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LA POLÉMICA SARTRE-CAMUS Ediciones elaleph.com

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L A P O L É M I C AS A R T R E - C A M U S

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1999 – Copyrigth www.elaleph.com

Todos los Derechos Reservados

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Francis JeansonALBERT CAMUS O EL ALMA REBELDE

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El caso de El Hombre Rebelde es, sin duda, bas-tante excepcional. Al tratarse de las más candentescuestiones de la época -aún de aquellas que motivanla división de los hombres del mundo entero, y porlas cuales en ciertos lugares ya se están matando-,esta obra ha conseguido, sin oposiciones, la adhe-sión de las opiniones más diversas. "Un libro im-portante", "un libro capital", "uno de los grandeslibros de estos últimos años, uno de esos libros queen esta mitad del siglo...", "un viraje del pensamien-to occidental", "una obra tan noble y tan humanaque puede verse en ella algo así como la imitación delhombre", "ninguna obra con tanto valor ha aparecidoen Francia después de la guerra", tales son las apre-ciaciones generales, salvo algunos matices, desdeEmile Henriot, de Le Monde, hasta Jean Lacroix, deLe Monde (...y de otras partes), desde Claude Bourdet

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(L' Observateur) hasta Henri Petit (Le Parisien Libéré)1,pasando por Marcel Moré en Dieu Vivant. Aún si seconviene en no tomar como decisivo el chaparrónde entusiasmo que cayó, por la derecha, en algunosaltos sectores de Francia Eterna, me parece que enel lugar de Camus, a pesar de todo, yo me intranqui-lizaría...; por otra parte me han asegurado que no lefaltan inquietudes; pero, de todas maneras, es ciertoque no está en poder de nadie el ponerse en su lu-gar, y, a pesar de ello, podemos esforzarnos encomprender en razón de qué extraña virtud su libroha podido hacer que tan distintas mentalidades ha-yan tenido ocasión de alegrarse tan ampliamente,por razones fáciles de imaginar (y que existen, enrealidad), siendo bastante poco conciliables. ¿Cuáles, entonces, esta "buena nueva" que todos saludancon tanta alegría? ¿Cuáles son las promesas que nos

1 También deben ponerse entre paréntesis reacciones comu-nistas, que no guardan relación explícita con el analisis dellibro en sí. En cuanto a todo lo demás, sólo se hallan dos otres reacciones de hostilidad, puramente individuales (o su-perrealistas) y que aparentemente son del orden del mal hu-mor (por ejemplo André Breton, o Louis Palwels, que quizáhoy se lamente por haber alimentado un día la ambición deser Camus).

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trae este mensaje, para que cada uno pueda encon-trar en él, excluyendo a todos los demás, aquellapromesa por él esperada?

¿Habrá descubierto Camus el secreto impulsomotor de toda exigencia, la fuente común de las rei-vindicaciones humanas aparentemente de la mayordivergencia? ¿O bien, pudiera explicarse esta satis-facción general por una cierta inconsistencia de supensamiento, que lo haría indefinidamente plásticoy maleable, apto para sufrir múltiples y diversasformas? ¿O aún será necesario suponer que loshombres de la actualidad, impotentes para introdu-cir sus soluciones ideológicas en este mundo, hip-notizados al ver alzarse a su alrededor las más ex-tremas soluciones, presas del descorazonamiento, sedeslizan todos en conjunto --revolucionarios o no-en un pozo de vago humanismo, apenas realzadopor el necesario anarquismo, para expresar su ge-neral protesta contra todo cuanto se hace, y ennombre de todo cuanto creen que sería preferiblerealizar...?

Observémosle en conjunto: desde el punto devista estrictamente literario, este libro es un éxitocasi total, y desde este punto de vista no podría sor-prendernos la unanimidad de los sufragios. Sin em-

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bargo, probablemente ya estaremos aquí en un ma-lentendido. Cuando André Billy exalta este "pene-trante poder de simpatía hecho de sensibilidad, dedelicadeza, de moderación y de formal bondad",cuando Emile Henriot considera a este ensayo "tanhermoso en estilo y lengua como en la elevación delpensamiento", puede dudarse de que tales elogios -casi inesperados, a pesar de todo, para un libro en elque solo se trata de crímenes- infundan al autor unaalegría inmaculada. Esto no quiere decir que carez-can de justo sentido: mi opinión personal es quecarecen de generosidad. En el capítulo sobre la Re-belión y el Arte, Camus denuncia, en efecto, los doserrores simétricos de "el artista realista" y de "el ar-tista formal"; en la obra del primero, "el fondo sobre-pasa a la forma"; en la del segundo, "la forma ahogael fondo". Uno y otro, precisa Camus, "buscan launidad donde no se encuentra"; aquí y allá, sólo escuestión de "una unidad decepcionada y decepcio-nante". Pero si aplicamos sus mismos criterios, ¿noestaremos llevados, justamente, a encontrar, en sulibro, excesiva la importancia concedida al estilo? Sibien es cierto que en el caso de un novelista, "elgran estilo es la estilización invisible", en el caso deun ensayista, sin duda el principio sería valedero "a

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fortiori". Si toda descripción de la realidad supone"una redistribución de elementos tomados de símismos", una "corrección" que se aporte, una ligerainclinación, que es la marca del arte y de la protes-ta", si, en fin, toda descripción transfigura lo quedescribe, puede temerse que aquí el arte haya gana-do terreno a la protesta, el sentido de la forma a laatención del contenido, y que el artista, llevado porla ley de su estilo, haya concluido por satisfacerse enoponerla a la "desmedida" de este mundo. "Cuando laestilización es exagerada y se deja ver, la obra esnostalgia pura: la unidad que procura conquistar esextraña a .lo concreto": ¿cómo no hemos de pensarque ocurre un poco lo mismo con este escritor que"mide" tan serenamente su rebelión, que de un ex-tremo al otro de su libro, pesa con tan seguro ante laantítesis, y cuya sed de moderación, de una insisten-cia turbadora hasta en el detalle, evoca con tal reali-dad este "frenesí formal" que él mismo condena? Escierto que, a pesar de ello, Camus no cesa de pro-testar. ¿hemos de quejarnos porque su protesta seademasiado hermosa? Sí, demasiado bella, dema-siado soberana, demasiado segura de sí misma, de-masiado acorde consigo. Ved cómo, sin cansancio,los fórmulas suceden a las fórmulas, todas tan per-

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fectas y puras: extractadas, reducidas a lo esencial, yen las que ya no existe rastro alguno, ninguna babadel existir. Fórmulas que gustosamente calificaría-mos de "trascendentales".

La Peste era ya una crónica transcendental. A dife-rencia de El Extranjero -en la que el mundo era vistoa través de una subjetividad concreta, que no pare-cía "extranjera", sino en su coexistencia con otrassubjetividades concretas-, La Peste relataba aconte-cimientos vistos desde lo alto, por una subjetividadfuera de situación que no los vivía, ella, y que se li-mitaba a contemplarnos. De tal manera, este libro,lejos de señalar un giro en el pensamiento de Ca-mus, proseguía al contrario, y con extrema fidelidad,la lección del precedente: El Mito de Sísifo. Recorde-mos la lección: hay que mantener el absurdo "soste-ner el desafío desgarrante y maravilloso de lo ab-surdo"; "el cuerpo, la ternura, la creación, la acción,la nobleza humana, volverán a tener su lugar en estemundo insensato". Para Sísifo, "la única dignidaddel hombre" era "la rebelión tenaz contra su condi-ción, la perseverancia en un esfuerzo consideradoestéril". A su imagen, el hombre absurdo debía pa-sar sin tregua, de un acto a otro, teniendo sólo porfinalidad "vivir el máximo", sin consentir jamás en

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la fatal ilusión: "el único pensamiento que no seamentira, es el pensamiento estéril", la única con-ciencia verdaderamente humana es la conciencia deregreso de todo lo significativo, liberada de todaesperanza. El Mito de Sísifo nos daba a conocer, ensuma, la lógica del comportamiento "extraño": des-cribía una actitud siguiéndola hasta sus extremoslímites, y esta actitud consistía, en primer lugar, enconsiderar como irremediablemente absurda laexistencia humana, la relación entre el hombre ycualquier realidad existente ("extraño para mí mis-mo y para el mundo"), y en erigirse, con una lucidezsin desfallecimientos, contra esta injusta condena alo irracional y a la muerte. Pero si el Mito sistemati-zaba El Extranjero, La Peste, a su vez, ilustraba estasistematización: ya no era la historia de un ca-so-límite, el de Meursault, era la crónica de un fe-nómeno colectivo, de una ciudad presa de una epi-demia y obligada a vivir en estado de sitio. Novelametafísica, La Peste hubiera podido titularse "la condi-

ción humana"2: pues el verdadero escenario no eraesta ciudad, sino el mundo; y las personas reales no

2 Pero, seguramente, no con el sentido, mucho más concreto,

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eran estos hombres y estas mujeres de Orán, sinotoda la humanidad en pleno, y la enfermedad el Malabsoluto que pesa sobre toda existencia consciente.Naturalmente, en la medida en que el lector era lle-vado de la significación inmediata a esta significa-ción esencial, comportaba esto algún abuso porparte del autor: ya que el paso de una a otra es, enrealidad, imposible. Es ilusoria la analogía entre unaepidemia relatada por un espíritu puro y la condi-ción humana vivida por una conciencia situada. Yatambién aquí, el "estilo" era responsable: al tomarese tono de gran envergadura -pero objetivo y frío-del cronista, de quien no está "en el asunto", Camushabía adoptado un proceder de estilización resuel-tamente absurdista. Para quien lo contemple desdeafuera, la agitación de los seres humanos pegados ala tierra, corre el riesgo de aparecer bastante vana;pero si ustedes desean saber qué es de sus vidas,deberán volver a tomar el hilo de sus existencias yentrar a vivir nuevamente en medio de los hombres.Entonces, cata uno otorga un sentido a su vida, y noes posible dejar la propia para decidir que el sentido

que tenía este término en la novela de Malraux.

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de toda vida sólo es ilusión -esto se da en el suici-dio, que sólo decide que nada será ya decidido.

Tal es la contradicción de Camus. Espíritu medi-terráneo, encendido de transparencia intelectual, fiela la constancia solar, a la pura luz del mediodía -pero chocando en el mundo real con las contradic-ciones y los sufrimientos humanos-, Camus racio-naliza el escándalo de su razón al representarse a lahumanidad injustamente sometida a la anti-Razón,condenada a lo Absurdo, y al Mal por violación deun Derecho que es suyo. A esta injuria metafísica, elhombre no puede entonces oponer sino un "honormetafísico", que consiste en "sostener lo absurdodel mundo" al precio de una rebelión, también ellaabsurda. De tal manera, el doctor Rieux lanza sudesafío a la peste, esforzándose en arrancarle el ma-yor número posible de vidas humanas. Pero nopuede ignorar que la lucha es desigual, y que ya anti-cipadamente está vencido, sus victorias aparentessólo son debidas al deseo complaciente o a los ca-prichos del Flagelo. En cuanto al particular prestigioque en general se otorga al oficio de médico, nopuede aquí disfrazar el hecho de que esta moral deCruz Roja proviene de una "ética de la cantidad",

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frente a cuyas perspectivas, según propias palabrasde Camus, "todas las experiencias son indiferentes".

Después de haberse esforzado, en el Mito de Sísifo,en probar !a existencia de lo Absurdo y de estable-cer que la conciencia de lo Absurdo conduce, no alsuicidio, sino a la rebelión, Albert Camus nos pro-pone ahora una reflexión sobre las relaciones de larebelión con el asesinato, y especialmente aquel queél llama "el legítimo asesinato", o el "crimen lógico".Así, llega a preguntarse si la rebelión -que protestacontra una "condición injusta e incomprensible"-conduce a la justificación del asesinato universal, osi, al contrario, podemos descubrir en ella, a títulode limitación implicada por su propio sentido, "elprincipio de una culpabilidad razonable". La acciónen la historia no puede pretender a la inocencia, pe-ro se trata de saber si una vez excluida esta quimerael hombre puede aún detenerse en el desliz hacia laculpabilidad total.

Considerando el caso del esclavo que dice "no",Camus demuestra que este "no" tiene por contra-partida un "sí": esta rebelión es, simultáneamente, lanegación del pretendido derecho del señor y laafirmación de la propia existencia del esclavo entanto que valor; por parte de éste, rechazo de un

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cierto orden y adhesión a una parte de sí mismo,"que no le pertenece solo a él, sino que es un lugarcomún en que todos los hombres, aun aquellos quese insultan u oprimen, están prontos a unirse". Detal manera, la rebelión no se funda en sí misma, sinoque llega a una solidaridad de los hombres, que lue-go no puede autorizar o negar, sin que simultánea-mente pierda su nombre de rebelión y consienta enel asesinato. La rebelión de Sísifo era, a la vez, odiopor la muerte y pasión por la vida, negación de losdioses y desafío por lo absurdo: podía permanecerindividual. A partir de esto, la rebelión de que ha-blamos "saca al individuo de su soledad": "el primerprogreso de un ser tomado por lo extraño es el re-conocer que participa en esta extrañeza con todoslos hombres... El mal que experimentaba uno solose convierte en peste colérica... (La rebelión) es laprimera evidencia... un lugar común que funda entodos los hombres el primer valor. Yo me rebelo,luego somos".

De aquí pasa Camus al estudio de la rebelión metafí-sica, "movimiento mediante el cual un hombre seerige contra su condición y contra toda la crea-ción...; reivindicación motivada por una feliz unidadcontra el sufrimiento de vivir y de morir". Este ca-

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pítulo, que abarca cerca de cien páginas, estaríacompletamente desprovisto de interés si el autor,regresando al nivel de su concepción anterior de larebelión. no la designara en el mismo caso, comodirectamente responsable de la inconsistencia de lasiguiente. En efecto, este capítulo tiene como misiónpredisponernos para comprender de qué manera larebelión metafísica se cambia en rebelión histórica.Desde aquí, pues, todo comienza a viciarse: "La re-belión sólo quería en principio conquistar el serpropio y mantenerlo a la faz de Dios. Pero pierdememoria de sus orígenes y, por ley de un imperia-lismo espiritual, ahora marcha hacia el imperio delmundo a través de los asesinatos multiplicadoshasta el infinito. Ha expulsado a Dios de su cielo,pero el espíritu de rebelión metafísica, uniéndoseentonces francamente al movimiento revoluciona-rio, paradójicamente tomará la reivindicación irra-cional de la libertad, como arma de la razón, únicopoder que le parece puramente humano..." Ha deser este desdichado Luis XVI la primera víctima no-table de esta terrible aberración histórica, de estamarcha trágica y desmedida "del parecer al ser, deldandy al revolucionario". Así, pues, de paso saludare-mos "la dulzura, la perfección que este hombre, sin

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embargo, de sensibilidad media, aporta a sus úl-timos momentos", serán opuestas a las "manos in-nobles del verdugo", de quienes tuvo que sufrir esta"pasión" tan semejante a la de Cristo, finalmenteserá dicho sin dudar: "es un repugnante escándalo elhaber presentado como un gran momento de nues-tra historia el asesinato público de un hombre débily bueno".

En cuanto al resto, es fácil de comprender que laRevolución de 1789 se distingue especialmente porla instalación histórica de "un principio de represióninfinita", y que la "verdadera empresa" de la Con-vención fue el "fundar un nuevo absolutismo": el dela filosofía... Pues el fenómeno al cual asistimos noes otro sino la degradación de la "rebelión humana",contra este "mundo quebrado" y contra su creador,en una "revolución metafísica". A partir de esto,podemos filosofar sobre cualquier inquietud, siem-pre que se haya tenido cuidado, en primer lugar, deplantear tres principios: 1º) "La rebelión histórica"sólo se ha mantenido hasta aquí bajo la forma derevolución: 2°) Una revolución es una rebelión per-

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vertida3; es la "preocupación de deificar la especie",es "el apetito de divinidad del corazón del hombre'',lo que permite comprender que toda revolución ter-mina por renegar del movimiento inicial de rebe-lión, en provecho de una pretensión totalitaria. Ennuestros días, por ejemplo, "la revolución, y espe-cialmente la que pretende ser materialista, sólo esuna cruda metafísica desmedida".

Dicho de otra manera, si desde hace treinta añosStalin procura expandir el comunismo a todo elmundo, es, simplemente, quiéralo o no, "para fun-dar, finalmente, la religión del hambre"... Así, puesno nos sorprenderá ver cómo Camus precisa, desdeese momento, los términos siguientes en la perspec-tiva de su estudio: "El propósito de este análisis noes el hacer la descripción, cien veces recomenzada,del fenómeno revolucionario, ni de levantar, unavez más, el censo de las causas históricas o econó-micas de las grandes revoluciones. Se trata se hallaren algunos hechos lógicos el hilo lógico, la ilustra-ción y los temas constantes de la revolución metafí-sica."

3 Excepto en el caso de la Comuna, "revolución rebelada"...

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No podemos dejar de subrayar la ambición queimpulsa esta cláusula restrictiva. En apariencia, elautor trata de abstenerse de toda incursión en undominio que, desde ya, estima suficientemente ex-plorado: de tal manera, se limitará a considerar lasrevoluciones desde el punto de vista metafísico, de-jando a un lado las causas vulgares, históricas oeconómicas. En realidad, su alcance es mucho ma-yor, ya que cree poder hallar en los hechos revolu-cionarios el "hilo lógico" de la rebelión metafísica:llega al punto de negar todo papel a la historia y a laeconomía, en la génesis de las revoluciones. Su em-presa, al fin de cuentas, encara la reducción del con-cepto "revolución" al concepto de "divinización delhombre": "El comunismo ruso ha tomado a su car-go la ambición metafísica de este ensayo descrito, laerección, tras la muerte de Dios, de una ciudad parael hombre, finalmente divinizado." "Tan incansablecomo la misma historia, la pretensión humana de sudivinización vuelve a surgir con más razón, seriedady eficacia bajo las especies del Estado racional, talcomo ha sido elevado en Rusia", etcétera.

Vemos que este extraño concepto de la historiaimplica suprimirla en su calidad de tal. A decir ver-dad, se trata de eliminar toda situación concreta,

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para obtener un puro diálogo de ideas: por unaparte, la protesta metafísica contra el sufrimiento yla muerte; por otra parte, la tentación igualmentemetafísica de amplio poderío. La primera constituyela verdadera rebelión; la segunda, su perversión re-volucionaria. En este punto de elevación de pensa-miento las disputas teológicas pueden, sin duda,aparecer como decisivas, pero seguramente no así lasimple existencia de los hombres que, por ejemplo,tuviesen hambre. y que emprenderían, según su ló-gica muy inferior, la lucha contra los responsablesde su hambre. Evidentemente, Camus no cree en lasinfraestructuras.

Y si analizamos con más detalles, descubriremosque, según parece... todo es culpa de Marx: más preci-samente, de este espíritu monolítico y monstruosoque se ha llamado Marx, y para quien "la rebelión delos alemanes contra Napoleón sólo se explica por lapenuria del azúcar y del café". Ciertamente, piensaCamus, bien puede "admitirse que la determinacióneconómica desempeña un papel capital en la génesisde las acciones y de los pensamientos humanos", sintener que estar por ello encadenada a tan aberrantesconclusiones.

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Pero él, por su parte, habiendo tenido concienciadel peligro, preferirá -para mayor seguridad- no ad-mitir de manera alguna "este papel capital" desem-peñado por "la determinación económica". Encambio, se mostrará mucho más implacable conrespecto a Marx, y no intentará en parte alguna ha-llarle excusa, salvo en el caso de poder luego abru-marlo. Su posición, escribe, "sería con mucha mayorjusticia llamada determinismo histórico. No niega laidea, la supone absolutamente determinada por larealidad exterior". Desde ya puede dudarse de quetal perspectiva sea completamente valedera aun enlo concerniente al Stalin del Materialismo dialéctico ymaterialismo histórico: por lo menos, parece evidenteque no da cuenta alguna del movimiento real delpensamiento en la obra de Marx.

Se comprenderá que, descansando en tales bases,la condena de la empresa revolucionaria esté, tam-bién ella, condenada de antemano. Si existe un vicioinherente a toda revolución, convendrá, sin dudahacerlo resaltar más en las estructuras concretas dela acción revolucionaria, que en las filosóficas: encambio, Camus pretende establecer que la doctrinade Marx conduce lógicamente al régimen staliniano,y debe finalmente contentarse con la conclusión,

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bajo formas más o menos sutiles, de que Stalin hacestalinismo. De tal manera no deja de proponer lamenor explicación de este paso al terror, única ca-racterística a sus ojos de la revolución rusa, así co-mo de todas las que la precedieron. Demostrando alcomienzo una teoría, al llegar a una cierta categoríade resultados, enfrenta uno con otro, estos dos po-los, creando así una confusión que le permite. alinterpretar la teoría, partiendo de los resultados,designarla luego como única responsable de todo eldaño. El procedimiento comporta dos inconve-nientes. El primero es que esta teoría evoca sólo agran distancia el pensamiento mismo que procuradescalificar a través de ella; pero esto pudiera notener graves consecuencias. El segundo inconve-niente, que deberemos tomar más seriamente, es quelo esencial del fenómeno revolucionario -las cir-cunstancias en que surge, su marcha efectiva y loscomportamientos humanos que lo constituyen-quedan silenciados.

A fin de cuentas, ya no se logra saber claramentecuál era el objetivo de Camus en este estudio centralconsagrado a la "rebelión histórica"; ¿esta falsa his-toria de las revoluciones fracasadas, será sólo unahistoria fracasada de las ideologías revolucionarias?

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desde ya es sorprendente ver que una crítica de lasgrandes revoluciones modernas se apoye exclusi-vamente -y en inesperadas proporciones- en el aná-lisis del Contrato Social y en ciertos discursos deSaint-Just (25 páginas), en la Fenomenología del Espíritu(18 páginas), en profesiones de fe nihilo-anarco-terrorista (34 páginas) y fascistas (12 pági-nas), en Marx (40 páginas) y en Lenin (8 páginas) yen la metafísica staliniana (12 páginas), y aún, bajo laforma de leit motiv, o como tela de fondo, en la casitotalidad del libro. Por otra parte, la sorpresa se re-dobla cuando hay que constatar que este primadoabsoluto, atribuido a las ideologías, no le impide ennada someterlas unas tras otras, a los tratamientosmás aventurados y a las bromas más crueles. Cier-tamente no nos proponemos, por ejemplo, defendera Hegel de los reproches superficiales que le for-mula Camus: pero estos reproches, y las preocupa-ciones que toma para dirigirlos, no dejan de pro-yectar una cierta luz sobre su propia actitud.

