el abencerraje

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Letras Hispánicas CON'SFJO EDITOR: Francisco Rico Domingo Ynduráin Gustavo Domínguez El Abencerraje (NOVELA Y ROMANCERO) Edición de Francisco López Estrada l'F.RCERA EDTCION I CATEDRA LETRAS HISPANICAS

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Literatura del siglo de Oro español

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  • Letras Hispnicas CON'SFJO EDITOR:

    Francisco Rico Domingo Yndurin

    Gustavo Domnguez El Abencerraje (NOVELA Y ROMANCERO)

    Edicin de Francisco Lpez Estrada

    l ' F . R C E R A E D T C I O N

    I

    C A T E D R A

    LETRAS HISPANICAS

  • Este es un vivo retrato de virtud, liberalidad, estuer-zo, gentileza y lealtad, compuesto de Rodrigo de Nar-vez y el Abencerraje y Jarifa l , su padre y el rey de Granada, del cual, aunque los dos formaron y dibu-jaron todo el cuerpo, los dems no dejaron de ilustrar la tabla y dar algunos rasguos en e l la 2 . Y como el precioso diamante engastado en oro o en plata o en plomo siempre tiene su justo y cierto valor por los qui-lates de su oriente, as la virtud en cualquier daado subjecto que asiente, resplandece y muestra sus acci-dentes 3 , bien que la esencia y efecto de ella es como el grano que, cayendo en buena tierra, se acrescienta, y en la mala se perdi 4 .

    1 Abinclarrez significa 'el hijo del capitn' y Jarifa 'la noble, preciosa o hermosa'; en rabe el nombre indica el alto linaje de estos moros.

    2 Para esta presentacin de la obra, el autor usa trminos de [a pintura: su retrato tiene un cuerpo (en las empresas y los emblemas son las figuras que sirven para significar algo), for-mado por los dos hroes, cristiano y moro, y la ilustracin de la tabla (o superficie del cuadro) fue completada por rasguos (dibujos en apunte o tanteo).

    3 Hay dos interpretaciones sobre el sentido de este prrafo: una, que sea este daado objeto Abindarrez pues carece de la gracia del bautismo; con ello Villegas se pona a cubierto del alto ennoblecimiento que se daba a un infiel. Y la otra es que no se refiere a un personaje del libro, sino en general a la actitud de los lectores, a su capacidad de recibir la virtud y asimilarla (J. Gimeno, 1972, pgs. 17-18).

    1 Parafrasea la tan conocida parbola del sembrador (Mateo, 13. 3 ss.; Marcos, 4, 3 ss.; Lucas, 8, 5 ss.).

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  • El Abencerraje

    Dice el cuento que en tiempo del infante don Fer-nando, que gan a Antequera, fue un caballero que se llam Rodrigo de Narvez, notable en jrirtud y hechos de armas 5 . Este, peleando contra moros, hizo cosas de mucho esfuerzo, y particularmente en aquella empresa y guerra de Antequera hizo hechos dignos de perpetua memoria, sino que esta nuestra Espaa tiene en tan poco el esfuerzo, por serle tan natural y ordinario, que

    fl Rodrigo de Narvez se halla citado en la Crnica de Juan 11, de Alvar Garca de Santa Mara, en la parte del relato de la toma de Antequera: Y el Infante [don Fernando] hizo su alcaide de la villa y castillo de Antequera a un caballero Rodrigo de Nar-vez, que l criara de nio, que era un caballero mozo, de buen seso y buenas costumbres, y era hijo de Fernn Ruiz de- Narvez, sobrino del Obispo de Jan (ms. de la Biblioteca Colombina, Sevilla, folio 151). La versin impresa de la Crnica altera ligera-mente el manuscrito y aade: mandle que tuviese en la for-taleza veinte hombres de armas, tales cuales l entendiese que convena para la guerra y guarda. Es probable que de aqu proceda la referencia de los escuderos con el nmero alterado, pues antes de la aparicin del Abencerraje se haban publicado las ediciones de la Crnica de Logroo, 1516, y Sevilla, 1543. La caracterizacin de don Rodrigo se establece sobre el tpico de la unidad de virtud y armas, sustento de la personalidad del caba-llero perfecto. Sobre la Antequera de los tiempos de la con-quista cristiana, vase La toma de Antequera, textos de Ben al-Jatib, Fernn Prez de Guzmn, Fernando del Pulgar, Alvar Garca de Santa Mara y GhiUebert de Lannoy. Prlogo y ver-sin moderna de Francisco Lpez Estrada. Antequera, Biblioteca Antequerana, 1964.

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    le paresce que cuanto se puede hacer es poco; no como aquellos romanos y griegos, que al hombre que se aven-turaba a morir una vez en toda la vida le hacan en sus escriptos inmortal y le trasladaban en las estrellas f l. Hizo, pues, este caballero tanto en servicio de su ley y de su rey, que despus de ganada la villa le hizo alcaide de ella para que, pues haba sido tanta parte en ganalla, lo fuese en defendella 7. Hzole tambin alcaide de A l o r a 8 , de suerte que tena a cargo ambas fuerzas, repartiendo el tiempo en ambas partes y acu-diendo siempre a la mayor necesidad. Lo ms ordinario resida en Alora, y all tena cincuenta escuderos hijos-dalgo a los gajes del rey para la defensa y seguridad de la fuerza; y este nmero nunca faltaba, como los inmortales del rey Dario, que en muriendo uno ponan otro en su lugar 9 . Tenan todos ellos tanta fee y fuerza

    6 La idea de que Espaa fuese nacin que preciase en poco el esfuerzo de sus hombres lleg a constituir un tpico que ha-llamos en poetas, novelistas e historiadores. As dice Fernn Prez de Guzmn en sus Loores de los claros varones de Espaa:

    Espaa no caresci de quien virtudes usase, mas mengu y flleselo en ella quien las notase; para que bien se igualase deban ser los caballeros, de Espaa, y los Horneros de Grecia, que los loase.

    (Cancionero castellano del siglo XV, ed. N. B. A. E., I, Ma-drid, 1912, pg. 707.)

    Y esto se halla hasta Gradan: Asegurte que no ha habido ms hechos ni ms heroicos que los que han obrado los espa-oles, pero ningunos ms mal escritos por los mismos espaoles. (El Criticn, ed. M. Romera-Navarro, Philadelphia, Uiversty of Pennsylvania, 1940, III, pg. 271, Parte III, crisi VIII.)

    7 Obsrvese el adorno de la rima interna ley-rey, y las coinci-dencias vUla-ella-ganalla-defendella en posicin de epfora al fin de grupos de entonacin.

    d Ya se coment que esto es imposible desde un punto de vista histrico; vanse pgs, 33-35.

    9 La referencia tiene su fuente primera en Herdoto, VII, 83. Dario fue la pronunciacin antigua, como muestra la medida de los versos y las rimas de los Siglos de Oro.

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  • en la virtud de su capitn, que ninguna empresa se les haca difcil, y as no dejaban de ofender a sus enemi-gos y defenderse de ellos; y en todas las escaramuzas que entraban, salan 1 0 vencedores, en lo cual ganaban honra y provecho, de que andaban siempre ricos.

    Pues una noche, acabando de cenar, que haca el tiempo muy sosegado, el alcaide dijo a todos ellos estas palabras:

    Parsceme, hijosdalgo, seores y hermanos mos, que ninguna cosa despierta tanto los corazones de los hombres como el continuo ejercicio de las armas, por-que con l se cobra experiencia en las proprias y se pierde miedo a las ajenas. Y de esto no hay para que yo traya testigos de fuera, porque vosotros sois verda-deros testimonios. Digo esto porque han-' pasado mu-chos das que no hemos hecho cosa que nuestros nom-bres acresciente, y sera dar yo mala cuenta de m y de mi oficio si, teniendo a cargo tan virtuosa gente y va-liente compaa, dejase pasar el tiempo en balde. Parsceme, si os paresce, pues la claridad y seguridad de la noche nos convida 1 1 que ser bien dar a entender a nuestros enemigos que los valedores de Alora no duer-men. Y o os he dicho mi voluntad; hgase lo que o paresciere.

    Ellos respondieron que ordenase, que todos le se-guiran. Y nombrando nueve de ellos, los hizo armar; y siendo armados, salieron por una puerta falsa que la fortaleza tena, por no ser sentidos, porque la fortaleza quedase a buen recado. Y yendo por su camino ade-

    1 0 Se acumulan las anttesis dentro de la misma frase: ofender-defenderse, entraban-saltan.

    n Sola aprovecharse la luna llena para las correras. As lo dice la glosa de Gonzalo de Montalvn a la V serranilla de S an-tillana: Y aunque veis que es luna llena | y moros vengan a en-trar... (A. Leforestier, Note sur deux serranillas..., Revue His-panique, 36 (1916), pg. 150). Y desde el punto de vista del moto, se halla la relacin entre la noche clara y el amor que manifiestan los cantos lricos: Luna que reluces f toda la noche alumbres. (Antologa de la poesa espaola. Urica de tipo tradi-cional, Madrid, Gredos, 1975, pg. 100.)

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    knte, hallaron otro que se divida en dos. E l alcaide les dijo:

    Y a podra ser que, yendo todos,por este camino, se nos fuese la caza por este otro. Vosotros cinco os id por el uno, yo con estos cuatro me ir por el otro; y si acaso los unos toparen enemigos que no basten a vencer, toque uno su cuerno, y a la seal acudirn los otros en su ayuda.

