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    Diego Escolar1

    «La Réunion à l’Argentine des régions de la pampa appartenant jadis auChili et qui correspondent aux actuelles provinces argentines de Mendozaet de San Juan est une victoire du domaine naturel sur les delimitationsartificielles».

    Friedrich Ratzel, Géographie Politique ([1897] 1988: 166)

    «(...) mole inmensa de nieve y granito (...) se alzará para siempre majes-

    tuosa y casi inabordable para los ejércitos que contrariando los designiosde Dios y las indicaciones del destino manifiesto de los pueblos pretendanremontarla con fines de predominio y ambición».

    Señor Altamirano, delegado de Chile a laconferencia de Buenos Aires, 18992

    «Bueno, porque... porque hay una razón este... natural. La cordillera...ha sido diseñada por la naturaleza para aprovecharla desde aiá... y nodesde aquí.

    1

      CONICET, IANIGLA, Universidad Nacional de Cuyo (Argentina). E-mail: [email protected]  «Conceptos de los estadistas chilenos sobre la línea de fronteras». En: Límite na-

    tural argentino-chileno, Frontera argentino-chilena en la cordillera de Los Andes .Posición Argentina, Tomo IV, lámina VI, Londres, 1902, p. 414.

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    «(...) la cordillera misma, para mi estableció el estrecho vínculo entre

    esta zona y los de allá, eh... se juntaban allá arriba... (...) ...para la fiestade Andacollo, las familias enteras iban a la fiesta de Andacollo allá... nohabía una frontera establecida era un pasar, ir..., estar, eh... bueno, hacerlo que tuvieran que hacer, comerciar, participar de la fiesta y volver».«Eh... la zona de la cordillera siempre ha sido un estar de la gente...

    Habitantes de Calingasta (1994-1996).

    Este capítulo trata sobre la producción de la frontera argentino-chilenaen la cordillera de Los Andes y la manera en que se instaló y operó en eseproceso la noción de frontera natural, en particular desde los diferendoslimítrofes que culminaron con el tratado binacional de 1902. El trabajofue escrito en 1997 como un extracto de mi tesis de licenciatura (inédita)sobre la frontera argentino-chilena en la provincia argentina de San Juan(Escolar, 1996). Creo pertinente publicarlo en su versión original a pesarde sus debilidades y de que algunas de sus conclusiones pueden parecerhoy de sentido común para ilustrar el tipo de preocupaciones que movíanentonces a desarrollar una incipiente «antropología de fronteras», queulteriormente contó con un más significativo desarrollo.

    Durante más de un siglo, en el sentido común histórico-geográficoargentino se consideró a la cordillera de Los Andes como un límite natu-ral del territorio de la nación que lo separaba de la vecina república deChile. Con su mole infranqueable, inhóspita y ulteriormente deshabitada,Los Andes fueron imaginados como una muralla que dividía a pueblos,

    naciones, culturas y economías. La cordillera quedó así enclavada como elícono de la frontera argentino-chilena, bajo el supuesto de que su relieveáspero y su clima helado habrían impreso en forma decisiva el derroteroa la historia, promoviendo a lo largo del tiempo dos dinámicas distintivasque explicarían casi como un destino ecológico la ulterior diferenciaciónde las naciones y Estados argentino y chileno. En la etapa principal dela demarcación fronteriza, en el acuerdo de 1881 y el arbitraje británicode 1902, ambos países aceptaron esta postal fuertemente inscripta en losimaginarios territoriales nacionales, en especial el argentino. Por encimade los intereses contrapuestos y las disputas restringidas a ciertos tramosde la demarcación, se consideró fuera de toda duda que la cordillera cons-tituía el asiento natural para la frontera (Frontera argentino-chilena...,

    1902; Exposición de Chile..., 1902; Varela, 1899), hecho que en el con-cierto geográfico internacional contemporáneo, como indica la frase deFriedrich Ratzel (1988: 166), constituyó un paradigma del concepto de 

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    frontera natural , uno de los principales argumentos que operaron en la

    construcción de la frontera argentino-chilena.Pero si nos adentramos en historias y discursos locales más cerca-

    nos a los habitantes de los contrafuertes cordilleranos, vemos que estasmontañas no han constituido tal barrera para las poblaciones aledañas,quienes no solo se comunicaban fluidamente a través de ellas, desde lasbandas occidental y oriental, sino que las tuvieron como área central deproducción, intercambio e inclusive identificación territorial.

    Considerando la relación entre las poblaciones cordilleranas del surde la provincia argentina de San Juan y el Norte Chico chileno, juntoa las retóricas desplegadas en el diferendo limítrofe que fijó la fronteraargentino-chilena hacia 1902, este ensayo propone abordar el estudio delproceso de naturalización de la cordillera de Los Andes como frontera yel impacto en dicho proceso de determinados tópicos teóricos y efectosde verdad que orientaron la consolidación de los respectivos Estadosnacionales hacia el último cuarto del siglo XIX. Finalmente, se intentarávislumbrar hasta qué punto estas naturalizaciones se han relacionadocon la ulterior y concreta (in)visibilidad oficial de actores, prácticas yconflictos que ocurren en el área fronteriza, donde tomaremos como casoa la antigua y actual dinámica de intercambio transandino y nomadismoestacional de los pastores, arrieros, cazadores y mineros que afluyen a los valles interandinos del actual departamento de Calingasta, en la provinciade San Juan.

    Basándose en la noción habitual de que la frontera separa (formas

    sociales, pueblos regiones), Robert Alvarez Jr. (1995: 448) designa comoborderlands a una región y un conjunto de prácticas definidas y determi-nadas por la frontera (border), aunque caracterizados por el conflicto yla contradicción. Por otro lado, señala la necesidad de desterritorializar lacultura y la comunidad (tradicionalmente concebidas, de uno u otro modo,como localizadas, contenidas y limitadas en o por el espacio terrestre)en la perspectiva de un mundo desterritorializado donde las identidadesdevendrían igualmente desterritorializadas (Álvarez, 1995: 449).

