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De un indio amazonense venezolano para las otras tribus de este planeta

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El Camajayero y Otros Viajes

Imaginarios.

Miguel Guape

Primera Edición : 1996.

Segunda Edición (Artesanal): 2013

Fundación PatriAmazonas.

Ilustraciónes: Tony Tong

Pintor Deltano

Premio Nacional de Pintura.

Diagramación y Diseño de Carátula: Miguel Guape.

ISBN: 980-6057-27-9

Obras del mismo autor:

Confieso que he Bebido. (2004).

Cuentos de Selva adentro y de Selva afuera. (2012)

El Camino Inca y Otros Caminos. (2013)

PATRIAMAZONAS

FUNDACION

Nº 19

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“No sabemos dónde está el Puerto;

Así pues, hay que seguir navegando”.

Isaiah Berlín

Filósofo

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Dedicatoria:

Dedico este libro a:

mis tres (3) hermanos

sobrevivientes:

Adrián, Pedro y Manuel,

y a los otros ocho (8)

(+) que no fueron.

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Prólogo

urmullos de ríos milenarios que riegan las entrañas de nuestra tierra, inspiraron la prosa

límpida y fecunda que Miguel Guape nos regala en su ópera prima: “El Camajayero y

otros viajes imaginarios”, donde el voraz lector deviene con pericia sorprendente en las

coloridas letras del Estado Amazonas.

Empieza sus inquietudes creativas con agudos artículos periodísticos, escudriñando la

problemática regional y sus posibles soluciones. Luego incursiona con ágiles y amenas crónicas de

viajes; y, tras breve pausa, realiza un triple salto mortal: aborda la narración para dar salida a sus

demonios literarios, buscando aire puro y sol abierto, y escribe cual demiurgo que amasa el barro

azul de los sueños.

Este libro recoge las tres facetas antes señaladas del periplo artístico recorrido por el autor.

La mayoría de estos escritos vieron la luz en publicaciones locales, sobre todo en los periódicos “Alto

Orinoco” y “Autana”. Otros fueron preparados para formar parte de algún libro colectivo. Tampoco

faltan unos cuantos inéditos y sorpresivos que hoy se atreven a salir al mundo.

En tanto que testimonio, quede este volumen como inspiración de nueva obra. Porque de algo

estamos seguros: para Miguel Guape, este será solo un punto de partida y reto - de antemano

recogido - de incursiones cada vez más audaces y fecundas, al lado de los hombres y mujeres que

han asumido el compromiso de darle a la presente generación, guías y referencias de alta jerarquía

espiritual que sirvan para comprender la iniquidad y la gloria de nuestra época.

El libro se basta a sí mismo. Agradezco muy de veras el gesto dictado por la amistad,

mediante el cual quiso Miguel Guape, que fuera yo, quien escribiera las palabras de compañero.

Ricardo López.

Puerto Ayacucho, marzo de 1996.

M

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El último de los Baré

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El último de los Baré

Hace mucho, quizás mucho tiempo, nací en el antiguo Territorio Federal Amazonas, en el

seno de una familia muy pobre y de raza india en vías de desaparición. No todo el tiempo fue así,

pues los antepasados nuestros habían sido poderosos y sabios. Nuestro antiguo pueblo había sido

conquistador antes de la conquista española, rico antes de la leyenda de El Dorado y sabio antes de

ser “descubierto” por los europeos. En fin, así éramos Los Baré.

En particular, mis padres descendían de caciques y yo también debí ser cacique. Mejor

dicho: soy cacique aunque no tenga súbditos, ya que soy El Ultimo de Los Baré.

Hasta los nueve años viví en mis selvas y ríos, mi medio natural, sin contacto con la mal

llamada civilización. Y fue una vida muy feliz que me marcó para siempre, pues no me siento libre si

alrededor de mí no hay grandes espacios para explorar, admirar y querer. A esa edad pisé por

primera vez una escuela y el mundo se me vino encima y acelerado con sus limitaciones,

magnificencias y conocimientos por adquirir. Antes, en mi ignorancia, me creía el rey de todo lo que

me rodeaba. Entonces supe que no lo era. En mi escuela había indios de múltiples razas y a través

de ellos aprendí que había otras culturas. Por medio de los libros percibí que existían otros mundos

y también otros espacios.

Primero comencé a volar cerca, es decir por mi actual Estado Amazonas, conociéndolo

íntegramente. Después mi imaginación se posó por toda Venezuela, palpándola totalmente y

aprendí a quererla profundamente. Durante ese tiempo aproveché para graduarme de Ingeniero

Civil. Tiempo después, me fui al exterior a continuar estudios en Francia e Inglaterra, hasta

graduarme de Economista. Estuve durante tres años fuera del país y aprendí a valorarlo con una

perspectiva más amplia. Si bien vivía en Europa, mi alma vagaba por mis inmensos ríos y selvas de

mi tierra natal a la cual volví a servir por un lapso total de años.

En los años ochenta volví a visitar Mérida, después de una ausencia de veinte años.

Observándola bien llegué a la conclusión que era una ciudad y Estado en que valía la pena vivir y

descubrir: me volví montañista.

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Sobre todo me impresionaron mucho las leyendas indígenas que para ese momento

desconocía. Vi un paralelo entre la leyenda de Las Cinco Águilas Blancas y mi vida hasta el

presente: la diferencia entre lo alcanzable y lo inalcanzable, lo real y lo irreal, la ilusión y la

desilusión. Vi que mi ilusión siempre había volado muy alto, pero mi realidad estaba todo el tiempo

por el suelo. No aprendí nada nuevo. Solamente intuí que las montañas andinas guardaban un gran

secreto. Aprendí que las águilas se podían alcanzar en las cumbres nevadas y que allí había una

vía de comunicación entre esos mundos paralelos: lo finito y lo infinito. Es la sensación que se

siente cuando conquistamos el pico Bolívar y sus hermanos menores. Por eso decidí vivir en

Mérida, como un merideño más, para estar más cerca de la realidad y de la fantasía; porque estoy

seguro que el sueño de la india Caribay y las Cinco Águilas Blancas, será algún día una realidad.

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UNA AVENTURA EN EL ORINOCO

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UNA AVENTURA EN EL ORINOCO

- Hola “Rapais” – saludo al amigo Julio Castillo.

- Hola “Rapais” – me responde el venezolano - caicareño -brasilero.

Era el viernes quince de agosto hacia las once de la mañana, día de la tragedia del Orinoco,

la cual en ese momento ignorábamos.

- “Rapais” – le digo – he sabido que vas a pasar tu lancha desde Samariapo hasta Puerto

Ayacucho, pasándola por los raudales de Atures y Maipures y espero me invites.

Aceptado “Rapais” – me contesta

Así comienza una aventura en el Orinoco. Sin embargo, al conocerse la tragedia – acaecida

horas antes – pensé que mi amigo podía desistir de la idea. No fue así. Y el viernes 29 del mismo

mes, lluvioso como el día de aquel terrible percance, comenzamos la aventura. Cámara al hombro y

armados de nuestro valor, fuimos a explorar en voladora los posibles pasos para la lancha de 20

toneladas “Reina de Atures y Maipures”. Observamos restos de la tragedia por doquier: la toldilla,

pedazos de madera trabados en las rocas y jirones de ropa engarzados en los chamizales orilleros.

Decidido el paso, regresamos a la lancha y emprendimos el camino. Tétricos raudales cuyas fauces

reclaman su presa nos esperaban, ruidos ensordecedores y remolinos turbulentos que se negaban a

darle paso a la quilla violadora de aquellos recintos infernales. ¡Pasamos!. Dejamos atrás el raudal de

“Carestía”, caída toboganesca con dos o más metros de desnivel y, al final, el choque tremendo entre

un instrumento hecho por el hombre y la naturaleza embravecida. Acusamos el golpe. La ancha se

hundió devorada por el corriental y luego emergió cual caballo encabritado. Atracamos en un humilde

puerto de la isla de Gahivos. Llegamos a una choza. Allí habita el venezolano José Romero. Dijo

llamarse así, pues no conoce lo que es una cédula de identidad. Tiene seis hijos y mujer. El mayor

tiene trece años, el menor dos y ninguno ha pisado la puerta de una escuela.

- ¿Has comido José Romero? – le pregunté.

- No. Apenas yucuta al igual que mis hijos y mi mujer.

Eran las 5 p.m. José Romero, venezolano hambriento, sin esperanza y analfabeto. Al

menos tus hijos tienen derecho al estudio, a la comida y a la salud. Pero tus hijos no podrán ser el

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futuro de la patria porque los gobiernos se han olvidado de ti. ¡Cuántos José Romero existen en

este pobre país rico!

Regresamos en voladora al puerto “Venado” para reemprender el viaje al día siguiente. Fue

el recorrido más plácido del trayecto, aunque el más largo. Llegamos al puerto de “Montaña Fría”

para continuar con aurora nueva el pasaje decisivo. El amigo Silvio continúa con la cámara.

Exploramos de nuevo el pasaje crítico: si pasamos el raudal de “Varadero”, “Llavariven” es nada.

Sabíamos que “Varadero” una semana atrás había cobrado su tributo. Esta vez en especies

materiales solamente. Observo al “Rapais” con cara de preocupación y no es para menos.

Descendemos a tierra antes de llegar a “Varadero”. Algunos paseantes nos ofrecen un trago el cual

nos cae muy bien dado el momento. Vemos el paso y Diógenes (hijo del “Rapais”) y éste discuten

la estrategia a seguir. Hay que actuar con reflejos y en fracciones de segundo hay que dar el

timonazo justo. Decidida la cuestión, regresamos a la lancha y nos lanzamos al final del viaje. Nos

infundimos ánimos mutuamente y echamos algunos chistes. Pasamos los preliminares sin

contratiempos.

Al llegar a “Varadero” amarramos la lancha a un costado del monte a esperar que el

“Rapais” y Silvio pasen en voladora por un desecho aguas abajo del chorro. Una vez que han

pasado desamarramos para continuar. Observo a Diógenes al volante, tenso y atento pero sin

miedo. Empuntamos el chorro y la lancha adquiere una velocidad vertiginosa. Pronto llega el

choque frontal contra las olas. Salimos de una y enseguida nos agarra la otra. La lancha se ladea,

pero resiste. El chorro brama y salta como bestia herida al igual que la embarcación. ¡Pasamos! No

podemos reprimir un grito de alegría. Luego diría el “Rapais” que “sudó frío” al vernos en ese

chorro.

- Mira “Rapais”, si no te hacemos caso y no reforzamos la toldilla de madera del barco, como nos

recomendaste, nos hubiese caído encima en pleno raudal y no pasamos. ¡Ese menequeteo del

barco al pasar las olas era de verdad estremecedor! – me confiesa más tarde.

- Lo sé “Rapais”, soy brujo e Ingeniero Civil, especialista en Estructuras. Es como estar metido en

un huracán o un terremoto: es la energía de la naturaleza desatada y nosotros la estudiamos,

calculamos y respetamos– le digo en son de broma.

Confiados vamos hacia un remanso y de repente sentimos un golpe seco y estremecedor:

¡Piedra! Habíamos chocado con una. Afortunadamente de costado. Así es el Orinoco; uno nunca se

puede confiar. Continuamos. Los familiares del “Rapais” nos observan desde el “Mirador”.

Después supimos de sus angustias. Enfilamos el final. ¡“Llavariven”, ahí te quedas! Decíamos que

eras “mantequilla”. ¡Qué equivocados estábamos! Olas y barco parecían el caballo y su domador.

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El primero tratando de deshacerse del segundo. Silvio, todo un maestro del arte, aprovechó el

momento y lo captó con su lente. ¡Pasamos! Es el final y el “Rapais” viene a bordo.

- Violamos al Orinoco, “Rapais” – le digo.

- Sí, lo violamos “Rapais” – me contesta.

- Los antiguos Atures que vivían en estos raudales que acabamos de atravesar tenían como oficio

pasar a los demás navegantes. Eran los únicos que lo podían hacer; estos hermosos raudales

deben ser nuestros amigos, como lo eran de nuestros antepasados – le digo.

- Si “Rapais”, la naturaleza siempre será nuestra amiga – finaliza.

Antes de llegar al puerto, vemos una voladora recogiendo los despojos mortales del

compatriota Edgardo Trabanca, fallecido en la tragedia del “grupo Madera” de aquel infausto 15 de

agosto. Amigo Trabanca: cuánto siento que el Orinoco te haya escogido como víctima. Nuestro

respetado río tiene dos caras: la una es hermosa, pródiga y benefactora; la otra es cruel, misteriosa

y fatal. Es como un dios mítico y caprichoso el cual es a veces bondadoso. Pero en otras es

maligno. Y en ese momento exige sus víctimas como ofrenda.

Al final llegamos al muelle de Puerto Ayacucho donde nos esperaban nuestros familiares y

damos rienda suelta a nuestras emociones, hasta el momento contenidas. Ya no eran más que un

recuerdo las escenas fantásticas captadas por nuestras pupilas y la cámara de Silvio, las cuales

permanecerán memoria adentro hasta el final de nuestros días.

El Orinoco vencerá porque él es eterno. No así nosotros. Pero en nuestro nervio más interno,

conservaremos ese pequeño sabor dulce de haberle faltado el respeto al Padre Orinoco, Rey de

nuestros ríos.

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ENTRE GARIMPIA Y ATROPELLOS

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ENTRE GARIMPIA Y ATROPELLOS

Hoy tomo de nuevo mi adarza al hombro y pluma en ristre para ir por el mundo en busca de

los molinos de viento. Siento de nuevo bajo mis talones el costillar de rocinante. Estoy viajando

hacia el interior del Estado Amazonas. Es otro mundo muy diferente al conocido por los

amazonenses o foráneos que viven en Puerto Ayacucho, cuyos límites físicos y mentales terminan

en el Puente Cataniapo. De ahí para allá todo es monte y culebra, según ellos.

Estuve en San Fernando de Atabapo y sus alrededores durante veinte días, disfrutando del

reencuentro con las viejas amistades, de la paz bucólica del lugar y también ¿por qué no? haciendo

ya la campaña a favor de nuestro movimiento político. Coincidió el viaje con el auge de los

garimpeiros. Había mucho oro por allí, pero todo de pasaje rumbo hacia Colombia que es el

sumidero donde va nuestra riqueza debido a la indolencia de nuestros gobernantes. El problema es

complejo pero solucionable. Según un decreto gubernamental está prohibida la minería en todo el

Estado Amazonas. Me parece muy bien que esa riqueza quede para las generaciones futuras. En la

actualidad unos pocos, la clase gobernante en complicidad con el poder económico, están

acabando con el petróleo y el país. Ahora el petróleo no eres tú, son ellos solamente.

