el giro lingüístico en la filosofía de la historia.docx

44
El giro lingüístico en la filosofía de la Historia Introducción Desde 1970, observamos un cambio radical en la teoría de la historia que llevó a un resurgir de las teorías hermenéuticas centradas en la interpretación del significado del pasado histórico. Entre ellas destacan las que consideran que el lector interpreta el verdadero significado de un texto cuando logra descifrar la estructura profunda que subyace en él, a saber los tropos (H. White); las que afirman que el significado se alcanza cuando se llega al sentido oculto que describe toda narración significativa, a saber la experiencia temporal (P. Ricoeur); las que critican el postulado de transparencia de un texto a la par que crean una "neblina interpretativa" que oscurece la visión sobre la intención del autor (D. La Capra); las que interpretan un texto para acceder a la "causa ausente" y descubrir la lucha de clases que permanece reprimida en los textos, a saber, en su inconsciente político (F. Jameson); las que optan por considerar las anteriores como teorías que no han escapado al atractivo kantiano de apropiación mientras se catalogan a sí mismos como verdaderos antikantianos (Ankersmit). Palabras Claves: posmodernismo, giro lingüístico, narratividad, tropos, experiencia temporal, inconsciente político, antikantiano. The linguistic turn in philosophy of history, contribution around representation and narrative historiography. Abstract:

Upload: rafael-montilla

Post on 21-Dec-2015

26 views

Category:

Documents


3 download

TRANSCRIPT

El giro lingüístico en la filosofía de la Historia

Introducción

Desde 1970, observamos un cambio radical en la teoría de la historia que llevó a un resurgir de las teorías hermenéuticas centradas en la interpretación del significado del pasado histórico. Entre ellas destacan las que consideran que el lector interpreta el verdadero significado de un texto cuando logra descifrar la estructura profunda que subyace en él, a saber los tropos (H. White); las que afirman que el significado se alcanza cuando se llega al sentido oculto que describe toda narración significativa, a saber la experiencia temporal (P. Ricoeur); las que critican el postulado de transparencia de un texto a la par que crean una "neblina interpretativa" que oscurece la visión sobre la intención del autor (D. La Capra); las que interpretan un texto para acceder a la "causa ausente" y descubrir la lucha de clases que permanece reprimida en los textos, a saber, en su inconsciente político (F. Jameson); las que optan por considerar las anteriores como teorías que no han escapado al atractivo kantiano de apropiación mientras se catalogan a sí mismos como verdaderos antikantianos (Ankersmit).

Palabras Claves: posmodernismo, giro lingüístico, narratividad, tropos, experiencia temporal, inconsciente político, antikantiano.

The linguistic turn in philosophy of history, contribution around representation and narrative historiography.

Abstract:

Since 1970 we see a radical change in the theory of history that led to a resurgence of hermeneutical theories focused on the interpretation of the meaning of the historical past. These include those that treat the reader interprets the true meaning of a text when he succeeds in solving the deep structure that underlies it, namely tropes (H. White), which they claim that the meaning is achieved when it comes to sense hidden narrative that describes all significant, ie temporal experience (P. Ricoeur), which criticized the assumption of transparency of a text at the same time create a "fog of interpretation" that obscures the view of the intention of the author (D. La Capra) who interpret the text to access the "absent cause" and discover the class struggle that remains repressed in the texts in their

political unconscious (F. Jameson), and those who choose to consider the above as theories have not escaped the lure of ownership while Kantian to classify themselves as true anti-Kantian-(Ankersmit). Keywords: postmodernism, linguistic turn, narratives, tropes, temporal experience, political unconscious, anti-Kantian.

Introducción

En la actualidad, un fenómeno que afecta a la filosofía de la historia, o si se prefiere a la teoría de la historia, es la superproducción de libros y artículos sobre diversos temas específicos, y como consecuencia todo investigador y estudiante se debe enfrentar a la gran dificultad de alcanzar una perspectiva general sobre una determinada cuestión.

El giro lingüístico en la teoría de la Historia no escapa a este problema antes bien, por ser un movimiento contemporáneo que incluye dentro de sí posturas diversas e incluso antagónicas, para alcanzar tal perspectiva se requiere el seguimiento y análisis de material bibliográfico, siempre de gran riqueza intelectual, abundante y disperso.

Por tales motivos consideramos necesario brindar una síntesis explicativa sobre el estado de la cuestión de las problemáticas más importantes que el giro lingüístico suscitó en la filosofía de la historia y las aportaciones de sus teóricos más relevantes.

Fruto de nuestra investigación en el marco de la beca otorgada por la Secretaría General de Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional del Nordeste- Argentina es el siguiente ensayo sobre la problemática del giro lingüístico en la filosofía de la historia, el cual busca aportar claridad y sistematicidad al estado actual de los conocimientos sobre el tema en el ámbito filosófico e historiográfico, específicamente a la subdisciplina de la historia intelectual.

Posmodernismo y filosofía del lenguaje: el análisis del discurso y la escritura de la Historia

Para analizar el estado actual de los debates teóricos en la historiografía después de la apertura de ésta a las ideas del giro lingüístico es necesario contextualizar en primera instancia el estado intelectual general dentro de las ciencias sociales para fines del siglo XX, tras el surgimiento e impacto del posmodernismo. Este último, a pesar de la dificultad que presenta para periodizarlo o caracterizarlo es ante todo un movimiento internacional que históricamente comienza a partir de 1970, cuando el capitalismo entra en crisis, y se extiende hasta la actualidad. Se trata de un movimiento global presente en casi todas las manifestaciones culturales desde la pintura hasta la filosofía.

Teóricamente se refiere a una actitud intelectual frente a la modernidad y lo moderno que afirma la crisis y muerte de la modernidad y de todo lo que la racionalidad moderna propuso: el supuesto conocimiento científico racional y la concepción misma de la historia como evolución progresiva de la humanidad. La historia es vista por el posmodernismo como un emblema de la civilización occidental para mostrar como ésta ha ido evolucionando progresivamente hasta convertirse en la supuesta "civilización superior". De esta manera se rechaza la aceptación del progreso indefinido de la humanidad por medio del pensamiento racionalista moderno y se abandona su discurso ideológico y todas sus formas de representación: la historia será vista como solo una forma más de representación de la experiencia temporal del hombre.

Los teóricos de la posmodernidad pese a sus divergencias coinciden en un punto: que lo moderno dada su fuerte integración en la cultura occidental se ve reflejado en todos los ámbitos de la vida social desde las creaciones artísticas (pinturas, esculturas) hasta los programas de estudios académicos. Sin embargo, no hay consenso entre los posmodernistas sobre el valor de lo moderno ni el valor del posmodernismo en sí y para algunos autores resulta difícil afirmar que realmente existe una producción historiográfica propiamente posmoderna que supere el nivel meramente teórico. Aunque lo que queda fuera de duda es que dentro del campo historiográfico el posmodernismo es tanto una teoría de la historia como una teoría acerca de la historia: una teoría de la historia que se propone evitar todo tipo de periodización y, una teoría acerca de la historia que rechaza las metanarraciones como las que produjeron Hegel, Marx, Spengler o Toynbee, siendo uno de sus más importantes críticos Lyotard.[1] En términos generales, de acuerdo con la filosofía posmodernista el historiador debe abandonar su moderna ilusión de contribuir a un conocimiento científico ya que la producción histórica está más próxima al tipo de producciones propias de la literatura que a las disciplinas de "rigor científico". Y debe además renunciar al intento de explicación causal dada su imposibilidad de establecer leyes y la dudosa referencialidad del discurso histórico como correspondencia con un cierto mundo exterior: lo que importa en el texto histórico es el estilo y en la historiografía el predominio de la interpretación -se rechaza toda teoría, sobre todo el marxismo- y no la realidad objetiva.

Pero si tan solo miramos al posmodernismo de esta manera se nos presenta como un movimiento negativo para la historiografía actual. Sin embargo, no debe dejarse de recalcar que uno de sus logros más importantes ha sido potenciar el debate sobre la significación de la historia y la escritura de la historia al poner en cuestión la representación lingüística que el hombre tiene del mundo. Pese a los muchos cuestionamientos que surjan desde el giro lingüístico lo cierto

es que también ha propiciado una vuelta a la reflexión sobre la historia y la teoría de la historia en los últimos años como no se daba desde el siglo XIX el siglo clásico del debate histórico y de la producción historiográfica.

Desde este contexto del posmodernismo pasemos ahora a analizar algunas cuestiones generales del giro lingüístico.[2] La expresión giro lingüístico que procede del filosofo francés Gustav Bergman y fue acuñada a comienzos de los años sesenta, hace referencia a aquella dirección de la filosofía que se orienta a convertirse en filosofía del lenguaje ya que afirma que todos los problemas filosóficos pueden ser reducidos o transferidos a los problemas de uso del lenguaje y que para comprender mejor el mundo es necesario comprender mejor el lenguaje pues el conocimiento que tenemos sobre la realidad que nos rodea es producto de la interacción que mantenemos con ésta por mediación lingüística.

Este interés por el lenguaje y los problemas que surgen desde el momento mismo en que se tematiza y problematiza sobre él no es algo actual. En general, todos los grandes pensadores del siglo XX se han interesado por el análisis del lenguaje, pero mientras que para los teóricos del positivismo lógico la forma de resolver y terminar con los problemas que aquejaban a la filosofía occidental desde Aristóteles en adelante era el análisis de los componentes elementales y atomísticos del lenguaje, pues este análisis lógico revelaría que dichos problemas eran en realidad sólo seudo-problemas; para Wittgenstein[3]y sus seguidores el lenguaje estaba cargado de significados inter-subjetivamente compartidos: era una práctica social que se articulaba de manera similar a como lo hace un juego -todos los participantes deben conocer ciertas reglas para poder participar en él-. De esta manera, el análisis lógico del lenguaje formal fue abandonado por el análisis del lenguaje natural ya que se consideraba que era éste el que determinaba la estructura metafísica de nuestro mundo. A pesar de este "giro" en la filosofía del lenguaje aun persistían elementos que la asimilaban al modelo cartesiano-kantiano: el método utilizado seguía siendo el resoluto-composicional centrado en el análisis de las partes y por lo tanto los problemas que hacían al texto como totalidad eran considerados "no-problemas".

A partir de estos planteamientos, se desató en el ámbito filosófico un movimiento heterogéneo centrado en el análisis del lenguaje que rápidamente afectó a todo el campo de las ciencias humanas incluida la historiografía.

