el legado de la ecologÍa social

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EL LEGADO DE LA ECOLOGÍA SOCIAL Autores: Francisco Javier VELASCO Diego GRIFFÓN El día a día nos muestra que ya no podemos seguir escondiendo la cabeza como el avestruz y desconocer los desequilibrios que evidentemente estamos provocando en la sociedad y la naturaleza. Pareciera que hemos llegado a un punto de no retorno en el cual nos vemos obligados a reflexionar sobre cuales son nuestras alternativas. El primer paso que debemos dar es intentar identificar cuál es la fuente de nuestros problemas ecológicos. En este punto se hace necesario disponer de un marco conceptual que nos permita abordar esta urgente tarea. Ciertamente hay una creciente discusión pública sobre la “crisis ecológica” y los “problemas ambientales”. No obstante, el pensamiento ecológico auténtico apenas si ha tenido una influencia marginal en el patrón societal dominante del mundo actual. Lo que ha predominado es una tendencia muy extendida a trivializar la ecología, a su reciclaje industrial, mediático y político, a su inclusión en interminables listas de “asuntos”, “intereses” e “items de agenda”. Pero esta tendencia involucra algo aún más perturbador: el acrítico tratamiento de conceptos ecológicos por parte de una gran cantidad de corrientes en la teoría social, incluyendo aquellas que se presentan así mismas como radicales y contestatarias. Y es que desde la óptica del sistema hegemónico de construcción del conocimiento, el problema es inabordable. En efecto ese modo de comprender el mundo es en buena medida responsable de la situación. En muchos casos encontramos una correcta asociación de la monumental crisis ecológica contemporánea con la despiadada explotación y contaminación del planeta atribuible al espíritu de competencia de la ideología de mercado que reduce la vida, incluyendo la vida humana, a mercancías destinadas a la venta y la obtención de ganancias que favorecen la acumulación de capital y la expansión económica. En este sentido es innegable el hecho de que, al contrastarla con otras sociedades, la sociedad capitalista resulta única en lo que se refiere a su incapacidad para imponer límites al crecimiento y al egoísmo. Pero la discusión sobre la crisis ecológica y su correlato social tiende mayormente a soslayar la existencia de una mentalidad de dominación que subyace en la sociedad, la cual ha sido utilizada a lo largo de muchos siglos por diferentes grupos humanos para justificar la dominación de unos sobre otros y, por extensión, de la naturaleza por parte de la sociedad. Nos referimos aquí a una imagen del mundo natural que ve en la naturaleza una entidad “ciega”, “muda”, “cruel”, “competitiva” y “mísera”, un demoníaco “reino de la necesidad” que supuestamente se opone a la lucha llevada a cabo por los humanos para alcanzar la libertad y la autorealización.

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Page 1: EL LEGADO DE LA ECOLOGÍA SOCIAL

  EL  LEGADO  DE  LA  ECOLOGÍA  SOCIAL    Autores:  Francisco  Javier  VELASCO                Diego  GRIFFÓN    El  día  a  día  nos  muestra  que  ya  no  podemos  seguir  escondiendo  la  cabeza  como  el   avestruz   y   desconocer   los   desequilibrios   que   evidentemente   estamos  provocando   en   la   sociedad   y   la   naturaleza.   Pareciera   que   hemos   llegado   a   un  punto  de  no  retorno  en  el  cual  nos  vemos  obligados  a  reflexionar  sobre  cuales  son   nuestras   alternativas.   El     primer   paso   que   debemos   dar   es   intentar  identificar  cuál  es  la  fuente  de  nuestros  problemas  ecológicos.  En  este  punto  se  hace  necesario  disponer  de  un  marco  conceptual  que  nos  permita  abordar  esta  urgente  tarea.      Ciertamente  hay  una  creciente  discusión  pública  sobre  la  “crisis  ecológica”  y  los  “problemas   ambientales”.   No   obstante,   el   pensamiento   ecológico   auténtico  apenas  si  ha  tenido  una  influencia  marginal  en  el  patrón  societal  dominante  del    mundo   actual.   