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El Despertar Por Kate Chopin

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ElDespertar

Por

KateChopin

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I

Un loroverdeyamarillo, colgadoenuna jaulaen laparteexteriorde lapuerta,noparabaderepetir:

«Allez-vous-en!Allez-vous-en!Sapristi!¡Estábien!».

Sabía un poquito de español y también otra lengua que nadie entendía,exceptoelsinsonte,que,colgadoalotroladodelapuerta,desgranabaagudasnotasenlabrisaconenloquecedorapersistencia.

El señor Pontellier, incapaz de leer el periódico con un mínimo detranquilidad,selevantóconunaexclamaciónygestodedisgusto.

Bajódelporcheycruzólosestrechos«puentes»quecomunicabanentresílos cottages de los Lebrun.Había estado sentado delante de la puerta de lacasa principal.El loro y el sinsonte pertenecían amadameLebrun, y teníanderecho a hacer todo el ruido que quisieran; en contrapartida, el señorPontellierteníaelprivilegiodeabandonarsucompañíaencuantoempezaranafastidiarle.

Sedetuvodelantede lapuertadesucottage,elcuartoapartirde lacasaprincipal,elpenúltimo,ysesentóenunamecedorademimbre,intentandounavezmásleereldiario.Eradomingo,peroelejemplarcorrespondíaalsábado,porquelaprensadeldíanohabíallegadoaúnaGrandIsle.Comoyaconocíala información financiera, echó un vistazo nervioso a los editoriales y lasnoticiasquenohabía tenido tiempode leer eldíaanterior antesde sal irdeNuevaOrleans.

El señor Pontellier usaba anteojos. Era un hombre de cuarenta años,estaturamedianaycomplexiónesbelta;seencorvabaunpocoysepeinabaelpelo castaño y liso con raya a un lado. Llevaba la barba elegante yminuciosamenterecortada.

Devezencuandoapartabalavistadelperiódicoymirabaasualrededor.Habíamás ruidoquenuncaen la casa.Al edificioprincipal lo llamaban«lacasa», para distinguirlo de los cottages. Los pájaros aún continuabanparloteando y silbando, mientras las jovencitas gemelas Farival tocaban alpianoundúodeZampa.MadameLebrunentrabaysalíadelacasa;desdeelinterior,convozchillona,dabaórdenesaunmozodecuadra,ycadavezquesalía, en tono igualmente alto, aleccionabaauna camarera.MadameLebruneraunamujerfrescayhermosa,vestidasiempredeblancoyconlasmangashasta el codo. Sus faldas almidonadas crujían con su ir y venir.Más lejos,delantedeunodeloscottages,unamujerdenegropaseabarecatadaarribayabajo, rezando el rosario. Un grupo de gente de la pensión había ido a

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Chênière Caminada, en el lugre de Beaudelet, a oír misa. Algunos jóvenesestabanfuera, jugandoalcróquetbajo losroblesdeVirginia,y losniñosdelseñor Pontellier, dos robustos pequeños de cuatro y cinco años, estabantambiénallí.Unamulatacuarteronalosvigilabaconairemeditativoydistante.

El señor Pontellier encendió, al fin, un puro y se dispuso a fumárselo,dejando que el periódico se deslizara indolentemente de susmanos. Fijó lavistaenunasombrilla,queavanzabaapasodetortugadesdelaplaya.PodíadistinguirlaclaramenteentrelosdescarnadostroncosdelosroblesdeVirginiay los tramosamarillosdemanzanilla.Elgolfoseveíaa lo lejos,confundidoconelazuldelhorizonte.Lasombrillacontinuabaaproximándoselentamente.Bajoelcobijoforradoderosaveníansumujer,laseñoraPontellier,yeljovenRobertLebrun.Cuandoalcanzaronelcottage,ambossesentaronconaspectocansadoenelescalónsuperiordelporche,frenteafrente,recostadocadaunocontraunacolumna.

—¡Qué locurabañarseaestahoraconelcalorquehace!—dijoel señorPontellier.Élsehabíadadounchapuzónalamaneceryéseeraelmotivodequelamañanaselehicieratanlarga.

—Estástanquemadaquenoparecestú—añadiómirandoasumujercomosemira una valiosa propiedad que ha sufrido algún daño. Ella extendió susmanos fuertes y bien formadas, observándolas con expresión crítica yrecogiéndose las mangas de muselina por encima de las muñecas. Almirárselas se acordóde los anillos quehabía confiado a sumarido antesdemarcharsealaplaya.Sindecirnada,lealargólamano,yél,comprendiendo,sacólosanillosdelbolsillodelchalecoylosdejócaerenlapalmaabierta.Ellalosdeslizóensusdedos;después,agarrándoselasrodillas,miróaRobertyseechó a reír. Los anillos destellaban en sus dedos. Él le respondió con unasonrisa.

—¿Qué ocurre? —preguntó Pontellier divertido, mirándolosperezosamente.Era una completa tontería; una anécdota que había sucedidoen el agua y que ambos trataban de relatarle almismo tiempo.Contada, noparecíanilamitaddegraciosa.Sedabancuenta,yelseñorPontelliertambién.Bostezóysedesperezó;despuésselevantódiciendoquequizásepasaraporelhoteldeKleinajugarunapartidadebillar.

—Véngase,Lebrun—lepropusoaRobert.PeroRobert le respondiócontoda franqueza que prefería quedarse donde estaba y charlar con la señoraPontellier.

—Bien,Edna, cuando teaburra,mándaleaocuparsede susasuntos—leaconsejósumaridomientrassedisponíaamarcharse.

—¡Toma, llévate la sombrilla! —le dijo ella, ofreciéndosela. Aceptó el

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parasolylolevantósobresucabeza;bajólaescalinataysealejó.

—¿Vendrásacenar?—gritósumujertrasél.Sedetuvounmomentoyseencogiódehombros.Sepalpóelbolsillodelchaleco;habíaunbilletedediezdólares.Nolosabía;talvezvolvieraparalacena,otalvezno.Tododependíade con quién se encontrase en el local de Klein y de la envergadura de lapartida.No lo dijo, pero ella lo entendió y se puso a reírmientras le decíaadiósconlacabeza.

Cuando vieron marcharse a su padre, los dos niños quisieron ir con él.Pontellierlesdiounbesoylesprometiótraerlesbombonesycacahuetes.

II

Los ojos de la señora Pontellier eran inquietos y brillantes, de un colorpardoamarillento;casidelmismotonoquesupelo.Teníaunmodopeculiardefijarlosderepentesobreunobjetoysostenerlosallícomosiestuvieraperdidaenunlaberintointeriordecontemplaciónodepensamiento.

Sus cejas, un pocomás oscuras que el pelo, gruesas y casi horizontales,poníanderelievelaprofundidaddelosojos.Eramásatractivaquehermosa.Su rostro fascinaba por la indudable franqueza de su expresión, y unacontradictoriaysutilcombinacióndefacciones.Suporteeraseductor.

Robertliouncigarrillo.Fumabacigarrillosporque,segúndecía,nopodíapermitirselospuros.ConservabaenelbolsillounpuroqueelseñorPontellierlehabíaregalado,perologuardabaparadespuésdecenar.

Estetipodecosaseracaracterísticoynaturalenél.Sucolordeteznoeramuydiferentedeldesucompañera,ylacaralimpiamenteafeitadahacíaqueelparecido fuera aún mayor. No había en su semblante rastro alguno depreocupación;susojos recogíany reflejaban la luzy la languidezdeldíadeverano.

La señoraPontellier seestiróparaalcanzarunabanicodehojadepalmatiradoenelporcheyempezóaabanicarsemientrasRobert lanzabaentresuslabiosligerasbocanadasdehumo.Charlabansinparar:deloquelesrodeaba;desudivertidaaventuraenlaplaya—lahistoriahabíarecuperadosuaspectodivertido—;delviento,losárboles,lagentequehabíaidoaChênière;delosniños que jugaban al cróquet bajo los robles; y de las gemelas Farival, queahoratocabanlaoberturadePoetayaldeano.

Roberthablabamuchodesímismo.Eramuyjovenynoseleocurríanadamejor.Poridénticarazón,laseñoraPontellierhablabapocodesímisma.Cada

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unoestabainteresadoenloqueelotrodecía.RoberthablódesuintencióndeiraMéxicoenotoño,dondelafortunaleesperaba.SiempreestabaplaneandoiraMéxico,pero,porunmotivouotro,nuncaiba.Mientrastanto,seagarrabaasumodestoempleoenunaempresacomercialdeNuevaOrleans,enlaquesufamiliaridadconel inglés,el francésyelespañol le resultabadenopocautilidadensutareadeoficinistaycorresponsal.

Comosiempre,estabapasandosusvacacionesdeverano,encompañíadesumadre,enGrandIsle.Hacíatiempo,másdelqueRobertpodíarecordar,«lacasa»habíasidounlujoveraniegodelosLebrun.Ahora,flanqueadaporunadocenadecottages,siempreocupadospordistinguidoshuéspedesdelQuartierFrançais, permitía amadameLebrunmantener la cómoda y fácil existenciaqueparecíacorresponderleporderechopropio.

LaseñoraPontellierhablabadelaplantacióndesupadreenMisisipiydela casade su juventud en los camposdehierba azuladadel viejoKentucky.Era americana, con unas gotitas de sangre francesa, que parecían haberseperdidoaldiluirse.Leyóunacartadesuhermana,quevivíaenelEste,enlaqueanunciabasucompromisomatrimonial.ARobertleinteresabasaberquéclase de chicas eran las hermanas, cómo era el padre y cuánto hacía que lamadrehabíamuerto.

CuandolaseñoraPontellierdoblólacarta,erayahoradevestirseparalacena.

—YaveoqueLéoncenovaavenir—dijomirandohaciadondesumaridosehabíamarchado.Robertsupusoqueno,dadalacantidaddesociosdelclubdeNuevaOrleansquehabíaenellocaldeKlein.

CuandolaseñoraPontellierlodejóparadirigirseasuhabitación,eljovenbajó la escalinata y se fue paseandohacia los jugadores de cróquet. Pasó lamediahoraqueprecedíaa lacenadivirtiéndosecon lospequeñosPontellier,queloadoraban.

III

EranlasoncedeaquellanochecuandoelseñorPontellierllegódelhoteldeKlein.Veníadeunhumorexcelente,eufóricoymuycharlatán.Alentrar, sumujer, que dormía profundamente en la cama, se despertó. Mientras sedesnudaba, le contó las anécdotas, noticias y chismes que se habían idoacumulandoalolargodeldía.Delosbolsillosdelpantalón,sacóunpuñadode billetes arrugados y un montón de monedas de plata, que apiló en elescritorio,juntoconlasllaves,lanavaja,elpañueloylosdemásobjetosdesus

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bolsillos.AEdnalevencíaelsueño,ylerespondíaconmediaspalabras.

Era descorazonador, pensaba él, que su mujer, único objeto de suexistencia,manifestara tanescaso interésen loqueaélconcerníayvalorasetanpocosuconversación.

El señorPontellier había olvidado los bombones y los cacahuetes de losniños.Sinembargo,losqueríamucho;entróenlahabitacióncontigua,dondedormían, para echarles un vistazo y asegurarse de que descansabantranquilamente; pero el resultado de su investigación no fue en absolutoconvincente.Almoveralosjovencitosdeunladoalotrodelacama,unodeellosempezóadarpatadasyahablardeunacestallenadecangrejos.

El señor Pontellier volvió junto a sumujer para decirle queRaoul teníamucha fiebreynecesitabaque le atendiera.Después, encendióunpuroy sesentóafumárselocercadelapuertaabierta.

La señora Pontellier estaba segura de que Raoul no tenía fiebre; seencontraba perfectamente cuando se fue a la cama—dijo—, y no le habíadolido nada en todo el día. El señor Pontellier conocía demasiado bien lossíntomas de la fiebre para equivocarse. Le aseguró que, mientras elloshablaban,elniñoseestabaconsumiendoenlahabitacióndeallado.

Reprochóasumujersupocaatenciónysuhabitualdespreocupaciónporlosniños.Sinoeratareadeunamadrecuidardeloshijos,¿dequiéndiablosera?ÉlestabaocupadoconsusnegocioscomocorredordeBolsa.Nopodíaatenderadosfrentesalavez:ganarelsustentodelafamiliaenlacalley,encasa,cuidardequenolesocurrieranadamalo.Hablabaenuntonomonótonoeinsistente.

La señora Pontellier saltó de la cama y entró en la habitación contigua.Regresóalcabodeunosminutosysesentóalbordedelacama,reclinandolacabezaenlaalmohada.Nodijonada,ysenegóacontestarlaspreguntasdesumarido,quien,unavezacabadosucigarro,sefuealacamaymediominutodespuésdormíaprofundamente.

ParaentonceslaseñoraPontelliersehabíaespabiladocompletamente.Seechóalloraryseenjugólaslágrimasconlamangadesupeignoir,apagódeunsoplolavelaquesumaridohabíadejadoencendida,secalzólaschinelasdesaténcolocadasalpiedelacamaysalióalporche.Sesentóenlamecedoraycomenzóabalancearsesuavemente.

Ya era más de media noche, y los cottages estaban completamente aoscuras.Unaluztenuesefiltrabadesdeelvestíbulodelacasa;fueranoseoíanada,exceptoelululardeunalechuzaenloaltodeunrobleyelsempiternosonidodelmarimperturbable,que,enaquellahoraapacible,rompíacomounatristecancióndecunaenlanoche.

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Laslágrimasacudíantanrápidasa losojosdelaseñoraPontellierquelamangahumedecidadesupeignoiryanoleservíaparasecarlas.Teníaapoyadaunamanoenelrespaldodelamecedora;suampliamangasehabíadeslizadocasi hasta el hombro del brazo levantado. Volviéndose, ocultó su rostroempañado y húmedo en el hueco del brazo y continuó llorando sinpreocuparseyadesecarselacara,nilosojosnilosbrazos.Nohabríapodidodecirporquélloraba.Experienciascomolaanterioreranfrecuentesensuvidadecasada,yhastaentoncesnuncalehabíanparecidotanpesadas,comparadasconlasnumerosasmuestrasdeamabilidaddesumaridoyelafectoconstantequehabíaacabadoporsertácitoysobreentendido.

Una opresión indefinible, que parecía originarse en algún lugardesconocidodesuconciencia,lacolmabadeunavagaangustia.Eracomounasombra,unaneblinaqueatravesarasuespírituenundíadeverano;unestadode ánimo extraño y desconocido. No estaba sentada allí recriminandointeriormenteasumaridoolamentándosedelDestinoquehabíadirigidosuspasos por el camino que habían seguido. Sólo estaba dándose una buenallorera. Los mosquitos se lo pasaban bien a su costa, picándole los firmesbrazosredondosyabrasándolelosempeinesdescalzos.

Lospunzantesdiablilloszumbadoreslograrondisiparunestadodeánimoquehubierapodidoretenerlaallí,enlaoscuridad,elrestodelanoche.

Al día siguiente, el señor Pontellier se levantó temprano para coger elrockawayquelellevaríaalmuelley,desdeallí,tomarelvapor.Regresabaalaciudad,ynovolveríanaverleenGrandIslehastaelpróximosábado.Habíarecuperado la compostura, en cierto modo menoscabada la noche anterior.Estaba impaciente por irse, porque le esperaba una semana animada enCarondeletStreet.

ElseñorPontellierdioasumujerlamitaddeldineroquehabíaconseguidoenelhoteldeKlein lanocheanterior.Aella legustabaeldinerocomoa lamayoríadelasmujeres,yloaceptóencantada.

—¡Con esto compraremos un precioso regalo de boda parami hermanaJanet!—exclamómientrasalisabalosbilletesyloscontabaunoauno.

—Oh,querida,trataremosaJanetmuchomejor—dijoélriendo,altiempoquesedisponíaadarleunbesodedespedida.

Los niños brincaban alrededor, agarrándose a las piernas de su padre eimplorando que les trajera multitud de cosas. Todos querían al señorPontellier, y las señoras, loshombres, losniños, incluso lasniñeras, estabansiempre a punto para despedirle. Los niños gritaban y su mujer sonreía,diciéndoleadiósconlamanomientraséldesaparecíaenelviejorockawayporelcaminoarenoso.

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Pocos días después, llegó una caja de Nueva Orleans para la señoraPontellier. Era de su marido y estaba repleta de friandises y de bocadosexquisitos y sabrosos: las mejores frutas, pâtés, una o dos botellasextraordinarias,deliciosossiropesybombonesenabundancia.

La señora Pontellier era siempre muy generosa con el contenido deaquellascajas.Estabaacostumbradaarecibirlasdurantelasvacaciones.Llevólospâtésylafrutaalcomedor,ofrecióbombonesalosqueestabanporallí,ylas señoras, eligiendo con dedos melindrosos, discriminadores y ciertaglotonería, afirmaron a coro que el señorPontellier era elmejormarido delmundo. La señora Pontellier se vio obligada a admitir que no conocía otromejor.

IV

ParaelseñorPontellier,habríasidodifícildefinir,asuenterasatisfacciónoaladecualquiera,enquépuntosumujerdesatendíasusdeberesconsushijos.Eramásunsentimientoqueunapercepcióny,cadavezqueloexpresaba,nopodía evitar el subsiguiente arrepentimiento, unido a un gran deseo decompensación.

Si uno de los pequeños Pontellier se caía mientras jugaba, no corríallorandoa losbrazosdesumadreparabuscarconsuelo; lomásprobableeraque se levantara, se secara las lágrimas, se quitase la arena de la boca ycontinuasejugando.Comoniñosqueeran,formabanbandasyseenzarzabanen batallas infantiles con puñetazos y gritos, que generalmente prevalecíansobrelosdeotrosniñosmásenmadrados.Considerabanalaniñeramulataunenorme estorbo, que sólo servía para abrochar blusas y bombachos, paracepillarles el pelo y hacerles la raya, ya que al parecer peinarse el pelo conraya,despuésdelcepillado,eraunareglasocial.

En resumen: la señoraPontelliernoeraunamadraza,yaquelverano,enGrand Isle, las madrazas parecían abundar. Resultaba fácil reconocerlas,revoloteandocon las alas extendidasyprotectoras cuandocualquier peligro,realoimaginario,amenazabaasuscrías.Eranmujeresqueidolatrabanasushijos,adorabanasusmaridosyconsiderabanunaltoprivilegioanularsecomoindividuosydesarrollaralascomoángelesdelaguarda.

Algunasresultabandeliciosasensupapel;unadeellaseralaencarnaciónde todas las gracias y encantos femeninos y, si su marido no la hubieseadorado, habría sido un bruto merecedor de muerte por tortura lenta. Sellamaba Adèle Ratignolle; no hay palabras para describirla, excepto las

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clásicas,quetanamenudohanservidoparadescribiralasantiguasheroínasdenovelay a lashadasdenuestros sueños.Sus encantosno teníannadadesutilnideoculto;todasubellezasaltabaalavista,esplendorosaymanifiesta:lamadejadepelodorado,quenipeinesniprendedoreslograbancontener;losojos,azulescomozafiros;loslabios,fruncidosenunmohín,tanrojosque,almirarlos, recordaban las cerezas o alguna otra sabrosa fruta carmesí. Estabaengordando un poco, pero esto no parecía restarle un ápice de su gracia encadapaso,posturaogesto.Nosepodíadesearquesucuelloblancoestuvieseuna pizcamenos lleno ni que sus hermosos brazos fuesenmás esbeltos.Noexistieron jamás manos más exquisitas que las suyas, y era un placercontemplarlascuandoenhebraba laagujaoseajustabaeldedaldeoroenelafiladodedocorazónmientrascosía lospantaloncitosdepijamaoreformabauncorpiñoounbabero.

Muchas tardes, madame Ratignolle, que estaba muy encariñada con laseñoraPontellier,cogíasucosturaeibaasentarseconella.AllíseencontrabalatardeenquellególacajadeNuevaOrleans.Habíatomadoposesióndelamecedora, y estaba entregada a la tarea de coser unos diminutos pololos denoche.

HabíatraídoalaseñoraPontellierelpatróndelospantaloncitosparaquelocortase:unprodigiodeconstrucción,ideadosparaenfundartaneficazmenteel cuerpo de un niño que sólo dos pequeños orificios se veían en la prendacomosise tratasede ladeunesquimal.Estabandiseñadospara llevarloseninviernocuandoelviento traicionerobajapor laschimeneasy las insidiosascorrientesdeaire,mortalmentefrías,secuelanporelojodelascerraduras.

LaseñoraPontellierestababastantetranquilaconlasactualesnecesidadesde sus niños, y no veía utilidad en anticiparlas y convertir la ropa de camainvernaleneltemadesusconversacionesveraniegas.Decualquiermodo,noqueríamostrarsepocoamistosaodesinteresada;asíquetrajounosperiódicos,losextendióenlagaleríay,bajoladireccióndemadameRatignolle,sacóunpatróndelaimpenetrablevestimenta.

Robert estaba allí, sentado como el domingo anterior; y la señoraPontellier,enelescalónmásalto,recostadaindolentementecontralacolumna,ocupaba también lamismaposiciónqueentonces.Al lado teníaunacajadebombonesque,devezencuando,ofrecíaamadameRatignolle.

La dama parecía encontrarse en un aprieto para elegir, pero al fin sedecidióporunabarritadeturróndealmendra,altiempoquesepreguntabasinoseríademasiadofuerteypodríahacerledaño.MadameRatignolle llevabasiete años casada, y aproximadamente cada dos tenía un niño. En aquellosmomentos tenía tres, y comenzaba a pensar en el cuarto. Se referíaconstantemente a «su estado», a pesar de que tal «estado» no era enmodo

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alguno perceptible, y nadie se habría dado cuenta, de no haber sido por suinsistenciaensacarlocomotemadeconversación.

Robertempezóatranquilizarla,asegurándolehaberconocidoaciertadamaque había subsistido a base de barritas de turrón de almendra durante todoel…;peroviendoquelaseñoraPontellierseruborizaba,secontuvoycambiódetema.

LaseñoraPontellier,aunquesehabíacasadoconuncriollo,noacababadesentirsecómodaentreellos,yhastaentonces jamássehabía relacionado tanestrechamente con ellos. Aquel verano, en casa de los Lebrun, sólo habíacriollos.Todos se conocían entre sí y se sentían comounagran familia conexcelentesrelacionesentresusmiembros.Unodelosaspectosquedistinguíaalgrupoyquemássorprendíaa laseñoraPontelliererasuabsoluta faltadepudor. Al principio, su libertad de expresión le resultaba incomprensible,aunqueno tuvodificultadenconciliarlacon laorgullosacastidadqueen lascriollasparecíaserinnatayevidente.

EdnaPontelliernoolvidaríajamáselimpactoqueleprodujooíramadameRatignolle el desgarrador relato de sus accouchement sin privarse del másmínimodetalle.Aunquese ibaacostumbrandoasacarlegustoaestossobresaltos,nopodía,sinembargo,ocultarelruborquesubíaasusmejillas.Másdeuna vez, su llegada había interrumpido el chascarrillo con el que Robertdivertíaaungrupodemujerescasadas.

Por«lacasa»habíacirculadociertolibro.CuandoaEdnalellegóelturnodeleerlo,lohizoprofundamenteasombrada.Sesentíaempujadaahacerloensecreto y soledad, aunque ninguno de los demás lo había leído así,escondiéndolo al oír pasos que se acercaban. Se criticaba y discutía libre yabiertamenteenlamesa.LaseñoraPontellierdejódesentirseatónita,yllegóalaconclusióndequenuncadejaríadesorprenderse.

V

Sentados allí, aquella tarde de verano, formaban un grupo simpático:madameRatignolleinterrumpíaamenudosucosturaparacontarunahistoriaounincidente,gesticulandoexpresivamenteconsusmanosperfectas.Robertyla señora Pontellier, ociosos, intercambiaban, de vez en cuando, palabras,miradas y sonrisas reveladoras de cierto estado avanzado de intimidad ycamaraderie

RoberthabíavividoalasombradeEdnatodoelmesanterior.Anadieleextrañó.Cuandollegó,muchoshabíanprevistoqueseconsagraríaalservicio

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de la señoraPontellier.Desdeque teníaquinceaños,hacíaahoraonce,cadaveranoenGrandIsle,Robertsehabíaconvertidoenelfielsirvientedealgunahermosadamaodamisela.Unasveces,una jovencita;otras,unaviuda;peromásfrecuentementealgunacasadainteresante.

DurantedosveranosconsecutivosvivióalcalordemademoiselleDuvigné,pero ella murió entre un verano y otro. Después, Robert, fingiéndoseinconsolable,searrojóa lospiesdemadameRatignolle,dispuestoa recogerlasmigajasdesimpatíayconsueloqueellatuvieraabiendignarseconcederle.

A la señora Pontellier le gustaba sentarse y contemplar a su hermosacompañera,comohubierahechoconunaMadonnaintachable.

—¿Podría alguien detectar la crueldad bajo su hermosa apariencia? —murmurabaRobert—.Leconstabaquehubountiempoenquelaadoré;y,sinembargo, me dejó adorarla. Todo era: «Robert, venga; váyase; levántese;siéntese;hagaesto,hagaaquello;miresielniñoduerme;porfavor,midedal,sabeDiosdóndelohabrépuesto.VengaaleermeaDaudetmientrascoso».

—Parexemple!Jamástuvequepedirleaustednada.Estabasiempreamispies,comoungatopesado.

—Querrá usted decir como un gato sumiso. Y en cuanto Ratignolleaparecía en escena, me convertía en un perro. «Passez! Adieu! Allez-vous-en!».

—Tal vez temiera poner celoso a Alphonse—intervino Edna, con tantaingenuidad que hizo reír a todos. ¡Como si la mano derecha pudiera estarcelosadelaizquierda,oelcorazóndelalma!Pero,encuantoadichacuestión,elmarido criollo no se siente celoso jamás; en él, esa pasiónmalsana se hadebilitadoporfaltadeuso.

Mientras tanto, Robert, dirigiéndose a la señora Pontellier, continuabahablando de lo que en un tiempo fue su imposible pasión por madameRatignolle: sus noches de insomnio, los ardores que lo consumían y quehacíanherviralmismísimomarcuandosedabasuchapuzóncotidiano.

Mientras, ladamadelaagujaseguíahaciendo,sobrelamarcha,brevesydespectivoscomentarios:

Blagueur,farceur,grosbête,va!

LaseñoraPontelliernosabíanuncaconexactitudcómoafrontaraqueltonotragicómicoqueRobertjamásadoptabaasolasconella.Nisiquieraenaquelmomentodistinguíaconcertezaquéproporcióndeseriedadydebromahabíaensuspalabras.Eraevidenteque,amenudo,RoberthabíahabladodeamoramadameRatignolle, sinpensarenningúnmomentoqueellapudiera tomarleen serio.La señoraPontellier sealegrabadequenoestuviese representando

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conellaelmismopapel.Habríasidoinaceptableymolesto.

La señora Pontellier había traído sus pinceles, que mojaba de vez encuandodemodomuypocoprofesional.Legustabamojarlos.Sentíaenellountipodesatisfacciónqueningunaotraactividadleproporcionaba.

Durante mucho tiempo había querido hacer un retrato de madameRatignolle.Jamáslehabíaparecidoaquellamujeruntematantentadorcomoen aquel momento, sentada allí como una sensual Madonna, mientras elresplandordelocasoenriquecíasuespléndidocolor.

Robert pasó por encimay se sentó en el escalón inferior al de la señoraPontellier;deesemodopodíacontemplarsutrabajo.Ellasosteníalospincelesconciertafacilidadydesenvoltura,queproveníanmásdeunaaptitudnaturalquedeunconocimientoprofundoyprolongado.Robertseguíasutrabajoconrigurosaatención,lanzandoenfrancésexclamacionesadmirativasquedirigíaamadameRatignolle.

—Maiscen’estpasmal!

Elles’yconnaît,elleadelaforce,oui.

En una ocasión, mientras atendía absorto, recostó suavemente la cabezacontraelbrazodelaseñoraPontellieryconidénticasuavidadellalorechazó.Unavezmás repitió el ataque.Edna sólopodía pensar que se tratabadeundescuido por parte de él, pero aun así no era motivo para tolerárselo. Noprotestó,perovolvióarechazarlo,consuavidad,peroconfirmeza.Robertnosedisculpó.

ElcuadroterminadonoguardabasemejanzaconmadameRatignolle,quesemostródesilusionadapor el escasoparecido.Sin embargo, eraun trabajohermosoyválidodesdemuchospuntosdevista.

Evidentemente, la señora Pontellier no lo creía así, y después deinspeccionarelbocetoconmiradacrítica,locruzóconunampliobrochazodepinturayloarrugóentresusmanos.

Lospequeñosllegarondandosaltos,seguidosporlamulataaladistanciarespetuosa que ellos le obligaban a guardar. La señora Pontellier les hizoentrarencasasuspinturasyútilesdedibujo,ytratódedetenerlosparacharlarun poco y hacerles unas carantoñas, pero ellos iban a lo suyo. Sólo habíanvenido a investigar el contenido de la caja de bombones. Aceptaron sinprotestar el que su madre les eligió, alargando cada uno un par de manosregordetas y ahuecadas, con la vana esperanza de que fuesen colmadas.Despuéssefueron.

El sol se ibahundiendoporeloestemientrasunabrisa suavey lánguidavenía del sur, cargada del seductor aroma delmar. Los niños, vestidos con

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ropasfrescas,seibanjuntandoparajugarbajolosrobles,gritandoychillando.

MadameRatignollerecogiósulabor,colocóeldedal, lastijerasyelhilo,todojunto,enlabolsadecosturaylosujetóconunalfiler.Sequejódeestarapuntodedesvanecerse,ylaseñoraPontelliercorrióabuscaraguadecoloniayunabanico.EmpapólacarademadameRatignollemientrasRobertagitabaelabanicoconinnecesariovigor.

El desmayo pasó rápidamente, y la señora Pontellier no pudo dejar depreguntarse si no sería imaginario, porque el color rosado no habíadesaparecidoniunmomentodelrostrodesuamiga.

Permanecióenpiemirandoa lahermosamujercómobajabapor la largahileradeporchesconlagraciaymajestadqueavecesseatribuyealasreinas.Suspequeñoscorrieronasuencuentro.Dosdeellosseagarraronasusfaldas;ellacogióal tercerodemanosde laniñeray,conmilcaricias, losostuvoensuscálidosyacogedoresbrazos,aunque,comotodoelmundosabía,elmédicolehabíaprohibidolevantarniunalfiler.

—¿Va usted a bañarse? —preguntó Robert a la señora Pontellier, máscomorecordatorioquecomopregunta.

—Oh,no—contestóella,indecisa—.Estoycansada;creoqueno.

LamiradadeEdnasepaseódesdeelrostrodeRoberthastaelgolfo,cuyomurmullolellegabacomounasúplicaamorosaeimperativa.

—Oh,¡venga!—insistióél—.Nodebeperderseelbaño.Vamos,elaguadebedeestardeliciosa;nolesentarámal.Vamos.

Robertalcanzóelenormey toscosombrerodepajaqueEdnacolgabadeunganchoenlaparteexteriordelapuertay,despuésdecolocárseloaellaenlacabeza,descendieronporlaescalinataysealejaronjuntoshacialaplaya.Elsolseibahundiendoporeloesteylabrisasoplabasuaveycálida.

VI

EdnaPontelliernohabríapodidodecirporqué,sideseabairalaplayaconRobert,habíaempezadopornegarse,paraenseguidaobedecersumisaunodelosdosimpulsoscontradictoriosquelaempujaban.

Cierta luz empezaba a despuntar lentamente en su interior, la luz quemuestraelcaminoy,alavez,loprohíbe.

Enaquelmomento ladesconcertaba.La llevabaasoñar,ameditarya laborrosaangustiaquelehabíainvadidolanocheanteriorcuandoseabandonóa

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laslágrimas.

Enresumen,laseñoraPontellierestabaempezandoaserconscientedesuposicióncomoserhumanoeneluniversoy,comoindividuo,areconocersusrelacionesconelmundoquelarodeabayconsupropiomundointerior.Estopodíaparecerlapesadacargadelasabiduríaquedescendierasobreelespíritudeuna jovendeveintiochoaños; talvezmás sabiduríade laqueelEspírituSantoestádispuestoaconcederalasmujeres.

Pero todos los principios, especialmente el de un mundo, sonnecesariamente vagos, confusos, caóticos y sumamente turbadores. ¡Quépocos llegamos a superar ese comienzo! ¡Cuántos espíritus perecen en eltumulto!

Lavozdelmaresseductora,incesantesusurra,clamaymurmuraeinvitaal espíritu a vagar como hechizado por abismos de soledad, a perderse enlaberintosdeensimismamiento.

Lavozdelmarhablaalespíritu.Elcontactodelmaressensualyenvuelveelcuerpoensuaveyestrechoabrazo.

VII

Hastaentonces,hacerconfidenciashabíasidounrasgoajenoalcarácterdela señora Pontellier. Incluso de niña, su vida infantil había sido reservada ymuyprontoaprendióinstintivamenteladualidadvitalentrelavidaexternaqueasienteylainternaquecuestiona.

AquelveranoenGrand Isle, empezóadeshacer ligeramenteelmantodereserva que siempre la había cubierto. Debieron de existir, seguro queexistieron, sutiles y evidentes influencias que, de mil modos diversos, laindujeronacomportarsedelmodoenquelohizo;perolainfluenciamásobviafueladeAdèleRatignolle.Elenormeencantofísicodeaquellamujercriollafue lo primero que la atrajo, porqueEdna era enormemente susceptible a labelleza. Después, el candor que impregnaba la vida de aquella mujer, quecualquierapodíapercibiryque,porotraparte,contrastaballamativamenteconla habitual reserva de Edna. Esto debió de ser lo que estableció el vínculo.¿Quién puede decir qué metal emplean los dioses para forjar los delicadoseslabonesquellamamossimpatíayquetambiénpodríamosllamaramor?

Las dosmujeres salieron juntas unamañana hacia la playa, cogidas delbrazo, bajo la enorme sombrilla blanca. Edna había convencido a madameRatignolleparaquenollevaraalosniños;peronopudoinducirlaasoltarunadiminutalabordebordadoqueAdèle,despuésdemuchoinsistir,introdujoen

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elfondodesubolso.DemanerainexplicablehabíanescapadodeRobert.

Elpaseohastalaplayanoeracortosisetieneencuentaellargosenderode arena, que, flanqueado por una vegetación enmarañada, esporádicamentehacía inesperadas y frecuentes incursiones en el camino. Acres enteros demanzanillaseextendíanacadaladoy,másalolejos,numerosashuertasconpequeñasplantaciones intercaladasdenaranjosy limoneros.Elverdeoscurodelosárbolesbrillabaalsoldesdelejos.

Aunque ambasmujeres eran de buena estatura,madameRatignolle teníamásaspectodematronayunafiguramásfemenina.ElencantofísicodeEdnaPontellier seducía sinqueuno sediera cuenta.Las líneasde su cuerpo eranalargadas, limpias y simétricas; un cuerpo que de vez en cuando adoptabaposturasmagníficas,ynadateníaqueverconlaaposturaestereotipadadeunfigurín. Un observador casual y poco selectivo no se habría vuelto al verlapasar. Pero, de haber poseído más sensibilidad y mejor criterio, habríareconocidolanoblebellezadesushechurasysugraciosaseveridad,basadasenelequilibrioyenelmovimiento,quehacíanaEdnadiferentedelmontón.

Aquellamañanalucíaunfrescovestidodemuselinablancaconunabandazigzagueantedecolor,que ibadearribaabajo;uncuellode linoblancoyelsombrerodepaja,quecolgabaenlaparteexteriordelapuerta.Llevabapuestoelsombrerodecualquiermanera,sobreelpelodorado,ligeramenteondulado,abundanteymuypegadoalacabeza.

Madame Ratignolle, más cuidadosa con su cutis, se había envuelto lacabezaconunvelodegasa.Llevabaguantesdecabritillayguanteletesqueleprotegían las muñecas. Iba vestida completamente de blanco, con sedososvolantesquelesentabanmuybien.Losdrapeadosyprendasvaporosasqueseponía armonizaban con su espléndida y lujosa belleza, como no lo habríahechounaropadelíneamássevera.

A lo largo de la playa había unas cuantas casetas de baño, toscas, perosólidamente construidas con pequeños porches protectores en la parte quedabaalagua.Cadacasetaconstabadedoscompartimentos,ycadaunadelasfamiliasquesealojabaenlasdependenciasdelosLebrunteníauno,equipadocon todo lo necesario para el baño y cualquier otra comodidad que lospropietarios pudieran desear.Ninguna de las dosmujeres tenía intención debañarse:habíanbajadohastalaplayapordarunpaseoyestarsolascercadelagua. Los compartimentos de los Pontellier y los Ratignolle estaban juntos,bajoelmismotecho.

Como de costumbre, la señora Pontellier había cogido la llave.Abrió lapuertade sucuartitodebaño, entróy salió rápidamenteconunaestera,queextendiósobreelsuelodelporche,ydosenormescojinesdelona,quecolocócontralafachadadelaconstrucción.

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Sesentaronallí,alasombradelporche,hombroconhombro,reclinadasenlos almohadones y con las piernas estiradas.MadameRatignolle se quitó elvelo, seenjugó lacaraconunpañuelo finísimoysedioaireconelabanicoque siempre llevaba colgado de algún sitio con una cinta larga y estrecha.Ednasequitóelcuelloysedesabrochóelvestidoa laalturade lagarganta.CogióelabanicoamadameRatignolleyempezóaabanicarasucompañerayasímisma.Hacíamuchocalor,yduranteunratoselimitaronaintercambiarcomentariossobrelatemperatura,elsolylaclaridad.Sinembargo,soplabalabrisa, un viento fuerte y racheado que batía el agua hasta convertirla enespuma y que agitaba las faldas de las dos mujeres, atareándolas por unmomento en ajustárselas y componérselas, protegiéndose y asegurandohorquillas y alfileres de sombrero. Un poco más allá, algunas personasjugabanenelagua.Aaquellahora,apenashabíaruidodegenteenlaplaya.Lamujerdenegroleíasusoracionesmatutinasenelporchedeunacasetadebañovecina.Dos jóvenesenamorados intercambiabanconfidenciasamorosasbajoeltoldodelosniños,quehabíanencontradovacío.