El análisis del lenguaje llevó a analizar el discurso y la escritura de la historia al considerarla a ésta como un discurso más que como a una disciplina[4]El problema fundamental del que se parte es si realmente la realidad existe fuera del discurso o si bien no existe nada más allá del lenguaje, como lo ha sostenido Barthes. Al aceptarse esta última

proposición se llega a la conclusión de que el texto histórico como un todo carece entonces de un verdadero referente externo y al adolecer de una referencialidad externa se pone en cuestión el contenido de verdad del discurso histórico.

Por todo esto, las posiciones lingüísticas y hermenéuticas que han tenido un resurgimiento con Gadamer, Ricoeur y White, entre otros, han recalcado en línea general que la historiografía no es más que una de las formas posibles de la representación de lo histórico pero no la única, y que el texto histórico es un discurso que no se distingue del ficcional en sus características formales y culturales del texto de la novela o el cuento, ficciones narrativas por excelencia.

Las tesis narrativistas: ¿una vuelta a la narración?

Desde el marco intelectual del giro lingüístico se podrían problematizar tantas cuestiones historiográficas que pretender dar cuenta de todas ellas seria un proyecto pretencioso. Se podría cuestionar desde la noción misma que tenemos de Historia hasta lo que entendemos por objeto de estudio propiamente histórico y por las concepciones tradicionales que aun perviven en el conjunto de la producción historiográfica actual. Es por eso que intentaremos remitirnos a aquellos problemas centrales de los cuales emanan todos los demás. A tal fin, interrogaremos sobre la forma en que el conocimiento histórico es producido y dado a conocer: es decir sobre como un conjunto de acontecimientos, personajes, motivos, intenciones y circunstancias dispersas se articulan como un todo orgánico provisto de una fuerte carga simbólica en un texto considerado propiamente histórico, y sobre la cuestión de si el discurso histórico puede verdaderamente representar el pasado y si la narrativa es la forma idónea de hacerlo, un problema central para las posiciones teóricas narrativistas dentro del giro lingüístico.

Partamos entonces de un breve análisis histórico sobre como la narración ha sido utilizada en el discurso histórico y sobre las concepciones que se tenían respecto de ella.

Desde Heródoto la narración era vista como mero instrumento estilístico para dar a conocer un contenido histórico verdadero o al menos el más verdadero: su uso era una mera estrategia retórica que el historiador utilizaba para manifestar el resultado de sus investigaciones.

A lo largo del siglo XIX el texto histórico adquirió el carácter de texto explicativo y argumentativo: ya no pretendía contar una "buena historia" sino que dejaba el lugar a los hechos y les daba voz propia para que estos "hablen por sí mismos" mientras que la narración objetiva operaba como vehículo neutro de transmisión. De esta manera, y solo de esta manera, la historia podría adquirir un verdadero status de ciencia.

Los grandes paradigmas historiográficos del siglo XX al igual que el paradigma tradicional del siglo XIX también aspiraron a la consolidación de la historia como una ciencia social pero a diferencia del modelo decimonónico consideraban que para adquirir tal status la historia debería abandonar el discurso narrativo propio de la ficción literaria y pasar entonces al estudio de procesos de larga duración, de fuerzas sociales abstractas y de ciclos económicos complejos: se reemplazaron por ello los estudios sobre política por los análisis económicos, sociales, demográficos y de las mentalidades.[5] Con ello la historia se fue alejando de lo meramente cronológico y acontecimental para acercarse al estudio de las estructuras inconscientes y permanentes que el estructuralismo en boga exaltaba como único objeto de estudio digno de carácter científico. [6]

Ambos extremos fueron criticados por los teóricos de la historia, de la filosofía y de la crítica literaria en las últimas décadas del silgo XX tanto por la consideración ingenua sobre la transparencia del lenguaje y la narración que tenían los historiadores tradicionales como por la falsa creencia en la posibilidad de articular el discurso histórico, cuya referencialidad última es siempre la experiencia temporal del hombre, de manera no narrativa, propia de los Annales. [7]

A estos cuestionamientos acompañó una interrogación sobre el mismo acto de escritura y su proximidad con la escritura ficcional, interrogación que surgió por el carácter polisémico del concepto de Historia que hace referencia tanto a la acción narrada como a la narración misma de dicha acción y confunde por lo tanto al objeto del relato con la acción misma de relatar.

Desde 1970 diversos autores comenzaron a defender la tesis central sobre la importancia del relato y de la narración en la configuración de cualquier obra que pretenda ser propiamente histórica: pero este "retorno al relato", esta "vuelta a la narración", no será para nada un regreso a la narración ingenua de los primeros historiadores clásicos pues siempre estará presente la idea acertada de que la narración no es un mero vehículo neutro para transmitir información sino que está en sí misma cargada de un contenido ideológico profundo, que siempre dice más de lo que dice y que su comprensión profunda escapa al estudio de sus partes por separado. Dichas tesis narrativistas surgieron de la unión de dos corrientes de pensamiento: por un lado el debilitamiento del modelo nomológico de explicación que consideraba a la narración como un modo de articulación rudimentario y pobre para explicar; y por otro lado la re-evaluación del relato y de sus recursos de inteligibilidad. Este cambio teórico radical fue posible sólo gracias a la contribución teórica que realizaron diversos historiadores, filósofos y semiólogos.

Arthur Danto, desde la filosofía analítica intentó dar cuenta de la función que cumplen las "frases narrativas" en el texto histórico y cómo a través del análisis de éstas se pueden llegar a describir los

modos de pensar y de hablar sobre el mundo que tenemos. Para Danto el pasado está fijo, parado y determinado, por lo tanto lo que resta al historiador es dar una descripción completa y definitiva de dicho pasado y eliminar aquellas frases narrativas falsas. La narrativa histórica consistiría meramente en argumentos narrativos que describen el pasado.

Para W. B. Gallie no basta con comprender las frases narrativas por sí solas es necesario comprender el texto narrativo y cómo éste articula una historia susceptible de ser seguida por el lector. El fin perseguido debería ser comprender las acciones, los pensamientos y los sentimientos que presentan una dirección particular en la historia narrada y que tienden en su conjunto hacia una conclusión final. Su posición es catalogada como una narrativa psicologística pues su interés se centra en los mecanismos psicológicos que el historiador debe usar para que los lectores puedan seguir su relato.

Hasta aquí los análisis se centraban en las partes de un texto narrativo pero no en el texto en sí como una totalidad. Fue Louis Mink quién sostuvo que las narraciones son totalidades muy organizadas y que para comprenderlas es necesario la realización de un acto específico de la naturaleza del juicio. El seguir una historia según lo planteó Gallie no tendría razón de ser para Mink pues este acto de seguimiento sólo puede ser realizado siempre y cuando el resultado sea desconocido para el lector, pero la historia no es escritura sino mas bien una re-escritura de hechos siempre ya-interpretados.

Paul Veyne defendió la idea de que la historia no era una ciencia sino una "puesta en intriga" y que la manera en que el relato se articula en una intriga comprensible es ya una forma de explicación. De esta forma en la medida en que intenta elevar la capacidad narrativa de todo texto histórico también busca debilitar la pretensión explicativa más allá de la articulación narrativa del mismo.

Michel de Certau posicionó a la historia como una disciplina ubicada entre la vertiente científica y la vertiente ficcional, destacando la función de "rito de sepultura" que esta cumple al honrar al pasado pero con el fin posterior de enterrarlo y destruirlo, al tiempo que permite al hombre situarse y tomar conciencia de su presente, lo que llamó función simbolizadora.

Pero quien más ha defendido la idea de un necesario retorno al relato ha sido Lawrence Stone. Partiendo de una fuerte crítica contra las deficiencias y las aporías que engendraron los modelos marxistas y de Annales en la producción historiográfica, es decir las aporías del estructuralismo y el cientificismo, sostuvo que el objeto de estudio de la historia debía ser el hombre y para dar cuenta de éste era necesario retornar a la historia narrativa y descriptiva.

Para Paul Ricoeur estos argumentos a favor de la narración si bien ponen de manifiesto la importancia de la comprensión como una

modalidad previa que está inserta en toda explicación no proponen un sustituto a la explicación que sea de carácter narrativo. A pesar de ello no se puede dejar de destacar que gracias a sus diferentes aportes teóricos la filosofía de la historia comenzó a dejar de ser una filosofía de la investigación histórica para transformarse en una filosofía del texto histórico.

Las conceptualizaciones del texto histórico

Desde este punto de partida diversos teóricos de la narración, fuertemente influenciados por la crítica literaria y los enfoques semiológicos, llevaron a sus límites últimos los supuestos de la narratividad y pusieron de manifiesto las aporías inevitables que conlleva el llamado giro lingüístico. Sus análisis no se centraron en la investigación histórica o en cómo el historiador analiza sus fuentes y documentos para elaborar una "historia" sino más bien en el resultado de dicha investigación es decir en el texto histórico producido y su articulación en una trama significativa. Por ello para entender el significado de sus modelos teóricos es necesario partir de la noción que cada uno de ellos tiene del texto histórico.

Para Hayden White aunque todo texto esté saturado de elementos ideológicos y actúe por ello como un producto que representa de alguna forma el "mundo" desde donde fue escrito, es decir su contexto de emergencia, los que más le interesan son los grandes textos, los textos clásicos, a los cuales considera como "productos históricos intelectuales" que contemplan un "sistema de producción de significado" que contienen ideas e instituciones y que proporcionan un modelo interpretativo determinado. Para sus críticos hermenéutas esta concepción del texto es reductiva pues categoriza al texto como un efecto de alguna causa exterior [8]y resucita así la vieja antinomia texto-contexto que la filosofía del lenguaje había dilucidado.

La Capra es uno de los cuales ha sostenido la irrelevancia de esta antinomia al afirmar que en realidad no hay contexto que no esté ya-textualizado. Para él un texto debe ser entendido más bien como un espacio fragmentado y como un escenario en el cual entran en conflicto diversos sentidos que en su proceso de circulación y recepción se va transformando en la misma medida en que se desplazan y transforman las redes de significados que lo articulan. Por esto el texto se explica como un "uso situado del lenguaje" y lo que interesaría entonces sería el análisis del mismo lenguaje en tanto medio que articula prácticas y discursos heterogéneos.

Paul Ricoeur también se interesó por el análisis del lenguaje pero en tanto que todo texto está articulado por el uso del lenguaje simbólico que produce dobles significados que sólo pueden ser descifrados por medio de la comprensión hermenéutica. Si bien Ricoeur al igual que White considera al texto como un todo dotado de significado propio[9]difiere de éste al afirmar que el sentido de todo texto no se

agota en el análisis de su estructura sino que se debe buscar la comprensión hermenéutica de los mismos en relación al referente último que todo texto narrativo tiene: la temporalidad. Sólo a través del análisis del texto narrativo se puede aclarar la experiencia humana del tiempo aunque nunca se logre resolver las aporías que implica el pensar el tiempo. Ahora bien si el análisis estructural del texto no logra esclarecer la cuestión temporal, que tanto interesa a Ricoeur, se debe recurrir entonces al análisis de la trama de todo texto: del proceso por el cual un texto histórico organiza un conjunto de acontecimientos y circunstancias individuales y dota a los mismos de un sentido profundo que escapa al análisis de las partes y que sólo puede ser "descifrado" hermenéuticamente, es decir recuperado y superado.