    Sin embargo, más allá de la utilidad que supone considerar la fronteraen relación con ciertas prácticas y no como ser en sí, la combinación deestos postulados podría encerrar al menos el riesgo de ser una falacia yuna vía muerta conceptual. Primero, pensar la frontera como una región 

    que determina o caracteriza ciertas prácticas asociadas podría constituiruna forma de reterritorializar la cultura (borderland -«borderculture»),puesto que esta región, que habilita la ocurrencia de ciertas prácticas

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    «de frontera», puede ser entendida como un modo de territorio cultural.

    Además, el énfasis en la frontera como territorio sigue sin acotar elproblema de la especificidad del concepto de frontera en tanto límite;más bien nos devuelve recursivamente a una suerte de «puesta enabismo» teórica. Puesto que, de reducir la frontera a un territorio o unárea cultural, ¿no restaría por resolver el problema de la circunscripciónde las fronteras de esta frontera-región? ¿Y la frontera de la frontera dela frontera? Segundo: la operación de desterritorializar las nociones decultura y comunidad, constituye una deconstrucción teórica necesariapara una variedad de campos teóricos, pero no alcanza para circunscribiradecuadamente el principal problema que nos convoca: la entidadantropológica de las fronteras territoriales.

    Ensayaremos en este trabajo otra perspectiva: pensar a las fronterasmismas, más que como cultura territorializada, como aspecto deterritorializaciones a su vez «contenidas» o informadas culturalmente,imaginadas, producidas y definidas a través de específicas prácticas dearticulación (inevitablemente políticas) de significados, patrocinadas porla actividad discursiva estatal. Estas no afectarían, en este sentido, soloal locus y los actores del área fronteriza, sino que poseerían una eficaciamucho más vasta, cerca o lejos de la frontera, en la articulación decomunidades, identidades, discursos y prácticas estatales.

    «V » S J

    La consolidación de la frontera argentino-chilena en la cordillera deLos Andes se produce luego del proceso de ocupación de la Patagoniapor parte de Argentina y Chile hacia fines del siglo XIX. Sin embargo,antes y después de este momento, activos intercambios y movimientosde población se producían y produjeron a través de ella, tanto entreparcialidades étnicamente marcadas como aborígenes o como criollos..

    La actual provincia de San Juan integraba, como parte de Cuyo, unamisma unidad administrativa con Chile en la época colonial, hasta lafundación del virreinato del Río de la Plata en el último cuarto del sigloXVIII. Solo en ese momento Cuyo —llamado también «Chile orientalo trasmontano» (Arias, 1979)— fue anexado al virreinato, sentando

    un precedente que más tarde sería utilizado para el establecimiento deuna frontera internacional en Los Andes en dicha latitud, en la etapa deformación de los Estados-nación argentino y chileno (Varela, 1899). Pero

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    el límite establecido en el mapa, en la legalidad oficial y en el imaginario

    nacional, no impidió que un importante sector de la población sanjuaninapermaneciera vinculado económica, cultural e incluso domésticamentecon mercados y poblaciones en jurisdicción chilena hasta bien entradoel presente siglo.

    Al sudoeste de la provincia de San Juan (y parcialmente el noroestede Mendoza), en el amplio sector de Los Andes denominado «AltaCordillera», allende la frontera con Chile, hemos podido apreciarla persistencia de este tipo de lazos. Hasta hace pocos años atrás, laproducción y tráfico de ganado hacia Chile, utilizando alternativamentepasturas de alta cordillera (veranadas) y rutas de comercialización queescapaban al control estatal, era la principal actividad de una poblacióncuyas prácticas espaciales estaban fuertemente ligadas a la trashumanciao el seminomadismo con eje en la cordillera (Escolar, 1995, 1996a). Estosgrupos complementan en la actualidad el pastoreo, la ganadería y la cazade camélidos, explotando pasturas estivales que se generan con el deshieloen los llamados valles interandinos de la alta cordillera andina. El modode explotación y habitación en las pasturas cordilleranas se caracterizapor desplazamientos estacionales que reconocen variadas modalidades;desde expediciones cortas de caza o recogida3, hasta largos períodos deinstalación (aproximadamente cinco meses) en puestos no permanentes(que incluyen a menudo construcciones de pirca o cavernas denominadosalojos); desde la movilización de grupos domésticos completos, hastaotros compuestos solo por hombres; desde productores que se instalan en

    campos considerados como «propios», invocando dudosos (o más biendifusos) derechos de propiedad, hasta «talajeros» que contratan el derechode pastaje a ambiguos propietarios en una zona o «campo» con ciertoreconocimiento consuetudinario como unidad productiva para el pastoreo.Finalmente, también ha constituido una práctica estacional el tráfico deganado en pie o distintas mercaderías entre los actuales territorios deChile y Argentina, a través de rutas que atraviesan los valles interandinos.

    En una perspectiva histórica, estas actividades y relaciones planteancierta continuidad con la antigua dinámica regional de vastos sectoresrurales de San Juan, cuya orientación preponderante se daba con mercadosy grupos al occidente de Los Andes, en el actual territorio chileno. Desdeel período colonial hasta el presente siglo el área se utilizó como sitio

    3  Actividad característica de la economía local que vincula el rodeo de ganado semi-cimarrón con la caza de camélidos en la cordillera. Para un análisis más detalladover Escolar (1995).

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    de engorde y tráfico de ganado vacuno y mular, actividad que fluctuaba

    de acuerdo a coyunturas comerciales y políticas. En general existió unademanda endémica del ganado vacuno producido en Cuyo por parte delas plazas trasandinas como Santiago, Coquimbo y La Serena, donde eraconsumido o exportado como derivados por la vía del Pacífico (Michieli,1992). También se criaban recuas de mulas de carga para los centros mi-neros chilenos o, en determinados períodos, para Salta, Tucumán y el AltoPerú. El ganado se engordaba en pasturas locales pero se traía en generaldesde otros sitios de Cuyo, como San Luis, o más lejanos como la pampahúmeda, Córdoba y Santiago del Estero (Escolar, 1996a).

    El comercio con Chile se incrementó en las primeras décadas de la in-dependencia, al eliminarse las trabas legales que impuso la administracióncolonial. Y luego, sin haber cesado nunca, existieron períodos en los cualesel comercio de ganado en pie, mulares y semilla de alfalfa a Chile (porcitar los rubros más importantes) continuaron siendo las actividades másimportantes de la región cuyana, como reconocía ya Acevedo (1981), hastael tercer cuarto del siglo XIX, cuando el despliegue de la vitivinicultura engran escala desplaza en importancia a la producción ganadera y forrajera.