Si permitimos en Amazonas la explotación de nuestros minerales, cualquiera que sea, por el

gran capital nacional o transnacional, debemos estar claros que, además de degradar el ambiente,

esa riqueza no nos tocará ni siquiera por reflejo. Remenber el Caucho. Ya hubo un intento por parte

del gobierno regional, con la reciente venida del ministro del Ambiente, para explotar el oro con

compañías extranjeras. Menos mal que el ministro estuvo claro y le dio un parao bien fuerte a tal

pretensión. Bravo, por ahora. Pero vendrán nuevos intentos y los amazonenses debemos estar

preparados.

Por otra parte, los indígenas explotan el oro de manera artesanal y tienen pleno derecho a

hacerlo, porque esta tierra es de todos nosotros. Tampoco se les da trabajo porque no son

contratistas ni jala bolas del gobernador. Por lo tanto no participan del sarao del presupuesto

estadal.

Pero lo peor de todo es que los indígenas tienen que ir a vender el oro a Colombia (Amanaven

y Puerto Inírida) donde los reciben con los brazos abiertos y les pagan mejores precios que en

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Venezuela. En nuestro país “la autoridá” les roba el oro, los veja, maltrata y amenaza: “Si dicen algo

los jodemos” ¿Acaso Tomás Funes no decía y hacía lo mismo?

Otro aspecto es que los garimpeiros colombianos y brasileros llegan armados a las minas y

se apoderan de ellas aterrorizando y amenazando a los indígenas. ¿Y “la autoridá” qué hace? Hace

algo: protege al extranjero a cambio de una parte del oro que sacan. Es decir porcentajeando. El

colombiano debe dar diez gramos de oro por día y el indio dos y como son más de seiscientas

personas por mina, el asunto se convierte en una verdadera “mina” para “la autoridá”.

La solución pudiera ser: dejar que el indio saque su oro artesanalmente; no permitir la entrada

de extranjeros a las minas, poner coto a la corrupción de las autoridades y que el Banco Central

compre directa o indirectamente el oro, en San Fernando de Atabapo o en Puerto Ayacucho.

Esto es lo que haremos los parientes cuando gobernemos. Mientras tanto, un saludo a todos

los amazonenses.

Post Data: Ahora, agosto de 2013, esta situación ha empeorado. Ahora los militares, con la guardia

al frente, sacan el oro de nuestras minas y tiene como socio a los garimpeiros y a la guerrilla

colombiana, a la cual protegen. Este comercio ilegal incluye la comida subsidiada de Mercal y la

gasolina. Al “pariente” de esta tierra lo desechan por limpio y chismoso. Somos un Estado

militarizado para los militares trabajar más cómodamente. Hasta para viajar al interior del Amazonas

controlan los viajes, con materiales y aguardiente incluido: hay que pedirles permiso y a quien no les

caiga bien, no lo dejan viajar y en épocas de elecciones, quienes tienen que viajar y saben que van a

votar contra el gobierno, pues no le dan permiso. Vivimos en un Estado Amazonas al margen de la

Constitución, con una dictadura militar. En todo el Escudo Guayanés, al cual pertenecemos, hay

minerales preciosos, porque así nos lo ha dado el azar y la naturaleza. Ahora los “parientes” lo

explotan artesanalmente desde hace siglos, no con fines suntuarios. Donde existe una mina la

guardia nacional instala un campamento para controlar esta riqueza, como si fuera de ellos. Así es

como instalaron uno en el Río Padamo, para controlar las minas de Mawishiña. Pero debido a los

abuso de autoridad, los Yanomami lo destruyeron y corrieron de ese sitio. Hicieron igual que los

pemones de Bolívar con el ejército, porque el objetivo no es la defensa de nuestra soberanía, sino

controlar las minas. Eso pasó por debajo de la mesa porque los amazonenses vivimos en “Tiempo

de Áparo”.

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REMONTANDO SELVAS

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REMONTANDO SELVAS

El mes pasado tomé mi adarza al hombro para viajar por el mundo, en busca de los

molinos de viento. Esta vez decidí ir hacia el centro de nuestra tierra amazónica, al sur de nuestro

país, nuestro olvidado fundillo del mundo. San Fernando de Atabapo es mi primera parada.

“Maracoa, tú serás el centro del Universo; aquí vendrá la humanidad cual avalancha loca y

absorberá a la raza primitiva. Tú serás el emporio, la riqueza, la vida”. Así cantó el poeta. Pero no

todo poeta es profeta. Y menos si es de la misma tierra. Conclusión: aún no ha llegado el ansiado

progreso a esta región del mundo perdido, el cual permanece desvinculado hasta de Puerto

Ayacucho. En viaje de cortesía a Puerto Inírida, en Colombia, nos enteramos que la mafia de la

marihuana y cocaína se ha trasladado a sus cercanías, más precisamente al río Guaviare, donde

ahora posee sus extensos sembradíos. Es un problema de Colombia. Pero eso queda cerca de

nuestras fronteras y es bueno desde ya lanzar un alerta de precaución. Conocemos por experiencia

lo sensible que son las fronteras a las malas o buenas influencias y es preciso que tengas cuidado

Venezuela.

Hay otros problemas menores como son las caravanas de embarcaciones con bandera

colombiana y chiqui chiqui venezolano. Pero nosotros, los venezolanos, estamos ahítos de petróleo

para ocuparnos de pequeñeces, como son nuestros recursos forestales. ¡Que se los lleven!

Seguimos Atabapo arriba y nos encontramos en Guarinuma. Sitio solitario. Son épocas de

vacaciones y sus habitantes las aprovechan para pasear con sus muchachos. Llegamos a Santa

cruz, puesto de la G.N. en la encrucijada de los ríos Atacavi, Guasacavi y Temi. Hay que ser un

héroe para vivir en estas soledades. Al fin, después de serpentear el río Temi, llegamos a la histórica

Yavita. Doce años antes había pasado por aquí y esta población no ha cambiado nada. Y tal vez,

cuando pasaron por aquí Michelena y Rojas (el viajero universal) y el Barón de Humboldt, en el siglo

pasado, también estaba igual que ahora.

Un habitante me pregunta lo siguiente: “¿Será que el gobierno no tiene dinero para arreglar

esta carretera?”.

Si tiene dinero. Pero en este país faltan líderes con conciencia, por no decir otra cosa. Creo

que es falta de liderazgo, porque pueblo siempre hay y dinero también. Parece que Juan Vicente

Gómez, con toda su zanganería era más civilizador que todos los gobiernos juntos que por aquí han

pasado. Y para muestra ahí está la carretera Samariapo – Puerto Ayacucho, con sus imperecederos

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por no decir artísticos puentes. Nosotros, en la actualidad, con tanto dinero, todavía estamos

discutiendo bolserías como si se debe o no hacer la carretera Yavita – Maroa cuando ya debiera

estar hecha. Con razón los habitantes de estos parajes se sonríen con malicia y amargura cuando

ven que llegamos los ingenieros con libreta en mano y cámara fotográfica al hombro, para ver los

puentes que hay que hacer o carreteras o aeropuertos que hay que arreglar. Piensan simplemente

que estamos locos de remate porque todos somos parte de un desfile y la carretera sigue igual.

Tienen razón en burlarse de nosotros.

Pero no todo es amargura en esta gente hospitalaria. Llegamos casi al tiempo de comenzar las

fiestas patronales de Yavita, iniciadas hace dos años por un cura. El motivo – según me explicaron –

es que los yaviteros estaban aislados de los otros poblados y debido a esto se casaban mucho entre

los mismos familiares. El cura observó esto y preocupado por la situación, decidió instaurar las

fiestas patronales de Yavita, para mejor acercamiento entre los pobladores de la zona. Son cinco

días de fiestas continuas, sin parar, día y noche. La comida y la bebida son de todos, en propiedad

comunitaria. En el centro del poblado erigen dos palos con frutas y demás productos vegetales de la

región. Lo demás es canto y baile trancao. ¡Qué gente tan animada! Si todo el tiempo fuera así, esto

sería un paraíso llamado Yavita. Es el famoso matro revivido, fiesta ancestral Arawaka. Con el

Chamo Rufo los disfrutamos a plenitud. Esta tierra es el centro de los “pitadores”. Le pido a los

amigos que esa noche piten para oír algo muy nuestro, como son los camajayeros. Ellos aceden

gustosos para satisfacer la curiosidad de un Baré que olvidó sus costumbres. Efectivamente, pitaron

– según ellos – pero no oí nada debido a la animada parranda y lo tarde que nos acostamos.

Llegamos a Maroa después de una verdadera odisea por la pica. Mucha gente hace este

recorrido a pie y casi nos tocó hacerlo a nosotros también. Ningún vehículo de los existentes quería

salir de Maroa. En esta población se encuentra la médico Raíza Ruiz, sobreviviente de una avioneta

siniestrada. Allí está de nuevo en su puesto de combate, al frente de la medicatura rural. ¡Qué mujer

tan valiente! Ella representa la esperanza de una Venezuela futurista, con su nueva generación de

valores jóvenes y desprendidos. Ella es la antítesis de la actual Venezuela saudita que con su

riqueza petrolera es forjadora de ciudadanos corruptos, cómodos y flojos. Son, en fin, esos jóvenes

del mañana a los cuales los golpes y heridas los forjan y templan como el acero. Porque “no es dado

a caballero andante quejarse de herida alguna” (El Quijote).

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Post Data: La situación de la droga ha empeorado. Ahora somos un Estado de pasaje y consumo

de drogas, gracias a nuestros “hermanos” colombianos y al poder corruptor de los carteles del mal.

Los militares que debería defendernos ahora los tenemos asociados con los traficantes (Gobernador

“dixit”) y nuestra juventud está descarriada debido a la droga. Hay asaltos diarios, matazones y

sicariato como resultado de este flagelo. Los culpables no son los amazonenses: son gentes venidas

de otras partes del país que viene a “gobernar indios” y volverse millonarios de forma fácil. Como en

la época de la goma. Entonces ¿por qué criticamos a Tomás Funes, cuando vivimos en una época

más violenta en todos los sentidos y la Constitución, como el derecho al libre tránsito, es violada a

cada rato? En Amazonas, como dice Eustacio Rivera en La Vorágine, viven muchos Funes y llevan

otros nombres. Hay que volver al Camajay.

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MAQUIRITARES:

LOS FUNDADORES DEL ALBA

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MAQUIRITARES:

LOS FUNDADORES DEL ALBA

Ye´kuana, junto con toda su tribu y prole que le seguía, por fin había alcanzado la cima del

cerro Yaví. Hizo un alto y se colocó la mano derecha en la frente haciendo las veces de parasol,

para poder divisar mejor el paisaje que tenía por delante. A pesar de los trabajos, sinsabores y

vicisitudes pasadas y por venir, no pudo menos que maravillarse ante el espectáculo de ese

atardecer que le regalaba la madre naturaleza con sus matices de colores, grandes sabanas, selvas

y ríos. A la derecha se divisaba un ancho valle que algún día se llamaría Manapiare, habitado por

otras tribus que se llamaban a sí mismas Uhuot´jas y Yavaranas, las cuales les había brindado

ayuda en su peregrinar en la búsqueda de una nueva patria en lo que hoy es el Estado Amazonas.

A la izquierda y más alejado hacia el sur, divisó otro valle boreal, virgen y solo, aparentemente.

Ye´kuana habló a su tribu, o lo que quedaba de ella, unos doscientos, entre guerreros, ancianos,

mujeres y niños. Les dijo: “este valle es fértil y hermoso. Ahí nos instalaremos y viviremos. Lo

llamaremos “Kakurí”, que quiere decir tierra entre tres ríos, los cuales llamaremos Asiza, Parú y

Ventuari”.

El asentamiento prosperó. Se construyeron casas, se cultivaron conucos y se organizó la

vida bajo el mandato de Ye´kuana. “Al fin – concluyó – tenemos paz”. Pero su yo interno se

preguntaba “¿Por cuánto tiempo?”. Tenía razón. La paz no había sido precisamente un regalo al

alcance de su tribu. Su gente desde hacía muchas generaciones nunca había tenido paz. En la

larga historia de su raza, todo había sido luchas, guerras, calamidades, invasiones y migraciones en

masa y por oleadas sucesivas.

Antes de la llegada de los españoles, habían dominado completamente el Mar Caribe, al

cual legaron su nombre. También parte de la tierra firme. Eran sobre todo navegantes, guerreros y

conquistadores. Entonces vinieron los españoles de allende el mar y los conquistaron y

esclavizaron. Unos huyeron hacia la tierra firme, a lo que después se llamaría Venezuela. Se

volvieron llaneros. Pero antes tuvieron que guerrear contra tribus que eran dueñas de esas tierras.

Sin embargo se impusieron los Ye´kuana. Como excelentes navegantes, poblaron también el Río

Orinoco, donde estaban “los parientes” lejanos, que hablaban el mismo idioma, pero modificado por

el tiempo.

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Años más tarde el hombre “Blanco=Yaránave” invadió también los llanos y el Orinoco y sólo

les dejó como alternativa las selvas y ríos del futuro Estado Amazonas. Así fue que tuvieron que

emigrar, una vez más, siguiendo siempre los derroteros que sus ancestros había dejado sobre las

piedras y que los “Yaránave” llamarían “Petroglifos”. Estos son libros abiertos y mapas de los

antepasados de Ye´kuana, que él sabía interpretar. Remontaron el Río Caura (corazón del mundo

Caribe) y pasaron del tributario Río Erebato al Río Manapiare. De esa forma llegaron hasta el valle

que hoy habitaban en sana paz.

La primera vez fueron simples impresiones de que eran vigilados desde la montaña

selvática que rodeaba el valle. Después fue la certeza cuando unos cazadores de la tribu Ye´kuana,

se enfrentaron con hombres de otra tribu y tomaron uno como prisionero. Su lenguaje, contextura y

nula vestimenta, les resultaron extraños, así como su indumentaria guerrera. Concluyeron que eran

exploradores del grueso de una tribu muy grande, poderosa y en expansión, en busca de nuevas

conquistas. Provenían de una tierra muy lejana llamada por los “Yaránave” “Brasil”. Se llamaban a

sí mismos “Los Andantes” o “Gente que Visita” que simplificaban en una sola palabra: “Yanomami”.

Eran, además, temibles y formidables guerreros y su hábitat normal era la selva. Para referirse a los

demás utilizaban la palabra “Nape”, la cual traduce: “El ser que no vale nada” o “El que no es

Yanomami”, lo cual daba una idea de su fiereza como pueblo. Pero si ellos nos denominaban

“Nape”, para nosotros ellos eran “Dáquiri”, pertenecientes a “La Gente inferior a nosotros”.

