el príncipe de tarsis - editexebooks.es de tarsis.pdf · colmillos de fiera. el muchacho empezó a...

22
El príncipe de Tarsis Antonio Sánchez-Escalonilla

Upload: lybao

Post on 04-Mar-2018

218 views

Category:

Documents


3 download

TRANSCRIPT

Page 1: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

El príncipe de Tarsis

Antonio Sánchez-Escalonilla

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 1

Page 2: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 6

Page 3: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

Muy a su pesar, Héctor llevaba el nombre de un héroe

perdedor.

Y nadie podía convencerle de lo contrario pues, a sus trece años,

había navegado infinidad de veces por las páginas de la Ilíada y, al

revivir las luchas entre aqueos y troyanos, terminaba topándose

con el destino trágico del príncipe, hijo de Príamo. A través del

cantar de Homero, la imaginación de Héctor se trasladaba a los

muros de Troya y de repente el muchacho se veía junto a los

defensores de la ciudad. Alguna vez había derramado lágrimas

mientras escuchaba el llanto de las mujeres por los soldados caí-

dos al pie de la muralla. Y las cargas de la infantería enemiga, y el

martilleo de las luchas a espada, y los cantos de victoria, y el bullicio

de un combate a muerte…

Todo aquello había sucedido tres mil años atrás, ante los ojos de

los dioses griegos. Los de Héctor parpadeaban temerosos con

cada chispazo provocado por el choque de los aceros, con cada

ráfaga de viento que, caliente y humeante, atravesaba las velas

incendiadas de la flota aquea. Hubiera querido entonces comba-

tir junto a las huestes del rey Príamo y defender una ciudad glo-

riosa que, en los mapas de la actual Turquía, sólo figuraba como

una ruina. Se ceñiría con rapidez una coraza de metal, cubriría su

7

1

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 7

Page 4: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

cabello castaño con un yelmo de penacho largo, y empuñaría laespada de un troyano muerto para luchar codo con codo junto aEneas, Paris y los demás héroes.

Pero las palabras iniciales de la Ilíada eran como una sentencia fatal:

Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infi-

nitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de

héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves.

Desde la primera línea de la Ilíada, Homero ya mencionaba aAquiles, el vencedor de Héctor. El muchacho conocía de sobra eltriste final del héroe. El capitán aqueo tomada el cadáver de suenemigo y, poseído de una furia incontenible, montaba sobre sucarro para arrastrar el cuerpo de Héctor alrededor de Troya, una yotra vez, ciego por la venganza.

La luz amarillenta de una farola iluminaba débilmente el libro quesostenía en las manos. Sentado junto a la ventana de su cuarto, elchico leyó una vez más las terribles palabras de Homero. El cielotronó y un rayo súbito rasgó la penumbra.

Le horadó los tendones detrás de ambos pies desde el tobillo hasta el

talón; introdujo correas de piel de buey y le ató al carro, de modo que la

cabeza fuese arrastrando; luego, recogiendo la magnífica armadura,

subió y picó a los caballos para que arrancaran y éstos volaron gozo-

sos. Gran polvareda levantaba el cadáver mientras era arrastrado.

Si pudiera cambiar la historia, Troya no estaría reducida a pavesas yquizás el nombre de Héctor se recordaría de otro modo. Pero demomento, su vida no había sido precisamente heroica. La pasióndel muchacho eran los héroes de la antigüedad. Teseo, el vencedordel Minotauro en el laberinto de Creta. Hércules, el destructor de lahidra de Lerna, la monstruosa serpiente de siete cabezas. Perseo,terror de la gorgona Medusa, que convertía en piedra a quiensufría su mirada.

Héctor trató de compararse por un instante con aquellos campeo-nes y se sintió ridículo. En el fondo, tan sólo era un muchacho sinpadre y sin hermanos, con el típico aspecto desgarbado de losestudiantes de tercero de ESO. Sus amigos habían quedado atrás,

8

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 8

Page 5: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

en el pueblecito marinero donde aprendió a contemplar las estre-llas. Aquel chaval rubicundo de ojos verdes y mejillas curtidas por labrisa del Atlántico, recién llegado a Madrid, podía cerrar los ojos yrecordar de memoria los nombres de las constelaciones. Lebastaba con seguir la línea del Zodiaco –Cáncer, Libra, Virgo,Escorpión...– y de repente aparecían las familias de estrellas a unoy otro lado del firmamento.

Cerró el libro y tomó en sus manos un planisferio celeste, elúltimo regalo que había recibido de su padre. Giró el disco hastaque coincidió con la fecha del día y observó el aspecto que el cielodebía ofrecer a esa hora. Le hubiera gustado echar un vistazo a loshermanos de Géminis, en cuyas cabezas se encontraban sus dosestrellas favoritas, Cástor y Pólux. Pero desde aquella ventana sólo veíala fachada del Museo Arqueológico, una calle con el escaso tráficonocturno y un cielo sin estrellas. Madrid no era el mejor sitio para sal-tar de constelación en constelación, mucho menos en medio deaquella tormenta.

