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DR. J. DE NADAL BAIXERAS

RELACIÓNMEDICO-ENFERMO

PUBLICACIONES MEDICAS BIOHORM. - SECCIÓN: MEDICINA E HISTORIA | N.° ft.: 8. 1023-63 | D. L: S. 27541-63 | EDITORIAL ROCAS. - DIRECTOR: DR. MANUELCARRERAS ROCA. COLABORAN: DR. AGUSTÍN ALBARRACIN - DR. DELFÍN ABELLA - PROF. P. LAIN ENTRALGO - PROF. J. LÓPEZ IBOR-DR. A. MARTIN DE PRA-DOS-DR. CHRISTIAN DE NOGALES - DR. ESTEBAN PADROS - DR. SJLVERIO PALAFOX - PROF. J. ROF CARBALLO - PROF. RAMÓN SARRO - PROF. MANUEL USAN-0IZAQA-PROF. LUIS S. GRANJEL-PROF. JOSÉ M.' LÓPEZ PIÑERO-DR. JUAN RIERA-PROF. DIEGO FERRER-DR. FELIPE CID-DIRECCION GRÁFICA: PLA-NARBONA

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De esta edición se han separado cien ejemplaresnumerados y firmados por el autor.

Ejemplar n.° /"/ V

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DR. J. DE NADAL BAIXERAS

RELACIÓNMEDICO-ENFERMO

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RELACIÓNMEDICO-ENFERMO

La significación y el alcance de las relaciones que los médicos y enfermos establecen todos los días y a todas ho-ras se ha ido convirtiendo, poco a poco, en un tema de gran interés, como si su estudio y su análisis prometiesela apertura de nuevos horizontes para una medicina que aumenta su eficacia a medida que se tecnifica, pero queva dejando al margen de sus grandes éxitos problemas nuevos, en forma de sufrimientos humanos, que se rebe-lan ante los avances técnicos y aún crecen a medida que la durabilidad de ciertas enfermedades aumenta.Cualquier aportación capaz de iluminar la profundidad de este apasionante tema debe ser recibida con gran inte-rés y agradecimiento, y hay que reconocer que los pensadores médicos de nuestra patria no hayan quedado cortosni en calidad ni en cantidad. Lo poco que yo puedo decir acerca de la relación médico-enfermo no alcanzará, sinduda, merecimientos para parangonarse con los importantes trabajos ya aparecidos, pero creo que estará plena-mente en línea de lo que se pide. Mi recorrido profesional, que se ha extendido desde el suburbio hasta la Uni-versidad, desde la medicina de la promoción social a la consulta privada y ha pasado por diversas experienciashospitalarias, manteniendo siempre la actitud del internismo, o de la medicina general como quiera llamársela,me coloca, sin duda, en condiciones excepcionalmente favorables para haber recogido una experiencia muy personalde la relación médico-enfermo. Y si esta actitud del internista, como he dicho alguna vez, representa un esfuerzode síntesis en el mundo del saber médico, un diálogo con el progreso científico y un planteamiento epistemoló-gico de la medicina, es evidente que la meditación de una experiencia de internista acerca de la relación médico-enfermo puede tener algún interés. Y es en este sentido, desligado de cualquier compromiso teórico o trascen-dente, cómo me siento solicitado y cómo acepto el encargo, a la manera de una invitación, a meditar en público.Lo primero que llama la atención al hacerlo es la imposibilidad de reducir la relación médico-enfermo a un simplediálogo entre dos sujetos. Aunque el enfermo se presente solo ante el médico, rara vez se trata de un solitario.El pasado y el futuro inmediatos de un diálogo médico, cuando no el presente mismo, requieren que el médicoentre en contacto con el ambiente del enfermo, y es que en realidad el enfermo está tan ligado a su mundo que esemundo está presente y actuante en el paciente. En realidad es la enfermedad misma que se origina y actualizaen el mundo del enfermo.Cuando el médico, por hábito profesional, interroga acerca de las relaciones familiares, profesionales, sociales,etcétera del enfermo tiene conciencia, efectivamente, de la importancia de ese perimundo en el que la enferme-dad se desarrolla, pero acaso no percibe otro aspecto más profundo, y es que la forma de integración en la vidaque aflora en las respuestas a su interrogatorio es la que perfila y define el contenido de lo que el enfermo conmayor o menor conciencia solicita y espera recibir del médico. No es siempre, simple y sencillamente, la salud loque el enfermo espera ; antes de la concreta solicitud de un bien, existe una esperanza inconcreta que, a fin decuentas, requiere del médico una interpretación significativa del sufrimiento. Una interpretación que será parael enfermo la formalización de su esperanza.Esta actitud del enfermo se concreta, en la práctica, en el deseo primordial del enfermo de saber el anombre» desu enfermedad, porque mediante el conocimiento de este nombre espera ser capaz de interpretar su situación.De las dos corrientes que conviven en nuestra actualidad médica y contribuyen ampliamente a definirla, centrada

