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EL «LUGAR DE MANCHA»: APUNTES ESTILÍSTICOS AL MARCO DEL QUIJOTE JOAQUÍN MENCHÉN CARRASCO El primer borrador o boceto de estos «apuntes)) sobre la conocida fórmula «lugar de la Mancha)) vio la luz entre los bastidores del VII Coloquio Internacional, celebrado en Argamasilla de Alba hace ya casi diez años, y en cuya preparación y desarrollo «logísticos)) tuve el placer y el honor de participar (auque no de disfrutar como hubiera querido) en mi condición de concejal del Área de Cultura del Ayuntamiento. Aquel primer embrión ha reposado el «sueño de los justoS)) durante estos años en que la «lanZa)) de las inquietudes y veleidades políticas casi llega a «embotar la pluma)) de las sensibilidades y aficiones literarias (bíblicas, grecolatinas y cervantinas). Una serie de circunstancias, que no vienen al caso y entre las que no ha sido ajena la celebración de este XII Coloquio Internacional en Argamasilla, me ha permitido desarrollar minimamente el «viejo guiófl)), colmando así una también antigua aspiración de poner en trance de diálogo la dedicación profesional a la filología bíblica y la afición personal al Quijote. 1. Los recursos literarios de la inclusión y el quiasmo Llegados a este punto, y para que nadie se llame a engaño, he de reconocer que no soy ni hispanista, ni cervantista, ni mucho menos especialista en el Quijote. Pero también debo manifestar, con la debida modestia, que sí soy filólogo, titulado (eso sí, de lenguas muertas, un tanto esotéricas y casi impronunciables) y practicante. Quiero con ello decir que las afirmaciones y conclusiones que 91

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EL «LUGAR DE MANCHA»: APUNTES ESTILÍSTICOS AL MARCO DEL QUIJOTE

JOAQUÍN MENCHÉN CARRASCO

El primer borrador o boceto de estos «apuntes)) sobre la conocida fórmula «lugar de la Mancha)) vio la luz entre los bastidores del VII Coloquio Internacional, celebrado en Argamasilla de Alba hace ya casi diez años, y en cuya preparación y desarrollo «logísticos)) tuve el placer y el honor de participar (auque no de disfrutar como hubiera querido) en mi condición de concejal del Área de Cultura del Ayuntamiento. Aquel primer embrión ha reposado el «sueño de los justoS)) durante estos años en que la «lanZa)) de las inquietudes y veleidades políticas casi llega a «embotar la pluma)) de las sensibilidades y aficiones literarias (bíblicas, grecolatinas y cervantinas). Una serie de circunstancias, que no vienen al caso y entre las que no ha sido ajena la celebración de este XII Coloquio Internacional en Argamasilla, me ha permitido desarrollar minimamente el «viejo guiófl)), colmando así una también antigua aspiración de poner en trance de diálogo la dedicación profesional a la filología bíblica y la afición personal al Quijote.

1. Los recursos literarios de la inclusión y el quiasmo

Llegados a este punto, y para que nadie se llame a engaño, he de reconocer que no soy ni hispanista, ni cervantista, ni mucho menos especialista en el Quijote. Pero también debo manifestar, con la debida modestia, que sí soy filólogo, titulado (eso sí, de lenguas muertas, un tanto esotéricas y casi impronunciables) y practicante. Quiero con ello decir que las afirmaciones y conclusiones que

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Joaquín MENCHÉN CARRASCO

pueda hacer sobre el Quijote no podrán tener el sello y la validez del especialista o del profesor (en todo caso, los tendrán del aficionado, apasionado y enamorado del Quijote que confieso ser), pero creo también estar en condiciones de compensar tan notable debe con el apreciable haber de más de 25 años de experiencia filológico-literaria de estudio, investigación, docencia, traducción, anotación y comentario de obras también señeras en el panorama de la Literatura Universal, como pueden ser los relatos de Génesis y de los libros de Samuel, Reyes y de Crónicas; los poemas de los Salmos, Lamentaciones y el Cantar de los Cantares; las profecías de lsaías, Daniel, Miqueas y Jonás; o las obras sapienciales de Proverbios, Job, Eclesiastés y Sabiduría; por no hablar de los estudios monográficos sobre el Evangelio de Juan, ni de los escarceos en los clásicos griegos y latinos, en el ámbito de la docencia.

No quisiera que se tomara indebidamente este dato como un indecoroso alarde de inmodestia o vanagloria, sino como el necesario aval y convalidación de métodos y recursos de análisis literario que he tenido ocasión de poner en práctica con harta frecuencia; y que, aunque en mi experiencia particular se han aplicado casi exclusivamente a textos hebreos, arameos y griegos, no son en modo alguno exclusivos de lafilología bíblica trilingüe, pues esta los ha tomado prestados de otras filologías posteriores, demostrándose plenamente válidos y suficientemente contrastados.

El RECURSO DE LA INCLUSIÓN consiste básicamente en la repetición de determinadas fórmulas o palabras-clave al principio y al final de una obra, poema, parte o capítulo (inclusión mayor); pero también al principio-final de una estrofa, sección o párrafo (inclusión menor). Aunque inicialmente fue un recurso más valorado y utilizado en Paleografía (ya que la mayor parte de los antiguos códices «unciales o mayúsculos», como los primeros «minúsculos», no solían hacer separaciones no ya en una misma obra, sino entre obras distintas, este recurso se revelaba de capital importancia para delimitar capítulos, secciones y hasta libros enteros), también es evidente su aplicación y valor estilísticos, como un elemento más de las distintas variables de la repetición, el paralelo y aun el quiasmo (que en desarrollos más amplios da lugar a estructuras concéntricas o «circulares» ).