Hegel, pues, ha querido encarnar la verdad, la ra-zón y la justicia "en el devenir del mundo", de talmanera ha introducido en la historia la razón abs-tracta, la que, hasta él, "planeaba por encima de losfenómenos que a ella se referían"; de tal manera, él

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le ha comunicado "un estremecimiento irrazona-ble". Hegel inaugura "una historia sin trascendencia,resumida en un debate perpetuo y en la lucha de lasvoluntades de poder", su esfuerzo ha sido para"destruir cada vez más la trascendencia y toda nos-talgia de trascendencia": así, logra, "en el nivel de ladialéctica del maestro y del esclavo, la decisiva justi-ficación del espíritu de poderío en el siglo XX". Pueslas relaciones humanas fundamentales son, en He-gel, "relaciones de puro prestigio, una perpetua lu-cha, que se pagan con la muerte, para el reconoci-miento de una por parte de la otra"; desde el puntode vista de este "deseo primitivo y forzado del re-conocimiento", "la historia entera de los hombres"sólo es "una larga lucha a muerte, por la conquistadel prestigio universal y del poder absoluto". A finde cuentas, es fácil ver, "saltando escalones inter-mediarios", que este pensamiento conduce a "elEstado absoluto, erigido por los soldados obreros";pero se trataba de que Hegel se había contentadocon exaltar "la repugnante aristocracia del éxito".

Naturalmente, como lo precisa Camus al final dela nota, "esto no quita nada, en cuanto al valor, aciertos análisis admirables de Hegel". Por otra parte,no es absolutamente seguro que Hegel haya pensa-

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do todo esto: "hay en Hegel, como en todo granpensamiento con qué rectificar a Hegel"; "en elprestigioso edificio hegeliano hay con qué con-tradecir en parte estas aseveraciones", y hasta talestendencias, "están lejos de pertenecer exactamente aHegel "No importa, ellas nacieron en la ambigüedadde su pensamiento y en su crítica de la transcen-dencia", y es ciertamente de Hegel de donde "losrevolucionarios del siglo XX tomaron el arsenal quedestruyó definitivamente los principios formales dela virtud", puesto que, después de los hegelianos deizquierda, aquéllos triunfaron definitivamente sobre él...

Reconocemos el proceso: se trata de probar quetoda revolución traiciona la "verdadera" revoluciónal esforzarse en divinizar al hombre. Pero la dia-léctica hegeliana designa como síntesis suprema elmomento en que "el conglomerado humano coinci-dirá con el de Dios". Así, Stalin será transformadoen "uno de los hijos espirituales de Hegel", y el co-munismo será esencialmente una desmedida tentati-va para igualar al hombre con Dios, para "hacer dela tierra el reinado en que el hombre sea Dios" para"finalmente fundar la religión del hombre". Y estaes la razón por la cual "la tierra abandonada" se ha-lla hoy "entregada a la fuerza descarnada que decidi-

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rá o no de la divinidad del hombre". De donde sepodrá también concluir que, en última instancia,todo es culpa de Hegel, más aún que culpa de Marx;extrayendo consecuencias de esta manera, sin dudaterminaremos por echar mano al verdadero culpa-ble.

Sin embargo, este es el agravio fundamental:"Con Napoleón y Hegel, filósofo napoleónico, co-mienzan los tiempos de la eficacia" Desde el mo-mento en que los principios eternos, los valores noencarnados y la virtud formal son puestos en duda,desde el momento en que la razón se pone en mar-cha, y deja de ser una pura abstracción para conver-tirse en conquista, el nihilismo tiene ya un lugar yCésar triunfa. Por otra parte, Camus no tiene muybuena opinión de la virtud formal, y llega a tenerfrases muy duras para este testigo degradado de ladivinidad, falso testigo al servicio de la injusticia",para esta "hipocresía que preside a la sociedad bur-guesa". Pero, en fin, si los principios abstractos deque aún disponía la burguesía del siglo XIX per-manecieron abstractos, será, sin duda, porque des-cuidó el llevarlos a la práctica, y esta vez los filóso-fos no tienen parte alguna, puesto que justamenteellos no habían tenido aún tiempo de destruirlos. Y

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Camus lo constata: en efecto, ella "utilizó esta refe-rencia como una coartada, llevando continuamentea la práctica valores contrarios". Pero explica el fe-nómeno por la "corrupción esencial" de esta bur-guesía y su "descorazonadora hipocresía": "su cul-pabilidad respecto de esto, agrega, es infinita".Hermoso impulso de moralidad, pero cuyo puntode inserción en el contexto de la rebelión metafísicano se ve claramente. ¿Cuál puede ser, con respectoal "verdadero rebelde" esta culpabilidad de toda unaclase? ¿Qué pueden significar esta corrupción esencialy esta descorazonadora hipocresía, sino que una espe-cie de fatalidad pesa sobre el burgués, y que éste noes ni más ni menos culpable que los demás hom-bres? Y, sin embargo, existe bien, allí, inscripta conlos hechos, irrecusable, una cierta diferencia com-pletamente esencial entre el comportamiento delburgués y el del no-burgués; pero, en la perspectivaque hace suya, Camus no dispone justamente demedio alguno para fundamentar esta diferencia. Yaquí la historia se venga de todo cuanto intentó to-mar de la historia; negándose la intervención de in-fraestructuras, no pudiendo ya recurrir a las aberra-ciones de los grandes filósofos, está ahora cons-treñido a la invención del pecado de clase. Se com-

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prende que el señor Marcel Moré, que mucho loaprueba en su crítica de Saint-Just, se sienta, a pesarde todo, obligado a calificarlo en teología, con unconfirmado cero.

Pero si el mismo Camus, sea cual fuere la expli-cación que dé; considera invencible, en el siglo XIX,la corrupción de la burguesía, su propia actitud filo-sófica se precisa considerablemente. En efecto, apartir del momento en que denuncia como el pasohacia el terror y el nihilismo, el paso al "reino de lahistoria", la identificación del hombre con su propiahistoria, no olvida la existencia de fenómenos con-tundentes de injusticias interhumanas, y simultáneamenteestá sabiendo muy bien que toda protesta contraesta injusticia seguirá siendo ineficaz mientras no seaventure en la dirección misma que justamente estácondenando. Conclusión práctica: no había solu-ción alguna, y la única sabiduría hubiese consistidoen el statu quo.

Toda la historia moderna, desde 1789 hastanuestros días, aparece así, bajo la pluma de AlbertCamus, como una reduplicación indefinida de estedeplorable drama que antaño se situaba entreCharybde y Scylla. Tal punto de vista comporta, sinduda, una parte de verdad; pero hay que confesar

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algo: especialmente, cuando uno mismo no es víc-tima de una gran injusticia, es cuando se puede du-dar de que al combatirla se provoque una mayor.

Sé muy bien que Camus no es insensible a estaobjeción. Hasta creo entrever la respuesta que da.En apariencia es doble: Pero esta dualidad, que llegahasta la contradicción, se encamina a la sugestión demanera más persuasiva de una respuesta única yradical. Tan pronto, en efecto, Camus condena todabúsqueda de eficacia, como generadora del Malhistórico; tan pronto, parece, al contrario, proponerpersonalmente algunos arreglos de la historia, cier-tos tipos de solución, que no podrían tener sentidosino con la hipótesis de una relativa carencia en laeficacia. Pero entonces nos damos cuenta de que nopor ello deja de persistir en negar los únicos mediosde acción que pudieran salvar de lo absurdo estamisma creencia: así, la eficacia se le ocurre aceptableen la medida en que se vuelve inconcebible y cuan-do sólo puede ser postulada por una especie de credoquia absurdum. En estas condiciones, el Abuelo Noélpuede descender a la Tierra. "La justicia está viva",el espíritu planea "sobre volcanes de luz", y "el solde mediodía se desparrama sobre el mismo movi-miento de la historia", iluminando "las senderos del

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verdadero dominio"... La sugestión de Camus, fi-nalmente, es que hay un misterio de la ineficacia, que esnecesario lograr el término para verla transformarsemilagrosamente y convertida en la "verdadera" eficacia.

Afrontando la cuestión bajo la forma másabrupta, Camus se pregunta qué significa en políticala actitud de pura rebelión: "¿Y, es en primer lugar,eficaz? Sin lugar a duda, se hace necesario respon-der que ella es la única eficaz hoy. Hay dos suertesde eficacia: la del tifón y la de la savia. El absolutis-mo histórico no es eficaz, es eficiente; ha tomado yconservado el poder. Una vez munido del poder,destruye la única realidad creadora. La acción in-transigente y limitada, salida de la rebelión, mantie-ne esta realidad e intenta solamente extenderla demás en más." El tifón o la savia... ¿Quién no ha deelegir la savia? No somos bárbaros y si hemos deevitar choques... Es de temer, sin embargo, que elpensamiento puro, aunque fuese el del mediodía, nopuedan gran cosa en ello. Quizá sea preferible quenos abstengamos de provocar nosotros mismos eltifón. Pero -creo comprender bien- otros lo provo-can; en todo caso, nos lo muestran desencadenado,o a punto de estarlo; entonces se plantearía la cues-tión de saber si la savia es realmente "eficaz", no en

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sí misma y en lo absoluto, sino contra el tifón. Camusle escapa a la explicación: "En cuanto a saber si talactitud halla su expresión política en el mundocontemporáneo, es fácil recordarlo, y esto sólo esun ejemplo, lo que tradicionalmente se llama sindi-calismo revolucionario. Este sindicalismo, ¿no eseficaz? La respuesta es sencilla... Muy simple, enverdad; es como decir que el sindicalismo revolu-cionario es el único eficaz, puesto que lo ha sido,por su inclinación a las realidades "más concretas",y que aún pudiera serlo... si la "revolución cesárea"no hubiese "destruido la mayoría de sus conquistas"y "triunfado sobre el espíritu sindicalista y liberta-rio". En otros términos: si las realidades más con-cretas no se hubiesen, mientras tanto, complicadoun tanto.

¡Ay! ¡Que hermoso es el sindicalismo revolucio-nario cuando no necesita ser revolucionario (cf., lospaíses escandinavos), y qué auténticas eran las re-voluciones cuando fracasaban! Entonces, hay queconvenirlo, el poder que aplastó a la Comuna (sal-vándola de tal manera de un éxito terrible); el poderque quebrantó la rebelión malgache (¿ acaso noalejó a los esclavos de aquel terrible destino de futu-ros señores?), el poder que hoy dirige la acción en

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Europa (y trabaja en apartar todo riesgo de desme-dido socialismo), todos los poderes de este orden,que no son sino un solo y mismo poder, no cuen-tan, no deben ser tenidos en consideración. Hoy, "eldestino del mundo no juega como pareciera, en lalucha entre la producción burguesa v la producciónrevolucionaria... Se juega entre las fuerzas de la re-belión y las de la revolución cesárea": entre la saviay el tifón. Frente a "la revolución triunfante", "larebelión humillada" debe afirmar su eficacia pro-funda "por sus contradicciones, sus sufrimientos,sus derrotas renovadas y su orgullo inagotable",dando así a la naturaleza humana "su contenido dedolor y de esperanza".

Así, pues, tenemos ahora a Camus, que ha llegadoa su punto de partida, a su "verdadera" rebelión: laque corre el riesgo de no lograr nunca su objetivo,puesto que está dirigida a esta "condición injusta eincomprensible", puesto que no es otra cosa sino elenfrentarse de la vida con la vida y se vuelve "cho-cante" por su rebelión contra sí misma. ¿Por qué,entonces, este largo rodeo por la historia? Exacta-mente para terminar con la historia.

Por otra parte, no parece que esta hubiera conta-do nunca con una gran parte en el pensamiento de

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Camus: la herencia mediterránea no lo predisponía aello, sin duda. Frente a las playas africanas, la histo-ria propiamente dicha se confunde con "la historiadel orgullo europeo", que no es sino un intermina-ble delirio nocturno. Ya sabía Sísifo que no hay quecaer en la trampa de la acción: hay que actuar, escierto, pero simplemente por actuar, y sin esperar deello ningún resultado, sin alimentar la ilusión de darun sentido a lo que no puede tenerlo. La Resisten-cia, sin embargo, debió abrir en el sistema una bre-cha por donde penetraron las ilusiones: cuando lle-gó la Liberación, Camus se creyó cómodo en lahistoria, a tal punto que comenzó a moralizarla. LaRevolución estaba en marcha: sería pura y noble.Pero este idilio no duró: en realidad, la historia erauna arrastrada, más sensible a las violencias que allenguaje de la virtud: ya era hora de iniciar una rup-tura. Fue en 1947 cuando Camus comenzó a escribirEl hombre rebelde...

Sólo que, ya no podía él emprender un regresodirecto a Sísifo; habiéndose dejado seducir por lahistoria, sería en medio de la historia misma quedebía deshacerse de ella. Así, pues, este nuevo librodebería tratar de la historia, para demostrar que noexiste; más precisamente, él hallaría en ella una es-

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pecie de Mal en segundo grado, una crisis de locuradel hombre absurdo, la más temible enfermedad decondenado a muerte. De allí este sutil mezclar debarajas, que justamente dará a Camus un criteriopara la denuncia del Mal histórico en el seno delMal absoluto: la rebelión "metafísica" no es presen-tada, desde las primeras páginas del libro, bajo la luzde la rebelión de los esclavos. Siendo ésta, en realidad,una rebelión histórica, y protestando contra las es-tructuras concretas de una sociedad determinada, esdecir, contra un cierto tipo de relaciones interhuma-nas, implica ya tales relaciones: se apoya en el Mitseinmientras simultáneamente se eleva contra sus per-versiones. De tal manera, no le cuesta esfuerzo al-guno a Camus el deducir una dorada medida de larebelión, la que enuncia bajo la forma del cogitocartesiano: "Me rebelo, luego somos". Tras estabreve incursión en una historia que no nombra, selimitará a llamar historia a lo que no será tal. Pues yaen adelante no se tratará de rebelión metafísica, lacual, es completamente incapaz de "sacar al hombrede su soledad", puesto que, al contrario, lo condenaa ella, en un enfrentarse interminable y vano con sucondición.

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Esta condición, para el rebelde, no es sino elmismo Dios: un Dios que se opone al rebelde, aloponerse éste a aquél. Ciertamente, Camus no esateo: es un antiteista pasivo. No niega a Dios,puesto que lo acusa de injusticia), no pretende triun-far sobre él (esto sería "desmedido"): sólo quieredesafiarlo, y permanecer sin descanso, frente a esteSeñor, como el esclavo rebelde. Un extraño esclavo,que sólo quiere "conquistar su propio ser y mante-nerlo frente a Dios" puro conflicto metafísico, en elque es claramente evacuado el hombre y su historia.Si Dios es el verdugo absoluto que, al condenar amuerte al hombre y al infligirle la tortura de lo Ab-surdo, lo enfrenta, sometiéndolo para siempre, a laInjusticia absoluta, naturalmente es incómodo tomaren serio las injusticias relativas, y casi vano, preten-der remediarlas: "Siempre los niños morirán injus-tamente, aun en medio de la sociedad perfecta". Así,el revolucionario es a la vez víctima y juguete deDios, ya que pretende igualarlo en poderío y contoda evidencia no puede lograrlo. En cambio, elrebelde es la víctima que se erige en un perpetuo de-safío: es la que no da a Dios la satisfacción de con-templar sus fracasos, pues ésta nada proyecta y, porconsiguiente, no puede fracasar.

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Ahora tenemos que esta recriminación contra unMal irreductible, que hasta entonces constituía loesencial del pensamiento de Camus se precisa aquíen una recriminación particular contra el Mal histó-rico: éste desempeñará por cierto tiempo el primerrol. Entendámonos, siempre que en el hombre sóloproceda de una defectuosa manera de situarse enrelación al Mal absoluto: "Sin duda, hay un mal quelos hombres acumulan en su esforzado deseo deunidad. Pero en el origen de este movimiento de-sordenado, hay otro mal. Frente a este mal, frente ala muerte, el hombre, desde lo más íntimo de su ser,clama justicia".

¿Deberemos sacar en conclusión que Camus, unavez más, limita a esta queja vana contra lo descono-cido, las verdaderas fuentes del "honor" de loshombres? En estas condiciones, el hombre rebeldesólo nos enseñaría que la rebelión de Sísifo ha per-dido su pureza primera: ahora se ha comprometido,se ha vuelto interesado, desde que ha consentido endistraer por un momento su orgulloso diálogo conel Absurdo para encarar una forma entre tantas otras dela sinrazón humana.

Confieso que tengo dificultades para dejar de la-do tal interpretación, que parece confirmada por

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tantos recortes; a mi manera de ver, todo ocurrecomo si Camus estuviese buscando, para sí mismo,un refugio y anticipadamente se esforzara por justi-ficar aquí un "desprendimiento", una evasión haciaalgún refugio donde pudiera finalmente entregarse alas delicias rebeldes de una existencia sin historia.De todas maneras, el libro nos propone frecuentesmanifestaciones de este maniqueísmo, que sitúa alMal en la historia y al Bien fuera de ella, y que, enconsecuencia, exige la elección en contra de ella, en lamedida de todo lo posible. ¿Cómo negar que la re-belión sea, de una manera bastante radical, rechazo dela historia, ya que una está caracterizada por la ''me-dida'', y que se concierte a la otra en la representa-ción misma de la "desmedida", del cinismo, de ladestrucción y del servilismo sin límites, una serieindefinida de "convulsiones", "una prodigiosa ago-nía colectiva"?

Evidentemente se piensa, en este punto, en esaimagen de la conciencia que Hegel llama la "ley delcorazón", y que pretende la actualización de este Uni-versal que es inmediatamente para sí, en tanto queconciencia singular. "Frente al corazón se levantauna realidad efectiva", que por una parte es "una leypor la cual la individualidad singular está oprimida,

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un orden del mundo, orden de opresión y de vio-lencia", y por otra parte, "una humanidad que nosigue la ley del corazón, sino que está sometida auna necesidad extraña". Esta humanidad, en conse-cuencia, no vive "en la unidad bienaventurada de laley con el corazón", sino "en un estado de separa-ción y de sufrimientos crueles"; y el corazón consi-dera este "orden divino y humano, orden apre-miante", como "una apariencia que aún debe perdercuanto le está asociado, es decir, el poder opresor yla realidad efectiva". Pero la conciencia no tarda endescubrir que ella es, en sí misma, una realidad efecti-va, de la misma manera que es ese corazón particular,puesto que éste -en su misma operación por ac-tualizar su ley- concurre, junto con todos los demáscorazones, a engendrar la realidad efectiva y nopuede evitar el reconocerla entonces, como su pro-pia esencia. Así, "dislocada en sus más íntimos refu-gios", la conciencia se ha transformado efecti-vamente en lo que no era (esta realidad exterior quetenía por aparente); pero ya no es lo que era (esteUniversal inmediato), sino de manera inefectiva.

La contradicción que planteaba entre ella y el or-den opresor, ahora debe vivirla en sí misma, como"la perversión interior de sí', como radical extrañeza

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con referencia a sí, como demencia. También se es-fuerza por proyectar fuera de sí esta perversión, porconsiderarla y enunciarla como "Otro" Es entoncescuando "denuncia el orden universal como una per-versión de la ley del corazón y de su felicidad: lossacerdotes fanáticos, los déspotas corrompidosayudados por sus ministros, que, humillando yoprimiendo, procuran resarcirse de su propia humi-llación, serían los inventores de esta perversiónejercida por la desgracia sin nombre de la humani-dad engañada".

El "orden universal" es el curso del mundo. Tomad aéste tal como se nos presenta hoy en día, traducid:"pastores fanáticos" por "militantes revo-lucionarios" y "déspotas corrompidos por "diri-gentes comunistas" (aunque debe ser posible, a decirverdad, tener en cuenta otras traducciones...), y ten-dréis una bastante interpretación del tipo de pro-testa que se ve aparecer en Camus, contra las urgen-cias de nuestra historia.

Bien sé que esta interpretación parece negada porciertos pasajes del libro, en los que Camus insiste alcontrario, con mucha fuerza, en la obligación im-puesta al hombre, de no ignorar la historia, puessería "negar lo real" al elegir "la ineficacia de la abs-

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tención": "...este tiempo nos pertenece, ¿y cómohemos de negarlo? Si nuestra historia es nuestroinfierno, no es posible volverle la cara. Este horrorno puede ser eludido, sino asumido para ser sobre-pasado por aquellos que la vivieron en la lucidez, yno por los que, habiéndola provocado, se creen conderecho de emitir su juicio". ¿Mediante qué sortile-gio tales declaraciones logran intranquilizar más delo que pretenden serenarnos? Es que, a decir ver-dad, ya vislumbramos, cada vez más claramente, lainsinuación de una actitud bastante semejante frentea la historia, de la que Camus ya preconizaba frenteal Mal absoluto: la actitud digna y sistemáticamenteinoperante, del "frente a frente" en rebelión. ¿LaHistoria es una variedad de lo Absurdo? Sea: enton-ces conviene mantener en nosotros el amargo pen-samiento de su existencia... pero absteniéndose deemprender cualquier cosa: "Ciertamente, el rebeldeno niega la historia que lo rodea, en ella trata deafirmarse, pero se encuentra frente a ella, como elartista frente a lo real, y la rechaza sin escaparle".

¿Cómo, otra vez aquí, no hemos de evocar a He-gel y a las características del "alma bella"? "La con-ciencia vive en la angustia de tener que hollar la es-plendidez de su inferioridad por la acción y el ser;

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aquí, y para preservar la pureza de su corazón, huyedel contacto de la efectividad y persiste en la tercaimpotencia... Su operación es aspiración nostálgi-ca..." Por otra parte, la evocación nos es propuestapor el mismo Camus, en el párrafo de su libro enque pretende para "los derechos y la grandeza de loque Hegel llamaba irónicamente el alma bella". Y,sin duda, la ironía hegeliana en sí misma importabastante poco: el inconveniente seria que expresarauna ironía de hecho, implícita en la ambigüedadmisma de nuestra condición histórica:

¿La esperanza de Camus, sería en verdad, su-primir el "curso del mundo" por el rechazo de todaempresa en el mundo? Reprocha a los stalinistas(pero también al existencialismo...) el ser totalmenteprisioneros de la historia: pero en definitiva no loestán mucho más que él, ellos lo son, únicamente demanera distinta. Y no se puede, sin contradicciones,considerar su comportamiento histórico como pri-vado de todo principio transcendente a la historia;cuando por otra parte se les ha reprochado el darmás valor, en Marx, al "profetismo" de su pensa-miento a expensas de su aspecto crítico: para poderproyectar esta "síntesis" última que debe ser la so-ciedad sin clases, es necesario que estén simultánea-

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mente "en" la historia y "fuera" de ella. Como todo elmundo, a decir verdad -aunque la posibilidad de con-cretizar esté más allá de la historia y de hacerle pro-ducir sus efectos en el mundo- varía según los con-tornos objetivos de cada situación particular... Que-da es cierto, que a partir de cualquier situación, ysupongámoslos casi ficticios, ciertos proyectos sedirigen expresamente a un porvenir histórico mientrasque otros se contentan con un porvenir individual.Pero entonces, de ambas cosas hay que eliminar unade ellas: o bien Camus preconiza un tipo de pro-yecto estrictamente individualista, o bien hay quereconocer que se encuentra exactamente en el casodel revolucionario, aun del stalinista, y que la únicadiferencia entre ellos reside en la definición sobre elporvenir que proyectan y sobre los medios que cre-en poder poner en juego para realizarlas. Aquí de-ben intervenir criterios que no pueden ser objetivos:cada uno tiene el suyo y aún si adopta los de otros, alos de la tradición, es siempre necesario que los elijay les dé valor. Al realizar esta elección ¿dejará de seruna conciencia históricamente situada? Si de unacierta manera estamos fuera de la historia es porquemientras nosotros estamos en ella, ella sólo es pornosotros. El "curso del mundo" es a la vez nuestra

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prisión y nuestra obra: de tal manera nunca es, ple-namente, ni lo uno ni lo otro. Nosotros somosquienes le aseguramos una relativa consistencia, so-brepasando cada uno de sus acontecimientos haciauna significación de conjunto, que es a la vez pos-tulado de un cierto futuro y descubrimiento de uncierto pasado y de un cierto presente. La historia seapodera de nosotros, pero nosotros la abarcamos,no dejamos de hacerla pero también ella nos hace anosotros y el riesgo es serio, en cuanto a nosotros,de ser "rehechos" por ella muy a menudo. Pero, escierto que Camus, justamente, se inclina a propo-nernos de no serlo jamás, mediante el no emprendernada; pero este principio negativo no podrá su-ministrarnos ningún criterio para el comporta-miento práctico, puesto que se trata precisamente denegar todo comportamiento. En resumen, tal actitudes insostenible: de tal manera el principio debe muypronto admitir un contenido real. Entonces deja deaparecer como situado más allá de la historia, y noexpresa sino uno de los sentidos según los cuales, esnecesario que el hombre, al fin de cuentas, consientaen vivir la historia. Si la rebelión de Camus quiereser deliberadamente estática, ésta no puede concer-nir sino al mismo Camus. Por poco que, en cambio,

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pretenda influir sobre el curso del mundo, se veobligada a entrar en el juego, a injertarse en el con-texto histórico, y determinar sus objetivos, eligiendosus adversarios... Pero, ¿cuál es entonces el princi-pio trascendente que dirige su imperativo a Camus,para que se rebele contra las revoluciones, y, prácti-camente, solo contra ellas?