Para Ankersmit estos teóricos de la narración integran la llamada "nueva historiografía" y se caracterizan principalmente por el reconocimiento de la no-transparencia del texto y las ambigüedades del lenguaje simbólico. Pero en sus intentos por valorar al texto como una totalidad descuidan en sus análisis otros factores importantes: esto es la intencionalidad del autor y la realidad exterior. Y pese a sus diferencias todos estos autores centran su atención en la dimensión vertical del texto histórico es decir en sus componentes intrínsecos y en lo que estos son en sí mismos.

Ha sido Fredric Jameson quien más se ha interesado por la dimensión horizontal del texto: es decir su constitución histórica teniendo en cuenta tanto las condiciones de producción como de circulación y apropiación de los mismos en y por una sociedad determinada. Desde su perspectiva el texto es visto más bien como un campo agonal en el que combaten las diferentes fuerzas sociales y es un producto cargado de símbolos y sentidos susceptible de ser interpretado por una comunidad social, son en sí mismos "actos socialmente simbólicos". De esta manera trasciende la instancia puramente textual pero sin dejar el texto fuera de sus análisis evitando caer en la vieja antinomia textualismo-contextualismo.

Aunque una característica predominante dentro del giro lingüístico es la relatividad del contenido de verdad de todo supuesto y la imposibilidad de establecer categorías absolutas, ahistóricas y transculturales hasta el presente ningún teórico ha logrado superar el desafío textualista de no apelar a dichas categorías en su nivel metatextual o metateórico y han cedido ante la necesidad de hipostaziar (convertir en absoluto) o al individuo o al lenguaje. Esto refleja que en el fondo de la cuestión aun pervive la antinomia objetivismo-relativismo y no se puede negar que una u otra posición nace de un supuesto común que es la ansiedad cartesiana de encontrar un fundamento último a todo conocimiento. El intento por salirse de este marco epistemológico tradicional está encarnado en el presente en las figuras de los filósofos Richard Bernstein, Richard Rorty y MacIntyre.

El esfuerzo teórico de R. Bernstein busca establecer un nuevo horizonte de inteligibilidad en el cual las viejas antinomias se disuelvan pues es la única manera de superar las aporías del giro lingüístico. La forma para lograrlo sería desde su perspectiva la radicalización de los antagonismos para llegar al fundamento común del cual todos parten. R. Rorty, catalogado como neopragmatista, parte de un pensamiento análogo al de Bernstein pero busca extraer consecuencias más radicales del mismo mostrando como la tradición cartesiano-kantiana aun pervive incluso en los modelos teóricos que pretenden ir en contra de ella, sin embargo aunque critique a Bernstein por los supuestos kantianos que subyacen en su teoría él se niega a dar cuenta racionalmente de su propia normatividad. Lo cual muestra la acertación de MacIntyre al afirmar que se ha llegado a los límites últimos del giro lingüístico y que éste no resulta ya pensable dentro de sí mismo.

A partir de estas concepciones introductorias pasemos a analizar algunas de las teorías más importantes que se han elaborado a partir de los años setenta y que suponen una contribución importante a la teoría histórica actual.

La estructura profunda de los textos: el análisis tropológico

En 1973 Hayden White escribió una de sus obras más radicales –Metahistoria- en la cual planteó su teoría de los tropos. La Teoría de los tropos de White es ante todo una teoría revolucionaria, pues ha marcado un giro trascendente en la teoría histórica tradicional. Con él, la filosofía de la historia se transformó verdaderamente en una filosofía de la historia lingüística que se opuso radicalmente a las tradicionales formas de análisis de la filosofía epistemológica. No es de extrañar entonces que su obra haya sido objeto tanto de grandes elogios como también de fuertes críticas, y por ello una valoración justa de la misma requiere un análisis detenido.

Metahistoria es en primer lugar una teoría formal de la obra histórica. La radical importancia de esto reside en el hecho de que por primera vez el texto histórico como un todo fue el objeto central del análisis estructural. La cuestión de la verdad o no del contenido de los textos históricos no tiene lugar en su indagación, pues no le interesa demostrar qué narración es más o menos verdadera. Lo que le interesa ante todo es mostrar como toda obra histórica está compuesta por dos dimensiones: la dimensión manifiesta que se refiere a todas aquellas cuestiones epistemológicas, estéticas y morales; y la dimensión poética, lingüística, metahistórica, que se refiere al proceso por el cual el historiador prefigura su campo de estudio e impone y proyecta al conjunto de acontecimientos y circunstancias la estructura de la trama de uno de los géneros de la figuración literaria (tropos) o dicho de otra manera, traslada los hechos al terreno de la ficción literaria. Este acto es precrítico y

precognitivo, y demuestra por lo tanto que el discurso histórico no ha sido elevado todavía al status de ciencia, sino que permanece cautivo del protocolo lingüístico de carácter poético que el tropo dominante determina. La historia no es una ciencia sino una protociencia, un discurso � El significado que ésta tiene está dado por la forma en que la conciencia dota de sentido, en un proceso imaginario, a un conjunto de hechos dispersos que se articulan por medio de un entramado.

Y en segundo lugar, Metahistoria es una investigación de las obras de los historiadores clásicos (Ranke, Michelet, Tocqueville y Buckhardt) y de los filósofos de la historia del siglo XIX (Hegel, Marx, Nietzsche y Croce) que intenta mostrar cómo a pesar de los diferentes estilos de cada una, todas forman parte de una misma tradición de pensamiento histórico; y cómo en la investigación histórica y en la filosofía de la historia se dio paralelamente una transformación desde un estado mental metafórico hacia un estado metal irónico hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Nuevamente su interés no es refutarlos, ni sostener las generalizaciones que hicieron, pues para White toda valoración de las mismas es siempre una cuestión moral y no epistemológica. Sino más bien, detectar cual es la estructura profunda que cada una de ellas presenta y cuál es el modo tropológico desde el cual fueron concebidas.

Lo que importa es develar los modos que utilizaron para dar una explicación determinada de los procesos históricos; la interpretación que brindan, no los hechos de los cuales parten: de ahí su interés en diferenciar los annales y las crónicas de la narración propiamente histórica y en dejar de lado los primeros dos niveles de conceptualización que se encuentran en toda obra histórica (crónica y relato) para centrarse en las siguientes tres estrategias explicativas a las que el historiador recurre: explicación por la trama, por argumentación formal y por implicación ideológica.

Su método es formalista, en tanto que realiza un análisis estructural de la obra histórica, pero se nutre más de las teorías de los formalistas rusos que de los estructuralistas franceses. Y una constante en su obra es recurrir a categorías ya formuladas por otros pensadores, modificándolas y adaptándolas a las exigencias de sus indagaciones: recurrirá a Northrop Frye en la clasificación de los cuatro modos de tramar; a Stephen Pepper en la distinción de los cuatro tipos de explicación por argumentación formal; simplificará la clasificación de Karl Mannheim en la diferenciación de las cuatro posiciones ideológicas; y tomará de G. Battista Vico la distinción de los cuatro tropos dominantes en el texto narrativo, evitando así caer en la distinción bipolar metáfora-metonimia propia del estructuralismo francés. Lo que importa remarcar de todos ellos es que, en su mayoría, defendían la diferencia que existía entre el discurso histórico y el discurso ficcional en cuanto que el primero se refiere a hechos reales y el segundo a hechos imaginarios, mientras

que White utiliza sus categorías para mostrar que esta diferencia no existe en un nivel estructural profundo y que el significado que puede otorgarse a uno u otro discurso es el mismo que tiene toda imaginación narrativa.

Dijimos que para White en todo texto histórico se pueden distinguir tres tipos de explicación. En primer lugar, un texto histórico organiza una secuencia de sucesos por medio de la trama, es decir un cierto tipo particular de relato. El historiador puede tramar sus relatos en la forma de romance en el caso de que su objetivo sea marcar la trascendencia del sujeto ante las vicisitudes del mundo y la obtención del triunfo del bien sobre el mal (como lo hizo Michelet). Pero si lo que le interesa remarcar son los cambios que experimenta una sociedad humana en un período determinado y ante circunstancias particulares, el historiador podrá optar entre un entramado de forma cómica, si pese a los cambios el hombre y el mundo terminan reconciliándose por medio de una nueva armonización (a la manera de Ranke); o trágica, si ante los cambios el hombre no puede más que resignarse y aceptar su sumisión a la ley trascendental que gobierna su existencia (como lo hizo Burckhardt). Un cuarto tipo de trama es la sátira, un tipo distinto a los anteriores porque pone de manifiesto la inadecuación de la razón humana para comprender el mundo en cualquier otro modo que no sea el mítico: el hombre no es más que un prisionero encerrado en un mundo social y simbólico que no puede comprender, apropiar ni modificar sustancialmente.

En un nivel de conceptualización más profundo, el historiador busca dar a su relato una coherencia formal que permita discernir y distinguir causas y efectos, intenciones y consecuencias, relaciones causales, procesos de desarrollo y conclusiones finales. Para ello recurre a cuatro tipos distintos de argumentación. Una argumentación formista dará cuenta de las características de los objetos, buscará identificarlos y clasificarlos para poder obtener finalmente ciertas generalizaciones que permitan detectar la unicidad común de los diferentes agentes (como la utilizada por Michelet). Pero tales generalizaciones pueden ser fácilmente refutadas por nuevos datos empíricos y por eso el formismo es dispersivo, en tanto que intenta acaparar multitud de objetos diferentes. Por el contrario, las explicaciones organicistas (como las que empleó Ranke) intentan dar cuenta del todo sin remitirse al simple estudio de sus partes, y por ello suelen recurrir a argumentos que integran el conjunto de datos obtenidos para poder llegar a aquellos principios o ideas que regulan todo el proceso histórico pero sin la intención de descubrir leyes causales. Los que estudian la historia para poder determinar cuales son las leyes que la gobiernan, recurren a la argumentación mecanicista (Marx y Tocqueville son ejemplo de ello) y reducen todo el proceso estudiado a una relación de causa-efecto, tornándose tan abstractas sus argumentaciones que las entidades individuales pierden su papel en el desarrollo de dicho proceso. Sólo la argumentación contextualista se interesa en el estudio de las

relaciones entre los agentes y el contexto de su accionar, no buscando leyes o principios que las gobiernen o las dirijan, sino buscando descubrir aquellas tendencias que predominaron en determinados períodos y épocas (tal el intento de Burckhardt).