Entre ejemplos notables y variados de inclusión 1, tanto en prosa como en verso2, quiero llamar brevemente vuestra atención sobre el libro del Eclesiastés o Qohélet, al que he dedicado, aún dedico y seguramente seguiré dedicando mis mayores atenciones y esfuerzos de estudio, análisis, investigación, traducción

l Sobre la vigencia actual del recurso estilístico de la «inclusión», ver el comienzo y final de La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón (Editorial Planeta, 2001, 2005, 44· edición).

2 Por citar solo algunos ejemplos bíblicos, cf. Génesis 1, l - 2, 4a; 2 Samuel 13, 1-22; Salmos 8; 67; 82; Sabiduría 9 o Juan l.

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y comentarios3• La inclusión mayor que abre y cierra el libro (<<vanidad de vanidades, dice Qohélet, todo es vanidad», Ecl. 1,1; 12,8), permite enmarcar y delimitar el conjunto de la obra qoheletiana, distinguiéndolo de lo que es un añadido editorial posterior (12, 9-14), así como anticipar su estribillo más común (<< ... también esto es vanidad»). Pero es que además, y gracias a otros claros juegos de inclusiones mayores y menores y nuevos indicios literarios, se llega a identificar con notable precisión una estructura armoniosa y bien elaborada, hasta hace poco inadvertida por muchos estudiosos y comentaristas que preferían la aplicación de métodos histórico-críticos, sobre los estilísticos, y que primaban las estructuras conceptuales (basadas casi exclusivamente en el supuesto «contenido», muchas veces derivado de apreciaciones «subjetivas») sobre las estructurales formales (basadas en los elementos y recursos estrictamente literarios y estilísticos «objetivamente» detectados en la obra analizada) 4.

2. El propósito «estructurador» de Cervantes en el Quijote de 1605

Tras este preámbulo «metodológico», cuya única pretensión es justificar la validez de unas herramientas de crítica literaria (compensando, al menos mínimamente, mi ya confesada «falta de autoridad» en estudios cervantinos), voy a centrarme en la obra cervantina. Pero antes de abrir directamente el Quijote para contrastar y verificar los datos y recursos estilísticos hasta ahora apuntados, conviene cuanto menos tomar conciencia de la maestría, el conocimiento y el genio literario y narrativo de Cervantes. Pues, aunque sean tópicos demasiado consabidos y manoseados, nos pueden ofrecer una primera aproximación a lo que se suele denominar la intención del autor. verdadera «piedra filosofal» de toda hermenéutica, que a menudo suele confundirse con las proyecciones subjetivas e interesadas de analistas y estudiosos. Y para ello nada mejor que invocar el juicio de «otro» clásico, el profesor Riley:

3 Pueden consultarse mis traducciones, introducciones y notas para La Biblia de la Casa de la Biblia (1991), nueva Biblia de JenJsalén (1998) y la Biblia interconfesional (BTl), de inminente aparición, así como los comentarios a los libros de los Reyes (1991), Eclesiastés (1992), Crónicas, Esdras y Nehemías (Historia Cronística, 1995), incluidos posteriormente en el Comentario al Antiguo Testamento l y 11, de la Casa de la Biblia (1997).

4 El ejemplo de Qohélet no es un caso aislado. Hay estudios más exhaustivos y definitivos sobre la mal llamada Carta a los Hebreos, sobre el libro del Apocalipsis, sobre el libro o libros de ¡saías, sobre la llamada «Historia de la Sucesión» contenida entre 2 Samue113-20 y 1 Reyes 1-2, o sobre la sección de Sabiduría 13-15, así como sobre el Cantar de los Cantares, Job y Eclesiastés, aparte de monografias sobre textos más breves, como relatos cortos y poemas de salmos, oráculos proféticos y poemas sapienciales, por ceñirme solo a estudios consultados personalmente.

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Hay escritores, hay críticos y hay escritores-críticos. Cervantes fue uno de estos últimos. No escribió ningún tratado o discurso sobre la poesía como Torcuato Tasso, ningún arte poética en verso como el Arte nuevo de hacer comedias de Lope de Vega. Con todo, su obra literaria embebe un sustancioso compendio de teoría y crítica literaria: se encuentra en los diálogos entre los personajes y en las observaciones del narrador, sobre todo en el Quijote, el Viaje al Parnaso, la comedia del Rufián dichoso y, más al paso, en algunas de las Novelas ejemplares. [ ... ] A estas deben añadirse las importantes contribuciones de casi todos los prólogos publicados al frente de sus obras5•

Por lo que sabemos por biógrafos y estudiosos, sus lecturas debieron ser copiosas y variadas, abarcando clásicos y contemporáneos, obras literarias y tratados. Su formación literaria, sin ser universitaria, aventaja a la gran mayoría de los escritores del Siglo de Oro y seguramente a muchos licenciados de la época. Buena muestra de su bagaje literario se transparenta en el Quijote (especialmente en el Prólogo, el escrutinio, los diálogos del cura y el ventero, o el cura y el canónico, y en el de este con don Quijote, por ceñimos exclusivamente a la obra de 1605).

