el legado de la ecologÍa social
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EL LEGADO DE LA ECOLOGÍA SOCIAL Autores: Francisco Javier VELASCO Diego GRIFFÓN El día a día nos muestra que ya no podemos seguir escondiendo la cabeza como el avestruz y desconocer los desequilibrios que evidentemente estamos provocando en la sociedad y la naturaleza. Pareciera que hemos llegado a un punto de no retorno en el cual nos vemos obligados a reflexionar sobre cuales son nuestras alternativas. El primer paso que debemos dar es intentar identificar cuál es la fuente de nuestros problemas ecológicos. En este punto se hace necesario disponer de un marco conceptual que nos permita abordar esta urgente tarea. Ciertamente hay una creciente discusión pública sobre la “crisis ecológica” y los “problemas ambientales”. No obstante, el pensamiento ecológico auténtico apenas si ha tenido una influencia marginal en el patrón societal dominante del mundo actual. Lo que ha predominado es una tendencia muy extendida a trivializar la ecología, a su reciclaje industrial, mediático y político, a su inclusión en interminables listas de “asuntos”, “intereses” e “items de agenda”. Pero esta tendencia involucra algo aún más perturbador: el acrítico tratamiento de conceptos ecológicos por parte de una gran cantidad de corrientes en la teoría social, incluyendo aquellas que se presentan así mismas como radicales y contestatarias. Y es que desde la óptica del sistema hegemónico de construcción del conocimiento, el problema es inabordable. En efecto ese modo de comprender el mundo es en buena medida responsable de la situación. En muchos casos encontramos una correcta asociación de la monumental crisis ecológica contemporánea con la despiadada explotación y contaminación del planeta atribuible al espíritu de competencia de la ideología de mercado que reduce la vida, incluyendo la vida humana, a mercancías destinadas a la venta y la obtención de ganancias que favorecen la acumulación de capital y la expansión económica. En este sentido es innegable el hecho de que, al contrastarla con otras sociedades, la sociedad capitalista resulta única en lo que se refiere a su incapacidad para imponer límites al crecimiento y al egoísmo. Pero la discusión sobre la crisis ecológica y su correlato social tiende mayormente a soslayar la existencia de una mentalidad de dominación que subyace en la sociedad, la cual ha sido utilizada a lo largo de muchos siglos por diferentes grupos humanos para justificar la dominación de unos sobre otros y, por extensión, de la naturaleza por parte de la sociedad. Nos referimos aquí a una imagen del mundo natural que ve en la naturaleza una entidad “ciega”, “muda”, “cruel”, “competitiva” y “mísera”, un demoníaco “reino de la necesidad” que supuestamente se opone a la lucha llevada a cabo por los humanos para alcanzar la libertad y la autorealización.
Como visión alterna a los intentos de diluir la ecología en una inocua forma de ambientalismo, la Ecología Social, que se presenta así misma como un importante esfuerzo para construir una teoría social ecológica integral, apela a una imagen de la naturaleza en la que ésta es asumida como entidad orgánica y diversa en pleno desarrollo. Esto implica una idea de naturaleza que no se reduce a un mero escenario para el despliegue de la creatividad humana; supone más bien una imagen de inclusión de la humanidad en la unidad subyacente de una totalidad orgánica impregnada de actividad y subjetividad. La Ecología Social propone un conjunto de coordenadas que orientan el tránsito por un camino totalmente diferente a las vías convencionales del biodeterminismo y las teorías cientistas de la “necesidad natural” en un extremo, y, en el otro, al fanatismo romántico que reduce la rica variedad de la realidad y la evolución a una mera “unicidad” cósmico-‐energética en el otro. La palabra social que se agrega a la palabra ecología (en contraste con el más comúnmente utilizado término “ecología humana”) busca subrayar el hecho de que no podemos continuar separando la sociedad de la naturaleza de la misma forma que separamos el cuerpo de la mente. La Ecología Social se propone demostrar cómo la sociedad emerge gradualmente de la naturaleza sin por ello ignorar las diferencias existentes entre esas dos realidades, así como hasta dónde una y otra se combinan; lo social y lo natural se vinculan estrechamente en las actividades más ordinarias de la vida cotidiana sin perder su identidad, interactuando en un proceso compartido. Esto nos lleva a plantearnos la siguiente interrogante ¿Cómo puede una sociedad racionalmente y ecológicamente orientada acoplarse al proceso de evolución natural? Como parte del esfuerzo destinado a responder esa interrogante, la Ecología Social efectúa un detallado análisis de sistemas sociales alternos al hegemónico occidental. En particular considera las denominadas “sociedades orgánicas” con jeraquías casi inexistentes. Se trata de sociedades cuyos vínculos con la naturaleza no se materializan en relaciones de dominación y en las cuales predominan