el aura de alejandro, fragmentos del blog

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El aura de Alejandro Fragmentos del blog www.alejandroaura.com Marzo 2009

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Publicación realizada por la Secretaría de Cultura del DF a partir de una selección de textos del blog de Alejandro Aura.

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El aurade Alejandro

Fragmentos del blog

www.alejandroaura.comMarzo 2009

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ÍNDICE

Prólogo Milagros Revenga 5El Aura de Alejandro Blog Julio Trujillo 7

Ahí les voy 20feb2007 9El arcano de Moaa 31mar2007 10El mar de los Sargazos 6abr2007 11Un taxista en Madrid 19abr2007 14Cactus 18may2007 16Las manzanas de oro 18may2007 18Marcos Límenes 4jun2007 20El bosque en Marte 22jun2007 22¡Salud! 4jul2007 24Remota Altea 13jul2007 26¡Ah, Grecia! 27jul07 28Bocata y torta 30ago07 30A vista de los dioses 21sep2007 32Sonidos de la ciudad 26sep2007 34La mano 6oct2007 36Una copa de tequila 20oct2007 38Romance de las manos 28oct2007 40Enigmas de poeta 21nov07 42Cecilia 22nov2007 44La vida perdurable 02dic07 45Ensalada César 07dic2007 47Una página importante 11ene2008 49Compromisos del sol 13ene2008 51Aguas con el Zócalo 15feb2008 53

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Biblioteca hablada 26feb2008 55Autorreconstrucción 11mar2008 57Un caballo pasó por la llanura 19mar2008 59El miércoles 20mar2008 61Origen frutal de la tos 19abr2008 63Aparición tardía 25abr2008 65Ahí va la Iglesia 26may08 67A buscar alternativas 9jun2008 69Llegadas y salidas 19jun08 71Mis cosas 22jun2008 72

El lunes (incluye comentarios de los lectores) 14jul2008 73Epílogo de los lectores 76

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Prólogo

Alejandro escribió en su blog (29abr08): “Y perdonen ustedes que hable de esto y que lo hable así, pero es que desde hace rato estaba pensando que en realidad para dos cosas era este blog, para mante-ner la noticia de la progresión de las batallas con el cáncer y para publicar mis poemas. De lo último no hay problema porque todavía queda mucho material para seguir hasta que se dirima la cuestión, y si se me acabara, manco estoy yo para no ponerme a escribir todos los días el que corresponda, que al cabo un sonetillo, teniendo el pri-mer endecasílabo, se va como la chispa en las luces de bengala.”

Para eso lo escribió, y yo he procurado que esta antología sea un resumen de todas esas intenciones. Primero, me dije, que al me-nos haya un texto de cada mes, luego que uno de cada tema; que no se quede atrás ni el humor, ni el entusiasmo, ni la disciplina, ni los sueños, ninguno de los hilos con los que Alejandro tejió este blog.

Cuando ya estaba todo el plan muy bien armado, y mientras releía el blog con muchísima tenacidad, oí dentro de mí una voz que, con la misma sutileza y puntería que Alejandro ponía a sus comen-tarios, me sugería “y si le das un poco de flexibilidad a tu entramado cartesiano. Quiero decir que si no están todos los meses o todos los temas no importa, mejor escucha a los textos y si alguno defiende su posición déjale que la ocupe, aunque se repita, y si de un mes nos salió nada, pues tampoco importa” y así fui armando esta antología, dando paso especialmente a aquellos que me emocionaron.

Para Alejandro cada día que podía escribir en el blog era un día ganado:

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Se han de acordar de Scherezada, que condenada por Harún al-

Raschid al-Kancer a una muerte inevitable, alarga su vida en plazos

tan cortos como día a día, y cuando menos se da cuenta mil y una

noches ha llenado con sus palabras que evitan la ejecución de la sen-

tencia”, (18may2007).

Para mí su blog, además de darme la certeza de que esos años de mi vida no fueron un sueño, me hace descubrir en cada relectu-ra nuevos matices, nuevas realidades, formularme preguntas sobre Alejandro y, cada día, me voy enamorando otro poquito más.

Milagros Revenga

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El Aura de Alejandro Blog

Un blog es literalmente una bitácora, un cuaderno de abordo: web log. Y sí: a veces es sólo eso, pero a veces es más, trasciende su natu-raleza efímera y testimonial y acaba por convertirse en aquello que refleja: vida, pura vida. Es el caso del blog de Alejandro Aura, una bitácora que nació para compartir unos poemas que en letra impre-sa circulaban lentamente y entre pocas personas. Pero ese formato de poema diario con el que Aura comenzó a convocar a los amigos (todo lector es un amigo y un cómplice) le quedó chico a la energía de un hombre que estaba más vivo mientras más se moría. Si un poema es la ventana que nos permite otear el alma de su autor, Aura abrió de par en par las ventanas y puertas de su taller creativo (de su cocina): los textos fueron acompañados con reflexiones sobre los textos. Asistimos a la relectura que el poeta hacía de sí mismo y atestiguamos, privilegiados, un raro palimpsesto: un escritor cami-nando, al transcribirlas, sobre las huellas que él mismo fue dejando a lo largo de los años. Algunos poemas le gustaban aún, otros no, pero todos fueron ventilados a la luz feroz e imparcial de los lectores anónimos de aquí y de allá (¿quién me lee?, ¿en qué lugar del mundo están cobrando vida estos viejos poemas?, se preguntaba Alejandro constantemente). Poemas de arte menor y de arte mayor, serios, lú-dicos, enamorados, inquisitivos, asombrados, juguetones, azotados, fríos, calientes, amarillos y rojos. Nos fue quedando claro algo que ya sabíamos pero que no habíamos visto ocurrir de manera tan pa-tente: que la biografía de un poeta son sus poemas. Autobiografía en este caso. ¿Y despedida? Sí y no. Sí, porque Aura estaba encarni-zadamente consciente de su enfermedad y el cáncer fue uno de los

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grandes protagonistas de su blog. Y no, porque lo que dice un blog es: hoy, ya, ahorita. Y al navegar sobre la cresta del ahora, del instante, uno no se despide, simplemente está. Si para sus lectores fieles esa visita diaria al blog de Aura se convirtió en un oxígeno necesario, sólo puedo imaginar lo que significó para él. Pero hubo más. En sus últimos días, Aura comenzó a escribir y publicar, en vivo, poemas nuevos. O debería decir: un solo y largo poema, titulado sencilla y frontalmente “Cáncer”. Es una crónica versicular de su enfermedad, no carente de humor (como siempre en el caso de Aura, que fue lo suficientemente serio y sabio como para reírse constantemente de sí mismo) pero tampoco de una franqueza brutal. “Cáncer” es uno de los ejercicios poéticos más interesantes de la obra de Aura, y se ins-cribe en una rara y poderosa tradición en la que lo acompañan, por decir sólo dos nombres, Enrique Lihn y el Héctor Viel Temperley del “Hospital Británico”. A la hora de la hora, sin autoengaños y con una prosodia despojada de artificios, el poeta reúne fuerzas para decir: me pasa esto. Es un testimonio fuerte y generoso. Es buena poesía. Hay que agradecerlo y brindar con mezcal.

Julio Trujillo

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Ahí les voy 20feb2007

El día menos pensado sin necesidad de aparatos externos vamos a poder leer, oír, ver, sentir, a lo mejor hasta oler lo que pase por donde nosotros no andamos, y tal vez no falte mucho para que tal despro-pósito ocurra; seremos entonces semejantes a los dioses, aunque, claro, habremos perdido lo que en los últimos siglos hemos aprecia-do tanto: la individualidad. Vaya usté a saber. Sólo me quedó la duda de si Dios nos huele; yo para eso mejor no existiría.

Por lo pronto, lo que ya es cierto es que es bien fácil escribir y ser leído por los demás sin permiso de los editores, ni de los censo-res, ni de los que nos quieren o dejan de querernos, sin quedar bien (ni mal) con los que manejan las redecillas de poder. Ora que el chiste es que a los demás les interese lo que escribimos, que se sepa, que todo el mundo se entere y que tengamos el toque de la varita mágica, el ábrete sésamo del interés de los demás. Y como esa es la principal característica de este medio, ahí les voy.

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El arcano de Moaa 31mar2007

En la columna del lado izquierdo de la página hay un contador de visitas (al que todo mundo puede acceder); yo lo veo con frecuencia para saber cuántos lectores entran cada día y de dónde son, porque además del número tiene un mapamundi que da la localización geo-gráfica, y eso es la mar de divertido. Hay un lector en Galicia al que este servicio ubica en un sitio enigmático y misterioso, con un nom-bre que me hizo pensar en países ficticios, en entidades geográficas inexistentes en la vida real pero producidas por imaginaciones pró-digas y erráticas como la de Lovecraft: Moaa. Imposible preguntarle al tío Google porque se remite a lo que sabe y me manda a Military Officers Association of America y estoy seguro de que semejante orga-nización no puede estar en Galicia y si estuviera no creo que fueran lectores de mi bitácora. Recurro entonces al rupestre recurso de re-visar el mapa de España que tengo adosado a la pared, pero con el gesto escéptico de quien sabe que no va a encontrar nada parecido. Pues me equivoqué, sí hay algo parecido pero se tiene que acudir a esas guardadas dotes de detective que todos atesoramos ocultas en los pliegues de nuestro misterio personal: claro, tanto el contador de visitas como Google usan el idioma inglés y por supuesto carecen del privilegio de conocer la divertida y utilísima eñe, por lo que simple-mente la omiten como si se tratara de una humilde hache muda; el lugar es Moaña, en la ría de Vigo. De todos modos me quedé pensan-do quién puede ser el incógnito lector de un lugar que pasa a los ma-pas en inglés con ese inquietante nombre; algo se le ha de pegar.

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El mar de los Sargazos 6abr2007

Las palabras, cuando caen en la imaginación sin defensas de los ni-ños, producen muy extraños efectos. Antes o después, todos recor-damos el momento en que conocimos una palabra cuyo impacto fue tremendo aunque su significado lo hayamos aprendido después. Yo de la que me acordé anoche fue de sargazos. El mar de los Sargazos, en donde los barcos caían apresados por una inmovilidad devorado-ra, remotamente vegetal, aniquilante. Tenía la dichosa palabra una densidad gelatinosa y pegadiza como un moco, al mismo tiempo que constituía una madeja de hilachas espirituales que parecían estar riéndose con bocas descarnadas de las víctimas a las que los vientos del mar, aliados con las más ruines intenciones morales, habían arrojado a sus fondeaderos asquerosos de los que nadie po-día escapar; ay del que cayera en el mar de los sargazos porque tendría que permanecer allí, pudriéndose hasta la consumación de los siglos y sin poder secarse y hacerse polvo por efecto del agua del mar, las irascibles tormentas y la maldición que en sí entrañaba la palabra.

Que luego vine a saber que es una zona en el Atlántico, cerca de las Bermudas, que tiene las condiciones necesarias para que se reproduzca un alga que los navegantes portugueses llamaron sarga-zo y sirve de habitat para montones de especies y que es la zona en donde las anguilas se sienten cómodas para desovar y regalarle al mundo esa delicia cada vez más inaccesible que son las angulas.

Si uno bucea un poco en la memoria y trata de extraer del fondo los restos del sentido que tuvieron las palabras cuando las oyó por vez primera, puede encontrar infinitas sorpresas, joyas arqueológi-

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cas capaces de revelar la historia asombrosa y desconocida de nues-tras propias vidas personales.

Ahora fui al revés: me sumergí primero en el proceloso mar de los archivos de donde saqué este sargazo chorreante, lo copié, lo pegué y me pareció que valía la pena compartirlo con los demás aunque no sea algo de actualidad; quiero decir, aunque se trate de una observación de la realidad de hace tres años, lo que para el mun-do de la información la hace un vejestorio digno de estar sumergido precisamente en el mar de los sargazos y para el de la palabra entre personas no tiene por qué dejar de tener vigencia, hasta que la deje de tener. Es cierto que en México ya hay otro presidente pero me parece, por desgracia, que la observación vale igual.

IMPENSABLEEn la página 39 de El País, viernes 22 de octubre de 2004, viene

una fotografía y una nota impensables en México y prácticamente, a menos que alguien (¡ojalá!) me desmienta, en América Latina. En el extremo derecho está el escritor Luis Mateo Díez, leonés, autor del libro que está presentado como display en el centro del esce-nario y como tal arriba de la mesa que hace centro de la conversa-ción fotografiada: Fantasmas del invierno; sello editorial, Alfaguara. El escritor tiene la pierna derecha cruzada en una actitud de des-enfado y habla y gesticula con cierta vehemencia, se nota que habla de algo que le es entrañable y que se siente escuchado con atención como constata la actitud de sus contertulios: en el centro, la pe-riodista Nativel Preciado, mirándolo con simpatía como quien está descubriendo algo interesante y grato en su interlocutor, y a la iz-quierda, también con la pierna cruzada, aunque con más formali-dad, el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapate-ro, sosteniéndose la barbilla con la mano derecha, en un gesto que le es característico, y apoyando con la otra sobre su pierna un libro, supongo que del que se trata, cerrado pero marcado con un dedo en una página determinada, lo mira también con atención y respeto.

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La breve nota explica la ocasión: el presidente participa en la presentación de la novela como presentador y como entrevistador. El presidente Rodríguez Zapatero tiene cinco o seis meses de haber asumido el poder que le dio el voto de la izquierda y entre sus activi-dades de gobierno juzga que está bien leer una novela de un escritor paisano suyo y acepta opinar de ella en público y dialogar con él y con otra persona a propósito del libro en un espacio público, el Cír-culo de Bellas Artes, al que por supuesto asiste quien quiere.