Su conocimiento y dominio de las técnicas de la narrativa le hacen ser escrupuloso, medido, coherente y cuidadoso, especialmente en lo que atañe a los ideales de la teoría literaria: la imitación (sin obsesiones «moralistas»), la verosimilitud (que no significa «exactitud») y la proporción. Como muestra, bien puede valer este botón. A través del frecuente recurso de «persona interpuesta», Cervantes, por boca del canónigo, condena rotundamente los libros de caballerías porque no guardan la justa correspondencia entre principio, cuerpo y final:

No he visto ningún libro de caballerías que haga un cuerpo de fábula entero con todos sus miembros, de manera que el medio corresponda al principio, y el fin al principio y al medio, sino que los componen con tantos miembros, que más parece que llevan intención a formar una quimera o un monstruo que a hacer una figura proporcionada. (DQI, 47)

La cita es importante y «sintomática», pues, además de revelamos el dominio de la preceptiva literaria por parte de su autor, nos descubre a las claras la intención del propio Cervantes de hacer de su obra lo que echa en falta en los libros criticados, es decir, «un cuerpo entero con todos sus miembros», en el que se corresponda «el fin al principio y al medio».

5 Riley [2004: CXLIV].

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El «lugar de Mancha»: apuntes estilísticos al marco del «Quijote»

3. La fórmula «lugar de la Mancha» en el Quijote de 1605

El lapidario y «enigmático» comienzo del Quijote, «en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme ... », posiblemente el más conocido de la historia de la Literatura Universal (incluso para aquellos que en su lectura no han pasado de esa frase), ha dado pie a un muestrario casi infinito de análisis, estudios, reflexiones, hipótesis, conjeturas, divagaciones, ocurrencias, y otras «trovatas», que no siempre han tenido en cuenta su valor y función prioritaria -y yo diria que casi exclusivamente-literarios. Una ocultación tan inmediata, sorpresiva y deliberada del nombre del lugar del protagonista no podía escapar a la mínima curiosidad de cualquier lector (por poco avisado o entrenado que fuese), grabándose ya desde el comienzo de forma indeleble en su inconsciente o preconsciente, como un misterio, interrogante o desafío propuesto «conscientemente» por el autor y que, en justa correspondencia, el lector esperaría pacientemente que más pronto o más tarde le fuera desvelado, sin tener necesidad para ello que recurrir, en su simple y desvalida condición de «lectom a ninguna sofisticada cabalística, o a complicados cálculos de medias aritméticas o a rebuscados «enfoques sistémicos interdisciplinares». Como bien decía Sansón Carrasco (y Cervantes a través de él) en los primeros capítulos de DQII, la «primera» historia de don Quijote no tiene «necesidad de comento para entenderla», pues K .. es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella» (DQII, 3, 711). Es decir, que el propio Cervantes niega en su obra claves «ocultas y enrevesadas», del todo ajenas a la claridad y transparencia de su prosa.

Entre los muchos intentos de solución que se han ofrecido -y descartando los que proceden de la superada crítica biográfica6 o «historicista», consistentes casi todos en proponer una identificación del «lugam, casi siempre avalada por alguna hipotética circunstancia de la biografía del autor-, la mayoría de anotadores o comentaristas -renunciando a abordar el problema de la identificación del

6 Según Avalle-Arce [1975], «en el siglo XIX, a partir del Romanticismo, tuvo gran auge la crítica biográfica, o sea, la interpretación de la obra literaria como una biografía esencial, en la que el autor engarza sus experiencias en forma más o menos disfrazada. Con la llegada del positivismo, esto se rigoriza en método: un inteligente, o al menos minucioso, estudio de la vida del autor y su carácter revelará los secretos de la obra literaria, que en muchas ocasiones se ve así reducida a una mera trasposición de lo acontecido. Tan lamentable miopía metodológica afectó también al Quijote, y se procedió, en consecuencia, a interrogar la vida de Cervantes, mal conocida entonces y no bien del todo ahora, para desentrañar el misterio de ese innominado lugar de la Mancha. Con algunas buenas y muchas malas razones se llegó a identificar ese lugar con Argamasilla de Alba (algunos versos del Quijote bueno señalaron el camino, seguido ya en aquella época por Alonso Fernández de Avellaneda), y se supuso que allí estuvo preso Cervantes, quien con este motivo, y en desquite, silenció el nombre de la localidad».

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«lugar»- coincide en buscar distintos paralelos en obras contemporáneas7 o anteriores al propio Cervantes8

• Con los respetos debidos a dichos intentos, yo creo que las soluciones (y aún los paralelos) están más cerca, y que hay que buscarlos en la misma obra (como más adelante tendremos ocasión de ver). Pero vayamos por partes y analicemos la fórmula inicial, «en un lugar de la Mancha», objeto de nuestro análisis o «apuntes».