EdnaPontellier, despuésde echarunaojeadaa su alrededor,descansó lamiradaenelmar.Eldíaeraclaroysealcanzabaadivisar la líneadelcielo;unas cuantas nubes blancas aparecían suspendidas ociosamente en elhorizonte.SeveíaunavelalatinaendirecciónaCatIslandyotras,másalsur,aparentementeinmóvilesenladistancia.

—¿En qué piensa o en quién?—preguntó Adèle a su compañera, cuyorostrohabíaestadomirandocondivertidaatención,cautivadaporlaexpresiónabsorta que parecía haber apresado y fijado sus facciones en un reposo deestatua.

—En nada —contestó la señora Pontellier, sobresaltándose;inmediatamenteañadió—:¡Quéestúpida!Meparecequeesjustolarespuestaquesedainstintivamenteaesapregunta.Veamos—continuó,echandohaciaatrás la cabeza y afinando sus hermosos ojos hasta que brillaron como dosintensos puntos de luz—. Veamos; realmente no era consciente de estarpensandoennadaconcreto,perotalvezpuedarehacermispensamientos.

—¡Oh, no se preocupe!—rio madame Ratignolle—. No quiero ser tanexigente;porestavezlaperdono.Laverdadesquehacedemasiadocalorparapensar;sobretodo,parapensarenquésepiensa.

—Sólolohagopordivertirme—insistióEdna—.Alprincipiofuelavisióndelaguaextendiéndosealolejos;aquellasvelas,aparentementequietascontraelcieloazul,integrabanuncuadrotandeliciosoquemiúnicodeseoeraeldequedarmesentadacontemplándolo.Después,elvientocálido,algolpearmeenlacara,metrajoalamemoria,sinquepuedaestablecerningunarelación,undíadeveranoenKentuckyenelqueunaniñacaminabaentrelahierba,más

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alta que su cintura, por un prado tan grande a sus ojos como el océano.Alandar,laniñaextiendelosbrazoscomosinadase,golpeandolahierbacrecida,moviéndolosconelmismovigorquesiestuvieraenelagua.¡Ah,ahoraveolarelación!

—¿AdóndeibaaqueldíaenKentuckycaminandoentrelahierba?

—Nolorecuerdo.Sóloséquecruzabaendiagonaluncampoenorme.Elgorro de sol me ocultaba el paisaje. Lo único que veía ante mí era unaextensión verde, y me sentía como si estuviese condenada a caminar parasiempre sin llegar nunca al final.No recuerdo si aquellome asustaba omeagradaba,aunquesupongoquemedivertiría…

—Probablementeeradomingo—prosiguió,riéndose—,yyoibahuyendodelosrezosdelserviciopresbiterianoquemipadreleíademaneratanlúgubrequeaúnhoysemeponelacarnedegallinaalrecordarlo.

—¿Y ha estado huyendo de los rezos desde entonces, ma chère? —preguntómadameRatignolledivertida.

—No, no—se apresuró a decirEdna—.Entonces sólo era una chiquillaalocada,queseguíasinvacilarun impulsoequivocado.Alcontrario,duranteun período de mi vida, la religión desempeñó para mí un papel muyimportante; desde los doce años y hasta… hasta, bueno, pues supongo quehastaahoramismo,aunquenuncahepensadomuchoenello:mehelimitadoadejarmellevarporlarutina.Pero¿sabeunacosa?—seinterrumpió,volviendosu rápida mirada hacia madame Ratignolle e inclinándose un poco paraacercarelrostroaldesucompañera—.Avecestengolasensacióndequeesteverano es como si estuviera de nuevo atravesando aquel prado verde,indolente,aladeriva,sinreflexiónniguía.

MadameRatignolledepositósumanosobreladelaseñoraPontellier,queestaba al lado de la suya. Viendo que no la rechazaba, la apretó firme ycálidamente e incluso, con la otra mano, le dio unos golpecitos cariñososmientrasconvozapenasaudiblemurmuraba:«Pauvrechérie».

Alprincipio,elgestodesconcertóaEdna,peroprontoseentregódebuengradoaladulcecariciadelacriolla;noestabaacostumbradaamanifestarelafectoconademanesopalabras,nitampocoaqueotrosloexpresaran.Ellaysu hermana menor, Janet, habían tenido la desafortunada costumbre depelearseconstantemente.Suhermanamayor,Margaret,eraunamatronadigna,tal vez porque, a la muerte de su madre, siendo aún muy jóvenes, habíaasumido demasiado pronto responsabilidades maternales y de ama de casa.Margaretnosolíaexpresarsucariño,sinoquelodabaporsentado.Ednahabíatenido alguna que otra amiga, pero bien por casualidad, o biendeliberadamente, todas eran delmismo estilo: reservadas.Nunca había sido

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conscientedeque la reservadesupropiocarácter tenía suorigenparcial,o,quizá,total,enestehecho.Suamigamásíntimadelcolegio,deexcepcionalesdotes intelectuales, escribía hermosas redacciones, que ella admiraba y seesforzabaen imitar: lasdosniñassosteníanconversacionesyseapasionabanconlosclásicosingleseseinclusodiscutíandepolíticayreligión.

Edna solía sorprenderse al observar una tendencia suya que, a veces, lehabíadesasosegadointeriormenteyque,porsuparte,nuncahabíamanifestadoni hecho evidente.Cuando era niña, tal vez cuando atravesaba el océanodehierbaondulante,recordabahaberseenamoradoapasionadamentedeundignooficialdecaballeríademiradatriste,quevisitabaasupadreenKentucky.Nopodíadejardeestarpresentecuandoélestabaallíniapartar lamiradadesurostro,parecidoaldeNapoleón,conunmechóndepelonegrocayéndolesobrela frente. Pero el oficial de caballería desapareció de su vidaimperceptiblemente.

Enotromomento, susafectosestuvieron reservadosaun jovencaballeroquefrecuentabaaunadamadelaplantaciónvecina.EstofuedespuésdequesetrasladaranaviviraMisisipi.Eljovenestabaprometidoenmatrimonioalahijadelacasay,aveces,llamabanaMargaretparaquelesacompañaraadarun paseo en calesa. Edna era casi una adolescente, y comprobar que nosignificaba nada, absolutamente nada, para el joven novio le causaba unamargodolor.Perotambiénélsiguióelcaminodelossueños.

Erayaunamujercuando le llegó loque imaginaba laculminacióndesudestino. Sucedió cuando el rostro y el cuerpo de un gran actor de tragediaempezaronarondarsuimaginaciónyadespertarsussentidos.Lapersistenciade la obsesión amorosa le proporcionaba un toque de autenticidad y laimposibilidaddeconseguirlaledabaeltonosublimedeunagranpasión.

Teníalafotografíadeélenmarcadasobrelamesaporquecualquierapuedeposeer la foto de un actor sin despertar sospechas ni comentarios.(Pensamiento engañoso que ella alimentaba). En presencia de los demás,expresaba su admiración por las magníficas aptitudes del actor, mientrasenseñabalafotografíayseexplayabasobrelafidelidaddelparecido.Cuandoestabasola,solíacogerlaybesabaapasionadamenteelfríocristal.

SumatrimonioconLéoncePontellierfuesimplementeunaccidentecomomuchosotrosmatrimoniosquepretendenhabersidodispuestosporeldestino.Loconociómientrasvivíasugranpasiónsecreta.Élseenamorócomosuelenhacerloloshombres,einsistíaencortejarlacontalseriedadyardorquenosepodía pedir más. A Edna le gustaba, le halagaba su rendida devoción, eimaginóqueexistíaentreellosunacomplicidaddepensamientosygustos,locualresultóunafalsasuposición.Siaestoseañadelaviolentaoposicióndesupadre y de su hermana Margaret a que se casara con un católico, no es

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necesario ahondarmás en losmotivos que la llevaron a aceptar amonsieurPontelliercomomarido.

Elcolmodelafelicidad,esdecir,casarseconelactor,noerasudestinoenesta vida. Le pareció que debía entrar en elmundo de las cosas reales conciertadignidad,comolaesposadevotadeunhombrequelaadoraba,ycerrarparasiempretrasellalaspuertasqueconducenalreinodelaaventuraydelossueños.

Pero poco después de que el actor fuera a unirse con el oficial decaballería, el joven novio y unos cuantosmás, Edna se vio enfrentada a larealidad. Empezó a tomarle cariño a su marido, advirtiendo, con unainexpresablesatisfacción,queenelafectoquesentíaporélnohabíarastrodepasión ni de excesivo y falso ardor y que, por tanto, su sentimiento noamenazabadisolución.

Quería a sus hijos de modo desigual e impulsivo. A veces, los habríaapretado apasionadamente contra su corazón; en otrosmomentos, los habríaolvidado.Elañoanteriorhabíanpasadopartedelveranoen Ibervillecon suabuelaPontellier.Sintiéndoseseguraensu felicidadybienestar,no losechódemenos, excepto en algúnmomento de intensa añoranza. Su ausencia fueuna especie de alivio, aunque ella no lo admitiese ni siquiera interiormente.Parecióliberarladeunaresponsabilidadciegamenteasumidayparalaqueeldestinonolahabíadotado.

Aquel día de verano, sentadas frente al mar, Edna no reveló a madameRatignolletodoesto,perodejótraslucirgranparte.ConlacabezareclinadaenelhombrodemadameRatignolleyel rostroruborizado,sesentía intoxicadaporelsonidodesupropiavozyeldesacostumbradosabordelasinceridad.Laembriagabacomoelvinoocomolaprimerabocanadadelibertad.

Oyeron voces que se aproximaban. EraRobert, rodeado de un tropel deniños,quelasbuscaba.LosdospequeñosPontellieribanconél,yllevabaenbrazosalaniñapequeñademadameRatignolle.Habíatambiénotrosniñosydosniñerasconaspectodesabridoyresignado.

Lasmujeresselevantaronenseguidaycomenzaronasacudirselasropasya desentumecer los músculos. La señora Pontellier arrojó los cojines y laestera dentro de la caseta de baño. Los niños escaparon hacia el toldo y seplantaron allí delante, contemplando a los intrusos enamorados que aúnseguían intercambiando promesas y suspiros. Los enamorados se levantaronensilencioportodaprotestaysefueronandandolentamentehaciaotrolugar.

Los niños tomaron posesión de su tienda, y la señora Pontellier losacompañó.

Madame Ratignolle rogó a Robert que la llevara a casa; se quejaba de

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calambres en los brazos y rigidez en las articulaciones.Al andar, se inclinóperezosamentesobreelbrazodeRobert.

VIII

—Hágame un favor, Robert —dijo la hermosa mujer tan pronto comoiniciaron su lento camino de vuelta a casa. Levantó su rostro hacia él,recostándoseensubrazobajoelcobijocircularde lasombrillaqueélhabíadesplegado.

—Considérelo hecho; tantos como desee —le contestó él, bajando lamiradahastalosojosdeAdèle,llenosdesolicitudydeunapizcadecálculo.

—Sólolepidouno:quedejeenpazalaseñoraPontellier.

—Tiens! —exclamó con una repentina y jovial carcajada—. Voilà quemadameRatignolleestjalouse!

¡Nodigatonterías!Estoyhablandoenserio;noselodigoporlasbuenas,lohepensado.DejeenpazalaseñoraPontellier.

—¿Porqué?—preguntóRobert,poniéndoseserioaloír lapeticióndesuacompañante.

—Ella no es de los nuestros; no es como nosotros. Podría cometer eldesafortunadodisparatedetomarleenserio.

La cara de Robert enrojeció de rabia. Quitándose el ligero sombrero,empezó a golpearlo con impaciencia contra su pierna mientras seguíacaminando.

—¿Porquénohabríadetomarmeenserio?—preguntóentonocortante—.¿Soyacasouncomediante,unpayasoounmuñecodeferia?¿Porquénoibaahacerlo?¡Ustedesloscriollosmesacandequicio!¿Oesquesiempremehande considerar como un divertido número circense? Espero que al menos laseñora Pontellier me tome en serio; espero que sea lo suficientementeperspicazparadescubrirenmíalgomásquealblagueur.Sipensaraquepuedeexistiralgunaduda…

—¡Oh,Robert,yaessuficiente!—exclamó,interrumpiendoelenardecidoarranque deRobert—.No piensa lo que dice.Habla con tan poca reflexióncomocabríaesperardeunodelosniñosquejueganahíabajoenlaarena.Sirealmente sus atenciones con cualquier mujer casada de aquí tuvieran laintencióndeserconvincentes,noseríaelcaballeroquetodossabemosqueesniseríadignoderelacionarseconlasesposasehijasdelagentequeconfíaen

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usted.

MadameRatignollehablabadeacuerdoconloqueellapensabaqueeralaleydeDiosydeloshombres.Eljovenseencogiódehombrosimpaciente.

—¡Bueno, bueno!Tampoco es eso—dijo, colocándose enérgicamente elsombrero—. Como puede suponer, no son cosas muy halagüeñas paradecírselasaunhombre.

—Pero¿esque todanuestra relaciónvaaconsistir enun intercambiodecumplidos?Mafoi!

—No es muy agradable que una mujer te diga… —continuó con airedistraído, pero interrumpiéndose de repente—. Aunque, si yo fuera comoArobin…¿Se acuerda deAlcéeArobin y aquella historia con la esposa delcónsuldeBiloxi?

YlecontólahistoriadeAlcéeArobinylamujerdelcónsulyotrasobreuntenordelaóperafrancesa,querecibiócartasquenodebieronescribirsejamás;yotrashistorias,seriasydivertidas,hastaquelaseñoraPontellierysuposiblepropensión a tomar en serio a los jovencitos quedaron aparentementeolvidadas.

Cuando llegaron a su cottage,madame Ratignolle entró para tomarse lahoradereposoqueconsiderabasaludable.Antesdemarcharse,Robertlepidióperdónporlaimpaciencia—másbiendescortesía—conlaquehabíarecibidolabienintencionadaadvertencia.

—Se equivocó en un detalle,Adèle—dijo, con una ligera sonrisa—; noexistenilamásremotaposibilidaddequelaseñoraPontelliermetomejamásen serio. Debería haberme advertido de que no me tomara a mí mismodemasiadoenserio.Enesecaso,suconsejohabríatenidociertopesoparamíy me habría proporcionado tema de reflexión. Au revoir. En fin, parececansada—añadió,solícito—.¿Leapeteceunatazadeconsomé?¿Lepreparounponche?Permítamecombinárseloconunasgotitasdeangostura.

Ella accedió a la sugerencia del consomé, que le parecía reconfortante yapetecible.Robertsedirigióalacocina,unedificioseparadodeloscottagesysituadoenlapartetraseradelacasa.ÉlmismoletrajoeldoradoconsoméenunadelicadatazadeSèvresconunoodoshojaldresenelplato.

AdèleasomósublancobrazodesnudoporlacortinaqueprotegíalapuertaabiertaycogiólatazademanosdeRobert.Ledijoqueeraunbongarçon,yrealmentelopensaba.Éllediolasgraciasyemprendióelcaminoderegresohacia«lacasa».

Enaquelmomentolosenamoradosentrabanenlosterrenosdelapensión.Seapoyabanelunoenelotrocomolosroblesseinclinanconelairedelmar.

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Nopisabanelsuelo;caminabancomoentrenubes,abstraídosdetalmodoqueleshabríadadolomismoandarcabezaabajo.

Lamujerdenegro,deslizándoseentreellos,parecíaunapizcamáspálidaymáscansadaquedecostumbre.NohabíaseñalesdelaseñoraPontelliernidelosniños.Robertescudriñó ladistancia,esperandoverlosaparecer.Sindudasequedaríanfuerahastalahoradecenar.Eljovensubióalahabitacióndesumadre, situada en la parte más alta de la casa; tenía extraños ángulos, uncurioso techo inclinadoydosampliasventanasabuhardilladas,quedabanalgolfoydesdelasquesepodíavertanlejoscomolavistaalcanza.Losmueblesdelahabitacióneranligeros,funcionalesyprácticos.

Madame Lebrun estaba muy ocupada con la máquina de coser; unamuchachitanegra,sentadaenelsuelo,golpeabalospedalesdelamáquinaconlasmanos.Lasmujerescriollasnoarriesganlasaludsipuedenevitarlo.

Robert entró y se sentó en el amplio alféizar de una de las ventanasabuhardilladas. Sacó un libro del bolsillo y se puso a leer enérgicamente ajuzgarporlaprecisiónylafrecuenciaconquepasabalaspáginas.Lamáquinadecoser,unmodelovoluminosoyantiguo,producíaunsonorotraqueteoenlahabitación.En los intervalos,Robert y sumadre intercambiaban fragmentosinconexosdeconversación.

—¿DóndeestálaseñoraPontellier?

—Enlaplaya,conlosniños.

—Le prometí prestarle el Goncourt. No te olvides de bajarlo cuando tevayas; está ahí, en el estante, encima de la mesita. Chacachacachá,chacachacachá,¡zas!,durantecincouochominutos.

—¿DóndevaVictorconelrockaway?

—¿Elrockaway?¿Victor?

—Sí,ahí,enfrente.Parecequeseestápreparandoparasalir.

—Llámale.

Chacachacachá,chacachá.

Robert lanzó un silbido penetrante, tan agudo que habría podido oírsedesdeelmuelle.

—Nomiraráhaciaarriba.

MadameLebruncorrióalaventanayllamóaVictor.Agitóunpañueloyvolvió a llamar. ¡Victor! El joven, que estaba abajo, entró en el vehículo ypusoelcaballoalgalope.

MadameLebrun, sonrojada de rabia, regresó a lamáquina.Victor era el

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hijomenor,un têtemontéeconuncarácterque invitabaa laviolenciayunavoluntaddehierro.

—Cualquier día le voy adar unapaliza a ver si le entra el poco sentidocomúnquelecabeenlacabeza.

—¡Situpadreviviera!

Chacachacachá,chacachacachá,¡zas!MadameLebrunteníalaideafijadeque la conducta del universo, en todos sus detalles, habría sidoostensiblementemásinteligenteyelevadasimonsieurLebrunnohubierasidotransportadoaotrasesferasenlosprimerosañosdesumatrimonio.

—¿QuésabesdeMontel?

Montelerauncaballerodemedianaedad,cuyavanaambiciónydeseoenlos últimos veinte años había sido llenar el vacío que la desaparición demonsieurLebrundejóenelhogardelosLebrun.

—¡Chacachacachá,chacachacachá,zas,chacachacachá!

—Tengounacartasuyaporahí—dijo,mientrasmirabaenelcajóndelamáquinaylaencontrabaenelfondodelcosturero—.Dicequetecomuniqueque estará en Veracruz a principios del mes próximo. —Chacachacachá,chacachaca—chá,chacachá,¡zas!

—¿Porquénomelodijisteantes,madre?Túyasabesqueyoquería…

Chacachacachá,chacachá.

—¿Adóndevas?

—DóndedijistequeestabaelGoncourt?

IX

Todas las luces del vestíbulo estaban encendidas; la mecha de cadalámpara ardía al máximo, pero sin llegar al punto de ahumar el tubo niamenazarexplosión.Laslámparasestabancolocadasaintervalosenlaparedpor toda la habitación.Habían puesto, entre una y otra, ramas de naranjo ylimonero,queformabangraciosasyelegantesguirnaldas.Elverdeoscurodelas ramas destacaba y brillaba contra las cortinas de muselina blanca quecubríanlasventanas,abombándose,flotandoyagitándosesegúnelcaprichosodeseodelafuertebrisaquesoplabadelgolfo.

Era sábado por la noche, algunas semanas después de la conversacióníntima entre Robert y madame Ratignolle cuando regresaban de la playa.

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Habíaunacantidadpocohabitualdemaridos,padresyamigosquehabíanidoapasareldomingo,ysusfamiliaslesagasajabancumplidamente,conlaayudamaterialdemadameLebrun.Lasmesasdelcomedorsehabíancolocadoenunextremodelvestíbuloylassillasordenadasenfilasyporgrupos.Cadaunadelas familias había aportado su opinión e intercambiado chismorreosdomésticosaprimerashorasdelatarde.Ahorahabíaunaaparentedisposiciónalacalma,aampliarelcírculodeconfidenciasydaralaconversaciónuntonomásgeneral.

Amuchosdelosniñosleshabíanpermitidoquedarselevantadoshastamástarde de su hora habitual de acostarse.Algunos, tumbados boca abajo en elsuelo,mirabanlaspáginasencolordelaspublicacionesinfantilesqueelseñorPontellier había traído de la ciudad. Los pequeños Pontellier se las habíanprestadoydejabansentirsuautoridad.

La fiesta consistía en o, más bien, ofrecía música, baile y uno o dosrecitados.Peronohabíaordenestablecidoenelprogramaniatisbodearreglopreviooensayo.

Aprimerashorasdelatarde,convencieronalasgemelasFarivalparaquetocasenelpiano.Teníancatorceañosysiempreibanvestidasdeazulyblanco,loscoloresde laSantísimaVirgen,a laquehabíansidoencomendadasen lapila bautismal. Tocaron un dúo de Zampa y, aceptando el amablerequerimiento de los presentes, continuaron con la obertura de Poeta yaldeano.

—Allez-vous-en!Sapristi!—chillóellorodesdeelotroladodelapuerta.Eraelúnicoserdelospresentesconsuficientesinceridadparaadmitirquenoeralaprimeravez,aquelverano,queescuchabalagraciosainterpretación.ElviejoFarival,abuelodelasgemelas,se indignópor la interrupcióne insistióenquehabíaquetrasladaralpájaroyconfinarloalastinieblas.VictorLebrunseopuso,ysusdecisioneserantaninamoviblescomoelmismísimoDestino.

Afortunadamente,elloronovolvióainterrumpirladiversión,unavezquetodoelvenenodesunaturaleza,alpareceralimentadoporlasgemelas,habíasidolanzadocontraellasenunimpetuosoexabrupto.

Mástarde,dosjóveneshermanos,unachicayunmuchacho,ofrecieronunrecitadoqueaquelinviernolospresenteshabíanescuchadovariasvecesenlaciudadendistintosactosrecreativos.

Una pequeña bailó después en el centro de la sala. La madre laacompañabaalpianosindejardemirarla,embelesadayconnerviosorecelo.Laverdadesquenoteníaquétemer,yaquelapequeñadominabalasituación.Ibavestidacomocorrespondíaalevento,contulnegroymallasdesedanegra.Llevaba al descubierto el pequeño cuello y los brazos; y el pelo,

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artificialmenteondulado, se le sujetabaen la cabezacomounnegroplumónesponjoso.Susposturaseranencantadoras,yloszapatitosdepunteranegrasemovíanhacialosladosyhaciaarribacontalrapidezypremuraqueledejabanaunoperplejo.

Nohabíarazónalgunaparaquelosdemásnobailasen.MadameRatignollenopodíahacerlo,demodoqueseofreciódebuengradoatocarparaelresto.Interpretaba muy bien, manteniendo un excelente tempo de vals eimprimiendo a la melodía una elocuencia realmente inspirada. Según dijo,seguía practicando el piano por los niños, pues tanto ella como su maridoconsiderabanqueeraunmediodealegrarlacasayhacerlaatractiva.

Casitodosbailaban,exceptolasgemelas,alasquenosepudoconvencerdequeseseparasenduranteelbreveespaciodetiempoquedurabaunapieza.Podíanhaberbailadojuntas,peronoselesocurrió.

Enviaron a los niños a la cama. Algunos obedecieron, otros gritaban yprotestabanmientraslosarrastrabanfuera.Leshabíandejadolevantadoshastadespués del helado, que, naturalmente, marcaba el límite de la indulgenciahumana.

Habíanservidoelheladoconpastel,bañadodecremadoradayplateada,dispuestoencortesalternativossobrelasfuentes.Dosmujeresnegras,bajolasupervisióndeVictor,lohabíanpreparadoycongeladoporlatardeenlapartetrasera de la cocina. Tuvo un éxito enorme, excelente si hubiera tenido unpoquitomenosdevainillaounapizcamásdeazúcar,sisehubieracongeladoun poco más y no hubieran puesto sal en algunas porciones. Victor estabaorgullosodesuobra,eibadeunladoaotrorecomendándolainsistentementeeincitandoatodosacomer.

Después de bailar dos veces con su marido, una con Robert y otra conmonsieurRatignolle,queeraaltoydelgado,ysecimbreabaalmoverseigualqueunacañaalviento,laseñoraPontelliersalióalagaleríaysesentóenelalféizardeunaventanabajaquedabaalgolfo,ydesde laquesecontrolabatodo lo que sucedía en el salón, que irradiaba un suave resplandor. La lunaasomaba y su misterioso centelleo proyectabamiles de luces sobre el agualejanaeinquieta.

—¿LegustaríaoírtocaramademoiselleReisz?—lepreguntóRobert,quehabíasalidoalporche.

PorsupuestoqueaEdnalegustaríaoír tocaramademoiselleReisz,perotemíaqueseríainútilrogárselo.

—Se lo pediré —dijo él—. Le diré que quiere usted oírla. Le tienesimpatía,yvendrá.

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Dio media vuelta y salió a toda prisa hacia uno de los cottages másalejados,enelquemademoisellesemovíadeunladoaotro.Sacabaunasilladesuhabitaciónparavolverlaametermientrassequejaba,devezencuando,del llanto de un niño al que su nodriza, en el cottage contiguo, trataba dedormir.Eraunamujerpequeñaydesagradable,quesehabíapeleadoconcasitodos por su temperamento agresivo y cierta predisposición a pisotear losderechos ajenos. No obstante, Robert logró convencerla sin muchasdificultades.

MademoiselleReiszaparecióconRobertenelsalónduranteunintermediodelbaile.Alentrarhizouna torpereverencia.Eraunamujersencilla,con lacara y el cuerpo marchitos y los ojos resplandecientes. No tenía gustovistiendo, y llevaba sujeto a un lado del pelo un atadillo de antiguo encajenegroconvioletasartificiales.

—Pregunte a la señora Pontellier qué le gustaría oírme tocar —dijo aRobert. Se sentó completamente rígida ante el piano, sin tocar el teclado,mientrasRoberttransmitíaelmensajeaEdna,queseguíaenlaventana.

Unaatmósferadesorpresageneralydeauténticasatisfaccióninvadióalospresentes al ver entrar a la pianista. Todos se sentaron y quedaron a laexpectativa.Ednasesentíaunpocoviolentaporladeferenciaquelaimperiosamujercita había tenido con ella. No se atrevió a escoger, y rogó amademoiselleReiszquehicieraellamismalaselección.

Edna era, como ella decía, una entusiasta de lamúsica. Lamúsica bieninterpretada tenía el poder de evocar cuadros en su imaginación.Aveces legustaba sentarse en el salón, por las mañanas, cuando madame Ratignolletocabaopracticaba.EdnahabíadadoeltítulodeSolitudeaunadelaspiezasqueladamatocaba.Eraunamelodíamenor,cortaymelancólica,yteníaotronombre, pero ella la llamaba Solitude. Al oírla, imaginaba la figura de unhombrejuntoaunarocadesolada,enlacosta.Estabadesnudoycontemplaba,con actitud resignada y sin esperanza, un pájaro que en la distancia volabaalejándosedeél.

Otra de las piezas le recordaba una joven delicada, vestida con trajeimperio,quebajabaconmenudospasosdebaileuna largaavenidabordeadadealtossetos.Otralehacíapensarenniñosquejugaban,y,finalmente,habíaunaquenolerecordabanadaterrenal,anoserunadamaqueacariciaraaungatoconademángrave.

A los primeros acordes que mademoiselle Reisz extrajo del piano, unintensoescalofrío recorrió laespinadorsalde la señoraPontellier.Noera laprimera vez que oía tocar a un artista, pero tal vez fuera la primera que suespírituestabadispuestoadejarseimpresionarporlaineludibleverdad.

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Esperó que las escenas reales en las que solía pensar se acumulasen ybrillaranensuimaginación.Peroesperóenvano.Novioimágenesdesoledady esperanza, añoranza o desesperación, sino auténticas pasiones que selevantabanensuespíritu,agitándoloygolpeándolocomolasolasquecadadíabatían contra su espléndido cuerpo.Temblaba, se ahogaba, y las lágrimas lacegaban.

Mademoiselle había terminado. Se levantó y, con una rígida y altivareverencia,saliósindetenersearecibirlasgraciasoelaplauso.Alpasarporlagalería,dioaEdnaunaspalmaditasenelhombro.

—Bueno, ¿le gustó mi música? —preguntó. La joven, incapaz deresponder,apretóconvulsamente lamanode lapianista.MademoiselleReiszpercibiósuagitacióneinclusosuslágrimas.Denuevolediounaspalmaditasenelhombromientrasdecía:

—Es usted la única persona para quien vale la pena tocar. ¿Esos otros?¡Bah! —Y se fue arrastrando los pies y moviéndose con timidez mientrasbajabaporelporchehastasuhabitación.

Se equivocaba, sin embargo, con respecto a «esos otros». Su actuaciónhabíalevantadounaoladeentusiasmo.¡Quépasión!¡Quéartista!¡SiemprehedichoquenadiepuedeinterpretaraChopincomomademoiselleReisz!¡Yeseúltimopreludio!¡Diosmío,escapazdeconmoveralaspiedras!

Sehacíatardeysepercibíaunadisposicióngeneralaladesbandada.Peroalguien, tal vez Robert, sugirió un baño en aquella horamisteriosa, bajo lamísticaluna.

X

Con toda certeza fue Robert quien lo propuso, y nadie dijo que no. Nohubo ni uno solo que no estuviera dispuesto a seguirle cuando organizó lamarcha.Sin embargo, no era él quien la encabezaba; la había organizado, yahora incluso remoloneabadetrás, junto a los enamorados, quedemostrabanciertadisposiciónarezagarseyquedarseaparte.Caminabaentreellossinqueniélmismosupierarealmentesisusintencioneseranmalévolasotraviesas.

LosPontelliery losRatignolle ibanpordelante; lasmujeresseapoyabanen el brazo de sus maridos. Edna sentía la voz de Robert tras ellos, yocasionalmente lograba oír lo que decía. Se preguntaba por qué no losalcanzaba.Aquellaactitudnoerapropiadeél.Aveces,últimamente,noseleacercabaenundíaentero,yredoblabasusatencioneslosdíassiguientescomoqueriendorecuperareltiempoperdido.Ellaloechabademenoscuandoalgún

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pretexto lo retenía, del mismo modo en que se echa en falta el sol un díanublado,aunquemientrasbrillanoseleprestedemasiadaatención.

La gente paseaba en grupitos hacia la playa. Charlaban, reían y algunoscantaban. Una banda tocaba en el hotel de Klein, y la melodía llegabadébilmentehasta ellos,mitigadapor ladistancia.Ahí fuerahabía extrañasyrarasfragancias:unamarañadeoloramar,algasyhumedad,mezcladaconelpenetrante perfume de un campo colindante lleno de capullos blancos. Lanoche caía imperceptiblemente sobre el mar y la tierra; sin embargo, laoscuridad no era abrumadora, y no había sombras.La luz blanca de la lunahabíadescendidosobreelmundocomounsueñotibioymisterioso.

Lamayorpartedelgruposemetióenelaguacomoenunelementonatural.Elmar estaba ahora tranquilo y se hinchaba perezosamente en olas anchas,quesefundíanlasunasenlasotrassinllegararomper,hastaalcanzarlaorillaenpequeñascrestasdeespumaqueserpenteabanhaciaatráscomoculebrillasblancas.

Edna llevaba todo el verano intentando aprender a nadar. Hombres,mujeresy,enalgunoscasos,inclusoniñoshabíantratadodeenseñarle.Robertle había dado clases casi a diario y estaba a punto de rendirse al ver lainutilidaddesusesfuerzos.Unaespeciedetemorincontrolableseapoderabade ella en el agua sino tenía a su alcance una mano conocida que pudieratranquilizarla.

Peroaquellanocheeracomoelniñoquesetambaleayvacilayseagarray,de repente, es consciente de su fuerza y echa a andar solo por primera vez,audazyconfiado.Habríapodidogritardealegría.Lohizo,dehecho,cuando,trasunaodosampliasbrazadas,levantósucuerpohastalasuperficiedelagua.

La invadió un sentimiento de júbilo como si algún poder de significanteimportancialehubieraotorgadoelcontroldelfuncionamientodesucuerpoydesualma.Continuódesafianteytemeraria,sobrevalorandosufuerza.Queríanadarlejos,hastadondeningunamujerhubiesellegadoantes.

Suinesperadahazañaeraobjetodeextrañeza,alabanzayadmiración.Cadacual se felicitaba a símismopor el éxito de sus enseñanzas para obtener eldeseadofinal.

—¡Quéfáciles!—pensabaEdna—.¡Sinocuestanada!—dijoenvozalta—. ¡Cómonodescubrí antesquenocostabanada! ¡Ypensar cuánto tiempoperdíchapoteandocomounbebé!

No se unió a los juegos y al jolgorio de los demás, sino que, ebria delnuevopoderconquistado,siguiónadandosola.

Dirigiósurostromaradentroparacaptarlaimpresióndeespacioysoledad

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que la vasta extensión del agua transmitía a su acalorada imaginación alencontrarse y fundirse con el cielo iluminado por la luna. Parecía que, alnadar,ibaenbuscadeunespacioilimitadoenqueperderse.

Duranteunmomentosevolvióparamiraralaplaya,alagentequehabíadejado allí.No se había alejado demasiado, es decir, no demasiado para unnadador con experiencia; pero, a su inexperta visión, la franja de agua quehabía tras ella adoptaba el aspecto de una barrera que jamás sería capaz desalvarsinayuda.

La repentinavisiónde lamuertegolpeó su espírituy, porun instante, lasobrecogió e hizo flaquear sus sentidos. Pero, tras un esfuerzo, rehízo susmenguadasfacultadesylogróllegaratierra.

Nomencionósuencuentroconlamuertenielfogonazodeterror,exceptoparacomentarasumarido:

—Penséqueibaamorirallísola.

—Noestabastanlejos,querida;yoestabavigilándote—lecontestóél.

Edna se dirigió inmediatamente a la caseta de baño y, antes de que losdemáshubieransalidodelagua,yasehabíapuestolaropaseca,yestabalistaparavolveracasa.Comenzóacaminarsola.Todoslallamaronagritos,peroellaagitólamanorechazandolallamadaycontinuósinprestaratenciónalasrenovadasvocesquepretendíandetenerla.

—AvecescreoquelaseñoraPontellieresunacaprichosa—dijomadameLebrun,queseestabadivirtiendodelolindoytemíaquelarepentinamarchadeEdnapusierapuntofinalaladiversión.

—Avecessíqueloes,peronosiempre—afirmóelseñorPontellier.

EdnanohabíarecorridoaúnlacuartapartedeladistanciaquelaseparabadesucasacuandoRobertlaalcanzó.

—¿Creequepasémiedo?—lepreguntóabiertamente.

—No,nocreoquepasaraustedmiedo.

—Entonces, ¿por qué ha venido? ¿Por qué no se ha quedado con losdemás?

—Niporunmomentolopensé.

—¿Quéesloquenopensó?

—Nada;pero¿quémásda?

—Estoymuycansada—exclamóella,quejumbrosa.

—Yalosé.

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Ustednosabenadadeloquemepasa.¿Porquéibaasaberlo?Jamásenmivida me he sentido tan agotada; pero no es desagradable. Cientos deemocionesmehanrecorridoestanocheynoalcanzoacomprenderlamitaddeellas. No me haga caso: estoy pensando en voz alta. Me gustaría saber sialguna vez algo volverá a conmoverme como me emocionó oír tocar amademoiselleReiszestanoche.Megustaríasabersialgunanochedemividavolveráasercomoésta.Escomounanochedeensueño.Laspersonasquemerodean son como misteriosos seres semihumanos. Debe de haber espíritussueltosestanoche.

—Claroque los hay—susurróRobert—. ¿No sabeque estamos a 28deagosto?

—¿A28deagosto?

—Sí;el28deagosto, amedianoche, si la lunabrilla (es imprescindiblequebrille),unespírituquevienevagandoporestasplayasdesdehacesiglossurgedelgolfo.Consupenetrantevista,elespíritubuscaunmortalqueseadignodehacerlecompañía,dignodeserelevadoduranteunashorasalreinode lo semicelestial. Hasta hoy su búsqueda ha sido siempre infructuosa, y,descorazonado, ha vuelto a sumergirse en el mar. Pero esta noche haencontradoalaseñoraPontellierytalveznuncaladejeescapartotalmentedelhechizo.Quizáahoraellanopermitajamásqueunindignoyhumildemortalpaseealasombradesudivinapresencia.

—Noseburle—dijoEdna,heridaporloquejuzgabaligerezaporpartedeRobert.Aélnolemolestólasúplica,peroaqueltonodelicadamentepatéticoera como un reproche. No podía explicárselo, no podía decirle que habíacaptadosuestadodeánimoyhabíacomprendido.Noledijonada;selimitóaofrecerle el brazo, porque, tal como ella misma había reconocido, estabaagotada.Habíacaminadosola,conlosbrazoscolgandoinertesyarrastrandolafaldablancaporelsenderocubiertoderocío.Ednaaceptóelbrazo,peronoseapoyóenél.Dejócolgarlamanoconindiferenciacomosisuspensamientosestuvieran en otro lugar, en algún punto por delante de su cuerpo, y ella seestuvieseesforzandoendarlesalcance.

Robertlaayudóatumbarseenlahamacaquecolgabajuntoalapuertadesuviviendadesdelacolumnahastaeltroncodeunárbol.

—¿EsperaráalseñorPontellieraquífuera?

—Sí,mequedaréaquí.Buenasnoches.

—¿Quierequeletraigaunaalmohada?

—Hayunaporaquí—dijo,tanteandoasualrededorenlaoscuridad.

—Debedeestarenelsuelo;losniñoslahabrándejadotirada.

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—Da igual. —Y, encontrando la almohada, se la colocó detrás de lacabeza.Seestiróenlahamacaconunprofundosuspirodealivio.Noeraunamujerarrogante,nimelindrosanitampocomuydadaatenderseenlahamaca.Cuando lohacía,no sugería elvoluptuoso reposodelgato, sinoeldescansoreparadorqueparecíainvadirtodosucuerpo.

—¿Puedo quedarme con usted hasta que llegue el señor Pontellier? —preguntóRobert,sentándoseenelbordedeunescalónyagarrandolacuerdaconqueestabasujetalahamacaalacolumna.

—Quédesesiquiere,peronocolumpielahamaca.¿Quieretraermeelchalblanco?Lodejésobreelalféizardelaventanadelacasa.

—¿Tienefrío?

—No,perolotendrémástarde.

—¿Más tarde?—rio—. ¿Sabe qué hora es? ¿Cuánto rato va a quedarseaquífuera?

