el mural no 2

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El Mural Órgano independiente de publicación quincenal Mayo de 2010 Año 1, No. 2 El periodismo mantiene a los ciuda- danos avisados, a las putas advertidas y al Gobierno inquieto. Francisco Umbral 1er Asalto Banderilla Jesús Arroyave, Director de Departamento Jennie Peña, Coordinadora de Programa Daniel Aguilar Gestor El Muro Participaron en este número Carlos Cruz Daniel Aguilar Anuar Saad Óscar José Tóbón Isaías Molina Alberto Martínez El muro de los lamentos En medio de una exposición sobre la revolución Mexicana en clase de Medios Masivos y Conflicto. Estudiante: !Profe!!...cómo es po- sible que no le indique a las compa- ñeras que no es Pancho Villa, sino ! Sancho Panza!!! Nos la pasamos la vida acogiendo conocimiento, tenemos carrera, postgra- dos, maestrías, doctorados y un montón de títulos que a final de cuentas ni sabe- mos para qué sirven exac- tamente. La sociedad actual nos exige saber de todo un poco, poder opinar con propiedad de la peste bubónica, de los mapas mentales, de la fiebre porcina, de política exterior bielorrusa y del calentamiento global. Yo por mi lado he estudiado muchas cosas y he aprendido unas cuantas mas, se como pi- car cebolla en julianas, se tomar un metro y medir la distancia entre dos espacios no para- lelos, más si los separa un charco, se picar los ojos, mover las cejas, escribir un poema que no tenga cadencia, reír a carcajadas con cual- quier chiste flojo, mover mis labios al ritmo de ella, caminar bajo la lluvia o mandar a la mierda a quien se lo gana, reconocer cuando alguien está loco o cuando simplemente quie- re parecerlo y cuando el gusto, el feeling, la química, es más que eso. Saber tantas cosas y darme cuenta de ello me permite sentir que el saber es infinito pero que es más importante el no saber. el no en- tender, el simplemente sentir. Por eso, cada vez que pienso y pienso me doy cuenta que en realidad no sé nada, sólo sé ba- nalidades que sirven para parecer interesante pero que no sirven para verdaderamente en- tender la cadencia de la vida. No sé besar sin cerrar los ojos. No sé mentir sin que se me note. No sé manejar un carro ni me interesa hacer- lo. No sé bailar trance, reggaeton ni ninguna música que no se baile pegado, brillando hebilla. No sé fingir sensaciones ni sentimientos. No sé cumplir reglas. No sé reírme sin ganas. No sé vivir la vida de otros. No sé chiflar tan duro como quisiera. No sé dejar de inventar historias. No sé comer cosas vegetarianas. No sé hacer bombas de chicle. No sé mantenerme alejado de los locos. No sé amargarme. No sé dejar de reinventarme. No sé cantar rancheras ni ninguna canción en un idioma distinto al costeñol. No sé escribir cuentos de hadas. No sé fingir que soy un príncipe de cuentos de Idem. No sé discernir entre lo que es importante y lo que es urgente. No sé ser convencional. No sé hacer las cosas porque ―toca‖. No sé quejarme. No sé vivir sin capturar mi realidad con una foto, un escrito o un video. No sé porque estás tan lejos y a la vez tan cerca. No sé que es PI. No sé cómo se dice añoñi en portugués. No sé nada sobre política, ni sobre economía, mucho menos controlo la influencia del arte del siglo X en la actual guerra de Irak ni las últimas estadísticas sobre los JJOO. No sé como se llaman los delanteros de la Se- lección Colombia de Tejo. No sé cuáles son todas mis mañas, menos mis filias o mis fobias. No sé decir te quiero a la segunda cita. No sé enfermarme. No sé quedarme quieto sin hacer nada. No sé tragarme lo que siento. No sé dibujar caras reconocibles. No sé armar una biblioteca. No sé ser hipócrita. No sé ser políticamente correcto. No sé jugar billar En fin, no sé tantas cosas que me quedo con- vencido que la vida es un diccionario de pági- nas abiertas que tengo que leer sin parar. No sé cómo cerrar esta nota… No sé, dime tu… ¿qué no sabes hacer? No sé Por Alejandro Ángel Pensando en escribir pa- ra El Mural, me vino a la cabeza la infinidad de veces que intenté hacer uno en la escuela, con un pliego de papel pe- riódico, un tarrito de témperas pelikan, un pincel medio calvo, tres compañeros que nunca entendieron el por qué del asunto y, finalmente, un profesor de es- pañol recordándonos el valor de la tilde y la coma, que el punto y coma es me- jor no utilizarlos cuando no se sabe en dónde ponerlos, que un texto mal escri- to puede decir otra cosa diferente a lo que originalmente pretendía comunicar, etc. Total y el pliego quedaba en blan- co, las témperas derramadas y el pin- cel, junto con un lápiz sin borrador y mordido frenéticamente durante un examen de geometría, terminaban haciendo las veces de baquetas de una batería imaginaria. El discurso de las tildes, las comas, etcétera, lo conservo para mis estudiantes. Recordé luego las tardes como estu- diante de universidad pública leyendo, entre clases, murales alusivos a perso- nas caídas en combate, luchas obreras, anti-imperialismo, discursos reivindi- cando los derechos de los pobres, los campesinos, las mujeres. Listados de desaparecidos, oposición a tratados de libre comercio, e incluso algunos alusi- vos a presidentes jamás electos en Perú (¿a quién me dice el nombre????) junto a algunas consignas de hinchas del Santafé que reivindicaban el honor per- dido desde 1976. Había otros cultura- les, sobre obras de teatro universitario (por lo general aburridísimas), exposi- ciones itinerantes de artistas nómadas que parecían tener una sola muda de ropa. Sin embargo, siempre admiré a aquellos que dedicaban tiempo y traba- jo manual a organizar sus ideas, cortar, pegar, pintar y diseñar esos murales que hacían y hacen parte del paisaje de toda universidad pública, no sólo de Colombia, sino de gran parte del mun- do. Heme aquí, varios años después de mi paso como estudiante, apostándole a la idea de un periódico mural en una épo- ca y un espacio en que los jóvenes ven las paredes como simples superficies verticales, destinadas para colgar cua- dros o, en el mejor de los casos, como lienzos sobre los cuales Grafitear algu- na marca urbana. En principio me pre- ocupaba el hecho de tener que pintar con témperas en un pliego de papel pe- riódico y confieso que he perdido habi- lidades en el uso de las tijeras de punta roma. Ya no me preocupan las tildes, aunque confieso que el punto y coma jamás aprendí a utilizarlos. Me alivió saber, sin embargo, que esta vez la tec- nología está de nuestro lado y me evi- tará la vergüenza de solicitar a mis co- legas que me destapen el tarrito de pin- tura, que siempre está más apretado que vivir con un salario mínimo. El Mural en los tiempos del cólera Por Daniel Aguilar Fotografía y mito urbano En torno al profesor Carlos Cruz, docente del departamento de Comunicación Social en el área de Realización, existen un número de mitos urbanos, de los cuales nos permitimos referenciar dos: en primer lugar, se dice que el profesor en cuestión no envejece y algunos afirman con temeridad que fue él quien tomó las fotos del primer vuelo de SCADTA. Por otra parte, se dice que lo único que resiente el paso del tiempo en Carlos Cruz, es la foto publicitaria de Arroz Tailandés, de la cual fue modelo. Falso o verdadero, lo único que se conoce, a ciencia cierta, es la excelente calidad de su trabajo como fotógrafo.