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La enseñanza médica.(Del Hortus Sanitaria, 1499)

la una en la especie morbosa y la otra en los conceptos de totalidad, es la primera la que suele predominar en laencuesta que el enfermo formula al médico. Los enfermos invitan al médico a responder a la pregunta «quétengo» con un «nombre», nombre que puede ser el de un enfermedad, o el de una viscera, o simplemente el deun término médico más o menos popularizado, que de un forma u otra cumpla la misión primordial de ofreceral enfermo un punto de apoyo para comprender su realidad presente.La respuesta del médico, sea cual sea, opera una transformación decisiva en el futuro de la relación con supaciente, porque si bien es cierto que el médico al mencionar un «nombre» dice algo, no lo es menos que dejasiempre otro «algo» sin decir. Y es que ese nombre o la explicación de que se valga para eludirlo, produce ine-vitablemente en el paciente una imagen cuyo contenido depende de la experiencia previa del paciente en relacióncon este nombre. Puede tratarse simplemente de una experiencia intelectual o cultural, o puede estar profunda-mente vinculada a la historia personal o familiar, o puede despertar un mundo de referencias más o menos re-motas, pero lo que es constante es la pérdida de precisión que tienen los términos médicos a los ojos del pa-ciente cuando pasan del mundo de la cultura a su propio cuerpo. Conceptos que siendo externos se daban porsuficientemente explícitos ; al tener que ser incorporado en sí mismos a través de la declaración del médico seconvierten en una fuente de incógnitas. En este momento, aunque el médico haya dicho «algo», es más lo queha dejado por decir ; los conocimientos de la nueva situación interesan más que los nombres de las enfermedadesy la relación médico-enfermo ha entrado en una nueva etapa. Esta etapa puede ser muy simple si el médico tienea su alcance medios técnicos de erradicar el mal median unos actos terapéuticos eficaces y eliminar causas y con-secuencias, pero que también puede ser un largo camino lleno de nuevos problemas.Es, pues, en este momento cuando el enfermo pregunta v se pregunta acerca de la curabilidad de su enfermedady de los medios y sacrificios que le van a ser acón ejados e impuestos. No sabe todavía si el médico que tienedelante es un ejecutor eficaz de unas técnicas sanadoras que a costa de algún sacrificio le extraerá el mal, o si,por el contrario, debe contar con una merma definitiva d salud o quizá con la muerte, en cuyo caso tiene antesí una figura de médico radicalmente distinta.De cualquier modo, es evidente que la primera esperanza del enfermo es la que podríamos llamar «ajenidad»de la enfermedad. La tecnificación de la medicina, la confianza en el progreso y la eficacia creciente de la medi-cina científica y de la farmacología, sin contar con los progresos de la cirugía, tienden a reducir cada vez más larelación médico-enfermo a una técnica terapéutica y a considerar la curación como una exéresis de algo patoló-gico que estaba sobreañadido a la salud. Así, muchas veces se contribuye a crear la convicción de que la enfer-medad es un cuerpo extraño, haciendo cada vez más difícil que el enfermo actual tenga conciencia de que cual-quier acontecimiento patológico, incluso el de más elemental apariencia es una experiencia biográfica enraizadaen el pasado y que participará en el futuro personal y también una experiencia biológica cuya mella anatómica,funcional o bioquímica será indeleble : la salud no se recupera, se renueva.Igualmente llamamos curación a la extirpación de un órgano enfermo o de alguna de sus partes, como a la resti-tución de la normalidad humoral o la compensación de una insuficiencia, pero este criterio de curación rara vezequivale a una restitución en todo su sentido. Todos hemos visto enfermos preocupados por las posibles funciones