—Nolosé.¿Quieretraermeelchal?

—Desdeluegoquesí—dijo,levantándose.Sedirigióalacasabordeandoelcésped.Ednaviocómosusiluetaentrabaysalíadelasfranjasdeluzlunar.Eramásdemedianocheytodoestabaensilencio.

Cuandoregresóconelchal,Ednalocogióylomantuvoentresusmanos.Noselopuso.

—¿DijoquepodíaquedarmeaquíhastaquellegaraelseñorPontellier?

—Dijequepodíahacerlosileapetecía.

Robert volvió a sentarse, lio un cigarrillo y se lo fumó en silencio.Tampoco la señora Pontellier habló.Un torrente de palabras no habría sidomás elocuente que aquellos momentos de silencio ni más embarazoso quesentirlosprimerostembloresdeldeseo.

Cuando oyeron las voces de los bañistas que se aproximaban,Robert sedespidió.Ednano lecontestó.Élpensóqueestabadormida.DenuevoEdnavolvióacontemplarsusiluetaqueatravesabalasfranjasdeluzlunarmientrassealejaba.

XI

—¿Quéhacesaquífuera,Edna?Creíqueteencontraríaacostada—dijosumaridoalverlatumbadaallí.Élhabíadadounpaseomientrasacompañabaa

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madameLebrunhastalacasa.Sumujernolecontestó—.¿Estásdormida?—preguntó,inclinándoseparamirarla.

—No.

Susojos,alfijarseenlosdeél,relucíanintensosybrillantes,sinrastrodesueño.

—¿Sabes que es más de la una? Vamos.—Y subió los escalones, paraentrarensuvivienda—.Edna—gritódesdedentroalcabodeunmomento.

—Nomeesperes—contestóella.Élasomólacabezaporlapuerta.

—Te enfriarás ahí fuera —dijo con irritación—. ¿Qué tontería es ésta?¿Porquénoquieresentrar?

—Nohacefríoy,además,tengoelchal.

Losmosquitostedevorarán.

—Nohaymosquitos.

Le oyó dar vueltas por la vivienda, con claros signos de impaciencia eirritación en cada sonido que emitía. En otro tiempo habría obedecido supetición de entrar. Se habría sometido a sus ruegos, por rutina, sin un clarosentimientodesumisiónuobedienciaasusexigentesdeseos,sinreflexionar,de la misma manera que andamos, nos movemos, nos sentamos o nosponemosdepie,girandoenlanoriacotidianaquenoshatocadoensuerte.

—Edna,querida,¿entraraspronto?—preguntódenuevo,estavezconuncariñosotonodesúplica.

—No;mevoyaquedaraquífuera.

—Estoyapasadetontería—estallóél—.Nopuedopermitirquetequedesahítodalanoche.Debesentrarencasainmediatamente.

Edna, con un movimiento de caderas, se instaló más firmemente en lahamaca.Sedabacuentadequelavoluntadselehabíadisparado,obstinadayresistente.Enaquelmomento,loúnicoquepodíahacereranegarseyresistir.Sepreguntabasialgunavezantessumaridolehabíahabladoasíysiellasehabíasometidoasusórdenes.Desdeluegoquesehabíasometido;recordabahaberlo hecho. Pero, tal como se sentía en aquellos momentos, no podíacomprendercómooporquésehabíarendido.

—Léonce,vetealacama—dijoEdna—.Quieroquedarmeaquí;nodeseoentrar y no tengo intención de hacerlo. Y no vuelvas a hablarme así: no tecontestaré.

El señor Pontellier se había preparado para acostarse, pero se colocórápidamentealgoencima.Abrióunabotelladeunvinodelqueguardabauna

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pequeñayselecta reservaensuaparadorybebióunvaso.Salióalporcheyofreció otro a su esposa. Como a Edna no le apetecía, Léonce acercó lamecedora,levantósobrelabarandalospiesenfundadosenlaszapatillasysedispuso a fumar un puro. Fumó dos; después entró y se tomó otro vaso devino.LaseñoraPontellier rechazódenuevoelvasocuandose loofreció.Elseñor Pontellier se sentó otra vez con los pies en alto y, transcurrido unintervalorazonable,volvióafumaralgúncigarromás.

Ednacomenzabaasentirsecomosiseestuvieradespertandopocoapocodeunsueñodelicioso,grotescoeimposible;comosilarealidadoprimieradenuevo su alma. La necesidad física de dormir empezó a sorprender la. Laexaltaciónquehabíasostenidoyenardecidosuespírituladejódesvalida,yserindióalascondicionesqueseagolpabanensuinterior.

Lahoramássilenciosade lanochehabía llegado; lahoraqueprecedealamanecer,cuandoelmundoparececontenerlarespiración.Laluna,quehabíacambiadodelplateadoalcobrizo,colgabacercanaenelcieloadormecido.Laviejalechuzayanoululabaylosrobleshabíandejadodelamentarsemientrasdoblabansuscabezas.

Ednaselevantó,entumecidadespuésdetantotiempotumbadayquietaenla hamaca. Subió los escalones tambaleándose y se cogió débilmente a lacolumnaantesdepasaralinteriordelavivienda.

—¿Vasaentrar,Léonce?—preguntó,volviendolacabezahaciasumarido.

—Sí,querida—contestó,siguiendoconlavistaunabocanadadehumo—.Tanprontocomoacabeelpuro.

XII

Durmió unas pocas horas, inquietas y febriles, perturbada por sueñosintangiblesquese leescapabanydejabansussentidosenduermevelacon laimpresión de algo inalcanzable. Se levantó y se vistió con el frescor de lasprimeras horas de la mañana. El aire era tonificante y en cierto momentoserenó sus sentidos. Sin embargo, no buscaba alivio ni ayuda, ni fuera nidentrodeella.Seguíaciegamentecualquier impulso,comosihubierapuestosurumboenmanosextrañasyliberadoasísuespíritudetodaresponsabilidad.

Lamayoríadelagenteaúndormía.Sólounospocos,conintencióndeoírmisaenChênière,estabanlevantados.Losenamorados,queyahabíanhechosusplanes la noche anterior, caminabanhacia elmuelle.Ladamadenegro,con su misal de terciopelo y herrajes de oro, y el rosario de plata de losdomingos, les seguía a poca distancia. El anciano señor Farival estaba ya

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levantadoycasidispuestoahacercualquiercosaqueseleocurriera.Sepusoun gran sombrero de paja y, cogiendo su paraguas de la recepción delvestíbulo,siguióaladamadenegrosinllegaraalcanzarla.

LanegritaqueayudabaconlamáquinadecoseramadameLebrunbarríalasgaleríasconlargosyabsortosescobazos.EdnalemandósubiralacasaydespertaraRobert.

—DilequevoyaChênière.Elboteestápreparado.Quesedéprisa.

Robertno tardóen salir.Era laprimeravezque lo llamaba;nuncahabíapreguntadoporél. Jamáshabíadado la impresióndenecesitarle.Noparecíaser consciente de que, al exigir su presencia, había hecho algodesacostumbrado.Aparentemente,éltampocoeraconscientedenadaextrañoenlasituación.Perounserenoresplandorcubríasurostrocuandoseencontróconella.

Sedirigieronjuntosalacocinaparatomarcafé.Noquedabatiempoparadelicadezasenelservicio.Sedetuvieronenlaparteexteriordelaventana,ylacocineralespasóuncaféconunbollo,quesetomaronenelalféizar.Ednadijoqueestababueno,aunquelaverdadesquenopensabanienelcaféniennadaen concreto. Robert le dijo que a menudo había observado su falta deprevisión.

—¿NoerasuficientepensareniraChênièreypedirquelodespertaran?—dijoriendo—.¿Esquetengoqueestarpendientedetodo,comodiceLéoncecuandoestádemalhumor?Noleculpo,noestaríademalhumorsinofuerapormí.

Tomaronunatajoporlosarenales.Aciertadistanciapodíanverlacuriosaprocesiónhaciaelmuelle:losenamorados,hombroconhombro,moviéndoselentamente; la dama de negro, ganándoles terreno poco a poco; el ancianoseñor Farival, rezagándose centímetro a centímetro; y una joven española,descalza,conunpañuelorojoenlacabezayunacestaalbrazo,quecerrabalacomitiva.

Robertconocíaa la joven,yunavez,enelbote,habíahabladoconella.Ninguno de los presentes entendía lo que decían. Se llamabaMariequita yteníaunrostroredondo, traviesoyseductor,conunoshermososojosnegros;susmanoseranpequeñasylasllevabacruzadassobreelasadelacesta.Suspieserananchosytoscos,ynosemolestabaenesconderlos.Ednaselosmiróyobservólaarenayelbarroentrelosdedososcuros.

Beaudelet protestó de queMariequita estuviera allí ocupando tanto sitio;peroenrealidadestabacontrariadoporlapresenciadelancianoseñorFarival,que se considerabamejormarinero que él. Como no podía pelearse con unancianocomoelseñorFarival,lohacíaconMariequita.Enciertomomento,la

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chicasemostródespectivayreclamólaatencióndeRobert.Acontinuación,sepusoimpertinente,moviendolacabezaarribayabajo,poniendoojostiernosaRobertymorritosaBeaudelet.

Losenamoradosestabansolos.Noveíannioíannada.Ladamadenegrorezaba el rosario por tercera vez. El anciano señor Farival hablabaincesantemente de su habilidad para el manejo de un bote y de lo queBeaudeletignorabasobreelmismotema.

A Edna le gustaba todo aquello.Miraba aMariequita repetidamente, dearribaabajo,desdesushorriblespiesmorenoshastasuspreciososojosnegros.

—¿Porquémemiraasí?—preguntólamuchachaaRobert.

—Puedequeleparezcasbonita.¿Quieresqueselopregunte?

—No.¿Estuamante?

—Esunamujercasadaytienedoshijos.

—¡Ah,bueno!TambiénFranciscoseescapóconlamujerdeSilvano,queteníacuatroniños.Sellevarontodoeldineroyaunodelosniños,ylerobaronlabarca.

—¡Cállate!

—¿Entiendeloquehablamos?

—¡Quetecalles!

—¿Estáncasadosesesdosdeahí,losqueserecuestanunosobreelotro?

—Porsupuestoqueno—contestóRobertriendo.

—Por supuestoqueno—repitióMariequita, imitándole convozgraveyunaratificadorainclinacióndecabeza.

Elsolestabaaltoyempezabaapicar.AEdnaleparecíaquelarepentinabrisaescondíaelaguijóndelastroenlosporosdesucaraysusmanos.Robertsosteníalasombrillasobreella.

Alavanzarcortandoelaguaoblicuamente, lasvelassehinchaban tensas,rebosantes, llenas de viento. Al mirarlas, el viejo señor Farival se reíasardónicamentedealgoyBeaudeletdespotricabaenvozbajacontraelviejo.

Navegando por la bahía hacia Chênière Caminada, Edna sintió como siestuvieradesatracandodeunfondeaderodondehabíaestadoamarradaycuyascadenas,quehabíanempezadoaaflojarse,sehubieranrotolanocheanteriorcuandoelmisteriosoespíritusehizopatenteyla liberóparaverseempujadahaciacualquier lugaralqueorientasesusvelas.Robert lehablabasinparar;había dejado de prestar atención a Mariequita. La muchacha llevaba

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camaronesensucestadebambú,cubiertosconmusgo.Sacudíaelmusgoconimpacienciayrefunfuñabamalhumorada.

—VayamosaGrandeTerremañana—dijoRobertenvozbaja.

—¿Yquéharemosallí?

—Escalarlacolinahastaelviejofuerte,contemplarcómoserpenteanlaspequeñasculebrasdoradasymirarloslagartosalsol.

Edna dirigió lamirada haciaGrande Terre y pensó que le gustaría estarallí, a solas con Robert, al sol, oyendo el rugido del océano y viendo elcontoneodelosviscososlagartosmientrassalíanyentrabandelviejofuerte.

—Yaldíasiguiente,oalotro,podemosnavegarhastaBayouBrulow—continuódiciendo.

—¿Yquéharemosallí?

—Nada;echarelanzueloparapescar.

—No;volveremosaGrandeTerre.Dejaremostranquilosalospeces.

—Iremosadondeustedquiera—dijoél—.HaréquevengaTonieyquemeayudearepararyacondicionarlabarca.NonecesitamosaBeaudeletnianadie.¿Tienemiedodeirenpiragua?

—¡Oh,no!

—Entonces,unanoche,cuandobrillelaluna,lallevaréenpiragua.Puedequeelespíritudelgolfolesusurreenquéislaestánescondidoslostesoros;yhastapuedequelaguíehastaelmismísimolugardondesehallan.

—¡Ynosharemosricosdeundíaparaotro!—dijoEdnariendo—.Selodaré todo:eloropiratayhasta laúltimapartedel tesoroquedesenterremos.Creo que usted sabrá cómo gastarlo. El oro pirata no está hecho para serguardado,niparadarleunfinútil,sinoparaderrocharloylanzarloaloscuatrovientosporelmeroplacerdecontemplarcómovuelanlaspartículasdoradas.

—Lo compartiremos y lo dilapidaremos juntos —dijo Robert,sonrojándose.

SubierontodoshastalapequeñaypintorescaiglesiadeNuestraSeñoradeLourdes,cuyapinturaazulyamarillalanzabadestellosconelfulgordelsol.

SóloBeaudeletquedóatrás,entretenidoconelbote.Mariequitasemarchócon su cesta de camarones, lanzando a Robert, por el rabillo del ojo, unamiradainfantildereprocheymalhumor.

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XIII

Una sensación de opresión y somnolencia invadió a Edna durante elservicio.Leempezóadoler lacabeza,y las lucesdelaltarbailabanantesusojos. En otra ocasión habría hecho un esfuerzo por recobrar la compostura,perosuúnicopensamientoeraabandonarlasofocanteatmósferadelaiglesiaysalir al aire libre. Al levantarse, pisó a Robert, y salió murmurando unadisculpa.ElviejoseñorFarivalseagitócuriosoysepusodepie,peroalverque Robert seguía a la señora Pontellier, volvió a hundirse en su asiento.Farfulló una ansiosa pregunta a la dama de negro, que, en lugar de prestaratenciónocontestar,mantuvolosojosclavadosensumisaldeterciopelo.

—Mesientomareadayapuntodedesfallecer—dijoEdna,echándose lamanoinstintivamentealacabezayretirándosedelafrenteelsombrerodepaja—.Nohabríapodidoaguantartodoelservicio.

Estabanfuera,alasombradelaiglesia,yRobertlacolmabadeatenciones.

—Enprimerlugar,hasidounainsensatezentrar,ymayoraunhabríasidoquedarse.VamosacasademadameAntoine:allípodrádescansar.

La cogiódel brazoy la condujo fuerade aquel lugarmientras lemirabaconstantementelacaraconpreocupación.

Qué tranquilo estaba todo: no se oía más que la voz del mar, quemurmurabaentrelascañasquecrecíanenloscharcosdeaguasalada.

Laextensalíneadecasitasgrises,deterioradasporla intemperie,anidabaen paz entre los naranjos. Edna pensó que siempre debía de haber sidodomingo en aquella isla angosta y somnolienta. Se detuvieron a pedir agua,recostándose en una cerca dentada, hecha de desechos marinos. Una jovenacadianade rostroapacibleestabasacandoaguade lacisterna,queconsistíaenunasimpleboyaherrumbrosaabiertaporunladoyhundidaenlatierra.Elaguaquelajovenlesofrecióenunbaldedehojalatanoestabafríaparabeber,perosirviópararefrescarsuacaloradorostroyreanimarla.

LacasitademadameAntoinesehallabaenelconfíndelpueblo.Laseñorales dio la bienvenida haciendo gala de una hospitalidad completamentenatural, igual que habría abierto la puerta para dejar entrar la luz del sol.Estaba gorda y caminaba con lentitud y torpeza. No hablaba inglés, perocuandoRobertlehizoentenderquelaseñoraqueleacompañabasesentíamalyqueríadescansar,seafanóporlograrqueEdnaseencontraseagustoyporacomodarlaconfortablemente.

Cadarincóndeaquellugarestabainmaculadamentelimpio,ylagrancamacondosel,blancacomo lanieve, invitabaal reposo.Estabacolocadaenuna

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pequeñahabitaciónlateralquedabaaunaestrechaparceladehierba,juntoalcobertizodondeunabarca,fueradecombate,yacíaconlaquillahaciaarriba.

MadameAntoinenohabíaidoamisa.SuhijoTonie,sí;peroellasuponíaque regresaría pronto, así que invitó a Robert a que se sentara a esperarlo.Robertsalióysesentófueraafumar.MadameAntoineseajetreabaenlagranhabitación delantera, preparando la comida. Estaba cocinando salmonetessobreunaspocasbrasasrojasenlaenormechimenea.

Unavezsolaenlapequeñahabitacióncontigua,Ednaseaflojólaropaysedesnudócasienteramente.Selavólacara,elcuelloylosbrazosenlajofainasituadaentrelasventanas.Sequitóloszapatosylasmedias,yseestiróenelmismísimo centro de la gran camablanca. ¡Qué sensual resultaba descansarasí, en una cama ajena y exótica, con el dulce olor campesino a laurel queimpregnaba las sábanas y el colchón! Estiró sus fuertesmiembros, un pocodoloridos. Durante un rato, recorrió con los dedos su melena suelta.Contemplósusbrazosredondosmientraslossosteníaestiradoshaciaarribayse los frotaba alternativamente, observándolos de cerca como si viera porprimeravezlasuaveyfirmecalidadytexturadesucarne.Seagarrólasmanossuavementeporencimadelacabeza,yasísequedódormida.

Alprincipiodurmióligeramente,mediodespiertayperezosamenteatentaalo que sucedía a su alrededor. Oía el trabajoso renquear de los pasos demadameAntoine, que andaba de un lado para otro sobre el suelo de arena.Unos cuantos pollos cloqueaban al otro lado de las ventanas, escarbandopartículas de grava en la hierba. Después, entreoyó las voces de Robert yTonie hablando bajo el cobertizo. No se movió. Incluso sus párpadosdescansaban,entumecidosypesados,sobrelosojossomnolientos.Lasvocescontinuaron: lenta la de Tonie, con la parsimonia de los acadianos; en unfrancés rápido, suave y fluido, la de Robert. Edna entendía el francés condificultadsinosedirigíanaella,ylasvoceseransólopartedeotrossonidosvagosyamortiguados,queleacunabanlossentidos.

Cuando despertó, tuvo la sensación de que había dormido mucho yprofundamente.Lasvocessehabíanacalladobajoelcobertizo.LospasosdemadameAntoineyanoseoíanenlahabitacióncontigua.Inclusolospollossehabíanidoaotrositioacloquearyescarbar.Elmosquiteroestabacorrido:laanciana había entrado mientras dormía y lo había bajado. Edna se levantódespaciodelacamay,almirarentrelascortinasdelaventana,pudover,porlo oblicuo de los rayos del sol, que la tarde estaba avanzada.Robert estabafuera,bajoelcobertizo,a la sombra, recostadocontra laquilla inclinadadelbote boca abajo. Estaba leyendo un libro y Tonie ya se había ido. Sepreguntabaquéhabríasidodelrestodelgrupo.Lomiróahurtadillasunaodosvecesmientrasse lavabaen lapequeñapalanganaquehabíaentreventanayventana.

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MadameAntoinehabíadejadosobrelasillaunastoallaslimpiasyásperas;yalalcancedelamano,unacajitadepoudrederiz.Ednaseempolvólanarizy lasmejillasmientras semirabadecercaenel espejito,que, colgadoen lapared sobre la jofaina, distorsionaba la imagen. Tenía los ojos brillantes ycompletamenteabiertos;surostroresplandecía.

Cuando terminó su aseo, fue hasta la habitación contigua. Tenía muchahambrey allí nohabía nadie.Sin embargo, sobre unamesa conmantel queestabacontralaparedhabíauncubiertoconunpanecillooscuroycurruscante,y una botella de vino al lado del plato. Edna dio unmordisco al panecillo,rompiéndoloconsusfuertesdientesblancos.Vertióunpocodevinoenelvasoyselobebiódeuntrago.Después,saliósigilosamentealexteriory,cogiendounanaranjadeunaramabaja,selatiróaRobert,queignorabaqueestuvieradespiertaylevantada.

Alverla,seleiluminólacarayfueconellabajoelnaranjo.

—Cuántosañoshedormido?—preguntóEdna—.Todalaislaparecehabercambiado.Unanuevarazadeseresdebedehabersurgidoynoshadejadoausted y a mí como reliquias del pasado. ¿Cuántos años hace que murieronmadame Antoine y Tonie? ¿Cuándo desaparecieron de la tierra nuestrosamigosdeGrandIsle?

Robertleajustóconnaturalidadunfruncesobreelhombro.

—Paraserexactos,haestadodurmiendocienaños.Amímepermitieronquedarmeaquíparavelarsureposo,ydurantecienañoshepermanecidofuera,bajoelcobertizo,leyendounlibro.Laúnicadesgraciaquenoconseguíevitarfuequesemepasaraunavequepuseaasar.

—Aunque se hubiera vuelto de piedra, me la comería —dijo Edna,entrando con él en la casa—.Ahora en serio, ¿quéhapasado conmonsieurFarivalylosdemás?

—Se fueron hace doce horas. Cuando supieron que estaba durmiendo,decidieron que era mejor no despertarla. De todos modos, no se lo habríapermitido.¿Paraqué,sino,estabayoaquí?

—MepreguntosiLéonceestaráintranquilo—reflexionó,sentándosealamesa.

—Por supuesto que no. Sabe que está conmigo —contestó Robert,mientrasmaniobrabaconlascazuelasytapabalosplatossobreelfogón.

—DóndeestánmadameAntoineysuhijo?—preguntóEdna.

—Hanidoaloficiodevísperasyavisitar,segúncreo,aunosamigos.YosoyelencargadodellevarlaacasaenlabarcadeToniecuandoestélistaparamarchar.

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Robertremovióelrescoldohastaqueelaveasadaempezóachisporroteardenuevo.Sirvió aEdnaunacomidaabundante, coló el caféy lo compartióconella.MadameAntoinehabíaguisadopocacosamásque lossalmonetes,peromientrasEdnadormía,Roberthabía saqueado la isla.Estabasatisfechocomo un niño al descubrir y comprobar el apetito y deleite con que Ednacomíalosmanjaresqueéllehabíapreparado.

—¿Nos marchamos ya? —preguntó ella, después de apurar su vaso yrecogerlasmigasdelpanecillocrujiente.

—Elsolnoestátanbajocomoestarádentrodeunpardehoras—contestóél.

—Puesquedesaparezca.¡Aquiénleimporta!

Esperaron un buen rato bajo los naranjos hasta que madame Antoineregresójadeanteyrenqueandomientrasofrecíamilexcusasparajustificarsuausencia. Tonie no se había atrevido a volver: era tímido y, por propiainiciativa,nomirabacaraacaraaningunamujer,exceptoasumadre.

Eramuyagradableestar allí, bajo losárboles,mientras el sol ibapocoapocohundiéndoseporeloesteypintandoelcielodeunflamantecobreyoro.Lassombrassealargabanyreptabanporlahierbacomofurtivosygrotescosmonstruos.

Edna yRobert se sentaron en el suelo, es decir, él se tumbó en el suelojunto a ella, jugueteando de vez en cuando con el borde de su vestido demuselina.

MadameAntoineacomodósugruesocuerpo,anchoyachaparrado,enunbancoquehabíajuntoalapuerta.Sehabíapasadolatardehablandoysehabíaanimadoacontarhistorias.

¡Y qué historias les había contado! Tan sólo dos veces en su vida habíasalidodeChênièreCaminada,ycuandolohizofueparaunviajecortísimo.Sehabíapasadolosañosrecorriendolaisladecaboarabo,recogiendoleyendasdelasislasBaratariasydelmar.Llególanoche,conlalunaparaalumbrarla.Ednaescuchabalasvocesdelosmuertosyelamortiguadotintineodeloro.

Cuando ella yRobert subieron al bote deTonie, con su roja vela latina,formasbrumosasmerodeabanpor lassombras,entre loscañaverales;yen lasuperficie del agua, barcos fantasmas, a toda prisa, se iban poniendo acubierto.

XIV

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Mientras madame Ratignolle ponía a Étienne, el más pequeño de loschicos,enmanosdesumadre,lecontóqueelniñosehabíaportadomuymal.Sehabíaresistidoaacostarseyhabíahechounaescena,queaellamismalehabíaobligadoaocuparsedelasuntoparacalmarlodelmejormodoposible.Raoul,encambio,llevabadoshorasdurmiendoensucama.

Elmáspequeñollevabaunlargocamisónblanco,queseleenredabaenlospiesmientrasmadameRatignolle lo llevabade lamano.Con lamano libre,gordezuela,sefrotabalosojos,queteníacargadosdesueñoydemalhumor.Edna lo cogió en brazos y, sentándose en la mecedora, empezó a hacerlecarantoñasyaacariciarle,diciéndoletodaclasedeternezasparaconseguirquesedurmiese.

Noeranmásdelasnueve.Losúnicosquesehabíanretiradoadormireranlosniños.

Según madame Ratignolle, Léonce, al principio, se había inquietadobastante,yhabíaqueridosalirdeinmediatorumboaChênière.PeromonsieurFarival le había convencido de que lo único que sucedía era que su mujerestabavencidadesueñoycansancio,ydequeTonielatraeríamástarde,sanaysalva.Asílogródisuadirledesuintencióndecruzarlabahía.SehabíaidoalhoteldeKlein,enbuscadeuntratantedealgodónconelqueteníaquehablarde acciones, bonos, cambios, o alguna cosa por el estilo que madameRatignollenorecordabaconexactitud.Léoncehabíadichoquenotardaría.Encuanto a madame Ratignolle, se sentía agobiada y oprimida por el calor.Llevabaunfrascodesalesyunamplioabanico.Lamentabanopodersequedarcon Edna, porque monsieur Ratignolle estaba solo, y eso era lo que másdetestabaenelmundo.

Tan pronto como Étienne se durmió, Edna lo llevó al cuarto de atrás yRobertfuealevantarelmosquiteroparaqueellapudiesecolocaralniñoenlacama con comodidad. La mulata se había esfumado. Cuando salieron delcottage,RobertdiolasbuenasnochesaEdna.

—¿Sedaustedcuentadequehemospasadojuntos todoestemaravillosodía,Robert,desdeporlamañanatemprano?—dijoEdna,enladespedida.

—Todo,exceptoloscienañosqueestuvodurmiendo.Buenasnoches.

Robertleestrechólamanoysefueendirecciónalaplaya.Noseunióalosdemásypaseósolohaciaelgolfo.

Ednasequedófuera,esperandolavueltadesumarido.Nodeseabadormirnientrar;tampocoleapetecíairasentarseconlosRatignolle,niconmadameLebrunyelgrupo,queconversabadelantedelacasaycuyasanimadasvocespodía oír. Su mente vagabundeó, pensando en su estancia en Grand Isle, eintentódescubrirenquéhabíasidoesteveranodiferenteatodosycadaunode

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losveranosdesuvida.Sólopodíadarsecuentadequeella,suactualyo,eradealgúnmododistintodesuyoanterior.Aúnnosospechabaqueeraella laque, mirando con otros ojos, estaba aceptando dentro de sí misma nuevascircunstanciasqueinfluíanensuentornoylotransformaban.

SepreguntabaporquéRobertsehabíamarchadoylahabíadejado.Noseleocurriópensarquepodíaestarcansadodeestarconellatodoeldía.Ellanoloestaba,ysabíaqueéltampoco.

Ednalamentabaquesehubieraido.Leparecíamuchomásnaturalquesequedaracuandoellanolepedíaexpresamentequeladejara.

Mientrasesperabaasumarido,cantabaenvozbajaunacancioncillaqueRobert había tarareado al cruzar la bahía. Empezaba diciendo: «Ah, si tusavais»,ycadaversoterminabaconsitusavais.

LavozdeRobertnoerapretenciosa,sinomelódicaynatural.Lavoz,lasnotas,elestribilloenterorondabansumemoria.

XV

CuandounatardeEdnallegóalcomedor,conretraso,comodecostumbre,un grupo de gente, en el que hablaban todos a la vez, parecía sostener unaconversaciónmásanimadadelohabitual.LavozdeVictorseoíainclusomásqueladesumadre.Ednahabíavueltotardedelbaño,sehabíavestidodeprisayteníaelrostroacalorado.Sucabeza,realzadaporeldelicadovestidoblanco,recordabaunespléndidoyexóticocapullo.Ocupósulugarenlamesa,entreelviejomonsieurFarivalymadameRatignolle.

Unavezsentadayapuntodeempezaratomarlasopa,servidacuandoellaentraba en la habitación, varias personas le informaron simultáneamente dequeRobertseibaaMéxico.Soltólacucharaymiróperplejaaunoyotrolado.Robert había pasado toda la mañana con ella, leyéndole, y no habíamencionadosiquieralapalabraMéxico.Nolohabíavistoporlatarde,perohabía oído decir que estaba en casa, arriba, con su madre. No le dioimportancia,aunquelesorprendióquenolaacompañara,aúltimahoradelatarde,cuandoellabajóalaplaya.

Edna lemiró; estaba sentadoal ladodemadameLebrun, quepresidía lamesa. La cara de Edna era la viva imagen del asombro, que en ningúnmomento había intentado disimular. Él levantó las cejas, pretextando unasonrisacomorespuestaasumirada.Parecíaviolentoeincómodo.

—¿Cuándoseva?—preguntóEdnaalgrupoengeneral,comosiRobertno

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estuvieraallípararesponderporsímismo.

—¡Esta noche! ¡Esta misma tarde! ¡Habrase visto! ¡Qué bicho le habrápicado!—fueron algunas de las respuestas que recibió, simultáneamente enfrancésyeninglés.

—¡Imposible! —exclamó ella—. ¿Cómo puede alguien marcharse deGrandIsleaMéxicoavisandocontanpocotiempocomosifueraalhoteldeKlein,oalmuelleobajaraalaplaya?

—Hace tiempo que llevo diciendo que me voy a México. Llevo añosrepitiéndolo—gritóRobert,irritadoynervioso,conelairedeunhombrequesedefiendecontraunenjambredeabejas.

MadameLebrungolpeólamesaconelmangodelcuchillo.

—Por favor, dejen que Robert nos explique por qué se va precisamenteestanoche—exclamó—.Laverdadesqueestamesacadadíaseparecemásaunmanicomio,contodoelmundohablandoalavez.Aveces,esperoqueDiosmeperdone,desearíaqueVictorsequedaramudo.

Victor rio sarcástico, al tiempo que daba las gracias a su madre por elbienintencionadodeseo,delque,porotraparte,nolograbadeducirbeneficiosparanadie,exceptoparaella,queasítendríamásoportunidadesylibertadparahablar.

MonsieurFarival pensabaque tendrían quehaber llevado aVictor a altamarcuandoeraniño,ydejarqueseahogara.Victor,personalmente,creíaquesemejante procedimiento debía seguirse con los viejos que se creen en elderecho de hacerse universalmente odiosos. Madame Lebrun empezó aponerseunpocohistérica,yRobertrecriminócondurezaasuhermano.

—Nohaynadaqueexplicar,madre—dijo.Sinembargo,explicó,mirandosobre todo a Edna, que sólo podría encontrarse con el caballero al queintentabaunirseenVeracruzsitomabatalocualvaporporquepartíadeNuevaOrleanstaldía;queBeaudeletsalíaconsulugredeverdurasaquellanoche,yesolepermitíallegaralaciudadycogersubarcoatiempo.

—Pero¿cuándodecidistetodoesto?—preguntómonsieurFarival.

—Estatarde—contestóRobertunpocomolesto.

—¿Aquéhorade esta tarde?—insistió el ancianocaballero con firmezaobstinadacomosiestuvierainterrogandoauncriminalenlasaladejusticia.

—A las cuatro de esta tarde,monsieurFarival—contestóRobert en vozalta,conuntonodesoberbiaqueaEdnaleparecióteatral.

Sehabíaimpuestoasímismacomerlasopa,yenesemomentosedisponíaacogerconeltenedorloscrujientestrocitosdelcourtbouillon.

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LosenamoradosaprovechabanlaconversacióngeneralizadasobreMéxicoparasusurrarasuntosqueconsideraban,conrazón,quenointeresabananadie,salvo a ellos. En una ocasión, a la mujer de negro le habían regalado unrosariodeoriginalartesaníamexicanayconindulgenciaespecial,peronuncahabíapodidoaveriguarsilaindulgenciaibamásalládelafronteradeMéxico.ElpadreFochel,delacatedral,habíaintentadoexplicárselo,peronolohabíahecho a su entera satisfacción. Rogó a Robert que, si le era posible, seinteresara y averiguase si tenía derecho a la indulgencia que acompañaba alcuriosísimorosariomexicano.

MadameRatignolleesperabaqueRoberttomaselasmáximasprecaucionesensutratoconlosmexicanos,alosqueconsiderabatraicioneros,vengativosysin escrúpulos.Confiabano cometer ninguna injusticia al condenarlos comoraza. Tan sólo había conocido personalmente a un mexicano, que hacíaexcelentestamalesyenelquehabíaconfiadoinstintivamenteporsumodotandulcedehablar.Undíaledetuvieronporapuñalarasumujer.Nuncasuposilehabíancolgadoono.

Victor se había puesto chistoso e intentaba contar la anécdota de unamuchachamexicanaqueduranteuninviernotrabajósirviendochocolateenunrestaurantedeDauphineStreet.Ningunoleprestabaatención,exceptoelviejomonsieurFarival,quesemoríaderisaconlagraciosahistoria.

Ednasepreguntabasitodossehabíanvueltolocosparahablaryvociferaren semejante tono. Ella no tenía nada que decir ni de México ni de losmexicanos.

—¿Aquéhorasemarcha?—preguntóEdnaaRobert.

—Alasdiez—lerespondióél—.Beaudeletnoquiereesperaraquesalgalaluna.

—¿Tieneyatodopreparado?

—Casi. Cogeré sólo una bolsa de mano y empaquetaré mi baúl en laciudad.

Robertsevolviópararesponderaalgunaspreguntasdesumadre,yEdna,despuésdeterminarseelcafé,seretiródelamesa.

Fuedirectamenteasuhabitación.Elpequeñocottageestabacerradoy,alentrar,elambienteerasofocante.Peronoleimportaba;parecíacomosidentrohubieramilesdecosasquereclamabansuatención.Empezóaponerenordenla balda del tocador, protestando por la negligencia de lamulata, que en lahabitación contigua estaba acostando a los niños. Recogió prendas sueltascolgadasenlosrespaldosdelassillasylaspusoensusitio,enelarmariooenel cajón de la cómoda. Se cambió el vestido por una bata más amplia y

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cómoda.Searreglóelpeloyselopeinóycepillóconenergíapocohabitualenella.Despuésentróyayudóalamulataameteralosniñosenlacama.

Estabanmuyjuguetonesydispuestosacharlar,decididosatodomenosatumbarsetranquilosydormir.Ednaenvióalaniñeraacenaryledijoquenoeranecesarioquevolviese.Luegosesentóy lescontóuncuento.Envezdecalmarles, la historia les excitó y contribuyó a desvelarlos. Los dejódiscutiendo acaloradamente y especulando sobre el final del cuento, que sumadrelesprometióterminarlanochesiguiente.

LanegritaentróadecirlequeamadameLebrunlegustaríaquelaseñoraPontellierfueseasentarsefueraconellosdelantedelacasahastaqueelseñorRobertsefuera.Ednamandódecirlequeyasehabíadesvestidoyquenoseencontrababien, peroque tal vezmás tarde se diera unavuelta por la casa.Empezó a vestirse de nuevo y llegó a quitarse el peignoir; pero otra vezcambiódeopiniónyvolvióaponérselo.Salióysesentódelantedesupuerta.Estaba acalorada e irritable, y durante un rato se abanicó enérgicamente.MadameRatignollebajóaverquéocurría.

—Todoesteruidoyconfusiónenlamesadebedehabermealterado—lecontestóEdna—.Yloqueesmás:odiolasimpresionesfuertesylassorpresas.¡Y pensar queRobert semarcha de unmodo tan ridículamente repentino ydramático!¡Comosifueraunasuntodevidaomuerte!Sinhabermedichoniunapalabraentodalamañanaquepasóconmigo.

—Sí—asintiómadameRatignolle—.Creoquehademostradomuypocaconsideración con todos nosotros, especialmente con usted. No me habríasorprendido en cualquiera de los otros. Esos Lebrun son todos unosextravagantes.PerotengoquereconocerquenuncahabríaesperadounacosaasídeRobert.¿Novaabajarusted?Vamos,querida,resultaríapococordial.

—No—dijoEdna,indolente—.Novoyatomarmelamolestiadevolveravestirme.Nomeapetece.

—No es necesario que se vista; así estámuy bien; póngase un cinturón.¡Mirecómovoyyo!

—No —insistió Edna—. Pero vaya usted. Madame Lebrun podríaofendersesinosquedamoslasdosaquí.

Madame Ratignolle dio a Edna un beso de despedida y se marchó. Enrealidad, estabadeseosadeunirse a la animadaconversacióndelgrupo,quecontinuabahablandodeMéxicoylosmexicanos.

Unratodespués,Robertsubióconsubolsademano.

—¿Noseencuentrabien?—preguntó.

—Sí,sí,bastantebien.¿Semarchaya?

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Élencendióunacerillaymiróelreloj.

—Dentrodeveinteminutos—dijo.

Larepentinallamaradadelacerillaacentuólaoscuridadporunmomento.Sesentóenuntaburetequelosniñoshabíandejadoenelporche.

—Cojaunasilla—dijoEdna.

—Estomesirve—contestóél.Secolocóelligerosombreroyselovolvióa quitar con nerviosismo. Enjugándose la cara con el pañuelo, se quejó delcalor.

—Tomeelabanico—dijoEdna,ofreciéndoselo.

—Oh,no.Gracias.Nosirvedenada;enalgúnmomentohayquedejardeabanicarse,yluegosesienteunomuchopeor.

—Ésaesunadelascosasridículasqueloshombressiempredicen.Jamásoía ninguno hablar de otro modo sobre el hecho de abanicarse. ¿Cuántotiempovaaestarfuera?

—Talvezsiempre.Nolosé.Dependedemuchascosas.

—Bueno,encasodequenofueraparasiempre,¿cuántotiemposería?

—Nolosé.

