el kitsch y diseño emocional: una mirada hacia formas de...
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El Kitsch y diseño emocional: una mirada hacia formas de
consumo menos masivas en el siglo XXI
Presentación
Este presente trabajo monográfico cumple con los requisitos de
evaluación de la cátedra de Diseño, Estrategia y gestión de la
profesora Daniela Di Bella, docente de la maestría en diseño y
comunicación de la Universidad de Palermo, al cual se presenta una
mirada analítica hacia las problemáticas acerca del diseño y sociedad,
que fueron discutidas en sus clases.
Resumo
El inicio de la industrialización trajo al mundo la semilla del consumo
masivo. Sin embargo, los graves problemas climáticos del mundo,
han cambiado la percepción de los diseñadores hacia su compromiso
social y la respuesta para un consumo menos masivo si encuentra en
el desarrollo del diseño centrado en las emociones de los usuarios, a
lo cual darse por medio de la estética kitsch, suscitando una relación
signíca con los usuarios. La posmodernidad es el resultado de los
cambios hechos en varias esferas de la sociedad, incluso en el diseño,
por lo tanto, establecer una relación con la fetichización de la
sociedad es comprender de una forma más amplia como el kitsch se
ancla a tal problema y de hecho se ofrece una salida más sostenible
al diseño de la era posmoderna, por medio del consumo simbólico.
Palabras claves
Arte – Consumo simbólico – Consumo masivo - Diseño emocional -
Estética Posmodernidad – Narcisismo - Simulacro – Tecnología -
Kitsch
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Slides de pre integración del proyecto
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5
Imágenes conceptuales
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Introducción
Desde el principio de la industrialización el consumo ha crecido de
una forma descomunal. Con el inicio de las grandes navegaciones
marítimas, los productos industriales llegaban hasta los rincones más
alejados del mundo, generando lo que a posteriori llamaríamos de
consumo de masa. Sin embargo el consumo desenfrenado ha traído
nuevas problemáticas a nuestro planeta, tales como la escases de
recursos naturales. La posmodernidad ha cambiado el mundo donde
vivimos, las relaciones humanas, los objetos, la forma de producción
y etc. En el mundo Narcisista, no hay más una relación directa entre
las personas, sino una relación intermediada por los productos.
Los diseñadores en cuanto desarrolladores de nuestra cultura
material, necesitan tener en cuenta, a la hora de diseñador un
producto, lo que los usuarios harán con los residuos de tales
productos después que hayan cumplido con su función de uso. Para
tal es necesario que los diseñadores se involucren con los cambios
sociales existentes en el mundo y comprendan los aspectos
psicológicos y sociales de los consumidores a la hora de desarrollar
un proyecto, o sea, hay que pensar en todas las etapas de uso de
tales productos, de la compra hasta el desecho.
Para eso es necesario que desde la idea inicial del proyecto el
diseñador piense en las más variadas formas que el usuario irá
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relacionarse con el producto, en un intento de establecer entre los
usuarios y los productos formas de consumo más responsables y
menos masivas y degenerativas al planeta.
La única forma que un usuario puede desarrollar emotividad por un
producto es por medio de la estética. La estética es el aspecto más
aparente del diseño, a lo cual define su éxito de mercado, pero más
allá de cuestiones mercadológica, la estética también puede ser
pensada como un disparados hacia el consumo simbólico, a lo cual
representa una forma de consumo menos masiva. En este panorama
si puede decir que la estética kitsch es el disparador hacia el consumo
simbólico.
Diseño, Arte y el Kitsch
Desde hace mucho, la academia ha discutido, investigado y buscado
argumentos para definir de manera clara y concisa los límites entre
diseño y arte. Para algunas personas quizás los académicos están
sufriendo del ocio creativo y lo único que intentan con esa discusión
es reinventar la rueda. Pero hay que aclarar que los cambios
tecnológicos han traído modificaciones en las estructuras sociales, de
hecho también ha cambiado la importancia y la ubicación de las
profesiones en el mundo.
Como ejemplo del tal cambio, es posible citar la creación de la
cámara fotográfica, que alteró la forma como el arte y
consecuentemente el artista interactuaba con el mundo. Según Rafael
Cardoso (2008), el diseño nasció en principios de la Revolución
Industrial Británica en el siglo XVIII, cuando surgió la necesidad de
proyectar productos más competitivos para el mercado, en la
creciente economía de masa.