El hecho es, en primera instancia, cultural, pero se trata tam-bién de un acto político. El libro trata sobre el dolor de la posguerra, un tema que el anterior gobierno del Partido Popular no quería to-car por ningún motivo y con el que Zapatero, al aceptar hablar de él, indica que le interesa el tema, que no sólo no lo rehúye sino que lo avala, y lo publica la editorial Alfaguara, una empresa del Grupo Prisa, poderoso en los medios e inclinado, hasta donde los intereses empresariales lo permiten, a la izquierda y que ha apoyado a Rodrí-guez Zapatero.

¿Podría pensarse algo semejante del presidente Fox? ¿Que leye-ra un libro de un escritor mexicano vivo y se formara una opinión y aceptara establecer un diálogo con el autor ante las personas que quisieran asistir? Por desgracia, creo que no. No tengo ninguna ra-zón para pensar que sea porque nadie se lo ha pedido. Las pocas oportunidades que ha tenido para hablar de la cultura lo ha hecho leyendo el discurso y, por desgracia, con errores que han puesto en evidencia que no lo ha escrito él. Pero esto, claro, no lo digo del pre-sidente Fox sino que me extiendo a imaginarme en esa situación a Zedillo, a Carlos Salinas, a De la Madrid, a López Portillo (que ejercía de escritor cuando no era presidente), a Echeverría, ¡a Díaz Ordaz!, y así me sigo hacia atrás y no encuentro que ninguno hubiera podido desembarazarse del pedestal terrible de la presidencia y bajar al pe-queño mundo de la cultura y al más pequeño todavía de la vida real. ¡Cuándo llegará ese cuándo! Impensable, impensable.

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Un taxista en Madrid 19abr2007

Es raro que ocurra pero el taxista que me llevó ayer era republicano. Suelen ser un gremio muy conservador; la mayoría son señores de edad madura, de sesenta para arriba, y pocos son amables; algunos, incluso diría que son groseros; no sienten que tengan que responder con cortesía a desconocidos: prestación de servicio a cambio de una paga determinada. Y punto. Una vez a uno le tuve que hablar alto y fuerte porque empezó a mascullar de mala manera que él sabía la ruta, que éstos creen (ese ofensivo éstos me englobaba, claro) que uno (uno, era él y su gremio) anda haciendo turismo, y no sé cuán-tas más burradas. Le dije con la voz puesta en su lugar que estaba prestando un servicio pagado y si el cliente sugería una ruta podía discutirla pero no regañarlo ni expresarse con desprecio. Acabó di-ciéndome que él hablaba así, que disculpara si me había ofendido. Hasta eso que no son malos, es que es su modo de ser. Nomás que uno tiene que hablar fuerte y claro, porque si no…

Conste que he contado esto haciendo una generalización basa-da en la experiencia y con carácter estadístico, porque ya se ve que hay de todo; con frecuencia la realidad da sorpresas gratas. Los hay con buen humor, con gusto por la plática, con curiosidad por los distintos acentos de hispanohablantes. Algunos muy conocedores, otros tímidos pero arrojados, temerarios, charletas, filósofos…, de todo.

Pero el de ayer era distinto. Lo tomé nada más saliendo de la casa porque se estaba bajando, con dificultades, una señora, a la que ayudé cuando el taxista me dijo ayúdela. Pues qué bien se siente, le dije, ya instalado, tomar el coche a las puertas de casa, como si fue-

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ra uno rico (porque esta calle donde vivo es peatonal y sólo entran vehículos de servicio). Y comenzamos a charlar, aunque con muchos circunloquios porque acá hablar de política, que es el tema obligado, es muy riesgoso: la mayoría de la gente tiene muy pocas pulgas. Y la crispación anda en niveles altos. Pero a propósito de esto y aquello salió México a relucir y entonces dijo que tenía una deuda pendiente con la vida: conocer México, en donde está enterrado su tío abuelo, que era exiliado de la guerra. Y por ahí se fue la hebra: que si la Guerra Civil, que si el levantamiento de los militares en contra de la República legítima y democrática, la ayuda a Franco de alemanes e italianos, el exilio, el triste comportamiento de los franceses, la mano tendida de Lázaro Cárdenas, la diplomacia mexicana. Le re-comendé el libro de Manuel Ortuño del que hablé aquí hace unos días. Acabamos amiguísimos. Me dio su teléfono y me dijo que no dude en llamarle para cualquier servicio de taxi que se me ofrezca. Hombre, qué diferencia. Lo llamaré cualquier día de estos para ver si ya leyó el libro.

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Cactus 18may2007

He recibido de pronto una agradable sorpresa. Algo totalmente in-esperado. Alguien, ya no sé quién ni cuándo, trajo a la casa en su macetita, un cacto pequeño, bonito, decorativo. A los cactos les pasa lo que a los perros: todos los cachorros son simpáticos y se los quiere uno llevar a casa, provocan el mimo, el jugueteo y una cierta ternu-ra; impulsos que se van perdiendo conforme el animal o la planta crece. Y le crecen colmillos, o espinas. En este caso, tan lentamente que uno no se da cuenta de lo que ha ocurrido, simplemente de es-tar el gracioso cactus de tres o cuatro cuerpecillos cilíndricos, lige-ramente atamborados, de color verde cenizo, sobre una mesa en el salón pasa –pasó– a vivir en el balcón, a la intemperie, a ser regado por la lluvia y a conocer las inclemencias principales: el invierno y el olvido.

No sé cómo perdió tierra al tiempo que le crecieron nuevos cuerpos, menos armónicos porque eran los de la realidad real y no los de la cría en invernadero, y perdió gracia y encanto conforme fue ganando vigor y espinas. También perdió su nombre que estaba en un cartoncito graciosamente acomodado a modo de información cultural para aquellos que lo vieran y se convirtió en un cactus adul-to sin nombre. Y digo que recibí una agradable sorpresa –lo mismo habría aceptado la noticia de que la planta no había podido prospe-rar en este clima y había muerto– cuando pasados los fríos y con la primavera papaloteante encima, volvimos a abrir las ventanas de los balcones y hete aquí que el cactus, ajeno a nuestras caricias y cuida-dos, se presentó con sendas coronas de flores de un encendido color magenta en el remate superior de cada cuerpo. ¿Qué es esto, quién

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le ensartó las florecitas a esta planta, son de papel? Fueron las pri-meras preguntas que me salieron sin querer, antes de darme cuenta de que el cactus había elaborado pacientemente en la adversidad la fuerza para mostrar su vitalidad y su belleza. O dicho en otras pala-bras: que nosotros, sea como sea, le importamos poco.

La casa está llena de sorpresas; ya no digamos las plantas, que están vivas, sino todas las cosas animadas e inanimadas, se van transformando todos los días, mostrándose, revelándose, hacién-dose uno con nosotros, sus habitantes, sus dadores de palabras; el principio y el fin de todo motivo posible para estar aquí. Aunque en resumen, como bien les mostró el cactus, una cosa sean las cosas y otra cosa nosotros que las soñamos.

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Las manzanas de oro 18may2007

Entre las cosas imposibles que le encarga su hermano, con la es-peranza de que no sobreviva a los peligros de llevarlas a cabo y no tenga que entregarle el trono, y que se conocen como los Trabajos de Hércules, lo manda a traer unas manzanas del Jardín de las Hes-pérides, que tienen la característica de ser de oro. Ese jardín que-da justamente en donde está Atlante sosteniendo el cielo sobre sus hombros; la estructura del cosmos, nada menos; en donde termina el mar Mediterráneo y empieza el Atlántico (o sea, más o menos en Cádiz, por los rumbos de la antigua Tartéside). Hay un dragón de cien cabezas vigilando la huerta para que nadie entre a robarse las manzanas, pues, como se comprenderá, son muy codiciadas; el úni-co que puede entrar allí sin que lo ataque el dragón es Atlante. Cómo le haré, cómo le haré, piensa Hércules.

Se acerca al titán y le ofrece, mira tú qué buena onda, sostener su dura carga mientras él descansa un rato y ya si de paso entra a buscar las frutas pues se lo agradecería mucho. Pero Atlante, una vez que viene con ellas de regreso se siente tan bien, tan ligero, tan a gusto sin el castigo que le impusieron que decide dejar al gigante con la carga e irse él a llevar las manzanas. Hércules le dice que sí, que no tiene inconveniente, que hay que llevarlas a tal y tal parte, pero que antes de irse le detenga nomás tantito el cielo porque se le es-tán enterrando en la espalda unas constelaciones, nomás para aco-modarse. Una vez que Atlante ha retomado su carga Hércules coge las manzanas, le da las gracias, y hasta la próxima.

Anoche, Milagros se estuvo hasta las tantas poniendo aquí las fotos de los azulejos de adorno de la casa. Yo me dormí y no tengo

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idea de a qué horas habrá concluido pero la verdad es que quedaron muy bien; el pájaro y la dama me encantan y lucen una barbaridad; están, una en el estudio y otro, en un pasillo; las calas en las paredes, como cuadros abstractos, dependen en mucho de la pantalla desde la que se vean. Es que alguien las pidió y la verdad, era obligado ponerlas, nomás que está de la patada ser ciber esposa; yo no estoy muy apto para labores domésticas, de modo que ella se hace cargo de todas y aparte… , bueno, qué tengo que estar contando intimida-des. El caso es que ahí van quedando como parte del rompecabezas que, junto con las palabras, conforma el mundo en que vivimos.

¿Y lo de Hércules?, os preguntaréis. Se han de acordar de Sche-rezada, que condenada por Harún al-Raschid al-Kancer a una muer-te inevitable, alarga su vida en plazos tan cortos como día a día, y cuando menos se da cuenta mil y una noches ha llenado con sus pa-labras que evitan la ejecución de la sentencia. Pues saquen la hebra del ovillo mientras yo me dispongo para desayunar la fruta deleitosa que ya está Milagros preparándome.

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Marcos Límenes 4jun2007

Me apesadumbra recordar a un amigo con el que iba de la mano y lo perdí entre el gentío. Hace unos años, diez o doce, no sé, pensé en hacer un bululú, un acto de juglaría para el cabaret, con la historia medieval de Roberto el Diablo, deliciosa hagiografía de un san Ro-berto que antes de ser tocado por Dios y rescatado fue territorio de maldad pura del Demonio. El artista Marcos Límenes trabajó con-migo en la idea e hizo generosamente, con pasión y tiempo, muchas palabras y gestos para mí y unos telones y forillos que enmarcaban la puesta en escena a la que nunca llegué porque me dio miedo, un miedo de nada, de la primera persona de mi singular privado.

La historia no tiene desperdicio; la encontré en un volumen, cuyo guardapolvo de color fue devorado por el polvo hace ya mucho, de la vieja colección Espasa-Calpe (416, Bs.As., 1944, el mismo año en que nací), junto con otras dos breves historias: el Conde Partinu-ples y Clamades y Clarmonda, y ayer emergió entre una marejada de libros que hizo Milagros para reacomodar libreros y luces. Allí estaba el librito, allí estaba esa historia, y mi amigo Marcos y el par de veces que la conté: una, en una larga, interminable, travesía con algunos miembros del prd que me acogieron en su autobús por la selva de Chiapas rumbo a la Convención que había convocado el sub Marcos (qué chistoso: Marcos, también, como el amigo que evoco), cuando tenía cosas creíbles para convocar; y otra, muy reducida, que conté para la radio en un programa de María Victoria Llamas.

El caso es que perdí a Límenes poco después. Luego fui fun-cionario de cultura en la ciudad de México y dejé de hacer teatro y Marcos se mudó a vivir a Cuernavaca y no lo volví a ver. Me vine a

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vivir a España. Y hoy, como otras veces, me desperté con el vacío de extrañarlo y la sensación muy acusada de que algo importante se quedó pendiente. Que entre la historia de Roberto el Diablo, Marcos y yo, se quedó algo trunco, algo que faltó decirnos. O hacer. Como este es ahora mi único mar, aquí tiro la botella por si alguien la re-coge y le lleva el mensaje. Me gustaría saber de él.

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El bosque en Marte 22jun2007

Me emociona hasta ponerme los pelitos de punta una noticia que leí ayer en Reforma.com: unos científicos de la unam y la uv (la Univer-sidad de México, la Veracruzana, y la de Louisiana), que trabajan en conjunto con la nasa, están estudiando cómo sembrar un bosque en Marte, a partir de investigaciones que llevan nueve años haciendo en el Citlaltépetl, un volcán de más de cinco mil metros snm, que tiene la cualidad de producir árboles a una altura inusual y en una temperatura que el propio bosque modifica, y dan por hecho que se podría probar suerte en aquel planeta. Están estudiando el suelo, las bacterias, la humedad, yo qué sé, y buscando cómo hacerlo compa-tible con aquellas condiciones.

Yo, claro que habría querido ser biólogo y astronauta y explo-rador y astrónomo y arquitecto de paisaje, y cuanto más se nece-site, hasta diseñador de escafandras o de alimentos concentrados, y juntarme con ellos para poner mi granito de arena. Si estuviera tantito más joven, viéndolo con el entusiasmo con que lo veo, les propondría que me integraran a su equipo como poeta del proyecto y la expedición; lástima que esta monserga que les he contado me tiene un poco inhibido para planes de largo plazo, y que vivo hasta acá. Le paso el tip a quien crea que puede tomar esa estafeta y correr con ellos. Urge.

¿Se imaginan la cantidad de información acerca de los planetas que deben tener estos cuates, y la alegría con que han de soñar un bos-que del que puedan llamarse padres; la visión de tan largo alcance que han de tener acerca de la especie humana? ¡Qué Zeus ni qué Jehová ni nada, estos hasta podrán comprobar que existen! Yo me

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vuelvo loco pensándolo: ésos sí que son trabajos que valen la pena y no los de engañar a los demás para juntar dinero. Si un día, en el si-glo que sea, alguien en Marte respira un oxígeno que producen unos árboles que unos muchachos se empeñaron en llevar para modificar las leyes del universo, cómo se van a sentir de humanos quienes lo vivan y lo entiendan. De manera que cuando vayan, ya muy pronto, las expediciones, podrán comenzar a trabajar su parcela y a sembrar su mundo vegetal.