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del apéndice que ha sido extirpado, por la posibilidad de vivir del mismo modo con un solo riñon, por las predis-posiciones inherentes al hecho de haber sufrido el tifus, por la solidez de un callo de fractura, etc., y tengopara mí que todas estas inquietudes significan en el fondo un reconocimiento tácito de que la salud obtenida des-pués de la curación no es la misma de antes y que la «nueva salud» es también un riesgo de unas nuevas posibi-lidades de enfermar. Y qué es todo este problema sino la realidad de que por más que nos esforcemos en tratara la enfermedad como algo radicalmente extraño, nunca puede ser del todo ajena. Me parece evidente que el plan-teamiento neta y exclusivamente científico del padecimiento humano que nos esforzamos en nosografiar y clasi-ficar en especies morbosas, aunque presida habitualmente el primer acto de la relación médico-enfermo, se mues-tra totalmente insuficiente cuando se descubre que su horizonte está limitado por el frío dilema «normalidad-alteración» dentro del cual no cabe la interpretación del sentimiento de enfermedad y tampoco el significado dela salud, aunque se pretenda vivir el fenómeno patológico como algo ajeno.En realidad, ni los conceptos que un enfermo pueda tener de la medicina y las enfermedades, ni el carácter másextrínseco que se quiera suponer para un padecimiento determinado, son razones bastantes para eliminar las con-secuencias decisivas que se producen cuando una enfermedad pasa de ser un objeto de conocimiento a sentirsesubjetivamente afectado por ella. El sujeto enfermo, personalmente afectado, no podrá ya ser objeto de la accióntécnica de un médico que se limite a «informar» y a poner en marcha unas medidas curativas o paliativas. Las opi-niones que pueden formarse los médicos de la medicina y de las enfermedades son innumerables, sobre todo cuan-do defenderlas no lleva implícito ninguna responsabilidad real y, de hecho, son muchas veces un exponente másde un tipo de cultura que se extiende a otros muchos órdenes del pensamiento ; pero cuando no se trata ya deopinar, sino de vivir una enfermedad, entonces lo que sólo había sido concebido como una realidad opinable seconvierte en una peculiar situación personal que afecta a la entraña afectiva, social y ético-religiosa del hombreinmerso en su comunidad. Por eso decimos que el médico nunca tiene ante sí a un hombre solitario y que larelación médico-enfermo no es nunca un diálogo aislado entre dos seres.Si en la relación médico-enfermo, como tantas veces se ha hecho y aún se predica como un desiderátum, el pa-ciente se considera como un objeto de la técnica médica, entonces el propósito auténtico de esa medicina no es cu-rar a un enfermo, sino arrancar de un sujeto doliente el objeto de su dolor que es la enfermedad. La relaciónmédico-enfermo se ha sustituido por una relación «terapeuta-enfermedad». La curación en ese caso es, o equivale,a una exéresis, expresión más o menos encubierta de una mutilación.Pero, si la relación médico-enfermo presupone en el paciente un sujeto personal, entonces el médico se encuentraen la necesidad de establecer su relación con alguien que desde su ser interpretativo pertenece a un mundo cul-tural, como ser afectivo a una comunidad amorosa, como ser social a una colectividad económica y como serético-religioso a una humanidad trascendente.Si tomamos ahora conciencia de todo lo que representan estos aspectos en la esperanza que el enfermo pone enel médico, se comprende que si éste se limita a diagnosticar y a señalar un tratamiento, su actuación podrá, en

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un cierto número de casos, dar satisfacción adecuada a la más elemental motivación del encuentro con el médico :«¿qué tengo?», «¿qué debo hacer?», pero no será sin que la renuncia a plantearse otros niveles en la relaciónmédica sea y signifique un rechazo de la consideración personal del sufrimiento y una negación de la incumbenciamédica en las relaciones entre la enfermedad y la existencia.Hay que dar por sentado que la civilización actual ha demostrado irrevocablemente que el progreso científico esaplicable al conocimiento de la naturaleza y por consiguiente un camino ineludible para la Medicina, pero noes menos irrevocable la adquisición del conocimiento de que todo acontecimiento patológico debe ser juzgadoen la biografía de un hombre y de que por ser radicalmente histórico es también radicalmente personal. Noso-tros ya no podemos decir que no hay enfermedades sino enfermos, sin hacer la salvedad de que al decir «enfermos» nonos referimos simplemente a los matices que un sujeto es capaz de introducir en los entes morbosos estandarizadosde la ciencia médica, sino que queremos afirmar la esencial) originalidad de cualquier situación patológica del hom-bre. Es precisamente en la comprensión de esa originalidad donde la coexistencia de la medicina científica y lapsicosomática alcanza la plenitud de su sentido.En el encuentro del médico y el enfermo no debe sorprendernos, por lo tanto, que este último, explícita y cons-cientemente, o bien de forma apenas perceptible o intuible, se presente como alguien que desea comunicarsepara ser conocido. Esta actitud es sin duda una disposición del enfermo a ser reconocido, pero también una exi-gencia sin cuya satisfacción la relación con el médico no alcanzará su plenitud ; y es porque el paciente intuyeque su comunicación con el médico y el reconocimiento subsiguiente no sólo tiene como fruto el registro de lossíntomas de la enfermedad, sino también un conocimiento de la peculiaridad personal de quien la padece. El in-terrogatorio, el examen físico y los métodos de exploración complementarios que el médico ordena, no son vivi-dos como una investigación dirigida exclusivamente a perfilar las características del mal, sino también como pre-cisiones necesarias para el conocimiento del protagonista. Cuántas veces un interrogatorio infructuoso y anodinose enriquece, se amplía y se profundiza en ulteriores entrevistas cuando el enfermo ha comprendido el carácterde comunicación personal dirigida al conocimiento, que tiene su relación verbal, con un médico que ha sabidomostrar el carácter auténtico de sus preguntas.Cuando la relación médico-enfermo llega a este nivel, el médico que ha proyectado su oficio, no sólo hacia eldescubrimiento de la enfermedad, sino también hacia el conocimiento del paciente, con intención o sin ella, haempezado a desvirtuar la primitiva esperanza del enfermo en lo que hemos venido llamando «ajenidad» de laenfermedad. La investigación exploratoria del médico puede cambiar aquel «¿qué tengo?» inicial por un «¿quéme pasa?», y lo mismo que la enfermedad va dejando de ser ajena a medida que avanza la comunicación médica,también «el médico» va dejando de ser ajeno para convertirse en «mi médico». La relación verbal y física que laexploración diagnóstica requiere, desborda esencialmente el nivel meramente objetivo y técnico y lo eleva haciauna relación humana cuya consecuencia inmediata es una necesidad de comprensión.El peculiar conocimiento que el médico adquiere del enfermo es menester que se traduzca en una especial com-

