el sustento del hombre tres momentos de la historiografía … · 2014-03-06 · en un espacio...

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El sustento del hombre Tres momentos de la historiografía colonial Rosa Camelo Arredondo Instituto de Investigaciones Históricas. UNAM La historia que pretendo contar es una historia muy conocida. La de dos pueblos que por las armas se apoderaron de varios territo- rios y sometieron a su dominio a diversos grupos. En un determi- nado y terrible momento estos dos pueblos se encontraron y el triunfo de uno de ellos significó la destrucción del otro. Este triunfo y predominio de una nación sobre otra fue el origen de una colonia de la España imperial: el Reino de la Nueva España, cuya evolución hizo que muchos de sus habitantes que habían nacido en ella llegaran a identificarse como novohispanos, reconociéndose entre ellos como hombres diferentes de los nacidos en la penínsu- la. Esta historia tiene muchos ángulos; el que pretendo exhibir es el que muestra las diferentes actitudes ante los alimentos de los miembros de dos grupos humanos que poseen tradiciones cultura- les diferentes. Cómo aprecian a los que son propios de sus hábitos alimenticios y cómo a los que son peculiares del otro. Los conoci- dos y los desconocidos, los que son novedades para el gusto y se aceptan con agrado y los que se comen a regañadientes sólo como satisfactores del hambre. Pretendo resaltar la manera cómo un grupo humano adquiere, rechaza, selecciona, se apropia y modifi- ca el sustento que otro pueblo y otra naturaleza le ofrecen. Las fuentes que he utilizado son tres: fray Diego Durán, Bernal Díaz del Castillo y fray Agustín de Vetancurt,1autores en los que

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El sustento del hombre Tres momentos de la historiografía colonial

Rosa Camelo Arredondo Instituto de Investigaciones Históricas. UNAM

La historia que pretendo contar es una historia muy conocida. La de dos pueblos que por las armas se apoderaron de varios territo­rios y sometieron a su dominio a diversos grupos. En un determi­nado y terrible momento estos dos pueblos se encontraron y el triunfo de uno de ellos significó la destrucción del otro. Este triunfo y predominio de una nación sobre otra fue el origen de una colonia de la España imperial: el Reino de la Nueva España, cuya evolución hizo que muchos de sus habitantes que habían nacido en ella llegaran a identificarse como novohispanos, reconociéndose entre ellos como hombres diferentes de los nacidos en la penínsu­la.

Esta historia tiene muchos ángulos; el que pretendo exhibir es el que muestra las diferentes actitudes ante los alimentos de los miembros de dos grupos humanos que poseen tradiciones cultura­les diferentes. Cómo aprecian a los que son propios de sus hábitos alimenticios y cómo a los que son peculiares del otro. Los conoci­dos y los desconocidos, los que son novedades para el gusto y se aceptan con agrado y los que se comen a regañadientes sólo como satisfactores del hambre. Pretendo resaltar la manera cómo un grupo humano adquiere, rechaza, selecciona, se apropia y modifi­ca el sustento que otro pueblo y otra naturaleza le ofrecen.

Las fuentes que he utilizado son tres: fray Diego Durán, Bernal Díaz del Castillo y fray Agustín de Vetancurt,1 autores en los que

se encuentra una secuencia narrativa que permite perseguir, en una sucesión de actos, el lugar constante y destacado del alimento y su valor, según la manera de ser de cada grupo. Duran, autor que en su Historia de las Indias de Nueva España y Islas de Tiara Finne, recoge lo que narra en esta obra de una fuente principal de origen tenochca; Bernal Díaz del Castillo, soldado que recuerda en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España momentos del pasado y los recrea a partir de todo lo que sabe en el momento en que escribe, y Vetancurt, criollo novohispano del siglo xvn, que en su Teatro Mexicano2 pretendía descubrir los secretos de la naturaleza de su tierra de origen para pagarle todo lo que le debía, reparando la omisión de “los más que trajinan el reino no atienden más (que) a las medras de sus negocios, que a las curiosidades de la naturaleza, no están atentos a lo que examina un escritor curioso”.3

En los dos primeros autores se muestran dos grupos humajios en movimiento. Los dos buscan la consecución de un fin, cumplir la voluntad de su Dios. El grupo mexica hallando el sitio donde debería fundar una ciudad, Tenochtitlan, desde la cual llevaría sus ejércitos hasta lugares muy alejados del punto del que partieron sus antepasados e impondría su dominio a otros pueblos. El español, penetrando hasta la ciudad Tenochca, el corazón de ese extenso “imperio”, con el fin de difundir su religión y de aumentar la grandeza del naciente poderío hispano. El espacio de tiempo en el primer caso es muy largo, abarca toda la migración, la formación de la triple alianza y la hegemonía mexica hasta la llegada de los españoles. Los cambios en la alimentación y la conversión en propios de aquellos frutos que eran extraños a los nativos de Aztlán, es parte de una narración que tiene varias relaciones con el pasado, a veces en fechas precisas, otras adentrándose en el tiempo impreciso de los dioses, muy ligado al de los antepasados que se quedaron en Aztlán. Durán, desde su presente, trató de capturar este tiempo y de hacerlo comprensible para él y para los suyos. La dinámica que se capta es la de un pueblo en movimiento

en un espacio territorial pero, también, la de su evolución cultural en el contacto con los grupos que va dominando.

El espacio temporal que maneja Bernal Díaz del Castillo es más breve, de cerca de seis años, si se considera sólo el núcleo de su narración que correspondería a la campaña de Cortés, desde su desembarco en Veracruz, hasta el establecimiento de su gobierno en Coyoacán y el viaje a las Hibueras, pero que se amplía bastante si se toman en cuenta los tiempos de las vidas de sus compañeros y las digresiones a que se remite hasta su presente, el tiempo en que está escribiendo.

En Vetancurt no se encuentra la narración secuencial que acompaña al movimiento de un grupo dentro de un espacio deter­minado, éste es un territorio que está allí, ofreciendo sus bondades a quien quiera conocerlas. El tiempo de esa historia transcurre, cuando trata de la naturaleza, desde la Creación hasta fines del siglo x v i i en que fray Agustín escribe y, cuando trata del hombre, desde que los españoles se establecieron en las tierras que llama­ron la Nueva España hasta el momento en que él está escribiendo. La dinámica es la de la asimilación que unos miembros de la sociedad novohispana hacen de su realidad y, dentro de esa reali­dad, del medio en el que habitan. Lo que estoy afirmando aquí se refiere a la primera parte de su obra, la que toca precisamente a la naturaleza, no la que corresponde a la narración histórica que presenta características diferentes.

El análisis de estos tres autores podrá ser posteriormente ampliado y revisado; es una pequeña brecha en un bosque de posibilidades que ofrece hallazgos interesantes para el estudio de una temática conocida.

Los pueblos que salieron de Aztlán marchaban lentamente, iban buscando el sitio especial, se detenían en los que parecían ofrecer un buen asiento, pero la señal no se recibía y la orden que a la postre se les transmitía, era la de seguir adelante. El tiempo que permanecían en cada lugar era variable, pero les permitía fundar poblaciones y cultivar las semillas y legumbres necesarias para su alimentación: maíz, chile, frijol, etc. A veces encontraban un

medio lacustre semejante a aquél de donde provenían; otra, llega­ron a recrearlo construyendo represas para hacer un lago artificial a donde pronto arribaban aves, peces e insectos semejantes a aquéllos, tan apreciados, de su tierra originaria. Pero la voluntad del dios volvía a manifestarse y los pueblos debían reiniciar su larga marcha. Buscando el paraje final, aprendieron a comer otros vegetales y otros animales que no eran sus apreciados productos acuáticos. Los pedregales de Tizapán les proporcionaron víboras ponzoñosas, lagartijas y salamanqueses con los que pudieron saciar su hambre, ante la sorpresa de los culhuacanos que les habían dado autorización de ocupar esas tierras seguros de que no podrían sobrevivir en ellas. Siempre obedientes a lo que su guía disponía, sacrificaron a la hija del señor de Culhuacán, quien presa de dolor y de indignación los echó de sus tierras y los persiguió con sus guerreros. Esta fue la circunstancia que los llevó a internarse entre los tulares del lago de Texcoco y a encontrar, entre breñas y juncales, la señal de que, al fin, habían arribado al sitio elegido.4

Al principio, los habitantes de Tenochtitlan tuvieron que vivir sometidos al poder de Azcapotzalco, el señorío hegemónico en el valle, junto a los de Coyoacán y Tlacopan. Se mantenían de vender los alimentos que recogían en las aguas de la laguna: camaronci- llos, moscos, ranas, peces, izcahuitl y de lo que cultivaban en las chinampas: maíz, chile, frijol, calabaza, bledo y tomate. También cultivaban flores para tributarlas junto con los productos comesti­bles al señorío tepaneca.

