el pajaro azul
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El Pájaro AzulÉrase tiempo atrás un Rey que enviudó, y al que la tristeza le invadió. Cenizo y
agrió se tornó el Rey hasta que, pasada una temporada, conoció a una mujer
de la que se enamoró. El monarca, totalmente embriagado de amor,
comenzaba a superar la tragedia por la pérdida de su esposa, mientras una
nueva Reina se alzaba ante el pueblo. Rey y Reina tenían, por separado, una
hija cada uno. Florine, hija del Rey, era preciosa y de noble corazón; todo lo
opuesto a Truitonne, descendiente de la nueva reina, maleducada, egoísta y
poco agraciada. Su carácter suspicaz, contagiado a la Reina, pronto provocó
celos hacia Florine y su belleza.
Y se arreciaban tiempos más complejos, pues el Rey sentía que sus hijas,
natural y adoptiva, debían ser casadas. Se concertó la visita del Príncipe
Encantador, y la recelosa Reina unió fuerzas con su hija para que éste se fijara
en ella y solo en ella. Tamaña treta requirió de sobornos a las damas de honor,
quienes le robaron a Florine sus joyas y vestidos y se los dieron a Truitonne.
De nada sirvió, puesto que la belleza ni mucho menos es apariencia, y el
príncipe se enamoró de Florine. Rabiosas, la Reina y Truittone presionaron
tanto al Rey, que éste ninguneó a Florine el resto de la visita.
Pero, pese a todo, el Príncipe Azul seguía encandilado de Florine. Tanto era
así, que rechazó los regalos que la Reina le envió, uno tras otro. Ella, montada
en cólera, le advirtió que Florine estaba encerrada en una torre, de la cual no
saldría hasta que él no partiese. La indignación del Príncipe fue en aumento, y
solicitó de nuevo hablar con Florine. La situación, aparentemente inofensiva,
dio pie a una nueva artimaña de la Reina, quien estableció un lugar de
encuentro tan tan oscuro, que Truitonne hizo de impostora. El Príncipe, confuso
y habiendo caído por completo en la trampa, le pide por error la mano a
Truitonne.
Nada detiene ya a Truitonne una vez el Príncipe ha hecho una promesa, y
conspira con su hada madrina para engañarlo y casarse con él. Así pues, en la
ceremonia de boda, Truitonne trae el anillo y expone el caso a todo el mundo.
El Príncipe, burlado por Truitonne, se niega a contraer matrimonio con ella.
Nada en el fondo puede hacer ésta para persuadirlo, pero su hada madrina,
Mazilla, lo amenaza con una maldición si rechaza el casamiento. El Príncipe,
terco, es transformado en un pájaro azul por osar contrariar al hada rompiendo
su falsa promesa.
Enterada la Reina de las vicisitudes acontecidas, señaló como culpable a
Florine. Con esta excusa tan perfecta, Truittone pudo vestirse de novia, y
enseñó el vestido a Florine al tiempo que le hacía saber que el Príncipe Azul
había accedido a casarse con ella. La argucia se completó engañando al Rey,
haciéndole creer que su Florine estaba obsesionada con el Príncipe, y que
mejor debía permanecer en la torre mientras tanto.
El encierro de Florine, por tanto, quedó injustamente prolongado. Pero Florine
no estaba sola… pues un tierno pájaro azul la visitó una noche y le contó todo
lo que había sucedido a sus espaldas. Desde aquel encuentro nocturno, el
pájaro azul acudió muy a menudo, y en cada una de sus visitas llevó a Florine
obsequios y joyas.
La maldad de la reina, por otro lado, no se detuvo, y ésta no cesó en su
empeño de buscar un pretendiente a la altura de su Truitonne. Rechazada una
vez tras otra Truitonne, la Reina hubo de recurrir a Florine y, al subir a la torre,
sorprendió a ésta cantando con el pájaro azul. Nada habría sucedido de no ser
porque la Reina descubrió las joyas, y supo que Florine había sido ayudada por
alguien… Sin más demora, se vertieron acusaciones de traición sobre Florine,
conspiración que el pájaro azul se encargó de frustrar.
La persecución sobre el pájaro se hizo pronto conocida, tiempos en los que
Florine no se atrevió a llamarlo. La Reina había dispuesto espías para ello, y
Florine sólo recurrió al pájaro azul cuando supo que los secuaces dormían.
Pero, tan de segura que estaba, el espía escuchó sus conversaciones una
noche, y a la Reina lo hizo saber. Ésta, furiosa, y sabedora que los pájaros se
posaban en el abeto, mandó colocar metales punzantes y vidrios en sus ramas.