    En la época en que se consolida la frontera argentino-chilena, haciafines del siglo pasado, existían entonces en San Juan dos tendencias dearticulación económica regional. Una de ellas, basada en la producciónvitivinícola que se estableció en los oasis centrales del valle del río San Juan, la vinculaba al mercado interno argentino. Otra, que involucraba laproducción y engorde de ganado, básicamente en los extensos alfalfares

    de los oasis de Jáchal, y en las pasturas naturales de la cordillera y pre-cordillera, producto del deshielo estival, estaba orientada hacia mercadoschilenos4. A lo largo del siglo XIX la ganadería cobró impulso a raíz de lademanda de ganado y mulares para abastecer las explotaciones minerasen el centro y sobre todo el norte de Chile (Halperin Donghi, 1994: 28).

    En 1862, el viajero inglés John Mayor Rickard (1863: 259), en suestadía por el área cordillerana de San Juan, comentaba que el principalnegocio de la época era el engorde del stock de invierno de ganado va-cuno. Comprado flaco en el área pampeana, «desde 10 a 13 dólares porcabeza», se lo trasladaba a San Juan para ser engordado en potreros dealfalfa (o en las pasturas cordilleranas); finalmente era enviado a Chile,

    4  Para este último, el centro de mayor importancia fue la ciudad de Jáchal al norte, enel límite con La Rioja, pero incluía tanto los valles antecordilleranos de Calingastae Iglesia, como sectores muy distantes de la frontera, tal el caso de Guanacache yValle Fértil.

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    donde encontraba un mercado excelente en el cual podían venderse entre

    30 y 45 dólares por cabeza. Como refiere Zacarías Moutokias (1988:32), los intercambios comerciales entre el área cuyana y Chile eran mu-cho más fluidos, pese a que constituían el sector de máxima altura de lacordillera. Las caravanas de mulas la atravesaban en la actual provinciade San Juan «por los 112 pasos, que alcanzan entre 3200 y 5800 m; enla de Mendoza hay unos 64 que trepan hasta 2400 a 5100 m». En estasrutas, como pudimos observar en el campo, los pasos se encadenan conlos valles interandinos cuyos abundantes pastos pueden abastecer holga-damente los animales de carga o el ganado en pie. El viaje por ellas a loscentros chilenos era menos peligroso y mucho más corto que encarar lasáridas travesías hacia Buenos Aires5.

    El área de los valles interandinos se constituyó en un epicentro de estetráfico y de la producción pastoril para poblaciones de arrieros, pastores ycazadores más o menos «móviles» ubicadas intermitentemente en los vallesde altura, o pedemontanos —occidentales y orientales— de la cordillera.La importancia de esta área de pastaje gravitó en la actividad ganadera,pastoril y comercial hasta cientos de kilómetros hacia el interior de lazona árida de la actual República Argentina y hasta la franja costera delPacífico chileno en esa latitud.

    Entre investigadores, así como entre las elites sanjuaninas, no hahabido claridad en la ponderación de la importancia de esta economíatranscordillerana y los múltiples vínculos sociales, culturales y políticosestablecidos entre sanjuaninos y chilenos para la configuración regional.

    En textos académicos —también en ciertas referencias hallables en laliteratura vernácula (Escolar, 1996a)— es posible observar una grancontradicción entre el énfasis atribuido a los lazos con Buenos Aires y losindicadores que apuntan a vastos contactos con Chile. Argumentacionese invocaciones sobre la primacía de la integración con el Plata parecenresponder, sobre todo, a retóricas tendientes a la activación de una pro-vincialidad «esencial» argentina en el orden del discurso en el contextoglobal de la formación del Estado y sujeto nacional argentino. Así, para

    5  Citando a Martín de Moussy, Moutokías refiere que «[desde Mendoza] en general,si se quería llegar directamente a Santiago de Chile se franqueaba la cordillera porel valle de Uspallata y el paso de las cuevas adonde se entraba haciendo un desvío

    hacia el norte. En cambio, desde San Juan y por el Paso de los Patos, se llegaba aValparaíso, a 128 leguas. Aunque más largo, este trayecto permitía la conducciónde ganado, pues era menos árido y escarpado que el anterior. El viaje desde BuenosAires a Mendoza llevaba dos meses, mientras que el cruce hasta Santiago unosocho días». (Moutokias, 1988: 32).

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    Davire de Musri y su equipo (1991), «Desde los inicios de la conquista

    comienza a considerarse a la cordillera como una separación natural  entrelos territorios que luego configurarían el país argentino y el chileno», noobstante el hecho de que la dinámica de intercambio transcordilleranoy la producción en pasturas cordilleranas habrían determinado que «nohabría frontera en sentido estricto hasta 1881, en que se concreta el tra-tado de límites» (Davire de Musri et. al., 1991: 6-8). Páginas después secuela sin embargo una representación no argentinizada de la región enpasado al expresar que, con la creación del virreinato del Río de la Plata,«El nuevo centro de poder, con eje en Buenos Aires, desintegró nuestro espacio, y por ende las áreas marginales de frontera que actualmente sonlas más deprimidas» (Davire de Musri et al., 1991: 13-14; las cursivasson del autor)6.

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    En el proceso de arbitraje de 1902 a la cuestión limítrofe argentino-chilena realizado por la corona británica, se generó una interesante aunquesoterrada polémica sobre el dominio en los valles interandinos, cuyos de-talles no consideraremos en esta oportunidad. Nos limitaremos a indicarque el caso fue considerado como una «anomalía» por la parte chilenapara la aplicación de los criterios, finalmente acordados, según los cualesla línea fronteriza debía pasar por las más altas cumbres divisorias de

    aguas (Frontera Argentino-Chilena..., 1901; Exposición de Chile, 1902;Varela, 1899). En esta parte de la cordillera se produce una de las mayorescontradicciones entre ambos criterios utilizados para determinar la fron-tera. Se separan las líneas que es dable trazar entre las más altas cumbresde aquellas elaboradas sobre las cumbres divisorias de aguas, es decirlas que determinan que los ríos y arroyos de la cordillera de Los Andesaporten a cuencas que desembocan en el océano Pacifico o el Atlántico.Si bien estas líneas tienden a coincidir, no siempre lo hacen. En los valles

    6 En el citado párrafo, a partir de la calificación de «nuestro espacio» a «lo desin-tegrado por Buenos Aires» se manifiesta el tipo de contradicciones a las que nosreferíamos. Lo que se asume como propio en la expresión «nuestro espacio»,

    es un territorio provincial ligado a la dinámica previamente definida como unaintegración económica con mercados. Se establece así una relación oposicionalde un «Buenos Aires» con un «San Juan» regionalizado con Chile, cuando antesse había acentuado su diferenciación, como territorio argentino «naturalmente»separado de Chile por la cordillera de Los Andes.