—Todoestomeparecetotalmenteridículoeinnecesario.Nomegusta.Noentiendo cuáles han sido los motivos de tanto silencio y misterio, de nohabermecomentadoniunapalabraentodalamañana.

Robert guardó silencio, sin oponer defensa.Después de unmomento, selimitóadecir:

—Nose separedemímalhumorada.Nuncaperdió lapacienciaconmigoanteriormente.

—Noquierosepararmedemalhumor—dijoella—.Pero¿noloentiende?Meheacostumbradoaverle,atenerleconmigoconstantemente,ysumododeactuar me parece poco amistoso, desconsiderado incluso. Ni siquiera sedisculpa. ¿Por qué? Yo planeaba que siguiéramos juntos, pensando en loagradablequeseríaverleenlaciudadelpróximoinvierno.

—Yotambién—soltóélabruptamente—.Quizáseaeso…—Derepente,se puso de pie y le tendió lamano—:Adiós,mi querida señora Pontellier;adiós.Nome…Esperoquenomeolvidedeltodo.

Ellaleagarrólamano,pugnandopordetenerle.

—Escríbamecuandollegue.¿Lohará,Robert?—suplicóEdna.

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—Loharé.Gracias.Adiós.

¡Qué impropiodeRobert!Hastaun simple conocidohabría contestadoatalpeticiónconalgomáscategóricoque«loharé,gracias,adiós».

Evidentemente,yasehabíadespedidodelosqueestabanfueradelacasa,puestoquebajólaescalinataysereunióconBeaudelet,queandabaporallí,conun remoal hombro, esperándolo.Ambos se alejaronen laoscuridad.AEdnasólolellegabalavozdeBeaudelet;alparecer,Robertnohabíadirigidoasuacompañantenisiquieraunapalabradesaludo.

Ednamordióconvulsamenteelpañuelo,esforzándoseenreteneryocultar,hasta para símisma, como si la escondiera a un extraño, la emociónque laangustiabayladestrozaba.Teníalosojosrebosantesdelágrimas.

Porprimeravezvolvióa reconocer lossíntomasdelenamoramientoque,demanera incipiente, había sentido de niña, de muchacha, en los primerosaños de adolescencia y, más tarde, de joven. La constatación del hecho nodisminuyósurealismonilaintensidaddelarevelaciónseredujoconsombraso promesas de inestabilidad. El pasado no significaba nada para ella; no leofrecíaningunalecciónqueestuvieradispuestaatenerencuenta.Elfuturoeraun misterio que nunca había intentado interpretar. Sólo el presente teníasignificado; era suyo, para torturarla como lo estaba haciendo en estemomento, con la punzante convicción de haber perdido lo que poseía, dehaberle sido negado aquello que su ser apasionado, nuevamente despierto,pedía.

XVI

—¿Echamuchodemenosasuamigo?—lepreguntómademoiselleReisz,unamañana,mientrassubía lentamentedetrásdeEdna,queacababadesalirdesucottagecaminodelaplaya.

Ahora que por fin había aprendido a nadar, pasaba la mayor parte deltiempo en el agua.Como el final de su estancia enGrand Isle se acercaba,ningúntiempoleparecíasuficienteparadedicarloaeseentretenimiento,queleprocuraba losúnicosmomentosdeverdaderoplacerqueconocía.CuandomademoiselleReiszllegó,letocóelhombroyledirigiólapalabra,Ednatuvolasensacióndequelavozdeaquellamujereracomoelecodelpensamientoqueteníaconstantementeenlacabezao,mejor,delsentimientoquesincesarladominaba.

La partida de Robert se había llevado, en cierto modo, la brillantez, elcolor,elsignificadodetodo.Suscondicionesdevidanohabíancambiadoen

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lo sustancial, pero toda su existencia se había deslustrado como un vestidodescolorido, que ya no sirve para ponerse. Lo buscaba por todas partes, entodoslosdemás,alosqueinducíaahablardeél.

Por lasmañanas subía a la habitación demadameLebrun, desafiando eltraqueteo de la vieja máquina de coser. Se sentaba y charlaba a intervaloscomo hacía Robert. Miraba los cuadros y las fotografías colgadas en lasparedesdelasalay,cuandodescubríaenalgúnrincónunviejoálbumfamiliar,lo examinaba con vívido interés y acudía a madame Lebrun para que leaclarasequiéneseran lasnumerosasfigurasyrostrosqueaparecíanentre laspáginas.

Había una foto de madame Lebrun con Robert de bebé, sentado en suregazo;unniñodecararedondaconelpuñoenlaboca.Sólolosojosdelniñoevocabanalhombre.Yalláestabaéldenuevo,conunafaldaescocesa,aloscincoaños,conlargosbuclesyunlátigoenlamano.LafotohizoreíraEdna.También rio con el retrato en que Robert llevaba sus primeros pantaloneslargos.Le interesóotra foto tomada cuandomarchó a la universidad; estabadelgado,conelrostroalargado,losojosllenosdefuego,ambiciónygrandesproyectos. Pero no había ninguna foto reciente, ninguna que recordara alRobertquehabíapartidohacíacincodíasyhabíadejadovacíoysoledadtrasél.

—¡Robert dejó de hacerse retratos en cuanto tuvo que pagárselos élmismo!Decíaqueencontrabacosasmejoresenlasqueempleareldinero—aclarómadameLebrun.

TeníaunacartadeRobert, escrita antesde salirdeNuevaOrleans.Ednadeseabaverlacarta,ymadameLebrunledijoquebuscaraporlamesa,enelvestidorotalvezenlarepisadelachimenea.

La carta estaba en la estantería, y para Edna estaba provista del mayorinterésyatracción.Elsobre,sutamaño,suforma,elmatasellos,lacaligrafía.Examinó cada detalle externo antes de abrirla. Eran solamente unas pocaslíneas en las que decía que saldría de la ciudad aquella tarde; que ya habíaempaquetado su equipaje perfectamente; que se encontraba bien y que lemandabatodosucariño,rogándolequedieraatodosrecuerdosafectuososdesuparte.NohabíaningúnmensajeespecialparaEdna,exceptounaposdataenla que decía que, si la señora Pontellier deseaba terminar el libro que él lehabía estado leyendo, sumadre lo encontraría en su habitación, entre otroslibros,encimade lamesa.Ednasintióunapunzadadecelosporque lehabíaescritoasumadreenvezdeaella.

Todos parecían dar por sentado que lo echaba de menos. Incluso sumarido,cuandollegóalsábadosiguiente,lamentóqueRobertsehubieraido.

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—¿Cómotelasarreglassinél,Edna?—lepreguntó.

—Resulta muy aburrido sin él—admitió ella. El señor Pontellier habíavistoaRobertenlaciudad,yEdnalehizomásdeunadocenadepreguntas.¿Dónde se habían encontrado?Por lamañana, enCarondelet Street.Habíanentradoenunbarysehabíantomadounacopayfumadojuntosunpuro.¿Dequéhabíanhablado?PrincipalmentedesusproyectosenMéxico,queelseñorPontellier calificaba de prometedores. ¿Qué aspecto tenía? ¿Serio, alegre,cómo?Bastanteanimadoy totalmentehechoa la ideade suviaje, loqueelseñor Pontellier encontraba muy natural en un joven dispuesto a buscarfortunayaventuraenunextrañoeinsólitopaís.

Edna golpeó impaciente el suelo con los pies y se preguntó por qué losniñosinsistíanenjugaralsolcuandodebíanestarbajolosárboles.Bajóyloscondujoalasombra,mientrasregañabaalamulataporsufaltadecuidado.

NoencontrabaenabsolutoridículohaberhechodeRobertelobjetodesuconversaciónyhaberinducidoasumaridoahablardeél.ElsentimientoqueabrigabaporRobertnoseparecíaenmodoalgunoaloquehabíasentidoporsumarido,nianadaquehubierasentidonuncanianadaquehubieraesperadosentir alguna vez. Toda la vida había estado acostumbrada a albergarpensamientos y emociones que no tenían voz propia.Nunca habían tomadoformaactiva.Lepertenecían,eransuyos,yestabaconvencidadetenerderechoaellos,dequenoconcerníananadie, salvoa ella.Enunaocasión,Edna lehabíadichoamadameRatignollequenuncasesacrificaríaporsushijosnipornadie. Después, había seguido una acalorada discusión; las dos mujeresparecíannoentenderseonohablarelmismoidioma.Ednaintentóapaciguarasuamigayexplicárselo.

—Renunciaríaaloaccesorio.Daríamidinero,daríamividapormishijos;peronomedaríaamímisma.Nopuedoexplicarloconmásclaridad;essóloalgodeloqueempiezoaserconsciente,quesemeestárevelando.

—Noséaquéllamausted«esencial»oquéquieredecircon«accesorio»—dijomadameRatignolle alegremente—.Pero unamujer que daría la vidaporsushijosnopuedehacermás.EsodicelaBiblia.Estoyseguradequeyonopodríahacermás.

—Oh, sí que podría —rio Edna. No le sorprendió la pregunta demademoiselleReiszaquellamañana,cuandoladama,quelaseguíacaminodelaplaya,letocóelhombroylepreguntósinoechabamuchodemenosasujovenamigo.

—Ah, es usted, mademoiselle; buenos días. Por supuesto que echo demenosaRobert.¿Vaadarseunbaño?

—¿Yporquéibaabañarmeafinaldetemporadacuandonohemetidoun

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pieenelaguaentodoelverano?—contestólamujer,displicente.

—Le ruego que me perdone—se disculpó Edna, violenta porque habíaolvidado la prevención al agua de mademoiselle Reisz y las bromas a quehabíadadolugar.Algunospensabanqueeraporsupelopostizooportemoramojarse lasvioletas;otros loatribuíana lacreenciadequeel temperamentoartístico va acompañado de una aversión natural al agua. Mademoiselleofreció aEdnabombonesdeunabolsadepapel, que sacódel bolsillo, parademostrarlequenoalbergabaresentimiento.Ellasolíacomerchocolatinasporsus cualidades nutritivas; se decía que contenían mucho alimento en pocacantidad.La salvaban demorir de desnutrición, pues la comida demadameLebrun era totalmente deplorable, y nadie, salvo una mujer con tantadesfachatezcomomadameLebrun,seatreveríaaofrecertalcomiday,encima,cobrarla.

—Debedesentirsemuysolasinsuhijo—dijoEdna,queriendocambiardetema—. Y, además, su hijo preferido. Ha tenido que ser muy duro dejarlemarchar.

Mademoiselleserioconmalicia.

—¡Su hijo preferido! ¡Vaya! ¿Quién le ha contado a usted semejantehistoria?MineLebrun vive paraVictor y sólo para él.Lo hamimadohastaconvertirloenelinútilquees.Adorahastaelsueloquepisa.Robert,enciertomodo,estámuybienparadaralafamiliatodoeldineroquegana,aunquesereserveparaélunamínimaparte.¡Asíqueelhijopreferido!Yotambiénechoenfaltaalpobrechico.Megustabaverloyoírloporaquí;elúnicoLebrunquemerecelapena.Sueleveniravermeenlaciudad.Megustatocarparaél.¡EseVictor!Lahorcaseríademasiadobuenaparaél.EsunmilagroqueRobertnolehayamatadoapaloshacetiempo.

—¡Creía que tenía mucha paciencia con su hermano!—aventuró Edna,contentadeestarhablandodeRobert,independientementedeloquesedijera.

—¡Oh,lediounabuenazurrahaceunoodosaños!—dijomademoiselle—.Fue a causadeunamuchacha española sobre laqueVictor se creía conalgúnderecho.UndíaencontróaRoberthablandoconlachica,paseandoconella,bañándoseollevándoleelcesto,norecuerdoexactamentequé,ysepusotaninsultanteyofensivoqueRobertledioallímismounapalizaque,dentrodeloquecabe,lohamantenidoarayaduranteunatemporada.Yavasiendohoradequerecibaotra.

—¿SellamabaMariequita?

—Sí,Mariequita,esoes,Mariequita.Lohabíaolvidado.EsaMariequitaesunamarrullera,ynoesbuena.

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EdnabajólavistafrenteamademoiselleReiszysepreguntócómopodíahaber escuchado aquel veneno durante tanto tiempo. Por alguna razón sesentíadeprimida,casidesgraciada.Nohabíavenidoconintencióndemeterseenelagua,perosepusoeltrajedebañoydejóamademoisellesola,sentadaala sombradel toldode losniños.Amedidaqueelveranoavanzaba,el aguaestabamás fría.Ednasezambullóynadóconundesenfreno talque lahizoestremecerse y la revitalizó. Se quedó mucho rato en el agua, deseando amediasquemademoiselleReisznolaesperase.

Peromademoiselleesperó.EstuvomuyamableenelcaminodevueltaysedeshizoenelogiossobreelaspectodeEdnaentrajedebaño.Hablódemúsica.EsperabaqueEdnalavisitaraenlaciudad,yleescribiósudirecciónalápiz,enuntrozodetarjetaqueencontróenelbolsillo.

—Cuándosemarcha?—preguntóEdna.

—Elpróximolunes.¿Yusted?

—Lasemanaqueviene—contestóEdna.Yañadió—:Hasidounveranoagradable,¿verdad,mademoiselle?

—Bueno —asintió mademoiselle Reisz, encogiéndose de hombros—.Bastante bueno, si no hubiera sido por los mosquitos y por las gemelasFarival.

XVII

LosPontellierposeíanunacasaencantadoraenNuevaOrleans,situadaenEsplanade Street. Era un gran cottage de dos alturas, con amplia galeríadelantera,cuyascolumnasredondasyacanaladassosteníaneltejadoinclinado.La casa estaba pintada de unblancodeslumbrante; los postigos exteriores ocelosías eran verdes. En el patio, escrupulosamente limpio, había flores yplantasdelasmuchasqueflorecenenelsurdeLuisiana.Depuertasadentro,elmobiliarioseajustabaperfectamentealoconvencional.Lasalfombrasmássuaves cubrían los suelos; enpuertasyventanas, colgaban ricosy elegantescortinajes. Había cuadros en las paredes, seleccionados con criterio y buengusto.Elvidriotallado,laplata,losgruesosdamascosqueadiarioaparecíansobre la mesa eran la envidia de muchas mujeres con maridos menosgenerososqueelseñorPontellier.

A éste le encantaba pasear por su casa examinando el mobiliario y losdetalles,comprobandoquenadaestuvierafueradelugar.Valorabamuchosusposesiones,principalmenteporqueeransuyasyporquedelacontemplacióndeunapintura,unaestatuilla,unacortinadeencajevalioso,odecualquierotra

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cosa,obteníaungenuinoplacercuando,trasadquirirlo,locolocabaentresusdiosesdomésticos.

Losmartes por la tarde—elmartes era el día de recepciónde la señoraPontellier— había un flujo permanente de visitas: mujeres que llegaban encarruajeoentranvía,oqueveníanpaseandosielaireerasuaveyladistancialopermitía.Un jovenmulatoclaro, con fracyconunadiminutabandejadeplata para las tarjetas de visita, los recibía. Una doncella, con cofia blancaencañonada,ofrecía licor, caféo chocolate, al gustode cadauno.La señoraPontellier, vestida con un elegante atuendo de recepción, permanecía en elsalón toda la tarde recibiendo a sus visitantes. Algunas veces, al atardecer,veníantambiénhombresacompañandoasusesposas.

Éste había sido el programa que la señora Pontellier había seguidoreligiosamente desde su boda, hacía seis años. Algunas noches, durante lasemanaasistíaconsumaridoalaóperao,aveces,alteatro.

ElseñorPontelliersemarchabadecasapor lamañana,entre lasnueveylasdiez,yraravezvolvíaantesdelasseisymediaolassietedelatarde,yaparalacena,queseservíaalassieteymedia.

PocassemanasdespuésdesuregresodeGrandIsle,sesentóconsuesposaalamesaunmartesporlanoche.Estabanlosdossolos.Losniñossehabíanidoalacama;devezencuandoseoíanligeroscorreteosdepiesdescalzosylavoz acusadora de lamulata, que suplicaba con débiles protestas. La señoraPontellier no llevaba su traje de recepción como era habitual; vestía unonormal, de estar por casa. El señor Pontellier, muy observador para esosdetalles, lo notó mientras servía la sopa y le tendía la sopera al mozo decomedor.

—¿Teencuentrascansada,Edna?¿Aquiénrecibiste?¿Muchasvisitas?—preguntó. Probó la sopa y empezó a sazonarla con sal, pimienta, vinagre,mostazaytodoloquehabíaasualcance.

—Hubo muchísimas —contestó Edna, comiendo la sopa con evidentesatisfacción—.Encontrésustarjetasdevisitacuandovolví.Estuvefuera.

—¿Fuera?—exclamó sumarido con un tono de auténtica consternaciónmientrasdepositabalasvinajerasylamirabaatravésdelasgafas—.¿Porqué?¿Quétehaobligadoasalirenmartes?¿Quéteníasquehacer?

—Nada.Simplemente,meapetecíasalir,ysalí.

—Bueno, espero que hayas dejado una excusa convincente —dijo sumarido,apaciguadoenciertomodo,mientrasañadíaunapizcadecayenaalasopa.

—No,nodejéningunaexcusa.OrdenéaJoequedijeraquehabíasalido;y

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yaestá.

—Pero¿porqué,querida?Creíaqueyahabíasentendidoquelagentenohace esas cosas; tenemos que observar les convenances si queremos iradelanteynoquedarnosatrásenlaprocesión.Sisentíasnecesidaddeirtedecasa esta tarde, deberías haber ofrecido una disculpa apropiada para tuausencia…

Estasopaestáverdaderamenteimposible;parecementiraqueesamujernohayaaprendidotodavíaahacerunasopadecente.Cualquierchiringuitodelaciudadlasirvemejor.¿EstuvolaseñoraBelthropaquí?

—Joe,traelabandejaconlastarjetas.Norecuerdoquiénvino.

Elmuchachose retiróy,pasadounmomento,volviócon labandejitadeplata cubierta de tarjetas de visita femeninas. Se la tendió a la señoraPontellier.

—DáselaalseñorPontellier—dijoEdna.

JoetendiólabandejaalseñorPontellierydespuésremoviólasopa.

El señor Pontellier examinó los nombres de las visitas de su esposa,leyendoalgunosenvozaltaeintercalandocomentarios.

—«Las señoritasDelasidas».Estamañana hice un buen negocio para supadreconunosartículosaentregaraplazos.Unaschicasencantadoras;yavasiendo hora de que se casen. «La señora Belthrop». Te diré lo que sucede,Edna:nopuedespermitirtehacerleundesairealaseñoraBelthrop.¿Porqué?Pues porque Belthrop tiene capacidad para comprarnos y vendernos diezveces.Sunegociovalemucho.Unabonitacifraparamí.Seríamejorque leescribieras una nota. «La señora James Highcamp». ¡Bah! Cuanto menostengas que ver con la señora Highcamp, mejor. «Madame Laforcé». Vinodesde Carrolton, demasiado, pobre infeliz. «La señoritaWiggs», «la señoraEleanorBoltons»…

Pusolastarjetasaunlado.

—¡Porfavor!—exclamóEdna,echandochispas—.¿Porquétetomasestotanenserioyhacestantosaspavientos?

—Nohagoaspavientos.Peroprecisamenteestasaparentesnimiedadessonlasquehayquetomarenconsideración.Estascosascuentan.

Elpescadoestabasocarrado,yelseñorPontelliernolotocó.Ednadijoquenoleimportabaunligerogustoasocarrado.Elasadonoestabaasatisfaccióndelseñor,ytampocoleagradócómosirvieronlasverduras.

—Me parece—dijo— que gastamos suficiente dinero en esta casa paraprocurarnos una comida al día que pueda uno ingerir sin menoscabo de su

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dignidad.

—Antes pensabas que la cocinera era un tesoro —contestó Edna conindiferencia.

—Talvezlofueracuandollegó,perolascocinerasnosonmásquesereshumanos.Necesitanqueselascuidecomoacualquierotrapersonaalaquesecontrata. Imagínate que yo no estuviera al tanto de los empleados de mioficinaypermitieraquelascosasfueranasuaire;notardaríanenorganizarunbuenlíoconmigoyconminegocio.

—¿Adóndevas?—preguntóEdna,viendoquesumaridose levantabadela mesa sin probar bocado, excepto una cucharada de sopa sazonada enexceso.

—Mevoyacenaralclub.Buenasnoches.

Ella estaba familiarizada con estas escenas. A menudo la habían hechomuy desgraciada. En ocasiones anteriores se había sentido totalmentedesganada para acabar la cena. Otras veces había ido a la cocina paraadministrar una tardía regañina a la cocinera. En una ocasión fue a suhabitación y se pasó la tarde entera estudiándose el libro de cocina, paraacabar escribiendo unmenú semanal que la dejó desolada, pues después detodonohabíalogradonadaquemerecieralapena.

PeroaquellanocheEdnaseobligóaterminardecenarsola.Teníaelrostroenrojecido y sus ojos llameaban con una especie de fuego interior que losencendía.Cuandoacabódecenar,dioinstruccionesalmozoparaquedijeraacualquier posible visita que estaba indispuesta. Y después se fue a suhabitación.

Eraunahabitacióngrandeyhermosa,ricaycoloridaenlasuavepenumbraque ladoncellahabíadispuestoalbajar la luz.Entró, seacercóa laventanaabierta ymiró el intrincado laberinto del jardín que se extendía a sus pies.Todoelmisterioyelembrujode lanocheparecíanhabersecongregadoallí,entrelosperfumesoscurosylostortuososcontornosdelasfloresyelfollaje.Se buscaba y se encontraba a sí misma en aquella dulce oscuridad, quearmonizabaconsuestadodeánimo.Peronoeranvocesdeconsuelolasquelellegabande la noche, el cielo y las estrellas, sinovoces burlonas, connotasque sonaban lastimeras, sin promesas, desprovistas incluso de esperanza.Entródenuevoen lahabitaciónyempezóa recorrerladeun ladoaotrosindetenerse.Llevabaenlasmanosunpañuelofinoque,despuésdedesgarrarloen tiras, enrolló en una bola y arrojó lejos. Se detuvo un momento y,quitándoseelanillodeboda,lolanzóalaalfombra.Cuandolovioallí,tirado,lopisó con el talón, esforzándose en romperlo.Pero el pequeño talónde subotanopudodeformarlo;nisiquieralogróarañarelpequeñoaroreluciente.

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Llenadeira,cogióunjarróndecristaldelamesayloestampócontralaslosasdelachimenea.Queríadestruiralgo.Deseabaescucharelestallidoyelestruendo.

Unadoncella,alarmadaporelruidodelcristalroto,entróenlahabitaciónparaaveriguarloquepasaba.

—Sehacaídoun jarrónen lachimenea—dijoEdna—.Nosepreocupe;déjelohastamañana.

—Pero podría clavarse un cristal en el pie, señora —insistió la joven,recogiendo los pedazos del jarrón roto desparramados por la alfombra—.Yaquíestásualianza,señora,debajodelasilla.

Ednaextendiólamano,cogióelanilloylodeslizóensudedo.

XVIII

Alamañanasiguiente,apuntodemarcharalaoficina,elseñorPontellierpreguntóaEdnasiqueríairabuscarlealaciudadymiraralgunosaccesoriosnuevosparalabiblioteca.

—No creo que necesitemos nuevos accesorios, Léonce. No compremosmáscosas.Eresdemasiadogastador.Estoyseguradequenuncahaspensadoenguardardinerooahorrar.

—Elmodo de hacerse rico esmoviendo el dinero,mi querida Edna, noahorrándolo—dijo.

Lamentó que no le apeteciera acompañarle a seleccionar nuevosaccesorios.Sedespidióconunbesoyledijoquenoteníabuenaspectoyqueteníaquecuidarse.Ednaestabapálidaysilenciosa,algopocohabitualenella.

Esperóenlagaleríadelanteramientrasélsealejabadelacasa,y,absorta,arrancó unas pocas ramitas de jazmín que crecían en un enrejado cercano.Aspiróelaromadeloscapullosyselosmetióenlapecheradeltrajeblancodemañana. Los niños arrastraban por la vereda un pequeño «vagón expreso»lleno de tarugos y palos. La niñera mulata los seguía con pasitos rápidos,fingiendo animación y presteza. Una vendedora de fruta pregonaba susmercancíasporlacalle.

Ednamirabaalfrenteconexpresiónensimismada.Nosentíaningúninterésporloquelarodeaba.Lacalle,losniños,lavendedoradefruta,lasfloresquecrecíanallí,antesusojos,eranparteyfragmentosdeunmundoextrañoquederepentesehabíavueltohostil.

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Volvióaentrarencasa.Habíapensadohablaralacocineradelosdesatinoscometidos la noche anterior, pero el señor Pontellier la había librado de tandesagradablemisión,paralaque,porotraparte,estabatanpocodotada.Losargumentos que el señor Pontellier empleaba con sus subordinados eranhabitualmenteconvincentes.Habíasalidodesucasaconlaseguridadcasitotalde que Edna y él podrían sentarse aquella noche, y tal vez las nochessucesivas,acomeralgoquemerecieraelnombredecena.

Ednapasóunaodoshorasexaminandoalgunosdesusviejosdibujos.Veíaimperfecciones y defectos que saltaban a la vista. Intentó trabajar un poco,peroreconocióquenoestabadehumor.Finalmente,cuandounpocomástardese vistió y salió de casa, se llevó los escasos dibujos que considerómenosvergonzosos.Teníaunaspectoeleganteydistinguidoconeltrajedecalle.Elbronceado de la playa le había desaparecido de la cara y la frente aparecíasuave,blancaybrillantebajoelabundantepelodorado.Teníaalgunaspecasenlacara,unpequeñolunaroscurocercadellabioinferioryotroenlasien,medioocultoporelpelo.

Mientras caminaba por la calle, pensaba en Robert. Aún estaba bajo elhechizodelenamoramiento.Habíaintentadoolvidarlealadvertirloinútilqueresultabasurecuerdo.Peropensarenéleracomounaobsesiónquelaacosabaconstantemente. No es que se detuviera en los detalles de sus primerosencuentrosnirememorasealgúnrasgoespecialopeculiardesupersonalidad;erasuser,suexistencia, loquedominabasupensamiento,ysedesvanecíaavecescomosisefundieraenlaniebladelolvido,parareavivarsedenuevoconunaintensidadtalquelacolmabadeunincomprensibledeseo.

Edna se dirigió a casa de madame Ratignolle. La amistad que habíacomenzadoenGrandIslenosehabíaenfriadoy,desdesuregresoalaciudad,se veían con bastante frecuencia. Los Ratignolle vivían cerca de la casa deEdna,enlaesquinadeunacallelateral,dondemonsieurRatignolleregentabaunafarmaciadesupropiedad,quegozabadeprósperayestableclientela.Supadrehabíallevadoelnegocioantesqueél,ymonsieurRatignolleestababienestablecido en la comunidad y mantenía una envidiable reputación por suintegridad y perspicacia. Su familia vivía encima de la farmacia, en unconfortablepiso,alqueseentrabaporunodelosladosdelaportecochère.

HabíaalgoqueEdnaencontrabamuyfrancésymuyextranjeroentodasumaneradevivir.Enelamplioyagradablesalón,queocupabatodoelanchodela casa, los Ratignolle agasajaban a sus amigos cada quince días con unasoiréemusicale; a veces, con la variante de una partida de cartas.Había unamigoquetocabaelchelo.Unotraíalaflautayotroelviolín;otroscantabanyalgunos interpretaban al piano con distintos grados de gusto y pericia. Lassoiréesmusicalesde losRatignolleeranmuyconocidasy seconsiderabaunprivilegioserinvitadoaellas.

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Edna encontró a su amiga ordenando la ropa que había traído aquellamañanadelalavandería.AlveraEdna,conducidaasupresenciasinningunaceremonia,abandonóinmediatamentesutarea.

—Cité puede hacerlo tan bien como yo; en realidad, es su trabajo —explicóaEdna,quesedisculpóporinterrumpirla.

Llamó a una joven negra y le advirtió, en francés, que tuviera muchocuidadoencomprobarpuntoporpuntolalistaquelehabíandado.LedijoquesefijaraconespecialatenciónsihabíandevueltounodelospañuelosdelinofinodemonsieurRatignollequefaltabalasemanaanterior,yqueseasegurasedesepararlasprendasqueprecisaranarregloozurcido.

Después,poniendounbrazoalrededordelacinturadeEdna,lallevóalapartedelanteradelacasa,alsalón,queestabafrescoyfraganteporelolordelasrosascolocadasenjarronesalpiedelachimenea.

Allí,ensucasa,madameRatignolleparecíamáshermosaquenunca,conel batín que dejaba casi totalmente al descubierto sus brazos y exhibía lasespléndidasydeslizanteslíneasdesugargantablanca.

—Quizá pueda pintar su retrato algún día—dijo Edna con una sonrisamientras se sentaban. Sacó el rollo de dibujos y empezó a desplegarlos—.Creo que tendría que volver a trabajar—prosiguió—. Siento necesidad dehaceralgo.¿Quéleparecen?¿Creequemerece lapenaempezardenuevoyseguirestudiando?PodríatrabajardurantealgúntiempoconLaidpore.

SabíaquelaopinióndemadameRatignolleeneseasuntoseríacasiinútil;queellamismanohabíatomadoaúnningunadecisión,peroestabaresueltaahacerlo;sinembargo,buscabapalabrasdeelogioyánimoque laayudaranaemprenderconcorajelaaventura.

—¡Querida,ustedtieneuntalentoenorme!

—¡Tonterías!—protestóEdna,muyhalagada.

—Enorme, se lo aseguro—insistiómadame Ratignolle, examinando losdibujos uno a uno, muy de cerca y estirando después el brazo, mientrasentornabalosojoseinclinabalacabezaaunlado.

—Sinduda,estecampesinobávaromerecequelepongaustedunmarco.¡Yestacestademanzanas!Nuncahevistonadatanreal.Sesienteunotentadodealargarlamanoycogeruna.

Ednanopodíaevitarunsentimientoquebordeabalaautocomplacenciaalescuchar loselogiosdesuamiga, inclusodándosecuenta,comodehechosedaba,delverdaderovalordelosdibujos.GuardóunospocosyentregóelrestoamadameRatignolle,queaprecióel regalomásalláde suvalor realyque,orgullosa, losexhibiódelantedesumaridocuandoéstesubióde lafarmacia

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paraalmorzar.

ElseñorRatignolleeraunodeesoshombresdequienessedicequesonlasalde la tierra.Sujovialidadsin límitesrivalizabaconsubondad,suampliatoleranciaysusentidocomún.Tantoélcomosuesposahablaban inglésconacento que sólo se percibía en la intensidad, tan poco inglesa, y en ciertoesmeroyponderación.ElmaridodeEdnahablaba inglés sinningún tipodeacento. Los Ratignolle se entendían perfectamente. Si alguna vez en estemundosehalogradolafusióndedossereshumanosenuno,sinlugaradudashasidoenellos.

Cuando Edna se sentó a la mesa pensó: «¡Qué comistrajo me espera!».Aunqueno tardó endescubrir queno era un comistrajo, sin o unadeliciosacomidasencilla,selectaysatisfactoriaentodoslosdetalles.

MonsieurRatignolleestuvoencantadodeverla,aunquelaencontrabaconpeoraspectoqueenGrandIsle,yleaconsejóuntónico.Hablabamuchoydetemas diversos: un poco de política, noticias de la ciudad y chismorreo delvecindario. Charlaba con animación y gravedad, dando a cada sílaba quepronunciaba una importancia exagerada. Su mujer se interesabaprofundamente por todo lo que él decía, dejando el tenedor para escucharlemejor,terciandoenlaconversaciónybebiéndoselaspalabrasdesuboca.

Aldejarlos,Ednasesintiómásdeprimidaqueconsolada.Labrevevisióndearmoníadomésticaquelehabíanofrecidonolecausópenaninostalgia.Noera ése el tipo de vida que le iba, y no veía en él sino un pasmoso ydesesperanzado aburrimiento. Sentía una especie de conmiseración pormadameRatignolle,piedadporaquellaexistenciagris,quenuncaelevaríaasudueñaporencimadeaquelbienestarmediocreenelquenohaylugarparalaangustia ni para saborear el delirio de vivir. Edna se preguntaba vagamentequéhabíaqueridodecircon«eldeliriodevivir».Laexpresiónlehabíapasadoporlacabezacomounaimpresiónextrañayespontánea.

XIX

Ednanopodíaevitarlaideadequehaberpisoteadosualianzayestampadoel jarrón de cristal contra el piso de la chimenea había sido una absolutatontería completamente infantil. No le asaltaron más arranques que laempujarana recurriramétodos tan fútiles.Empezóaobrarcomoqueríayasentircomodeseaba.Abandonóporcompletosusreunionesdelosmartesencasaynodevolviólasvisitasalosquehabíanidoaverla.Nohizoesfuerzosinútilesporllevarlacasaenbonneménagère,ibayveníacuandoleapetecía,y

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enloposibleseabandonabaacualquiercaprichopasajero.

ElseñorPontellierhabíasidounmaridobastanteatentomientrasencontróen su mujer cierta sumisión tácita. Pero su nuevo e inesperado modo decomportarselodejabatotalmenteperplejo.Loasustaba.Además,elcompletoabandonodesusdeberesdeesposaloencolerizaba.CuandoelseñorPontellierresultabaofensivo,Edna se ponía insolente.Había resuelto nodar jamás unpasoatrás.

—Mepareceunatotalextravaganciaqueunamujeralfrentedeunacasaymadre de dos hijos pase en un atelier el tiempo que debería emplearprocurandoelbienestardesufamilia.

—Meapetecepintar—respondíaEdna—.Quizánomeapetezcasiempre.

—Entonces,porel amordeDios, ¡pinta!Peronodejesque la familia sevayaaltraste.AhítienesamadameRatignolle:sigueconsumúsicaynodejaquetodolodemásseauncaos.Yellaesmejormúsicoquetúpintora.

—Ni ella esmúsiconi yopintora.Yno es por la pintura por lo quemedespreocupodelodemás.

—¿Porquéesentonces?

—¡Ah,nolosé!¡Déjameenpaz!¡Memolestas!

El señor Pontellier se preguntaba a veces si su mujer no se estaríatrastornando.Veía claramente queEdna no era lamisma.Es decir, él no sedaba cuenta de que Edna estaba en el proceso de ser ella misma y quedesechabadíaadíaeseyoficticioqueasumimoscomoundisfrazconelqueapareceranteelmundo.

Sumarido ladejabasola, talcomoellapedía,yse ibaa laoficina.Ednasubíaasuatelier,unaluminosahabitaciónenloaltodelacasa.Trabajabaconenorme energía e interés, pero no conseguía nada que la satisficiera lomásmínimo.Duranteun tiempotuvoa toda lacasaenroladaalserviciodelarte;incluso los muchachos posaban para ella. Al principio, lo encontrabandivertido,peropronto ladistracciónperdió suatractivocuandodescubrieronque no era un juego pensado expresamente para su diversión. Lamulata sesentaba durante horas ante la paleta de Edna, paciente como un salvaje,mientras la doncella se encargaba de los niños y el salón seguía sindesempolvar.PeroladoncellatambiéncumpliósuturnocomomodelocuandoEdna se dio cuenta de que la espalda y los hombros de la joven estabanmodeladossegúnlíneasclásicasyquesumelena,sinlacontencióndelacofia,resultabainspiradora.Aveces,mientrastrabajaba,EdnatarareabaenvozbajalacancioncillaAh,situsavais.

Esto le traía recuerdos.Volvía a oír denuevo elmurmullodel aguay el

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batirdelavela.Veíaeldestellodelalunasobrelabahíaysentíalablandayborrascosasacudidadelcálidovientodelsur.Unaimperceptiblecorrientededeseoatravesósucuerpo,derribandosusdefensasyabrasandosusojos.

Hacíadíasque era feliz sin saberporqué.Felizde estar vivay respirar.Díasenlosquetodosuserparecíafundirseconlaluzdelsol,losoloresylaexuberante tibieza del sur. Entonces, le gustaba pasear sola por lugaresextrañosydesconocidos.Descubríarinconessoleados,enlosqueadormecerseysoñar.Yencontrabadeliciososoñaryestarsolasinquenadielamolestara.

Habíadíasenqueeradesgraciadasinsabertampocoporqué.Díasenlosque parecía no merecer la pena estar contenta o triste, viva o muerta;momentosenquelavidaparecíaungrotescopandemóniumylahumanidad,gusanos que se desvivían ciegamente hacia su inevitable aniquilamiento.Entales momentos, no podía trabajar ni tejer las fantasías que aceleraban suslatidosyencendíansusangre.

XX

Enunodeaquellosestadosdeánimo,EdnabuscóamademoiselleReisz.Nohabíaolvidadolaimpresiónbastantedesagradablequelehabíadejadosuúltimaentrevista;pero,apesardeesto,sentíadeseosdeverla;sobretodo,deoírlatocarelpiano.Aprimerahoradelatarde,emprendiólabúsquedadelapianista. Por desgracia había extraviado o perdido la tarjeta y, buscando sudirecciónen laguíade la ciudad, comprobóquevivíaenBienvilleStreet, aciertadistanciadesucasa.Laguíaquecayóensusmanoseradehacíamásdeunañoy,cuandollegóalnúmeroindicado,Ednadescubrióquelacasaestabaocupada por una respetable familia de mulatos que alquilaban chambresgarnies.Hacíaseismesesquevivíanallí,ynosabíanabsolutamentenadadeaquellatalmademoiselleReisz.Realmente,nosabíannadadeningunodesusvecinos; y le aseguraron que los inquilinos eran todos gente de lo másdistinguida. Edna no se detuvo a discutir con madame Pouponne sobrediferencias de clase, y se dirigió rápidamente a la tienda de ultramarinosvecina con la seguridad de quemademoiselle habría dejado su dirección alpropietario.

ÉsteleinformóqueconocíaamademoiselleReiszmuchomejordeloquehabríadeseado.Lociertoesquenoqueríasabernadanideellanidecualquiercosa que tuviera relación con la mujer más desagradable e impopular quejamás había vivido en Bienville. Daba gracias al cielo de que hubieraabandonadoelvecindarioyagradecíatambiénnoconocersuparadero.

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AEdnaselequintuplicaronlasganasdeveramademoiselleReiszconestaserie de obstáculos. Se preguntaba quién podría darle la información quebuscabacuando,depronto,se leocurrióquemadameLebrunera lapersonaidónea. Sabía que era inútil preguntara madame Ratignolle, que no teníabuenas relaciones con la pianista y que prefería no saber nada de ella. Encierta ocasión había hablado del asunto con tanta contundencia como eltenderodelaesquina.

