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  • AUTORES, TEXTOS Y TEMAS F I L O S O F A

    Julin Sema Arango

    Ontologas alternativas Aperturas de mundo desde

    el giro lingstico

    jmmos

  • O N T O L O G A S A L T E R N A T I V A S

  • AUTORES, TEXTOS Y TEMAS F I L O S O F A

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  • Julin Sema Arango

    ONTOLOGAS ALTERNATIVAS

    Aperturas de mundo desde el giro lingstico

    ^ANTMROPO^

  • Ontologas alternativas : Aperturas de mundo desde el giro lingstico / Julin Sema Arango. Rub (Barcelona) : Anthropos Editorial ; Pereira (Colombia) : Universidad Tecnolgica, 2007

    126 p. ; 20 cm. (Autores, Textos y Temas. Filosofa ; 62) Bibliografa p. 117-122. ndice ISBN 978-84-7658-809-3

    1. Ontologia I. Universidad Tecnolgica de Pereira (Colombia) II. Ttulo III. Coleccin

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    Primera edicin: 2007

    Julin Sema Arango, 2007 Anthropos Editorial, 2007 Edita: Anthropos EditoriJ. Rub (Barcelona)

    www.anthropos-editorial.com En coedicin con la Universidad Tecnolgica de Pereira (Colombia) ISBN: 978-84-7658-809-3 Depsito legal: B. 2.873-2007 Diseo, realizacin y coordinacin: Anthropos Editorial

    (Nario, S.L.), Rub. Tel.: 93 697 22 96 - Fax: 93 587 26 61 Impresin: Novagrfk. Vivaldi, 5. Monteada i Reixac

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  • Para Vicky

  • I N T R O D U C C I N

    En tomo al interrogante acerca de lo que hay, al interro-gante ontolgico por excelencia, abundan las respuestas: sus-tancias, esencias, eventos, relaciones, percepciones, estados de nimo, haecceidades, memes, materia en movimiento, cam-pos de fuerza, para citar algunas. Explicacin no falta. El mundo se abre de muchas maneras. Si preguntamos: cmo acontece?, las cosas adquieren su identidad para nosotros de modo diferente a como lo haran si preguntamos: qu es? Taxonomas y tropologas, tratados y relatos, simetras y hierofanas, silogismos y paradojas aportaran sus propios nfasis a la hora de abrir mundo, de gestar sentido.

    Y aunque nos ocupemos a diario de los ms variados fren-tes, desde el imperio de los sentidos hasta el atajo de la imagi-nacin, pasando por el afn de reconocimiento, el laberinto de la burocracia, la racionalidad cientfica-tecnolgica, la lgica (o la ilgica) del mercado, la magia del amor, para citar algu-nos, cada uno con sus propios nfasis, la tradicin acadmica en sus lneas ms gruesas ha padecido, en cambio, un cierto confinamiento ontolgico, cuyo eje de coordenadas lo consti-tuyen el objetivismo y el universalismo. No es asunto de me-nor cuanta. Que el mundo se abra de cierta manera y no de otra condiciona, cuando no determina, el curso de nuestras investigaciones. A esto se refiere Heidegger en El ser y el tiem-po, cucindo dice: [...] la interpretacin tiene en cada caso ya que moverse dentro de lo comprendido y alimentarse de ello (Heidegger, 1974, p. 171). El fenmeno no sera tan sencillo como a primera vista parece. En funcin de los gneros litera-

  • nos y las tecnologas de la palabra, del lxico, adems, de la gramtica, inclusive, operara la precomprensin de mundo. No obstante, el protagonismo de la subjetividad, como tam-bin la no neutralidad del lenguaje, fue solapada durante si-glos. Aunque no faltan las heterodoxias a travs de la historia ^bastara citar algunos nombres: Gorgias, Abelardo, Pascal, la puesta en cuestin de la ontologia euclidiina alcanza un punto muy alto en el siglo pasado. Es cuando se debaten una serie de hbitos intelectuales arraigados en las capas ms pro-fundas de nuestra mentalidad. Algunos ejemplos:

    Heidegger llama la atencin sobre el ser, verbo que utili-zamos a diario en las frases atributivas, es decir, en frases de la forma A es B, sin ocupamos de su sentido, como si nada ms fuera una palabra relacional. As lo seala el pensador alemn en El ser y el tiempo: En todo conocer, enunciar [...] se hace uso del trmino "ser", y el trmino es comprensible "sin ms". Todo el mundo comprende esto: "el cielo es azul", "yo soy una persona de buen humor", etc. (Heidegger, 1974, p. 13). Se tratara, no obstante, de una impresin engaosa. A pesar de su condicin gramatical, el verbo ser en su uso atributivo se sustraera del devenir, cuando operara, en cambio, como per-manente presencia, accin cuyos antecedentes se remontan al poema Sobre la Naturaleza de Parmnides, quien disocia el ser del devenir, cuando advierte: Pues, si se gener no "es" (Eggers Lan, 1978-1980, v. 1, p. 479). En lo sucesivo, se sustantivan ver-bos y adjetivos. Al verbo se lo hara anteceder de un artculo, cuando el entender releva a entender, o se aplica, en cambio, el mecanismo de derivacin morfolgica, cuando se pasa del amar al amor. Algo similar acontece con el adjetivo, cuando palabras como beUo y bueno se sustantivizan como lo beUo y lo bueno, o como bondad y belleza. Aunque el protagonismo del sustantivo constituya una contingencia histrica, no faltan las teorizaciones que la asumen como si fuera un fenmeno natural. Leemos en Issacharoff y Madrid: Lo que distingue al nombre comn de las otras partes del discurso es la jerarqua [...] adjetivos, verbos, artculos, etc., estn subordinados semn-ticamente a los nombres comunes (Issacharoff y Madrid, 1994,

  • pp. 77-78). Heidegger, quien advierte la historicidad de la con-cepcin del ser como permanente presencia, su contingencia, no reconoce como natural la primaca del sustantivo promovi-da por l. Leemos en El Oriente de Heidegger de Saviani, cuan-do destaca cmo el pensador alemn:

    [...] de-sustancializa Wesen y verbaliza Sein en Seyn, Welt, en weiten, Zeit en zeitigen y zeiten, Ding en dingen. Rum en rumen, Spiel en spielen, Sprache ansprachen, Stille enstillen, Ereignis an ereignen, convirtindolos as en actividades ori-ginarias, no predicables, de un acontecer sin sujeto ni obje-to expresadas con aparentes tautologas (la cosa cosea, el mundo mundea, etc.) que fuerzan la distincin occidental sujeto-predicado [Saviani, 2004, pp. 46-47].

    Poetas como Borges han transgredido algunos de los ms acreditados dualismos de la tradicin metafsica, como seran los de narracin-ensayo, filosofa-literatura, forma-con-tenido, autor-lector, razn-imaginacin; han sido cmplices del pensamiento transversal en detrimento de aejas taxonomas laboriosamente construidas por la academia; abundan en sin-gularidades. Leemos en Beatriz Sarlo: Borges trabaja bsica-mente con la paradoja, los escndalos lgicos y los dilemas, presentados ensittMcirifilosfico-narrativa>> (Sarlo, 2003, p. 116). A partir de sus licencias poticas, sin necesidad de abonar el peaje de la argumentacin, las audacias intelectuales de Borges no tienen lmite. Que la filosofa sea un pretexto para hacer literatura, que as lo haya dicho y repetido el escritor argentino en diversas entrevistas; que las pginas suyas ms fatigadas por la crtica correspondan a poemas como Evemess y a re-latos como Tln, Uqbar, Orbis Tertius, que ms all de sus virtudes literarias dan que pensar, no son aseveraciones que se excluyan, cuando la obra de Borges transgrede las prohibicio-nes de la academia, cuando invita a recuperar la unidad perdi-da entre poetizar y pensar, entre saber y placer, cuando no en-tre conocimiento y accin.

    Con el giro lingstico operado en filosofa en las lti-mas dcadas, no en su primera acepcin limitada a registrar el inters de los filsofos por el lenguaje lgico como el lti-

  • mo reducto de la metafsica, sino en la ltima, cuando se ocupa del lenguaje ordinario, abundan las implicaciones. La palabra, en primer lugar, condiciona el pensamiento, si no es que en casos puntuales lo determina. No es posible, en segundo lugar, tender un abismo entre lenguaje y sociedad, como antao, cuando es menester reconocer, en cambio, una relacin dialctica entre ellos. En el marco de los actos de habla (Austin), por ltimo, no slo la palabra es accin a tra-vs de los efectos perlocucionarios, sino que, adems, la re-flexin sera contaminada por los estados anmicos. De all que los efectos perlocucionarios (Austin) constituyan el esla-bn perdido entre la emocin y la reflexin.

    Con la conciencia del multiculturalismo conquistada en el ltimo siglo, despus del proceso de descolonizacin que sigui a la Segunda Guerra Mundial, se hace evidente que no slo miramos el mundo desde diferentes perspectivas, sino que, adems, lo construimos, lo creamos, inclusive, con diferentes nfasis, y cuyo ejemplo paradigmtico lo constituye la cultura china, cuya palabra se diferencia de la nuestra en un sentido todava ms radical en comparacin a lo acontecido con otras culturas. Leemos en Un sabio no tiene ideas de Jullien:

    [...] esa otra palabra no la encontraremos en la India: puesto que estamos vinculados a ella a travs de la lengua indo-europea y en ella hay muchas categoras de pensamiento emparentadas [...] Tampoco en el mundo rabe: tambin bebi de la fuente griega y su Oriente siempre ha estado ligado a nuestro Occidente [...] Otras palabras del origen aparecidas en poca remota, en un pensamiento elaborado y sin relacin histrica con nosotros [...] slo se encuentran en China [Jullien, 2001, p. 62],

    En la China hay otra forma de leer, de construir el mundo para nosotros, como quiera que los nfasis no son los mis-mos como se podra ejemplificar Lejos de clasificarse como un accidente de la lgica, de asumirse como un callejn sin salida, como una patologa del pensamiento, la paradoja se-ra un ariete de nuestra vida intelectual; actuar en el momen-to justo y en el lugar indicado, estar atentos a la oportunidad

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  • (el kairos del que hablaran los griegos), no sera sntoma de pragmatismo, de maquiavelismo, inclusive, sera una espe-cie de rizoma de la naturaleza en la historia.

    Comprometidos con la gramtica indoeuropea y el lxico de la metafsica, con un discurso conceptual y un estilo plano, esquivos al pensamiento trasversal y al multiculturalismo, ge-neraciones de acadmicos fueron vctimas de un confinamiento ontolgico, cuando a partir de sus conversaciones o de sus in-vestigaciones (la diferencia entre ambos trminos se difumina en el mbito socio-cultural, como seal Rorty) se reencuentran con los nfasis prefigurados por ellos, cuando se ejercitan en el maniquesmo y descubren rigurosas taxonomas. Como la serpiente ouroborus, al final del camino se empata con el co-mienzo, lo que fuera ironizado por Nietzsche en El ocaso de los dolos: Qu maravilla que ms tarde el hombre haya encon-trado siempre en las cosas solamente aquello que haba colo-cado en eUas! (Nietzsche, 1966, v. 4, p. 417). No sera otro el argumento circular que los lgicos denominsin peticin de prin-cipio. Intereses de clase (Marx) y pasiones (Nietzsche), neofobias y neofilias, no dejaran de proyectarse en nuestras cartografas conceptuales, de contaminar su trazado, de im-poner sus sesgos, pistas todas que harn las delicias de los antroplogos del futuro, cuando se ocupen de Occidente, ese repliegue de la historia en el que oreci la creencia en un pensamiento puro, una autntica monstruosidad; cuando a la metafsica se la clasifique como folclor.