Si esta era la avanzada, había que prepararse para el grueso de la horda. Estos no

aparecieron en seguida. Su modo de invasión era gradual. No tenían prisa y se instalaron en los

alrededores del valle del “Kakurí”, sin ningún objetivo aparente. Las primeras escaramuzas

comenzaron con los cazadores de Ye´kuana y siempre habían resultado con la peor parte los otros.

Pero Ye´kuana sabía que algún día el enfrentamiento sería definitivo y total. Había que prepararse y

se llevó el asunto al Consejo de Ancianos, organismo máximo de la tribu. Estaba claro que vendrían

muchos más Yanomami y no podrían derrotarlos a todos.

Los Ye´kuana no esperaban recibir ayuda de nadie. El problema era abrumador y si no lo

resolvían, serían aniquilados. Cabía la posibilidad de emigrar nuevamente. O de luchar contra

fuerzas superiores. Decidieron jugarse el todo por el todo y luchar en proporción de diez a uno. En

tal trance fue que les llegó la idea: decidieron adquirir armas de fuego, como antiguamente,

cambiadas por oro y diamantes, productos siempre buscados insaciablemente por los “Yaránave”.

Las minas las conocían por las indicaciones de los “Petroglifos”. No era su objetivo explotar cosas

sin valor. Pero servían para cambiarlas por armas más letales que el arco y la flecha. Cantidad se

combate con calidad.

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Se organizó una expedición de cincuenta hombres, los cuales caminaron durante treinta

días hacia el Este en busca de un lugar llamado por los “Yaránave” “Guayana”, habitado por una

raza que no era de españoles y se llamaban a sí mismos “Ingleses”. Partió la expedición con una

tarea de vida o muerte. Mientras, los “Yanomami” habían cercado el valle de “Kakurí”, que quedó

como una gran cárcel para Ye´kuana y su tribu. No se podía salir a pasear, cazar o sembrar el

conuco sin correr graves peligros. El hambre y sus secuelas comenzaron a aparecer. Las

enfermedades se hicieron presentes y mucha gente comenzó a morir. Los mejores hombres habían

partido con la expedición y los “Yanomami” no dejaron de darse cuenta de este hecho. El desenlace

final era previsible. Se estrechó el cerco y los “Yanomami” no dejaban entrar ni salir a ninguna

persona. Cuatro asaltos en diez días fueron apenas rechazados por Ye´kuana y su gente. Al quinto

asalto, mientras estaba la lucha en su apogeo, el cielo del “Kakurí” tembló al estampido unísono de

cincuenta descargas de fusilería. Era la expedición que había llegado justo a tiempo para evitar la

aniquilación de un pueblo: el pueblo Ye´kuana. Los “Yanomami” fueron derrotados, tomados

prisioneros, esclavizados y se les dio otro nombre despectivo: “Sácnemas”. Si se quiere ofender a

algún Ye´kuana en “Kakurí”, llámelo por este nombre.

La paz llegó de nuevo aunque a costa de mucha sangre y sacrificios. “¿Por cuánto

tiempo?”, se preguntó una vez más Ye´kuana.

Pero entonces llegó, una vez más, el “Yaránave” al valle de “Kakurí”. Esta vez en forma de

jesuita, vasco y por lo tanto español, además. “El destino siempre nos alcanza” – pensó Ye´kuana.

Pero esa es otra historia.

Post Data: Esta Historia Antigua Ye´kuana (Watunna) me la contó mi amigo Ye´kuana Isaías

Rodríguez (+) en el ATTA (Churuata Comunitaria) una noche serena y plateada por la luna llena

que alumbraba todo el valle de “Kakurí”, hace 30 años. Había asistido con sus galas y vestidos

ceremoniales de un Gran Kajichana (Chamán). La guerra con los Yanomami en franca expansión

tuvo lugar hacia los años 1930-40 y duró cinco años. Del lado Ye´kuana comandaba el célebre jefe

Kalomera.

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El Camajayero

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El Camajayero

Navegaba en la noche oscura el Camajayero por el estrecho caño en su frágil curiara,

compañera de múltiples viajes y aventuras, cómplice de cientos de travesías, peligrosas unas,

fáciles otras, pero todas llevadas a cabo en el fiel cumplimiento de su trabajo.

El Camajayero nunca habla mientras ejerce su deber, porque casi siempre trabaja solo, salvo

raras excepciones cuando se une a otros camajayeros en una especie de asociación de acuerdo a

la magnitud del objetivo. Pero esto ocurre rara vez, porque generalmente sólo mandan a matar o

dañar a una sola persona a la vez para lo cual basta un solo Camajayero. Si bien no habla, por el

contrario piensa mucho y, sobre todo, en sus antiguas correrías o misiones parecidas. En esos

momentos su pensamiento se fijaba en el pasado, mientras bajaba al impulso de la corriente, dando

de vez en cuando golpes ligeros de canalete, para mantener la dirección apropiada. Instintivamente

busca su pito, instrumento distintivo de su raza de exterminadores, indios oriundos del Estado

Amazonas, cuyos orígenes se pierden en los albores del tiempo. Momentáneamente debe pitar

para dar señales de advertencia a los moradores de los sitios y también a sus víctimas de que su fin

se acerca. Es un pitido agudo y profundo que hiela la sangre y espeluca el cuerpo: “¡Piiii Matí

Chúpiri Jíííí!!!!”. Es el sonido que rasga la noche con su mensaje de muerte. Enseguida los perros

dejan de ladrar y comienzan a aullar lastimeramente.

Aguas abajo está apostado el cazador esperando las lapas en su bebedero. Ha escuchado

el pitido y se ha quedado por momentos estático y confundido. No es la primera vez que lo oye y en

esos casos ha preferido alejarse prudentemente o quedarse en casa encerrado con su mujer y sus

hijos. “¡Piiii Matí Chúpiri Jíííí!!!!”, volvió a sonar el silbato de la muerte, esta vez más cerca. “Viene

bajando por el caño” – pensó el cazador. “Por lo tanto debe pasar frente a mí”. Recordando su vida

pasada, sacó de su memoria las charlas sostenidas con otros cazadores de su tribu en torno a los

Camajayeros. Decían ellos que estos seres eran inmortales.

- “Son almas errantes en busca de venganza” – habían dicho.

- “La víctima, tarde o temprano, siempre cae” – eran los comentarios. Se podía deducir que su

mensaje de muerte era infalible.

Nunca antes alguien había visto uno. Pero de que existían, existían. Al parecer, además,

eran invisibles. Esta era su oportunidad de ver un Camajayero. Y el cazador, sobreponiéndose a su

miedo, decidió esperar para satisfacer su curiosidad.

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Terminado el gesto maquinal de pitar, el Camajayero vuelve de nuevo a sus pensamientos.

¿A quién iba a matar? No lo sabía y, en realidad, tampoco le interesaba. El simplemente realizaba

su trabajo por el cual era pagado. Siempre fue así desde que tuvo uso de razón. Era un oficio

aprendido de su padre y de su abuelo. Conocimientos que eran transmitidos de generación en

generación, según le habían explicado. Para aprender su oficio debió someterse a un rígido sistema

de aprendizaje por parte de los ancianos de la tribu. Eran comunes los ayunos continuos de días y

más días. Retiros voluntarios a las profundidades de la selva a meditar. Azotes y flagelaciones por

parte de sus maestros. Todo esto para templar el cuerpo y espíritu de los alumnos. Así se les

acostumbraba a las privaciones y a la vez era un examen para descubrir la vocación de los futuros y

legítimos Camajayeros.

Muchos desertaban de estas primeras pruebas. Los que pasaban a la segunda ronda, iban al

curso de conocimientos generales sobre la selva y sus secretos. Les mostraban las raíces, hojas y

demás ingredientes con sus combinaciones y formas de preparación, los cuales servían, o bien

para alimentarse, o si no, para matar a sus víctimas. Asimismo conocían los venenos y “picapicas”

que serían sus armas infalibles de muerte y destrucción. Los maestros eran siempre los mismos

ancianos los cuales iban soltando sus conocimientos por dosis sucesivas y los alumnos

recibiéndolos con ansias de saber más.

La tercera y última etapa trataba de los principios e historia de los Camajayeros. Siempre con

los mismos maestros. Se les revelaba los orígenes de su hermandad de “dañeros”, como se

llamaban entre ellos. ¿Quién la había iniciado? En realidad sus orígenes se perdían en la lejanía del

pasado. Era transmisión continua, de boca de Camajayero a oreja de Camajayero.

Cada tribu tiene sus Camajayeros y Chupadores (especie de curanderos anti-Camajayero).

“Somos inmortales y si morimos es por el daño echado por un Camajayero. Por una venganza que

alguien fraguó y pagó. Entonces nos alquilan para la contra venganza. Y así continuamos prestando

nuestros servicios. Somos una especie de nivelador social, pues nadie se atreve contra alguien a

sabiendas que vendrá la venganza” – pensó.

También se activó el trabajo al máximo, al parecer – según me decían – con la llegada del

“Yaránave”, como una medida de autodefensa contra él porque esclavizaba y mataba a los indios,

trabajadores forzados en la extracción del caucho y balatá. También era el causante de la

destrucción de poblados enteros con la muerte de sus habitantes y violación de sus mujeres.

Entonces se estableció una sociedad secreta para vengar tantos agravios y sangre derramada. No

podían competir con el “Yaránave” en su propio terreno ni matarlo con sus armas. Tampoco se

podía matarlo impunemente sin sufrir las consecuencias de las represalias, las cuales eran terribles.

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Por lo tanto se debía buscar un medio más sutil, de tal forma que la muerte pareciese

completamente natural o debido a enfermedades incurables.

Toda una generación se dedicó a recopilar datos sobre venenos y otras sustancias malignas

que la selva con su flora y fauna podían proporcionar generosamente; otros viajaron hacia tierras

muy lejanas, donde vivían tribus desconocidas, en busca de conocimientos y ayuda. La generación

siguiente fue la primera de los Camajayeros, los temibles envenenadores y dañeros de la selva, los

cuales cobraron venganza sobre los blancos de una manera indirecta, pero eficaz. Por primera vez

los Camajayeros sintieron y probaron su poder. Al fin tenían un arma y estaban decididos a usarla

para ampliar, mantener y conservar ese poder de muerte y destrucción. Se empezó con los blancos,

pero una vez que éstos tuvieron bastante, el radio de acción alcanzó a todo el mundo. Así el

Camajayero pasó a ser el portador de la muerte de blancos, tribus enemigas y a veces de personas

de tribus amigas. El poder del Camajayero aumentó. Sí, él era verdaderamente poderoso y

disfrutaba ese de ese endemoniado poder de vida y muerte.

Había una cuarta etapa, opcional, de grado superior, en el aprendizaje continuo y

secuencial de un Camajayero. Él, por ser joven e inexperto, no tenía aún acceso a esos secretos.

Estaban reservados a los ancianos brujos y shamanes de la tribu que habían viajado a países muy

lejanos, donde existían brujos muy poderosos, que habían enseñado su oficio a los primeros

camajayeros. A los más sobresalientes y con ganas de aprender cada día más les estaban

reservados los secretos de la etapa final donde, convertido ya en brujo-shamán y jefe de la tribu, no

era necesario matar mediante pócimas o venenos. Mataba con su sólo poder personal y mental.

También aprendía nuevos secretos, como volverse cualquier animal, preferiblemente tigre o

pájaro, mediante conjuros y rezos, ayudado con alucinógenos. Podía, además, ver de noche como

si fuese de día. En esta etapa superior, ya el Camajayero no era tal y sus poderosos aliados

pertenecían al mundo desconocido de la muerte. Algún día él sería uno. Ya estaba decidido.

- ¡Piiii Matí Chúpiri Jíííí!!!!”, volvió a sonar en la noche oscura aquel siniestro mensaje.

Sabía que cualquier persona medianamente sensata se apartaría de su camino al oírlo pitar.

- -“Estará como a cincuenta metros” – pensó el cazador, al mismo tiempo que

amartillaba su escopeta estilo Makiritare. Estaba dispuesto a no huir como otras veces. Era una

de esas decisiones que se toman al instante y donde la curiosidad se impone sobre el miedo. En

otras ocasiones había oído el pitido estando en las profundidades de la selva o al abrigo de su

choza. En esta situación el Camajayero podía estar en cualquier sitio imposible de localizar.

Ahora la situación era diferente, pues el cazador tenía emboscado al Camajayero quien venía

aguas abajo y debía pasar a pocos metros de donde él estaba. El cazador recordó haber olido

su presencia en otras ocasiones. Era un hedor inconfundible, producto de una mezcla de

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ungüentos en que la manteca de tigre era el elemento principal. De esta forma se protegía de los

perros de los caseríos o aldeas por donde pasaba. Al sentir el olor del tigre, los perros

empezaban a aullar ante la imposibilidad de hacerlo su presa. Si, era el mismo olor que en ese

momento le traía la suave brisa de la noche. Olor acre, penetrante y rancio que algunas

personas comparaban con el olor del mismísimo diablo. Aún no podía verlo, pero sentía su

presencia.

- -“Está dando la última vuelta del recodo del caño” – pensó el cazador, a la vez que preparaba

su linterna de frente para enfocar en la dirección apropiada.

- ¿Cuál había sido su primera misión como portador de la muerte? Recordó el ayuno antes de

emprender aquella primera misión. Fue contra un “Yaránave”. Ahora recordaba bien. Era un

capataz que maltrataba a los indios buscadores de chicle, caucho y balatá. En la última de sus

tropelías amarró a un pariente a la pata de un árbol y lo azotó hasta hacerle perder el

conocimiento. Luego lo mantuvo atado y guindado por tres días consecutivos sin comer ni beber.

Como pudo, el indio se escapó y llegó hasta su tribu natal, la de los Camajayeros y les contó lo

sucedido, al tiempo que clamó venganza. Esa fue su primera misión y no falló. Se acercó a la

ranchería de los trabajadores al tiempo que lanzaba al aire su silbido de muerte. Los indios

supieron enseguida a quien iba dirigido ese mensaje y en cómplice trama nada dijeron. Durante

tres noches seguidas estuvo el Camajayero espiando los movimientos del “Yaránave”, y decidió

actuar al cuarto. Vio que todas las noches, casi a la misma hora, corría a los brazos de su

amante donde duraba más o menos tres horas. Ese tiempo de descuido y abandono de su

morada lo aprovechó para introducirse en su casa y echarle su poción de veneno a la bebida del

capataz, quien a los tres días cayó enfermo víctima de intensos dolores y convulsiones. Cuando

lo sacaron de la ranchería al pueblo más cercano, ya era cadáver y decidieron enterrarlo en la

misma montaña. Había sido un buen trabajo para ser el primero.