    Yendo los cinco escuderos por su camino adelante hablando en diversas cosas, el uno de ellos dijo r

    Teneos, compaeros, que o yo me engao o viene gente.

    y metindose entre una arboleda que junto al camino se haca, oyeron ruido. Y mirando con ms atencin, vieron venir por donde ellos iban un ^gemJjnoXQ en un caballo ruano; l era grande de cuerpo y hermoso de rostro y paresca muy bien a caballo 1 2 . Traa vestida una marlota de carmes y un albornoz de damasco del mismo color, todoT)orca3o de oro y plata. Traa el_brazc^dere-cho regazado y labrada en l una hermosa dama 1 y en la

    1 2 Esta viva descripcin de las vestimentas del moro tiene abundantes precedentes en el Romancero y en los relatos hist-ricos, como puede verse en el viaje del seor de Montigny (1501) que figura en el apndice. Obsrvese cmo esta parte resulta acrecida en los romances, que insisten en la nota de lujo y ri-queza. Aqu es de notar que el,color rojo^viyo .de los vestidos del moro era la seal de su pasin, smbolo de la llama ardiente de amor que lo consuma. Prez de Hita dice de un personaje de sus Guerras civiles ...su caballero Zaide, el cual muchas veces mudaba trajes y vestidos conforme la pasin que senta. Unas veces vesta negro solo; otras, negro y pardo; otras, de morado y blanco, por mostrar su fe; lo pardo y negro, por mostrar su trabajo. Otras veces vesta azul, mostrando divisa de rabiosos celos; otras, de verde, por significar su esperanza; otras veces, de amarillo, por mostrar desconfianza, y el da que hablaba con su Zaida se pona de encarnado y blanco, seal de alegra y contento. De esta suerte muy claro se echaba de ver en Granada los efectos de su causa y de sus amores (edi-cin citada de P. Blanchard-Demouge, I, pg. 45).

    1 3 El prrafo resulta confuso: regazado puede valer como 'arremangado' pues se refiere a la manga que cubre el brazo, si bien el sentido primario es 'alzar las faldas* (Covarrubias,

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  • mano una gruesa y hermosa lanza de dos hierros 1 4 . Traa una darga y cimitarra, y en la cabeza una toca tunec que, dndole muchas vueltas por ella, le serva de hermosura y defensa de su persona. E n este hbito vena el moro mostrando gentil continente y cantando un cantar que l compuso en la dulce membranza de sus amores, que deca:

    Nascido en Granada, criado en Crtama, enamorado en Con, frontero de Alora 15_

    Tesoro). En la expresin labrada en l una hermosa dama hay que entender 'traa una hermosa dama labrada en l [en el brazo]', en el adorno de la manga, claro es. En una fiesta de Granada un caballero moro lleva una manga labrada que vale cuatro mil doblas: la manga que traa en el brazo derecho era de gran estima y la haba labrado la linda Galiana a mucha costa. Y por esta manga se dijo aquel romance que tan agradable ha sido a todos: En el cuarto de Comares. Estas mangas con una empresa se llevaban en el brazo derecho; as en el Romance del casamiento de Ftima y Xarifa se dice que llevaban los brazos derechos todos | con empresas de quien aman (Padilla, Thesoro..., fol. 378). Narvez, poco despus hiere al moro en el brazo derecho, y esto se convierte en un hecho simblico pues la herida fsica lo es tambin sentimental por impedirle el camino a las bodas. Las otras versiones no traen esta indicacin: las de la Crnica slo: El brazo derecho arremangado, y nada el de la Diana.

    1 4 Covarrubias ndica sobre la lanza: en la lanza hallamos dos extremos, y al uno llamamos hierro de la lanza y al otro cuento (s. v. cuento); y en la otra parte: otras [lanzas] son largas, y algunas de ellas con dos hierros, y otras con hierro y cuento (s. v. lanza). Esta clase de lanza aparece en el romance de don Alonso de Agular: Gruesa lanza con dos hierros en la su mano llevaba (Romance Estando el rey don Fernando); en un romance tardo, el de Azafque el granadino, se menciona una lanza con dos hierros | entrambos de agudo temple (Ro-mance Ensllenme el potro rucio, Romancero general). Segn esto parece que estas lanzas de dos hierros podan valer por ambos extremos para el combate. Las lanzas que los moros re-galan a don Rodrigo son de hierro y de cuentos de oro.

    1 5 La estrofilla no tiene ni medida ni rima. Pudiera ser un cantardllo topogrfico, aprovechado para el caso. S el cantar existi antes que la novela, pudiera ser el motivo por el cual se diese la discordancia de los datos histricos que se seal,

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    Aunque a la msica faltaba el arte, no faltaba al moro contentamiento; y como traa el corazn enamora-de, a todo lo que deca daba buena gracia. Los escu-deros, transportados en verle, erraron poco de dejarle pasar, hasta que dieron sobre l 1 6 . l, vindose sal-teado, con nimo gentil volvi por s y estuvo por ver io que haran. Luego, de los cinco escuderos, los cuatro se apartaron y el uno le acometi; mas como el moro saba ms de aquel menester, de una lanzada dio con l y con su caballo en el suelo. Visto esto, de los cuatro que quedaban, los tres le acometieron, pa-rescindoles muy fuerte; de manera que ya contra el moro eran tres cristianos, que cada uno bastaba para diez moros, y todos juntos no podan con este solo. All se vio en gran peligro porque se le quebr la lanza y los escuderos le. daban mucha priesa; mas fin-giendo que hua, puso las piernas a su caballo y arre-meti al escudero que derribara, y como una ave se colg de la silla y le tom su lanza, con la cual volvi a hacer rostro a sus enemigos, que le iban siguiendo pensando que hua, y diose tan buena maa que a poco rato tena de los tres los dos en el suelo. E l otro

    pero existe un grave inconveniente: el cantar no es tradicional pues en el texto se dice que lo compuso el moro de manera adecuada a sus amores. Por otra parte cabe pensar que el cantar no fuese ms que la enunciacin breve de lo que el moro can-tase, en atabe, como corresponda a su natural. La Crnica in-tercala entre el primero y segundo verso: de una linda mora; para las otras formas de distintas versiones, vase mi estudio Cuatro textos..., 1957, pgs. 245-249. Tngase en cuenta que en el siglo xvi la pronunciacin poda ser Crtama y Alora (Lope rima en El remedio en la desdicha: Crtama j ama | fama (v. 375); y Alora seora (v. 817).

    1 6 La frontera cre una tcnica de guerra, propia de aquella circunstancia (J. Caro Baroja: Los morisco: del reino de Granada, ed. citada, pgs. 62-63). Esta habilidad en las escaramuzas caracteriz al caballero de la frontera, y fines del siglo XV y comienzos del xvi las damas cantaban:

    Caballero de frontera, sois en todo, mi seor, siempre escaramuzador por de dentro y por de fuera.

    (Luis Miln, Libro intitulado el Cortesano, ed. citada, pg. 22.)

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  • que quedaba, viendo la necesidad de sus compaeros, toc el cuerno y fue a ayudarlos. Aqu se trab fuer:e-mente la escaramuza, porque ellos estaban afrontados de ver que un caballero Ies duraba tanto, y a l le iba ms que la vida en defenderse de ellos. A esta hora le dio uno de los escuderos una lanzada en un muslo que, a no ser el golpe en soslayo, se le pasara todo. l, con rabia de verse herido, volvi por s y diole una lanzada, que dio con l y con su caballo muy mal herido en tierra.

    Rodrigo de Narvez, barruntando la necesidad en que sus compaeros estaban, atraves el camino, y como traa mejor caballo se adelant; y viendo la valenta del moro, qued .espantado, porque de los cinco escuderos tena los cuatro en el suelo, y el otro, casi al mismo punto. l le dijo:

    M o r o , vente a m, y si t me vences, yo te ase-guro de los dems.

    Y comenzaron a trabar brava escaramuza, mas como el alcaide vena de refresco, y el moro y su caballo estaban heridos, dbale tanta priesa que no poda man-tenerse; mas viendo que en sola esta batalla le iba la vida y contentamiento, dio una lanzada a Rodrigo de Narvez que, a no tomar el golpe en su darga, le hu-biera muerto. l, en resabiendo el golpe, arremeti a l y diole una herida en el brazo derecho, y cerrando luego con l, le trab a brazos y, sacndole de la silla, dio con l en el suelo. Y yendo sobre l le dijo:

    Caballero, date por vencido; s no, matarte he, Matarme bien podrs dijo el moro que en tu

    poder me tienes, mas no_j3odr_ vencerme _sjno_quien una - vez me. venci

    E l alcaide no par en el misterio con que se decan estas palabras, y usando en aquel punto de su acostum-brada virtud, le ayud a levantar, porque de la herida que le dio el escudero en el muslo y de la del brazo, aunque no eran grandes, y del gran cansancio y cada, qued quebrantado; y tomando de los escuderos apa-rejo, le lig las heridas. Y hecho esto le hizo subir en

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    un caballo de un escudero, porque el suyo estaba he-rido, y volvieron el camino de Alora. Y yendo por l adelante hablando en la buena disposicin y valenta del moro, l dio un grande y profundo sospiro, y ha-bl algunas palabras en algaraba, que ninguno enten-di 1 7 . Rodrigo de Narvez iba mirando su buen talle y deposicin; acordbasele de lo que le vio hacer, y parecale que tan gran tristeza en nimo tan fuerte no poda proceder de sola la causa que all paresca. Y por informarse de l le dijo:

    Caballero, mirad que el prisionero que en la pri-sin pierde el nimo, aventura el derecho de la. libertad. Mirad que en la guerra los caballeros han de ganar y perder, porque los ms de sus trances estn subjectos a la fortuna; y paresce flaqueza que quien hasta aqu ha dado tan buena muestra de su esfuerzo, la d ahora tan mala. Si sospiris del dolor de las Hagas, a lugar vais do seris bien curado. S os duele la prisin, jor-nadas son de guerra a que estn subjectos cuantos la siguen. Y si tenis otro dolor secreto, fialde de m, q je yo os prometo como hijodalgo de hacer por reme-diarle lo que en m fuere l B .