Pero como todo historiador posee un conjunto de prescripciones que le permiten pensar y ver el mundo de determinada manera y actuar en consecuencia (es decir una ideología, entendida no en sentido peyorativo como falsa representación) y no puede escapar de ellas, el elemento ético en cualquier explicación histórica siempre está presente. La explicación por implicación ideológica de un historiador será conservadora (como la de Ranke) si lo que pretende es mostrar la necesidad de la preservación del "status quo" del mundo social y de que los cambios se den a un ritmo natural, centrando así el interés de todo accionar sobre la situación presente en aras de la búsqueda de una congruencia social. Una explicación con implicación ideológica liberal hará hincapié en la necesidad de evitar los cambios estructurales, aunque aceptando las modificaciones superficiales de la situación social a un ritmo social que prolongue las transformaciones a un futuro remoto. Un texto histórico con implicación ideológica anarquista mostrará las debilidades estructurales de la sociedad y la necesidad de abolirla de forma cataclísmica y lograr así la trascendencia social que permita volver al mundo sin luchas ni diferencias del pasado remoto de cada sociedad. Aunque el radicalismo también busque la trascendencia social, su objetivo no es abolir la sociedad sino reconstruirla lo más pronto posible, proyectando para ello planes utópicos de cambios (como Marx).

Estas tres formas de explicación se combinan de una manera particular en el texto histórico dando forma así a un estilo historiográfico particular. Tal combinación no es arbitraria pero entre unos y otros modos de explicación existen "afinidades electivas" que permiten establecer "analogías estructurales" entre ellos. De esta manera, un modo de tramar romántico es más compatible con un modo de argumentar formista y una ideología anarquista. Mientras que el entramado trágico tiene mayor afinidad con la argumentación mecanicista y el radicalismo ideológico. Por su parte, la trama cómica es más afín a una argumentación organicista y una ideología conservadora. Mientras que el modo de tramar satírico posee analogías estructurales con la forma de argumentación contextualista y la ideología liberal.

Pese a la tensión dialéctica que existe entre cada forma de explicación, la base de la coherencia y consistencia que cada combinación posee es de naturaleza poética y lingüística, pues surge de un acto lingüístico por el cual el historiador prefigura su campo de estudio y distingue, clasifica y relaciona en él agentes y agencias por medio de la utilización de un protocolo lingüístico que no sólo le brinda conceptos, sino que le permite articularlos en un todo

significativo susceptible de interpretar. Dicho protocolo lingüístico es provisto por el modo tropológico dominante en el texto. White opta por una distinción cuádruple de los tropos: metáfora, metonímia, sinécdoque e ironía.

La metáfora (del griego meta, «más allá», y forein, «pasar», «llevar») es un recurso literario que consiste en identificar dos términos entre los cuales existe alguna semejanza. Uno de los términos es el literal y el otro se usa en sentido figurado. Es decir que implica una transferencia de sentidos en base a la analogía o símil que se pueda establecer entre un término real y otro evocado o imaginario. Por ello es representativa y se basa en la identidad.

La metonimia es un recurso literario similar a la metáfora, pero en el cual la relación entre los términos identificados no es de semejanza; puede ser causa-efecto, parte-todo, autor-obra, continente-contenido, etc. La metonimia (del griego metha: «más allá», onimeia: «denominación») es una figura retórica que alude a la translación de un nombre o translación de una denominación, es decir al "sentido translaticio" o lo que vulgarmente suele llamarse "el sentido figurado". En este caso, la metonimia es reduccionista y extrínseca.

La sinécdoque es una forma de metonimia pero que consiste en designar una cosa con el nombre de otra que no es más que una parte de ella ("el pan" para designar los alimentos); o con el de la materia de que está hecha ("oro" para designar el dinero); o con el de algo que lleva o usa ("espada" para referirse a un guerrero). La sinécdoque busca simbolizar una cualidad de la totalidad y por ello es integrativa e intrínseca.

La ironía consiste en expresar lo contrario de lo que se piensa o admitir como cierta una proposición falsa con intención burlesca. La ironía es autoconsciente y autocrítica de la naturaleza problemática del lenguaje, y esta conciencia del mal uso del lenguaje figurativo la transforma en metatropológica y transideológica. El uso de la ironía conduce al relativismo, al escepticismo y a la aprehensión de la locura o el absurdo de la civilización.

Tal modelo teórico formal le sirve a White para su propósito de analizar las fases de la conciencia histórica y la imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. Mediante el estudio estructural de las obras de historiadores y filósofos de la historia de este período muestra cómo dentro de una misma tradición del discurso histórico se dieron diferentes fases que evolucionaron desde lo metafórico hasta la aprehensión irónica del mundo. En la producción historiográfica la primera fase se inició tras la crisis del pensamiento histórico de la Ilustración Tardía (que había culminado en un modo de comprensión irónica) al levantarse una nueva generación (Herder y seguidores) contra aquel racionalismo ilustrado mediante la adopción de la "empatia" como método de investigación. Mientras Hegel defendía el modo sinecdóquico para concebir la historia, A. Comte (revisando el

racionalismo de la Ilustración) tramaba una historia de forma cómica. Y pese a las diferencias entre las escuelas novelesca, idealista y positivista, todos compartían su común antipatía por la ironía. La segunda fase estuvo dominada por los historiadores clásicos que, pretendiendo ser objetivos y realistas en sus puntos de vista, concibieron sus obras históricas en diferentes modos: Michelet optó por el modo metafórico, Ranke escribió de forma metonímica, Tocqueville de forma sinecdóquica; pero con Burckhardt la historia volvió a caer en el mismo estado mental irónico del que se había tratado de escapar.

En la filosofía de la historia, la primera fase estuvo dominada por la filosofía idealista de Hegel, mientras que en la segunda fase sólo Marx retomó algunas ideas de Hegel pero adaptándolas a las exigencias de las estrategias metonímicas de sus análisis. El último tercio del siglo XIX estuvo caracterizado por la desconfianza en la supuesta objetividad, cientificismo y realismo que pretendía la historiografía y se entró así en la tercera fase: la crisis del historicismo y el regreso a la ironía. Ante esto, Nietzsche defendió el modo metafórico en la aprehensión del campo histórico, pero sólo logró acelerar el proceso de la crisis del historicismo con sus fuertes críticas en "Uso y Abuso de la Historia". Finalmente, Croce en su intento por asimilar el pensamiento histórico con el arte sólo terminó profundizando la condición irónica de la conciencia histórica.

Los más fuertes críticos de H. White han denunciado, sobre todo, su perspectiva irónica y relativista porque vuelve los propios argumentos relativistas en su contra y rechaza la posibilidad de validar intersubjetivamente una perspectiva histórica, además de afirmar que existe una total libertad de concebir la historia [10]Además, se le ha criticado por la contradicción que existe entre el nivel historiográfico de su obra (donde defiende consideraciones relativistas e historicistas y afirma que no existe una verdad absoluta) y el nivel metahistoriográfico de la misma (en donde defiende consideraciones sustancialistas y ahistóricas, pues la ironía se transforma en una verdad absoluta y los tropos se presentan como estructuras estáticas, universales y absolutas).

Además, si su intento fue mostrar que la ironía es solo una de una serie de perspectivas posibles de concebir la historia, sus críticos no dudan en afirmar que el reconocimiento por parte de White de su "perspectiva irónica contra la ironía misma" es también solo una de una serie de perspectivas posibles.

El sentido oculto de los textos: el círculo entre tiempo y narración

Años más tarde de la aparición de Metahistoria, un prestigioso filósofo francés, Paul Ricoeur, escribió una gran obra de carácter ontologico que en la actualidad es considerada una de las más importantes síntesis de teoría literaria e histórica del siglo XX. Pues toda su filosofía se basa justamente en el intento por conciliar diversas

teorías y enfoques: hermenéutica, fenomenología, existencialismo, crítica literaria, estructuralismo, psicoanálisis, formalismo ruso. Y se nutre por lo tanto de muchos e importantes pensadores (Aristóteles, San Agustín, Hegel, Freud, Husserl, Heidegger, Gadamer, Levi-Strauss, Benveniste, Jakobson, Saussure, Chomsky, Austín y Searle, Goodman �) de los cuales toma elementos teóricos para el desarrollo de su más importante obra: Tiempo y Narración. Dicha obra pretende abarcar una problemática que se extiende desde San Agustín hasta Heidegger: "el enigma del ser en el tiempo".

La tesis central que recorre toda su obra es que: "el tiempo se hace humano en la medida en que se articula en un modo narrativo, y la narración alcanza su plena significación cuando se convierte en una condición de la existencia temporal" (Tiempo y Narración, p. 16).

Semejante afirmación le valió la caracterización de H. White como un intento por establecer una verdadera metafísica de la narratividad. Pero para entender dicha tesis es necesario sintetizar primero el extenso recorrido teórico que realiza. Como dijimos en un principio, Ricoeur parte de la problemática que engendra la experiencia temporal del hombre y de la dificultad que tiene éste para pensar dicha experiencia, pues al intentarlo no puede escapar a una doble aporía: el hombre no puede no-pensar su experiencia en el tiempo y paradójicamente no puede pensarla racionalmente y sin subjetividad. Con ello, Ricoeur no hace más que retomar la vieja pregunta de San Agustín: "¿Qué es, en efecto el tiempo?" A lo cual el filósofo del siglo IV respondía: "si nadie me lo pregunta, lo sé, y si trato de explicárselo a quien me lo pregunta no lo sé". Obviamente la respuesta no satisface a nadie, pero pone de manifiesto la dificultad que tiene el hombre de pensar el tiempo. Dicha dificultad surge porque intuitivamente tenemos una doble experiencia del tiempo. Por una lado experimentamos el tiempo cosmológico (sobre el que indagó Aristóteles) que consiste en una infinidad de instantes sucesivos e iguales que pasan uno detrás de otro, y es por ello un tiempo pautado, un tiempo externo que no puede ser controlado por el hombre pues precede a su existencia y permanece tras su muerte. Y por otro lado, el tiempo fenomenológico (sobre el que reflexionó San Agustín) a través del cual tenemos una experiencia íntima del tiempo; éste es vivido de manera existencial entre nuestro presente que permanece desde un pasado que se fue y hacia un futuro que aun no ha llegado; es un tiempo intrínseco a la misma existencia del hombre que comienza y termina en él y con él. La paradoja es que el tiempo cósmico y el tiempo vivido, tan antagónicos entre sí, organizan y regulan nuestra existencia en el mundo de tal forma que nos mantienen prisioneros del tiempo.