- También recordó cuando lo enviaron a vengar una muerte que se produjo a raíz de un

rapto amoroso. El hijo del cacique de su tribu se enamoró y llevó a su morada a una chica de

otra tribu. Al poco tiempo el joven esposo murió en forma repentina. La deducción lógica del

padre fue que el muchacho había sido envenenado por alguien de la tribu de la mujer raptada,

porque los Parientes son inmortales y si sobreviene la muerte, es porque otro la ha causado. Por

lo tanto decidió tomar venganza al estilo de los Camajayeros. A la muchacha le echaron

“picapica” o “eddari”, enfermedad que produce una terrible comezón en el cuerpo que hace que

la carne se caiga a pedazos, podrida. La joven murió. Pero había que darle un escarmiento al

jefe de la otra tribu y para eso lo encargaron a él. Dado que el objetivo era importante y

poderoso, tuvo que invitar a participar en la expedición punitiva a otro socio Camajayero. De

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esta manera, si alguno moría, el otro cargaría con la responsabilidad de desaparecer el cuerpo

del muerto. Porque nunca, nadie ha visto ni verá un Camajayero, ni vivo ni muerto. Al poco

tiempo el cacique murió, envenenado. La venganza estaba cumplida pero, ahora, con toda

seguridad, los otros se vengarían a su vez y para eso encargarían a sus “pitadores”, como

también nos llaman. Sin embargo en esta guerra niveladora, nuestros “chupadores” ya estaban

preparados.

- Así era la costumbre y según las tradiciones siempre sería de esa manera hasta el

final de los tiempos ¿Y cuál sería el final? Realmente él no lo sabía ni tampoco le interesaba. De

una cosa estaba seguro y era que nadie podía morirse de muerte natural sino bajo la influencia

de un maleficio echado por un Camajayero. Ese era su credo porque siempre había sido así. Su

misión, como la que realizaba ahora, era matar y, luego cuando estuviera viejo, enseñar a las

nuevas generaciones el arte de hacerlo sin dejar huellas, mediante su experiencia y sabiduría.

¡Piiii Matí Chúpiri Jíííí!!!!”, hirió el silencio de la noche el Camajayero, justamente al frente del

apostadero del cazador. En fracciones de segundo, éste enfoca su linterna hacia el lugar y observa

dentro del haz de luz a una figura humana negra o pintada de tal color, la cual miraba hacia la luz,

con unos enormes ojos de asombro montada sobre una mínima curiara. Casi por reflejo apunta su

escopeta hacia esa aparición infernal y dispara. Ya sea por impacto o por acción voluntaria de su

ocupante, la curiara se vuelca de costado y es lo último que ve el cazador antes de echar a correr

por el monte, desandando el camino por donde vino, rumbo a su casa. ¿Son inmortales o no los

Camajayeros? No lo sabría nunca, porque mañana huiría con su mujer y sus hijos, tratando de

alejarse lo más lejos posible de una venganza que trataría de alcanzarlo.

El Camajayero sintió que un gran peso había entrado en su cuerpo. En ese momento supo

que iba a morir, después del rayo que le había caído encima. Era un tiro de escopeta de las que

utilizaban los capataces “Yaránave” para matar indios y animales sobre lo cual también le habían

hablado durante sus tiempos de iniciación camajayérica. Penosamente se agarró a un árbol caído

que estaba en la orilla del caño.

-“Yo no moriré, aunque mi cuerpo desaparezca. Reviviré en el alma de mis hermanos para

vengarme. El que mata un Camajayero, tendrá siete muertes y nunca podrá escapar a la venganza.

Si nos hieren debemos eliminar los restos de nuestro cuerpo para que no aparezca ante la vista de

los demás. Porque nunca nadie ha visto un Camajayero ni vivo ni muerto. Mis parientes me

vengarán y...es importante que no encuentren mi cuerpoW” – Pensó el Camajayero.

Penosamente sacó de su cintura el cuchillo y se lo colocó al vientre, dispuesto a abrírselo.

De esa manera el cuerpo no flotaría y los peces darían cuenta de él más fácilmente.

-“Los Camajayeros somos inmortales”W – pensó por última vez.

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-“Mis hermanos me vengarán yWéste no es el fin”

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De Mérida a Barinas

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De Mérida a Barinas

Tomando de nuevo mi adarza al hombro decidí ir por el mundo en busca de los molinos de

viento. Esta vez enfilé a pie una travesía de Mérida a Barinas, utilizando – según la leyenda – el

mismo camino que trajinaron los españoles durante la conquista y colonia. Mis acompañantes,

todos merideños de pura cepa, montañistas de primera, veteranos en la aventura, fuertes como

mulas y también amigos leales, nobles y puros como nuestras montañas andinas. Estaba a prueba

mi “veteranía” de un año de experiencia como montañista en Mérida, tiempo durante el cual estuve

al frente de mi empresa de montañismo. Ya había escalado los diferentes picos del Parque

Nacional Sierra Nevada, incluyendo sus picos más altos como es el pico Bolívar (5.007 mts.) y el

pico Humboldt (4.992 mts.). Esto es prácticamente nada, comparado con el currículum de mi buen

amigo y acompañante Carlos Reyes, también empresario de turismo, con veinte años de

experiencia como montañista y con más de doscientas escaladas a los mencionados picos.

También había subido el pico más alto de América, el Aconcagua con (7.010 mts.), la roca por

donde cae el Salto Ángel (una semana de escalada) y nuestro Amazonense tepuy Autana (otra

escalada en roca con una semana de duración). Para el momento estaba en preparación para la

primera expedición venezolana al Everest. Me acompañaban, además: el Ingº. Gerardo Pineda,

Superintendente del Parque Nacional Sierra Nevada, María Rosa Cuesta, Bióloga, observadora de

aves y fauna, Pedro Lobo, Perito y Guardaparques y el Geógrafo Juan Rincón, hijo de Pedro Rincón

Gutiérrez.

Muy de mañana partimos de la estación Barinitas, vía teleférico, hasta la penúltima estación

Loma Redonda (4.045 mts.), donde tomamos las fotos de rigor de la partida. Seguimos hacia Los

Nevados, caminando entre páramos, riachuelos cristalinos y paisajes incomparables de Los Andes

venezolanos. Esta excursión hasta Los Nevados la promocionamos en nuestros paquetes turísticos,

los cuales incluyen tres o cuatro horas de marcha para nosotros y seis o siete para los turistas. Para

los amigos nevaderos puede ser dos horas. Y si alguien no lo cree, bien puede retarlos a echar una

caminadita.

Desde la estación Loma Redonda, se sube al Alto de la Cruz (4.200 mts.) y luego se

empieza a descender hasta Los Nevados (2.700 mts.) a catorce kilómetros a partir de allí.

Las caminatas a grandes alturas (sobre los 4.000 metros), lógicamente no son iguales a las

que se realizan al nivel del mar, pues se respira aproximadamente el 30% del oxígeno menos. Por

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lo tanto hay que estar habituado o aclimatarse, proceso que puede durar hasta una semana. No se

puede prever el comportamiento de una persona en estas condiciones. “Rambo” pude ser que se

desmaye y un alfeñique puede comportarse como un “Van Dam”. Según nuestra experiencia en

alturas, ésta también es racista, pues a los negros les pega más que a los blancos. En cuanto a los

indios, parece que hubiésemos nacido allí.

Sobre el origen de Los Nevados aún no se han puesto de acuerdo los historiadores. Al

parecer este pueblo, único en su género, tiene más de 400 años de historia. Llegar a Los Nevados

es como llegar a mi casa. Todo es saludos, sonrisas y parrandas con música incluida de las cuales

disfrutamos con el amigo Carlos. Al día siguiente tenemos que hacer un gran esfuerzo para

levantarnos muy de mañana, debido a lo tarde que nos acostamos. Pero más esfuerzo tiene que

hacer las mulas para cargarnos a nosotros junto con los morrales y un montón de enratonados. De

verdad, el “miche” pesa y sobre todo a la mañana siguiente. Como nadie conoce la ruta,

contratamos de baquiano al Señor Don Pancho, amigo nuestro, dueño de la hacienda El Carrizal,

56 años, heredero y depositario de leyendas e historias sobre la cosmografía y cosmovisión de Los

Nevados y el mundo. A todo hecho real e irreal, le tiene su explicación según su punto de vista

andino. Como todo guía y mulero, va a pie por estas empinadas cuestas como Pancho por su casa.

La verdad es que siento vergüenza al ver caminar a un señor de tantos años, mientras voy arriba de

una mula como cualquier inepto. Pero si yo siento vergüenza, sospecho que para sus adentros

Don Pancho se va riendo de mí, pues como cualquier citadino no acostumbrado a andar en mulas,

las que más sufren son las partes innombrables. Al mismo tiempo me reconforto pensando en

nuestro Libertador Simón Bolívar. Quejándome por dos días en mula, de los cinco que dura el viaje,

mientras él estuvo veinte años andando en mulas sin quejarse. Con razón, entre los múltiples

sobrenombres que le pusieron amigos y enemigos, el que más le cuadró fue el que le puso la tropa:

“culo e’ hierro”, por sus infatigables cabalgatas. Los pobres mortales como nosotros, que andamos

por estos despoblados páramos en mula, al cabo de un tiempo, si ni se nos pone como tan duro

metal, nos salen callos.

A medida que subimos, vemos cómo a lo lejos se va perdiendo el pueblo de Los Nevados y

con él todo vestigio de civilización. Continuamos, a lento paso, hacia la cima de Los Andes que

divide las dos vertientes de aguas principales de Venezuela: la que va hacia el Orinoco y la que se

dirige rumbo al Lago de Maracaibo. Don Pancho, como buen guía, nos pone al tanto de los

nombres circundantes: páramo El Judío, donde cayó una avioneta; pico San Pedro, imponente; la

laguna etc. Hacia el mediodía alcanzamos la cima. Nos detenemos todos a deleitarnos con la

panorámica que desde lo alto se divisa. Al norte vemos el pico Bolívar, Humboldt, El Toro y El León,

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cuatro de las cinco Águilas Blancas de la leyenda de Don Tulio Febres Cordero. Al oeste vemos la

Sierra Nevada del Cocuy en Colombia. Al sur vemos nuestro llano infinito y más allá, añoro mi tierra

amazónica de ríos, mosquitos, selvas, montañas, calor, indios, familia y amigos. Esta parte del viaje

nada más vale la pena. Llegar al techo de Venezuela y observarla desde allí, reconforta

espiritualmente. Es el momento cumbre de todos los que andamos en busca de aventuras. Es como

decirse a sí mismo: existo, pienso, la naturaleza y el mundo son bellos y la vida bien vale la pena

vivirla. ¿Volveré algún día? Estoy seguro. Cuando recorra los pasos perdidos. Sé que volveré a

sentir la misma sensación de alegría que ahora siento, de felicidad y libertad espiritual. También sé

que los amigos que me acompañan sienten lo mismo, porque así somos los montañistas. El

montañismo por una parte significa esfuerzo, dedicación, sufrimiento, dolor, peligro y a veces hasta

la muerte. Por otra parte, cuando uno alcanza la cima, significa alcanzar una meta más en la vida,

alegría y elevación espiritual. En realidad se siente que uno llegó más cerca del cielo; que éste está

ahí mismito y hasta lo podemos tocar con la mano. También es bonito conocer el origen de las

cosas:

- Allí nace el río Socopó – nos pone en cuenta Don Pancho. Consultamos nuestras cartas y,

efectivamente, allá nace el río, el cual va a dar a la mar que es el morir.

Junto con el río, un nuevo acompañante, iniciamos el descenso hacia Barinas, “Tierra

llanera de palma y sol”. Continuamos por la región de los páramos y la niebla de la tarde nos invade

ya. En un recodo del camino veo una tumba solitaria. Pregunto a nuestro Cicerone y tiene dos

respuestas, como siempre. La ventaja, según él, es que puedo escoger la que más me guste. La

primera respuesta es que a ese señor ahí enterrado lo mató un oso frontino. Se encontraron ambos

en un estrecho camino del páramo. Hubo una terrible lucha y venció la fiera.

- ¿Cuántos años hace eso Don Pancho? – pregunté.

- Muchos – fue su respuesta definitiva.

La segunda explicación es que murió cuando venía “enmichao” de Los Nevados hacia

Barinas, lo tumbó la mula, se quedó tirado allí dormido, se emparamó y murió de frío.

- ¿Y eso le pasa a todos los que viajan “enmichao” en mulas por estos páramos, Don Pancho? –

pregunté a nuestro guía.

- No a todos. A los que no me pagan por guiarlos, puede ser” – me respondió.

Menos mal que nuestro baquiano acepta cheques y tarjetas de crédito por estas soledades.

Me quedo con la segunda respuesta, pues el Oso Frontino es el emblema de nuestra

empresa “Tour de Montaña C.A”, empresa merideña de montañismo, vendedora de sueños e

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ilusiones, fundada por un indio amazonense. El “Ursus Ornatus” es el mayor oso de Suramérica.

Vive en la selva intramontana de Los Andes venezolanos. Se le llama Oso Frontino. También vive

en Colombia donde se le llama Oso de Anteojos. Llega a medir hasta dos metros parados y pesar

hasta doscientos kilogramos. Está en vías de extinción por la acción del hombre al invadir la selva

donde vive. Los campesinos andinos los matan porque – según ellos – les come el ganado, cuando

es un animal vegetariano. He visto uno solo en el zoológico de Mérida, que está pequeño todavía.

Al final de la tarde llegamos a nuestra segunda meta donde pernoctamos. El lugar se llama

“Boca e´ monte”, por ser el lugar donde comienza la selva. Hay un refugio construido por Don

Pancho, naturalmente. Durante el trayecto de este día, salvo la tumba, no hemos visto a nadie más.

Acampamos y como no cabemos todos en el refugio, colocamos las tiendas de campaña y los

sacos de dormir para el resto de la tropa. Carlos hace las veces de chef y prepara la cena. De

sobremesa volvemos sobre el tema del Oso Frontino y su manera de salvarlo. Propongo que se

indemnice a los campesinos por cada vaca que supuestamente le mate el oso, ya que las

supuestas muertes ocurren sólo dos o tres veces al año.

- Sería una fuente de corrupción, porque aumentaría el número de vacas muertas

automáticamente – me dicen.

- Bueno, que aumente a veinte, por ocho mil bolívares cada una son ciento sesenta mil al año. No

es nada tratándose de salvar una especie que está a punto de desaparecer – insisto.

Todo está muy bien, pero en esta Venezuela saudita, rica y petrolera, no hay quien tome la

decisión de salvar a nuestro animal.

Al final de nuestra velada, creo que los Osos Frontinos de los alrededores vinieron a

hacernos compañía y a disfrutar con nosotros de nuestras risas y chistes, en franca camaradería,

arrosada con el resto de “miche” que nos quedaba para pasar el friíto.