Mantenida viva en el corazón de un proyecto re-volucionario, la rebelión puede, sin duda, contribuir ala salvación de la empresa, no cesando de manifes-tar en ella esta especie de exigencia absoluta y deimpaciente generosidad (este amor de los hombresvivos, tan bien expresado por Camus) que es la fun-ción misma de su autenticidad. Y no puede desco-nocerse que ésta está permanentemente expuesta atemibles mistificaciones; pero la peor ilusión ¿noestará en el proyecto de una rebelión pura que sólodescanse en sí? Al pretender moderar la historia, ycaptando sólo la "desmedida" bajo la forma revolu-cionaria, ¿el rebelde no se hará cómplice, con agra-do o sin él, de este otro frenesí, de sentido inverso,cuya supresión constituye la finalidad misma y elmás verdadero sentido de la empresa revolucio-naria? Para nuestros puntos de vista incorregible-mente burgueses, es muy posible que el capitalismo

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ofrezca un panorama menos "convulso" que el sta-linismo; pero ¿qué imagen ofrece al minero de pro-fundidad, al funcionario sancionado por causas dehuelgas, el malgache torturado por la policía, alvietnamés "limpiado" con una cachiporra, al tu-necino "ratizado" por la Legión?

Pero es cierto que no es fácil imaginar en Camusla menor indiferencia frente a estos crímenes cons-tantes, monstruosos, sin excusa, gracias a los cuales-y en espera de mejoras-nuestra civilización cree po-der sobrevivir. Y, por otra parte, es exactamente, enel instante en que sospechábamos que estaba jugan-do al escritor, expresando con hermosas frases, in-consistentes pensamientos, cuando nos sorprende yestremece al oír esta voz cercana, tan humana, car-gada por un real tormento... Creo que este tormentotenía mayores posibilidades de interesarnos a todos.¿Por qué nos lo ha hecho tan completamente extra-ño, al sacrificar su propia realidad a esta pseu-do-filosofía de una pseudo-historia de las "revolu-ciones"? El Hombre Rebelde es en primer lugar ungran libro fracasado: de allí precisamente, el mito aque diera muy pronto lugar. Aquí le rogamos a Ca-mus que no ceda a la fascinación y que vuelva a ha-llar en sí aquel acento personal, que hace que su

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obra permanezca, a pesar de todo, como irrempla-zable.

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Albert CamusCARTA A JEAN-PAUL SARTRE

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Señor Director:Tomaré por pretexto el artículo que, con irónico

título, me ha dedicado su revista, para someter aljuicio de sus lectores algunas observaciones acercade la actitud y el método intelectual que se pone demanifiesto en dicho artículo. Esta posición, de lacual, estoy seguro, usted no rehusa hacerse solida-rio, me interesa, en efecto, más que el artículo mis-mo, de cuya debilidad estoy sorprendido. Obligadoa referirme a él constantemente, sólo lo haré des-pués de aclarar que no lo considero un estudio, sinomás bien un objeto de estudio, es decir, un síntoma.También me excuso de ser tan extenso como uste-des lo han sido. Sólo trataré de ser más claro.

Mi esfuerzo consistirá en demostrar cuál puedeser la verdadera intención de su colaborador cuan-do practica la omisión, tergiversa la tesis del libroque se propone criticar y fabrica una biografía ima-

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ginaria de su autor. Una cuestión, en apariencia se-cundaria, puede situarnos de inmediato en el cami-no de una interpretación. Se refiere a la acogida que,según parece, tuvo mi libro en la prensa de derecha.El asunto sólo me hubiera afligido un poco. No sejuzga la verdad de un pensamiento según se lo co-loque a la derecha o a la izquierda, y aún menos deacuerdo a lo que la derecha y la izquierda puedenhacer de él. Si así fuese, Descartes sería stalinista yPeguy adoraría a Pinay. En fin, si la verdad me pare-ciera estar a la derecha, allí estaría yo. Es decir, nocomparto sus inquietudes (ni las de Esprit) a esterespecto. Por otra parte me parecen prematuras. Enefecto ¿cuál ha sido la actitud de la llamada prensade derecha? Para citar una página que está muy pordebajo de toda clasificación política, diré que hesido honrado con una ración de insultos en Rivarol.Por otra parte de la derecha clásica, La Table Ronde,mediante un artículo del señor Claude Mauriac, haformulado reservas acerca de mi libro y de la eleva-ción de mi carácter. (Cierto es que jamás he ampa-rado con mi nombre el inmundo artículo que ustedrecordará, publicado en Liberté de l'Esprit bajo la di-rección del mismo Mauriac. Pero si por inadverten-cia lo hubiese hecho -vea hasta que grado soy so-

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berbio- me habría excusado inmediata y pública-mente. Liberté de l'Esprit, justamente, (es cierto que setrata de la derecha no-clásica) no me ha tratadobien, consintiendo, sólo por esta vez, y para sacaruna ventaja, en no hacer alusión al supuesto estadode mi sistema respiratorio. Estos tres ejemplos bas-tan, al menos, para invalidar la tesis que sostiene sucolaborador. Sigue en pie el que mi libro haya sidoelogiado a veces por los cronistas literarios de losperiódicos llamados burgueses. En verdad, reveloaquí toda mi vergüenza. Pero al fin de cuentas, losmismos diarios ciertas veces han recibido bien loslibros de los escritores de Les Temps Modernes sin queestos últimos hayan sido acusados de convivenciacon el señor Villiers. En la sociedad en que todosvivimos, y en el estado actual de la prensa, ningunade mis obras podrá recibir jamás el beneplácito desu colaborador, según me temo, salvo que sea reci-bida por una andanada de injurias y una pronuncia-da y unánime condena. Aunque en verdad, esto yame ha ocurrido, y que yo sepa mi censor de hoy noha gritado entonces su admiración.

Cuando manifiesta compadecerse de verme víc-tima de amistades enojosas ¿he de pensar que cae-mos en frivolidad? No, pues esta misma actitud es,

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por sí misma, significativa. En realidad su colabora-dor no puede dejar de pensar que no existen fronte-ras precisas entre el hombre de derecha y la críticadel marxismo dogmático. En su opinión estos dostienen un punto común, y entonces se produce unasiniestra confusión. Quien no es marxista franca odisimuladamente se encamina o toma aliento en lasderechas. Esta es la primera suposición, conscienteo no, del método intelectual que es el tema de estacarta. Y como la posición clara que El Hombre Rebel-de adopta frente al marxismo no conviene a talaxioma, he aquí a lo que apunta en primer términosu colaborador acerca de mi libro. Debía desvalo-rizar esta posición mostrando que, al confirmar elaxioma, conduce a los infiernos reaccionarios si,quizá, no proviene de ellos. Como esto es difícil, ymás particularmente para los redactores de LesTemps Modernes, decírmelo sin tapujos, se empiezamanifestando preocupación con respecto a mis rela-ciones y vínculos, aun los involuntarios...

Si esta interpretación es correcta, permite, pues,comprender en gran parte su artículo. En efecto, nosiendo aún posible clasificarme dentro de la dere-cha, por lo menos se podrá mostrar, mediante elexamen de mi estilo o el estudio de mi libro, que mi

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actitud es irreal, antihistórica e ineficaz. Luego meserá aplicado el método de la autoridad que parecehacer furor entre los escritores de la libertad, parademostrar que, según Hegel y Marx, esta actitud sir-ve objetivamente a la reacción. Simplemente, comoautor y libro, simultáneamente, se oponen a estademostración, su colaborador, en forma valiente, harehecho mi libro y mi biografía. Secundariamente,como es muy difícil encontrar hoy en mi actitud pú-blica argumentos en favor de su tesis, se ha dirigido,para alcanzar algún día la razón, hacia un porvenirque me ha fabricado a su antojo y que me cierra laboca. Procuremos seguir en detalle este interesantemétodo.

En primer lugar, el estilo. Su artículo ve en él, condemasiada generosidad,. un "acierto casi total", de-plorándolo inmediatamente. Ya Esprit lamentabaeste estilo y sugería con menos precauciones, que ElHombre Rebelde había podido seducir a los espíritusderechistas por lo "feliz" de sus cadencias. Apenasreparé en lo poco cortés de hacer creer que el buenestilo es de derecha y que los izquierdistas deben,por virtud revolucionaria, escribir en jerga y mal.Prefiero afirmar, en primer término, que no me ha-go solidario de ningún modo con la opinión de su

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colaborador. No estoy seguro de que El Hombre Re-belde esté bien escrito, pero querría que lo estuviese.Y hasta puedo decir que, si es cierto que mis pen-samientos son inconsistentes, es preferible que mispensamientos estén bien escritos para que, al me-nos, el mal sea menor. En efecto suponed que ten-gáis que leer pensamientos en un estilo incompren-sible. ¡Qué horror! Pero la realidad es que a su cola-borador poco le importa mi estilo, ni el suyo, y suintención constante es bien clara. En efecto, utilizami propio análisis del arte formalista y del realista.Pero lo vuelve en contra mía. Sin embargo, debodecir que mi crítica del arte formal se refería, segúnla más estricta de las definiciones, a las obras queconstituyen meras investigaciones de forma y en lasque el tema es sólo un pretexto. Crítica que me pare-ce difícilmente aplicable, sin notable atrevimiento, aun libro consagrado exclusivamente al tema de larebeldía y el terror en nuestra época. Pero no obs-tante era necesario prever una posible objeción: milibro se situaba directamente en medio de la historiaactual para protestar y era, por lo mismo, aunquemodesto, un acto. Su artículo contesta por adelanta-do que, en efecto, contiene una protesta, pero queésta es "demasiado bella y soberana" y que, en todo

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caso, mi estilo tiene el enorme defecto de :no pre-sentar ninguna "baba de existencia" (sic). Entenda-mos que escribir bien (o al menos lo que su colabo-rador entiende por tal) consiste en privarse de exis-tencia, hasta bajo la forma de imperfecciones, enalejarse de la vida a la que sólo podemos acercarnosmediante fallas de sintaxis lo cual es la señal de laverdadera pasión, y en aislarse de las miserias hu-manas en una isla de frialdad y pureza. Puede verseque este argumento intenta ya, como dije, deste-rrarme de toda realidad. Por mi estilo, que es delhombre mismo, estoy, a pesar mío, condenado ahabitar la torre de marfil donde los soñadores de miestilo contemplan sin reaccionar los inexplicablescrímenes de la burguesía.

Igual operación se efectúa luego en cuanto al li-bro mismo, al que se intentará convertir, contra todaevidencia, en un manual antihistórico y catecismo deabstencionistas. Serán utilizados, entonces, los es-critos canónicos (quiero decir, Hegel y Marx) parademostrar que, a pesar de mi extensa crítica a la mo-ral formalista propia de la burguesía ese irrealismosirve, en verdad, al pensamiento reaccionario. Elprimer obstáculo, para esta demostración, es la obraque precedió a El Hombre Rebelde. Es difícil acusar de

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"trascendentalismo" a una obra que, buena o mala,sigue muy de cerca a nuestra historia. Su artículo de-muestra, pues, que esa obra tendía a elevarse a lasnubes y que El Hombre Rebelde no hace más que co-ronar, en medio de un coro ineficaz de ángelesanarquistas, esa culpable e irresistible ascensión.Naturalmente, para encontrar esa tendencia en miobra el mejor medio aún es el de colocarla en ella.Su artículo dirá pues que, al tiempo que El Extranjeroera narrado por una "subjetividad concreta" (meexcuso de este lenguaje), los acontecimientos de LaPeste son vistos por una "subjetividad fuera de situa-ción" que "no los vive y se limita a contemplarlos".Cualquier lector de La Peste, hasta el más distraído,con la sola condición de que lea el libro hasta el fin,sabe que el narrador es el doctor Rieux, protago-nista del libro, que tiene motivo suficiente para sa-ber de qué habla. Escrita en tercera persona, bajo laforma de una crítica objetiva, La Peste es una confe-sión y en ella todo está calculado para que sea tantomás completa cuanto más indirecta es la narración.Naturalmente, ese pudor puede calificarse de desa-pego, pero esto sería como suponer que la solaprueba de amor está en la obscenidad. El Extranje-ro, por el contrario, relato en primera persona, es un

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ejercicio de objetividad y de desprendimiento, talcomo, después de todo lo indica su título. Por otraparte, su colaborador está tan poco persuadido de la

legitimidad de su tesis4 que, desde el primer mo-mento, atribuye a los personajes de La Peste lo que élllama, desdeñosamente, una moral de Cruz Roja,olvidando aclarar cómo esos imbéciles pueden po-ner en práctica una moral de Cruz Roja con el soloejercicio de la contemplación. Puede hallarse, porcierto, que el ideal de esta estimable organizacióncarece de brío (al fin de cuentas puede parecerlo alque se encuentra en una templada sala de redac-ción), pero no puede negársele el apoyarse por unaparte en un cierto número de valores y preferir, porotra parte, una cierta manera de acción a la simplecontemplación. Pero ¿para qué insistir sobre estaprodigiosa confusión intelectual? Después de todo,a ningún lector, salvo en su revista, se le ocurriránegar que, si se ha producido una evolución desdeEl Extranjero a La Peste, ésta fue realizada en el senti-

4 Su artículo, asimismo, multiplica curiosamene las irresolu-ciones. "No es muy seguro que", "cómo hemos de dejar depensar que", "apenas si logro deshacerme de tal interpreta-ción", "no consigo tener seguridad", etc.

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do de la solidaridad y de la participación. Decir locontrario es mentir o soñar. Pero ¿cómo probar deotra forma, contra toda evidencia, que estoy al mar-gen de la realidad y de la historia?

Partiendo así de una hipótesis totalmente falsa,pero cómoda, sobre el contexto de una obra, su co-laborador pasa finalmente a El Hombre Rebelde. Seríamás exacto decir qué lo hace venir a él. En efecto,ha rechazado enérgicamente la discusión de las tesiscentrales de mi libro, es decir: la definición de unlímite que el movimiento mismo de la rebeldía hahecho surgir, la crítica al nihilismo poshegeliano y ala profecía marxista, el análisis de las contradiccio-nes dialécticas ante la finalidad de la historia, la crí-tica a la noción de culpabilidad objetiva, etc. Encambio, discute a fondo una tesis que no existe en ellibro.

Al tomar en primer lugar el pretexto de mi mé-todo, afirma que yo rechazo la influencia de los

factores económicos e históricos5 en la génesis delas revoluciones. En realidad. no soy ni tan tonto ni

5 Su colaborador y de manera puramente gratuita, me hacellamarlas "causas vulgares". Vulgar, es la calidad del argu-mento.

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tan inculto para eso. Si en una obra, yo estudiaraexclusivamente la influencia de la comicidad griegaen el teatro de Molière, esto no significaría que ne-gase las fuentes italianas de su obra. Con El HombreRebelde emprendí un estudio del aspecto ideológicode las revoluciones. A lo que no sólo tenía derecho,sino que también había cierta urgencia en empren-derlo, en un momento en que la economía es el pannuestro de cada día y en que centenares de volúme-nes y publicaciones llaman la atención de un públicodemasiado paciente, acerca de las bases económicasde la historia y de la electricidad sobre la filosofía.Lo que Les Temps Modernes hace a diario con tanbuena voluntad, ¿por qué había de rechazarlo yo?Es necesario especializarse. Yo no he hecho másque señalar, y lo mantengo, que en las revolucionesdel siglo XX hay, entre otros elementos, una claratentativa de divinización del hombre y este es el te-ma que he decidido especialmente aclarar. Estabaautorizado a ello, con la sola condición de enunciar claramentemi propósito, como lo hice. Esta es mi frase: "El propó-sito de este análisis no es el de hacer una descrip-ción, cien veces emprendida, del fenómeno re-volucionario, ni de rehacer el censo de las causashistóricas o económicas de las grandes revolucio-

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nes. Sólo se trata de hallar en algunos hechos revo-lucionarios la lógica consecuencia, las ilustraciones ylos temas constantes de la rebelión metafísica". Sucolaborador, al citar esta frase, decide -"pese a ello",tales son sus palabras- no tomarla en cuenta, decretaque esa modestia de tono esconde la mayor ambi-ción y declara que niego, en verdad, todo aquello deque no hablo. Especialmente, según parece, me de-sintereso, en provecho de la alta teología, de las mi-serias de los que tienen hambre. Algún día contesta-ré esta indecencia. Sólo dejo constancia aquí, y parami consuelo, de que un crítico cristiano, muy alcontrario, ha podido reprocharme el descuido de las"necesidades inmediatas?". Y aún noto, esta vez pa-ra total consuelo, que mi método queda justificadopor autoridades que su colaborador no se atreveríaa recusar. Me refiero a Alexandrov y a Stalin. Enefecto, el primero subraya, en la Literaturnaia Gaceta,que el segundo reaccionó contra la interpretaciónexcesivamente estrecha de la superestructura y de-mostró en forma feliz el papel capital que desempe-ñan las ideologías en la formación de la concienciasocial.

Esta opinión de peso me ayuda a sentirme menossolo en el método que he elegido. Aunque después

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de todo, creo que su artículo no se refería realmentea mi método. Sólo quería ponerme al margen, unavez más, y probar que hasta mis prejuicios contri-buían a alejarme de la realidad. Pero, al mismotiempo y por desgracia, es el método de su colabo-rador el que se halla en causa y se aleja de los textosque, al fin y al cabo, son una de las formas de la rea-lidad. He escrito, por ejemplo, "que se podía admitirque la determinación económica desempeñaba unpapel capital en la génesis de las acciones y de lospensamientos humanos", rechazando sólo que estepapel fuera exclusivo. El método de su colaboradorconsiste en decir a continuación que yo no admito elpapel capital desempeñado por la determinacióneconómica y que "con toda evidencia" (se trata, sinduda, de una evidencia interna), yo no creo en lasinfraestructuras.

De tal manera ¿para qué criticar un libro cuandose está decidido a no tener en cuenta lo que en él sedice? Este proceder, que es constante en su artículo,suprime toda posibilidad de discusión. Si yo afirmoque el cielo es azul y ustedes me hacen decir que esnegro, no me quedan más posibilidades que recono-cerme loco o afirmar que mi interlocutor es sordo.Felizmente, queda el estado real del cielo y en esta

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oportunidad, el de la tesis discutida, y por eso deboexaminar las razones de su colaborador para decidiracerca de mi locura o su sordera.

Más que sordo, me da la impresión de alguienque no quiere oír. Su tesis es simple: es negro lo queyo dije que era azul. Lo esencial del artículo se redu-ce, en efecto, a la discusión de una posición que nosólo no es la mía, sino que he discutido y combatidoen mi libro. Posición, que aunque todo El HombreRebelde la desmienta, resume de este modo: todo elmal se halla dentro de la historia y todo el bien fuerade ella. En este punto se hace necesaria mi contesta-ción, y he de decir con toda tranquilidad que talesprocederes son indignos. Que un crítico que se su-pone calificado, hable en nombre de una de las re-vistas importantes del país, presentando como tesisde un libro una proposición contra la cual una partedel libro está dirigida, ofrece un concepto indig-nante del desprecio que se tiene hoy por la simplehonestidad intelectual. Porque hay que pensar enaquellos que, leyendo el artículo, no tendrán la ideade acudir al libro o no dispondrán del tiempo nece-sario para ello y se creerán suficientemente infor-mados. Lejos de esto, habrán sido engañados y suartículo les habrá mentido. En efecto, El Hombre

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Rebelde se propone -cerca de un centenar de citaspodrán probarlo cuando sea necesario- demostrarque el antihistoricismo puro, por lo menos en elmundo actual, es tan peligroso como el puro histo-ricismo. He dicho, para quienes quieran leerlo, queel que sólo cree en la historia se dirige hacia el terrory que el que no cree en ella en absoluto autoriza alterror. En él se dice qué "existen dos clases de inefi-cacia: la de la abstención y la de la destrucción";"dos suertes de impotencia: la del bien y la del mal".Por fin, y especialmente, se demuestra en él que"negar la historia viene a ser lo mismo que negar loreal", de la misma manera, ni más ni menos, "que sealeja de la realidad quien quiere considerar la histo-ria como un todo que se basta a sí mismo".

Pero, ¡para qué los textos! Su colaborador no lostoma en cuenta. El está cómodo con historia, nocon la verdad. Cuando escribe, como si extractara:"En cuanto se duda de los principios eternos, de losvalores no encarnados, en cuanto la razón se poneen movimiento, el nihilismo triunfa", me da a elegirentre su malevolencia o su incompetencia. En reali-dad, la una se suma a la otra. Quien ha leído el librocon seriedad (y mantengo las citas a su disposición)

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sabe que, para mí, el nihilismo coincide también conlos valores desencarnados y formalistas.

La crítica de la revolución burguesa y formalistadel 89 es paralela en mi libro a la cínica del siglo xxy está demostrando que, en ambos casos, aunquepor opuestos excesos, ya sea porque los valores es-tén situados más allá de la historia, ya sea porqueestén absolutamente identificados, el nihilismo y elterror se justifican. Al suprimir sistemáticamenteuno de los aspectos de este doble crítica, su redactorsantifica la tesis, pero sacrifica sin pudor la verdad.

La verdad, que es preciso volver a escribir y rea-firmar ante este artículo, es que mi libro no niega lahistoria (negación que estaría desprovista de senti-do) sino que sólo critica la actitud que lleva comofinalidad el convertir a la historia en un absoluto.No es la historia, pues, lo que se rechaza, sino unpunto de vista, un modo de encarar el espíritu frentea la historia; no la realidad, sino, por ejemplo, el crí-tico suyo y su tesis.