Un rayo formidable iluminó la calle por unos instantes, multipli-cando su fulgor en los charcos y en las paredes mojadas.

El edificio del Museo llamó entonces su atención. Héctor pegó lanariz al cristal. Era un caserón de dos plantas bastante altas, unpalacio repleto de ventanales que también albergaba la BibliotecaNacional en la parte trasera. Al otro lado de aquellos muros seencontraban los vestigios centenarios y milenarios de épocas pasa-das. Algunos eran incluso más antiguos que la propia Troya. Cual-quier otro chico de su edad hubiera bostezado de aburrimientocon sólo recordar los extraños nombres de civilizaciones pasadas:iberos, celtas, fenicios, tartesios… Egipto, Grecia, Roma… Numan-cia, Ampurias, Carthago Nova… Héctor no era muy aficionado a lahistoria, pero sabía que muchos de sus héroes favoritos estabanrepresentados en las viejas reliquias que acumulaban polvo tras lasvitrinas del Museo.

–Parece un lugar interesante para explorar –pensó.

Sus ojos se fijaron en la gran puerta del edificio. En un cartel se anun-ciaba una exposición titulada “Los visitantes del Mediterráneo”. Dos

9

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 9

Page 6: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

grandes estatuas montaban guardia permanente sobre la escalinata,

flanqueando el paso. De repente sintió la curiosidad de observarlas

mejor y se levantó para tomar sus prismáticos. Al incorporarse com-

probó que se le habían dormido los pies: eran las dos de la madru-

gada y había pasado casi tres horas en la misma postura, releyendo

sus pasajes favoritos de Homero. Héctor encontró los binoculares

en el fondo de un cajón, entre un lío de compact discs. Enfocó las len-

tes y buscó las estatuas. A pesar de la oscuridad, no tardó en recono-

cer aquellas siluetas oscuras: dos leones alados con rostro femenino,

tocadas con un casco de guerra.

–¡Esfinges! –exclamó con sorpresa.

Héctor conocía aquellos seres mitológicos a través de las ilustra-

ciones de sus libros, pero nunca había visto esfinges de semejante

tamaño, imponentes como crías de dragón. Un relámpago ilu-

minó la más cercana. Tenía las alas extendidas y las garras en ten-

sión, dispuesta a arrojarse sobre el primer insensato que osara

ascender por la escalinata. Su rostro, en cambio, era el de una

mujer impasible y fría, preparada para dispensar una muerte ins-

tantánea. Héctor sabía que el desdichado que se encontrara con

una esfinge se vería obligado a resolver un enigma, diversión favorita

de aquellos monstruos. Un error, una vacilación, un silencio por

respuesta y la aventura acabaría en ese momento.

El muchacho abrió la ventana y al punto penetró una fina lluvia,

seguida de un viento que le revolvió el cabello. Las gotas comenza-

ron a empapar su pijama. Héctor apoyó los codos en el alféizar y

giró la ruedecilla de los prismáticos hasta conseguir una imagen

cercana del rostro de la esfinge. Rugió un estampido y un nuevo

relámpago hizo brillar el rostro de bronce.

Lo que vio a continuación le dejó helado.

Los ojos femeninos de la esfinge comenzaron a llenarse de un

tenue resplandor rojizo, que poco a poco refulgió con la intensi-

dad de un láser. Héctor apretó los ojos contra el visor. Su respira-

ción se hizo más intensa. ¡La esfinge estaba cobrando vida! Lenta-

mente, el monstruo abrió su boca humana y mostró unos

10

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 10

Page 7: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentíaincapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge gemelatambién despertaron.

La lluvia arreció, y con ella la fuerza del viento. Uno, dos, hasta tresrayos iluminaron las cabezas de bronce. Los músculos de metal setensaron en sus cuellos y una de las esfinges adoptó una expresiónde crueldad, mientras giraba su rostro y recorría con la mirada lafachada de la casa de Héctor... hasta detenerse en su propia ven-tana.

¡Le estaba mirando!

Unos ojos incandescentes habían sorprendido a aquel chavalinsensato, que ahora se arrepentía de haber ido tan lejos en sucuriosidad para espiar donde no le llamaban. La esfinge permanecióasí durante unos segundos, con la cabeza vuelta hacia Héctor,ofreciéndole una expresión diabólica. El muchacho sintió que losojos del monstruo taladraban los suyos a través de las lentes.