Sí, ya sé: habrá talamontes que quieran aprovecharse y vender la madera que se produzca, pero quién dijo que todo fuera lineal y que la imaginación tuviera que atenerse a lo peor de lo que somos: entonces alguien la comprará para hacer durmientes sobre los que corran los trenes marcianos y lleven a la gente a ver paisajes insóli-tos, luces que no imaginamos, crepúsculos de duración tan diferente y colores desconocidos que abrirán a tamaños que no concebimos las nociones del amor y del arte. Tal vez el Amazonas, que ya no existirá, se quede chico. Sí, si no me chupo el dedo, ya sé que la hu-manidad tiene de todo, pero eso no me quita el impactante entusias-mo que la noticia me produce.

Y no crean que ignoro la abundante y seria participación en el tema de los lenguajes del blog, lo que pasa es que esta noticia me dejó tamañito y por ningunísimo motivo quise dejarla pasar.

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¡Salud! 4jul2007

Por más que me apuré a dormir para cumplir con esa cuota y estar despierto en el momento que el cuentavisitas acomodara sus cua-tro ceros en hilera, cuando me amaneció y corrí a la pantalla ya se habían colado ocho con sus copas y vasos en la mano. Miré hacia todos lados y había un gentío en el corazón de cada uno de los que estaban. No me di por retrasado porque con la locura que se trae el señor Greenwich cualquiera puede en esta era global estar al mismo tiempo en sí y en alguna otra parte. Tomé el mío con solemnidad, lo alcé con su poquitín de champán, pensando que antes de un jugo de naranja es muy digestivo además de sabroso, y dije ¡salud!, ¡que los espíritus que animan la palabra asistan a este blog con imagina-ciones varias!, ¡que las ninfas y náyades y ondinas que pueblan los territorios del habla no sean díscolas nunca con quienes navegamos por esta página!, ¡que la vida sea larga y escrita!, ¡que los deseos, que a veces son tan frívolos, sean constantes con nosotros para seguir juntos por este sendero plural y divertido!, ¡salud!

Y oí un coro de voces de muchos matices que respondían ¡salud! con entusiasmo. Entonces entendí por qué se dice que cada cabeza es un mundo. Había mundos llenos de gracia y donosura; había otros en los que predominaban el orden y la autoridad; en otros, la curiosi-dad asomaba su lengüita incorregible riéndose de todo, y en aquellos la sabiduría movía lentamente la cabeza hacia un lado y hacia otro como quien niega o busca sin satisfacerse nunca. Quise comenzar a saludar por su nombre a los que alcanzaba a distinguir entre las muchedumbres, hola Paty, hola Plumacaida, Norberto, qué tal, hola Mariana, Alfredo, Fernando, Santiago, quihubo, pero el estruendo de

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los que no alcanzaba a ver se alzó en protesta: o nos nombras a todos o te callas, oí decir de golpe. Y ante tan conminatorio dicterio opté por volver a levantar mi ecuménica copa y dije más recio ¡Salud! ¡Sa-lud, chingao!, respondió lo que entonces identifiqué como vox populi.

Pues ya que estás, le dije –y ya ven que cuando hablo recio sí se me oye– y que estás con la copa en la mano y el ánimo dispuesto para celebraciones, aprovecho y te cuento que hoy, además de la Independencia de Estados Unidos, se conmemora en el mundo el segundo aniversario de mis bodas con la señora Milagros, que me hace el honor de acompañarme en este brindis y para quien pido un cariñoso trago. En ese momento Milagros juntó su mano con la mía y ambos levantamos al unísono un vaso de los dos con vino rojo y espeso. Un clamor se oyó en aquellas galerías más constantes y pro-fundas que la Mezquita de Córdoba: ¡Mi-la-gros, Mi-la-gros! Y como el estruendo de Escila y Caribdis se oyó pasar por la garganta de los concelebrantes el trago de la copa colectiva que clamaba: ¡Salud! ¡Salud! ¡Salud! ¡Y larga vida!

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Remota Altea 13jul2007

¿Quién puede imaginarse lo que será el futuro? Nos ocupamos con insistencia en lo que llamamos, con el corazón un poquito ahuecado como ala de gallina, del futuro de nuestros hijos, pero realmente, ¿cómo acercarse a una remota intuición de lo que puede ser el mun-do en el que vivan? No hay oráculo ya en Delfos que pueda acercar-nos a la incógnita imprevisible del futuro. Con esta inquietud me desperté. Hoy toca temprano porque hay que empacar unas cuantas mudas y coger camino; vamos hacia Alicante, a Altea, una de las puntas que sobresalen en el Mediterráneo y llaman a los navegan-tes fenicios, griegos, cartagineses, ofreciéndoles, dicen, paraísos. Lo más allá que yo he ido es Alcoy, pero no está en la costa; fui al poco tiempo de vivir en España por la curiosidad de ver dónde nacieron mis abuelos y los suyos, pero esta vez una amiga de Milagros nos presta una habitación a la orilla del mar, y como es julio y amenaza el termómetro con subir a cuarenta grados este fin de semana, se apetece la brisa del mar.

Mi bisabuelo Antonio empacó dos hijas y un hijo jóvenes –es decir, pensaba en el futuro de sus hijos– a fines del remotísimo Si-glo XIX, y se fue para México a buscarse la vida, como tantos miles y miles de peninsulares durante algunos siglos; México era pobre, y España más. Mi abuelo Antonio se casó con mi abuela, tuvo sus hijos, su vida, y se murió veinte o veinticinco años antes de que yo naciera, de modo que ni el más remoto recuerdo quedó de lo que ha-brán sido aquellas buenas personas, ni un recuerdo personal. Ni su sombrero. Por no tener no tengo ni siquiera una frase que le gustara decir, una palabra que fuera suya y me fuera dicha con una pizca

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de devoción trémula, mucho menos de mi bisabuelo Antonio ni de mi tatarabuelo Antonio –tejedores, dice el acta de nacimiento de mi abuelo–, supongo que porque en Alcoy florecía la industria textil y en mi padre el silencio.

Pero no se trata de contarles el novelón de mis antepasados ni la impenetrable calígine del futuro, sino de que vamos hacia Alican-te y de que el futuro es por completo imprevisible. Hay que apurarse porque es viernes y en cuanto la gente termine de trabajar llenará las carreteras; esa sobre todo, la de Valencia. Ayer Milagros dedicó muchas horas extra a ponerle a mi iBook un aditamento que me per-mitirá mantener el contacto con el mundo por vía telefónica a través de satélite, así que supongo que esta bitácora no se verá interrumpi-da. Altea, Calpe, Gorgos, Jávea, ¿no suenan completamente griegos estos nombres? Son poblaciones cercanas a donde vamos. Claro: el tiempo no es lineal, como la vida: termina y vuelve a comenzar. En fin, hay que apurarse porque el sol corre demasiado rápido en su carro de fuego. Si no funciona el modem no se preocupen, habrá un café internet, como cuando fuimos a Sanlúcar de Barrameda.

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¡Ah, Grecia! 27jul07

Hace treinta o cuarenta años, cuando leí El Coloso de Marusi, de Henry Miller, me prometí que iría a Grecia y recorrería ese poso de historia y cultura con detenimiento y paciencia, iría a cada isla y cada asentamiento a la orilla del mar y me asomaría atrás de cada roca y me mojaría los pies en cada río saludándolo devotamente con la secreta intención de caerle bien y que viera con buenos ojos mi posible relación con alguna de sus hijas que seguramente estaría con otras ninfas tan apetecibles como ella por aquellos prados ju-gueteando bajo el cielo profundamente azul de aquel Mediterráneo. Cada año lo pospuse irresponsablemente. Cada vez pensé que no era el momento oportuno, que no tenía la libertad necesaria. Y mientras tanto leía a Homero o a Herodoto, a Jenofonte o a Apolonio de Rodas y me iba construyendo la barca de imágenes en que navegaría hacia adentro una vez que llegara a Grecia. Al empezar este año, cuando murió Sergio Jiménez, con quien compartí de muy joven, con tanto cariño, algunas de estas lecturas y fantasías y supe que él tampoco había ido a Grecia y que era uno los pendientes que dejaba, se redo-bló mi tristeza profunda por su muerte.

Pero estoy leyendo ahora un libro delicioso de Javier Reverte, Corazón de Ulises, que es un viaje por cada estación de la cultura griega, contado el viaje del solitario por los lugares de hoy día y contadas las abundantes lecturas y reflexiones que hacen que cada punto narrado de las islas y de tierra firme de Grecia y de Turquía se abra en el tiempo y se disfrute como un canasto inagotable de placeres y perplejidades. Por ahí andan todos los héroes y los mitos, todos los lugares que hemos recorrido una y mil veces gracias a la

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poderosa transmisión de la literatura, y andan los monstruos míti-cos y las batallas imposibles, los pasos de los ejércitos persas y de los aventureros griegos. Unos cinco mil años en abanico. Un bombón de lectura, que además de ser sabroso está lleno de sabiduría.

Cuando llegué al capítulo que se llama La armadura de Aquiles, pensé que leería una vez más la descripción minuciosa del mundo griego con sus ritos y costumbres labrados en el escudo con esa pa-sión de miniaturista y visión cinematográfica de Homero, cuando se la entrega Hefesto a Tetis que se la ha pedido para suplir las armas que Héctor se llevó como trofeos de guerra, para que se arme Aqui-les, que ya depuso la cólera y está dispuesto a hacer las paces con Agamenón y entrar a la batalla para vengar la muerte de su querido Patroclo. Pero no, Reverte no va por ese camino; nos cuenta los úl-timos momentos del poema de Homero y pasa a otras reflexiones. En fin, ayer llegó mi hija Cecilia, que viene también de Grecia, esa Grecia que se me acerca cada día más y que veo más lejana cada vez. Qué cosas.

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Bocata y torta 30ago07

Cosas del temperamento. Modo de ser. Influencia del paisaje. O vaya a saber usté. El caso es que la diferencia entre un bocata y una torta son abismales con todo y ser esencialmente lo mismo: pan de cam-paña, comida rápida, alimentos de camino. Un bocata es una pieza de pan con algo dentro, como jamón, queso, huevo, chorizo, carne. Una torta es una pieza de pan con algo dentro, igual que el bocata. Pero distinto. Ha de ser por lo mismo que los españoles se acercan al mostrador y dicen: un bocata de lomo y una caña; mientras que los mexicanos solemos decir: ¿me puede preparar por favor una torta de lomo adobado?, pero póngale poquitito chipotle, y a ver si me puede hacer favor de despacharme una serpentina bien elástica. O algo por el estilo. Aunque el barroco sea europeo, acá es historia pero en México es identidad. Bueno, y el pan, no se diga; antes del encuentro entre los dos continentes no había trigo en América, punto. Cuando quepa les cuento la relación de los mexicanos con el pan. La confu-sión de nuestras lenguas está arraigada en la diferencia esencial que tenemos con las palabras torta y tortilla.

La tortilla española es huevo batido con patatas y cebolla co-cido con aceite en sartén; la mexicana es el pan cotidiano de maíz precocido con agua y cal, molido hasta hacerlo masa, aplastado en forma redonda por las manos o con prensa y acabado de cocer sin grasa en una plancha caliente. Otro día hablaré del taco, que es la institución alimenticia mexicana más emblemática y en España sólo adjetivo que define un trozo de algo, o una palabrota. Torta, para los peninsulares es, además de un bofetón, una masa de harina con otros ingredientes que se cuece en el horno a fuego lento. Torta en

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mexicano es un mundo de posibilidades gastronómicas. Si en Espa-ña pides un bocata de jamón, te dan un pan abierto por en medio con una porción de jamón serrano; si pides en México una torta de jamón te dan un pan abierto por en medio, con una de sus caras internas untada de mantequilla y la otra de una pasta hecha con frijoles (judías, para vosotros), con una rebanada (loncha, decís) de jamón cocido (que vosotros llamáis york), con unos cortes longitudi-nales de tomate y de cebolla, una hoja de lechuga, unas rajas de chi-le jalapeño en escabeche y coronado con un poco de aguacate que habrá de distribuirse por dentro al apretar ambas caras del pan para comerlo, y, según el caso, le pondrán antes de cerrarlo mayonesa o crema (que acá se llama nata).

En cada tortería podrás encontrar características propias, la torta de la casa, el estilo personal; los ingredientes y las posibilida-des son ilimitados aunque sean básicamente los mismos; algunos hacen la torta sobre una plancha caliente, de modo que cuando te la dan tiene reminiscencias de hogar; unos le ponen mostaza, otros un adobo con la receta secreta del abuelo que fundó la tortería; aquel le pone una salsa de chile morita mientras que otro sazona con un aceite que contiene ajo, comino y el toque selecto de su gusto per-sonal, y alguno más te ofrece rajas de chile serrano y cebolla fritas en manteca, para que le agregues al gusto. Todo cabe en una torta, incluso los excesos de la gula. Un bocata, en cambio, es una especie de expiación por no haber podido disponer del tiempo necesario para sentarse a comer.