A principio, los primeros diseñadores fueron sacados de las líneas de
producción de las fábricas y si trataban de operarios que poseían
calificaciones artísticas. Sin embargo, a lo largo de los años, la tarea
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de proyectar productos de consumo fue acreditada a los artistas. Los
primeros diseñadores de hecho, apuntarían hacía el mundo laboral,
solamente con la creación de la Bauhaus en 1919.
Walter Gropius y un selecto grupo de arquitectos y artistas, fueron los
responsables por haber hecho una ruptura definitiva entre arte y
diseño, estableciendo las bases conceptuales por donde si apoyaría el
diseño. ¿Pero, si el diseño y el arte tienen bases conceptuales tan
demarcadas, porque seguimos con la misma discusión de sus
fronteras desde hace mucho?
Hay varios hechos que justifican tal inquietud, y el primero aspecto
de tal problemática reside en la terminología de la palabra diseño.
Según Yves Zimmermann (1998), la palabra diseño procede del
italiano disegnare que a su vez, deriva del latín designare que
significa: marcar, dibujar, designar. Por ende, diseño, es una palabra
propia de los países de habla hispana, así que, conceptualmente la
profesión no es entendida de la misma manera en todos los países
del mundo. Por ejemplo, en los países de habla portuguesa, no hay
una palabra propia de su vocabulario para definir diseño sin que
traiga una connotación distinta. En Brasil, los primeros cursos de
diseño recibieron el nombre de desenho industrial (dibujo industrial)
y comunicacao visual (comunicación visual), o sea, dibujo y diseño,
en el contexto empírico brasileño, hacen parte de un mismo
panorama profesional.
Hace años, algunas facultades de Brasil han adoptado el nombre
design en sus cursos de grado y posgrado, a lo cual, refleja un
intento de generar menos problemas de compresión hacia la
profesión. Sin embargo, el uso de la palabra inglés design, en el
contexto del diseño brasileño, ha traído otros problemas a los
diseñadores. Allá si ha convertido en una práctica común, nombrar a
todo de design, como ejemplo si puede citar la utilización de la
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palabra design en carteles ubicados en las calles que ofrecen servicio
de design de sombrancelhas (diseño de cejas), o en las muchas
campañas publicitarias que difunden la idea que tal producto posee
design. La mala utilización de la palabra implica en gravísimos errores
de entendimiento que uno tiene hacia el diseño.
El segundo aspecto de la problemática acerca de las fronteras entre
diseño y el arte, reside en la utilización de la palabra estética para
definir algunos de los parámetros de ambas las profesiones. Acerca
de la concepción de la palabra estética, Gianny Carchia y Paolo
D´Angelo (1999) dicen que: A utilizacao do termo estética numa
ascepcao generalizada, inidicando a filosofía do belo e da arte
independentemente das circunstancias de tempo e lugar, é uma
operacao que prescinde da natureza determinadamente histórica do
conceito (pág. 109).
O sea, la estética nasció como una disciplina filosófica que justificaba
y evaluaba el bello del arte, así que, usar la misma palabra para
evaluar un proyecto de diseño generó una mala interpretación de lo
que es el diseño. Además, en la actualidad es común encontrarnos
objetos de diseño que fueron firmados y proyectados por diseñadores
estrellas, que si encuentran en el mismo escalón de un Pablo Picasso.
¿El hecho de que un diseñador firme un producto suyo, le confiere el
status de un artista? Esta es una pregunta difícil de contestar y que
requiere un análisis más profundo hacia el propio concepto del arte.
Marcel Duchamp, artista dadaísta, en crítica a todo el sistema del arte
de su época, puso su firma en un urinario y lo envió a un museo para
que fuera expuesto como una escultura. Así como el diseñador que
pone su firma a un producto y que de hecho es reconocido por su
estilo, los artistas hacen lo mismo desde hace años, asemejando el
diseñador a un artista, trayendo con eso aún más implicaciones
epistemológicas sobre tales fronteras.