Un trueno y un relámpago formidables asustaron a Héctor y losprismáticos cayeron de sus manos hacia la acera, donde se hicie-ron añicos. El chico dio un grito y la ventana se cerró con violencia.Los cristales se quebraron en varios pedazos que quedaron esparci-dos sobre el suelo del cuarto. En ese momento, la madre delmuchacho entró en la habitación y encontró a su hijo empapado ydescalzo, con el rostro lívido.

–¡Héctor! ¿Se puede saber que estás haciendo a estas horas?

Pero el chico se encontraba demasiado aterrado para explicar queacababa de tener un encuentro desagradable con la esfinge debronce del Museo. Se limitó a tartamudear mientras su madre seapresuraba a cerrar la ventana, bajar la persiana y barrer los cristales.

–No es momento de contemplar tormentas. ¡Bonita manera decoger una pulmonía!

Las palabras de su madre sonaban muy lejanas mientras se metíaen la cama, temblando a causa del frío y del miedo. Héctor parecíaflotar en un mundo de brumas livianas, incapaz de entender nada delo que había sucedido en los últimos cinco minutos.

11

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 11

Page 8: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

Cinco minutos que cambiarían su vida para siempre.

Héctor salió del ascensor y se colgó su mochila al hombro, dis-puesto a afrontar el tercer día de clase en el instituto. Para los demáscompañeros, Héctor todavía era el nuevo. Posiblemente algunosconversación con ninguno. Levantar la mano en clase para preguntaralgo le suponía un verdadero tormento. Y a menudo se distraíacuando un profesor se dirigía a él y escuchaba cuchicheos y risitasde burla a sus espaldas. ¿Por qué les divertía tanto su acento? Aquellaciudad grande, tan distinta de la villa de pescadores en que habíacrecido, se lo estaba poniendo muy difícil.

Comenzó a caminar sin levantar los ojos de la acera. Se habíapropuesto no mirar al otro lado de la calle para evitar la fachadadel Museo, pero a los pocos segundos se detuvo en seco. A suspies yacían los restos de sus prismáticos, destrozados parasiempre. Entonces pensó que quizás fuese mejor afrontar larealidad y comprobar si el nuevo día había puesto todo enorden. Las esfinges de bronce no se dedican a aterrorizar a lagente de bien. Aquello sonaba ridículo. Y ni corto ni perezoso,cruzó la calle y se aproximó a la verja del Museo Arqueológico,decidido a tranquilizarse con la vista de dos esfinges metálicasabsolutamente inertes. A lo largo de la noche se había desper-tado varias veces con el recuerdo de unos ojos amenazadores, yno estaba dispuesto a mantener la persiana de su cuarto bajadapara siempre…

Sus pensamientos cesaron en ese mismo instante.

Al otro lado de la valla contempló una muchedumbre que cubríala escalinata del Museo. La policía había acordonado el espacioque rodeaba las esfinges y el paso al edificio estaba prohibido.Dentro de la zona precintada, un grupo de señores enchaquetadosdiscutía acaloradamente, mientras varios expertos enfundados enbatas blancas entraban y salían entre la multitud, portando curio-sos instrumentos electrónicos. Algunos tomaban fotografías. Encasi todos los rostros, Héctor apreció la misma sensación deperplejidad.

12

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 12

Page 9: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

El muchacho traspasó la verja y se acercó a la escalinata. Con unpoco de suerte vería las esfinges, aunque de momento tan sólopodía escuchar las conversaciones:

–Una broma. ¡Tiene que tratarse de una broma pesada!

–Seguro que ha sido una banda de hooligans, como aquellos quese llevaron la mano de la Cibeles.

–Quizás forme parte de una campaña publicitaria. ¿Sabía algo eldirector del Museo?

–Está claro, diría que diáfano. Han robado las estatuas y las hanreemplazado por otras. ¿Valían tanto esos pedazos de bronceviejo?

–Creo que se equivoca de todas todas, amigo mío. Mi equipoacaba de confirmar que se trata de las mismas esfinges colocadasen 1895, cuando la reina María Cristina inauguró el edificio.

Héctor se detuvo al borde del cordón. Por fin, se abrió un huecoentre la muchedumbre y pudo contemplar una de las esfinges. Elmonstruo de metal permanecía en la posición de siempre, con susdos alas de grifo enervadas, las cuatro garras bien plantadas en supedestal… ¡y la cabeza completamente girada hacia la ventana desu cuarto! La esfinge estaba paralizada en la posición que adoptócuando la miró por última vez a través de los prismáticos. Al otrolado de la escalinata, su hermana gemela miraba al cielo plomizocon una mueca idéntica en el rostro. Las estatuas hubieran podidorugir y a nadie le habría extrañado. Héctor sintió un escalofrío alcontemplar de cerca aquellos colmillos afilados. Los ojos delmonstruo derecho permanecían apagados, pero mantenían lamisma expresión de odio con que le miraron bajo los relámpagosde la tormenta.

Una mano se aferró a su hombro con la fuerza de una tenaza. Héc-tor dio un respingo.