Por otra parte, éste reconoce que algunos de mistextos van contra esa tesis. Pero sólo se pregunta,mediante qué sortilegios estos textos no cambian ennada su convicción. En efecto, es un milagro. Y sejuzgará de su alcance al saber que no son dos o tres

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textos los que van contra esa inquebrantable con-vicción, sino el libro entero, su intento, su análisis, eincluso -pido perdón a Hegel, del que se me recitandoctoralmente tres páginas sobre los inconvenientesdel corazón -su profunda pasión. En todo caso, uncrítico leal y sagaz, en vez de tratar de ridiculizaruna tesis imaginaria, se hubiera confrontado con miverdadera tesis, que afirma que servir a la historiapor la historia misma conduce a cierto nihilismo. Encuyo caso él habría intentado probar que la historiapuede aportar, por sí sola, valores que no sean losde la sola fuerza, o intentando probar que el hom-bre puede guiarse dentro de la historia sin recurrir aningún valor. No creo que estas demostracionessean fáciles, pero no he de creer que sean imposi-bles para un espíritu mejor dotado que el mío. Elintentarlo nos hubiera hecho progresar a todos enconjunto, y, a decir verdad, no esperaba menos deusted. Veo que me engañé. Su colaborador ha prefe-rido suprimir la historia en mi razonamiento parapoder acusarme más fácilmente de suprimirla en larealidad. Como esta operación no era fácil, y fuenecesario utilizar un método de torsión incom-patible con la idea que me he hecho de una laborcrítica calificada, resumiré, dándole un ejemplo de-

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finitivo de ese método. En efecto, su crítico me haceescribir que el existencialismo (como el stalinismo)es prisionero de la historia, con lo que triunfa, deesta manera, sin gran trabajo, asestándome ese lugarcomún de que todos somos, incluso yo, prisionerosde la historia y que no me cabe dármelas de emanci-pado. Sin duda, éstas son cosas que conozco mejorque él. Pero al fin de cuentas, ¿qué había escrito yo?Que el existencialismo estaba "sometido, también él,al historismo y a sus contradicciones". En este caso,como en todo su artículo, reemplaza historismo porhistoria, lo cual en efecto, basta para transformar milibro en su opuesto y a su autor en idealista impeni-tente. Dejo librado a su criterio el juzgar la seriedady dignidad de semejante método.

Luego de esto, poco importa que su crítico exa-mine de manera absolutamente frívola, graciosa odesdeñosa, ciertas demostraciones secundarias, nique en su inconsciencia vaya hasta el punto de re-tomar mis tesis para oponerlas a la tesis imaginaria

que ha tomado como deber combatir6. Su labor está

6 Para terminar, copia, en efecto, ciertas páginas de Elt Hom-bre Rebelde, pero rehaciéndolas por su cuenta. Sólo el pensa-miento íntimo no cambia. Mas lejos diré cómo es esto.

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cumplida, estoy juzgado, y mi juez también lo está.Puede decidir que demuestro mi desprendimientode la historia, que nada emprendo y que renuncio atoda eficacia. Entonces lanzará sobre mí a indochi-nos, argelinos, malgaches y mineros, todos entre-mezclados y puede también deducir que esta posi-ción que nunca sostuve, es insostenible. Le bastará,en efecto, para destruir el último obstáculo de tanequitativa demostración, rehacer mi biografía paraservir mejor los intereses de su tesis, explicar, porejemplo, que durante largo tiempo he vivido en laeuforia un poco obnubilada de las playas del Medi-terráneo, que la Resistencia (que en mi caso precisoél ve justificada) me ha revelado la historia en laúnica condición en que me era permitido tragarla:en pequeñas dosis purificadas; que las circunstanciashan cambiado y que, al convertirse la historia enalgo demasiado brutal para mi organismo exquisito,de inmediato empleé habilidades de que dispongo,para preparar mi giro y justificar un porvenir de ju-bilado, amigo de las artes y de los animales. De todocorazón perdono estas inocentes tonterías. Su cola-borador no está obligado a saber que esos proble-mas coloniales, que según parece le impiden dormir,me han impedido hace ya veinte anos ceder al total

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embrutecimiento del sol. Estos argelinos te de quie-nes él hace su pan cotidiano han sido, hasta la gue-rra, mis compañeros en un combate poco conforta-ble. Tampoco está obligado a comprender que laResistencia (en la que sólo desempeñé un papel se-cundario) nunca me pareció una forma feliz ni fácilde la historia, así como tampoco lo piensan cadauno de aquellos que, en verdad, han sufrido, handebido matar, o fueron muertos. Sin embargo, quizáfuese necesario decirle que, si bien es cierto que noestoy preparando un retiro consagrado a los place-res del arte, su actitud y la de algunos más bien po-drían impulsarme a ello. Pero en tal caso lo diría sinrodeos y no me dedicaría a escribir unas cuatro-cientas páginas. Este método directo merecería miestima, la cual, y para terminar, no puedo conceder asu artículo, tal como usted lo habrá comprendido.En efecto, no he hallado en él ni generosidad nilealtad hacia mí, sino únicamente el rechazo de todadiscusión profunda y la voluntad vana de traicionar,adulterándola, una posición que no podía traducirsesin ponerse de inmediato en el caso de un verdade-ro debate.

Aclarado esto, ¿cómo se explica que su artículo sehaya creído con derecho a tergiversar de tal manera

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una tesis que en mi opinión merecía, al menos si nosu simpatía, por lo menos un examen honesto? Paracontestar esta cuestión, me veo obligado a tomar ami vez la posición del crítico y dar vuelta en ciertamanera la situación. En efecto, será darle vuelta eldemostrar que la actitud atestiguada por su artículose apoya filosóficamente sobre la contradicción y elnihilismo, e históricamente, sobre la ineficacia.

Comencemos por la contradicción. Resumiendoa grandes trazos, en su artículo, todo se desarrollacomo si ustedes defendieran el marxismo, en tantoque dogma implícito, sin poder afirmarlo en tantoque política abierta. En primer lugar daré las razo-nes y, luego, explicaré paso a paso la primera partede mi proposición. Sin duda usted no es marxista,como todos lo saben, en el sentido estricto del tér-mino. Sin embargo de su artículo se desprende:

1º. Un esfuerzo indirecto, para derivar hacia laderecha, aún en mi caso, todo lo que es crítica delmarxismo (ver lo precedente).

2º La afirmación mediante el método de reco-nocida autoridad, apoyado en Marx y en Hegel, deque el idealismo (con el cual se trata de identifi-carme, a pesar de mi libro), es una filosofía reac-cionaria

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3º El silencio o la irrisión a propósito de todatradición revolucionaria que no sea marxista. LaPrimera Internacional y el movimiento bakuninista,aún vivo entre las masas de la C.N.T. española yfrancesa, son ignorados. Los revolucionarios de1905 cuya experiencia ocupa el centro de mi libro,son totalmente silenciados. El sindicalismo revolu-cionario es dejado de lado, mientras que mis verda-deros argumentos en su favor, apoyados en susconquistas y sobre la evolución puramente reaccio-naria del socialismo cesáreo, son defraudados. Sucolaborador escribe como si ignorase que el mar-xismo no inicia la tradición revolucionaria, así comotampoco la ideología alemana abre los tiempos de lafilosofía. Mientras que El Hombre Rebelde exalta latradición revolucionaria no marxista, su artículo sedesarrolla curiosamente como si sólo hubiera existi-do siempre la tradición marxista. La tergiversaciónque de mi tesis hace a este respecto es significativa.Postulando, sin dignarse explicar, que el sindica-lismo revolucionario, o cuanto se le parece, no pue-de ser elevado a la dignidad histórica, deja pensar,contrariamente a sus antiguas posiciones, que nohay una tercera solución y que no tenemos más sali-da que el statu quo o el socialismo cesáreo: de allí,

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llega a la conclusión, justificando así lo peor denuestro tiempo, de que la verdad en historia seidentifica con el éxito. Solamente, y para terminar, elmarxismo será revolucionario, porque sólo él, hoy,en el movimiento revolucionario, dispone de unejército y de una policía.

Estos tres casos, de todas maneras, me autorizana decir que su artículo está planeado como si elmarxismo estuviese sostenido por un dogma implí-cito. Pues si es posible refutar el idealismo en nom-bre de una filosofía, aún relativista, de la historia, yaes más difícil hacer con ello una teoría reaccionariasin hacer un llamado a lo material de las ideas y delos conceptos que se encuentran en Marx. Y es fran-camente imposible negar al socialismo no marxista,por ejemplo a la moral del riesgo histórico que hasido definida en mi libro, toda eficacia y toda serie-dad, sin hacerlo en el nombre de una necesidadhistórica que no se encuentra en Marx y sus discí-pulos. Su artículo, si pudiera enriquecer algo, sóloreforzaría la filosofía marxista de la historia.

Pero, simultáneamente, esta filosofía no estáafirmada como política abierta y quiero tomar, amanera de prueba, dos síntomas de traba.

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1º El rehusar la leal discusión de las tesis sobreMarx y sobre Hegel y tomar explícitamente posicióna este respecto. ¿Hay o no hay una profecía marxis-ta, y está hoy contradicha por hechos numerosos?¿la Fenomenología del alma autoriza o no una teoría delcinismo político? y, por ejemplo, han habido o nohegelianos de izquierda que influyeron en este sen-tido el comunismo del siglo XIX? Estas tesis, cen-trales en mi libro, ni siquiera están referidas en suartículo. En cuanto al primer punto, por ejemplo, nohe dicho que Marx estuviese equivocado en su mé-todo crítico (muy al contrario, lo he elogiado), sinoque una gran parte de sus predicciones se habíandesplomado. Y esto era lo que había que discutir. Suartículo se ha limitado a hacer referencia a que yosólo ponderaba a Marx para atacarlo con mayor

fuerza7. Dejemos de lado este absurdo demasiadometódico. Pero esta falla tiene el mismo sentido quela hecha a mis críticas marxistas. Naturalmente, ellapuede significar hasta qué grado llega el desprecio ala inteligencia o a la competencia del autor de quien

7 Digo textualmente que Marx ha mezcado en su doctrina "elmétodo crítico más valedero y el mesianismo utópico másdiscutible".

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se habla, que hasta se niega su discusión. Y es, enefecto, el tono de superioridad que a veces, y nodudo que en justo título, se otorga su crítico. Peroentonces, ¿para qué habla del autor y de su libro? Apartir del momento en que lo trata, el silencio de sucolaborador como el de los marxistas obliga a pen-sar que las tesis de Marx son consideradas comointocables. Pero, no pueden serlo, ya que el marxis-mo es también una superestructura. Si se cree en lasinfraestructuras así como, "con toda evidencia" creeen ellas su revista, se hace necesario admitir que, enefecto, el marxismo, tras un siglo de transformacio-nes aceleradas en nuestra economía, debe haberseagotado por lo menos en cierto punto y puede, enconsecuencia, admitir sin escándalo una crítica co-mo la mía. No admitirlo resulta lo mismo que negarlas infraestructuras y volver al idealismo. El mate-rialismo histórico por su misma lógica, debe su-perarse o contradecirse, corregirse o desmentirse.De cualquier manera, quienquiera lo trate con serie-dad debe criticarlo, y en primer lugar están los mar-xistas. Se hace, pues, necesario, si se lo trata, su dis-cusión, y su artículo no lo discute. Como no puedodeducir que su colaborador trate con frivolidad unadoctrina que es su alimento fundamental, me limita-

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ré a hacer notar su irresolución, que en suma me pa-rece aumentar en cuanto se trata de las implica-ciones propiamente políticas de su tesis.

2º Silencia, en efecto, todo cuanto en mi libro serefiere a las desgracias y a las implicaciones pro-piamente políticas del socialismo autoritario. Frentea una obra que, a pesar de su idealismo, estudia endetalle las relaciones entre la revolución del siglo XX

y el terror, Su artículo no contiene una palabra sobreeste problema y a su vez se refugia en el pudor. Unasola frase, al final, sugiere que la autenticidad de larebelión está permanentemente expuesta a temiblesmistificaciones. Esto interesa a todo el mundo y anadie, y me da la impresión de estar culpablementehalagado de esa vana melancolía que su artículo,junto con Hegel imputa a las almas nobles. De cual-quier manera me parece difícil, si se opina que elsocialismo autoritario es la experiencia revolu-cionaria principal en nuestro tiempo, no estar deacuerdo con el terror que supone, precisamente hoy,para dar un ejemplo real, el hecho de los campos deconcentración. Ningún crítico de mi libro, que este afavor o en contra, puede dejar de lado este pro-

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blema8. Sé, sin duda, que el llamado a ciertas rea-lidades, en verdad demasiado temporales, causasiempre alguna impaciencia; por doloroso que fueseno puede colocarse en la balanza con el sufrimiento,indudablemente histórico, de millares de hombres. yme parecería normal, y casi valiente, que al abordarfrancamente este problema justificara usted la exis-tencia de estos campos. Lo que es anormal, y trai-ciona su titubeo a este respecto, es que usted nohabla de ello al tratar de mi libro, sino para acusar-me de no ubicarme en el corazón de las cosas.

Al comparar esas dos series de síntomas puedeen todo caso juzgarse que mi interpretación es vero-símil: su artículo parece decir sí a una doctrina y si-lenciar la política que consigo trae. Mas hay que ad-vertir que esta contradicción de hecho evidencia unaantinomia más profunda, que me queda por descri-

8 Debo contestar aquí a la objeción: "Nosotros barremos enprimer lugar nuestra puerta: antes es el malgache que el kir-ghise". Esta objeción, a veces válida, no lo es en el presentecaso. Usted guarda el derecho relativo de ignorar la cuestiónconcentratoria en Rusia, mientras no aborda los problemasplanteados por la ideología revolucionaria en general y elmarxismo en particular. Lo pierde al abordarlos y los abordaal tratar de mi libro.

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bir y que opone su colaborador a sus propios prin-cipios.

Me parece que ya este último permite compren-der ese conflicto cuando nos habla de nuestras mi-ras "incorregiblemente burguesas". Sin duda el plu-ral es aquí excesivo, pero el adverbio es signifi-cativo. En efecto, hay arrepentimiento en el caso deestos intelectuales burgueses que quieren expurgarsus orígenes, aunque sea al precio de la contradic-ción y de una violencia llevada sobre su inteligencia.En el presente caso, por ejemplo, el burgués es elmarxista, mientras que el intelectual defiende unafilosofía que no puede conciliarse con el marxismoY no es su propia doctrina la que el autor de estesingular artículo defiende (ella puede defenderse pormedios decentes y con el solo ejercicio de su inteli-gencia), sino el punto de vista y las pasiones delburgués arrepentido. Quizá esto sea así para ciertospuntos de vista patéticos. Pero aquí yo no quieroexplicar ni juzgar; sólo me interesa el describir unacontradicción, latente en su artículo y también con-fesada en el giro de una frase. Hay que decir queésta es ahora esencial. ¿Cómo no había de serlopuesto que no se podría ser verdaderamente mar-xista a partir de vuestros propios principios? Y si no

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se lo es, ¿cómo condenar tan absolutamente mi li-bro? Para afirmar la tesis que se limita a utilizar, sucrítico debiera en primer lugar refutar los libros dela mayoría de sus colaboradores y, luego, ciertoseditoriales de su revista. Para legitimar la posiciónque toma frente a mi libro, debiera demostrar, con-tra todos los Les Temps Modernes que la historia tieneun sentido necesario y una finalidad, que el rostroespantoso y desordenado que nos muestra, no es unseñuelo, sino que al contrario, ella progresa inevi-tablemente, aunque con altos y bajos, hacia ese mo-mento de reconciliación en que podremos dar elsalto hacia la libertad definitiva. Aún en el caso deque declarase no admitir sino una parte del marxis-mo y rechazar otra, la única que pueda elegir sincontradecir sus postulados es el marxismo crítico,no el profético. Pero entonces, ni reconocería elbuen fundamento de mi tesis y desmentiría su artí-culo. Sólo los principios del marxismo profético(junto con los de una filosofía de la eternidad), pue-den en efecto autorizar el rechazo puro y simple demi tesis. Pero ¿pueden ellos ser afirmados sin con-tradicción y de plano en su revista? Pues, al fin y alcabo, si el hombre no tiene un fin que pueda elegir-se de acuerdo con su valor, ¿cómo puede la historia,

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desde ya, tener un sentido perceptible? Si en efectotiene uno, ¿por qué el hombre no haría suyo estefin? Y si así lo hace, ¿cómo puede estar entonces enla terrible e incesante libertad de que usted habla?Estas objeciones, que pueden ser desarrolladas, son,desde mi punto de vista, considerables. Sin duda nolo son menos para su crítico, puesto que elude total-mente la única discusión que hubiese debido inte-resar a Les Temps Modernes: la que concierne al fin dela historia. El Hombre Rebelde trata de demostrar, enefecto, que los sacrificios exigidos, ayer y hoy, por larevolución marxista, no pueden justificarse sino enconsideración a un fin feliz de la historia, al tiempoque la dialéctica hegeliana y marxista, cuyo movi-miento no puede detenerse sino arbitrariamente,excluye este fin. Sobre este punto, sin embargo ex-tensamente desarrollado en mi libro, su redactor nodice una palabra. Pero es que el existencialismo deque hace profesión estaría amenazado en sus fun-damentos mismos si se admitiese la idea de un finprevisible de la historia. Para conciliar el marxismo,debiera en último caso demostrar esta difícil propo-sición: la historia no tiene fin, pero tiene un sentidoque sin embargo le es trascendente. Esta condiciónpeligrosa es quizá posible y sólo deseo poder leerla.

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Pero mientras no haya sido determinada y mientrasusted acepte la contradicción de que es testimoniosu artículo, no escapará usted a consecuencias queme parecen a la vez frívolas y crueles. Liberar alhombre de toda traba para luego comprometerloprácticamente en una necesidad histórica es lo mis-mo que quitarle, en primer lugar, sus razones de lu-char para luego lanzarlo a cualquier partido, a solacondición de que éste no tenga más regla que la efi-cacia. Es entonces pasar, según la ley del nihilismo,de la extrema libertad a la extrema necesidad; no esotra cosa sino dedicarse a fabricar esclavos. Cuan-do, por ejemplo, su redactor simula tras de haberlolargamente desvalorizado, el hacer alguna concesióna la rebelión, cuando escribe: "Mantenida viva en elcorazón de un proyecto revolucionario, la rebelión -puede sin duda contribuir a la salud de la empresa",puedo extrañarme al ver que se me opone este her-moso pensamiento ya que, textualmente he escrito:"El espíritu revolucionario en Europa puede tam-bién por primera y última vez, reflexionar sobre susprincipios, preguntarse cuál es la desviación que lopierde en el terror y en la guerra y volver a hallar,junto a las razones de su rebelión, su fidelidad". Pe-ro el acuerdo sólo es aparente. La verdad es que su

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colaborador quisiera que la rebelión fuese contratodo. salvo contra el partido y el estado comunista.En efecto, él está por la rebelión, y ¿cómo no habíade estarlo en la condición en que su filosofía lo des-cribe? Pero está tentado por la rebelión que toma laforma histórica más despótica, ¿y cómo pudiera serde otra manera puesto que por ahora esta filosofíano da ni forma ni nombre a esta extraña indepen-dencia? Si él quiere rebelarse, no puede hacerlo ennombre de esa naturaleza humana que niega; asípues, teóricamente, lo haría en nombre de la histo-ria, a condición, puesto que no es posible la insu-rrección en nombre alguno, que se trate de una his-toria puramente significativa. Pero la historia, únicarazón y única regla, estaría entonces divinizada yesto es, entonces, la abdicación de la rebelión frentea los que pretenden ser los sacerdotes y la Iglesia deeste dios. También sería ello la negación de la li-bertad y de la aventura existenciales. Mientras nohaya usted aclarado o desmentido esta contradic-ción, colonizado o proscrito el marxismo, ¿cómo nohemos de tener fundamentos para decir que ustedno escapa, aunque usted esté en él, al nihilismo?

Y este nihilismo, a pesar de las ironías de su artí-culo, es también el de la ineficacia. Una actitud se-

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mejante acumula dos especies de nihilismo, el de laeficacia a todo precio y el de la abstención práctica.Es algo así corno elegir contra la realidad un dogmarealista al que se puede referir constantemente sinadherirse realmente a él. No por nada su artículo nopuede abordar de frente la realidad de un texto y seobliga para criticarlo, a sustituirlo con otro. No pornada, frente a un libro que se preocupa por enterode la situación política de Europa en 1950, su artí-culo no alude en absoluto a las cuestiones de la horaactual. Es que para hacer alusión a ellos, sería nece-sario pronunciarse, y si bien no es difícil para suredactor, elegir entre el racismo y el colonialismo, sucontradicción le impide pronunciarse claramente enlo que se refiere al stalinismo. De tal manera, él quehace inevitable la elección, nada elige, sino una ac-titud de pura negatividad. Si elige, en todo caso nolo dice, lo cual es como no elegir. Parece decir quesólo se puede ser comunista o burgués y simultá-neamente, sin duda para no perder nada de la histo-ria de su tiempo, elige el estar entre ambos. Conde-na, en tanto que comunista, pero se disfraza de bur-gués. Pero no es posible ser comunista sin sentirvergüenza de ser burgués, e inversamente; al inten-tar estar en ambos, sólo se acumulan dos especies

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de trabas. De tal manera el autor de su artículo semanifiesta en una doble dificultad; una, causada porsus ojos burgueses, y la otra que le hace pasar ensilencio su verdadero pensamiento y que, en conse-cuencia, le obliga a falsear el pensamiento de losdemás. Así se obtiene, en lugar de doctrina y de ac-ción, un curioso complejo en que se mezclan arre-pentimiento e insuficiencia. Por poderoso que seaeste doble esfuerzo, no llego a pensar que puedajamás pretender insertarse en la realidad, sino bajola forma de sumisión. En todo caso, esto no autori-za a nadie a tomar la posición de un profesor deenergía, a juzgar desde lo alto a quienes rechazan elculto de la eficacia por sí misma, y especialmente ahablar en nombre de los trabajadores y de los opri-midos. Y si es posible, ciertamente, el comprendereste complejo, no se puede, a pesar de todo, darleotro nombre, sino el suyo propio; una abstención,aunque privada de la modestia que debiera acom-pañarla y que hace fecundas ciertas abstenciones.

En conclusión, incapaz de elegir entre la relativalibertad y la necesidad de la historia, hay que temerque semejante actitud nos lleve sólo a pensar en elsentido de la libertad y a votar en el de la necesidada cambio de presentar estos hermosos acomodos

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como un compromiso viril. Pero quien todo quiereganarlo lo puede perder todo. Y su crítico, porejemplo, me acusa sin pruebas (y aún contra laspruebas) de no querer hacer nada o emprender na-da, entregándose a otra especie de locura que es lade no hacer nada mediante el emprenderlo todo. Algritar que los demás se pierden en las nubes, vuelade esta manera entre el cielo y la tierra, sin mirar asus pies donde toda la policía trabaja. ¿En verdadignora que la policía trabaja? No quiero siquieraaveriguarlo. Aunque ya comienzo a estar un pococansado al verme, y al ver especialmente a antiguosmilitantes que nunca rechazaron nada de las luchasde su tiempo, recibir sin tregua lecciones de eficaciapor parte de censores que nunca se ubicaron sino enel sentido de la historia; no insistiré sobre la calidadde complicidad objetiva que supone a su vez unaactitud semejante. Y puedo arriesgar aquí, en nom-bre de este tormento que su artículo me atribuyecomo prima de consuelo y que me hubiera gustadorecibir en semejante ocasión, en nombre de esta mi-seria que suscita la voz de millares de abogados ynunca la de un solo hermano, de esta justicia quetambién tiene sus fariseos. de estos pueblos cínica-mente utilizados para las necesidades de la guerra y

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del poder, de estas víctimas que se intercambian losverdugos y que son doblemente engañadas, ennombre, en fin. de todos aquellos para quienes lahistoria es una cruz antes de ser un tema de tesis, si,es aquí donde arriesgaría adoptar otro lenguaje.