Edna sabía que madame Lebrun había vuelto a la ciudad, porque yaestabanamediadosdenoviembre.YtambiénsabíaquelosLebrunvivíanenCharlesStreet.

Por fuera, su casa parecía una prisión, con rejas de hierro delante de lapuertay lasventanasbajas.Las rejasdehierroeranunareliquiadelantiguorégime, y a nadie se le habría ocurrido quitarlas. A un lado, una valla altacerrabaeljardín.Ednallamóaltimbreporlapuertadeljardínyesperóenlaaceraaqueleabriesen.

LeabrióVictor.Unanegraquesesecabalasmanoseneldelantallepisabalos talones. Antes de verlos, Edna les oyó discutir: la mujer, cosa rara,reclamabaelderechoaquelepermitierancumplirconsusdeberes,unodeloscualeseracontestaraltimbre.

Victor, sorprendido y encantado de ver a la señora Pontellier, no intentóocultarsusorpresanisualegría.Eraunatractivojovendediecinueveaños,decejasoscuras,queseparecíamuchoasumadre,peroconunímpetudiezvecesmayor.Ordenóa lanegraqueavisaraenseguidaamadameLebrunyqueleinformara de que la señora Pontellier deseaba verla. La mujer se negó,refunfuñandoportenerquehacerpartedesutrabajo,cuandonoselepermitíahacerlo entero, y se dispuso a reanudar la interrumpida tarea de escardar eljardín.Victorlaincrepóconuntorrentedeinsultos,que,debidoasurapidezeincoherencia,fuetotalmenteincomprensibleparaEdna.Fueraloquefuera,lareprimendasurtióefecto,pueslamujersoltóelazadónyentrórezongandoenlacasa.

Edna no tenía ganas de entrar. En un lado del porche había sillas, uncanapé demimbre y unamesita, y se estabamuy agradable. Cansada de lalarga caminata, se sentó y comenzó a mecerse suavemente mientrasrecomponía los pliegues del parasol de seda. Victor acercó su silla.Inmediatamenteleexplicóqueelcomportamientoofensivodelamujernegrase debía a su adiestramiento imperfecto, y que no iba a ser él quien seencargarademeterlaenvereda.Habíallegadodesuislalamañanaanterioryesperabavolveraldíasiguiente.Sequedabatodoelinviernoenlaisla;vivíaallí, mantenía el lugar en condiciones y preparaba las cosas para losveraneantes.

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Pero,comounhombrenecesitaesparcimientodevezencuando—siguióinformando a la señora Pontellier—, reunía pretextos para venir a la ciudadcadadospor tres. ¡Diosmío!Lanochepasadahabíasidounadeesas…Noqueríaquesumadreseenterase,yempezóahablarenvozbaja.Resplandecíaal recordar lo sucedido. Por supuesto, no iba a contarle todo a la señoraPontellier,que,comomujer,nolocomprendería.Perolacosaempezóconunachicaque,alpasar,lesonriódesdeunaventanaentreabierta.¡Unapreciosidad!Porsupuestoqueélledevolviólasonrisaysubióacharlarconella.LaseñoraPontellier no lo conocía si pensaba que era de los que dejan pasar unaoportunidad semejante.Aun a su pesar, a Edna le divertía elmuchacho. Sumiradadebíadenotarciertointerésoentretenimiento.Elchicofuellevandosuosadía cada vezmás lejos y, si no hubiera sido por la oportuna llegada demadameLebrun, la señora Pontellier no habría tardadomucho en tener queescucharalgunahistoriasubidadetono.

Ladamacontinuaba,siguiendosucostumbredeverano,vestidadeblanco.Sus ojos dirigieron a Edna una efusiva bienvenida. ¿No le apetecería a laseñoraPontellierpasaralacasa?¿Tomaríaalgúnrefresco?¿Porquénohabíavenidoantes?¿Cómoestabanelquerido señorPontelliery susencantadoreshijos?¿HabíavistoalgunavezlaseñoraPontellierunnoviembretanbueno?

Victor fue a reclinarse en el canapé demimbre, detrás de la silla de sumadre,desdedondecontrolabael rostrodeEdna.Mientrashablabaconella,Victor había cogido el parasol y, tumbado de espaldas, lo levantaba y hacíagirar sobre su cabeza. Madame Lebrun se quejó de lo aburrida que era lavueltaa laciudad;de lapocagentequeveíaahora;ydeque inclusoVictor,cuandosubíadelaislaporunoodosdías,teníaeltiempocomprometidoconsus obligaciones. Fue entonces cuando el joven comenzó a revolverse en elcanapéyleguiñóunojoaEdnaconmalicia.Ednasesintió,enciertomodo,cómplicedeundelito,eintentóparecerseverayendesacuerdo.

LecomentaronquesólohabíanrecibidodoscartasmuybrevesdeRobert.Cuandosumadrelerogóqueentraraabuscarlas,Victordijoque,enrealidad,no merecía la pena ir a por ellas. Él recordaba todo lo que decía, y,verdaderamente,cuandolopusieronaprueba,recitósucontenidoconmuchasoltura.

UnadelascartasestabaescritadesdeVeracruzylaotradesdeCiudaddeMéxico.SehabíareunidoconMontel,queleestabaayudandotodoloposibleparaqueprosperase.Demomento,susituaciónfinancieranohabíamejoradorespectoalaquedejóenNuevaOrleans,pero,porsupuesto,lasperspectivaseran infinitamente mejores. Contaba cosas sobre Ciudad de México: losedificios, las gentes y sus costumbres, y las condiciones de vida que habíaencontrado.Enviaba todo su cariño a la familia e incluíaun chequepara sumadre,esperandoqueelladierarecuerdosafectuososdesuparteatodossus

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amigos.Esoeraensíntesisloqueconteníanlasdoscartas.Ednasabíaque,sihubierahabidoalgúnmensajeparaella,lehabríallegado.Elabatimientoconel que había salido de casa empezó a invadirla de nuevo, y recordó quedeseabaencontraramademoiselleReisz.

MadameLebrunsabíadóndevivíamademoiselle.DioaEdnaladirección,lamentandoquenoaceptasepasarconellaloquequedabadetardeydejaralavisitaamademoiselleReiszparaotrodía.Erayamásdemediatarde.

Victor la acompañó hasta la acera, levantó el parasol y lo sostuvo sobreella mientras iban hasta el coche. Le rogó que recordara el carácterestrictamenteconfidencialdeloquelehabíacontadoaquellatarde.Ellaserioy bromeó un poco, dándose cuenta demasiado tarde de que debería habersemostradoseriaycircunspecta.

—¡Quéeleganteestaba la señoraPontellier!—dijomadameLebruna suhijo.

—Arrebatadora—confesóél—.Elambientedelaciudadlahamejorado.Enciertomodo,noparecelamismamujer.

XXI

Había quien afirmaba que elmotivo de quemademoiselleReisz eligierasiemprelosáticoseraeldeevitaramendigos,buhonerosyvisitas.Lapequeñahabitación delantera tenía muchas ventanas, en su mayoría bastante sucias,pero como estaban abiertas casi siempre, no se notaba mucho. A menudodejaban entrar en la habitación gran cantidad de humo y de hollín; perotambiénentrabanporellastodalaluzyelairedelexterior.Desdelasventanas,seveíalacrecientedelrío,losmástilesdelosbarcosylasgrandeschimeneasde los buques de vapor del Misisipi. Un piano magnífico llenaba elapartamento. En la habitación contigua dormía ella, y la tercera y últimaalbergabaunacocinadepetróleo,enlaquepreparabasuscomidascuandonole apetecía bajar al restaurante vecino. Comía allí mismo y guardaba suspertenenciasenunaparadorextrañoyviejo,deslucidoybaqueteadoporcienaños de uso. Cuando Edna llamó a la puerta de mademoiselle Reisz lasorprendióalladodelaventana,ocupadaencomponeroarreglarelbotóndeunviejobotín.LapequeñapianistariodebuenaganaalveraEdna.Surisaconsistíaenunaespeciedecontraccióndelrostroydelosdemásmúsculosdelcuerpo.Teníaunaspectoimpresionantementesencilloallí,alaluzdelatarde.Aún llevabael raídoencajeyel ramodevioletasartificialesaun ladode lacabeza.

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—Demodoqueporfinseacordóusteddemí—dijoMademoiselle—.Medecíaamímisma:«¡Bah,novendránunca!».

—¿Deseabaustedqueviniera?—preguntóEdnaconunasonrisa.

—Nolohepensadomucho—respondiómademoiselle.

Lasdossehabíansentadoenunpequeñosofádemuellesrotosqueestabacontralapared.

—Sin embargo —continuó mademoiselle—, me alegro de que hayavenido.Tengoelaguahirviendoenlacocinayestabaapuntodetomarcafé.Tomará una taza conmigo. ¿Y cómo está la belle dame? ¡Siempre tanhermosa! ¡Siempre tan saludable! ¡Siempre contenta! —Cogió la mano deEdna entre sus dedosnervudos, sosteniéndola suelta, sin calor, y ejecutandounadobleescalasobrelapalmayeldorso—.

Sí —prosiguió—, a veces, pensaba: nunca vendrá. Lo prometió comosuelenhacerlolasdamasdelaaltasociedad,porcompromiso;peronovendrá.Porque realmente, señora Pontellier, no creo que yo sea una persona de sugusto.

—No sé si me gusta usted o no—contestó Edna, bajando la vista paramiraraladiminutamujerconciertaperplejidad.

El candor de la confesión de la señora Pontellier agradó enormemente amademoiselle Reisz, que expresó su gratitud dirigiéndose rápidamente a lacocina de petróleo y recompensando a su huésped con la prometida taza decafé.ElcaféylasgalletasqueloacompañabanresultarondelagradodeEdna,que había declinado el refrigerio en casa de madame Lebrun, y ahoraempezabaasentirhambre.Mademoisellecolocó labandejaquehabía traídosobreunamesitaauxiliarysesentódenuevoeneldesvencijadosofá.

—Herecibidounacartadesuamigo—observó,mientrasvertíaunpocodenataenlatazadeEdnayselaentregaba.

—¿Demiamigo?

—Sí,desuamigoRobert.MeescribiódesdeCiudaddeMéxico.

—¿Leescribióausted?—repitióEdna,conasombro,removiendoelcafédistraída.

—Sí,amí,¿porquéno?Nodejequeseleenfríeelcafé;bébaselo.Aunquesetratadeunacartaquehabríapodidoestardirigidaausted;nohaymásquelaseñoraPontellierdesdeelcomienzohastaelfinal.

—Déjemeverla—suplicóEdna.

—No.Unacartanoconciernemásquea lapersonaque laescribeya la

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personaaquienvadirigida.

—¿Noacabausteddedecirqueserefiereamídesdeelcomienzohastaelfinal?

—Habladeusted,peronoesparausted.«¿HavistoalaseñoraPontellier?¿Cómo está?»,me pregunta. «Como dice la señora Pontellier», o «como laseñoraPontellierdijounavez».«SilaseñoraPontellierfueraavisitarla,toqueparaellamiimpromptufavorito,eldeChopin.Loescuchéaquíhaceunpardedías,peronopodíacompararseconelqueustedtoca.Megustaríasaberquéefecto produce en Edna». Y así continuamente, como si creyera quefrecuentamoslosmismoscírculos.

—Déjemeverlacarta.

—Ah,no.

—¿Lehacontestadousted?

—No.

—Déjemeverlacarta.

—No.Unaymilvecesno.

—Entonces,toqueeseimpromptuparamí.

—Seestáhaciendotarde.¿Aquéhoratienequeestardevueltaencasa?

—Lahoranomepreocupa,ysupreguntaresultaunpocogrosera.Toqueelimpromptu.

—Peronomehacontadonadadeusted.¿Enquéseocupa?

—¡Pinto!—dijoEdna,riendo—.Meestoyhaciendoartista.¡Noloolvide!

—¡Oh,artista!Tieneustedmuchaspretensiones,madame.

—¿Por qué pretensiones? ¿No cree que pueda llegar a convertirme enartista?

—Nolaconozcolosuficientepararesponderle.Noconozconisutalentoni su carácter. Pero ser artista implicamuchos factores; tiene uno que estardotadode cualidades únicas, que no se adquieren por el propio esfuerzo.Y,además,paratriunfar,elartistadebetenerunespírituvaleroso.

—¿Quéquieredecirconespírituvaleroso?

—¡Valeroso,mafoi!Elespírituvaliente.Elqueseatreveydesafía.

—Enséñemelacartaytoqueparamíelimpromptu.Yavequesoytenaz.¿Nocuentaparanadaesacualidadenelarte?

—Cuenta para una vieja loca a la que usted ha cautivado —contestó

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mademoiselleconunasonrisacrispada.

La carta estaba allí, amano, en el cajón de lamesita sobre la queEdnahabíapuestolatazadecafé.Mademoiselleabrióelcajónysacólacarta,queestabaencimadetodo.LapusoenmanosdeEdnay,sinmáscomentario,selevantóysedirigióalpiano.

Mademoiselletocabaunsuaveinterludio.Eraunaimprovisación.Sesentóal piano en el taburete, demasiado bajo; la disposición desgarbada de lascurvas y ángulos de su cuerpo le daban un aspecto deforme. Gradual eimperceptiblemente,elinterludiosefundióconlosdulcesacordesdeoberturaentonomenordelimpromptudeChopin.

Ednanodistinguióentreelfinalyelprincipiodelimpromptu.Sesentóenuna esquina del sofá, en penumbra, a leer la carta deRobert.Mademoisellepasó suavemente de Chopin a los estremecedores acordes de la canción deamorde Isolda,paravolver luegoa la sentimentaly conmovedora añoranzadelimpromptu.

Lassombrassehacíanmásdensasenlapequeñahabitación.Lamúsicasetransformabaenalgoextrañoyfantástico,turbulento,insistente,quejumbrosoysuavecomounasúplica.Lassombrassevolvieronmásdensas.Lamúsicallenabalahabitaciónyflotabaenlanochesobrelasazoteasylacrecientedelrío,desvaneciéndoseenelsilenciodelascapasmásaltasdelaire.

Ednasollozaba,comolohabíahechoaquellanocheenGrandIslecuandonuevasyextrañasvocessedespertarondentrodeella.Selevantóagitada,ysedispusoamarchar.

—¿Puedoveniralgunaotravez,mademoiselle?—preguntóenelumbral.

—Venga siempre que le apetezca. Tenga cuidado; las escaleras y losdescansillosestánoscuros.Notropiece.

Mademoisellevolvióaentraryencendióunacandela.LacartadeRobertestaba en el suelo. Se detuvo y la recogió. Estaba arrugada y húmeda delágrimas.Mademoisellealisólacarta,lametióenelsobreyvolvióacolocarlaenelcajóndelamesa.

XXII

Unamañana,decaminoalaciudad,elseñorPontelliersedetuvofrentealacasadeldoctorMandelet,unviejoamigoymédicodelafamilia.Eldoctorestabaprácticamenteretirado,durmiendo,comosueledecirse,enloslaureles.Gozabadebuenareputación,másporsusconocimientosqueporsudestreza;

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selebuscabaparaasuntosdeconsultayhabíadejadolaprácticaactivadelamedicina a sus ayudantes y colegas más jóvenes. Cuando necesitaban losserviciosdeunmédico,aúnatendíaaunaspocasfamiliasunidasaélporlazosdeamistad.LosPontellierestabanentreellas.

ElseñorPontellierencontróaldoctorleyendojuntoalaventanaabiertadesu estudio.La casaquedababastante retiradade la calle, en el centrodeunjardínencantador,demodoquetodoerapazytranquilidadjuntoalaventanadel estudio del anciano caballero. Era un gran lector. Cuando el señorPontellierentró,elmédicofijósumirada,condesaprobación,porencimadelas gafas, preguntándose quién había osadomolestarle a aquella hora de lamañana.

—¡Ah,Pontellier!Esperoquenoestéustedenfermo.Paseysiéntese.¿Quéletraeporaquíestamañana?

Era bastante corpulento, con una gran mata de pelo gris y unos ojillosazules,alosquelaedadhabíarobadoelbrillo,peronohabíaacabadoconsuperspicacia.

—¡Oh,yonuncaestoyenfermo,doctor!YasabequesoydebuenapastayqueprocedodeesaviejarazacriolladelosPontellier,quesevansecandoyalfinal se los lleva el viento.Vengo a consultarle…Bueno, no exactamente aconsultarle,másbienahablarledeEdna.Noséquélepasa.

—¿No se encuentra bien la señora Pontellier? —preguntó el doctor,extrañado—. Porque la vi, creo que hace una semana, paseando por CanalStreet,ymepareciólavivaimagendelasalud.

—Sí; sí; tienebuenaspecto—dijoel señorPontellier, inclinándosehaciadelante y jugueteando con el bastón que tenía en las manos—; pero no secomportarazonablemente.Estárara,nopareceella.Yonologroentenderla,ypenséquetalvezustedmeayudaría.

—¿Cómosecomporta?—preguntóeldoctor.

—Bueno,noesfácildeexplicar—dijoelseñorPontellier,recostándoseenlasilla—.Estádejandoquetodalaorganizacióndelacasasevayaaldiablo.

—Bien,bien;notodaslasmujeressoniguales,miqueridoPontellier.Hayquetenerencuenta…

—Yalosé;lehedichoquenopodíaexplicárselo.Suactitudconmigo,conlosdemásycontodohacambiadoporcompleto.Ustedyasabequetengouncarácter vivo, pero no me gusta pelear ni ser ofensivo con las mujeres,especialmenteconmiesposa.Peroella logra sacarmedequicioyhacerquemecomportecomounloco.Meestáhaciendolascosasdemasiadoincómodas—continuó diciendo, alterado—. Se le han metido en la cabeza esas ideas

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relacionadas con los derechos eternos de las mujeres; y, usted ya mecomprende,nosvemosporlamañana,enlamesadeldesayuno.

El anciano caballero levantó sus cejas hirsutas, adelantó el grueso labioinferiorytamborileóconlasacolchadasyemasdesusdedosenlosbrazosdelasilla.

—¿Quélehahechousted,Pontellier?

—¿Quélehehechoyo?Parbleu!

—¿Haestado—preguntóeldoctorconunasonrisa—,haestadosumujerúltimamente en contacto con algún círculo de mujeres seudointelectuales,seressuperioresdealtísimaespiritualidad?Miesposamehahabladodeellas.

—Ése es el problema —interrumpió el señor Pontellier—; no se harelacionado con nadie. Ha dejado sus reuniones de los martes en casa, haabandonado todassusamistadesysededicaadeambularsolay taciturnaenlostranvíasyaregresaracasadenoche.Yaledijequeestámuyextraña.Nomegusta.Estoyunpocopreocupado.

Elmédicoviootrasposibilidades.

—¿Hayalgohereditario?—preguntó con seriedad—.¿Hayalgopeculiarensusantecedentesfamiliares?

—¡Porsupuestoqueno!ProcededeunviejoyreciolinajepresbiterianodeKentucky. Según he oído decir, el cabeza de familia, su padre, expiaba suspecados de la semana con las devociones del domingo.Me consta que suscaballosdecarrerasacabaronconbuenapartedelamejortierradecultivodeKentuckyquehayavistonunca…EncuantoaMargaret,yalaconoceusted:es presbiterianismo puro y concentrado. Y la más joven es una especie dearpía.Porcierto,secasadentrodedossemanas.

—Mandeasuesposaalaboda—dijoeldoctor,atisbandounasolución—.Dejequepaseunatemporadaconlossuyos.Lesentarábien.

—Esoesloquemegustaríaquehiciese,peroseniegaairalaboda.Diceque un casamiento es el espectáculo más lamentable del mundo. ¡Hermosafrase,paraescucharladelabiosdeunaesposa!—exclamóelseñorPontellier,irritadodenuevoalrecordarlo.

—Pontellier—dijo el doctor, tras un instante de reflexión—: deje a suesposaenpazduranteunatemporada.Nolamolesteynopermitaqueellalemolesteausted.Lasmujeres,queridoamigo,sonorganismosmuyespecialesymuydelicados.Unamujer tan sensibley tan sumamentevital comoyo séque es la suya, señor Pontellier, resulta todavíamás singular.Haría falta unpsicólogoexpertoparatratarlaconéxito.Ynosotros,laspersonasnormalesycorrientes, cada vez que intentamos hacer frente a estas idiosincrasias,

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acabamosestropeándolotodo.Casitodaslasmujeressoncaprichosasyraras.Estotienequeseralgunaventoleraquelehadadoasuesposaporunaovariasrazones que ni usted ni yo tenemos ninguna necesidad de desentrañar. Peroacabará pasándosele, sinmás, especialmente si la deja usted en paz.Dígalequevengaaverme.

—Nopuedo.Noencontraríamotivoválido—objetóelseñorPontellier.

—Entonces pasaré yo a verla—dijo el doctor—.Me dejaré caer algunanocheacenar,enbonami.

—¡Hágalo, por supuesto! —insistió el señor Pontellier—. ¿Qué nochevendrá?¿Leparecebieneljueves?¿Vendráeljueves?—preguntó,poniéndosedepiepararetirarse.

—Muybien,eljueves.Puedequemiesposametengacomprometidoalgoparaeljueves.Siasífuera,seloharésaber.Encasocontrario,iré.

ElseñorPontelliersevolvióantesdesalirydijo:

—Pronto haré un viaje de negocios a Nueva York. Tengo un asuntoimportanteentremanosyquieroestarenlamejorposiciónparamanejartodoslos resortes. Podemosmeterle en el negocio, doctor, si usted quiere—dijo,riendo.

—No,seloagradezco,miqueridoamigo—contestóeldoctor—.Prefierodejar esos asuntos para ustedes, los jóvenes, que aún tienen en la sangre lafiebredelavida.

—Lo que quería decir—continuó el señor Pontellier con lamano en elpicaporte—esquepuedovermeobligadoaausentarmebastantetiempo.¿MeaconsejaquemelleveaEdna?

—Porsupuesto,siellalodesea.Sino,déjelaaquí.Nolellevelacontraria.Ya se le pasará el arrebato, créame. Puede durarle uno, dos, o tres meses,posiblementemás,peroselepasará.Tengapaciencia.

—Adiós,pues,àjeudi—dijoelseñorPontellieralsalir.

Al doctor le habría gustado preguntar en el curso de la conversación:«¿Hay algún hombre por medio?». Pero conocía demasiado bien a aquelcriolloparacometertamañaequivocación.

No reanudó su lectura inmediatamente; siguió sinmoverse,meditabundoduranteunosmomentosconlavistaeneljardín.

XXIII

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ElpadredeEdnasehallabaconellosenlaciudaddesdehacíavariosdías.Edna no estaba profundamente ligada a él por lazos de cariño, pero ambostenían ciertas aficiones en común y en mutua compañía se encontraban agusto.Su llegadasupusounaespeciedemolestiabien recibida; trasella, lasemocionesdeEdnadieronlaimpresióndeorientarseenotrosentido.

HabíavenidoacomprarelregalodebodadesuhijaJanetyuntrajeparaélqueledieraunaspectodignoenelcasamiento.ElregalodebodaloeligióelseñorPontellier,porquetodoslosqueteníanalgunarelaciónconélconfiabansiempreensugustoparaestetipodecosas.Ysuasesoramientoencuestióndevestimenta—materia que, con harta frecuencia, plantea problemas— fue deinestimablevalorparasusuegro.Noobstante,elancianocaballerollevabayavariosdíasenmanosdeEdna,quien,ensucompañía,estabafamiliarizándoseconunnuevoentramadodesensaciones.Supadre,antiguocoroneldelejércitodelaConfederación,aúnconservabaelgradoy,conél,lacomposturamilitarquesiemprelehabíaacompañado.Teníaelpeloyelbigoteblancos,comodeseda,loqueresaltabaeltoscobronceadodesurostro.Eraaltoydelgado,perolashombrerasquellevabaenlaschaquetasleconferíanunaficticiaamplitudde hombros y de tórax.Edna y su padre tenían un aspectomuy distinguidocuandoibanjuntos.Llamabanmucholaatenciónensuspaseos.Asullegada,loprimeroquehizoEdnafuellevarleasuestudioparahacerleundibujo.Élsetomó la cosa totalmente en serio.El talento de su hija no le habría causadoninguna sorpresa, a un que hubiera sido diez veces mayor, porque tenía elconvencimientodequehabíalegadoatodassushijaselgermendelamaestría.Aellastocabaencauzaresasdoteshaciaeltriunfo.

Ante el lápiz deEdna, se sentó rígido e impávido como antaño se habíaenfrentado a la boca de los cañones. Tomaba muy a mal que entrasen losniños,queselequedabanmirandoboquiabiertos,sorprendidosdeverloposartantiesoenelluminosoestudiodesumadre.Cadavezqueseleacercaban,losapartabaconunexpresivogestodelpie,noqueriendoalterarlasfijaslíneasdesuexpresiónfacial,desusbrazosydesusrígidoshombros.

Edna,ensuansiapor facilitarlediversión, invitóamademoiselleReiszaquevinieraaconocerlo,nosinantesprometerasupadreelobsequiodeoírlatocar el piano; pero mademoiselle declinó la invitación, de modo queasistieronjuntosaunadelassoiréesmusicalesdelosRatignolle.MonsieurymadameRatignollerecibieronmuybienalcoronel,locolocaronenelsitiodehonorylocomprometieronenseguidaparaquecenaseconelloseldomingosiguienteocualquierotrodíaqueéleligiese.Madameestuvocoqueteandoconéldelaformamásencantadoraeingenua,conmiradas,gestosytalprofusióndecumplidosquelaviejacabezadelcoronel,desdeloaltodesusacolchadoshombros,sesintiótreintaañosmásjoven.Edna,sorprendidísima,eraincapaz

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decomprenderlo.Ellaestabacasitotalmentedesprovistadecoquetería.

Durantelasoiréemusicalehabíadetenidosuatenciónenalgunoqueotrodeloscaballeros,peronuncaselehabríapasadoporlacabezarecurriraunaexhibición demonerías para atraer su atención ni expresarse ante ellos contretasfemeninasogatunas.Lapersonalidaddeaquelloshombreslaatraíademodo placentero. Como era ella, en su fantasía, quien los había elegido, sealegródequeunintermediodelamúsicalesdieraoportunidaddepresentarsey entablar conversación.Amenudo,yendopor la calle, se lehabíaquedadoremoloneandoenelrecuerdolaexpresióndeunosojosdesconocidos,yeso,aveces,lehabíaproducidociertodesasosiego.

El señor Pontellier no asistía a las soirées musicales. Las considerababourgeoises,ylopasabamejorenelclub.AmadameRatignolleledecíaquelamúsicaque se tocaba en sus soirées era demasiado«profunda», fuera delalcance de sus escasos conocimientos. Esta excusa halagaba a madameRatignolle,queteníamalaopinióndelclubdelseñorPontellier,yqueeralosuficientementefrancaparadecírseloaEdna.

—Qué pena que el señor Pontellier no se quede más en casa por lasnoches. Si así fuera, creo que estarían ustedesmás…Bueno, sime permitedecirlo,másunidos.

—¡Oh no, por Dios!—dijo Edna, sin expresión alguna en la mirada—.¿Quéibaahaceryosisequedaraencasa?Notendríamosnadaquedecirnos.

Enloqueahablarrespecta,tampocoasupadreteníamuchoquecontarle;peroélnolellevabalacontraria.Ednadescubrióqueleresultabainteresante,aunqueeraconscientedequesuinterésnoduraríamucho.Porprimeravezensuvida,Ednateníalaimpresióndeconocerlodeveras.Además,elhechodetener que atenderlo y satisfacer sus necesidades la mantenía ocupada. Ledivertíahacerlo.No tolerabaqueni los sirvientesni losniñoshicierannadaque ella pudiera hacer por él. Sumarido se dio cuenta, y pensó que era laexpresión de un profundo vínculo filial cuya existencia él jamás habíasospechado.

El coronel se tomaba, a lo largo de la jornada, un buen número de«ponches», que, sin embargo, lodejaban tan fresco.Era experto enmezclasconbebidasfuertes;inclusohabíainventadounascuantascombinacionesalasque daba nombres fantásticos y cuya preparación requería variadosingredientes,queEdnaseencargabadesuministrarle.

Eljueves,ensucenaconlosPontellier,eldoctorMandeletnoencontróenlaseñoraPontelliernirastrodelestadopatológicodelquelehabíahabladosumarido.Estabaexcitaday,enciertomodo,radiante.Veníade lascarrerasdecaballos,alasquehabíaasistidoconsupadrey,cuandosesentaronalamesa,

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aún seguían con la cabeza ocupada en los acontecimientos de la tarde,hablando de la carrera. El doctor ya no estaba al corriente en cuestiones dehípica.Teníaalgún recuerdode lascarrerasde loqueél llamaba«losviejostiempos»,cuando lascuadrasdeLecompteestabanensuapogeo,yhuboderecurrir a esa reserva de memoria para no quedarse al margen y no dar laimpresióndeestartotalmentedesprovistodelespíritudelostiempos.Peronologró engañar al coronel, y aun estuvo lejos de impresionarle con susamañados conocimientos de los días de antaño. Edna le prestó dinero a supadreenlaúltimaapuesta,lograndopingüesbeneficiosparalosdos.Además,seencontraroncongentequealcoronellehabíaparecidoencantadora.Seleshabían unido la señora de Mortimer Merriman y la señora de JamesHighcamp; estaban con Alcée Arobin, y les habían hecho pasar tan gratosmomentosqueelcoronelseentusiasmabaalrecordarlo.

El señor Pontellier no sentía especial inclinación por las carreras decaballos e incluso tendía a desaconsejarlas como pasatiempo, especialmentecuando se acordaba de cómo había acabado la granja de hierba azul deKentucky. Trató de expresar, en términos generales, su personaldesaprobación,peroloúnicoqueconsiguiófuequesedesencadenaranlairayel ánimo adverso de su suegro. Se armó una acalorada discusión, en la queEdna,contodoentusiasmo,abrazólacausadesupadre.

Eldoctorsemantuvoneutral,observandoasuanfitrionaconunamiradaatenta, que sus hirsutas cejas protegían. Apreciaba un cambio sutil en ella,algoquehabíatransformadoalamujerapáticaqueélconocíaenunserque,enaquellosmomentos,parecíapalpitarconlafuerzadelavida.Hablabadeunmodocálidoyenérgico;nohabíarepresiónensumiradaniensusgestos.Lehacíapensarenunanimalelásticoyhermosoquesedesperezaraalsol.

Lacenafueexcelente.Elclareteestabadeltiempoyelchampán,frío.Bajoesta benéfica influencia y con los vapores del alcohol, se fue diluyendo lasensación de incomodidad creada por la discusión hasta que acabó pordesvanecerseporcompleto.

El señor Pontellier, que se había animado, se puso evocador. Contóexperienciasdivertidasdelaplantación,recuerdosdelviejoIbervilleydesujuventud,decuandocazabazarigüeyasencompañíadesusamigosdecolorybatían los árboles de pacana, a tiros con el picogordo, y vagabundeaban enenredadoraociosidadporbosquesyporcampos.

El coronel, con escaso sentido del humor y de la oportunidad, refirió unepisodiodeaquellosdíasoscurosyamargos,enlosqueélhabíadesempeñadoun papel importantísimo, siempre como personaje fundamental. Tampoco eldoctorfuemásafortunadoensuelección.Refirió lavieja,curiosaysiemprenuevahistoriadelocasodelamorenunamujerque,habiéndoseadentradopor

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caminosnuevoseinsólitos,acababaporregresaralalegitimidad,alpuntodepartida, tras unos días de feroz desasosiego. Era uno de los muchos ypequeñosdocumentoshumanosquelehabíansidoreveladosenelejerciciodesu carrera demédico. La historia no pareció impresionar aEdna demaneraespecial.Dehecho,tambiénellacontóunahistoriadelmismotenor:ladeunamujerquesefugóciertanocheconsuamante,enunapiragua,paranoregresarjamás. Se perdieron por las islasBaratarias, y nadie volvió a saber nada deellos. Hasta el día de hoy, ni rastro de su presencia había aparecido porningunaparte.Eraunapurafantasía.EdnaafirmóqueesahistoriaselahabíacontadomadameAntoine.Perotambiénesoerapurainvención.Puedequelohubiera soñado. Sin embargo, todas y cada una de sus ardientes palabrassonaron auténticas a los que la escuchaban.Notaban el cálido aliento de lanochesureña,ellargodeslizarsedelacanoasobreelaguacentelleantealaluzdelaluna,elbatirdelasalasdelospájaroscuando,sobresaltados,levantabanelvuelodeentre los cañaveralesquecrecíanen loscharcosdeagua salada;veían,comosilostuvierandelante,losrostrosdelosamantes,pálidos,unidos,arrebatadosen inconscientedesmemoriamientras, a laderiva,proseguían sunavegaciónhacialodesconocido.

El champán estaba frío, y sus sutiles vapores obraronmaravillas aquellanocheenlamemoriadeEdna.

Fuera, lejosdel resplandordel fuegoyde lasuave lámpara, lanocheeralóbregayfría.Eldoctorsecruzósobreelpechosuanticuadacapa,mientrascaminabahaciasuhogarenlaoscuridad.Conocíaasussemejantesmejorquenadie;conocíaesavidarecónditaquetanraravezserevelaalosojosdelosnoiniciados. Lamentaba haber aceptado la invitación de Pontellier. Se estabahaciendoviejoyempezabaanecesitarreposo,pocossobresaltosespirituales.Noqueríaqueloforzasenaconocerlossecretosdeotrasvidas.

—Espero que no sea Arobin —murmuró para sí, mientras andaba—.RuegoalcieloquenoseaAlcéeArobin.

XXIV

Padreehijatuvieronunadiscusiónacalorada,casiviolenta,porculpadelanegativadeEdnaaasistiralabodadesuhermana.ElseñorPontellierdecidiónointervenir,noponerenjuegonisuinfluencianisuautoridad.Seguíaasíelconsejo del doctor Mandelet, y dejaba actuar a su mujer como quería. Elcoronelechóencaraasuhijalafaltadeafectoyderespetofilial,lacarenciadecariñofraternalydeconsideraciónfemenina.Susargumentoseranforzadosy poco convincentes. Dudaba que Janet fuera a aceptar ninguna excusa,

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aunqueolvidabaquetampocoEdnalahabíapresentado.TambiéndudabaqueJanet volviera a dirigir la palabra a su hermana, y no le cabía duda de queMargaretnoloharía.

Edna se alegró de librarse de su padre cuando, por fin, éste decidiómarcharse con sus atavíos para el casamiento, sus regalos de boda, sushombreras,suslecturasbíblicas,susponchesysusrimbombantesjuramentos.

PocodespuéselseñorPontellierlosiguió.Teníalaintencióndehacerunalto,caminodeNuevaYork,paraasistiralaboday,portodoslosmediosqueelafectoyeldineropudieranconcebir,tratardecompensardealgunamaneraelincomprensiblecomportamientodeEdna.

—Eres demasiado indulgente, Léonce; más que demasiado —afirmó elcoronel—. Aquí, lo que hace falta es autoridad y mano dura. No ceder ennada,niporasomo.Eslaúnicaformademanejaraunaesposa.Telodigoyo.

Esposiblequeelcoronelnofueraconscientedequeél,afuerzademanodura,había llevadoasumujera la tumba.ElseñorPontellier losospechabavagamente,pero,aestasalturas,noconsideróoportunomencionarlo.

Cuandosumaridosemarchó,Ednanotuvotantaconcienciadesupropiaalegríacomocuandosemarchósupadre.Amedidaque se ibaacercandoeldíaenqueéltendríaquedejarlaporunatemporadarelativamentelarga,Ednase puso tierna y cariñosa, recordando las muchas consideraciones y lasreiteradasmuestrasdeardorosoafectodesumarido.Manifestópreocupaciónpor su salud y su comodidad. Andaba ocupada con la ropa de Léonce, sinolvidarse de las prendas interiores demucho abrigo, exactamente igual quehabríahechomadameRatignolleenparecidascircunstancias.Rompióallorarenelmomentodeladespedida,llamándoloqueridoamigoyamigodelalma,ydiciéndolequeestabacompletamenteseguradequeseibaasentirmuysolaydequeacabaríareuniéndoseenseguidaconélenNuevaYork.

Perotanprontocomo,porfin,seencontrósola,sintióqueunapazradiantese instalaba en su espíritu. Hasta los niños se habían marchado. La propiaabuelaPontellier había venido enpersonapara llevárselos a Iberville con laniñeramulata. La anciana no se atrevió a decir que temía que los niños noestuviesen bien atendidos en ausencia de Léonce; apenas si se atrevía apensarlo.Estabadeseandotenerlosconsigo,conunafectoquecasirayabaenelarrebato.Noqueríaquefuesentotalmente«niñosdeasfalto»,decíacadavezquesuplicabaqueselosdejasenunatemporada.Deseabaqueconocieranelcampo, con sus arroyos y prados, con sus bosques y su libertad, que tanestimulantes resultanpara los jóvenes.Queríaqueconociesen lavidaquesupadrehabíavivido,conocidoyamadocuandoeraniño.

Alquedarsesola,por fin,Ednaexhalóunauténticosuspirodealivio.Le

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sobrevinounasensaciónquehastaentoncesnohabíaexperimentado,peroquele resultabadeliciosa.Anduvopor toda la casa,dehabitaciónenhabitación,comosi fuera laprimeravezque laveía.Fueprobando lasdiversas sillasysofáscomosinuncaantessehubieraapoyadoorecostadoenellos.Deambulópor el exterior de la casa, investigando, comprobando si las ventanas ypostigos estaban bien cerrados y en orden. Las flores eran como amigasrecientes: se acercó a ellas con toda confianza y se sintió a gusto en sucompañía.Comolossenderosdeljardínestabanhúmedos,llamóaladoncellapara que le trajese las sandalias de goma. Y allí se quedó, doblando elespinazoparaescarbarentornoalasplantasyrecomponerlas,arrancándoleslas hojas muertas. El perrito de los niños hizo su aparición, estorbando yatravesándoseleenelcamino.Ellaleregañó,serioysepusoajugarconél.Olía tan bien el jardín y estaba tan hermoso a la luz de la tarde…Recogiótodaslasfloresdecoloresvivosqueencontróysemetióconellasenlacasa,seguidadelperro.

