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NOMBRE Y APELLIDOS: Laura Martínez Candel
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REVELACIÓN Y FE. MENSAJE CRISTIANO I
El hombre puede conocer la existencia de Dios a través de dos caminos: uno,
natural, y otro sobrenatural.
Por el camino natural llegamos a Dios a través de la naturaleza o creación.
Vemos el Sol, la Luna, las estrellas y nos preguntamos ¿quién ha hecho eso? ¿Quién
ha podido ordenar todos los astros para que sigan sus órbitas perfectamente? Solo lo
puede hacer un Dios creador.
El segundo camino para conocer la existencia de Dios es la Revelación. Dios
nos ha comunicado muchos conocimientos a los que no podemos llegar con nuestra
inteligencia, ni con la ciencia. Se dio a conocer, en primer lugar, a los primeros
padres, Adán y Eva; después de la caída por el pecado original, no los abandonó sino
que les prometió la salvación y ofreció su alianza. Luego, con Abrahán, eligió al
pueblo de Israel. Por fin, Dios se reveló plenamente enviando a su propio Hijo,
Jesucristo.
El hombre es capaz de encontrase con Dios a través de la razón natural, pero
no puede conocerlo a través de la Revelación Divina por libre decisión. Es Dios quien
se revela y se da al hombre. Revela su misterio, envía a su Hijo, a Jesucristo y al
Espíritu Santo.
Dios quiere hacer a los hombres creados por él, sus hijos adoptivos, hacerlos
capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían
capaces por sus propias fuerzas.
Dios se comunica gradualmente al hombre mediante acciones y palabras, lo
prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural de sí mismo y que
culminará en Jesucristo.
Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre. Es la Palabra única, perfecta y
definitiva de Dios Padre. Jesucristo ha dicho ya todo lo que Dios quería decirnos a los
hombres, de manera que ya no habrá otra Revelación después de Cristo.
Si el hombre no tuviera capacidad para conocer la existencia de Dios por la
sola luz de la razón, no podría tampoco conocer la existencia de Dios por la gracia de
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la fe, no podría tener fe; porque la gracia no se opone a la naturaleza, sino que la
perfecciona. Un cuerpo puramente animal no puede recibir la gracia de la fe y
conocer a Dios por la gracia, si Dios no le da antes, por un acto creador natural, un
alma racional que le dé la capacidad de conocer a Dios por la luz de la razón.
Dios nos ama, Dios se ha revelado y se ha entregado al hombre dando una
respuesta definitiva y sobreabundante a las cuestiones que los hombres nos
planteamos sobre el sentido y la finalidad de nuestras vidas.
Mediante sus obras y palabras, Dios gradualmente se ha ido revelando al
hombre.
Además de demostrarse a sí mismo en las cosas creadas, Dios se manifestó a
nuestros primeros padres, hablándoles y tras su error prometiéndoles su salvación y
ofreciéndoles su confianza.
Con Noé y con Abraham selló una alianza. Con este último incluso con su
descendencia, formó a su pueblo al que reveló su ley a través de Moisés y preparó a
través de los profetas para acoger la salvación destinada a toda la humanidad.
Por último Dios se ha revelado plenamente enviando a su propio Hijo,
Jesucristo, en quien ha establecido su alianza para siempre. El Hijo es la Palabra
definitiva del Padre.
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BIBLIA Y JESUCRISTO. MENSAJE CRISTIANO II
Habíamos visto que Dios se nos revela a los seres humanos como nuestro
Creador y nuestro Padre. Pero Dios se manifiesta a nosotros también como HIJO,
JESUCRISTO, verdadero Dios y verdadero Hombre, que siendo Dios, se rebajó para
ser uno como nosotros.
Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Pero esta afirmación tuvo
que ser defendida durante varios siglos frente a herejías que la negaban.
Al principio se negó la verdadera humanidad de Jesucristo pero desde el siglo
III, la Iglesia tuvo que afirmar que Jesucristo es Hijo de Dios por naturaleza y no por
adopción, condenando a Arrio que afirmaba que Jesucristo había salido de la nada.
Arrio se enfrentó a su obispo proclamando que Dios había creado de la nada a
su Hijo, que el Hijo era una creación de Dios y no era Dios mismo. Su doctrina se
conoce como arrianismo y fue asumida por diversos líderes eclesiásticos.
El arrianismo fue condenado por herejía por el Concilio de Nicea en el año
325. Donde triunfó la doctrina de la consubstancialidad del Padre y del Hijo.
Finalmente Arrio y sus seguidores fueron excomulgados.
