el antifaz del guerrero

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Unas pocas páginas de muestra del último libro teórico que he maquetado para Dolmen Editorial escrito por Mariano Bayona y Diego Matos

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Cuando Diego me propuso escribir el prólogo del libro El An-tifaz del Guerrero pensé: ¡Glub! Si yo no estaba ni programada cuando mi padre creó el Guerrero del Antifaz…; pero la idea comenzó a entusiasmarme y me dije: Marisa: coge un boli y ponlo sobre el papel.

Es un método que suele darme resultado y decidí intentarlo.Yo era una niña cuando mi padre dibujaba, entre otras mu-

chas historietas, El Guerrero del Antifaz. Aún lo recuerdo sen-tado en su tablero desde que amanecía hasta que se acostaba, muy entrada la noche. Sin embargo, siempre acogía con agra-do nuestras continuas interrupciones. Mi hermano Manuel se aficionó a dibujar en un pequeño tablero que mi padre había puesto a su lado; y yo entraba a su despacho y volvía a salir con unos espléndidos bigotes de gato, pintados a plumilla con tinta china.

Las exigencias de las editoriales para las que trabajó apenas le dejaron tiempo para disfrutar de sus hijos, ni a nosotros de él; por eso, quizá, recuerdo, como un día especial, los sábados por la mañana, cuando mis hermanos y yo acompañábamos a mi padre a entregar los originales de su trabajo semanal a la editorial valenciana. En aquel trayecto, a menudo le oía decir:

Prólogo: Lucha sin descanso

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A ver si le colamos esto al Padre Vázquez. Yo por entonces no comprendía qué tenían que ver unos dibujos con un cura y las explicaciones de mi padre sobre la censura no aclaraban mis preguntas.

Siempre esperábamos en el coche; y al cabo de pocos minu-tos, que era lo que la editorial tardaba en “atenderle” a través de una ventanilla de unos 15 cm2, regresaba con un ejemplar de todas las colecciones que publicaba la editorial: a mi her-mana mayor le daba un tebeo de Jaimito y a mí el de Pumby, pero jamás he visto un cuadernillo de El Guerrero del Antifaz en casa. Muchas veces me he preguntado cuál sería el destino de aquellos tebeos.

Ya en la adolescencia, cuando mi padre llevaba varios años trabajando como representante de cromos para Editorial Maga, llegué a pensar que habría acabado aborreciendo al persona-je que había creado con tanta ilusión. Y no me extrañaba, pues a partir de 1976 hubo mucha gente, entre los que se encontra-ban dibujantes, periodistas y algún que otro “intelectual” que se dedicaron a “analizar” la obra de mi padre sin considerar las circunstancias de la época. Sin embargo, un día llegó a casa contento. Cogió unos folios y un lápiz y comenzó a dibujar al Guerrero, a Ana María, a Zoraida, a Don Luis, y después me los enseñó emocionado. Mira, Marisa —me dijo — todavía dibujo como si nunca hubiera dejado de hacerlo.

Editorial Valenciana le había encargado realizar las Nuevas Aventuras del Guerrero del Antifaz. Mi padre se sentía feliz. Además, ya no tendría que burlar la censura, o eso pensaba él, ya que, casi al principio de los nuevos episodios, la edito-rial hizo que sustituyera el personaje de un monje por un falso monje.

Aquel año empecé a estudiar en la universidad y los dos compartíamos tablero. Mientras él dibujaba, yo estudiaba.

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Pró logo : Lucha s in descanso

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Poco a poco sus personajes se iban volviendo más fantásticos (a veces, incluso surrealistas). Los enemigos del guerrero ya no eran moros, sino piratas con máscaras de pinchos, mujeres mariposa e, incluso, hombres lobo. Mi padre hacía un boceto de los personajes en una cuartilla e inventaba el argumento sobre la marcha. Por entonces estaba ya muy enfermo. Sin em-bargo, aún conservaba su peculiar sentido del humor.