Inclusolacocinaadquiriódeprontounapersonalidadinteresantequehastaentonces le había pasado inadvertida. Entró para dar instrucciones a lacocinera para que el carnicero redujera en mucho el suministro de carne;tampoco necesitaríanmás que lamitad de las cantidades habituales de pan,lecheyultramarinos.Tambiénledijoqueellaibaaestarmuyocupadadurantela ausencia del señor Pontellier y que, por favor, se hiciera cargo de laadministraciónycontroldeladespensa.

Cenó sola aquella noche. En el centro de la mesa, los candelabros,reducidosaunaspocasvelas,daban toda la luzquenecesitaba.Másalládelcírculodeluzenqueestabasentada,elgrancomedorteníaunaspectosolemney lóbrego. La cocinera, cumpliendo con su obligación, sirvió una comidadeliciosa: un exquisito solomillo asado, en su punto. Le gustó el sabor delvino,yresultóqueelmarronglacéerajustamenteloqueleapetecía.Además,eratanagradablecenarvestidaconuncómodosaltodecama…

SepusounpocosentimentalalacordarsedeLéonceyde losniños,ysepreguntóqué estaríanhaciendo.Mientrasdaba al perritounparde sabrosospedazosdecarne,lehablódeÉtienneydeRaoulcomosifuerasuamigomásíntimo. El perro estaba excitadísimo por la sorpresa y el placer que leproducían tantos obsequios y tantos arrumacos, y demostraba su afecto consecosyfuertesladridos,acompañadosdevivacesdesplazamientos.

Después de cenar, Edna se sentó en la biblioteca y estuvo leyendo aEmersonhastaquelevinoelsueño.Comprendióqueteníamuyabandonadosloslibros,ytomólaresolucióndevolveraintegrarseenunprocesodemejoradesusestudios:ahorapodíadisponerdesupropio tiempoparahacer loquequisiera.

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Luego tomó un refrescante baño y se fue a la cama. Al acurrucarsecómodamentebajoeledredón,lainvadióunasensacióndedescansoquehastaentoncesnohabíaconocido.

XXV

Ednaeraincapazdetrabajarcontiempooscuroynublado.Paranodivagar,necesitabaqueelsollesuavizaseyatemperaseelánimo.Habíaalcanzadounpuntoenelqueyanoleparecíaandaratientasyenelque,cuandoestabadehumor, trabajaba con facilidad y precisión.Como carecía de ambición y noluchabaporunfinconcreto,eltrabajolesatisfacíaporsímismo.

Enlosdíaslluviososomelancólicos,seechabaalacalleenbuscadelosamigosquehabíahechoenGrandIsle,obiensequedabaencasaycultivabaun esta d o de ánimo que venía siendo demasiado habitual para podermantenersupropiobienestarypazinterior.Noestabadesesperada,peroteníala impresión de que la vida le pasaba de largo, rompiendo e incumpliendotodas sus promesas.Y, sin embargo, había días en que prestaba oídos a lasnuevaspromesasquesujuventudlehacía,dejándoseconduciryengañarporellas.

Fue repetidas veces a las carreras. Alcée Arobin y la señora Highcampfueron a recogerla, una tarde luminosa, en el carruaje deArobin. La señoraHighcamp,aunquemujerdemundo,erasencillaeinteligente,delgada,altayrubia, rondaba la cuarentena; su comportamiento no llamaba la atención yposeíaunospenetrantesojosazules.Suhijaleservíadepretextoparacultivarlacompañíadelosjóvenesdemoda.UnodeéstoseraAlcéeArobin,habitualdelascarrerasdecaballos,laóperaylosclubeselegantes.Habíaensusojosuna perpetua sonrisa que casi siempre lograba despertar un sentimientorecíprocodealegríaentodoelquelomirabaoescuchabasuvozjovial.Eraunhombretranquiloy,aveces,unpocoinsolente;buenafigura,rostroagradable,sin el peso de ideas o pensamientos demasiado profundos, y su manera devestireralanormalenalguienqueseguíalamoda.

EmpezóasentirunadesmedidaadmiraciónporEdnadesdeeldíaenque,encompañíadesupadre,laconocióenlascarreras.Yahabíacoincididoconellaenotrasocasiones,perohastaaqueldíalehabíaparecidoinaccesible.FueélquieninstóalaseñoraHighcampallamarlaeinvitarlaaqueasistieraconellosalJockeyClubapresenciarlacarreramásimportantedelatemporada.

Puede que alguno de los trabajadores del hipódromo supiese tanto decaballoscomoEdna;peroninguno,sinduda, lasuperaba.Sesentóentresus

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dosacompañantescomoquientieneautoridadparatomarlapalabra.Seriodelos fingidos conocimientos de Arobin y deploró la ignorancia de la señoraHighcamp. Los caballos de carreras eran para ella como amigos íntimosrelacionadosconsuinfancia.Elairedelascuadrasyelolordelahierbaazulde los picaderos revivieron en su memoria y se le quedaron prendidos alolfato.No se dio cuenta de que estaba hablando igual que su padre cuandodesfilaronanteellos los lustrososcaballoscastrados.Apostómuyfuertey lafortuna le sonrió. La fiebre del juego le encendió lasmejillas y los ojos, ypenetróensusangreysucerebrocomountóxico.Lagentevolvíalacabezaparamirarla,ymásdeunoprestabaatenciónasuspalabrasconlaesperanzadedetectarenellas laanheladaysiempreescurridiza«información».Arobinse contagió de la excitación de Edna, que le arrastraba hacia ella como unimán.LaseñoraHighcamp,comodecostumbre,nosemovía,consumiradasinexpresiónysuscejasarqueadas.

EdnasequedóacenarencasadelaseñoraHighcampantelainsistenciadequefueobjeto.Arobindespidiósucarruajeysequedótambién.

Fue una cena tranquila, desprovista de interés, excepción hecha de losentusiastas esfuerzosdeArobinpor animar la reunión.La señoraHighcampdeplorabaque suhijanoasistiesea las carreras, e intentóconvencerlade loquesehabíaperdidoporirala«conferenciasobreDante»enlugardeirconellos.Lamuchacha,quesosteníaunahojadegeraniojuntoalanariz,nodijonada, pero parecía inteligente y reservada. El señor Highcamp, un hombresencillo y calvo, que no hablaba más que cuando se veía forzado a ello,permanecía ajeno. La señora Highcamp rebosaba delicada cortesía yconsideración hacia su marido. A él estuvo dedicada la mayor parte de suconversación en la mesa. Después de cenar, ambos se sentaron en labiblioteca, a la luzde la lámpara, para leer juntos losperiódicosde la tardemientras los jóvenes pasaban al salón contiguo para charlar. La señoritaHighcamp tocó al piano una selección deGrieg. Daba la impresión de quehabíacaptadotodalafrialdaddelcompositor,peronoasísupoesía.Mientrasescuchaba,Ednanopudoevitarpreguntarsesihabríaperdidoelgustoporlamúsica.

Llegadoelmomentodevolveracasa,elseñorHighcamp,enunmurmullo,se ofreció sin entusiasmo alguno a acompañarla mientras se miraba, conindiscretapreocupación,suspiesenfundadosenzapatillas.FueArobinquienlallevóacasa.Elcaminoencochefuelargo,yerayatardecuandollegaronaEsplanadeStreet.Arobinpreguntó sipodíaentrarunsegundoparaencenderuncigarrillo,porqueselehabíanterminadolascerillas.Llenólacaja,peronoempleóelfuegohastaquesefue,despuésdequeEdnalehicierasaberquenoteníainconvenienteenacompañarledenuevoalascarreras.

Ednanoestabacansadaniteníasueño.Sentíahambreotravez,porquela

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cenadelosHighcamp,aunquedeexcelentecalidad,nohabíasidoabundante.Revolviendoenladespensa,encontróunaslonchasdegruyèreyunasgalletas.Abrió también una botella de cerveza que encontró en la nevera. Se sentíatremendamente inquietaynerviosa.Mientras atizaba lasbrasasdel fuegodeleña,tarareabadistraídamenteunatonadaextrañaymordisqueabaunagalleta.

Deseaba que ocurriese algo, cualquier cosa, no sabía qué.Lamentaba nohaber propuesto a Arobin que se quedara media hora más para hablar decaballos.Contóeldineroquehabíaganado,pero, a faltadenadamejorquehacer,sefuealacamayestuvodandovueltasdurantehorasconunaespeciedemonótonaagitación.

Amitaddelanoche,recordóquesehabíaolvidadodeescribirlahabitualcartaasumarido,ydecidióhacerloaldíasiguiente;lecontaríalatardeenelJockeyClub.Estuvoechada,completamentedespierta,componiendounacartaque no tuvo nada que ver con la que escribió al día siguiente. Cuando ladoncella la despertó por la mañana, Edna soñaba que el señor HighcamptocabaelpianoalapuertadeunatiendademúsicadeCanalStreetmientrassuesposa,encompañíadeAlcéeArobin,subíaauncocheenEsplanadeStreetyledecía:

—¡Lástimaquenadieaprecietantotalento!Perometengoquemarchar.

Cuando,pocosdíasdespués,AlcéeArobinvinoensucarruajeabuscarla,laseñoraHighcampnoestabaconél.Alcéedijoqueibanapasararecogerla,pero, como no había advertido a la dama de sus intenciones, ésta no seencontrabaencasa.Suhijasalíaenaquelmomentoparaasistiraunareuniónde un grupo de la Folk Lore Society, y lamentaba no poder acompañarles.Arobin pareció desconcertado, y preguntó a Edna si había alguien a quienquisierainvitar.

Edna pensó que no valía la pena ir a buscar a ninguna de las elegantesamistades de las que ella misma se había alejado. Pensó en madameRatignolle,perosabíaquesuhermosaamiganosalíadecasahastadespuésdela puesta del sol, y sólo para dar una lánguida vuelta a la manzana encompañíadesumarido.MademoiselleReiszsehubierareídodelapropuestade Edna.Madame Lebrun habría disfrutado con la salida, pero, por algunarazón,aEdnanoleapetecía.AsíqueellayArobinsefueronsolos.

LatardefueintensayfascinanteparaEdna.Laexcitaciónvolvióahacerpresa en ella como una fiebre intermitente. La charla entre ellos se hizofamiliaryconfidencial:nocostabatrabajointimarconArobin.Sumaneradeser invitaba fácilmentea laconfidencia.Lospasospreliminaresa laamistaderanalgoquesiempreseesforzabaporignorarcuandosetratabadeunamujerhermosayatractiva.

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ArobinsequedóacenarconEdna.Sesentójuntoalfuegodeleña.Rieronycharlaron;y,antesdequefuerahoradeirse,yaleestabadiciendoaEdnalodiferentequehabríasidosuvidasilahubieraconocidounosañosantes.Hablócon ingenua franqueza de lo travieso e indisciplinado que había sido demuchacho,eimpulsivamenteseremangóelpuñoparaexhibirensumuñecalaseñaldeunaheridadesablequehabíarecibidoenunduelo,alasafuerasdeParís,cuandoteníadiecinueveaños.Mientrasexaminabalarojacicatrizenlacarainternadesublancamuñeca,Ednaletocólamano.Unrápidoimpulso,en cierto modo espasmódico, contrajo sus dedos como una garra sobre lamano deArobin. Él sintió la presión de las afiladas uñas en la carne de lapalma.

Edna se levantó apresuradamente y se dirigió hacia la repisa de lachimenea.

—Verunaheridaounacicatrizsiempremeimpresionaymeponeenferma—dijo—.Notendríaquehaberlamirado.

—Le ruegoquemeperdone—le suplicóél, siguiéndola—;nunca semeocurrióquepudieraserrepulsiva.

Se quedó de pie junto a ella y la insolencia de su mirada ahuyentó laantigua y desvanecida identidad de Edna. Él vio suficientes indicios en surostro para decidirse a cogerle una mano y retenerla mientras se demorabadándolelasbuenasnoches.

—¿Vendráalgunaotravezalascarreras?—preguntóél.

—No—dijoella—.Yahetenidobastantescarreras.Noquieroperdertodoeldineroqueheganadoy,además,cuandoeltiempoesluminoso,tengoquetrabajar,enlugarde…

—Sí, trabaje; no deje de hacerlo.Me prometió queme enseñaría lo queestáhaciendo.¿Quédíapuedosubirasuatelier?¿Mañana?

—No.

—¿Pasadomañana?

—No,no.

—Oh, por favor, ¡no me lo niegue! Sé un poco de ese tema. Podríaayudarlaconunpardesugerencias.

—No,buenasnoches.¿Porquénosevadespuésdedarlasbuenasnoches?Nome gusta usted—continuó diciendo en tono alto y acalorado, intentadoretirarlamano.Notabaqueasuspalabraslesfaltabaseriedadyconvicción,yqueélsedabacuenta.

—Siento no gustarle. Lamento haberla ofendido. ¿Cómo he podido

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ofenderla?¿Quéhehecho?¿Nopuedeperdonarme?—Yseinclinó,apretandosuslabiossobrelamanodeEdnacomosinodeseaseretirarlosnunca.

—SeñorArobin—protestóella—,estoytremendamentetrastornadaporlaagitación de esta tarde; no soy yo misma. Mi estado de ánimo ha podidoconfundirleenciertomodo.Deseoquehagaelfavordeirse.

Hablabaenuntonoaburridoymonótono.Élcogiósusombrerodelamesay, con la mirada vuelta hacia otro lado, contempló el fuego agonizante.Duranteunoodosminutosguardóunimpresionantesilencio.

—Suestadodeánimonomehaconfundido,señoraPontellier—dijoalfin—. Han sido mis propios sentimientos. No puedo evitarlo. ¿Cómo podríaevitarlo teniéndolaaustedcerca?No ledémásvueltas,nosepreocupe,porfavor.Yave,mevoycuandomelopide.Sideseaquemequede,loharé.Simepermitevolver,yo…¿Medejaráustedvolver?

Ledirigióunamiradasuplicante,a laqueellano respondió.Elmododecomportarse de Alcée Arobin era tan franco que a menudo se engañabainclusoasímismo.

AEdnanoleimportaba,nipensósisucomportamientoeraonosincero.Cuandosequedóasolas,semirómecánicamenteeldorsodelamanoqueélhabíabesadocontantocalor.Después,inclinólacabezasobrelarepisadelachimenea.Sesentía,enciertomodo,comounamujerqueenunmomentodepasiónseabandonaaunactodeinfidelidadysedacuentadeloquelaacciónsignifica,perosinsertotalmenteconscientedesufascinación.¿Quépensaríaél?

Laideacruzóvagamenteporsucabeza.Nosereferíaasumarido;estabapensandoenRobertLebrun.Sumaridoleparecíaahoraalguienconquiensehabíacasadosinamor,comounaexcusa.

Encendió una vela y subió a su dormitorio.AlcéeArobin no significabaabsolutamentenadaparaella.Aunquesupresencia,susmodales,ladulzuradesusmiradasy,sobretodo,elcontactodesuslabiosensumanohabíantenidoenellaelefectodeunnarcótico.

Durmióunsueñolánguidointercaladodefugacesensueños.

XXVI

Alcée Arobin escribió una elaborada nota de disculpa, palpitante desinceridad. Edna se inquietó porque, en un momento más frío y tranquilo,parecía absurdo haberse tomado todo aquello tan dramáticamente en serio.

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Estaba segura de que toda la importancia del incidente estaba en su propiaconciencia.Sipasabaporalto lanota,daría ladebidarelevanciaaunasuntotan trivial.Sicontestabaen tonoserio,quedaríaenel recuerdodeArobin laimpresióndequeella,enunmomentodesusceptibilidad,sehabíarendidoasuinfluencia.Despuésdetodo,noeraparatantoqueaunalebesaranlamano.Ednatomócomounaprovocaciónlanotadedisculpa,ylecontestóeneltonoligeroyburlónquecreyóquemerecía,diciéndolequelegustaríaquevinieraaverlatrabajarcuandoleapetecieseysusnegociosselopermitieran.

Él respondió inmediatamente, presentándose en su casa con unaingenuidaddesarmante.YdesdeentoncesapenaspasóundíasinqueEdnalovieraorecordara.Eraprolijoenpretextos.Suactitudllegóaserdeunajovialobsequiosidad y tácita adoración. Estaba siempre dispuesto a someterse alhumor de ella, que tan pronto era amable como frío. Edna se ibaacostumbrando a él. Llegaron a convertirse en amigos íntimos,imperceptiblementealcomienzo,perodespués,apasosagigantados.Avecesél le hablabadeunmodoque, al principio, la desconcertabayhacía que seruborizase,peroacabógustándoleysuscitandolasensualidadqueserevolvíaensuinterior.

NohabíanadaqueaquietasetantolaagitacióndeEdnacomounavisitaamademoiselleReisz.Lapresenciadeaquellapersonalidadagresiva,deaquellamujerconsuinmensoarte,parecíaalcanzarsuespírituyliberarlo.

Una tardebrumosa,conunaatmósferaamenazanteypesada,Ednasubiólas escaleras del apartamento que la pianista tenía en el ático. Sus ropasestaban empapadas de humedad. Se sentía deprimida y acongojada cuandoentró en la habitación.Mademoiselle estaba atizando el fuegode una estufaherrumbrosaquehumeabaunpocoyapenascaldeabalaestancia.Tratabadecalentarunacazueladechocolateenlaestufa.Cuandoentró,lahabitaciónlepareció aEdna triste y sucia.Un busto deBeethoven, cubierto de polvo, lamirabaceñudodesdelarepisadelachimenea.

—¡Oh,aquíllegalaluzdelsol!—exclamómademoiselle,yselevantódedelantedelaestufadondeestabaarrodillada—.Ahorasecalentaráestoyhabráluzsuficiente:yapuedodejarelfuegosolo.

Cerró de golpe la puerta de la estufa y se acercó, ayudando a Edna aquitarseelimpermeable,quechorreaba.

—Tieneustedfríoyparecetriste.Elchocolateestaráprontocaliente.Pero¿prefiere tomar un poquito de brandy?Apenas he tocado la botella quemetrajoparaelcatarro.

Mademoiselle llevaba un trapo de franela roja alrededor del cuello; latortícolisleobligabaallevarlacabezaladeada.

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—Tomaréunpocodebrandy—dijoEdna, tiritando,mientras se quitabalos chanclos de goma.Se bebió el licor del vaso como lo hubiera hechounhombre.Después, echándose sobreel incómodosofá,dijo—:Mademoiselle,mevoyamudardemicasadeEsplanadeStreet.

—¡Ah!—exclamólapianista,nisorprendidaniespecialmenteinteresada.Nuncaparecíaasombrarseenexcesopornada.Estabatratandodeajustarseelramilletedevioletas,quesehabíaaflojadodelpasadorquelosujetabaalpelo.Edna la hizo agacharse hasta el sofá y, cogiendo una horquilla de su pelo,asegurólasdeslucidasfloresartificialesenelsitiohabitual.

—¿Nolesorprende?

—Amedias.¿Dóndevaair?¿ANuevaYork?¿AIberville?¿AcasadesupadreenMisisipi?¿Adónde?

—Sólo a dos pasos —dijo Edna, riendo—, a una casita de cuatrohabitaciones a la vuelta de la esquina. Cada vez que paso por delante meparecetanacogedora, tanatractivaytranquila…Ysealquila.Estoycansadadecuidarunacasatangrande.Nuncamepareciómíao,encualquiercaso,nola sentí comomihogar.Dademasiado trabajo.Tengoquemantenermuchossirvientes.Estoycansadadeocuparmedeellos.

—Ésenoeselmotivoreal,mabelle.Amínoesnecesarioquemeengañe.Yo no conozco sus motivos, pero no me ha dicho la verdad. —Edna noprotestóniseesforzóenjustificarse.

—La casa y el dinero que la mantiene no son míos. ¿No son ésassuficientesrazones?

—Sondesumarido—contestómademoiselle,encogiéndosedehombrosylevantandomaliciosamentelascejas.

—Oh,yaveoquenohaymanerade engañarla.Lediré la verdad: es uncapricho.Tengounpocodedinerocompletamentemío,delaherenciademimadre,quemipadrememandaconcuentagotas.Heganadounagransumaenlas carreras y voy a empezar a vendermis dibujos.ALaidpore cada vez legustanmásmistrabajos;dicequevancreciendoenfuerzaypersonalidad.Yono puedo juzgarlos desde dentro, pero siento que he ganado seguridad yconfianza. Sin embargo, como le dije, he vendido bastante por medio deLaidpore.Puedovivirenlacasitaconpocoonada.LaviejaCélestine,quedevez en cuando trabaja paramí, dice que se quedará conmigo y que hará eltrabajo.Intuyoquemegustarávivirallíparasentirmelibreeindependiente.

—¿Quédicesumarido?

—Aúnnose lohecomunicado.Loacabodepensarestamañana.Creeráqueestoyloca,nohayduda.Quizáustedtambiénlopiense.

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Mademoisellemoviólacabezalentamente.

—Aúnnotengoclaroscuálessonsusmotivos—dijo.

Tampoco estaban claros para Edna; pero se le revelaron al sentarse ensilencioduranteunosmomentos.Elinstintolahabíaimpulsadoadejardeladola generosidad de su marido al haber dejado de serle fiel. No sabía quésucederíacuandoélregresara.Tendríaquehaberunacuerdo,unaexplicación.Lascondicionesseiríanajustandoporsímismas,pero,pasaraloquepasara,habíadecididonovolveraperteneceranadiemásqueasímisma.

—Daré una gran cena antes de marcharme de la casa vieja —exclamóEdna—. Tiene que venir, mademoiselle. Le serviré todo lo que le apetezcacomerybeber.Cantaremos,reiremosyseremosfelicesporunavez.—Ylanzóunsuspirodesdelomáshondodesuser.

SimademoisellehubierarecibidounacartadeRobertentrevisitayvisitade Edna, se la habría dado sin necesidad de que se la pidiera. Después, sehabríasentadoalpianoyhabríatocadoloquesuestadodeánimolepidiesemientraslajovenleíalacarta.

Lapequeñaestufa rugía; estabaal rojovivoyel chocolatede la cazuelaborboteabaysederramaba.Ednaseagachóyabrió lapuertade laestufa;ymademoiselle,levantándose,cogióunacartadedebajodelbustodeBeethovenyselaentregóaEdna.

—¡Otra! ¡Tan pronto! —exclamó con los ojos llenos de entusiasmo—.Dígame,mademoiselle:¿sabeélqueleosuscartas?

—¡Jamásenlavida!Silosupiera,seenfadaría,ynovolveríaaescribirmemás.¿Leescribeausted?Niunalínea.¿Lemandaalgunavezunmensaje?Niunapalabra.Esoesporquelaama.¡Pobreinfeliz!Yestáintentadoolvidarla,porquenoesustedlibreniparaescucharleniparapertenecerle.

—Entonces,¿porquémeenseñaustedsuscartas?

—¿Nomesuplicóquelohiciera?¿Acasopuedoyonegarlealgo?Oh,no,nopuedeustedengañarme.

Mademoiselleseacercóasuamadoinstrumentoyempezóatocar.Ednanoleyólacartainmediatamente.Sesentó,sosteniéndolaenlamano,mientraslamúsica penetraba por todo su ser como un resplandor, calentando eiluminandolosespaciososcurosdesuespíritu.Lapredisponíaalaalegríayalaexaltación.

—Oh—exclamó,dejandocaerlacartaalsuelo—.¿Porquénomelodijo?—sedirigióamademoiselle,cogiéndole lasmanosdel teclado—.¡Oh,cruelmalvada!¿Porquénomelodijo?

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—¿Que él venía?No es una sorpresa,ma foi.Me pregunto cómono havenidohacetiempo.

—Pero¿cuándo,cuándo?—gritóEdna,impaciente—.Nodicecuándo.

—Dice«muypronto».Sabeustedtantocomoyo.Todoestáenlacarta.

—Pero¿porqué,porquéviene?Oh,si supiera…—Recogió lacartadelsueloyrecorriólaspáginasdearribaabajo,buscandolarazónnoexpresada.

—Si yo fuera joven y estuviera enamorada de un hombre —dijomademoiselle,girandoensutabureteyapretandosusnudosasmanosentrelasrodillas,mientrasmirabaaEdna,que,sentadaenelsuelo,sosteníalacarta—,me parece que tendría que ser de un grand esprit; un hombre con elevadasaspiraciones y con posibilidades de alcanzarlas; alguien lo suficientementeimportanteparaatraerlaatencióndesussemejantes.Mepareceque,sifuerajovenyestuvieraenamorada,nuncaconsideraríamerecedordemidevociónaunhombredecalibremediocre.

—Ahoraesustedlaquemienteytratadeengañarme,mademoiselle;otalvez jamás ha estado usted enamorada y no sabe nada de eso. ¿Por qué—continuó Edna, cogiéndose las rodillas y levantando la cara para mirar elrostro contraído de mademoiselle— supone usted que una mujer conoce lacausa de su amor? ¿Elige acaso?O tal vez se dice: ¡adelante!Aquí hay undistinguidoestadistapresidenciable;procederéa enamorarmedeél.Ovoyaponermicorazónenestemúsicocuyafamacorredebocaenboca.Oenestefinanciero,quecontrolaelmercadomundialdeldinero.

—Me está malinterpretando intencionadamente, ma reine. ¿Está ustedenamoradadeRobert?

—Sí—dijoEdna.Eralaprimeravezqueloadmitíayelruborlecubriólacaraylallenódemanchitasrojas.

—¿Por qué —preguntó su compañera—, por qué lo ama si no debehacerlo? Con dos movimientos, Edna se arrastró de rodillas delante demademoiselleReisz,quecogióentresusmanoselrostroresplandeciente.

—¿Por qué? Porque tiene el pelo castaño y peinado hacia atrás; porqueabreycierralosojosytienelanarizalgoimperfecta;porquetienedoslabiosyla mandíbula cuadrada y el dedo pequeño agarrotado por haber jugado albéisbolcondemasiadasganasensujuventud.Porque…

—Enresumen,porquesí—riomademoiselle—.¿Quéharáustedcuandoélregrese?

—¿Hacer?Nada,exceptosentirmecontentayfelizdeestarviva.

Yasesentíacontentayfelizdeestarvivaconelmeropensamientodesu

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regreso.El cielo sombríoy amenazadorque lahabíadeprimidopocashorasantesparecíafortalecerlayvigorizarlamientras,deregresoacasa,chapoteabaporlascalles.

Hizounaltoenlapasteleríaypidióunagrancajadebombonesparasushijos,queestabanenIberville.Pusoenlacajaunatarjeta,enlaquegarabateóuntiernomensajeymontonesdebesos.

Antes de cenar, por la tarde, Edna escribió a su marido una cartaencantadora,enlaquelecontabasuintencióndemudarseenbrevealacasitasituada a la vuelta de la esquina y de dar una cena de despedida antes demarcharse,alavezquelamentabaqueélnoestuvierapresenteparaparticipar,ayudarlaenelmenúycolaborarconellaenagasajaralosinvitados.Eraunacartaluminosaybrillantedejovialidad.

XXVII

—¿Qué le pasa? —preguntó Arobin aquella tarde—. No la había vistonuncadetanbuenhumor.

Edna se encontraba cansada y se había tumbado en el canapé frente alfuego.

—¿Nosabequelosmeteorólogosaseguranqueveremoselsolpronto?

—Bueno, ésa debe de ser razón más que suficiente —admitió él—. Y,además,nomedaríaotraaunquemesentaraaquíaimplorárselotodalanoche.

Seacomodóasuladoenuntaburetebajo,ymientrashablaba,tocabaconlos dedos un mechón de pelo que caía sobre la frente de Edna. A ella legustabaeltactodelosdedosensupelo,ycerrólosojoscondeleite.

—Unodeestosdías—dijoEdna—voyabuscarunmomentoparapensar,paratratardeaveriguarquéclasedemujersoy,porquesinceramentenolosé.Según los códigos de comportamiento que conozco, soy un ejemplar demisexo extraordinariamente perverso. Pero de alguna manera no logroconvencermeamímismadequelosoy.Tengoquepensarenello.

—Nolohaga.¿Dequésirve?¿Porquétienequepreocuparsepensandoeneso,siyopuedodecirlelaclasedemujerquees?—LosdedosdeArobinsedesviaban de vez en cuando hasta las cálidas y suavesmejillas de Edna, yhacialafirmebarbilla,unpoquitollenayconincipientepapada.

—Oh, sí, me dirá que soy adorable y una sarta de cosas encantadoras.¡Ahórreseelesfuerzo!

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—No,noledirénadadeeso,aunquementiríasinolohiciese.

—¿Conoce a mademoiselle Reisz? —preguntó Edna, como sin darleimportancia.

—¿Lapianista?Laconozcodevista.Laheoídotocar.

—Avecesdicecosascuriosas,medioenbroma,que,enunprincipio,unonotomaencuenta,peroenlasqueteencuentraspensandodespués.

—¿Porejemplo?

—Bien,porejemplo,hoy,cuandomemarchaba,merodeóconsusbrazosymetocólaspaletillasparacomprobar,segúndijo,simisalaseranfuertes.Elpájaroquequiereremontarseporencimadelnivelordinariodelatradiciónylos prejuicios debe tener las alas fuertes. Es un triste espectáculo ver a losdébiles,magulladosyagotadoscómoaleteandevueltaalatierra.

—¿Adóndequiereustedremontarse?

—Yonopiensoenvuelosextraordinarios.Sólolacomprendoamedias.

—HeoídodecirquemademoiselleReiszestáunpoco trastornada—dijoArobin.

—Amímeparecemaravillosamentelúcida—contestóEdna.

—Me han dicho que es extremadamente desagradable y antipática. ¿Porqué sehapuesto ahablarde ella en el precisomomento enqueyodeseabahablardeusted?

—Bueno, hable de mí, si quiere —exclamó Edna, cruzando las manosdetrásdelacabeza—;perodéjemepensarenotracosamientraslohace.

—Estoy celoso de sus pensamientos esta noche.La hacen estar un pocomásamablequedecostumbre,pero,enciertomodo,sientocomosivagase,comosinoestuvieraaquíconmigo.

Ellalomirósonriente.Losojosdeélestabanmuycerca.Alcéeseinclinósobre el canapéypasó el brazopor delante deEdna,mientras la otramanodescansabaaúnsobresupelo.Continuaronmirándosea losojosensilencio.Cuando él se inclinó hacia delante y la besó, ella abrazó su cabeza sindespegarsuslabiosdelosdeél.

Era el primer beso de su vida al que su naturaleza había respondidorealmente.Eraunaantorchallameantequeinflamabaeldeseo.

XXVIII

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EdnalloróunpocoaquellanochecuandoArobinsemarchó

Era sólo una fase de las múltiples emociones que la embargaban. Leabrumaba un sentido de irresponsabilidad. Estaba sorprendida por loinesperado y lo desacostumbrado. Le asaltaban los reproches de sumarido,queparecíamirarladesdelascosasexternasquelarodeabanyqueéllehabíaproporcionado para su existencia; y también el reproche de Robert, que sehacía patente y despertaba en ella un amormás vivo, violento e irresistible.Sobre todo, había comprensión.Sentía como si alguienhubiera retiradounabrumadedelantedesusojos,permitiéndoleverycomprenderelsignificadode la vida, ese monstruo hecho de belleza y brutalidad. Pero entre lasconflictivas sensaciones que la asaltaban, no había ni vergüenza niremordimiento. Sentía una débil punzada de pena, porque no era el beso deamorelquelahabíaencendido,porquenoeraelamorquienhabíasostenidoestacopadevidaensuslabios.

XXIX

Sinesperarsiquieraaconocerlaopiniónolosdeseosdesumarido,EdnaacelerólospreparativosparadejarlacasadeEsplanadeStreetymudarsealacasitadeallado.Unaansiedadfebrilacompañabasusmovimientos.Nohuboniunmomentodedeliberaciónniintervalodereposoentreelpensamientoysu puesta en práctica. En las primeras horas de la mañana que siguió alencuentroconArobin,Ednasedispusoaasegurarseensunuevoalojamientoyadarseprisaenlosarreglosnecesariosparaocuparlo.Dentrodelrecintodesucasasesentíacomoquienhapenetradoysedemoraenelpórticodeuntemploprohibido,enelquemilesdevocesamortiguadaslepidenquesevaya.

Todo lo que le pertenecía en la casa, todo lo adquirido almargen de lagenerosidadde sumarido fue transportadoa laotra casa, reemplazandoconsuspropiosrecursoslaspocascosillasquefaltaban.

CuandoArobinlavisitóporlatarde,laencontróremangadatrabajandoencompañía de la doncella.Estaba espléndida y robusta, y jamás había estadomásatractivaqueconaquelvestidoazuly el pañuelode seda rojo anudadocondescuidoalrededordelacabezaparaprotegerelpelodelpolvo.Cuandoentró,Ednaestabasubidaenloaltodeunaescalera,descolgandouncuadrodelapared.Élhabíaencontradoabiertalapuertaprincipal,y,despuésdellamar,sehabíadecididoaentrarsinceremonias.

—¡Bájese!—dijo—.¿Quierematarse?

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Ednalorecibiósininterésaparente,conairedeestaralosuyo.

Sihabíaesperadoencontrarlaabatida,llenadereprochesoapelandoalaslágrimas,seestaballevandounabuenasorpresa.

Sin duda él estaba preparado para cualquier contingencia, listo paracualquieradelasactitudesqueellahabíaadoptadoanteriormente,adaptándosefácilynaturalmentealasituaciónconqueseenfrentaba.

—Por favor, bájese —insistió, sosteniendo la escalera y mirando haciaarriba.

—No—contestóella—.AEllenledamiedosubirsealaescalera.Joeestátrabajandoenel«palomar»(asílollamaEllen,porlopequeñoqueesyporquepareceunpalomar),yalguientienequehaceresto.

Arobinsequitóelabrigoymanifestóqueestabapreparadoydispuestoaprobarsuerteensulugar.Ellenletrajounodesuspañuelosdecabezaparaelpolvoy,cuandovioqueselocolocabadelantedelespejo,tangrotescamentecomo podía, empezó a retorcerse de risa sin poder controlarse. Ni siquieraEdnapudoevitarsonreírcuandolepidióqueseloatase.Éltomóelrelevoysesubióalaescaleraparadesclavarcuadrosycortinas,ydesalojaradornosbajola dirección deEdna.Cuando acabó, se quitó la toca de la cabeza y salió alavarselasmanos.

—¿Hayalgomásquemepermitahacer?—preguntó.

—Yaestátodo—contestóella—.Ellenpuedearreglárselasconlodemás.

Edna tuvo ocupada a la joven limpiando el salón, porque no queríaquedarseallíasolasconArobin.

—¿Quéhaydelacena?—preguntóél—.¡Elgranacontecimiento,lecoupd’état!

—Será pasado mañana. Pero ¿por qué le llama usted coup d’état? Seráestupendo; sacaré mis mejores cosas: cristal, plata y oro; Sèvres, flores,música, y nadaremos en champán. Las facturas se las dejaré a Léonce.Megustaríasaberquédirácuandolasvea.

—¿Ymepreguntaporquélollamocoupd’état?

Arobinsepusoelabrigoylepreguntósiteníalacorbataderecha.Ellalerespondióquesí,justoalbordedelcuello.

—¿Cuándoseiráal«palomar»,comobiendiceEllen?

—Pasadomañanadespuésdecenar.Dormiréallí.

—Ellen, ¿tendría usted la amabilidad de traerme un vaso de agua? —preguntóArobin—. El polvo de las cortinas, sime perdona que insinúe tal

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cosa,meharesecadoeirritadolagarganta.

—MientrasEllentraeelagua—dijoEdna,levantándose—leacompañaréparadespedirlo.Tengoque librarmede todaestamugre,yhayunmillóndecosasquehaceryenlasquepensar.

—Cuándo volveré a verla?—preguntóArobin, tratando de detenerla, yaqueladoncellahabíasalidodelahabitación.

—Enlacena,porsupuesto.Estáustedinvitado.

—¿Ynopuedeserantes?¿Estanoche,mañanaporlamañana,mañanaalmediodíaopor la noche? ¿Opasadomañanapor lamañanao almediodía?¿nosedacuenta,sinquetengaquedecírselo,dequemepareceunaeternidad?

La había seguido hasta el recibidor y se quedó mirándola al pie de laescaleramientrassubíaconelrostrosemivueltohaciaél.

—Niuninstanteantes—dijoEdna.Peroserioylomiródetalmodoque,alavezqueledabacorajeparaesperar,convertíalaesperaentortura.

XXX

AunqueEdnahabíahabladodelacenacomodeungranacontecimiento,setratabaen realidaddeuna reuniónpequeñayselecta,dadoque los invitadoseran pocos y escogidos con criterio. Había calculado que alrededor de unadocena de personas se sentarían a su mesa de caoba; olvidaba en aquelmomentoquemadameRatignolleestabamuysouffranteeimpresentableynopreveíaquemadameLebrunenviaríamildisculpasenelúltimomomento.Asípues, sólo que daban diez, que después de todo era un número acogedor ycómodo.

EstabalaseñoraMerriman,unatreintañeramenuda,hermosayvivaracha;y sumarido, un tipo jovial, un poco cabeza de chorlito, que se reía con lasocurrencias de los demás y que, gracias a eso, se hacíamuy simpático.Lesacompañaba la señora Highcamp. Por supuesto, estaban Alcée Arobin ymademoiselleReisz,quehabíaaceptadolainvitación.Ednalehabíaenviadoun ramodevioletasnaturales con arreglosde encajepara el pelo.MonsieurRatignolle fueenpersonaadisculparsepor la ausenciade suesposa.VictorLebrun, que daba la casualidad de que estaba en la ciudad entregado alesparcimiento,aceptóconpresteza.EstabatambiénunatalseñoritaMayblunt,que ya no era una adolescente, y miraba el mundo a través de unosimpertinentes concuriosidadentusiasta.Sepensaba,y sedecía,queeraunaintelectual; se sospechaba que escribía libros con un nom de guerre. La

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acompañaba un caballero, llamado Gouvernail, relacionado con uno de losperiódicos,ydelquenopodíadecirsenadaespecial,exceptoqueeraatentoyparecía tranquilo e inofensivo. Edna hacía el número diez. Y a las ocho ymedia,sesentaronalamesa,conArobinymonsieurRatignolleaambosladosdelaanfitriona.

LaseñoraHighcampseacomodóentreArobinyVictorLebrun.Despuésestaban la señora Merriman, el señor Gouvernail, la señorita Mayblunt, elseñorMerrimanymademoiselleRieszjuntoamonsieurRatignolle.