–¿Qué buscas aquí?

El muchacho se giró y encontró a un anciano de rasgos escuálidosque vestía un uniforme de conserje del Museo Arqueológico. Susmanos, nudosas y huesudas, parecían haber trabajado durantesiglos. Una barba blanca, cuidadosamente recortada, ocultaba la

13

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 13

Page 10: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

mitad de un rostro surcado de arrugas. La mirada era severa, perola profundidad de sus ojos invitaba a la confianza. Unos ojos queatrajeron a Héctor con un magnetismo misterioso. Aquel hombreparecía haber visto demasiado. Por un motivo inexplicable, elmuchacho sintió que su temor inicial desaparecía.

–Te has detenido al borde del umbral. Jamás aconsejaría algo así.

–No puedo traspasarlo. La policía ha colocado un cordón.

–¡Oh, no me refería a ese umbral! –gruñó el conserje–. ¿Te interesanlas esfinges?

Héctor se volvió hacia la estatua derecha. Un tipo con una batablanca tomaba las medidas del cráneo de bronce. El chico negócon la cabeza.

–No –mintió–, pero me gustan los acertijos.

El anciano dio un paso atrás y le echó un largo vistazo. Héctor sesintió algo incómodo durante los escasos segundos en que duró elexamen. ¿Qué había de extraordinario en aquel muchacho que,como tantos miles, vestía vaqueros, calzaba zapatillas de deporte yempezaba a tener problemas de acné?

–Ya veo. Eres demasiado alto para ser un pequeño ibero. ¿Celta?No creo que lo seas. Más bien podrías pasar por un príncipe tartesio.Te gustan los héroes de la Antigüedad, ¿me equivoco?

El chico sonrió como respuesta y tendió una mano al guardián.

–Me llamo Héctor. Soy nuevo en la ciudad.

El anciano estrechó la suya.

–Virgilio Marón. Ahora soy conserje del Museo, pero llevo aquíuna eternidad. Tienes un nombre muy interesante.

Lentamente, el chico asintió extrañado pero siguió sonriendo.

–No te preocupes por las esfinges –el conserje bajó la voz–. Nodiré nada.

La sonrisa se esfumó en los labios del muchacho, que no pudoreprimir un gesto de alarma.

–He dicho que no te preocupes. Desde luego sucede raras vecespero, si te soy sincero, me alegro de que las hayas despertado.

14

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 14

Page 11: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

–Yo sólo… sólo estaba jugando con unos prismáticos.

–¿Jugando? ¡Qué insensatez! Esa no es la palabra apropiada.

Virgilio meneó la cabeza. Llevó aparte al muchacho y le miró a losojos. Después señaló la entrada del Museo.

–La mayoría de los chicos como tú pasan delante de las esfingessin saber lo que guardan. ¡Todos los días del año, todos los añosdel siglo! Los veo pasar de largo, apresurándose por llegar pronto asus citas, temerosos de ser impuntuales en el instituto. Comomucho, se detienen a pintar algún graffiti en el muro de la verja.

El guardián acercó su rostro a Héctor y adoptó un tono de confidencia.

–Piensan que ahí dentro sólo hay piedras muertas. Ruinas muertasy olvidadas de gentes que nunca volverán a pisar esta tierra. Gentesmuertas que hablaban lenguas muertas.

Virgilio suspiró.

–¡Qué gran error! Todo este Museo está vivo. Las piedras labradas,los mosaicos multicolor, las estatuas de alabastro, los metalescorroídos por el orín parecen dormir en sus vitrinas de cristal.¡Parecen dormir! Pero aguardan desde hace siglos a que las des-pierten.

Virgilio susurraba las palabras como si pronunciase un conjuro.

–Cuando lees las historias de tus héroes, tus manos sostienenlibros impresos el año pasado. En cambio, ahí adentro puedescontemplar los objetos preciosos que tocaron, vistieron o empu-ñaron esos mismos héroes.

Un tipo de aspecto importante llamó al conserje. El muchachoagradeció aliviado aquella interrupción y miró su reloj. Sólo teníacinco minutos para presentarse en clase de Biología sin ganarseuna charla por su retraso.

–Esta noche tengo turno de guardia. ¿Podrías venir y acompa-ñarme? Me gustaría enseñarte algo. La una de la madrugada seráuna buena hora.

Virgilio le miraba fijamente. Aguardaba una respuesta.

Y sin saber por qué, Héctor asintió con timidez.

15

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 15

Page 12: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

16

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 16

Page 13: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

AHéctor le costó bastante trabajo atender a las explicaciones

de la primera clase. La conversación con el conserje del

museo apenas había durado diez minutos, pero bastaron

para impedir cualquier otro pensamiento que no estuviera relacio-

nado con las esfinges. El semblante del chico parecía hechizado, y sus

compañeros no tardaron en darse cuenta. Entre tanto, la profesora

de Biología accionaba el mando de un proyector y las diapositivas se

deslizaban una tras otra, mostrando los más extravagantes ejem-

plares de una fauna de celentéreos.