    3 7 Aunque los cristianos no hubiesen entendido la algaraba del moro (ms bien musitada que dicha, como se desprende del texto), el bilingismo era frecuente en la frontera, y hay diver-sas ancdotas que lo ilustran, sobre todo entre los moros nobles. Una de ellas la cuenta Hernando de Baeza diciendo que con oca-sin de que Boabdil estuvo en Alcaudete, hizo amistad con l, y luego le mand llamar a Granada cuando fue alzado rey; y lo que escrib arriba de aquella jornada en que el rey fue preso, todo lo o de su boca del mismo rey, estando su real persona hablando conmigo solo en lengua castellana, aunque muy cerrada. Y ans es verdad que hablndole un da, le dije que por qu no hablaba la lengua castellana, pues saba mucho de ella; me respondi una palabra bien de notar, diciendo: S la hablo, mas como no la s sueltamente, he miedo de errar, y el yerro en la boca de los reyes es muy feo. {Relacin de algunos dg los sucesos de los ltimos tiempos de la guerra de Granada, Madrid, Biblifilos Espaoles, 1868, pg. 36.)

    1 8 En un libro de sentencias senequistas: Obedezca la no-bleza a las fuerzas de Fortuna, principalmente si es en buena guerra oprimida (Primera parte de las Sentencias que hasta nuestros tiempos..., Lisboa, G . Galhardo, 1554, fol. g ij).

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  • EL moro, levantando el rostro que en el suelo tena, le dijo:

    Cmo os llamis, caballero, que tanto sentimiento mostris de mi mal?

    l le djo: A m llaman Rodrigo de Narvez; soy alcaide de

    Antequera y Alora. E l moro, tornando el semblante algo alegre, le dijo: P o r cierto, ahora pierdo parte de mi queja, pues

    ya que mi fortuna me fue adversa, me puse en vues-tras manos, que, aunque nunca os v i sino ahora, gran noticia tengo de vuestra virtud y expiriencia de vuestro esfuerzo; y porque no os parezca que el dolor de las heridas me hace sospirar, y tambin porque me paresce que en vos cabe cualquier secreto, mandad apartar vuestros escuderos y hablar os he dos palabras.

    E l alcaide los hizo apartar y, quedando solos, el .moro, arrancando un gran sospiro, le d i j o 1 9 :

    RcKkigo^de. Narvez, alcaide tan nombrado de Alo-ra, est atento a lo que te dijere, y vers si bastan los casos de mi fortuna a derribar un corazn de un hombre captivo. A m llaman Abindarrez el mozo, a diferencia de un to mo, hermano de mi padre, que tiene el mismo nombre 2 0 . Soy de los Abencerrajes de

    1 9 En este punto se inicia la parte sentimental del relato. En este caso aparece el amor fraternal entre nios que viven como hermanos; el asunto se encuentra en Longo, en algunos episo-dios de las Metamorfosis de Ovidio (Biblis y Canno, Yphis y Yante, IX), y tambin en Pramo y Tisbe, que no viven bajo el mismo techo, sino en casas vecinas. Se halla tambin en los libros medievales de Flores y Blancaflor. Tambin la rica del Renacimiento lo trata, como en la Arcadia, VIII, y Garcilaso, Egloga III): desde mis tiernos y primeros aos...

    2 0 Hay^ que notar aqu la precisin en referirnos el parentesco de este to por parte de padre, que lleva su mismo nombre; esto es propio de la lengua rabe, que tiene palabras diferentes para estos grados de parentesco. En el Arte para ligeramente saber la lengua arbiga, Granada, 1505 (facsmil, Nueva York, 1928) se indica el to hermano de padre, de madre, de abuelo y de abue-la; y en ta se distinguen cinco, segn sea hermana de padre, madre, abuelo, abuela o primo. A este to del moro se han querido atribuir las aventuras del Romancero nuevo que se

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    Granada, de los cuales muchas veces habrs odo decir; y aunque me bastaba la lstima presente sin acordar las pasadas, todava te quiero contar esto. Hubo en Granada un linaje de caballeros 3 1 que llamaban los Abencerrajes, que eran flor de todo aquel reino 2 2 , porque en gentileza de sus personas, buena gracia, disposicin y gran esfuerzo hacan ventaja a todos los dems; eran muy estimados del rey y de todos los caballeros, y muy amados y quistos de la gente comn. E n todas las escaramuzas que entraban, salan vencedo-

    apartan del argumento del Abencerraje, pero an es despropsito mayor, pues stas son relativamente ms modernas que las otras, y un to ha de preceder al sobrino, aun dentro de la falta de sentido cronolgico de estos argumentos poticos y no histricos.

    2 1 La preocupacin por las cuestiones de linaje era propia de los rabes de Granada, y a ello concedan gran importancia. Re-cordaban con cuidado sus familias y parientes, y en este caso Abindarrez subraya la fama de la suya, tan ligada a los sucesos interiores de la vida de Granada durante el siglo xv. Resulta difcil sealar qu episodio es el que fue origen de esta repre-sin de un rey granadino contra la familia de los Abencerrajes, que aqu va a referir Abindarrez. La poltica interior del reino de Granada fue en extremo compleja, y la familia de este moro estuvo en diversas ocasiones en el favor o en la desgracia de los varios reyes andaluces de este siglo. En el estudio de Seco de Lucena antes citado se hallar la bibliografa adecuada para el mejor esclarecimiento de este confuso asunto. Hubo sobre todo dos ejecuciones de Abencerrajes, muy sonadas: la de Saad (1462), que apart a la familia del favor de este rey y la llev a favo-recer los designios de su hijo Muley Hacen, proclamado en 1464; y despus la del propio Muley Hacen, que acab por perseguir el bando que le haba ayudado a lograr el poder, hasta que en 1482 una conjura animada por los Abencerrajes dio al traste con l, y ayud a la proclamacin de Boabdil. El autor del Aben-cerraje no pretende establecer precisin ni nominal ni crono-lgica con respecto al hecho de la cruel matanza, sno recoger la memoria del mismo como fondo trgico sobre el que proyec-tar la desgracia de los amores de este Abencerraje, tal como va a ser contada a don Rodrigo.

    2 2 Ya en el Romancero se haba acuado esta expresin, sobre todo procedente del romance de la prdida de Alhama, cuando se reconviene al rey moro por su crueldad:

    por matar los Bencerrajes que era la flor de Granada.

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  • res 2 a , y en todos los regocijos de caballera se seala-ban; ellos inventaban las galas y los trajes. De manera que se poda bien decir que en ejercicio de paz y de guerra eran regla y ley de todo el reino. Dcese que nunca hubo Abencerraje escaso ni cobarde ni de mala disposicin. No se tena por Abencerraje el que no serva dama, ni se tena por dama la que no tena Abencerraje por servidor 2 4 . Quiso la fortuna, enemiga de su bien, que de esta excelencia cayesen de la ma-nera que oirs 2 5 . E l Rey de Granada hizo a dos de estos caballeros, los que ms valan, un notable e in-justo agravio, movido de falsa informacin que contra ellos tuvo. Y qusose decir, aunque yo no lo creo, que estos dos, y a su instancia otros diez, se conjuraron de matar al rey y dividir el Reino entre s, vengando su injuria. Esta conjuracin, siendo verdadera o falsa, fue descubierta, y por no escandalizar el Rey el Reino, que tanto los amaba, los hizo a todos una noche degollar, porque a dilatar la injusticia, no fuera poderoso de hacella. Ofrescronse al Rey grandes rescates por sus vidas, mas l aun escuchallo no quiso. Cuando la gente se vio sin esperanzas de sus vidas, comenz de nuevo a llorarlos. Llorbanlos los padres que los engendraron, y las madres que los parieron; llorbanlos las damas a quien servan, y los caballeros con quien se acom-paaban 2 9. Y toda la gente comn alzaba un tan

    2 3 En el monlogo de Abindarrez abundan las figuras ret-ricas de ornato que elevan el tono de la expresin; vase aqu la anttesis entraban-salian, en disposicin sintctica de anadi-plosis.

    2 4 Aqu usa el ornato de la distribucin inversa (a.bxb.a): Abencer raje-dama, dama-Abencerraje, en disposicin sintctica de isocolon.

    2 5 La descripcin de la desgracia de los Abencerrajes posee un doble entendimiento para los que interpretan la obra como la creacin de un espritu converso: junto al sentido que posee en el curso de la ancdota, esta viva descripcin sera el testimonio de la situacin en que se bailaban los_ judos arrojados de sus hogares o convertidos de una manera forzada. Vase, por ejem-plo, G. A. Shipley, 1978, pgs. 118-119. > f

    3 6 En este caso hay una reiteracin anafrica de llorbanlos

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    grande y continuo alarido como si la ciudad se entrara de enemigos, de manera que si a precio de lgrimas se hubieran de comprar sus vidas, no murieran los Aben-cerrajes tan miserablemente. Vees aqu en lo que acab tan esclarescido linaje y tan principales caballeros como en l haba 2 7 ; considera cunto tarda la fortuna en subir un hombre, y cuan presto le derriba; cunto tarda en crescer un rbol, y cuan presto va al fuego; con cunta dificultad se edifica una casa, y con cunta brevedad se quema. Cuntos 2 8 podran escarmentar en las cabezas de estos desdichados, pues tan sin culpa padecieron con pblico pregn! Siendo tantos y tales y estando en el favor del mismo Rey, sus casas fueron derribadas, sus heredades enajenadas y su nombre dado en el Reino por traidor. Result de este infelice caso que ningn Abencerraje pudiese vivir en Granada, salvo mi padre y un to mo, que hallaron innocentes de este delicto, a condicin que los hijos que les nasciese[n], en-viasen a criar fuera de la ciudad para que no volviesen a ella, y las hijas casasen mera del Reino.

    Rodrigo de Narvez, que estaba mirando con cunta pasin le contaba su desdicha, le dijo:

    -Por cierto, caballero, vuestro cuento pYtrafn. y la sinrazn que a los Abencerrajes se hizo fue grande, porque no es de creer que siendo ellos tales, cometie-sen traicin.

    Es como yo lo digo dijo l . Y aguardad ms y veris cmo desde all todos los Bencerrajes depren-

    con una distribucin directa paralela padres-madres, damas-caba-lleros, acompaada de isocolon aditivo.