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André Ricard (2003) en diseño ¿el arte de hoy?, argumenta que toda
actividad creativa es arte (pág. 89). Tan enfática afirmación coloca
en relieve toda una concepción dogmática sobre el diseño. El texto
clásico de Bruno Munari (1974), titulado Artista y Designer, aboga la
idea que:
El diseñador industrial es un proyectista
dotado con sentido estético que trabaja para
la comunidad. El suyo no es un trabajo
personal sino de grupo: el diseñador organiza
un grupo de trabajo según el problema que
tiene que resolver. El diseñador no trabaja
para una elite, aunque hoy la producción
industrial intente transformar su trabajo en el
de un estilista (proyectista que opera con
sentido artístico tendiendo a una producción
da fácil y rápido consumo), sino que intenta
producir de la mejor manera incluso objetos
corrientísimos de gran consumo (pág. 38).
Hay que tener en cuenta que Munari escribió su texto en el auge de
la era moderna, por ende los diseñadores buscaban establecer las
bases teóricas de la profesión, apoyándose en teorías científicas
sacadas de la Gestalt, la ergonomía, la antropometría, la psicología
de los colores y etc. El mundo en que vivió Munari no espejaba los
mismo avances científicos e ideológico que el mundo actual de la era
posmoderna.
Actualmente se puede decir que definir tales fronteras ideológicas
entre el arte y el diseño se ha hecho algo casi imposible,
principalmente cuando se habla del uso de la estética kitsch en el
escenario de los productos de consumo. Sobre el kitsch, Abraham
Moles (1973) dice que es una palabra muy conocida en los países de
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origen latina, porque su surgimiento está asociada a la Alemania del
siglo XIX, entre los vendedores de muebles de Munich, que vendían
muebles supuestamente nuevos, pero que eran hechos con muebles
viejos. Por lo tanto el kitsch se caracteriza por ser una copia, algo
inauténtico, o sea, es vender gato por liebre, además, el uso de la
palabra kitsch se asocia a la ascensión de la clase burguesa.
Más allá de la concepción histórica social, en lo estético, el kitsch está
vinculado a la idea de clásico y es sobre todo, un intento de llenar el
vacío con todo el tipo de ornamento. Los productos kitsch han llenado
las góndolas de las tiendas de todos los países del mundo, y ahí
llegamos a una paradoja, ¿el kitsch en cuando estética y concepto
está vinculado al mundo del arte o al mundo del diseño?
En verdad, el kitsch se vincula tanto al arte como al diseño. Por
simplificación usamos la palabra estética para referirse al kitsch, pero
su fenómeno ha alcanzado otros campos de la vida en sociedad. No
hemos como negar que el capitalismo ha triunfado y que consumir se
ha convertido en una práctica que está arraigada al espíritu humano.
El diseño se utiliza del kitsch con la finalidad de generar consumo,
principalmente por medio del mensaje simbólico ofrecido por este
tipo de estética a los consumidores.
El capital cultural, que había sido negligenciado por los modernistas,
se ha convertido en columna central de cualquier proyecto de diseño.
Es muy común encontrar en las tiendas de productos, artefactos que
fueron producidos en colaboración con artistas y artesanos, ya que
aportan algo de la cultura local, u objetos que enfatizan su función
estética, desvalorando su función práctica de uso. El siglo XXI ha
traído otros cánones de belleza, otras formas de proyectar y pensar el
diseño. Si el tema de la frontera entre arte y diseño seguirá con la
pauta abierta no se sabe, pero que el horizonte proyectual se ha
extendido hasta la orilla de otras disciplinas que si o si enriquecen el
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trabajo del diseñador, eso es notorio y vital para que el diseño pueda
adaptarse a los cambios efectuados en el mundo, así que, el kitsch es
la referencia estética que refleja tales cambios en la esfera socio
cultural.
Kitsch y simulacro: una sociedad basada en el consumo
El siglo XIX fue testigo de una de las más importantes revoluciones
del mundo, la revolución industrial británica. Ella ha proporcionado
importantes cambios en la estructura política y financiera en todos los
países del mundo, más allá de eso, también ha cambiado la forma
como el hombre relacionase con su entorno, o sea, con su cultura
material.