–Las actinias son seres marinos con forma de pólipo. En esta imagen

podéis apreciar los tentáculos urticantes que rodean su abertura

bucal. Al menor roce, los nematocitos de la actinia disparan con

gran fuerza un filamento con numerosas espinas. ¿Veis? El veneno

es capaz de paralizar pequeños animales.

Virgilio le había acusado de despertar a las esfinges. ¿Pero cómo lo

supo? ¿Acaso estuvo espiándole la noche anterior? También men-

cionó que aquello sucedía raramente. Y que el Museo estaba vivo.

Aquello no tenía pies ni cabeza. Tal vez el guardián sólo era un

anciano obsesionado con su trabajo y, al cabo de tantos años, la

Arqueología había terminado por trastornarle. De ningún modo

pensaba escaparse a ninguna aventura nocturna.

Una nueva imagen inundó la pantalla.

17

2

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 17

Page 14: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

–Aquí tenéis una medusa, esos animales que nos causan tantasmolestias en la playa. Como los demás celentéreos, el noventa ycinco por ciento de su cuerpo es agua. Observad su aspecto gelati-noso y transparente. Sus tentáculos surgen en el borde del cas-quete, y su musculatura les permite contraerse rápidamente. Es sumecanismo de propulsión.

Héctor se frotó los ojos. El conserje también dijo que no era aconse-jable detenerse al borde del umbral, pero no se refería a la puertadel Museo. ¿Las piezas dormían? ¿Podían las estatuas de piedra ymetal despertar de su sueño?

Otra ráfaga luminosa y la profesora pasó a describir la anatomía delas hidras.

Lo peor de todo era que Virgilio sabía dónde vivía. Aunque faltara asu cita, el conserje podría encontrarle en su propia casa.

–Su aspecto es el de un saco diminuto, con un extremo que lespermite adherirse al suelo y, seguramente, Héctor posee sobradosconocimientos sobre ellas, a juzgar por su escaso interés en miclase.

La profesora abandonó la lección y miró con disgusto al muchacho.

¿Y si Virgilio comentaba algo a los directivos del Museo? Todo elmundo parecía muy excitado con el asunto de las esfinges. Podríameterse en un buen lío.

–Héctor, ¿te importaría continuar con la lección de celentéreos,por favor?

Por supuesto, nadie creería al guardián del Museo. ¿Dónde se havisto que un chaval tuerza estatuas de metal a cien metros de dis-tancia?

–¡Héctor!

La realidad tomó la forma hostil de una profesora de Biología conlos brazos cruzados, que acribillaba al chico con la mirada. A sualrededor, los estudiantes lo miraban con ojos expectantes, diver-tidos con el espectáculo que estaban a punto de presenciar.

–¿Sí, señorita?

18

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 18

Page 15: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

–Aguardamos con impaciencia a que nos hables de las hidras,Héctor.

–Las hidras son…

Los chicos parecían disfrutar ante el aprieto del muchacho. La pro-fesora enarcó una ceja, impaciente. Héctor venció su vacilación ycontinuó hablando con seguridad.

–Las hidras son serpientes gigantescas de siete cabezas. La del centroera inmortal, y si se cortaban las demás surgían otras dos nuevas.El aliento de la hidra era mortífero.

La clase entera estalló en carcajadas.

–El rey Euristeo encargó a Hércules que la destruyera. EntoncesHércules contuvo la respiración y comenzó a aplastar con su maza lascabezas de la hidra. Pero no sirvió de nada porque enseguida bro-taban otras nuevas. Hera, la esposa de Zeus y madre de los dioses,deseaba matar al héroe y envió un cangrejo enorme para que ayudaraal monstruo. ¡Hércules lo aplastó con el pie! La situación del héroeera desesperada. Las cabezas se amontonaban unas sobre otras, enmedio de una fenomenal laguna de sangre negra. Y a pesar detodo, la hidra ya contaba con más cabezas vivas que muertas.Entonces Yolao acudió en ayuda del Hércules. Mientras el héroecortaba las cabezas de la hidra, Yolao quemaba las heridas con suantorcha para que no apareciesen más.

Los compañeros de Héctor escuchaban boquiabiertos la leyenda.Los ojos del chico brillaban con emoción.

–Fue una lucha horrible. Cuando acabó con ella, Hércules abriólas entrañas de la hidra y empapó sus flechas en la sangre venenosade la serpiente. La diosa Hera premió al cangrejo y colocó su ima-gen en la bóveda del cielo. Y desde entonces, el cangrejo brilla enla constelación de Cáncer. Esta fue la segunda de las doce pruebas deHércules.