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    interandinos del departamento de Calingasta, las cuencas que desaguan

    hacia el Pacífico y el Atlántico no son divididas por los cordones másaltos (la Cordillera Principal), sino muchos kilómetros hacia el oeste, enel cordón más bajo (hoy denominado Cordillera del Límite). En el medio,precisamente, quedan ubicados los valles interandinos: «en la provinciade San Juan es donde cabalmente la línea divisoria de las aguas se apartamás de las altas cumbres y de las cadenas o cordones más espesos de lasmontañas que se levantan al oriente, es decir, al lado argentino, con al-turas de 5.500, 6.000 y 7.000 metros. El señor Igarzábal no las toma encuenta y llama cadena central la que divide las aguas, que es mucho másbaja. En esta apreciación, por lo demás coincide, como se verá luego, conla doctrina de muy distinguidos geógrafos» (Exposición de Chile, 1902,T. V, Ap. 4: 54).

    Como se manifestara en las posiciones diplomáticas argentina o chile-na de la época, o en textos contemporáneos (Varela, 1899), la problemáticade los valles interandinos fue el paradigma de una cuestión principal (yrelativamente sumergida) de las disputas de límite con Chile: el dominiosobre las pasturas naturales de la cordillera de Los Andes, o «potreros dela Cordillera»7. Finalmente, el arbitraje de la corona británica ratificó en1900 el dominio a la Argentina. Sin embargo hasta la actualidad, cientosde pastores, en su mayoría provenientes del sector chileno, afluyen alos valles interandinos del departamento de Calingasta, en San Juan. Seinstalan durante los meses de verano con rebaños de cabras y producenquesos exportados a través de puertos del vecino país.

    En uno de los escasísimos comentarios publicados recientemente sobreel tema, un comandante de Gendarmería calificaba de «vacío geopolítico»e «irregularidad jurídica» al consuetudinario nomadismo estacional de lospastores chilenos en los altos valles: «vacío geopolítico en la amplia zonacomprendida entre la cordillera de Los Andes, que es el límite con Chile,y la cordillera frontal, donde se producen las denominadas veranadas, conuna ocupación pacífica de numerosos chilenos que ejercen dominio enpleno territorio argentino» (La Nación, 31/7/92: «Gobierno»: 10). Bajo elsubtítulo «Valles ricos» se informa que los mismos abundan en pasturasentre diciembre y marzo y allí desarrollan actividades «ganaderos» de

    7 Según Varela (1899), en 1872 se resuelve la división en Magallanes pero se deja delado el problema principal entre los sometidos al arbitraje de la Reina Victoria, losvalles o Potreros de la Cordillera: «los Potreros de la cordillera, como se llamaba enel lenguaje diplomático de esa época a esos territorios situados entre las cumbresy las bases de la cordillera» (Varela, 1899: 52).

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    la provincia de Choapa, en la cuarta región de Chile. En los 320 km de

    frontera del departamento con Chile, hay más de sesenta pasos por losque pasan los «arrieros», actividad ilegal que desbalancea la dinámica dela región y amenazaría el dominio nacional. «El departamento de Calin-gasta tiene una superficie de 2.603.698 has., de las cuales 1.602.000 sonde ocho propietarios chilenos, y 1001.698 de seis argentinos» MientrasCalingasta tiene 7.735 habitantes, en 1975, por ejemplo, habrían ingresadoen los valles calingastinos 3.000 chilenos y 387.765 cabezas de ganado.

    Esta preocupación parece calcada de la que hace más de un sigloplanteaba el historiador sanjuanino Nicanor Larraín (1906 [1872]. Refiereque hasta esa fecha, los ganaderos chilenos invernaban gran cantidad dehacienda vacuna en pastos naturales ubicados en los valles interandinos:«En cuanto a los límites del poniente, el gobierno de Chile, prevalido denuestra indolencia y en la necesidad de dar ensanche a sus poblaciones,ha hecho varias tentativas para establecer su dominio sobre el Valle de losPatos [epicentro de los Valles Interandinos]» (Larraín, 1906: 321).

    ¿Qué sucedió entonces para que, a pesar de la relativa permanenciade esta vasta red de intercambios y actividades en el área fronteriza, suexistencia haya sido sustancialmente «borrada» de los discursos y ansie-dades oficiales, de la prensa, o del decir académico, tanto en los planosnacional, como provincial y local? En este trabajo sostenemos la hipótesisde que la «invisibilidad» de dichos colectivos y dinámicas sociales, e in-cluso de ámbitos geográficos, que nos ocupan responde en gran medidaa la efectiva inscripción cultural, hacia fines del siglo XIX, de ciertas

    imágenes y teorías sobre la relación entre territorio, poblaciones, Estado yproceso civilizatorio. La elipsis en el «cuerpo nacional» de las poblacionesseminómades y la dinámica de la producción y comercio transcordille-ranos, se vincularían a la persistencia de estos imaginarios, construidossobre complejas tensiones teóricas, supuestos epistemológicos y efectosde verdad decimonónicos. En particular, creemos que las razones de esta«invisibilidad» podrían deber mucho al proceso de sustancialización delas comunidades nacionales argentina y chilena. En términos de Alonso(1994), la sustancialización es una operación por la cual las comunidadesnacionales, si bien imaginadas (Anderson, 1990), tienden a imaginarsecomo cosas, como objetos tangibles («materiales») cuya sustancia seperpetúa en el espacio y a través del tiempo. De modo característico, este

    imaginario se articula como un cuerpo, amalgama de territorio, historiay población la operación de Nation Building  (Alonso, 1994; Williams,1993). En este proceso, las comunidades, como las historias nacionales,

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    «ocultan sus hermenéuticas» (Alonso, 1989); organizaciones en gran

    medida contingentes se diseñan como necesarias o deudoras de un ordennatural. Lo que hubo de «arte» se inscribe finalmente como «facto».