Hace años, cuando alguien compraba un determinado producto para
su casa, lo compraba con la expectativa que durara toda la vida, pero
tal contexto social ha cambiado. Actualmente las personas buscan
comprar productos que estén de moda, lo que ocasiona un consumo
sin fin, si tomamos en cuenta que las empresas siempre están
ofreciendo nuevos productos a los más variados mercados con la
finalidad de generar consumo y consecuentemente ganancia.
En este contexto la estética siempre ha sido tomada como el
maquillaje que maximiza la venta de los productos, ancorado en la
idea que lo feo no se vende. A lo largo de los años los productos eran
proyectados siguiendo la estética predominante en la época. Esa ha
sido la realidad en el mundo proyectual hasta la queda del
modernismo, en el fin del siglo XX. En la ausencia de un modelo
estético como referencia, los diseñadores tuvieron una libertad de
expresión semejante al del artista, donde si puede decir que esta
falta de referencia ideológica es el apogeo de la era posmoderna.
El kitsch es el hijo de la posmodernidad, aunque su surgimiento haya
sido fechado en el siglo XIX, con la ascensión de la clase burguesa en
el campo político. El kitsch siempre ha sido rechazado por los
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modernistas, por defendieren la idea de que los ornamentos
presentes en la cultura material de la época eran innecesarios para
que un determinado producto cumpliera con su función de uso, y de
hecho tales ornamentos servían como una trampa que ilusionaba y
alejaba las personas de los reales problemas del cotidiano.
Hemos que pensar el kitsch más allá de una simples experiencia
estética, el kitsch es el resultado de todo un conjunto de acciones que
cambia la forma que uno tiene con su entorno. Jean Baudrillard
(1978), plantea la idea que el ser humano vive en un mundo regido
por los simulacros, o sea, no hay más como saber lo que es real e
irreal. Tal concepto también fue abordado por Platón, en el siglo V
a.C., al afirmar que nuestro mundo era una copia imperfecta del
mundo de las ideas.
El kitsch es definido por Abraham Moles (1978), como una copia, un
prospecto de algo que ya existe. Plantas de plástico, Poliuretano
imitando madera, logotipos diseñados basados en otros ya
existentes, etc. son ejemplos de cómo los simulacros hacen parte de
nuestras vidas. Sin embargo, el desarrollo tecnológico vigente, hubo
que las personas bucearan en un estado permanente de simulacro.
Como ejemplo podemos mencionar el video juego online, The Sims,
que fue un gran suceso en los años 90, donde las personas creaban
avatares basados en sus propias características físicas con la finalidad
de vivir en un mundo virtual, interactuando con otros jugares online.
Las redes sociales y los medios de comunicación también son
ejemplos de la proliferación de los simulacros en nuestra vida.
El diseñador, más allá de un simples proyectista, es un creador de
signos, de simulacros por así decirlo. Con el advenimiento de las
computadoras y la accesibilidad a programas de manipulación de
imagen, el diseño empezó a promocionar los productos no como
realmente lo son, sino como uno lo imaginara. Las fotos de comida
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que figuran en los paquetes de comida, en las revistas, en los
carteles luminosos que si encuentran en la calle, no espejan de hecho
la realidad, sino un fragmento de algo que el ser humano desea
poseer.
Actualmente no si consume más productos como en el pasado, hoy se
consume experiencia, símbolos y status. El kitsch sintetiza en los
productos este mundo de ilusión. De acuerdo con Celeste Olalquiaga
(2007) el kitsch es un recuerdo, un pedazo del pasado que si quedo
cristalizado en un producto.
Según Gilles Lypovetsky (2002) en la posmodernidad ya no si piensa
más en la colectividad, sino en la individualidad, el narcisismo es el
modelo que rige el campo social, y si refleja en todos los campos. El
kitsch ofrece a las personas este momento de individualidad por
medio de sus productos costumizados. Todavía hay que pensar en
qué momento, o en qué sentido el kitsch si ha fluido en nuestra
sociedad. Hermann Broch (1970) en Kitsch, Vanguardia y el arte por
el arte, plantea la idea que todo el arte tiene la tendencia de caer en
el kitsch, o sea, se puede decir que no hay como huir de este mundo
de simulacros.
