el revolucionario sincero chico xavier
DESCRIPTION
EL REVOLUCIONARIO SINCERO (CHICO XAVIER)TRANSCRIPT
EL REVOLUCIONARIO SINCERO
Chico Xavier
(Jesús en el Hogar)
En el curso de las aclaraciones domésticas, Judas conversaba, entusiástico,
sobre las anomalías de gobernar el pueblo, y, exaltado, decía de las
probabilidades de una revolución en Jerusalén, cuando el Señor comentó, muy
calmo:
— Un rey antiguo era considerado cruel por el pueblo de su patria, a tal punto
que el principal de los profetas del reino fue invitado a comandar una rebelión
de grande alcance, para que lo arrancase del Trono.
El profeta no creyó, al inicio, en las denuncias populares, pero la multitud
insistía. “El rey era duro de corazón, era mal señor, perseguía, usurpaba y
azotaba a los vasallos en todas las direcciones” — se clamaba desabridamente.
Fue así que el conductor de buena fe se inflamó, igualmente, y aceptó la idea de
una revolución como único remedio natural y, por eso, la articuló en silencio,
con algunos centenares de compañeros decididos y corajudos. En la víspera del
acometimiento, sin embargo, como poseía segura confianza en Dios, subió a la
cumbre de un monte y rogó la asistencia divina con tanto fervor que un Ángel
de las Alturas le fue enviado para una conversación de espíritu a espíritu.
Delante del emisario sublime, el profeta acusó al soberano, aseverando cuanto
sabía de oídas y suplicando la aprobación celeste al plan de la revuelta
renovadora.
El mensajero constató su sinceridad, lo escuchó con paciencia y aclaró: — “En
nombre del Supremo Señor, el proyecto será aprobado, con una condición.
Convivirás con el rey, durante cien días consecutivos, en su propio palacio, en la
condición de siervo humilde y fiel, y, terminado ese tiempo, si tu conciencia
perseverare en el mismo propósito, entonces le destruirás el trono, con nuestro
apoyo.”
El jefe honesto aceptó la propuesta y cumplió la determinación.
Simple y sincero, se dirigió a la casa real, donde siempre había acceso a los
trabajos de limpieza y se situó en la función de apagado servidor; sin embargo,
tan pronto se colocó al servicio del monarca, reparó que él nunca disponía de
tiempo para las menores obligaciones alusivas al gusto de vivir. Se levantaba
rodeado de consejeros y ministros impertinentes, era atormentado por
centenares de reclamaciones de hora en hora. En su calidad de padre, era
privado de la ternura de los hijos; en la condición de esposo, vivía distante de la
compañera. Además, era obligado frecuentemente a perder el equilibrio de la
salud física, en vista de banquetes y ceremonias, excesivamente repetidos, en
los cuales era compelido a oír toda suerte de mentiras de la boca de súbditos
aduladores e ingratos. Nunca dormía ni se alimentaba en horas ciertas y,
donde estuviese, era constreñido a vigilar las propias palabras, siendo vedada
a su espíritu cualquier expresión más demorada de vida que no fuese el
artificio a sofocarle el corazón.
El orientador de la masa popular reconoció que el imperante más se asemejaba
a un esclavo, duramente condenado a servir sin reposo, en plena soledad
espiritual, ya que el rey no gozaba ni de la facilidad de cultivar la comunión con
Dios, a través de la plegaria común.
Terminado el plazo establecido, el profeta, radicalmente transformado,
regresó al monte para atender al compromiso asumido, y, notando que el Ángel
le aparecía, durante las oraciones, le imploró misericordia para el rey, de quien
se compadecía ahora sinceramente. En seguida, congregó al pueblo y notificó a
todos los compañeros de ideal que el soberano era, quizá, el hombre más
torturado en todo el reino y que, en vez de la ansiada insumisión, les competía,
a cada uno, mayor entendimiento y más trabajo constructivo, en el lugar que
les era propio dentro del país, a fin de que el monarca, de sí mismo tan
esclavizado y tan desdichado, pudiese cumplir sin desastres la elevada misión
de que fuera investido.
Y, así, la rebeldía se convirtió en comprensión y servicio.
Judas, decepcionado, parecía ensayar alguna ponderación irreverente, pero el
Maestro Divino se le anticipó, hablando, incisivo:
— La revolución es siempre el engaño trágico de aquéllos que desean
arrebatar a otro el cetro del gobierno. Cuando cada servidor entiende el deber
que le cabe en el plan de la vida, no hay disposición para la indisciplina, ni
tiempo para la insumisión.