El paso del control del poder regional de manos de los tepane- cas a las de texcocanos, mexicas y tlacopanecas, permitió a los mexicas extender sus tierras de labranza, de las chinampas, a las márgenes del lago, y recibir en tributo semillas como la chía.

Los alimentos producidos en la laguna continuaban siendo los más apreciados por los habitantes de la recién fundada ciudad y por los habitantes de los márgenes de la laguna. Su posesión los dotó de una fuerza tal, que la manipulación de los olores que brotaban al cocinarlos, fue la causa de la derrota del señorío tepaneca de Coyoacán, ya que al no permitirles los mexicas que se

acercaran a la laguna y, al negarse a venderles patos, ánsares, pescados, izcahuitl y ranas, los hacían sufrir de fuertes antojos que aumentaban cuando llegaban hasta sus casas los deliciosos aromas de los exquisitos platillos que preparaban en las cercanías de esta población, eligiendo, con toda mala fe, los momentos en que el viento soplaba en esa dirección. Las personas más vulnerables, ancianos y mujeres preñadas, morían víctimas del gastronómico deseo, incapaces de resistir tal tortura.

Los guerreros coyoacanos quisieron vengar a las víctimas de esta crueldad y se lanzaron a la lucha en la que fueron sometidos.5

Los ejércitos de la triple alianza, al mando de Huehuemotecu- zoma, avanzaron victoriosos hacia las regiones que se encontraban del otro lado de los volcanes. El avance militar iba acompañado por la exigencia de bastimentos a los pueblos por donde iban pasando, aparte de aquellos que transportaban; “Tanta provisión de todo como si fueran a fundar alguna ciudad” dice la fuente.6 Sus guarniciones ocupaban sitios claves para la comunicación con la costa. Tepeaca fue dominada y allí, importante cruce de caminos, se estableció un mercado a donde llegaban productos de las regiones del sur. Es aquí, donde el cacao aparece citado por primera vez, en Durán, como valioso objeto de trato.7 También aquí, la figura del mercader comienza a destacar como importante miembro de la sociedad y como frecuente causa de guerras.

A la opulenta ciudad lacustre comenzaron a arribar alimentos procedentes de todas las regiones a donde habían llegado sus enviados: cacao, maíz, frijol, huahutli, pepitas, chiles, harina de semillas, caza de todo género, gallinas, volatería, hicoteas, pesca­dos frescos, secos, o en barbacoa, miel y panales, se ofrecían en su mercado. El presente se mostraba promisorio y Motecuzoma quiso recuperar los lazos con su lugar de origen.

El retorno no fue posible sin el apoyo de los dioses. Los magos y hechiceros que habían enviado se comunicaron con éstos y encontraron su favor en Coatepec, el sitio donde, durante el tránsito, había sido reconstruida la mítica Aztlán. Sólo convertidos en animales pudieron encontrar el camino y recorrerlo en poco

tiempo. La tierra de origen era como les había sido descrita: el agua rodeaba a un cerro tuerto en el que estaban las siete cuevas. Había patos, galleretas y peces y en sus tierras se sembraba maíz, frijol, chile y huautli\ todo lo que sus antepasados habían transportado de allí y cultivado durante su viaje. La vida era austera y la gente vestía ropa hecha con tejido de henequén, no del suave algodón que usaban los que habían regresado y que adquirían por el tributo de los señoríos que habían sometido. Ante su sorpresa, supieron que vivían todos los que habían visto partir a los ancestros y que, aunque ya muy viejos, poseían una gran energía, difícil de emular por los jóvenes recién llegados. Esta impresión se confirmó cuan­do fueron llevados ante el anciano cuidador de Coatlicue. La rapidez y agilidad con que lo vieron marchar hasta el lugar donde se encontraba la madre de su dios y guía Huitzilopochtli, los dejó estupefactos. El viejo subía casi corriendo las arenosas laderas del cerro en cuyas alturas habitaba la señora, mientras que ellos, los embajadores de Motecuzoma, varias generaciones más jóvenes, no podían dar un paso más y se hundían en la tierra suelta muertos de cansancio. Fue imposible que alcanzaran la altura y la diosa tuvo que bajar a entrevistarlos. Coatlicue y su cuidador fueron severos con los mexica-tenochca cuando les explicaron las causas de los cambios que la naturaleza física de los migrantes había sufrido en el tiempo transcurrido entre su salida de Aztlán y su regreso.

El secreto de su fuerza era la antigua austeridad, la bebida de maíz tostado y molido daba vigor al guerrero y el áspero tejido de henequén que era suficiente para cubrir los cuerpos. Los produc­tos de fuera que con tanto aprecio llevaban para regalar a la madre, el refrescante y perfumado cacao y el mórbido algodón habían afectado su naturaleza haciéndolos débiles y mortales.

Los regalos de Coatlicue fueron alimentos producto de la laguna y telas de henequén.8 Los enviados de Motecuzoma regre­saron con estos regalos reproche, recordatorio de sus orígenes y testimonio de sus cambios, que se habían producido en las clases superiores más que en los macehuales que seguían bebiendo pinole y vistiendo de henequén. Los nobles y guerreros habían

sumado a esto el gusto por las otras cosas que se convirtieron en un signo de grandeza y que sugieren la liga con otras formas culturales relacionadas con la asimilación de estos grupos con Tula. El proceso de apropiación de estos alimentos desconocidos de Coa- tlicue se dio en un lapso de tiempo que transcurre entre el mandato de Motecuzoma Ilhuicamina y el de Motecuzoma Xocoyotzin, entre el surgimiento del poderío tenochca y de su destrucción.

Cuando los españoles desembarcaron en Veracruz, el cacao ya era algo propio, si no de todos, de aquellos que gobernaban, los que habían emparentado con los toltecas, porque la referencia a los alimentos que hace Durán, está en esta parte vinculada a Cortés y a su relación con Quetzalcóatl y su retorno.

El retorno de Quetzalcóatl remite a la vuelta a Aztlán, porque según dijo Coatlicue, ella estaba allí esperando a su hijo Huitzilo- pochtli, quien después de establecer en una ciudad a los que partieron bajo su guía, se enseñorearía en varias regiones de las que sería echado posteriormente, de la misma manera que él había hecho con otros. Esto marcaría el tiempo de su regreso al sitio de origen.

La aventura cultural de los mexicas estaba a punto de llegar a su fin, el viaje a Aztlán marcó una etapa, la presencia de Cortés marcó otra. Con Motecuzoma Ilhuicamina su orgullo de dominadores los llevó a tender un puente hacia el pasado, el contacto con el pasado les presentó una elección entre las costumbres antiguas con sus alimentos y vestidos que los hacían inmortales, o las nuevas con los elementos que los hacían mortales. No dice la fuente cómo se planteó la elección, no se presenta en ella, incluso, si hubo este planteamiento; sólo continúa la narración y a lo largo de ella se ve que conservaron muchas de las costumbres antiguas, aunque también adoptaron las nuevas. Los regalos de Coatlicue les recordaron su origen, los tributos de los pueblos del centro y del sur les ampliaron su horizonte de sabores que apreciaron, disfrutaron y se apodera­ron. Los principales elementos de su mundo originario no se perdieron, sin embargo la identificación con el mundo de sus antepasados dejó de ser total. El cacao no sustituyó a la bebida de

pinole, los guerreros en campaña siempre la tomaron, no obstante, la señal de reconocimiento de Quetzalcóatl se encontraba en el cacao.

Un día, Motecuzoma Xocoyotzin fue informado que una gran casa flotante estaba frente a Cuetaxtlan. El tlatoani pidió más información. Recibió descripciones verbales y dibujos, consultó con sabios y nigrománticos; al parecer Quetzalcóatl había llegado. El tlatoani mexica ordenó que se le entregaran varios regalos a los recién llegados, entre ellos

todos los géneros de comida que se pudieren hacer, así de aves como de cazas asadas y cocidas, y que provea de todos los géneros de pan que se pudieren hacer y de frutas, ni más ni menos, y de muchas jicaras de cacao y que lo pongan en la orilla del mar para que de alli tu, con tu compañero Cuitlalpitoc que irá contigo, lo llevareis al navio o casa donde están y presentáselo de mi parte para que coma él y sus hijos y compañeros, y nótale si lo come, porque si lo comierey bebiere es cierto que es Quetzalcóatl, pues conoce ya las comidas de esta tiara y que él las dejó y vuelve al regusto de ellas.9

Los españoles que habían dejado sus navios para salir a pescar, vieron a los mensajeros de Motecuzoma depositar todos los obse­quios en la playa, se acercaron a ellos y los transportaron al barco donde estaba su capitán que aceptó probar los alimentos que le ofrecían, después de ver que los indios los comían. Dudaron ante el cacao pero al fin lo bebieron. La prueba pedida por Motecuzo­ma se había cumplido.