¿Cómo articular el salto que se da en el hombre entre ambas experiencias temporales? ¿Cómo organizar al tiempo en un tiempo que sea meramente humano? ¿Cómo se puede apropiar el hombre del tiempo? Para encontrar dicha articulación Ricoeur se centrará en

el lenguaje. Su tesis es que los hombres logran escapar a esa alternativa de un modo práctico, no especulativo-filosófico, cuando logran inscribir su experiencia íntima del tiempo en el tiempo físico por medio del lenguaje. Así se construye un tercer tiempo que es propiamente el tiempo humano y que se lo puede llamar el tiempo del calendario. Este es un tiempo que se construye socialmente y por ello se lo puede considerar como una creación del lenguaje, como una institución social. Este tiempo posee una diferenciación entre el pasado, el presente y el futuro como el tiempo vivido pero a diferencia de éste, que no tiene referencias objetivas, el tiempo humano conecta nuestra experiencia personal y subjetiva con el tiempo de los otros y del mundo en el que vivimos. Por ello se puede afirmar que: el tiempo humano socializa el tiempo de nuestras experiencias íntimas.

Ahora bien, este tiempo humano sólo existe como tal en la medida en que se pueda articular de modo narrativo, es por ello que también lo podemos denominar tiempo narratológico. Recuérdese la tesis ricoeurniana de que el tiempo humano es siempre algo narrado y la narración, a su vez, revela e identifica la existencia temporal del hombre: el tiempo apunta a la narración y ésta apunta a un sentido de más allá de su propia estructura. Este círculo entre Tiempo y Narración no es sin embargo un círculo vicioso que implica un eterno retorno a la misma condición, sino que puede ser comparado más bien como un círculo en forma de espiral que se prolonga hacia nuevas dimensiones y que se articula en torno a la trama. Si los tropos de White tienen como función el desplazamiento y la invención de nuevos sentidos, la invención de la narración en Ricoeur es la misma trama: "síntesis de lo heterogéneo", en tanto que toma e integra diversos y dispersos acontecimientos en una Historia total y completa dotando a la narración, como un todo, de un significado autónomo. La narración histórica es entonces en esencia metafórica y el lenguaje del historiador es por lo tanto autónomo respecto del pasado. La "historia" sería entonces la comprensión hermenéutica de las acciones humanas, es decir la recuperación de la operación que unificó lo diverso en una acción total y completa, por medio de la captación de las intenciones, las motivaciones, las acciones y las consecuencias en determinados contextos que están configurados en la trama. La trama es por lo tanto la mímesis de una acción.

Su concepción de mímesis difiere sustancialmente de la definición aristotélica como simple imitación de la naturaleza. Y Ricoeur opta por distinguir tres momentos de la mímesis en la mediación entre tiempo y narración, destacando el papel mediador que tiene la construcción de la trama entre la experiencia práctica que la precede y la que le sucede.

Para poder comprender una trama, el historiador parte primero de la pre-comprensión que tiene del mundo de la acción, de sus rasgos estructurales, simbólicos y temporales (Mímesis I). Los rasgos

estructurales implican los fines, motivos, agentes, circunstancias y resultados y responden a las preguntas qué, por qué, quién, cómo, con, contra quién. Y para poder entender la relación de intersignificación que existe entre dichos elementos estructurales es necesaria la comprensión narrativa: que implica la familiaridad conceptual y discursiva entre el narrador y su auditorio, entre el escritor y sus lectores (orden sintagmático).

Los rasgos simbólicos hacen referencia a los procesos culturales que articulan toda la experiencia humana en una determinada sociedad: toda acción humana tiene incorporada una significación que puede ser descifrada por los demás sujetos que conocen las reglas simbólicas que entran en juego dentro de la red simbólica de la cultura (aproximación a Geertz).

Los rasgos temporales ordenan la praxis cotidiana por medio de la articulación práctica del triple presente (San Agustín): presente del pasado (memoria), presente del futuro (visión) y presente del presente; y ésta estructura de la temporalidad de la acción en el plano de mimesis I corresponde al tiempo en el que actuamos cotidianamente, es decir la intra-temporalidad (en términos de Heidegger): simple sucesión de ahoras abstractos.

Desde esta precomprensión del orden de la acción se accede al reino de la ficción para construir la trama que unifique lo diverso, que sintetice lo heterogéneo[11]Esta unificación se da por medio de una operación de configuración que tiene lugar en Mímesis II, y cuyo valor reside en su posición intermediaria entre el antes y el después de dicha configuración. La trama cumple una función mediadora en tanto que media entre acontecimientos individuales y una historia como totalidad, integra factores heterogéneos (agentes, fines, motivos �) y resuelve de modo poético y no especulativo las paradojas del tiempo (cosmológico–fenomenológico) al combinar en la narración una dimensión cronológica (sucesión de hechos) con una dimensión configurante que integra los acontecimientos individuales en una unidad temporal total (historicidad, en términos de Heidegger: extensión entre el nacimiento y la muerte). La articulación entre tiempo y narración se da en el plano de Mimesis II ya que la configuración de la trama crea una totalidad significante, con sentido de punto final que permite al lector leer el tiempo al revés: recapitular las condiciones iniciales en las consecuencias finales.

Pero la unidad plural del pasado-presente-futuro sólo se logra en Mímesis III, cuando la narración obtiene su pleno sentido al convertirse en una condición de la existencia temporal. Ya que Mímesis III re-configura la ficción (Mimesis II) de la precomprensión del orden de la acción (Mímesis I) y de esta manera actúa como punto de inflexión entre el mundo-del-texto y el mundo-del-lector en el cual tiene lugar el acto de la lectura.

El esquema de Ricoeur se puede sintetizar de la siguiente manera: el proceso de mímesis I se refiere a la precomprensión familiar del orden de la acción y tiene que ver con la intratemporalidad o el tiempo vivido, mímesis II se refiere al acceso al reino de la ficción y tiene que ver con la historicidad o la configuración de la trama, finalmente mímesis III es la nueva configuración de la ficción que tiene que ver con la temporalidad profunda o el tiempo de la lectura.

Esta triple dimensión de la relación entre Tiempo y Narración la somete a prueba en dos modelos narrativos: el relato histórico y el relato de ficción. Aunque Ricoeur concluya que la referencia última de ambos tipos de relato es la misma (es decir, la temporalidad), la referencia inmediata difiere en cada uno de ellos, ya que la narración histórica siempre se refiere a acontecimientos reales y no imaginarios, aunque la coherencia que les de el narrador en una unidad total es producto de su interpretación. La historia, de este modo, no caería en la clasificación peyorativa de semi-ciencia o de discurso semi-literario ya que la relación entre Tiempo y Narración no es directa, sino que entre ambos existe un vínculo indirecto de derivación: el saber histórico deriva de la comprensión narrativa pero no pierde por ello su carácter científico.

Es por esto que podemos ubicar a Ricoeur en una perspectiva particular que aunque se posiciona en contra de aquellos teóricos que intentaron mostrar la no existencia de un vínculo entre Historia y Narración (dado el corte epistemológico existente en el plano de los procedimientos, las entidades y la temporalidad [12]no por ello acepta la tesis narrativista sobre la existencia de un vínculo directo entre ambas.

Ya que si no existe ningún vínculo, la historia no tendría carácter histórico (pues la narración refleja el tiempo humano), y si dicho vínculo es directo, la historia (history) sería sólo una especie de cuento (story).

Lo que Ricoeur acepta de los narrativistas es la afirmación de estos sobre que narrar es ya explicar (lo vimos en el caso de White: explicación por la trama �) y que existen diversos recursos explicativos de la narración. Pero difiere de éstos al afirmar siempre que la esencia de la operación narrativa reside en su carácter dialéctico que le lleva: por un lado, a escapar del orden de la acción efectiva y entrar al mundo de la ficción; y por otro, a remitirse nuevamente a la comprensión del orden de la acción efectiva.

El logro más importante de la filosofía de Ricoeur en relación al tiempo histórico es haber mostrado la vinculación que éste tiene con la narración. La cual al ser la única que revela el significado, coherencia y significación de los acontecimientos ocurridos en el tiempo, obtiene por sí misma su legitimidad como práctica discursiva suficiente para la representación histórica:

Si las consecuencias de las acciones humanas tienen la estructura de textos narrativos, la narrativa se convierte en el medio idóneo para representarlas.

Si las acciones humanas son narrativizaciones vividas (en tanto que cada sujeto vive su vida como una trama con principio, medio y fin), los acontecimientos que éstas generan son históricos en la medida en que contribuyen al desarrollo de una trama, cuya función es construir todos significativos a partir de dichos acontecimientos dispersos.

La trama se transforma así en una entidad que se encuentra en proceso de desarrollo antes de que cualquier acontecimiento suceda, y por ello no puede ser un código impuesto por el historiador (como para H. White).

A pesar del reconocimiento de tal relación entre Tiempo y Narración, sus críticos no dejan de mencionar que su filosofía de la acción (centrada en las intenciones voluntarias de los sujetos) no tiene en cuenta que la verdadera significación histórica se encuentra en las consecuencias involuntarias de las acciones de los sujetos y que si se acepta que el pasado es como un texto (al ser significativo), debe recordarse siempre que el contenido de dicho texto es significativo de algo que está fuera de sí mismo: de su referencia.

Pero tal tipo de cuestionamiento implica nuevamente plantear la cuestión en términos de texto-contexto: una antinomia que justamente el giro lingüístico intenta dilucidar.

El diálogo interno de los textos: los contextos ya-textualizados

Dominick La Capra, desde la línea deconstructivista de Derrida, ha sido uno de los teóricos de la historia Intelectual europea que más se ha detenido en la revisión de estos viejos problemas que aun afectan a la historiografía: las antinomias texto-contexto, objetivismo-relativismo, formalismo-contextualismo.

La base desde la cual emana su perspectiva teórica es el lenguaje, al que considera como un terreno llano, neutro y homogéneo que es utilizado en los grandes textos como medio privilegiado para articular prácticas y discursos heterogéneos. Para él, no existe nada fuera del lenguaje, y por ello la vieja antinomia entre texto-contexto no puede existir ya que no hay contexto que no esté ya-textualizado. El contexto ha sido hipostaziado por la historiografía tradicional para separarlo de la instancia textual y así reducir y simplificar las problemáticas que generan las interpretaciones de los textos complejos.

Su propuesta consiste entonces en leer, interpretar y asumir los grandes textos en relación con los diversos contextos (ya-textualizados) que interactúan como tendencias contestatarias. De esta manera, los textos a analizar deben ser vistos como procesos en los cuales las redes de significados se desplazan y transforman.

Esta última aseveración es de gran importancia, pues el giro lingüístico si bien centró su interés en los procesos de circulación y recepción de los textos, no tuvo en cuenta la transformación que las redes de significados que los estructuran sufren en dicho proceso.