Un día me comentó que se le estaban agotando las ideas. Puso el lápiz sobre el papel y dibujó unos lobos y unas muje-res imponentes. Se quedó un momento pensando y me dijo: ¿Qué te parece si hago que tengan descendencia? Y yo contes-té: ¡Vaya con el Guerrero! Mi padre se reía a carcajadas y, entre bromas, creó el episodio de los hombres lobo. Comprendí que mi padre había amado al Guerrero del Antifaz por encima de cualquier otro personaje y que quizá se deshizo de su colec-ción por el dolor que sintió cuando la Editorial Valenciana le comunicó que sería otro dibujante quien continuase su histo-rieta, pues, según ellos, no le pertenecía. Pero, como su queri-do Guerrero, continuó luchando sin descanso contra todos los obstáculos que se interpusieron en su camino hasta el final.

Marisa Gago Quesada.

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Manuel Gago García fue un historietista español reconocido universalmente como uno de los grandes del cómic. Nació en Valladolid un 7 de marzo del año 1925. Era el primogénito de cinco hijos del matrimonio formado por Amparo García Pérez y Manuel Gago Ballester, que era militar.

Su condición como hijo de un comandante del ejército republicano hizo que se trasladaran a Madrid, lugar don-de pudo observar y testificar con su propia experiencia la dureza y la amargura asociadas a la guerra. Vio el cerco, la caída y la violencia, características que luego, más tarde, se reflejarían en sus obras, especialmente en El Guerrero del Antifaz.

Siendo él aún muy niño, poco después de la caída de Madrid, su padre fue trasladado a Ontaniente y más tarde su familia se marchó a vivir a Albacete. Vivieron primero en una bocacalle corta, la del Rosario, y posteriormente en otra cercana a la co-lonia conocida en Albacete como “casas de la Aviación”, detalla Isabel Montejano Montero en una carta al director de ABC pu-blicada el diez de enero de 1981.

En 1939 Manuel Gago Ballester, su padre, es represaliado y enviado a prisión por un periodo de tres años, acusándole

Segunda Parte: Manuel Gago, creador de aventuras

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de haber permanecido leal a la República. Los suyos se quedan en Albacete y el ma-yor de los Gago, con sólo ca-torce años, se convierte en el único en traer dinero a casa.

Es allí, en aquella ciudad de La Mancha, donde comienza a realizar sus dibujos en sus ratos libres. Entonces no sabía que serían sólo los primeros. Enfermó de tuberculosis (pa-decimiento común en esa épo-ca de posguerra y hambre) cuando la afición por el dibujo ya había calado muy dentro de él, quizá como una especie de infección más benévola. Fue

en el mismo hospital, mientras se recuperaba, cuando empezó su carrera artística. Allí realizaba sus trabajos sentado en su cama, con una tabla que sus hermanos le habían preparado, sobre las rodillas. Imaginaba, dibujaba, creaba.

Le encantaba leer y había devorado muchos libros y mu-chos tebeos. En especial le gustaba la novela popular de aventuras. Aquellos primeros dibujos bebían directamente de la influencia de Emilio Freixas, Harold Foster, Alex Ray-mond y Jesús Blasco, entre otros muchos autores de la épo-ca, cuyas obras podía admirar gracias, en parte, a la revista Chicos.

Muy joven, cuando aún no había llegado a la mayoría de edad, decidió probar fortuna y empiezó a enviar sus cuadernos a las editoriales. Mandó a la Hispano Americana la serie Motopi

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King, que sólo duró dos números, debi-do a la intervención, fuerte y enérgica, de la censura de la época. Fue su pri-mer choque con este maquiavélico orga-nismo, de una guerra, que duró toda su vida, asegura Francisco Tadeo Juan en el artículo Manuel Gago, un artista para la historieta, publicado en la revista Sun-day Comics.

Al mismo tiempo se puso en contacto con la Editorial Marco, de Barcelona, y con Editorial Valenciana, de Valencia, y ya desde ese primer momento vieron en él grandes condiciones incipientes. La Valenciana apreció en aquellos pri-meros dibujos suyos algo, un extraordi-nario poder, un atractivo centrado en la intensidad de su trazo. Por aquel entonces, la Editorial Valen-ciana era una de las grandes.