Pero, ¿para qué? Aunque su artículo haya pre-tendido ignorarlo, todos estamos en el riesgo y en elsudor, en busca de nuestras verdades. Y es por elloque no tomaré con tanta ligereza como usted untono de condena, y limitándome a señalarle unacontradicción, no prejuzgaré qué solución pudierausted darle. Por mi parte, no tengo nada definitivoque proponer, y a veces, me parece que distingocuanto debe morir en este viejo mundo, tanto al estecomo al oeste, en las doctrinas como en la historia,y todo cuando debe sobrevivir. Tengo entonces lacerteza de que nuestra labor única debiera ser la de-fensa de esta frágil posibilidad. Probablemente milibro no tuviera otro sentido, y ciertamente estacarta sólo tiene ese sentido. Si su artículo sólo hu-biera sido frívolo y su tono únicamente inamistoso,me hubiese callado. Si al contrario me hubiera criti-cado severamente, pero con rectitud, lo hubieseaceptado, tal como siempre lo he hecho. Pero porrazones de comodidad intelectual y en la creencia de

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que le sería gratuito el no hacerme justicia, su autorsimuló equivocarse sobre cuanto leía y no ver losaspectos de nuestra historia que he procurado pre-sentar. Desgraciadamente, no es a mí a quien nohizo justicia, sino a nuestras razones de vivir y deluchar y a la legítima esperanza que tenemos de so-brepasar nuestras contradicciones. Entonces mi si-lencio ya no fue posible. Pues nada sobrepasaremos,ni en nosotros ni en nuestro tiempo, si soportamospor poco que fuera, el olvido de nuestras contradic-ciones, la utilización, en los combates de la in-teligencia, de los argumentos y un método del quepor otra parte no aceptamos las justificaciones filo-sóficas, si consentimos en liberar teóricamente alindividuo mientras admitimos prácticamente que elhombre pueda ser en ciertas condiciones esclavi-zado, si soportamos el ataque a todo cuanto sea fe-cundo y al porvenir de la rebelión en nombre detodo lo que en ella, aspira a la sumisión, si en fincreemos poder rechazar toda elección política sindejar de justificar que, entre las víctimas, algunasdeban ser citadas en la orden de la historia y otrosexilados en un olvido sin tiempo. Estas hábiles dis-tinciones, para terminar, abruman a la miseria quetan ruidosamente pretendíamos servir. No combati-

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remos, puede usted estar seguro de ello, a los seño-res insolentes de nuestro tiempo distinguiéndolosde los esclavos.

¿Qué diferencia habría en hacer distinciones en-tre los señores y resignarse a una preferencia quedebiera entonces ser reconocida abiertamente? Elhermoso método que he tratado de describir aquí,lleva en todo caso a estas consecuencias que sin du-da puede usted rechazar tal como lo hiciera hastaahora, pero a condición, y esto resume mi carta, derechazar abiertamente el método mismo y sus vanasventajas.

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Jean-Paul SartreRESPUESTA A ALBERT CAMUS

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Mi querido Camus:Nuestra amistad no era cosa fácil, pero he de la-

mentarla. Si usted la rompe hoy, es sin duda porquedebía quebrarse. Muchas cosas nos acercaban, po-cas nos separaban. Pero este poco ya era demasiado:la amistad, también ella, tiene tendencias de ser to-talitaria; se hace necesario el acuerdo en todo o lasrencillas, y las mismas indeterminaciones se con-vierten en militantes de partidos imaginarios.

No he de repetirlo: esto está en el orden de lascosas. Pero, precisamente por ello hubiera preferidoque nuestra actual diferencia fuese de fondo y queno se le mezclara no sé qué resabio de vanidad he-rida. ¿Quién lo hubiera dicho, quién hubiese creídoque entre nosotros todo terminaría por una querellade autores en que usted desempeñaría de papel deTrissotin y yo el de Vadius? No quería contestar: ¿aquién convenceré? A sus enemigos, con seguridad,

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quizá mis amigos. ¿Y usted? ¿A quién quiere con-vencer? A sus amigos y a mis enemigos. Para nues-tros enemigos comunes que forman legión, seremosmotivo de risa: esto es lo cierto. Desgraciadamenteusted me ha puesto tan deliberadamente sobre eltapete y en un tono tan desagradable que no puedoguardar silencio sin volver la cara. Así pues, con-testaré: sin cólera, pero por primera vez desde quelo conozco, sin ambages. Una mezcla de suficienciasombría y de vulnerabilidad me ha descorazonadosiempre para decirle a usted la verdad por entero.La resultante es que usted ha sido presa de una os-cura desmedida que disfraza sus dificultades interio-res y a la que usted llamará, según creo, medida me-diterránea. Tarde o temprano, alguien se lo hubieradicho: tanto da que sea yo. Pero no. tema, no inten-taré describirlo a usted, no quiero caer en el re-proche que gratuitamente usted le hace a Jeanson:hablaré de su carta y sólo de ella. con algunas refe-rencias a sus obras si es necesario.

Ella por sí misma basta para demostrar am-pliamente -si es necesario hablar de usted así comoel anticomunista habla de la U.R.S.S.: ¡ah! como ustedhabla- que ya cumplió usted su Thermidor. ¿Dóndeestá Meursault, Camús? ¿Dónde está Sísifo? ¿Donde

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están hoy estos troskistas de corazón, que predica-ban la Revolución permanente? Sin duda asesinadoso en exilio. Una dictadura violenta y ceremoniosa hahecho presa de usted, y ella se apoya en una buro-cracia abstracta y pretende hacer imperar la ley mo-ral. Ha escrito usted que mi colaborador "quisieraque nos rebelásemos contra todo excepto contra elpartido y el Estado comunista", pero por mi parteveo que usted se rebela más fácilmente contra elEstado comunista que contra usted mismo. Pare-ciera que la preocupación de su carta fuese el po-nerse lo más rápidamente posible fuera de debate. Ustednos advierte ya en las primeras líneas: no es su in-tención discutir las críticas que se le hacen, ni argu-mentar de igual a igual con su opositor. Su propó-sito es: enseñar. Con la preocupación ponderable ydidáctica de instruir a los lectores de Les Temps Mo-dernes, toma usted el artículo de Jeanson, en el queusted ve un síntoma del mal que corroe a nuestrasociedad, y lo convierte en el tema de una lecciónmagistral de patología. Me parece estar viendo elcuadro de Rembrandt; usted es el médico, Jeansonel muerto; con el dedo señala usted las llagas al pú-blico asombrado. Pues para usted es indiferente,¿no es cierto?, que el artículo incriminado trate o no

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de su libro: éste no está en discusión, hay un Diosque garantiza su valor: éste sólo servirá de piedra detoque para revelar la mala fe del culpable. Al hacer-nos el honor de participar usted en este número deLes Temps Modernes, se trae usted consigo un pedestalportátil. Es cierto que usted cambia de método en eltranscurso y que abandona su demostración profe-soral y su "crispada serenidad" para emprenderlavehementemente contra mí. Pero tomó usted buencuidado de decir que no defendía su causa: ¿paraqué? Sólo las críticas de Jeanson -tan tendenciosasque no pueden alcanzarle a usted- corren el riesgode dañar principios intangibles y personalidades ve-nerables: son estas personas y estos principios losque usted defiende: "...no es a mí, sino a nuestrasrazones de vivir y de luchar y a la legítima esperanzaque tenemos de superar nuestras contradicciones.Entonces mi silencio ya no fue posible".

Pero, dígame Camus, ¿mediante qué misterio noes posible discutir sus obras sin que le sean quitadasa la humanidad sus razones de vivir? ¿Mediante quémilagro las objeciones que se le hacen a usted setransforman de inmediato en sacrilegio? No he sa-bido que Mauriac, cuando se le brindó a Passage duMalin la acogida que usted sabe, haya escrito en el

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Fígaro que la crítica había puesto la fe católica enpeligro. Usted es mandatario; usted habla, segúndice, "en nombre de esta miseria que suscita el favorde millares de abogados y nunca la de un solo her-mano". Ante esto deponemos las armas: si es ciertoque la miseria salió a su encuentro y le dijo: "Anda yhabla en mi nombre", sólo me queda callar y escu-char su voz. Sólo he de confesar que interpreto malsu pensamiento: usted que habla en nombre de ella,¿es su abogado, su hermano, o su hermano aboga-do? Y si usted es hermano de los miserables, ¿cómoha llegado a ello? Puesto que no es por herencia desangre, debe ser por el corazón. Pero no: pues ustedelige sus miserables y no creo que usted sea herma-no del desocupado comunista de Boloña o del jor-nalero miserable que lucha en Indochina contraBao-Daï o contra los coloniales. ¿Por la condición?Puede ser que usted haya sido pobre, pero ya no loes más; usted es un burgués, como Jeanson y comoyo. ¿Por devoción, entonces? Pero si es inter-mitente, tal como estamos cerca de Mme. Boucicauty de la limosna, si es necesario para animarse a to-mar el título de hermano de los miserables, consa-grarles todos los instantes de su vida, entonces us-ted no es hermano de ellos: sea cual fuere su solici-

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tud, ésta no es su único propósito y usted está muylejos de parecerse a San Vicente de Paul o a una"hermanita" de los pobres. ¿Hermano de ellos? No.Usted es un abogado que dice "Son mis hermanos",porque este es el término que tiene mayores posibi-lidades de hacer llorar al jurado. Créame, he oídodemasiados discursos paternales: acepte que des-confíe de estos fraternalismos. Y la miseria no le haencomendado nada a usted. Entiéndame: no le nie-go a usted el derecho de hablar de ella. Pero si usted

lo hace, que sea, así como nosotros9, por su cuentay riesgo y aceptando anticipadamente la posibilidadde ser desmentido.

¿Y qué le importa a usted, por otra parte? Si lequitan a usted los miserables, le quedarán igual-mente bastantes aliados. Por ejemplo, los antiguosresistentes. Jeanson, el pobre, no tenía la intenciónde ofenderlos. Simplemente quería. decir que la elec-ción política se imponía en el 40 para los francesesde nuestra especie (pues entonces éramos de la

9 Pues es necesano que usted haya tomado la costumbre deproyectar sus defectos en el pensamiento de los demás, paracreer que Jeanson ha pretendido probar en nombre del proleta-riado.

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misma especie: la misma cultura, los mismos princi-pios y los mismos intereses). El no pretendía que laResistencia hubiese sido fácil; y aunque aún no hu-biera recibido los beneficios de sus buenas leccio-nes, no por eso dejaba de haber oído hablar de lastorturas, de los fusilamientos y de las deportaciones;de las represalias que seguían a los atentados y deldesgarramiento que provocaban en ciertas concien-cias, ¡imagínese que ya lo habían puesto al tanto!Pero estas dificultades nacían de la acción misma y,para conocerlas, era necesario estar ya comprometi-do. Si continúa persuadido de que la decisión deresistir no era difícil de tomar, tampoco duda de quefue necesario mucho valor físico y moral para mante-nerla. Sin embargo lo veo a usted llamar de pronto alos Resistentes en su ayuda y -me sonrojo por usted-invocar a los muertos. "No está obligado a com-prender que la Resistencia... nunca me pareció unaforma feliz ni fácil de la historia, así como tampocolo piensa cada uno de aquellos que en verdad hansufrido, que debieron matar o fueron muertos."

No; en efecto no está obligado a comprenderlo:él no estaba en Francia por aquel tiempo, sino en uncampo de concentración español, por haber preten-dido unirse al ejército de África. Dejemos estos tí-

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tulos de gloria. Si Jeanson hubiese perdido un brazoen aquel campo o si hubiera corrido peligro demuerte, su artículo no sería ni mejor ni peor. ElHombre Rebelde no sería ni mejor ni peor si usted nohubiese participado en la Resistencia o si usted hu-biera sido deportado.

Pero tenemos otra protesta: Jeanson -con razón osin ella: esto no es de mi incumbencia- le repro-chaba a usted una cierta ineficacia en el pensa-miento; apenas citado, el viejo militante entra enescena: él es el ofendido. Sin embargo, usted se li-mita a señalarlo con un gesto y a informarnos queestá cansado. Cansado de recibir lecciones de efica-cia, cierto, pero especialmente cansado de ver que losholgazanes den esas lecciones a los padres de fami-lia Naturalmente, a esto podría contestarse que Jean-son no ha hablado de militantes jóvenes o viejos,sino que ha esbozado, y en su justo derecho, unaapreciación que por la misma causa es ya histórica yque se llama sindicalismo revolucionario -pues esposible, ya lo ve usted, juzgar que un movimiento esineficaz y admirar simultáneamente su valor, su es-píritu de iniciación, la abnegación y hasta la eficien-cia de los que participaron en ella-, especialmente alhablar de usted que no milita. Y si yo le citara a un

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viejo militante comunista cargado de años y de ma-les de los más emocionantes; si yo le hiciera apa-recer en el escenario a fin de que hiciera las si-guientes reflexiones: "Estoy cansado de ver burgue-ses como usted que se encarnizan contra el Partidoque es mi única esperanza, burgueses incapaces deponer nada en orden. Yo digo que el Partido está asalvo de todas las criticas; digo que hay que merecerel derecho de poder criticar. Nada tengo que vercon su mesura, mediterránea o no, y menos aún consus Repúblicas escandinavas. Nuestras esperanzasno son las suyas. Y quizá sea usted mi hermano- ¡lafraternidad cuesta tan poco!- pero ciertamente no esmi camarada". ¡Qué emoción! ¿Eh? Esto sería a mi-litante, militante y medio. Y nos apoyaríamos, ustedy yo, contra los bastidores del decorado, dominadosambos de sana fatiga ante los aplausos del público.Pero usted sabe bien que no sé hacer este juego, quenunca he hablado sino en mi propio nombre. Ade-más, si estuviese fatigado, me parece que sentiríacierta vergüenza en decirlo: ¡hay tanta gente que loestá mucho más! Si nosotros estamos cansados,Camus, nos vamos a descansar, ya que tenemos losmedios para ello: pero no esperemos hacer temblaral mundo dándole la medida de nuestra lasitud.

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¿Cómo pueden llamarse estos procedimientos?¿Intimidación? ¿Chantaje? De todas maneras pro-curan aterrorizar: el desdichado crítico, repenti-namente rodeado por esa multitud de héroes y demártires, termina por ponerse a cubierto como uncivil perdido en medio de militares. ¡Y qué abuso deconfianza! Estos militantes, estos detenidos, estosresistentes, estos miserables, ¿quiere usted hacernoscreer que forman fila detrás suyo? ¡Vamos! Es ustedquien se puso delante de ellos. ¿Así pues, que ustedha cambiado tanto? Denunciaba usted por todos losámbitos el uso de la violencia y ahora nos hace so-portar, en nombre de la moral, violencias virtuosas;usted era el primer servidor de su moralismo y, aho-ra, lo utiliza usted a él.

Lo que desconcierta en su carta, en que está de-masiado escrita. No le reprocho su pompa, que esnatural en usted, sino la soltura con que usted ma-neja su indignación. Reconozco que nuestro tiempotiene aspectos desagradables y que a veces se sientela necesidad de un alivio, pero es propio de tempe-ramentos sanguíneos, golpear con el puño en la me-sa y gritar. Pero lamento que con este desorden es-piritual, que puede disculparse, haya usted funda-mentado una retórica. La indulgencia con que se

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recibe la violencia involuntaria, se niega a la violen-cia gobernada. ¡Con qué truhanería representa ustedla calma. a fin de que sus rayos nos sorprendan mu-cho más! ¡Con qué arte deja usted asomar su cólerapara disimularla de inmediato bajo una sonrisa quepretende ser falsamente serena! No es culpa mía siestos procedimientos me recuerdan al Tribunal deJusticia: en efecto, sólo el fiscal sabe irritarse opor-tunamente, conservar el dominio de su enojo hastaen los momentos álgidos y, llegado el caso, cam-biarlo por un aria de violoncello. ¿La República delas Almas Nobles lo habrá nombrado a usted suacusador público?

Me llaman la atención, me aconsejan que no atri-buya demasiada importancia a los procedimientosde estilo. Me parece bien: sólo que es difícil en estacarta distinguir claramente el procedimiento a secasdel mal procedimiento. Me llama usted "señor Di-rector" cuando todo el mundo sabe que somos ami-gos desde hace diez años: convengo en que esto essólo una manera de hablar; usted se dirige a mí,cuando su propósito evidente es refutar a Jeanson:esto es un mal proceder. ¿No será su finalidad, eltransformar su crítica en objeto, en muerte? Usted ha-bla de él, como se habla de una sopera o de una

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mandolina; a él, nunca. Esto significa que él estácolocado fuera de lo humano: para usted, los resis-tentes, los detenidos, los militantes y los pobres, semetamorfosean en guijarros. De a ratos usted llega aanonadarlo por completo y escribe tranquilamente"su artículo" como si yo fuese el autor. No es la pri-mera vez que recurre a esta artimaña: Hervé lo atacóa usted en una revista comunista y alguien en l'Obser-vateur había mencionado su artículo calificándolo de"notable", pero sin más comentario; usted le con-testó a l'Observateur; le preguntó al director de dichodiario cómo podía justificar el adjetivo empleadopor su colaborador, y explicó extensamente por quéel artículo de Hervé no era justamente notable. Enfin: usted le contestó a Hervé sin dirigirle la palabra:¿acaso puede hablársele a un comunista? Ahora, yole pregunto, Camus: ¿Quién es usted para encaramar-se a tales alturas? ¿Y qué le da derecho a usted a si-mular sobre Jeanson una superioridad que nadie lereconoce? Sus méritos literarios no están en discu-sión; poco importa que usted sepa escribir mejor, yque él sepa razonar mejor; o a la inversa: la superio-ridad que usted se atribuye y que le otorga a usted elderecho de no tratar a Jeanson como a un ser huma-no, debe ser una superioridad de raza. ¿Será que

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Jeanson mediante sus críticas, señaló cuanto lo dife-renciaba de usted, así como la hormiga difiere delhombre? ¿Habrá un racismo de belleza moral? Tie-ne usted un alma bella, la de él es fea: entre ustedesdos no hay comunicación posible. Y es en estepunto donde el procedimiento se hace intolerable:pues para justificar su actitud, será necesario queusted le descubra un alma negra. ¿Y para encontrarlo sombrío, lo mejor no es acaso crearlo? Al fin decuentas ¿de qué se trata? A Jeanson no le gustó sulibro, lo dijo y esto no le causó a usted ningún pla-cer: hasta aquí no hay nada fuera de lo normal. Us-ted escribió para criticar su crítica: no puede criti-cársele, el señor Montherlant lo hace todos los días.Podría usted haber llegado más lejos, decir que él nocomprendió nada y que yo soy un tonto, poner enduda la inteligencia de todos los redactores de LesTemps Modernes, esto hubiese sido en buena ley. Perocuando usted escribe: "Su colaborador quisiera quenos revelásemos contra todo, excepto contra el Par-tido y el Estado comunistas", confieso que ya no meencuentro cómodo: yo creía encontrarme frente aun literato y me encuentro con un juez que instruyeen nuestra prueba mediante tendenciosos informespoliciales. Si por lo menos se contentara usted con

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tratarlo de avestruz; pero fue necesario que lo trata-ra de mentiroso y de traidor: "El autor simuló equi-vocarse en lo que leía... en él no he hallado (en elartículo) ni generosidad ni lealtad, sino la vana volun-tad de traicionar una posición que no podía traducir sinponerse de inmediato frente a un verdadero deba-te". Se propone usted revelar la "intención" (evi-dentemente oculta) que lo lleva a "practicar la omi-sión y a tergiversar la tesis del libro... a decir que elcielo es negro cuando usted dice que es azul, etc.",eludiendo los verdaderos problemas, ocultando atoda Francia la existencia de los campos de concen-tración rusos que su libro ha revelado. ¿Cuál es suintención? ¡Y bien! veamos: el demostrar que todopensamiento que no es marxista es reaccionario. Y¿por qué lo hace, al fin y al cabo? En este punto us-ted es un poco menos claro, pero he creído com-prender que este marxismo vergonzante temía laluz; trataba con sus torpes manos, de tapar todos losagujeros de su pensamiento, y detener así los rayosenceguecedores de la evidencia. Pues si usted hubie-se sido comprendido hasta el final, él no hubiera podidoya decirse marxista. El infeliz se creía permitido sera la vez comunista y burgués; jugaba a dos puntas.Le demuestra usted que él debe elegir: inscribirse en

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el Partido o convertirse en un burgués como us-

ted10 y eso justamente es cuanto él no quiere ver.Este es el resultado de la encuesta: intenciones de-lictuosas, deliberadas tergiversaciones del pensa-miento ajeno, mala fe, reiteradas mentiras. Se imagi-na usted, sin duda, la mezcla de estupor y de alegríacon que, cuantos conocen a Jeanson, su sinceridad,su rectitud, sus escrúpulos y su gusto por la verdad,recibirán este sumario. Pero lo que se apreciará es-pecialmente, es, me imagino, el párrafo de su cartaen que usted lo invita a hacer confesiones: "Me pa-recería normal y casi valiente que abordando fran-camente el problema usted justificara la existenciade estos campos. Lo que es anormal y traiciona suembarazo es que usted no habla de ello". Estamosen el muelle de los Orfèvres, el "tira" anda y sus za-patos crujen, así como en las películas: "Te digo quelo saben todo. Tu silencio es sospechoso. Vamos, dique eres cómplice. Conoces esos campos ¿eh? Dilo.Así se termina todo. Además el tribunal tendrá encuenta tus confesiones." ¡Mi Dios, Camus! ¡Que se-riedad la suya! y para emplear sus propias palabras,

10 Pues usted es burgués, Camus, como yo, ¿qué otra cosa

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¡qué frívolo! ¿Y si usted se hubiera equivocado? ¿Ysi su libro fuera simplemente testimonio de su in-competencia filosófica? ¿Si estuviera hecho con co-nocimientos reunidos apresuradamente y de segun-da mano? ¿Si no hubiese más que dar tranquilidadde conciencia a los privilegiados, tal como podríaatestiguarlo aquel crítico que días pasados escribía:"Con Camus, la población cambia de frente"? ¿Y siusted no estuviese en el justo razonamiento? ¿Si suspensamientos fuesen vagos y banales? ¿Y si sim-plemente Jeanson hubiese sido impresionado por supobreza? ¿Si, lejos de oscurecer las radiantes evi-dencias de usted, él se hubiera visto obligado a en-cender focos para distinguir el contorno de las ideasdébiles, oscuras y embrolladas? No quiero decir queesto sea así, pero, en fin, ¿no pudo usted por un ins-tante pensar que pudiera serlo? ¿Es necesario des-valorizar apresuradamente a cuantos le miran y sóloha de poder aceptar usted los espíritus sometidos?¿Le era a usted imposible defender su tesis y per-sistir en su creencia de que era justa, comprendien-do simultáneamente que otro la hallase falsa? Usteddefiende el riesgo en la historia, ¿por qué lo rechaza

puede ser?