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A vista de los dioses 21sep2007

Ayer veníamos en las poderosas espaldas de Zeus que amontona las nubes. Qué distinta es la mirada de los seres superiores, que miran desde el espacio inconmensurable las cosas y su insondable peque-ñez. Por eso nos tratan con tanto desprecio, a pesar de nuestros rue-gos y de todas las muestras de veneración que les hacemos; acaban burlándose de los sacrificios y hecatombes porque a esa distancia que ellos se mueven difícilmente llega el humo de los fuegos en los que ofrendamos nuestras pingües ovejas y nuestros bueyes de róti-les corvas para su regocijo y mucho menos llegan nuestras voces con sus plegarias clarisonantes que envolvemos en profunda emoción para conmoverlos. Ni se enteran. Pasan muy por arriba de las nubes con la vista puesta en horizontes que abarcan a un tiempo el mar y la tierra, las montañas que sobresalen, los volcanes, los lagos y los valles de cuadrícula verde.

Estimados pasajeros, les habla desde la cabina el capitán Jeho-vá; en veinte minutos aterrizaremos en el aeropuerto Benito Juárez de la ciudad de México, les rogamos que mantengan puestos sus cin-turones y cumplan con todo el instructivo que ya se tienen que saber después de tantos años de ir y venir con nosotros desde cualquier lado al otro lado y viceversa. Nosotros muy aplicados nos asomába-mos por los ojos del dios, que los tiene a montones acomodados a lo largo de todo el cuerpo. Ahora dará la vuelta por tierras tlaxcaltecas e hidalguenses para enfilarse por territorios de estirpe mexiquense, cada vez más visibles porque va bajando hacia la poderosa tierra que posee en sí todos los bienes materiales que se pueden desear. Si a la izquierda se ve el cerro del Chiquihuite lleno de antenas es

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que ya llegamos y todo lo que hay por ver se precipita al ojo atónito de este observador absorto que no aprende a controlar su emoción por más que repite la experiencia. Por la derecha, pues ha llovido en abundancia este año, doquier se ven cuerpos de agua que deben ser la laguna de Zumpango y el lago de Guadalupe y la presa de no sé cuántos.

Y mira, allí están ya las torres de Ciudad Satélite y la zona fabril de San Bartolo y la cúpula blanca de El Toreo; allá el Panteón de San Joaquín y el Hipódromo de las Américas y los campos militares y el Bosque de Chapultepec y los edificios cada vez más abundantes y señalados de Santa Fe. Pues todo viene al ojo ya con descomunal presencia cuanto que cada vez baja más la deidad que nos transpor-ta. El alma se inclina a mirar hacia la izquierda por disfrutar de la ciudad cuyo cuerpo inconmensurable yace allí tendido esperando a estos aventureros que han cruzado una cuarta parte de la tierra sólo para venir a comerse unos tacos de achicalada con salsa verde, su cebollita y su cilantrito. Pero la izquierda queda muy lejos y uno no se puede andar paseando por esta panza vacía de un lado para otro porque lo impiden el cinturón y las sobrecargos. No queda más que acudir a la memoria para saber todo lo que se ve desde aquel otro lado. Pero si ya pasamos la Calzada de Tlalpan y allí está la geome-tría de cobre del Palacio de los Deportes es que sólo faltan segundos para volver a estar en la tierra, nuestro natural elemento, del que nos elevamos con la ilusión de codearnos con ellos, con los dioses.

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Sonidos de la ciudad 26sep2007

Ya ven ustedes que hay muchas formas de conocer un sitio, y luego, cuando se distancia uno un tiempo, vuelve, reconoce y con ello se evoca a sí mismo. Ya se sabe que la memoria es altamente creativa, que es capaz de inventar cosas que nos cuela por tan ciertas como lo que estamos constatando ahora. ¡Adió!, ¿no va a ser cierto?, si yo me acuerdo como si lo estuviera viviendo ahorititita. Y en esas felices trampas nos dejamos enredar con alegría.

Uno de esos reservorios de recuerdos son los ruidos, sobre todo los ruidos sociales, los ruidos con clave de utilidad. Pienso en estos seis últimos años vividos en Madrid y apenas hay ejemplos comu-nes: el chatarrero, que pasa en un camioncito con altavoz anuncián-dose a sí mismo con una dicción imposible pero que igual no hace falta, porque es como el ropavejero mexicano que pasaba empujando un carro de madera de dos ruedas y gritando algo como, “zpaaaats, ropsada que veeeenda”, o el afilador con su zampoña melancólica, que comparte el instrumento con el de México, aunque con distinta melodía.

Contrario al ruido combativo que hacen los camiones de basura a la medianoche en Madrid, que jalan con gran estrépito los conte-nedores y los acomodan para que el camión haga su ejercicio mecá-nico de subirlos, vaciarlos y devolverlos a la tierra, acá pasa a media mañana un hombre por la calle sonando una campana manual que indica que es hora de sacar la basura porque el camión llegará en unos minutos; los hábitos de esta ciudad son distintos, acá hay siem-pre gente en las casas para entregar en mano las bolsas al hombre que las recibe arriba del camión.

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Otra percepción auditiva que es notoriamente distinta entre ambas ciudades es el volumen al que hablan en la calle las personas; en México se habla con almohadas de terciopelo ante la voz para que nadie más que nuestro interlocutor se entere de lo que estamos di-ciendo; en Madrid se solicita a toda hora testigos públicos de cuanto se habla.

Ahora en Madrid ya no se vocea el gas desde que el gas natural entubado abastece a la mayoría de las casas –hasta hace poco pasaba gritando el butanero–, pero en algunas ciudades de México, como en Zacatecas, por ejemplo, el camión repartidor tiene un equipo de sonido de altísimos decibeles que invade desde tempranas horas el espacio colectivo con una muy agresiva competencia entre marcas que desde primera hora se pelean la clientela sin que el ayunta-miento les imponga reglas de comportamiento social en defensa del recato de los vecinos. En la ciudad de México todavía se escucha ocasionalmente la voz humana natural que grita “el gaaaaaas”.

Me puse a evocar y se me vinieron a la memoria montones de pregones y ruidos de la ciudad que ayudaron a construirme y hoy ya no caben, pero otro día los usaré para escribir otra página inútil, como ésta.

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La mano 6oct2007

Aunque esté dormida tomo su mano como quien se detiene en el estribo de un vehículo en movimiento; siento que así vamos los dos más seguros, protegidos de sacudimientos y reparos; la noche pare-ce quieta pero estoy seguro de que va a velocidad de vértigo; más vale tener un punto de apoyo. A veces se despierta y con un ligero apretón me da a entender que está consciente de lo que hago, y de acuerdo; yo entonces, en ese lenguaje de paz de los dormidos, des-lizo la palma de mi mano por la confiada superficie de su cuerpo con la loca pretensión de un scánner que pasara leyendo el código de barras de sus sueños antes de regresar al punto de partida; no lo consigo nunca, claro, ni podré conseguirlo aunque vayamos juntos; no obstante, persisto en tomar su mano con la esperanza, ilusa si se quiere, de que nos encontremos en alguna esquina del tobogán violento y ella pueda ayudarme a permanecer estable en cualquier trance del riesgo.

A veces, la luz que se cuela por las juntas de los postigos o por la orilla líquida de las cortinas, según en donde estemos –aunque la noche es igual de peligrosa en todas partes–, me indica que esta-mos ya navegando sobre la balsa del día que suele ser de agua sere-na y tranquila; yo me quedo cogido de su mano porque siento bien ese acuerdo fraterno; una corriente cálida me guía con serenidad y dulzura a la puerta que divide el sueño y la vigilia y en lugar de soltarme nos quedamos un rato así, remoloneando, disfrutando el acuerdo, convidándonos el pan de la presencia; o como hoy, que el ataque de tos me quitó una a una las telas en que venía envuelto y protegido y acabé despierto a mi pesar; su mano fue importantísima

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para estabilizarme y volver a respirar en orden. Sigo tosiendo pero ya puedo controlar yo solo mis espasmos y carraspear con autono-mía para remover de su lugar la borraja de las flemas y que deje paso libre al aire.

Al rato saldremos juntos de la casa y nos iremos, cogidos de la mano, paso a paso hasta el consultorio de mi doctor que por fortuna está a pocas cuadras de aquí. Tengo que consultar con él las pro-puestas de tratamiento que trajimos de Cuba; necesito además que encuentre el bálsamo que me quite la fatiga, y la fórmula que haga que no se me hinchen los pies y los tobillos, y la pócima para com-batir la tos, y el remedio para los dolores de cintura, y el específico para el malestar indefinido. Me gusta ir así con ella, cogidos de la mano, aunque al principio confieso que me costó un poco de trabajo convencerla.

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Una copa de tequila 20oct2007

Ayer tomé una copa de tequila. Nos invitó a comer un amigo en San Luis y en abono de los usos y costumbres nos ofreció un aperitivo. No –le conté–, hace unas semanas que no pruebo ni gota porque la última vez, cuando regresamos de Cuba y traíamos aquel ron legen-dario, regalo del amigo que nos recibió con tanta cortesía, me puse imposible con una copa, una, fatal me cayó; el efecto peor fue que me sentí desgraciado. Y desde entonces vivo seco y sin ilusiones –concluí con desencanto–. Mi amigo no insistió, se sirvió él tequila y le sirvió a Milagros un mezcal. Es posible que yo, sin querer, haya mirado a ambos con rencor. Seguimos hablando del tema; me pre-guntó si el médico me lo había prohibido; los médicos restringen siempre el consumo de alcohol, tengas lo que tengas, y del café, el tabaco, las emociones fuertes y los sobresaltos; se curan en salud mandándote aplanar la vida; pero no, el oncólogo desestimó el caso diciéndome que mientras bebiera bueno no veía problema. Pues este es buenísimo, dijo mi amigo refiriéndose al tequila que me había ofrecido, y como vio líquida y deshecha mi mirada sacó otro caballi-to y lo llenó hasta arriba.

Vi la bebida ambarina del reposado en el cristal purísimo de la copa y acerqué mi mano. Por un momento pensé que temblaría, así fuera de manera imperceptible para los demás pero mensajera para mí. Nada de eso: con delicada firmeza cogí el inestable tubito con índice y pulgar –como el viejo bailarín que vuelve a tocar la pista pulsando por la cintura a una princesa– y lo llevé a los labios. En la boca el encuentro de amigos provocó un revuelo de recuerdos, el gusto abrió cajoncitos por todas partes para sacar papeles escritos

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con anécdotas unos, otros con presagios, como los canarios de las ferias. Y al pasar de la garganta y enfilarse a su destino perceptible sentí que comenzó la dispersión. Muy antes que el sistema digestivo se alertara ya el linfático se había hecho cargo de llevarlo a todo el torrente sanguíneo; iba resbalando por las paredes del tracto y era absorbido quitándolo a la gravedad con goloso entusiasmo. ¡Cómo lo sentía yo! ¡Qué sabrosa experiencia molecular se desató en mis in-teriores! En un santiamén, mientras lo iba detectando, ocupó todas las plazas del campo contrario, incluidos los pies y su disminuido estado.

Miré hacia arriba para no distraerme y un grupo de angelitos nalgones agitaba sus alas moviéndose estáticos entre nubes de sua-vidad interna. Un paraíso chiquito emanaba del primer ahhh con que mi aliento pudo manifestarse y se materializaba en un techo pintado de seguro en el Siglo XIX, cuando los alambiques caseros destilaban para el consumo del señor y sus amigos las mejores am-brosías del agave azul. Rota la ley de gravedad, no bajó: subía. Una copa, no más; quizá tres tragos, cuatro si fueran comedidos y peque-ños, y cada uno de ellos abrió universos que no estoy para mostrar tan fácilmente. ¡Ah, si pudiera! Ustedes, que habrán viajado por sus propios mares agitados y riesgosos sabrán lo que es encontrarse con un banco de sargazos. Y pasado, volver a ver la mar abierta y la na-vegación sumisa al viento.

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Romance de las manos 28oct2007

Me desperté temprano y pude haberme puesto a trabajar entonces en esta tarea tan grata que hago todos los días. Una hora cuando mucho. Plis plas, los dedos en el teclado y las cosas solitas van sa-liendo. Para una paginita ni siquiera hay que trazarse un plan previo sino dejar correr las manos, que son las que se hacen cargo de lo que luego dicen que dijo uno. No saben ustedes la camaradería, la complicidad que hay entre las manos y la creación; se ponen giritas apenas uno dice sería bueno hablar de tal o tal cosa; ellas, entonces, que han leído y reflexionado mucho más que nosotros, mueven sus admirables tendones y, nerviosas, como muchachas que se están arreglando para un baile, sacan afeites, potingues, papelitos, envol-torios y reservados de donde uno menos se imagina y escriben con humildad y eficacia mostrándole a uno cada línea a ver si está de acuerdo, y cada vez se ríen más y más orientadas lucen a cantar y a bailar. Hasta que todo se hace una fiesta, un exultante ramo de dedos moviéndose sobre las letras. Espérense, espérense, les digo porque las veo desbarrancarse, irse por su cuenta hacia quién sabe dónde –mucho me temo que ni ellas mismas lo sepan–, espérense, locas, vamos a organizarnos.

Amaneció nublado y frío y esta casa es helada, se le meten los chiflones de aire gélido por las juntas que no embonan de todas las ventanas y puertas; por más que se lo dije al arquitecto él echó en saco roto mis aprensiones con el común argumento de aquí no hace invierno, no seas chillón, vivimos en una eterna primavera, ponte un suéter; y luego los jóvenes –que aquí hay varios– como no tienen frío porque andan de aquí para allá, dejan abiertas las puertas para

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que el perro y el frío entren y salgan. Yo estoy entelerido debajo de las cobijas; saco las manos por lo que ya dije y ellas no parecen pade-cer lo mismo que yo sino que voltean sus yemas sonrientes a verme como diciendo ¿ya? ¿nos arrancamos? Y solitas se ponen sobre las le-tras borradas del tablero a juguetear haciendo alarde de que ya se las saben y de que no necesitan que cada tecla se identifique; a lo mejor hasta salen con ellas de noche sin que yo me dé cuenta; es posible que ocurran allí romances y aventuras que ni me huelo.