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Una operación en el ojo.(G. Bartlsch, Dresde 1583)

prensión que el enfermo exige y que se refiere ante todo a la significación de su persona en el mundo y de laenfermedad en su persona. Sólo con esta comprensión médica será posible la ayuda esperada y sobre todo elque esta ayuda se ejerza a través de una compañía en el camino de la enfermedad y de sus consecuencias.La necesidad de comprensión, de compañía por parte del enfermo se manifiesta de los modos más diversos yvariados, pero rara vez faltan si se saben interpretar las actitudes de los enfermos y no es difícil darse cuentade cómo la ayuda del médico se ejerce constantemente a través de esos presupuestos. ¿Qué es si no una necesi-dad de comprensión la sensación de desnudez de muchos enfermos ante la mirada del médico ? Y la confianzaen la sagacidad de los médicos de nombre ilustre y famoso, ¿no es también atribuirles una capacidad de com-prender mejor o con menos elementos ? ¿ Y los enfermos que necesitan a diario poner a prueba la autenticidadde su médico ? Todos ellos manifiestan de hecho su necesidad de comprensión y pagan al médico con la monedade la fe.Otro tanto ocurre con el carácter de compañerismo de la relación médica. Hay enfermos sumisos, obedientes,confiados, amistosos o críticos, pero en el fondo de todas estas actitudes late un afán de colaboración y de com-pañerismo con el médico en la tarea de hacer eficaz la ayuda y de concretar la esperanza. Hasta existe el enfermoque declara una mejoría inexistente para no disgustar al compañero médico. Lo que no cabe cuando la relaciónmédico-enfermo ha llegado a humanizar a sus protagonistas es una indiferencia que la reduzca a un mero sumi-nistro de servicios. La ayuda que no se enraiza en la comunicación y en la comprensión no cubre, sino que en-cubre la necesidad implícita en la llamada esperanzada del enfermo que inicia toda relación con el médico.Pero si hemos visto a dónde nos lleva el mero hecho de pensar en el enfermo procurando no desintegrarlo del mun-do y de la historia personal donde la enfermedad se origina y se actualiza, también parece justo someter al otroprotagonista, el médico, a una meditación semejante.Veamos cuál es en realidad la intervención del médico n la relación médico-enfermo. No cabe duda acerca dela multiplicidad que la intervención del médico presenta y la variedad de actitudes que puede adoptar en las distin-tas misiones que el médico de hoy toma a su cargo, pero si quisiéramos buscar un término capaz de recoger el ele-mento esencial de todas sus intervenciones, yo diría que lo que define más exactamente el papel del médico es el he-cho de participar en el enfermo, haciéndolo precisamente en los dos sentidos que la Real Academia de la Lenguaatribuye a esta palabra : «tomar parte» y «notificar», dar noticia. Ambas condiciones parecen ser los rasgos funda-mentales del médico que hacen posible su ayuda y que incluso pueden ser ya de por sí una verdadera ayuda.Efectivamente, el médico toma parte en la esperanza del enfermo y su propia esperanza la transforma en noticiapronostica ; toma parte en su comunicación verbal y exploratoria y de ahí concluye la noticia diagnóstica, y la mis-ma comprensión que el enfermo exige es un tomar parte que culmina en el antes mencionado compañerismo, enla noticia de su compromiso profesional. Y aun la parte del médico en la disposición o ejecución de las medidasterapéuticas es el signo de una relación sanadora donde el mismo médico queda implicado, constituyéndose suspropias recomendaciones o actos en noticia de su presencia.