Héctor dejó de hablar y se produjo un silencio sepulcral. Unmuchacho menudo que lucía gafas finas comenzó a aplaudir alfondo del aula, y al punto toda la clase se unió a él. Cuando cesa-ron los aplausos, la profesora parecía bastante incómoda.

19

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 19

Page 16: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

–Ha sido una historia apasionante –dijo con frialdad–, pero me refe-ría a la hidra de agua dulce y no a los monstruos de tus vídeo–juegos.Mañana quiero sobre la mesa de mi despacho un trabajo de veintepáginas sobre los celentéreos. Hidrozoos, escifozoos y antozoos. Almenos así emplearás tu imaginación en algo más útil.

El incidente en clase de Biología hizo que Héctor ganara algunospuntos de popularidad entre sus compañeros. Quizás por eso unpar de chicas se acercaron a su mesa en el comedor y estuvieron apunto de sentarse junto a él, dispuestas a escuchar más historias.Hubieran podido ser sus dos primeras amigas pero, por desgracia, unmuchacho de tipo atlético llamado Rubén, capitán del equipo defútbol, lo estropeó todo.

–Dejad tranquilo al soñador. Ya tiene bastante con su monografía decelentéreos.

Héctor comenzó a tomar su almuerzo en solitario. Apenas habíaprobado un bocado cuando escuchó una voz chillona su lado.

–¿Puedo sentarme a comer contigo?

El muchacho menudo que había empezado a aplaudirle en clasese encontraba a su lado, con una bandeja en las manos. Sonreíamostrando su aparato dental y le miraba con ojos vivarachos, trassus gafas de cristales sucios. Era el clásico chaval de pequeña esta-tura que suele encontrarse en todas las clases de tercero de ESO:menos desarrollado que la media y con el aspecto de un niño deprimaria colado entre los mayores. A menudo era objeto de burlasporque aún no había cambiado la voz.

Antes de que Héctor respondiera ya se había sentado frente a él.

–¡Chico, estuviste alucinante en clase de Biología! Nunca habíaescuchado nada igual. Hablabas como si tú mismo hubieras vistoa Hércules luchando con la hidra. Creí que la sangre me salpicaría deun momento a otro.

–Gracias, pero creo que hice el ridículo.

–¡Qué va! ¡Si moló mazo! ¡Ah! Me llamo Álex. Ya sé que tú eresHéctor, y que llevas cuatro días en Madrid.

Los chicos se dieron la mano.

20

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 20

Page 17: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

–Debes de controlar bastante de mitología y héroes clásicos, ¿verdad?Yo no sé nada de Literatura antigua y todo eso, pero mi padre esprofesor de Historia en la universidad y lee una barbaridad sobrebatallas, invasiones, descubrimientos, faraones, reyes, emperado-res... Ya sabes: Alejandro Magno, Julio César, Carlos V, HernánCortés... A mí me encanta sobre todo la época de Grecia y Roma.Los visigodos no, porque me parecen un poco pringaos y ademássiempre estaban matándose entre ellos.

Álex escupía las palabras como una locomotora a plena potencia.A Héctor le hizo gracia el entusiasmo que ponía al hablar.

–¿Has visto Gladiator, Ben–Hur y En busca del arca perdida? ¡Noveas cómo se salen! Aunque mi padre dice que están llenas de erroreshistóricos. Los cómics de Astérix son bastante fiables, sin embargo.También me vuelven locos los mapas. ¡Echa un vistazo a esto!

El chico abrió su mochila y sacó un atlas bastante manoseado, conla cubierta desencajada. Lo abrió y comenzó a pasar las láminascoloreadas.

–Era de mi padre. Lo usaba de pequeño y ahora lo tengo yo. Algunosmapas se han quedado anticuados, pero así molan más. ¡Fíjate!Alemania estaba partida en dos países.

–Yo no sé mucho de Historia y Geografía, pero mi padre me regalóun planisferio celeste cuando cumplí siete años. Sirve para verestrellas. Siempre lo llevo conmigo, aunque en Madrid no sirve demucho. Los griegos y los romanos dieron nombre a casi todas lasestrellas y constelaciones, pero algunas estrellas tienen nombresárabes como Mizar y Altair.

Héctor sacó el planisferio de su mochila y señaló una constelación.

–Este es Hércules. ¿Ves? Parece que está haciendo músculos. Alotro lado está Orión, con su cinturón de tres estrellas y un arco entensión, a punto de soltar una flecha. Esta es la Corona Boreal. Yesta es Leo, un león tendido.

Álex contempló el mapa celeste. Enseguida se perdió entre el líode estrellas y nombres.

21

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 21

Page 18: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

–La verdad es que los antiguos tenían bastante imaginación paraver todo eso.