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en literatura? ¿Por qué es necesario que usted seproteja por un universo de valores intangibles enlugar de combatir contra nosotros -o con nosotros-sin intervención celeste? Cierta vez usted escribió:"Nos ahogamos en medio de gente que cree tenerabsolutamente razón, ya sea con sus máquinas o consus ideas". Y era cierto. Pero mucho me temo que sehaya pasado usted al bando de los ahogadores y queabandone para siempre a sus amigos, los ahogados.

Pero lo que colma todas las medidas, es que hayarecurrido usted a esa práctica que hace aún muy po-co se denunciaba creo que bajo el nombre de amal-gama -en el curso de un meeting en el cual usted parti-cipara. En ciertos procesos políticos, si hay variosacusados, el juez confunde a los jefes de la acusa-ción para poder confundir las penas: se entiendeque esto sólo ocurre en los estados totalitarios. Estees, sin embargo, el procedimiento que usted eligió:de un extremo al otro del alegato simula usted con-fundirme con Jeanson. ¿El medio? Es muy simple,pero había que pensarlo: por un artificio del len-guaje confunde usted al lector a tal extremo que yano se sabe de cuál de los dos habla. Primer tiempo:yo soy quien dirige la revista, en consecuencia ustedse dirige a mí: procedimiento irreprochable. Segun-

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do tiempo: me invita usted a reconocer que soy res-ponsable de los artículos que se publican: de acuer-do. Tercer tiempo: de allí se deduce que apruebo laactitud de Jeanson y, apresurando las cosas, que estaactitud es mía. A partir de aquí poco importa sabercuál de los dos ha tomado la pluma: de cualquiermanera el artículo me pertenece. Un sabio uso delpronombre personal concluirá la amalgama: "Vues-

tro (Votre11) artículo...; (Vous12) hubiera(n) debi-do..; (Vous) tenía(n) derecho...; (Vous) no tenía(n)derecho...; desde el momento que (vous) habla-ba(n)..." Jeanson se limitó a tejer sobre una tramaque yo había delineado. La ventaja es doble: usted lopresenta como mi lacayo literario y ejecutor de labo-res subalternas; ya se ha vengado usted. Por otraparte yo me convierto en un criminal: yo soy quieninsulta a los militantes, a los resistentes y a los mise-rables, soy yo quien se tapa los oídos cuando se ha-bla de los campos soviéticos, y quien trata de ponerla antorcha encendida debajo del almud. Un soloejemplo será suficiente para denunciar el método:

11 Votre: su, o de ustedes.12 Vous: usted, o ustedes.

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podrá verse que el "delito" que pierde toda con-sistencia si se lo imputa a su verdadero autor, setorna crimen si se lo atribuye a quien no lo ha co-metido.

Cuando usted escribe: "Ningún crítico de mi li-bro puede dejar el hecho (los campos de concen-tración rusos) de lado" usted se dirige solo a Jean-son. Es al crítico a quien usted reprocha el no haberhablado en su artículo de los campos de con-centración. Quizá tenga usted razón, quizá Jeansonhubiera podido contestarle que es una payasada queel autor decida sobre lo que ha de decir el crítico,que por otra parte no es tanto lo que usted habla delos campos de concentración en su libro y que nopuede verse bien que usted exija, de pronto, que selos ponga en el tapete sin más razón que el que losinformadores mal informados le hayan hecho creera usted que con ello nos pondría en dificultades. Detodas maneras se trata de una discusión legítima quepodía haberse entablado entre usted y Jeanson. Pe-ro, cuando más adelante usted escribe: "(Vous) re-serva(n) el derecho relativo de ignorar el hechoconcentracionista en la U.R.S.S. en tanto que (vous)aborda(n) las cuestiones planteadas por la ideologíarevolucionaria en general, el marxismo en particular.

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(Vous) lo deja de lado si los encara y (vous) losaborda al hablar de mi libro" es a mi a quien usted sedirige. Y bien, yo le contesto que sus interpelacionesson engañosas: pues usted aprovecha el hecho inne-gable de que Jeanson, tal como era su derecho, no hablóde los campos soviéticos, a propósito de su libro,para insinuar que yo, director de una revista que sepretende comprometida, haya jamás encarado lacuestión, lo cual sería en efecto, una falta grave con-tra la honestidad. Sólo que esto es falso: algunosdías después de las declaraciones de Rousset, hemosconsagrado a los campos de concentración un Edi-torial que me comprometía ampliamente, así comovarios artículos; y si usted compara las fechas, veráque aquel número estuvo compuesto antes de que in-terviniera Rousset. Poco importa, por otra parte:sólo quería demostrarle que hemos planteado lacuestión de esos campos y que hemos tomado posi-ción en el momento mismo en que la opinión fran-cesa los descubría. Algunos meses más tarde volvi-mos sobre el tema en otro editorial y hemos precisadonuestro punto de vista en artículos y notas. La exis-tencia de estos campos puede indignarnos, causar-nos horror; pueden ellos obsesionarnos; pero ¿porqué habrían de embarazarnos? ¿Acaso he retrocedido

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cuando se trató de decir lo que pensaba de la actitudcomunista? Y si soy un avestruz, un encubierto, unsimpatizante vergonzoso, ¿cómo se explica que seaa mí a quien odien y no a usted? No hemos de va-nagloriarnos de los odios que provocamos: le diréfrancamente que lamento profundamente esta hos-tilidad; a veces llego a envidiarle la profunda indife-rencia que le manifiestan. Pero que he de hacerlecuando escribe: "Se reserva usted el derecho relativode ignorar... etc.". O quiere usted insinuar que Jean-son no existe y que ése es uno de mis seudónimos -lo cual es absurdo-, o pretende usted que nunca hedicho palabra de estos campos -lo cual es una ca-lumnia-. Sí. Camus, yo, como usted, creo inadmisi-ble esos campos; pero tan inadmisibles como el usoque, día tras día, hace de ellos la "prensa llamadaburguesa". Yo no digo: el malgache antes que el tur-comano; digo que no hay que explotar los sufri-mientos infligidos a los turcomanos para justificarlos que hacemos soportar a los malgaches. Yo hevisto cómo se regocijaban, los anticomunistas, porla existencia de esos presidios; he visto cómo losutilizaban para tranquilizar sus conciencias; y no hetenido la impresión de que socorrieran al tur-comano sino que explotaban sus desgracias así co-

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mo la U.R.S.S. explota su trabajo. Esto es lo que lla-maría el full-employment del turcomano. Seriamente,Camus, dígame, por favor, ¿cuál es el sentir que lasrevelaciones de Rousset despertaron en un corazónanticomunista? ¿Desesperación? ¿Aflicción? ¿Ver-güenza de ser hombre? ¡Vamos! Para un francés esdifícil colocarse en el lugar de un turcomano, expe-rimentar simpatía por ese ser abstracto que es el tur-comano visto desde aquí. A lo sumo, podemos ad-mitir que el recuerdo de los campos de con-centración alemanes ha despertado en los mejores,una especie de horror espontáneo. Y además, segu-ramente, temor. Pero, vea un poco, fuera de la rela-ción con los turcomanos, lo que debía provocar laindignación, y quizá la desesperación, era la idea deque un gobierno socialista, apoyado en un ejércitode funcionarios, hubiera podido sistemáticamentereducir los hombres al servilismo. Fuera de esto,Camus, nada puede afectar al anticomunista que yacreía que la U.R.S.S. era capaz de todo. El único senti-miento que en él provocaron estas comunicaciones -me cuesta decirlo- es alegría. Alegría porque al fin yatenía esa prueba, y porque iba a verse lo que se ve-ría. Era necesario actuar, no sobre los obreros -elanticomunista no es tan loco-, sino sobre las buenas

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gentes que seguían siendo "de izquierda", había queintimidarlos, impresionarlos con el terror. Si abría-mos la boca para protestar contra cualquier abuso,de inmediato nos cerraban la boca: "¿Y los camposde concentración rusos?" Se forzaba a la gente adenunciar esos campos, bajo pena de complicidad.Excelente método: o bien el infeliz se echaba sobrelos comunistas o bien se hacía cómplice del "mayorcrimen de la tierra". Fue entonces cuando comencé asaberlos abyectos, a estos maestros cantores. Pues, ami entender, el escándalo de los campos nos afectaa todos. A usted tanto como a mí. Y también a losdemás: la cortina de hierro sólo es un espejo y cadauna de las mitades del mundo refleja la otra mitad.A cada paso de la tuerca de aquí, corresponde, allá,una vuelta de tornillo; aquí y allá, somos observa-dores y observados. Una tensión americana que setraduce por una caza de fantasmas, provoca unatensión rusa que quizá se traduzca en la intensifi-cación de la producción de armas y el aumento detrabajadores forzados. La inversa, se comprende,también puede ser cierta. Quien condena hoy debesaber que nuestra situación le obligará mañana ahacer algo peor que lo que ha condenado. Y cuandoveo en las paredes de París, esta chanza: "Pase sus

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vacaciones en la U.R.S.S., país de la libertad" consombras grises detrás de los barrotes, no me pareceque sean los rusos los ruines. Entienda bien, Camus,ya sé que cien veces usted ha combatido y denun-ciado en la medida de sus fuerzas, la tiranía deFranco o la política colonial de nuestro gobierno:usted ha conquistado el derecho "relativo" de hablarde los campos soviéticos. Pero he de hacerle dosreproches: mencionar los campos en una obra delgénero serio y que se proponga darnos una explica-ción de nuestro tiempo, era su justo derecho y suobligación; lo que me parece inadmisible es que hoyutilice usted esto como un argumento de reuniónpública y que utilice usted también al turcomano y alkurdo para aplastar con más firmeza a un crítico quelo ponderó. Además lamento que usted cree el ar-gumento maza para justificar un quietismo que seniega a diferenciar entre los poderosos. Pues es lomismo, y usted lo dice, confundir a los señores yconfundir a los esclavos. Y si usted no diferenciaentre éstos, se condena a tener hacia ellos solo unasimpatía de principio. Tanto más que suele ocurrirque "el esclavo" está aliado a aquéllos que ustedllama los señores. Esto explica el embarazo en quelo sumió la guerra de Indochina. Si explicamos sus

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principios, los vietnameses están colonizados: luegoson esclavos, pero son comunistas: luego son tira-nos. Usted condena al proletariado europeo, porqueno ha reprobado públicamente a los Soviets, perotambién, condena a los gobiernos de Europa por-que admitirán a España en la Unesco; en este caso,sólo veo una solución para usted: las islas Galápa-gos. En cambio a mí, al contrario, me parece que laúnica manera de acudir en ayuda de los esclavos deallá, es tomando el partido de los de aquí.

Iba a dar por terminado esto, pero releyéndome,creo ver que su demanda también se refiere a nues-

tras ideas.13 En efecto. todo indica que mediante laspalabras "libertad sin freno" usted se refiere a nues-tro concepto de la libertad humana. ¿He de inju-riarlo creyendo que estas palabras son suyas? No:usted no ha podido cometer tal contrasentido; las harecogido del Padre Troisfontaines; tendré por lomenos en común con Hegel, que usted no nos ha-

13 No tengo por qué defender las de Marx, pero permítameque le diga que el dilema en que usted pretende encerrarse (osus "profecías" son ciertas o el marxismo no es más que unmétodo) deja traslucir toda la filosofía marxista y todocuanto constituye para mí (que no soy marxista) su profundavcrdad.

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brá leído ni a uno ni al otro. ¡Qué manía tiene ustedde no acudir a las fuentes! Sin embargo, usted sabebien que un freno sólo puede aplicarse a las fuerzasreales del mundo, y que se frena la acción física deun objeto que actúa sobre uno de los factores que lacondicionan. Bien, la libertad no es una fuerza: nosoy yo quien lo determina así, sino la definición mis-ma. Es o no es: pero si es, escapa al encadenamientode los efectos y de las causas: es de otro orden. ¿Ose echaría usted a reír si se hablase del clinamen sinfreno de Epicuro? Después de este filósofo, el con-cepto del determinismo y, en consecuencia, el de lalibertad se han complicado un tanto. Pero siempresubsiste la idea de una ruptura, de un desprendi-miento, de una solución de continuidad. No meaventuro a aconsejarle que se remita a El Ser y laNada, la lectura le parecerá inútilmente ardua: usteddetesta las dificultades del pensamiento y rápida-mente decreta que no hay nada que entender paraevitar anticipadamente el reproche de no haber en-tendido nada. En fin, yo estaba explicando las con-diciones de esta ruptura. Si hubiese usted dedicadoalgunos minutos a reflexionar sobre el pensamientoajeno, hubiese observado que la libertad no puedetener freno: ¿qué podría frenarla? ¿Y qué necesidad

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tiene de que la frenen? Un coche puede quedarse sinfrenos porque está construido para tenerlos; pero lalibertad no tiene ruedas. Ni patas, ni mandíbulas alas que se les pueda poner trabas; no tiene relacióncon los frenos porque no está provista ni despro-vista de ellos; y desde el momento en que está de-terminada por su empresa, encuentra sus límites enel carácter positivo pero necesariamente terminado deésta. Estamos embarcados, debemos elegir: el pro-yecto nos ilumina y da su sentido a la situación, perorecíprocamente sólo hay una manera de sobrepa-sarla, es decir, de comprenderla. El proyecto, somosnosotros mismos: bajo su luz nuestra relación con elmundo se determina; las finalidades y los mediosparecen reflejar simultáneamente a nuestros ojos lahostilidad de las cosas y nuestro propio fin. Dichoesto, puede usted llamar "sin freno" a esta libertadque sólo puede fundamentarse en sus (los de usted)propios pensamientos, Camus (pues ¿si el hombre no eslibre, cómo puede "exigir" tener un sentido? Sóloque a usted no le gusta pensar en esto). Pero esto notiene más significado que si usted dijese: libertad sinesófago, o libertad sin ácido clorhídrico; y ustedsólo habrá revelado que, como tanta gente, con-funde lo político y lo filosófico. Sin freno: cierto.

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Sin policía, sin magistratura. Si se concede la liber-tad de consumir bebidas alcohólicas, sin fijar suslímites, ¿qué será de la virtuosa esposa del borra-cho? Pero el pensamiento de 1789 es más precisoque el suyo: el límite de un derecho (es decir de unalibertad) es otro derecho (es decir otra libertad), yno, no sé que "naturaleza humana". pues la natu-raleza -sea o no "humana"- puede aplastar al hom-bre pero nunca teniendo vida, reducirlo al estado deun objeto, si el hombre es un objeto, es para otrohombre. Y son estas dos ideas difíciles, lo conven-go: el hombre es libre -el hombre es el ser por quienel hombre puede convertirse en objeto- las que de-finen nuestra ley presente, y permiten comprender laopresión. Usted había creído -¿bajo palabra de quién?-que, en primer lugar yo concedía a mis congéneresuna libertad paradisíaca, para luego someterlos acadenas. Estoy que tienden a desprenderse de laservidumbre natal. Nuestra libertad de hoy, sólo esla libre elección de luchar para ser más adelante libres. Y elaspecto paradójico de esta fórmula expresa, sim-plemente, la paradoja de nuestra condición histórica.Ya ve usted que no se trata de enjaular a mis con-temporáneos, éstos ya están en la jaula; al contrario,se trata de unirnos a ellos para quebrar los barrotes.

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Pues también nosotros, Camus, estamos enjaulados,y si usted quiere de verdad impedir que un movi-miento popular degenere en tiranía, no comiencepor condenarlo sin recursos y por amenazar con suretiro al desierto, tanto más que sus desiertos sóloson una parte un poco menos frecuentada de nues-tra jaula; para merecer el derecho de influir sobrelos hombres que luchan, en primer lugar hay queparticipar en sus combates, en primer lugar hay queaceptar muchas cosas, si se quiere lograr el cambiode algunas. "La historia" presenta muy pocas situa-ciones más desesperadas que la nuestra, y esto excu-sa los vaticinios; pero cuando un hombre no sabever en las luchas actuales sino el duelo imbécil dedos monstruos igualmente abyectos, creo que esehombre ya nos ha abandonado: se fue solito al rin-cón y refunfuña; lejos de esto el que me parezca us-ted dominar como un árbitro una época a la cualvuelve deliberadamente las espaldas: le veo como aun ser condicionado por ella y encerrado en el re-chazo que le inspira un resentimiento muy histórico.Me compadece usted diciendo que tengo mala con-ciencia, pero no es así, y aun cuando me envenenarala vergüenza, igualmente me sentiría menos desvia-do y más asequible que usted, pues para conservar

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su buena conciencia, necesita usted condenar; unculpable se hace necesario: si no es usted, ha de serel universo. Usted pronuncia sentencias y el mundoni chista palabra, pero las condenas suyas se anulanen cuanto llegan al mundo, y debe volver siempre acomenzar; si usted se detuviera, le sería posible ver-se: está usted condenado a condenar, Sísifo.

Usted fue para nosotros -quizá mañana vuelva aserlo- la admirable conjunción de una persona, unaacción y una obra. Era en el 45: descubrimos a Ca-mus, el resistente, así como habíamos descubierto aCamus, autor de El Extranjero. Y cuando nos apro-ximábamos al redactor de Combat clandestino, deaquel Meursault que llevaba su honestidad hasta lanegación de decir que amaba a su madre y a suamante, y a quien nuestra sociedad condenara amuerte, cuando se sabía por sobre todo, que ustedno había dejado de ser ni uno ni otro, esta contra-dicción nos hacía progresar en el conocimiento denosotros mismos y del mundo, y entonces no estabausted lejos de ser ejemplar. Pues usted resumía losconflictos de la época y los sobrepasaba con su pa-sión por vivirlos. Era usted una persona, la más com-pleja y la más rica: el último y el mejor de los here-deros de Chateaubriand y el fiel defensor de una

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causa social. Tenía usted todas las posibilidades ytodos los méritos, pues en usted se unían la con-ciencia de la nobleza moral al gusto apasionado porla belleza, la alegría de vivir al sentido de la muerte.Ya, antes de la guerra, contra la experiencia amargade lo que usted llamaba el absurdo, su elección habíasido defenderse mediante el desprecio, pero ustedopinaba que "toda negación contiene en potencia unsí" y quería usted hallar un consentimiento en laprofundidad del rechazo, "consagrar el acuerdo delamor y de la rebelión". Según usted, el hombre esenteramente él, cuando es feliz. Y, "¿acaso la felici-dad no es sino el simple acuerdo de un ser con lavida que lleva? ¿Y qué acuerdo puede más legítima-mente unir al hombre a la vida, sino la doble con-ciencia de su deseo de perdurar y de su destino demuerte?" La felicidad no era por completo ni unestado, ni un acto, sino esta tensión entre las fuerzasde muerte y las fuerzas de vida, entre la aceptación yel rechazo, mediante lo cual, el hombre define elpresente -es decir, a la vez, instante y eternidad- y seconvierte en sí mismo. De tal manera, cuando usteddescribe uno de esos momentos privilegiados querealizan un acuerdo provisorio entre el. hombre y lanaturaleza y que, desde Rousseau hasta Breton, han

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dado uno de los mayores temas a nuestra literatura,allí podía usted introducir un matiz completamentenuevo de la moralidad. Ser feliz, era ejercer su oficiode hombre; usted descubría para nosotros "el deberde ser feliz". Y este deber se confundía con la afir-mación de que el hombre es el único ser en el mun-do dueño de un sentido "porque es el único queexige tenerlo". La experiencia de la felicidad, seme-jante al Suplicio de Bataille, pero más compleja y másrica, lo erigía a usted frente a un Dios ausente, comoun reproche, pero también como un desafío: "elhombre debe afirmar la justicia para luchar contra lainjusticia eterna, crear la felicidad para protestarcontra la desgracia universal". El universo de ladesgracia no es social o al menos no lo es en primertérmino: es la Naturaleza indiferente y vacía en queel hombre es un extraño y en que está condenado amorir; en una palabra, es "el eterno silencio de laDivinidad". De tal manera nuestra experiencia uníaestrechamente lo efímero a lo permanente. Cons-ciente de ser perecedero; usted sólo quería conside-rar verdades "que debieran corromperse". Su cuer-po era de este orden. Rechazaba usted la treta delAlma y de la Idea. Pero, puesto que según sus pro-pios términos, la injusticia es eterna -es decir, puesto

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que la ausencia de Dios es una constante a través delos cambios de la historia- la relación inmediata ysiempre recomenzada del hombre que le exige tenerun sentido (es decir que se le dé) a este Dios queguarda eternamente silencioso, es por sí misma tras-cendente a la Historia. La tensión mediante la cual elhombre se realiza -que es, simultáneamente, gozointuitivo del ser- es pues una verdadera conversiónque lo arranca a la "agitación" diaria y a la "histori-cidad" para hacerlo coincidir finalmente con sucondición. No se puede ir más lejos; ningún progre-so puede hallar lugar en esta tragedia instantánea.Absurdista antes de que se escribiera, Mallarmé yadecía: "(el Drama) se resuelve de inmediato, sólo enel tiempo necesario para mostrar la derrota que sedesarrolla fulgurosamente" y me da la impresión dehaberse anticipado a dar la clave del teatro de usted,al escribir: "El Héroe redime el himno (materno) quelo crea y se restituye al teatro que era Misterio delcual este himno escapara".

En otras palabras, usted sigue en nuestra grantradición clásica que, desde Descartes y excep-tuando a Pascal, es por completo hostil a la historia;Pero usted hacía finalmente la síntesis entre el goceestético, el deseo, la felicidad y el heroísmo, entre la

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contemplación colmada y el deber, entre la plenitudgideana y la insatisfacción baudeleriana. Tornabausted el inmoralismo de Menalco en un moralismoaustero: el contenido no cambiaba: "Sólo hay unamor en este mundo. Estrechar un cuerpo de mujer,es también retener contra sí esta alegría extraña quedesciende del cielo hacia el mar. Dentro de un rato,cuando me sumerja en la amargura para que su per-fume penetre todo el cuerpo, tendré conciencia,contra todos los prejuicios, de cumplir con una ver-dad que es la del sol y que será también la de mimuerte". Pero como esta verdad es la de todos, co-mo su singularidad extrema es justamente lo que lahace universal, como usted quebraba el límite de lapureza presente en que Nathanaël busca a Dios y lodespertaba a "la profundidad del mundo", es decir ala muerte, volvía usted a hallar al término de estesombrío y solitario goce, la universalidad de unaética y la solidaridad humana. Nathanaël no está yasolo; este amor por la vida, más fuerte que la muer-te, está "consciente y orgulloso de compartirlo contoda una raza". Se entiende que todo concluye mal:el mundo se traga al libertino irreconciliado. Y legustaba a usted citar este pasaje de Obermann: "Pe-

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rezcamos resistiendo si la nada es cuanto nos estáreservado, no hagamos que ello sea una justicia".