Estamos viviendo en una era de grandes cambios sociales, el
proyecto modernista vino abajo, así como la fe en la ciencia. Y en
tiempos de crisis el kitsch siempre se hace presente. El kitsch es la
manifestación física de los simulacros en nuestro mundo, es lo que
está hecho para ayudar a las personas transcendieren un poco los
problemas del mundo contemporáneo, o solamente un fragmento del
tiempo que si quedo conservado en el tiempo.
No hay como hacer un juicio de valor preciso sobre el kitsch en
nuestra sociedad, lo que se puede decir es que hay una necesidad
hacia el ser humano de consumir los simulacros, quizás la explicación
más sencilla sea la que nos ofreció Abraham Moles (1973) al decir
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que el kitsch es el arte de la felicidad, y que todo intento de acabar
con el kitsch, es un intento contra la felicidad.
Los sentimientos positivos desempeñan un papel muy importante en
nuestra formación intelectual, este punto de vista fue defendido por
Donald Norma (2008) en su obra maestra titulada diseño emocional.
El mundo no puede ser solamente gris, negro y blanco, es necesario
un poco de color, aunque sea para falsear un poco la apatía de las
relaciones humanas. Hijos de la posmodernidad, kitsch y simulacro
componen un único cuerpo teórico, hay quien diga que son
sensaciones vicarias lo que ofrecen los dos, quizás sea una nueva
forma de acomodar el hombre a la realidad narcisista, dándole otra
perspectiva hacia su mundo, el mundo de las apariencias.
El kitsch y consumo simbólico: el compromiso social del
diseñador en la era de la problemática socio ambiental
Se el siglo XX fue basado en el consumo de productos, el siglo XXI
está basado en el consumo de servicios y experiencias. La gran
cantidad de productos ofrecidos a los consumidores, hizo con que el
marketing desarrollara campaña ideadas en la exploración del
fetichismo humano, con la finalidad de ubicarse mejor en la escalera
mental de los consumidores.
En este contexto el cuerpo ha sido el elemento más usado por el
marketing contemporáneo. A ejemplo podemos mencionar las
campañas de cerveza brasileña, donde se ha convertido en hábito la
utilización de mujeres semi desnudas, en comerciales. Además hay
un sinnúmero de productos en el mercado que poseen formas
curvilíneas que hacen referencia a las curvas femeninas.
Otro aspecto importante y que tenemos que reflexionar es que, ¿no
sería la utilización del cuerpo en el desarrollo del diseño un posible
reflejo de la decadencia religiosa en medio a la sociedad?
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Esa es una interrogante que jamás tendrá una respuesta concreta,
pero podemos decir que el advenimiento de la posmodernidad, hizo
con que las bases políticas, religiosas, financieras y culturales de la
sociedad moderna cambiasen drásticamente. No hay más una
referencia a seguir, el mundo se ha vuelto individualista, o en las
palabras del sociólogo francés Gilles Lipovetsky (2002), el mundo se
ha vuelto narcisista.
Narciso fue un personaje de la mitología griega que se enamoró de su
propia imagen. Así está hecha la sociedad contemporánea, por
personas que tiene únicamente como preocupación su bienestar. El
mundo idealizado por Karl Marx, al cual estaba dividido en clase
burguesa y clase operaria ha sido olvidado en la era narcisista. No se
piensa más en la colectividad, sino en la satisfacción de sus propias
necesidades físicas y espirituales. Es en la exploración de las
carencias humanas que se centra el marketing contemporáneo.
Según Philip Kothler (2007):
El concepto más básico de marketing es el de las
necesidades humanas. Las necesidades humanas son
estados de carencia. Estas incluyen las necesidades
físicas de alimentación, vestido, calor y seguridad;
las necesidades sociales de afecto y de pertenencia a
un grupo y las necesidades de conocimiento y de
expresión personal. No fue el marketing el que creó
estas necesidades, sino que son una parte esencial
de la naturaleza humana. (pág. 7)
Es en esta nueva mirada hacia la sociedad que ha nascido lo que se
convencionó nombrar de diseño emocional. El profesor de ciencia y
computación de la Northwestern University fue el responsable por
definir las directrices del diseño emocional, en el campo proyectual.
