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El ascenso del

Hotel Dumort

Nota: El título para esta Crónica es "El ascenso del hotel Dumort".

Dados los acontecimientos explicados en Ciudad de Huesos, el nombre

fue cambiado a Dumort.

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Staff Ministry of Lost Souls

Moderadora

Dany D’Herondale

Traductoras

AleDuchannes Ale MCM Alu

Corrección

HaniaCM98 Cili St Herondale

Diseño

Tessa_

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Sinopsis n Manhattan de 1920, Magnus Bane se codea con la elite en los glamurosos

clubes nocturno en la edad del Jazz.

El inmortal Magnus Bane está pasando su tiempo en los Felices Años Veintes;

Se ha establecido en la sociedad de New York y está prosperando en los tiempos del

Jazz. No hay mejor lugar para ver y ser visto que el famoso y glamuroso Hotel Dumont,

un lugar lleno de brillo en la isla de Manhattan. Quizás en este lugar un tipo diferente

de glamour esté en juego…

E

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Finales de Septiembre, 1929

agnus divisó a la pequeña vampira de inmediato, estaba abriendo paso a

través de la multitud, deteniéndose un momento para darse un pequeño

meneo frente a la banda de Jazz, tenía el cabello corto de un color negro

brillante, con un capul recto perfecto, muy parecida a Louise Brooks; estaba

usando un vestido azul eléctrico con un delicado arreglo de gotas formado por perlas que rozaban

sus rodillas. En casi todos los aspectos ella lucía como un cliente normal del bar clandestino de

Magnus, tanto así que se mezcla fácilmente entre las 40 o 50 personas que se amontonaban en la

pequeña pista de baile, pero había algo más en ella que la destacaba, algo extraño. La música era

rápida y aun así ella bailaba sensualmente a medio ritmo, su piel era completamente blanca, pero

no como el blanco polvoriento de los cosméticos.

Mientras que hacia su serpenteante baile sola, justo enfrente del saxofonista, se giró y miró

directamente a los ojos de Magnus; mientras hacía eso, dos pequeños colmillos aparecieron en

medio de sus brillantes labios rojos; al darse cuenta de que los colmillos estaban fuera, se

estremeció y se llevó una mano a su boca, un momento después los colmillos se habían retraído.

Mientras tanto, Alfie, quien para este punto ya se estaba aferrando a la barra para tener algo de

apoyo, se lanzó a contar una historia.

―Yo le dije… Magnus, ¿estas escuchando?

―Por supuesto, Alfie ―dijo Magnus.

Alfie era un cliente regular muy apuesto y entretenido, con excelente gusto en trajes y un

fuerte amor por los cocteles; él contaba unas muy buenas historias y sonreía con grandes

M

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carcajadas, era un banquero o algo así, quizás era un corredor de bolsa, quien sabe, en estas fechas

todos tenían algo que ver con el dinero.

―…Yo le dije, ¡No puedes llevarte el bote hasta tu habitación del hotel! y entonces él dijo: “Por

supuesto que sí puedo, ¡Yo soy el Capitán!” y yo le dije, yo le dije a él, yo dije…

―Un momento Alfie, hay algo de lo que necesito encargarme.

―Pero si apenas estoy llegando a la mejor parte…

―Será sólo un momento ―dijo de nuevo Magnus, palmeando el brazo de su amigo―, ya

regreso.

Alfie siguió la mirada de Magnus y aterrizo en la chica.

―Ahora, eso es un tomate muy apetitoso ―dijo él, mientras asentía―, pero no creí que

fuese de tu interés.

―Mis gustos son universales ―le respondió Magnus, con una sonrisa.

―Bueno, tienes que apurarte, ella no estará aquí toda la noche. Yo vigilo el bar por ti ―dijo

Alfie golpeando la barra―. Puedes confiar en mí.

Magnus le hizo un gesto afirmativo a Max, su excelente barman, quien inmediatamente le

preparo otro South Side a Alfie1.

―Para mantenerte entretenido2 mientras que no estoy.

―Muy amable ―dijo Alfie, mientras asentía.

1 N. del T. es un coctel popular en los meses de verano, nombrado por un lugar en chicago Illinois, es preparado a base de vodka, ron blanco o

ginebra, con jugo de limón y hojas de menta, servido con azúcar en el borde de la copa

2 N. del T. la expresión original es “Get your whistle wet” que haría referencia a mantenerlo bebiendo

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―Estás increíblemente, Seco3.

Magnus llamaba a su bar “El Señor Seco”, pues en ese momento Estados Unidos estaba

técnicamente “Seco” al ser el alcohol ilegal en todas partes, aunque la verdad es que casi todos los

lugares estaban siempre “Mojados” con todo el alcohol que circulaba. Nueva York estaba

especialmente mojado. Todos en Nueva York bebían y el que ahora fuese ilegal solo lo hacía aún

mejor; los bares clandestinos, en la opinión de Magnus, eran uno de los más grandes logros de la

humanidad, íntimos, festivos, ilegales sin ser inmorales, todo un tentempié de peligro sin ningún

riesgo real.

El Señor Seco no era un lugar muy grande, los bares clandestinos raramente lo eran y por

supuesto eran secretos, el suyo estaba oculto tras la fachada de una tienda de pelucas en la Calle 25

Oeste; para poder entrar había que dar una contraseña a un muy eficiente portero, quien veía al

futuro cliente desde una pequeña abertura en una puerta reforzada ubicada en el fondo de la

tienda. Una vez dentro, había que avanzar a través de un angosto pasillo, pero pasando eso estabas

en los famosos dominios de Magnus Bane; diez mesas y una barra de mármol (importada desde

París) que tiene de telón de fondo una estantería caoba con cada escurridiza botella, de las cosas

más exóticas sobre las que Magnus había podido poner sus manos. La mayor parte del espacio

estaba ocupado por el escenario y la pista de baile, que latía bajo el peso de los bailarines, por las

mañanas ésta sería limpiada y encerada, llevándose así las huellas y marcas de los miles de

zapatazos que dejaba la clientela.

Magnus avanzó gentilmente entre los bailarines, la mayoría estaban tan embriagados y

ensimismados que ni siquiera notaban que él estaba allí. Mientras disfrutaba del suave (y a veces

no tan suave) golpeteo de las piernas y tacones, también disfrutaba sintiendo el calor corporal que

estaba en el ambiente. Se dejó guiar por los movimientos de los demás y por la necesidad de los

bailarines a medida que se iban convirtiendo en una sola y latiente masa.

La pequeña vampira era joven, no tenía más de 16 años, y sólo le llegaba a la altura del pecho

de Magnus; él se inclinó y le susurró en el oído:

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―¿Puedo invitarte un trago? ―le dijo― ¿Uno a solas? ¿En el fondo?

Las puntas de sus colmillos se liberaron de nuevo cuando ella sonrió. Magnus de alguna

forma, ya se sentía más seguro de que su sonrisa medio-colmilluda probablemente no fuera por

hambre, sino por la embriaguez que puede hacer que los colmillos sobresalgan un poco. Sin

embargo, tanto los vampiros como los mundanos, muy comúnmente buscan comidas saladas y

encuentros amorosos cuando están embriagados.

―Por acá ―le dijo él corriendo una cortina y mostrando un pequeño corredor que conducía

a una sola puerta, que estaba ubicada justo detrás dela sala principal. Allí, Magnus había

construido una sala pequeña, muy privada y con una barra de cinc; este cuarto estaba alineado con

largas ventanas de vidrio tintado, iluminados al fondo con luces eléctricas, que retratan a Dionisio,

el dios griego del vino. En este lugar él guarda lo mejor y lo peor de sus reservas; allí también es

donde tienen lugar sus negocios más confidenciales.

―No creo que nos hayamos conocido antes ―dijo él mientras que ella se dejaba caer sobre

uno de los taburetes y giraba.

― ¡Oh! yo sé quién eres tú. Tú eres Magnus Bane.

Ella tenía uno de esos acentos newyorkinos a los que Magnus todavía estaba tratando de

acostumbrarse, aunque llevase aquí varios meses, era grande y chillón, como una señal de neón

parpadeante; sus zapatos de baile hechos de cuero y aniñados, tenían raspones en las puntas con

manchas de lodo en la mitad de la base de sus tacones, además de salpicaduras de otras sustancias

sobre las que Magnus no quería saber nada, estos eran zapatos para bailar y para cazar.

― ¿Cómo puedo llamarte?

―Llámame, Dolly ―dijo ella.

Magnus saco una botella de champaña fría, de un largo tubo de hielo que contenía al menos

sesenta botellas idénticas.

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―Me gusta este lugar ―dijo Dolly―. Es elegante.

―Me alegra que pienses eso.

―Muchos lugares tienen elegancia ―dijo Dolly, mientras trataba de coger un jarrón del bar

para servirse unas cerezas Maraschino sacándolas con sus largas (y posiblemente) sucias uñas.

―Pero esos tienen una falsa elegancia, ¿sabes? esto parece que es elegante de verdad, tienes

buen vino y esa clase de cosas.

Ella señaló la ordinaria botella de champaña que Magnus sostenía mientras le está sirviendo

un trago a ella, esta botella como todas las demás que estaban en el tubo, eran verdaderamente

lindas, pero todas habían sido llenadas con un vino barato y espumoso para ser luego selladas de

nuevo de una forma astuta. Los vampiros podían beber demasiado así que podía ser caro andar

con ellos, pero él tenía la certeza de que ella no podría darse cuenta de la diferencia y tenía razón,

pues ella se bebió de un solo trago la mitad de la copa y se la acerco de nuevo para llenarla hasta el

tope.