Sin embargo, si para La Capra los análisis no se deben centrar en el supuesto "contexto" (en sentido tradicional), tampoco lo deben hacer respecto de lo puramente existente dentro del texto. Lo que importa más bien es la interacción que el texto mantiene con otras actividades que aunque no son reductibles a lo puramente documentario no por ello dejan de ser actividades lingüísticas: es decir, la intertextualidad o el diálogo interno que se da entre las tendencias diversas en un texto.

Esta concepción compleja y problematizadora del texto lo enfrenta a H. White, a quien critica por la antinomia que existe en su teoría de los tropos. Los tropos, señala La Capra, actúan dentro de la tropología de White como contexto exterior y anterior a los textos y aparecen como estructuras estáticas, presentes y homogéneas, y por ello son el reflejo del resabio estructuralista de una "presencia total" (esto es, una esencia común, ahistórica y transcultural de la naturaleza humana) en la obra de White.

Para La Capra, White no aportó nada nuevo solamente invirtió los supuestos de la historia tradicional: mientras que ésta se interesaba por la función de correspondencia de la narración (es decir, la referencialidad externa) aquél destacó la función poética de la misma (es decir, su proceso de construcción).

La propuesta teórica de La Capra parte de este pensamiento: si el objeto de estudio de la historia son los restos-textualizados del pasado, el discurso historiográfico siempre está envuelto en problemas de uso del lenguaje y cualquier crítica o valoración de un texto complejo debe partir de un pensamiento que sea consciente de esta problemática. Por ello, si la Historia Intelectual debe encargarse de la lectura y la interpretación de las grandes obras (como La Capra lo propone), se debe partir de una re-evaluación del canon que existe en nuestra sociedad occidental de tales obras y del análisis del porqué unas son consagradas y otras excluidas. Pero a parte de esta re-evaluación, lo que más importa es el análisis en tales obras de aquellas cuestiones que no han sido tratadas e incluso han sido resistidas en los textos: es decir, la deconstrucción de los mismos (según lo propuesto por Derrida) y la indagación de lo impensado en ellos (según la propuesta de Heidegger).

Ahora bien, el análisis de la relación de todo texto con el conjunto de contextos que interactúan dentro de él que el autor propone, se sostiene en la diferenciación de dos dimensiones textuales: lo documentario y el "ser-obra".

Lo documentario se refiere a la dimensión literal y fáctica del texto que tiene por fin transmitir información sobre la realidad. Mientras que el ser-obra complementa la realidad, la construye y la reconstruye en la medida en que se refiere a dimensiones del texto que no son reductibles a lo documentario, pero que no por ello son extra-lingüísticas.

El autor crítica el predominio en la Historia Intelectual del enfoque documentario, cuya debilidad e insuficiencia reside o bien en la exclusión de los textos complejos, o bien en el análisis superficial que realiza de los contenidos y las ideas y estructuras de la conciencia que subyacen en ellos (sin examinar sus causas e impactos). Mientras que defiende su postura sobre la necesidad de relacionar los textos complejos con diversos contextos que interactúan en ellos. La Capra condensa este análisis sobre seis contextos principales.

Primero, las intenciones del autor. La Capra critica la Teoría del acto del habla (seguida por Skinner e Hirsch) que considera a la intencionalidad autoral como un elemento suficiente para la interpretación válida del significado de un texto, sin considerar las tensiones que interactúan dentro de las auto-impugnaciones del texto y las ambigüedades que genera. Hoy, Gadamer y Derrida también acusaron la estreches de las suposiciones morales, legales y científicas que dicha posición normativa presenta al desconocer los problemas que implica todo uso del lenguaje y los problemas derivados de cualquier interpretación.

Segundo, la vida del autor. Mientras una tendencia tradicional se centra en el análisis de las motivaciones que tuvo el autor al escribir su obra, bajo la suposición de que existe una identidad o unidad entre vida y obra y que ésta última puede ser concebida como una señal o síntoma de la primera (perspectiva psico-biográfica), La Capra considera que la dificultad de la interpretación del texto de la vida se presenta cuando se aborda el análisis de la obra en relación a procesos existenciales complejos, que no siempre se manifiestan en la superficie del texto y cuya influencia sobre el significado del mismo siempre es problemática.

Tercero, la sociedad. Tradicionalmente se han empleado las nociones de génesis e impacto para analizar las relaciones existentes entre los procesos sociales y la interpretación de los textos. Pero ambas resultan inadecuadas desde el momento en que se reconoce que el texto no ejemplifica o ilustra los elementos de una tradición o las características de una época en una relación simple de continuidad-discontinuidad con el texto mismo. Pues la noción de génesis desconoce que el texto funciona en realidad como un lugar de intersección, de contestación y de intercambio entre fuerzas sociales diversas que entran en conflicto dentro de la red relacional del texto. Y en el análisis de la serie de lecturas y usos de que es objeto un gran texto, la noción de impacto omite muchas veces ciertos elementos problemáticos: la canonización de un texto, las interpretaciones que

se hacen de él, las adaptaciones de éstas a los usos y abusos que recibe y los juicios a los que es sometido.

Cuarto, la cultura. La Historia Intelectual ha sido siempre una historia de intelectuales, de la comunidades de discurso en que funcionan los grandes textos y las relaciones que mantienen con la cultura en general, basada en la diferenciación de dos niveles de cultura: la alta cultura y la cultura popular. Dicha perspectiva, por un lado se ha limitado a recrear el diálogo de otros (los intelectuales del pasado) evitando incluir las interpretaciones del historiador en el debate, y no ha reconocido la necesidad de que éste mantenga un diálogo con el pasado, respetando las voces de los muertos y no imponiendo sus exigencias narcisistas sobre ellos. Y por otro lado, se ha limitado a una simple enumeración de los supuestos temas y argumentos que cada autor sostiene sin tener en cuenta el funcionamiento diferencial de ideas comunes en diferentes textos. Además, no ha considerado la cuestión problemática de la relación entre los grandes textos y la cultura popular, es decir, de los intercambios entre elementos populares y de la alta cultura (carnavalización) que se dan en la literatura y el arte.

Quinto, el corpus del escritor. El problema que plantea este contexto es el de la antinomia unidad o identidad – discontinuidad que puede existir entre el texto producido y el corpus de libros y escritos que el autor ha utilizado y que han ejercido niveles variables de influencia sobre su pensamiento. La solución debe partir de una síntesis dialéctica entre ambas posiciones de análisis que busque desmembrar el corpus del escritor siguiendo el montaje técnico y las citas que éste realiza a lo largo de su obra.

Sexto, los modos de discurso. El objetivo debe ser analizar los diferentes modos de discursos, reglas o convenciones que funcionan en los textos (o usos del lenguaje) y que influyen en la escritura y lectura de los mismos. H. White mostró el camino al analizar cómo el uso del lenguaje figurativo (tropos) conecta dos niveles que hasta entonces se mantenían por separado: el nivel descriptivo con el nivel explicativo o interpretativo. Pero el problema reside en las relaciones que se dan entre las diversas distinciones analíticas en los textos y en las funciones que cumplen las categorías de oposición (texto-contexto, objetividad-relatividad �) en las estructuras de pensamiento y la formulación de argumentaciones.

La Capra afirma que en las ciencias sociales en general existen dos tendencias antagónicas que determinan la forma en que se realizan los estudios y las interpretaciones. Por un lado, una serie de enfoques convencionales que buscan el predominio de la unidad y del orden por medio de análisis formalistas, causalistas o estructuralistas. Y por otro lado, una tendencia más experimental (llamada deconstructivista) que se interesa por lo marginal en el texto, lo enigmático y desorientador que hay en él. Sin embargo, ninguna de estas tendencias abarca los problemas más complejos: la primera

sigue presa de suposiciones tradicionales ingenuas y la segunda no hace más que invertir los supuestos de aquella en una dirección contraria. Ante esta situación, lo que se debe hacer es repensar los problemas que hacen a la misma crítica y a los supuestos metacríticos que ésta maneja en su práctica discursiva.

En el caso específico de la Historia Intelectual, se pueden distinguir dos enfoques. El enfoque documentario considera a la historia como una disciplina encargada de la reconstrucción del pasado por medio de una descripción pura de su objeto de estudio: los particulares cambiantes. Este enfoque aun mantiene una confianza ciega en la transparencia del lenguaje y en la posibilidad de describir objetivamente un objeto de estudio particular sin la interposición de la subjetividad del intérprete. En cambio, el enfoque dialógico (que defiende La Capra) considera a la historia como un diálogo o conversación con el pasado, mediado por la interpretación. Pero dicha interpretación no debe ser reducida a mera subjetividad, aunque no se deje de reconocer que la misma implica una intervención política del sujeto, ya que el historiador siempre debe limitarse a los hechos que constituyen su campo de indagación, respetar las voces del pasado y no imponer las preocupaciones presentes al pasado.

De esta manera, al no aceptar la existencia de una unidad-discontinuidad que permanece invariable en el tiempo, La Capra se aleja de la concepción presentista de raíz estructuralista, a la par que sostiene un enfoque dialógico basado en el intercambio entre pasado-presente-futuro.

El inconsciente político de los textos: comprensión y trascendencia de la "Historia"

En el principio señalamos que el posmodernismo ha atacado a las metanarraciones maestras por la visión totalizante y totalizadora que proyectan sobre la realidad empírica, para construir a partir de ésta modelos de compleja elaboración teórica que intentan deducir las leyes que rigen el desarrollo de los procesos sociales en el tiempo. De ahí, que el movimiento posmodernista rechace al marxismo, tanto como teoría sociohistórica como por sus connotaciones ideológicas que conducen a un accionar político radical revolucionario.

En este marco intelectual hostil, difícilmente un teórico pueda reivindicar la teoría de Marx sin recibir críticas tanto de sus opositores "intelectuales burgueses" como de sus pares marxistas ortodoxos. Fredric Jameson es quien ha intentado reivindicar al modelo marxista como el horizonte intrascendible de toda inteligibilidad histórica, asimilando los aportes del giro lingüístico para mostrar las aporías inevitables a las que éste conduce. Y por esta capacidad de apropiarse de los argumentos de sus críticos y volverlos en contra de ellos mismos, H White lo ha calificado como un crítico genuinamente dialéctico y no simplemente antitético. Aunque no faltan quienes dudan de su supuesto genuino marxismo o hasta niegan que los

aportes teóricos que Jameson realiza sean realmente originales y no una mera explicación del pensamiento de otros.