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San Damián junto al lecho de un enfermo mi-rando su orina. (Grabado de madera de Urs Graf.el Viejo. 1485-1528)

San Cosme se aproxima a un enfermo llevandoel pomo de ungüento y la espátula. (Grabado demadera de Urs Graf, el Viejo. 1485-1528)

Sin embargo, la parte que en realidad toma el médico en su relación con el enfermo, su participación, está pro-fundamente influida por el tipo de actividades médicas a que se dedique y por consiguiente por el motivo de surelación con él. Asimismo la noticia, como la hemos llamado, puede oscilar desde la más minuciosa consideraciónde todas las circunstancias personales de sujeto enfermo a la simple entrega de un documento exploratorio, inclu-so sin contacto personal.Para comprender, pues, el papel del médico en el desarrollo de la relación médico-enfermo, hay que reconocer queasí como no podíamos ver al enfermo en solitario, aislado de su mundo, tampoco podemos mirar al médico ais-lado de su medicina. Es ésta una circunstancia previa y condicional; lo que significa la Medicina para el mé-dico es el ingrediente predominante que caracteriza y matiza su peculiar manera de participar en el enfermo. Por-que en realidad no es sólo el enfermo el que espera y recibe en su relación con el médico, sino también este últi-mo ; pero los elementos que integran lo que el médico espera recibir no son siempre los mismos : ciencia, prestigio,experiencia, dinero, eficacia, valores ético-religiosos, socio-económicos, etc., contribuyen a matizar una infinidadde formas que recibir del enfermo. Así viene a suceder que el predominio de cada uno de estos aspectos o el dealguno de ellos, tiende a un alejamiento del enfermo como totalidad, convirtiéndose el «tomar parte» del médicoen un «tomar sólo una parte». Que el enfermo se convierta sólo en objeto de ciencia o de experiencia, o en motivode prestigio o de lucro, o en un ser social-individuo de una colectividad, etc., son riesgos de todos los días, cuyaconstatación obliga a meditar en la dificultad de mantener consciente y actuante el compromiso ineludible de lavocación médica.La práctica profesional nace de una vocación efectivamente, pero la debilidad humana no está ausente ni siquie-ra de las actuaciones aparentemente más logradas. Y no se trata solamente de la perenne incompletud y caducidaddel saber médico; hay también una capacidad de servir a la esperanza y de merecer la fe que el enfermo depo-sita en la medicina y en los médicos. Por eso me parece que la relación médico-enfermo se desarrolla en la compa-ñía de dos seres cuyas debilidades se subliman mediante la ayuda del uno y la confianza del otro, transformán-dose en motivo de superación y de crecimiento.Se dirá, con raían, que estos profundos niveles de las relaciones médicas no son visibles ni se perciben siquieramás que en los casos en que la relación médico-enfermo culmina en algún tipo de amistad o cuando se convierteen reflexión la misma práctica de la medicina ; pero no creo que la dificultad de descubrirlos niegue su realidad nisu importancia, si lo que se pretende es encontrar lo que es peculiar en la relación humana que la medicinaplantea.Tampoco son válidas las razones prácticas basadas en la mera eficacia, porque los éxitos de la medicina y de losmédicos respetuosos sólo de los aspectos técnicos, que dan la batalla a la enfermedad con su arsenal terapéutico,ni son eficaces por el rechazo de los problemas profundos de su relación con los enfermos, ni el hecho del re-chazo los aparta realmente, ni la eficacia, quizás episódica, de sus curaciones dejará de repercutir perjudicialmenteen el futuro de los pacientes a quienes se les enseña a desprenderse del sufrimiento como algo ajeno cuya extirpa-ción puede encomendarse a un profesional.