Lo   que   ha   predominado   es   una   tendencia   muy   extendida   a  trivializar   la   ecología,   a   su     reciclaje   industrial,   mediático   y   político,   a   su  inclusión   en   interminables   listas  de   “asuntos”,   “intereses”   e   “items  de   agenda”.  Pero  esta  tendencia      involucra  algo  aún  más  perturbador:  el  acrítico  tratamiento  de   conceptos   ecológicos   por   parte   de   una   gran   cantidad   de   corrientes   en   la  teoría  social,  incluyendo  aquellas  que  se  presentan  así  mismas  como  radicales  y  contestatarias.  Y  es  que  desde    la  óptica  del  sistema  hegemónico  de  construcción  del   conocimiento,   el   problema   es   inabordable.   En   efecto   ese   modo   de  comprender   el   mundo   es   en   buena   medida   responsable   de   la   situación.   En  muchos   casos   encontramos   una   correcta   asociación   de   la   monumental   crisis  ecológica   contemporánea   con   la   despiadada   explotación   y   contaminación   del  planeta   atribuible   al   espíritu   de   competencia   de   la   ideología   de   mercado   que  reduce  la  vida,  incluyendo  la  vida  humana,  a  mercancías  destinadas  a  la  venta  y  la   obtención   de   ganancias   que   favorecen   la   acumulación   de   capital   y   la  expansión   económica.   En   este   sentido   es   innegable   el   hecho   de   que,   al  contrastarla  con  otras  sociedades,  la  sociedad  capitalista  resulta  única  en  lo  que  se   refiere     a   su   incapacidad  para   imponer   límites   al   crecimiento   y   al   egoísmo.  Pero   la   discusión   sobre   la   crisis   ecológica   y   su   correlato   social   tiende  mayormente   a   soslayar   la   existencia   de   una   mentalidad   de   dominación   que  subyace  en  la  sociedad,  la  cual  ha  sido  utilizada  a  lo  largo  de  muchos  siglos  por  diferentes  grupos  humanos  para    justificar  la  dominación  de  unos  sobre  otros  y,  por   extensión,   de   la  naturaleza  por  parte  de   la   sociedad.  Nos   referimos   aquí   a  una   imagen   del   mundo   natural   que   ve   en   la   naturaleza   una   entidad   “ciega”,  “muda”,  “cruel”,  “competitiva”  y  “mísera”,  un  demoníaco  “reino  de  la  necesidad”  que   supuestamente   se   opone   a   la   lucha   llevada   a   cabo   por   los   humanos   para  alcanzar    la  libertad  y  la  autorealización.      

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Como  visión  alterna  a   los   intentos  de  diluir   la  ecología  en  una  inocua  forma  de  ambientalismo,   la   Ecología   Social,   que     se   presenta   así   misma   como   un  importante  esfuerzo  para  construir  una    teoría  social  ecológica  integral,  apela  a  una  imagen  de  la  naturaleza  en  la  que  ésta  es  asumida  como  entidad  orgánica  y  diversa   en   pleno   desarrollo.     Esto   implica   una   idea   de   naturaleza   que   no   se  reduce  a  un  mero  escenario  para  el  despliegue  de  la  creatividad  humana;  supone  más  bien  una  imagen  de  inclusión  de  la  humanidad  en  la  unidad  subyacente  de  una  totalidad  orgánica  impregnada  de  actividad  y  subjetividad.      La  Ecología  Social  propone  un  conjunto  de  coordenadas  que  orientan  el  tránsito  por   un   camino   totalmente   diferente   a   las   vías   convencionales   del  biodeterminismo  y  las  teorías  cientistas  de  la  “necesidad  natural”  en  un  extremo,  y,  en  el  otro,    al  fanatismo  romántico  que  reduce  la  rica  variedad  de  la  realidad  y  la   evolución   a   una  mera   “unicidad”   cósmico-­‐energética   en   el   otro.   La   palabra  social  que  se  agrega  a  la  palabra  ecología    (en  contraste  con  el  más  comúnmente  utilizado   término   “ecología   humana”)   busca   subrayar   el   hecho   de   que   no  podemos   continuar   separando   la   sociedad  de   la  naturaleza  de   la  misma   forma  que  separamos  el  cuerpo  de  la  mente.  