Así, pues, no lo niegue: no ha rechazado usted laHistoria por el sufrimiento ni por haber descubiertoel horror de su rostro. Usted la rechazó antes decualquier experiencia porque nuestra cultura la re-chaza y porque colocaba los valores humanos en lalucha del hombre "contra el cielo". Usted se eligió yse creó, y se creó tal como es, meditando sobre lasdesgracias y las inquietudes que eran su destino per-sonal y la solución que les diera, es una sabiduríaamarga que se esfuerza en negar el tiempo.

Sin embargo, cuando llegó la guerra, se entregóusted sin reservas a la Resistencia; llevó un combateaustero, sin gloria ni galones; los peligros no eranexcitantes: peor aún, corría el riesgo de verse degra-dado, envilecido. Este esfuerzo, siempre penoso, amenudo solitario, se presentaba necesariamente comoun deber. Y su primer contacto con la Historia tomópara usted el aspecto de un sacrificio. Por otra parte,usted lo escribió y dijo que luchaba "por ese matizque separa el sacrificio de la mística". Entiéndame:si digo "su primer contacto con la Historia" no espara dejar entender que haya tenido otro y que hayasido mejor. En aquel momento, nosotros intelec-

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tuales, sólo hemos tenido ese; y si yo lo llamo de us-ted, es que usted lo vivió más profunda y totalmenteque muchos de nosotros (incluso yo). No impideesto que las circunstancias de este combate lo hayananclado en la creencia de que a veces había que pa-gar su tributo a la Historia para tener luego el dere-cho de volver a los verdaderos deberes. Acusó us-ted a los alemanes de haberlo arrancado de su luchacontra el cielo para obligarlo a tomar parte en loscombates temporales de los hombres: "Desde tan-tos años, trata de hacerme penetrar en la Historia..." Ymás lejos: "Hizo cuando era debido, hemos entrado enla Historia. Y durante cinco años, ya no fue posible

gozar del grito de los pájaros14". La Historia era laguerra; para usted era la locura de los demás. Ella nocrea; destruye: impide que la hierba crezca, que lospájaros canten, que el hombre ame. Ocurrió, enefecto, que las circunstancias exteriores parecíanconfirmar su punto de vista: llevaba usted, en la pazun combate sin tiempo contra la injusticia de nues-tro destino, y los nazis habían tomado a su entenderel partido de esta injusticia. Cómplices de las fuerzas

14 Cartas a un amigo alemán. Lo subrayado me pertenece.

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ciegas del universo trataban de destruir al hombre.Usted combatió, tal como lo escribe: "para salvar la

idea del hombre15". Resumiendo, no pensó usted en"hacer Historia" como dice Marx, sino en impedirque se hiciera. La prueba: después de la guerra, us-ted sólo encara el regreso al statu quo; "nuestra con-dición no ha dejado de ser desesperante". El senti-do de la victoria aliada nos ha parecido ser "la ad-quisición de dos o tres matices que quizá no tenganmás utilidad que la de ayudar a que algunos de no-sotros muramos mejor". Tras de haber pasado suscinco años de Historia pensaba usted que podíavolver (y con usted todos los hombres) a la desespe-ración de donde debe el hombre obtener la felicidady a "demostrar que no merecíamos tanta injusticia"(¿y ante los ojos de quién?) volviendo a la lucha de-sesperada que el hombre lleva "contra su destinoindignante". ¡Cuánto lo queríamos entonces! Noso-tros también éramos neófitos de la Historia y la su-frimos con repugnancia sin comprender que la gue-rra de 1940 sólo era una manera de la historicidadni más ni menos que los años que le precedieron.

15 Ídem.

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Aplicábamos a usted las palabras de Malraux: "Quela victoria sea con los que hicieron la guerra sin que-rerla", y nos enternecíamos un poco con nosotrosmismos al repetirlo; mientras tanto, estábamos ame-nazados como usted, en usted, sin darnos cuenta deello.

Ocurre a menudo que las culturas producen susobras más ricas cuando están por desaparecer y es-tas obras resultan de la unión mortal de los viejosvalores con los valores nuevos que parecen fe-cundarlas y que las matan. En la síntesis de lo queusted intentaba, la felicidad y el asentimiento veníande nuestro viejo humanismo; pero la rebelión y ladesesperación eran intrusos; llegaban de afuera;desde afuera, desde donde los desconocidos obser-vaban nuestras fiestas espirituales con mirada deodio. De ellos había tomado usted la mirada paraconsiderar nuestra herencia cultural; era la simple ydesnuda existencia de ellos lo que ponía nuestrostranquilos goces en cuestión; el desafío al destino, larebelión contra lo absurdo, todo ello, naturalmente,venía de usted o pasaba por usted: si ello hubieseocurrido treinta o cuarenta años antes, le hubiesenhecho pasar estos feos modales y usted se hubieseunido a los estetas o a la Iglesia. Su rebelión sólo ha

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cobrado tal importancia porque le fue a usted quita-da la muchedumbre oscura; apenas si tuvo ustedtiempo de derivarla contra el ciego donde se pierde.Y las exigencias morales que usted demostraba sóloeran la idealización de exigencias bien reales quepululaban a su alrededor y que usted había captado.El equilibrio realizado sólo podía producirse unasola vez, por un solo instante, en un solo hombre:tuvo usted la suerte de que la lucha común contralos alemanes simbolizara a sus ojos y a los nuestrosla unión de todos los hombres contra las fatalidadeshumanas. Al elegir la injusticia, el alemán se habíacolocado por propia voluntad en medio de las fuer-zas ciegas de la naturaleza y usted pudo en Le Pesterepresentarlos en su papel mediante los microbios,sin que nadie se apercibiera de la mistificación. Enresumen, usted ha sido, durante algunos años, loque pudiera llamarse el símbolo y la prueba de lasolidaridad de las clases. Así también nos parecióser la Resistencia y esto es cuanto usted manifestabaen sus primeras obras: "Los hombres vuelven a ha-llar la solidaridad para entrar en lucha contra su des-tino de rebeldía".

De tal manera, en una reunión de circunstancias,uno de esos raros acuerdos que por cierto tiempo

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ofrecen una imagen de la verdad de una vida, lepermitieron ocultar que la lucha del hombre contrala Naturaleza es, a la vez, la causa y el efecto de unay otra lucha, tan antigua y tan despiadada: la luchadel hombre contra el hombre. Se revelaba contra lamuerte, pero en los cercos de hierro que rodean lasciudades, otros hombres se rebelaban contra lascondiciones sociales que aumentan el porcentaje demortandad. Un niño moría, usted acusaba lo absur-do del mundo y al Dios sordo y ciego que había us-ted creado para poder escupirle el rostro; pero el pa-dre del niño, si era desocupado u obrero, acusaba alos hombres: él sabía que lo absurdo de esta condi-ción no es igual en Passy que en Billancour. Y, fi-nalmente, los hombres casi le disfrazaban los mi-crobios: en los barrios miserables, los niños muerenen doble cantidad que en los barrios pudientes y,desde el momento en que otro reparto de bienes

pudiera salvarlos16, la mitad de los muertos, entrelos pobres, padecen ejecuciones capitales en las queel microbio es el verdugo. Quería usted realizar porsí mismo la felicidad de todos por una tensión moral;

16 Esto no es completamente exacto. Algunos son condena-

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la multitud sombría que comenzábamos a descubrirreclamaba que renunciásemos a nuestra felicidadpara que ella fuese un poco menos desdichada. Depronto, los alemanes ya no contaron; hasta parecióque nunca hubiesen contado; habíamos creído quesólo había un modo de resistir, descubríamos quehabía dos maneras de ver la Resistencia. Y cuandoaún usted encarnaba para nosotros el hombre delpasado inmediato, ya se había convertido usted enun privilegiado para diez millones de franceses queno reconocían sus cóleras demasiado reales en surebelión ideal. Esta muerte, esta vida, esta tierra, estarebelión, este Dios, este no y este sí, este amor, eransegún se decía, un juego de príncipes. Estos llega-ban a decir: Juego de circo. Usted había escrito:"Sólo una cosa es más trágica que el sufrimiento y esun hombre feliz"; y "una cierta continuidad en ladesesperanza puede engendrar la alegría", y, tam-bién, "este esplendor del mundo, dudaba de quefuese quizá la justificación de todos los hombresque saben que un punto extremo de la pobreza se

une siempre al lujo y a la riqueza del mundo"17. y,

dos de todas maneras.17 Estas tres citas son extraídas de "Boda".

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ciertamente, yo que como usted soy un privilegiado,comprendo cuanto pagó usted para poder decirlo.Me imagino que estuvo más cerca de una ciertamuerte, de una cierta privación, de lo que pudieronestarlo muchos hombres y, creo, debió conocer laverdadera pobreza, o, quizá, la miseria. Estas frasesno tienen bajo su pluma el sentido que tendrían en unlibro de Mauriac o de Montherlant. Y cuando ustedlas escribió parecían naturales. Pero lo esencial hoy,es que ya no lo parecen: se sabe que hace falta, si nobienestar, por lo menos cultura, inapreciable e in-justa riqueza para hallar lujo en la profundidad deldespojo. Se piensa que las circunstancias, aun dolo-rosas, de su vida han sido elegidas para atestiguarque la salvación personal era accesible a todos; yque el pensamiento que prevalece en el corazón detodos, pensamiento de amenaza y de odio, es queesto sólo es posible para algunos pocos. Pensa-miento de odio, pero ¿qué podemos hacer? Todo locorroe; hasta a usted mismo, usted que no queríaodiar a los alemanes, deja traslucir en sus libros, unodio a Dios, que ha permitido que se dijera que us-ted era "antiteísta" más que ateo. Todo el valor queun oprimido puede tener a sus propios ojos, locomprende en el odio que tiene para otros hombres.

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Y su amistad a sus compañeros pasa por el odio quesiente por sus enemigos; los libros de usted, así co-mo tampoco su ejemplo pueden nada por él, ustedles enseña un arte de vivir, una "ciencia de la vida",usted enseña a descubrir una vez más nuestro cuer-po, pero el cuerpo de él, cuando vuelve a hallarlopor la noche -después que se lo han robado durantetodo el día- sólo es una enorme miseria que lo per-turba y lo humilla. Este hombre está hecho por otroshombres, su enemigo Nº 1 es el hombre y si aquellaextraña naturaleza que vuelve a encontrar en la fá-brica, en la obra le sigue hablando del hombre, esque los hombres lo han transformado en trabajadorforzado para su uso.

¿Qué salida le quedaba a usted? Modificarse, enparte, a fin de conservar algunas de sus verdades ysatisfacer simultáneamente las exigencias de estasmasas oprimidas. Quizá lo hubiese hecho usted silos representantes de ellos no le hubiesen insultadoa usted, de acuerdo con sus costumbres. Detuvousted en seco el desliz que se estaba produciendo, yse obstinó, mediante un nuevo desafío, en manifes-tar a los ojos de todos, la unión de los hombresfrente a la muerte y la solidaridad de las clases,cuando ya las clases habían retomado sus luchas

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ante usted. De tal manera, lo que durante ciertotiempo fuera una realidad ejemplar, se convirtió en laafirmación perfectamente vana de un ideal, tantomás cuanto que esta solidaridad mentida se habíatransformado en lucha hasta en su propio corazón.Acusó usted a la historia y antes que interpretar elcurso, prefirió no ver ya absurdidad alguna. Ustedtomó de Malraux, de Corrouges, de otros veintemás, no sé qué idea de "divinización del hombre" y,condenando el género humano, se colocó usted a sulado, pero fuera de las filas, como el último Aben-cerraje. Su personalidad, que fue real y vívida mien-tras la nutrían los acontecimientos, se convierteahora en un espejismo; en 1944 era el porvenir, enel 52 es el pasado y lo que a usted le parece la mástremenda injusticia es que todo esto viene desdeafuera y sin que usted haya cambiado en absoluto. Austed le parece que el mundo presenta las mismasriquezas que antaño y que son los hombres quienesya no quieren verlas: y bien, trate de extender la ma-no y verá como todo se desvanece: la misma Natu-raleza ha cambiado de sentido porque las relacionesque los hombres mantienen con ella, han cambiado.Y sólo le quedan a usted recuerdos y un lenguajecada vez más abstracto; usted sólo vive a medias

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entre nosotros y está tentado a dejarnos del todopara retirarse a alguna soledad donde pueda volvera encontrar el drama que debía ser el del hombre yque ya ni siquiera es de usted, es decir, simplementeen una sociedad que haya permanecido en un estadoinferior de civilización técnica. Cuanto le ocurre austed es perfectamente injusto, en cierto sentido.Pero, por otra parte, es pura justicia: era necesariocambiar si usted quería permanecer siento ustedmismo, y usted tuvo miedo de cambiar. Si piensaque soy cruel no tema: pronto hablaré de mí en elmismo tono. En vano procurará usted atacarme;pero confíe en mí, he de pagar por todo esto. Puesusted es perfectamente insoportable, pero asimismoes mi "prójimo" por la fuerza de las cosas.

Comprometido en la historia, tal como usted, yono la veo de la misma manera. No dudo de que enrealidad tenga ese rostro absurdo y terrible paraquienes la miran desde el infierno; es porque éstosya nada tienen de común con los hombres que lahacen. Y si se tratase de una historia de hormigas ode abejas, estoy seguro de que la veríamos comouna seguidilla cómica y macabra de hechos, de sáti-ras y de asesinatos. Pero si fuésemos hormigas quizánuestro juicio fuese diferente. Yo no comprendía su

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dilema: "O bien la Historia tiene un sentido o bienno lo tiene..., etc.", antes de haber leído sus Cartas aun amigo alemán. Pero todo se hizo claro cuando en-contré esta frase que usted dirige al soldado nazi:"hace años que ustedes tratan de hacerme entrar enla Historia". Diablos, pensé, puesto que se cree fuerade ella, es normal que plantee condiciones antes demeterse dentro. Así como la niñita que con su pietantea el agua preguntándose "¿estará caliente?",usted mira la Historia con desconfianza, sumerge eldedo que rápidamente retira y se pregunta "¿tienesentido?". No dudó usted en el 41, pero fue porquele pedían que hiciese un sacrificio. Simplemente setrataba de impedir que la locura hitleriana deshicieseun mundo en que la exaltación solitaria aún era po-sible para algunos y usted consentía en pagar el pre-cio de sus exaltaciones futuras. Hoy es distinto. Yano se trata de defender el statu quo sino de cam-biarlo, y ahora usted sólo lo acepta con las másformales garantías. Y si yo pensara que la historia esuna fuente llena de barro y de sangre, procederíacomo usted, me imagino, y miraría dos veces antesde sumergirme. Pero suponga que ya esté adentro,suponga que desde mi punto de vista, su disgustosea la prueba misma de historicidad. Suponga que le

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conteste como Marx: "La historia nada hace... es elhombre, el hombre real y vívido quien lo hace todo;la historia sólo es la actividad del hombre persi-guiendo sus propios fines". Si es cierto, quien creaalejarse de ella dejará de participar en los fines desus contemporáneos y sólo será sensible a lo absur-do de la agitación humana. Pero si declama contraellas, por esto mismo y contra su voluntad, entraráen el ciclo histórico, pues dará, sin quererlo, a unode los bandos que se mantiene en la defensiva ideo-lógica (aquel cuya cultura agoniza) argumentos pro-pios para descorazonar al otro. .Quien, por el con-trario, se adhiera a los fines de los hombres con-cretos, estará obligado a elegir sus amigos, pues nose puede, en una sociedad desgarrada por la guerracivil, ni asumir los fines de todos, ni rechazarlossimultáneamente. Pero desde ese momento que eli-ge, todo cobra sentido: sabe por qué resisten losenemigos y por qué combaten. Pues la comprensiónde la Historia está dada en la acción histórica. ¿LaHistoria tiene un sentido?, pregúnteselo usted mis-mo, ¿tiene un fin? En mi opinión es la pregunta laque no tiene sentido, pues la Historia, fuera delhombre que la hace, sólo es un concepto abstracto einmóvil, del cual no se puede decir que tenga un fin

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ni que no lo tenga. Y el problema no está en conocersu finalidad, sino en darle una. Por otra parte, nadieactúa solamente con miras a la Historia. De hecho loshombres están comprometidos en proyectos a cortoplazo iluminados por lejanas esperanzas. Y estosproyectos nada tienen de absurdo: aquí son los tu-necinos quienes se rebelan contra el colono, allá sonlos mineros quienes llevan a cabo una huelga dereivindicaciones o de solidaridad. No se discutirá sitienen o no valores trascendentales a la historia,sólo notamos que si los tienen, éstos se manifiestan através de las acciones humanas que, por definición,son históricas. Y esta contradicción es esencial alhombre: éste se hace histórico para proseguir loeterno y descubre valores universales en la acciónconcreta que prosigue con miras a un resultado par-ticular. Si usted dice que este mundo es injusto, haperdido la partida: ya está usted afuera comparandoun mundo sin justicia con una justicia sin contenido.Pero usted descubrirá la Justicia en cada esfuerzoque realice para ordenar su cometido, para repartirlos cargos con sus compañeros, para someterse a ladisciplina o para aplicarla. Y Marx jamás dijo que laHistoria tendría una finalidad; ¿cómo hubiese podi-do decirlo? Sería afirmar que el hombre, cierto día,

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no tendrá objeto. Sólo ha hablado de un fin de laprehistoria, es decir, de una finalidad que sería lo-grada en el seno de la historia misma, y sobrepasadacomo todos los fines. Ya no se trata de saber si lahistoria tiene un sentido y si nos dignamos partici-par de ella, pero, desde el momento en que estamoshasta los cabellos en ella, procuramos darle un senti-do que nos parece el mejor, no rechazando nuestroaporte, por pequeño que sea, a ninguna acción con-creta que lo requiera.

El Terror es una violencia abstracta. Usted seconvirtió en terrorista y violento cuando la historia -a la que usted rechazaba- a su vez lo rechazó; es queusted sólo era una abstracción de rebelde. Su des-confianza por los hombres le hizo presumir quetodo acusado era ante todo un culpable; de allí susmétodos policiales con Jeanson. En primer lugar, sumoral se cambió en moralismo, hoy sólo es literatu-ra, quizá mañana sea inmoralidad. No sé qué ocurri-rá con nosotros: quizá: nos volvamos a encontrar enel mismo campo, quizá no. Los tiempos son duros yentreverados. De todas maneras es bueno que pu-diera decirle cuanto pensaba La revista le estáabierta, si usted quiere contestarme, pero yo ya nohe de volver a contestarle. Le dije lo que usted fue

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para mí y lo que usted es ahora. Pero cuanto ustedpueda decir o hacer en respuesta, rehuso comba-tirlo. Espero que su silencio hará olvidar esta polé-mica.

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Francis JeansonPARA DECIRLO TODO

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La llave de todo esto, he de decirlo una vez más,donde creo captarla: Dios le preocupa a usted in-finitamente más que los hombres. Ya sé bien que usteddeclara la inexistencia de Dios. Pero insiste tanto,tan constantemente le dirige sus reproches, y pareceusted tan preocupado en no ser su víctima que pare-ciera que le guarda rencor por haber desaparecido yque teme en él a algún Diablo vivo. "Durante mu-cho tiempo hemos creído ambos -le escribía usted alamigo alemán- que este mundo no tenía una razónsuperior, y que estábamos defraudados. En una cierta

manera, aún lo sigo creyendo''18. ¿Tan notable fór-mula no expresa a su vez, la misma especie de des-pecho y de resentimiento, frente a un Dios que esta-ba obligado, que estaba obligado a usted, de crear un

18 Ibid, p. 80.

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mundo "justo" y a la vez satisfactorio para el alma?Este Dios bueno lo ha engañado, se ha transforma-do en genio maligno, o más simplemente, lo aban-donó, y se dejó morir sin preocuparse por usted.Pero hay que notar en qué tono registra usted estaincreíble desenvoltura: "Sé que el cielo que fue indi-ferente a sus atroces victorias, volverá a serlo para

su justa derrota. Una vez más hoy, nada espero de él19".En suma, hay en usted, y de esto no se duda, una

excepcional exigencia de justicia: pero se dirigecontra Dios, y sólo él parece digno del combate queopone el honor del hombre a esta injuria metafísicacon la que usted se cree herido.

En cuanto a los hombres, sus esfuerzos tiendenpreferentemente a ignorarlos, y de todas manerasllega usted bastante bien a desconocerlos. Las dosposiciones, frente a Dios y frente a los hombres,están, por otra parte, estrechamente ligadas. Estopuede verse, por ejemplo, en su negra imaginería delas revoluciones: los pueblos sólo figuran por acci-dente, y en la medida en que le interesa demostrar queellos son las primeras víctimas. Los "revoluciona-

19 Ibid, p. 69 (Yo soy quien subraya, como en todas las citas

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rios" para usted son todos conductores. Naturalmente,éste es un pensamiento que es común a mucha gen-te; pero usted supo llevarla más lejos, y ahora se hahecho original. Estos conductores son ideólogos,gente que, un buen día, tras hojear la obra deRousseau, de Hegel o de Marx, conciben una idea, yesta idea -Dios sabrá por qué se convierte en unaidea fija, y comienzan a delirar y desde entoncesactúan por espantosas convulsiones: consecuenciaésta que puede sorprender, cuando se determina quela loca pretensión de estos "revolucionarios" es es-tablecer, mediante la conquista del mundo, la di-vinidad de! hombre. Esto ocurre en cuanto a lahistoria, tal como ocurre con su propia vida: parausted está siempre en relación a Dios. Ya concluidocon el curso de la historia de los hombres, y susmotivaciones humanas, no le cuesta a usted muchoconsiderarlo inhumano. Pero si deplora que lo sea,no es tanto por los hombres que en su opinión sepierden en vano: sino porque embrolla sus relacio-nes con el mundo, trastorna el maravilloso rigor desu tragedia y no deja de ser una respuesta a esta no-ble elevación del pensamiento que en su afán de no

precedentes y en las siguientes).

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eludir los problemas, en un solo esfuerzo sin tro-piezos, los lleva hasta lo absoluto y los hace así in-solubles. La marcha grandiosa y la perfecta bellezade su papel -el del Justo afrontando gratuitamente,por dignidad, el mundo y su propia condición- exi-gen un escenario calmo y protagonistas simbólicos.Los movimiento de la multitud y la intervención delas realidades diarias, la sorda violencia de los opre-sores y, contra ella, esta violenta exigencia de lohumano, cuyas empresas el hombre jamás paga porcompleto ni con sus éxitos, ni con sus fracasos, to-do esto, naturalmente, falsearía su suntuoso juego.Frente a las realidades de las empresas revolucio-narias a través del mundo, necesita en consecuencia,en primer lugar, transformarlas en gestos simbóli-cos, que evidentemente usted interpreta según supropia obsesión de Dios. Pero esto no le basta: bajoesta forma aún se le escapan, y prosiguen negandosu propia actitud. Usted sólo las ha caracterizadocomo indiferentes y como locas; le resta recuperar-las, anexarlas definitivamente a su visión del mundo,de su mundo. Esto será un nuevo motivo para ejer-citar su estoica lucidez, manifestando de esta mane-ra que si llega usted a condenar, por lo menos no esde aquellos que condenan con los ojos cerrados. Y

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ahora tenemos la revolución transformada en ins-trumento de sublimación para el pequeño númerode elegidos y de mortificación para la masa de losno elegidos. "¡Alabados sean estos tiempos... en quela miseria grita y devora el sueño de los satisfechos!"Ya Maistre hablaba del sermón terrible que la revo-lución predicaba a los reyes". Hoy la prédica es, demanera más urgente, para las clases superiores,deshonradas, de estos tiempos.