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Sin embargo, el panorama que se presenta ante ios ojos del observador cuando pretende abarcar los infinitos tiposde relaciones que se crean entre médicos y enfermos, es tan diverso, tan polifacético que no puede dejar deconcedérsele un significado, sobre todo cuando se comprende que los mismos médicos y los mismos enfermosson protagonistas de situaciones totalmente diversas. Un médico no es el mismo médico para todos los enfermos,ni tampoco un enfermo es el mismo enfermo para todos los médicos.Hay una primera explicación para este fenómeno que no deja de ser muy atractiva : la motivación de la relaciónmédica es la determinante de la línea que va a desarrollarse. Efectivamente, no es lo mismo la relación que seestablece libremente con un médico elegido en razón de su personalidad, que la que viene más o menos obligadapor cualquier motivo, o la que implica la responsabilidad social de un dictamen, o la que se funda en una moti-vación científica, etc. ; pero uno se pregunta si esas solas razones pueden dar cuenta de todo el problema, o si,en el fondo, hay que admitir que, puesto que todas estas variedades son posibles, es porque la enfermedad lopermite.En realidad, el concepto que tenemos de enfermedad ha sido construido por los médicos a través de muchossiglos de historia, ha sido heredero de múltiples corrientes del pensamiento filosófico y religioso y está some-tido continuamente a la crítica, a la técnica y a la práctica. Todo ello hace de la enfermedad un ente tan diná-mico, vivaz y cambiante que invita a atribuirle responsabilidades propias en la matización de la relación médico-enfermo como si se tratase de un tercer personaje.

La enfermedad considerada en esta forma, no se nos presenta como un todo homogéneo, ni sus consecuencias parael enfermo pueden juzgarse en un solo nivel. En toda enfermedad se distinguen tres aspectos de distinta signifi-cación que podemos llamar : agudos, crónicos y personales. Entiendo por aspectos agudos aquellas manifestacio-nes, limitadas en el tiempo, que son susceptibles de desaparecer sin dejar rastro. Los aspectos crónicos, en cam-bio, tienden a perdurar, a dejar huellas indelebles o recidivas y sólo son susceptibles de alivio. En cuanto alos aspectos personales, son los condicionamientos implícitos en la quiebra de la salud y, asimismo, la enferme-dad como expresión de la persona.Naturalmente, también es posible dar la vuelta a esta cuestión y considerar esta triplicidad, no ya como aspectosde una misma enfermedad, sino como tres órdenes distintos o tres categorías: enfermedades agudas, crónicas yneurosis. Si prefiero el primer criterio es porque, además de parecerme más real, el continuo avance de la tera-péutica, el acierto de quien la aplica y también, por desgracia, los desaciertos, harían la consideración de las en-fermedades dentro de estos aspectos algo completamente fluctuante y aleatorio. Parece lo más adecuado admitirque en el fondo de toda patología existen los tres aspectos, aunque alguno de ellos predomine hasta el punto deadjetivar algunas enfermedades. Al fin y al cabo, cuando los médicos hablan de espinas irritativas, de estados delatencia, de fondos neuróticos, de predisposiciones, etc., están empleando unos conceptos con los que se pone demanifiesto que no todo es agudo, que no todo es crónico o que «también hay algo de neurótico».La importancia de tomar en consideración estos distinto caracteres de las enfermedades en cuanto al tema de la

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relación médico-enfermo salta a la vista si recordamos cómo la ayuda médica sólo adquiere la plenitud de susentido si pasa por un conocimiento y por una comprensión del paciente. Así puede el médico vivir con su pa-ciente un compromiso de orden predominantemente técnico cuando se trata de luchar contra los aspectos agudosde la enfermedad ; pero en el largo camino de los crónicos tendrá que convertirse en compañero de aquel a quiendebe ayudar a incorporar su dolencia en su persona y en su mundo. Y tendrá que ser maestro y educador cuandola misma inmadurez de la persona predomina, o simplemente aparece en la entraña de la enfermedad.Reflexionando ahora un momento sobre todo lo dicho, me parece claro que la visión de la relación médico-enfer-mo se enriquece como fenómeno real y humano cuando se huye de tratarla teóricamente como un problema recí-proco entre dos protagonistas aislados. Al pensar en el enfermo, no como un ser solitario, sino desde su mundo yal médico desde su modo peculiar de vivir la medicina, la relación entre ambos adquiere una categoría de comu-nicación interpersonal en lugar de limitarse a un intercambio entre individuos. La significación misma de la en-fermedad queda supeditada en muchos aspectos al desarrollo del diálogo médico, cuyo sentido de ayuda no esya discutible. Pero en el terreno de la realidad práctica de cada día y en un momento de la historia como es elpresente, en que tanto el pensamiento médico como la asistencia, el progreso científico y la organización están encontinuo y acelerado desarrollo, uno debe preguntarse acerca de la significación que nuestras líneas de evoluciónpueden tener en el problema que nos ocupa. Nuevos tipos de médicos, nuevos tipos de enfermos y nuevos tipos deasistencia deben crear nuevos tipos de relación aunque su esencia más pura sea capaz de subsistir.Una de las características más significativas de nuestro momento la veo en la convivencia y en la que podríamosllamar tendencia a la reconciliación de la medicina cientista con las corrientes psicosomáticas. No se trata sim-plemente de un matiz de nuestro problema, ni siquiera de un hecho importante : es, a mi juicio, algo mucho másprofundo. La relación médico-enfermo, como preocupación y como problema, ha nacido, de hecho, de la reivin-dicación de la persona del médico y del enfermo que los nuevos enfoques de la medicina suponen. Nunca antes po-dían estos problemas haber tenido algún interés para los médicos.