    Que el mundo se abra de muchas maneras puede ser evi-denciado en la academia, en el mbito propio de la gesta-cin del saber a partir del giro lingstico acontecido en las ltimas dcadas, y en tomo al cual se adelanta la primera parada en nuestro itinerario. Si el estilo plano y el pensa-miento binario constituyen piezas clave del confinamiento ontolgico padecido por Occidente, una serie de sesgos gra-maticales (o ms exactamente sintcticos si utilizramos aquella acepcin de gramtica, que engloba tambin la fontica, la semntica y la pragmtica) lo determinan de manera ms profunda todava. De estos sesgos nos ocupa-mos en un segundo captulo, con el nimo de explicitar su

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  • contingencia, su relatividad. De los captulos tercero a sexto abordamos otras tantas ontologas alternativas, como seran la ontologia en primera persona, la ontologia esquizoide, la ontologia rizomtica y la ontologia copernicana. A manera de conclusin se incluyen algunas reflexiones.

    Restara referimos al trmino ontologia. Construido en el siglo xvn por Goclenius, el trmino ontologia, etimolgi-camente tratado del ser, ha ido evolucioncindo con la filoso-fa. En vez de dar cuenta de lo que es de una vez para siem-pre, de ocuparse de esencias y universales, como ocurra cuan-do formaba parte del lxico de la metafsica, el trmino en cuestin registra hoy nuevas acepciones. En Heidegger, la on-tologia alude a la msinera como las cosas son para nosotros, como existen para nosotros, lo que no slo vara a travs del acontecer histrico de Occidente sino, adems, en las culturas que se valen de lenguas no indoeuropeas, las de China y Japn, como lo refiere en Dilogo con un japons, y en las que no por faltar el uso sintctico del verbo ser, como cpula opuesto al devenir, como ocurre en el mandarn clsico, seran ajenas a las experiencias registradas mediante el uso lxico del verbo ser como existir, que enfatiza en la dinamicidad del acontecer; en Quine, a los supuestos inherentes al lxico utilizado por las diferentes teoras; en Aubenque, a las vas no aristotlicas en que se nos presenta lo que hay, como la estoica que gravita alre-dedor de eventos y no de objetos. Todo lo cual llevara al trnsi-to del singular ontologia al plural ontologas. Y as haya autores para quienes el trmino ontologia sigue formando parte del lxico de la metafsica, como los hay tambin para quienes la ontologia se ocupa exclusivamente del ser como es, esto es, de su uso sintctico como cpula; aqu insistimos, en cambio, en el uso lxico del verbo ser prximo a existir, y en la resignificacin del trmino en cuestin en esa direccin.

    Por ltimo, agradecemos a la Universidad Tecnolgica de Pereira el apoyo recibido, as como al Ibero-Amerikanisches Forschungsseminar der Universitt Leipzig (L\FSL), en donde culminamos la escrtura del libro, en virtud de una beca del Deutscher Akademischer Austausch Dienst (DAAD), en el 2006.

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  • CAPTULO 1

    E L G I R O L I N G S T I C O

    Es posible identificar dos momentos cruciales en la con-cepcin del lenguaje en Occidente. El primero, cuando hace carrera la escritura alfabtica en Grecia; el segundo, con el giro lingstico.

    En tiempos de la oralidad no se distinguen lenguaje y pensamiento, como quiera que el dilogo consigo mismo se concibe como un dilogo con los dioses, en cuyo extenso pan-ten se personifican todo tipo de fenmenos anmicos, esos que hoy en da clasificamos como sentimientos, pasiones, vir-tudes, vicios, entre otros. Con el advenimiento de la escritura alfabtica griega, la primera forma de escritura no ambigua, la que no slo se utiliza para archivar informacin sino, ade-ms, para construir discursos, la ideacin de los mensajes se deslinda de su ulterior materializacin sobre el papiro o el pergamino. Es cuando surge la dualidad pensamiento-len-guaje, en la que se plantea la dependencia del ltimo respec-to del primero. No es la nica mutacin derivada de la edad de la escritura. Si cada lugar est ocupado por un objeto, de acuerdo con la lgica del espacio; a cada objeto correspon-de un nombre, segn la concepcin de la mente como espejo de la naturaleza (Rorty), como quiera que el observador se coloca en la periferia del respectivo campo visual. De la con-cepcin de las palabras como etiquetas de las cosas, conoci-da como teora referencial del lenguaje, de acuerdo con la cual existira una relacin biunvoca entre el conjunto de las palabras y el conjunto de las cosas, a la formulacin del uni-

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  • versalismo, hay slo un paso. Si dos referentes son rotulados por la misma palabra, comparten los mismos atributos, o lo que sera igual, pertenecen a la misma clase. Todo cuanto rotulamos con la palabra bondad, participara de la misma esencia, de la que derivara el concepto bondad, cuando la palabra en cuestin es comprometida con determinados atri-butos. De la relacin pensamiento-lenguaje, de un lado, y de la re lacin men te -mundo , de o t ro lado, dar a cuenta Aristteles en la Interpretacin, 1, cuando relaciona palabras, pensamientos y objetos: [...] las afecciones mentales en s mismas, de las que esas palabras son primariamente signos, son las mismas para toda la humanidad, como lo son tam-bin los objetos de los que esas afecciones son representacio-nes, semejanzas, imgenes o copias (Aristteles, 1964, p. 258). Quedara definida por el estagirita la concepcin del lengua-je como copia de una copia, es decir, como la copia del pensa-miento, que a su vez sera copia del mundo. A semejanza del arte en Platn, el lenguaje cientfico estcira, de acuerdo con la frmula contenida en La Repblica [...] distante tres gra-dos de lo natural (Platn, 1966, p. 841). Si el lenguaje copia del eidos (Platn) o copia, en cambio, de la naturaleza (Aristteles), no alterara su condicin subordinada. Sin em-bargo, la experiencia consuetudinaria revela que los usos del lenguaje desbordan su concepcin referencial. Un ejemplo: La rival de Esparta en la Guerra del Peloponeso y La Polis en la que Platn fund la Academia, si bien tienen el mismo referente, y por ello el mismo significado, vara su sentido. Es cuando hace carrera la distincin entre lo denotativo (que gira alrededor de la referencia) y lo connotativo (que lo so-brepasa). En una de las notas contenidas en Sobre sentido y referencia, Frege no slo explicara la existencia de enun-ciados que comparten el mismo significado, pero no el mis-mo sentido, cuando, adems, quisiera preservar la objetivi-dad del discurso cientfico: Mientras la referencia siga sien-do la misma pueden tolerarse estas oscilaciones del sentido, a pesar de que deben evitarse en el edificio conceptual de una ciencia demostrativa y de que no deberan aparecer en un lenguaje perfecto (Frege, 1985, p. 54, n. 2). El mensaje es

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  • claro. El vagabundeo de lo semntico (Derrida), por medio del cual se trasciende la referencialidad del lenguaje, se tole-ra en la cotidianidad, pero no en la ciencia, lo que estara en concordancia con Aristteles, quien admite la polisemia en la retrica, pero la excluye de la dialctica. En cuanto se dis-criminan las funciones no denotativas del lenguaje como fun-ciones de segunda clase, se tiende un abismo entre pensa-miento y accin, pensamiento y arte (o expresin), pensamien-to y comunicacin, inclusive; cuando se privilegia, en cambio, el lenguaje cientfico como lenguaje referencial, en el marco de una tradicin de estirpe acadmica a la que se no slo se vinculan nombres como el de Aristteles, cuando Hume, Kant y el primer Wittgenstein lo harn ms adelante, decididos a conjurar la tentacin especulativa de la actividad intelectual. Leemos en Cristina Lafont, en La razn como lenguaje: La concepcin del lenguaje tradicional, predominante desde Aristteles hasta Kant, segn la cual el lenguaje ha de consi-derarse un "instrumento" para la designacin de entidades extralingsticas, trae consigo una reduccin de los rendimien-tos del lenguaje a la funcin de designacin del mismo (Lafont, 1993, pp. 47-48). Y aquellas actividades como las ar-tsticas y religiosas, que gravitan alrededor de una comunica-cin interactiva, en las que abundan los usos connotativos del lenguaje, son marginadas de la academia, en tanto no cumplen con el ideal de objetividad propio de la ontologia euclidiana, as sean tiles para determinados fines, as pro-porcionen sentido, inclusive. Y aunque Herder y Humboldt reconocen el protagonismo del lenguaje en las concepciones de mundo construidas a travs suyo, la filosofa prelingstica conserva su vigencia en la modernidad, cuando los usos connotativos, los efectos perlocucionarios (Austin), inclusi-ve, son confinados en la retrica, para evitar la corrupcin del discurso racional. Lejos de asumirse como parcelacin ar-bitraria del horizonte del sentido, el lxico de la metafsica, se adoptara, en cambio, como taxonoma natural, mientras los filsofos se limitan a utilizar el lxico de tumo sin beneficio de inventario. Leemos en De la mitocrtica al mitoanlisis de Durand: [...] los problemas lingsticos fueron orillados por

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  • el "silencio lingstico" de Kant y de sus sucesores (Durand, 1993, p. 39). Al tiempo que se comprometen con el pensa-miento binario, filsofos como el de Kenigsberg veran en la retrica una serie de hbitos intelectuales indignos de la aca-demia, propios, en cambio, de la literatura, cuando los poe-tas los explotan hasta las ltimas consecuencias. Leemos en Ms all de la letra de Scheffler, quien se refiere a los pensado-res en cuestin: Los filsofos [...] son proclives a minimizar los giros del lenguaje predominantes en los contextos coti-dianos, e intensificados en los discursos literarios y poticos (Scheffler, 1991, p. 61).

    Con el giro lingstico, el lenguaje dejara de conside-rarse como aclito del pensamiento, cuando se reivindica, en cambio, su protagonismo en la construccin del conocimien-to, lo cual no slo ha sido promovido por filsofos como el ltimo Wittgenstein y el ltimo Heidegger, sino tambin por psiclogos como Vygotsky cuando afirma que El pensamien-to no se expresa simplemente en palabras, sino que existe a travs de ellas (Vygotsky, 1995, p. 166). Si se descree del pen-samiento puro, con mayor razn se desconfa de la concep-cin del lenguaje como copia de una copia. Cuando se ocupa del mundo fsico, el lenguaje no lo refiere, sino que lo edita; en lo dems, el mundo sera parcial o totalmente una cons-truccin lingstica. Si el pensamiento puro nada tiene que ver con el mundo para nosotros, menos todava la cosa en s (BCant). Leemos en Contingencia, irona y solidaridad de Rorty: [...] para mi concepcin es esencial que no tenemos una con-ciencia prelingstica a la que el lenguaje deba adecuarse, que no hay una percepcin profunda de cmo son las cosas, percepcin que sea tarea de los filsofos llevar al lenguaje (Rorty, 1991, p. 41). Pensamiento y mundo estaran prefigu-rados, cuando no constituidos por el lenguaje.