Está bien, no tenía un plan determinado pero sí idea de lo que íbamos a hacer y ustedes ya ocuparon más de dos terceras partes del espacio; con su irresponsable actitud ya me dejaron sin lugar para exponer alguno de los asuntos que pudieron corresponder al día de hoy. Quería quejarme de la tos que lleva más de un mes y no se me quita; quería reflexionar sobre la duración de este viaje que ya se me va haciendo demasiado largo; quería hacer un balance de alturas sobre el nivel del mar y su relación con los dolores en las piernas; pero para nada me han dejado lugar. Ustedes con su manera chis-tosita de caerme bien hacen lo que les da la gana por eso nunca he podido ser un escritor serio… Ya, ya, ya, me dicen bajando la voz de terciopelo y dándome palmaditas, ya pasó, ya pasó; no hagas corajes porque luego te nos pones peor; mejor conténtate y vamos a hacer algo divertido, ándale, anímate.

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Enigmas de poeta 21nov07

Yo, señoritas y señores, soy poeta. Antes que otras muchas cosas que haya podido hacer en la vida, soy poeta. Me eligieron las musas cuando era un efebo que creía ser feo y aunque se han enojado con-migo varias veces –con tanta eternidad que llevan y no aprenden que la condición humana es inestable; mudables han sido ellas tam-bién, aunque divinas, porque tampoco tiene uno la culpa de todo–. Y viene esto a cuento no por necesidad de reafirmación ni porque esté esperando que me den algún premio sino a propósito de este blog. Que como recordarán empezó su carrera como Mercurio de mis versos; haría que aquí salieran todos mis poemas –hasta donde me alcancen los días si es que se acaban antes que las obras– y de ese modo tendrían un nuevo cuerpo, tan etéreo y sutil que les diera andar por el mundo de otro modo que vestidos de papel. Y así han andado. Además de empapelados, porque todos están ya en algún libro. Cuatro volúmenes van y se está por acabar el cuarto, Fuentes. Habrá que empezar con el que sigue, pues van en orden inverso; es decir, que he publicado lo último escrito y de ahí para atrás; así que vendrá después el libro Poeta en la mañana.

Pero lo que quería decir es que me llama la atención la poca res-puesta que hay a la lectura de estos poemas; antes los comentaban con más asiduidad pero los de este libro último tengo la sensación de que han ido por un carril distinto de lectura que la prosa. Será que tienen algunas características distintas a los de los otros libros, que no tienen puntuación, que comen su hierba en distintos prados, que tienen menos miedo de ser feos. Y vieran que hay algunos que a mí parecen de lo mejor que he escrito. En una de esas yo tengo la

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culpa porque antes hacía alusiones a lo publicado en verso y desde hace meses hago un diario que no voltea a ver los poemas sino que anda con otras preocupaciones y andanzas. Por más que muchas veces sus asuntos por azar coincidan. Pero es que la vida no es fácil. Ahora que también hay otra cosa: yo mismo los veo con distancia, distinto a lo que me pasa con los de otros libros. También yo a veces los leo como si no fueran los hijos que siempre he tenido sino unos de distinto amor.

Es raro ser poeta. Como no se vive de eso no es fácil asumirlo. Lo que hacen la mayoría son carreras universitarias de letras que les permitan vivir de la cátedra o de la investigación. O son editores o promotores de la literatura. Y entonces la vida se va en prendas. De todos modos la vida se va en prendas. Por eso propuse una vez que el estado y las empresas se hicieran cargo de mantener a los poetas encomendándoles escribir los poemas de las grandes obras sociales públicas y privadas, que se instituyera el cargo de poeta residente de proyecto y se sumara su estipendio al presupuesto, pero creo que a todos les ha parecido broma. No me parece mal volver a decirlo y volverlo a proponer. Esa sería una buena forma de conmemorar el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución: crear por decreto constitucional la obligación del Poeta Residente. Y que fuera el que quisiera. Ah, qué país más bueno sería ese.

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Cecilia 22nov2007

Hace rato, pasadas las cinco de la mañana, me habló por teléfono mi hermana Marta desde México para darme una noticia terrible: se murió mi hija Cecilia. De repente. Tres días antes de cumplir cua-renta años se acabó de pronto. Como si hubiera tenido un plazo pre-fijado. Al rato me llamaron mis otros tres hijos, juntos, para oírme y para que los oyera; iban a hacerle la última visita a su hermana. Es-toy atontado, no sé cómo acomodar lo que siento. No encuentro pa-labras que me sirvan. Estoy bajo el efecto de un mazazo. Todavía no sé diagnóstico ni causas. Se desmayó, me dijo Marta, fueron a buscar una ambulancia y ya estaba muerta. Estoy preocupado por el dolor de Elsa, su madre. Estoy preocupado por mi dolor, también. Milagros y yo hemos estado este rato hablando de ella, evocándola, recordando palabras, cosas. Supongo que seguirá sonando el teléfono.

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La vida perdurable 02dic07

No, sin aspavientos, naturalito: una sociedad en la que prácticamen-te se ha eliminado la muerte. La gente vive hasta que quiere; la ciencia y la cultura han logrado alargar la vida de manera indefini-da y sus plazos se extienden sin presión, cómoda y generosamente, con una estadía dedicada a pensar, a buscar soluciones de utilidad y enriquecimiento para el propio concepto de la vida. Hay viejos de edades muy muy legendarias. Cuando estos cuerpos dejan de poder o de querer manifestar su voluntad, lo que también ocurre, el estado se hace cargo de su tranquila desaparición. La explosión demográfi-ca es muy limitada porque nadie tiene prisa, y sí, el conjunto crece siempre un poco, pero quedan muchos siglos por delante para temer una saturación del planeta, si es que tal cosa pudiera llegar a ocurrir –nuestro planeta es grande y productivo, han dicho–, además de que todos están seguros de que se encontraría solución para esa lacra.

Por la mañana se comen frutas de agua: melón, sandía, piña, papaya, mango; hay una segunda colación, hacia el medio día, con frutas de consistencia: plátanos, manzanas honorables, peras doc-torales –se llaman así por el grado de desarrollo que han alcanzado en los huertos–, melocotones, en su caso, y van acompañadas de los frutos secos, higos y orejones, nueces, piñones, uvas pasas, y tunas, y se hermanan con panes de variados cereales e infusiones exquisi-tas logradas con tantos matices de mixtura que hay quienes durante años no repiten un mismo sabor. Para la tarde están los kiwis reser-vados junto con las uvas frescas, las fresas y la variedad de moras; es entonces cuando, de manera muy medida, se come una poca de carne, algún huevo de ave ricamente preparado y la panoplia in-

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finita de verduras que la tierra ofrece. Por la noche es el vino, los aguardientes, y el pan con mermeladas, jaleas, compotas y pasteles. Y la música en todas sus formas.

Lo redacté de otra manera en el duermevela, y no quería des-pertar. Se me habían ocurrido unos adjetivos preciosos para las fru-tas y la dieta era de un equilibrio asombroso. Hasta las contradic-torias tunas tenían un lugar comprensible. Había características de los viejos que no pude reencontrar en la vigilia. Estaba todo resuelto para que la vida resultara tan durable como la voluntad de vivirla y en ello campeaba una deliciosa armonía. Todavía me acuerdo que lo dije en voz alta para que Milagros lo oyera (seguramente estaba tan dormida como yo, pero eso, ¿qué le importaba a mi previsión?) y me ayudara a reconstruirlo al rato. Pero no, qué esperanzas, ya no pude dormirme; amodorrado y todo me incorporé a escribirlo y vi con tristeza, como tantas otras veces, que es irrecuperable la perfecta y luminosa redacción interna de los sueños.

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Ensalada César 07dic2007

Las manos hicieron lo que les dio la gana nomás las dejé sueltas. Yo iba detrás buscando un huequito para poner lo que quería y todo el espacio lo llenaban con su inútil palabrería, como un caravana de iluminados dedos que llevaran la verdad por el camino y fuera atentatorio contra la religión o contra la moral pública o contra el decoro impedírselos. Pero apenas vi que empezaron con el tema del acné –que, por cierto, no tiene apariencia de resolverse a corto plazo, ¿eh?– me temí lo peor: aquí se les va a llenar la página. ¿En dónde demontres voy a meter la receta de la ensalada César?, pensé. Porque antier, adelantando vísperas, Milagros fotografió todo el pro-ceso –se la había yo prometido al amigo que vino a comer con noso-tros– y debió aparecer aquí ayer antes de que el huevo se reseque y craquele perdiendo su apariencia tersa y provocativa. Se hace, como todos sabemos, ante los comensales. O siempre que la he pedido ha venido el mesero con una mesita auxiliar hasta mi sitio y los he visto prepararla con más o menos maestría.

Es una ensalada de origen mexicano, fronteriza, registrada en Wikipedia, para los curiosos. En México la preparan en todos los bue-nos restaurantes; en España y el resto del mundo es conocida por sus versiones empacadas en supermercado con la consabida bolsita de aderezo industrial para agregarle, pero está muy lejos de parecerse al original. Hay muchas recetas en Internet, algunas aberrantes y otras experimentales. Pero aquí la pongo y sé en lo más íntimo que alguien se arriesgará, lo intentará y gracias a eso el mundo seguirá su curso.

Lo primero es poner un diente de ajo en la ensaladera exten-dida y aplicarse a desbaratarlo con el tenedor –se puede tatemar

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antes para quitarle fuerza, pero entonces qué chiste–; enseguida los filetes de anchoa, que suelo poner uno por comensal pero a veces son muy pequeños y delicados o por el contrario grandes y de sabor muy fuerte, de modo que hay que ir tanteando; agrego unas gotas de limón y un poco de aceite de oliva –unas gotas y un poco sé muy bien que es impreciso, pero cómo medir esas fracciones fantasmales de realidad– y apachurro para que todo se haga pasta unitaria, lue-go unas gotas de jugo Maggi y otras de salsa inglesa Worcestershire, con cuidado porque no deben prevalecer sobre los demás sabores y ambas son tremendas; más aceite, tanto como vaya haciendo falta para que haya líquido que cubra las lechugas cuando las llamemos a trabajar. Sal y pimienta. Para cada dos que van a comer pongo un huevo pasado un minuto por agua –literalmente un minuto porque de otro modo es imposible deshacer los grumos blancos de la clara que quedan flotando como hilachas de ánimas en pena– así que le puse dos. Las hojas de lechuga orejona deben estar secas y enteras. Las paso por el aderezo para que se impregnen bien por todos lados y sirvo cuatro en cada plato, con dos o tres rebanadas de pan frito y dorado en aceite y espolvoreo con queso parmesano molido. Y no la toquéis más, que así es la César.

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Una página importante 11ene2008

Si pudiera escribir todos los días una página importante; no nada más teclear y acudiendo a las sombras que rodean la imaginación ir ensartando palabras que buscan, pobrecitas, casi a solas, poseer algún sentido, sino por mi propia voluntad y en ejercicio de mis facultades, arrebatarle cada día una buena página a la nada para po-nerla a la consideración de los demás. Poder decir sin engolamiento ni titubeo al poner el punto final correspondiente: Amigos, conoci-dos y no, señoras y señores, autoridades y altas investiduras que en este momento os veis ante el escrito de alguien, sed benévolos o al menos buscad la toga magisterial de la neutralidad y ayudadme a poner la página en donde corresponde. Que lo mío estuviera inves-tido de esa seguridad gremial que otorgan los momentos altos de las posibilidades de cada quien, surgido de un buen resultado, claro, y que la página, como en esas antiguas imágenes de cine en las que caían las hojas del calendario, fuera volando a destinos legítimos, reales, existentes en el obsesionante mundo de la realidad. En la mesa de redacción del periódico digital más visitado, por ejemplo, en donde, además de exhibirse con sus galas y aseos, pudiera abrir la puerta a sus hermanas menos afortunadas promoviendo este per-severante blog.

Que cayera, impulsada por la mano inocente de la casualidad –conocedora más que nosotros de los azarosos caminos del desti-no– en la mesa de los divulgadores más conspicuos, los que dictan el rumbo del gusto y el interés en las revistas y cenáculos, y tuviera la fuerza para imponerse, el peso necesario para quedar fija sobre el escritorio a pesar de un posible desdén de entrada, natural casi

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siempre cuando se ignora de dónde provienen tales o cuales pala-bras, y con su propio cuerpo se acomodara entre las primeras planas de lo que sea para ir por el mundo exhibiéndose tal como es. Que lle-gara a los ojos del sabio en cualquier lugar del mundo, abolidas por su naturaleza sobresaliente las barreras de las lenguas, y pudieran sentarse ambos a dialogar tranquilamente un momento, el momen-to de oro de la página, por supuesto, tan breve y trascendente como un crepúsculo.

Si pudiera escribir una página importante, una página con alma, una página a la que rascándole con crueldad se le pudiera sacar sangre, una página que hablara por sí misma y tuviera el cuer-po jurídico suficiente para defenderse en cualquier tribunal posible y la fuerza de los titanes y los semidioses para entrar en combate digno de figurar en los frisos de cualquier Pérgamo que la topara, una página que se supiera a sí misma trascendente y pudiera ir por esos escenarios absolutamente desolados de la realidad recogiendo despojos de los escritos de su siglo y devolviéndoles la dignidad, la confianza, el coraje para luchar de nuevo. Una página importante pues, y no este escribir sin ton ni son nada más porque es la hora de atender a la bitácora en la que cada día, mientras estoy anotando los acontecimientos, relevantes o no, se me va el alma por los más erráticos caminos de la fantasía.