    3 7 La consideracin de Abindarrez sobre la suerte de su fa-milia tiene un marcado carcter senequista; as en la Epstola XCI a Lucillo: Quidquid Ionga series mults laboribus, multa Deum indulgencia, struxit, id unus dies spargit ac dissipat... (J. Gi-meno, 1972, pg. 8).

    2 8 La anfora cunto sirve para enumerar las calamidades de los Abencerrajes, establecidas sucesivamente por comparaciones antitticas; subir-derribar, crecer el rbol-ir al fuego, edificar la casa-quemarse. Por esta sucesin de anttesis resulta mejor la leccin del grupo Crnica que en la segunda de ellas trae: cun-to tarda un rbol en crescer y cuan presto un viento lo derriba.

    115

  • dimos a ser desdichados. Yo sal al mundo del vientre de mi madre, y por cumplir mi padre el mandamiento del Rey f envime a Crtama al alcaide que en ella es-taba, con quien tena estrecha amistad. ste tena una hija, casi de mi edad, a quien amaba ms que a s, porque allende de ser sola y hermossima, le cost la mujer, que muri de su parto. sta y yo en nuestra niez siempre nos tuvimos por hermanos porque as nos oamos llamar. Nunca me acuerdo haber pasado hora que no estuvisemos juntos. Juntos nos criaron, juntos andbamos, juntos comamos y bebamos. Nas-cinos de esta conformidad un natural amor, que fue siempre creciendo con nuestras edades. Acuerdme que entrando una siesta en la huerta que dicen de los jaz-mines, la hall sentada junto a la fuente, componiendo su hermosa cabeza. Mirla vencido de su hermosura, y parescime a Slmacis 29, y dije entre m: Oh,-quin

    2 9 En esta parte la alusin mitolgica se hace directa, y el moro, al contemplar la hermosura de ella, recuerda la fbula de Slmacis y Hermafrodito (tambin perteneciente al mencionado libro IV de las Metamorfosis, 285-388), tan conocida: esta ninfa se enamor de Hermafrodito, que se baaba en la fuente que ella presida, por la gran belleza de este hijo de Hermes y Afro-dita, y pidi a los dioses que fundiesen sus dos cuerpos en uno solo. La fbula haba sido traducida por Juan de Mena, y est contenida en la Glosa de la Coronacin (hacia 1439); la versin es uno de los mejores trozos en prosa de este poeta. Se encuentra tambin el trozo en lengua romance en la traduccin de Jorge de Bustamante, 1546 y 1551, anteriores a la aparicin del Aben-cerraje, Hermafrodito reciba tambin los nombres de Andrgino (por sus dos naturalezas) y Troco (probablemente asociado de manera confusa con trocar cambiar). Los paralelos se pueden establecer sobre varios puntos: en efecto, el trozo en la traduc-cin de Bustamante, dice as: y siempre [la ninfa] se andaba circundando con lentos y espaciosos pasos su estanque o represa unas veces peinando sus rubios y dorados cabellos con muy blan-co peine de marfil, otras veces baando su alabastrino cuerpo en las claras y limpias aguas, de quien otras veces para mirar su hermosa figura en la sombra se aprovechaba en lugar de ntido y transparente espejo. Otras se recostaba sobre las blancas y deli-cadas hojas, flores y verdes yerbas, y otras de aquella diversa hermosura de flores de mil colores pintadas hada lindas guirnal-das con que coronaba y compona su cabeza. (Metamorfosis, IV,

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    fuera Troco para parescer ante esta hermosa diosa! No s cmo me pes de que fuese mi hermana; y no aguardando ms, fuime a ella y cuando me vio con los brazos abiertos me sali a rescebir y, sentndome junto a s, me dijo: Hermano, cmo me dejaste tanto tiempo sola? Yo la respond: Seora ma, porque ha gran rato que os busco, y nunca hall quien me dijese d estbades, hasta que mi corazn me lo dijo. Mas decidme ahora, qu certinidad tenis vos de que sea-mos hermanos? Yo, dijo ella, no otra ms del grande amor que te tengo, y ver que todos nos llaman her-manos. Y si no lo furamos, dije yo, quisirasme tanto? No ves, dijo ella, que, a no serlo, no nos dejara m padre andar siempre juntos y solos? Pues si ese bien me haban de quitar, dije yo, ms quiero el mal que tengo. Entonces ella, encendiendo su her-moso rostro en color, me dijo: Y qu pierdes t en que seamos hermanos? Pierdo a m y a vos, dije yo. Yo no te entiendo, dijo ella, mas a m me parece que slo serlo nos obliga a amarnos naturalmente. A m sola vuestra hermosura me obliga, que antes esa hermandad paresce que me resfra algunas veces. Y con esto bajando mis ojos de empacho de lo que le dije, vila en las aguas de la fuente al proprio como ella era, de suerte que donde quiera que volva la cabeza, hallaba su imagen, y en mis entraas, la ms verdade-r a 3 0 . Y decame yo a m mismo, y pesrame que alguno

    pgs. 310-314). Abindarrez quiere slo ser Troco con la esperanza de que l despierte algn amor en Jarifa.

    3 0 En relacin con el pasaje de la fbula antigua, ste es uno de los trozos ms afortunados en cuanto a la condicin pla-tnica de esta apreciacin de la belleza: El lugar comn de 3a poesa amorosa aparece expuesto con sorprendente rapidez: a) ima-gen real que el enamorado ve junto a s; b) la imagen reflejada en el agua; c) la imagen verdadera en las entraas del alma. Esto llega a decirse en forma extrema en el Cortesano, de Baltasar Cas-tiglione: por aquella escalera que tiene en el ms bajo grado la sombra de la hermosura sensual, y subamos por ella adelante a aquel aposiento alto donde mora la celestial, dulce y verdadera hermosura (Madrid, C. S. I. C., 1942, pg. 392); y en cuanto al cortesano viejo y aun con la fuerza de la imaginacin se for-

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  • me lo oyera: Si yo me anegase ahora en esta fuente donde veo a mi seora, cunto ms desculpado mo-rira yo que Narciso! 3 1 Y si ella me amase como yo la amo, qu dichoso sera yol Y si la fortuna nos permi-tiese vivir siempre juntos, qu sabrosa vida sera la ma! Diciendo esto levnteme, y volviendo las ma-nos a unos jazmines de que la fuente estaba rodeada, mezclndolos con arrayn hice una hermosa guirnalda y ponindola sobre mi cabeza, me volv a ella, cor-nado y vencido. Ella puso los ojos en m, a mi pares-cer ms dulcemente que sola, y quitndomela, la puso sobre su cabeza, Parescime en aquel punto ms her-mosa que Venus cuando sali al juicio de la manzana , y volviendo el rostro a m, me dijo: Qu te paresce ahora de m, Abindarrez? Y o la dije: Parsceme que acabis ele vencer el mundo 3 3 y que os coronan por reina y seora de l. Levantndose me tom-por la mano y me dijo: Si eso fuera, hermano, no per-dirades vos nada. Yo , sin la responder, la segu hasta que salimos de la huerta. Esta engaosa vida trajimos mucho' tiempo, hasta que ya el amor por vengarse de nosotros nos descubri la cautela, que, como fuimos creciendo en edad, ambos acabamos de entender que rio ramos hermanos. El la no s lo que sinti al prin-cipio de saberlo, mas yo nunca mayor contentamiento receb, aunque despus ac lo he pagado bien. E n el mismo punto que fuimos certificados de esto, aquel

    mar dentro en s mismo aquella hermosura mucho ms hermosa que en la verdad no ser (dem, pg. 389).

    3 1 Otra pieza del preciosismo de la expresin del trozo: alu-diendo a la fbula de Narciso, que muri ahogado en la fuente contemplando su propia hermosura, el moro contempla en la fuente la belleza de Jarifa, impresa por el amor en su alma, de manera que quedan confundidas ambas naturalezas.

    3 2 Se refiere al conocido episodio en que Juno, Minerva y Ve-nus se disputaron la manzana que haba de ser entregada a la ms bella, segn el juicio de Paris, tal como se encuentra n diversas partes {como en las Heroidas, XVI).

    3 3 Obsrvese el eco del principio virgiliano omnia vincit amor (Buclicas, X, 69); recurdese que antes haba dicho: Mrela vencido de su hermosura (pg. 116).

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    amor limpio y sano que nos tenamos, se comenz a daar y se convirti en una rabiosa enfermedad, que nos durara hasta la muerte. Aqu no hubo primeros movimientos que escusar, porque el principio de estos amores fue un gusto y deleite fundado sobre bien, mas despus no vino el mal por principio, sino de golpe y todo junto: ya yo tena mi contentamiento puesto en ella, y m alma, hecha a medida de la suya. Todo lo que no vea en ella, me pareca feo, escusado y sin provecho en el mundo; todo mi pensamiento era en ella. Y a en este tiempo nuestros pasatiempos eran dife-rentes; ya yo la miraba con recelo de ser sentido, ya tena invidia del sol que la tocaba. Su presencia me lastimaba la vida, y su ausencia me enflaquesca el co-razn 3 4 . Y de todo esto creo que no me deba nada porque me pagaba en la misma moneda 3 5 . Quiso la fortuna, envidiosa de nuestra dulce vida, quitarnos este contentamiento en la manera que oirs. E l Rey de Granada, por mejorar en cargo al alcaide de Crtama, envile a mandar que luego dejase aquella fuerza y se fuese a Con, que es aquel lugar frontero del vuestro, y que me dejase a m en Crtama en poder del alcaide que a ella viniese. Sabida esta desastrada nueva por mi seora y por m, juzgad vos, si algn tiempo fuisteis enamorado M , lo que podramos sentir. Juntmonos en un lugar secreto a llorar nuestro apartamiento. Y o la llamaba: Seora ma, alma ma, solo bien mo, y otros dulces nombres que el amor me enseaba. Apar-tndose vuestra hermosura de m, temis alguna vez memoria de este vuestro captivo? Aqu las lgrimas y

    3 4 De nuevo se ha intensificado el ornato; despus de las leves anforas de los dos prrafos precedentes; todo y ya, la ant-tesis presencia-ausencia va seguida de una disposicin en isocolon con una distribucin paralela sintctica: sujeto-verbo-complemen-to, con el miembro comn me, que marca la intensidad de la participacin subjetiva.