―Bueno Dolly ―dijo Magnus mientras le llenaba la copa―. Estoy seguro de que no me

importa lo que hagas o dejes de hacer en las calles o en cualquier otro lugar, pero me agrada mi

clientela y considero que es parte de mis deberes como anfitrión, asegurarme de que los vampiros

no se los coman en mi negocio.

―Yo no vine aquí a comer ―dijo ella―. Usualmente vamos a Bowery para hacer eso, me

dijeron que viniera y preguntase por ti.

Los zapatos si confirmaban la historia de Bowery, esas calles del centro podían ser muy

sucias.

― ¿Oh? ¿Y quién es tan amable como para preguntar por mí?

―Nadie ―dijo la chica.

―Nadie ―dijo Magnus―. Ese es uno de mis nombres favoritos.

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Esto hizo que la chica vampira soltará una risita y girase un poco más en el taburete, ella vació

la copa y la sostuvo para que le sirviese más, Magnus se la relleno una vez más.

―Mi amigo…

―Nadie.

―Nadie, así es. Acabo de conocerlo, digo acabo de conocer a esta persona, pero esta persona

es uno de los míos, ¿sabes?

―Un vampiro.

―Exacto, como sea, ellos quieren que te diga algo ―dijo ella―. Ellos dijeron que tienes que

largarte de Nueva York.

― ¿Ah sí? ¿Y cómo es eso?

En respuesta, ella soltó una risita y medio se deslizó, medio se cayó del taburete y comenzó a

hace un lento y engorroso baile al estilo Charleston siguiendo el ritmo de la música que entraba

golpeteando por los muros.

―Mira ―dijo ella mientras que hacia su pequeño baile―, las cosas están a punto de

ponerse peligrosas, algo acerca del dinero mundano y como es un mal augurio, mira, todo se va a

romper o algo así, todo el dinero, y cuando lo haga significa que el mundo se va a acabar…

Magnus suspiro internamente, el inframundo de Nueva York era uno de los lugares más

ridículos en los que él había estado, lo cual era parte de las razones por las que ahora se pasaba

gran parte de su tiempo sirviendo alcohol ilegal a mundanos; aun así él no podía evitar este sin

sentido, la gente viene a los bares a hablar y así también lo hacen los habitantes del inframundo, los

hombres lobos son paranoicos, los vampiros son chismosos y todos, absolutamente todos tenían

una historia, algo siempre estaba a punto de pasar, algo grande y eso solo hacia parte de la

tendencia del momento. Los Mundanos estaban haciendo montones absurdos de dinero a partir de

Wall Street y gastándolo en cursilerías o en mover pinturas y en alcohol, esas eran cosas que

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Magnus podía respetar, pero los habitantes del inframundo lidiaban con augurios medio hechos y

rivalidades sin sentido, los clanes se peleaban los unos con los otros por el control de pequeños e

irrelevantes pedazos de tierra.

Las hadas se mantenían entre ellos mejor que nunca, ocasionalmente arrebatándose a uno

que otro humano perdido fuera de la zona del casino de Central Park y atrayéndolo hacia su

mundo con la promesa de una fiesta que nunca olvidaran. Al menos la hermosa y joven vampira

que solo dice tonterías es mejor que un hombre lobo ebrio y babeado; Magnus asintió como si

estuviese escuchando y mentalmente contó las botellas de brandy y ron que habían en los estantes

almacenados debajo de la barra.

―Estos Mundanos, veras, están tratando de invocar un demoni…

―Los Mundanos hacen eso muy frecuentemente ―dijo Magnus, mientras que movía una

botella mal acomodada de ron dorado, que fue acomodada con el ron picante―. En este momento,

ellos también disfrutan el estar sentados en la parte más alta de las astas y de caminar en las alas

de biplanos aéreos. Esta es la edad de los hobbies estúpidos.

―Bueno, estos Mundanos significan negocios.

―Ellos siempre implican negocios, Dolly. ―dijo Magnus.

―Todo siempre termina en desastres, he visto suficientes mundanos estampados en las

paredes como para durarme…

De repente un timbre en la pared comenzó a sonar febrilmente y este fue seguido por un alto

y profundo grito desde el cuarto del local principal.

― ¡REDADA! ―el cual fue precedido por muchos gritos.

―Discúlpame un momento ―dijo Magnus.

Él acomodo la botella del barato champagne en la barra y le indico a Dolly que podía servirse

ella misma, él sabía que ella haría sin pedirle permiso. Él regresó al local principal donde una

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atmosfera de completa locura se había desatado; la banda no había empacado sus cosas, tan solo

habían dejado de tocar, algunas personas estaban bebiéndose rápidamente los tragos, otros

estaban tratando de correr hacia la puerta y otros estaban en pánico y llorando.

―¡Damas y Caballeros!―les dijo él―. Por favor, tan solo coloquen sus tragos encima de las

mesas, todo estará bien, por favor permanezcan sentados.

Magnus ya tenía suficientes clientes regulares ahora que se había establecido una rutina, la

gente estaba sentada y encendiendo cigarrillos animadamente, apenas y mirando a las hachas que

ya estaban haciéndose camino por la puerta.

―¡Luces! ―dijo Magnus dramáticamente.

De una vez el personal del bar apagó las luces y el bar clandestino quedo sumido en la

oscuridad exceptuando los puntos naranjas brillantes de las puntas de los cigarrillos.

―Ahora, por favor, todos ―dijo Magnus, por encima de los gritos de la policía y del sonido

del hacha astillando la madera―, si pudiéramos todos contar hasta tres, juntos, ¡Uno! ―todos se

unieron en medio de los nervios― Dos y Tres.

Entonces hubo un destello azul y un último crujido antes de que la puerta fuese tumbada y la

policía entrase, entonces al mismo tiempo las luces se encendieron de nuevo, pero el bar clandestino

ya no estaba, todos los patrocinadores enfrente de ellos eran tan solo teteras de porcelana y tazas de

té; la banda de jazz fue reemplazada por un cuarteto de cuerdas que inmediatamente empezó a

tocar música relajante , todas las botellas que están al fondo de la barra fueron reemplazadas por

una bien provista estantería de libros, inclusive la decoración había cambiado, ahora las paredes

estaban delineadas con estanterías y paños de terciopelo, todo esto ocultando la barra y las reservas

de alcohol.

―¡Caballeros! ―Dijo Magnus con los brazos abiertos― Bienvenidos a nuestro club de

lectura y te, estábamos a punto de empezar con la discusión del libro de esta noche, “Jude el

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Oscuro”, ¡llegan justo a tiempo!, puedo pedirles el favor que paguen por la puerta, aunque entiendo

el impulso, uno simplemente ¡no debe llegar tarde a la discusión!

La multitud empezó a reírse, ellos le enseñaban sus tazas de té y las copias de los libros a la

policía, Magnus trataba de cambiar su rutina de vez en cuando; una vez cuando las luces volvieron

a encenderse él había transformado su bar en una colmena, con las abejas y sus zumbidos por

todo el cuarto, en otra ocasión se convirtió en un grupo de oración con muchos invitados usando

las ropas de las monjas y de los pastores. Usualmente esto confundía tanto a la policía que

usualmente las redadas eran cortas y poco violentas, pero con cada vez que pasaba él podía sentir

su frustración crecer; el grupo de esta noche estaba dirigido por McMantry, el policía más corrupto

que Magnus había conocido, Magnus se rehusó a sobornarlo en un principio y ahora él está

tratando de acabar con el bar, Señor Seco.

Esta vez venían preparados, cada oficial tenía una herramienta, al menos una docena de

hachas, igual cantidad de mazos, palancas e inclusive una que otra pala.

―Cójanlos a todos ―dijo McMantry

―Todo el mundo vaya al vagón y destruyan completamente este antro.

Magnus meneo sus dedos detrás de la espalda para ocultar la luz azul que rotaba entre ellos,

de una vez y al mismo tiempo los cuatro paneles se deslizaron de los muros, revelando pasillos y

rutas de escape; sus clientes corrieron hacia estos, ellos saldrían por cuatro lugares diferentes a

algunas cuadras de distancia. Es tan solo un poco de magia ligera y protectora, pues nadie se

merece ir a la cárcel por tomarse un coctel; algunos oficiales trataron de seguirlos, pero tan solo

encontraron que los pasadizos estaban cerrados.

Magnus dejo que el elaborado glamour desapareciese y el bar clandestino adquirió su

verdadero aspecto, dejando perplejos a los oficiales el tiempo suficiente como para que se pudiese

ocultar en una cortina cercana y se colocase un poco de glamour para hacerse invisible. Él salió por

la puerta del bar, pasando justo al lado de los oficiales, se detuvo por un momento solo para verlos

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correr la cortina y estudiar el muro detrás, buscando una forma de acceder a la compuerta de

escape que asumían debía estar allí.

De nuevo, afuera en las calles, era una densa noche de septiembre. Usualmente Nueva York

sería cálido en esta época del año y la humedad de Nueva York tenía cualidades especiales; el aire

estaba viscoso, lleno con la neblina del Rio Este, del Rio Hudson, del mar y del pantano, más el

humo y la ceniza todo esto sumado al olor de cada comida cocinada y el crudo olor del gas. Él

camino hacia uno de los puntos de salida, donde un excitado grupo de clientes estaban charlando y

riéndose de lo que acababa de pasar. Este grupo estaba conformado por algunos de sus clientes

regulares favoritos, incluyendo al apuesto Alfie.

―¡Vamos! ―dijo Magnus―. Creo que deberíamos continuar con esto en mi casa, ¿no

creen?

Una docena de personas estuvieron de acuerdo con esta excelente idea, Magnus llamó un taxi

y algunos de los otros hicieron lo mismo, poco después había una pequeña y feliz cadena de taxis

listos para irse; tan pronto como la última persona se apretujo en el asiento trasero con Magnus,

Dolly se inclinó en la ventana y le hablo al oído.

