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Juan Carlos Onetti

Juan Carlos Onetti

Juntacadveres (Cap. I)

Resoplando y lustroso, perniabierto sobre los saltos del vagn en el ramal de Enduro, Junta camin por el pasillo para agregarse al grupo de tres mujeres, algunos kilmetros antes de que el tren llegara a Santa Mara. Sonri, animoso, a las caras infladas por el aburrimiento, encendidas de calor, de bostezos y comentarios. El verde de los campos prximos al ro apoyaba una dbil frescura contra las ventanillas polvorientas.

'En cuanto les diga que estamos llegando empiezan a charlar, a pintarse, recuerdan su oficio, se hacen ms feas y viejas, ponen caras de seoritas, bajan los ojos para examinarse las manos. Son tres y no demor quince das. Barth tiene ms de lo que merece l y todo el pueblo, aunque puede ser que se ran al verlas y continen rindose durante das o semanas. Ya no tienen quince aos y estn vestidas como para enfriar a un chivo. Pero son gente, son buenas, son alegres y saben trabajar.'

- Ya falta poco - se resign a decir con entusiasmo; golpe la rodilla de Mara Bonita y sonri a las otras dos, a la cara infantil, redonda, de Irene y a las cejas amarillas de Nelly, muy altas, rectas, dibujadas cada maana para coincidir con el desinters, la imbecilidad, la nada que podan dar sus ojos.

- Me imagino, era hora - contest Mara Bonita -. Frunci la boca hacia la ventanilla e inici la apertura de carteras, el baile de espejos, polveras, lpices de labios - Tena razn, despus de todo, la tal Santa Mara debe ser un agujero.

- Es cierto que vos dijiste - asinti Nelly; usaba una ua para emparejarse la pintura en la boca.

Irene se golpeaba los costados de la nariz con la borla de los polvos, lnguida, sin fe; tena las gruesas rodillas muy separadas y el sombrero de paja, cargado de adornos, aludo, se retorca aplastado contra el respaldo. Hizo un semicrculo con el dorso de la mano en el cristal de la ventanilla, vio un arco iris de pasto reseco, de plantos, de distancia gris, verde y ocre caldeada por la tarde de cielo cubierto.

- A m no me importa mucho. Claro que no es la capital; pero me gusta el campo.

- Tenlo por seguro - dijo Mara Bonita; burlona, irritada. Haba terminado de arreglarse y fumaba rpidamente, erguida y tranquila, segura de su oculta capacidad de dominio. 'Una mujer', dictamin Junta con severidad y orgullo -. No pienses en andar de compras ni en fiestitas. Quedarse en casa, trabajar y saber guardar el dinero.

- Para eso vinimos - confirm Nelly -. La ciudad es muy linda, pero aqu estamos a lo positivo.

- Otra vez te est mirando la boca, gorda - advirti Mara Bonita.

Irene encogi los hombros y continu haciendo cruces con la punta de un dedo en el vidrio de la ventanilla.

- No miraba, juro protest Junta. Se ri un poco con ellas, para acompaarlas, y espi a los dems pasajeros del vagn. No haba ninguna cara conocida. 'En el andn ser la cosa.' Descubri el edificio de la Escuela Experimental, oscuro y aislado en un campo liso, en un aire inmvil; una bandera colgaba lacia, un camin cargado se inclinaba remontando la cuesta, hacia la Colonia. Proyect mentirles acerca de plantaciones y cosechas, citar cifras y nombres de tipos de trigo. Y aunque no dijo nada, aunque las cosas pensadas slo se mostraron en la lnea blancuzca de saliva que se le form en la sonrisa, mientras se pona de pie y ayudaba a las mujeres a mover las valijas, sospech que la tentacin de decir absurdos proceda de aquella amenaza de cansancio, de aquel miedo al acabamiento que lo haba cercado en los ltimos meses, desde el da en que crey que haba llegado, por fin, la hora del desquite, la hora de palpar los hermosos sueos, y en que acept la duda de que tal vez hubiera llegado demasiado tarde.

El andn estara lleno, un grupo de hombres mirara desde la puerta del Club, otro acomodara las espaldas contra la esquina del hotel Plaza para ver el auto llevando a las tres mujeres hacia la casita de la costa; estas tres mujeres desanimadas, feas y envejecidas por el viaje, vestidas con las grotescas cosas que haban comprado