A la mañana siguiente, el único pocito de agua disponible amaneció congelado, muestra de

que aún estábamos en el páramo y a gran altura. Después del desayuno, levantamos campamento

y emprendimos de nuevo el camino rumbo a El Quinó, pequeño poblado cafetalero que, aunque

perteneciente a Mérida, tiene que ver más con Barinas. En este trayecto la cabalgata fue de ocho

horas entre la selva intramontana. Esta vez no vimos ni vivos ni muertos. La fauna sí estuvo

presente en abundancia. Hacia las cinco de la tarde arribamos al poblado donde he visto todas las

garrapatas del mundo juntas. También culebras mapanares y cuatronarices. Me dijeron, porque yo

no vi ninguna. Al año mueren un promedio de cinco personas mordidas por estos animales. Otras

tantas se salvan rezadas por los curanderos locales. Por lo demás es un pueblo bueno para el

descanso merecido, luego de caminatas y cabalgatas. Aquí pasamos un día – el cuarto – de

nuestro viaje. También hasta aquí nos acompaña Don Pancho, quien debe regresar a Los Nevados

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junto con sus aperos y mulas. Con toda nuestra paga compró café y con seguridad multiplicará sus

ganancias al llegar a casa. En gesto de amistad me pide que le regale el sombrero de paja

margariteño que porto. Accedo con todo el gusto del mundo. Si alguna vez un margariteño llega a ir

a Los Nevados, es seguro que encontrará un nevadero luciendo un sombrero de su tierra.

Al quinto día iniciamos la marcha a pie de nuestro trayecto final y la meta es el pueblo

barinés de Socopó. Hay un puente por el cual atravesamos el río y a partir de ahí comienza el

camino más largo y empinado que he visto. Alrededor de dos kilómetros de pura subida. Al cabo de

cuatro horas de marcha, hacia el mediodía, llegamos a la última cima, antes de comenzar el

descenso hacia la llanura. “Palo Quemao” se llama el sitio, debido a los árboles que han quedado

en pie, pero carbonizados, producto de la tala y quema de los campesinos. Es aún parte del Parque

Nacional Sierra Nevada, pero ya está intervenido por la mano del hombre. A nuestras espaldas, a lo

lejos, se ven azules por la distancia nuestras montañas andinas. A esta altura ya el bosque es

tropical y por él continuamos nuestra marcha hasta coger la senda de la llanura, para finalmente

llegar a Socopó, hacia las cinco de la tarde. Después de refrescarnos y bañarnos en el río,

iniciamos el regreso a Mérida, esta vez por carro. ¿Valió la pena la travesía? Para mí sí. ¿Volveré?

Estoy seguro: Cuando recorra los pasos perdidos.

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MANAUS: ANTIGUA CAPITAL DEL CAUCHO

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MANAUS: ANTIGUA CAPITAL DEL CAUCHO

Hoy tomo de nuevo mi adarza al hombro para ir por el mundo en busca de los molinos de

viento. Esta vez decidí ir aW ¡Brasil!, tierra gigante, orgullo de nuestro continente americano.

Siempre soñé con hacer el viaje en barco hasta Manaos. Son quince días de agua, cielo y selva con

sus noches llenas de estrellas reflejándose en el manto negro del Río Negro.

En estas notas de viajero la intensión es dar algunos consejos a los “intrépidos” turistas que

se aventuran por el Brasil vía Samariapo, San Carlos de rio Negro, Cocuy, San Gabriel de

Cachoeira, Manaos, Boa Vista, Santa Elena de Uairén. Alrededor de 2.500 kms. de recorrido.

Comenzamos nuestro viaje en barco en la época de crecida de los ríos en el Puerto de

Samariapo. En San Fernando de Atabapo se me une al viaje mi buen amigo Patrick, francés

enamorado de Venezuela y residente de por vida en esa bella ciudad. Menos mal, pues pensaba

viajar solo a falta de gente que me quisiera acompañar. Según experiencia propia, no es

conveniente adentrarse solo en tierra extranjera cuando se viaja a la deriva. Cualquier accidente o

enfermedad resulta fatal andando solo.

El trayecto Samariapo – Atabapo – Orinoco – Casiquiare – San Carlos de Río Negro ya lo he

hecho otras veces y creo que muchos amazonenses lo han hecho. Nada interesante por ser

conocido. De San Carlos pasamos a Fuete Cocuy, ya en frontera con Brasil. Continuamos a San

Gabriel de Cachoeira. Es una semana completa de navegación y se pasa el Ecuador a 25 kms. de

esta ciudad, en la isla de Las Flores.

San Gabriel ya vale la pena. Ciudad de 400 años, hermosa, con playas como las de

Atabapo y el río igualmente negro. Hasta aquí el viaje resultó gratis gracias a ese caballero y gentil

hombre llamado Wilson Andrade, brasileño y dueño del barco. La primera impresión que se siente

al llegar al Brasil es lo versátil y fluido de sus comunicaciones por barco, avión, carretera, radio y

televisión a colores, hay emisora de radio propia y la comunicación telefónica es con todo Brasil y el

mundo, a pesar de que solamente tiene 10.000 habitantes, lo cual es nada comparado con los 160

millones de brasileños. También tiene un aeropuerto de 3.000 metros de pista con balizaje, una

carretera de 220 kms. que la une a Fuerte Cocuy, más otros 17 kms. que sortea los raudales y la

une al Puerto de Camanaos al cual llegan barcos de Manaos y de todo Brasil.

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También es un centro de brujería que sirve a todo la Amazonía venezolana y brasileña. Hay

una calle que se llama “La Playa” donde se receta y se consulta por especialidades. Es brujo de lado

y lado de la calle. Conmigo viajaron dos brujos desde Puerto Ayacucho hasta aquí que iban a

especializase en materias diferentes.

Por aquí es la región Proto Baré (según los especialistas), origen de mi raza de la cual me

siento orgulloso. Por algo me auto llamo “El último de los Baré”. Me dicen que el río Xié (queda

relativamente cerca) es legítimo Baré y que mis antepasados aún ahí viven en comunidades y

además ¡hablan la lengua!

En resumen San Gabriel de Cachoeira es una pequeña Puerto Ayacucho, con raudales y

todo, pero con mejores comunicaciones. La CANTV aquí funciona.

Esta puerta de entrada hacia el Brasil ya me lleva a hacer algunas observaciones con

respecto al país. Aquí todo el mundo anda en short y franela. ¿Calor? ¿Ahorro de vestimenta? Ni ellos

mismos lo saben. A los venezolanos nos llaman “paisa” porque al parecer por esta ruta no viajan muchos

venezolanos y sí muchos colombianos, con los cuales nos confunden. La gastronomía es muy variada.

No toman ni sopa ni postre y sirven todo junto en un solo plato: pescado, carne de res, pollo, arroz,

ensalada, la infaltable caraota roja, espagueti sin salsa y mañoco. Para nuestro gusto es demasiada

comida. Los precios para nosotros son elevados: el litro de gasolina cuesta 32 Bs., una cerveza 100 Bs.

aunque tiene un litro. Un plato de comida alrededor de 400 Bs., el billete de avión San Gabriel – Manaos

10.000 Bs. y en barco 4.500 Bs. con cinco días de navegación. Escogimos la vía fluvial por razones

obvias.

Embarcamos una vez más en San Gabriel vía Manaos a las 5 pm de una tarde cualquiera.

Frente al pueblo hay alrededor de 20 Kms. de temibles raudales. Nuestra embarcación es el “Aurino

Pontes”, un carguero tipo chalana de alrededor de 50 toneladas cargada con ron, mañoco y 20 pasajeros

y tripulantes. La vista de los raudales es imponente, aunque peligrosos. Frente al mismo pueblo rozamos

una piedra y a los 45 minutos de viaje estábamos en emergencia montados sobre una piedra con un gran

buraco en el fondo de nuestro barco, del cual manaba a presión agua del río, poniéndolo en peligro de

zozobrar. Todo sucedió rápidamente. Al pasar el recodo de una isla sobre un rugiente raudal el timonel

del barco perdió el control. Como decimos en criollo: “se lo comió la curva”. Embestimos la costa

montañosa y rocosa de la isla en la pata de pleno raudal. El golpe fue tremendo. En seguida se echó

mano de las dos motobombas de las cuales solamente una funcionó. Procedimos a sacar con baldes el

agua que entraba, haciendo la cadena humana. El capitán buscaba desesperadamente el hueco por el

cual entraba el agua a borbotones en el fondo del barco, apartando cajas y más cajas de ron. Ante una

orden dada en portugués, la cual no entendí, pero acaté al ver a los demás, procedimos a botar alrededor

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de 70 mapires de mañoco por la borda. El ron no ordenó botarlo. Con estopas como tapón controló la

entrada de agua. En medio de la noche nos tiramos todos al agua a tratar de sacar el barco, tarea de la

cual desistimos, pasada las 11 de la noche, después de inútiles esfuerzos, tanto de nosotros como el

motor del barco.

A la mañana siguiente el capitán fue en busca de ayuda. Vinieron alrededor de 20 hombres

más con una lancha de 20 toneladas aproximadamente. Aún así todo resultó inútil, el esfuerzo de 40

hombres, más lancha, más el motor del barco. Al pasar otro barco semejante al nuestro, con su ayuda, al

halarlo de retro y con templones con guayas de acero, por fin salimos hacia las tres de la tarde, no sin

antes romperse la proa de nuestro barco. Después de parapetar el barco continuamos nuestra

navegación sin incidentes por días y noches a través de un Río Negro que se ensanchaba más y más.

Los días los pasaba leyendo o conociendo a los demás pasajeros. Aprendí hablando con ellos

que nuestro país está militarizado y además es represivo, según los parámetros que ellos tienen como

libertad. Lo triste en que tienen razón. De Puerto Ayacucho hasta Cocuy hay ocho controles de la Guardia

Nacional siempre pidiendo repetitivamente la misma cosa. Los puestos son: Puerto Ayacucho,

Samariapo, Isla de Ratón, San Fernando de Atabapo, Tama - Tama, Solano, San Carlos de Río Negro y

Santa Lucía. Trabas y más trabas que nos limitan y encajonan como país. Me hicieron una apuesta: a

que no me pedían los papeles de identificación en todo Brasil. Fue cierto, salvo en la frontera de Santa

Elena de Uairén, donde me preguntaron por dónde había entrado. Al decirle que por Cocuy y remarcarle

que no me habían puesto el sello de entrada al Brasil me dijo el funcionario brasileño que tampoco me

podía poner el sello de salida, sin darle mayor importancia al asunto y me despidió con un amable –“Va

bora”. En Venezuela estaría pero.

También observé con intranquilidad la clase de grave problema que se nos está gestando con

nuestro gigante y poderoso vecino. Entre los pasajeros había garimpeiros que habían estado en

Venezuela. El concepto de ellos es que la riqueza, en este caso el oro, es de quien la trabaja y no importa

el país donde se encuentre, allá se irá a buscar, no importa el medio. Habían tenido encuentros armados

con helicópteros artillados del ejército venezolano. Se encontraban además furiosos porque en Venezuela

se estaban juzgando a unos garimpeiros por buscar oro en nuestro territorio, No comprendían ni

aceptaban el ejercicio de la soberanía de un país a juzgar a un brasileño que había violado nuestro

territorio.

Peligrosos conceptos de estos aventureros, avanzada de un ejercito con ganas de medir

fuerzas con nosotros en una guerra que nunca ganaremos. Lo más peligroso de todo esto es que los que

nos gobiernan y en especial los altos jerarcas militares son sordos, ciegos y mudos ante esta grave

situación de peligro que amenaza nuestras fronteras. Por si acaso, ya estoy aprendiendo el portugués.

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Cuando viaje por estos parajes lleve bastante libros y paciencia para tomar las cosas con

calma y como vengan. Tendrá suficiente tiempo para pensar, sobre todo en los viajes por río, donde el

hábitat está circunscrito a un barco. Venga con ánimo de disfrutar de grandes e inmensos paisajes, de

noches estrelladas y puestas de sol únicas por sus variaciones de colores. Si no es filósofo, pues

resultará filósofo y hará un recuento sobre su vida pasada, presente y futura. Piense que otros, miles ya

han hecho esa misma ruta en el pasado. Ahora no hay nada nuevo por descubrir geográficamente

hablando. Todo ya está descubierto. Entonces ¿por qué continuamos viajando? Yo creo que por

crecimiento (¿descubrimiento?) espiritual y engrandecimiento del alma. Es la alegría de descubrir, sino

otros mundos, otras almas semejantes o diferentes a uno. Se viaja para reencontrase a uno mismo. Esa

convivencia con la historia, la geografía y la naturaleza nos engrandecen y fortalece y nos renueva,

dándonos nuevos ánimos para poder continuar adelante.

Por fin llegamos a Manaus en una tarde con el sol poniente. Una ciudad como Maracaibo con

su puerto y todo multiplicado por diez. La ciudad, antigua capital del caucho, conserva su pujanza gracias

a las políticas bien definidas de crecimiento del país brasileño. Es puerto libre, ¡pero qué puerto!. El

estado brasileño está bien claro con respecto a sus ciudadanos: no ayuda pero tampoco estorba. La

iniciativa privada es lo primordial y el motor de la economía. Los empresarios no son pedigüeños de un

estado paternalista como el nuestro. La iniciativa y la versatilidad del brasileño no se parecen en nada a

la del venezolano. A nosotros el Estado nos castró mentalmente al guardarse toda la riqueza del país

para luego dárnosla con cuentagotas y no al que más trabaja sino al más jala bolas. Manaus debe tener

alrededor de 5 ó 6 kilómetros de muelles y puertos donde gira toda la actividad económica. Hay

trasatlánticos y miles de barcos, la gran mayoría de madera. Los astilleros donde hacen los barcos, de

madera o hierro, son dignos de verse. Hacen unos parales de madera también muy rústicos pero

eficientes donde construyen o reparan los barcos. Los sacan del agua con garruchas movidas por

motores eléctricos. Uno puede darse cuenta que los maestros artesanos brasileños que construyen los

barcos aprendieron su oficio en forma empírica y este aprendizaje es muy antiguo. Sus obras acabadas

son admirables y uno no puede dejar de preguntarse ¿por qué en nuestro país, en el Estado Amazonas,

siendo de la misma raza, costumbres y hasta familia de estos rionegreros brasileños no hemos

desarrollado la misma técnica que ellos? ¿Cuál es la diferencia? Llega uno rápidamente a la conclusión

de que la culpa es del Estado, de políticas de Estado. Así importemos artesanos brasileños para que nos

enseñen a construir barcos y aprendamos el oficio ¿con qué madera los vamos a construir cuando

tenemos un Ministerio del Ambiente represivo, una ley que no permite en todo el Estado Amazonas cortar

un árbol por ser reserva nacional y unos ambientalistas a ultranza en el poder que prefieren que los

árboles se pudran a autorizar su aprovechamiento. De verdad estamos jodidos y lo lamentable es que el

tiempo no espera y cuando despertemos y nos demos cuenta de la realidad y comencemos a construir

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nuestros barcos de madera para desarrollar la navegación de nuestros ríos, ya Brasil estará construyendo

naves espaciales.

