencia y la diversidad con que se presentan. Se pueden hacer y en efecto se ha-cen varias lecturas, considerando la comple-jidad del sujeto y de su subjetividad. De allí la importancia de descifrar diversos procesos de comprehensión, interpretación y dialecti-zación y razonamiento lógico de esta reali-dad social, teniendo presente los procesos de

ideologización de las relaciones sociales, de alienación en la práctica del vivir, de racio-nalización de los procesos que conforman un sentido ético del vivir, de los procesos psico-sociales que configuran la trama de valores, representaciones y actitudes sociales. Estos procesos revelan los aspectos objetivos de la realidad y que a su vez tienen una existencia subjetiva en el pensamiento.

Desde la historia de vida, la realidad socio-cultural participa de una realidad formaliza-da, es decir, la que regula la sociedad, y la realidad representada es aquélla que se es-tructura, en primer lugar, en el plano de las representaciones ideales propias del psiquis-mo consciente, como son la moral y la ética. En el segundo plano, es la imagen que el gru-po se hace de sí mismo, el de las reinterpreta-ciones secundarias que permiten explicar su propia cultura a través de diversas racionali-dades, y el tercer plano es el de las represen-taciones literarias y artísticas que expresan algunas veces en el consenso las tensiones, la dinámica del grupo, y un cuarto plano estaría constituida por tipos de ritos y ceremonias y relaciones interpersonales.

La realidad vivida ofrece varios niveles de expresión: la realidad manifestada, que puede ser explícita o implícita. La realidad inapa-rente: aquélla que no está regida por ningún tipo de prohibición tácita. La realidad secre-ta: referida al dominio de lo prohibido. Otro plano estaría constituido por la vida soñada. De fantasmas y sueños. Las llamadas ensoña-ciones que orientan la vida psicológicamente, en acuerdo a la edad y la experiencia vivida, es la esperanza, las expectativas y las aspira-ciones.

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Por razones estrictamente metodológicas, es-tudiar la experiencia de vida exige construir en forma separada los diversos marcos de referencia que van a situar la experiencia vi-vida dentro de unos contextos generales. Al respecto, Córdova (1995, ob. cit.) señala:

Los contextos sirven de base situacio-nal en la cual discurre la experiencia vivida, entendida ésta como actividad práctica. Pueden ser definidos en los términos de contenidos teóricos, me-todológicos e históricos que le son estructurales y funcionales. También pueden ser definidos por las relacio-nes entre los actores y las estructuras sociales (es decir, ordenaciones socia-les). Y pueden ser definidos de igual forma por las dimensiones simbólicas que se construyen alrededor de esta actividad multifacética, y que invo-lucra diferentes niveles de la práctica social e individual, y que afecta tam-bién a espacios sociales e individuales que van desde la vida cotidiana hasta los movimientos sociales colectivos. (p.75)

Un primer contexto puede ser definido con base al lugar, al horizonte histórico y las prácticas sociales que involucra la experien-cia vivida. Este espacio se denomina contex-to histórico-social y está dotado de un con-junto de componentes económicos, políticos, sociales y culturales. La estructura es lo bási-co, la dialéctica con el sujeto es complicada. La experiencia que vive el sujeto se encuen-tra tramada por un juego difícil de mediacio-nes, regulaciones y anatomismos sociales.

Este contexto permite comprender la inmen-

sa red de fondo: la trama en la que se inser-ta y se encuadran las distintas experiencias vividas por el actor. La construcción de este contexto exige por parte del investigador, co-nocimientos históricos, políticos y culturales que den lugar a la elaboración de un marco ambiental, social, familiar, en el que el dato biográfico se inserte.

Este contexto ayuda a comprender y a esta-blecer las relaciones globales con la realidad social, así como las manifestaciones empíri-cas de lo vivido, entendidas como experien-cias de una praxis social que supone actores reales y un nivel de subjetividad e intersub-jetividad humanas. Este contexto es llamado contexto socioestructural.

EL CONTEXTO SOCIOESTRUCTURAL

Este contexto sitúa al sujeto de la historia en el mundo de lo vivido en el campo de las adicciones. Dicho contexto permite precisar un conjunto de relaciones estructurales de la vida social, que sirven de base para descifrar las diferentes dimensiones que se construyen a través de las relaciones pluridimensionales entre el individuo y la sociedad.