Por otro lado, los nestorianos veían en Jesucristo una persona humana junto a
la persona divina del Hijo de Dios. Sin embargo la humanidad de Cristo es la persona
divina del Hijo de Dios, por eso proclamaron que María es la madre de Dios porque
es de ella de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional.
El dogma nestoriano considera a Cristo radicalmente separado en dos
naturalezas, una humana y una divina, dos entes independientes, dos personas
unidas en Cristo que es Dios y hombre al mismo tiempo pero formado por dos
personas distintas.
Los nestorianos fueron llamados al concilio de Éfeso, en el año 431,
concediéndole a María el título de Madre de Dios y condenando a los nestorianos
como herejes.
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Al mismo tiempo surgieron los monofisitas que afirmaban que la naturaleza
humana había dejado de existir en Cristo al ser asumida por su persona divina de
Hijo de Dios. Sin embargo la diferencia de naturalezas de ningún modo queda
suprimida por su unión, ambas naturalezas confluyen en un mismo sujeto, en una
sola persona.
Sostenían que Jesús solo estaba presente en la naturaleza divina pero no en la
humana. La naturaleza humana se pierde, absorbida en la naturaleza divina.
Y por último, algunos concibieron la naturaleza humana de Cristo como una
especia de sujeto personal. La Iglesia sentenció que todo en la humanidad debe ser
atribuido a Jesucristo, como persona divina como su propio sujeto. Jesús es
inseparablemente verdadero Dios y verdadero Hombre.
Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que
confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad,
y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre
compuesto de alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre según la divinidad,
y consustancial con nosotros según la humanidad, `en todo semejante a nosotros,
excepto en el pecado” (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la
divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la
Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad.
Por tanto, todo en la humanidad de Jesús, milagros, sufrimientos, y la misma
muerte, debe ser atribuido a su persona divina. E incluso la voluntad Humana de
Jesús está subordinada por su voluntad divina, y no opone resistencia.
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IGLESIA Y SACRAMENTOS: MENSAJE CRISTIANO III
La Iglesia transmite las Sagradas Escrituras, y por supuesto el mensaje cristiano
con la doctrina de la fe como fiel dispensadora de los misterios de Dios. Entre sus
celebraciones litúrgicas, hay siete sacramentos instituidos por el Señor, divididos en:
Iniciación cristiana:
Bautismo. Es necesario para eliminar el pecado original. Es el sacramento que nos
inicia en la vida cristiana. Nos hace Hijos de Dios y miembros de la Iglesia. Nuestros
padres nos dieron la vida natural del cuerpo, pero Dios nos da el alma y nos destina, a
una vida sobrenatural; nacemos privados de ella por el pecado original, heredado de
Adán. Pero el bautismo borra el pecado original, nos da la fe y la vida divina, y nos
hace hijos de Dios. La Santísima Trinidad toma posesión del alma y comienza a
santificarnos.
Eucaristía: Se recibe el Cuerpo de Cristo y la Sangre de Cristo. Es el sacrificio mismo
del Cuerpo y de la Sangre del Señor Jesús, que Él instituyó para perpetuar en los
siglos, hasta su segunda venida, el sacrificio de la Cruz, confiando así a la Iglesia el
memorial de su Muerte y Resurrección. Es signo de unidad, vínculo de caridad y
banquete pascual, en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da
una prenda de la vida eterna.
Confirmación: Es la confirmación de la fe cristiana. Sucede la efusión del Espíritu
Santo, tal como sucedió en Pentecostés. Esta efusión imprime en el alma un carácter
indeleble y otorga un crecimiento de la gracia bautismal; arraiga más profundamente
la filiación divina; une más fuertemente con Cristo y con su Iglesia; fortalece en el
alma los dones del Espíritu Santo; concede una fuerza especial para dar testimonio de
la fe cristiana.
De curación:
Penitencia: Arrepentirse de los pecados y confesárselos a un Sacerdote para que por
medio de él Dios nos perdone. Es un signo interno instituido por Cristo para impartir
gracia al alma. Como signo externo comprende las acciones del penitente al
presentarse al sacerdote y acusarse de sus pecados, y las acciones del sacerdote al
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pronunciar la absolución e imponer la satisfacción. La gracia conferida es la
liberación de la culpa del pecado y, en el caso del pecado mortal, de su castigo eterno;
por lo tanto, también reconciliación con Dios, justificación.