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Compromisos del sol 13ene2008

No sé si en los Archivos de Simancas o en la Biblioteca del Escorial, o en algún otro recinto documental básico, entre los papeles funda-mentales que han leído, estudiado y refrendado todas las generacio-nes que por aquí han pasado sancionando su validez con el ejercicio reiterado y constante, tiene que estar el convenio que en algún tiem-po inmemorial se firmó entre las fuerzas universales y el territorio de Madrid, en que quedó asentado sin cortapisas que al menos los domingos el sol tiene que brillar haga la temperatura que haga. Y el cielo tiene que estar azul y la luz tiene que entrar por las ventanas del salón amplio de mi departamento cumpliendo el compromiso adquirido de tiempo vetusto con las plantas que hacen el mínimo jardín interior en que cumplimos cierta necesidad de convivir con la verde amplitud del mundo, aunque sea un poquito y en macetas. ¿Se imaginan el horror que ha de ser vivir en Marte o en Venus en don-de por lo que se ve no hay ni una pizquita de verde? Los nómadas del desierto aguantan el color aplastante de la arena porque saben que en algún momento han de llegar al oasis y toda la luz y todo el calor se esparcirán en los infinitos matices del verde acogedor.

Pues no sé si en algún apartado de esos mismos protocolos que-daría inscrito que anoche durmiera yo de un hilo, aunque, la ver-dad, me parecería un poco exagerado, o en todo caso, una previsión demasiado adelantada, pero uno nunca sabe, ya ven que el tiempo es una espiral cuyos círculos vuelven a pasar por los mismos me-ridianos y se guiñan el ojo unos a otros contándose secretillos lle-nos de picardía. Me acomodé resignado a toser y a centavear lo que quedaba de noche, que ya había yo medio consumido en lecturas

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y capítulos de una serie pirateada; acudí a algunos de los remedios que brujos y brujas de este sistema me han enviado para ayudarme a pasar por el pantano y apagué la luz. Recuerdo que tosí, cómo no, pero no recuerdo que haya sido traumático, ni siquiera especialmen-te fuerte o molesto, y luego ya no recuerdo nada, se hizo una elipsis total entre esa difuminación y los granos de arena bajo los párpados que estaban refunfuñando porque atrás de la cortina la luz pugnaba por entrar a darme unos besitos en la frente.

¡Hostia! –casi dije–, si ya pasa de las diez de la mañana y ni una despertadita di en toda la noche; me dormí de punta a punta como hacía tanto tiempo que no me sucedía; tortúrenme si quieren pero no me sacarán ni una palabra porque no recuerdo nada; ni siquiera sé si navegaba sobre olas de crema batida o copitos de algodón en asamblea. Todo fue pasar de una oscuridad desconfiada y sin gran-des expectativas a una luz poderosa de domingo en la mañana. Y claro, amanecí con el ánimo cambiado, con ganas de comerme toda la fruta del desayuno, de salir a pasear por las soleadas calles a ver si encuentro en plazas y jardines con vocación de ágora seminarios de discusión sobre la historicidad auténtica o apócrifa de los convenios entre Madrid y los compromisos del sol.

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Aguas con el Zócalo 15feb2008

La carcasa, el armazón es lo que me despertó, lo que me duele; si pudiera voltearme y acomodarme sobre el otro costado estoy seguro de que lograría seguir durmiendo pero voy a tener que esperar a que se ablanden los huesos y se les afloje la carne que tienen apretada alrededor para poder echarme otra pestaña. Dormí cuatro horas se-guidas en blandito y una más como montado en mula serrera que me llevaba a los tropezones y jaloneos hasta que ya no quise y me le-vanté. Le estaba dando vueltas con cierto regodeo al tema del Zócalo de la ciudad de México. La primera heterodoxia que se me ocurrió cuando participé en el primer gobierno democrático del D.F. fue or-ganizar un baile público y gratuito con Celia Cruz. ¿Ya preguntaste si se puede bailar ahí?, me dijo una colega de alta jerarquía política sorprendida por mi ocurrencia. ¿Y quién nos lo va a impedir si el gobierno somos nosotros?, le contesté. No, pero cerciórate de que no haya restricciones constitucionales o limitaciones del uso para ceremonias oficiales. Así nos tenía acostumbrados el PRI; la ciudad y el país estaban enajenados, había que pedir permiso para usarlos. O eso era lo que nos habían grabado en lo profundo del alma.

Mucha gente no se acercó a este primer concierto porque creyó que era una tomadura de pelo, que se trataría de alguna imitadora de la cantante, pero corrió la voz de que sí era cierto y los conciertos se fueron llenando de todo ese mundanal que había sido siempre testigo de los grandes espectáculos internacionales que pasan por la ciudad pero a los que no tiene acceso porque las entradas más baratas cuestan lo de varios días de salario mínimo. Sí hay, pero no para mí, era la sensación colectiva en muchos millones de capitali-

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nos. Luego ampliamos el espectro y comenzamos a hacer grandes exposiciones, presentaciones de poetas, ferias del libro y celebración de fiestas populares. La plaza se transformó, por obra y gracia de su uso real en un centro cultural de ingentes proporciones; mucho más que un estadio o que el auditorio más choncho que haya. El siguiente gobierno deshizo la infraestructura que armamos y cambió el signo de las presentaciones de artistas; al carecer de una política cultu-ral propia se las cedió a los promotores comerciales, pero continuó usando el espacio como centro de cultura.

El actual ha tenido una visión más moderna y de mejor mar-keting; llegó al colmo de armar una pista de hielo gratuita para los capitalinos o de montar allí algún congreso internacional al aire libre. Su vocación cultural organizada y madura está entrando a los cánones modernos. Pero ya saltó la liebre. Ayer una senadora del PRI presentó una iniciativa para que el Zócalo pase a ser jurisdic-ción del gobierno federal. Puede ser una batalla dura y encarnizada, sobre todo si quienes defiendan la posición del gobierno de la ciudad lo abordan desde un punto de vista de política territorial y luchan con las puras armas institucionales. Se trata de una batalla de más calado; una batalla de la ciudad contra su clase política y el uso patrimonial del país. Hay que tomar en cuenta a la gente y hacerla entender lo que está en juego. Hasta ahora es un espacio ganado, de alta carga simbólica; simplemente hay que reforzar su uso con un programa fuerte de política cultural que la ciudad comprenda y asimile como propio y ella lo defenderá. Y luego dicen que la cultura es suplementaria.

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Biblioteca hablada 26feb2008

Desde que se despertó lleva pensando en lo fácil que sería; y más contando con la infraestructura y los recursos con que cuenta el Co-naculta, en México, aunque también se podría hacer en España o en cualquier parte. Un programa de fomento de lectura que penetrara de verdad en todas las capas del país. Voces de autores, de actores y de lectores por gusto seleccionadas por un grupo plural con buen criterio y conocimientos pedagógicos; cabinas de grabación disponi-bles en las muchas instalaciones del imer y de otras instancias de las que se puede echar mano; los escritores de los distintos programas del cnca asesorando la más amplia selección posible de textos de la literatura nacional y universal, y mucha manga ancha y rigor para evitar que se convierta en plataforma de grupos o de intereses edi-toriales parciales. En una nadita se tendrían en todo el territorio na-cional talleres de lectura trabajando con lectores profesionales para pulir a la soldadesca lectora, hombres y mujeres, chicos y grandes, pobres y ricos, cultos e incultos, lo que es el país, pues. Le brillan los ojitos pensando en lo útil que sería. Al menos una de las estaciones del imer en cadena nacional dedicada a la lectura en voz alta: Biblio-teca hablada. 24 horas con todos los géneros y todas las posibilidades de la literatura de ficción. No como plan educativo sino como modo de ser, como la música.

El programa tendría que incluir el préstamo gratuito de mate-rial y asesoramiento para todas las pequeñas estaciones de provin-cia que lo solicitaran (o todo el que lo pidiera o se lo quiera piratear de Internet), incluso ofreciéndoles algunas ventajas que habría que considerar con tal de que además de la música que interminable-

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mente programan, de lo que algunas obtienen no pocos de sus re-cursos, emitieran programas de lectura. Claro está que hay que ha-cer y afinar, hay que crear un estudio estadístico que vaya guiando los derroteros del programa, que ofrezca resultados que ayuden a mejorarlo constantemente; pero empezar, yo lo empezaría ya. Los elementos todos existen, nada más hay que conjuntarlos, motivar-los, confiar en ellos y organizar el trabajo. También en los barrios de pobres hay lectores apasionados y que lo saben hacer como el que mejor. Por supuesto que se pondrían tarifas para pagar a los lectores su trabajo legítimo y se irían conformando los grupos de asesores que hiciera falta.

Como un servicio cultural estaría exento de las preocupacio-nes de rentabilidad directa y recuperación de lo invertido, pero por más caro que fuera siempre sería barato y de efectos inmediatos y comprobables. Y tendría que estar en acuerdo constante con otras instancias: los legisladores, para que pudieran evaluar resultados y apoyar y engrandecer la iniciativa si resulta positiva, asignarle los recursos necesarios y legislar en su caso lo que hiciera falta; los ser-vicios culturales de Relaciones Exteriores, para buscar experiencias similares en el mundo y aprender de ellas o para ofrecerlo como gesto de cooperación internacional; la Educación Pública, para que se valiera de él como auxiliar de sus propios programas y ayudara a su divulgación y puesta en valor. Y aquí, quietos en el hospital, mientras le ponen la segunda dosis, me cuenta cómo lo haría, cómo con todas las experiencias que ha tenido en fomento de lectura en su vida, ahora que está madurito le saldría tan fácil, tan fácil…

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Autorreconstrucción 11mar2008

Si hubiera un dispositivo que encender, un botón que hiciera click y se activara el movimiento interno de reconstrucción. On, y las célu-las empezaran a recibir la señal de que tienen que rehacer su núcleo y acomodarse en el lugar en que hay que estar para ser útiles; orde-naditas y funcionando, vamos, y de buen humor; un ronroneo dis-creto debido a la acción interna comienza a oírse si se aplica el oído cerca de los puntos vitales. ¡Acá, acá!, comenzara a escucharse en los lugares en donde falta material para reparar un tejido dañado y llegara el ingeniero de adn con sus muestras para buscar el elemento exacto que hace falta. A ver, cuadrilla; sí, ustedes, dejen de estarse revolcando en la sangre con esa felicidad festiva y sirvan para algo: desplazamiento urgente en busca de tal y tal al almacén con esta orden de entrega inmediata. Le dicen a la señorita que atiende que las que quiero son las más fresquitas, las que acaban de salir de la célula madre y que me las mande acompañadas de un estabilizador permanente, del que estamos probando para evitar que vuelvan a morirse. Le dicen que se trata de uno de los sujetos ya escogidos para modelo permanente. No se me entretengan.

Y salieran pitando, relamiéndose todavía lo saladito de la sangre en que estuvieron jugando tan a gusto cuando no había necesidad de actuar para una causa tan severa como es esta, responsables de la vida del individuo en que les tocó la suerte de morar y ser parte. ¡Va-mos, muchachos, ánimo!, tenemos que cumplir con la encomienda y volver lo más rápido que podamos. Y que entonces los accidentes que pudieran impedir la realización inmediata de la tarea fueran, por ejemplo, que el individuo no ha comido suficiente fruta y hay

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un área desolada, sin vitaminas, de tierra movediza, en la que cual-quier partícula que intente avanzar es devorada por una sedienta necesidad de apropiarse de cualquier alimento que le devuelva la vitalidad; o una zona en donde de lo que se carece es de proteínas y hay un clima de hostilidad de tal magnitud que casi se diría que hay que cruzarlo a sangre y fuego; el mal humor impera agazapado tras cojincitos de hipocresía pero sale y secuestra todo lo que alcanza a ver pasar por el camino con una indiscriminación peligrosa que proviene de una miopía congénita.

¡Vamos muchachos, ya falta poco!, si avanzamos más por entre este triperío llegamos a la columna vertebral y por allí entramos al departamento de médula en donde están los almacenes, no se achicopalen. Y llegados se encontraran con un sistema prudente y eficaz acostumbrado a cumplir sin dilación sus órdenes de trabajo; nada de burocracia, nada de se fue a tomar un café, nada de pidió el día porque se le va a casar un sobrino. Sí señores, aquí está lo que pidieron y ahí afuera hay un vehículo rápido para llevarlos a donde se necesitan aplicar estas células que están de rechupete; lleven de paso estas que se están experimentando para eliminar por comple-to los residuos que puedan quedar de lo que se pudrió y ocasionó el percance. Salen con celeridad y yo veo a mi encomendado tirar el iris de los ojillos alegres para todos lados como buscando alguna voz, un narrador que le ayude a poner en circulación este monólogo in-terno para que no se quede en el puro silencio de sus fantasías. Haré lo que pueda, pienso, y comienzo a reconstruirlo.

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Un caballo pasó por la llanura 19mar2008

Por lo general uno se equivoca cuando piensa que los demás están pensando en uno; que hay, pon tú, doscientas o trescientas almas cada día conectadas a esta página –no necesariamente las mismas sino que unas aparecen una vez por semana; otras, dos, o tres, y algunas pocas, diario– y peor le va entre más por encima se las representa, así nomás, como número de personas y como si fueran iguales o tuvieran historias o conocimientos, o los antecedentes que quieras para reaccionar de manera igual o parecida. Que lo que di-gas lo van a entender más o menos igual. Pero te equivocas, fresco y fragante capullo, te equivocas de pe a pa. Cada cabeza es un mundo. Lo que entra en cada chompeta, que puede ser igualito en todas en su origen, o sea, una misma cosa dicha igual, redactada igual, pasa al entrar por el oído o por el ojito ajeno por un proceso químico de solventes y precipitados que produce resultados alucinantes. ¿A poco no?