4. Análisis estadístico de la fórmula «lugar de la Mancha»

El análisis estadístico de los dos términos significativos de la fórmula, «lugar» y «Mancha» en el Quijote de 1605, nos ofrece los siguientes datos9

:

a) Lugar aparece 170 veces en DQI (+ 173 en DQII) para un total de 343 en el conjunto de las dos obras. Se trata de un término polisémico, pues ofrece varios significados:

7 Es bien conocida la presencia de la fónnula «en un lugar de la Mancha» en uno de los versos iniciales de una ensaladilla burlesca que rodaba impresa desde la Octava parte de las Flores del Parnaso (Toledo, 1596), de donde pasó al Romancero general (Madrid, 1600) y que reza así: «Un lencero portuguésl recién venido a Castilla,1 más valiente que Roldánl y más galán que Macías,1 en un lugar de la Mancha,1 que no le saldrá en su vida,1 se enamoró muy despaciol de una bella casadilla». Sin embargo, tal hipótesis parece hoy descartada y a lo sumo se trataría de una «reminiscencia inconsciente», pues Cervantes no contaría con que se entendiera como cita, ya que dicho romance «no era lo suficientemente conocido para que el común de los lectores percibiera la alusión en época de Cervantes» (Rico, DQ 2004, Notas complementarias, 264).

8 Más recientemente, y siguiendo de nuevo a Avalle-Arce [1975], «en la fónnula inicial "En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordanne [ ... ]" se han hallado semejanzas con una fónnula propia de la narración popular de todos los tiempos y lugares. Así, por ejemplo, ya Heródoto, al hablar de un falsario, dice "cuyo nombre no recordaré, aunque lo sé" (1, 51). Y en Las mil y una noches, la historia de Aladino y su lámpara maravillosa se introduce de esta manera: "He llegado a saber que en la antigüedad del tiempo y el pasado de las edades y de los momentos, en una ciudad entre las ciudades de China, de cuyo nombre no me acuerdo en este instante, había ['oO]". O bien, don Juan Manuel comienza el último ejemplo de su Conde Lucanor con las siguientes palabras: "Señor conde, dixo Patronio, en una tierra de que non me acuerdo el nombre, había un rey [ ... ]". [En la misma línea argumental, se ha invocado el cuarto de los Discursos Sagrados de Elio Aristides: "Desde una pequeña ciudad de Misia cuyo nombre no es necesario recordar, llegaron al gobernador los nombres preseleccionados".] oO, Otro tipo de tradición en que se puede engarzar la fónnula "no quiero acordanne" es la curialesca. En el lenguaje notarial de la época de Cervantes abundan los ejemplos del tipo de los siguientes: "Dibersas personas biejas e antiguas de cuyos nombres no se acuerda [oO.]". "Muchas personas biejas e antiguas de cuyos nombres no se acuerda [oO.]". Era, al parecer, fónnula propia de las probanzas».

9 Aunque el objeto de estudio es el Quijote de 1605 (DQl), el análisis estadístico incluye también el Quijote de 1615 (DQll), por si su cómputo pudiera ofrecer algún interés ulterior. No se tienen, en cambio, en cuenta, ambos prólogos, por considerarse elementos externos a las obras literarias a las que preceden y presentan.

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• Lugar designa en 14 ocasiones (+29 en DQII) al pueblo de don Quijote o sus paisanos (Sancho, el Cura, el Barbero, Sansón Carrasco, la mujer de Sancho, Ricote, etc).

• Con idéntico significado aparece otras cinco ocasiones en DQI (+8 en DQII) unido al nombre de otras concretas poblaciones de la Mancha o de comarcas vecinas (Puerto Lápice, el Toboso, Miguelturra, Tirteafuera ... ).

• En seis ocasiones (O en DQII) aparece unido al nombre propio de otras regiones o comarcas distintas (1 Extremadura, 2 Andalucía y 3 «montañas de León»). La mayoría de estas frecuencias ofrece una variante idéntica o equivalente a la del comienzo del libro: «en un lugar de x».

• Solo en tres ocasiones aparece unido a «Mancha», conformando la fórmula íntegra «lugar de la Mancha», referida sucesivamente a un lugar anónimo (DQI, 1), al Toboso (DQI, 13) Y a Argamasilla (DQI, 52). Aunque no es estrictamente idéntica, aquí habría que añadir también la fórmula «lugares de la Mancha», a la que más tarde nos referiremos, que aparece al final de DQII.

• Ocasionalmente también aparece referida a alguno de los personajes (Grisóstomo, Cardenio, etc.), como «su lugar».

• En el resto de frecuencias (más de un tercio del total) «lugar» aparece en fraseología sustitutiva: en expresiones como «su lugar» (= su sitio), «hacer lugar» (= hacer sitio), «en lugar de» (= en sustitución de), «tener/haber lugar» algo (= suceder o celebrarse algo), o como sinónimo de «ocasión», en las fórmulas «dar/ tener/faltar lugar» a algo (= dar/tener/faltar ocasión de algo).

b) Mancha, por su parte, aparece 52 (-1) veces en DQI (+104 en DQII), para un total de 156 (-1) veces en el total de las dos obras. De todas ellas, la amplia mayoría de frecuencias, 120 veces (33 en DQI + 87 en DQII) en total, forma parte del apelativo o sobrenombre del protagonista, Don Quijote de la Mancha, quedando las restantes 35 (18+ 17) para designar una comarca o región bien conocida y delimitada.

5. Primeras conclusiones

Quizá lo más interesante de este apresurado análisis sea la constatación de que la solemne y «significativa» fórmula inicial del libro solo aparece otras dos veces a lo largo de la obra (y, al menos como tal, ninguna en el DQII, a excepción del equivalente «lugares de la Mancha» del final, que más tarde retomaremos).