    Pero si estas sustancializaciones han sido operadas por el «habla per-manente» mediante la cual los Estados configuran identidades, borran ycrean particularismos (Corrigan & Sayer, 1985), su lengua no es ni ha sidoindependiente de otros «idiomas» globales por los cuales se operaron talessustancializaciones en la formación de Estados-nación desde la segundamitad del siglo XIX. El concepto e imagen de «frontera natural» es untópico fundamental de la «cultura transnacional de nacionalismo» finise-cular (Alonso, 1994), cuya efectividad ha sido ampliamente explotada enlos discursos que legitimaron la frontera argentino-chilena en Los Andes.

    En la etapa principal de la demarcación fronteriza, en el acuerdo de1881 y el arbitraje británico de 1900, ambos países aceptaron (o mejordicho construyeron o consensuaron) la postal de la muralla andina. Porencima de los intereses contrapuestos y las disputas restringidas a ciertostramos de la demarcación, se consideró fuera de toda duda que la cordi-llera constituía el asiento natural, predeterminado, para ubicar el límitepolítico de ambos Estados (Frontera argentino-chilena..., 1902; Exposiciónde Chile..., 1902; Varela, 1899)8.

    Este consenso, su vínculo con teorías en boga entre los intelectualesorgánicos europeos de la época y en especial su utilización por parte dela diplomacia argentina, es apreciable en las citas que encabezan esteartículo. Las fronteras entre Estados debían tener fundamento ideal en

    la existencia de características del terreno que funcionasen como obstá-culos al desplazamiento y tránsito. La existencia de fronteras naturalessupone complementariamente que existirían territorios naturales, cuyaspropiedades «se asocian a aquellas de la Nación y del Estado para formarla suma de las características generales del Estado» (Ratzel, 1988: 158).

    Uno de los mejores ejemplos que encuentra el autor es, precisamente,el que rescatamos en el encabezado de este capítulo y que atañe en formadirecta a este análisis: el de la definición de la frontera entre Argentina yChile en la cordillera de Los Andes y, especialmente, de la «reunión» a laArgentina de los territorios de San Juan y Mendoza. Es, según el autor, el

    8 También para el concierto internacional contemporáneo —como para el destacadogeógrafo «orgánico» europeo Friedrich Ratzel (1988: 166)—, el caso constituyóun paradigma del concepto de frontera natural  que, como veremos, fue uno de losprincipales argumentos que operaron en la construcción de la frontera argentino-chilena.

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    mejor ejemplo geográfico-político que demostraría el triunfo de la natura-

    leza sobre las «divisiones artificiales» de la administración colonial espa-ñola basadas en los azares del descubrimiento y la conquista de América.

    El concepto de frontera natural ha sido efectivamente una herramientateórica central en la legitimación de territorialidades estatales. Sin embargo,sería equívoco asimilar su éxito solo a la lógica de los modernos Estadospor la fijación territorial (como así también poblacional, lingüística, etc.)que ha sido una de las características más observadas en el estudio de losEstados nacionales. Más bien fue un elemento clave en la compleja retóricaque en la época se elaboraba para justificar la necesidad, no tanto de lafijación, sino de la expansión territorial de los Estados europeos. Es tam-bién con esta segunda implicación que fue reutilizado por elites políticase intelectuales fuera de Europa para la propia colonización «interna» deterritorios de nacientes Estados nacionales cuya construcción orientaban.

    Numerosos investigadores han aceptado como características prin-cipales de las modernas comunidades nacionales —siguiendo la conoci-da fórmula de Bennedict Anderson (1990)— al modo en que estas sonimaginadas como territorialmente limitadas e internamente homogéneas(en lo cultural, «poblacional», político, etc.). Se acepta también que estasnaciones se consideraron como una amalgama de territorio y población,sancionada por tradiciones construidas que particularizaban el tiempo y elespacio nacional, territorializando el tiempo y temporalizando el espaciopor obra de narrativas esencializadoras de un «cuerpo» nacional. Comoresume Ana María Alonso: «La matriz espacial materializada en la opera-

    ción del sistema estatal estructura el imaginario de persona [nacional] delmismo modo que un lugar. La delimitación de la nación como un sujetocolectivo, como un súperorganismo con una única esencia biológica-cultural replica el cercamiento del territorio nacional. Tropos de espacioterritorializado son articulados con tropos de sustancia en el imaginariode cuerpos nacionales colectivos o individuales» (Alonso, 1994: 384)9.

     Acentuando esta propensión del Estado-nación a «fijar» sus cuerpos,los estudios de la construcción de Estados-nación modernos han hechohincapié en lo que Alonso expresa como la «metafísica sedentaria del na-cionalismo [que] posibilita que el desplazamiento territorial sea visto comopatológico, como una desorientación moral» (Malkki, en Alonso, 1994:395, el énfasis es nuestro). Sin embargo, como refiere Mark Bassin (1987),

    aunque en el siglo XIX el concepto de la nación territorialmente limitada

    9  Nuestra traducción, al igual que el resto de las citas provenientes de textos enidioma inglés o francés que se encuentran en este trabajo.

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    y socialmente homogénea como ideal de comunidad política predominaba

    entre las elites europeas, su interpretación de las dinámicas concretas dedichos procesos de formación no estaba exenta de contradicciones.

    En la época en que se consolida el Estado-nación argentino (desde1870), se producía paralelamente el proceso de máxima expansión co-lonial de los Estados europeos a escala mundo. Junto a esa «metafísicasedentaria» se imponía conjuntamente la del ilimitado expansionismoultramarino, no necesariamente guiado por consideraciones económicas,sino por una geopolítica expansionista que impulsaba a la apropiaciónde territorios. La noción de un cuerpo político constituido por un pueblosoberano ocupando su territorio nacional propio fue violada por la ins-talación de un imaginario de darwinismo geopolítico entre Estados, quepropugnaba que su salud y favorable evolución radicaba en la capacidadde generar un permanente corrimiento de sus fronteras incorporandoterritorios: el que no crece, es absorbido o desaparece.