Según sus investigaciones el cerebro humano al percibir un producto
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es afectado en tres niveles distintos a los cuales nombra de: nivel
visceral, comportamental y reflexivo. Es decir que el cerebro humano
al percibir un determinado producto lo compra, no debido a una
necesidad de uso, sino porque hubo una estimulación en su
mecanismo sensorial, y solamente después del uso es que el usuario
empieza a hacer juicios de valores acerca del tal producto.
La teoría desarrollada por Norman acerca de la relación existente
entre producto y usuario es apoyada por las funciones de los
productos industriales de Bernd Löbach. De acuerdo con Löbach
(2001), los productos poseen tres funciones que son las de uso,
estética y simbólica. La función de uso es la que atiende las
necesidades fisiológicas de uso, la función estética es la que estimula
la sensorialidad durante el uso de un producto, y la simbólica atiende
las funciones espirituales de uso de un determinado producto, es la
que genera en los usuarios los sentimientos de bienestar, status,
felicidad y etc. Aún según Norman (2001):
Um objeto favorito é um símbolo, que induz a
uma postura mental positiva, um lembrete
que nos traz boas recordacoes, ou por vezes
uma expressao de nós mesmos. E esse objeto
sempre tem uma história, uma lembranca e
algo que nos liga pessoalmente àquele objeto
em particular, àquela coisa em particular
(pág. 26)
Los usuarios antes de consumir productos consumen símbolos. Para
que tal percepción acerca de un producto pueda desarrollarse en la
mente de un consumidor, es necesario que un determinado producto
pueda suscitarle sentimientos positivos, y eso solamente es posible
por medio de la estética. En el cerne del diseño encontrase dos
posturas estéticas distintas: La funcionalista y e kitsch.
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El funcionalismo tuvo como auge los años 20, con la creación de la
Bauhaus. Aunque el movimiento funcionalista haya sido desarrollado
por arquitectos tales como Le Corbusier y Van de Velde, sus ideas
tuvieron un alcance más amplio por medio de los trabajos hechos por
los alumnos de la Bauhaus, que sintetizaban la idea de sus
profesores, que venían de las más distintas corrientes vanguardistas
del siglo XX.
La estética funcionalista estaba pensada para tener un alcance
internacional, sin haber la necesidad de proyectar pensando en las
características culturales de cada país. Sin embargo, los productos
funcionalistas no lograban despertar en los consumidores algo más
allá de las necesidades físicas de uso, o dicho de forma más poética,
no les animaba el espirito. En cambio, la estética kitsch, que siempre
ha sido motivo de crítica por los funcionalistas y arquitectos
contemporáneos, trae en su dorso la esencia para el desarrollo de las
emociones, por el hecho de que el kitsch es todo signico (Moles,
1973).
Es justo por medio de la estética kitsch que se encuentra el
disparador hacia el consumo simbólico. Consumir simbólicamente un
producto es generar formas de consumo menos masivas al medio
ambiente. Norman (2001) en su libro titulado, Diseño emocional, nos
trae un relato de una experiencia que vivió al comprar una botella de
agua en un viaje a Alemania, al cual afirma haber comprado la botella
no por su contenido, sino porque le generó sentimientos que van
mucho más allá de la necesidad física de uso, manteniéndola hasta
hoy en su casa como objeto de decoración.
Cuando uno desarrolla sentimientos por un producto lo conserva,
aunque sea un producto desechable. El hecho de que productos
desechables tengan un nuevo ciclo de uso, generan indudablemente
menos consumo. Alguien que haya usado una botella de bebida
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alcohólica como florero, no tendrá la necesidad de comprar un
florero, generando menos consumo.
El consumo masivo ha traído nuevas problemáticas proyectuales a los
diseñadores. El diseño no puede más ser visto como una etapa
creativa que se cierra con la elaboración de un producto en las líneas
de producción de una fábrica. Al proyectar los diseñadores necesitan
tener en cuenta el impacto que su proyecto hará en el medio social y
ambiental.