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Año 1, no 2

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Page 1: El Mural No 2

El Mural Órgano independiente de publicación quincenal Mayo de 2010 Año 1, No. 2

El periodismo mantiene a los ciuda-

danos avisados, a las putas advertidas

y al Gobierno inquieto.

Francisco Umbral

1er Asalto

Banderilla

Jesús Arroyave,

Director de Departamento

Jennie Peña, Coordinadora de Programa

Daniel Aguilar

Gestor El Muro

Participaron en este

número

Carlos Cruz

Daniel Aguilar

Anuar Saad

Óscar José Tóbón

Isaías Molina

Alberto Martínez

El muro de los lamentos

En medio de una exposición sobre

la revolución Mexicana en clase

de Medios Masivos y Conflicto.

Estudiante: !Profe!!...cómo es po-

sible que no le indique a las compa-

ñeras que no es Pancho Villa, sino !

Sancho Panza!!!

Nos la pasamos la vida

acogiendo conocimiento,

tenemos carrera, postgra-

dos, maestrías, doctorados

y un montón de títulos que

a final de cuentas ni sabe-

mos para qué sirven exac-

tamente.

La sociedad actual nos exige saber de todo un

poco, poder opinar con propiedad de la peste

bubónica, de los mapas mentales, de la fiebre

porcina, de política exterior bielorrusa y del

calentamiento global.

Yo por mi lado he estudiado muchas cosas y

he aprendido unas cuantas mas, se como pi-

car cebolla en julianas, se tomar un metro y

medir la distancia entre dos espacios no para-

lelos, más si los separa un charco, se picar los

ojos, mover las cejas, escribir un poema que

no tenga cadencia, reír a carcajadas con cual-

quier chiste flojo, mover mis labios al ritmo

de ella, caminar bajo la lluvia o mandar a la

mierda a quien se lo gana, reconocer cuando

alguien está loco o cuando simplemente quie-

re parecerlo y cuando el gusto, el feeling, la

química, es más que eso.

Saber tantas cosas y darme cuenta de ello me

permite sentir que el saber es infinito pero

que es más importante el no saber. el no en-

tender, el simplemente sentir.

Por eso, cada vez que pienso y pienso me doy

cuenta que en realidad no sé nada, sólo sé ba-

nalidades que sirven para parecer interesante

pero que no sirven para verdaderamente en-

tender la cadencia de la vida.