De estas dos reapariciones, la primera se refiere a «el Toboso, un lugar de la Mancha» como patria «chica» de Dulcinea, dato por otra parte ya conocido desde el primer capítulo, donde se nos decía que la dama del futuro caballero vivía «en un lugar cerca del suyo» (DQI, 1). Desde aquella primera mención todavía indeterminada hasta la presente cita «el lugar del Toboso» ya había

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aparecido doce veces 10, especialmente acuñado en la fórmula «Dulcinea del

Toboso», paralela y equivalente a «Don Quijote de la Mancha». La segunda repetición de la fórmula aparece al final, en una inscripción que

antecede inmediatamente a los epitafios que cierran el libro: «Los Académicos de la Argamasilla, lugar de la Mancha en vida y muerte de don Quijote, 'hoc scripserunt'». A partir de aquí y hasta el «inmediato» final el nombre propio de este «lugar de la Mancha» reaparecerá otras seis veces (cinco como nombre propio y una como adjetivo), encabezando cada uno de los seis poemas luctuosos y epitáficos que cierran la obra DQI, en simétrica correspondencia con los poemas laudatorios burlescos que preceden al inicio emblemático. Siete menciones para el nombre propio del «lugar de la Mancha», deliberadamente velado en el solemne principio y mantenido oculto desde entonces hasta ahora, conforman toda una revelación no menos solemne (y yo diría que «epifánica»), que no debía dejar lugar a ninguna duda en cualquier lector, por poco avisado que fuera.

En resumidas cuentas, el final del Quijote nos descubre un doble marco, dispuesto en forma quiástica y conformado por un primer marco que podríamos denominar «externo» formado por los poemas laudatorios que preceden al comienzo del Quijote y por los sonetos y epitafios que siguen al final; y un segundo marco «interno» formado por la inclusión mayor lograda por la repetición de la fórmula «lugar de la Mancha». Esta disposición quiástica del comienzo y del final responde perfectamente a la voluntad manifiesta y decidida del autor de concluir una obra «acabada y redonda» (no en vano a este tipo de «inclusión» da lugar frecuentemente a lo que se denomina «estructura circulan», logrando «una figura proporcional» en la que, como explícitamente nos decía Cervantes por boca del canónigo, «el medio corresponda al principio, y el fin al principio y al medio» (DQI, 47, 601).

6. Las correspondencias entre medio-principio y fin-principio-medio

Si bien quedan claras las correspondencias entre principio y final de DQI, aún no hemos abordado las correspondencias del marco interno «lugar de la Mancha» con el medio o centro de la obra. Aunque pienso que no añadirán apenas datos de interés al propósito de identificar el «lugar de la Mancha», no quisiera dejar de hacer algunas breves referencias o «apuntes», que pueden ayudamos a profundizar un poco más en la estructura literaria del Quijote.

La enigmática fórmula inicial «lugar de la Mancha» solo nos ha ofrecido dos identificaciones: El Toboso, lugar de Dulcinea (DQI, 13) y distinto, aunque

10 El Toboso aparece 60 veces en DQI.

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El «lugar de Mancha»: apuntes estilísticos al marco del «Quijote»

cercano, al lugar de don Quijote ll (DQI, 1); Y «Argamasilla, lugar de la Mancha en vida y muerte de don Quijote» (DQI, 52). A tenor de su disposición, creo que se puede afirmar que esta bipolaridad de lugares del primer capítulo de DQI se perfila como uno de los ejes temáticos y estructurales del Quijote cuyo desarrollo penderá de la tensión entre los dos caminos: el del Toboso que lleva a Dulcinea y el del lugar de don Quijote. No solo todos los pensamientos del protagonista van camino de Dulcinea y del Toboso, también sus órdenes tratan de encaminar en su dirección (aunque siempre en vano) a todos los vencidos o supuestamente beneficiados de sus hazañas justicieras y reparadoras. Sin embargo, don Quijote nunca recorrerá personalmente el camino del Toboso (al menos en DQI) y, en cambio, sí tendrá que emprender hasta tres veces el camino de regreso a su lugar.

Solo en una ocasión está a punto de llegar al Toboso, aunque de forma indirecta o, mejor dicho, por persona interpuesta: cuando envía a Sancho desde Sierra Morena al Toboso con una misiva, que ha de entregar personalmente a Dulcinea, donde le describe sus finezas de enamorado y otros desatinos, que empieza a cumplir en plena sierra, en una penitencia gratuita y literaria, a imitación de las locuras desaforadas de Roldán o las melancólicas de Amadís (DQI, 26), mientras él queda llorando «ausencias de Dulcinea del Toboso» y tratando de demostrar hasta dónde estaría dispuesto a llegar «en mojado», quien «en seco» se revela capaz de cometer tan gratuitos desatinos.

Sin embargo, la embajada de Sancho nunca llegará a su término, entre otras razones, porque (además de haber perdido la carta y la «libranza pollinesca») en las inmediaciones de la venta el escudero se encuentra con dos personajes conocidos, el cura y el barbero del lugar, que le harán desistir de su empeño, proporcionándole la coartada de una embajada pseudo-cumplida (que habría de llevar finalmente a don Quijote personalmente al Toboso) y una nueva ficción de «doble (o triple) lectura», encaminada a sacar a don Quijote de la sierra y de su inútil y gratuita penitencia: dando ocasión a don Quijote de encontrarse con Dulcinea y acometer nuevas y generosas aventuras, y a Sancho el cumplimiento de su mayor ambición, gobernar una ínsula o algo que se le parezca, pero que desde la perspectiva de los dos amigos está concebida como señuelo para devolver a don Quijote al «lugar» y juicio abandonados.