    La polisemia de las palabras, su diversidad de usos, la re-cuperacin de la unidad perdida entre conocimiento y ac-cin, as como la no neutralidad de lxicos y gramticas cons-tituyen otros tantos corolarios del giro lingstico.

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  • 1.1. Palabras y sentido

    De paraje en paraje iran los vagabundos; de abrazo en abrazo, las vagabundas; de sentido en sentido, las palabras. A travs del acontecer histrico una misma palabra se casa con determinado significado, luego con otro, con otro ms, y as sucesivamente, en lo que sera una especie de monogamia en serie. De all surgen las acepciones acumuladas por el diccio-nario. No obstante, no todos los usos de la misma palabra son legitimados (bendecidos) por el diccionario, no todos al-canzan la categora de acepcin. Por medio de la metfora, la palabra interacta con sentidos ajenos, es decir, con sentidos procedentes de campos semnticos diversos. En ocasiones, el significado propio de la pgJabra es slo una fachada y su verdadero sentido opera de manera subterrnea, como acon-tece con la irona; otras veces la palabra induce resonancias semnticas diametralmente opuestas de las que se le recono-cen como propias, como sucede en la paradoja, lo que la ha-ra sospechosa de bigamia. En definitiva, la paJabra es co-queta y sugiere ms de lo que dice.

    En la baja Edad Media la palabra amor se identifica con pasin desbordada, pecaminosa, con adulterio, inclusive. As lo refiere Michel Rouche en Historia de la vida privada, 2. En un tiempo como el del medioevo, cuando los matrimonios eran concertados por las familias: [...] la palabra amor es siempre extraconyugal durante la alta Edad Media [...] el amor es un impulso irresistible de los sentidos, un deseo devorador de ori-gen divino, dicen los paganos, o satnico, afirmsin algunos cris-tianos (Rouche, 1992, p. 72), y en cualquier caso se le atribuye una fuerza superlativa. En el romanticismo de Bcquer, en cambio, el trmino amor corresponde a un sentimiento m-gico, en condiciones de hacer de ciertas ilusiones y melanco-las algo nico e irrepetible. En nuestros das, la experiencia amorosa recupera su connotacin sexual, cuando la autono-ma del erotismo gana terreno, pero no su dimensin diabli-ca, al tiempo que se debita su vocacin mgica.

    Que la palabra sugiere ms de lo que dice, que cuanto la lectura literal si fuera posible nos comunica no sera ms

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  • que la punta del iceberg, es un fenmeno verificable fcilmen-te. Numerosas palabras vienen cargadas de valoraciones de signo positivo o negativo, y en ese caso no slo se utilizan por lo que significan sino, adems, para acreditar o desacreditar a travs suyo. Aun cuando prudencia y cobarda denotan el mismo acto, inducen valoraciones diametralmente opuestas. Otro tanto sucede con inhibicin y recato, terquedad y persistencia. Hay palabras particularmente ambiguas como razn y progreso, que se usan para validar discursos o legitimar acontecimientos. Racional puede ser muchas co-sas: verdadero, lgico, coherente, argumentado, contex-tualizado, autnomo, y su ambigedad es aprovechada para ciertos fines. As hoy menos que nunca estamos en condicio-nes de dilucidar si el progreso de una comunidad se mide de cara al crecimiento, la equidad, la libertad, la seguridad o el sentido, el trmino en referencia no falta en los discursos ilus-trados. En consideracin al lxico al que pertenecen, las pala-bras se comprometen con determinados presupuestos, como sucede con la palabra realidad, que lo estara con la anttesis sujeto-objeto; con noticia, que presupone la anttesis hechos-valores; con ideologa, cmplice de la anttesis teora-prcti-ca. Por efecto de la qumica entre las palabras, expresiones como revolucin socialista en el marxismo, solapan la con-dicin violenta que acompaa al primero de sus trminos, pre-sentndola, en su defecto, como gesta emancipatoria. Otro tanto acontece con la expresin razn (Vemaf) pura en Kant, cuando el trmino razn no se aplica al discurso de un pen-sador particular, como pudieran ser Herclito o Parmnides, cuando a travs del trmino pura, se libera, en cambio, de su historicidad, lo que llevara a clasificarle como un discurso no comprometido, como un discurso propio de nadie en ninguna parte. Hay trminos que nos hacen seas, guios, hacen inevi-table una sonrisa cmplice, ironizan para nosotros, como cuan-do un autor proclive a las ideas posmodemas o posmetafsicas se encuentra en un texto con epistemologa, con historia universal. Las palabras, en fin, pueden ser muchas cosas. Pre-textos, acuerdos, signos de puntuacin, atajos, provocaciones, indicios y, como sealara Nietzsche alguna vez, escondites. No

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  • se oculta el cobarde detrs de la palabra prudencia? No disimula el trmino realidad una profesin de fe?

    A pesar de los esfuerzos de oficiosos escoliastas por ope-rar la clausura semntica de la palabra, por someterla al con-cepto sucedneo del nmero, ella no slo es tarea vana sino, adems, inconveniente, cuando las metforas y otras figuras retricas haran posible la creacin continua de signi-ficado y sentido requerida para detallar, para esculpir las di-ferencias; sin su concurso, estaramos en serios aprietos para dar cuenta de la complejidad inaudita de la existencia. Lee-mos en Gramtica filosfica de los tropos de Prandi:

    Las manipulaciones conceptuales puestas en marcha por los tropos, lejos de reducirse a una va de salida marginal u oca-sional del empleo de la lengua, o, con ms razn, a una ins-tancia transgresiva con respecto a las estructuras lingsticas, pueden considerarse como la realizacin ms avanzada de un potencial de construccin conceptual inscrito en el dispo-sitivo mismo de la lengua y en las condiciones de su funcio-namiento [Prandi, 1995, p. 61].

    Lejos de ser un lujo, de reducirse a ornato, el lenguaje literario constituye, en sntesis, un elemento indispensable para la construccin y reconstruccin del mundo, un mundo interino y descentrado, interactivo, adems.

    1.2. Ms all del significado proposicional

    Antes que limitar el sentido del discurso al significado proposicional de los enunciados considerados en fila india, las resonancias semnticas implicadas en el evento de su re-cef)cin lo desbordan.

    Abundan los enunciados que desde el punto de vista proposicional son equivalentes, pero que en el evento de su recepcin no inducen las mismas resonancias semnticas. Aunque decir: Cartago derrot a Roma en Cannas equivale a decir que Anbal venci a las legiones romanas en Cannas, cuindo aluden al mismo episodio de la historia, varan las

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  • resonancias semnticas inducidas. En el primer caso, se ha-bla de dos metrpolis. Cuando la ciudad de las siete colinas se enfrenta a la urbe fenicia en el 216 a.C., no slo querellan dos ejrcitos sino, adems, dos culturas, situacin que lleva-r a Catn a rematar sus discursos con la exhortacin que ha pasado a la historia: Delenda est Carthago, por el peligro que representaba la influencia semita, y en particular, la molicie oriental para las austeras costumbres romanas. Si Cartago se asocia con comercio y ejrcito mercensirio, Roma, en tiempos de la Repblica, lo hara con agricultura y milicias ciudadanas. El triunfo del ejrcito al mando de Anbal, en el ltimo caso, remite, en cambio, a la genialidad de su lder, a quien los historiadores atribuyen la estratagema del doble flanqueo, uno de los hitos de la historia militar El retroceso estratgico de las tropas africanas ubicadas en el centro, for-mando una U, no slo induce la avanzada de las legiones romanas sino que, adems, la complementa la carga de caba-llera a ambos costados de la retaguardia enemiga, cerrando el cerco, lo que llevara a su inevitable aniquilacin. Todo lo cual estara en consonancia con una concepcin de la histo-ria que hace de las individualidades su agente por excelencia, documentada por Carlyle en El culto a los hroes.

    Que las resonancias semnticas inducidas por el enunciado trasciendan su significado proposicional, resulta todava ms evidente en el mbito literario, como acontece en la Segunda "Balada del abominano" para rer de aprestigiadas cosas y en-tidades o aprestigiar otras, risibles segn "ellos", incluido en el Segundo libro de las baladas, de Len de Greiff. El trmino abominario nos sugiere un catlogo de anatemas, de los que son objeto cosas o entidades. Al colocar entidades al lado de cosas, el poeta sugiere que las entidades ^uno de los tr-minos grandilocuentes de la tradicin metafsica slo seran cosas, trmino anodino, trivial, que las relativiza. Y nada mejor que la irona, en virtud de su accin desestabiHzadora (Nietzsche, Bajtn, Eco), para tal fin. No slo seran risibles las cosas o entidades previamente sacralizadas, sino timbin su relevo. No sera otra la estructura del carnaval, en la que el rey es reem-plazado por un bufn, cuando de la desacralizacin del prime-

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  • ro no se sigue la sacralizacin del ltimo, sino su parodia. A semejanza de lo acontecido con la induccin matemtica, la puesta del mundo al revs opera para la autoridad de turno (el rey) y para la siguiente (el bufn, un comodn). En sintona con el sentido general del ttulo, leemos en el primer verso:

    Adis a todo cuanto es joya falsa [De Greiff, 1980, v. 1, p. 147].

    i\sumir el ritual del adis, cuando alguien se dispone a salir de pretendidas alhajas que se revelaron un da como baratijas, resultara poco plausible; en su defecto, se explora-ra, la posibilidad de atribuir un sentido metafrico al verso en cuestin. En Joya falsa resuenan espejismo, castillo de naipes. Que al acercamos al objeto se desmientan las expectativas que habamos constmido alrededor suyo, es una experiencia consuetudinaria. Al aproximamos a un rostro, al arribar a una ciudad, al obtener un ascenso, las ideas previas podran ser falsadas. La metfora joya falsa participa, en consecuencia, de una ambigedad esencial, cuando abundan los candidatos a llenar la vacante de su sentido propio. Es menester avanzar hasta la prxima estrofa pira dilucidar el objeto de la desacralizacin del poeta.

    Adis! Abur! caquctica Retrica, metafsica dcil Celestina, gramtica hipertrfica si inane, y t, obsoleta, inofensiva Mtrica! [De Greiff, 1980, v 1, p. 147].