    3 5 Otra anttesis: deber-pagar. 3 8 Pudiera ser que el aadido del cuento de la honra se hu-

    biese inspirado en esta condicional, que tambin traen los tex-tos de la serie Crnica.

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  • sospiros atajaban las palabras. Y o , esforzndome para decir, malpara algunas razones turbadas de que no me acuerdo porque mi seora llev mi memoria consigo. Pues quin os contase las lstimas que ella haca, aunque a m siempre me parescan pocas! Decame mil dulces palabras que hasta ahora me suenan en las orejas; y al f in , porque no nos sintiesen, despedmonos con muchas lgrimas y sollozos dejando cada uno al otro por prenda un abrazado, con un sospiro arrancado de las entraas. Y porque ella me vio en tanta necesidad y con seales de muerte, me dijo: Abindarrez, a m se me sale el alma en apartarme de t i ; y porque siento de ti lo mismo, yo quiero ser tuya 3 7 hasta la muerte; tuyo es mi corazn, tuya es mi vida, mi honra y mi hacienda; y en testimonio de esto, llegada a Con, don-de ahora voy con mi padre, en teniendo lugar de ha-blarte o por ausencia o indisposicin suya 3 8 , que ya deseo, yo te avisar. Irs donde yo estuviere y all yo te dar lo que solamente llevo conmigo, debajo de nombre de esposo, que de otra suerte ni tu lealtad ni mi ser lo consentiran, que todo lo dems muchos das ha que es tuyo. Con esta promesa mi corazn se soseg algo y bsela las manos por la merced que me prometa. Ellos se partieron otro da; yo qued como quien, ca-minando por unas fragosas y speras montaas, se le eclipsa el sol. Comenc a sentir su ausencia spera-mente buscando falsos remedios contra ella. Miraba las ventanas do se sola poner, las aguas do se baaba, la cmara en que dorma, el jardn do reposaba la siesta 3 9 .

    3 7 La repeticin de tuya (palabra clave en el curso del relato, que culmina en la entrega de Jarifa a su enamorado) refuerza lo que va diciendo la dama.

    3 8 La Crnica en sus dos versiones trae: ...lugar de hablarte o Tior indisposicin o absencia suya, como yo [corregira ya] lo deseo, yo te avisar. De esta manera se interpreta mejor que el deseo recae slo sobre la ausencia del padre pues no resul-tara adecuado a tan noble dama que deseara un mal para su progen^or; tambin cabe referir el deseo a la ocasin de hablarle.

    3 8 La evocacin de los lugares en donde el enamorado fue feliz se encuentra tambin en el romance 4e Carvajales Terrible duelo hac:.>, que se halla en los Cancioneros de Sriga, la

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    Andaba todas sus estaciones 4 0 , y en todas ellas hallaba representacin de mi fatiga. Verdad es que la esperanza que me dio de llamarme me sostena, y con ella en-gaaba parte de mis trabajos, aunque algunas veces de verla alargar tanto me causaba mayor pena y holgara que me, dejara del todo desesperado, porque la desespera-cin fatiga hasta que se tiene por cierta, y la esperanza hasta que se cumple el deseo 4 1. Quiso mi ventura que esta maana mi seora me cumpli su palabra envin-dome a llamar con una criada suya, de quien se fiaba, porque su padre era partido para Granada, llamado del Rey, para volver luego. Yo, resuscitado con esta buena nueva, apercebme, y dejando venir la noche por salir ms secreto, pseme en el hbito* 2 que me encontrastes por mostrar a mi seora el alegra de mi corazn; y por cierto no creyera yo que bastaran cient caballeros juntos a tenerme campo porque traa mi seora comi-go, y si t me venciste, no fue por esfuerzo, que no

    Marciana y Roma. El poeta recuerda desde la crcel e imagina lo que habra sido hallarse en los lugares donde tuvo su amor: visitar los lugares | do su seora estaba, y exclama: oh, finiestras tan robadas, | oh, cmara tan despojada (Cancionero de Roma, ed. de M. Canal Gmez, Florencia, Sansoni, 1935, II, pgs. 20-24). El gran acierto del autor es la referencia a las aguas y al jardn, temas tan propios del Al-Andalus granadino.

    40 Andar las estaciones. Es uno de los cruces de la expresin religiosa y la profana en torno al tema del amor: Abindarrez visita los lugares en los que vio a Jarifa ventanas, aguas, c-mara, jardn y en todos recuerda las circunstancias, y esto lo manifiesta .valindose de la expresin religiosa andar las esta-ciones, existente ya en el mester de clereca, usada por Cervan-tes varas veces, o sea, ir ante una y otra de las representaciones de la Pasin del Seor. Justamente con este mismo sentido de movimiento, la define Percivale en 1623 (A Dictionary in Spanish and English, ed. con las adiciones de Mnsheu): Also the going from one church to another, in remembrance of Christ's being or remaining so long on Mount Calvary, so long in the garden, so long on the Cross, so long in the sepulchre.

    4 1 Aqu Abindarrez usa de manera reiterada la anttesis espe-ranza-desesperanza para manifestar su angustiada situacin.

    4 2 Recurdese lo que se dijo sobre el sentido simblico del color rojo vivo de los vestidos que llevaba el moro cuando fue derrotado.

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  • es posible, sino porque mi corta suerte o la determina-cin del cielo quisieron atajarme tanto bien. As que considera t ahora en el fin de mis palabras el bien que perd y el mal que tengo. Y o iba de Crtama a Con, breve jornada, aunque el deseo la alargaba mu-cho, el ms ufano Abencerraje que nunca se vio: iba a llamado de mi seora, a ver a mi seora, a gozar de mi seora y a casarme con mi seora. Vome ahora he-rido, captivo y vencido 4 3 y lo que ms siento, que el trmino y coyuntura de mi bien se acaba esta noche. Djame, pues, cristiano, consolar entre mis sospiros, y no los juzgues a flaqueza, pues lo fuera muy mayor te-ner nimo para sufrir tan riguroso trance 4 4.

    Rodrigo de Narvez qued espantado y apiadado, del estrao acontescimiento del moro y parescindole que para su negocio ninguna cosa le podra daar ms que la dilacin, le dijo:

    Abindarrez, quiero que veas que puede ms m virtud que tu UJn, fortuna- Si t me prometes como caballero de volver a mi prisin dentro de tercero da, yo te dar libertad para que sigas tu camino, porque me pesara de atajarte tan buena empresa 4 5 .

    4 3 De nuevo aqu una anttesis de situacin; el tiempo pagado, cuando iba libre por el camino, y el tiempo presente, ahora, en que se encuentra prisionero. Esta anttesis de significacin se encuentra complementada por la enumeracin acumulativa: a lla-mado, a ver, a gozar, a casar, de tipo ascendente, que culmina en la epfora seora, que se1" opone a los trminos: herido, cap-tivo, vencido, todos ellos enlazados por una rima epfora. Obser-ven que este cmulo retrico sirve para cerrar'la exposicin de Abindarrez.

    4 4 Los libros de divulgacin senequista traen sentencias seme-jantes; as: No hay prosperidad tan perfecta que descontenta-miento no haya (Primera parte de las sentencias que hasta nues-tros tiempos..-, obra citada, fol. viij).

    4 3 La conducta de Narvez coincide con los preceptos ?ene-quistas; as en cuanto a ofrecer ayuda a los afligidos que la ne-cesitan: Afflictis vero et fortius laborantibus, multo libentius subveniet. Quotiens poterit, fortunae interceden -ubi enim opibus potiuj utetur aut viribus, quam ad resttuenda, quae casus im-pulit (Tratado sobre la clemencia, II, VI, ed. Didot, pg. 351). Y en lo de vencer a la misma Fortuna: Quid enim majus, aut

    1.22

    E l moro, cuando lo oy, se quiso de contento echar a sus pies y le dijo:

    -Rodrigo de Narvez, si vos eso hacis, habris he-cho la mayor gentileza de corazn que nunca hombre hizo, y a m me daris la vida. Y para lo que peds, to-mad de m la seguridad que quisiredes, que yo lo cum-plir.

    E l alcaide llam a sus escuderos y les dijo: Seores, fiad de m este prisionero, que yo salgo

    fiador de su rescate 4 6 . Ellos dijeron que ordenase a su voluntad. Y tomando

    la mano derecha entre las dos suyas al moro, le dijo: Vos prometisme, como caballero, de volver a mi

    castillo de Alora a ser mi prisionero dentro de terce-ro da?

    l,,le_d^o:_ C-rzSl p r o m e t o ^ '

    Pues id con la buena ventura y si para vuestro ne-gocio tenis necesidad de mi persona o de otra cosa al-guna, tambin se har.

    Y diciendo que se lo agradesca, se fue camino de Con a mucha priesa. Rodrigo de Narvez y sus escude-ros se volvieron a Alora hablando en la valenta y bue-na manera del moro.

    Y con la priesa que el Abencerraje llevaba, no tard mucho en llegar a Con, yndose derecho a la fortaleza. Como le era mandado, no par hasta que hall una puerta que en ella haba, y detenindose all, comenz

    fortius, quam malam fortunara retundere? (dem, I, V, p-gina 333).

    4 6 Para que mejor se comprenda el gesto generoso de Narvez, hay que tener en cuenta que en las treguas de 1410, que haban seguido a la toma de Antequera, se acord que: ...si huyere cautivo cristiano o moro, rendido o no rendido, y llegare a su tierra, que ninguna de las partes sea tenudo de lo tornar [...] y ser libre el dicho cabtivo; y comprehenda este juicio a los cautivos de amas partes, cristianos y moros por igual (vase mi estudio Cuatro textos..., 1957, pgs. 202-203). Aunque lo ms probable es que el autor no conociese estos acuerdos, queda, sin embargo, patente el recuerdo del problema tan comn del cauti-verio en la frontera.