La  Ecología  Social  se  propone  demostrar  cómo  la  sociedad  emerge  gradualmente    de  la  naturaleza  sin  por  ello  ignorar  las  diferencias  existentes  entre  esas  dos  realidades,  así  como  hasta  dónde  una  y  otra  se  combinan;  lo  social  y  lo  natural  se  vinculan  estrechamente  en    las  actividades  más  ordinarias  de  la  vida  cotidiana  sin  perder  su  identidad,  interactuando  en  un  proceso   compartido.   Esto   nos   lleva   a   plantearnos   la   siguiente   interrogante  ¿Cómo  puede  una  sociedad  racionalmente  y  ecológicamente  orientada  acoplarse  al  proceso  de  evolución  natural?    Como   parte   del   esfuerzo   destinado   a   responder   esa   interrogante,   la   Ecología  Social  efectúa  un  detallado  análisis  de  sistemas  sociales  alternos  al  hegemónico  occidental.  En  particular  considera  las  denominadas  “sociedades  orgánicas”  con  jeraquías   casi   inexistentes.   Se   trata   de   sociedades   cuyos   vínculos   con   la  naturaleza   no   se   materializan   en   relaciones   de   dominación   y   en   las   cuales  predominan   patrones   de   convivencia   equilibrada   y   coevolutiva   entre   los  humanos,  y  entre  éstos  y  el  mundo  natural.  Conviene  destacar  aquí  el  aporte  que  desde   una   perspectiva   similar   han   realizado     movimientos   indígenas   del  altiplano  suramericano  y  sus  intelectuales  orgánicos  al  proponer  las  nociones  de  Suma  Qamaña  o  Sumaq  Kawsay  (1)  como  substitutos  de  la  idea  de  desarrollo  y  como  alternativas  civilizatorias.    El   principal   exponente   de   la   Ecología   Social,  Murray   Bookchin,   acomete   en   su  obra  seminal  La  Ecología  de  la  Libertad  (2)  una  sólida  crítica  de  la  áspera  imagen  de  la  naturaleza  forjada  por  las  formas  dominantes  de  la  civilización  occidental.  De   hecho,   Bookchin   va   más   allá   y   emprende   una   serie   de   retos   de   amplio  espectro.   Primeramente,   intenta   concentrarse  más   claramente   en   las  maneras  como  las  posibilidades  para  la   liberación  humana  y   la  comunidad  dependen  de  

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nuestro   éxito   en   desarrollar   una   adecuada   solución   al   problema   del   ser.     En  segundo   lugar,   Bookchin   busca   expandir   la   teoría   crítica   hacia   un  cuestionamiento   completamente   desarrollado   de   todas   las   formas   de  dominación  e  ideología.  Esto  implica  no  sólo  una  ruptura  definitiva  con  las  más  ostensibles   especies   de     productivismo   e   ideología   obrerista   que   han  enmascarado  la  “teoría  revolucionaria”,  sino  también  un  claro  rechazo  a  las  más  sutiles   y   avanzadas  mistificaciones   de   la   jerarquía   y   la   dominación.   En   tercer  lugar,   el   autor   intenta   incorporar   la   contribución   del   pensamiento   ecológico   y  organicista   a   una   adecuada   filosofía   de   la   naturaleza.   Finalmente,   continúa   su  formulación   de   lo   que   debe   ser   juzgado   como   la   más   elaborada   y   sofisticada  posición  teórica  anarquista  en  la  historia  de  la  teoría  política.    La  más  importante  contribución  de  la  Ecología  Social  a  la  teoría  social  se  resume  en   su   esfuerzo   por   asentar   el   análisis   y   la   práctica   social   en   una   coherente   y  detallada   filosofía   de   la   naturaleza.   Bookchin   plantea   el   concepto   de   “nuevo  animismo”   que   interpreta   todos   los   aspectos   de   la   naturaleza,   no   como   un  simple  medio  para  el  desarrollo  humano,   sino  más  bien   como  manifestaciones  de   una   totalidad   natural   más   amplia,   de   hecho   como   una   naturaleza  espiritualizada.  