–Algunos héroes se ganaron su lugar en el firmamento como unpremio de los dioses. Por ejemplo, Zeus convirtió a su hijo Hérculesen constelación después de morir en una hoguera.

–¿Pero Hércules no era inmortal?

–Era un semidiós porque su madre era humana. ¿Sabías que viajóhasta el fin del mundo y separó con sus manos Europa y África? Y enhonor de su hazaña, colocó una columna en cada continente.

–¡Las Columnas de Hércules!

El grito de Álex llamó la atención de los chicos de otras mesas, quele miraron alarmados. Álex pasó con rapidez las hojas de su atlas. Aesas alturas de conversación, la comida ya estaba bastante fría enlos platos. El chico se detuvo en un mapa de la Península Ibérica.

–¡Es el Estrecho de Gibraltar! Para los griegos era un lugar prohi-bido, el fin del mundo conocido. Al otro lado se extendía un marrepleto de peligros. La columna europea es el Peñón de Gibraltar,que los antiguos llamaban Calpe. La columna de la izquierda es elMonte Abila. Mi padre me contó que, en la época en que los fenicioshabitaban en las costas de Andalucía, unos mil años antes deCristo, existían allí unas columnas de bronce que señalaban loslímites del mundo conocido. Más tarde, los romanos colocaron enellas la inscripción “Non Plus Ultra”, que en latín quiere decir “Nohay más allá”.

–Vaya, no lo sabía –confesó Héctor–. Pero ahora que lo dices, en elescudo de España hay dos columnas donde se lee “Plus Ultra”, osea “Más allá”...

–¡Claro! Porque fueron los españoles quienes cruzaron por pri-mera vez el mar prohibido, ¡el océano Atlántico!

Los chicos se quedaron absortos, contemplando el atlas y el planisferio.

–Me encantaría saber más de Literatura y Mitología –dijo Álex.

–Y a mí me encantaría saber más de Historia Antigua –replicóHéctor.

22

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 22

Page 19: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

–Podíamos hacer juntos el trabajo de Historia, ¿no te parece? Ade-más, como tienes enchufe en el Museo Arqueológico...

Héctor palideció al oír aquel comentario inocente. Cerró el planis-ferio y, muy nervioso, se encaró con Álex.

–¿Qué sabes tú de eso?

–Bueno, no es ningún secreto –Álex parecía extrañado por el cam-bio repentino del muchacho–. Te vi esta mañana hablando con unconserje del Museo. Todos los días paso junto a la verja, caminodel instituto. ¿De qué charlabais?

–De... nada especial. Me ha invitado a visitar el Museo.

–¡Lo sabía! Este mes hay una exposición sobre los pueblos delMediterráneo en Iberia, la España antigua. Podemos llevar unacámara con flash y conseguir buenas fotos para el trabajo.¿Cuándo habéis quedado?

–Esta noche. A la una de la madrugada.

Héctor se arrepintió enseguida de lo que dijo.

–¡Esta noche! El Museo para nosotros solos. ¡Formidable!

–Espera un momento, no he dicho que piense ir. A mi madre no legustaría y...

–Si tú no vas iré yo en tu lugar. No está bien dar plantones cuandote invitan a un cita importante.

Un timbre estridente anunció el comienzo de las clases y los estudian-tes comenzaron a abandonar el comedor, en medio de unestruendo de sillas que se arrastran. Álex se levantó de un salto.

–¿Vendrás o no?

–De acuerdo... –Héctor aceptó de mala gana.

–Guay. A las doce y media en el portal de tu casa. Hasta luego,tengo entrenamiento con el equipo de clase. ¡Nos va a caer unbuen chaparrón!

Álex se marchó dando saltos con la rapidez de una centella, dejósu bandeja y corrió hasta un grupo de chicos vestidos con el chándaldel instituto. Dio un bote y se colgó a la espalda del capitán. Héctorse quedó unos instantes sentado frente a su bandeja. Álex parecía

23

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 23

Page 20: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

un chico divertido. Seguramente terminarían siendo buenos ami-gos, pero de momento le había metido en un buen lío.

Alba, la madre de Héctor, trabajaba como psicóloga en una ONGorientada a la protección infantil y a menudo prestaba ayuda ahijos de inmigrantes con problemas y sin recursos. No era rara laocasión en que Alba se ausentaba de casa para viajar al extranjero.Héctor se quedaba entonces bajo el cuidado de su abuela Cecilia.

Hacía pocos días que Alba se había marchado a vivir a Madrid con suhijo, de modo permanente, a causa de su nuevo cargo en la ONG.Desde la muerte del padre de Héctor, sucedida unos seis añosatrás, madre e hijo vivían solos. En la nueva casa todavía quedabanembalajes por deshacer y las cajas se amontonaban por pasillos yhabitaciones, pues el cambio de hogar había resultado algo preci-pitado. Alba y Héctor estaban acostumbrados a repartirse lastareas de la casa, y el chico había aprendido a planchar, poner ellavaplatos y cocinar. La pasta era su especialidad, y de vez encuando hacía unos espaguetis a la carbonara que incluso parecíancomestibles.