Para corresponder, los españoles dieron a los mexicas pan, tocino y tasajo, de todo esto guardaron parte para presentársela a su señor a quien los pedazos de bizcocho le parecieron

piedra de tosca y haciendo traer un pedazo de tosca la estuvo cotejando el uno con el otro y viendo que lo uno era pesado y lo otro liviano, llamó a sus corcobados y mandóles que lo probasen y en probándolo dijeronle que era dulce y suave. El temiendo de comello, dijo que era cosa de los dioses, que no quería usar de alguna irreve­

rencia, y llamando a los sacerdotes mandóles que lo llevasen a la ciudad de Tulan con mucha solemnidad y que lo enterrasen en el templo de Quetzalcóatl, cuyos hijos eran los que habían venido. Los sacerdotes tomaron el bizcocho y poniéndolo en una rica xícara, muy dorada, cubierto con ricas mantas lo llevaron en procesión a Tula con muchos incensarios, con que lo iban incensando y cantándole cantos apropiados a la solemnidad de Quetzalcóatl cuya comida decían que era; y llevado a Tula lo enterraron en el templo dicho con mucha solemnidad.10

El texto presentado es muy elocuente en cuanto al sentido que daban los antiguos mexicanos a la comida como la expresión propia de un pueblo. En los últimos momentos del poderío de Tenochtitlan el alimento es medio de reconocimiento y signo de identidad, el encuentro con los españoles marca el inicio de una nueva etapa del proceso de un pueblo que toma para sí los alimentos propios de otro y termina reconociéndose en ellos.

También para los españoles su desembarco en lo que llamarían la Nueva España fue el inicio de otra etapa. Bernal Díaz del Castillo muestra en su narración la aventura de los castellanos y su encuentro con nuevos alimentos y sabores. Las referencias a la comida en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España son muy abundantes desde el inicio. El contexto en que se señala su importancia se encuentra relacionado con tres asuntos: su valor como objeto de comercio y como parte de su aportación al costo de la expedición, su aprecio como sustento del grupo de soldados y su uso como demostración de prestigio y de poder.

Tanto en los preparativos de la expedición de Juan de Grijalva como en la de Hernán Cortés, el cronista apunta cuidadosamente cómo Diego Velázquez aportó “otras menudencias de legum­bres”, Juan de Grijalva, Alonso de Ávila, Pedro de Alvarado y Francisco de Montejo “bastimentos y matalotaje de pan cazabe y tocinos”, Juan Sedeño, el de la Habana, le dejó fiado a Cortés un cargamento de la misma mercancía y Alonso Hernández Portoca- rrero, Gonzalo de Sandoval, Juan Velázquez de León, Rodrigo Rengel y Juan Sedeño, el de Santispíritu, procuraron contribuir

con la mayor cantidad de bastimento que pudieron haber en sus estancias. Bernal subraya en los inicios de las dos expediciones que no podían llevar tasajo porque en Cuba no había ni vacas ni carneros a causa de que era reciente su ocupación.11

La precipitación con que debieron zarpar impidió que obtuvie­ran más vituallas que les parecían insuficientes a pesar de que después de partir fueron bojeando la isla para aumentarlas. La llegada a Cozumel les dio oportunidad de tener alimentos frescos. Pedro de Alvarado el primero en desembarcar en un pueblo que había sido abandonado por los indios, se apoderó de objetos y de cuarenta gallinas que Cortés le ordenó que devolvieran y que se pagaran los objetos sustraídos. La importancia de los alimentos y el valor que tenían en este momento se pueden apreciar no sola­mente por la acción de Alvarado (en este caso reprobada, aunque después se repitan estos actos sin castigo y con la anuencia de don Hernando), sino por robos cometidos entre los propios españoles, como es el caso de los marineros que hurtaron los tocinos del soldado Berrio, lo que los hizo merecedores al castigo de azotes; o por los cuidados que tuvieron cuando al salir de Cozumel hizo agua el navio de Escalante, justamente aquél donde iba el cazabe, por lo que tuvieron que regresar, descargar cuidadosamente el pan, con ayuda de canoas proporcionadas por los indios, para arreglar el navio sin riesgo de su valiosa carga.12

Durante el trayecto la humedad hizo mella en la calidad de los víveres. El pan cazabe amargaba y estaba enmohecido, lo mismo había sucedido con el tocino. El deseo de comida fresca los hizo buscar la satisfacción de su necesidad por la caza, la pesca o el trueque en los pueblos por donde pasaban.13

Obtener el alimento es la referencia obligada cuando se lee la narración de los primeros tratos con los indígenas. Ante la actitud beligerante de los habitantes de Tabasco, Cortés les pidió por medio de su intérprete Jerónimo de Aguilar, que lo dejasen proveerse de agua y trocar comida por los objetos de rescate que llevaban. Después de las batallas en Centla y atendiendo a su

solicitud, todos los embajadores llevaban gallinas, pescado asado, tortilla y fruta.14

Ya en San Juan de Ulúa, los conquistadores recibieron la primera embajada de Motecuzoma. Bernal coincide con Durán en que Cortés dio comida y vino a los que lo entrevistaron a bordo de su barco. Después, los embajadores continuaron llegando y rega­lando a los visitantes con gallinas, fruta y pescado asado; pero no todos resultaban favorecidos con estos obsequios. Bernal asienta que se repartían entre los capitanes; los soldados debían de trocar cuentas por comida o ir a “mariscar” ya que no tenían otro medio de adquirir su sustento. Parte del oro del rescate se fue en el comercio con los marineros que sabían pescar “porque de otra manera pasáramos mucha necesidad de hambre”.15

Los arenales de Chalchicueyecan eran cada vez más difíciles de habitar. Los mosquitos, los jejenes y la falta de alimentos influye­ron, junto con la necesidad de encontrar un puerto mejor, para trasladar la Veracruz a Quiahuiztlan. También se modificó la conducta considerada correcta hasta ese momento de adquirir la comida. En Cozumel Alvarado había sido castigado, en Tabasco se había buscado conseguirla por trueque, en Veracruz se mandó a Alvarado a Cotaxtla por maíz y éste se apoderó de gallinas y de legumbres sin que fuese reprendido. El uso de la violencia para hacerse de granos y legumbres en los pueblos de los indios fue aceptado con gusto porque “todos los males y trabajos se pasan con el comer”. La caza volvió a ser otro de los medios de tener comida. A veces, la suerte no los favorecía, como fue el caso de un venado que Alvarado perdió.

Esta situación vino a cambiar un poco cuando los zempoaltecas decidieron acogerlos en su pueblo. Recibieron repetidas veces gallinas y “pan de maíz”, que con las ciruelas constituyeron la dieta de estos días.16 Un sabor llamó la atención del soldado, el cacao que les regalaron los cobradores de impuestos mexicas. Mereció la observación de que “es la mejor cosa que entre ellos beben”.17

Pero las satisfacciones eran momentáneas. Era difícil dar qué comer a tantos hombres; la afluencia de regalos disminuía y el

pillaje en contra de los pueblos comarcanos volvía a presentarse. Los habitantes de la sierra fueron las víctimas del hambre de los españoles hasta que Hernán Cortés se decidió a avanzar con rumbo al altiplano.18

Las frutas características del tiempo y de la región van apare­ciendo en los recuerdos del conquistador: en Veracruz fueron ciruelas, en Xicochimalco “uvas de la tierra”, en Tlaxcala tunas.

Uno de los alimentos básicos de su sustento, el pan, ya adopta­do el de maíz, les fue asegurado por el consejo de los totonacas. Los dotaron con cuatro indias que molieran el grano y les prepa­raran tortillas.

Al penetrar a territorio tlaxcalteca sostuvieron fuertes comba­tes. Por la noche, terminada la lucha, ocupaban poblaciones aban­donadas donde se sustentaban con lo que encontraban en las casas desamparadas por sus habitantes. Hlxoloixcuintli fue muy aprecia­do en estas circunstancias. Dice Bernal que “aunque a los perrillos llevaban consigo, de noche volvían a sus casas y allí los apañába­mos, que era harto buen mantenimiento”.19 Su pesar era que no encontraban sal.