Puede  que   la  Historia  no  sea  el   registro  de   la  superación  de  su  propia   auto-­‐alienación  por   parte   de   un  geist   trascendente,   pero   tampoco   es   el  relato   de   la   lucha   de   la   humanidad   en   pro   de   la   abolición   de   la   alienación  mediante   la  substitución  de  una   ilusoria  conquista  de   la  naturaleza  a  través  de  una  dominación  real  de  las  intervenciones  naturales.  En  vez  de  eso  encontramos  en   la   visión   de   Bookchin   un   generalizado   drama   en   el   que   los   humanos  rompemos  con  la  naturaleza  solo  para  retornar  a  ella  en  un  nivel  más  avanzado:  naturaleza  hecha  auto-­‐consciente    en  la  forma  de  seres  creativos,  inteligentes  y  espiritualmente   renovados.   Sin   embargo   este   naturalismo   ecológico   no   es  meramente   otra   forma   de   humanismo   disfrazado.   La   Ecología   comprende   y  toma  en  cuenta  seriamente  el   todo;  ve  el  balance  y   la   integridad  de   la  biósfera  como  un   fin  es   sí  mismo.  En  esta  perspectivas   la  diversidad  es  deseable  por  si  misma,   un   valor   que   debe   ser   celebrado   como   parte   de   una   noción  espiritualizada  del  universo  viviente.        La  teoría  social  revolucionaria  moderna  ha  afirmado  de  manera  más  radical   la  división  entre  humanidad  y  naturaleza,  y  ha  propuesta  soluciones  al  problema  completamente   ilusorias   (generalmente   reduciéndolas   a   una   apropiación   más  efectiva).  Como  resultado  de  esto    incluso  las  corrientes  más  emancipadoras  han  ignorado  casi  por  completo  el  problema  de   la  dominación  de   la  naturaleza  por  parte   de   los   humanos,   así   como   la   conexión   entre   este   tipo   de   dominación   y  todas  las  otras  formas  de  dominación.    La  promesa  de  la  ecología  es  no  obstante  una  verdadera  visión  dialéctica    de  la  realidad   que   enfatiza   la   diferenciación,   el   desarrollo   interno   y   la   unidad   en   la  diversidad.  Según  Bookchin,  el  proyecto  de  la    teoría  social  revolucionaria  debe  

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consistir  en     trazar   las   implicaciones  políticas  y  sociales  de  esta  visión.  De  esta  forma   todas   las  prescripciones  referidas  a   la  práctica  social   (descentralización,  nuevo   urbanismo,   tecnología   liberadora,   grupos   de   afinidad)   no   son   más   que  reconceptualizaciones   de   categorías   sociales   en   términos   de   este     marco  ecológico  y  holístico.    Para  la  Ecología  Social  las  estructuras  que  creamos  para  transformar  la  sociedad        aún    reflejan  mayormente  la  estructura  de  la  sociedad  existente,  constituyen  su  imagen  especular;  estamos  condenados  a  reproducir  lo  que  ya  existe,  a  disponer  de   visiones   grandiosas   de   la   revolución   social   que   siguen   siendo   lo   que  lamentablemente  han  sido  en  el  pasado:  otros  signos  de  opresión,  otra  expresión  de   la   ideología   de   los   opresores.   La   dominación   continuará   a   menos   que       la    práctica   transformadora   pueda   alcanzar   los   niveles   más   básicos   de   la  interacción   humana.  Ninguna   forma  de   organización   puede   asegurar   el   estado  de  no-­‐dominación;  no  importa  cuan  admirable  pueda  ser  esta  forma  (como  es  el  caso  de  la  autogestión,  el  comunalismo  o  la  democracia  directa),  para  cumplir  su  cometido   las   estructuras   liberadoras   deben   constituir   formas   en   las   que   se  desarrolle   una   auténtica   “individualidad”;     el   problema   de   esta   última   es   el  problema  de  la  individualización  de  las  “masas”  en  seres  conscientes  que  pueden  tomar  control  directo    de  la  sociedad  y  de  sus  propias  vidas,  sin  la  mediación  de  estructuras  inorgánicas  impuestas  externamente,  mientras  que  la  aparición  de  la  individualidad   desarrollada   es   mediada   por   un   largo   proceso   de   formación  (paideia).  