Manaus tiene fama de ser la capital más fea y caótica de Brasil. Aun así no deja uno de

admirarse de la corrección de su gente. De los autobuses respetando las paradas. El chofer no cobra a

sus pasajeros sino que hay una persona especialmente habilitada para esto. La parte negativa que vi fue

la deposición de aguas negras. Estas prácticamente corren por las calles y en el puerto corren libremente

polucionando el ambiente. Si los agarra el cólera, adiós Manaus.

Otro consejo a los viajeros: lleven sus monedas en dólares. En la frontera no hay problemas

de cambio con los bolívares, pero en Manaus solamente el Banco do Brasil los cambia, pero estaba de

huelga. Para poder salir de Manaus vía Boa Vista tuve que rematar mi cámara fotográfica y mi reloj a un

brasileño aprovechador. Estábamos ya dispuestos a pedir cola en la transamazónica, donde pasa un

carro cada medio día y (después nos enteramos) los carros hacen caravanas y van armados ante los

asaltos y hasta flechados de indios ha habido. La carretera transamazónica es un túnel en la selva

Amazónica. El trayecto Manaus – Boa Vista es de 820 kms. de carretera de tierra y se hace en 28 horas.

A los lados donde termina la selva y comienza la sabana, hay facendas con ganado y pasto y no es raro

ver energía eléctrica, parabólica de televisión y teléfonos.

Después de Boa Vista la carretera continúa hasta Santa Elena de Uairen en un trayecto de 200

kms. de tierra. De golpe nos encontramos en Venezuela de nuevo. La aventura terminó, aunque el

camino apenas comienza.

Post Data: Después de 20 años de este recorrido la situación ha empeorado. Nuestro Estado está bajo

una dictadura militar. Las alcabalas y por lo tanto la matraca de la guardia nacional se han incrementado.

Nuestro ejército hasta ha acabado pueblos, como el de Santa Rosa de Amanadona, donde instalaron una

alcabala y los soldados tenían que asaltar a los viajeros para poder comer, de lo abandonado y

desesperados que estaban. Por el contrario, del lado brasilero se ve desarrollo, con un fuerte como el de

Cocuy tiene controlada toda la frontera con Venezuela por ese lado y no matraquean a nadie. Las

alcabalas no existen, porque saben que ese es un instrumento de la edad media, precisamente para

matraquear. Aquí, nuestro ejército constituye, por el contrario un factor de atraso de nuestro País.

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EL SON SE FUE DE LA ISLA

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EL SON SE FUE DE LA ISLA

Con mi adarza al hombro nuevamente me fui por el mundo en busca de los molinos de viento.

Esta vez decidí ir a Cuba. La isla caribeña de conquistas coloniales y neocoloniales, de piratas y

bucaneros, de revoluciones y que en la actualidad necesita una contrarrevolución. Verdaderamente la

necesita, pues Cuba me decepcionó. Y los que una vez tuvimos nuestra fibra revolucionaria, hoy no nos

queda sino darle gracias a Dios porque no tomamos el poder en los años 60 en Venezuela para de esa

manera no poner la torta que pusieron los cubanos. Especifico: el régimen cubano.

Los que viajamos, como 300 universitarios de toda Latinoamérica, nos quedamos pasmados

ante la grave crisis en todos, pero en todos los órdenes por la atraviesa ese país. Todos, sin excepción,

regresamos reconvertidos en adecos, copeyanos o masistas, partidos con los cuales, sinceramente, se

vive mejor. El “gran logro” de la revolución cubana ha sido hambrear al pueblo y sobre todo mezquinarle

sus libertades que es lo más preciado en el ser humano. El pueblo cubano ya no ríe, no es alegre y no

canta, porque con esta crisis “el son sí se fue de Cuba”.

¡Qué lástima me ha causado el pueblo cubano! ¡Cómo es posible llegar a tales extremos! Y

todo por un régimen dictatorial, senil, caduco y desfasado en la historia de la humanidad, porque ni los

rusos quieren ya el marxismo. ¿Treinta años no bastan? Desde esa perspectiva admiro más a Pinochet

que a Fidel Castro. En la mitad de ese lapso de tiempo, sacó a Chile de la crisis económica, hasta llevarlo

hoy a una economía en ascenso. Paralelamente a esto, le dio elecciones libres y se retiró del poder.

¡Bravo! Además ¿cuántos muertos costó la dictadura de Pinochet? Alrededor de 4 ó 5 mil. Fidel Castro,

por el contrario, se acostumbró a vivir de los rusos y en la actualidad el país es un desastre. Y si nos

ponemos a contar los muertos de la revolución cubana, nada más en Angola murieron 17.000 jóvenes

isleños, los cuales hay que anotarlos en el libro de la historia negra de ese dictador paranoico.

Cuba siempre ha ido a la zaga de los demás países Latinoamericanos, en cuanto a

independencia se refiere; y en la actualidad necesita otra. No es posible que quede como vitrina de lo que

fue un país comunista. El comunismo fracasó. ¡Muera el comunismo! Lo mató la falta de libertad. Al

hombre se le puede dar comida, ropa, bienes materiales, pero sin libertad no progresa. Eso al menos

tenía Rusia. Pero Cuba no tiene, ni ropa, ni bienes materiales, ni libertad. ¡Un desastre! No estoy

defendiendo al capitalismo. Para mi gusto, ninguno de los dos. Me gusta el socialismo al estilo Mitterrand,

en Francia, por ejemplo. El griego degeneró.

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La forma de ver el progreso social y económico de los pueblos, de acuerdo a los regímenes

políticos, sería el siguiente: en el comunismo se avanza o se atrasa en bloque, con mucho lastre por

cargar, pues los sectores más avanzados de la sociedad, que son sus dirigentes, quieren llevar al hombro

todo el peso de las responsabilidades, a todo el conjunto, sin dejar a nadie por el camino. En nombre de

los demás cargan, además, con las riquezas de un país y que para repartirlas mejor. Hasta ahora no he

visto en ningún país comunista del mundo tal acción, para justificar su capitalismo de estado. En el

capitalismo hay una sociedad de avanzada, una media y otra retrasada. Es una sociedad muy competitiva

e inhumana. El socialismo es una simbiosis de las dos anteriores. Una pregunta: ¿por qué cayó el

comunismo y no el catolicismo? Esta es la organización más perfecta que ha creado la humanidad. Tiene

todo lo que debe tener una organización que se precie de serlo. Tiene un grupo de avanzada, los

jesuitas, los cuales son como exploradores de un orden o mundo cambiante. Tienen el grueso del grupo

que es la inmensa y masificada mayoría. Y también tienen - ¿por qué no? – un grupo retrasado, que es

mínimo. Así deben ser también los modelos de sociedades.

Me gustaría que los venezolanos que sean todavía “cabeza caliente” se dieran un paseíto por

Cuba. El gobierno colombiano debería – como una fórmula de acabar con las guerrillas – regalarle un

boleto de avión ida y vuelta a Cuba a cada guerrillero. Estoy seguro que cuando regresen, ya no serían

más comunistas y continuarían la lucha con una nueva ideología para construir un nuevo tipo de

sociedad. Verían al famoso “Museo de la Revolución”, sin público, sin objetos que mostrar, en ningún fin

de semana, con sus guardianes – casi todas mujeres mayores – bostezando y dormitando en sus sillas

con hambre y sueño. Verían en la Habana Vieja la miseria de un pueblo, con sus grandes colas para

entrar a un restaurant de pésima calidad, donde la comida es como para cochinos. Los basureros están

en las calles, llenos de moscas con niños alrededor. Hay arrebatadores de carteras y chulos al igual que

cualquier ciudad capitalista.

En la ciudad – bonita, pero destartalada – hay un eterno olor a mierda porque ciertas cloacas

corren por las calles libremente. No se consiguen periódicos, porque el Gramma dura diez minutos en los

kioscos. Hay una zona residencial llamada Miramar, con sus quintas, avenidas amplias, árboles y muy

limpia. Pero es para los extranjeros.

Cuando encontramos a tres cubanos siempre hablan bien del régimen. Pero al marcharse dos,

el otro dice:

- Todo es mentira, esto es una ñoña.

Lo que pasa es que de cada dos cubanos, uno vigila al otro. Todo lo poco regular que existe en

Cuba es para el turista. Los hoteles, los balnearios, las tiendas, absolutamente todo. El turista es

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privilegiado a costa de la esclavitud del pueblo, el cual no tiene acceso a estos bienes. La máxima

aspiración de un cubano es ser mesonero en un restaurant para turistas, para que le den propinas, a

pesar de contar con educación universitaria. ¡Vaya generación que está creando Fidel Castro! Al turista

le caen los cubanos como moscas, para pedirle dinero o cambiarle dólares. ¿Para qué dólares? – se

pregunta uno. ¿Por qué cuando encuentran a un ciudadano con un dólar va preso? Pues bien, es para

reunir, juntar una cantidad suficiente, para luego pedirle el favor al mismo turista para que le compre

algún pantalón o camisa en tiendas de turistas. No tienen ropa u otros bienes a causa del racionamiento.

No existen pinturas de uñas o de labios para las mujeres. Les venden 4 pantaletas para 2 años. Dos

pares de zapatos para un año, dos mudas de ropas para un año y todo por el mismo estilo. Para comprar

la comida son colas y más colas. Un bistec no se consigue en toda la isla, a pesar que le exportó vacas a

Venezuela. A pesar de que a Angola llegaron barcos cubanos cargados de alimentos con la leyenda: “Lo

que sobró de la Reforma Agraria de Cuba”. ¡Qué ironía e indolencia!

Conste que esto no es ni la mitad de lo podría contar y algunos en este punto me dirían que

cuente los logros de la revolución. Lo voy a hacer: todo el mundo sabe leer. Un punto. Son innegables e

ineludibles los grandes adelantos médicos que poseen en la isla. Es un pueblo con muchos hospitales,

pero que sin comida, se convierten en cementerios. Dos puntos. En deportes están muy bien, porque el

deportista no trabaja, es mantenido por el Estado que financia todo. Tres puntos.

Después de haber pasado una semana en Cuba y sacar el balance, para mí es negativo.

Adoro la libertad de nuestro país. ¿Libertad para qué? Pues al menos para hablar o escribir pendejadas

de quien sea. Quiero que el pueblo cubano y todos los pueblos del mundo gocen de esa libertad. El

pueblo cubano se la merece porque es un pueblo noble, generoso, alegre y emprendedor. Si no me

quieren creer, pregúntenselo a los Cisneros o a Orlando Castro.

¡Ya basta Fidel Castro de tiranizar un pueblo! En mi gira sólo he encontrado a una persona que

defiende al régimen con convicción: un viejo de 70 años, vendedor de periódicos. Habla con orgullo de

Fidel Castro y su revolución. Lo invito a venir a Venezuela. Me dice que no ha salido ni saldrá de su país.

Es la esperanza de los muertos, la convicción de los sin retorno. ¿Y los otros muertos Fidel? ¿Los que

costó tu revolución? Cambia Fidel, antes que esos muertos se levanten de sus tumbas ante una

invocación Dostoieskiana y te borren de la faz de la tierra.

La historia no te absolverá.

Al despedirme de Cuba, ya no digo como antes, en los años 60: “¡Viva Fidel Castro, carajo!”.

Digo lo contrario, pero sigo diciendo: “¡Viva Cuba, no joda!”. Porque creo en el pueblo cubano.

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Post Data: Este viaje fue en 1991. ¿Quién iba a pensar que a 23 años se presentaría lo mismo en

Venezuela? ¡Ironías de la Historia!

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POR LAS SENDAS DE ZAPATA

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POR LAS SENDAS DE ZAPATA

Cansado de estar quieto, decidí de nuevo tomar mi adarza al hombro para viajar por el mundo

en busca de los molinos de viento. Esta vez agarré camino deW ¡México! la tierra azteca de la raza de

bronce, forjada en el horno más puro del heroísmo y de la grandeza humana. Si no fuera venezolano me

hubiese gustado ser mexicano. Fue mi respuesta a un charro que me dijo ser admirador de Argelia y su

revolución y, por lo tanto, le hubiese gustado ser argelino de no haber nacido en la patria de Mario

Moreno “Cantinflas”. No es un trabalenguas. Los Latinoamericanos no tenemos mucho que escoger y

simplemente debemos ser nosotros mismos. Creer en nosotros. No hay otra alternativa: la búsqueda del

Hombre Universal debe circunscribirse a Hispanoamérica, en concordancia con Vasconcelos.

México está en crisis económica, la cual obviamente conlleva a otras crisis. Venezuela

también lo está, al igual que los demás países Latinoamericano. Por lo tanto, hay problemas comunes y

se puede intuir que las soluciones también pueden ser comunes.

¡Qué gran país es México! Con razón dicen ellos que como México no hay dos. Y no los debe

haber, si nos referimos a las luchas del pueblo mexicano desde sus orígenes prehispánicos hasta

nuestros días. Orgullosos se sienten ellos de sus antepasados Aztecas, pueblo de grandes hombres

portadores de una inmensa cultura, la cual deja aún hoy día maravillado al extranjero que los visita. Por

cada rincón de la tierra mexicana se palpa la creatividad del hombre tanto en las artes como en la ciencia.

El México actual rinde culto a sus antepasados Aztecas porque supieron ser grandes. Y a los

grandes hay que respetarlos, admirarlos y quererlos. Los Aztecas legaron a los mexicanos de hoy la base

de su cultura y el orgullo de la nacionalidad, elementos indispensables para proyectarse en el futuro con

la confianza necesaria en el devenir de cualquier pueblo que se respete a sí mismo. Después vinieron los

españoles con la conquista y destrucción del imperio Azteca. ¡Qué bárbaros fueron los peninsulares! Pero

los Aztecas no murieron. Se levantaron de sus cenizas cual Ave Fénix y reconquistaron su independencia

al igual que los demás pueblos de América. Y al igual que éstos, sufrieron dictaduras y gobiernos

despóticos. Son los dolores del parto de juventud, magníficamente representado por Siqueiros en su

mural “La Nueva Democracia”

También sufrió invasiones. Una de los “vampiros” yanquis que podaron a la tierra de Juan

Rulfo de la mitad de su territorio (más de dos millones de kilómetros cuadrados). La otra vino del otro lado

del mar. Los franceses en su sueño imperialista quisieron conquistar a México. Pero México luchó como

un solo hombre, se llenó de gloria y venció. Después vino la revolución mexicana, una de las gestas más

gloriosas que se han visto en el mundo. Las clases desposeídas se sublevaron, lucharon, murieron y

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vencieron. Una vez más México se levantó de sus cenizas, miró hacia arriba y alzó vuelo hacia el infinito.