El pájaro azul, tras caer en la trampa, fue fatalmente herido e incapacitado para
volar, sin poder acudir hasta su amada, la cual no dejaba de llamarlo. Pero
Florine cayó en un malentendido, y pensaba que el pájaro azul la había
abandonado. Un mago, por suerte, sí oyó al Príncipe atrapado sin poder volar
en el abeto, y lo rescató.
El mago, especialista en encantos, consigue persuadir a Mazilla para devolver
por un tiempo al Príncipe su forma original. En dicho periodo el Príncipe debía
aceptar como esposa a Truitonne o, de lo contrario, volvería a ser
transformado en un pájaro.
En este trance estaba la historia cuando el Rey falleció. Los habitantes del
reino, que querían mucho a su monarca, enseguida demandaron la liberación
de su hija y heredera, Florine. La Reina, terca como ella sola, opone resistencia
al pueblo, el cual, sin miramientos, acaba matándola. Truitonne, a tiempo,
consigue huir en pos de su hada madrina Mazilla, no pudiendo evitar la
coronación de la nueva reina: Florine. Ésta pronto comenzó a buscar a su
Príncipe Encantador, ahora Rey.
En una odisea sin parangón, Florine se viste con atuendos de campesina y
emprende un viaje para encontrar al que sería su Rey. Así andaba cuando se
tropezó con una anciana, que resultó ser otra hada madrina. Esta informa a
Florine de que el Príncipe ha vuelto a su forma humana y ha prometido casarse
con Truitonne. Al tiempo, el hada también le concede cuatro huevos mágicos.
El primero lo utilizaría para trepar una alta montaña de marfil. El segundo
contiene un carro tirado por palomas, el cual transporta a la querida Florine
hasta el castillo del Príncipe Encantador, ahora Rey. No obstante, Florine no
puede personarse ante el hombre al que ama y Rey del castillo como una
vulgar campesina.
Para encontrar los mejores vestidos del reino, Florine trama vender a su
malvada hermanastra Truitonne las joyas que el Príncipe en forma de Pájaro
Azul le había regalado. Truitonne, desconcertada, envía las joyas al Rey
Encantador para que las tase. El Rey reconoce de inmediato las joyas como
aquellas que regaló a su amada, y entristece al momento porque considera que
ella no ha valorado dichos obsequios y no ha entendido su significado…
Truitonne devuelve las joyas a Florine, y ésta accede a venderlas durante una
noche en la Cámara de los Ecos, lugar que una vez el Príncipe le había dicho
que era como estar en su propia estancia. De esta manera, todo lo que se
hiciese y dijese en la Cámara de los Ecos, sería escuchado en los aposentos
del nuevo Rey. Durante toda la noche, Florine se lamentó, lloró y reprochó al
Rey que la hubiese abandonado y, por desgracia, nada de esto llegó a los
oídos del amado, pues había tomado una poción para dormir. Algo que, por
supuesto, Florine desconocía.
Habiendo resultado en vano los dos primeros huevos, Florine rompió el tercero,
también mágico, y en él encontró un pequeño vagón tirado por ratones. De
nuevo, comercia con él a cambio de una noche en la Cámara de los Ecos,
momento en que aprovecha de nuevo para sollozar y hacer manifiesto su
lamento. También de nuevo, resultó en vano, y sólo los pajes la escucharon.
Al día siguiente, Florine emplea su último recurso: romper el cuarto huevo
mágico del hada madrina. En él, un hermoso y suculento pastel aparece junto a
seis pajarillos cantarines. Florine ofrece una porción a un paje, quien le
confiesa que el Rey toma pociones para poder conciliar el sueño. Sobornando
al paje con los pájaros que cantan, éste accede a no administrar la poción al
Rey. Estando éste despierto por una noche, pudo escuchar el quejido lastimero
de Florine en la Cámara de los Ecos, y allí que acudió reconociendo la voz de
su querida.
Felizmente reunidos, Florine y el Rey Encantador se abrazaron, como si ya no
quisiesen despegarse nunca. El mago encantador y el hada de los huevos
mágicos, conmovidos con la dulce escena y reconociendo en ella al amor
verdadero, juraron hacer todo lo posible por preservar dicha unión. Para ello,
cuando la malvada hada Mazilla quiso interferir a favor de Truitonne, éstos
convirtieron a la malévola hermanastra en un cerdo. Y, como no, el Rey y la
Reina Florine se casaron y reinaron con dicha, para ellos y para su pueblo, por
el resto de los tiempos.