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  • a reconoscer el campo por ver si haba algo de que guardarse y viendo que estaba todo seguro, toc en ella con el cuento de la lanza, que sta era la seal que le haba dado la duea. Luego ella misma le abri y le dijo;

    E n qu os habis detenido, seor mo? Que vues-tra tardanza nos ha puesto en gran confusin. M i se-ora ha rato que os espera; apeaos y subiris donde est.

    l se ape y puso su caballo en un lugar secreto que all hall. Y dejando lanza con su darga y cimitarra, lle-vndole la duea por la mano lo ms paso que pudo por no ser sentido de la gente del castillo, subi por una escalera hasta llegar al aposento de la hermosa Jari-fa, que as se llamaba la dama. Ella, que ya haba senti-do su venida, con los brazos abiertos le sali a rescebir. Ambos se abrazaron sin hablarse palabra del sobrado contentamiento. Y la dama le dijo:

    En qu os habis detenido, seor mo? Que vues-tra tardanza me ha puesto en gran congoja y sobresalto.

    M seora dijo l, vos sabis bien que por m negligencia no habr sido, mas no siempre succeden las cosas como los hombres desean.

    El la le tom por la mano y le meti en una cmara secreta. Y sentndose sobre una cama que en ella haba, le dijo:

    H e querido, Abindarrez, que veis en qu manera cumplen las captivas de amor sus palabras, porque des-de el da que os la di por prenda de mi corazn, he bus-cado aparejos para quitrosla 4 7. Y o os mand venir a este mi castillo a ser mi prisionero, como yo lo soy vues-tra, y haceros seor de mi persona y de la hacienda de mi padre debajo de nombre de esposo, aunque esto, se-gn entiendo, ser muy contra su voluntad, que como no tiene tanto conoscimiento de vuestro valor y expe-riencia de vuestra virtud como yo, quisiera darme ma-

    47 Quitar, desempear una prenda; Covarrubias en su Tesoro precisa: Quitanca, trmino de contadores, cuando pagan. Jari-fa se vale de la antte.is dar algo por prenda-quitarlo.

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    r i t rido ms rico, mas yo vuestra persona y mi contenta-j miento tengo por la mayor riqueza del mundo 4 a . t Y diciendo esto baj la cabeza mostrando un cierto

    empacho de haberse descubierto tanto. E l moro la tom entre sus brazos y besndola muchas veces las manos

    ; por la merced que le haca, la dijo: Seora ma, en pago de tanto bien como me habis

    ofrescido, no tengo que daros que no sea vuestro, sino sola esta prenda en seal que os rescibo por mi seora y esposa 4 9 .

    Y llamando a la duea se desposaron M . Y siendo des-posados se acostaron en su cama, donde con la nueva experiencia encendieron ms el fuego de sus corazones. E n esta conquista pasaron muy amorosas obras y pala-bras, que son ms para contemplacin que para escrip-tura.

    Tras esto, al moro vino un profund pensamiento, y dejando llevarse de l, dio un gran sospiro. La dama, no pudiendo sufrir tan grande ofensa de su hermosura

    4 8 Se plantea claramente el tan novelesco motivo del amor por eleccin frente al amor por consejo de los padres.

    4 9 La versin de la Chrnica, 1561, es ms explcita en esta parte; despus de ... mi seora y esposa..., aade: Y con esto podis perder el empacho que cobraste cuando me recebiste como tal. Y as le dio un muy rico joyel que traa, y ella hizo lo mis-mo con l. Y con esto acostronse en la cama, donde con la nueva... La versin de la Diana, 1562, ofrece otra leccin pues en el prrafo antes indicado sigue: Y con esto podis perder el empacho y vergenza que cobrastes cuando vos me recebistes a m. Ella hizo lo mesmo. Y con esto se acostaron en su cama, donde con la nueva... La versin de Villegas trae la duea como testigo, y en las otras basta con la mutua palabra; la Chrnica menciona las prendas cambiadas, y la Diana, no.

    5 0 Era frecuente que en los libros de caballeras se celebrasen as los matrimonios, dndose la palabra ante la doncella, como pas en el caso de Perin y Elisena, los padres de Amads, con Darioleta; estas son las normas del matrimonio clandestino, v-lido pero ilcito hasta 1564, en que en Espaa se adoptan los acuerdos del Concilio de Trento, que requiere la publicidad del sacmmento, salvo en sealadas excepciones. Vase Justina Ruiz de Conde, El amor y el matrimonio secreto en los libros de caba-lleras, Madrid, Aguilar, 1948, En esta parte, la obra se acerca a los libros de caballeras, en especial al Amads.

    125

  • y voluntad, con gran fuerza de amor le volvi a s y le dijo:

    Qu es esto, Abindarrez? Paresce que te has en-tristecido con m alegra; yo te oy sospirar revolviendo el cuerpo a todas partes. Pues si yo soy todo tu bien y contentamiento como me decas, por quin sospiras?; y si no lo soy, por qu me engaaste? Si has hallado alguna falta en mi persona, pon los ojos en mi voluntad, que basta para encubrir muchas; y si sirves otra dama, dime quin es para que la sirva y o 5 1 ; y si tienes otro dolor secreto de que yo soy ofendida, dmelo, que o yo morir o te librar de l.

    E l Abencerraje, corrido de lo que haba hecho y pa-rescindole que no declararse era ocasin de gran sospe-cha, con un apasionado sospiro la dijo:

    Seora ma, si yo no os quisiera ms que a m, no hubiera hecho este sentimiento, porque el pesar que comigo traa, sufrale con buen nimo cuando iba por m solo; mas ahora que me obliga a apartarme de vos, no tengo fuerzas para sufrirle, y as entenderis que mis

    5 1 No hay que ver en este caso posibles relaciones con la poligamia cornica. Las palabras de Jara se refieren a la cali-dad de su amor, que le puede llevar hasta el sacrificio de amar ella cuanto ame Abindarrez; este servicio de amor se halla declarado tambin en la Diana, en donde Silvano, que ama asimismo a Diana, no pierde la amistad de Sireno, que era el favorecido de la pastora, y dice: Pues no era de tan bajos quilates mi fe que no siguiese a mi seora no slo en quererla, sino en querer todo lo que ella quisiese (m edicin, Madrid, Espasa-Caipe, 1954, pg. 19). En una delicada obra de Mara de Francia (siglo xir), el lai de Frene y Goron, hay un caso semejante de amor perfecto, que como en el Abencerraje acaba felizmente. A Luis Jaime Cisneros, los suspiros del moro y su asociacin con otro posible amor, le recuerdan 1O. versos del conocido romance de Baldovinos:

    Sospiraste, Baldovinos, amigo a quien ms quera? O vos habis miedo a moros, o adamades otra amiga.

    (Mar del Sur, Lima, 3, 1949, pg. 94.)

    126

    sospiros se causan ms de sobra de lealtad que de falta de ella; y porque no estis ms suspensa sin saber de qu, quiero deciros lo que pasa.

    Luego le cont todo lo que haba succedido y al cabo la dijo:

    D e suerte, seora, que vuestro captivo lo es tam-bin del alcaide de Alora; yo no siento la pena de la pri-sin, que vos enseastes mi corazn a sufrir, mas vivir sin vos tendra por la misma muerte.

    La dama con buen semblante le dijo: N o te congojes, Abindarrez, que yo tomo el reme-

    dio de tu rescate a mi cargo, porque a m me cumple ms. Y o digo as: que cualquier caballero que diere la palabra de volver a la prisin, cumplir con enviar el rescate que se le puede pedir 5 2 . Y para esto ponedle vos mismo el nombre que quisierdes, que yo tengo las llaves de las riquezas de mi padre; yo os las porn en vuestro poder; enviad de todo ello lo que os paresciere. Rodrigo de Narvez es buen caballero y os dio una vez libertad y le fiastes este negocio, que le obliga ahora a usar de mayor virtud. Y o creo que se contentar con esto, pues tenindoos en su poder ha de hacer lo mismo.

    E l Abencerraje la respondi: Bien parece, seora ma, que lo mucho que me que-

    ris noos,..deja que me aconsejis ben; r por cierto no caire yo en tan gran yerro, porque si cuando vena a verme con vos, que iba por m solo, estaba obligado a cumplir mi palabra, ahora, que soy vuestro, se me ha doblado la obligacin. Yo volver a Alora y me porn en las manos del alcaide de ella y, tras hacer yo lo que debo, haga l lo que quisiere 5 3.

    Graciosamente Jarifa Emita aqu el lenguaje de los trata-dos de treguas, haciendo una ley para s; comprase con los datos de Juan de Mata Carriazo: Un alcalde entre los cris-tianos y los moros en la frontera de Granada, 1971, I, pgi-nas 85-142.

    5 3 En esto se gua por el consejo senequista vulgarizado: Por la manera que fueres obligado, por esa cumple (Primera

    127

  • Pues nunca Dios quiera dijo Jarifa que, yendo vos a ser preso, quede yo libre, pues no lo soy. Yo quie-ro acompaaros en esta jornada, que ni el amor que os tengo ni el miedo que he cobrado a mi padre de haberle ofendido, me consentirn hacer otra cosa.

    E l moro, llorando de contentamiento, la abraz y le dijo:

    Siempre vais, seora ma, acrescentndome as mer-cedes; hgase lo que vos quisierdes, que as lo quie-ro yo.

    Y con este acuerdo, aparejando lo necesario, otro da de; maana se partieron llevando la dama el rostro

    , cubierto por no ser conoscida. Pues yendo por su camino adelante, hablando en di-

    versas cosas, toparon un hombre viejo; la dama le pre-gunt dnde iba M . l la dijo:

    V o y a Alora a negocios que tengo con el alcaide de ella, que es el ms honrado y virtuoso caballero que yo jams v i .