El aspectode lamesa era espléndido: elmantel de satén amarillo pálidobajolasfranjasdeencajetransmitíaunaimpresiónderesplandor.Enmacizoscandelabrosdecobrehabíavelasdeceraqueardíansuavementebajosombrasde seda amarilla, y una abundancia de rosas fragantes, en sazón, rojas yamarillas.Habíaplatayoro,talycomoellahabíadicho;yelcristalbrillabacomolasjoyasquellevabanlasmujeres.

Habíadescartadoparalaocasiónlashabitualessillasrígidasdelcomedor,y las había sustituido por las más cómodas y lujosas que había podidoencontrarportodalacasa.AmademoiselleReisz,queeradiminuta,lehabíanpuesto cojines como a los niños, que a veces se sientan a la mesa sobregruesosvolúmenes.

—¿Es nuevo, Edna? —exclamó la señorita Mayblunt, con losimpertinentes dirigidos a un magnífico racimo de diamantes rutilantes, quecasichisporroteabanenelpelodeEdna,justoenmitaddelafrente.

— Bastante nuevo. En realidad, recién estrenado; es un regalo de mimarido.LlegóestamañanadeNuevaYork.Tengoqueadmitirquehoyesmicumple años y hago veintinueve. En su momento, es pero que beban a misalud. Mientras tanto, empezaremos con este cóctel fabricado… ¿Se puededecir «fabricado»? —dijo, apelando a la señorita Mayblunt—. Pues fue«fabricado»pormipadreparalabodademihermanaJanet.

Delantedecadaunodelosinvitadoshabíaunvasitoquerefulgíaconelaspectodeungranate.

—Entonces,despuésdetodo—hablóArobin—,noestaríademásempezarbrindandoalasaluddelcoronelconelcóctelqueélfabricó,enelcumpleañosdelamásencantadoradelasmujeres:lahijaqueélcreó.

La risa del señor Merriman ante esa ocurrencia fue una explosión tannatural y contagiosa que hizo que la cena comenzara con un ritmo que nodecayó.

La señoritaMayblunt suplicó que le permitieranno tocar su cóctel, paratenerlodelanteypoderlocontemplar. ¡Elcoloreramaravilloso!Nosepodía

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comparara nada que hubiera visto antes, y los destellos granates que emitíaeranindeciblementeextraños.Afirmóqueelcoroneleraunartista,e insistióenello.

MonsieurRatignolleestabadispuestoatomarselascosasmuyenserio:losmets,losentre-mets,elservicio,ladecoración,inclusolagente;ypreguntóaArobinsiteníaalgoqueverconelcaballerodelmismonombrequeformabapartedelafirmaLaitner&Arobin,abogados.EljovenadmitióqueLaitnereraun amigo personal y muy querido, que permitía que el nombre de Arobindecorara los membretes de la firma y que apareciera en los letreros queadornabanPerdidoStreet.

—Hay tanta gente preguntona y tal abundancia de instituciones —dijoArobin—que,hoyendía,unoseve realmente forzado,porconveniencia,asimularlavirtuddeunaocupaciónsinosetiene.

MonsieurRatignolleselequedómirandofijamente,duranteunminuto,yse volvió para preguntar a mademoiselle Reisz si creía que los conciertossinfónicos de aquel año eran mejores que los del invierno anterior.MademoiselleReiszcontestóenfrancés—loqueaEdna leparecióunpocogroseroenaquellascircunstancias,perocaracterísticodeella—.Mademoisellesólo tenía cosas desagradables que decir de los conciertos sinfónicos, ycomentarios insultantes sobre los músicos de Nueva Orleans, individual ycolectivamente.Todosu interésparecíaestarconcentradoen lasexquisitecesdispuestasdelantedeella.

El señor Merriman dijo que los comentarios de Arobin sobre la gentepreguntona le recordaban a un hombre deWaco que había conocido hacíaunosdíasenelhotelSt.Charles;pero,comolashistoriasdelseñorMerrimaneran siempre flojas y faltas de chispa, su esposa rara vez permitía que lasterminara.Lo interrumpiópara preguntarle si recordaba el nombredel autordel libroquehabíancompradolasemanapasadaparaenviárseloaunamigodeGinebra.Estabahablandode librosconel señorGouvernail,y tratabadequeéldierasuopiniónsobretemasliterariosdeactualidad.Sumarido,enunaparte,contólahistoriadelhombredeWacoalaseñoritaMayblunt,quefingióencontrarladivertidísimaymuyingeniosa.

LaseñoraHighcampescuchabaconlánguidointerés,perosinafectación,la cálida pero impetuosa verbosidad de su vecino de la izquierda, VictorLebrun.Nodejó de prestarle atención ni unminuto desde que se sentó a lamesay,cuandoélsedirigióalaseñoraMerriman,másbonitayvivazquelaseñora Highcamp, esperó con natural indiferencia la oportunidad parareclamar su atención. De vez en cuando, llegaba desde lejos un sonido demandolinas que, más que un estorbo para la conversación, resultaba unacompañamiento agradable. Fuera se oía el suave y monótono salpicar del

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aguaenunafuente;elsonidopenetrabaenlahabitaciónjuntoconelolordelosjazmines,quesecolabaporlasventanasabiertas.

El resplandor dorado del vestido de satén de Edna se desparramaba aambos la dos en suntuosos pliegues. Alrededor de los hombros, llevaba unsuave adorno de encaje. Era del color de su piel, sin la luminosidad y losinfinitos tonos naturales que se descubren a veces en la carne llena devitalidad.Había algo en su actitud, en todo su aspecto, cuando reclinaba lacabezacontraelrespaldoaltodesusillayextendíalosbrazos,querecordabaaunareinaquegobierna,contemplaypermanecesola.

Pero sentada allí, entre sus invitados, notó que la invadía un antiguomalestar; la desesperación que a veces se apoderaba de ella como unaobsesión,comoalgoextraño,independientedelavoluntad,algoamenazador;un aliento frío que parecía provenir de una enorme caverna donde losconflictoschocaban.Lesobreveníaunaagudaañoranza,quesiempreevocabaen su visión espiritual la presencia del amado y que la abrumaba enseguidaconlasensacióndeloinalcanzable.

El tiempo pasaba, mientras un sentimiento de buena camaraderíaatravesaba el círculo como una misteriosa cuerda, y mantenía unidas yenlazadasaaquellaspersonasconbromasy risas.El señorRatignolle fueelprimero en romper el agradable encanto. A las diez en punto se disculpó.Madame Ratignolle lo esperaba en casa. Estaba bien souffrante, llena deoscurostemores,quesólolapresenciadesumaridopodíaaliviar.

MademoiselleReiszselevantóconmonsieurRatignolle,queseofrecióaescoltarlahastaelcoche.Mademoisellehabíacomidobien,ylosmagníficosyabundantesvinosquehabíaprobadodebíandehabérselesubidoalacabeza,ajuzgarporlareverenciaconquesaludóalospresentesalabandonarlamesa.BesóaEdnaenelhombro,susurrándole:«Bonnenuit,mareine,soyezsage».Lehabíaazoradounpocolevantarseo,másbien,descenderdesuscojines,ymonsieurRatignollelacogiógalantementedelbrazoylacondujoalexterior.

LaseñoraHighcampestabatejiendounacoronaderosasamarillasyrojas.Cuando terminó lacorona, ladepositó suavemente sobre losnegros rizosdeVictor,que,reclinadoenlalujosasilla,sosteníaunacopadechampánacontraluz.

Como si le hubiera tocado una varita mágica, la corona de rosas lotransformóenunaimagendebellezaoriental.Teníalasmejillasdelcolordelauvaprensadaylebrillabanlosojosconunfuegodevorador.

—Sapristi!—exclamóArobin.

Pero la señoraHighcamp tenía una pinceladamás que añadir al cuadro.Cogiódelrespaldodesusillaunabandadesedablanca,conlaquesehabía

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cubierto los hombros, y la colocó alrededor del muchacho en graciososplieguesparacubrirenciertomodosutrajedetarde,negroyconvencional.Aélnoparecía importarle loque ella lehiciera; tan sólo sonreía conundébildestello de dientes blancos mientras continuaba mirando con los ojossemicerradoslaluzquetransparentabalacopadechampán.

—¡Oh, poder pintar con colores en vez de con palabras! —exclamó laseñoritaMayblunt,mirándoloextasiada.

—«HabíaunaimagenesculpidadelDeseo»/«pintadaensangrerojasobrefondodeoro»—musitóGouvernail.

ElvinohabíacambiadoensilenciolaacostumbradalocuacidaddeVictor.Parecía haberse abandonado a un ensueño y estar contemplando placenterasvisionesenlasburbujasambarinas.

—Cante—rogólaseñoraHighcamp—.¿Noquierecantarparanosotros?

—Déjeletranquilo—dijoArobin.

—Estáposando—sugirióelseñorMerriman—;dejemosqueselepase.

—Creoqueestáparalizado—dijo,riendo,laseñoraMerriman.

E,inclinándosesobrelasilladeljoven,cogióelvasodesusmanosyseloacercó a los labios. Él sorbió el vino lentamente y, cuando hubo vaciado lacopa,ellaladejósobrelamesaylesecóloslabiosconsudelicadopañuelo.

—Sí, cantaré para usted—dijoVictor, volviendo la silla hacia la señoraHighcamp.Seagarró lasmanospordetrásde lacabezay,mirandoal techo,empezó a tararear, probando su voz como un músico afina su instrumento.Después,mirandoaEdna,empezóacantar—:

Ah,situsavais!

—¡Cállese!—gritóella—.Nocanteeso,noquieroquelocante.—Ydejóelvaso sobre lamesa tan impetuosayciegamenteque lohizoañicoscontrauna frasca.Elvinosederramósobre laspiernasdeArobinygoteóunpocosobreelvestidodegasanegradelaseñoraHighcamp.Victorhabíaperdidolanoción de la cortesía o pensó que su anfitriona no hablaba en serio, porquedespuésdereírsecontinuó:

Ah!situsavais

cequetesyeuxmedisent.

—¡Oh,nopuedehacerlo,nodebe!—exclamóEdna,y,empujandolasillahaciaatrás,selevantóyletapólabocaconlapalmadelamano.

Élbesólasuavepalmaqueapretabasuslabios.

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—No,noloharé,señoraPontellier.Nocreíaquehablaraenserio—dijo,mirándolaconojosacariciadores.

EltactodesuslabioseracomounadeliciosapicaduraenlamanodeEdna.Ellalevantólacoronaderosasdelacabezadelmuchachoylalanzóhaciaotrolugardelahabitación.

—Vamos, Victor, ya has posado suficiente. Devuelve el pañuelo a laseñora.Highcamp.

La señora Highcamp desenrolló el pañuelo con sus propias manos. LaseñoritaMaybluntyelseñorGouvernailllegaronderepentealaconclusióndeque erahoradedespedirse, y el señory la señoraMerriman sepreguntaroncómopodríasertantarde.

AntesdedespedirsedeVictor,laseñoraHighcamploinvitóallamarasuhija, porque estaba segura de que a ella le encantaría conocerle para hablarfrancésycantarcancionesfrancesasconél.Victor lecomunicósusdeseoseintencióndellamaralaseñoritaHighcampenlaprimeraoportunidadqueselepresentara.PreguntóaArobinsillevabaelmismocaminoqueél,peroArobinibaenotradirección.

Hacía rato que los que tocaban la mandolina se habían escabullido. Unsilencioprofundohabíacaídosobre laampliayhermosacalle.LasvocesdelosinvitadosdeEdna,aldispersarse,desafinabancomounanotadiscordanteenlatranquilaarmoníadelanoche.

XXXI

—¿Ybien?—preguntóArobin,quesehabíaquedadoconEdnadespuésdequelosotrossehubieranido.

—Bien —respondió Edna, deteniéndose y estirando los brazos por lanecesidadderelajarsusmúsculosdespuésdetantoratosentada.

—¿Yahoraqué?—preguntóél.

—Todoslossirvientessehanido.Semarcharonconlosmúsicos.Loshedespedido.Hayquecerraryecharlasllavesdelacasa;yoiréandandohastaelpalomaryporlamañanaenviaréalaviejaCélestineaarreglarlascosas.

Arobinmiróasualrededoryempezóaapagaralgunasluces.

—¿Quéhacemosconlodearriba?—preguntó.

—Creoquetodoestáenorden,perodebedehaberunaodosventanassin

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cerrar.Serámejorquelocomprobemos;cojaunavelayvayaaver.Tráigameelmantónyelsombreroqueestánalospiesdelacamadelahabitacióndelcentro.Mientrasélsubíaconlaluz,Ednaempezóacerrarpuertasyventanas.Odiabacerrarconelhumoylosvaporesdelvinodentro.Arobinencontrólacapayelsombrero,losbajóylaayudóaponérselos.Cuandotodoestuvobiencerradoylas lucesapagadas,salieronpor lapuertaprincipal.ArobincerróycogiólallaveparadárselaaEdna.Despuéslaayudóabajarlaescalinata.—Quiereuna ramitade jazmín?—preguntómientras arrancaba, al pasar, unosbrotes. —No, no quiero nada. Edna parecía descorazonada y sin nada quedecir.Secogiódelbrazoqueél leofrecía,sosteniendoelpesode lacoladesatén con lamano libre.Miró hacia abajo, observando la línea negra de lapierna de Arobin que se movía muy cerca de la suya, contra el destelloamarillodesuvestido.Seoyóelpitidodel trena lo lejosyel tañidode lascampanadasdemedianoche.Enelcortopaseonoseencontraronanadie.

El «palomar» se levantaba detrás de una verja cerrada con llave y unparterre raloydescuidado.Habíaunpequeñoporchedelanteroysobreél seabría una ventana y la puerta principal. La puerta daba directamente alrecibidor. No había entrada lateral. En la parte trasera del patio estaba lahabitacióndeservicioenlaquelaviejaCélestinesehabíaacomodado.

Ednahabíadejadoencendidaunatenueluzsobreunamesa,conloqueselograbaquelasalaresultaseagradableyhogareña.Habíaunoslibrossobrelamesaycerca,uncanapé.Enelsuelohabíaunaesteranuevacubiertaporunaodosalfombrasyen lasparedescolgabanalgunoscuadrosdebuengusto.Lasalaestaballenadeflores,yEdnasesorprendió.ArobinselashabíaenviadoyhabíaordenadoaCélestinequelascolocaracuandoEdnaestuvierafuera.Sudormitorioestabaaunladoy,porunpasillocorto,sellegabaalcomedoryalacocina.

Ednasesentóconairedetotalabatimiento.

—¿Estácansada?—preguntóél.

—Sí,yconescalofríosytriste.Sientocomosimehubierantensadohastaunpuntodemasiado fuerteyalgohubieseestalladodentrodemí.Reposó lacabezaenlamesasobresubrazodesnudo.

—Necesitadescansar—dijoél—.Yestartranquila.Meiré,memarcharéyladejarédescansar.

—Sí—contestóEdna.

Arobin,a su lado, leahuecóelpeloconsusmanosmagnéticas.Su tactotransmitió a Edna un cierto bienestar físico. Se habría quedado fácilmentedormidasiélhubieracontinuadopasándolelamanoporelpelo.Después,selocepillódelanucahaciaarriba.

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—Esperoquepor lamañanase sientamejorymás feliz—ledijo—.Haintentado hacer demasiadas cosas en estos últimos días. La cena ha sido lagotaquehacolmadoelvaso.Tendríaquehaberlaanulado.

—Sí—reconocióEdna—.Fueunaestupidez.

—No,fueunadelicia,perolahaagotado.—SusmanosseextraviaronporloshermososhombrosdeEdna.Podíapercibir la respuestade la carne a sutacto.Sesentóasuladoylabesósuavementeenelhombro.

—Creíqueseibaamarchar—dijoella,enuntonodevozdiferente.

—Meiréencuantoledeseelasbuenasnoches.

—Buenasnoches—murmuróella.

Él no respondió, y continuó acariciándola. No le dio las buenas nocheshastaqueellasesometióasustiernasyseductorassúplicas.

XXXII

Cuando el señor Pontellier conoció las intenciones de su esposa deabandonar la casa y cambiar su residencia a otro lugar, le escribióinmediatamente una carta de total oposición y protesta. Ella le había dadorazones que él no estaba dispuesto a considerar válidas. Esperaba que nohubieraobradobajoun impulso irreflexivo,y le suplicóqueconsiderase, enprimer lugar, ante todoypor encimade todo,quédiría la gente.Alhacerleestaadvertencia,nopensabaenelescándalo;jamásselepasaríaporlacabezasemejante cosa, tratándose del nombre de su esposa o del suyo propio.Simplementepensabaensuintegridadfinanciera.PodíacorrerselavozdequelosPontellier se hallaban endificultades económicas y se veíanobligados aadministrarsucasadeformamáshumildequehastaentonces.Podríacausarundañoincalculablealosnegociosenperspectiva.

Pero,alrecordarelcaprichosocarácterdeEdnaenlosúltimostiemposypreviendo que hubiera obrado impulsivamente siguiendo una decisiónrepentina, afrontó la situación con su habitual presteza y la manejó con suconsabidotactoyhabilidadprofesional.

El mismo correo que trajo a Edna su carta de desaprobación llevóinstrucciones—órdenesprecisas—aun famosoarquitecto, relacionadasconlaremodelacióndelacasa,ycambiosenlosquehabíapensadohacíatiempoyquedeseaballevaracabodurantesutemporalausencia.

Contrató expertos y acreditados embaladores y empleados de mudanzas

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para transportar a lugares seguros el mobiliario, alfombras y cuadros; enresumen,todoloquepodíacambiarsedesitio.Yenuntiempoincreíblementecorto, la casade losPontellier estuvoenmanosde los artesanos.Habíaqueañadir un cuartito cómodo, pintar y poner madera noble en el suelo de lashabitacionesqueaúnnolatenían.

Además, en uno de los periódicos apareció una breve nota en la que seinformaba que el señor y la señora Pontellier se proponían residir en elextranjero durante el verano y que su lujosa residencia deEsplanadeStreet,sometida a espléndidos cambios, no estaría lista para ser ocupada hasta suvuelta.¡ElseñorPontellierhabíasalvadolasapariencias!

Edna,admitiendoladiestramaniobradesuesposo,seabstuvodefrustrarsusplanes.CuandolasituacióndivulgadaporelseñorPontellierseaceptóysedioporhecha,Ednaparecióalegrarsedequelascosashubieransucedidoasí.

Elpalomarlegustaba.Enseguidaadquirióelíntimoaspectodeunhogar,alavezqueelencantoconelqueEdnalorevestíasereflejabaenlacasacomoun cálido resplandor. Tenía la sensación de haber descendido en la escalasocial, y, paralelamente, un sentimiento de haber ascendido en la espiritual.Cadapasoquedabaleañadíafuerzayexpansióncomopersona.Comenzóamirarconsuspropiosojos;averycaptarlasocultascorrientesdelavida.Yano le satisfacía alimentarsedeopiniones ajenas cuando supropio espíritu laestimulaba.

Pocotiempodespués,enrealidad,alcabodeunosdías,EdnasubióapasarunasemanaconsushijosaIberville.Eranunosdíasdefebrerodeliciosos:lapromesadelveranoflotabaenelambiente.

¡Cómosealegródeveralosniños!Lloródeplacercuandosintióquesusbracitos la estrechaban; las fuertes y sonrosadas mejillas de los niños seapretabancontralassuyas,queestabanresplandecientes.Losmirabaconojoshambrientos que no podían contentarse con sólo mirar. ¡¿Y qué historiastenían que contar a sumadre!De los cerdos, las vacas, lasmulas; de cómohabíandadovueltasalmolinodetrásdeGluglú;ycómohabíanpescadoenellagocontíoJasper;habíanrecogidonuecesconlospollitosnegrosdeLidieytransportado ramitas en su vagón de juguete. Era mil veces más divertidoacarrearastillasdeverdadparaelfuegoauténticodelaviejainválidaSusiquearrastrarporlaaceradeEsplanadeStreettarugosdemaderapintados.

Fue con ellos a ver las vacas y los cerdos; a contemplar a los negrosmientrastumbabanlacaña;avarearlosnogalesyapescarallagodedetrásdela casa. Vivió con ellos una semana entera, dándoles todo, y recogiendo yllenándosedelavitalidadjuvenildesushijos.CuandolescontóquelacasadeEsplanade Street estaba llena de trabajadores que martilleaban, clavaban,aserrabanyllenabanellugarderuido,elloslaescucharonsinaliento.Querían

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saberdóndeestabansuscamas;quésehabíahechodesucaballitobalancín;dóndedormíaJoeydóndesehabíanidoEllenylacocinera.Pero,sobretodo,ardíanendeseosdeverlanuevacasitaalavueltadelamanzana.¿Habíasitioparajugar?¿Habíaniñosenlavecindad?Raoul,conpesimismoagorero,teníala convicción de que sólo habría chicas. ¿Dónde dormirían ellos y dóndedormiríapapá?Ednalesdijoquelashadasloarreglaríantodo.

LaancianaabuelaestabaencantadaconlavisitadeEdna,ysedeshacíaenatencionesconella.Estabamuycontentade saberque la casadeEsplanadeStreet estaba desmantelada. Eso le daba excusa y pretexto para tener a losniñosconellaportiempoindefinido.

Aldejara sushijos,Ednasintióundesgarroyunapunzadadedolor.Sellevabaconellaelsonidodesusvocesyeltactodesusmejillas.Durantetodoel camino de regreso a casa, retuvo su presencia como el recuerdo de unadulcecanción.Pero,cuandollegóalaciudad,lacanciónyanoresonabaensuespíritu.Denuevoestabasola.

XXXIII

Aveces,sucedíaque,cuandoEdnaibaavisitaramademoiselleReisz, lapianista estaba ausente, porque daba una clase o estaba haciendo la compraparalacasa.Lallaveestabasiempreenelesconditesecretodelaentrada,queella conocía. Si mademoiselle estaba fuera, Edna generalmente entraba yesperabasuregreso.

Cuando, una tarde, llamó a la puerta de mademoiselle, no recibiórespuesta; así que, como de costumbre, abrió la puerta, entró y, tal comoesperaba, encontró el apartamento desierto. Había tenido un día bastanteapretadoybuscabarefugioensuamigaparadescansaryhablardeRobert.

Había trabajado toda la mañana en un cuadro, el estudio de un jovenpersonaje italiano,yhabía completadoel trabajo sinmodelo;pero lahabíaninterrumpido muchas veces con pequeños incidentes domésticos y otros decaráctermundano.

MadameRatignolle había venido arrastrándose, evitando, según dijo, loslugares transitados. Se quejaba de que Edna no le hiciera mucho casoúltimamente.Además, leconsumía lacuriosidadporver lacasitaycómoselasarreglabasuamiga.Queríaquelecontasetodoloquehabíapasadoenlacena.¡MonsieurRatignollesehabíaidotanpronto!¿Quésucediódespuésdeque él se marchara? El champán y las uvas que Edna les envió eranabsolutamentedeliciosos.¡Ellateníatanpocoapetito!Lehabíanrefrescadoy

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tonificadoel estómago. ¿Dóndedemonios iba aponer al señorPontellier enaquellacasita?¿Yalosniños?YdespuéshizoprometeraEdnaquecorreríaasuladocuandollegase«lahoradelaverdad».

—Acualquierhora,encualquiermomentodeldíaodelanoche,querida—leaseguróEdna.

Antesdemarcharse,madameRatignolleledijo:

—Enciertomodo,mepareceustedunaniña,Edna.Creoqueactúasinladosisdereflexiónnecesariaenestavida.Poresoquierodecirlequenomelotome amal si le advierto que tenga un poco de cuidadomientras viva aquísola. ¿Por qué no busca a alguien que venga a quedarse con usted? ¿No legustaríaamademoiselleReiszvenir?

—No; ella no querría venir, y amí nome gustaría tenerla siempre amilado.

—Bien, se lodigoporqueya sabeusted lomalpensadaquees lagente;hay quien habla de que Alcée Arobin suele visitarla. Por su puesto que notendría importancia si el señor Arobin no tuviera una fama tan horrorosa.MonsieurRatignollemedecíaquesólosusatencionessonyasuficientesparaponerenentredicholareputacióndeunamujer.

—¿Se vanagloria de sus conquistas?—preguntó Edna con indiferencia,mirandodesoslayosucuadro.

—No, creo que no. Estoy segura de que en estas cosas es un individuocorrecto.Perosuformadeseresbienconocidaentreloshombres.Nopodrévolveraverla;fuemuy,peroquemuyimprudentehabervenidohoy.

—¡Tengacuidadoconelescalón!—exclamóEdna.

—Nometengatanabandonada—suplicómadameRatignolle—.YnometomeencuentaloqueledijedeArobinyesodequealguiensevinieraavivirconusted.

—Porsupuestoqueno—contestóriendoEdna—.Ustedpuededecirmeloquequiera.

Sedieronunbesodedespedida.MadameRatignolleno teníaque irmuylejos,yEdnasequedóunosmomentosenelporchemirandocómobajabalacalle.

Después,porlatarde,laseñoraMerrimanylaseñoraHighcamppasaronahacerle una visita. Edna pensó que podían haberse ahorrado la formalidad.Tambiénhabíanidoainvitarlaparaquefueraunatardeajugaralvingt-et-unen casa de la señora Merriman. Le dijeron que fuera temprano para cenarantes,yqueelseñorMerrimanoelseñorArobinyalaacompañaríanacasa.

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Edna aceptó sin mucho interés. A veces, la señora Merriman y la señoraHighcampleresultabanmuyaburridas.

Amediatarde,buscórefugioencasademademoiselleReisz,yallíestabasola, esperándola, sintiendo cómo la invadía una especie de reposo, en laatmósferadeaquelladesastradaypocopretenciosahabitación.

Ednasesentójuntoalaventanaquedabaalaazoteayalrío.Elalféizarestaballenodemacetasconflores,y,allí,sededicóaarrancarlashojassecasdeungeranio rosa.El día era templadoy la brisa que soplabadel río,muyagradable.Sequitóelsombreroylodejósobreelpiano.Siguióquitandolashojas y ahuecando la tierra alrededor de las plantas con el alfiler de susombrero.Enciertomomento,leparecióoírquemademoiselleReiszllegaba,pero se trataba de una joven negra, que entró con unmontón de ropa de lalavandería,ladepositóenlahabitacióncontiguaysalió.

Edna se sentóalpianoyempezóa tocarconunamano lasnotasdeunapartituraabiertaanteella.Pasóunamediahora.Devezencuando,seoíaeliryvenirdegenteenelvestíbulodeabajo.Estabaenfrascadaintentandotocarelairecuandollamaronporsegundavezalapuerta.Sepreguntóquésolíahacerlagentecuandoseencontrabalapuertademademoisellecerrada.

—Pase—dijo, volviendo la cara hacia la puerta. Y esta vez fue RobertLebrunquiensepresentó.Ednaintentólevantarse,peronopodíahacerlosinrevelar la agitación que la dominaba al verlo; así que se replegó sobre eltabureteyexclamó—:¡Caramba,Robert!

Él seacercóy ledio lamanosin saberaparentemente loquedecíani loquehacía.

—¡La señora Pontellier! Pero ¡cómo es que usted…! ¡Oh, qué buenaspecto tiene! ¿No está mademoiselle Reisz? Nunca hubiera imaginadoencontrarlaaquí.

—¿Cuándoharegresado?—preguntóEdnaconvoztemblorosa,secándoselacaraconelpañuelo.Parecíaestar incómodaenel taburetedelpiano;él lerogóquesesentaraenlasillajuntoalaventana.

Ellaleobedeciómecánicamente,mientrasélsesentabaeneltaburete.

—Volví anteayer—le respondió, apoyandoelbrazo sobre las teclas,queprodujeronunestrepitososonidodiscordante.

—¡Anteayer! —repitió ella en voz alta, y siguió pensando para sí«anteayer»,conairedenoentender.Ellasehabía imaginadoquelabuscaríanadamásllegar,peroélllevabaviviendobajoelmismocielodesdeanteayer,ysólo por casualidad había tropezado con ella.Mademoiselle debía de habermentidocuandodijo:«Pobreinfeliz,estáenamoradodeusted»—.

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Anteayer—repitióEdna,rompiendounbrotedelgeraniodemademoiselle—.Entonces,sinomehubieraencontradohoyaquí,nohubiese…cuándo…enfin,¿noteníaintencióndeveniraverme?

—Porsupuestoquehabríaidoaverla.Habíatantascosasque…—Volviólas hojas de la partitura de mademoiselle con nerviosismo—. Ayer mismocomencéatrabajarenmiantiguaempresa.Esdecir,puedequealgúndíalogresacarlepartidoatodoesto.Y,además,losmexicanosnosonmuysimpáticos.

Así que había vuelto porque los mexicanos no eran muy simpáticos;porquelosnegocioserantanprósperosaquícomoallí;porningunarazónenconcreto,peronoporquequisieraestara su lado.Ednaseacordódeldíaenque, sentada en el suelo, recorría de arriba abajo las páginas de su cartabuscandoelmotivonoexpresado.

NosehabíafijadoenelaspectodeRobert;sólonotabasupresencia;perosevolviódeliberadamenteparaobservarlo.Despuésdetodo,sólohabíaestadofueraunospocosmeses,ynohabíacambiado.Elpelo,delmismocolorqueeldeella,seleondulabahaciaatrásenlassienesdelmismomodoqueantes.Noestaba más moreno que en Grand Isle, y, al observarlo en un momento desilencio,descubrióquesusojoslamirabanconidénticadulzura,aunqueahoraveíaenellosunardoryunasúplicaqueantesnoexistían,ylamismamiradaque había penetrado en los lugares dormidos de su espíritu y los habíadespertado.

Cientosdeveces,EdnasehabíaimaginadoelregresodeRobertysehabíafigurado su primer encuentro. Generalmente sucedía en casa, donde él lahabría buscado inmediatamente. Siempre se lo imaginaba declarándole suamorodejándoseloentrever.¿Yaquíestabalarealidad,sentadosatresmetrosde distancia, ella junto a la ventana, aplastando hojas de geranio entre lasmanos,oliéndolas,yélgirandoeneltaburetedelpiano,ydiciendo:

—MesorprendiómuchosaberqueelseñorPontellierestabaausente(meextraña que mademoiselle Reisz no me lo dijera) y que, además, usted setrasladabadecasa(mimadremelodijoayer).CreoquetendríaquehaberseidoaNuevaYorkconél,oaIbervilleconlosniños,mejorquequedarseaquí,preocupada con las tareas de ama de casa.Y también he oído que se va alextranjero.AsíquenolatendremosconnosotroselpróximoveranoenGrandIsle; no le parecerá…, en fin, ¿ve ustedmucho a mademoiselle Reisz?Mehablabaamenudodeustedenlaspocascartasquemeescribió.

—¿Recuerda que, cuando se fue, prometió escribirme? —un repentinosonrojolecubrióelrostro.

—Nocreíquemiscartastuvieranelmásmínimointerésparausted.

—Eso es una excusa; no es la verdad. —Edna cogió su sombrero de

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encimadelpiano.Seloajustópinchandoelalfiler,conciertadeliberación,ensugranmatadepelo.

—¿NovaaesperaramademoiselleReisz?—preguntóRobert

—No; sé que cuando está fuera tanto rato esmuy posible que no vengahastatarde.—SeenfundólosguantesyRobertrecogiósusombrero—.

¿No la va a esperar usted?—preguntó.—No, si cree usted que volverátarde.—Ycomosi,derepente,fueraconscientedeciertadescortesía,añadió—:Además,simequedo,meperderíaelplacerdeacompañarlaacasa.

Edna cerró la puerta con llave y la puso en el escondrijo de costumbre.Fueron juntos, caminando con tiento por calles embarradas y por acerasrepletasdetenderetesconbaratijasdepequeñoscomerciantes.Hicieronpartedelcaminoencochey,despuésdebajar,pasaronpordelantedelamansióndelos Pontellier, que tenía el aspecto de estar rota y despedazada. Robert nohabíavistonuncalacasa,ylamiróconinterés.

—Nuncalaviensucasaanterior—puntualizó.

—Mealegrodequenolohiciera.

—¿Porqué?

Ellanocontestó.Dieronlavueltaalaesquinay,cuandoélentróconellaen la casita, parecía como si, finalmente, los sueños de Edna se estuvieranhaciendorealidad.

—Tiene que quedarse a cenar conmigo,Robert.Ya ve que estoy sola y,además, hace mucho tiempo que no lo veo. Hay tantas cosas que quieropreguntarle.

Edna se quitó el sombrero y los guantes. Él se quedó de pie, indeciso,excusándose porque su madre lo esperaba; incluso murmuró algo sobre uncompromiso. Encendió una cerilla y prendió la lámpara de la mesa; estabaanocheciendo.CuandoviolacaradeEdnaalaluzdelalámpara,angustiadayconlassuaveslíneasdesurostrodesdibujadas,dejósusombreroaunladoysesentó.

—Oh,ustedsabequequieroquedarme,simelopermite—exclamó.Todaladulzuravolviódenuevo.Ella sonriódirigiéndosea él, y lepuso lamanosobreelhombro.

—AhorasíquemepareceelRobertdeantes.IréadecírseloaCélestine.

SaliócorriendoaavisaraCélestineparaquepusieraotrocubierto.Inclusola envió a buscar algunas exquisiteces que para ella sola no había pensadocomprar. Y le advirtió que tuviera cuidado al colar el café y que no dejarapasarlatortilla.

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Cuandovolvióaentrar,Robertestabarevolviendorevistas,dibujosycosasquehabíasobrelamesa,todasmezcladas.Cogióunafotografíayexclamó:

—¡AlcéeArobin!¿Quédiabloshaceestafotoaquí?

—Enciertaocasiónintentéhacerundibujodesucabeza—contestóEdna—,yélpensóqueunafotografíameayudaría.Estabaenlaotracasa,ypenséquelahabíadejadoallí.Debídeempaquetarlaconmisútilesdedibujo.

—Puestendríaquedevolvérsela,siesquehaacabadoeldibujo.

—Oh, tengo un montón de fotografías de éstas. Y nunca he pensadodevolverlas.Nosirvenparanada.

Robertcontinuómirandolafoto.

—Mepareceque…¿Creeustedquevale lapenadibujar sucabeza?¿EsamigodelseñorPontellier?Nomedijonuncaqueloconociera.

— No es amigo del señor Pontellier; es amigo mío. Lo conozco hacemucho…, es decir, lo que se dice conocerlo bien, desde hace poco. Peropreferiríahablardeustedysaberquéesloquehavisto,hechoydescubiertoalláenMéxico.—Robertapartólafoto.

—HevistolasolasylaplayablancadeGrandIsle,eltranquilocaminodehierbadeChênière,elantiguofuertedeGrandeTerre.Hetrabajadocomounamáquinaymehesentidocomounalmaenpena.Nopasónadainteresante.

Ednaapoyó lacabezaen lamanoparaevitar la luzde la lámparaensusojos.

—¿Y ¿qué ha hecho usted? ¿Qué ha visto y qué ha sentido todo estetiempo?—preguntóél.

—HevistolasolasylaplayablancadeGrandIsle;eltranquilocaminodehierbadeChênièreCaminada;elantiguofuertesoleadodeGrandeTerre.Hetrabajadoconmenosconscienciaqueunamáquinayaúnmesientocomounalmaenpena.Nopasónadainteresante.

—SeñoraPontellier,esustedcruel—dijoemocionado,cerrandolosojosydescansandolacabezaenelrespaldodelasilla.GuardaronsilenciohastaquelaviejaCélestineanunciólacena.

XXXIV

Elcomedoreramuypequeño.LosmueblesdecaobaquerodeabanaEdnacasi lo llenaban. Tal como estaba, había tan sólo uno o dos pasos desde la

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mesitaalacocina,alachimenea,alpequeñoaparadoryalapuertalateralquedabaaunpatioestrecho,embaldosado.

Cuandolacenaseanunció,cayósobreellosciertoairedeceremonia.Novolvieronahablardetemaspersonales.Robertcontóincidentesdesuestanciaen México y Edna habló de cosas ocurridas en su ausencia, y queprobablemente le interesaban. Fue una cena corriente, excepto por lasexquisiteces que Edna había enviado a comprar. La vieja Célestine, con unpañuelo alrededor de la cabeza que le sostenía elmoño, renqueaba de aquíparaallá,interesándoseportodoydeteniéndoseavecesparahablarpatoisconRobert,aquienconocíadesdeniño.

Élsalióacomprarpapelde liaraunestancocercano,y,cuandoregresó,Célestineyahabíaservidoelcaféenlasalita.

—Quizá no debería haber vuelto —dijo él—. Cuando se canse de mí,dígamelo.

—Ustednomecansanunca.DebedehaberolvidadolashorasyhorasquepasamosjuntosenGrandIsleyenlasquefuimosacostumbrándonoselunoalotro.

—No he olvidado nada de Grand Isle —dijo sin mirarla, liando uncigarrillo.

La tabaquera que había dejado sobre la mesa era un precioso trabajobordadoenseda,evidentementeartesaníahechaporunamujer.

—Antesllevabaeltabacoenunabolsadecaucho—dijoEdna,cogiendolatabaquerayexaminandoelbordado.

—Sí,semeperdió.

—Dóndecompróésta?¿EnMéxico?

—MelaregalóunamuchachadeVeracruz;sonmuygenerosas—contestóprendiendounacerillayencendiendouncigarrillo.

—Ysupongoquesonmuybonitasesasmujeresmexicanas;muyexóticas,conesosojosnegrosylosmantonesdeencaje.

—Algunassí,otrassonhorrorosas.Comoentodaspartes.

—¿Y cómo era ella?, la que le regaló la tabaquera. Debía de conocerlamuybien.

—Era muy vulgar. No tuvo la más mínima importancia. Sí, la conocíabastantebien.

—¿Iba a visitarla a su casa? ¿Era bonito el lugar?Me gustaría que mecontaracosasdelagentequeconocióylaimpresiónquelecausaron.

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—Haygentequedejaimpresionestanpocoduraderascomolahuelladeunremoenelagua.

—¿Fueellaunadeésas?

—Seríadescortéspormipartedecirqueeradeesaclase.

Semetiólatabaqueraenelbolsillo,comodejandoeltemaaunlado,juntoalanaderíaquelohabíasacadoarelucir.

Arobin apareció conunmensaje de la señoraMerriman, en el quedecíaque lapartidadecartas sehabíapospuestopor laenfermedaddeunode losniños.

—Cómoestá,Arobin?—dijoRobert,saliendodelaoscuridad.

—¡Oh, Lebrun, es usted! Oí decir ayer que había vuelto. ¿Cómo seportaronconustedalláenMéxico?