En  este  sentido  la  creación  de  la  individualidad  requiere  una  práctica  educativa   diseñada   para   producir   personas   capaces   de   actuar   de   manera  efectiva  y  cooperativa  en  sociedad,  de  desarrollar  una  práctica  social  compartida  y   alcanzar   virtudes   clásicas   tales   como   la   entereza   personal   y   la   probidad,   de  configurar   grupos   de   auténtica   afinidad   que   generen   un   tejido   celular   social.  Esos   grupos   de   afinidad   deben   ser   ecológicos   en   el   sentido  más   profundo   del  término,  deben  por  tanto  encarnar  los  principios  ecosistémicos  de  unidad-­‐en-­‐la-­‐diversidad,   espontaneidad,   reciprocidad,   ayuda   mutua   e   interdependencia.  Teniendo   esto   como   base   puede   recrearse   un   público   democrático,   un   cuerpo  político   comprometido   con   el   ideal   de   la   libre   expresión   y   el   derecho   de   cada  persona  a  formular  la  política  social,  superando  los  formidables  obstáculos  que    los  medios  de  comunicación  y   la  sociedad  urbana  contemporánea  colocan  ante  los  intentos  de  desarrollar  una  ciudadanía  activa.  Esto  supone     que   cada  individuo   puede   sentir   que   él   o   ella   ejerce   control   sobre   la   decisiones   que  afectan  el  destino  de  la  sociedad,  lo  que  a  su  vez  exige  el  re-­‐empoderamiento  de  los   ciudadanos   y   las   ciudadanas   en   el   ambiente   en   el   que   ellos   y   ellas   se  encuentran  más  directamente  inmersos  (vecindarios,  pequeñas  localidades).  De  acuerdo  a   la  Ecología  Social,  es  en  este  nivel  básico  de  vida  social  y  política  en  donde   debemos   tratar   de   crear   formas   ejemplares   de   asamblea   pública   cuya  autoridad  moral  pueda   lentamente  convertirse  en  autoridad  política  en   la  base  de  la  sociedad.  Esto  se  asocia  con  la  recreación  de  un  ser  social  y  una  ciudadanía  activa     consideradas  más   en   una   base   universal   (y   no   en   la   exclusiva   base   de  

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“clase”  a   la  que  se  apegan  otras  tradiciones  del  pensamiento  de  izquierda).  Ese  ser   social   y   esa   ciudadanía   activa   deben   actuar   en   función   de   un   control   sin  mediaciones  de   la   vida  pública   que   surge  de   la   acción  directa   y   la   democracia  directa.  Cabe  destacar  que    en  esa  perspectiva  la  acción  directa  no  es  vista  como  táctica  que  puede  ser  juzgada  con  simples  criterios  instrumentales.  Se  trata  por  el   contrario   de   un   proceso   de   entrenamiento   de   la   sensibilidad   y   la   auto-­‐asertividad   para   la   práctica   de   la   democracia   directa.       Una   vez   que   las  comunidades,   los   ciudadanos   y   ciudadanas,   el   cuerpo   político   y   la   democracia  directa   se   afirmen,   las   primeras   deben   confederarse   en   niveles   regionales.  Cuando   se   alcanza   la   confederación     los   vínculos   deben   ampliarse   a   un   nivel  nacional.    La  Ecología  Social  busca  recapturar  el   ideal  del   “pueblo”  entendido  no  como   la  degradada  clase  de  trabajadores  o   la  masa  de  consumidores  (nociones  caras  al  marxismo  y   la   teoría  social   liberal),   sino  como  comunidad  de   individualidades.  Este  ideal  esta  más  nítidamente  representado  en    la  concepción  de  comunidades  ecológicas   descentralizadas   forjada   por   la   Ecología   Social;   se   trata   de  comunidades   construidas   teniendo   como   base     la   creatividad   social   y   la  formación     de   la   persona   social   a   través   de   grupos   primarios   libertarios.  Hablamos  de  comunidades  cuya  estructura  y  dinámica  están  en  sintonía  con  la  capacidad  de  carga  de   las  regiones  en   las  cuales  se   localizan,  dando   lugar  a  un  nuevo   balance   entre   ciudad   y   campo,   comunidades   en   pequeña   escala   que  permiten  celebrar  las   ideas  de  libertad  al  tiempo  que  garantizan  la  satisfacción  de  las  necesidades  más  elementales.      