Bueno, pues si miramos donde se produce este determinante «cruce de caminos» (el del Toboso y el del lugar de don Quijote y sus amigos, el cura y el barbero) es justamente en el centro del libro, entre los capítulos 26 y 27 (el

11 La primera mención del Toboso aparece por primera vez en las líneas finales del cap. 1: «porque era natural del Toboso: nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto»; y forma «inclusión menaD> con el silenciado nombre del «lugar de la Mancha» que abre el capítulo y el libro.

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final del 26 nos descubre el citado encuentro junto con el plan del cura y del barbero, y el inicio del 27 describe los primeros cumplimientos de dicho plan, con el disfraz de ambos que siguen a Sancho al reencuentro con don Quijote). Desde este centro, medio o quicio hasta el final todo queda presidido por el propósito de hacer regresar a don Quijote a su lugar. El relato empieza a ofrecer abundantes y notables indicios de estructura concéntrica, pues muchos de los nuevos episodios, o son rigurosos paralelos, o contienen claras y explícitas referencias a otros episodios similares en los primeros 26 capítulosl 2.

Demasiadas coincidencias y evidencias como para no tomar en consideración la hipótesis de una pretendida estructura concéntrica o quiástica en paralelo inverso, que tiene su centro o «medio» en el cruce de los caminos del Toboso y de Argamasilla, «cruce» que anticipa y condiciona el desenlace de toda la segunda parte de DQI: el regreso de don Quijote «encantado» desde sus locuras gratuitas de Sierra Morena a su lugar, a su hogar y a su lecho. Definitivamente, Cervantes, al contrario que los libros caballerescos tan desmesurados y desproporcionados, ha logrado componer una obra «proporcional», en la que «el medio corresponde al principio, y el fin al principio y al medio» (DQI, 47).

7. El «lugar de la Mancha» en el Quijote de Avellaneda y en el Quijote de 1615

Dejamos voluntariamente en el tintero, por razones de extensión, otras consideraciones también literarias y estilísticas sobre la coherencia de Argamasilla, como <<lugar de la Mancha» y lugar de don Quijote, dentro del marco espacial y temporaP3 de DQI, para abordar finalmente tanto la recepción

12 Por poner solo algunos ejemplos, la continuación del relato de Cardenio (DQI, 27), se corresponde con la primera parte de su relato (DQ1, 24); historia que proseguirán Dorotea (28) y Fernando (36). La estancia en la venta (DQI, 32-47) se corresponde con la primera estancia de DQ y SP (DQI, 15-17), con varias alusiones a las incidencias entonces acaecidas. En el marco de la venta se dan cita personajes de la primera parte, como el mozo Andrés (DQI, 30, cf. 4)), el barbero de la bacía (DQI, 44-45, cf. 21), o los cuadrilleros de la Santa Hermandad que buscan al «libertador» de los galeotes. Otros paralelos significativos son el discurso de las armas y las letras (DQI, 48), en explícita correspondencia con el de la edad de oro (DQI, 11), o las conversaciones entre el cura y el canónigo, y entre éste y DQ sobre los libros de caballerías (DQI, 47-49), que aluden al escrutinio y quema de dichos libros por el cura y el barbero (DQI, 6-7). La historia de Leandra, contada por el cabrero Eugenio (DQI, 51), remite a la historia de Grisóstomo y Marcela contada también por un cabrero, Pedro (DQI, 12-14). Y, finalmente, la aventura de los disciplinantes (DQI, 52) remite, por un lado, al encuentro con la comitiva del cuerpo muerto (DQI, 19) Y a la más remota de los mercaderes (DQI, 4), con la que comparte apaleamiento de DQ de regreso a su aldea.

13 En virtud de la coherencia y «verosimilitud» espacio-temporal del Quijote (que no hay que confundir con «exactitud»), la cita sobre la primera salida por el «campo de Montiel» (DQI, 2), lejos de apoyar la sorpresiva y tardía candidatura de determinada villa sita en el corazón de dicha comarca (candidatura apoyada en una lectura errónea y sesgada del texto cervantino), más parece

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del enigma-desenlace de dicho «lugar» en la época del autor, así como su consideración en el Quijote de 1615.

a) Avellaneda como modelo y paradigma

Probablemente haya que agradecer a la publicación del Quijote de Avellaneda en 1614 la culminación y publicación de la segunda parte del Quijote en 1615, apenas un año antes de la muerte de Cervantes, pues, de no haber sido por la aparición del apócrifo, posiblemente la segunda parte del Quijote habría seguido la misma suerte de la prometida segunda parte de La Galatea. Pero también hay que agradecerle su constante «fidelidad» (al menos formal) a la obra cervantina, especialmente en aquellos datos que rodean a los protagonistas y, entre otros, la identificación clara y explícita de «Argamesilla de la Mancha», como el «lugar de la Mancha», ocultado al principio y revelado al final en la obra de Cervantes.