Fíjate, tú dices un caballo pasó por la llanura, y ya se alteró el mundo como no tienes una idea. La cantidad de caballos de colores y tamaños distintos que pasaron a cualquier hora por los llanos más inverosímiles que haya, reales e irreales, montados desde por jinetes salvajes puestos ahí por la prehistoria para contar alguna hipótesis, hasta ladys godyvas altas, rubias, bajitas, morenas, greñudas, calvas, adolescentes, maduronas, con los nervios alterados en el calor de un julio insoportable a solas, pasando por cuanta cabalgadura equina sola o llevando a un indio, a John Wayne, a un jockey, a un gaucho, a Alejandro de Macedonia o a Pedro de Alvarado haya tenido el de-signio de pasar de un lado a otro por el campo; o tal vez un vaso de

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tequila que traspasó ardiendo un gañote aventurero o una compresa que cumplida su función va a la basura. ¡Jesús!, si se fotografiara lo que cada quien se imagina se podrían vaciar todas las salas del Mu-seo del Prado y llenarlas con esa exposición inagotable: Un caballo pasó por la llanura.

De modo que cuando entro y comienzo a flotar –digámoslo así aunque luego tenga que explicarlo– por este entorno, con el objeto de observar las acciones, omisiones, reflexiones, dudas, pensamien-tos, etc., de este o de otros personajes que tengan que ver con la narración diaria a la que está comprometido el protagonista de esta sucesión de palabras, no dudo en decir que me veo en un predica-mento. Y no por otra cosa sino por pundonor, porque, a ver, qué mayor acierto tendría –y con ello más satisfacción personal– que atinar a transmitir los matices variadísimos de lo que aquí ocurre y se desplaza en el tiempo y el espacio, y llegar a esas doscientas, trescientas almas que decía, con una oferta más o menos semejante para que entiendan, si no lo mismo, por lo menos algo cuyas carac-terísticas similares pueda ofrecer distintas versiones de un mismo acontecimiento.

Y ese es mi empeño, por eso ven que me aparezco últimamente diario tratando de encontrar mi lugar, el sitio desde donde sin estor-bar, sin ser notado, pueda darme cuenta de todo y dar recado a los demás de lo que el poeta, sus cómplices y los acontecimientos con frecuencia se niegan a revelar por tantas y tantas razones, empezan-do por las más bobas de todas, el pudor y el olvido. Así que aquí voy a estar, me perdonan.

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El miércoles 20mar2008

Una tila, dos orfidales, un masajito en los hombros y la espalda, de manos de Milagros, que arrancó durezas poco amigas de soltar el cuerpo sin condiciones, y el efecto demoledor de la tercera aplica-ción seguida de quimioterapia, lunes, martes y miércoles; –¡miérco-les santo!, se acabó, hasta dentro de tres semanas –les dijo a los del cuerpo de enfermería del hospital con ese vigor alegre de muchacho que saca a veces para hacerse el simpático y proyectar la imagen del más sano de la parroquia, o el que lleva la carga con mayor despar-pajo y alegría, como si no le calara, y la salida a la calle en donde la temperatura había comenzado a bajar, de la mano de María Aura que llegó esta mañana a visitarlo por una semana, claro está que el hombre, que ayer tuvo una de las tardes más tosidas de sus últimos tiempos, descargara lo que pudiera contener de vitalidad –buena y mala, ya ven que eso tiene estar vivo– y en su postura lateral obliga-da por el acomodo de las piezas internas del material pulmonar, se quedara profundo y entrara sin prevenciones al sueño, ese taller de chapuzas y fantasías que con el mayor de los misterios se hace cargo de coser descosidos y pegar desarreglados.

Mientras se quedaba a formar parte del agua oscura se oían sacudir las ventanas por los cubos de los patios interiores y ahora por la mañana se sigue notando cierta intranquilidad externa, lo que quiere decir que la temperatura debe haber bajado muchos gra-dos aprovechando que nuestro samurai durmió siete horas seguidas impedido por completo de todo recurso para ponerse a defender los desajustes del universo. Ah, qué ganas de haber estado atento –pien-sa– e impedir que el meteoro hiciera lo que le dio la gana, hubiera

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conservado el buen clima primaveral aunque fuera a katanazos para poderme amarrar una sonrisa alegre a la hora del desayuno, no que con el día nublado y frío, la cara se estira y el gesto destila ese vi-nagrillo inevitable de cuando no se está en las mejores condiciones posibles para celebrar. Aunque en realidad no cree tan a lo firme que la falta de condiciones se deba puramente al aire frío que se vino a colar a Madrid. Pero le gusta sacar un poco las cosas de su sitio y revolver la hebra de los acontecimientos.

Sonó el timbre como a las diez de la mañana. ¿Quién anda to-cando allí?, dijo el cascarrabias; un mamey, los tomatillos de milpa, el queso de Oaxaca que encargaste, los chiles poblanos, una bolsita de chapulines, los mangos de manila, las tortillas del día para la reserva, los chiles jalapeños en conserva que son los que más te gustan para las tortas,

, se me olvidaron los esquites en el refrigerador, ya los tenía lis-tos y los dejé, perdón –dice la niña pródiga que ha venido cargando ese mandado en un recorrido por la cuarta parte del planeta Tierra, y sigue sacando maravillas de su cornucopia, entre ellas la conversa-ción, la puesta al día de las cosas de allá, ese territorio que completa la unidad ideal que cuando está dividida deja siempre unas astillitas que punzan, se entierran, hacen sangre y se infectan y se tiene que estar buscando pequeños remedios caseros para no sobreponer tales minucias de dolor a las enfermedades que de veras valen la pena.

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Origen frutal de la tos 19abr2008

Por nada del mundo quiero repetir una lección ya dada y estoy segu-ro de que ya expliqué el origen frutal o material del registro de las toses: cómo hay toses de membrillo, toses de pera, de guayaba, de limón, de tejocote; ¿o no? Llevo más de cuatrocientas veinte páginas –qué bárbaro, no me he medido con mi propia desmesura, ya podría yo escribir a veces sí y a veces no, tituladas diario arbitrariamente, y aunque reviso a vuelo de pájaro no encuentro toses de frutas o algo por el estilo– pero porque siento que se trataría precisamente como de dar una cátedra repetida –y juro que lo que menos me interesa en la vida es darle a nadie enseñanzas de nada y peor, ser machacón–. Todos creemos que la tos es una irritación común determinada de la dermis que conforma el cuerpo de los conductos por los que en-tra y sale el aire que nuestros incomprensibles órganos necesitan procesar a través de los pulmones para mantener en movimiento el mucho más que misterioso asunto de estar vivo, para que el corazón siga su pim pum acojinado y todo lo demás mueva la manivela de su propio sonido en la orquesta.

Pues he descubierto –y aquí el hombrecillo baja un poco la voz, entrecierra los párpados para hacer notar que va a decir algo en corto, que hay que atenderlo con especial cuidado– lo siguiente: las toses las mandan preparadas con distintas frutas y la salvación de la víctima, a quien no le avisan, por supuesto, con lo que se puede encontrar ni le mandan instructivo para detectarlas y, en su caso, para disfrutarlas, consiste precisamente en dirimir pacientemente de qué fruto se trata y luego irlo consumiendo con plena conciencia hasta poder tirar el bagazo ya sin nada que aprovecharle. Si es de

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guayaba, por ejemplo, sentirás al principio –no creas que es fácil descubrirlo, lo mandan más que disimulado para que la mayor parte de los ajusticiados de esta manera jamás perciba el truco– un gusti-llo agrio y una especie de cascotes que te ametrallan las paredes de los bronquios; sentirás también esa áspera raspadura de la guayaba un poco verde que al rozar la piel deja un ligero escozor del que lue-go van brotando entre el ardor, como colores renovados, los matices del perfume inconfundible de la fruta.

O puede ser de tejocote y entonces te encontrarás con una tos casi sin pulpa pero con los huesitos muy presentes removiéndose y ofendiendo las paredes de los tubos respiratorios como dados en un cubilete –pobre fruta cuyo parentesco con el níspero no la salva de ser tan silvestre que jamás podrá vestir las galas de la envoltu-ra pieza por pieza en los mostradores del mercado, ni siquiera ya la venden en los súpermercados; si quieres comprar tejocotes para hacerte un ate o para integrarlos al ponche tienes que ir a los merca-dillos marginales y lejanos, en donde los pobres todavía encuentran vínculos con el pasado, aquel en donde ibas por tu camino y arran-cabas una fruta del árbol y te la ibas comiendo para tu consolación. Pero, en fin, propongo a cada quien que haga su propia escuela de sabio cuando le toque el martirio de toser toda la noche y se fije que aunque vienen como los camotes de Puebla, de sabores y envueltitas una por una en papel delgado, sean de mango o de frambuesa, de piña o de fruta de la pasión, lo único que uno quiere a esas horas es que se vayan directamente a chingar a su madre.

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Aparición tardía 25abr2008

Adrede me negué a escribir en la mañana. No tenía ganas. No pasé buena noche y un humor desabrido me tenía ocupado. No es que no pudiera, no quise. Para nada es que estuviera frente a mí con sus ojos vacíos la hoja en blanco y no pudiera leer nada en ella, como le sucede a uno a veces cuando quiere escribir no más, no para algo sino no más para escribir; aunque ya ven que no, que soy bastante suelto, que me atoro poco, que hasta cuando no se me ocurre de qué, la escritura se va haciendo como un tejido de agujas que ya está echado a andar y tiene hebra ovillada suficiente –y perdónenme que lo diga pero siento que en algunas de esas ocasiones es cuando mejo-res páginas me han salido, con grecas que no estaban previstas, con figuras y colores que no había preparado de antemano–, pero hoy no, hoy estaba más bien en rebeldía. Y en ascuas.

Ayer me llego por mensajería un paquete que me mandó Elsa Cross con cosas de nuestra hija Cecilia –fotos, papeles, recortes, se-gún me dijo por teléfono– y no lo quise abrir en cuanto llegó, pensé mañana lo abro, porque el humor poco creativo de esta mañana ya me venía desde anoche; no, ayer todo el día se fue dorando en el calor de unas brasas de malestar que no logré que se apagaran en ningún momento; hasta tuve un gesto de irritación tan alto que puedo decir que llegué a la ira por una cosa tonta, y muy vergonzosa porque no estoy para exabruptos; hacía muchísimo tiempo, años, que no me acercaba a esos horrendos límites que desfiguran la imagen de uno y crean un monigote estúpido que hace el ridículo ante los demás y enseguida busca un hoyo, lo más profundo que se pueda, lleno de cal o de ceniza, donde meterse; por fortuna sólo estaba Milagros y

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reculé a tiempo gracias a su tolerancia tan generosa. El caso es que veía el paquetote y no lo quería abrir.

Y hoy luego de desayunar, volví a dormirme y adrede no qui-se escribir nada. Llevo desde noviembre, desde la muerte de Ceci, procesando un duelo largo, tan largo como fue el descuido en que la tuve toda su niñez y el esfuerzo que hice después para recuperarla. Un esfuerzo largo y áspero. Muchas veces, muchas, antes de irme a dormir, cuando reviso alguna parte de la casa que está a oscuras pienso que voy a verla por ahí esperando para hablar conmigo, con su sonrisa de mazorca; no su fantasma, sino a ella, aunque, claro, ya irremediablemente muerta. En esta sensación no interviene para nada el mundo de los fantasmas; eso, si acaso, lo pienso después, cuando elaboro la posibilidad de que ocurriera. Pero más bien son centavos del óbolo que me voy dejando en el cepo de mi memoria a favor de la reconciliación permanente y el abrazo de nuestras almas, figura espiritual y retórica que acabará en cuanto me muera yo.

Pues eso son: fotos, recortes de periódico, impresos de promo-ción de mis obras de teatro, y así. Cosas que veo poco a poco tratan-do de seguir en ella la huella de su padre. Pero no he terminado, apenas he visto una parte y no tengo la menor intención de describir de lo que trata. Si acaso, disculparme por haber dejado de cumplir con mi mínima cuota de aportación de una página nueva cada día en la mañana de Europa, mientras en América se duerme y nadie piensa en esta bitácora incumplida.

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Ahí va la Iglesia 26may08

Alzan los brazos al cielo clamando justicia y con voz cavernosa pro-fieren la acusación: en España no hay libertad religiosa y se quiere declarar la muerte de Dios. En rigor –dice el sofista que escribe estas líneas– para que alguien muera tiene antes que nacer y al que se re-fieren es el todopoderoso y no nacido, el que ha sido siempre, fuera del tiempo, y estos obispos españoles olvidan estas condiciones y lo vuelven un mortal más sujeto a la voluntad política de los hombres; ¿pues quién los entiende? Lo que pasa, ya veo, es que manejan como chicle su doctrina y la estiran para donde les conviene. ¿Que no hay libertad religiosa? Pero si la iglesia católica está sobrerrepresentada en todos los ámbitos. No hay acto oficial en que no estén presentes los altos jerarcas; no hay ceremonia luctuosa de Estado en la que no oficien (acá todos los muertos a los que honra el gobierno por angas o por mangas se van con misa y con cruz en el féretro, hayan sido de la ideología que hayan sido, y con purpurado diciéndoles adiós con la manita); no hay más fiestas populares que las fiestas religiosas con procesiones y actos religiosos (muy paganos, por cierto, muy paganos), y tienen ingerencia decisiva en diferentes acciones de go-bierno: pueden dar educación religiosa en todos los colegios que son suyos o de empresas de su línea de creencia, y la dan además, a pe-tición de parte, en todas las escuelas públicas en las que el gobierno paga pero ellos contratan y controlan a los maestros; y tienen, en la declaración de hacienda de los españoles, un recuadrito en el que el que quiere pone el porcentaje que decide que se le de a la Iglesia de los impuestos que paga, sin contar con que están subsidiados con un alto presupuesto del gasto público. Si todo esto es carencia de liber-

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tad religiosa y declaración de muerte del Creador, de plano es que el mundo no es redondo ni da vueltas en el cosmos sino que está guar-dado en una cajita rectangular en la que embona perfectamente con todas sus esquinas.