Pero, ¿a qué hemos llegado? Ya sea de manera di-recta o implícita, su mismo libro (y lo hice notar enmi artículo) muestra en diferentes ocasiones que lasociedad burguesa actual se mantiene mediante laviolencia y que las formas no violentas de protestacontra ella son insuficientes por esencia o estánprescritas. No creo que se le ocurra a usted, siquierauna vez, presentar a la revolución como no necesa-ria para modificar en verdad el estado actual de co-sas en nuestra sociedad: su tesis es, simplemente,que la revolución es mortal porque los hombres es-tán por completo entregados a la historia. En fin,por momentos parece volver a hallar en el origen detoda revolución este valor positivo que constituye,para usted, la esencia misma de la rebelión y se llegaa pensar, volviendo a las fuentes, que ésta tendría

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algunas posibilidades de que usted la declarase sal-va... ¡Pero no! Usted la salvaría, suponiendo que tu-viese poder para ello, sólo para quitarle la vida. Y sitanto le agrada a usted su origen, es que éste repre-senta a sus ojos el punto mismo en que desearíaverla detenida para siempre: esto es cuanto hace jus-tamente su rebeldía, que se esmera en escapar a todaacción y que se conserva indefinidamente pura, nodejando nunca de volver a la iniciación en cero. Enresumen, usted cree que la revolución no puedeproseguir siendo válida, es decir, sublevada, sin elriesgo de un fracaso total y casi inmediato (ejemplode la Comuna). En cuanto al revolucionario quepretendiera mantener en el centro de una revoluciónlas exigencias específicas de la rebelión, a usted leparece simplemente entregado a una locura: y si nolo pretende, el desdichado sólo escapará a la locurapara caer en la policía. Así, pues, las revolucionesson necesarias para la humanización de las socieda-des burguesas, pero la única sociedad que ellas pue-den establecer es una sociedad perfectamente inhu-mana. Evidentemente, sólo resta una solución: elconsentimiento para las situaciones de hecho. Usted seapresura, es cierto, a determinar que este consenti-miento no es aceptación, y que importa no "ratificar

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la injusticia histórica y la miseria de los hombres".Naturalmente, naturalmente... pero de todas mane-ras es una suerte que usted nos haya acostumbradoun poco a este tipo de ejercicios. En fin, la cosa estáclara: usted sólo consiente rechazando y se guardabien de ratificar contra qué; por otra parte, no ad-mite que se entable la lucha.

Tal es, pues, la consecuencia de todo el trabajoque usted se tomara: esta Justicia de gran señor es-toico, este anacrónico concepto de una Justicia ab-soluta -y tan absolutamente absoluta que se pecaríaen contra de ella al esforzarse en hacerla penetrar enel dominio de lo relativo en el cual es necesario apesar de todo que los hombres se muevan. Esta no-ble exigencia, que mantiene las injusticias reales porel prurito de no agravarlas, y por una protesta con-tra la Injusticia imaginaria, debiera ser prefe-riblemente caracterizada como una manía de abso-luta pureza. El Justo es el Puro: es él quien ha hechovotos de pureza. Simultáneamente es un crédulo, oun impostor. Pues es algo. vano el querer huir detodo compromiso en un mundo en el cual uno ya seencuentra comprometido por el solo hecho de exis-tir, en el que uno sólo puede mantenerse en la exis-tencia al precio de comprometerse permanente-

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mente y bajo todos los aspectos. Si dividimos a loshumanos en tres categorías: los verdugos, las víctimas ylos demás, estos últimos son necesariamente, y encierta medida, cómplices de los verdugos. Y biencomprendo que el buen hombre que tenga la suertede no ser en verdad una víctima, prefiera el papel decómplice al de verdugo. Pero, por otra parte, nocreyéndolo autorizado para esgrimir el banderín dela pureza, dudo de que se pueda creer valedera ladivisión encarada: ya que no tiene en cuenta el tipode posición que adopta el cómplice, a partir de sucomplicidad de hecho. En este punto usted me daríala razón: hay, evidentemente, cómplices resignadosy cómplices sublevados. Así formulada, esta eviden-cia me deja intranquilo, y, por ejemplo, su propiocaso no tiene nada de tranquilizador. Usted ha ele-gido es cierto, ser un cómplice "sublevado": sóloque usted ha elegido también su rebelión. Quiero decir, queha elegido su objeto, y de tal manera que pueda per-manecer pasivo sin aparecer, al menos a primeravista, como un simple consentimiento: ¿cómo exi-girle al hombre que actúe contra una condición humanaque toda acción, justamente, presupone? Correlati-vamente, esta elección le traería a usted una segundaventaja, haciendo llegar su protesta a lo absoluto: de

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tal manera pasaría por más intransigente, cuandosólo hubiese consentido en seguir siendo impracti-cable. Pues lo Absoluto sigue teniendo siempre elmismo valor a los ojos de las conciencias derrotis-tas. Tercera ventaja: al convertir al hombre en ge-neral, en la más inocente de las víctimas, simultá-neamente dejaba usted por completo de ser cómpli-ce. Y, finalmente, por todo esto usted evitaba elriesgo de verse confundido con tantas víctimas; sólopodrían ser, en efecto, salvadas las que hasta elmomento de la muerte, como un desafío terrible,esgrimiesen sus rostros de víctimas a la Ausenciadivina. En suma, que usted eligió la derrota y le diotono.

En el 40, Francia había sido vencida; era (esto sesobreentiende) por un exceso de su pureza: "Ha-bíamos penetrado en esta guerra con las manos pu-ras, con la pureza de las víctimas y de los convenci-dos..." Bien. Pero ahora estamos en julio de 1943, yesta vez, a pesar de todo, la victoria se anuncia en elhorizonte: ¿Cómo dará usted este paso? De la ma-nera más simple: se entiende que usted no puededeclarar que si ahora los franceses están a punto deser vencedores, es porque han dejado de ser puros.Así, pues, usted convertirá a la pureza en la causa,

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también, de su victoria, y, desde luego en su conse-cuencia: "Saldremos (de esta guerra) con las manospuras -pero con la pureza, esta vez, de una granvictoria lograda contra la injusticia y contra noso-tros mismos." De tal manera, la victoria será otor-gada a los franceses, porque en primer lugar fueronvencidos: "Seremos vencedores gracias a la derrotamisma", y porque habrán "sentido la injusticia yaprendido la lección" de este sufrimiento infligido asu pureza. Sea. La III República era, pues, el ideal delas comunidades humanas y Francia, armada con suúnica energía, marcha sola hacia el triunfo...! ¿Perocuál es esta lección que ha aprendido de 1a injusti-cia? Se desarrolla en dos tiempos. Primer tiempo:Nuestra pureza nos costó cara: "Creo que Francia haperdido el poder y su reinado por mucho tiempo, yque por mucho tiempo deberá tener una pacienciadesesperada, una rebeldía atenta, para volver a ha-llar el prestigio necesario para su cultura. Pero creoque todo esto lo ha perdido por razones puras."Segundo tiempo: Habremos pagado este precio por nada."Hemos pagado demasiado cara esta nueva cienciapara que nuestra condición haya dejado de parecerdesesperante." Conclusión: la pureza resulta siempre casti-gada, siempre es víctima hasta en las aparentes victo-

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rias: ser puro es estar en derrota permanente, y lasderrotas de los puros son la confirmación de su pu-reza.

Tales perspectivas, naturalmente, lo conducen ano estar en absoluto satisfecho de los hombres. Yquisiera aún recordarle que en esas horas difíciles,cuando hasta su vida estaba en juego, y usted medi-taba sobre la suerte de Europa, "Europa" era enprimer lugar, para usted, la Europa de la Naturaleza,del Pasado, de las plantas y de las ruinas: "Es unatierra magnífica, hecha de trabajo y de historia...Todas estas flores y estas piedras, estas colinas yestos paisajes donde el tiempo de los hombres y eltiempo del mundo han entremezclado los viejosárboles y los monumentos. Mi recuerdo ha fundidoestas imágenes superpuestas para convertirlas en unsolo rostro, que es el de mi patria más grande... Nome bastaba con pensar que las mayores sombras delOccidente y de treinta pueblos, están junto a noso-tros: no quería dejar de lado la tierra".

A los hombres mismos, usted los ama aún máscuando están petrificados, limpios de existencia,entregados a su solicitud: condenados a ser lo queusted quiere que sean. Esta es la razón por la cualusted también los quiere en forma de símbolos. "El

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pueblo español", por ejemplo, es lo que le convienea usted: España, país mediterráneo, sensual y cálido,la grandeza y la aridez de sus paisajes, el extrañoespíritu de rebelión y de anarquismo de sus hom-bres, y por ahora todo marcha bien. Y tanto es asíque habiendo situado usted la acción del Estado deSitio en España, cierto día se justificó sugiriendo queal fin de cuentas no podía situarlo en otra parte: "...Ningún hombre sensible debió extrañarse -le escri-bía usted a Gabriel Marcel- de que debiendo tomaral pueblo para hacerlo hablar de la carne y del orgu-llo para oponerlo a la vergüenza y a las sombras dela dictadura, haya elegido al pueblo español. No po-día elegir al público internacional del Reader's Digest,o a los lectores de Samedi-Soir y France-Dimanche".Dejemos pasar la primera hipótesis que es pueril,puesto que, en efecto, este público está en todaspartes y en ninguna. En cuanto a la segunda, es dife-rente. ¿Sabe usted exactamente, quiénes son loslectores de estos dos semanarios y cómo y por quése los lee? Creía que usted estaría mejor informadosobre la situación de la prensa en Francia. Ubíqueseusted por lo menos frente a las cifras del tiraje: ¿nole parece que son muchos franceses barridos de unsolo golpe por el desprecio de uno solo? Debe tener

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usted una gran osadía... Además, ¿cómo diablos selas arregla usted para conciliar esta brutal sentenciacon su exaltante elogio de la pureza francesa en losaños de preguerra? ¿Entonces qué leían estos mis-mos franceses antes de la guerra? En todo caso meparece que en aquel momento no se hacía usted mu-chas ilusiones sobre el valor de sus prójimos: "...hoy el imbécil es rey...", escribía usted en Noces. Esque ya le molestaban, eran ya un borrón en el cua-dro, desentonaban en el decorado estos hombresque se obstinaban en no ser felices. Y usted les qui-taba la máscara: simplemente, ellos "tenían miedode gozar". De todas maneras usted hacía una ex-cepción con los argelinos: este pueblo sabía ser fe-liz, y usted era "consciente y orgulloso" al compartirsu amor por el mundo con esa raza "nacida del sol ydel mar, vivaz y sabrosa, cuya fuente de grandeza esla simplicidad y que de pie en las playas envía unasonrisa de complicidad a la sonrisa deslumbrante desus ciclos." De tal manera casi llega uno a pregun-tarse con qué finalidad llevaba con sus compañerosargelinos, este combate "un tanto inconfortable"que menciona en su carta, ya que su finalidad noestá claramente expresada por las descripciones quehace de sus estados de ánimo. Pero quizá se sintiera

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usted lleno de una paternal compasión por este"pueblo niño", en el que se ve "concluir matrimo-nios y comprometerse vidas enteras" por una nada,conversando en una sala cinematográfica, "al inter-cambiar bombones de menta".

Sí, bien veo cuánto le convenía a usted "este pue-blo sin alma": había estrictamente reducido a lo que,en él, no podía molestarle; también de él hizo unsímbolo. ¿Y qué era lo que usted le otorgaba?"Ineptas diversiones", "el culto del cuerpo", un"cándido cinismo", una "pueril vanidad": tales sonlas características, agregaba con encantadora indul-gencia, las que llevan a que esta raza sea "severa-mente juzgada" . . . Es curioso, pero ya lo ve usted,yo hubiese creído que el racismo colonialista, tam-bién él, a veces, podía tener una cierta parte en esto.

De todas maneras, puede uno haber tomado có-modamente algunos pueblos, convirtiéndolos ensímbolos -"estos bárbaros que se pavonean en lasplayas", "el pueblo de la carne y el orgullo"-, aúnquedan suficientes pueblos, y en verdad, muchoshombres que no fueron reducidos a la transparenciaabsoluta. Además la magia puede fracasar (porejemplo, los argelinos, pueden reunirse en un mo-vimiento nacionalista, o bien, ¿quién puede ase-

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gurarlo?, convertirse en "revolucionarios"): de talmanera es mucho mejor encarar de lleno algunasolución más radical. Esta consistirá en reconocerque el voto de pureza implica esencialmente el votode soledad: "No siempre es fácil ser un hombre, ymenos aún ser un hombre puro; pero, ser puro, esvolver a hallar esa parte del alma en que se hacesensible el parentesco del mundo, en que los empu-jes de la sangre coinciden con las pulsaciones vio-lentas del sol del mediodía". ¿Parentesco? Mejoraún: "amoroso entendimiento de la tierra y del

hombre liberado de lo humano''.20

Ahora hemos llegado al verdadero estado espiri-tual del ascetismo de la rebeldía. "¡Florencia! Uno delos pocos lugares de Europa, donde comprendí queen el corazón de mi rebeldía dormía un con-sentimiento. En su cielo, donde se entremezclan laslágrimas y el sol aprendía a hacer mía la tierra y aandar en la llama sombría de sus fiestas... ¿De quémanera consagrar el acuerdo del amor y la rebeldía?¡La tierra!" Usted lo comprendió sobre las ruinas deDjemila: "Es en la misma medida en que me separo

20 Bodas.

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del hombre que siento el temor de la muerte, en lamedida en que me prendo a la suerte de los hom-bres que viven, en lugar de contemplar el cielo queperdura." Así como usted supo extraer del campoflorentino esta moral sin historia, esta "sabiduríadonde todo estaba ya conquistado" y que hay unsolo universo "donde tener razón toma un sentido. Lanaturaleza sin hombres".

A partir de eso, usted supo bajo qué forma loshombres lo molestarían menos: "¿La medida delhombre? Silencio y piedras muertas. Todo lo demáspertenece a la historia". A este espíritu ascético lollamaba usted indistintamente "la pasión de vivir" o"el olvido de sí mismo": en todos los casos, los pre-paraba para "esta lección que nos desliga de todaesperanza y que nos aparta de nuestra historia". ¡Ra-ra vez, sin duda, la lección fue tan provechosa! Y yoquisiera, antes de volver a su carta, ilustrar con unúltimo ejemplo una continuidad de pensamiento tanexcepcional: "No veo -escribía entonces- qué lequita la inutilidad a mi rebeldía, y siento muy biencuánto le agrega".

El Justo, el Puro, el Solitario... Sí, así es, para ter-minar, tal como yo lo veo: prisionero de usted mis-mo, perdidamente preocupado por su dignidad, por

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su grandeza, por su personaje. Solo, encerrado en sudespecho, lleno de resentimientos, finalmente irrita-do contra tantos hombres que no quieren desespe-rarse como usted, que quizá no quieran desesperarseen absoluto, y que se obstinan en distinguir entre la desgra-cia de haber nacido mortales y la desgracia de ser oprimidos.Y que no comprenden que la felicidad está allí, al al-cance de sus manos, si consienten sólo un poco envolverse hacia el sol, en hacerse cómplices del azulinfinito... Usted está solo, es cierto, y cada uno denosotros también lo está: pero parece olvidar que

eligió estarlo. "Tengo el hábito de estar solo..."21. Porotra parte, tiene usted el énfasis del Solitario, suarrogancia, su soberbia. Usted está solo, y empleatoda su grandeza en permanecerlo. Y sin duda seránecesario haber elegido la soledad, para concebir laverdad como cosa personal, un asunto de honordonde solo la nobleza y la sinceridad de uno daría elargumento decisivo: ¿pero quién ha de determinarentre el honor de Pedro y el de Pablo? Usted creeque basta con ser sincero, es decir, en suma, tenerconciencia de serlo; por otra parte, usted tiene con-

21 Carta al "Observateur", 5 de junio 1952.

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ciencia de ello: así será pues, su honor el que determi-nará, como juez supremo. A partir de esto, usted esla Verdad, el fiel exacto de la balanza, que siemprese inclina del lado del verdadero peso. Pero ahoraenfrenta usted a la verdadera historia: de pronto elfiel tambalea, soporta inquietantes sacudidas y depronto acusa terribles pesos que lo asustan. De talmanera, descubre usted que la única historia queserenamente se pueda pesar, y desafiar noblemente,sería una historia inmóvil, una ausencia de historia.Su Justicia, finalmente sólo es justa en mitad del ca-mino.

"Si la verdad está por la derecha, que se la pro-clame y allí estaré.": naturalmente, puesto que ustedes la Verdad. Pero por lo menos es necesario dichaseguridad para poder expresarse de esa manera. Escierto que desde esta altura absoluta donde se sitúasu conciencia pura, la izquierda o la derecha sóloson para usted formas sin contenido, lugares abs-tractos, simétricos con respecto a un "centro equi-distante". La verdad histórica no ha de buscarla encuanto ocurre en el seno de la derecha, y de la iz-quierda concretas, ni en las luchas que se oponen,sino únicamente en las repercusiones de estas luchasen la magnitud de su actitud frente a lo real. Desde

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este punto de vista, naturalmente, toda lucha efecti-va es condenable: fuera del eterno equilibrio, no haysalvación. El sol es justo, y usted también lo es, us-ted que extrae de él su sabiduría, pero los hombresson injustos y locos. En las últimas páginas delHombre Rebelde, el odio se muestra al estado puro,cuando su moralismo totalitario encara a los peores deéstos: "Estos pequeños europeos que nos dejan versu rostro avaro.", "la innoble Europa", "la cohorterugiente de estos pequeños rebeldes, ralea de es-clavos que concluyen por ofrecerse hoy, en los mer-cados de Europa, para cualquier servidumbre", et-cétera... Pues la Verdad de usted, no necesita de loshombres para ser humana, lo es en pleno, por graciadivina. Es suya, luego es humana. No la obtiene poruna colaboración, una confrontación real, conhombres reales; usted la concibe -muy alto, por en-cima de ellos, solo ante sus imágenes coloreadas- y,paternalmente en un gran gesto de severa afecta-ción, usted se las otorga ¿Y cómo responder al de-recho de hacer pesar sobre ellos tamaña virtud de-sesperada -esta "fiera compasión" y este terrible

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amor que en primer lugar los condena, puesto que

usted eligió "la generosidad del hombre que sabe"22?En el mismo párrafo del Hombre Rebelde en que

usted proclama su elección (y el noble privilegio quesupone), también escribe: "loca generosidad" (375);pero ambas fórmulas no se contradicen: sólo que lasegunda designa, en su opinión, cuánto hay de no-blemente absurdo e irrazonable en ser Juicioso eneste mundo, en mantenerse frente a los hombrescomo aquel que sabe. Aun cuando intenta proponer suverdad subjetiva como una sabiduría universal, valede-ra en un "término medio", continúa pretendiendoque este juicio es locura, y que se atribuye algunatrágica grandeza. Sólo propone su Verdad sugirien-do que sin duda es inaccesible y que los hombresson lo bastante locos como para pensar que esaVerdad no es locura. Pues !a Verdad verdadera sólopuede ser para usted, la absolutamente pura: asípues, es necesario que sea conjuntamente, inverifi-cable y no compartible -inaceptable. Su forma per-fecta es el desafío universal.

22 El Hombre Rebelde (pág. 377).

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Naturalmente no deja usted de afirmar lo cont-rario. La rebeldía, escribe, es esta "primera evi-dencia" que "aleja al hombre de su soledad", "fundaen todos los hombres el valor primero": a partir deeste momento de rebeldía, el sufrimiento "tiene con-ciencia de ser colectivo". De allí su proposición detipo cartesiano: "Me rebelo luego soy". Por mi parte,lo confieso, esta evidencia no es tal. Suponga, porejemplo, que me rebelo contra la condición humana,la cual implica en particular el hecho absurdo e in-justificable de otras existencias en el mundo en queyo existo: podré simultáneamente rebelarme contralos demás, si me parece que su existencia es obstá-culo a mis empresas y no obstante fundar en ellos"el valor primero"? Al contrario, me parece grandesu osadía, cuando denuncia usted más lejos, a pro-pósito de Lautréamont, "la eterna coartada del insu-rrecto: el amor por los hombres."

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Jean-Paul SartreALBERT CAMUS

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Camus era una aventura singular de nuestra cultu-ra, un movimiento cuyas fases y cuyo término finaltratábamos de comprender. Representaba en estesiglo y contra la historia, el heredero actual de esalarga fila de moralistas cuyas obras constituyen qui-zá lo que hay de más original en las letras francesas.Su humanismo terco, estrecho y puro, austero y sen-sual, libraba un combate dudoso contra los aconte-cimiento masivos y deformes de este tiempo. Pero,inversamente, por la terquedad de sus repulsas, rea-firmaba, en el corazón de nuestra época, contra losmaquiavélicos, contra el becerro de oro del realis-mo, la existencia del hecho moral. Era, por así decir,esta inquebrantable afirmación. Por poco que se leleyera o se reflexionase, uno se topaba con los valo-res humanos que él sostenía en su puño apretado,poniendo en tela de juicio el acto político. Inclusosu silencio, estos últimos años, tenía un aspecto po-

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sitivo: este cartesiano del absurdo se negaba a aban-donar el terreno seguro de la moralidad y a entraren los inciertos caminos de la práctica. Nosotros loadivinábamos y adivinábamos también los conflic-tos que callaba, pues la moral, si se la toma sola, exi-ge y condena a la vez la rebelión. Cualquier cosa quefuese lo que Camus hubiera podido hacer o decidiren adelante, nunca habría dejado de ser una de lasfuerzas principales de nuestro campo cultural, ni derepresentar a su manera la historia de Francia y desu siglo.

El orden humano sigue siendo sólo un desorden;es injusto y precario; en él se mata y se muere dehambre; pero al menos lo fundan, lo mantienen y locombaten, los hombres. En ese orden Camus debíavivir: este hombre en marcha nos ponía entre inte-rrogaciones, él mismo era una interrogación quebuscaba su respuesta; vivía en medio de una larga vida;para nosotros, para él, para los hombres que hacenque el orden reine como para los que lo rechazan,era importante que Camus saliera del silencio, quedecidiese, que concluyera. Raramente los caracteresde una obra y las condiciones del momento históri-co han exigido con tanta claridad que un escritorviva.

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Para todos los que le amaron hay en esta muerteun absurdo insoportable. Pero habrá que aprender aver esta obra mutilada como una obra total. En lamedida misma en que el humanismo de Camuscontiene una actitud humana frente a la muerte quehabía de sorprenderle, en la medida en que su bús-queda orgullosa y pura de la felicidad implicaba yreclamaba la necesidad inhumana de morir, recono-ceremos en esta obra y en esta vida, inseparablesuna de otra, la tentativa pura y victoriosa de unhombre por reconquistar cada instante de su exis-tencia frente a su muerte futura.

JEAN PAUL SARTRE.