    Creemos que comprender esta coyuntura (la tensión entre las dosmetafísicas) es útil para explorar el proceso de sustancialización territorialargentino y chileno, y, en particular, la inscripción de la cordillera de LosAndes como una frontera natural en los imaginarios nacionales. A este res-pecto, son ilustrativas las teorías de Friedrich Ratzel sobre la naturaleza ala vez territorial y móvil de los Estados, nacida en la necesidad de legitimarla expansión imperialista «exterior» o «interior» de Estados nacionalesrespecto de postulados ideales de Estados fijos, limitados y homogéneos.

    Sus postulados se corresponderían de un modo significativo con la

    forma en que se produjo y se legitimó el proceso de colonización «interna»del Estado argentino hacia el último cuarto del siglo XIX: «A los ojos dela geografía política, cada pueblo constituye un cuerpo viviente establecidosobre un suelo por esencia inmueble, donde obtiene su subsistencia y sobreel que tiene vínculos afectivos. Su cuerpo está estirado sobre una parte dela superficie terrestre y se mantiene separado de otros cuerpos, igualmenteextendidos, por los espacios entre ellos o por las líneas fronterizas ideales.Los pueblos son constantemente trabajados por movimientos internos,que se manifiestan al exterior por el hecho de que una parcela de terrenoes investida o abandonada. Da la impresión de que el pueblo se mueve enavance o retroceso como una masa líquida. (...) La historia de la humani-dad, como la de los animales y de las plantas, se articula como una serie

    de movimientos y contramovimientos. En todos los aspectos de la vida,movimientos activos y movimientos pasivos tiene lugar (...) Reflujos y

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    dispersiones no son propias solo de los nómades (...) los pueblos no deben

    representarse como realidades fijas» (Ratzel, 1988: 89-90).La antropogeografía —disciplina creada por este destacado geógra-

    fo alemán— consideraba que la sociabilidad humana estaba regida porleyes análogas a las del comportamiento de las especies naturales. Sinembargo, esta organicidad no era pensada, como habitualmente lo es enla sociología clásica, en tanto explicación de la totalidad social como unconjunto de funciones o instituciones que adquirían sentido (y necesidad)en la concepción de la sociedad como un cuerpo. Más bien las analogíasbiológicas de Ratzel apuntaban a explicar la constitución de unidadespolíticas y territoriales humanas como rasgo del comportamiento naturalde grupos homogéneos de una especie viviente, como bosques, manadas ocardúmenes (Bassin, 1987). Estos ocupaban un determinado territorio y sucrecimiento suponía la necesidad de más territorio a expensas de gruposmás débiles. Concebidos al modo de especies o subespecies, este cuerpocolectivo, el pueblo, estaba integrado o tendía a evolucionar fatalmenteen una unidad social-biológica-territorial: el Estado Y su único modo dealcanzar esta etapa y escapar a la amenaza, en perenne suspenso de pere-cer, restaba en la lucha contra las otras por ocupar el territorios, como elnicho ecológico del cual depende su supervivencia.

    El concepto de lebensrawm (más conocido como «espacio vital») seimpuso en esta perspectiva como la legitimación del crecimiento territorialde los Estados. Cada pueblo-Estado en desarrollo necesitaba crecer enterritorio para cubrir sus crecientes necesidades; no solo de reproducción

    biológica o social del pueblo o los particulares, también (y especialmente),necesidades trascendentes de los propios Estados en tanto superorganismospolíticos-biológico-culturales en constante evolución: el Estado exitoso(incluso la condición de su desarrollo cultural) sería aquel que tuviera opudiera acceder a un grossrawm, un territorio de gran tamaño que no sepodía obtener en ámbitos «saturados» de dominios estatales como Europa.Aquellos que no lo tenían, debían alcanzarlo en primer término en áreasmundiales fuera de la soberanía de los Estados. El grossrawm implicabaque todo espacio terrestre tenía un valor geopolítico, aunque más no fueraen la previsión de la futura competencia por el espacio. En este sentido, eléxito de la formación y permanencia de los Estados dependía del continuocrecimiento territorial. La salud política radicaba en la «movilidad» de los

    pueblos: «En ella reside la fuerza política más elemental. Cuanto más móviles un pueblo, antes ocupa el espacio. De la permanencia del movimientodepende la duración de sus efectos» (Ratzel, 1988: 84).

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    Si la construcción de comunidades nacionales articuló el cercamiento

    del territorio con el imaginario de un cuerpo nacional (Alonso, 1994), conel doble «propósito» de producir sentidos de homogeneidad nacional haciael interior y alteridad nacional hacia el exterior, este proceso implicabatambién definir «exteriores» e «interiores» políticamente legítimos. Perola fijación acabada de los límites a la soberanía debía alcanzarse, en lateleología del proceso civilizatorio, en un mundo saturado de soberaníasestatales. No solo era necesario alcanzar un límite unívoco e inmutable.Era necesario, también, que este separase los Estados de otros Estados, node cualquier otro agregado social. La transformación de todo el espacioterrestre en territorios estatales implicaba entonces un perenne corrimientode las fronteras, en el que poblaciones hasta ayer consideradas «fronterasafuera» debían ser sujetadas, eliminadas o al menos «olvidadas» en laprogresión estatal.

    ¿Pero cómo se explicaba, en la óptica de una «metafísica sedentaria»,la esencialidad del límite territorial del Estado y la homogeneidad de lacomunidad nacional si los Estados se expandían constantemente, y gruposheterogéneos, considerados hasta ayer como otros externos, quedabanincorporados dentro del cuerpo estatal-nacional?

    N

    «[los teóricos de la antropogeografìa de Ratzel] se han visto inducidosa ver las cosas desde un punto de vista muy particular, atribuyendo alfactor telúrico una preponderancia casi exclusiva. En lugar de estudiar losdiversos elementos del sustrato material de las sociedades, han atribuidoa ese factor (el suelo) no se qué grado de eficacia perfecta» (Mauss, 1979[1904]: 362).

    El conjunto de las teorías de Ratzel sobre la territorialidad estatalse sostiene sobre el concepto de que la dinámica de los pueblos posee unfundamento físico, al que debe sus impulsos determinantes. Los gruposcohabitan a lo largo del tiempo en un espacio terrestre; luego, este inscribesu impronta y moldea su carácter, determinando la generación de lazosindivisibles entre los integrantes, que ulteriormente se constituían como pueblos con una distintiva esencia colectiva.