La llegada de embajadores era un alivio para todos, porque traían como parte de los obsequios, variedad de comestibles que se distribuían entre los miembros del ejército. El pacto de paz con los tlaxcaltecas tuvo como una de sus condiciones que proporcionaran diariamente comida a los españoles. A partir de entonces comie­ron suficiente y bien. Varias indias fueron encargadas de hacer tortillas, cocinar gallinas de la tierra y proveer de frutas. La más habitual era la tuna.20

La marcha hacia Tenochtitlan debía continuar. La insistencia de los embajadores de Motecuzoma para que pasaran por la ciudad de Cholula, la embajada mandada por los cholultecas, las noticias de que esa era una de las ciudades más importantes del mundo indígena, confirmada por sus capitanes Bernardino Váz­quez de Tapia y Pedro de Alvarado que habían pasado por allí en un fallido intento de entrevistarse con el tlatoani mexica, decidie­

ron a Cortés a dirigirse a dicha ciudad a pesar de la porfía de los tlaxcaltecas para que no lo hiciera.

En Cholula fueron bien recibidos. Los dos primeros días los víveres fueron abundantes, pero a partir del tercero, la alimenta­ción comenzó a ser escasa. La falta de comida hizo desconfiar a los españoles y los confirmó en las sospechas que les habían infundido los informes recibidos en Tlaxcala de que existía una conspiración de cholultecas y mexicas para acabar con ellos. Adelantándose a cualquier posible sorpresa, don Hernando ejecutó una terrible matanza. Después vuelve a usarse la comida como elemento importante en los tratos entre Cortés y Motecuzoma que se resistía a que entraran los españoles a su ciudad. Los embajadores que se sucedían en el vano empeño de detener el avance de los extranjeros, comunicaron que no era posible recibirlos en Tenoch- titlan porque no había qué comer. Cortés se mantuvo firme en sus pretensiones y continuó su marcha hacia el corazón del imperio. Los pueblos por los que pasaba lo recibieron en paz y le entregaron comida; las gallinas, las tortillas y las legumbres propias de la tierra vuelven a ser citadas por Bernal.

Otros embajadores volvieron con el estéril empeño de detener la marcha del ejército español en Tlalmanalco. Su señor Motecu­zoma ofrecía entregar un tributo anual y pedía que no continuaran su camino. La ciudad de los tenochcas no tenía suficiente provisión de comida para ofrecerles. Cortés respondió que eso no importaba porque él y su gente eran hombres que podían pasarla comiendo poca cosa e, indiferente al significado que ese mensaje pudiera contener, siguió su avance.21

La información que esos mensajes transmitían no estuvo de acuerdo con el trato que los forzosos huéspedes recibieron des­pués de hospedarse en las casas de Motecuzoma, porque les fue ofrecido un suntuoso banquete. Además se les asignó suficiente personal para que les sirviera y atendiera sus necesidades alimen­ticias con tortillas, gallinas y frutas.22

Los europeos habían penetrado hasta el corazón del anáhuac; el pan cazabe enmohecido y amargo, el tocino duro y con hongos,

la búsqueda de comida en donde se pudiera encontrar, habían quedado atrás. Se encontraban como visitantes obligados de un poderoso señor que se encargaba de sustentarlos.

El lujo de la mesa de Motecuzoma, descrito con cuidado y admiración por el soldado, testigo de esas costumbres extrañas y magníficas, presentes ahora solamente en su recuerdo, eran prue­ba de su grandeza. El poderío de los mexicas se exhibía en la gran variedad de manjares provenientes de todos los rincones del imperio.

Le tenían sus cocineros sobre treinta manera de guisados, hechos a su manera y usanza, y teníanlos puestos en braseros de barro chicos debajo, porque no se enfriasen, y de aquello que el gran Montezuma había de comer guisaban más de trescientos platos, sin más de mil para la gente de guarda;[...]cotidianamente le guisaban gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices de la tierra, codornices, patos mansos y bravos, venado, puerco de la tierra, pajaritos de caña, y palomas y liebres y conejos, y muchas maneras de aves y cosas que se crían en esta tierra, que son tantas que no las acabaré de nombrar tan presto.23

El servicio y la etiqueta que se seguía al servir al señor de Tenochtitlan, Bernal la narra cuidadosamente mostrando la impe­recedera impresión que dejó en su ánimo esa forma de vida que su presencia y la de sus compañeros ya empezaban a modificar y que su posterior acción guerrera y dominadora iba a destruir para siempre en su completa significación y auténtica forma, aunque sobreviviera en el sustrato de esa nueva realidad que la actividad del grupo al que pertenecía estaba construyendo.

El alimento prestigio era también mercancía y como tal fue observado en la visita que Díaz del Castillo y otros soldados hicieron al mercado de la ciudad. Es muy detallada la descripción que hace. Estaba dividido en secciones que ofrecían sus productos de acuerdo a una clasificación. En algunos lugares estaban los cacahuateros que vendían cacao, los que vendían raíces dulces

cocidas, frijoles, chía, legumbres y yerbas en otra parte; también se vendían gallinas, gallos de papada, conejos, liebres, venados, ana­dones y perrillos. En otros sitios de la plaza vendían frutas y cosas cocinadas como mazmorras y malcocinados, miel, melcochas y “otras golosinas como muégados”. También había sal, pescados y “unos panecillos que hacen de una lama que cogen de aquella gran laguna, que se cuaja y hacen panes de ella que tienen un sabor a manera de queso”. El movimiento y la organización le recordaron el mercado de Medina del Campo, su ciudad natal.24

Desde la altura de uno de los templos pudieron observar la ciudad, con toda su grandeza, su originalidad y sus peligros, si cerraran las calzadas podrían quedar encerrados y ser presas fáciles de los indios.

El peligro se hizo realidad, la verdadera lucha estaba a punto de presentarse. La comida se fue haciendo cada vez menos abundan­te; a algunos soldados les parecía que los encargados de proveerlos de bastimentos “se desvergonzaban y no los traían cumplidamente como en los primeros días”.25 No aparece en ninguna parte de su relación, ni en Veracruz, ni en Cholula, ni en Tenochtitlan la idea de que esta situación podría deberse a dificultades en el abasto de la ciudad. No debía ser fácil para ninguna población, por importan­te que fuera, alimentar a cerca de trescientos españoles que se hacían acompañar de un número indeterminado de aliados. Ade­más, esas canoas cargadas de alimentos que habían visto desde la altura eran la prueba de los problemas que había para proveer a la ciudad.

Por el momento ese asunto perdió prioridad ante las noticias llegadas de la costa. También allí la carga de alimentar a los españoles se había hecho pesada. Juan de Escalante y sus hombres buscaron su comida por la fuerza y esto, sumado a otras exigencias y malos tratos a los naturales provocó que fuera atacado y muerto en compañía de algunos de sus hombres. Es difícil establecer la intervención que tuvo Motecuzoma en este incidente, pero para el asunto de este trabajo basta con señalar que estuvo presente la búsqueda del sustento.

El desembarco de Panfilo de Narváez aumentó los problemas de Cortés quien tuvo que trasladarse a la costa para combatirlo. En su ausencia, Pedro de Alvarado hizo una gran matanza en el templo mayor de Tenochtitlan cuando los indios celebraban la fiesta de Tezcatlipoca, lo que causó un levantamiento que Cortés trató de sofocar regresando precipitadamente. La muerte de Motecuzoma y los diarios ataques a las casas donde los españoles se encontraban sitiados los obligaron a salir de la ciudad con grandes pérdidas. Perseguidos por los enardecidos tenochcas, fueron a refugiarse en un pequeño templo en el cerro al que después llamaron de los Remedios. Allí pudieron descansar y curarse las heridas, pero “de comer ni por pensamiento”.26 En Cuautitlán el hambre era tan fuerte, que consumieron la carne de un caballo que les habían matado. En su camino para refugiarse en Tlaxcala aliviaron su hambre con unas calabazas llamadas ayotes y algunos otros frutos.

Ya en territorio tlaxcalteca, las pocas piezas de oro y chalchi­huites que habían logrado salvar en su huida sirvieron para trocar­las por comida porque “no nos lo daban de valde”, dice Bernal;27 la generosidad de sus aliados parece que había llegado a un límite. Después de curadas las heridas y de renovada la alianza, los soldados españoles se dirigieron a Tepeaca para iniciar la campa­ña de reconquista; recibieron las vituallas necesarias y para un día porque “las tierras adonde íbamos eran muy pobladas y bien bastecidas de maíz y gallinas y perrillos de la tierra”;“ habían recuperado su dieta más frecuente hasta ese momento.