Aquella noche, mientras Alba terminaba de preparar la cena, elmuchacho metía varias prendas en la lavadora.

–Ten cuidado al ajustar la temperatura del agua, la ropa puedeencoger –advirtió su madre–. La última vez que lo hiciste dejastetus calzoncillos como las braguitas de la Barbie.

Héctor soltó una risa forzada.

–¿Qué tal te va en el nuevo trabajo, mamá?

Alba sirvió en los platos una sopa de pescado que olía bastantebien. El chico se sentó a la mesa.

–Parece que he entrado con buen pie. La directora es una peda-goga muy experta, lleva trabajando con niños más de treinta años.Creo que aprenderé de ella un montón de cosas.

–¡Bah! Tú tienes mucha más experiencia. Será ella quien acabeaprendiendo de ti.

Héctor escupió una espina con un gesto desagradable. El pedazofue a parar a su sudadera.

24

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 24

Page 21: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

–Cuide esos modales, caballero –amonestó Alba.

–¿Cómo son los niños?

–Exactamente igual que tú: caprichosos, egoístas, sucios, lloricas,mimados, mentirosos...

El chico y su madre rompieron a reír.

–¡Eh! Si estoy mimado no es culpa mía –protestó Héctor.

–Al menos ellos no abren las ventanas en medio de una tormenta.¿Se puede saber qué hacías levantado a esas horas?

Héctor sufrió un repentino ataque de tos.

–Ya tienes cristal nuevo. Pero si te lo vuelves a cargar, lo descontaréde tu paga.

–¿Y los niños? ¿Les has caído bien? –el muchacho cambió detema.

–Creo que sí. No son casos especialmente difíciles: tengo dos dis-léxicos, un autista que se empeña en no mirarme a los ojos cuandome habla, y una niña saharaui con Síndrome de Tourette que nopuede controlar el movimiento de los brazos. Hoy ha roto unapuerta de un puñetazo.

–¡Jo! Debes de tener mucha paciencia.

–Tanta como contigo, príncipe.

Héctor empujó a su madre.

–¡Deja ya de meterte conmigo! ¿Vale?

–Vale, tronco. El niño autista es un caso excepcional. Tiene unamemoria fotográfica por encima de la media, y hace unos dibujos for-midables. Ayer le enseñé una postal del Partenón de Atenasdurante quince segundos, y cuatro horas más tarde dibujó el templocon pleno detalle. ¡Ni siquiera se equivocó en el número decolumnas!

–¿Me llevarás a Atenas algún día? Me prometiste que...

Alba se llevó una mano a la frente, como si de pronto recordaraalgo importante.

–¡Casi lo olvidaba! La semana que viene me marcho de viaje a ElLíbano, y es posible que también visitemos otros países deOriente.

25

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 25

Page 22: El príncipe de Tarsis - editexebooks.es de Tarsis.pdf · colmillos de fiera. El muchacho empezó a temblar, pero se sentía incapaz de soltar los prismáticos. Los ojos de la esfinge

Héctor emitió un gruñido de fastidio. No le agradaban en abso-luto las ausencias de su madre, aunque admiraba de veras su tra-bajo. Alba suavizó el tono de su voz.

–Sólo serán seis días –añadió–. La abuela Cecilia vendrá a que-darse contigo.

El muchacho apuró su sopa. Durante unos instantes ninguno delos dos habló.

–Mamá...

–¿Sí?

–He pensado de nuevo que me gustaría ser un hermano mayor.Y... bueno, como trabajas con niños desde hace años a lo mejorsabes cómo adoptar alguno. El papeleo y todo eso…

Alba sonrió a su hijo.

–A mí también se me ha ocurrido. Cuando éramos novios, papá y yoqueríamos tener muchos hijos. No ibas a ser el príncipe de la casapara toda tu vida. El problema es que la ley de adopción es muyestricta con las mamás viudas.

–¡Pero si tú podrías hacerlo de miedo! ¡Mira a las madres de tusalumnos! Sin tu ayuda estarían en un lío de mil demonios.

–Te equivocas, Héctor. Yo nunca podría reemplazar a sus madrespor mucha voluntad que pusiera en ello. Y en cuanto a adoptarmocosos nuevos... ¿cuántos hermanos te gustaría tener? ¿Uno?

–¡Dos más! Como mínimo.

–¡Estupendo! Dos agotadores trámites de adopción contra Asun-tos Sociales! –bromeó Alba–. Mucho peor que un juicio. ¿Meayudarás con la defensa?

–¡Por supuesto!

26

Principe de tarsis 30/10/07 16:25 Página 26