No sé besar sin cerrar los ojos.

No sé mentir sin que se me note.

No sé manejar un carro ni me interesa hacer-

lo.

No sé bailar trance, reggaeton ni ninguna

música que no se baile pegado, brillando

hebilla.

No sé fingir sensaciones ni sentimientos.

No sé cumplir reglas.

No sé reírme sin ganas.

No sé vivir la vida de otros.

No sé chiflar tan duro como quisiera.

No sé dejar de inventar historias.

No sé comer cosas vegetarianas.

No sé hacer bombas de chicle.

No sé mantenerme alejado de los locos.

No sé amargarme.

No sé dejar de reinventarme.

No sé cantar rancheras ni ninguna canción en

un idioma distinto al costeñol.

No sé escribir cuentos de hadas.

No sé fingir que soy un príncipe de cuentos

de Idem.

No sé discernir entre lo que es importante y

lo que es urgente.

No sé ser convencional.

No sé hacer las cosas porque ―toca‖.

No sé quejarme.

No sé vivir sin capturar mi realidad con una

foto, un escrito o un video.

No sé porque estás tan lejos y a la vez tan

cerca.

No sé que es PI.

No sé cómo se dice añoñi en portugués.

No sé nada sobre política, ni sobre economía,

mucho menos controlo la influencia del arte

del siglo X en la actual guerra de Irak ni las

últimas estadísticas sobre los JJOO.

No sé como se llaman los delanteros de la Se-

lección Colombia de Tejo.

No sé cuáles son todas mis mañas, menos mis

filias o mis fobias.

No sé decir te quiero a la segunda cita.

No sé enfermarme.

No sé quedarme quieto sin hacer nada.

No sé tragarme lo que siento.

No sé dibujar caras reconocibles.

No sé armar una biblioteca.

No sé ser hipócrita.

No sé ser políticamente correcto.

No sé jugar billar

En fin, no sé tantas cosas que me quedo con-

vencido que la vida es un diccionario de pági-

nas abiertas que tengo que leer sin parar.

No sé cómo cerrar esta nota…

No sé, dime tu… ¿qué no sabes hacer?

No sé

Por Alejandro Ángel

Pensando en escribir pa-

ra El Mural, me vino a

la cabeza la infinidad de

veces que intenté hacer

uno en la escuela, con

un pliego de papel pe-

riódico, un tarrito de

témperas pelikan, un

pincel medio calvo, tres compañeros

que nunca entendieron el por qué del

asunto y, finalmente, un profesor de es-

pañol recordándonos el valor de la tilde

y la coma, que el punto y coma es me-

jor no utilizarlos cuando no se sabe en

dónde ponerlos, que un texto mal escri-

to puede decir otra cosa diferente a lo

que originalmente pretendía comunicar,

etc. Total y el pliego quedaba en blan-

co, las témperas derramadas y el pin-

cel, junto con un lápiz sin borrador y

mordido frenéticamente durante un

examen de geometría, terminaban

haciendo las veces de baquetas de una

batería imaginaria. El discurso de las

tildes, las comas, etcétera, lo conservo

para mis estudiantes.

Recordé luego las tardes como estu-

diante de universidad pública leyendo,

entre clases, murales alusivos a perso-

nas caídas en combate, luchas obreras,

anti-imperialismo, discursos reivindi-

cando los derechos de los pobres, los

campesinos, las mujeres. Listados de

desaparecidos, oposición a tratados de

libre comercio, e incluso algunos alusi-

vos a presidentes jamás electos en Perú

(¿a quién me dice el nombre????) junto

a algunas consignas de hinchas del

Santafé que reivindicaban el honor per-

dido desde 1976. Había otros cultura-

les, sobre obras de teatro universitario

(por lo general aburridísimas), exposi-

ciones itinerantes de artistas nómadas

que parecían tener una sola muda de

ropa. Sin embargo, siempre admiré a

aquellos que dedicaban tiempo y traba-

jo manual a organizar sus ideas, cortar,

pegar, pintar y diseñar esos murales

que hacían y hacen parte del paisaje de

toda universidad pública, no sólo de

Colombia, sino de gran parte del mun-

do.

Heme aquí, varios años después de mi

paso como estudiante, apostándole a la

idea de un periódico mural en una épo-

ca y un espacio en que los jóvenes ven

las paredes como simples superficies

verticales, destinadas para colgar cua-

dros o, en el mejor de los casos, como

lienzos sobre los cuales Grafitear algu-

na marca urbana. En principio me pre-

ocupaba el hecho de tener que pintar

con témperas en un pliego de papel pe-

riódico y confieso que he perdido habi-

lidades en el uso de las tijeras de punta

roma. Ya no me preocupan las tildes,

aunque confieso que el punto y coma

jamás aprendí a utilizarlos. Me alivió

saber, sin embargo, que esta vez la tec-

nología está de nuestro lado y me evi-

tará la vergüenza de solicitar a mis co-

legas que me destapen el tarrito de pin-

tura, que siempre está más apretado

que vivir con un salario mínimo.