Los médicos y los enfermos no dejan de hallar todos los días nuevos cauces de comprensión y de co-nocimiento que tienen su origen en la vivencia actual de estas tendencias del pensamiento; el mundo de losafectos, de los sentimientos y de las ideas, se ha introducido definitivamente en la entrevista médica sin el anti-guo y sistemático rechazo de la ciencia positiva y, aunque sometido muchas veces a un nuevo planteamiento po-sitivista, no deja de ser exponente de una comunicación personal.Dos palabras ahora para referirme al especialismo, uno de los rasgos que define nuestro presente y nuestro por-venir, en cuanto a su significado en la relación médico-enfermo. Su necesidad y su eficiencia no van a ser motivode discusión. Solamente el hecho de haber abierto el ámbito de la medicina a tantas y tantas mentes que antañono tenían posibilidad de realización en nuestro campo profesional y de investigación, sería razón bastante parabendecirlo y fomentarlo ; pero en cuanto a la relación médico-enfermo hay que mirarlo en principio como un con-dicionamiento de la participación del médico. El tomar parte del especialista es un «tomar sólo una partes y éstase delimita por la que el especialista toma de la medicina y por la que la enfermedad se supone que toma delpaciente.

La esencia del especialismo consiste en un actitud de dicotomización progresiva, pero no está escrito que estadicotomización deba transformarse en una disgregación.A grandes rasgos puede decirse que existen tres clases de especialistas : unos que carecen por completo de con-tacto con la asistencia, cuyo diálogo se desarrolla con la Medicina misma : son los investigadores ; otros que rea-lizan técnicas de exploración y se relacionan con los médicos y, finalmente otros que, limitando su interés a unasola parte del enfermo, tienen una actuación asistencial.Pero a pesar de la diferencia esencial que aparentemente separa estas actividades de los especialistas, no halla-mos motivo suficiente para aceptar que el especialismo tienda inevitablemente a una disgregación. Si la investiga-ción se centra efectivamente en la Medicina como ciencia, sólo adquiere su sentido cuando se ofrece a los médi-cos ; si las técnicas exploratorias son ofrecidas al médico, tampoco son válidas más que en cuanto se refierenconcretamente al enfermo ; y si los especialistas asistenciales se interesan solamente por una parte del enfermo,no lo hacen tampoco sin creer en la plena validez de la ayuda que procuran, aunque se limiten de hecho a una cir-cunstancia determinada ,a una parte concreta. Queremos decir con ello, que lo que en realidad justifica el quea todos estos aspectos del especialismo y al especialismo mismo se les considere como auténticamente médicos,no es el carácter concreto de sus actividades, sino su integración en una unidad que se proyecta de intención y dehecho en elementos de relación con el hombre, y cuyas praxis, ciencia y técnica no tienen, a fin y al cabo, otro sen-tido que el de conocer, comunicar y comprender el ufrimiento de un hombre concreto haciendo posible, medianteello, una ayuda médica. Es por ese camino por donde el especialista puede ser una vía de integración, y por don-de conserva su sentido en la medicina, aunque corra el riesgo de cerrarse sobre sí mismo perdiendo la esencia de susignificado.El médico actual que ejerce su profesión rodeado de especialistas es bien distinto del de antaño que actuando ensolitario se relacionaba con la totalidad del enfermo desde su totalidad. Pero son los mismos enfermos los quesiguen queriendo ver en su médico al consejero, al ordenador, al director de orquesta de la asistencia, como siintuyera que un conocimiento, una comprensión y una ayuda verdaderamente médica sólo puede nacer de una re-lación interpersonal. Los mismos especialistas, cuando entablan relación con un enfermo sin intermediarios, como