    Aunque sinnimos, adis y abur, registrados en el pri-mer hemistiquio del primer verso, no dicen lo mismo; ambas interjecciones no ponen a circular idntico sentido. Mientras en el trmino adis resuenan sus orgenes religiosos como a-Dios, como punto de llegada de nuestro peregrinar por el mundo; con el trmino abur, procedente del vasco agur, y a su vez del latn auguum, presagio, la partida, en cambio, se asume como destino. En ese orden de ideas, si nos ocupamos del segundo hemistiquio, el sentido es claro: es menester de-

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  • jar atrs la caquctica retrica, la descolorida retrica, que no seria otra que la retrica vergonzante, esa que no se re-conoce en lo que es; nos referimos a la dialctica, lo que me-rece una explicacin. En su condicin de discurso apodicti-co, la dialctica se presume exenta de malabarismos o piro-tecnias verbales tendientes a sobornar la razn por el atajo de la emocin, cuando el interlocutor, el lector tambin, no tendran opcin diferente a la de rendirse ante la lgica de sus inferencias. No obstante, la serie de fracasos experimen-tados por los discursos ofrecidos en su respectivo momento y lugar como fiel expresin de una racionalidad apodctica ter-mina por develar su impostura. No slo el estilo plano es un ideal asinttico, sino que las fronteras entre el decir y el hacer seran borrosas. Lejos de ser apodcticos, los discursos de los pensadores son retrcos, de manera manifiesta o, en su de-fecto, encubierta. El poeta se refiere enseguida a la metafsi-ca dcil celestina, es decir, alcahueta, que generacin tras generacin ofrecera fundamentos antissmicos para cons-truir sobre ellos los diferentes modelos de sociedad cerrada, como fuera sealado por Popper en La sociedad abierta y sus enemigos. No slo polticos, pedagogos tambin, se valen de la metafsica para legitimar su perspectiva. El penltimo ver-so de la estrofa registra la retrca vergonzante, es decir, la dialctica, la metafsica tambin, como hipertrofias de la gra-mtica, la de las lenguas indoeuropeas, por supuesto. El si-guiente pasaje de Benjamn Lee Whorf, en su artculo Len-guas y lgica, resulta elocuente:

    Las lenguas indoeuropeas [...] conceden una gran impor-tancia a un tipo de oracin que tiene dos partes. Cada una de las cuales est construida alrededor de una clase de pala-bra sustantivos y verbos [...] Desde entonces, el contras-te ha sido expuesto en la lgica de muchas formas diferen-tes: sujeto y predicado, actor y accin, cosas y relaciones entre las cosas, objetos y sus atributos, cantidades y opera-ciones [Whorf, 1971, p. 272].

    Porque los predicados gravitan alrededor de los sujetos, no debe extraamos que la unidad desplace a la multiplici-

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  • dad, la historia a las historias, la Iglesia a las Iglesias o comu-nidades de fieles, el libro a las lecturas, como otros tantos dualismos asimtricos que los metafsicos descubren, sin advertir que se limitan a clonar la sintaxis de las lenguas indoeuropeas en los diferentes mbitos de la academia. Que-dara el ltimo verso de la estrofa, cuando el poeta descalifica la mtrica de inofensiva y obsoleta. Al tiempo que se aparta de los endecaslabos, de la rima tambin, es decir, de la mtri-ca melodiosa, meliua, el poeta se la juega por el verso libre, cuando en la profusin de esdrjulas (caquctica, retrica, metafi'sica, gramtica, hipertrfica, mtrica) resuena el rit-mo de marcha que anima las gestas guerreras.

    Lejos de agotarse en su consideracin general, la Segun-da balada del abominarlo alcanza una formulacin todava ms precisa en la siguiente estrofa:

    Adis! Adis! Mil veces a los antros donde bostezan egipciacas momias, donde la plebe literaria rumia: antros de apelilladas academias [De Greiff, 1980, v. 1, p. 148],

    En el antro, lugar desvencijado, cuya reputacin ha sido pues-ta en entredicho, bostezan las egipciacas momias, de las que nos quisiramos apartar, y por eso el segundo adis de la frmula adis! adis!, adquiere un tono perentorio. Se alude una vez ms a las retricas vergonzantes, a las metafsicas en las que opera la clausura semntica de la palabra. A falta de mutaciones, el tiempo se detiene. En la hiprbole de las mil veces resuena el milenarismo judeo-cristiano, como el prece-dente por excelencia de la idea de eternidad. No faltan las implicaciones. La espera es larga y sobreviene el tedio y su metonimia, el bostezo. Con apoliUadas academias/donde la plebe literaria rumia, el poeta hara mencin de los recintos donde las cofradas perseveran a pesar de su anacronismo. El tiempo pasa, la momia queda. El eidos platnico, el tlos aristotlico, el mtodo cartesiano y las formas a priori kantianas, otros tantos fsiles, fetiches que rumian los proslitos, la plebe.

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  • 1.3. La palabra se transmuta en nimo

    A travs de la lectura interpretativa los textos no slo tras-cienden su significado proposicional, sino que, adems, in-ducen efectos perlocucionarios (Austin). Un par de ejemplos de enunciados que reclaman interpretacin:

    Emancipada de su clausura semntica, la palabra no-che no slo sera asumida como el perodo que va del cre-psculo al amanecer sino, adems, como metonimia de la os-curidad, el peligro o el sueo, como una metfora de la triste-za, la soledad o el olvido. Cuando leemos El guardin teme a la noche, y en la medida en que el significado literal de la enunciacin en cuestin no resulta concluyente, reemplaza-ramos la palabra noche por aquellos tropos que han hecho carrera a travs suyo, hasta dar con aquel cuyo sentido se ajusta a las expectativas. Aunque el guardin pudiera temer a todos aquellos fenmenos asociados con la noche, probablemente se infiera que lo que lo amedrenta de manera especfica es el peligro que sugiere la calle solitaria y oscura.

    Al afirmar que Mara ama por el sistema de propiedad horzontal, advertimos que su significado literal no sera lgi-co. Mientras el verbo amar corresponde al lxico de los senti-mientos, el objeto directo, el sistema de propiedad horizontal, compete, en cambio, al lxico comercial; no obstante, al consi-derar las connotaciones metafricas del enunciado en cues-tin, entenderamos que as como en los edificios se desglosa la propiedad del piso, que es individual, de la del lote, que sera colectiva, Mara deslinda sentimientos de sexualidad.

    Y es evidente que el proceso interpretativo de los discur-sos ricos en figuras retricas no slo se traduce en el descu-brimiento del sentido recndito del giro literario sino, ade-ms, en una serie de reacciones anmicas inducidas por reso-nancias semnticas de primera y segunda generacin de all mismo derivadas. Hierofantes y retricos, poetas y publicistas, no han sido ajenos al fenmeno. Aunque la dialctica entre reflexin y emocin, conocimiento y accin, el decir y el ha-

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  • cer, fuera confinada durante siglos en la retrica, constituye una experiencia consuetudinaria al margen de la academia, lo que en Occidente es posible verificar desde Grecia. Lee-mos en Poticas y retricas griegas de Lpez Eire:

    [...] los antiguos griegos se anticiparon a los modernos lin-gistas de la Lingstica Pragmtica, al concebir el lenguaje racional, el logos, como una entidad operativa, activa, din-mica, pragmtica, con la que era posible, al igual que con la msica y la danza, hacer cosas, como encandilar a los oyen-tes, emocionarlos, ensearlos, persuadirlos, hacerles cambiar de opinin, purificarlos de las pasiones, hacerles rer, elogiar-los o denostarlos [Lpez Eire, 2002, p. 17].

    Lejos de reducirse a informacin, el discurso estara en condiciones de alterar estados emocionales y socavar posi-ciones intelectuales a travs de las resonancias semnticas desencadenadas. Es cuando se reivindica el poder de la pala-bra, el mismo que provocara efectos catrticos, iniciticos, inclusive, pero tambin bloqueara (como sucede con los koam del budismo zen), desestabilizara (como acontece con la maldicin) nuestra red de significados y sentidos; poder de la palabra al que alude Gorgias en su Elogio de Helena: La pa-labra es un poderoso soberano, que con un pequesimo y muy invisible cuerpo realiza empresas absolutamente divi-nas. En efecto, puede eliminar el temor, suprimir la tristeza, infiindir la alegra, aumentar la compasin (Gorgias, 1966, p. 87). El camino es de ida y vuelta. Si los enunciados alteran nuestros estados anmicos, no menos cierto es que los lti-mos contaminan los primeros, cuando hablamos con el de-seo, si nos edita el temor. Aristteles, quien fuera un natura-lista, un observador, as haya descalificado los tropos como desvos, no por ello dejara de reconocer su eficacia. Leemos en la Retrica, 1,2.2: De otro lado, [se persuade por la dispo-sicin] de los oyentes, cuando stos son movidos a una pa-sin por medio del discurso. Pues no hacemos los mismos juicios estando tristes que estando alegres, o bien cuando amamos que cuando odiamos (Aristteles, 1990, p. 177). Lejos de limitarse a inspirar poetas, los estados anmicos po-

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  • tencian la imaginacin que juega un papel decisivo en la acti-vidad intelectual, no slo la de los humanistas sino, adems, la de quienes se ocupan de lo que hoy se conoce como inves-tigacin de punta. Que Platn y Aristteles hayan coincidido en reivindicar en el asombro el origen del filosofar, que el xtasis mstico haya sido considerado como la experiencia limite del fenmeno religioso, que el entusiasmo sea el guio de la divinidad cuando nos toca, constituyen elocuentes testi-monios en esa direccin. Es cuando surge una pregunta obli-gada: por qu los pensadores griegos renunciaron al poder de la palabra, cuando expulsaron las figuras retricas de la academia? Porque el lenguaje es copia de una copia en Aristteles (la mente como espejo de la naturaleza aportara los contenidos, y el lenguaje, las formas), hace carrera el con-cepto de verdad como adecuacin al objeto. Si hay una ver-dad, aduce el estagirita, sera para todos. Aristteles razona como lo har san Pablo ms adelante, cuando opera el trn-sito del universalismo nacionalista de los judos al universa-lismo misionero de los cristianos. Para que el discurso no sea contaminado por idiosincrasias y contextos, se deben repri-mir los giros responsables de provocar ambigedad, se de-ben formular, en consecuencia, discursos autosuficientes, en los que la palabra estara sometida al concepto, como la con-trapartida semntica del universalismo, y el enunciado, a la proposicin que gravita alrededor de la relacin de atribu-cin a partir de la cual se construyen las taxonomas.

    A la vez que una serie de ilustres filsofos como Descar-tes, Bacon, Hobbes, y Locke se haban comprometido con el estilo plano, tendente a reprimir los efectos connotativos del discurso, emulados por la condicin apodctica de la racio-nalidad cientfica y, en particular, de la fsica de Galileo y Newton, en sus Principios del conocimiento humano, Berkeley reconoce sus vnculos con la emocin: [...] muchas veces, al or o leer algn discurso, se despiertan en su mente los senti-mientos de temor, amor, odio, admiracin, desprecio, y otros semejantes (Berkeley, 1968, p. 47). Porque las consideracio-nes del obispo irlands ocurren en un momento histrico en el que la lingstica todava no pragmtica se ocupa de lo

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  • dicho por nadie en ninguna parte, observaciones como las suyas pasan de largo. Cuando en el siglo XX se opera el relevo de la lingstica por la pragmtica lingstica, cuando se re-conoce que lo dicho es dicho por alguien a alguien, en unas circunstancias dadas, la situacin es otra. De espaldas al pen-samiento puro, Austin reivindica la concepcin del lenguaje en situacin pragmtica como acto de habla, que a travs de la funcin perlocucionaria pudiera incidir tanto en la con-ducta del receptor como en la del emisor. Leemos en Cmo hacer cosas con palabras:

    A menudo, o incluso normalmente, decir algo producir cier-tas consecuencias o efectos sobre los sentimientos, pensamien-tos o acciones del auditorio, o de quien emite la expresin o de otras personas. Y es posible que al decir algo lo hagamos con el propsito, intencin o designio de producir tales afec-tos [...] Llamaremos a la realizacin de un acto de este tipo la realizacin de un acto perlocucionao [Austin, 1990, p. 145].