Ya en Tepeaca, tuvieron un reencuentro con la comida que habían dejado atrás al desembarcar en Veracruz. El gobernador de Cuba, Diego Velázquez, creyendo que su enviado Panfilo de Narváez había cumplido con su encargo y que para ese tiempo ya se habría apoderado de Cortés y de la tierra donde Cortés estaba, mandó varios navios cargados con pan cazabe y otras provisiones que fueron gustosamente adquiridas por la gente del que suponía vencido y a quien las cosas remitidas por su enemigo le fueron de gran ayuda.

Como antaño los ejércitos mexicas, los soldados españoles y sus aliados marchaban exigiendo provisiones a los pueblos que encon­traban a su paso en su retorno al valle donde se encontraba la ciudad de Tenochtitlan. Los que se resistían y eran vencidos eran forzados a aceptar el compromiso de “proveer muy bien de co­mer”;29 los que los recibían en paz y aceptaban su presencia también adquirían el deber de entregar su contribución alimenti­cia. Tezcoco tuvo que destinar un sembrado de maíz con este fin. Hábilmente señaló uno que estaba en litigio con los mexicas,30 pero no se salvó del saqueo, esta vez a cargo de los aliados tlaxcaltecas, porque aunque Cortés les prohibió que hicieran daño “comida no se les defendía, si era solamente maíz y frijoles y aun gallinas y perrillos, que había mucho, todas las casas llenas de ello”.31 A pesar de esta optimista abundancia, poco después los tlaxcaltecas fueron mandados a Iztapalapa a buscar su alimento porque ya no era posible que lo encontraran en la región tezcocana.32

Cortés se preocupó de asegurar el control de las zonas produc­toras de maíz. Chalco no solamente aseguraba la comunicación con Veracruz y Tlaxcala, también “es tierra de mucho maíz”.33

El cerco contra la ciudad de Tenochtitlan se cerró, la atroz lucha había dado principio. Como en todo sitio, el arma más terrible que se esgrimía contra los sitiados era el hambre. Los bergantines patrullaban el lago para que las canoas con alimentos no lograran pasar, con largos días de sufrimiento terminaba el predominio de la triple alianza.

Tener maíz aseguró a los españoles la diaria ración de tortillas, pero la dieta era muy monótona y pobre. Bernal se quejaba

no digo de falta de tortillas de maíz que hartas teníamos sino algún refrigerio para los heridos, maldito aquel; lo que nos daba la vida eran unos quelites que son unas yerbas que comen los indios y cerezas de la tierra mientras que duraron y después tunas, que en aquella sazón vino el tiempo de ellas.34

Tal vez la búsqueda de variedad en el sabor los llevó a sumar el chile a su escasa dieta, pues después de combatir llegaban a Tacuba a curarse las heridas “y a comer nuestras tortillas, con ají y yerbas y tunas”.35

El sitio tocaba a su fin. Los tlaxcaltecas, y todo aquel que había podido, se habían retirado a sus pueblos. Los mensajeros de Cortés se entrevistaban con Cuauhtémoc proponiéndole la paz; el heroi­co tlatoani mexica se negaba obstinadamente a aceptarla, en esta narración el cronista nos dice que la dieta de su capitán Cortés era mejor, de sus provisiones pudo mandarle “tortillas y gallinas y cerezas y tunas y cacao, que no tenía otra cosa”.36 Pero los sitiados continuaron resistiendo orgullosamente y, para mostrar que no los iban a vencer por la necesidad, “dos principales que hablaban con Cortés sacaron unas tortillas de un fardaje que traían y una pierna de gallina y cerezas y sentáronse muy despacio a comer y porque Cortés los viese y creyese que no tenían hambre”.37

A pesar de la firme oposición la ciudad fue cayendo palmo a palmo. Tlatelolco, el último reducto de la resistencia, fue ocupado por los soldados españoles. Cuauhtémoc fue capturado y para su entrevista con él, Cortés “mandó aparejar un estrado lo mejor que en aquella sazón se pudo haber con petates y mantas y asentaderas, y mucha comida de lo que Cortés tenía para sí”.38 En este marco se llevó a efecto el encuentro que señaló el fin del predominio de los tenochcas.

Los nuevos dominadores festejaron su triunfo con un gran banquete que se realizó en Coyoacán. La oportuna llegada de una nave procedente de Castilla con un abundante cargamento de vinos proporcionó la bebida y unos puercos traídos de Cuba para Cortés, fueron la comida.39 Después, fueron llegando barcos con frutas y animales antes desconocidos en la tierra; trigo, vino, conservas, bizcochos y cerdos, tuvieron su lugar en las mesas de los dominadores de los territorios que en adelante se conocerían como la Nueva España y, para regocijo de Bernal, la expedición de Francisco de Garay traía ya tasajo de vaca.40

El viaje de las Hibueras se inició con lujo y abundancia. Al partir llevaba la expedición vajillas de oro y plata, músicos, un repostero, una manada de puercos, bizcochos de maíz porque “en aquella sazón no se recogía trigo”, seis pipas de vino, aceite, vinagre y tocinos.41 Pero pronto se acabó la comida y los miembros debieron alimentarse con yerbas y raíces.42 Cortés no compartía sus puercos cuidadosamente guardados por un mayordomo y sus compañeros tuvieron que volver a saquear pueblos y a procurarse caza. En una población hallaron “tantos gallos de papada y gallinas cocidas, como los indios las comen con sus ajíes y maíz de pan que se dice entre ellos tamales, que por una parte nos admirabamos de cosa tan nueva y por otra nos alegramos con la mucha comida”.43 Los nuevos platillos les ofrecían satisfacción y disfrute. Encontraron que las iguanas eran “buenas de comer”; aunque unos “pescados grandes muy desabridos que tienen muchas espinas” fueron igual­mente comidos y pescados en abundancia, más de doscientos, informa el cronista,44 todo acompañado del maíz que era el princi­pal sustento y el que llevaban en sus mochilas tostado, para asegurarse el alimento de algunos días cuando penetraban a explo­rar en busca de caminos o de pueblos para asolar, como antaño los soldados mexicas habían llevado pinol. Las frutas fueron otra opción, melones de la tierra, zapotes, chicos y unas como nueces abrieron su horizonte gastronómico.

En el encuentro que tuvieron los soldados procedentes de la Nueva España con los que habían llegado a Honduras al mando de Gil González de Avila, los primeros comprobaron que compartían el gusto por los zapotes, que los segundos asaban, no sabemos cómo los comían los compañeros de Cortés, pero no era lo mismo con el aprecio por las virtudes del maíz que los habitantes de San Gil de Buenaventura no poseían. Tal vez porque todavía conser­vaban un poco de pan cazabe y porque no se habían internado en el territorio en demanda de poblaciones.45

Al terminar Cortés su inútil aventura, regresó con sus hombres a la Nueva España. Allí encontraron alegrías y contrariedades, frecuentes rivalidades y enfrentamientos con sus compañeros o

con los que arribaron después y las inconformidades que se expre­saban ante las autoridades metropolitanas cada vez con menos éxito. La vida de la naciente sociedad iba sentando sus bases. Los productos españoles fueron llegando cada vez con mayor regula­ridad, el cultivo y cría de alimentos de origen europeo fue en aumento, la dieta de los primeros novohispanos recuperó mucho de lo que había carecido durante su lucha por ocupar el territorio, pero junto a esos alimentos adquirieron sitio algunos de los que conocieron en el tiempo en que tuvieron que vivir sólo de los frutos que la tierra producía.