El Mural en los tiempos del cólera Por Daniel Aguilar

La Elocuencia de lo Terrible

El decomiso de algunos documentos al Departamento Admi-

nistrativo de Seguridad de Colombia (DAS), tiene en vilo a la

―comunidad mediática‖ que sigue paso a paso lo que fue dis-

cutido el pasado martes 4 de abril en la sesión del Senado.

El hecho es que los documentos por su terrorífico contenido

hablan por sí solos y su elocuencia trasciende a replantearnos

la idea de libertad, equidad, información, comunicación, res-

peto e incluso lo que entendemos por diferencia. A menos

que escandalizarnos por esto sea un ataque de paranoia y para

colmo de males, esa patología las EPS no las incluye en el

POS.

Algunos titulares señalan la intervención del Director del

DAS ante la sesión del Senada como una desmitificación del

escándalo, ¿De cuándo acá el mito ha hecho parte de la polí-

tica o es que desmitificar da carácter de real y cierto? Porque

el hallazgo de unos papeles en una institución como esta con

su propio sello no podría sino darnos pista de una realidad, no

de una ficción, a menos que sea otra manera de desviarnos la

atención cerca de las elecciones presidenciales.

Un verbo clave para la lectura de los documentos es Neutrali-

zar. En portugués el sinónimo de neutralizar es paralizar,

¿qué parecido tendrá en esta democracia un sinónimo, en otro

idioma, cuando pareciera describir mejor la acción de quienes

intentan, desde hace algún tiempo, polarizar la opinión, eti-

quetando o señalando con misiones, operaciones y colores los

vórtices por donde se nos ha ido el sueño de país?

Una sociedad polarizada, neutralizada, es una sociedad de

grises, de escala daltónica que no tiene capacidad de decisión

entre un color y otro, entre una cuestión y otra. Una socie-

dad polarizada teme a todo y a nada, al señalamiento y a la

exclusión al tiempo que a las palabras y al silencio para eso

sirve planear el desprestigio, la presión y el sabotaje

El terror tiene elocuencia en este país, habla por todos lados

censurando la voz de quienes no agotan su agencia en el con-

flicto, el chisme político, las chuzadas y los chuzos que con-

vierten a cualquier actor en guerrillero, opositor o rebelde.

Ojalá no caigamos en la trampa de la cortina de humo y se re-

suelvan certeramente los asuntos que conciernen al Estado en

nombre del Estado y no en nombre de una política de gobier-

no que de seguro debe claudicar y dar paso a nuevos modos

de construir país.

El Editor

Fotografía y mito urbano

En torno al profesor Carlos Cruz, docente del departamento de Comunicación Social en el área de Realización, existen un número de mitos urbanos, de los

cuales nos permitimos referenciar dos: en primer lugar, se dice que el profesor en cuestión no envejece y algunos afirman con temeridad que fue él quien

tomó las fotos del primer vuelo de SCADTA. Por otra parte, se dice que lo único que resiente el paso del tiempo en Carlos Cruz, es la foto publicitaria de

Arroz Tailandés, de la cual fue modelo. Falso o verdadero, lo único que se conoce, a ciencia cierta, es la excelente calidad de su trabajo como fotógrafo.

Page 2: El Mural No 2

El Mural

2do Asalto “Emancipate yourself from mental slavery, none

but ourselves can free our minds...” Bob Marley

El Rincón del Programa

FECHAS IMPORTANTES:

Jueves 10 de junio

Límite pago cursos intersemestrales

OFERTA CURSOS INTERSEMESTRALES: Comunicación Corporativa

Filosofía y Comunicación

Medios Masivos y Conflicto

Seminario Comunicación Organizacional

CURSOS ESPECIALES CON PROFESO-

RES INVITADOS

Relaciones Públicas: teorías, conceptos y rela-

cionamientos

CONFERENCISTA

María Aparecida Ferrari. Ph.D. en Ciencias

de la Comunicación,. Coordinadora de la ca-

rrera de Relaciones Públicas y Periodismo de

la Universidad Metodista de São Paulo

Periodismo Internacional

CONFERENCISTA

Miguel Ángel Bastenier. Licenciado en Historia

y Derecho de la Universidad de Barcelona y

en Lengua y Literatura inglesa de la Universi-

dad de Cambridge. Articulista y Columnista

del Diario El País.

Periodismo Deportivo y Sociedad moderna

CONFERENCISTA

Darío Cuesta Cristóbal. Periodista, Universi-

dad Gabriela Mistral. Director Escuela de

Periodismo y de Comunicación Audiovisual,

Instituto Profesional Santo Tomás, Santiago de

Chile.

Periodismo Creativo – Crónica

CONFERENCISTA

Alberto Salcedo Ramos. Cronista colombiano,

considerado uno de los mejores periodistas na-

rrativos latinoamericanos.