Sí. México siempre ve hacia arriba. Y si tiene que morir será de cara al sol, como sus antepasados y

nunca de rodillas, porque ese no es su estilo. Por eso tengo confianza en México, en Venezuela y en

toda Latinoamérica, porque esa es mi patria.

Después de este breve reencuentro con México y si historia, me despido de su gente

orgullosa, bravía, indomable, alegre. Nos despedimos al estilo mexicano, como debe ser, claro está, con

canciones: “México lindo y querido”. La única parte del mundo donde ser indio es un orgullo. Y para

muestra ahí están los zapatistas. Por eso me sentí bien. Al final no podemos contener nuestra emoción

de sentirnos hermanos y me gritan con fiereza y rebeldía:

- ¡Viva Venezuela, Jíjole de la chingada!

Yo les respondo de igual manera:

- ¡Viva México, carajo!

A la mañana siguiente, desde el avión, veo el sol alumbrando el valle de la antigua

Tenochtitlán. El mismo sol que alumbró a Cuautemoc y a Moctezuma; a Morelos y a Benito Juárez; a

Pancho Villa y a Emiliano Zapata; a Diego Rivera y a Siqueiros. Allá a lo lejos se despiertan perezosos la

pareja mítica de enamorados eternos: el Popocatepelt y el Iztaccihualt. Amor que se revive con cada día

que amanece. Amor que existe en cada mexicano, en cada venezolano, en cada latinoamericano. Ese

amor que nos da valor para seguir adelante hasta la eternidad.

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ME QUEDO CON MI AMÉRICA,

LA DE LOS BRAZOS MORENOS

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ME QUEDO CON MI AMÉRICA,

LA DE LOS BRAZOS MORENOS

Nuevamente con mi adarza al lomo me dispuse a viajar por el mundo en busca de los molinos

de viento. Esta vez piqué caucho para la añeja Europa, tratando de desenredar mis contradicciones

incipientes a raíz de la “Guerra de Las Malvinas”. Estaba preparado para este viaje desde hacía bastante

tiempo. Y mi ánimo era otro, derivado de mi educación, que tiene algo de europea, pues allí estudié y

aprendí a conocerla y hasta a quererla en mis tres años de estadía. Tenía que venir la guerra para

golpearnos rudamente y volvernos a una realidad que los Latinoamericanos nos negábamos a reconocer:

no existe un solo imperialismo (el norteamericano) como antes creíamos. Existen varios y al fin y al cabo

están interconectados como vasos comunicantes. Antes pensábamos que los europeos tenían sus

intereses solamente en África y Asia, sus cotos de caza, y que nos dejaban a nosotros bajo la égida y

dominio de los norteamericanos. Ya comprobamos que no es así. Y ha sido necesaria la guerra para

corroborar, una vez más, que el imperialismo no tiene ni nombre ni nación. Si la guerra tiene algo de

positivo, ésta al menos ha servido para darnos cuenta que los Latinoamericanos vivíamos de espaldas los

unos a los otros, ignorándonos mutuamente, muchas veces tratando de parecernos más a europeos o

yanquis que a latinos.

Con todos estos pensamientos y predispuestos hacia los europeos, con temple y alma de

hielo me fui a su continente. Ellos dicen que los latinos – y sobre todo los de América – somos muy

emotivos y olvidamos fácilmente. Quizás tenga algo de razón esta vieja Europa que se cansó de pelear

entre ellos y ahora busca pelea afuera y con contendores débiles. Ellos están acostumbrados a la guerra

y nosotros no. Se asombran los ingleses que los Latinoamericanos somos valientes. ¿Es que acaso la

valentía es un privilegio de la raza anglosajona?

Durante mi estadía seguía las acciones por medio de la prensa. Realmente, uno no puede

divertirse bien cuando tiene remordimientos de conciencia. Y, en ese momento, el mío era el

desconocimiento de los países situados al sur de Venezuela, salvo la honrosa excepción de Cazuarito

(Vichada, Colombia). No me refiero al desconocimiento de la geografía y la historia, la cual, como buen

Latinoamericano, conozco bien. Me refiero a la vivencia, pues los viajes mágicos que he realizado los he

hecho a Norteamérica y Europa.

Yo también – como buen latino – he olvidado mi continente. Pero para rectificar nunca es

tarde, porque la realidad no se puede ocultar jamás. Aproveché mi estadía en Europa para hablar con los

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europeos sobre Latinoamérica. Y me di cuenta – una vez más – que simplemente nos ignoran. Para ellos

somos unos indios pata en el suelo. O sea, latinoamericanos. Creo que escogí bien al venirme a mi país.

Tuve la oportunidad de quedarme a vivir en Europa y me tentaba mucho la idea. Ponía los pros y los

contras en la balanza y al final decidí: Mi País. Entre los argumentos de peso, fue decisivo el hecho de

haber nacido en un país pobre y débil, si lo comparamos con las superpotencias ricas y fuertes. Al hacer

esta comparación inevitable, no podía dejar de sentir esa lástima, mezclada con amor, de algo que nos

duele, como es en este caso nuestro país. Venezuela había hecho un esfuerzo para enviarme a

especializar al extranjero. No podía ser tan desagradecido. Mi deducción fue: si mi país no me necesita,

no importa, de todos modos regreso. Eso es lo que se llama morir en la raya. Es esa decisión quijotesca

que responde a nuestro instinto natural de estar de parte del más débil. En el supuesto caso que me

hubiese quedado en este momento fuese un ciudadano inglés. ¡Claro!: un inglés a medias, ciudadano de

segunda o tercera categoría. Había dos elementos que tomaba muy en cuenta en mi análisis: la

mentalidad y la raza, porque yo soy latinoamericano.

Muchos venezolanos del Programa de Becas Gran Mariscal de Ayacucho se quedaron, sobre

todo los que iban a nivel de pre – grado. A nivel de post – grado casi nadie se quedó, pues a esa edad la

escala de valores es diferente.

Europa es un continente muy bonito y culto, pero nada más. Nosotros, como latinos, tenemos

nuestra propia identidad. Convencernos que nada tenemos que ver con esos conceptos inventados de

países del Norte o Sur; Este – Oeste; primer, segundo o tercer mundo. Nosotros somos Latinoamericanos

y punto. Pensando en el futuro de nuestro continente, me despedí de la vieja Europa, no emocionado

como en otros tiempos. El encanto se rompió en algún momento debido a esa fatal “Guerra de Las

Malvinas”. En el horizonte, por donde se pone el sol, me esperaba mi patria latinoamericana, la cual me

extendía sus brazos morenos -¡como yo!- para recibirme.

Mis próximos viajes imaginarios serán hacia sus recónditos e ignotos parajes. Aunque voy con un

poco de retardo a esta cita. Sin embargo voy con la alegría del que se reencuentra a sí mismo.

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EL ESPECTADOR

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EL ESPECTADOR

- Papá, me voy.

- Como quieras, hijo.

Curumí todavía recordaba el diálogo sostenido con su progenitor en la espesura del bosque

mientras cortaba chiqui-chiqui. Ahora se encontraba acostado sobre la blanca arena de una playa a la

orilla del río Atabapo, con las manos bajo la nuca en forma de almohada. Contemplaba el límpido cielo

azul de la media mañana. En lo alto una gaviota lanzaba sus chillidos parecidos a carcajadas

sarcásticas, en clara burla de las desgracias humanas.

- ¿Y hacia dónde vas? ¿se puede saber?

- No lo sé. Quiero saber más del mundo y hacia él voy.

- PeroW ¿y en qué te vas? No tenemos más que una curiara.

- No importa. Me iré a la playa y al primer navegante que pase le pediré que me lleve; no importa

para donde sea. Al fin y al cabo ya estoy cansado de este monte y no conozco más que sus

árboles, animales, parientes y ríos. Si me llevan aguas arriba o abajo es lo mismo.

- Comprendo hijo. A pesar de tus doce años ya te ves inquieto y este mundo con estas selvas no

son para ti. Yo hice lo mismo en mis tiempos y lo haría ahora mismo otra vez y me iría contigo.

Pero ahora estoy viejo y además tengo que responder por tus hermanos menores. Los tiempos

cambian y los hombres con él. Te bendigo y adiós.

Este diálogo aún presente en su mente había sido el día anterior. Todavía sentía dentro de sí

ese hondo pesar causado por la separación, aunque las lágrimas ya se habían secado. Allí, en

aquella playa solitaria, en la cual ya había pasado una noche, sentía hambre y temor ante un

presente incierto y un futuro sombrío. Siempre, desde que tuvo uso de razón, su mundo había sido el

del machete y del conuco. Su única diversión – si podía considerarse tal – era pescar en el río en

busca del sustento diario siempre al lado de su padre. Su existencia era precaria. Cuando creció

más, se fue con su padre a cortar fibras de chiqui-chiqui en el corazón de la selva.

Era su segunda temporada como cortador de fibras, una tarea ardua y agotadora, de sol a sol,

la cual dejaba como dividendos las deudas acumuladas de la temporada precedente. “¿Cómo será el

resto del mundo?” – se había preguntado muchas veces. Deseaba conocerlo y recorrerlo. No podía

ser peor que el de su mísera existencia. Intuía que la totalidad del mundo era mucho más que su

ranchería en las orillas del río Guainía. Había observado los barcos y curiaras que navegaban hacia

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lejanos rumbos. “¿Hacia dónde irán? ¿Quién es el que viaja? ¿Los barcos? ¿El Río? ¿O ambos?”-

se preguntaba constantemente.

¡Un ruido de motor!... ¡Ahí podía estar su salvación! Prendió un fogón y cuando la embarcación

pasó casi al frente de él, le gritó frenéticamente e hizo gestos para que arrimara. Atracó el motor con

su cargamento de chiqui-chiqui.

- ¿Qué haces ahí muchacho?

- Estoy pidiendo pasaje. ¿Me llevas? No tengo con qué pagarte. Pero te puedo ayudar a descargar

el barco cuando llegues a tu destino.

- Está bien. Embárcate que voy para San Fernando de Atabapo. No te puedes quedar solo en

medio de esta playa. Es peligroso andar solo por estos montes. Y más siendo un niño como tú.

Curumí estaba distraído sobre su banco de clases. Por eso lo

sorprendió la pregunta:

- ¿De qué forma es el mundo, Curumí?

- ¡Redondo, maestro! – contestó, sorprendido.

- ¿Cuántos continentes hay?

- Son cinco, maestro: América, África, Asia, Europa y Oceanía.

- Muy bien Curumí. En un año ya has aprendido bastante y por lo tanto es justo que pases al

segundo grado. Ya sabes leer y escribir satisfactoriamente.

“Un año” – pensó CurumíW Ahora recordaba cómo llegó a San Fernando de Atabapo. Una

comunidad como la suya, pero multiplicada por cien. Como no tenía donde ir se quedó a dormir

sobre una laja del río. Ahí lo había despertado en la mañana una algarabía que al principio – medio

dormido todavía – confundió con una bandada de loros. Cuando se despertó completamente se vio

rodeado por un grupo de niños más o menos de su edad.

- ¿Qué haces aquí, hijo? – le preguntó una voz proveniente de un señor vestido con una larga

bata y con una barba canosa y abundante. Y como aún estaba acostado, miró esta aparición como la

de un ser sobrenatural, cuyo marco era el cielo azul y el naciente sol brillante. Creyó estar soñando,

sin embargo respondió:

- Duermo aquí porque no tengo adonde ir.

- ¿Y de dónde vienes? ¿Y tus padres?

- Vengo de arriba. Y ellos se quedaron allá.

- Bien. Ahora ven con nosotros. Yo soy el padre José.

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No fue difícil para Curumí adaptarse al internado. Había visto y vivido cosas peores. Entró a la

escuela primaria, la cual tampoco le pareció difícil: quería aprender. La vida del internado se resumía

entre el trabajo y el estudio. En las mañanas eran las horas de estudio y en las tardes las de trabajo.

Era una vida espartana, pero llevadera al fin y al cabo. Se debía contribuir con la manutención del

asilo y el padre proveía a cada alumno con anzuelo y guaral para pescar en el río. Curumí era, como

buen aprendiz de pusanero, el mejor pescador. Asimismo se trabajaba en la huerta y el conuco de

los curas, para la manutención y venta: peor era cortar chiqui-chiqui en el monte. Las diversiones

diarias la constituían los baños matinales en el río y mucho deporte. Eso sí era nuevo: el mundo

debe tener cosas más interesantes aún. Todos los días había misa y la del domingo era la más

importante: venían a rezar también las muchachas del asilo de monjas de al lado y era una buena

ocasión de verlasW aunque sea de lejos: el amor deberá ser lo más afrodisíaco del hombre. Debe

serW

Pronto Curumí se destacó entre sus demás compañeros, tanto en el trabajo como en los

estudios.

- ¡Hola abuelo! ¿Qué haces en Puerto Ayacucho? - grito

Curumí.

- Nos hemos venido todos de la comunidad. Ya no podíamos vivir entre tanta miseria. Tus padres

y hermanos también están aquí. Te hemos estado buscando. – le dijo eufórico, llorando de alegría, el

abuelo.

- ¡Que´ gran alegría volverlos a ver! ¡Vamos! –apresuró el encuentro.

De este reencuentro casual Curumí guardaría un perenne recuerdo. La vista de su familia lo

gratificó de tal manera, que sus penas se olvidaron. Su papá lo bendijo y le dijo:

- Ya estás hecho un hombre. Te anduvimos buscando. ¿Dónde estabas? En San Fernando de

Atabapo nos dijeron que estabas en Puerto Ayacucho. Y aquí nos tienes.

- Es largo de contar papá. Pero vamos a casa para contarte.

Esa noche, alrededor del fogón, dispuestos a comer el pescado que se asaba en la parrilla de

madera, Curumí comenzó a contar lo ya conocido de esta historia y siguió: “Estuve dos años en San

Fernando de Atabapo estudiando interno donde los curas. El pueblo se me hizo pequeño y decidí

venirme a Puerto Ayacucho. Aquí he estudiado y he sacado el sexto grado. Conseguí una beca para

continuar estudios en Apure. Mañana me voy y así es que, de nuevo, te digo adiós papá, me voy y

bendígame”.