En los festejos por la paz con Francia la comida como prueba de grandeza y prestigio se presenta con toda su fuerza en los dos banquetes que se dieron. El virrey don Antonio de Mendoza y el conquistador del reino, don Hernán Cortés compitieron en es­plendidez y elegancia. La descripción más detallada del banquete del virrey, la observación de que en éste hubo menos pérdidas de objetos de vajilla y más orden, sumadas a otras consideraciones, muestran que en el ánimo del narrador triunfó Mendoza:

Quiero decir lo que se sirvió. Aunque no vaya aquí escrito por entero, diré lo que se me acordase, porque yo fui uno de los que cenaron en aquellas grandes fiestas. Al principio fueron unas ensaladas hechas de dos o tres maneras, y luego cabritos y pemiles de tocino asado a la ginovisca; tras esto pasteles de codornices y palomas, y luego gallos de papada y gallinas rellenas; luego manjar blanco; tras esto pepito­ria; luego torta real; luego pollos y perdices de la tierra y codornices en escabeche, y luego alzan aquellos manteles[...]luego traen empa­nadas de todo género de aves y de caza[...]luego sirven de otras empanadas de pescado[...]luego traen carnero cocido, y vaca y puer­co, y nabos y coles, y garbanzos[...]entre medio de estos manjares ponen en las mesas frutas diferenciadas para tomar gusto, y luego traen gallinas de la tierra cocidas enteras, con picos y pies plateados; tras esto anadones y ansarones enteros con los picos dorados, y luego cabezas de puercos y de venados y de terneras enteras[...]los maestre­salas servían las tazas que traían a las señoras que allí estaban y cenaron, que fueron muchas más que no fueron a la cena del marqués,

y muchas copas doradas, unas con aloja, otras con vino y otras con agua, otras con cacao y con clarete; y [...Jempanadas muy grandes, y en algunas de ellas venían dos conejos vivos chicos, y otras llenas de codornices y palomas y otros pajaritos vivos; y cuando se las pusieron fue en una sazón y a un tiempo; y después les quitaron los cobertores, los conejos se fueron huyendo sobre las mesas y las codornices y pájaros volaron. Aún no he dicho del servicio de aceitunas y rábanos y queso y cardos, y fruta de la tierra; no hay que decir sino que toda la mesa estaba llena de servicio de ellof...] Y aún no he dicho las fuentes de vino blanco, hecho de indios, y tinto que ponían. Pues había en los patios otros servicios para gentes y mozos de espuelas y criados de todos los caballeros[...] Pues aún se me olvidaba los novillos asados enteros llenos de dentro de pollos y gallinas y codornices y palomas y tocino.46

A lo largo de su crónica Bernal Díaz del Castillo presenta reiteradamente la relación del hombre con su alimento. Lo nece­sita para vivir, lo busca para enriquecerse, lo usa para elevarse a los ojos de los demás. También muestra que en las peores circunstan­cias y teniendo que comer lo que hubiera a la mano, el sentido del gusto mostró su capacidad de selección y les enseñó que existían productos alimenticios propios del pueblo que habían conquista­do, que eran dignos de figurar en los grandes festejos y que incorporaron a su vida diaria como algo que si no fue propio de ellos sí lo sería de sus hijos.

Más de un siglo después, un fraile criollo mostraba en su obra la importancia de su tierra. La pródiga naturaleza novohispana era desconocida de muchos, aun de aquellos que la habitaban pero que sólo la veían como objeto de enriquecimiento y no como lo que era, la madre generosa de todos los que la habitaban. Para cumplir con su deber de hijo agradecido y amoroso principiarían por mostrar su naturaleza y peculiaridades. Parte de estos asuntos son los productos alimenticios que son mostrados cuidadosamente por fray Agustín de Vetancurt.

Más de cien años después de Durán y de Bernal Díaz del Castillo, fray Agustín de Vetancurt, un franciscano nativo de la

Nueva España, escribió su obra. Con ella pretendía, como muchos desús contemporáneos cronistas de órdenes religiosas, presentar la acción evangelizadora de su instituto para mostrar que, éste, había cumplido con el designio providencial de hacer llegar una multitud de hombres al camino de su salvación, por medio de la enseñanza de la verdadera religión.

Vetancurt presenta la predicación en un marco muy amplio porque intenta, también, que se conozca el lugar donde sus com­pañeros de hábito se habían desempeñado, la tierra generosa y pródiga donde él, Vetancurt, había nacido.

En el momento en que fray Agustín escribía, los territorios que durante siglos habían permanecido ocultos a los ojos de los euro­peos ya no eran una novedad, doscientos años lo separaban de los viajes de Colón y el dominio español estaba consolidado en gran parte de ellos. Sin embargo, a cien años de la publicación de la Historia Natural y Moral de las Indias, de José de Acosta, obra capital para el conocimiento del Nuevo Mundo y para la integra­ción de este conocimiento a la cultura occidental,47 la mayoría de la gente poseía un saber superficial y erróneo de sus calidades. Según el franciscano, los secretos que su tierra guardaba no habían tenido toda la difusión que merecían y el desconocimiento era muy grande. Afirma que existían muchos hombres que la recorrían sin atender a sus características y que se cometían muchos errores de apreciación debido a que no se había percibido a la realidad americana como algo diferente, sino que había sido observada y medida con el parámetro de lo europeo, lo que había tenido como consecuencia que se pensara que era carencia lo que era dispari­dad e inferioridad lo que era novedad. Por todo esto, él se proponía mostrar ese ser distinto, esa originalidad que poseía su lugar de origen.48

Vetancurt informa que él había hecho su libro para mostrar las cosas memorables y curiosas que aparecían unidas a la historia y que por eso, siguiendo el precedente de Laurencio Beyerlinch, Gil González Dávila y otros, había llamado Teatro a su obra a seme­

janza de los romanos que construían teatros y anfiteatros para enseñar y divertir.

Con esta idea dividió su obra en cuatro partes. La primera contenía las cosas naturales, la segunda los sucesos políticos, la tercera reseñaba los sucesos militares y la cuarta, y principal según se ha señalado antes, los sucesos religiosos.49 A su vez, la primera parte la dividió en dos tratados. En el primero se refiere al Nuevo Mundo y a sus diferencias con el Viejo y en el segundo describe la fertilidad y riqueza del Nuevo. Predominan en esta primera parte las noticias sobre la Nueva España aunque se dan a conocer peculiaridades de toda la tierra con noticias referentes a Perú, Chile y Filipinas.

Cuando Vetancurt se ocupa de las diferencias entre la natura­leza de Europa y América, señala las que existen en la esfera celeste, en los regímenes de lluvias y de vientos y en los climas, porque son condiciones que, además, influyen en las plantas, animales y hombres porque:

Siendo pues la región celeste causa universal de los efectos naturales del mundo y haciendo en ella tanta variedad y mudanza claro es que la ha de haber en estas cosas inferiores, pues el efecto sigue a la causa de que se origina variarse los temperamentos de las tierras, a lo cual consiguientemente se varían las calidades de los frutos de donde viene la variedad en las complexiones de las gentes, y de aquí la mudanza del brío y condición, porque el cuerpo recibe la calidad de la tierra donde se cría y el alma la recibe en cuanto a la inclinación y prontitud del cuerpo.50

El autor continúa explicando la manera en que el medio puede determinar la calidad y fuerza de los productos de una región, los que al ser consumidos por el hombre influyen en su constitución. Todos los vegetales requieren del calor y de humedad para su desarrollo, el frío detiene el crecimiento y el calor lo propicia. En el invierno, la planta no muere, se recoge debajo de la tierra y guarda toda su virtud vegetal en la raíz, que, en su abrigo subterrá­neo, continúa absorbiendo la sustancia terrestre. Cuando cambia

la estación y el calor penetra el suelo, la planta crece y trae consigo toda la fuerza que la raíz obtuvo de la tierra, en consecuencia, el fruto será tanto más sustancioso cuanto mayor sea la profundidad de la raíz. Por eso los frutos tienen mayor sabor y propiedades en España, donde el clima es más frío que en la Nueva España, donde el clima es más cálido y los productos de la tierra menos sustancio­sos y más livianos. En la propia Nueva España con sus climas tan diversos, también se puede observar este fenómeno, porque los granos del valle de Toluca son superiores en fuerza alimenticia a los de la tierra caliente. Continúa fray Agustín argumentando que como este fenómeno es común a todas las plantas, se encuentra también en el desarrollo de los pastos que consume el ganado, que al alimentarse con ellos, absorbe las sustancias que contienen y que hacen a su carne más o menos alimenticia.

Como ser natural que es, también el hombre está sujeto a esta influencia. Ya en líneas anteriores Vetancurt ha dicho que “el cuerpo recibe la calidad de la tierra donde se cría”,51 por esto podría pensarse que el hombre americano se encuentra en desven­taja en relación con el europeo ya que se alimenta de plantas que contienen menos sustancias terrestres, pero siguiendo su argu­mentación, muestra que esta supuesta desventaja es, en realidad, un beneficio. La liviandad de la comida lo hace más ingenioso y prudente.