patrones de convivencia equilibrada y coevolutiva entre los humanos, y entre éstos y el mundo natural. Conviene destacar aquí el aporte que desde una perspectiva similar han realizado movimientos indígenas del altiplano suramericano y sus intelectuales orgánicos al proponer las nociones de Suma Qamaña o Sumaq Kawsay (1) como substitutos de la idea de desarrollo y como alternativas civilizatorias. El principal exponente de la Ecología Social, Murray Bookchin, acomete en su obra seminal La Ecología de la Libertad (2) una sólida crítica de la áspera imagen de la naturaleza forjada por las formas dominantes de la civilización occidental. De hecho, Bookchin va más allá y emprende una serie de retos de amplio espectro. Primeramente, intenta concentrarse más claramente en las maneras como las posibilidades para la liberación humana y la comunidad dependen de
nuestro éxito en desarrollar una adecuada solución al problema del ser. En segundo lugar, Bookchin busca expandir la teoría crítica hacia un cuestionamiento completamente desarrollado de todas las formas de dominación e ideología. Esto implica no sólo una ruptura definitiva con las más ostensibles especies de productivismo e ideología obrerista que han enmascarado la “teoría revolucionaria”, sino también un claro rechazo a las más sutiles y avanzadas mistificaciones de la jerarquía y la dominación. En tercer lugar, el autor intenta incorporar la contribución del pensamiento ecológico y organicista a una adecuada filosofía de la naturaleza. Finalmente, continúa su formulación de lo que debe ser juzgado como la más elaborada y sofisticada posición teórica anarquista en la historia de la teoría política. La más importante contribución de la Ecología Social a la teoría social se resume en su esfuerzo por asentar el análisis y la práctica social en una coherente y detallada filosofía de la naturaleza. Bookchin plantea el concepto de “nuevo animismo” que interpreta todos los aspectos de la naturaleza, no como un simple medio para el desarrollo humano, sino más bien como manifestaciones de una totalidad natural más amplia, de hecho como una naturaleza espiritualizada. Puede que la Historia no sea el registro de la superación de su propia auto-‐alienación por parte de un geist trascendente, pero tampoco es el relato de la lucha de la humanidad en pro de la abolición de la alienación mediante la substitución de una ilusoria conquista de la naturaleza a través de una dominación real de las intervenciones naturales. En vez de eso encontramos en la visión de Bookchin un generalizado drama en el que los humanos rompemos con la naturaleza solo para retornar a ella en un nivel más avanzado: naturaleza hecha auto-‐consciente en la forma de seres creativos, inteligentes y espiritualmente renovados. Sin embargo este naturalismo ecológico no es meramente otra forma de humanismo disfrazado. La Ecología comprende y toma en cuenta seriamente el todo; ve el balance y la integridad de la biósfera como un fin es sí mismo. En esta perspectivas la diversidad es deseable por si misma, un valor que debe ser celebrado como parte de una noción espiritualizada del universo viviente. La teoría social revolucionaria moderna ha afirmado de manera más radical la división entre humanidad y naturaleza, y ha propuesta soluciones al problema completamente ilusorias (generalmente reduciéndolas a una apropiación más efectiva). Como resultado de esto incluso las corrientes más emancipadoras han ignorado casi por completo el problema de la dominación de la naturaleza por parte de los humanos, así como la conexión entre este tipo de dominación y todas las otras formas de dominación. La promesa de la ecología es no obstante una verdadera visión dialéctica de la realidad que enfatiza la diferenciación, el desarrollo interno y la unidad en la diversidad. Según Bookchin, el proyecto de la teoría social revolucionaria debe
consistir en trazar las implicaciones políticas y sociales de esta visión. De esta forma todas las prescripciones referidas a la práctica social (descentralización, nuevo urbanismo, tecnología liberadora, grupos de afinidad) no son más que reconceptualizaciones de categorías sociales en términos de este marco ecológico y holístico. Para la Ecología Social las estructuras que creamos para transformar la sociedad aún reflejan mayormente la estructura de la sociedad existente, constituyen su imagen especular; estamos condenados a reproducir lo que ya existe, a disponer de visiones grandiosas de la revolución social que siguen siendo lo que lamentablemente han sido en el pasado: otros signos de opresión, otra expresión de la ideología de los opresores. La dominación continuará a menos que la práctica transformadora pueda alcanzar los niveles más básicos de la interacción humana. Ninguna forma de organización puede asegurar el estado de no-‐dominación; no importa cuan admirable pueda ser esta forma (como es el caso de la autogestión, el comunalismo o la democracia directa), para cumplir su cometido las estructuras liberadoras deben constituir formas en las que se desarrolle una