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Privada de los pinos No.2 San Buenaventura
Atempan, Tlaxcala.
Tel. (246) 462 6495 / 466 [email protected] www.cuhm.com.mx
Dr. Alejandro Di Grazia RaoDirector del Colegio Humanista de
El otro niño interior
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En los últimos años se ha prestado mucha y merecida atención a conectarse y sanar al “niño interior herido” que hay dentro de cada persona adulta. El trabajo de muchos psicólogos prestigiosos ha ayudado a innumerables personas a recono-cer y enfrentar los permanentes resultados negativos del trauma infantil; incluso (o tal vez especialmente) cuando el yo adulto minimiza la gravedad del dolor experimentado por el yo del niño.
Si bien a largo plazo esos efectos del trauma infantil tiende a ser los mismos o muy similares para hombres y mujeres, en general existen algunas diferencias impor-tantes en los obstáculos que impiden su solución… Aunque naturalmente hay individuos que son una excepción a la regla, las mujeres tienden a concentrarse más que los hombres en las relaciones y en hacer que éstas funcionen. Pero ese enfoque tiende también a concentrarse en las relaciones con y entre los demás, y omite la relación consigo mismo. En esta época en que la publicidad y los medios bombardean a las mujeres con el ideal de la “supermujer”, esa crucial relación con una misma puede ser fácilmente dejada de lado en el esfuerzo por “ponerse a la altura” de dicho ideal.
Ese ideal, para algunos, se expresa evitando todo lo que huela a “debilidad” o a “víctima”. En mi experiencia como terapeuta, creo que las mujeres corren un riesgo mayor que los hombres en ser percibidas como “sólo una víctima”. Cierta-mente, el rechazo a que la identidad de una sea igual a la de víctima es loable. Sin embargo, existe el peligro de que ese rechazo se convierta en una falta de disposición para reconocer las propias experiencias de haber sido víctima. La diferencia está en que concentrarse en la experiencia de haber sido victimizada no implica adoptar la identidad de víctima.
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Una manera de manejar ese dilema es reconocer que el niño interior herido no es el único niño con el que conectarnos. Dentro de nosotros también existe un niño curioso, valiente e intrépido: el niño que estaba ansioso por explorar y aprender, que enfrentó los muchos misterios que se hallaban ante él con un gran deseo de entender todo lo que veía, oía y sentía. Es probable que quienes hayan experimen-tado mucho abuso en forma evidente a una edad muy temprana, tengan más dificultades para conectarse con el niño curioso e intrépido, pero este niño está dentro de cada uno de nosotros.
Cuando se llega al doloroso trabajo de enfrentarse con el niño interior herido, tomarse el tiempo de reconocer y conectarse con este niño curioso y valiente tiene el beneficio de proveer un grado de equilibrio. Puede ser una importante señal de que aun cuando haya sido victimizada, una es, y siempre ha sido, mucho más que sólo una víctima (lo cual es también cierto respecto de quienes fueron victimizados muy al principio de su vida).
Darse cuenta de este otro aspecto del yo infantil interior puede servir para disipar el miedo de que concentrarse en la experiencia de haber sido victimizada resulte necesariamente en que toda nuestra identidad se convierta en la de una “víc-tima”. Esto abre la puerta para superar cualquier efecto residual que uno pueda tener por haber sido victimizada; efecto que ha pasado inadvertido a causa de la negativa –motivada por sentimientos de positividad- a ser sólo una víctima.
Una vez que nos hemos conectado con él, el yo infantil curioso e intrépido estará siempre a nuestra disposición como un compañero del yo herido (así como del yo adulto), para ayudar a mantener un equilibrado sentido de todo lo que ha sido, es y puede ser.
A continuación algunos ejercicios en tres variaciones para que cada uno elija aquel que se adapte a sus necesidades.
Para quien puede recordar fácilmente haber sido audaz y arriesgado (cada uno a su manera) cuando era niño: hágase un tiempo para recordarse a usted como niña o niño, en cualquier momento de la infancia, cuando hizo algo nuevo y excitante, algo que era un desafío: aprender a andar en bicicleta, la primera vez que intentó andar en patines o que trató de cocinar o de subir a un árbol, o de tener un bebé en sus brazos, etc. Recuérdese a usted misma/o y cómo se sintió entonces: el niño o niña que prosiguió intrépidamente con esa actividad, o que sintió miedo pero igual siguió adelante.
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Para quien puede recordar haber deseado ser audaz, pero mayormente recuerda que no le fue permitido serlo: es posible que pueda recordar alguna vez en que fue audaz. Si no, conéctese con el sentimiento, el deseo que sintió cuando era niño de probar algo nuevo, de descubrir sus propios límites y capacidades. Los adultos de esa época de su vida pueden no habérselo permitido, pero el que tiene el control último sobre si usted hace o no esas cosas ahora es su propio yo adulto. Usted puede darle permiso a ese curioso yo infantil para aprender lo que desea, para volver a conectarse con el espíritu de descubrimiento y de hacer frente a un desafío.
Para quien ha experimentado abuso desde una edad temprana y no tiene ningún recuerdo consciente de no sentir miedo: observe a los niños de su familia, o a los hijos de amigos o vecinos, que se muestran excitados cada vez que tienen éxito en algo nuevo.
Aun cuando sólo fue ese momento en que dio los primeros pasos, se sirvió solito un vaso de agua por primera vez, o pudo leer unas palabras en un libro, ¡en ese momento esto fue un gran logro! La experiencia de enfrentar un nuevo desafío es algo que aún vive dentro de cada uno. Es posible que pueda conectarse con ella más fácilmente observando los rostros de sus hijos o de otros chicos. Lo impor-tante no es la magnitud (en términos adultos) del desafío. Lo importante es que el espíritu era necesariamente una parte de quien usted es: el espíritu que vio un desafío, aceptó el reto y mereció sentir un orgullo apropiado por el esfuerzo. Ese espíritu está allí para que usted se pueda conectar con él otra vez y desarrolle un vínculo.
Finalmente, ya sea que uno recuerde o no al niño curioso y audaz como una ayuda para tratar la victimización infantil, recordarlo puede agregar un sentido nuevo o renovado de aquello que existe para celebrar en cada uno de nosotros.
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Dr. Alejandro Di Grazia RaoDirector del Colegio Humanista de México
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