La viveza de ingenio requiere para desarrollarse de cuatro condiciones que se encuentran en las Indias Occidentales y que son: “temperamento de la tierra, alimentos de la vida humana, abundancia de lo necesario y ejercicio en las obras”.52

Por lo que toca al temperamento de la tierra, fray Agustín comienza por exponer cuál es la influencia del invierno sobre el ser humano. Los cuerpos de los que viven en lugares muy fríos tienden a guardar mucho calor en sus entrañas y a distribuirlo en forma de gruesos vapores por todo el cuerpo incluido el cerebro, al que dañan en sus funciones porque

le ofuscan las operaciones del discurso, porque con ellos se entorpe­cen los órganos de que se aprovecha para sus obras, y así es cosa cierta, que mientras hubiera mucho calor en el estómago le falta al cerebro el temperamento necesario para el buen discurso, véase aquesto en los viejos por experiencia, que en ellos se halla generalmente más prudencia que en los mozos, porque como tienen poco calor en el estómago suben a perturbar pocos vapores al cerebro, y esto mismo sucede a los que habitan las tierras moderadamente calientes porque así como la frialdad entorpece las potencias sensitivas del cerebro por la razón ya dicha el calor las aviva y las despierta.53

El clima de la Nueva España es más caliente que frío, por lo tanto, posee la condición ideal para que florezcan los ingenios. Esta ventaja no la tienen solamente los nacidos en la tierra, también la alcanzan los nacidos en España que se establecen en la Nueva porque, después de un tiempo de vivir en ella se les aviva el entendimiento aunque se les disminuye la fortaleza.

Vetancurt presenta enseguida cómo también se cumple la segunda condición para el desarrollo del ingenio en su país natal. En el primer argumento ya anuncia cuál será el desarrollo del segundo, sobre todo si se añade que ya con anterioridad ha expuesto cómo influye el clima en plantas y ganados y éstos en el hombre en tanto le sirven de sustento.

En efecto, el alimento novohispano es menos sustancioso, más ligero y menos grasoso. Estas cualidades facilitan la digestión, por lo que se perturba menos el trabajo de los órganos qüe sirven al discurso y el ingenio se ejercita con mayor libertad. A cambio de esto, repite el franciscano, las fuerzas de los cuerpos son menores. Como en la primera condición, también en ésta, el paso del tiempo y la variación de la calidad en el régimen alimenticio les produce cambios en la sangre a los que llegan de fuera. Estos cambios modifican su humor, lo que favorece el despliegue de nuevas habilidades y la mejoría de las que ya poseían aunque les disminu­yen las fuerzas de sus cuerpos.

Ventacurt muestra con esto la generosidad con que la tierra acoge a los que se establecen en ella haciendo más inteligentes a

los que ya lo eran y menos tontos a los demás.La tercera condición que favorece al desarrollo del ingenio

humano también la cumple completamente el Nuevo Mundo con su riqueza. El hombre tiene como una de sus principales preocu­paciones proveerse del diario sustento. Esta tarea lo aparta del ejercicio de la inteligencia

pues los pobres ponen en ello su principal cuidado y esto los divierte para no ponerse en cosas del discurso[,..]porque la necesidad y pobreza no sólo desanima a los hombres, y animales, pero aún las plantas marchita, faltándoles lo necesario se entristecen, por lo cual al hombre hábil y pobre, le pintan una mano con alas levantada, y otra con un grave peso detenida, significando que aunque por su habilidad tiene alas para poder subir tiene pobreza que se las hace bajar.54

Si tiene para comer, el hombre dirige sus pensamientos a empresas grandes y nobles, renueva sus sueños de honores y fortalece su elocuencia y su orgullo de la antigua prosapia. Los habitantes de la Nueva España, gracias a las grandes riquezas del reino, pueden cultivar sus ingenios ya favorecidos por el clima y la alimentación.

La cuarta condición es la experiencia. Aquí fray Agustín habla del conocimiento adquirido fuera de los libros, en el contacto con otra gente, otras costumbres y otras formas de trato que amplían el horizonte vital del individuo y le comunican su novedad. El tráfico comercial que existe en el reino novohispano permite este variado contacto, por lo que también la cuarta condición se cumple.

Pero lo que la naturaleza ha dotado con tanta generosidad, el hombre lo hace fracasar con sus mezquinas acciones:

En lo general se considera son grandes las habilidades de las Indias [sic], pero duran poco en el trabajo, y en pocos años marchita sus verdores, o porque parece clima de la tierra la poca duración de todas cosas, o porque ven poco premiados sus estudios, tan poca estima­ción de las letras, desmayan con el trabajo, todo agente trabaja por el fin[...]pudiera ser que si hubiera premios para todos que la esperanza

diera aliento al trabajo, estudian en los primeros años de la juventud y en la edad tan poca admira a los doctos lo lucido de sus talentos, y en llegando a maduros desmayan, cierran los libros, y olvidan el estudio, y son muchas más las habilidades que se pierden, que los talentos que se logran[...]Si en estas partes se observara lo que en otros reinos, que fuesen patrimoniales las dignidades, y benefícios[...]la esperanza del premio diera alientos al trabajo infatigable del estu­dio.55

No escapa a fray Agustín que su exposición puede encontrar opositores, de manera que advierte que podría objetarse su análi­sis sobre la manera en que la naturaleza influye en los ingenios arguyendo que los indios y los negros no superan en talento a los españoles peninsulares o criollos, siendo más fuerte la objeción en lo que concierne a los indios porque son ellos los habitantes primitivos de la tierra, sin embargo, ésta no sería válida porque el medio influye según la complexión de cada grupo humano, de manera que si se compara a los indios novohispanos con los de la Española o con los de Cuba se tendría el verdadero parámetro, y la diferencia entre la cultura de ambos sería la muestra evidente del mayor desarrollo de los primeros. Lo mismo se podría observar en relación con los negros, ya que si se comparara a los que ya se han aclimatado en la Nueva España con los recién llegados de Guinea se encontraría que los primeros poseen mayores capacida­des intelectivas que los segundos.

En el segundo tratado sobre la naturaleza americana, Vetan- curt continúa haciendo su alabanza. Por su fertilidad y riqueza algunos autores han creído descubrir en el Nuevo Mundo al paraíso terrenal.

Es tan fértil y abundante la tierra de las Indias de plantas de árboles, unos campesinos sin frutos, otros frutales de regalo, muchos extran­jeros, y muchísimos propios, y naturales de la tierra que cuantos se traen de España y cuantos se cogen en la Europa por el temperamen­to de la tierra, unos en tierra fría, otros en templada, y otros en caliente se dan con tanta abundancia todo el año, que no se guardan

frutas secas porque sobran frescas. Viendo pues autores antiguos y modernos la templanza, y suavidad de los aires, la frescura y verdor de las arboledas, la corriente y dulzura de las aguas, la variedad de las aves, librea de sus plumas, y armonía de sus voces, la disposición alegre de la tierra tienen por cierto que está oculto y escondido el Paraíso Terrenal en alguna parte de esta región, y ya que no lo sea aquesta tierra goza a lo menos de propiedades suyas.56

Será tarea de Vetancurt, en las páginas que siguen a esta afirmación, demostrar que quienes dijeron tal cosa no exageraron. Principia su descripción hablando de la tierra y de las cosas que guarda como oro, plata, cobre y hierro; de sus sierras y volcanes. Continúa con la de las aguas: mares, ríos, fuentes y manantiales, incluidos los animales que las habitan. Termina tratando de los frutos de la tierra e incluye al final un capítulo que dedica a describir algunos animales, aves y peces propios del Nuevo Mun­do. Es en este tratado último donde las referencias a los productos alimenticios son más abundantes.

La manera en que la tierra prodiga sus frutos para hacer más fácil la vida de quienes la habitan, es prueba de su superioridad. En ella, por ejemplo, no hay necesidad de secar la fruta porque se recoge fresca todos los meses del año y, si se hacen pasas, como es el caso de las peras aclimatadas en el país, es para no desperdiciar la gran cantidad que se cosecha y para exportarlas a Filipinas.57 El hombre americano en general, y el novohispano en particular, tienen la ventura de disfrutar de la suma de los frutos del mundo porque todos se encuentran en sus tierras. Entre los que tiene la Nueva España Vetancurt menciona chirimoyas, mameyes, chico- zapotes, anonas, aguacates, piñas, guayabas, camotes, capulines, tejocotes, tunas, pitahayas, zapotes blancos, negros y amarillos, maíz, frijol, tlalcacahuates, papas, chayotes, calabazas talamayo- tes, calabacitas de la tierra, zilacayotes, tlalayotes, tomates, chiles, palmitos, tzatzamoli, cacomites, xicamas, yecpatzotli, verdolagas, quauhquililt, xoxocololi, quauhxilotU chían, huaxin, giiamuchitl y coyoli.58 A varios de ellos los describe y señala la manera en que se acostumbra comerlos, como los romeritos que se dan en tierras

salitrosas y son muy sabrosos, elyecpatzotli que “es muy apetecido para los guisos de chile, y para el atole, así cocido como deshecho y molido por encima”; la jicama “raíces de tierra del tamaño de un nabo grande[...]blanca, blanda, dulce, fresca y aguanosa, pártese en ruedas y con pimienta y naranj a agria se hace un plato regalado, quita la sed y mitiga el calor” o los tomates que “son el sum, es fui de los guisados de las Indias”.59 Sobre el chocolate no dice si es de su gusto, pero lo menciona varias veces cuando trata de sus ingredientes, el cacao, la vainilla, el chile, el achiotl o la perfumada flor llamada izquixochitl, “de que se hacen panales con azúcar y marquesotes y algunas personas mezclan con el chocolate”.60

En las frutas que tiene la Nueva España incluye Vetancurt a los plátanos, papayas, granadillas originarias del Perú, nueces, piño­nes, naranjas, limones, limas, cidras y toronjas.