― ¡Hey, Magnus! ―le dijo ella―. No te olvides, ¡Vigila el dinero!

Magnus le dio un educado asentimiento de “si, lo que tú digas” y ella soltó una risita y se fue.

Ella era una cosita tan pequeña, realmente muy hermosa y muy ebria, ahora probablemente se iría

a el Bowery y se comería su ración completa de los menos afortunados de la ciudad.

Entonces la hilera de taxis comenzó a moverse y toda la fiesta se abrió paso hacia el Hotel

Plaza. Cuando Magnus se despertó a la mañana siguiente, lo primero que notó es que todo estaba

muy, muy, muy brillante, alguien de verdad necesitaba deshacerse del sol; Magnus rápidamente

notó que el exceso de brillo era por el hecho de que todas las cortinas parecían haber desaparecido

de la habitación de su suite. Entonces él notó las cuatro personas completamente vestidas (suspiro)

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durmiendo alrededor de él en su cama, todos ignorantes de la luz del sol y muertos para todo el

mundo.

Lo tercero que noto y quizás lo más intrigante, era la pila de neumáticos de auto junto a la

cama; le tomo a Magnus unos cuantos momentos y varios extraños movimientos de contorsión

para poder pasar por encima de los dormilones y estar fuera de su cama. Eran fácilmente 20 o más

personas durmiendo o desmayados por toda la sala, las cortinas también habían desaparecido de

las ventanas de esta habitación, pero ya podía ver donde estaban, las personas las estaban usando

como mantas y tiendas improvisadas; sólo Alfie estaba despierto, sentado en el sofá y mirando

miserablemente a la luz del sol.

―Magnus ―Gimió él―. Mátame, ¿lo harías?

―¿Por qué?, ¡eso es ilegal! ―replicó Magnus―. Y tú sabes cómo me siento acerca de

romper las leyes, ¿Quiénes son estas personas? no habían tantos cuando me fui a dormir.

Alfie se encogió de hombros dando a entender que el universo era misterioso y que nada sería

completamente entendido.

―Me refiero ―dijo Alfie―, si no quieres usar el Vudú ese, entonces solo golpéame en la

cabeza con algo, pero tú tienes que matarme.

―Te conseguiré un tónico ―dijo Magnus.

―Jugo de tomate frío con Tabasco, toronjas en rodajas y un plato de huevos revueltos, eso es

lo que necesitamos; le pediré al servicio a la habitación que envié dos docenas de cada uno.

Él se tropezó con unas cuantas personas en camino hasta el teléfono, tan solo para que de

hecho el alcanzase un largo dispensador de cigarrillos decorativo, es posible que el tampoco

estuviese en su mejor forma.

―Y café ―añadió él, colocando eso en donde estaba y levantando el teléfono con una gran

dignidad―. Ordenare un poco de eso también.

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Magnus hizo la orden a servicio a la habitación, que para este punto ya habían parado de

cuestionar las necesidades de pedidos inusuales del Sr. Bane como lo eran veinticuatro platos de

huevos revueltos y “suficiente café como para llenar una de sus grandes tinas”

Se unió a Alfie en el sofá y vio a algunos de sus nuevos invitados voltearse y gemir en sus

sueños.

―Tengo que detener esto ―dijo Alfie―, no puedo seguir así.

Alfie era claramente una de esas personas que se vuelven sensibles después de una buena

noche fuera, de alguna forma esto solo lo hacía aún más atractivo.

―Es solo una resaca, Alfie.

―Es más que eso. Verás, está esta chica…

―Ah ―dijo Magnus, asintiendo―. Tú sabes la manera más rápida de enmendar un

corazón roto.

―No para mí ―dijo alfie―. Ella era la única. Hice buen dinero. Conseguí todo lo que quise.

Pero la perdí. Verás…

Oh no. Una historia. Seguro sería una sensiblera y era demasiado temprano, pero los

caballeros con el corazón roto, guapos y jóvenes ocasionalmente pueden ser perdonados. Magnus

intentó parecer atento. Era difícil hacerlo bajo el brillo del sol y su deseo de volver a dormir, pero lo

intentó. Alfie contó una historia sobre una joven llamada Louisa, algo sobre una fiesta y una

confusión sobre una carta, había algo sobre un perro y posiblemente sobre una lancha. Era o una

lancha o una tirolesa. Esas cosas eran difíciles de mezclar, pero de verdad era demasiado temprano

para esto. De cualquier modo, definitivamente había un perro y una carta, y todo terminaba en

desastre y en Alfie viniendo al bar de Magnus cada noche para beber todas su penas. Mientras la

historia se dirigía a su conclusión, Magnus vio al primero de los dormidos del suelo empezar a dar

signos de vida. Alfie también se dio cuenta y se inclinó para hablarle más cerca a Magnus.

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―Escucha, Magnus ―Alfie dijo―. Sé que puedes… hacer cosas.

Esto sonaba prometedor.

―Quiero decir… ―Alfie luchó por un momento―. Puedes hacer cosas que no son

naturales…

De hecho, esto sonaba muy prometedor, al menos inicialmente. Sin embargo, la expresión de

sus ojos sorprendidos indicaba que esta no era una indagación amorosa.

― ¿Qué quieres decir? ―preguntó Magnus.

―Quiero decir… ―Alfie bajó su voz― Haces… esas cosas que haces. Son… son magia. Quiero

decir, tienen que serlo. No creo en esas cosas, pero…

Magnus había mantenido la premisa de que no era otra cosa más que un hombre de

espectáculo. Era una premisa que tenía sentido y la mayoría de las personas estaban contentas

aceptándola. Pero Alfie, que de otra manera sería un mundano con los pies en la tierra, parecía que

había visto a través de ello.

Lo que era atractivo. Y preocupante.

―¿Exactamente qué me estás pidiendo, Alfie?

―La quiero de vuelta, Magnus. Tiene que haber una manera.

―Alfie…

―O ayúdame a olvidar. Apuesto a que podrías hacer eso.

―Alfie… ―Magnus realmente no quería mentir, pero esta no era una discusión en la que se

iba a meter. No ahora y no aquí. Pero aun así, parecía que tenía que decir algo.

―Los recuerdos son importantes ―dijo.

―Pero duele, Magnus. Pensar sobre ella me hace sufrir.

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Magnus realmente no quería tener esta clase de conversación por la mañana, esta charla de

sufrimiento y querer olvidar. Esta conversación tenía que terminar. Ahora.

―Necesito un rápido chapuzón en la tina para restaurarme. Deja al servicio de habitación

entrar ¿sí? Te sentirás mejor una vez que hayas comido algo.

Magnus le dio unas palmaditas en el hombro a Alfie e hizo su camino al baño. Tuvo que sacar

a dos hombres durmientes de la bañera y del piso del cuarto de baño antes de comenzar con su

religiosa purificación. Para el tiempo que salió, el servicio de habitación había puesto seis mesas

llenas de jarras de jugo de tomate, huevos, toronjas y el café necesario para hacer la mañana

brillante nuevamente. Algunos de los dormidos de la suite se habían levantado y se encontraban

comiendo, bebiendo ruidosamente y comparando notas para ver quién era el que se sentía peor.

― ¿Te llegaron nuestros regalos, Magnus? ―dijo uno de los hombres.

―Si lo hicieron, gracias. Había estado necesitando algunos neumáticos de repuesto.

―Se los sacamos a un auto de policía. Para devolverles el favor de habernos hecho escapar de

nuestro lugar.

―Muy amable de ustedes. Hablando de eso, supongo que debería ir a revisar en qué

condiciones quedó mi establecimiento. La policía no se veía contenta anoche.

Nadie le prestó mucha atención cuando se marchó. Continuaron comiendo y bebiendo,

hablando y riendo sobre sus sufrimientos, y ocasionalmente corrían al baño por estar enfermos. De

esa manera era más o menos todas las noches y todas las mañanas. Extraños aparecían en su

habitación del hotel, siempre hechos un desastre después de la noche. En la mañana, se

succionaban a sí mismos para ponerse bien otra vez. Se frotaban las caras con ojos de mapache,

llenos de maquillaje corrido, buscaban sombreros perdidos, plumas, cuentas, números de teléfonos,

zapatos y horas. No era una mala vida. No duraría, pero nada nunca lo hacía.

Todos serían como Alfie al final, llorando en su sofá al amanecer, arrepintiéndose de todo. Por

lo cual Magnus se quedaba al margen de esos problemas. Seguir en movimiento. Seguir bailando.

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Magnus silbaba mientras cerraba la puerta de su suite y se quitó el sombrero para saludar a

una anciana que se encontró en el pasillo, desde donde se podía escuchar todo el alboroto que

había adentro, y que tenía una mirada de desaprobación. Para cuando había tomado el elevador

para bajar al lobby, tenía el suficiente buen humor para dar una propina de cinco dólares al

operador.

El buen humor de Magnus sólo duró un par de minutos. Este paseo en taxi era

considerablemente menos alegre que el anterior. El sol estaba obstinadamente brillante, el taxi se

atragantaba y zumbaba, y las calles estaban más llenas de tráfico que lo usual, a seis autos de

distancia, todos tocando sus bocinas y exhalando nocivos humos a la vez. Cada coche de policía le

recordaba todas las humillaciones que había sufrido la noche anterior.