Unción de enfermos. Destinado a personas con problemas de salud que pronto
alcanzarán el reino de Dios. Confiere al cristiano una gracia especial para enfrentar
las dificultades propias de una enfermedad grave o vejez. Lo esencial del sacramento
consiste en ungir la frente y las manos del enfermo acompañada de una oración
litúrgica realizada por el sacerdote u obispo, únicos ministros que pueden
administrar este sacramento. La unción une al enfermo a la Pasión de Cristo para su
bien y el de toda la Iglesia; obtiene consuelo, paz y ánimo; obtiene el perdón de los
pecados, restablece la salud corporal y prepara para el paso a la vida eterna.
De servicio:
Orden Sacerdotal. Es un sacramento que, por la imposición de las manos del Obispo,
y sus palabras, hace sacerdotes a los hombres bautizados y les da poder para
perdonar los pecados y convertir el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre de
Nuestro Señor Jesucristo. El sacramento lo reciben aquellos que se sienten llamados
por Dios a ser sacerdotes para dedicarse a la salvación eterna de sus hermanos, los
hombres.
Matrimonio. La unión de un hombre y una mujer que se convertirán en una sola
carne. El episodio de Caná nos ayuda a caer en la cuenta de que el matrimonio se
halla amenazado cuando el amor corre el peligro de agotarse. Con el sacramento,
Jesús nos manifiesta de modo eficaz su intervención a fin de salvar y reforzar,
mediante el don de la caridad teologal, el amor entre los cónyuges, y a fin de darles la
fuerza para la fidelidad. En el matrimonio, el sacerdocio común de los fieles se
ejercita de modo notable, porque los cónyuges mismos son los ministros del
sacramento. Los cónyuges se administran mutuamente el sacramento con su
consentimiento recíproco. El sacramento manifiesta el valor del consentimiento libre
del hombre y la mujer, como afirmación de su personalidad y expresión del amor
mutuo. Significan y participan el misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la
Iglesia. El genuino amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y enriquece
por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia para conducir
eficazmente a los cónyuges a Dios y ayudarlos a fortalecerlos en la sublime misión de
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la paternidad y la maternidad. La familia cristiana, cuyo origen está en el
matrimonio, que es imagen y participación de la Alianza de amor entre Cristo y la
Iglesia, manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica
naturaleza de la Iglesia, ya por el amor, la generosa fecundidad, la unidad y fidelidad
de los esposos, ya por la cooperación de todos sus miembros.
El ministerio ordenado está al servicio del sacerdocio bautismal garantizando
que en los sacramentos nombrados anteriormente sea Cristo quien actúa por el
Espíritu Santo a favor de la Iglesia. Éste es el vínculo que une la liturgia a los
Apóstoles y por supuesto a Cristo.
El cristiano participa del sacerdocio de Cristo y forma parte de la Iglesia a
través del Bautismo, la Confirmación y el Orden sacerdotal. Esta unión con Cristo y
con la Iglesia permanece para siempre en el cristiano.
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MORAL CRISTIANA: MENSAJE CRISTIANO IV
El hombre ha sido creado a imagen y semejanza del Creador. Por eso la imagen
divina está presente en todo hombre. Convierte al hombre en el ser al que Dios ha
amado por sí misma destinándolo a la bienaventuranza eterna. En Cristo, redentor y
salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el primer pecado ha sido
restaurada en su belleza original y ennoblecida con la gracia de Dios.
La imagen divina está presente en todo hombre. Resplandece en la comunión
de las personas a semejanza de la unión de las personas divinas entre sí.
Dotada de un alma “espiritual e inmoral”, la persona humana es la “única
criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma”. Desde su concepción está
destinada a la bienaventuranza eterna”.
La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino. Por la
razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su
voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero. Encuentra su
perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y el bien.
Mediante su razón, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa “a hacer el
bien y a evitar el mal”. Todo hombre debe seguir esta ley que resuena en la conciencia
y que se realiza en el amor de Dios y del prójimo. El ejercicio de la vida moral
proclama la dignidad de la persona humana.
El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo
de la historia. Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien,
pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha quedado inclinado al mal y
sujeto al error.
De ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana,
singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y
el mal, entre la luz y las tinieblas.
Por su pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida
nueva en el Espíritu Santo. Su gracia restaura en nosotros lo que el pecado había
deteriorado.
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El que cree en Cristo es hecho hijo de Dios. Esta adopción filial lo transforma
dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de obrar
rectamente y de practicar el bien. En la unión con su Salvador, el discípulo alcanza la
perfección de la caridad, la santidad. La vida moral, madurada en la gracia, culmina
en la vida eterna, en la gloria del cielo.