Distingue como propias de Europa: uvas, higueras, olivos, manzanos, melocotones, duraznos, membrillos, peras, granadas, moras, guindas, albaricoques, ciruelas, almendros, trigo en sus varias especies, cebada, anís, cilantro, comino, garbanzo, haba, lenteja, lechuga, col, cardo, escarola, berenjena, espinaca, acelga, zanahoria, calabaza de Castilla, melón, pepino, sandía, perejil, ajo y cebolla. Dada la calidad de la tierra todas se han dado muy bien y en abundancia.

También se han hecho injertos que han dado muy buenos resultados como el de durazno y albaricoque llamado chabacano, durazno y melocotón que produjo duraznos con el corazón rojo, priscos con peras pardas de Canarias, de las que se hacen pasas, y limas dulces con cidras o con toronjas. De estas últimas “salen limas dulces, del tamaño de toronjas, y he visto algunas poco menores que la copa de un sombrero, pesamos una y tenía dos libras”.6’

A toda esta riqueza vegetal se suma la gran variedad de la fauna. Fray Agustín no dedica un apartado especial a ella, los animales acuáticos y anfibios, así como algunos de caza, conejos y venados, aparecen mencionados en la parte dedicada a describir las aguas, mares, ríos y lagunas. En cada lugar que describe señala si lo

habitan peces. En la mayoría es notable la abundancia de ellos, tanto en aguas dulces como en saladas, son pocos los lagos, como el de Tezcoco, que no tienen. También es muy importante destacar que muchos de ellos son comestibles, aunque unos son más saluda­bles que otros. Lo mismo sucede con el sabor. En tanta abundan­cia, algunos son más estimados que otros, aunque Vetancurt aclara que no siempre la mayor estimación es prueba de una real superio­ridad, porque la abundancia de algunos hace que se les aprecie menos, ya que aún lo bueno “por mucho suele envilecer, la estimación de otros por pocos los hace más preciosos”.62 En las ricas aguas novohispanas abunda la mojarra, el robalo, el pejerey, el bobo, el pescado blanco y el bagre. En Michoacán hay mucho pescado blanco y otro menudo que se seca y llaman charari. A este último debe su nombre este reino. También es muy famosa la laguna de Tamiahua, donde se pesca gran cantidad de robalo y el mejor camarón de la Nueva España. De esta laguna se proveen las ciudades de México y Puebla.63

Para terminar de presentar su entusiasta visión de la Nueva España, el franciscano describe algunos de los animales que son originarios de ella, aunque para empezar se refiere a los que fueron traídos de Europa y que se han reproducido en tal cantidad que “el más pobre come todo el año carnero y el más plebeyo come más carne aquí en una semana, que el más rico en España puede comer en un mes”.64 Pasa después a tratar del tlaquatzin, huitztlaquatzin, huitzizilin y muchos otros. Entre los comestibles se refiere a la iguana, cuya carne es muy apreciada en Campeche, que se come “por pescado, tiene el sabor de conejo y es de muchos apetecible”; del manatí, “tan estimado y muy parecido al atún de las Almadrabas con tanta carne algunos como un buey”65 y del axolotl, que “es comida sana, aunque provoca la lujuria”.66

La primera parte del Teatro Mexicano, concluye con una ala­banza que su autor hace a Dios, creador de tantas maravillas. El criollo novohispano se muestra agradecido y orgulloso de la gran­deza de su tierra, cuya originalidad y abundancia de dones ha expuesto en lo que toca a su naturaleza. Su tierra es el lugar donde

se reúne todo lo bueno del mundo y, dentro de todo lo bueno, tiene un sitio especial el alimento porque influye en la capacidad del hombre.

En tres momentos, en tres narraciones muy diversas, en tres autores que se acercaron a la historia por motivos muy diferentes, la importancia de la comida del ser humano aparece en varios contextos para mostrar su valor cultural y el significado que tiene en las relaciones que el hombre establece con sus antepasados, con su lugar de origen, con los territorios donde fundará su nuevo hogar, o con el país donde ha nacido, y muestra que el alimento y su concepción como parte de la historia de un grupo, es otra faceta de la historia del hombre.

NOTAS

1. Diego Durán. Historia de las Indias de Nueva España y Islas de Tierra Firme. México,Editora Nacional, 1951. 2v. Facs. de la la. ed. 1867-1880. Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. México, Porrúa, 1960. 2v. Agustín de Vetancurt, Teatro Mexicano. Descripción breve de los sucesos ejemplares, históricosy religiosos del Nuevo Mundo délas Indias. México, Porrúa, 1971. Facs. de la de 1697-1698.

2. Los Tratados atienden a los asuntos religiososy susnoticias proceden de fuentes diversas.3. Vetancurt, op. cit. Al curioso lector.4. Durán, op. cit., I, pp. 31-40.5. Ibid., I, pp. 90-91.6. Ibid., I, p. 188.I.Ibid., I, p. 174.8. Ibid., I, pp. 226-228.9. Ibid., II, pp. 5-6.10. Ibid., II, p. 9.II. Bernal, op. cit., I, pp. 44, 59 ,81,84,87,91 y 92.12.Ibid., I, pp. 95, 9 9 y 101.13. Ibid., I, pp. 102-106.14. Ibid., I, pp. 108,116,117,118 y 121.15. Ibid., I, pp. 132-133.16. Ibid., I, pp. 142-145.17. Ibid., I, p. 148.18. Ibid., I, p. 174.19. Ibid., I, p. 189.20. Ibid., I, p. 218.21. Ibid., I, p. 258.22. Ibid., I, p. 267.

23. Ibid., I, p. 271.24. Ibid., I, pp. 278-279.25. Ibid., I, p. 288.26. ZWd., I, p. 397.27. ZWd., I, p. 403.28. ZMd., I, p. 412.29. Ibid., I, p. 427.30. Ibid., I, p. 446.31. Ibid., I, p. 439.32. Ibid., I, p. 442.33. Ibid., I, p. 462.34. Ibid., II, p. 19; sobre tortillas, quelites y tunas, también: II, pp. 20, 21,26 y 52.35. Ibid., II, p. 46.36. Ibid.., II, p. 57.37. Ibid., II, pp. 58-59.38. Ibid., II, p. 62.39. Ibid., II, p. 65.40. Ibid., II, p. 105.41. Ibid., II, pp. 190-193.42. Ibid., II, p. 196.43. Ibid., II, p. 207.44. Ibid., II, pp. 208-209.45. Ibid., II, p. 219.46. Ibid.., II, p. 313-315.47. José de Acosta, Historia Natural y Moral de las Indias. México, Fondo de Cultura

Económica, 1962. Sobre la importancia de esta obra en el proceso de la invención de América, véanse los estudios preliminares de Edmundo O’Gorman a las ediciones de Acosta publicadas por el Fondo de Cultura en 1940 y 1962, sobre todo la segunda.

48. Vetancurt, op. cit., pp. 5-6.49. Ibid. Prólogo a la cuarta parte.50. Ibid. Al curioso lector de la primera parte.51. Ibid., p. 10.52. Ibid., p. 11.53. Loe. cit.54. Ibid., p. 11.55. Ibid., p. 12.56. Ibid., p. 17.57. Ibid., pp. 17 y 42.58. Dejo los nombres en náhuatl tal como aparecen. Las referencias a estas plantas y su

descripción se encuentran en op. cit., pp. 40 a 54.59. Ibid., pp. 45 y 48.60. Ibid., pp. 40, 45, 48 y 49.61. Id., p. 44.62. Id., p. 30.63. Id., p. 35.64. Id., pp. 30 y 65.65. Loe. cit.66. Id., p. 65.