    Es evidente que las palabras ricas en usos, que las frases cortas que liberaran al intrprete de la necesidad de ocu-parse de su arquitectura, que le permiten sumergirse en el sentido sin restricciones de ninguna especie, resultan pro-picias para los enunciados perlocucionarios. En la oralidad, el gesto, el ritmo, los silencios, inclusive, sin olvidar la puesta en escena, estaran en condiciones de potenciar efectos perlocucionarios, cuando no de originarlos. Leemos en Heidegger y el nazismo de Paras, cuando se refiere a las lec-ciones impartidas en casa por el pensador alemn:

    El aire marcadamente litrgico que caracterizaba su rela-cin con los estudiantes, la solemnidad de las lecturas y re-flexiones colectivas junto al fuego en la cabaa de Todtnauberg, los silencios prolongadsimos durante las lec-ciones y seminarios, toda la ambientacin de los actos en que se efectuaba el pensar tenan un aire de acontecimiento trascendental al que nadie poda permanecer ajeno o indife-rente [Paras, 1998, p. 159],

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  • La dimensin perlocucionaria de la palabra, la que en Occidente ha sido anatematizada por la academia, acusada de alterar la recepcin del mensaje, de comprometerlo con la subjetividad, cuando no con la irracionalidad, constituye, en cambio, una impronta de la cultura china, la que no sacrifi-cara su poder para ganar en cobertura, cuando sus priorida-des seran otras. Leemos en Un sabio no tiene ideas de Jullien: [...] la sabidura no se explica (no hay gran cosa en ella que comprender), hay que meditarla; o, mejor ain, hay que "sa-borearla", dedicando todo el tiempo necesaro a ese desarro-llo, como el de una impregnacin (Jullien, 2001, p. 24). La palabra es un medio, la accin, un fin, y por eUo los textos del confucianismo y del taoismo, que en Occidente se tildan de simples o ambiguos, no valen por lo que informan, ni siquie-ra por lo que explican, sino por lo que hacen, cuando incitan a meditar, saboreando su sentido hasta hacemos uno con l, hasta impregnamos de l, desencadenando una serie de reacciones anmicas en esa direccin.

    Que en Occidente el conocimiento se asuma como un pro-ducto, como un fin, y su gestacin, en cambio, como un me-dio, admite, no obstante, excepciones. En los cultos mistricos el conocimiento sera conocimiento transformador, de tal suerte que el primero sera el medio, y el ltimo, el fin. En algunos discursos heterodoxos como los de Nietzsche y Cioran, la finalidad no sera siempre la de comunicar ideas, sino la de provocar al lector Lejos de limitarse a responder interrogantes, los discursos potencian, inhiben o alteran pro-cesos existenciales. Leemos en La filosofa del humanismo de Grassi, cuando se refiere a determinados autores para los que [...] no se interpreta el problema de la filosofa como un problema de definicin racional del ente, sino como el de la adecuada respuesta a una interpelacin existencial por me-dio de la palabra significativa (Grassi, 1993, p. 50). A travs de la literatura el sentido se t ransmuta en nimo. En la cotidianidad, de otro lado, la palabra no slo se utiliza para informar sino, adems, para coordinar acciones, gestar sen-tido, manipular situaciones, expresar emociones, por citar algunos casos.

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  • Lejos de permanecer inclumes, las potencialidades perlo-cucionarias de las palabras acusan un relativo desgaste, de la misma manera que las metforas se lexicalizan, se convier-ten en acepcin, cuando no demandan la recontextualizacin del sentido, cuando bastara su lectura literal. Que las dispu-tas callejeras en la Alejandra de los primeros siglos de nues-tra era se dieran alrededor de enigmas como el de la Trini-dad, de las diferencias teolgicas de all mismo derivadas, explicara el poder de convocatoria, las potencilidades per-locucionarias de trminos como homosios (consustancia-lidad) y homoiousos (semejanza), homosmo (parecido) y anhomosmo (diferente), en condiciones de provocar una va-riedad de reacciones anmicas, contrasta con lo acontecido en nuestros das, cuando los trminos en cuestin motivan nicamente la atencin de los especialistas.

    1.4. Mutaciones de lxico

    Hay quienes asumen el lxico de tumo como si fuera el inventario del mundo, dada la [...] firme conviccin de que todo lo que tiene un nombre debe por eso mismo existir real-mente (Watzlawick, 1998, p. 90). No obstante, es discutible. Antes que operar como cartografa, como espejo del mundo, nuestro lxico revela nuestras prioridades l^o que nos pre-ocupa, nuestra ontologia, inclusive. Leemos en Whorf: Toda lengua contiene trminos [...] que cristalizan en s mismos los postulados bsicos de una filosofa no formulada [...] Tal por ejemplo ocurre con palabras como realidad, sustancias, mate-ria, causa (Whorf, 1971, p. 77), cuyo rol en la tradicin meta-fsica es indiscutible. Hablar de realidad implicara adoptar un punto de vista objetivista en lo relativo a la constmccin de mundo. Asumir que el inventario de lo que hay no contiene ms que una serie de sustancias implicara adoptar la lgica del espacio, mxime cuando el eidos platnico, Eintecedente de la morphe aristotlica, procede del verbo e8co, ver. Mientras el concepto de materia supone la unidad de la multiplicidad de los fenmenos desde el punto de vista espacial; el concepto

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  • de causa lo hara, en cambio, desde un punto de vista tem-poral. A pesar del protagonismo registrado en la academia, el lxico de la metafsica no ha sido el nico. Palabras como rizoma, desterritorializacin, manada y lneas de frga (Deleuze), prefiguran un mundo hasta cierto punto ajeno al inducido por palabras como ousia y entelequia, hipokeimenon y tlos (Aristteles), es decir, no se comprometen con la misma ontologia, cuando trocean de diferente manera el horizonte de sentido. La moraleja es evidente. Los verdaderos cambios en el mbito intelectual no acontecen a nivel de ideas, sino de lxico, el cual prefigura el repertorio de reflexiones posibles. Rorty es categrico al respecto: Lo que finalmente importa son los cambios de lxico antes que los cambios de creencia (Rorty, 1991, pp. 66-67). En el catlogo de los pensadores que han aportado nuevas ideas, el de los que han proporcionado nuevos lxicos ha conquistado un protagonismo de primer orden en el mundo intelectual. Las obras de Platn, Aristteles, san Pablo, Newton, Saussure, Marx, Freud, Heidegger, Derrida, Deleuze, Bajtn, en las que es posible verificar la resignificacin de palabras, la construccin de neologismos o trminos com-puestos, constituyen otros tantos ejemplos. Las siguientes ase-veraciones de Gadamer son elocuentes al respecto: Heidegger tena una gran capacidad de abstraer, formar conceptos, en-contrar expresiones nuevas [...] Ha encontrado muchas cosas que nos han abierto nuevas posibilidades para pensar y para hacer hablar a los textos que la filosofa y el arte nos han trans-mitido (Gadamer, 1995, p. 135). La desbiologizacin del ser que somos nosotros a partir del concepto de Dasein, la disloca-cin del objetivismo a partir del concepto de Sein-in-der-Welt (Ser-en-el-mundo), constituyen ejemplos. A partir del giro lin-gstico, en sntesis, se impone una reconsideracin del senti-do del filosofar, del que hara eco Deleuze, cuando en Qest-ce que la philosophic? responde as a la pregunta por la filosofa: [...] philosophic est l'art de former, d'inventer, de fabrquer des concepts (Deleuze, 1990, Internet).

    Lejos de limitarse a un episodio que interese niccimente a los lingistas, la mutacin de lxicos constituye un aporte de primer orden en la vida intelectual. Si las ideas por medio de

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  • las cuales gestamos mundo donde antes haba nada se resisten a ser codificadas por el lxico de tumo, el pensador no tiene opcin diferente a la de resignificar palabras o acuar neolo-gismos, a riesgo de desvirtuarles si no lo hace. No es la tnica consecuencia, sin embargo. Al tiempo que se constmyen nue-vos lxicos, se relativizan otros, cuando no es que se jubilan.

    Aunque la mutacin de lxico acontece en diferentes disci-plinas desde un punto de vista diacrnico, desde un punto de vista sincrnico, en cambio, algunas como la fsica registran una relativa uniformidad. No ocurre lo mismo entre filsofos, como refiere Aubenque: [...] la filosofa est vinculada a la lengua en la cual se expresa, lo que no es el caso, por ejemplo, de la fsica o la matemtica, donde la lengua es poco impor-tante (Aubenque, 1997, Intemet). La explicacin es simple. Mientras los fsicos tendran en el mundo sensible un referen-te comn, los filsofos, en cambio, se ocupan de mbitos que ellos mismos constmyen o reconstmyen por el atajo de la ima-ginacin. Las mutaciones de lxico, no obstante, no seran tan sencillas como a primera vista parece. El lxico de tumo sus prejuicios, sus expectativas no dejaran de ofrecer resisten-cia. Leemos en Philosophy in the Flesh de Lakoff y Johnson, quienes explican la dificultad en cuestin: [...] once we have leamed a conceptual system, it is neuraUy instantiated in our brains and we are not free to think just anything (Lakoff y Johnson, 1999, p. 13). Lo difcil, en sntesis, no sera constmir un nuevo lxico, sino ponerlo a circular, operar el relevo del lxico hasta entonces vigente o alternar con l.

    Advertir que lxicos diferentes se comprometen con pre-juicios y expectativas diversos, no lo ha sido sin escndalo; a travs suyo, querellan los nostlgicos del universalismo, teo-ras polticas deleznables se colocan al margen de la crtica pretextando su incomunicacin. La objecin, sin embargo, es discutible. Si bien los participantes en la conversacin per-sonalizan las palabras, comparten, de otro lado, los usos que han hecho carrera en la respectiva sociedad o cultura. Aun-que los pensadores utilicen el trmino filosofa con dife-rentes nfasis, la peJabra en cuestin conserva aquellas mar-cas a travs de las cuales se distingue de disciplinas como la

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  • sociologa o la psicologa, como sera un inventario de pre-guntas, un elenco de autores, cuando no una actitud de profundizacin a ultranza sin otra limitacin que la eventual incompetencia de los participantes. Leemos en el Tratado de la argumentacin de Perelman y Olbrechts-Tyteca: [...] el len-guaje corriente es, en s mismo, la manifestacin de un acuer-do (Perelman, 1989, p. 246); compartir un lxico es tanto como compartir un mapa, un credo, una perspectiva sobre el mundo. De la doble condicin de la palabra, como palabra propia y palabra ajena (Bajtn), no slo deriva la diversidad de lxicos sino, tambin, la posibilidad de construir acuerdos por medio de la negociacin, deconstruir conceptos a travs de la crtica, explicitar las diferencias a lo largo de la conver-sacin. No son fenmenos excluyentes. Quienes hablan lxi-cos dismiles tienen en el asunto que los divide, paradjica-mente, el punto que los une. Leemos en Tras la virtud de Macintyre: Si dos tradiciones morales se pueden reconocer mutuamente como rivales sobre temas de importancia, en-tonces deben compartir necesariamente ciertos rasgos comu-nes (Macintyre, 2001, p. 337).