Dios le concede al hombre la participación de la luz y la fuerza del Espíritu
divino, haciéndole capaz a través de la razón de comprender el orden de las cosas
establecido por Él, dirigiéndose por sí mismo a su bien verdadero a través de la
voluntad y encontrando la perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del
bien.
El hombre está dotado de libertad y tras reconocer la voz de Dios le conduce a
hacer el bien y a evitar el mal. Todos debemos seguir la voz que resuena en nuestra
conciencia, la voz de Dios. Sin embargo desde el comienzo de nuestra historia,
sucumbimos a la tentación y cometimos el mal. Nuestra naturaleza nos lleva la herida
del pecado original, quedándonos inclinados hacia el mal y sujetos a cometer errores.
Por este motivo constantemente tenemos divisiones en nuestro interior, una
lucha entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas. Cristo nos libró de Satán y por tanto
del pecado, nos dio la oportunidad de una vida nueva en el Espíritu Santo. Al seguir
este camino y practicar el bien, alcanzamos la perfección de la caridad, la santidad,
culminando en la vida eterna en la gloria del cielo.
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LA EXPERIENCIA RELIGIOSA. VOLUMEN V
Todos los cristianos hemos pensado alguna vez si nuestras peticiones son
escuchadas y en el caso de ser escuchadas si son eficaces. Incluso hay cristianos que
dejan de orar porque piensan que sus oraciones no son escuchadas.
Sin embargo cuando realizamos una petición a Dios, exigimos ver el resultado
sin pararnos a pensar si esta oración es agradable. Debemos preguntarnos si
utilizamos a Dios como un medio para conseguir nuestros propósitos o si lo
utilizamos como Padre de Nuestro Señor Jesucristo.
Dios sabe lo que nos hace falta, lo que nos conviene sin pedírselo, pero espera
nuestra petición para dejarnos esa libertad de poder hacerlo o no.
No debemos malgastar nuestras oraciones en nuestras pasiones, debemos
entrar en el deseo de su Espíritu para poder ser escuchados.
La oración es vital para la vida espiritual de los cristianos. Es una herramienta
del crecimiento cristiano. Sin embargo, a veces esta herramienta es poco utilizada y
mal aplicada.
Para orar hay que pedir en fe, se debe creer, se debe tener fe, es necesario que
el que se acerca a Dios crea que le hay. Hay que ser diligente, la mayoría de las
personas oran, le piden a Dios una vez, quizás dos veces, y después se dan por
vencidas. Hay que orar por la voluntad de Dios, no por la nuestra, la mayoría de las
personas oran por razones egoístas, pero la pregunta es, ¿están buscando la voluntad
de Dios? Nuestras peticiones deben estar centradas en lo que Dios desea. Se debe
tener una actitud humilde, doblegada, Dios sólo escuchará a aquellos que sean
enseñables, humildes y que estén rendidos a Él. Se debe guardar la Ley de Dios.
Mientras más obedezcamos a Dios, más entendimiento nos dará Él y mientras más
recibamos, más esperará Dios que le obedezcamos. Si no escuchamos a Dios, Él no
nos escuchará. Debemos acercarnos a Dios con una conciencia limpia, debemos
confesar nuestros pecados delante de Dios, arrepentirnos y pedir Su perdón, la
sangre de Cristo nos limpiará. Ser confiados, cuando nosotros oramos a Dios, lo
hacemos por la autoridad de Jesucristo, su sangre derramada nos permite entrar al
lugar más santo del universo, Dios espera que nuestras oraciones sean claras, llenas
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de confianza en Él y en nosotros mismos. Tenemos que orar detalladamente, siempre
agradeciéndole a Dios, orar de todo corazón, las oraciones fervientes, sinceras, de
corazón dan resultados.
Todas las oraciones deben dirigirse a Dios como nuestro único e incomparable
Padre espiritual. Debemos pedir que la voluntad de Dios sea hecha, no la nuestra.
Debemos recordar las necesidades de otros en nuestras oraciones, personas que
necesitan ser sanadas, que han perdido sus empleos, que están sufriendo problemas
maritales, cuanta más compasión tengamos nosotros por los demás, más nos dará
Dios. Debemos perdonar, si nosotros queremos ser perdonados, debemos extender el
perdón a otros. Si nosotros no perdonamos, Dios no nos perdonará a nosotros.
Debemos orar por la liberación de las atracciones, tentaciones y perversidades de la
carne.
Y por último la oración debe ser continua. La oración es una conversación
personal, privada, de uno a uno, entre nosotros y nuestro Creador.