—Muybien.

—Pero no lo bastante bien para retenerlo. ¡Espléndidas muchachas, lasmexicanas!PenséquenomeiríajamásdeVeracruzcuandoestuveallíhacedosaños.

—¿Lehicieronzapatillasbordadas,tabaqueras,bandasparaelsombreroycosasasí?—preguntóEdna.

—¡Quéva!Nomehicieronmuchocaso.Metemoqueellasmecausaronmásimpresiónamíqueyoaellas.

—Entonces,fueustedmenosafortunadoqueRobert.

—¿YosiempresoymenosafortunadoqueRobert.¿Lehaestadohaciendoconfidencias?

—Bueno, ya ha tenido que aguantar me bastante tiempo—dijo Robert,levantándoseydandolamanoaEdna—.Porfavor,dérecuerdosdemipartealseñorPontelliercuandoleescriba.

DiolamanoaArobinysalió.

—Buentipo,esteLebrun—dijoArobincuandoRobertsehubomarchado—.Nuncaleoíhablardeél.

—LoconocíesteveranoenGrandIsle—contestóella—.Aquítieneestafotografíasuya.¿Nolaquiere?

—¿Paraquélavoyaquerer?Tírela.

Ednalavolvióadejarsobrelamesa.

—NovoyairacasadelaseñoraMerriman;silave,dígaselo;peroquizá

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seamejorescribirleunanota.Creoqueleescribiréparadecirlequesientoqueelniñoestéenfermo,yquenocuenteconmigo.

—Es un buen plan —condescendió Arobin—. No la culpo. ¡Semejantemontóndeestúpidos!

Tras coger papel y pluma, Edna abrió la carpeta y empezó a escribir lanota.Arobin encendióunpuroy empezóa leer el periódicode la tardequellevabaenelbolsillo.

—¿Quédíaeshoy?—preguntóEdna.

Élselodijo.

—¿Quiereponerestoenelcorreocuandosalga?

—Claroquesí.

Élleibaleyendofragmentosdelperiódicomientrasellaponíaenordenlascosasdeencimadelamesa.

—¿Quéleapetecehacer?—preguntóAlcée,dejandoaunladoelperiódico—.¿Quierecaminar,darunpaseoencocheocualquierotracosa?Haceunanochedeliciosaparairencoche.

—No,noquieronadamásque estar tranquila.Salgaydiviértase;no sequede.

—Meirésinomequedamásremedio;peronomedivertiré.Yasabequesólovivocuandoestoycercadeusted.

Selevantóparadarlelasbuenasnoches.

—¿Esesoloquedicesiemprealasmujeres?

—Lohedichootrasveces,peronocreoquejamásfuera tanciertocomoahora—contestóconunasonrisa.Nohabíalucescálidasensusojos.Tansólounamiradaausenteysoñadora—Buenasnoches.Laadoro.Duermabien—dijoél.Lebesólamanoysalió.

Edna se quedó a solas en una especie de en sueño, como asombrada.Revivió paso a paso cada instante que había pasado con Robert desde queentró por la puerta de mademoiselle Reisz. Rememoró sus palabras, susmiradas. ¡Qué escasas y poco sustanciosas habían sido para su hambrientocorazón! Ante ella apareció la imagen de una muchacha mexicanaextraordinariamente seductora. Se retorció con una punzada de celos. Sepreguntócuándovolveríaaverlo.Nohabíadichoquevolvería.Habíaestadocon él, había escuchado su voz y tocado sumano. Pero, en ciertomodo, losentíamáslejanoquecuandoestabaenMéxico.

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XXXV

Lamañana rebosaba de sol y esperanza. No había negativas ante Edna,sino sólo promesas de felicidad. Yacía en la cama, despierta, con los ojosbrillanteseinquisidores.«Robertlaama,pobreinfeliz».Sipudieralograrqueesa convicción arraigara en su pensamiento, ¿qué iba a importarle todo lodemás? Se daba cuenta del o infantil e imprudente que había sido la nocheanterior,entregándosealdesaliento.Intentóhacerrecuentodelosmotivosque,sinduda,explicabanlareservadeRobert.Noeranobstáculosinsuperables.Sirealmente la amara, no se sostendrían enpie; tampoco resistirían frente a lapasiónqueella sentíayde laqueél sedaría cuenta amedidaquepasara eltiempo.Seloimaginócaminodelaoficinaaquellamañana.Vioinclusocómoibavestido; cómobajabapor una calle ydaba la vuelta a la esquina; lovioinclinándosesobresumesadedespacho,hablandoalagentequeentrabaenlaoficina,yendoacomerytalvezbuscándolaporlacalle.Vendríaaverlaporlatarde o al anochecer; se sentaría a liar su cigarrillo, charlaría un poco, y semarcharíacomolanochepasada.Pero¡quémaravillososeríaqueestuvieraallíconella!Noselamentaría,nitrataríadeentendersusreservas,enelcasodequeaúnlastuviera.

Ednadesayunóamediovestir.LadoncellatrajounacartagarabateadadeRaoul,expresándolesuamor,pidiendoqueleenviarabombonesycontándoleque aquellamañana había encontrado diez cerditos chiquitines tumbados enfilajuntoalacerdablancadeLidie.

También llegó una carta de sumarido, diciéndole que esperaba estar devueltaaprimerosdemarzo,yentoncesseríabuenmomentoparaemprenderelviajealextranjeroquelehabíaprometidohacía tiempoyqueahora,porfin,podría costear; viajarían como Dios manda, sin escatimar en pequeñeces,graciasasusúltimasespeculacionesenWallStreet.

Con gran sorpresa recibió una nota de Arobin, escrita desde el club, amedianoche.Teníaporobjetodesearlelosbuenosdías,esperandoquehubieradormido bien, reafirmando su devoción por ella y confiando sercorrespondido,aunquefuesesuperficialmente.

Las cartas fueron todas de su agrado. Contestó a los niños de unmodojovial,prometiéndolesbombonesy felicitándolesporel felizhallazgode loscerditos.

Contestó a su marido con cariñosas evasivas, no con la intención deengañarle, sino por que el más mínimo sentido de la realidad habíadesaparecido de su vida; se había abandonado al destino, y esperabaindiferentelasconsecuencias.

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NocontestólanotadeArobin.Laechóalfuegodelacocina.

Edna trabajó durante horas con gran animación. No vio más que a unmarchantedecuadros,quelepreguntósieraciertoqueibaaestudiaraParís.

Edna le respondió que posiblemente iría, y acordaron que hiciera unoscuantosestudiosdeParísconelfindequellegaranatiempoparalasventasdeNavidad.

Robertnofueaverlaaqueldía.Ednaestabaprofundamentedesilusionada.Tampoco fue al día siguiente, ni al otro. Cada mañana se despertaba conesperanza y cada noche la acometía el desaliento. Sentía tentaciones debuscarlo; pero, lejos de ceder al impulso, evitaba cualquier ocasión que lapusieraenelcaminodeRobert.NofueacasademademoiselleReisznipasópordelantedelacasademadameLebrun,comohabríahechosiélsehubieraencontradoaúnenMéxico.

UnanocheArobinlainstóaqueleacompañaraensucochedecaballosysedirigieronhaciaallagoporlacarreteradeShell.Loscaballoseranbriososeincluso un poco indómitos. A Edna le gustaba el trote rápido con el quecorríanyelsonidosecoycortantedeloscascosenelfirmedelacarretera.Nopararon a comer ni a beber. Arobin no era temerario. Pero comieron ybebieroncuando,alatardecer,llegaronalpequeñocomedordeEdna.

Era ya tarde cuando él semarchó. La insistencia deArobin por verla yestar con ella se estaba convirtiendo en algomás que un capricho pasajero.Había detectado la sensualidad latente en ella, que, como un adormecidocapulloardienteysensible,élabríaconsufinaintuicióndelasexigenciasdelanaturalezadeEdna.

Cuando aquella noche se quedó dormida, no había desaliento en ella;tampocohabíaesperanzacuandodespertóporlamañana.

XXXVI

Habíaun jardín en las afueras; un rinconcito frondoso, conunas cuantasmesas verdes bajo los naranjos. Una gata vieja se pasaba todo el díadormitandoalsolsobreunescalóndepiedrayunaviejamulatressedormíaaratos perdidos en una silla, junto a la ventana abierta, hasta que alguiengolpeaba una de las mesas verdes. Vendía leche y queso fresco, pan ymantequilla.Nohabía nadie que hicieramejor café ni dorara el pollo comoella.

Era un lugar demasiado sencillo para llamar la atención de la gente

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elegante y lo suficientemente tranquilo para pasar inadvertido a los quebuscabandiversiónyjuerga.Ednalohabíadescubiertoporcasualidad,undíaen que la enorme puerta de tablillas había quedado entreabierta. Vislumbróunamesitaverde,moteadaporlaluzdelsol,que,filtrándoseacuadritosporentrelashojastemblorosas,caíasobreella.Dentrosehabíaencontradoconlasomnolienta mulatresse, la gata adormecida y un vaso de leche que lerecordabalaquehabíaprobadoenIberville.

Amenudosedeteníaallídurantesuspaseos;avecessellevabaunlibroy,si el lugar estaba desierto, se sentaba una o dos horas bajo los árboles.Allíhabíacenadoso laenunpardeocasiones,despuésdeavisaraCélestinedequenopreparase lacenaencasa.Eraelúltimo lugarde laciudadenelquehubieraesperadoencontrarseconalguienconocido.

Aun así, no se sorprendió demasiado cuando, un atardecer, mientrastomaba una cena sencilla, hojeando un libro y acariciando a la gata, que sehabíahechomuyamigasuya,vioentraraRobertporlagranpuertadeljardín.

—Estávistoquesólome tropiezoconustedporcasualidad—dijoEdna,empujando a la gata fuera de la silla que tenía al lado. Él se sorprendió,incómodoycasiviolentoalencontrarseconellataninesperadamente.

—¿Vieneaquíamenudo?—preguntó.

—Casivivoaquí—respondióella.

—YomepasabaporaquíconfrecuenciaatomarunatazadelbuencafédeCatiche.Éstaeslaprimeravezquevengodesdequeregresé.

—Pídaleunplatoycompartamicena.Siemprehaysuficienteparadosyhastaparatres.

Alverlo,Ednahabíatratadodemostrarseindiferenteytanreservadacomoél; había tomado esta decisión tras la laboriosa serie de razonamientos queacompañaban sus estados de depresión. Pero sus propósitos se diluyeroncuando lo vio ante ella, sentado a su lado en el pequeño jardín, como si undesigniodivinolohubierapuestoensucamino.

—¿Porquémeha evitado,Robert?—preguntó, cerrandoel libro abiertosobrelamesa.

—¿Por qué es usted tan directa, señora Pontellier? ¿Por qué me obligaustedautilizarsubterfugiosestúpidos?—exclamóél,conardorrepentino—.Supongoquenosirvedenadadecirlequeheestadomuyocupado,oenfermo,o que fui a verla y no la encontré en casa. Por favor, no me castigueobligándomeadarleunadeestasexcusas.

—Esustedlapersonificacióndelegoísmo—dijoEdna—.Seguardaalgo,noséqué,perohayalgúnmotivoegoísta;yporautocompasiónnoseparaa

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considerar por un momento lo que yo pienso o cómo me siento con suabandonoeindiferencia.Supongoqueusteddiráqueestoesimpropiodeunamujer,peroheadoptadolacostumbrededecirloquepienso.Nomeimportay,sileparece,puedepensarquesoypocofemenina.

—No; sólopiensoqueesustedcruel, tal como ledije elotrodía.Puedeque no lo sea intencionadamente, pero parece que quiera forzarme adeclaracionesqueno serviríandenada, como simeobligase adestaparunaheridaporelplacerdecontemplarla,sinintenciónnipoderparacurarla.

—Leestoyestropeandolacena,Robert;notomeencuentaloqueledigo.Nohaprobadobocado.

—Sólo vine a tomar una taza de café. —Su delicado rostro estabadesfiguradoporlaagitación.

—¿Verdad que es un sitio encantador? —observó ella—. Estoy tancontentadequenolohayandescubierto…¡Seestátantranquiloytanagustoaquí!¿Sedacuentadequeapenasseoyeunruido?Quedabastantealejadodelcaminoydesdeelcochehayunbuenpaseo.Sinembargo,amínomemolestapasear.Siemprehecompadecidoalasmujeresalasquenolesgustaandar.Sepierden tantascosas, tantospequeñosyextraños retazosdevida;ynosotras,lasmujeres,aprendemostanpocodelavidaengeneral…

ElcafédeCaticheestásiemprecaliente—prosiguióEdna—.Nosécómoselasarreglaaquí,alairelibre.ElcafédeCélestineseenfríamientraslollevade la cocina al comedor. ¡Tres terrones! ¿Cómopuede tomárselo tan dulce?Coja unos berros con la chuleta, están picantes y frescos. Además, tiene laventajadepoderfumarmientrassetomaunoelcaféaquíafuera.Ahora,enlaciudad…Pero¿novaustedafumar?

—Dentrodeunmomento—dijoRobert,poniendounpurosobrelamesa.

—¿Quiénselohadado?—dijoella,riendo.

—Locompré.Supongoquemeestoyconvirtiendoenun imprudente;mecompré una caja entera. —Edna estaba decidida a no hablar de cosaspersonalesquelehicieransentirseincómodo.

LagatasehizoamigadeRobertysesubióasuregazomientrasélfumabael puro. Le acarició la sedosa piel y le dijo algunas cosas.Miró el libro deEdna,queélyahabía leído,y lecontóel finalpara, segúndijo,ahorrarleeltrabajodetenerqueterminárselo.

Robert la acompañó otra vez de regreso a casa y, cuando llegaron alpequeño«palomar»,yaeradenoche.Ednanolepidióquesequedara,yélseloagradeció,porquelepermitíaestarallísinlaincomodidaddemeterlapataconunaexcusaenlaquenoteníaintencióndepensar.Laayudóaencenderla

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lámparaydespuésellaentróensuhabitaciónaquitarseelsombreroylavarselacaraylasmanos.

Cuandovolvió,Robertnoestabamirandoloscuadrosnihojeandorevistascomolaotravez:sehabíasentadoenlapenumbra,conlacabezarecostadaenel respaldode la silla, como simeditara.Edna sedetuvounmomento en lamesaparaordenarloslibrosquehabíaencima.Después,cruzólasalahastadondeélsehabíasentado.Seapoyósobreelbrazodelasillaylollamóporsunombre.

—Robert—dijo—.¿Estádormido?

—No—contestóél,mirándola.

Seinclinósobreélylebesó;elaguijónvoluptuosodelbeso,suave,fríoydelicado,penetróentodosuser.Despuéssealejó.Robertlasiguióylacogióentre sus brazos, reteniéndola.Edna le acarició el rostro y apretó sumejillacontra la suya. La escena estaba llena de amor y de ternura. Él volvió abesarla. Después la llevó hacia el sofá y retuvo lamano de Edna entre lassuyas.

—Ahorayalosabes—dijoél—;ahorasabescontraloquellevoluchandodesdeelveranopasadoenGrandIsle;loquemellevófueradeaquíyloquemehahechovolverdenuevo.

—¿Por qué has estado luchando contra esto?—preguntó ella. Su rostroirradiabaluz.

—¿Porqué?Porquenoeraslibre;eraslamujerdeLéoncePontellier.Nopodría evitar amarte aunque fueras diez veces su mujer, pero mientras memantuvieselejospodíaevitardecírtelo.

Ednacolocósumano libreenelhombrodeRobertydespués leacariciósuavementelamejilla.Élvolvióabesarla.Surostroestabacálidoysonrojado.

—Entodoestetiempo,allíenMéxico,nohedejadodepensarentinidedesearte.

—Peronomehasescrito—leinterrumpióella.

—Sememetióenlacabezaquemequerías,yperdíelsentido;meolvidédetodo,exceptodellocosueñodequellegarasaconvertirteenmiesposa.

—¡Tuesposa!

—Religión,lealtad,todoretrocedíasitúmequerías.

—Entonces, hubo unmomento en el que olvidaste que era la esposa deLéoncePontellier.

—Oh,sí;debídevolvermelocosoñandocosasdesatinadase imposibles,

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recordandoahombresquehabíandejadoenlibertadasusesposasycosasdelasquetodoshemosoídohablar.

—Sí,todoshemosoídohablardeesascosas.

—Regresé lleno de intenciones imprecisas y locas, pero cuando lleguéaquí…

—¡Cuandollegasteaquí,nisiquierateacercasteamí!—Ednacontinuabaaúnacariciándolelamejilla.

—Medicuentadequeerauncanallaalsoñaralgoasí,aunquetúhubierasestadodispuesta.

Ella lecogióelrostroentresusmanosy loescudriñócomosinofueraadejardemirarlojamás.Lebesólafrente,losojos,lasmejillasyloslabios.

—¡Tehasportadocomountontoyhasperdidoeltiemposoñandoencosasimposibles,aldecirqueelseñorPontellierpodríadejarmeenlibertad!YanosoyunadelasposesionesdelseñorPontellier,paraquepuedadisponeronode mí. Me entrego a quien yo elijo. Si él dijera: «Aquí la tienes, Robert,llévatelayhazlafeliz;estuya»,mereiríadevosotrosdos.

El rostro de Robert palideció ligeramente. —¿Qué quieres decir? —preguntó.

Llamaronalapuerta.LaviejaCélestineentróadecirlequelasirvientademadameRatignolle había venido trayendo elmensaje de quemadame teníadoloresylerogabaquefueraaverlaloantesposible.

—Sí,sí—dijoEdna,levantándose—;seloprometí.Dígalequesí,quemeespere.Iréconella.

—Permítemeacompañarte—leofrecióRobert.

—No—dijoella—;iréconlasirvienta.

Entró en su habitación para ponerse el sombrero y, al salir, se sentó denuevoconél,enel sofá.Robertnosehabíamovido.Ella le rodeóelcuelloconsusbrazos.

—Adiós,miamadoRobert.Dimeadiós.

Éllabesóapasionadamente,comonuncalohabíahecho,ylaapretócontraél.

—Tequiero sólo a ti—murmuró ella—; a nadiemás que a ti.Tú fuistequien el verano pasado me despertó de un largo y estúpido sueño. ¡Quédesgraciada me ha hecho tu indiferencia! ¡Cuánto, pero cuánto he sufrido!Ahoraqueestásaquí,podremosamarnos,miqueridoRobert.Loseremostodoelunoparaelotro.Nadamásenelmundotiene importancia.Ahoradebo ir

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con mi amiga, pero tú me esperarás, ¿verdad, Robert? Por muy tarde quevuelva,meesperarás;¿verdad,Robert?

—Edna, ¡no tevayas! ¡No tevayas!Quédateconmigo—lerogó—.¿Porquétienesqueirte?Quédateconmigo,quédate.

—Volveréloantesposible;y,cuandovuelva,túestarásaquí.

EdnaescondióelrostroenelcuellodeRobertyvolvióadespedirsedeél.Suseductoravozyelgranamorquesentíaporellaembriagabansussentidos,y lohabíandespojadode todo impulsoqueno fueraeldeseodeabrazarlayestarasulado.

XXXVII

Edna miró dentro de la botica. El propio monsieur Ratignolle estabapreparandounafórmula,conmuchocuidado,vertiendounlíquidorojoenunvasito.AgradecióaEdnaquehubieravenido;supresenciaseríaunalivioparasuesposa.LahermanademadameRatignolle,quesiemprehabíaestadoconellaenmomentos tanangustiosos,nohabíapodido subirde laplantación,yAdèle había estado inconsolable hasta que la señora Pontellier, tan amablemente,habíaprometidoacudirjuntoaella.Laenfermerasehabíaquedadoadormirconellostodalasemanaanterior,yaquevivíamuylejosdeallí.Yeldoctor Mandelet se había pasado la tarde yendo y viniendo. Lo estabanesperandodeunmomentoaotro.

Ednasubióatodaprisaporunaescaleraparticularqueconducíadelapartetrasera de la botica a las dependencias de arriba. Los niños estaban todosdurmiendoenunahabitaciónde lapartedeatrás.MadameRatignolleestabaenelsalón,dondehabíallegadodeambulandoconpenosaimpaciencia.Estabasentadaenelsofá,vestidaconunampliopeignoirblanco,agarrandoconsusmanoscrispadasunpañuelo.Teníaelrostrocontraídoyafligido,ymacilentosyojerososlosdulcesojosazules.Llevabasuhermosopelopeinadohaciaatrásy su larga trenza descansaba sobre el cojín del sofá, enrollada como unaserpiente dorada. La enfermera, una griffe, de aspecto muy agradable, condelantalycofiablanca,lainstabaaqueregresaraasuhabitación.

—Es un inútil, es un inútil—le dijo enseguida a Edna—. Tenemos quelibrarnosdeMandelet; se está haciendodemasiadoviejoydescuidado.Dijoqueestaríaaquíalassieteymediayyadebendeserlasocho.Miraaverquéhoraes,Joséphine.

Laenfermerateníauncarácterjovial,ysenegabaatomarselassituacionesdemasiado en serio, especialmente una que le resultaba tan familiar.

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Recomendabaamadametenervalorypaciencia.Peromadamesemordíaloslabiosconfuerza,yEdnaviocómolasgotasdesudorlecorríanporsublancafrente.Después de unos instantes, lanzó un profundo suspiro y se enjugó lacaraconelpañuelohechounabola.Parecíaexhausta.Laenfermeralediounpañuelolimpio,rociadoconaguadecolonia.

—¡Estoesdemasiado!—gritó—.¡HabríaquemataraMandelet!¿DóndeestáAlphonse?¿Esposiblequemeabandonenymedesatiendantodos?

—¡Ytandesatendida!—exclamólaenfermera.¿Acasonoestabaellaallí?¿YnohabíavenidolaseñoraPontellier,dejandosindudaunatardeagradableensucasa,paradedicarseaella?¿YnoseasomabaalrecibidorcadaminutoelseñorRatignolle?Y,porsifuerapoco,JoséphineestabaseguradequehabíaoídoelcochedeldoctorMandelet.Sí,estabaabajo,enlapuerta.

Adèle consintió en volver a su dormitorio, sentándose al borde de unpequeñocanapébajo,alladodelacama.

EldoctorMandeletnohizocasodelosreprochesdemadameRatignolle.Estabaacostumbradoaellosentalesocasiones,peroestabatanconvencidodelalealtaddeAdèlequenolaponíaenduda.

SealegródeveraEdna,ylainvitóaquelehicieracompañíaunratitoenel salón. PeromadameRatignolle no consentía que Edna la abandonase uninstante. Entre un dolor y otro, charlaba un poquito y, según decía, eso laayudabaadistraersedesuspadecimientos.

Edna empezó a sentirse incómoda.La embargabaunavaga sensacióndemiedo.Suspropiasexperienciasdeparto leparecían lejanas, irreales,y sólolas recordaba amedias.Rememoródébilmenteun éxtasis dedolor, el densoolor del cloroformo, un letargo que había amortiguado la sensación, yencontrandounapequeñavidanuevaalaqueellahabíadadoelser,yquesesumabaalainmensaeincontablemultituddealmasquevanyvienen.

Empezó a desear no haber venido; su presencia no era necesaria. Podíahaberseinventadounpretextoparaquedarsealmargen;inclusoahora,podíaurdir una excusa para irse. Pero no se fue. Presenció la escena de tortura,íntimamenteangustiada,conintensaymudarepulsióncontralosmétodosdelanaturaleza.

Aúnestabaaturdidaysinhablarporlaemoción,cuando,pocodespués,seinclinó sobre su amiga para besarla y decirle suavemente adiós. Adèle,presionandosumejilla,susurróconvozexangüe:

—¡Pienseenlosniños,Edna!Oh,pienseenlosniños.¡Acuérdesedeellos!

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XXXVIII

Cuandosalióalairelibre,aúnsesentíaofuscada.Elcupédeldoctorhabíavueltopararecogerlayestabadelantedelaportecochère.Ellanoqueríasubiral cupéy ledijo al doctorque se iríadandounpaseo:no teníamiedode irsola. El médico dio órdenes de que su carruaje lo recogiera en casa de laseñoraPontellieryempezóacaminarconellahaciasucasa.

En el cielo, las estrellas resplandecían sobre las calles estrechas que seabríanentrelasaltascasas.Elaireeratibioyacariciador,peroconunfrescoalientonocturnodeprimavera.Paseabanlentamente;eldoctor,conpasograveypreciso,ylasmanosenlaespalda;Edna,absorta,comohabíapaseadounanochecualquieraenGrandIsle,comosisuspensamientosfueranpordelanteyellaseesforzaraporalcanzarlos.

—No debería haber venido, señora Pontellier —dijo él—. No es lugarapropiadoparausted.Adèle,enestasocasiones,esunacaprichosa.Habíaunadocena de mujeres que podían haber estado con ella, mujeres pocoimpresionables.Piensoquehasidocruel, totalmentecruel.Nodeberíahabervenido.

—¡Bueno!—contestóella,conindiferencia—.Despuésdetodo,noséquéimportanciatiene.Unavezuotrahayquepensarenlosniños,ycuantoantesmejor.

—¿CuándoregresaLéonce?

—Dentrodepoco.Enmarzo.

—¿Ypiensairustedalextranjero?

—Quizá…Bueno,no,nopiensoir.Nomevanaobligarahacercosasqueno quiero.Y no quiero ir al extranjero.Deseo queme dejen en paz.Nadietienederecho,exceptotalvezlosniños;eincluso,enesecaso,meparece,omejordicho,meparecía…—Notóque suspalabrasponíandemanifiesto laincoherenciadesuspensamientos,ysedetuvobruscamente.

—Elproblemaes—suspiróeldoctor,intuyendoloqueEdnaqueríadecir— que la juventud se abandona a los ensueños. Parece como si fuera unseñuelo de la naturaleza para asegurarmadres a la raza.Y la naturaleza notiene en cuenta las consecuenciasmorales ni las arbitrarias condiciones quecreamosyquenossentimosobligadosamantener,cuesteloquecueste.

—Sí—dijoella—.Losañospasadosparecenunsueño,ysiunopudieracontinuardurmiendoysoñando…Perodespertaryencontrarseque…Bueno,tal vez, después de todo, sea mejor despertar, incluso para sufrir, que servíctimadelengañotodalavida.

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—Meparece,queridaniña—dijoeldoctor,apuntodemarcharse,mientrassosteníalamanodeEdna—,meparecequetieneproblemas.Nolevoyapedirquemeloscuente.Tansóloquierodecirlequesienalgúnmomentosesienteinclinadaaconfiármelos,quizápuedaayudarla.Séquelacomprendería;yledirémás,nohaymuchosqueloharían.Nohaymuchos,querida.

—Poralgúnmotivo,notiendoahablardelascosasquemepreocupan.Nocreaquesoydesagradecidaoquenoapreciosuinterés;sóloquehayperíodosenlosqueelsufrimientoyeldesánimoseapoderandemí.Y,sinembargo,nodeseo más que seguir mi propio camino. Por su puesto, eso es quererdemasiado,cuandosetienenquepisotearlasvidas,sentimientosyprejuiciosdelosdemás,pero,aunasí,noquisierapisotearlavidadelospequeños.¡Ay!Noséloquemedigo,doctor.Buenasnoches.Nomelotengaencuenta.

—Síqueselovoyatenersinovieneustedavermepronto.Hablaremosdecosasdelasquenuncaimaginóquesepudierahablar.Nossentarábienalosdos.Noquieroqueseculpabilicepornada,paseloquepase.Buenasnoches,pequeña.

Edna cruzó la verja, pero, en lugar de entrar, se sentó en el escalón delporche.Lanocheestabasilenciosayencalma.Todaladesgarradoraemocióndelasúltimashorasparecíadesvanecersecomounatavíolúgubreeincómodoquetansóloteníaqueaflojarparalibrarsedeél.VolvióarevivirlosmomentosanterioresalallegadadelmensajedeAdèle,ysussentimientossereavivaronal recordar laspalabrasdeRobert, lapresiónde susbrazosy el rocede suslabioscontralosdeella.Enaquelmomentonopodíaconcebir,sobrelatierra,ningunabendiciónmayorque ladeposeeralseramado.Él,alexpresarlesuamor, ya se la había entregado en parte. Cuando pensó que lo tenía ahí, alalcance de la mano, esperándola, sintió que perdía los sentidos con laembriaguez de la espera. Era tan tarde; seguramente se habría quedadodormido.Lodespertaríaconunbeso.Lehacíailusiónqueestuvieradormidoparapoderdespabilarloconsuscaricias.

Y,noobstante,recordabalaspalabrasdeAdèlecuandolesusurró:«Pienseenlosniños;acuérdesedeellos».Teníaintencióndeocuparsedeellos(eraunadecisiónqueselehabíametidoenelalmacomounaheridamortal);peronoestanoche.Mañanaseríaelmomentodepensarentodo.

Robertno laestabaesperandoenel saloncito.Nose leveíaporningunaparte.Lacasaestabavacía.Perohabíagarabateadoenunpedazodepapelqueyacíabajolalámpara:«Tequiero.Adiós,porquetequiero».

Ednaestuvoapuntodedesmayarsecuandoleyóestaspalabras.Sesentóenelsofá.Luegosetendióallímismo,sinemitirunsolosonido.Nodurmió.Noseacostó.Lalámpara,traspestañearunascuantasveces,acabóporapagarse.Aún seguía despierta por la mañana cuando Célestine abrió la puerta de la

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cocinayentróparaencenderelfuego.

XXXIX

Victor, armado de clavos y martillo, estaba arreglando, con trocitos demadera, la esquina de una de las galerías. Mariequita, sentada a su lado,balanceabalaspiernasmientrasleveíatrabajarylealargabalosclavosdelacajadeherramientas.Elsolcaíaaplomosobreellos.Lamuchachasehabíatapado la cabeza con un delantal doblado en formade rectángulo.Llevabanhablando una hora o más. Ella no se cansaba nunca de oír a Victor ladescripcióndelacenaencasadelaseñoraPontellier.Exagerabacadadetalle:la describía como un festín romano. Había enormes macetas de flores. Sebebía champán sin parar en grandes copas doradas. Venus surgiendo de laespumanohabríasidounespectáculomásfascinantequelaseñoraPontellier,deslumbrantedebellezaydiamantes,presidiendolamesa;lasdemásmujereserantodasjóveneshuríesdeincomparablesencantos.

AMariequitaselemetióenlacabezaqueVictorestabaenamoradodelaseñoraPontellier;porsuparte,élledabarespuestasevasivascomoqueriendoconfirmarsussospechas.

Ella se fue poniendo de mal humor y acabó llorando un poquito, yamenazando con marcharse y dejarlo con sus elegantes damas. Había enChênière una docena de hombres locos por ella, y ya que estaba de modaenamorarse de gente casada, por qué no podía ella escaparse siempre quequisieraaNuevaOrleansconelmaridodeCélina.

El marido de Célina era un idiota, un cobarde y un cerdo, y, parademostrárselo,lapróximavezquelovierateníalaintencióndeconvertirleamartillazos lacabezaengelatina.EstecompromisoconsolóaMariequita.Sesecólosojosyempezóaanimarseconlaperspectiva.

Todavía estabanhablandode la cenay de los en cantos de la vida en laciudad cuando la mismísima señora Pontellier apareció en la esquina de lacasa.Losdosjóvenessequedaronmudosdeasombroanteloquecreyeronunaaparición.Perolaverdadesqueeraellaencarneyhueso,cansadayunpocosuciadelviaje.

—He subido andando desde el embarcadero—dijo—, y oí el martilleo.Supusequeerausted,quearreglabaelporche.Esunabuenaidea.Siempremetropezabaconesastablaselveranopasado.¡Quéaspectotantristeydesiertotieneesto!

AVictorlellevóciertotiempoentenderqueellahabíallegadoenellugre

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deBeaudelet,solaysinotropropósitoqueeldedescansar.

—Comove,todavíanohaynadapreparado.Ledejarémihabitación;eselúnicositio.

—Cualquierrincónmesirve—leaseguróella.

—Eso, si puede soportar los guisos de Philomel —continuó diciendoVictor—,aunquetambiénpodríaintentarquevinierasumadreeltiempoqueustedsequede.¿Creesquevendría?—dijo,volviéndosehaciaMariequita.

Mariequita creía que lamadre dePhilomel quizá pudiera venir por unosdíasyelsuficientedinero.

Al ver aparecer a la señora Pontellier, la muchacha sospechóinmediatamente que se trataba de una cita de amantes. Pero el asombro deVictorera tanauténticoy la indiferenciade laseñoraPontellier tanevidenteque la desagradable idea no permaneció mucho tiempo en su cabeza.Contemplaba con lamáxima atención a esamujer, que daba las cenasmássuntuosas deAmérica y tenía a todos los hombres deNuevaOrleans a suspies.

—¿Aquéhorasecena?—preguntóEdna—.Tengounhambreferoz;peronohagannadaextraordinario.

—La cena estará lista dentrodepoco—dijo él, apresurándose aguardarsus herramientas—. Puede ir a mi habitación a arreglarse y descansar.Mariequitaleenseñarádóndeestá.

—Gracias —dijo Edna—. Pero ¿sabe una cosa? Tengo la intención debajarantesdecenaradarmeunbuenbañoenelaguaeinclusonadarunpoco.

—¡Elaguaestádemasiadofría!—exclamaronacorolosotrosdos—.Niseleocurra.

—Bueno,puedobajaryprobarconlapuntadelosdedos.Laverdadesquemeparecequeelsolestálobastantefuerteparahabercalentadoelmismísimofondodelmar.¿Mepodríanustedesconseguirunpardetoallas?Másvalequemevayaahoramismoparaestarde regresoa tiempo.Siesperohastapor latarde,vaahacerdemasiadofresco.

MariequitaseprecipitóalahabitacióndeVictoryvolvióconunastoallas,queentregóaEdna.

—Esperoquehayapescadoparacomer—dijoEdnamientrasempezabaaalejarse—,peronopreparennadaextraordinariosinolotienen.

—Correabuscara lamadredePhilomel—ordenóVictora lamuchacha—.Yoiréalacocinaaverloquepuedohacer.Desdeluego,lasmujeresnotienenconsideraciónninguna.Podíahabermeavisadodequevenía.

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Edna caminó hasta la playa casi como un autómata, sin percibir, enespecial,nadaquenofueraelcalordelsol.Noteníalacabezaconcentradaenningunaideaconcreta.Loqueteníaquepensaryalohabíapensado,despuésde la marcha de Robert, cuando se quedó despierta en el sofá hasta elamanecer.

Sehabíarepetidounayotravez:«HoyesArobin.Mañanaserácualquierotro. Paramí, no hay diferencia. En cuanto a Léonce Pontellier, la cosa notieneimportancia.¡PeroRaoulyÉtienne!».Ahoracomprendíaclaramenteloquehabíaqueridodecircuando,hacetiempo,lecomunicóaAdèleRatignolleque sería capaz de abandonarlo que no fuera esencial, pero que nunca sesacrificaríaporlosniños.

El desaliento la había invadido aquella noche en vela y no la habíaabandonado.Nodeseabanadaenestemundo.Nohabíaningúnserhumanocuya proximidad le fuera grata, exceptoRobert. Pero era consciente de quetambién llegaría el día en queRobert se desvanecería de su existencia, y ladejaría sola. Los niños se le presentaban como antagonistas que la habíanderrotado,quehabíanvencidosusfuerzas,ylaarrastrabanhacialaesclavituddel alma para el resto de sus días. Pero conocía unmodo de evitarlos. Sinembargo,mientrascaminabahacialaplaya,nopensabaennadadeesto.

El agua del golfo que se extendía ante ella emitía destellos bajo losmillonesdelucesdelsol.Lavozdelmaresseductora,incansable,susurrante,clamorosa, murmuradora; invita al alma a que se pierda en abismos desoledad.No había un alma en toda la extensión de la playa. En lo alto, unpájaroconunalarotabatíaelaire:dabavueltassobresímismo,vacilaba,caíaencírculoshaciaelagua,impotente.

Ednahabíaencontradosuviejotrajedebañocolgadodelamismapercha,descolorido.

Selopusoydejólaropaenlacaseta.Perocuandoseencontróalaorilladelmar,absolutamentesola,sedespojódeaquellaprendadesagradable,quelepicabaenelcuerpo,y,porprimeravezensuvida,quedódesnudaalairelibre,amerceddelsol,delvientoquelafustigabaydelasolasqueseleofrecían.

¡Qué raro, qué impresionante resultaba estardesnudabajo el cielo! ¡Quédelicioso!Se sintió comoun reciénnacidoqueabriera losojos aunmundofamiliaryque,sinembargo,leeradesconocido.

Las espumosas olitas se le arremolinaron en torno a los blancos pies,enroscándoseasustobilloscomoserpientes.Echóaandar.Elaguaestabafría,perosiguióadelante.Elaguaestabahonda,peroalzósublancocuerpoynadóhaciadentro,conbrazadas largasyabarcadoras.El tactodelmaressensual:envuelveelcuerpoensuabrazoblandoyapretado.

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Siguió y siguió. Recordó aquella otra noche en que se había alejadonadando,yrecordóelterrorquelahabíasobrecogidocuandopensóquenosería capaz de volver a la orilla. Esta vez no volvió la vista atrás: siguió ysiguió, pensando en el prado de hierba azul que había atravesado de niña ycreyendoquecarecíadeprincipioydefin.

Seleestabancansandolosbrazosylaspiernas.

PensóenLéonceyen losniños.Eranpartede suvida.Perono tendríanquehabercreídoquepodíanposeerlaencuerpoyalma.¡CómosehabríareídomademoiselleReisz,quizáconsarcasmo,silohubierasabido!«¡¿Ysellamaustedartista!¡Quépretensiones,madame!Elartistadebeserdueñodeunalmafuerte,queosayqueplantacara».

Elcansanciolaoprimíayladejabasinfuerzas.

«Adiós, por que te quiero». Qué sabía él, qué comprendía. Tal vez eldoctor Mandelet habría comprendido si hubiera ido a verlo; pero erademasiadotarde:habíadejadomuyatráslaorilla,ynolequedabanfuerzas.

Miró a lo lejos y el viejo terror prendió en ella por un momento, paradesaparecer enseguida. Edna oyó la voz de su padre y la de su hermanaMargaret.Oyóel ladridodelviejoperro,queunacadenaatabaal troncodelsicomoro.Lasespuelasdeloficialdecaballeríaresonaronmientrasatravesabael porche. Las abejas zumbaban y llenaba el aire el pegajoso olor de losclaveles.