El humo enfurecía las serpientes de su ca-

bello, enloquecidas por el gas que se traga-

ba el oxígeno de los árboles raquíticos y la

paz mental de la ciudad. Corría a toda ve-

locidad para escapar del olor de una masa

anónima de cuerpos repugnantes, a quie-

nes les temía más que a las navajas filosas

de los asaltantes.

El terremoto de sucesos que amenazó con devastarla inició

con un trato para transportar droga a otro país. Con el dine-

ro obtenido pagaría unos implantes de silicona en las nalgas

y la cirugía plástica de su rostro.

Alguna vez quiso ingresar a la universidad para obtener la

plata, a través de un empleo, pero su pobreza y unas notas

mediocres acabaron con ese sueño. Aun así anhelaba poseer

los vestidos de satín de las modelos de la televisión, sus za-

patos relucientes y los dientes blancos que nunca tuvo.

Así que cuando el intermediario de la mafia la contactó no

necesitó ningún truco de persuasión. Al contrario, ella mis-

ma le contó de su amargura, de la desgracia de ser vista co-

mo el muerto trágico de una noticia sensacionalista y de

cuanto deseaba cambiar eso.

Días después se reunieron en un bar, que a esas horas aún

no recibía a sus habituales clientes y él, sin demorarse en

temas inútiles, le explicó de nuevo el procedimiento quirúr-

gico, que consistía en abrirle los senos e introducirles heroí-

na. Prometió que no habría dificultades, que sus contactos

dentro del aeropuerto le garantizaban un abordaje perfecto

y que la cirugía se llevaría a cabo al día siguiente, en un

consultorio privado, ubicado al norte de la ciudad.

Antes de despedirse y dar por concluida la conversación le

pidió aprenderse de memoria la dirección del lugar. Des-

pués le entregó dos pasajes aéreos, la visa norteamericana,

el pasaporte y un sobre amarillo ajustado con una banda

elástica, cargado de billetes nuevos. Según dijo, sólo era un

adelanto, porque después vendría un fajo más grande.

Ella lo despidió con una mirada agradecida, acumulaba 20

años soportando el llanto de los niños que le temían a sus

facciones deformes, la curiosidad de los adultos y el asom-

bro de los ancianos, quienes la esquivaban para no verla de

frente.

El día de la operación, un perro doberman la asustó con un

ladrido agresivo. Su dueño ni siquiera le pidió disculpas,

pero lo sujetó de su cadena metálica y lo calmó llamándolo

por su nombre. La actitud desafiante del animal impresionó

su corazón, que se agitó en segundos y le indicó del peligro

con un sudor copioso, ella lo interpretó como una adverten-

cia divina, pero aun así siguió adelante con su propósito.

Al rato de tocar el timbre le abrieron, una enfermera la miró

de pies a cabeza, le preguntó sus datos personales y le en-

tregó una revista vieja para distraer la espera. Pero cuando

vio su desinterés le ofreció un café… Ella los abandonó a

ambos, con disimulo, en una mesa cercana.

El cirujano apareció por el pasillo del fondo, con una bata

blanca y un estetoscopio colgado al cuello. Avanzaba rápido

y venía directo hacia ella, con las manos dentro de los bol-

sillos y un galope de caballo gordo y relajado. La enfermera

le quitó la vista por un momento para rellenar un crucigra-

ma y sin saber le concedió la fracción de tiempo que la hizo

reaccionar.

Experimentó el momento como si la hubieran lanzado en un

líquido transparente y espeso. Allí, en medio del silencio

acuático, escuchó los pasos y el eco infinito de una alarma,

que se repetía en el interior de su consciencia. Una voz le

habló de un plan que fallaba en el último minuto y de un

presidio infernal, donde pasaría 12 años defendiéndose de

antisociales, nerviosa como una rata de bodega, más sola

que nunca y vigilada por los perros del Estado.

El médico la tomó por el brazo para sacarla del mutismo en

que se hallaba y le tocó la frente. Entonces despertó y quiso

darle un puño, pero en vez de eso lo empujó y él cayó enci-

ma de la enfermera, quien permanecía detrás esperando ins-

trucciones. Huyó del consultorio sin pensarlo dos veces y al

salir a la calle se enfrentó otra vez a los otros, a la muche-

dumbre urbana que había aborrecido siempre. Sin embargo,

prefería lidiar con ellos, en vez de vérselas con asesinos y

delincuentes curtidos.

Corría como una gacela, mientras el aire fresco penetraba

por su nariz, se había salvado de los dientes y las garras de

la ilegalidad que la descuartizarían sin piedad al menor des-

cuido. El destino voraz perdió la oportunidad para cazar-

la… Se sentía libre, invencible y satisfecha, porque no pisó

aquel campo sembrado de minas y contenta por la fuga que

aún no ocurría en el presente. Quería silenciar la voz intimi-

dante de la urbe, que le susurraba en los oídos como el

zumbido de millones de abejas mortíferas, pero contra ella

no valía ningún arma sólo la más pura y cruel indiferencia.