Cuando alcanzó 25th Street, la magnitud de la destrucción se hizo inmediatamente clara. La

puerta de la tienda de pelucas estaba rota y había sido sustituida (no muy cuidadosamente) con

una tabla de madera y una cadena. Magnus la abrió con un rápido golpe de luz azul de sus dedos e

hizo la madera a un lado. La tienda de pelucas había sufrido daños bastante serios, había maniquís

volcados, pelucas por todo el piso en un charco de cerveza y vino, luciendo como extrañas criaturas

marinas. La puerta oculta había sido totalmente arrancada de su marco y la habían arrojado a

través de la habitación. Hizo su camino por el pasillo estrecho, que tenía cerca de tres pulgadas de

alcohol mezclado encharcado en el piso ahuecado. La corriente de vino corría por los tres escalones

que conducían a la barra. Esa puerta había desaparecido por completo, reducida a astillas. Más allá

de eso, Magnus veía sólo cristal destruido, tablas rotas, montones de escombros. Incluso el inocente

candelabro había sido derribado de su percha y ahora estaba tirado en pedazos en lo que quedaba

de la pista de baile.

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Pero eso no era lo peor. Sentado en los restos de una de las tres sillas continuas, estaba Aldous

Nix, el Gran Brujo de Manhattan.

―Magnus ―dijo―. Finalmente, he estado esperando por una hora.

Aldous era un brujo viejo, incluso para los estándares mágicos.

Era más antiguo que el calendario. Basado en su recolección de objetos, su consenso general

era que probablemente tenía un poco menos de dos mil años de edad. Lucía como un hombre de tal

vez cincuenta y tantos, con una fina barba blanca y el cabello canoso bien recortado. Su marca eran

manos y pies con garras. Sus pies estaban disfrazados con botas hechas especialmente, una de sus

manos casi siempre la tenía dentro de su bolcillos y la otra alrededor de la manija de plata de un

largo bastón negro.

Que Aldous se sentara en medio de todo ese desastre era algo así como una acusación.

― ¿Qué he hecho para merecer el honor? ―dijo Magnus, cuidadosamente avanzando en la

ruina que era el piso― ¿O acaso siempre has querido ver un bar destruido? Es todo un

espectáculo.

Aldous alejó un trozo de botella rota con su bastón.

―Hay mejores asuntos que atender, Magnus. ¿De verdad quieres pasar tu tiempo vendiendo

licor ilegal a los mundanos?

―Sí.

―Bane…

―Aldous… ―dijo Magnus―. He estado revuelto en tantos problemas y batallas. No hay

nada malo con querer una vida simple por un tiempo y evitar problemas.

Aldous sacudió su mano hacia el desorden.

―Esto no son problemas ―dijo Magnus―. No problemas reales.

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―Pero tampoco es un comportamiento serio.

―No hay nada de malo es querer disfrutar la vida un poco. Tenemos un para siempre.

¿Realmente deberíamos pasar todo el tiempo trabajando?

Era una pregunta estúpida. Aldous probablemente pasaría toda la eternidad trabajando.

―Magnus, no puedes haber fallado en notar que las cosas están cambiando. Las cosas que

vienen. La Gran Guerra Mundana…

―Siempre se meten en guerras ―Magnus dijo, levantando las bases de una docena de copas

de vino rotas y colocándolas en una fila.

―No de ese modo. No tan global. Y están acercándose a la magia. Hacen luz y sonido. Se

comunican a distancia. ¿No te preocupa?

―No ―dijo Magnus―. No lo hace.

―¿Entonces no lo ves venir?

―Aldous, tuve una larga noche. ¿De qué me estás hablando?

―Se acerca, Magnus ―la voz de Aldous se volvió repentinamente profunda―. Lo puedes

sentir alrededor. Se acerca y todo se derrumbará.

― ¿Qué se acerca?

―La ruptura y la caída. Los mundanos ponen su fe en dinero de papel y cuando se convierta

en cenizas, el mundo se volcará.

Ser un brujo definitivamente no evitaba que te volvieras un poco chistoso de la cabeza. De

hecho, ser un brujo podía fácilmente volverte chistoso de la cabeza. Cuando el verdadero peso de la

eternidad te golpeaba, usualmente en medio de la noche, cuando se está solo, el peso se volvía

intolerable. El conocimiento de que todos morirían y tú seguirías viviendo, por años y años, en

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algún basto e incierto futuro, poblado por quién sabe qué, que todo en el mundo siempre

continuaría desaparecido y que tú seguirías y seguirías…

Aldous había estado pensando en eso. Tenía esa mirada.

―Toma un trago, Aldous ―dijo Magnus compasivamente―. Mantengo algunas botellas

especiales escondidas bajo el piso en la parte de atrás. Tengo un Chateau Lafite Rothschild de 1818

que he estado guardando para un día soleado.

―Crees que esa es la solución a todo, ¿no, Bane? Beber, bailar y hacer el amor… pero te diré

esto, algo se acerca, y seremos tontos si lo ignoramos.

― ¿Cuándo he aclamado no ser un tonto?

― ¡Magnus! ―Aldous se levantó repentinamente y golpeó la punta de su bastón, enviando

una corriente de destellos púrpuras por todo el suelo. Incluso cuando hablaba locuras, Aldous era

un brujo poderoso. Cuándo vives por dos mil años, tienes que aprender una cosa o dos.

―Cuando decidas ser serio, ve y encuéntrame. Pero no esperes demasiado. Tengo una nueva

residencia, en el Hotel Dumont, en 116th Street.

Magnus fue dejado con los restos de su bar. Un Subterráneo viniendo y hablando de un

montón de tonterías sobre presagios y desastre tenía que ser ignorado. Pero eso, seguido de una

visita de Aldous, quien parecía estar diciendo lo mismo…

…a menos que esos dos rumores fueran el mismo, y ambos se originaban con Aldous, quien no

sonaba como la voz de la completa razón.

De hecho, tenía sentido. El Gran Brujo de Manhattan se pone un poco raro, empieza a hablar

sobre perdición y dinero mundano y desastre… alguien escucharía la historia y la llevaría a otros

lados, y como todas las historias, encontrarían su camino hasta Magnus.

Magnus golpeó sus dedos en el mármol roto que una vez fue el bar. El tiempo, notó, se movía

más rápido estos días. Aldous no estaba del todo mal en eso. El tiempo era como agua, a veces

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glacial y lento (los 1720’s… nunca más), a veces un estanque tranquilo, a veces un suave arroyo, a

veces un río rápido. Y a veces, el tiempo era como vapor, desvaneciéndose incluso mientras pasabas

a través de él, envolviéndolo todo en niebla, refractando la luz. Así habían sido los 1920’s.

Incluso en tiempos rápidos como estos, Magnus no podía instantáneamente reabrir su bar.

Tenía que pretender algo de normalidad. Un par de días, tal vez una semana. Quizá incluso lo

limpiaría de la forma mundana, contratando gente para que viniera con martillos y madera. Quizá

incluso lo haría él mismo. Probablemente le haría bien.

Así que Magnus dobló sus mangas y se puso a trabajar, recolectando el vidrio roto, tirando las

sillas y mesas rotas en una pila. Tomó un trapeador y comenzó a quitar los charcos de alcohol y

suciedad. Después de un par de horas de hacerlo, se cansó y se aburrió, y chasqueó sus dedos,

poniendo todo el lugar en orden.

Las palabras de Aldous aún resonaban en su mente. Algo tenía que hacerse. Alguien debía ser

advertido. Alguien más responsable e interesado que él debía hacerse cardo de este asunto. Lo que,

por supuesto, significaba sólo un grupo de personas.

Los Cazadores de sombras no vendrían fácilmente a una reunión. Respetaban la ley mundana

contra el alcohol (siempre tan tediosos con su “La ley es dura, pero es la ley”). Esto significaba que

Magnus tenía que hacer un viaje al Upper East Side, al Instituto.

La grandeza del Instituto nunca fallaba en impresionarlo, la manera en que se erigía alto y

poderoso sobre todo lo demás, eterno y estático en su gótica desaprobación a todo lo moderno y

cambiante. Los Subterráneos normalmente no podían entrar al Instituto por la puerta principal, el

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Santuario era su entrada. Pero Magnus no era un Subterráneo ordinario y su conexión a los

Cazadores de sombras era larga y bien conocida.

No quiere decir que le daban una bienvenida cálida. El ama de llaves, Edith, no dijo nada

mientras lo recibía más que:

―Espere aquí.

Lo dejó en el vestíbulo, donde vio las rancias decoraciones con ojo crítico. Los Cazadores de

sombras adoraban sus tapices borgoña y sus lámparas en forma de rosas y sus muebles pesados. El

tiempo nunca se movía rápido aquí.

―Venga ―dijo Edith, regresando.

Magnus la siguió por el pasillo al cuarto de recepción, donde Edgar Greymark, el director el

Instituto, estaba de pie frente a un librero.

―Edgar ―Magnus dijo, asintiendo―. Veo que has cedido a la presión y has instalado un

teléfono.

Magnus señaló hacia el teléfono colocado sobre una pequeña mesa en una oscura esquina,

como si estuviera siendo castigado por existir.

―Es una condenada molestia. ¿Has escuchado el ruido que hace? Pero puedes hablar a los

otros Institutos fácilmente, y conseguir entrega hielo así que…

Dejó el libro que estaba leyendo pesadamente.

―¿Qué te trae a vernos, Magnus? ―dijo―. Entiendo que has estado corriendo un

establecimiento de bebidas. ¿Es eso correcto?

―Bastante correcto ―dijo Magnus con una sonrisa―. Aunque actualmente puede que sea

más útil como una pila de leña.

Edgar no pidió una explicación y Magnus no la ofreció.

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―Estás consciente que la venta de licor es actualmente contra la ley ―Edgar continuó―.

Pero supongo que por eso es por lo que lo disfrutas.

―Todos deberían tener un pasatiempo o dos ―dijo Magnus―. El mío simplemente incluye

venta y compra de bebida ilegal. He escuchado peores cosas.