auténtica “individualidad”; el problema de esta última es el problema de la individualización de las “masas” en seres conscientes que pueden tomar control directo de la sociedad y de sus propias vidas, sin la mediación de estructuras inorgánicas impuestas externamente, mientras que la aparición de la individualidad desarrollada es mediada por un largo proceso de formación (paideia). En este sentido la creación de la individualidad requiere una práctica educativa diseñada para producir personas capaces de actuar de manera efectiva y cooperativa en sociedad, de desarrollar una práctica social compartida y alcanzar virtudes clásicas tales como la entereza personal y la probidad, de configurar grupos de auténtica afinidad que generen un tejido celular social. Esos grupos de afinidad deben ser ecológicos en el sentido más profundo del término, deben por tanto encarnar los principios ecosistémicos de unidad-‐en-‐la-‐diversidad, espontaneidad, reciprocidad, ayuda mutua e interdependencia. Teniendo esto como base puede recrearse un público democrático, un cuerpo político comprometido con el ideal de la libre expresión y el derecho de cada persona a formular la política social, superando los formidables obstáculos que los medios de comunicación y la sociedad urbana contemporánea colocan ante los intentos de desarrollar una ciudadanía activa. Esto supone que cada individuo puede sentir que él o ella ejerce control sobre la decisiones que afectan el destino de la sociedad, lo que a su vez exige el re-‐empoderamiento de los ciudadanos y las ciudadanas en el ambiente en el que ellos y ellas se encuentran más directamente inmersos (vecindarios, pequeñas localidades). De acuerdo a la Ecología Social, es en este nivel básico de vida social y política en donde debemos tratar de crear formas ejemplares de asamblea pública cuya autoridad moral pueda lentamente convertirse en autoridad política en la base de la sociedad. Esto se asocia con la recreación de un ser social y una ciudadanía activa consideradas más en una base universal (y no en la exclusiva base de
“clase” a la que se apegan otras tradiciones del pensamiento de izquierda). Ese ser social y esa ciudadanía activa deben actuar en función de un control sin mediaciones de la vida pública que surge de la acción directa y la democracia directa. Cabe destacar que en esa perspectiva la acción directa no es vista como táctica que puede ser juzgada con simples criterios instrumentales. Se trata por el contrario de un proceso de entrenamiento de la sensibilidad y la auto-‐asertividad para la práctica de la democracia directa. Una vez que las comunidades, los ciudadanos y ciudadanas, el cuerpo político y la democracia directa se afirmen, las primeras deben confederarse en niveles regionales. Cuando se alcanza la confederación los vínculos deben ampliarse a un nivel nacional. La Ecología Social busca recapturar el ideal del “pueblo” entendido no como la degradada clase de trabajadores o la masa de consumidores (nociones caras al marxismo y la teoría social liberal), sino como comunidad de individualidades. Este ideal esta más nítidamente representado en la concepción de comunidades ecológicas descentralizadas forjada por la Ecología Social; se trata de comunidades construidas teniendo como base la creatividad social y la formación de la persona social a través de grupos primarios libertarios. Hablamos de comunidades cuya estructura y dinámica están en sintonía con la capacidad de carga de las regiones en las cuales se localizan, dando lugar a un nuevo balance entre ciudad y campo, comunidades en pequeña escala que permiten celebrar las ideas de libertad al tiempo que garantizan la satisfacción de las necesidades más elementales. Estos asentamientos humanos suponen una necesaria y radical reformulación de la base tecnológica que priva en nuestros tiempos. En ese contexto la producción ya no puede ser vista como una fuente de ganancia y de realización del interés egoísta. Los bienes manufacturados que los seres humanos necesitan para sostener sus vidas deben aquí tener un amplio significado espiritual. Los medios de vida deben ser tomados como lo que literalmente son: medios sin los cuales la vida es imposible. Nadie debe tener el derecho a poseer propiedades de las cuales dependan las vidas de otros (en ninguno de los sentidos, moral, social o ecológico). Igualmente nadie debe tener el derecho a diseñar, emplear o imponer a la sociedad equipos tecnológicos poseídos privadamente que dañen la salud humana y la salud del planeta. Uno de los logros más significativos de Bookchin lo conforma su análisis sobre las “tecnologías liberadoras”. A través del mismo muestra cómo la liberación humana no se adelanta con el continuo desarrollo de “alta tecnología”, del tipo correspondiente a la tecnología industrial clásica, sino que, más bien, la superación de la dominación y las jerarquías requiere la utilización de tecnologías más descentralizadas, más comprensibles y fácilmente apropiables, más sujetas al control democrático, más compatibles con los valores ecológicos.