Hambre de Cambio Por Isaías Molina

La casa de los retos

Por Oscar José Tobón

Una casa blanca con azul pasa por des-

apercibida en una cuadra del barrio

Boston. Lo que la mayoría de las perso-

nas desconocen es que en este pequeño

lugar existe un mundo especial. Al in-

gresar en él se percibe un ambiente de

ternura y compresión, algo que no se ve

a menudo en las escuelas de la ciudad.

Este colegio llamado ―El mundo de los estudiantes‖ esta

especializado en educar a niños con síndrome de down,

dislexia, autismo, problemas motrices, o cualquier tipo

de retraso.

Mientras se camina por el único pasillo de la institución

se observa los diferentes salones pequeños y dentro de

ellos a los niños haciendo distintas actividades. El pro-

fesor de música toca la flauta y los estudiantes entonan

una nota del pentagrama. En clases de matemática reali-

zan juegos didácticos con números y signos matemáti-

cos, ya que por la discapacidad de los niños el aprendi-

zaje de esta materia debe ser lento y diferenciado, de-

pendiendo el caso que presente cada estudiante, explica

el profesor de matemáticas Ramón Hurtado.

―Aquí no importa tanto que el niño sea un experto en

matemáticas si no que sepa utilizarla para la vida diaria.

Por eso decidí implementar un juego de compra y venta

de artículos con billetes de mentiras, esto, podrá ayudar

a los niños a entender el uso del dinero‖, comenta el

Profesor Hurtado.

Lo que más llama la atención de este lugar es la manera

como los niños son ayudados a salir de sus mundos y

afrontar la realidad. Según cuenta la profesora Raquel

Abad, licenciada en educación especial, ―trabajar con

estos niños es un guerreo diario, ya que uno se debe su-

mergir en el mundo de ellos para comprender su pro-

blemática y sacarlos adelante‖.

Un ejemplo de un joven que necesita un cuidado más

profundo que los demás es Cesar. Quién a sus 21 años

de edad presenta autismo y en su cara se refleja un pro-

fundo aislamiento de la realidad. Sentado en un pupitre

en la mitad del salón de sexto grado mira desconcertado

al tablero blanco que tiene escrito frases en inglés que se

le hacen difícil de comprender.

Además de Cesar hay otro caso que llama la atención, el

es Diego Jaramillo, un niño que pasó de estar en un es-

tado de agresividad absoluta a ver la vida hoy con más

esperanza. Dice que en un futuro quiere ser chofer de

bus como su padre y tener su propia casa para así man-

tener a su familia.

En la parte de atrás de la casa se encuentra la sección

pre-escolar dirigida por la profesora Leyla Llinas, quien

tiene a su cargo a 6 niños. ―Yo no trabajo por dinero, yo

trabajo porque me gustan los retos, y estos niños son pa-

ra mi, el mayor de ellos‖.

Siempre creí que había escogido el

periodismo como un desesperado

recurso para evitar encontrarme con

el álgebra, la trigonometría, la física

y la química. Era, por cierto, una

estrategia de escape bastante deses-

perada, pues mi futuro podía depen-

der de ello. Pero a los 16 años, y

después de una rígida educación en

un colegio de curas, tenía dos opciones: acceder a las pre-

tensiones de papá y mamá, o entrar indefectiblemente en

los misteriosos caminos de El Señor.

Entonces empezaba a recordar las interminables clases de

matemáticas con un profesor largo y desgarbado como

vara de premio y las tenebrosas lecciones de física que, a

pesar de las faldas semitransparentes de la maestra, no

dejaban de ser un mazacote de fórmulas que hoy, 29 años

después, sigo mirando con reticencia.

Cierto día, un amigo al ojear lo que yo, meticulosamente,

llevaba preparando desde hacía tres semanas, me dijo en

tono profético: “Tú vas a ser periodista”. Dejé de teclear

en mi moderna y ultraliviana máquina de escribir de 15

kilos de peso y mientras leía el último párrafo de lo que

suponía iba a ser la novela que me lanzara al estrellato,

algo hizo ―clic‖ dentro de mí.

Meses después descubrí que no me había equivocado y

suspiré aliviado pensando en que por fortuna mi amigo

me encontró tecleando una vieja ―Brother‖, y no tratando

de resolver un problema de factorización.

Pero hoy las causas han cambiado: no solo el terror a la

matemática lleva a algunos a aterrizar en estos lares. Al-

gunos (Ellos) lo hacen porque las más lindas estudian pe-

riodismo. Algunas (Ellas), porque –dicen— ellos están

buenos. Ellos (muchos) quieren farandulear con la carrera

y entrar gratis a todo. Ellas (muchas) quieren cumplir su

sueño: ser presentadoras de televisión. Y muchos Ellos y

Ellas, porque creen –equivocadamente- que esta carrera

es más fácil que la que habían tratado de estudiar antes.