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sucede tantas veces, no dejan de percibir y asumir en su actuación esta implicación personal de la relación mé-dica, aunque en ocasiones tengan que declarar que el caso no es de la incumbencia de su especialidad.Ante la tendencia a la descomposición en piezas sueltas de la asistencia médica, con el consiguiente peligro deborrar lo más esencial de la relación médico-enfermo, hemos visto surgir una tendencia integradora que se mani-fiesta por la frecuencia con que los médicos se reúnen entre sí formando equipos. Incluso suele hablarse de unamedicina de equipo que irá sustituyendo a la asistencia individual. Es evidente que estos equipos se construyen yse justifican por razones técnicas y de eficiencia que no vamos a discutir. Tampoco ofrece duda la tendencia quetiene este tipo de actuación a convertir al enfermo en un objeto sometido a manipulaciones sistematizadas. Loque nos interesa destacar es que, aun en esas circunstancias tan desfavorables, el sentido auténtico de la relaciónpersonal médico-enfermo no está del todo ausente. Nos parece encontrar ese sentido en la frecuencia con que losequipos se designan con el nombre de un médico, en el carácter limitado de su actuación, a fines diagnósticos oactos terapéuticos, pero sobre todo porque la actuación de los equipos no son nunca toda la asistencia; hay siem-pre un prólogo y un epílogo que les da su razón de ser. Antes y después del equipo hay siempre, o debe haberlo,un médico, «el médico del enfermo», que al reclamar o autorizar la intervención del equipo lo sitúa en el meollo dela relación médica como un elemento necesario de conocimiento o como una medida terapéutica, que acompaña alenfermo con su presencia o con su interés participando, pues, junto con el enfermo y que finalmente traduce lascuestiones que se plantean o resuelven en el terreno técnico al lenguaje personal del mundo del enfermo.También la medicina social y el nuevo sentido del Hospital son cuestiones de hoy que se proyectan indefectible-mente en la relación del médico con el enfermo, y tampoco resulta difícil encontrar en el panorama que nosofrece el contraste de unos aspectos de la medicina cada vez más influidos por motivaciones técnicas o económi-cas con la vigorosa presencia en sus propias estructuras de una relación médica interpersonal que pugna por nodesaparecer, y no sólo eso, sino también todo aquello que se basa y se realiza a través de ella, y no otra cosa.La afirmación general de que la salud es un bien común ; es la base y el fundamento de una medicina social queintenta cumplir con un deber de justicia de todos los hombres. Pero es evidente que la salud, como tal, no puedeser objeto de derecho ; el derecho es de la persona y se concede cuando se ponen a su disposición los medios decuidar adecuadamente la salud. Pero, repetimos una vez más, los medios de alcanzar la salud no son válidos úni-camente por su calidad técnica, sino por tener su origen y proyectar sus resultados en una relación médicainterpersonal, a la cual se refiere el derecho del hombre más que los elementos económicos, técnicos y de orga-nización. La medicina es una cuestión social porque la enfermedad se origina y se actualiza en la sociedad : en lasociedad de personas, y no en una colectividad económica de individuos. La enfermedad personal requiere unamedicina personal.Cuando vemos, finalmente, que en los hospitales modernos se plantean actualmente los problemas de su propialocalización, adecuación, formación, asistencia y relación exterior sin cuyos requisitos no se puede hablar converdad de una unidad hospitalaria, también parece que se tiende a suplantar la relación médico-enfermo convir-tiéndola en una relación hombre-enfermedad, como si impresionados por los continuos progresos de la asistenciatécnica, proyectásemos nuestros esfuerzos a los aspectos agudos y curables de las enfermedades que son social-mente los más agradecidos. Pero por aguda que parezca la enfermedad, cuando se piensa en quién la padece, apa-recen siempre cronicismos y repercusiones personales que seguirán escribiendo la biopatología del sujeto. Y mepregunto si caminamos hacia el reconocimiento de dos clases de medicina : hospitalaria y extrahospitalaria, o silas futuras relaciones externas del hospital con los médicos no hospitalarios lograrán convertir en ayuda per-sonal una asistencia cada vez más perfecta.Para terminar, yo insistiría una vez más en percatarnos de la singularidad de la era en que vivimos, caracterizadapor un diálogo permanente entre el progreso científico y la reflexión sobre el hombre y su existencia. Acasoveríamos de este modo que el progresar en medicina, como en ciencia, y descubrir al mismo tiempo la hondurahumana de la relación médico-enfermo, es una exigencia de nuestra época, a la que yo he intentado servir conestas reflexiones, pero que está presente, aunque a vece no lo veamos, siempre que un médico, con su saber,intenta ayudar a un enfermo en su sufrimiento.