Hace años las denuncias hechas por ambientalistas acerca de la
escases de los recursos materiales del planeta, han ampliado en
enfoque del diseño, al paso que los diseñadores han se involucrado
en cuestiones más allá de cuestiones meramente mercadológicas. Se
ha comprendido que el trabajo de los diseñadores influye
directamente en el comportamiento de los consumidores, así que, no
hay como los diseñadores abstenerse de su compromiso social.
Acerca de la relación entre consumidor y producto, Rafael Cardoso
(2008) dice que:
O consumidor quer sempre o mais novo, o
mais rápido e o mais avancado por definicao,
sem perguntar se existe necessidade real de
se manter na crista do progresso tecnólogico…
é evidente que o designer nao detém o poder
de reverter tendencias tao profundas e tao
complexas nas suas ramificacoes; contudo
vale a pena questionar as próprias atitudes
com relacao a forma de proceder no trabalho
e ao tipo de trabalho que se faz. (pág. 249)
No hay duda de que el diseñador no tiene como cambiar
drásticamente ciertas actitudes de los consumidores, pero puede
influenciar en la percepción que uno tiene hacia un producto,
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generando con eso nuevas formas de comportamiento entre el
consumidor, el producto y la sociedad.
La posmodernidad ha traído nuevas problemáticas al mundo, así
como nuevas formas de verlo y relacionarse con él. La industria de
productos de consumo es el ícono de la era posmoderna, a la cual
explora lo más íntimo del espirito humano, hasta encontrar el objeto
de su deseo, proyectándolo en el mundo real. El consumo simbólico
en la era de los productos de consumo es una salida menos
predatoria al consumo masivo, al paso que genera un vínculo más
íntimo entre las personas y su cultura material, pero su desarrollo no
puede darse por otro medio que no sea la estética, a la cual, el kitsch
se vuelve predominante, a medida que es una reminiscencia de la
propia consciencia humana.
Conclusión
La posmodernidad ha traído cambios en todos los sectores de la vida
en sociedad, incluso al diseño. No si puede más pensar el diseño de
forma tan dogmática y cerrada como solía hacer en los años 20. El
desarrollo tecnológico ha modificado todo el entorno social,
ofreciendo nuevas problemáticas al mundo.
El diseñador en cuanto desarrollador de nuestra cultura material, no
puede quedarse alejado de tales cambios existentes en la estructura
social. Proyectar un producto es determinar el surgimiento de una
nueva dinámica social, de nuevos valores y de nuevas formas de
interacción humana. La estética siempre ha sido un aspecto
determinante en el diseño, al paso que, establece el primer vinculo
existente entre consumidor y el producto,
Sin embargo, hay que elucidar que la estética siempre ha sido
tomada como el maquillaje que hacia comercializable un determinado
producto en el mercado de consumo, por ende, hemos que sacar el
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velo que nos mantiene ciegos respecto a la función de la estética en
el diseño.
No hay como negar que las empresas invierten mucho dinero en la
estética de los productos, ya que muchas veces es la única
característica que distingue un producto de la competencia, pero, con
el advenimiento de los problemas sociales y ambientales que han
pasado el mundo, la estética debería ser un poco más comprometida,
no con las ganancias de las empresas, sino con lo que proporciona a
los consumidores y al mundo.
El capital simbólico quizás sea uno de los pocos caminos sencillos
ofrecidos rumbo al desarrollo de un consumo menos masivo en la
mente de los consumidores. El consumo simbólico no hay como
desarrollarse de otra forma que no sea por la vía estética, así que, el
kitsch, en cuanto prospecto de los más íntimos deseos humanos tiene
la posibilidad semiótica de ofrecer a los consumidores un cambio de
pensamiento hacía el consumo degradante existente en la era del
capital.
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• Kothler, Philip & Amstrong, Gary. (2007). Marketing versión para
Latinoamérica. México: Pearson Prentice Hall.
Diseño kitsch y compromiso social del diseño
La industrialización trajo al mundo la semilla del consumo masivo, sin
embargo la posmodernidad ha cambiado la forma de consumo
convirtiéndolo en un ritual de fetichización. El consumo irresponsable
ha traído serios problemas ambientales al mundo, involucrando a los
diseñadores en nuevas problemáticas proyectuales. Se pretende explorar
el consumo simbólico generado por medio de la estética kitsch como una
posible salida hacia formas de consumo menos predatorias.
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