Un segundo contexto lo constituirían las for-mas de conocimiento que se han desarrolla-do históricamente para comprender el pro-ceso de lo vivido. Esto es, hacer visibles las teorizaciones y los paradigmas constitutivos de las Ciencias Sociales (conceptos, catego-rías para clasificar la actividad del sujeto, los problemas teóricos y epistemológicos alrede-dor de importantes cuerpos del lenguaje so-bre la estructura de los sistemas sociales y la noción de totalidad). Los perfiles de una her-

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menéutica social o neodialéctica que plantea las complicadas relaciones entre lo dado y lo vivido, entre lo dado/dándose y el presente/futuro en las relaciones sociales.

Un tercer contexto sería aquel que sitúe la di-mensión simbólica de la vida social. Se refie-re a un cuerpo de conocimiento que incorpo-re el sistema de valores, las representaciones sociales, los modelos culturales, las escalas de sentido y de significación que los actores dan a su propia actividad, y todo el campo de aspiraciones y expectativas que las personas sueñan, buscan y luchan para vivir mejor.

Para Bertaux (1990) el estudio de lo socio-estructural y de lo sociosimbólico no proce-den de la misma manera. Estos dos niveles de lo socioestructural y de lo sociosimbólico no son más que dos caras de un mismo real: lo social. Es por esta razón que todo estudio profundo de un conjunto de relaciones socia-les, se ve llevado a considerarlo simultánea-mente.

Refiriéndose al contexto socioestructural se indican los ejes de estructuración clave de las relaciones sociales y la actividad social de los individuos, o las relaciones entre estruc-tura y acción, guiada no sólo por las distin-tas prácticas del sujeto, sino por intereses y expectativas que el individuo va generando en sus relaciones con los demás y con lo es-tructurado. No existe un modo universal úni-co de relación entre la estructura social y la práctica, sino una pluralidad de modalidades de relación.

Otro eje de estructuración del contexto, es el que informa las relaciones entre individuo y

sociedad. La concepción básica de esta rela-ción indica que la misma debe ser mirada a través de la triada individuo/grupo/sociedad. Ésta se estructura social y simbólicamente a través de las diversas prácticas de los actores sociales, permite una comprensión más con-creta de la realidad social.

En cuanto a las dimensiones estructurales de la realidad social correspondiente al con-texto socioestructural en el cual debe situar-se la experiencia vivida, es importante tener presente el proceso histórico de constitución del contexto. El tiempo en el cual ocurre el proceso de constitución, es concreto y espe-cífico. Esto significa que existe un marco de temporalidad, donde los acontecimientos si-guen su propia organización espacial, tenien-do en cuenta que el ritmo de lo cotidiano y las bases del contexto pueden variar, por la influencia de situaciones coyunturales pro-pias del devenir histórico en un momento dado. Las dimensiones universales en donde se estructura la realidad social y que sirve de marco de referencia a la comprensión de la experiencia vivida, lo constituyen: lo econó-mico, lo político, lo social y lo cultural, y la dimensión relaciones de poder.

Estas dimensiones según Córdova (1995, ob. cit.), configuran un específico campo de es-tructuración por el peso que tiene en la so-ciedad contemporánea. Lo económico está constituido por las condiciones materiales de la sociedad que soportan la actividad social. Es decir, el trabajo productivo que da lugar a la producción de bienes y servicios garanti-zando la satisfacción de las necesidades fun-damentales de los seres humanos. Sin olvidar que lo económico como dimensión y como

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actividad, también genera su propio pensa-miento, es decir, la economía, sean cuales fueren sus elementos ideológicos y/o doctri-narios.

La dimensión de lo político está constituida por la complicada trama de intereses y del control social en que se estructura, generán-dose así las actividades públicas que afectan las condiciones materiales de las personas. La dinámica del poder involucra sentimientos y pasiones humanas. Lo social es la dimen-sión donde se estructuran y organizan las re-laciones sociales. A través de ella los grupos sociales, las clases sociales, escenifican su actividad.

Lo cultural constituye la dimensión básica de la vida social y por ello se habla de una dimensión sociocultural o de un contexto so-ciocultural, con el fin de hacer comprensi-vas las relaciones y la práctica social. Esta dimensión cultural incluye lo normativo, sea éste formal (sistema jurídico) o informal (tra-dición y costumbres). También se observa la ideología, la cual expresa una condición au-tónoma que transmite y regula las prácticas sociales.