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- Te bendigo hijo mío. Sabes que no puedo detenerte aunque quisiera. Eres joven, buscas algo

en la vida, pero dime: ¿Hasta dónde piensas llegar? – le preguntó ante su familia.

- No lo sé. Solamente pienso en salir de aquí. Ver y conocer más el mundo – le dijo antes de

despedirse.

Curumí lanzó un grito inhumano al sentir el choque

eléctrico sobre sus genitales, al tiempo que su cuerpo se estremecía en espasmos de dolor. Perdió

el conocimiento y como flotando en una nebulosa, oía voces y gritos que lo insultaban. Cuando se

despertó estaba rodeado por sus torturadores.

- Ya se está despertando ese coño e´madre – dijo uno, con rabia.

- Dinos gran carajo, ¿dónde están los otros? ¿Quiénes son? Te vamos a matar si no cantas –

dijo otro

- Dinos dónde están los otros y te soltaremos. Tu compañero ya cantó lo que sabía. Ahora te toca

a ti – afirmó el primero.

Curumí callaba tercamente.

- Por última vez, ¿vas a cantar? – preguntó el otro.

- NoW - dijo Curumí con el último hálito de vida.

Enseguida Curumí sintió su carne lacerada por una peinilla y luego siguieron otras sobre su

cuerpo inerte. Una patada en la cabeza lo hizo, de nuevo, perder el conocimiento.

Cuando despertó estaba tirado boca abajo en una celda. No sabía cuánto tiempo había

trascurrido. Todo era oscuridad. Quiso moverse, pero todo el cuerpo le dolía y quiso quedarse como

estaba. Entró en trance de vigilia y empezó a ver – como en una película – su vida pasada. Sus

orígenes perdidos allá en una choza del Guainía venezolano. Vio claramente cómo lo había atrapado

la fiebre de las ideas revolucionarias de aquellos años de la Venezuela convulsionada. Se vio y

percibió con su uniforme de liceo repartiendo la propaganda contraria al gobierno y el llamado a la

rebelión. A fuerza de trabajo y constancia fue escalando posiciones, peldaño a peldaño, dentro de la

pirámide revolucionaria. Se le asignaron tareas cada vez más importantes hasta ser el contacto entre

la organización política y el aparato militar que luchaba con las armas en las montañas y sabanas

venezolanas. Él también había decidido tomar las armas y en vísperas de tomar el fusil lo agarraron.

Sin duda fue una delación, la cual ya era un cáncer en las filas de las fuerzas liberadoras.

- ¿Y ahora qué coño voy hacer? – se oyó preguntarse a sí mismo.

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El tableteo de la ametralladora rasgó el silencio de la

noche. Curumí, al igual que sus otros compañeros, corrían hacia arriba del empinado, oscuro y

resbaloso cerro caraqueño de “El Guarataro”, perseguido por las balas. Dio media vuelta y

respondió con dos tiros de revólver al desigual combate. No era la primera vez que se batía con la

policía del régimen. Dos cuadras más arriba estarían apostados más compañeros, los cuales,

ametralladora en mano, se encargarían de sus perseguidores y les cubrirían la retirada. El sudor

corría por su frente y la respiración se le entrecortaba. El corazón latía fuerte y pugnaba por salirse

de su pecho. No era miedo lo que sentía. Otras veces ya había desafiado la muerte en acciones

temerarias. Era el esfuerzo físico que hacía para poder escapar de sus acosadores. Éstos estarían

tan cansados o quizás más que él. Esta idea lo reconfortó. En esos instantes llegaban en su carrera

contra la muerte al sitio donde estaban apostados sus compañeros. Dio el santo y seña previsto y

gritó:

-¡Nos persigue la policía! ¡Protéjannos!

Curumí siguió corriendo y en ese instante oyó el repiqueteo mortal de las armas, como un

concierto salido del mismo infierno.

Media hora después estaba en su rancho, en la parte alta del cerro, junto con su mujer y su

pequeño hijo. No quiso despertarlos y se recostó en el único sillón existente en la pieza. Recordó

cómo la había conocido. Fue en las playas del litoral guaireño, frente al azul y tibio Mar Caribe. Era

un fin de semana con un sol esplendoroso. Había bajado a Macuto para conocer el mar.

En esos tiempos había llegado a Caracas después de pasar tres años en la cárcel de Apure,

de donde se escapó. Debido a la dura condición de la represión y búsqueda, agarró rumbo hacia su

tierra amazonense. Atravesó a pies llanos, ríos y montañas, caminando de noche y escondiéndose y

durmiendo de día. Se apareció en su casa de Puerto Ayacucho, donde nadie lo esperaba, una noche

después de caminar durante 10 días. Sus condiciones físicas eran tan deplorables que su mamá

lloraba mientras le sacaba las espinas y los gusanos que habían invadido su cuerpo, reclamándolo

como habitación. Al recuperarse se fue a Caracas. La capital lo deslumbró y el mar lo maravilló. Allí

se dio cuenta que había encontrado algo de lo que buscaba. Comprendió que los ríos iban a dar al

mar; que la dinámica que mueve a los ríos tiene un paralelismo con la que mueve a los hombres en

su lucha por la vida. Lo había leído en un poema de los tantos libros que leyó en la cárcel: “Nuestras

vidas son los ríos que van a dar al mar que es el morir”W

Tenía tres años en Caracas procedente de los años apureños donde había caído preso y había

sido torturado por la policía del régimen. Lo habían cambiado de sitio porque en los llanos ya estaba

“quemao”, lo cual quería decir que ya era demasiado conocido por la policía local por sus actividades

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revolucionarias. Se adaptó rápidamente a la gran ciudad. Se incorporó a las guerrillas urbanas en

primera fila. Era un soldado revolucionario probado en múltiples combates. Paralelamente a esta

lucha había cultivado su preparación intelectual. La literatura y el pensamiento revolucionario

llenaban su mundo y le daba fuerza para continuar adelante. Sí. El continuaría adelante hasta el

final, porque era un hombre de principios. Consultó su reloj y vio que ya eran las tres de la mañana.

Antes de acostarse escribió un escueto informe que entregaría al día siguiente a sus superiores:

“Como lo teníamos previsto, la sede del partido de los revisionista fue incendiada. Al terminar

la acción, fuimos sorprendidos por una patrulla de la policía la cual nos tomó por sospechosos. Nos

dieron la voz de alto y corrimos hacia la brigada encargada de cubrirnos la retirada. Ésta entró en

acción y nos retiramos. Misión cumplida.

Firma

“Comandante Pablo”

Luego se durmió.

El avión sobrevolaba en semicírculo los raudales del

Orinoco. Ya estaba llegando al aeropuerto de Puerto Ayacucho. Curumí, con la cara pegada a la

ventanilla transparente, los observaba fijamente. ¡Cuánto tiempo había tardado en regresarW!

Quince años no eran nada, al fin y a al cabo.

Ahora, al reencuentro con su tierra, con sus ríos y montañas de donde había salido, sus viejas

heridas tanto del alma como del cuerpo se aliviaban momentáneamente. Habían sido heridas

recibidas en el duro recorrido tanto físico como intelectual. La última, la más reciente y dolorosa,

había sido su pelea y posterior separación de su organización revolucionaria. Individuos advenedizos

lo habían acusado de ser violento, de entorpecer la buena marcha del comino revolucionario y otros

epítetos. ¡A él! Que había crecido al calor de la lucha, ahora lo insultaban, después que hizo el

trabajo que otros no quisieron o no se atrevieron hacer. ¡Cobardes! Su partido venía cambiando

desde hacía tiempo y ya los hombres de acero de antaño, se convertían en hombres de barro.

Hombres como él sobraban. Tampoco quiso combatir en el extranjero, donde se fraguaban otras

revoluciones.

Era otro y lo sentía dentro de sí.

Su problema primigenio estaba resuelto, en parte:

“¿Hacia dónde van los ríos?

Hacia el mar, era la respuesta”.

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Su problema actual era:

“¿Hacia dónde voy yo?”

Aún no tenía esa respuesta, hacia qué mar o puerto iba. Sabía que era difícil encontrar esa

respuesta, la cual debía existir en algún lugar. La había deducido al comparar esa dialéctica

existente entre hombre y río, mar y desconocido, naturaleza y ser humano.

Mientras el avión tomaba tierra se oyó decirse a sí mismo:

- “Mis hijos continuarán. De lo único que estoy seguro es que siempre seré un revolucionario.

Ahora a mi manera. Ahora, antes que actor, soy un espectador ante la vida”.

Post Data: Hay muchos “Curumí” amazonenses. Cada uno es una aventura de la vida diferente.

Seguimos luchando en condiciones adversas al ser marginados por nuestros gobernantes

nacionales y regionales. En el caso presente, “Curumí” murió alcoholizado en Puerto Ayacucho.

¿Decepción? ¿Desespero? ¿Problemas existenciales? A lo mejor todos juntos. De lo que si estoy

seguro es que esta “revolución” actual no es la misma por la cual una vez luchamos. Si viviera, estoy

seguro, estaríamos contra ella. ¡El idealismo nunca muere!

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A KREYLYS ROSSELINI (en sus 15 años)

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A KREYLYS ROSSELINI (en sus 15 años)

SITUACIONES.

I

¿Qué más podría yo desearte

- (¡juventud! ¡inteligencia! ¡hermosura!)

que en tus 15 años no poseas

además de mi ternura?

II

Tu vida se abre a la vida

cual lozana flor tersa y pura

¡disfrútala!¡gózala!¡vívela!

porque ésta no perdura.

III

Vive lo que halla que vivir

buscando siempre la mesura

aprende lo que haya que aprender

y tendrás sólida cultura.

IV

Dale prioridad a la moral

aunada al eterno saber

que aquel que así lo hiciere

debería volver a nacer.

V

Busca y conserva la libertad

entre los dones más preciados

al igual que la felicidad

que en algún lugar están situados.

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VI

Cuando las cosas andan mal

- (nadie anda en busca de tristezas)

¡Qué placer nos da!

poner a prueba el alma

para saber

si tiene resistencia y valor

que cuando más difícil fuere el deber

mayor será la dicha y el honor.

VII

Cada hombre tiene una locura

la mayor de todas es no tener ninguna

mientras estamos viviendo una fortuna

es raro que lo percibamos

solo cuando ya pasó

y volvemos atrás vista y oído

comprendemos

- (¡a veces con sorpresa!) -

¡cuán felices hemos sido!

VIII

Y cuando ya (como yo) en edad madura

- (cuando no se tenga a la muerte por tragedia) -

y domines la cordura

tus hijos te preguntarán:

“el abuelo que te dedicó este poema

¿era de aquí?”

tú les responderás con soltura:

“¡era tan amazonense como yo!

¡mejor dicho: como el mañoco, la catara y el ají!”

Miguel Guape.

Puerto Ayacucho. 14 de agosto de 2010.

Poema inspirado en “Oración Por Todos” de Don Andrés Bello, quien a su vez se inspiró en “Contemplaciones” de Víctor Hugo.

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Este Poema está dedicado a mi hija en sus 15 años porque no tenía dinero para regalarle más nada.

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EL ORINOCO Y EL PLATA

ESTÁN UNIDOS

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EL ORINOCO Y EL PLATA

ESTÁN UNIDOS

¡Increíble, Alfredo! Como buen argentino, hasta en el final fuiste campeón y te moriste primero. Bueno, me tocará ser, una vez más, el subcampeón. Pero es que también te me adelantaste en el deseo de tener el Orinoco como lecho final. Cuando hablábamos del tema nunca te creí ni te acompañé en el deseo de regar tus cenizas en nuestro gran río. Te aseguraba que lo harías en el río de La Plata de tu querida tierra gaucha que, obligado por tragedias de la vida, tuviste que abandonar. Pero lo hiciste y una vez más fuiste campeón. Me tocará ser subcampeón (¡otra vez!).

El destino nos obligó a compartir mi tierra amazónica y el tiempo libre que nos dejaba nuestras obligaciones, lo dedicamos a la bohemia. La guitarra siempre nos acompañó y eran los momentos de entonar las canciones de tu lejana tierra aborigen. En sus recesos aprovechábamos para hablar o debatir puntos de vistas a veces no coincidentes, pero siempre interesantes, acompañados del trago solidario. Entonces venía lo que tú jocosamente llamabas “las cataratas de ideas”. Hablábamos, no de medicina o ingeniería, pero sí de Borges y Cortázar y de Facundo Cabral, Mercedes Sosa, Sandro o Atahualpa Yupanqui, a quienes interpretabas con verdadera maestría. Si no, entonces jugábamos nuestras maratónicas partidas de ajedrez, que con seguridad seguiremos jugando en el infinito, para dirimir este campeonato inconcluso.

Me considero dichoso, porque nunca fui un desplazado de mi país. Tú tuviste que pasar por este calvario y la adversidad siempre la supiste llevar a cuesta hasta el final con dignidad. Tan es así que, si bien en el origen fuiste argentino, al final decidiste ser venezolano y por demás amazonense e indio de mi tierra. Por eso te admiro, porque también viví en el extranjero y he medido cuánto le hace falta a uno el terruño. En Francia conocí a un desplazado boliviano con quién también compartí mucho. Vivía relativamente bien, pero su patria le hacía falta. La última vez que lo vi iba rumbo a su país. Iba a “vivir allí aunque sea preso”, según sus propias palabras.

¿Por qué fuimos tan amigos y compartimos tan bien esta vida en el tiempo que nos conocimos? No lo sé. Pero de lo sí estoy seguro es que si existe otra, allá también seremos amigos. Espérame por allá, que con seguridad también acudiré a esa cita. Y junto con Atahualpa Yupanqui, a pesar de que canto muy mal, entonaremos una vez más el canto protesta sobre “el triste destino de los caballos argentinos”. Y yo, como siempre, te pediré de nuevo: “por favor Alfredo, canta otra vez esa canción sobre los argentinos caballos”, para tu furibunda respuesta y mi risa de regocijo descarado. No te preocupes por el pasaje de ida, porque el Orinoco nos unirá. Y perdona por no haberte creído. Nota: Este es un homenaje de despedida al amigo Alfredo Forti, médico argentino, que aquí vivió en los años 70-80. Murió y sus hijos cumplieron su último deseo de regar sus cenizas en el río Orinoco. Los míos ya tienen también esa decisión coincidente.

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El Camajayero

y otros viajes Imaginarios

de

Miguel Guape

se terminó de

imprimir

de forma artesanal

el 15de marzo de 2014,

para la III Feria de Escritores Amazonenses

y a 179 años del nacimiento de

Marcelino Bueno, el primer

Intelectual de Amazonas,

a quien aún no hemos

superado, porque

el Estado

carece de una imprenta.