    Pero como hemos visto, para Ratzel los pueblos y los Estados se

    caracterizaban por su constante movilidad. Y la movilidad y expansiónterritorial de los Estados marca una etapa superior a la de los Estadosnacionales «fijos», precisamente porque tienden a eliminar sus configu-

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    raciones territoriales «anómalas» producto de una historia política plena

    de arbitrariedades y conflictos. Los Estados están así contenidos a menu-do por «fronteras artificiales» que no se corresponderían con el naturaldesenvolvimiento de los pueblos en el espacio terrestre. Ellos pueden ydeben crecer.

    El concepto de frontera natural  se constituyó así en una de las princi-pales claves para la legitimación del crecimiento de los Estados colonialesdesde fines del siglo XIX. De acuerdo a él, ciertas características del terreno,como cadenas de montañas, ríos y costas, por considerarse obstáculosfísicos al movimiento de los pueblos, señalarían el locus apropiado parala ubicación de los límites entre Estados. Lo novedoso de la utilizaciónpor Ratzel de esta figura radica en la concepción de que los accidentesgeográficos poseen esta cualidad de frontera en forma potencial, la quees activada por el desarrollo de los Estados en su avance por el espacioterrestre. También el hecho de que el desarrollo de la territorialidaddel Estado y la articulación de sus fronteras puede ser científicamenteexplicado en base a la configuración física del terreno. Vale decir, por unlado el «nomadismo de Estado», en tanto responde a leyes naturales, eslegítimo desde el punto de vista científico, y por el otro, puede verificarsela validez de su despliegue territorial en base a la tendencia a adecuarsea lo que podríamos denominar una función latente del paisaje. A esterespecto, de la mano de Ratzel nos adentramos en las coincidencias entresu concepción de «valores político-geográficos» respecto del caso de lafrontera andina.

    Explicando la formación de nuevas fronteras entre Estados, el autorseñala que el valor de la cordillera como frontera natural es activado porla expansión de ambos Estados en la Patagonia en el último cuarto delsiglo XIX (Ratzel, 1988: 125). Específicamente, el hecho de que esta seadefinida como una región sin valor político la muestra como caso límiteque prueba la existencia de fronteras naturales, aun en ámbitos ajenosal dominio estatal efectivo, y cuya potencialidad comienza a realizarseprecisamente por su expansión.

    Pero las fronteras naturales son aquellas que en virtud de la con-figuración del terreno no poseen este tipo de «valores», es decir, no re-presentan un valor ofensivo-defensivo positivo o negativo, y la relaciónentre sus fuerzas centrífugas y centrípetas es equilibrada. Es la situación

    que Ratzel adjudica de modo general al «suelo políticamente pasivo» delas montañas y los desiertos. En especial a la montaña: «No es por puranecesidad material que los Estados detienen su crecimiento en la cresta

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    de las montañas. Se obligan deliberadamente, encontrando en su relieve

     pasivo una buena zona de demarcación con el país vecino. En este sentido,la montaña constituye verdaderamente una frontera natural» (Ratzel,1988: 101-102).

    Así como Ratzel consideró un triunfo de la frontera natural la separa-ción de Cuyo del territorio chileno, la ocupación de la Patagonia fue para éltambién un caso paradigmático. Considerada «sin valor político» —comoun desierto en las argumentaciones e imaginarios decimonónicos de la eliteargentina— las negociaciones del límite argentino-chileno en Los Andes,luego de la ocupación territorial de la Patagonia confirmarían la reglade que los valores naturales orientaban potencialmente la configuraciónterritorial. Es decir, cuando, pese a la ausencia de valor político, un valorgeográfico era activado por la expansión de los Estados en la procura desu grossrawm y lebensrawm10.

    Es a partir del concepto de valor geográfico que podemos diferenciarcon mayor claridad dos nociones de frontera cuyas implicancias son biendistintas en la geografía política ratzeliana. La frontera como frontier,y la frontera como boundarie, o, más precisamente, linear boundarie11.

    Por un lado, la frontera es el «órgano periférico del Estado, el vector desu crecimiento, como así también de su consolidación y en ella se producensolidariamente todas las transformaciones del organismo. (Ratzel, 1988:120)». Aquí, la frontera es el lugar donde se produce la expansión, dondeel Estado procura alcanzar su  grossrawm e integrar su lebensrawm, esdecir, un potencial o real frente de batalla con otros grupos o Estados que

    detenten el dominio territorial en las áreas destinadas al crecimiento. Estoes lo que se denominó, en la geografía política, frontier (Sahlins,1989), ycaracterizó por ejemplo la zona de «contacto» entre el dominio colonialy luego criollo y el área bajo dominio de grupos aborígenes en Patagonia,Pampa, y más tarde en el Chaco12.

    10  En tanto, la factibilidad del Estado de ocupar su lebensrawm se incrementa enforma directa con el hecho de que ya posea un territorio de gran tamaño apropiadoal desarrolllo de un Estado moderno ( grossrawm), factor que debe estar unido,claro está, a la capacidad de «movilidad» de su pueblo.

    11  Al igual que en la mayoría de los textos en español sobre el tema, ante la ausenciade una traducción precisa de estas categorías optamos por mantenerlas en su lengua

    original.12  En términos de «valores político geográficos», podríamos considerar que la fronteracomo frontier tiende a articularse sobre la ocupación de puntos de la superficieterrestre que poseen un valor ofensivo y defensivo positivo. En caso de ser «laten-tes», la ocupación estatal propende a su realización.

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    La frontera como boundarie es una noción moderna, radicalmente

    diferente, que alude a los límites políticos abstractos entre Estados,simbolizados por líneas imaginarias proyectadas sobre la superficie terrestre.Más apropiadamente llamado linear boundarie, era considerado el últimoeslabón en el proceso de progresiva abstracción o «descorporización» delas fronteras estatales, y por definición solo podía separar dos Estadosentre sí.