    Y es justamente la posibilidad de construir contextos com-partidos la misma que impide el confinamiento semntico pos-tulado por la versin fuerte del principio de relatividad lings-tico formulado por Whorf. No obstante, no sera la ltima pala-bra al respecto. Aunque no sean inconmensurables, los diferentes lxicos no son traducibles sin prdida. Cuando no hay equiva-lencias de un lxico a otro, se acude a la parfrasis, que si bien resulta rica en informacin, no necesariamente lo sera en con-cisin, en fuerza expresiva, en efectos perlocucionarios. Que la explicacin de una metfora es inferior a la metfora, que otro tanto sucede con la irona, es una experiencia de todos los das. La liturgia, la tragedia griega, el teatro de Artaud no slo valen por lo que dicen sino, adems, por las reacciones anmicas des-encadenadas en nosotros, en condiciones de abrir mundo y ges-tar sentido. No de otra manera operara la dialctica emocin-reflexin. No es asunto de menor cuainta lo perdido al pasar de un lxico a otro, de un idioma a otro, lo que merece la vigencia del principio de relatividad lingstica en su versin dbil.

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  • 1.5. La no neutralidad de la gramtica

    No slo los lxicos sino, adems, las gramticas contami-nan el discurso. La posibilidad de formar palabras compuestas verificada en lenguas como el griego y el alemn, la distincin entre los verbos ser y estar en espaol, el ccircter cuasi analti-co del ingls no son fenmenos irrelevantes a la hora de pensar

    Las reflexiones en tomo a la no neutralidad de la gramti-ca pueden rastrearse en el siglo xix, inclusive. Que la plastici-dad experimentada por los verbos de las lenguas indoeuropeas indujera el politesmo, mientras los verbos de las lenguas semitas, sometidos a la constante de su raz triltera, condu-jeran, en cambio, al monotesmo, fue la tesis expuesta por Renn. Leemos en su Historia del pueblo de Israel, cuando se refiere a la vocacin monotesta de las lenguas semitas: To-dos los fenmenos, especialmente los meteorolgicos que preocupaban tanto a los pueblos primitivos, se atribuan al mismo ser. Si se trataba de la vida, el mismo soplo lo anima-ba todo. El tmeno era la voz de Dios; el relmpago, su luz; la nube tempestuosa, su velo; el granizo, los proyectiles de su ira (Renn, 1985, v 1, p. 43).

    A pesar de antecedentes como los de Renn, a pesar de la obra de los pensadores vinculados al giro lingstico como Wittgenstein y Austin, Heidegger y Derrida, hay quienes to-dava reivindican la existencia de un pensamiento puro al margen del lenguaje, no slo de la diversidad de lxicos sino, adems, de gramticas. Leemos en Pensamiento y lenguaje de Issacharoff y Madrid: La existencia de la matemtica, la fsi-ca, la lgica que no estn reservadas de ninguna manera a aquellos que hablan una lengua "apropiada", muestran in-equvocamente que el pensamiento [...] no est de ningn modo subordinado al lenguaje (verbal) (Issacharoff y Ma-drid, 1994, pp. 90-91). Aunque en mbitos como la fsica la no neutralidad del lenguaje no ofrece evidencias con la mis-ma generosidad que lo hara en el de la literatura, no falta quien las sustente. En particular, Whorf ha sealado las difi-cultades experimentadas por las lenguas indoeuropeas para dar cuenta de los fenmenos propios de la fsica subatmica.

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  • la misma que privilegia los procesos sobre las entidades, cuan-do en lenguas como el alemn, el francs, el espaol o el in-gls [..,] la clase verbal no puede existir sin una entidad de la otra clase, la clase de las cosas (Whorf, 1971, p. 272), es de-cir, sin el sustantivo. En efecto, la dualidad nombre-verbo, el protofenmeno (Goethe) del pensamiento binario, prefigura la manera como el mundo se abre en Occidente, la misma que no dejara de aplicarse, inclusive, en aquellos casos en los que el lenguaje se aparta de la experiencia. Whorf lo ejemplifica: Tenemos que decir "aquello brill" o "una luz brill", suponiendo la existencia de un actor "aquello" o "la luz", para ejecutar lo que llamamos una accin de "brillar". Y, sin embargo, el brillo y la luz son una misma cosa (Whorf, 1971, pp. 273-274). De all las dificultades relativas a la for-mulacin del concepto de campo, de acuerdo con el cual las partculas elementales se disuelven en medio de las cuatro interacciones fundamentales de la fisica, y que lejos de parti-cipar de la dualidad nombre-verbo, se asimilara, en cambio, a un estado. Siguiendo con Whorf: [...] la ciencia moderna, que refleja fuertemente las lenguas indoeuropeas occidenta-les, hace a menudo lo que todos nosotros hacemos, o sea ver acciones y fuerzas all donde, a veces, es mejor no ver ms que estados (Whorf, 1971, p. 274). No sera una fatalidad, sin embargo, cuando las taxonomas inducidas por la gramtica de las lenguas indoeuropeas no son las nicas. Nuestras len-guas indias muestran que con una gramtica adecuada po-demos construir oraciones inteligentes que no puedan ser divididas en sujetos y predicados (Whorf, 1971, p. 272); para dar cuenta de fenmenos como brillar, el verbo no gravitara alrededor del sustantivo. En particular, El hopi puede tener, y tiene, verbos sin sujetos (Whorf, 1971, p. 274), los que re-sultaran adecuados para dar cuenta del concepto de campo. No sera el nico caso en que la gramtica del hopi viene en auxilio de la fsica moderna. Algo similar acontece con la teo-ra de la relatividad formulada por Einstein, de acuerdo con la cual no debemos hablar del espacio y del tiempo en s mis-mos, sino como formas de la materia-energa, concepcin para la que la lengua hopi estara mejor provista que las de la

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  • familia indoeuropea, cuya ontologia no slo deslinda el tiem-po del espacio sino, adems, de nosotros mismos, del mun-do, inclusive. Leemos en Whorf: Un hopi no tiene una no-cin o intuicin de tiempo como un continuum que transcu-rre uniformemente y en el que todo lo que hay en el universo marcha a un mismo paso (Whorf, 1971, p. 73), no concibe el tiempo al margen de nosotros, como Aristteles, ni por fuera de las cosas, como Newton. Si aquello a lo que alude la pala-bra tiempo no es otra cosa que una cierta manera de rela-cionar los movimientos, los procesos de cambio, no debera designarse con un sustantivo sino con un verbo. As como no es posible saltar por encima de nuestra propia sombra, no debemos hablar de lo percibido por nosotros como lo pre-sente ^un concepto abstracto, al margen de la subjetivi-dad y la interpretacin. En lo relativo al pasado, el trmino en cuestin aludira a una especie de cosa en s (Kant) desco-nocida por nosotros, y a la que nos aproximamos nicamen-te a travs de versiones, de construcciones intelectuales alter-nativas, Asumida como tiempo lineal y no como complejo de temores y deseos, es decir, asumida como tiempo vegetativo, la nocin de futuro llevara a cancelar la condicin del por-venir como horizonte abierto de posibilidades. No es una fa-talidad, sin embargo. De nuevo Whorf: [...] la lengua hopi no contiene palabras, formas gramaticales, construcciones o expresiones para referirse directamente a lo que nosotros lla-mamos "tiempo", a conceptos tales como pasado, presente y futuro (Whorf, 1971, p. 73), lo que no quiere decir que no se den por aludidos por la permanencia o el cambio, sino que no han conceptualizado las variedades de experiencia en cues-tin a partir de sustantivos abstractos.

    As no determinen el pensamiento, las gramticas lo condi-cionan, de acuerdo con una concepcin dbil del principio de relatividad lingstica. Dada la diversidad de filosofas cons-truidas a travs de la misma lengua, la concepcin fuerte, en cambio, ha sido controvertida, mxime cuando, de otro lado, su complicidad con el nacionalismo la hara, en ciertos con-textos, polticamente incorrecta. No obstante, no faltan los ex-perimentos que la corroboran y las ficciones que la recrean.

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  • En el artculo publicado en Science n 304 de 2005, Numerical Cognition Without Words: Evidence f rom Amazonia, Peter Gordon refiere los experimentos realizados con una tribu del Amazonas, cuyo lenguaje no tiene sino tres palabras para contar: uno, dos y muchos, lo que no dejara de tener sus implicaciones en su vida intelectual: The results of these studies show that the Pirahas impoverished counting system limits their ability to enumerate exact quantities when set sizes exceed two or three items. For tasks that required additional cognitive processing, performance deteriorated even on set sizes smaller than three (Gordon, 2004, Internet).

    Las quemas de libros, as como la accin de la censura tendiente a suprimir determinados pasajes, la que fuera re-comendada por Platn en la Repblica, III, con relacin a la obra de Homero y de los poetas, son procedimientos que ha-cen recaer el peso de la vida intelectual en las ideas; en 1984, de Orwell, el protagonismo, en cambio, lo tienen las pala-bras, y es sobre ellas que operan los inquisidores, cuando el gobierno de tumo se propone suprimir una serie de trminos a partir de los cuales se pudieran constmir herejas, como lo refiere el protagonista: No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de accin de la mente? Al final, acabaremos haciendo imposible todo crimen del pensamiento (Orwell, Intemet). Al carecer de las palabras requeridas para ser efectivamente comunicadas, algunas ideas resultaran impensables, segn prevn los tericos de la neolengua. Leemos en 1984: Innombrables palabras como honor, justicia, moralidad, intemacionalismo, democracia, ciencia y religin simplemen-te haban dejado de existir (Orwell, Intemet). Y aunque a diario arbitremos parfrasis para suplir las palabras que nos faltan, los tericos de la neolengua replicaran que no siem-pre lo hacemos, la eficacia se pierde o los efectos perlocu-cionarios no son los mismos.

    En el marco de una filosofa prelingstica, heredado un lenguaje sin beneficio de inventario, no advertimos los pre-juicios y las expectativas que comprometen las palabras, el sentido y el nimo inducido por ellas, el lxico y la gramtica

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  • que las soportan, la ontologia que las rige. A travs del giro lingstico, en cambio, se reivindica:

    Que el uso de las palabras trasciende su hipottico sig-nificado propio.

    Que el sentido del discurso desborda el significado proposicional de los enunciados considerados en fila india.

    Que las palabras no slo dicen sino que, adems, hacen (Austin).

    Que las parcelaciones del horizonte de sentido adelan-tadas a partir de diferentes lxicos estaran comprometidas con diferentes prejuicios y expectativas.

    Que las gramticas no son neutrales, cuando prefiguran nuestra construccin de mundo en determinada direccin.

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  • CAPTULO 2

    LA G R A M T I C A H A B L A

    Un par de sesgos gramaticales han tenido un protagonismo de primer orden en lo relativo a la construccin de la ontolo-gia euclidiana. El verbo ser como verbo transitivo, de un lado, y el sistema nominativo-acusativo, en consonancia con la concepcin de la verdad como adecuacin al objeto, de otro lado. En esas condiciones, cuando habla el habla (Heidegger), no slo habla el lxico sino, adems, la gramtica. No obs-tante, los corolarios de all mismo derivados resultan discuti-bles, y en particular, el universalismo, y la formulacin de una razn y un mtodo con mayscula.