―Nosotros tendemos a no tener tiempos para pasatiempos.

Cazadores de sombras. Siempre mejores que tú.

―Estoy aquí porque he escuchado cosas en este establecimiento mío, cosas sobre el mundo

Subterráneo que quizá quieras escuchar.

Magnus contó todo en lo que podía pensar, todo lo que Aldous le había dicho, incluyendo su

raro comportamiento. Edgar escuchó, con su expresión quieta todo el tiempo.

―¿Estás basándote en las divagaciones de Aldous Nix? ―dijo una vez que Magnus

terminó―. Todo mundo sabe que Aldous no es el mismo en estos días.

―He vivido más que tú ―dijo Magnus―. Mi experiencia es amplia y he aprendido a

confiar en mis instintos.

―Nosotros no actuamos por instinto ―dijo Edgar―. O bien tienes información o no la

tienes.

―Considerando nuestra larga historia, Edgar, creo que tal vez deberías actuar basado en lo

que te estoy diciendo.

― ¿Qué quieres que hagamos?

Magnus resintió por haber encantado todo. Había venido a los Cazadores de sombras con

información. No era su asunto explicar precisamente cómo debían interpretarla.

―Hablar con él ¿quizás? ―Magnus dijo―. Hacer lo que hacen mejor, mantenerle un ojo

puesto.

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―Siempre somos vigilantes, Magnus ―había un filo de sarcasmo en el tono de Edgar que

Magnus realmente no apreciaba―. Tendremos todo esto en mente. Gracias por venir a vernos.

Edith te mostrará la salida.

Sonó una campana y la cara amarga de Edith apareció en un instante para sacar al

Subterráneo de su casa.

Antes de ir al Instituto, Magnus había tomado la decisión de no hacer nada. Sólo pasar la

información y seguir con su interminable vida. Pero el deshecho de sus preocupaciones de Edgar lo

motivaron. Aldous había dicho que vivía en el Hotel Dumont en 116th Street, el cual no estaba lejos

en lo absoluto. Sólo era un salto en Harlem Italiano, quizá una caminata de veinte minutos.

Magnus se puso en marcha. Nueva York era un lugar que cambiaba muy abruptamente de

vecindario en vecindario. El Upper East Side estaba lleno de dinero y dignidad hasta un punto

doloroso. Pero mientras seguía caminando, las casas se volvieron más pequeñas, los conductores

más agresivos. Cerca de 100th Street, los niños se volvieron más ruidosos, jugando en las calles y

correteando mientras las madres gritaban por las ventanas.

La sensación en estas calles era mucho más placentera. Había una atmósfera más familiar,

con buenos olores saliendo de las ventanas. Era agradable ver un vecindario donde no todas las

personas tenían piel blanca. Harlem era el centro de la cultura negra y de la mejor música del

mundo. Era el lugar más de moda y de vanguardia donde se podía estar en este momento.

Por ese motivo, él supuso, alguien había dejado caer este hotel monstruoso. El Dumont no

encajaba demasiado con su fachada de piedra arenisca y las tiendas y los restaurantes, pero el

Dumont no parecía ser el tipo de lugar que se preocupa por a si sus vecinos les agradaba o no. Se

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encontraba en una pequeña calle aledaña que bien podría haber sido hecha a la medida para él.

Tenía un gran frente colonial con docenas de ventanas de guillotina, todas con las cortinas

cerradas. Un par de puertas pesadas que estaban fuertemente cerradas.

Magnus se sentó en una fuente de soda al otro lado de la calle y decidió esperar y ver. No

estaba seguro de qué estaba esperando. Algo. Cualquier cosa. No estaba tan seguro de que algo

fuese a pasar, pero ahora ya se había puesto en marcha. La primera hora fue mortalmente

aburrida. Leyó el periódico para matar el tiempo. Comió un sandwich de sardina y bebió un poco

de café. Usó sus poderes para recuperar el balón perdido de unos chicos en la calle, quienes no

tenían idea de que él lo estaba haciendo. Estaba casi listo para rendirse cuando un desfile de coches

extremadamente costosos empezó a rodar frente al hotel. Era como presenciar una demostración

de los coches más grandiosos del mundo; un Rolls-Royce, un Packard, algunos Pierce-Arrows, un

Isotta Fraschini, tres Mercedes-Benz y un Duesenberg; todos pulidos al punto que Magnus apenas

podía verlos en el brillo deslumbrante del ocaso. Él parpadeó sus ojos llorosos y observó chofer tras

chofer abrir puertas y librar a los pasajeros de los coches.

Estas personas eran ciertamente adineradas. Los ricos compran vestimentas maravillosas que

tú reconocerías. Los más ricos hacen que sus sirvientes vayan a París y les compren la colección

completa que nadie fuera de la casa diseñadora ha visto. Estas personas pertenecían al último

grupo. Magnus notó que todos tenían entre cuarenta y sesenta años de edad. Todos los hombres

lucían barba y sombreros, las mujeres no eran ni tan jóvenes ni tan solteras como para usar los

Chanel color de rosa y los Vionnet de chifón etéreo que habían adquirido. Ellos caminaron

rápidamente hacia dentro del hotel, sin conversar o detenerse a admirar la puesta del sol. Lucían lo

suficientemente presumidos y macabros como para sugerir que probablemente habían venido

juntos a convocar un demonio. (Las personas que tratan de convocar demonios lucen así.) Pero lo

que más le preocupaba a Magnus era que claramente estaban buscando la ayuda de Aldous en

esto. Aldous tenía poderes y conocimientos que Magnus ni siquiera había aprendido aún.

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Y así, Magnus esperó. Casi una hora pasó. Los choferes trajeron los coches en una fila, y uno a

uno, el grupo se subió a ellos y regresaron a la noche de Nueva York. No había demonios. Nada.

Magnus dejó su asiento y comenzó a caminar hacia el Plaza, tratando de encontrarle sentido a

todo.

Tal vez todo esto no haya sido nada. Aldous tiene una mala opinión sobre los mundanos. Tal

vez simplemente estaba jugando con este grupo de gente supuestamente importante. Había peores

pasatiempos que jugar con un puñado de millonarios crédulos y estúpidos, tomar su dinero y

decirles qué harías algo de magia para ellos. Podrías hacer una fortuna en casi nada de tiempo y

dirigirte a la Rivera Francesa y no levantar un dedo otra vez por diez años. Tal vez veinte.

Pero Aldous no era la especie de brujo que juega a eso, y diez o veinte años, esos no

conformaban la medida de tiempo que él contaba.

Quizás Aldous simplemente se había vuelto raro. Ha pasado. Magnus se preguntó si, unos

cientos de años más adelante, lo mismo le pasaría a él. Quizás él también se encerraría en un hotel

y pasaría el tiempo junto a personas ricas, haciendo quien sabe qué. ¿Era eso tan diferente a lo que

estaba haciendo ahora? ¿No había pasado la mañana limpiando la basura de su bar mundano?

Era hora de volver a casa.

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Octubre de 1929

Magnus había perdido un poco el interés por el bar. El cierre planeado por unos días se alargó

a una semana, luego dos, luego tres. Con Señor Seco temporalmente cerrado, algunos de los clientes

regulares de Magnus habían quedado sin lugar a dónde ir. Así que, por supuesto, simplemente

iban a la habitación de hotel de Magnus cada noche. Al principio eran sólo uno o dos, pero durante

la semana había un flujo constante de personas. Esto incluía a los encargados del hotel, que

cortésmente sugirieron que Magnus "tal vez quisiera llevar a sus amigos y asociados a otra parte."

Magnus contestó, igualmente cortés, que estos no eran amigos ni asociados. Usualmente eran

extraños. Esto no hizo muy feliz a los encargados.

Y esto no era del todo verdad, tampoco. Alfie estuvo allí desde el principio, y ahora había

hecho del sofá su residencia permanente. Se había vuelto más malhumorado con el pasar del

tiempo. Se iba a donde sea que trabajaba durante el día, volvía ebrio y permanecía en ese estado.

Luego dejó de ir a trabajar.

—Magnus, se está poniendo malo —dijo una tarde, despertando de una siesta inducida por

el whiskey.

—Estoy seguro que sí —dijo Magnus, sin levantar la vista de su copia de Guerra y Paz

—Lo digo de verdad

—Estoy seguro que sí

— ¡Magnus!

Magnus levantó su cabeza con pesar.

—Se está poniendo feo. No va a tardar. Ya está empezando a desmoronarse. ¿Ves?

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Arrojó un periódico en dirección a Magnus.

—Alfie, tienes que ser un poco más específico. A menos que estés hablando de ese periódico,

que luce bien…

—Quiero decir —Alfie se levantó y miró sobre el respaldo del sofá—, que toda la estructura

financiera de los Estados Unidos podría derrumbarse en cualquier segundo. Todos decían que

podría pasar y nadie les creyó, pero ahora parece que en realidad podría pasar.

—Estas cosas pasan

— ¿Cómo puede no interesarte?

—Práctica —dijo Magnus, regresando la mirada al libro y dando vuelta la página.

—No lo sé —Alfie se deslizó un poco—. Tal vez tengas razón. Tal vez todo esté bien. Tiene

que estarlo, ¿no?

Magnus no se molestó en aclararle que eso no fue lo que él había dicho. Alfie parecía calmado,

y eso era bastante bueno. Pero ahora Magnus había perdido la corriente de lo que estaba leyendo y

no se sentía con ganas de continuar. Estos visitantes se estaban volviendo molestos.

Después de unos días, Magnus estaba completamente cansado de la compañía, pero no

estaba dispuesto a echarlos. Eso hubiera sido impropio. Simplemente alquiló una segunda

habitación en un piso diferente y dejó de ir a casa. Sus huéspedes parecieron notarlo, pero a

ninguno le molestaba mientras la puerta a la vieja habitación de Magnus permaneciera abierta y

nadie cerrara la cuenta de servicio a la habitación.