Estos  asentamientos  humanos   suponen  una  necesaria  y   radical     reformulación  de   la   base   tecnológica   que   priva   en   nuestros   tiempos.   En   ese   contexto   la  producción  ya  no  puede  ser  vista  como  una  fuente  de  ganancia  y  de  realización  del  interés  egoísta.  Los  bienes  manufacturados  que  los  seres  humanos  necesitan  para   sostener   sus   vidas  deben   aquí   tener  un   amplio   significado   espiritual.   Los  medios  de  vida  deben  ser  tomados  como  lo  que  literalmente  son:  medios  sin  los  cuales  la  vida  es  imposible.  Nadie  debe  tener  el  derecho  a  poseer  propiedades  de  las  cuales  dependan  las  vidas  de  otros  (en  ninguno  de  los  sentidos,  moral,  social  o   ecológico).   Igualmente   nadie   debe   tener   el   derecho   a   diseñar,   emplear   o  imponer  a  la  sociedad    equipos  tecnológicos  poseídos  privadamente  que  dañen  la  salud  humana  y  la  salud  del  planeta.    Uno  de   los   logros  más  significativos  de  Bookchin   lo  conforma  su  análisis  sobre  las   “tecnologías   liberadoras”.   A   través   del   mismo   muestra   cómo   la   liberación  humana  no  se  adelanta  con  el  continuo  desarrollo  de  “alta  tecnología”,  del   tipo  correspondiente   a   la   tecnología   industrial   clásica,   sino   que,   más   bien,   la  superación   de   la   dominación   y   las   jerarquías   requiere   la   utilización   de  tecnologías  más  descentralizadas,  más  comprensibles  y   fácilmente  apropiables,  más  sujetas  al  control  democrático,  más  compatibles  con  los  valores  ecológicos.  

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Bookchin   rechaza   la   visión,   que   el   atribuye   en   mayor   medida   a   la   tradición  marxista  y   sindicalista,   según   la   cual   el   significado  de   la   tecnología   sólo  puede  ser   considerado   instrumentalmente,   como   un   medio   que   puede   conducir   a   la  liberación  o  hacia   la  dominación,  dependiendo  del  uso  que   se  haga  de  ella.  De  esta   forma   rechaza   tanto   la   visión  marxista   según   la   cual   la   liberación   puede  alcanzarse  mediante  el  desarrollo  ilimitado  de  las  fuerzas  productivas  poseídas  colectivamente   por   el   “proletariado”,   como   las   concepciones   neo   marxista   y    anarco-­‐sindicalista     que   creen   en   la   obtención   de   la   liberación   a   través   de   la  “autogestión”   de   esos  mismos  medios   de   producción.   Así   se   echa   por   tierra   la  creencia  en  la  posibilidad  de  minar  el  sistema  de  dominación  con,  por  ejemplo,  la  elección   de   gerentes   por   los   trabajadores,   hasta   que     los   remanentes   de   ese  sistema,   su   tecnología   jerárquica,   sus  medios   de   comunicación  manipuladores,  su   cancerosa   urbanización   y,   en   última   instancia,   su   sistema   de   valores  mercantiles,  no  sean  concurrentemente  revolucionados.    La   Ecología   Social   no   sólo   considera   que   el   sistema   tecnológico   no   es   neutral  sino   que   tampoco   es   un   determinante   del   cambio   social   en   otros   ámbitos   que  evoluciona   autónomamente.   Tampoco   comparte   la   tesis   del   “pesimismo  tecnológico”   que   adhiere   a   la   creencia   en   una   tecnología   auto-­‐contenida   y  completamente   fuera   de   control,   de   manera   tal   que   la   humanidad   está  condenada  a  la  esclavitud  que  aquella  le  impone.      El   análisis   que   la   Ecología   Social   hace   de   las   herramientas,   las  máquinas   y   las  técnicas  está  inmerso  en  un    mundo  social  de  intenciones,  necesidades,  deseos  e  interacciones  humanas.  En  consecuencia,  critica  las    pretensiones  de  abstraer  el  sistema   tecnológico   y   considerarlo   sólo   como   un   sistema   de   objetos   ya   que    todas  las  instituciones  sociales  contienen  la  sedimentación  de  los  simbólico.  