    2.1. La pregunta por el ser en Heidegger

    La distincin entre los usos transitivo e intransitivo de los verbos nos sirve de hilo conductor:

    En el enunciado atributivo, enunciado propio de los verbos transitivos, se requiere de un objeto directo para pre-cisar la accin. Porque el enunciado Mara vende resulta ambiguo, especificamos qu vende, como sera sueos. Diramos as: Mara vende sueos. Con la incorporacin de la escritura alfabtica a la paideia griega, y en particular, con el uso copulativo del verbo ser, que se limitara a conec-tar sujeto y predicado, los enunciados transitivos adquieren nuevas posibilidades. Mientras los enunciados que contienen verbos no copulativos son enunciados en los que el objeto

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  • estara comprometido con la accin, es decir, como predica-do verbal, como ocurre con los sueos de Mara, que seran sueos en condiciones de ponerse en venta y no otros; los enunciados que contienen verbos copulativos como el verbo ser, en cambio, son enunciados en los que el predicado se relaciona directamente con el sujeto, como puede verificarse en el enunciado Mara es inocente, cuando la inocencia no estara condicionada por el contenido semntico del verbo en cuestin, que en esas condiciones se asumira como trans-parente, lo que se conoce como predicado nominal.

    A diferencia del transitivo, en el enunciado intransitivo el verbo no exige un complemento directo para dar cuenta de la accin, cuando sera autosuficiente desde un punto de vista semntico. Nos interesa la clasificacin de los verbos intransitivos formulada por Perlmutter, de acuerdo con la cual se dividen en inergativos y ergativos. Cuando decimos Mara re, el verbo rer sera un verbo intransitivo, en cuanto no exige un com-plemento directo, pero sera, adems, inergativo, en tanto el su-jeto (Mara) opera como agente y la accin (rer) resultara con-tingente cuando, en principio, nada impedira que no riera. Si decimos, en cambio, Mara existe, el verbo existir no slo se-ra un verbo intransitivo, autosuficiente, sino, adems, ergativo, porque su accin resulta consustancial al sujeto, el cual opera como paciente (en l recae la accin), cuando el existir no sera una contingencia del sujeto, sino un estado inherente a l. Algo similfir sucede con el verbo ser, que si bien se utiliza como transitivo en frases como Mara es inaccesible, tambin ope-ra como intrcinsitivo, como acontece en la clebre frmula cartesiana: cogito ergo sum, contenida en los Principios de filoso-fa, 1, 7, que si bien algunos traducen al espaol como pienso luego existo, otros como Unamuno en El sentimiento trgico de la vida, II, lo hacen como: [...] pienso, luego soy (Unamuno, 1951, V. 2, p. 760), en concordancia con lo ocurrido en otras lenguas, cuando en francs se traduce como: je pense done je suis, y en alemn como: Ich denke, also hin ich, y cuya vocacin ergativa la determina la concepcin del soy como condicin propia del yo, que no sera contingente sino necesaria, en la medida en que no pudiramos concebir un yo que no es.

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  • Que la dualidad de los verbos transitivos e intransitivos se refleje en los usos del verbo ser como cpula (transitivo) y como lxico (intransitivo), no implicara su alternancia sin ms. En tomo a la relacin en cuestin es posible distinguir dos momentos bien diferenciados en Grecia:

    Antes de ser colonizado por su uso sintctico, como cpula, en las lenguas indoeuropeas el verbo ser se usa de muchas maneras . En su Introduccin a la metafsica, Heidegger se refiere a sus acepciones originarias.

    1. La palabra ms antigua y ms propiamente radical es: es, asus en snscrito, que significa la vida, lo viviente, aquello que se sostiene y descansa desde y en s mismo: lo autnomo [...]. 2. La otra raz indogermnica es bh, bheu. A ella le corres-ponde la palabra griega juw, imperar, brotar, llegar a soste-nerse y permanecer por s mismo [...]. 3. La tercera raz slo se encuentra en el mbito de las flexiones del verbo germnico ser: wes [...] que significa wohnen (habitar), verweilen (morar) sich aufhalten (residir o per-manecer en un lugar) [Heidegger, 1993, p. 71].

    Sostenerse por s mismo, brotar, habitar no sericin los ni-cos usos lxicos del verbo ser. En Grecia es posible verificar diversas acepciones, cuando el uso lxico del verbo ser todava no ha sido colonizado por su uso sintctico, como cpula; Havelock las explcita al aludir a gneros literarios como la tragedia griega vinculados con la oralidad. Leemos en La musa aprende a escribir: Es difcil encontrar en algn pasaje de las piezas un caso de un sujeto conceptUcJ vinculado a un predi-cado conceptual mediante la cpula "es". El verbo "ser", cuan-do se usa, funciona todava preferentemente en su dimensin dinmica y oral, significando presencia, poder, estatus de si-tuacin y cosas parecidas (Havelock, 1996, p. 130), y las que todava se registran entre nosotros como Yo soy, l es, Es por m, Es conmigo, Es al otro lado, Es maana.

    En la medida en que la escritura hace carrera en la vida intelectual, la narracin dejara de ser una exigencia de la

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  • memorizacin. En lo sucesivo, no slo se resean las gestas de los individuos y los pueblos, personalizadas y contex-tualizadas, cuando, adems, los discursos se ocupan de los atributos sustantivados y, en particular, despersonalizados y descontextualizados. Todo lo cual induce una mutacin en el uso del verbo ser Es cuando, dir Havelock: [...] el verbo "ser" no se emplea para designar una "presencia" o una "exis-tencia poderosa" (que era comn en el oralismo) sino una mera conexin requerida por una operacin conceptual. El uso narrativizado se ha transformado en un uso lgico (Havelock, 1996, p. 143). En adelante, al significado lxico del verbo lo desplazara su uso sintctico, como cpula. Esti-lizado, simplificado, abstrado de la temporalidad (Heidegger), el verbo ser se concibe ahora como una relacin de atribu-cin por medio de la cual se coloca el predicado frente al sujeto, y que en principio carecera de significado pro-pio; no obstante, el pensador alemn pasa de largo ante la primera impresin y objeta su pretendida neutralidad. Al emancipar la relacin sujeto-predicado del devenir, la rela-cin quedara sustantivada. No es lo mismo decir, Mara, la casta, que decir Mara "es" la casta. En el primer caso, la relacin sujeto-predicado bien puede ser una relacin cir-cunstancial, cuando no es que el enunciado en cuestin ope-ra como irona; en el segundo caso, en cambio, el verbo ser reivindica el atributo casta como un predicado que corres-ponde al sujeto, que le es propio, y en esa medida el verbo ser como permanente presencia congela la relacin en cues-tin, cuando se atribuye a Mara una identidad, y a la casti-dad, previa sustantivacin del adjetivo casta, una defi-nicin. Lejos de ser un hecho aislado, la ubicuidad de la fun-cin sintctica del verbo ser, como cpula, como permanente presencia, adems, hace metstasis en los diferentes mbitos de la experiencia a travs del discurso atributivo, como fuera registrado por Aubenque: [...] si a part ir de la funcin sintctica del verbo ser como cpula se generaliza este senti-do particular del ser como presencia, como permanencia, permanencia perdurante, etc. [...] entonces se corre el riesgo de concebir todos los fenmenos, todos los entes que encon-

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  • tramos en la experiencia, bajo el punto de vista de la perma-nencia (Aubenque, 1997, Internet).

    En contrava con la cosificacin de la experiencia regis-trada en Occidente, Heidegger no slo se propone rescatar la plasticidad originaria del (verbo) ser, haciendo evidente la contingencia de su concepcin como permanente presencia cuando, adems, en El ser y el tiempo, quisiera preservar [...] la fuerza de las palabras ms elementales(Heidegger, 1974, p. 240), que tambin han sido objeto de cosificacin. En la obra de Platn y Aristteles, palabras como aletheia y logos, physis y eidos, ousia y tlos, fiaeron desarraigadas de la coti-dianidad, sustantivadas, inclusive, en detrimento de su dina-micidad originaria, lo que se hara todava ms evidente con el trnsito del griego al latn.

    Heidegger dara un paso ms en lo relativo a la reivindica-cin del uso lxico del verbo ser, un paso probemtico por cieto, cuando concibe la historia del ser como destino. Lee-mos en Contingencia, irona y solidaridad de Rorty: [...] en la Historia del Ser de Heidegger no hay en la narracin espacio para la contingencia (Rorty, 1991, p. 119), lo que puede esquematizarse. Con el paso de los presocrticos a la filosofa clsica griega, el ser se asume como permanente presencia; con la consumacin de la metafsica en la obra de Nietzsche y el advenimiento del pensar heideggeriano, el ser quedara en condiciones de recuperar su dinamicidad originaria, mien-tras las instituciones, la cultura, la historia de la filosofa, in-clusive, seran solidarias con tales mutaciones. No faltan las crticas al respecto, cuando en Posiciones Derrida formula la siguiente pregunta retrica en lo relativo al sometimiento del mundo (lo derivado) al destino del ser (lo originario). No es la oposicin de lo originario y de lo derivado propiamente me-tafsica? (Derrida, 1977, Internet), como si la historia del ser lo fuera al margen de las dems historias, como si las ltimas fueran aclitos, parsitos de la primera. Inquiere el pensador francs con intencin polmica si la crtica formulada por Heidegger a los dualismos propios del canon Platn-Kant (Rorty), como sensible-inteligible, cuando se advierte que ni

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  • hay percepcin pura ni pensamiento puro, se pudiera hacer extensiva al par originario-derivado, es decir, a su concep-cin del ser como destino. As la palabra potica sea la pala-bra inaugural (Heidegger), as el pensador alemn aporte una serie de neologismos que hacen carrera en la academia, que proporcionan nuevas posibilidades para la construccin de mundo, no menos cierto es que nuestra red de significados y sentidos no sera indiferente a las mutaciones acontecidas en otros mbitos de la experiencia, lo que no implicara hacer del lenguaje un parsito del acontecer histrico, invirtiendo as la relacin en cuestin. Si bien el lenguaje suele operar como reflejo de la sociedad, en ocasiones lo hace como arie-te, y las ms de las veces transita entre ambos extremos.

    Porque Heidegger concentra el protagonismo del lenguaje en la palabra griega, en el marco de la academia, algunos pen-sadores toman distancia de sus predilecciones. En primer lu-gar, hay quienes no aceptan la tutela de las palabras griegas. Leemos en Ensayos sobre Heidegger y otros pensadores contem-porneos de Rorty: Tenemos que crear nuestras propias pala-bras elementales, en vez de estilizar las griegas (Rorty, 1993, p. 150). Cuando el mismo Heidegger acua Sein-in-der-Welt; Derrida ensambla differance; Deleuze resignifica rizoma, operan en esa direccin. En segundo lugar, no todos los trmi-nos que comprometen nuestros prejuicios y expectativas par-ticipan de la misma ontologia. Trminos como infra-estruc-tura en el marxismo, libido en el psicoanlisis, refuerzan el pensamiento binario; trminos como dialogismo (Bajtn) o cyborg (Haraway), operan en direccin contraria. Por lti-mo, no todas las expresiones protagnicas de la cultura son de estirpe acadmica; las hay annimas como El tiempo es oro, smbolo y testimonio del economicismo, y El poder corrom-pe, cuando la actividad poltica degenera en medio para otros fines; las hay de origen conocido como Prohibido prohibir (mayo del 68), emblemtica de los movimientos estudiantiles contestatarios, y Paz y amor (hippismo), santo y sea de las contraculturas nmadas adversas a los nacionalismos. De la ubicuidad del fenmeno en cuestin dara cuenta Bajtn en la Esttica de la creacin verbal.