    Jarifa se holg mucho de or esto, parescindole que pues todos hallaban tanta virtud en este caballero, que tambin la hallaran ellos, que tan necesitados estaban de ella. Y volviendo al caminante le dijo:

    parte de las sentencias que hasta nuestros tiempos..., obra citada, fol. g v).

    5 4 En este lugar Villegas intercala un episodio que cuenta este viejo a los amantes moros. Procede de un argumento desarrollado en diversas ocasiones por la literatura novelstica, en el que un caballero desoye los ruegos de amor de una es-posa que se enamor de l por los elogios que oy a su marido. Se baila a fines del siglo xn en un tratado de "Walter Map, en un tai, en la vida del trovador Guilhem de Saint Didier, y en el libro de novelas 17 Pecorone de Ser Giovanni, el Florentino, que para J. P. Wickersham Crawford {Un episodio de El Abencerraje y una Novella de Ser Giovanni, en Revista de Filologa Espaola, 10 [1923], pgs. 281-287) es la fuente de Villegas, despus de 1558. Me parece an mejor citar otra ancdota semejante, referida a don Manuel Ponce de Len, y contada en el citado Libro intitulado el Cortesano, de Miln, p-gina 84. Sobre esta narracin aadida, vase mi artculo Sobre el cuento de la honra..., 1964, en la bibliografa.

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    'Decid, hermano: sab? JL9 S _ e . e . caballero algu-na cosa que haya hecho notable?

    Miichas^s-dijo l, mas contaros he una por donde entenderis todas las dems. Este caballero fue primero alcaide de Antequera, y all anduvo mucho tiem-po enamorado de una dama muy hermosa, en cuyo ser-vicio hizo m gentilezas que son largas de contar; y aunque ella conosca el valor de este caballero, amaba a su marido tanto que haca poco caso de l. Acontes-ci as, que un da de verano, acabando de cenar, ella y su marido se bajaron a una huerta que tena dentro de casa; y l llevaba un gaviln en la mano y lanzndole a unos pjaros, ellos huyeron y furonse a socorrer a una zarza; y el gaviln como astuto tirando el cuerpo afuera meti la mano y sac y mat muchos de ellos. E l caba-llero le ceb y volvi a la dama y la dijo: Qu os pa-rece, seoraj del astucia con que el gaviln encerr los pjaros y los mat? Pues hgoos saber que cuando el alcaide de A l o r a 5 5 escaramuza con los moros, as los si-gue y as los mata. Ella, fingiendo no le conoscer, le pregunt quin era. Es el ms valiente y virtuoso ca-ballero que yo hasta hoy vi.. Y comenz a hablar de l muy altamente, tanto que a la dama le vino un cierto arrepentimiento y dijo: Pues cmo! Los hombres es-tn enamorados de este caballero, y que no lo est yo de l, estndolo l de m? Por cierto, yo estar bien disculpada de lo que por l hiciere, pues mi marido me ha informado de su derecho. Otro da adelante se ofres-ci que el marido fue fuera de la ciudad y no pudiendo la dama sufrirse en s, envile llamar con una criada suya. Rodrigo de Narvez estuvo en poco de tornarse loco de placer, aunque no dio crdito a ello acordndo-sele de la aspereza que siempre le haba mostrado. Mas con todo eso, a la hora concertada, muy a recado fue a ver la dama, que le estaba esperando en un lugar secre-

    Esta narracin se observa que est aadida pues insiste en los mismos errores cronolgicos del argumento central: si bien indica que este Narvez fue el primer alcaide de. Antequera tambin lo sita en Alora, despropsito histrico.

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  • to, y all ella ech de ver el yerro que haba hecho y la vergenza que pasaba en requerir aquel de quien tanto tiempo haba sido requerida; pensaba tambin en la fama, que descubre todas las cosas; tema la inconstan-cia de los hombres y la ofensa del marido; y todos estos inconvenientes, como suelen, aprovecharon de vencerla ms, y pasando por todos ellos, le rescbi dulcemente y le meti en su cmara, donde pasaron muy dulces pa-labras y en fin de ellas le dijo: Seor Rodrigo de Nar-vez, yo soy vuestra de aqu adelante, sin que en mi po-der quede cosa que no lo sea; y esto no lo agradezcis a m, que todas vuestras pasiones y diligencias falsas o verdaderas os aprovecharan poco comigo, mas agrades-celdo a mi marido, que tales cosas me dijo de vos, que me han puesto en el estado en que ahora estoy. Tras esto le cont cuanto con su marido haba pasado, y al cabo le dijo: Y cierto, seor, vos debis a mi marido ms que l a vos. Pudieron tanto estas palabras con Rodrigo de Narvez, que le causaron confusin y arre-pentimiento del mal que haca a quien de l deca tan-tos bienes y apartndose afuera, dijo: Por cierto, seo-ra, yo os quiero mucho y os querr de aqu adelante, mas nunca Dios quiera que a hombre que tan aficiona-damente ha hablado de m, haga yo tan cruel dao. A n -tes, de hoy ms, he de procurar la honra de vuestro marido como la ma propria, pues en ninguna cosa le puedo pagar mejor el bien que de m dijo. Y sin aguar-dar ms, se volvi por donde haba venido. La dama debi de quedar burlada; y cierto, seores, el caballero a mi parescer us de gran virtud y valenta, pues venci su misma voluntad M .

    5 6 En la sentencia que el caminante desprende de lo que ha contado, resuena la doctrina senequista: Vencer a s mismo gran virtud es dice una de las sentencias de las Flores de S-neca en la traduccin de Juan Martn Cordero (Amberes, 1555, fol. 40). La sentencia fue muy comn (vase mi estudio Cuatro textos..,, \9T, pg. 191). J. Gimeno menciona esta cita de S-neca: Quae sit ista [absoluta libertas]? [...] In se ipsum habere mxima potestatem. Inaestmabile bonum est, suum fien (Ep. LXXV, en 1972, pg. 17).

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    E l Abencerraje y su dama quedaron jadmiraclo^ del cuento y alabndole mucho l dijo que nunca mayor virtud haba_visto de hombre. Ella respondi:

    P o r Dios, seor, yo no quisiera servidor tan vir-tuoso, mas l deba estar poco enamorado, pues tan presto se sali afuera y pudo ms con l la honra del marido que la hermosura de la mujer.

    Y sobre esto dijo otras muy graciosas palabras 5 7 . Luego llegaron a la fortaleza y llamando a la puerta,

    fue abierta por las guardas, que ya tenan noticia de lo pasado. Y yendo un hombre corriendo a llamar al alcai-de, le dijo:

    Seor, en el castillo est el moro que venciste, y trae consigo una gentil dama.

    A l alcaide le dio el corazn M lo que poda ser y baj abajo. E l Abencerraje, tomando su esposa de la mano, se fue a l y le dijo:

    Rodrigo de Narvez, mira si te cumplo bien mi pa-labra, pues te promet de traer un preso y te trayo dos, que el uno basta para vencer otros muchos. Ves aqu m seora; juzga si he padescido con justa causa. Resc-benos por tuyos, que yo fo mi seora y mi honra de ti .

    Rodrigo de Narvez holg mucho de verlos y dijo a la dama:

    Y o no s cul de vosotros debe ms al otro, mas yo debo mucho a los dos. Entrad y reposaris en vues-tra casa; y tenelda de aqu adelante por ta l , pues lo es su dueo.

    Y con esto se fueron a un aposento que Ies estaba aparejado, y de ah a poco comieron, porque venan can-

    5 7 El comentario, ligero y desenfadado, de Jarifa, recuerda lo mismo que figura como colofn de la misma novela de // Pecorone: Finita la novella, cominci Saturnina e disse cose: Molto m'c piacuta questa novella considerando la fermezza di colui, aven-do nelle bracia colei egli aveva cotantato desiderata. Che s'io fossi stata in quel caso che fue egli, non so ch'io oi'avessi fatto'. La mujer en este caso no comprende la virtud del caballero.

    5 8 Dar el corazn: presentir algo. Dice Covarrubias: ...el alma, por lo que tiene de divino, suele barruntar los sucesos tristes o alegres [...]; y as decimos: Al corazn me daba... (Tesoro, s. v. corazn).

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  • sados de camino. Y el alcaide pregunto al Abencerraje: Seor, qu tal vens de las heridas? Parsceme, seor, que con el camino las trayo en-

    conadas y con algn dolor. La hermosa Jarifa muy alterada dijo: Qu es esto, seor? Heridas tenis vos de que yo

    no sepa? Seora, quien escap de las vuestras, en poco terna

    otras; verdad es que de las escaramuzas de la otra no-che saqu dos pequeas heridas, y el camino y no ha-berme curado me habrn hecho algn dao.

    Bien ser dijo el alcaide que os acostis y ver-n un zurujano que hay en el castillo.

    Luego la hermosa Jarifa le comenz a desnudar con grande alteracin; y viniendo el maestro y vindole, dijo que no era nada, y con un ungento que le puso, le qui-t el dolor y de ah a tres das estuvo sano.

    U n da acaesci que, acabando de comer, el Abence-rraje dijo estas palabras:

    Rodrigo de Narvez, segn eres discreto, en la ma-nera de nuestra venida entenders lo dems. Y o tengo esperanza que este negocio, que est tan daado, se ha de remediar por tus manos. Esta duea es la hermosa Jarifa, de quien te hube dicho es mi seora y mi espo-sa; no quiso quedar en Con de miedo de haber ofen-dido a su padre; todava se teme de este caso. Bien s que por tu virtud te ama el Rey, aunque eres cristiano; suplicte alcances de l que nos perdone su padre por haber hecho esto sin que l lo supiese, pues la fortuna lo trajo por este camino.