Pero más allá de la valoración de su obra, o del debatido problema de su identidad'4, temas que actualmente parecen recobrar especial interés, Avellaneda nos interesa como modelo o paradigma de un lector «avisado» contemporáneo de Cervantes y de su Quijote de 1605. Un lector ilustrado y cultivado'S, con

corroborar la mención de Argamasilla, situada por mapas de la época (Relaciones topográficas de Felipe 1I, del 1575), en territorio fronterizo y colindante con el norte del Campo de Montiel, a una distancia tan corta que sería perfectamente transitable en el intervalo temporal que transcurre entre la partida de Don Quijote de su lugar «antes del día» y la salida del sol que le hace reconocer su andadura por los comienzos del «antiguo y conocido campo de Montiel». Los dos citas del «campo de Montiel» que aparecen sucesivamente con motivo de la segunda (DQI, 7) Y tercera salida (DQII, 8) corroboran aún más explícitamente el sentido de camino o dirección.

14 Tradicionalmente se consideraba a Fernández de Avellaneda como un pseudónimo tras el que se escondería algún autor del CÍrculo de Lope de Vega o algún escritor más o menos «reconocido» contemporáneo de Cervantes (fray Luis de Aliaga, fray Alonso Fernández, fray Andrés Pérez bajo el alias de Francisco López de Úbeda, Juan Blanco Pérez, los hermanos Leonardo de Argensola, Bartolomé y Lupercio, Juan Ruiz de Alarcón, fray Luis de Granada o Tirso de Molina, por citar a los más conocidos). En 1988 M artín de Riquer propone al aragonés Jerónimo de Pass amonte, autor de una autobiografia titulada Vida y trabajos y con quien Cervantes compartió tercio y cautiverio. Mucho más recientemente, en un congreso cervantino celebrado en Valladolid durante los días 19-22 del pasado enero, el catedrático de Literatura de la Universidad de Valladolid, Javier Blasco, ha propuesto la autoría del dominico Baltasar de Navarrete, también hipotético autor de La pícara Justina (El Mundo, 21-01-05).

15 Gómez Canseco [2000: 48-49] en su amplia y magnífica Introducción a la más reciente edición del Quijote de Avellaneda afirma: «Avellaneda era un más que notable conocedor de la literatura contemporánea. De él sabemos que leyó la Galatea, el Quijote y las Novelas ejemplares, que, no lo olvidemos, acababan de salir; que conoCÍa distintas versiones de la Diana y que tenía más que noticia de los poemas de Lope de Vega, así como de La Arcadia, La hermosura de Angélica o El testimonio vengado. Podemos asegurar con certeza que había leído las Guerras civiles de Granada de Ginés Pérez de Hita y El Buscón de Quevedo, que entonces circulaba manuscrito; entre los

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conocimientos de teoría literaria y de los distintos recursos de la narrativa. Un lector que, más que imitar burdamente a Cervantes, se propuso superarlo. Un lector y «autor crítico», en la terminología que Riley aplicaba a Cervantes, que no dudó en identificar el «lugar de la Mancha» de la obra cervantina con Argamesilla de La Mancha, nombre que preside la portada, la dedicatoria y los primeros capítulos de su apócrifo.

b) La reacción de Cervantes y sus desmentidos a Avellaneda en DQJJ

La airada reacción de Cervantes a la publicación del Quijote apócrifo en 1614 no solo se manifiesta en el Prólogo de su Quijote de 1615, que casi monográficamente dedicó a su fingido autor, a sus hirientes acusaciones y a su burdo intento, sino que además condicionó en buena medida el contenido de su segunda parte del Quijote, hasta el extremo de convertirlo poco menos que en un «personaje» más de su obra y en motivo frecuente de polémica soterrada o explícita. Por ello, lo que más nos interesa aquí es detectar, aunque sea someramente, las críticas frontales o larvadas de Cervantes al fingido Avellaneda a propósito de su primer Quijote.

Dejando al margen las referencias, alusiones y réplicas del Prólogo de 1615, la primera mención explícita que se hace del apócrifo es en la escena de DQII, 59, donde don Quijote oye hablar a dos caballeros sobre la existencia de una segunda parte y, más concretamente, sobre su condición de desenamorado, a lo que responde airadamente afirmando la imposibilidad de su desamor (DQII, 59, 1213-14). La escena referida significa la inclusión del apócrifo en la trama como una de las alteraciones mayores y más fructíferas que provocó su lectura. A partir de ahí se suceden otros cambios, como la renuncia al anunciado destino aragonés de su héroe y la inmediata elección de la ruta hacia Barcelona, la inclusión del personaje avellanedesco Álvaro Tarfe, o los cambios (o «confirmaciones») de nombres (Mari Gutiérrez, Antonia Quijana y Alonso Quijano el Bueno). También son significativos el mismo título del libro (<<Segunda Parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. Por Miguel de Cervantes Saavedra, autor de su primera parte»), o la progresiva cordura de don Quijote hasta morir «naturalmente» y cuerdo en su propia cama (contra el final del Quijote apócrifo, internado en un manicomio de Toledo).

italianos, se manejaba con soltura en la materia de Ariosto y Boiardo, y también en las Novelas de Bandello, a quien llegó a imitar. Pero no solo eso; Avellaneda gustaba de usar el latín y no dudó en hacer alarde de una considerable erudición bíblica y clásica. También estaba interesado en asuntos de teoría literaria y, al modo de los comentaristas italianos, estableció en su prólogo un paralelo entre la novella y la comedia. Por otro lado, la composición de las dos novelitas intercaladas en los capítulos XV-XX, más que posiblemente anterior a la del resto de la novela, nos habla de alguien que escribe y guarda sus materiales escritos, de un profesional de la literatura».