Otro aspecto a considerar en lo cultural sería la aparente dico¬tomía entre cultura material y cultura espiritual. De aquí que las orienta-ciones de valor, los valores, las representa-ciones sociales, forman parte de la cultura, la cual se constituye en un ente intelectual y simbólico, sin las cuales la cultura misma (en la visión de Herskouits: cultura es todo lo que hace el hombre: el hombre y sus obras) no sería posible. Los llamados modelos cul-turales, modos y estilos de vida, están inscri-

tos en lo cultural e integrados a los procesos de transculturación y, en consecuencia, cons-tituyen modelos o pautas a seguir.

Otro aspecto a tratar son las llamadas dimen-siones funcionales de la realidad social. Al respecto, plantea que no existe una separa-ción tajante entre lo estructural y lo funcio-nal. Desde el punto de vista de lo que podría considerarse como una dinámica operativa al momento de considerar lo funcional del contexto, entran en escena, a manera de in-tervención, las nociones de espacio social, modos de vida y/o estilos de vida. Estas tres nociones se interrelacionan, se entrecruzan, por cuanto las prácticas sociales se movilizan de lo estructural a lo funcional y viceversa. Su separación es típicamente didáctica, pero su realidad de ser no es estática. Es algo así como la anatomía y la fisiología; ambas se estudian y tratan como entidades separadas para una mejor comprensión de su razón de ser y su naturaleza, pero en la realidad del cuerpo humano están íntimamente relaciona-das, en movimiento, y no es posible concebir, por ejemplo, la estructura anatómica del co-razón sin poner en evidencia su función, su fisiología.

En el caso de las dimensiones funcionales de la realidad social de las prácticas sociales, la dinámica estructural es vulnerable al cam-bio, y aquí lo histórico da cuenta de la com-plejidad dinámica de las citadas dimensiones funcionales de la realidad social. Respecto a los modos de vida y estilos de vida, en la fun-damentación teórica de esta investigación se hace una descripción conceptual de su presen-cia como elemento cualitativo, que debe ser tomado en cuenta para este estudio de la ex-

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periencia vivida por el informante Luis Car-los, como elemento básico del marco contex-tual al que se ha hecho especial referencia.

En cuanto al espacio social, han sido tomadas las ideas de Bourdieu (referidas por Accardo, 1983). Así se considera que lo vivido cotidia-namente por diversos agentes sociales, está todo localizado en tiempo y espacio. El espa-cio social sería cualquier sitio o lugar donde se produzca la interacción humana. Un espa-cio social es un conjunto organizado o, me-jor, un sistema de posiciones sociales que se definen las unas por la relación con las otras. Son como conjunto de posiciones socialmen-te definidas. Posiciones que se diferencian unas de otras por los deberes y derechos que le son asignados a cada una de ellas, por el precio en tiempo, energía, dinero, talento, competencia, etc., que es necesario pagar para ocuparlas, o por las gratificaciones o re-compensas que ellas aportan a sus ocupantes, como por ejemplo, títulos, honores, prestigio, servicios, entre otros.

De esta manera se mira cómo en la vida so-cial, toda práctica individual o colectiva está siempre orientada en relación a valores so-cialmente establecidos.

EL CONTEXTO SOCIOSIMBÓLICO

En el marco de la historia antes enunciada, la tradición sociológica se le denomina más bien sociocultural, y para Durand (1981) se llama “Contexto Histórico Simbólico”. Lo simbólico constituye el aspecto cardinal de una suerte de presentación de sí, de la acti-vidad de los individuos en la vida social. No hay estructuración social plena sin referen-

tes simbólicos de los diferentes planos de la actividad humana. De igual manera, no es posible una producción de lo social y de lo individual sin ser mediador, por excelencia simbólico, como es el lenguaje.

El contexto sociosimbólico nos ayuda a mirar lo vivido o la experiencia vivida en el cuadro de múltiples inserciones con la realidad so-cial y con la pluralidad de enfoques, que po-sibilita el desarrollo de la subjetividad. Esto quiere decir, como hemos insistido antes, que lo social es una realidad relacional cuya com-prensión admite diversas lecturas.