Y son esos Ellos y Ellas que están aquí, enquistados en

las entrañas de la Facultad, mandando mensajes desde sus

blakberry y facebookeando con descaro en plena clase,

ocupando espacio en un salón y dejando sus lágrimas for-

zadas en los frasquitos mitológicos que Daniel Aguilar

perversamente colecciona, quienes creen que han con-

quistado el mundo porque ―ya saben escribir una noti-

cia‖.

Pues les tengo una mala noticia: para escribir una noticia

ni siquiera se necesita ser periodista. La noticia carece de

técnica moderna, de estética, de vida. Son hechos enume-

rados y puntuales que informan algo, pero que no refleja

de manera alguna el paso por la academia de quien la es-

cribe y mucho menos su riqueza narrativa.

Así que si a pesar de todo sigues aquí, debes saber que

muchos factores se han conjugado para ―acorralar‖ a la

prensa escrita en los últimos años. Por un lado los saltos

de gigante que da la televisión, ahora digital, instantánea

y con un menú interminable de canales; por otro, la radio

que mantiene intacta su magia de los años 30 y que

acompaña al hombre en su quehacer hasta en los lugares

más inimaginables, y por último, y más terrible, el Inter-

net.

Ha llegado la hora para la transformación del periodismo

escrito. Y es así como hoy, el periódico que no transforma

sus contenidos, sus formas y su estética en la redacción,

quedará relegado al cuarto del olvido. El periodismo mo-

derno ha trascendido a la simple ocurrencia de un hecho.

El periodismo de hoy tiene un reto enorme e ineludible

que debe llenar la expectativa de sus lectores: saber con-

tar la historia y si quieres insistir en esto, debes saber

contarla.

Así que, joven lector, ¡sí, tú! Ese que ahora está displi-

cente leyendo esto con la ceja fruncida y tratando de re-

cordar la cara de turco malhabido del profesor que esto

escribe: ten presente que el periodismo cambió –por for-

tuna-- y ahora es más exigente, más comprometido y

más estético. Y ese cambio exige también un relevo gene-

racional y muy pronto a ti te tocará llevar la antorcha…

pero si fracasas en el intento, aun tienes tiempo suficiente

para recoger tus motetes y volver a las oscuras cavernas

de algoritmos, decimales y factorización.

Al fin y al cabo, allí la narración será lo de menos.

Ser o no ser

Por Anuar Saad

Ese texto lo hab-

ía leído en algún

lado. Tenía unos

rasgos tan fami-

liares, que la in-

tuición no podía

traicionarme.

Era, según re-

cuerdo, un texto sobre la crisis

energética del país. De lo que decía

yo mismo podía dar fe, pues en mi

condición de redactor económico

había cubierto en alguna ocasión el

tema; y el uso de las fuentes, uno de

los motivos inspiradores de aquella

clase, era más o menos el adecuado.

Ese día devolví a los estudiantes los

trabajos corregidos, menos el de las

sospechas. Tenía que seguir las pes-

quisas de la mente.

Internet, para que se entienda la difi-

cultad, era apenas una luz que se co-

laba por las rendijas de la tecnología

del país, de manera que no contába-

mos con los sofisticados software de

hoy, que permiten oler a la distancia

los plagios de los estudiantes.

Estuve tentando, inclusive, a abando-

nar la búsqueda y entregar el trabajo

a la muchacha, que no era, propia-

mente, la alumna más destacada de la

clase, con un flamante 4,2. Pero cada

vez que tomaba la decisión, sentía

que el algo que me hizo la primera

advertencia, quería añadir alguna pre-

cisión.

A las dos semanas la estudiante esta-

ba molesta, con toda razón. La excu-

sa que había venido esgrimiendo

(“estoy confirmando un dato de tu

texto‖) estaba perdiendo validez.

A esas alturas había buscado entre los

archivos de los colegas y no había

hallado nada. Sólo me faltaba una

carpeta: la de mis archivos persona-

les, que había desechado por una

lógica de obviedad que creía compar-

tir con la estudiante. Pero no había

tal: entre los recortes de periódico co-

loreados por el tiempo, estaba, cente-

llante, el texto que yo mismo escribí

para el Espectador en los años 90.

Afanada por cumplir la tarea, la niña

nunca reparó que fecha del escrito

tenía un desfase de varios años y que

su autor era nada más y nada menos

que su profesor. No tuve más reme-

dio que ponerla en e videncia ante

sus compañeros. Sería la única vez

en que haría algo semejante. Pero

creo que lo merecía, más por la tor-

peza que por el plagio.

La muchacha entró a la actuación y

por ahí la veo, de vez en cuando,

haciendo buenos papeles en televi-

sión. De mi parte aún conservo una

inquietud: ¿Cómo es posible que un

texto mío, publicado con todas las de

la ley en un periódico, tuviera como

calificación apenas un 4,2?

El plagio Por Alberto Martínez M.