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Quizá lo más sorprendente de todo sea la constatación de que entre todos los «desmentidos» que Cervantes incluye en su segundo Quijote (algunos de ellos referentes a los propios nombres o la condición de sus protagonistas), no polemiza con el nombre del «lugan> de don Quijote, Argamesilla de la Mancha, que Avellanada explicita ya desde la portada de su apócrifo. ¿Por qué no lo desmiente? Solo se me ocurre una respuesta: ¡porque no podía hacerlo! Porque el mismo Cervantes ya lo había revelado inequívocamente, aunque con cierta sutileza, al final de su primera parte y no podía contradecirse a sí mismo. Como sucede con otros muchos elementos que Avellaneda toma fielmente del Quijote de 1605, Cervantes no tiene más salida que «callar ... y otorgan>.

8. El guiño irónico y genial de Cervantes en el final del Quijote de 1615

Alguien aún preguntará: ¿y qué significa entonces la frase que sigue a la muerte del «ingenioso hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo»? (DQII, 74, 1335). Un último guiño de ironía y genialidad de Cervantes (<<genio y figura hasta la sepultura» ... de su héroe, al menos), que vamos a tratar de analizar.

Como ya anticipábamos al hacer el análisis estadístico, la fórmula «lugar de la Mancha», que aparecía tres veces en el DQI, no volvía a reaparecer en todo el DQII ... hasta el final y no en la misma forma: si analizamos, aunque sea superficialmente, la conocida fórmula vemos que aparece con dos pequeñas (y pienso que sutiles) alteraciones: ya no habla de «lugar», sino de «lugares», expresión a la que, además, precede en riguroso paralelo el término «villa.m. ¿Qué fin persigue con ello? A riesgo de equivocarme, voy a aventurar tres explicaciones:

En primer lugar, con esa última mención, Cervantes proporciona a sus dos obras, inicialmente independientes y separadas por diez años, un nuevo doble marco unitario, inventando una nueva inclusión (no ya «mayor», sino «gigante») entre el inicio de DQI y el final de DQII y añadiendo un nuevo y único epitafio de Sansón Carrasco (¡curiosamente, «paisano» de los Académicos autores de los epitafios de DQI!). ¡Y ello sin alterar para nada su obra anterior y el doble marco que la encerraba!

En segundo lugar, con la nueva fórmula del final introduce otro nuevo matiz, a la vez polémico e irónico: polémico, contra la «ostentación» y la falta de discreción de que hace gala Avellaneda (que atiborra el comienzo de su obra, desde la misma portada, de menciones explícitas de «Argamesilla de la Mancha» o «Argamesilla», a secas), rompiendo así en parte el juego de ocultación-revelación que la sutileza de Cervantes había creado; e irónico, puesto que vuelve a arrojar un paño de sombras sobre el foco de luz que él mismo había proyectado al final

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del DQI, dando con ello al conjunto de su obra un último tinte de misterio, o una nueva vuelta de tuerca al juego ahora inverso de revelación-ocultación ... al menos, para los no avisados.

En tercer lugar, con la explicación y el símil con que envuelve la vieja fórmula (<<por dejar que ... contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero», DQII, 74, 1335), Cervantes introduce un matiz postrero de polémica, no exenta de sarcasmo, contra Avellaneda, que se había mostrado defensor a ultranza y seguidor acérrimo de Lope de Vega, «a quien tan justamente celebran las naciones más extranjeras y la nuestra debe tanto» (del Prólogo de Avellaneda). Si el disimulado autor del apócrifo Quijote invocaba al mayor poeta español de la época, ¡el verdadero autor del Quijote verdadero invocaba nada menos que al más antiguo y mayor poeta de la Humanidad!

Resistiendo a la tentación de ofrecer una cuarta y última explicación, ya solo me queda, para concluir, manifestar una duda o interrogante que, al hilo de esta última cita, me asalta y que formulo en voz alta: ¿no tendrá nada que ver el número de «las siete ciudades de Grecia» del final de DQII, con las siete menciones consecutivas que Cervantes hacía de «Argamasilla, lugar de la Mancha, en vida y muerte de don Quijote», al final de su DQI? Yo, al menos, sinceramente, no me atrevo a responder, pero pienso que ya nada nos puede extrañar del genio literario que Cervantes proyecta en su Quijote.

Bibliografia

AVALLE-ARCE, Juan Bautista de [1965]: «Tres comienzos de novela», Papeles de Son Armadans, XXXVII, pp. 181-214; reimpr. en Nuevos deslindes cervantinos, Ariel, Barcelona, 1975, pp. 213-243.

GÓMEZ CANSECO, Luis (ed.) [2000]: «Introducción», en Fernández de Avellaneda, Alonso: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, pp. 7-159.

RILEY, Edward C. [2004]: «Cervantes: Teoría Literaria», en Cervantes Saavedra, Miguel de: Don Quijote de la Mancha, edición del Instituto Cervantes 1605-2005, dirigida por F. Rico, Galaxia Gutenberg (Círculo de Lectores) -Centro para la edición de los clásicos Españoles, Madrid, pp. CXLIV-CLIX.

RODRÍGUEZ CASTILLO, Justiniano [1998]: «El Campo de Montiel y Don Quijote», Actas del JII Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, ed. A. Bernat Vistarini, Universitat de les Illes Balears, Palma de Mallorca, pp. 235-251.

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