Magnus trató ocupar su tiempo con pasatiempos ordinarios, leer, caminatas por Central

Park, una película hablada o un espectáculo, algunas compras. El calor rompió, y un octubre suave

se posó sobre la ciudad. Un día rentó un bote y pasó el día navegando por Manhattan, observando

los esqueletos de muchos de los nuevos rascacielos y preguntándose qué pasaría si de verdad todo

se vendría abajo y preguntándose cuánto le importaba en realidad. Ya había visto caer gobiernos y

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economías con anterioridad. Pero estas personas... hacían cosas grandes y tenían una gran

distancia de la cual caer.

Así que descorchó una botella de champaña.

Notó que muchas personas pasaban sus días apiñados alrededor de los tableros de

cotizaciones que agraciaban cada club y hotel, muchos restaurantes, e incluso algunos bares y

barberías. A Magnus le sorprendía cómo estas pequeñas maquinarias ubicadas debajo de cristal

podían fascinar a algunas personas. La gente se reunía en torno a ellas, sentándose hora tras hora,

sólo mirando a la máquina escupir largas lenguas de papel llenas de símbolos. Alguien tomaría el

papel mientras se desenrollaba y leería la magia que contenía.

El veinticuatro de octubre trajo el primer temor, con el mercado temblando y recobrando un

poco la compostura. Todos tuvieron un fin de semana intranquilo; la semana siguiente llegó, y todo

se puso peor. Después llegó el martes veintinueve, y todo cayó, justo como todos aparentemente

habían predicho, pero aun así nunca creyeron que pasaría. Magnus no pudo evitar la oleada de

conmoción, ni siquiera en su pacífica habitación en el Plaza. El teléfono comenzó a sonar. Había

voces en el pasillo, incluso un grito o dos. Bajó al vestíbulo, donde el pánico estaba en progreso,

gente corriendo hacia fuera con sus maletas, cada cabina telefónica ocupada, un hombre llorando

en una esquina.

Afuera, en las calles, era peor. Un grupo de personas en la acera estaba entablando una

conversación febril.

—Están saltando de los edificios del centro —dijo un hombre—. Lo escuché. Mi amigo

trabaja allí, y dice que están abriendo las ventanas y lanzándose al vacío.

— ¿Entonces está pasando de verdad? —dijo otro hombre, tomando su sombrero y

sosteniéndolo sobre su corazón, como si fuera a protegerlo.

— ¿Pasando? ¡Ha pasado! ¡Los bancos están comenzando a tapiar sus puertas!

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Magnus decidió que sería probablemente mejor volver arriba, trabar la puerta, y sacar una

buena botella de vino.

Sí llegó arriba, y sí se metió a su habitación, pero en el momento en que llegó, uno de los

recientes extraños de su otra habitación apareció en la puerta.

—Magnus —dijo, su aliento apestando a alcohol—, tienes que venir. Alfie está tratando de

lanzarse por la ventana.

—Bueno, ese loco sí que perdió el control rápidamente —dijo Magnus con un suspiro—.

¿Dónde?

—En tu vieja habitación

No hubo tiempo para que Magnus preguntase desde cuánto hacía que sabían sobre su nueva

habitación. Siguió al hombre mientras corría tambaleándose por los pasillos del Plaza. Subieron las

escaleras traseras tres pisos hasta la vieja habitación, donde la puerta estaba entreabierta y varias

personas estaban reunidas en torno a la puerta del viejo dormitorio de Magnus.

—Se ha atrincherado allí adentro y puso algo contra la puerta —dijo uno de los hombres—

. Hemos echado un vistazo desde esta ventana y lo hemos visto en la cornisa.

—Todos ustedes, afuera —dijo Magnus—. Ahora.

Cuando se fueron, Magnus extendió su mano e hizo que la puerta se abriera de golpe. La

ventana de la habitación, alguna vez fuente de una hermosa vista del Central Park y mucha luz

solar, ahora encuadraba la figura agachada de Alfie. Él estaba posado en el fino borde de concreto

que estaba afuera, fumando un cigarro nerviosamente.

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— ¡No te acerques ni un centímetro más, Magnus! —dijo.

—No planeo hacerlo —dijo Magnus, sentándose en la cama—. Pero, ¿compartirías tus

cigarros? Después de todo es mi habitación desde la cual planeas defenestrarte1.

Esto confundió a Alfie por un momento, pero metió su mano con cuidado en el bolsillo, sacó

un paquete de cigarros y los lanzó dentro de la habitación.

—Así que —dijo Magnus, levantándolos del suelo y sacando uno del envoltorio—, antes de

que te vayas, ¿por qué no me dices de qué se trata todo esto?

Chasqueó sus dedos y el cigarro se encendió. Esto era enteramente a favor de Alfie, y

definitivamente llamó su atención.

—Tú... tú sabes de qué se trata todo esto... ¿qué fue lo que acabas de hacer?

—Prendí un cigarrillo.

—Quiero decir, ¿que acabas de hacer?

—Oh, eso —Magnus cruzó sus piernas y se recostó un poco—. Bueno, creo que ya habrás

visto, Alfie, que no soy como los otros chicos.

Alfie saltó en cuclillas por un momento, considerando esto. Su mirada era clara, y Magnus

pensó que probablemente era la primera vez en semanas que lo había visto completamente sobrio.

—Entonces es verdad —dijo él.

—Entonces es verdad

—Así que, ¿qué eres?

—Lo que soy es una persona que no quiere que saltes por la ventana. Lo demás son detalles.

—Dame una buena razón para no saltar —dijo Alfie— Todo se ha ido. Louisa. Todo lo que

poseía, todo lo que hice.

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—Nada es permanente —dijo Magnus—. Lo sé por experiencia. Pero puedes conseguir

cosas nuevas. Puedes conocer gente nueva. Puedes seguir adelante.

—No cuando recuerdo lo que tuve —dijo Alfie—. Así que si eres... lo que sea que eres,

puedes hacer algo, ¿no?

Magnus chupó el cigarrillo por un momento, pensando.

—Entra, Alfie —dijo finalmente—, y te ayudaré.

El proceso de alterar la memoria era intrincado. La mente es una red compleja, y la memoria

es importante en el aprendizaje. Saca la memoria incorrecta y puedes hacer que alguien olvide que

el fuego quema. Pero los recuerdos pueden ser suavizados o acortados. Un brujo talentoso (y

Magnus no era nada sino talentoso) puede bordar el pasado en algo un tanto diferente en forma y

tono.

Pero no era un trabajo fácil.

Por qué Magnus estaba haciendo esto gratis, por un mundano que había estado viviendo de él

por las semanas pasadas no estaba claro. Tal vez era porque este día era un día de gran

sufrimiento, y esta era la parte del sufrimiento que Magnus podía calmar.

Una hora después, Alfie salió de la habitación no recordando muy bien una chica llamada

Louisa, quien era una cobradora en los autobuses o algo así. ¿Tal vez una bibliotecaria de su

pueblo? Ni siquiera podría decirte por qué había pensado en su nombre. Tampoco tenía una idea

muy clara de su reciente fortuna.

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Era cansador, y cuando estuvo terminado, Magnus se apoyó en el umbral de la ventana y miró

a la oscura ciudad de abajo, sobre la gran extensión del Central Park.

Allí fue cuando notó la extraña luz en el cielo, justo sobre la zona del centro. Era una luz en

forma de cono, más pequeña cerca del horizonte y ensanchándose hacia las nubes, y tenía un leve

resplandor verde.

Estaba situada justo sobre el Hotel Dumont.

No había forma de conseguir un taxi. Todos los taxis de la ciudad estaban ocupados, y todos

iban rápido. Todo el mundo se estaba dirigiendo a algún lado, tratando de deshacerse de acciones

o vender algo, o simplemente se estaban moviendo con pánico total, zigzagueando por la ciudad en

un frenesí. Así que Magnus corrió por el lado este del parque, todo el camino hasta la calle 116. El

Hotel Dumont lucía exactamente igual a cuando Magnus lo había visto por última vez. Todas las

cortinas seguían cerradas, y las puertas también. Lucía frío, silencioso y hostil. Pero cuando

Magnus trató de abrir la puerta frontal, la encontró sin trabas.

La primera cosa fuera de lugar fue que el hotel parecía completamente vacío. No había nadie

en la recepción, nadie en el vestíbulo, nadie en ningún lado. Ciertamente era un magnífico

escenario, con una elegante y dorada escalera. Y todo era muy afelpado y acolchado. Una exquisita

alfombra color dorado y rojo cubría el piso, y las ventanas estaban cubiertas con pesadas cortinas

que iban desde el suelo hasta el techo. Estaba cálido, oscuro, e inquietamente tranquilo. Magnus

miró hacia arriba y alrededor, al fresco en el cielorraso con sus querubines de rostros regordetes

señalándose entre sí y balanceándose alegremente en columpios de liana en jardines.

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Justo a la izquierda había un arco flanqueado por pilares cubiertos con un motivo floral. Este

claramente dirigía a una de las salas más grandes del hotel y parecía un buen lugar para observar

como cualquier otro. Magnus abrió esta puerta. Llevaba a un salón de baile, uno absolutamente

magnífico, con pisos de mármol blanco y un cordón de balcones dorados alrededor de la

habitación, salpicado con espejos dorados que reflejaban la habitación en ellos una y otra vez.