La época dorada de la historieta en nuestro país, aquella en que se configuran los mitos de la imaginación colectiva, se extiende desde los comienzos de los años treinta hasta la primera mitad de los sesenta. Son más de treinta años en los que los tebeos llegan a cualquier rincón de España, tiempos nunca repetidos en los que sus tiradas se cuentan por cientos de miles de ejemplares, días en que sus cubiertas chillonas dominan los kioscos. Nacen entonces cabeceras y persona-jes que forjarán el imaginario de varias generaciones. Más allá de un interés estrechamente localista, no se puede obviar durante este período el papel jugado por las producciones elaboradas en Valencia, explicaba Pedro Porcel en un texto digital asociado a la exposición organizada por la Biblioteca

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Valenciana, con la colabora-ción de la CAM, en la Sala Capitular del Monasterio de San Miguel de Reyes, que duró desde septiembre de 2007 a enero de 2008, y que llevaba por nombre Tebeos valencianos 1993-2007.

Después de unas series cor-tas para esa editorial creó un personaje llamado a conver-tirse en uno de los iconos de

la Historia del cómic español: El Guerrero del Antifaz. Su primer número aparecía dentro de la colección Selección aventurera.

En relación a la fecha de inicio de esta historieta de aventu-ras hay ciertas dudas entre los años 1943 y 1944. Francisco Tadeo Juan intenta esclarecer el dato en un texto de investi-gación publicado en su libro recopilatorio Comicguía. Historia de una revista sobre cómics. Vivencias, recuerdos y anécdotas: al ver que en el número uno y tres o cuatro números siguien-tes se anunciaban los almanaques para 1944, caí en la cuenta de que, entonces, el año de aparición había sido 1943 ya que, como de todos es sabido […], los Almanaques salían en Valen-cia (los de la Editorial Valenciana y demás) a primeros de no-viembre del año anterior al que reflejaba en la portada, así que empecé las averiguaciones, difíciles, al no existir ya la editorial ni su autor. Puedo asegurar, sin embargo, gracias a las manifes-taciones de gente que vivió todo esto y/o trabajó en la editorial […], que los primeros cuadernos de este querido personaje sa-lieron esporádicamente y muy distanciados, debido a la caren-cia de papel, no teniendo una frecuencia quincenal hasta 1946 aproximadamente. Esto explica la evolución de Manuel Gago

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en tan sólo cuatro cuadernos y también en no poder cua-drar la cantidad de ejempla-res aparecidos con la frecuen-cia de salida, poniendo 1943, por su incipiente dibujo, como año lógico, aunque dada la floja distribución de la épo-ca, pudiera haberse distribuido un año más tarde en Madrid o Barcelona, cosa sumamente lógica también.

Como se aprecia por sus palabras, datar una obra de enton-ces no es tarea fácil. Son muchos los factores que dificultan su catalogación, considerando como principales la ausencia, a día de hoy, de la editorial, así como la muerte del autor. Es una pena que tengamos que recurrir a deducciones para desvelar la fecha de aparición de una obra tan importante de nuestro cómic. Pero así funcionaban las cosas en aquella época, espe-cializada en hacer desaparecer datos, ocultarlos o, simplemente, incompetencia, a diferencia, tanto en esto como en otras muchas cosas, del resto del mundo. La picaresca española, que dicen. Otra cosa no se explica, remata.

Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que en 1944 Manuel Gago conoció en Albacete a dos jóvenes que se converti-rían en otros dos grandes dibujantes: Miguel Quesada y Luis Bermejo. Más tarde, en 1946, se trasladó a Valencia, de nuevo junto a su familia, con el objetivo de estrechar aún más los la-zos y las colaboraciones con aquella editorial. Sus personajes comenzaban ya a dar muestras de éxito y a base de dibujar y dibujar, su estilo se estaba perfeccionando. En esa ciudad contrajo matrimonio.