Otra característica del contexto sociosimbó-lico consiste en que permite observar, desde el ángulo del actor, los procesos subjetivos, cognitivos, afectivos y sensoriales que con-forman y constituyen una forma de relacio-namiento con lo articulado socialmente. Si lo dado es una realidad relacional estructurada, estructurante, lo vivido se construye sobre la base de la actividad del sujeto, pero a través de un proceso de desestructuración y rees-tructuración.

En este sentido, el contexto simbólico debe proporcionar las herramientas que permitan hacer visible esta actividad fundamental del sujeto. A través del contexto simbólico se concreta la existencia de una dimensión sub-jetiva de la realidad social que se encuentra a través de los valores, la orientación de valor y los sistemas normativos. Permite observar el sentido y la significación que los actores le dan a su propia actividad por intermediación del lenguaje, actos de habla o función comu-nicativa, basados en los aportes sustantivos de Giddens (1987) y Habermas (1997). A tra-

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vés del desarrollo del contexto sociosimbó-lico se puede mostrar el papel específico de la trama simbólica y el rol im¬portante de la mediación simbólica en la realidad y la acti-vidad social de los individuos. Entre los elementos básicos del contexto como factores interpretativos de la experien-cia vivida, se encuentran los valores, los cua-les se comportan como orientadores de la ac-ción y reguladores de la actividad social. Los valores pueden ser percibidos como elemen-tos ideales que representan de alguna manera un orden moral, social, psicobiológico, esté-tico, intelectual y/o trascendental, que impli-ca cualidades a las cuales el ser humano aspi-ra ser y proyectar en su hacer, en su carácter superior por el que se aspira. El valor no es menos real que las conductas o los objetos en los que se concreta o por los que se expresa.

Bajo esta idea, el valor forma parte de la realidad y se inscribe en ella con una doble virtualidad, esto es, como un ideal que exige adhesión o invita al respeto y se manifiesta en cosas o conductas que lo expresan de una manera simbólica. Ellos orientan la conduc-ta y dan lugar a juicios que de alguna mane-ra construyen los modelos de acción con los cuales las personas desarrollan su actividad personal y social.

Strmiska (citado por Córdova, 1996) dice que los valores deben ser vistos como polo ob-jetivo de la realidad social y como elemen-to básico de la posición evaluadora del actor social. Esta condición evaluadora vincula al sujeto con el mundo objetivo a través de al-gunos puntos de referencia. En este sentido, se observa el valor como objeto querido y el

valor normativo que orienta la acción. Lue-go, es importante tener presente su naturaleza relativa, por cuanto siempre son específicos de una comunidad determinada, en un tiem-po histórico concreto, donde los procesos so-ciales pueden actuar como catalizadores de modelos de acción. Por otra parte se aviva la carga afectiva de los valores.

El adherirse a un valor (Rocher) no es un hecho exclusivo del razonamiento lógico. A este proceso se une la afectividad, la cual juega un rol muy importante en la conduc-ción de un ser humano. La jerarquía de los valores corresponde al orden jerárquico en que se estiman los ideales predominantes. Aún cuando también se presenta la ambigüe-dad de los valores, por coexistir fácilmente lo contradictorio de los mismos.

En este sentido el contexto simbólico debe proporcionar las herramientas que permitan hacer visible esta actividad fundamental del sujeto. A través del contexto simbólico se concreta la existencia de una dimensión sub-jetiva de la realidad social que se encuentra a través de los valores, la orientación de valor y los sistemas normativos. Permite observar el sentido y la significación que los actores le dan a su propia actividad por intermediación del lenguaje, actos de habla o función comu-nicativa, basados en los aportes sustantivos de Giddens y Habermas. A través del desa-rrollo del contexto sociosimbólico se puede mostrar el papel específico de la trama sim-bólica y el rol importante de la mediación simbólica en la realidad y la actividad social de los individuos. (Ibídem, p. 96)

Finalmente lo más importante de la trama

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de los valores como el sentido de la vida, la vida y/o existencia y a identidad personal, es pensarlos en un contexto sociocultural y sociosimbólico como dos caras de una mis-ma moneda. De esta manera ha sido posible comprender su sentido y significado en la vida de aquellas personas que han pasado por el mundo de las adicciones para intervenir oportunamente hacia el camino de la reincor-poración social.

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