También reflejaban la pila cuerpos diseminados en el otro extremo del piso, alrededor de lo

que parecía ser una losa de granito muy pulida. Magnus estaba bastante seguro de que estas

personas eran las mismas que había visto salir de todos esos coches lujosos. Todavía quedaban

algunos rostros, algunas prendas finas esparcidas alrededor de la sala en forma de tiras y cintas, a

veces todavía prendidas de algún brazo o torso suelto. El piso del otro lado del salón estaba teñido

por completo de un color rojo negruzco, donde la sangre se esparció y formó un charco uniforme

sobre el mármol como si fuera barniz.

—Por el Ángel...

Magnus se dio vuelta y se encontró con Edgar Greymark parado detrás de él, vestido en el

típico negro de los Cazadores de Sombras, su cuchillo serafín desenvainado.

—Qué bueno que hayas venido —dijo Magnus. El comentario pretendía ser sarcástico pero

salió plano. Era bueno que hayan venido. Iba a necesitar ayuda con lo que sea que esté pasando.

— ¿Creíste que íbamos a ignorar tu advertencia? —preguntó Edgar.

Magnus decidió no contestar a eso. Probablemente la hayan ignorado y, como él, habían visto

la luz en el cielo.

— ¿Quiénes son estas personas? —preguntó Edgar.

—Creo que son unos mundanos que vinieron a ver a Aldous.

— ¿Y dónde está Aldous?

—No lo he visto. He llegado recién.

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Edgar levantó su mano, y otra media docena de Cazadores de Sombras aparecieron y se

dirigieron hacia los cuerpos y los examinaron.

―A mí me parece un ataque Behemoth ―dijo una mujer mientras examinaba una pila de

sangre y pedazos frescos―. Revoltoso. Desorganizado. Y estas son probablemente marcas de doble

fila de dientes, pero es difícil de decir…

Detrás de ellos, hubo un gran ruido y todos se volvieron hacia un joven que gritaba mientras

dejaba algo que humeaba y siseaba caer al suelo.

―Mi Sensor explotó ―gruñó.

―Creo que podemos asumir una gran y seria actividad demoniaca ―dijo Edgar busquen en

el hotel. Encuentren a Aldous Nix y tráiganmelo.

Los Cazadores de sombras corrieron fuera, mientras Edgar y Magnus se quedaron con la pila

de cuerpos.

― ¿Tienes alguna idea qué pueda estar pasando aquí? ―preguntó Edgar.

―Te dije todo lo que sabía ―dijo Magnus―. Vine porque vi algo en el cielo. Encontré esto.

― ¿De qué es capaz Aldous?

―Aldous tiene dos mil años de edad. Es capaz de cualquier cosa.

― ¿Aldous Nix tiene dos mil años?

―Es lo que he oído. No me invita a sus fiestas de cumpleaños

―Me parecía algo alocado, pero nunca pensé… bueno, no importa lo que haya pensado.

Evidentemente tenemos varios demonios en la zona. Esa es nuestra primera preocupación. Y Nix…

―Está aquí ―dijo una voz.

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Aldous salió desde detrás de unas pesadas cortinas. Se apoyaba pesadamente en su bastón,

caminando lentamente hacia la plancha de granitos, donde se sentó. Edgar alzó un poco su arma,

pero Magnus detuvo su brazo.

― ¿Qué sucedió aquí, Aldous? ―preguntó Magnus.

―Era sólo una prueba ―dijo Aldous―. Para el beneficio de mis mecenas, quienes

amablemente me han prometido este hotel para dejarme hacer mi trabajo en paz.

―Tus mecenas ―dijo Magnus―. Estas personas aquí, en el piso, en pedazos.

― ¿Qué es este trabajo? ―preguntó Edgar.

― ¿El trabajo? Oh. Ahora, ese es un tema interesante. Pero no para tus oídos. Hablaré con él

―Apuntó a Magnus―. El resto de ustedes pueden irse y mantenerse ocupados. Ustedes

Cazadores de Sombras siempre se mantienen ocupados. Debe de haber diez demonios allá afuera.

No hice cuenta de todos, pero como la chica dijo, parecen ser en su mayoría Behemoths. Cosas

mugrosas. Vayan a matarlos.

Edgar Greymark no era la clase de hombre al que le gustaba ser desechado, pero Magnus le

dio una mirada y trató de alentarlo a que se marchara.

―Sí ―gruñó Edgar―. Tenemos algún trabajo. Pero no te vayas, Nix. Volveremos para

discutir esto.

Magnus asintió y Edgar se fue al salón de baile, azotándolas puertas sonoramente detrás de

él. Aldous observó sus manos callosas por un momento antes de hablar.

―Magnus, nosotros no pertenecemos aquí. Nunca hemos pertenecido aquí. He vivido en este

mundo por más tiempo que cualquiera que haya conocido y esa es la única verdad de la que me

puedo fiar. Estoy seguro de que has llegado a la misma conclusión.

―No exactamente ―dijo Magnus. Avanzó un poco más pero evitó el gran mar de sangre y

cuerpos que había entre ellos.

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― ¿No exactamente?

―A veces me siento un poco fuera de lugar, pero me considero mucho una parte de este

mundo. ¿De dónde más podía ser parte?

―Puedes haber nacido aquí, pero tu origen es en otra dimensión.

― ¿Quieres decir el Vacío?

―Eso quiero decir exactamente. Tengo la intención de ir a donde pertenezco. Quiero ir al

lugar en el que pueda sentir verdaderamente en mi hogar. Quiero ir a Pandemónium. Estaba

abriendo un Portal que me permitiría llegar ahí.

― ¿Y estas personas?

―Estar personas pensaban que eran dueños del mundo. Creían que su dinero los llenaba de

control. Escucharon sobre mí, vinieron a verme para ganar ese poder sin guerra, sin fuerza. Y les

dije que los expondría a un poder que nunca creyeron posible si me daban lo que necesitaba. Así

que me dieron este hotel. He estado trabajando aquí por algunos meses, preparando el camino,

Todo este edificio es ahora una red de encantamientos y hechizos. Estas paredes revestidas en

electum y metal demoniaco. Es un canal ahora. Será el más fuerte y perfecto Portal.

―Y ellos vinieron aquí…

―Por una demostración. Les dije que había riesgos. Quizá no fui lo suficientemente claro.

Pensé que lo había sido…

Sonrió un poco con ello.

―Eran monstros, Magnus. No deberían de tener permitido vivir. Estúpidos mundanos,

¿pensando que podían dominar su mundo explotando nuestro poder? No. Murieron rápidamente.

―Y, me imagino, dolorosamente y llenos de terror.

―Quizá. Pero su sufrimiento ya terminó. Y ahora, también el mío. Ven conmigo.

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― ¿Ir contigo? ¿A Pandemónium? ¿Al Vacío? Y yo pensando que una invitación a pasar el

verano en Nueva Jersey era la peor invitación que me habían hecho.

―No es momento para bromas, Bane.

―Aldous ―dijo Magnus―. Estás hablando de ir al reino demoniaco. No vienes de ahí. Y

sabes que horrores enfrentaras.

―No sabemos cómo es. No sabemos nada. Y quiero saber. Mi último deseo de conocimiento

del lugar más misterioso, mi verdadero hogar. Él último paso para el hechizo ―dijo, quitando la

cabeza de su bastón, revelando un cuchillo―. Algunas gotas de sangre de brujo. Un poco será

suficiente. Un corte en la palma.

Aldous miraba el cuchillo pensativamente y luego a Magnus.

―Si te quedas aquí, el Portal se abrirá y vendrás conmigo. Si no deseas venir, vete ahora.

―Aldous, no puedes…

―Por supuesto que puedo, estoy a punto de hacerlo. Toma tu decisión, Magnus. Quédate o

vete, pero si decides irte, hazlo ahora.

Lo que era extremadamente claro para Magnus era que Aldous estaba totalmente loco. No

hacías planes para viajar al Vacío si estabas compos mentis1. Ir al Vacío era un gran y terrible acto

suicida, era enviarte a ti mismo al Infierno. Pero también era muy, muy difícil hablar con alguien

que se había vuelto loco. Con Alfie se podía hablar con razón para que bajara de la ventaba. No

sería fácil hacerlo con Aldous. Cualquier movimiento que Magnus hiciera podía ser encontrado con

uno de igual o mayor fuerza.

―Aldous…

― ¿Te quedas entonces? ¿Vienes conmigo?

―No. Yo sólo… yo… 5 N. de T estar en su sano juicio

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―Te preocupas por mí ―dijo Aldous―. Piensas que no sé lo que estoy haciendo.

―No lo pondría de esa forma, exactamente.

―He considerado esto por un largo tiempo, Magnus. Sé lo que hago. Así que por favor.

Decide ahora, porque voy a abrir el Por…

La flecha hizo una especie de susurro mientras cortaba el aire. Entró en el pecho de Aldous

como un cuchillo penetrando una manzana. Aldous se sentó por un momento, mirándola, luego se

cayó hacia un lado, muerto.

Magnus vio cómo su sangre golpeaba el granito.

―¡CORRE! ―gritó.

El joven Cazador de sombras estaba aún admirando orgullosamente su trabajo, como había

dado justo en el blanco. No notó la red de grietas que se abrían paso en el piso, craqueando el

mármol blanco en miles de pedazos sonando como hielo rompiéndose.

Magnus corrió. Corrió de una manera de la que no era consciente que podía correr y cuando

llegó al Cazador de sombras, lo agarró y lo arrastró con él. Apenas habían alcanzado la puerta

cuando una gran llamarada explotó, llenando toda la habitación con fuego, desde el piso hasta el

techo. Igualmente de rápido, el fuego se expandió hacia la sala de baile. Las puertas del hotel se

cerraron solas. El edificio en sí se sacudía como si una gigantesca ventosa se hubiera aparecido,

succionándolo.