A diferencia de la concepción marxista tradicional del texto como un simple reflejo de estructuras más básicas (fuerzas productivas, relaciones de producción), Jameson considera a todo texto como un acto socialmente simbólico, en tanto que simboliza actos de naturaleza política, el contexto social y la yuxtaposición de los diferentes modos de producción.

Esta concepción del texto como totalidad, en tanto que la narrativa tiene la capacidad de dotar a los acontecimientos de significados, es propia del marxismo y por ello este modelo es para Jameson el único capaz de develar la maquinaria que mueve la historia, a diferencia del deconstruccionismo que sólo brinda una mera valoración de lo molecular y por ello no permite formar una visión de la vida social como totalidad y actuar en consecuencia. Pero a diferencia tanto de H. White como de La Capra, a quienes acusa de no haber formulado una concepción de "Historia", Jameson considera a la Historia no como un texto, no como una narrativa maestra, sino como una "causa ausente", como una causa inmanente a sus propias manifestaciones, aunque paradójicamente a la misma sólo se puede acceder por medio de su forma textual.

Por lo tanto, si el secreto del éxito de cualquier proyecto futuro de cambio y trascendencia social depende de las posibilidades de develar la esencia de esta causa ausente y el destino al que tiende, lo que importa no es conocer la estructura profunda de los textos (como lo busca White), ni descifrar el sentido oculto de los mismos (como lo busca Ricoeur), sino buscar la inteligibilidad de los mismos. Y esto sólo es posible de encontrar por medio del empleo de las ideas críticas marxistas en cualquier análisis textual ya que éstas actúan, en palabras de Jameson, como la "precondición semántica definitiva para la inteligibilidad de los textos ".

Para dar cuenta de esta causa ausente, son insuficientes las tres modalidades de causalidad que proponía Althusser (del cual Jameson es deudor de muchas ideas): la mecánica, que se basa en la relación directamente proporcional entre causa-efecto (o en su formulación marxista tradicional: base-superestructura); la expresiva, que considera la esencia interior del todo como la causa de las partes; y la estructural, que aunque supone ya un concepto de totalidad no es suficiente para entender la Historia en sentido jamesoniano. Y es por eso que Jameson propone una cuarta forma de causalidad: la narratológica. Esta busca captar al pasado por medio de la conciencia y hacer ver retrospectivamente al presente, no como un efecto de aquél, sino como el cumplimiento y la satisfacción de las promesas de aquél, y como el campo de posibilidades que determinará los proyectos futuros posibles de realizarse.

El ejemplo más esclarecedor al respecto lo podemos encontrar en las interpretaciones que los judeo-cristianos hacen del Antiguo Testamento tras la elaboración del Nuevo Testamento: el NT. en este caso es visto como el cumplimiento de lo que el pasado profetizaba y la interpretación de dicho pasado cambia en virtud de lo que ocurrió o no desde el nacimiento de Cristo.

Esto es el resultado de la capacidad del ser humano de desear no sólo hacia un futuro, sino también de desear hacia atrás (en sentido nietzscheano), es decir de reordenar los relatos de acontecimientos pasados a la luz de las experiencias presentes y de los proyectos de acción hacia el futuro. Esta narrativización de la historia lleva a los sujetos presentes a actuar como si fueran personajes de un relato (que vincula el inicio con la conclusión) dentro de la gran trama universal (la Historia). Para Jameson, es precisamente esta narratividad del proceso histórico lo que lleva a considerar a la narrativa como la forma más adecuada para dar cuenta del mismo.

Es por eso que para trascender socialmente, el hombre debe primero comprender esta Historia en la que está inmerso para poder luego salirse de ella.

Ahora bien, la única narrativa maestra capaz de proporcionar al hombre una interpretación global para comprender la Historia es la narrativa marxista. Jameson distingue cuatro narrativas maestras que permiten concebir el significado de la historia humana de manera diferente. Cada una de ellas es en realidad una proyección simbólica (una forma de conciencia) de uno de los cuatro modos de producción propios de la sociedad occidental (nunca destruidos, sino relegados a una posición inferior desde la consolidación del capitalismo):

Narrativas Maestras

Modos de Producción

Fatalismo griego

Esclavista

Redentorismo cristiano

Feudal

Progresismo burgués

Capitalista

Utopismo marxista

Socialista

Lo que señala Jameson es que los primeros tres, pese a sus diferencias, llevan a concebir y aceptar a la Historia como una repetición neurótica del pasado, mientras que sólo el utopismo

marxista busca la trascendencia de ésta para llegar a alcanzar la autonomización total del hombre.

El modelo marxista permite abordar el análisis del texto de una forma más compleja y profunda que cualquier otro enfoque, ya que para alcanzar la inteligibilidad de los textos es necesario partir de las ideas críticas marxistas. De esta manera (usando el método sintomático que el propone), se pueden distinguir en un texto tres marcos concéntricos que corresponden a tres niveles distintos de conceptualización del mismo. En el primer marco, el texto es una simbolización de la historia política, en el segundo lo es del contexto social y en el tercero de la secuencia de modos de producción. Y respectivamente, en el primer nivel el texto es concebido como un acto simbólico de naturaleza política, en el segundo nivel como una manifestación de un ideologema de la formación social en la que surgió, y en el tercer nivel como sistema de signos que transmiten mensajes simbólicos sobre los diferentes modos de producción (lo que Jameson llama: ideología de la forma).

La comprensión del texto nos permite acceder al develamiento de la causa ausente, de la Historia, que subyace en él (recuérdese que si bien para Jameson la Historia no es un texto, sólo podemos acceder a ella en su forma textual). Pero sólo la elaboración de "una única gran historia colectiva" que una sociedades, grupos y culturas diversas bajo la forma de la narrativa maestra marxista (única capaz de dar cuenta acabada del "misterio esencial del pasado cultural") permitirá descubrir que la aventura humana es en el fondo una sola: la lucha de clases. Y que la única Ideología (entendida como estructura social que permite afrontar y trascender la Historia) capaz de liberar al hombre de la Historia es el utopismo marxismo.

Esta historia fundamental, la historia de la lucha de clases, no ha desaparecido, solamente ha sido reprimida y enterrada y la recuperación de las huellas de dicha narrativa no-interrumpida en la superficie del texto (no en su estructura profunda o en sus sentidos ocultos) sólo es posible de realizar descubriendo y analizando el inconsciente político que los textos excluyen y contienen dentro de sí.

En busca de una teoría no-kantiana de la historia

Todos los autores que hasta esta instancia hemos analizados buscan, en mayor o menor medida, alcanzar por medio de sus elaboraciones teóricas un fundamento último para la interpretación de los textos históricos y, en el fondo, de la cultura en general. El interés principal de Ankersmit es desarrollar justamente un tipo de escrito histórico que rompa con esta tradición kantiana e ilustrada que buscó siempre "domesticar el pasado": esto es, organizar el mundo reduciendo la realidad a fenómenos comprensibles por medio de categorías racionales y apropiarse del mismo para transformarlo. Esta vieja ansiedad del trascendentalismo kantiano ha sido criticada por muchos pensadores posmodernistas desde la filosofía del lenguaje

(Nietzsche, Foucault, Gadamer, White), pero ninguno de ellos, a entender de Ankersmit, logró superarla y proponer una forma de discurso akantiana.

Tal propuesta puede aparentar ser demasiado pretenciosa puesto que, como lo dice Ankersmit: "nos hemos hecho tan kantianos que nos parece difícil, sino imposible, pensar en una disciplina que no pretenda una apropiación" (Historia y Tropología, p. 44).

Y por ello, señala que aunque el historismo [13]criticó a la Historiografía Tradicional [14]terminó siendo en realidad una radicalización del pensamiento ilustrado, pues si bien reconoció el carácter histórico del mundo también aceptó la posibilidad de llegar a un conocimiento transhistórico sobre el mismo. La Nueva Historiografía, en cambio, defiende la no-transparencia del texto y centra sus análisis en lo que es "reprimido" en el mismo, y aunque se le pueden objetar ciertas suposiciones [15]ha marcado un quiebre profundo con la Historiografía Tradicional en lo que hace a las viejas limitaciones kantianas entre el lenguaje y el mundo y entre el pasado y el presente [16]Pero a pesar de estas diferencias entre historismo y posmodernismo, existen ciertas similitudes que llevan a sostener que en realidad el posmodernismo es una "radicalización del historismo" en cuanto a la representación histórica, la experiencia histórica y la epistemología. Y esto por dos razones: primero, porque el rechazo característico del posmodernismo de las metanarraciones no es nada nuevo, pues ya el historismo había rechazado las metanarraciones de la filosofía especulativa de la historia; y segundo, porque el desdibujamiento entre realidad y texto en el que desembocó el historismo [17]es el supuesto esencial que defiende el posmodernismo.

Su motivación es por lo tanto, desarrollar una teoría de la historia no-kantiana y no-metafórica que venza la tentación a la apropiación que aquella le ofrece. Y para ello, se detiene a analizar a dos teóricos que más han resistido al sistema kantiano y que muestran por lo tanto, el camino que se debe seguir en el intento por superarlo: H. White y H. G. Gadamer.

Para Ankersmit, aunque la filosofía del lenguaje, en general, ha intentado transformarse en una rama que se opone a la filosofía epistemológica, es decir a aquella preconizada por Descartes y por Kant, ambas tienen una similitud en cuanto a la búsqueda misma de un fundamento ultimo para todo conocimiento: la primera lo busca en el lenguaje, mientras que la segunda lo buscó en las categorías de la comprensión. Además, toda la filosofía del lenguaje estuvo dominada hasta los años 60´ por dos suposiciones: la primera, establecía que todo análisis debe partir de los problemas simples y luego abordar los más complejos (método resoluto-composicional); y la segunda, afirmaba que los análisis debían limitarse a los elementos del texto (declaraciones, proposiciones, enunciados) y no al texto como totalidad.

Esto generó una desgana en los filósofos de la historia que impidió la realización de análisis de textos complejos (base de la historia). Por un lado, por que los filósofos de la historia negaban la autonomía del texto histórico sobre la investigación histórica, a la cual consideraban el centro de interés. Y por otro lado, porque ante la falta de modelos teóricos desde la filosofía del lenguaje para abordar el análisis del conjunto de un texto, los filósofos de la historia debieron recurrir a la teoría literaria.

En este contexto, la obra de H. White (Metahistoria) fue novedosa y radical, en tanto que desarrollaba una teoría formal del texto histórico y la aplicaba al estudio de textos de historiadores y filósofos de la historia sin centrarse en la investigación histórica que realizaron o en el contenido de verdad que podían o no tener.