De  esta   forma,   las   posibilidades   de   crear   y   utilizar   tecnologías   liberadoras  dependerán  de    nuestra  habilidad  para  desarrollar  una  conciencia  crítica  y  una  práctica   emancipadora,   lo  que   implica  que   la   lucha   contra   la  dominación  debe  llevarse   a   cabo   en   áreas   que   fueron   anteriormente   consideradas   como  superestructurales:  en  el  dominio  de  los  valores,  los  juicios,  las  percepciones,  los  afectos,  la  sensibilidad  y  la  gestación  de  los  símbolos.      De  allí  que  la  Ecología  Social  plantea  la  posibilidad  de  abolir  la  escasez,  un  factor  clave   en   la   perpetuación   de   la   dominación   en   la   medida   en   que   podamos  disponer   de   libertad,   valores   y   sensibilidad   para   hacerlo.   En   relación   a   este   y  otros   aspectos   esta   teoría   establece   los   parámetros   para   conformar   una   ética  objetiva   que   no   es   ni   absolutista   ni   relativista,   ni   autoritaria   ni   caótica,   ni  determinada  por   la  necesidad  ni   sujeta   a   la   arbitrariedad.  Esa   ética   enfatiza   el  carácter   fecundo  de   la  naturaleza,   su   impulso  hacia  una   creciente  variedad,   su  ilimitada   capacidad   de   crear   formas   de   vida   diferenciadas   y   su   desarrollo   de  caminos  evolutivos  más  ricos  y  variados,  que  involucran  especies  cada  vez  más  complejas.  Con  el  cambio  de  la  visión  de  mundo  que  de  allí  se  deriva  emerge  una  

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noción  que  no  reduce    la  naturaleza  al  simple  y  duro  reino  de  la  necesidad  y  la  escasez.   Aunque   tampoco   puede   ser   vista   como   el   reino   de   la   libertad,   en   ella  pueden   identificarse   ciertas  premisas  de   la   vida   social   concebida   en   tanto  que  institucionalización   de   la   comunidad   animal   en   formas   de   asociación  autogobernada,  potencialmente  racional  y  cooperativa.    La   Ecología   Social   es   una   de   las   pocas   teorías   revolucionarias   que   continúan  ofreciendo  una  visión  esperanzadora  de  la  transformación  social,  al  tiempo  que  lleva  a  cabo  un  análisis  crítico  de  la  “revolución”  tal  y  como  ha  sido  presentada  en  el  pasado.  A  pesar  de  que  utiliza  el  mismo  término,  su  concepción  del  cambio  social   es   cualitativamente   diferente   a   la   que   emplean   las   ideologías  “revolucionarias”   que   sucumben   al   mecanicismo,   el   instrumentalismo   y   la  reificación.      Teniendo   una   importante   aunque   no   única     referencia   en   la   Ecología   Social,  creemos   que   la   idea   de     una   sociedad   ecológica   supone   que   el   verdadero  proyecto   de   la   humanidad   debe   ser   la   regeneración   del   tejido   orgánico   de  ambas,  la  sociedad  y  la  naturaleza,  proceso  que  debe  ocurrir  en  la  medida  en  que  la  mente,  el  deseo  y   la   imaginación  se   liberen  de   la  dominación.  Esta  tarea  nos  exige   a   los   pueblos   de   la   sociodiversidad   latinoamericana   e   indoafrocaribeña    facilitar   la   realización   de   un   dialogo   crítico   entre   diferentes   universos  interpretativos,   facilitando   la   promoción   de   acciones   pre-­‐figurativas   de   la  sociedad  ecológica  en  el   contexto  de   la   inserción  de   la  nuestra   culturalidad  en  marcos  ecosistémicos  propios.      Referencias  bibliográficas:      BOOKCHIN,  Murray      La  Ecología  de  la  Libertad,  Mostoles,  Madre  Tierra/Nossa  y  Jares  editores  S.L.,  1999.    LEÓN  ,  Magdalena   “El  'buen  vivir':  objetivo    y  camino  para  otro  modelo”  en  Irene   León   (coord.)   Sumaq   Kawsay/Buen   Vivir   y   cambios   civilizatorios,   2da  edición,  Quito,  FEDAEPS,      pp.  105-­‐124,  2010.