―¿Qué está pasando? ―dijo el Cazador de sombras.

―Abrió alguna clase de canal al Vacío ―dijo Magnus tambaleándose en sus pies.

― ¿Qué?

Magnus sacudió su cabeza. No había tiempo para explicaciones.

― ¿Estaban todos fuera del edificio? ―preguntó.

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―No estoy seguro. Los demonios estaban tanto dentro como afuera. Atrapamos una media

docena en la calle, pero…

El edificio se estremecía y parecía haberse encogido una pulgada o dos, como si estuviera

siendo volteado al revés.

―Ponte atrás de mí ―dijo Magnus―. No sé qué pasará ahora, pero parece como si toda

esta cosa pudiera… ¡sólo ponte atrás de mí!

En todos sus años, en todos sus estudios, Magnus nunca se había encontrado con nada que lo

que preparara para esto, un edificio convertido en un Portal perfecto, un brujo que quería ir a casa,

al Vacío, usando su propia sangre como llave. Esto no estaba en las lecciones de sus libros. Esto

requeriría trabajo de investigación. Y un montón de suerte. Y probablemente algo de estupidez.

Si estaba equivocado en algo, lo que era probable, sería succionado al Vacío. Al Infierno

mismo. De donde venía la estupidez.

Magnus abrió la puerta. El Cazador de sombras detrás de él gritaba, pero Magnus sólo me

respondía que se quedara detrás de él.

Esta es una terrible idea, Magnus pensó mientras se encontraba nuevamente en el lobby.

Puede que esta sea la peor idea que he tenido.

El fuego que había explotado en el corazón del edificio ahora estaba en todas las superficies,

incendiando el techo, destruyendo los muebles, estallando el suelo bajo la alfombra y carbonizando

la gran escalera. Las puertas al salón de baile, están totalmente sin daños.

Magnus entró cuidadosamente en el salón de baile.

Aún no succionado por el Vacío, pensó. Bien. Definitivamente bien.

Los cuerpos ahora estaban humeantes esqueletos y el piso de mármol blanco estaba

totalmente fracturado. La sangre se había evaporado y dejado una marca oscura. La plancha de

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granito, por el contrario, estaba bien. Y aparte estaba levitando, cerca de seis pies sobre el suelo,

bañada en la luz verde que Magnus había visto antes.

¿Qué eres?

La voz no venía de ningún lugar. Estaba en la habitación. Estaba afuera. Estaba en la cabeza

de Magnus.

―Un brujo ―Magnus contestó―. ¿Qué eres tú?

Nosotros somos mucho.

―Por favor, no digas que son una legión. Alguien ya usó esa.

¿Te burlas de las escrituras mundanas, brujo?

―Sólo rompía el hielo ―dijo Magnus para sí mismo.

¿Hielo?

―¿Dónde está Aldous? ―dijo Magnus, más alto.

Está con nosotros. Ahora tú vendrás con nosotros. Ven al altar.

―Creo que paso ―dijo Magnus―. Tengo un lugar aquí que me gusta un montón.

Esto era interesante. No parecía que los demonios pudieran salir. Si podían, ya lo habrían

hecho. Esto era lo que los demonios hacían. Pero una conexión había sido abierta. Una conexión en

una sola dirección, pero aún, una conexión.

Magnus se acercó sólo un poco más, tratando de ver alguna marca en el piso, algo que le

dijera cuán grande era el Portal. No había nada.

¿Brujo, no te cansas de tu vida?

―Esa es una pregunta muy filosófica para una voz sin rostro y sin nombre del Vacío. –

Magnus respondió.

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¿No te cansas de la eternidad? ¿No deseas terminar con tu sufrimiento?

― ¿Entrando al Vacío? No realmente.

Eres como nosotros. Tienes nuestra sangre. Eres uno de nosotros. Ven y se bienvenido. Ven a

estar entre los tuyos.

Sangre…

Si la sangre de brujo había abierto el Portal… bueno, tal vez la sangre de brujo sería capaz de

cerrarlo.

…o no.

Era una suposición tan buena como cualquier otra.

―¿Por qué querrías eso? ―Magnus preguntó―. Pandemónium debe ser un lugar muy

saturado, considerando que siempre están tratando de dejarlo.

¿No conocerías a tu padre?

― ¿Mi padre?

Sí, brujo. Tu padre. ¿No lo conocerías?

―Mi padre nunca tuvo mucho interés en mí ―dijo Magnus.

¿No conocerías a tu padre, incluso si hablaras con él?

Magnus se detuvo con esa.

―No ―dijo―. Supongo que no lo haría. A menos que estés tratando de decirme que lo que

escucho ahora es la voz de mi padre.

Escuchas tu propia sangre, brujo.

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Magnus observó la plancha levitando, la destrucción, los restos de los cuerpos. También se

volvió tenuemente consiente de la presencia detrás de él. Algunos de los Cazadores de sombras

habían entrado y observaban la plancha, pero no parecían escuchar nada.

― ¿Magnus? –pregunto uno de ellos.

―Mantente atrás ―respondió.

¿Por qué los proteges? Ellos no te protegerían.

Magnus fue hacia el Cazador de sombras más cercano y le tomó una daga y se cortó.

―Tú ―Apuntó al Cazador de sombras que le había disparado a Aldous―. Dame una

flecha. Ahora.

La flecha fue entregada y Magnus la llenó de sangre. La llenó con un poco más, para que

estuviera llena. No necesitaba un arco. La dirigió a la plancha con toda su fuerza, evocando cada

hechizo para cerrar un Portal que conocía.

Se sintió como si estuviera cerrándose, su cuerpo entero se concretó, el tiempo se estiraba y se

detenía. Magnus no estaba tan seguro dónde estaba, o incluso qué era, sólo que aún estaba

lanzando hechizos, sólo que el altar seguía ahí y las voces de su mente aún gritaban. Cientos de

voces. Miles de ellas.

Magnus…

Magnus, ven a mí…

Magnus ven…

Pero Magnus se mantuvo. Y entonces la plancha se cayó al suelo, rompiéndose en incontables

piezas.

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Había una silueta contra la puerta del cuarto de Magnus cuando regresó a su hotel aquella

noche.

― ¿Te llegó la noticia, entonces? ―Dolly dijo―. ¿Sobre el dinero mundano? ¿Supongo que

todo se fue a la quiebra?

―Sí parece que todo se fue a la quiebra ―dijo Magnus.

―No pensé que me habías creído.

Magnus se recargó en la pared opuesta y suspiró pesadamente. No había ruido en ninguno de

los cuartos del pasillo, a excepción de algunos gritos en el fondo. Tenía el sentimiento que mucha

gente probablemente dejaría el hotel porque no tendrían más dinero para pagar las cuentas o que

estarían sentados dentro en total silencio. Y aun así, no tenían ni idea que la bancarrota era la

menor de sus preocupaciones y que el verdadero peligro evitado. Nunca sabrían. Nunca lo hacían.

―Te ves cansado ―dijo Dolly―. Como si necesitaras un trago.

―Acabo de cerrar un Portal al Vacío. Necesito dormir. Como tres días, al menos.

Dolly dejó salir un silbido bajo.

―Mi amiga dijo que eras una papa caliente. No bromeaba, ¿eh?

― ¿Ella?

Dolly puso una mano sobre su boca, cubriendo su nariz con sus largas uñas pintadas.

― ¡Ups!

―¿Quién te envió? –Magnus preguntó.

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Dolly bajó su mano y sonrió.

―Una buena amiga tuya.

―No estoy seguro de tener ningún buen amigo.

―Oh, la tienes ―Dolly giró su pequeño bolso―. La tienes. Te veré por ahí, Magnus.

Hizo su camino por el pasillo con un paso danzarín, volteando de vez en cuando a verlo.

Magnus se deslizó unas pulgadas en la pared, sintiendo su cuerpo entero exhausto. Pero con un

esfuerzo masivo, se levantó y corrió tras Dolly. Vio desde la esquina como entraba en el elevador e

inmediatamente presionó el botón para el siguiente. El elevador estaba lleno de gente viéndose

apenada, visiblemente afligida por la noticia del día. Así que lo que estaba a punto de hacer sería

muy desafortunado para ellos.

Magnus chasqueó sus dedos y tomó control de elevador desde el operador, enviándolo mucho

más rápido, algo similar a la caída descontrolada. Le dio había dado muy buena propina al

operador el otro día, así que sentía que podía excederse. No tenía ninguna excusa con el resto de los

pasajeros, que aún gritaban mientras el elevador golpeaba el suelo.

Llegó al lobby antes de Dolly, pasando a través de los aún traumatizados (y orantes) personas

de su elevador. Avanzó agachado por el lobby, quedándose en un lado, detrás de las columnas. Se

deslizó dentro de una cabina telefónica y observó a Dolly pasar, sus tacones resonando ligeramente

en el piso de mármol. La siguió, tan silenciosamente como era posible, a la puerta frontal,

poniéndose un glamour para pasar por el portero. Había un auto afuera, un gigantesco

Pierce―Arrow, con cortinas plata sobre las ventanas del lado del pasajero. La puerta, por otro

lado, estaba abierta. Un chofer estaba de pie junto a ella. Al abrirla, Magnus pudo ver un pie y un

tobillo, ambos muy bellos, y un poco de un zapato plateado y un poco de una pierna cubierta por

medias. Dolly se balanceó cerca del auto y se inclinó hacia la puerta abierta. Tuvieron una

conversación que Magnus no pudo oír y luego Dolly entró en el auto, dándole a toda la gente frente

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al Plaza una última mirada. Luego el pasajero se inclinó hacia adelante para hablarle al chofer y

Magnus captó la visión del perfil de la cara. No había equivocaciones con esa cara.

Era Camille.

Fin

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