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  • En cada poca, en cada crculo social, en cada pequeo mun-do de la familia, de amigos y conocidos, de compaeros, en el que se forma y vive cada hombre, siempre existen enuncia-dos que gozan de prestigio, que dan el tono [...] existen deter-minadas tradiciones expresas y conservadas en formas verbalizadas; obras, enunciados, aforismos, etc. [Bajtn, 1999, pp. 278-279].

    Que la gramtica no sea neutral, que la participacin de las diferentes palabras en la construccin de nuestra red de significados y sentidos sea desigual, no admite discusin; no obstante, no se tratara de un fenmeno exclusivo del trnsi-to de la filosofa presocrtica a la filosofa clsica griega, cuan-do no hay sociedad o cultura en la que algunas palabras o giros no acapairen cierto protagonismo, en la que ciertos h-bitos lingsticos no hagan otro tanto.

    Reivindicar la historicidad del ser, pero no la anttesis so-ciedad-lenguaje sino su dialctica, sin solapar, no obstante, el protagonismo de algunas palabras, sin limitarlas, de otro lado, a la ontologia euclidiana, es una manera de reivindicar el rol jugado por el lenguaje en la constmccin de mundo sin apos-tatar de su condicin interactiva, una manera de correspon-der a los interrogantes formulados por Heidegger, como tam-bin de repensarlos.

    2.2. El sistema nominativo-acusativo

    En lo relativo a la configuracin de la ontologia euclidiana no slo juega un papel protagnico la consolidacin del ver-bo ser como cpula, otro tanto sucede con el sistema nomi-nativo-acusativo, como se explica enseguida.

    Antes de la incorporacin de la escritura alfabtica a la paideia griega, no se conceba al griego como dueo de sus actos, cuando lo eran los dioses, la estirpe o la polis. No en vano Homero se pregunta en el inicio de la Ilada, que narra la guerra entre griegos y troyanos: Qu dios fue el que mo-vi la discordia y la lucha entre ellos? (Homero, 1995, p. 3). Por boca del corifeo, para colocar un segundo ejemplo, Es-

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  • quilo no es menos incisivo al querellar a Apolo en tomo al juicio adelantado en contra de Orestes por el asesinato de Clitemnestra, su madre. T mismo eres, no cmplice, sino el nico causante, el que tiene la culpa de todo lo que ha ocurrido (Esquilo, 1995, p. 227). En ese entonces, forzoso es reconocer, el acontecer histrico-social no guarda paralelis-mo alguno con el sistema nominativo-acusativo vigente, en el que el sujeto de los verbos transitivos se marca con el mis-mo caso que el agente de los verbos intransitivos, es decir, cuando el sujeto se asimila al agente. En el sistema ergativo-absolutivo, p ropio del euskera y de ot ras lenguas no indoeuropeas, en cambio, no es el sujeto sino el objeto de los verbos transitivos el que se relaciona con el agente de los ver-bos intransitivos el objeto se asimila al agente, en conso-nancia con lo acontecido en la Grecia arcaica. No sera una si tuacin definitiva. Cuando hace carrera la escr i tura alfabtica en Grecia, en tanto se constmye el concepto del alma como fenmeno deslindado del cuerpo, cuando se ha-bla de un pensamiento al margen del lenguaje, se configura la conciencia de la individualidad, la de su relativa autono-ma, cuya afinidad con el sistema nominativo-acusativo que vincula al sujeto (y no al objeto) con el agente resulta eviden-te. Del paralelismo sociedad-lenguaje dara cuenta la palabra ypokimenon, de acuerdo con Gadamer, en El inicio de la filo-sofa occidental: [...] ypokimenon, algo annimo que susti-tuye el sustrato del cambio cualitativo, pero que es tambin el sujeto de la proposicin (Gadamer, 1995, p. 90). Ypoki-menon no slo sera una categora del lenguaje sino, adems, el sustrato del cambio. Aristteles da un paso ms adelante, cuando postula el paralelismo de los atributos de la sustancia y las categoras del pensamiento, con lo que la relacin en cuestin ganara en concrecin. Leemos en la Metafsica, 1.017a: [...] pues cuantos son los modos en que se dice, tan-tos son los significados del ser (Aristteles, 1998, p. 245). Todo lo cual hara posible la formulacin del concepto de verdad como adecuacin al objeto, en consonancia con la concepcin de la mente como espejo de la naturaleza (Rorty). Siguiendo con la Mea/5c, IX, 10 de Aristteles: [...] se ajusta

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  • a la verdad el que piensa que lo separado est separado y que lo junto est junto, y yerra aquel cuyo pensamiento est en contradiccin con las cosas [...] Pues t no eres blanco porque nosotros pensemos verdaderamente que eres blanco, sino que, porque t eres blanco, nosotros, los que lo afirmamos, nos ajustamos a la verdad (Aristteles, 1998, p. 474). Cuan-do asumimos lo separado como separado o lo junto como junto, se dice la verdad; cuando no hay tal correspondencia, cuando asumimos lo separado como junto o viceversa, incu-rrimos, en cambio, en falsedad. Lo verdadero no lo es por des-encubrir lo encubierto, como fuera su acepcin origina-ria, sino por corresponder al objeto. Decir del ente que es y del no ente que no es, sera verdad; decir del no ente que es y del ente que no es sera, en cambio, falsedad.

    Pieza clave de la tradicin metafsica la constituye el pa-ralelismo mente-mundo, paralelismo que puede verificarse todava en el primer Wittgenstein, quien afirma en el Tractatus, 2.1: Nosotros nos hacemos figuras de los hechos (Wittgen-stein, 1973, p. 43), en la medida en que establece un isomor-fismo entre las proposiciones construidas por nombres, y los hechos, compuestos de objetos. Leemos en el Tractatus, 2.02: El objeto es simple (Wittgenstein, 1973, p. 39). Del lado de la sociedad, el objeto; del lenguaje, el nombre, de acuerdo con el Tractatus, 3.202 cuando afirma: Los signos simples empleados en la proposicin se llaman nombres (Witt-genstein, 1973, p. 53). Habiendo advertido en 2.01 que: El hecho atmico es una combinacin de objetos (Wittgenstein, 1973, p. 35), en 4.21 infiere que: La proposicin ms simple, la proposicin elemental, afirma la existencia de un hecho atmico (Wittgenstein, 1973, p. 97). De la misma manera que el paralelismo existente entre las categoras del pensar y los atributos de la sustancia fundamenta la concepcin de la verdad en Aristteles, lo hara el paralelismo entre la proposi-cin elemental y el hecho atmico en Wittgenstein. Leemos en el Tractatus, 4.25: Si la proposicin elemental es verdade-ra, el hecho atmico existe; si es falsa, el hecho atmico no existe (Wittgenstein, 1973, p. 99).

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  • 2.3. Ser y estar

    La fundamentacin de los universales a partir del ser, como una de las claves de la ontologia euclidiana, se plan-tea en tres pasos:

    A travs del enunciado atributivo hace carrera la fun-cin sintctica del verbo ser como cpula.

    Aristteles postula la relacin del ser con la sustancia cuando sostiene en la metafsica: Qu es el ente?, equivale a: qu es la sustancia? (Aristteles, 1998, p. 323). No en vano la ousia deriva del ser, de acuerdo con Benveniste, como fuera expuesto en Categoras del pensamiento y de la lengua: Es sin duda de una reflexin filosfica sobre el ser de don-de surgi el sustantivo abstracto derivado de eivai lo que ve-mos crearse en el curso de la historia: primero como aaa en el pitagorismo dorio y en Platn, despus como o\)Ga que se ha impuesto (Benveniste, 1999, vol. 1, p. 73).

    Al t iempo que Aristteles define ousia como ypo-kimenon (sujeto), como sustrato de cualidades, lo hace, ade-ms, como gnero. Leemos en la Metafsica Sustancia se dice en dos sentidos: el sujeto ltimo, que ya no se predica de otro, y lo que siendo algo determinado tambin es separable. Y es tal la forma [|xop(p] y la especie [etScc;] de cada cosa (Aristteles, 1998, p. 248), cuyo punto de encuentro es la uni-versalidad, en contravia con la tradicin nominalista que nicamente reconoce la existencia de los peirticulares, la mis-ma que hizo carrera desde los sofistas hasta Rorty, pasando por Roscelino, Abelardo y Guillermo de Occam.

    Aunque la relacin del uso sintctico del verbo ser, como cpula, con los universales resulte evidente, es menester dis-cutir su punto de partida. El enunciado atributivo, lejos de ser un fenmeno natural, constituye una contingencia hist-rica. Leemos en entrevista concedida por Pierre-Lucien Aubenque a la revista Dilema:

    Sabemos hoy por la lingstica comparada y la lingstica ge-neral que la forma del lenguaje que se dice atributivo, es decir,

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  • la forma del lenguaje en la cual atribuimos atributos o predica-dos a un sujeto mediante una cpula, una vinculacin que es precisamente el verbo ser en su funcin de puesta en relacin del sujeto y del predicado, sabemos hoy lo que no poda saber Aristteles en el mismo grado, que no es una constante de to-dos los idiomas, sino una particularidad, una peculiaridad de un cierto grupo de lenguas [Aubenque, 1997, Internet],

    El verbo ser como cpula falta en diferentes lenguas de familias ajenas a la indoeuropea, como sera el mandarn cl-sico, Leemos en La china da que pensar de Jullien: [,] en chino hay un operador que asume una de las funciones del verbo "ser" la funcin copulativa, que vincula sujeto y pre-dicado, Lo que no hay, por el contrario, es un verbo que signi-fique "ser" (Jullien, 2005, p, 61), y en esa medida no habra posibilidad de contaminar la funcin sintctica del verbo en cuestin con un significado lxico. Tampoco hay verbo ser en algunas lenguas indgenas. Hay ocasiones en las que el verbo ser no se usa en presente, como en rabe y en hebreo. No faltan, de otro lado, los casos en los que las funciones del verbo ser se adjudican a varios verbos, lo que independiza la funcin sintctica de la funcin lxica. Leemos en Benveniste: En la lengua ewe (hablada en Togo) [,] la nocin de "ser", o lo que denominamos tal, se repar te en varios verbos (Benveniste, 1999, p, 71), Captulo aparte lo ocupara una len-gua como el espaol en la que el verbo ser alterna con el verbo estar en su condicin de verbos copulativos; verbo es-tar del que carecen lenguas como el alemn, el ingls y el francs, que lo deben traducir por ser {sein, to be, tre, respec-tivamente), Abundan las divergencias:

    A diferencia del verbo ser, que considera los fenmenos en abstracto; el verbo estar, en cambio, los asume en concre-to, en el aqu y el ahora,

    Mientras el ser se utiliza con sustantivos, Mara es ar-tista; con verbos en infinito, Esto es llover; el estar, en cam-bio, lo hara en la formacin del gerundio Mara est ensa-yando, gerundio que, en su condicin de presente continuo, constituye la conjugacin verbal en la que adquiere su punto

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  • ms alto la distancia con el sustantivo, en contravia con la tradicin metafsica que cosifica el devenir

    En lo relativo a


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