    E l alcaide les dijo: Consolaos, que yo os prometo de hacer en ello

    cuanto pudiere. Y tomando tinta y papel escribi una carta al Rey,

    que deca as:

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    C A R T A 5 9 D E R O D R I G O D E NARVEZ ALCAIDE D E A L O R A , P A R A E L R E Y D E G R A N A D A

    Muy alto y muy poderoso Rey de Granada:

    Rodrigo de Narvez, alcaide de Alora, tu servidor, beso tus reales manos y digo as: que el Abencerraje Abindarrez el mozo, que nasci en Granada y se crio en Crtama en poder del alcaide de ella, se enamor de la hermosa Jarifa, su hija. Despus t, por hacer mer-ced al alcaide, le pasaste a Con. Los enamorados por asegurarse se desposaron entre s. Y llamado l por ausen-cia del padre, que contigo tienes, yendo a su fortaleza, yo le encontr en el camino, y en cierta escaramuza que con l tuve, en que s mostr muy valiente, le gan por mi prisionero. Y contndome su caso, apiadndome de l, le hice libre por dos das; l se fue a ver a su espo-sa, de suerte que en la jornada perdi la libertad y gan el amiga9. Viendo ella que el Abencerraje volva a mi

    5 9 Esta carta se encuentra en el texto de la Diana en forma muy semejante. Narvez narra en ella en estilo epistolar los sucesos precedentes en forma muy concisa y de una manera directa, como corresponde a su condicin de capitn de la fron-tera, sin adornos retricos. Salva as tambin la dificultad de dirigirse a un Rey que le es ajeno y aun contraro en el campo de las armas.

    6 0 Narvez usa aqu el trmino amiga, en relacin sobre todo con la lrica popular que lo mantiene an en uso con un matiz arcaizante; as en el cantar De los lamos... en la estrofa De los lamos de Sevilla | de ver a mi linda amiga...; o en el del caballero que grita por llevarse a Ftima: Quin vos haba de llevar, ojal: levaros e a Sevilla | teneros he por amiga. Obsrvese adems el uso del artculo el, que representa un ar-casmo acorde con lo indicado. La derivacin del artculo haba sido illa(m)*>el>\a.. Si bien se impuso la forma general de la, la antigua forma ela como ella'] sigui usndose en el caso de algunas palabras que comenzaban por a; en la ortografa actual su uso requiere que la a- sea tnica.

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  • prisin, se vino con l y as estn ahora los dos en mi poder. Suplicte que no te ofenda el nombre de Aben-cerraje, que yo s que este y su padre fueron sin culpa en la conjuracin que contra tu real persona se hizo; y en testimonio de ello viven. Suplico a tu real alteza que el remedio de estos tristes se reparta entre ti y m. Yo les perdonar el rescate y les soltar graciosamente; slo hars t que el padre de ella los perdone y resciba en su gracia. Y en esto cumplirs con tu grandeza y hars lo que de ella siempre esper.

    Escripta la carta, despach un escudero con ella, que llegado ante el rey se la dio; el cual, sabiendo cuya era, se holg mucho, que a este solo cristiano amaba por su virtud y buenas maneras. Y como la ley, volvi el ros-tro al alcaide de Con, que all estaba, y llamndole apar-te le dijo:

    Lee esta carta que es del alcaide de Alora. Y leyndola rescibi grande alteracin. E l Rey le dijo: N o te congojes, aunque tengas por qu; sbete que

    riinguna cosa me pedir el alcaide de Alora, que yo no lo haga. Y as te mando que vayas luego a Alora y te veas con l y perdones tus hijos y los lleves a tu casa, que, en pago de este servicio, a ellos y a ti har siempre merced.

    E l moro lo sinti en el alma, mas viendo que no po-da pasar el mandamiento del Rey, volvi de buen-con-tinente y dijo que as lo hara, como su alteza lo man-daba.

    Y luego se parti de Alora, donde ya saban del es-cudero todo lo que haba pasado y fue de todos resce-bido con mucho regocijo y alegra. E l Abencerraje y su hija paresceron ante l con harta vergenza y le besaron las manos. l los rescibi muy bien y les dijo:

    N o se trate aqu de cosa pasada. Y o os perdono haberos casado sin mi voluntad, que en lo dems, vos, hija, escogistes mejor marido que yo os pudiera dar.

    E l alcaide todos aquellos das les haca muchas fies-

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    tas; y una noche, acabando de cenar en un jardn, les dijo:

    -Yo tengo en tanto haber sido parte para que este negocio haya venido a tan buen estado, que ninguna cosa me pudiera hacer ms contento; y as digo que sola la honra de haberos tenido por mis prisioneros quiero por rescate de la prisin. De hoy ms, vos, seor Abinda-rrez, sois libre de m para hacer de vos lo que qu-sierdes.

    Ellos le besaron las manos por la merced y bien que les haca; y otro da por la maana partieron de la for-taleza, acompandolos el alcaide parte del camino.

    Estando ya en Con gozando sosegada y seguramente el bien que tanto haban deseado, el padre les dijo:

    -Hijos, ahora que con mi voluntad sois seores de mi hacienda, es justo que mostris el agradescimiento que a Rodrigo de Narvez se debe por la buena obra que os h izo 6 1 , que no por haber usado con vosotros de tanta gentileza ha de perder su rescate, antes le meresce muy mayor. Y o os quiero dar seis mil doblas zaenes; envidselas y tenelde de aqu adelante por amigo, aun-que las leyes sean diferentes w .

    Abindarrez le bes las manos, y tomndolas, con cua-tro muy hermosos caballos y cuatro lanzas con los hie-rros y cuentos de oro, y otras cuatro dargas, las envi al alcaide de Alora y le escribi as:

    6 1 El torneo de beneficios que aqu se establece se halla acorde con el espritu senequista: uno de los grandes mritos de Ja Naturaleza es que la virtud se extienda sobre todos: m-ximum hac habemus naturae meritum, quod virtus in omnum nimos lumen suum permttit (De beneficus, IV, XVII, ed. Di-dot, pg. 139). Los beneficios se dan y se reciben, y en este vaivn conviene ser el vencedor: Illud utique unice tib pla-cer, velum magnifice dictum: Turpe est beneficiis vinci (Idem, V, II, pg. 206). Para ms referencias, vase m estudio Cuatro textos..., 1957, pgs. 192-194-

    6 2 En el Orlando furioso de Ariosto podan los enemigos en determinadas circunstancias ir de acuerdo; as Rinaldo y un pagano convienen una tregua y salen en seguimiento de Anglica: O gran bont de' cavalieri antiqu! I Eran rival:, eran di fe' diversi [...] ...insieme van, senza sospetto aversi (Canto I, estrofa 22).

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  • C A R T A 6 3 D E L A B E N C E R R A J E ABINDARREZ A L A L C A I D E D E A L O R A

    Si piensas, Rodrigo de Narvez, que con darme liber-tar en tu castillo para venirme al mo, me dejaste Ubre, engaaste, que cuando libertaste mi cuerpo, prendiste mi corazn; las buenas obras, prisiones son de los nobles corazones. Y si t por alcanzar honra y fama, acostum-bras hacer bien a los que podras destruir, yo, por pares-cer a aquellos donde vengo, y no degenerar de la alta sangre de los Abencerrajes, antes coger y meter en mis venas toda la que de ellos se verti, estoy obligado a agradescerlo y servirlo. Rescibirs de ese breve presente la voluntad de quien le enva, que es muy grande, y de mi Jarifa, otra tan limpia y leal que me contento yo de ella64.

    E l alcaide *tuvo en mucho a grandeza y curiosidad del presente y resabiendo de l los caballos y lanzas y dargas, escribi a Jarifa as:

    6 3 Estas dos cartas finales aparecen slo en el Inventario, 1565; ms retricas que la precedente, cumplen la funcin de mos-trar a los dos hroes en la plenitud del beneficio: el moro, va-lindose una vez ms de la oposicin libertad corporal-prendi-miento de corazn; y el cristiano, mostrndose como capitn espaol y por eso ms generoso que el que se haba mostrado as. El servicio de la mujer es la culminacin de la cortesa que Jarifa dictamina para l como imbatible.

    fi4 Alabar al que lo merece es una de las recomendaciones de Sneca: Merentem laudare, justitia est; ergo utriusque bonum est (Epstola CU; vase J. Giraeno, 1972, pgs. 20-22).

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    C A R T A D E L A L C A I D E D E A L O R A A L A H E R M O S A J A R I F A * 5

    Hermosa Jarifa: No ha querido Abindarrez dejarme gozar del verdadero triumpho de su prisin, que consis-te en perdonar y hacer bien; y como a m en esta tierra nunca se me ofresci empresa tan generosa ni tan digna de capitn espaol, quisiera gozarla toda y labrar de ella una estatua para mi posteridad y descendencia'56. Los caballos y armas rescibo yo para ayudarle a defender de sus enemigos. Y si en enviarme el oro se mostr caba-llero generoso, en rescebirlo yo paresciera cobdicioso mercader; yo os sirvo con ello en pago de la merced que me hecistes en serviros de m en mi castillo. Y tam-bin, seora, yo no acostumbro robar damas, sino ser-virlas y honrarlas.

    Y con esto les volvi a enviar las doblas. Jarifa las rescibi y dijo:

    Quien pensare vencer a Rodrigo de Narvez de ar-mas y cortesa, pensar mal.

    De esta manera quedaron los unos de los otros muy satisfechos y contentos y trabados con tan estrecha amis-tad, que les dur toda a vida.

    6 5 En este propsito de no dejarse vencet en los beneficios, Narvez se empareja con Alejandro, segn el juicio de Sneca: Alexander Macedonum, rex glorian solebat a nullo se benefi-ciis victum (De beneficiis, V, VI, ed. Didot, pg. 209).

    6 6 Narvez proyecta hacia el futuro su propia fama y la crea con las acciones del presente, de acuerdo con la doctrina de Sneca: Gloria urabra virtutis est; etara imita coratabtur (Epstola LXXIX); y el porvenir le espera as: Multa annomm millia, multa populorum supervenient; ad illa gloria rspice (dem); vase J. Gimeno, 1972, pg. 20.

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