    Lo interesante es que el concepto de frontera natural tal cual fueelaborado por Ratzel era funcional tanto a la teoría del «nomadismo» delEstado, como al ideal de fijación de sus límites. La frontier como fronteraen movimiento se explicaba como un momento en la evolución hacia linearboundaries, que debían asentarse en las neutrales fronteras naturales. Alproducirse este movimiento, el territorio «intermedio», y ambiguo, exteriora la frontier, y las poblaciones y sociedades que lo habitaban, debíanquedar fatalmente incorporados al dominio de algún Estado.

    Debemos comprender la escalada en la definición de la fronteraargentino-chilena hacia fines del siglo pasado, desde una doble perspectivafinisecular: por un lado, las fronteras ideales de un Estado moderno nodebían ya separar la civilización de la barbarie, sino la civilización dela civilización. Transformarse en un límite político común, respecto deun otro político  equivalente, es decir otro Estado reconocido con undominio legítimo. Por el otro, la adquisición de tierras hasta el momentoconsideradas improductivas, tenía un sentido estratégico en sí mismo, enrelación a la competencia con otros Estados.

    El investir al área cordillerana como asiento natural del boundarie interestatal, legitimaba la colonización «interna» del área aborigenincorporando o exterminando su población. Argentina y Chiledesarrollarían su lebensrawm en la Patagonia. La definición de la líneafronteriza en la cordillera se efectiviza como corolario de este proceso, en eltratado de 1881, inmediatamente después de las denominadas «Campañasal desierto» en la ocupación de la Patagonia.

    La institución de la cordillera de Los Andes como una «fronteranatural» fue, en la construcción del Estado-nación argentino, un aspectocentral de la transformación de lo que hasta el momento era consideradouna frontier de la civilización respecto del mundo «bárbaro» o «abori-gen», al intento de definir sus límites como linear boundarie entre Estados

    soberanos.Sin embargo, grupos que continuaron habitando la cordillera, cruzán-

    dola sin posibilidad de control a través de los valles y pasos, planteaban

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    una realidad difícil de asumir en el imaginario de la «saturación» de la

    territorialidad y soberanía estatal.La naturalización de la cordillera exageró su cuadro de tierra yerma,

    helada y empinada, expulsando de la «conciencia» nacional la existenciade personas, intercambios, usos económicos y habitabilidad.

    En el volumen con láminas y fotos que acompaña la Exposición Ar-gentina... (1902), hallamos una carátula compuesta por una imponentefoto desplegable de la cordillera, que sintetiza el trabajo discursivo de laagencia diplomática en este proceso, así como su carácter inacabado. LaLámina VI (414), a modo de carátula ubicada en los comienzos del tomo,constituye un interesante ejemplo de una retórica de la imagen y la palabra.Con el título «Límite natural argentino-chileno», una foto varias veces des-plegable (el libro ya es grande) nos muestra la mole del Aconcagua en mediode una cadena de montañas que parece, efectivamente, un muro gigantesco.Una aparatología de citas intenta mostrar que en algo están de acuerdo tantolos peritos y estadistas argentinos y chilenos, como los árbitros: la cordilleraes impasable, y el límite entre los Estados debe buscarse en este obstáculonatural, insoslayable, evidente. Al pie de la foto se reúnen expresiones de«estadistas chilenos», como las siguientes: «Las formidables barreras que lanaturaleza ha puesto entre ambas provincias», «La espesa y empinada cordi-llera de Los Andes extendida de norte a sur como una muralla gigantesca»,«Mole inmensa de nieve y granito (...) se alzará siempre majestuosa y casi inabordable para los ejércitos que contrariando los designios de Dios y lasindicaciones del destino manifiesto de ambos pueblos pretendan remontarla

    con fines de predominio y ambición».Sin embargo, como contrariando los designios de Dios y el destino

    manifiesto de los pueblos, podemos hallar, en el mismo texto, tímidas yescondidas presencias humanas en este nuevo «desierto». Bien abajo seindica la posición que indica el «estar allí» testimonial del fotógrafo; unafrase reza: «Panorama tomado desde el portezuelo de los contrabandistas».

    En el casi que relativiza lo inabordable de la cordillera, y los contra-bandistas que se cuelan por la muralla de nieve y granito, los «pueblos» sindestino se hacen presentes en la frontera, bajo la mirada del silencio.

    C

    Si, como dice Ana María Alonso, la construcción de comunidadesnacionales desde mediados y fines del siglo XIX articuló el territorio esta-tal con el imaginario de un cuerpo nacional, con el doble «propósito» de

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    producir sentidos de homogeneidad nacional hacia el interior y alteridad

    nacional hacia el exterior (Alonso, 1994), este proceso implicaba definir«exteriores» e «interiores» políticamente legítimos. La propia necesidadde legitimar con un vocabulario científico los bordes de estos nuevoscuerpos fue central en la articulación de los Estados nacionales. Pero estatransformación de todo el espacio terrestre en territorios estatales, quedebía culminar en la teleología civilizatoria con un mundo saturado desoberanías estatales, implicaba la necesidad de un perenne corrimientode las fronteras, en el que poblaciones hasta ayer consideradas «fronterasafuera» debía ser sujetadas, eliminadas o al menos «olvidadas» en la pro-gresión estatal. El concepto de frontera natural, en este sentido, ha sidooperativo en los discursos legitimadores tanto de la fijación como de laexpansión territorial de los Estados nacionales.

    Los sujetos colectivos, dinámicas sociales, e incluso ámbitos geográfi-cos, que nos ocupan, se tornaron «invisibles» aunque no necesariamentedesaparecieron. Tampoco lo hicieron sus dinámicas por la efectiva ins-cripción cultural, hacia fines del siglo XIX, de ciertas imágenes sobre larelación entre territorio, poblaciones, Estado y proceso civilizatorio.

    Los efectos de la construcción de la frontera argentino-chilena enLos Andes gravitaron en los sentidos de pertenencia nacionales y en lasprácticas estatales. Pero también afectaron a la consideración, no solo dela identidad, sino de la propia entidad de grupos y dinámicas regionales.La relativa «elipsis» en el cuerpo de la nación de poblaciones seminóma-des y el intercambio transcordillerano, se vincularía en gran medida a la

    persistencia de estas complejas tensiones teóricas y políticas, supuestosontológicos, y efectos de verdad que permitieron naturalizar de un modotan eficaz la frontera argentino-chilena, como aspecto de la sustancializa-ción, en gran medida conjunta, de ambos Estados nacionales.

    R

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