Sin embargo, su obra también fue una teoría sobre la representación histórica y sobre el proceder del historiador, a la manera de la teoría de la historia tradicional. Y por este doble carácter contradictorio, Ankersmit considera a Metahistoria como una obra ambivalente. La ambivalencia más importante de su obra se encuentra en el núcleo mismo de la teoría de los tropos: si por un lado, White mostró cómo la historia y la literatura utilizaban el lenguaje figurativo y poseen por lo tanto una misma estructura poética y lingüística profunda; por otro lado, su interpretación del escrito histórico tendió a reclamar para sí misma el carácter de interpretación cientificista y con ello marcaba nuevos límites, aunque diluidos, entre lo que hace un historiador y lo que hace un literato. Tal carácter de cientificista debía derivar de la naturaleza misma de los tropos (estructuras estáticas, presentes y homogéneas). [18]Con esto, lo que Ankersmit pretende señalar en realidad es el carácter kantiano de la tropología de White.

Este vínculo se observa en las funciones similares que cumplen tanto los tropos (aunque Ankersmit se restringe al análisis de la metáfora) como el yo trascendental kantiano. Ambos, permiten ordenar el caos y organizar el mundo trasformando los elementos de la realidad en fenómenos que la mente pueda entender. Y de esta manera, ambos permiten también al hombre apropiarse de este mundo, en el sentido de hacer suyo lo extraño y ajeno. La metáfora se transforma así en un instrumento lingüístico privilegiado que el hombre puede usar para conocer y transformar el mundo que lo rodea. Y en tanto que la historiografía permanezca cautiva de la configuración tropológica de su campo de estudio, seguirá estando dentro de los límites del trascendentalismo kantiano. Lo ambivalente para Ankersmit, es que el mismo White mostró cómo el proceso de disciplinamiento de la historia no se dio con la falsa des-politización de ésta (cuando se trató de erradicar las posturas ideológicas del escrito histórico), ni con la des-retorización del discurso histórico (cuando se desarrolló un discurso retórico en contra de la misma retórica), sino cuando se intercambió el tratamiento de lo sublime (aquello que escapa al orden, lo que no se reduce a un fenómeno que la mente pueda

entender, lo extraño, lo desconocido) por la representación de lo bello (lo que se puede conocer racionalmente por medio del lenguaje tropológico) en un intento kantiano de apropiar y transformar el mundo gracias al conocimiento que podemos tener del pasado histórico.[19]

Y aunque White criticó las implicaciones de este proceso de disciplinamiento, también reconoció que aun lo sublime permanece dentro del sistema kantiano al quedar justificado como una realidad que simplemente no se reduce a las categorías de la comprensión.

Ante este peligro oculto de todo kantianismo (su acomodación y adaptación), cualquier intento por superarlo debe partir de las mismas bases de aquél: la experiencia humana y su transformación en conocimiento. Pero aquí, la teoría histórica en general no resulta útil, ya que ésta tiende a negar la posibilidad de que el historiador tenga una experiencia del pasado, pues no puede vivir en el presente una experiencia del pasado. Se debe por ello recurrir a la hermenéutica que siempre se interesó en la reconstrucción por parte del historiador de la experiencia de los agentes del pasado. Sin embargo, la hermenéutica al interesarse por la "copia de la experiencia" en realidad terminó eliminando la "experiencia misma".

Aun así, la teoría hermenéutica de Gadamer es, para Ankersmit, la mejor guía para desarrollar una alternativa a la teoría kantiana de la experiencia. Y esto por tres razones: primero, por su insistencia en la necesidad de tal teoría; segundo, por su denuncia contra el historismo de historiadores y hermenéutas que pretendiendo ser anti-kantianos terminaron aceptando las bases del conocimiento que aquel propuso y llevó su proyecto más lejos aun; y tercero, por su intento de desdibujar los límites kantianos entre epistemología y ontología, entre ser y conocimiento, por medio de una revisión de la teoría aristotélica. Esto último es sumamente importante ya que la filosofía de Aristóteles, y todo el significado de la concepción aristotélica sobre experiencia y conocimiento, es opuesta a la filosofía epistemológica de Descartes y Kant.

Sin embargo, Gadamer fracasó en su intento de desarrollar una teoría antikantiana al centrarse en la ética de Aristóteles. Si bien la phronesis de Aristóteles (sabiduría práctica) implica una fusión de conocimiento y ser, en tanto que todo conocimiento sobre el actuar ético afecta al ser mismo de la persona, la ética de Aristóteles la centra en el presente, no en el pasado, y esto condujo a Gadamer a reducir a la experiencia histórica como simplemente la manera en que se experimenta, lee e interpreta un texto a lo largo de su historia. Y terminó por ello desarrollando más una teoría sobre la historia de la experiencia que sobre la experiencia histórica del pasado.

Lo que importa de Aristóteles [20]es la continuidad, y hasta identidad, que se da en la experiencia sensitiva entre el objeto que se percibe y el acto mismo de percepción, a diferencia de la separación rotunda

que la epistemología cartesiano-kantiana estableció entre el mundo y la mente, o lo que es lo mismo entre el objeto y el sujeto. Si se traslada esta idea desde el campo de la sensación al campo de la mente se puede deducir que: mientras que para el paradigma kantiano el yo trascendental organiza el mundo y se apropia de él trasformándolo en su propia imagen, el paradigma aristotélico, al contrario, establece que en realidad es la mente la que se adapta a las formas del mundo pues sólo al asumirlas puede hacerlas perceptibles.

Lo que intenta mostrar Ankersmit [21]es cómo la copia de un objeto (o lo que es lo mismo, la forma del objeto que asume la mente) es estructuralmente parecida al objeto mismo y cómo se diluyen por tanto las diferencias entre la copia de una experiencia (o el recuerdo de esta) con la experiencia misma (es decir, la representación de una experiencia histórica con la experiencia histórica en sí).

Por lo tanto, lo que interpretamos como una experiencia histórica pasada no es un descubrimiento de lo desconocido, pues la misma siempre fue parte constituyente de nuestra constitución histórica, y lo que descodificamos no es un movimiento de apropiación de lo ajeno, pues siempre fue parte de nosotros mismos. Sino todo lo contrario, desde esta perspectiva teórica, la historia nos permitirá ver la experiencia pasada como una parte de nosotros mismos que se autonomizó y se transformó en algo desconocido y extraño. Y el estudio de la experiencia histórica nos servirá no para descubrir qué nos dejó el pasado sino para comprender qué nos formó como tales: "ante el espejo del pasado (dice Ankersmit) nos vemos a nosotros mismos y vemos a un extraño".

Consideraciones finales

Después de todo lo analizado, podemos elaborar una síntesis más compacta que nos permita entender el significado del conjunto de lo que hemos expuesto hasta aquí.

Desde 1970, observamos un cambio radical en la historiografía y en la filosofía de la historia. Mientras que antes el interés tanto de la Historiografía tradicional, como del marxismo y la Escuela de los Annales, se centraba en la descripción y/o la explicación, ya sea de hechos políticos, de estructuras económicas o de procesos socio-económicos, a partir de los setenta se da un giro importante que llevó a un resurgir de las teorías hermenéuticas centradas en la interpretación del significado del pasado histórico: unas centradas en el significado de la acción (hermenéutica analítica) y otras en el significado del texto (hermenéutica continental o del lenguaje).

De esta manera, se pasó del análisis de la relación entre la realidad histórica y el texto histórico propio de la filosofía epistemológica (que tuvo su origen en Descartes y su apogeo en Kant) interesada en el contenido de verdad y en el tema de la referencialidad que entra en

juego en la relación entre las palabras y las cosas, entre el lenguaje y el mundo, a un análisis de la relación entre el texto histórico y el lector propio de la filosofía del lenguaje (que tuvo su origen en Wittgenstein y su apogeo en Rorty) interesada en el origen y desplazamiento de nuevos sentidos que entran en juego en la relación entre las palabras entre sí, entre el nivel literal y figurativo del lenguaje. Aquí, las posturas se diversifican tanto como autores teorizan sobre las problemáticas de la filosofía de la historia. Mientras que para unos el lector interpreta el verdadero significado de un texto cuando logra descifrar la estructura profunda que subyace en él, a saber los tropos (H. White); para otros el significado se alcanza cuando se llega al sentido oculto que describe toda narración significativa, a saber la experiencia temporal (P. Ricoeur). Y mientras que unos se interesan por el lenguaje en sí mismo y critican el postulado de transparencia de un texto a la par que crean una "neblina interpretativa" que oscurece la visión sobre la intención del autor (D. La Capra); otros pretenden interpretar un texto para acceder a la "causa ausente" que moviliza los diferentes modos de producción y descubrir la lucha de clases que permanece reprimida en los textos, a saber, en su inconsciente político (F. Jameson). Ante este abanico de interpretaciones que reclaman para sí reconocimiento y aprobación, algunos optan por agruparlas a todas bajo una misma calificación, a saber, la de teorías que no han escapado al atractivo kantiano de apropiación, mientras se catalogan a sí mismos como verdaderos antikantianos (Ankersmit).

A esta altura, cualquier estudiante que haya leído con interés lo expuesto hasta aquí, y más aun el que lo haya hecho con cierto escepticismo, se preguntará sobre cuál es la utilidad práctica de tanto debate teórico. Y ante este cuestionamiento pragmatista, nuestra respuesta (que busca ser valorativa) no puede ser menos que una respuesta también pragmatista: la que afirma que toda teoría que no sea un mero juego de palabras ya es siempre una práctica y como lo expresa R. Rorty: "sostener una teoría determinada es (ya de por sí) argumentar acerca de lo que deberíamos hacer".

Bibliografía

Franklin Rudolf ANKERSMIT. Historia y Tropología; Ascenso y caída de la metáfora. Trad. Ricardo Martín Rubio Ruiz. Fondo de Cultura Económica, México, 2004. 470 pp.

AROSTEGUI, Julio. La Investigación histórica; Teoría y Método. Crítica, Barcelona, 1995. 398 pp.

Francois DOSSE. La Historia, conceptos y escrituras. Trad. Horacio Pons. Nueva Visión, Buenos Aires, 2004. 249 pp.

George IGGERS. La ciencia histórica en el siglo XX; Las tendencias actuales: una visión panorámica y crítica del debate internacional. Trad. Clemens Bieg. Idea Boocks S.A., Barcelona, 1998. 117 pp.

Paul RICOEUR. Tiempo y Narración. Trad. Agustín Neira. Ediciones Cristiandad, Madrid, 1983. Tomo I, 377 pp.

José Elías PALTI. Giro lingüístico e Historia Intelectual. Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 1998. 337 pp.

Hayden WHITE. "Metahistoria; La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX". Trad. Stella Mastrangelo. Fondo de Cultura Económica, México, 1992. 432 pp.

--------------------. "El contenido de la forma; Narrativa, discurso y representación histórica". Trad. J. V. Rubio. Paidos Básica, España, 1992. 299 pp.