Ya vimos que al final de la anterior Legislatura, con ánimo completamente electoral a favor de la derecha, convocaron a una manifestación en contra del gobierno y juntaron un gentío que tuvo el privilegio de ver al Papa en pantalla gigante, en vivo, en la Plaza de Colón; de modo que ya se ve por dónde vienen los tiros. Más se trata de ir preparando el ánimo manipulable de su grey para los despropósitos que se digan durante estos próximos años de gobierno y como la Constitución dice que es un estado aconfesional y Rodrí-guez Zapatero ya dijo que hay que avanzar en la implantación del estado laico, ya vemos a los adalides preparándose para dar la ba-talla, no sólo para que no les quiten sino para ver qué más les dan. Lo bueno –para este caso en particular– es que la derecha está muy desarreglada y es previsible que tarde un tiempillo en enderezarse, así que no podrán echar montón como hicieron en el anterior pe-riodo de gobierno en que Iglesia, derecha y Víctimas del terrorismo se aliaron y cómo incordiaron a la ciudad, a toda la sociedad y, por supuesto, al gobierno. En fin, no hay más remedio que prepararse porque estas son batallas que duran siglos, si no es que milenios.

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A buscar alternativas 9jun2008

No puedo dejar de sentir una relativa orfandad. Estaba atado al cable de la vida que me daba el oncólogo; el ponía mi alfa y mi omega y yo me dejaba ir obediente por los caminos que él me proponía; los plazos entre una aplicación de quimio y la siguiente eran los espacios en los que podía regular mi vida; tantos días duran los efectos del medica-mento, tantos tengo para recuperarme antes de que caiga el siguiente, de modo que puedo tomar vino con la comida, una copa de mezcal de vez en cuando, algunos excesos; tengo dos semanas para hacer músculo caminando por el barrio. Y así se regulaba una relación de dependencia que me hacía sentir protegido y en el buen camino. Ya desde la consulta anterior quedó apuntado que no habría más líneas de tratamiento de quimioterapia a las que acudir como no fuera repe-tir y recombinar algunas de las ya probadas, con el riesgo de que los efectos contrarios, que sabemos que son tan agresivos e inevitables, fueran más importantes que los posibles beneficios. Y son pocas las opciones porque algunos medicamentos son negados para repetirlos en mí porque me causaron reacciones alérgicas u otras formas de re-chazo, por lo que no hay mucho de dónde escoger.

Ante un panorama tan poco promisorio más vale suspender la quimioterapia y aplicarse a la búsqueda de tratamientos alternati-vos. Y en eso estamos. Mi médico homeópata sigue quemándose las pestañas buscando el medicamento indicado que me aleje la tos y permita ver el panorama del pulmón con su adenocarcinoma aden-tro para ver por dónde deriva, en dónde lo podemos cercar, con qué llave podemos cerrarle el paso o cómo podemos llegar a un acuerdo de convivencia razonable con él.

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Hoy la mañana se fue en ir a los análisis de sangre, venir a desayunar y regresar al consultorio a esperar mi turno con el doc-tor. Llevaba completo mi examen de conciencia que hago cada vez: qué dolores he tenido, qué molestias se han agravado y cuales han disminuido, qué constancia he mostrado para tomarme los medica-mentos que me receta, y ahí sí tengo que confesar que soy bastante poco aplicado. Ahora, por ejemplo, me mandó tomar unas pastillitas de morfina que me ayudarían a evitar la tos y me devolverían la calidad de vida; las tomé nueve días y no noté ninguna mejoría, se-guía tosiendo con la misma enjundia con que lo he relatado aquí de los peores momentos, de modo que desde antier dejé de tomarlas. No niego que tenía siempre presente el miedo de la dependencia; si estando uno en plena salud cuesta tanto desembarazarse de la necesidad de la droga, qué no será estando débil y disminuido como estoy. Aunque el doctor insiste en que la dosis era tan pequeña que era absolutamente controlable.

Pero bueno, aquí está la explicación de que sea tan tarde y yo esté apenas preparando la página correspondiente al día de hoy. Así hay veces, ya ustedes lo saben. Hoy tocó un reporte más o menos imparcial de mi estado de salud. Ya habrá sitio para otros entreteni-mientos.

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Llegadas y salidas 19jun08

No, hombre –le decía a Marta mi hermana, ahora que nos despedía-mos de los poquitos días que me vino a ver–, si no sabemos nada del enigma del cambio de estado entre materia viva y materia inerte (rete bonito concepto que le oí a Eduard Punset la otra noche en un programa de tele), lo único que tenemos seguro es que todos vamos a pasar, absolutamente todos, por el mismo trámite. Es cierto que yo estoy tocado pero lo que es incierto es cuándo opere el toque. Qui-zás nos veamos este año o dentro de cinco o diez, o esta haya sido la última. En este mismo instante miles de organismos vivos están pasando de este al otro estado. Alegrémonos. O no. Quién habría de imaginar que iba a morir el mismo día que lo estaba pensando, dice uno de los personajes de La Dorotea, de Lope, al final de la obra. Una embolia, un síncope, un accidente, o cualquier otro fenómeno físico y el orden de los factores cambia. La maravilla es que todos nos pen-samos de duración ilimitada porque tenemos la curiosa condición de no saber ese momento.

En eso, que nos decíamos estas cosas y bajaba Marta al taxi que ya la esperaba, sonó el teléfono. Mis hijos María y Juan, que venían saliendo del aeropuerto hacia acá.

Y en lo que escribo y babosea uno ya se pasó el rato. Ya llegaron. Y como ya estuve muy conceptuoso y tengo pretexto, espero que no les parezca mal que aquí corte el discurso de este día y mañana les sigo contando. Aunque mañana llegan, también en la mañana, Pa-blo, mi otro hijo, y María Cortina. Pero luego les acabo de contar.

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Mis cosas 22jun2008

Lo que de veras me preocupa son mis cosas. Las personas como quie-ra se van acostumbrando, tienen nuevas preocupaciones, van y vie-nen, se tienen que acomodar para seguir lo suyo. Pero las cosas que-dan completamente a la deriva, no habrá quién las proteja; con uno ahí van, se dan valor unas a otras pero todas dispersas son basura; el frasquito de los caramelos, el estuche vacío, las muñequitas del Ras-tro, la pluma sin depósito, el papel que era tan bonito, el plato que algún día usaríamos para algo. Esas sí que están perdidas. No es que tengan valor sentimental, no es eso, sino que cada una es un pliego de memorias enrollado y no habrá biblioteca de Alejandría que los recopile; se va uno y como si no hubiera tenido nada ni siquiera se despide de sus cosas, y luego las pobres, como no sirven para nada a nadie le mueven el interés de conservarlas; se va uno y las deja condenadas a ser otra vez material de baratillo, cuando mucho.

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El lunes (incluye comentarios de los lectores) 14jul2008

Aquí he andado. Solo que no. Nada. Pero estaré por aquí por si algo se modifica.

Pido que me disculpen.

1. Manuel Rodríguez dijo:Sigue ahí, ya vendrán las musas. Un abrazo.

2. Juan O dijo: Allá andas, ven aquí, estaremos para tí. Bajo el influjo de tu

terruño podrás modificar, si quieres, el tiempo. ¿Por qué hasta Ma-drid? De cualquier modo, estás con la palabra… y, quizá, al rato, nos vuelvas a hablar escribiendo… Un abrazo.

3. Alfredo Rodríguez Brondo dijo: Alejandro:No nos tienes que pedir disculpas, antes al contrario, somos

nosotros los que te ofrecemos nuestras disculpas por exigir un verso tuyo cada día. Cuando el poeta no encuentra la calma, el mundo no encuentra sosiego. Seguro mañana Meletea, Mnemea y Aedea se po-saran sobre tu pluma y compartirás con nosotros esa palabra que el día de hoy parece no querer salir de su escondite.

Un abrazo fuerte.

4. Paty Ordóñez dijo: Hoy no… nada… pero sabemos que estás por aquí y eso lo mo-

difica todo… te queremos…

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5. Leoncito dijo: Ánimo querido Alex, tu puedes y nosotros te necesitamos. To-

dos requerimos un ligero descanso, tómatelo (acento en la primera o. Esta semana vamos a tratar de hacer chiles en nogada como aque-llos de Tiépolo, te acuerdas? Dudo que nos salgan iguales pero le vamos a hacer la lucha.

Te mandamos un beso y un abrazo.Leoncito y Leticia.

6. María González dijo: No lo conozco pero lo quiero y le mando un abrazo.Si no es hoy, será mañana o cualquier otro día.De todas maneras los Cantos rodados, rodarán, rodarán, roda-

rán; en el corazón de muchos de nosotros.

7. Rocío Macías dijo: Querido Alejandro, no te disculpes por favor. Tú que nos das

tanto día a día, mucho tenemos que agradecerte, por tu palabra, por tus cantos, por tu sonrisa, por tu humor, por ti mismo. Gracias querido maestro, y si no salieron hoy las palabras, las de mañana volverán a alegrarnos y reconfortarnos. Tu descansa dulce príncipe, que el ánimo está llegando y todos en torno a ésta página estamos tomados de las manos (virtualmente) y con el mismo pensamiento, mandarte toda la buena vibra. Besos a Milagros

8. Arturo (Pachuca) dijo: todo nocheun rincónhumote irás sabiendodespués del llanto.

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9. Patricia Morales dijo: Sana, sana, colita de rana, si no sanas hoy, sanarás maña-

na…….También estaré por aquí, hoy, mañana y pasado mañana y to-

dos los días por si avisas que algo se modifica, sabes que se te quie-re….Te mando la mejor de las vibras:

OmmmmmmmmmmmmmmmmOm Mani Padme Hum

10. Xochitl Irene Mijangos Casas dijo: Aura.Tus escritos son como los caminos de luz que permiten verme

reflejada mientras ando entre las enramadas de la vida.Son como sentir el mar entre mis manos y ver el océano infinito.Tu voz, escrita es el alma que permite a veces expresar senti-

mientos innombrables, como las sensaciones divinas de los sueños que nos dicen porque existir.

Besos y abrazosAntrop. Xochitl Mijangos

11. Antonio Aura dijo: ¿Y si ya no vuelves? Pérate carnal! No manches! ¿Qué no ves

que te amo?

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Epílogo de los lectores

Para Alejandro su jugada con la muerte no fue sobre un tablero de ajedrez, el escenario del juego fue este blog. Y las cartas ganadoras de Alejandro eran los lectores. Cada nuevo día era una consulta al contador de visitas, a los comentarios recibidos y a los mensajes que los lectores más tímidos preferían dejar en su buzón de correo.

Se imponía una disciplina diaria que decía jamás antes había tenido; buscaba y rebuscaba los temas en los rincones y en las es-quinas de casa y del mundo; invocaba a las musas; contrató a un narrador en tercera persona temeroso de que los lectores estuvieran cansados de su constante ‘yo’; y, su objetivo era claro escribir “una página importante (11ene2008).

Para aumentar ese contador pirateaba los correos electrónicos, esos que descuidadamente no se ocultan, mandaba cada una o dos semanas un mensaje electrónico para promocionarse, como éste:

“¡Cuán gritan esos malditos,pero mal rayo me partasi en concluyendo esta cartano se asoman a mi blog!”

Al mes y medio de comenzar el blog escribe(29mar2007): “Yo creo que nunca tuve la suerte de tener el mismo día a tantas per-sonas que leyeran mis poemas y dudo que muchos otros poetas la hayan tenido.”

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Y cuatro días antes de morir (26jul08): “Y otra cosa: estamos a punto de contar cien mil entradas, y eso es un montón. Nunca me imaginé cuando comenzamos a hacerlo que conseguiríamos seme-jante atención. ¡Cien mil veces unos ojos lectores se han detenido en lo que voy escribiendo! Sorprendido y agradecido. Y mucho, por-que aunque es cierto que lo hemos currado (taloneado, sería lo más cercano) sin un conjunto de factores de afecto, antes que nada, y de interés en lo que escribo, no se podría imaginar la constancia de los lectores. Todavía faltan cinco mil y no hay que echar las campanas a vuelo, pero se me ocurrió el tema porque pasé por el cuentaovejas (o como le quieran llamar a la cifra que se va moviendo a la derecha de la pantalla cada vez que entra una visita) y sentí bonito.

¡Las cien mil se alcanzaron al día siguiente de su muerte!.

Y había algo que tenía muy, muy claro y lo dejó escrito (9sep07)

Para mí la única eternidad es ésta, la del acto de creación y el encuentro de la obra con sus destinatarios.

GRACIAS A TODOS.Milagros Revenga

www.alejandroaura.com

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Este libro fue impreso por Milagros Revenga en Madrid, España, 2009y desea dejar por escrito su agradecimiento a todas las personas que participaron

en el proyecto en México.Fue realizado por la Secretaría de Cultura

del Gobierno del Distrito Federal,a guisa de celebrar la ceremonia

de colocación de las cenizas de Alejandro Auradentro de una caja del tiempo, en un muro sito en Coyoacán,

Ciudad de México, el 7 de marzo de 2009.La selección de textos fue hecha,

a partir del blog de Alejandro Aura,por Milagros Revenga.

El diseño y la formación son de Gabriela Oliva;la portada es de Carolina Alvarez;las viñetas de portada e interiores

fueron dibujadas por Juan Manuel de la Rosa.La coordinación del proyecto corrió a cargo de

María Cortina y Patricia Carrillo.Cuidaron la edición Eduardo Clavé y Gustavo Martínez.