! NO SEA USTED DE LOS QUE VE LOS

TOROS DESDE LA BARRERA..

PARTICIPE EN EL MURAL !!

Si nuestro periódico le parece un ladrillo, el que deje de ser-

lo depende completamente de usted y su participación en los

siguientes números. Esperamos su colaboración.

Enviar sus escritos a: [email protected]

Alberto Salcedo en el intersemestral

Alberto Salcedo Ramos, a quien la crítica reconoce actualmen-

te como el mejor cronista de Colombia, estará en la Universi-

dad del Norte durante el período intersemestral, por invitación

del Centro de Educación Continuada y el Departamento de Co-

municación Social. Colaborador permanente de las revistas

SOHO, Malpesantente y Gato Pardo, Salcedo dictará un taller

sobre Periodismo creativo, del 12 al 17 de julio próximos. Para

entonces habrá publicado en Soho, precisamente, el esperado

perfil del cantautor Diomedes Díaz en el que trabajó durante

dos años. Salcedo es, según Juan Gossaín ―el aliento que revi-

vió la crónica en Colombia, cuando todos pensábamos que

había muerto‖. Mayores informes: Centro de Educación Conti-

nuada (primer piso del edificio de postgrados), teléfono

3509351 o correo [email protected].

¿Tiene un hueco en su horario?

¿el aburrimiento se apoderó de

usted y ya vio todas las fotos de

sus amigos en Facebook?...le te-

nemos la solución para el aburri-

miento. Periódico El Mural…!

Para leer entre clases!!

Consulte las ediciones anteriores

en nuestra página:

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Releyendo e l

tríptico de Tolkien

y no quisiera pre-

sumir de obsesio-

nada con la reali-

dad y la ficción

pero diría que el

Señor de los Ani-

llos es un tanto se-

mejante al actual gobierno.

Todos, como en el libro de Tolkien,

quieren poseer el anillo: el poder y la

lucha contra la guerra y el narcotráfi-

co. Pero llevar el anillo implica llenar-

se de valentía, no dejarse seducir por el

deseo de poseerlo y cargar con él para

salvar al mundo de su maldad. Sino ve-

an el ―desplazamiento‖ de nuestro go-

bernante que se ha trasladado de la Co-

marca (Colombia) a los otros

―pueblos‖ (EE.UU., Europa, Oriente)

para buscar a la ―Compañía‖ Perdón! Al

equipo de arriesgados caballeros que lo

acompañaran hasta Mordor (predios de

las FARC) y así luchar para destruir el

anillo.

Como a ningún héroe le puede faltar un

amigo fiel, a este gobierno no le falta

tampoco. Por mencionar diría una ma-

nada de Santos, Alto Comisionado para

la paz, Senadores, consejeros presiden-

ciales, industriales entre otros. Quienes

lo acompañan a las fronteras de los te-

rritorios donde cientos de hombre y mu-

jeres aceptan la desmovilización por

una ―vida mejor‖, mientras algunos

―jinetes‖ se recorren el país como es-

pectros para perseguir y hacer frente al

problemita del deseo de poseer el anillo

positivar unos falsos, falsear unos posi-

tivos.

Está claro que los 16.000 desmoviliza-

dos son los orcos de Tolkien y que uno

que otro ―troll‖ (jefes paras o guerrille-

ros) termina por quedar atrapado o

muerto en combate (Don Berna, Man-

cuso, Castaño y hasta Reyes). Aún así

habla de la disminución porcentual

asombrosa del 50% en homicidios y

80% en masacres. Es evidente que los

que fueron ya no son y los que son de

pronto serán y que unos y otros se crean

con derecho al poder. Bilbo pensó que

volvería a poseer el anillo. Pastrana,

Gaviria, Samper ahora que se habla de

tri-reelección quizá se sientan de nuevo

parte de la ―Compañía‖, sin embargo,

esta vez conservan la distancia observan

la movida como las corridas. Pero sea

como fuere Ministros, ex presidente,

presidentes de otros países, senadores y

demás, conocen las intenciones de

nuestro electo.

Probablemente el camino a Mordor no

necesita de tantas compañías porque los

―orcos‖ (desmovilizados) nunca van a

olvidar a su ―señor oscuro‖, ni el vene-

no que llevan por dentro se sublima en

la desmovilización, mucho menos el

―señor oscuro‖ va a olvidar su deseo de

poseer el anillo. Según el gobierno lle-

gar a Mordor, como Tolkien en su libro

necesitaba de una segunda parte: la re-

elección. Tolkien escribió su ficción y

nosotros vivimos reelección. Ahora hay

que reinterpretar la realidad acorde a la

ficción pues más que una segunda parte

hay amigos que pueden deshacerse me-

jor del anillo así que se necesita una ter-

cera parte para que el amigo de Frodo

Sam-tos sea la mano que con certeza

nos conduzca a la prosperidad.

La comunidad de Uribillo

Por: Kell Pozo