Bookchin rechaza la visión, que el atribuye en mayor medida a la tradición marxista y sindicalista, según la cual el significado de la tecnología sólo puede ser considerado instrumentalmente, como un medio que puede conducir a la liberación o hacia la dominación, dependiendo del uso que se haga de ella. De esta forma rechaza tanto la visión marxista según la cual la liberación puede alcanzarse mediante el desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas poseídas colectivamente por el “proletariado”, como las concepciones neo marxista y anarco-‐sindicalista que creen en la obtención de la liberación a través de la “autogestión” de esos mismos medios de producción. Así se echa por tierra la creencia en la posibilidad de minar el sistema de dominación con, por ejemplo, la elección de gerentes por los trabajadores, hasta que los remanentes de ese sistema, su tecnología jerárquica, sus medios de comunicación manipuladores, su cancerosa urbanización y, en última instancia, su sistema de valores mercantiles, no sean concurrentemente revolucionados. La Ecología Social no sólo considera que el sistema tecnológico no es neutral sino que tampoco es un determinante del cambio social en otros ámbitos que evoluciona autónomamente. Tampoco comparte la tesis del “pesimismo tecnológico” que adhiere a la creencia en una tecnología auto-‐contenida y completamente fuera de control, de manera tal que la humanidad está condenada a la esclavitud que aquella le impone. El análisis que la Ecología Social hace de las herramientas, las máquinas y las técnicas está inmerso en un mundo social de intenciones, necesidades, deseos e interacciones humanas. En consecuencia, critica las pretensiones de abstraer el sistema tecnológico y considerarlo sólo como un sistema de objetos ya que todas las instituciones sociales contienen la sedimentación de los simbólico. De esta forma, las posibilidades de crear y utilizar tecnologías liberadoras dependerán de nuestra habilidad para desarrollar una conciencia crítica y una práctica emancipadora, lo que implica que la lucha contra la dominación debe llevarse a cabo en áreas que fueron anteriormente consideradas como superestructurales: en el dominio de los valores, los juicios, las percepciones, los afectos, la sensibilidad y la gestación de los símbolos. De allí que la Ecología Social plantea la posibilidad de abolir la escasez, un factor clave en la perpetuación de la dominación en la medida en que podamos disponer de libertad, valores y sensibilidad para hacerlo. En relación a este y otros aspectos esta teoría establece los parámetros para conformar una ética objetiva que no es ni absolutista ni relativista, ni autoritaria ni caótica, ni determinada por la necesidad ni sujeta a la arbitrariedad. Esa ética enfatiza el carácter fecundo de la naturaleza, su impulso hacia una creciente variedad, su ilimitada capacidad de crear formas de vida diferenciadas y su desarrollo de caminos evolutivos más ricos y variados, que involucran especies cada vez más complejas. Con el cambio de la visión de mundo que de allí se deriva emerge una
noción que no reduce la naturaleza al simple y duro reino de la necesidad y la escasez. Aunque tampoco puede ser vista como el reino de la libertad, en ella pueden identificarse ciertas premisas de la vida social concebida en tanto que institucionalización de la comunidad animal en formas de asociación autogobernada, potencialmente racional y cooperativa. La Ecología Social es una de las pocas teorías revolucionarias que continúan ofreciendo una visión esperanzadora de la transformación social, al tiempo que lleva a cabo un análisis crítico de la “revolución” tal y como ha sido presentada en el pasado. A pesar de que utiliza el mismo término, su concepción del cambio social es cualitativamente diferente a la que emplean las ideologías “revolucionarias” que sucumben al mecanicismo, el instrumentalismo y la reificación. Teniendo una importante aunque no única referencia en la Ecología Social, creemos que la idea de una sociedad ecológica supone que el verdadero proyecto de la humanidad debe ser la regeneración del tejido orgánico de ambas, la sociedad y la naturaleza, proceso que debe ocurrir en la medida en que la mente, el deseo y la imaginación se liberen de la dominación. Esta tarea nos exige a los pueblos de la sociodiversidad latinoamericana e indoafrocaribeña facilitar la realización de un dialogo crítico entre diferentes universos interpretativos, facilitando la promoción de acciones pre-‐figurativas de la sociedad ecológica en el contexto de la inserción de la nuestra culturalidad en marcos ecosistémicos propios. Referencias bibliográficas: BOOKCHIN, Murray La Ecología de la Libertad, Mostoles, Madre Tierra/Nossa y Jares editores S.L., 1999. LEÓN , Magdalena “El 'buen vivir': objetivo y camino para otro modelo” en Irene León (coord.) Sumaq Kawsay/Buen Vivir y cambios civilizatorios, 2da edición, Quito, FEDAEPS, pp. 105-‐124, 2010.