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Tras matar al corrupto jefe deguerra Puño Negro, Orgrim MartilloMaldito toma las riendas de laHorda orca. El nuevo caudillo estádecidido a conquistar el resto deAzeroth con el fin de encontrar unnuevo hogar para su pueblo.

El viejo Campeón de Ventormenta,Anduin Lothar, ha dejado atrás sudestrozada patria para conducir asu pueblo hasta el otro lado delGran Mar, en las costas deLordaeron. Allí, con la ayuda delnoble rey Terenas, sella una granalianza con otras naciones

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humanas. Pero este pacto podría noser suficiente para impedir elsalvaje asalto de la feroz Horda.

Mientras las dos facciones luchanpara dominar el continente, loselfos, los enanos y lo trols tambiéndeciden unirse a la batalla.

¿Prevalecerá la valerosa Alianza ola marea tenebrosa de la Hordaconsumirá los últimos vestigios delibertad en Azeroth?

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Aaron Rosenberg

Mareastenebrosas

Warcraft: World of Warcraft -03

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ePub r1.1Triangulín 18.07.14

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Título original: Tides of DarknessAaron Rosenberg, 2007Traducción: Raúl Sastre

Editor digital: TriangulínePub base r1.1

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Dedicado a mi familia yamigos, sobre todo a mi

encantadora esposa, que meayudó a contener la marea.

Y a David Honigsberg (1958-2007), músico, escritor,aficionado a los videojuegos,

rabino y extraordinario amigo.Enséñale al Cielo qué es el

rock, amigo.

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PRIMERPRÓLOGO

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H abía llegado el amanecer y laniebla todavía envolvía al

mundo. En la aletargada aldea deCostasur la gente se desperezó y, aunqueeran incapaces de ver la luz del alba,eran conscientes de que la noche habíaacabado. La niebla cubría el mundo, setendía sobre las sencillas casas demadera y ocultaba el mar que loslugareños sabían que se hallaba más alláde los confines del pueblo. Pese a queno podían verlo, podían escuchar cómoel agua besaba la orilla mientras susondas se extendían a lo largo del únicomuelle.

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Entonces, escucharon algo más.Un sonido que atravesó la niebla,

lento pero seguro, que reverberó sin quepudieran identificar de dónde venía nien qué dirección. ¿Acaso procedía de latierra situada tras ellos o del marsituado delante? ¿Acaso se trataba delas olas que rompían en la orilla másfuerte de lo habitual, o de la lluvia quearreciaba sobre la misma niebla, o delcarromato de algún mercader querecorría el abrupto sendero de tierra?Tras escuchar atentamente, la gente delpueblo se dio cuenta, al fin, de que eseextraño nuevo sonido procedía del mar.Corrieron presurosos a la orilla y

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trataron de distinguir algo en la niebla,de atravesar esa mortaja con la mirada.¿Qué era ese ruido y qué era lo queanunciaba?

Poco a poco, la niebla se fuedisipando, como si el mismo ruido lafuera empujando. Se hinchó y oscurecióy, acto seguido, la oscuridad cobró laforma de una ola que se aproximabavelozmente hacia ellos. Los lugareñosretrocedieron y varios de ellos gritaron.Esos hombres eran dueños y señores delmar; habían sido criados para serpescadores, pero esa ola no estabahecha de agua. Se movía de un modomuy extraño. No, era otra cosa.

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La oscuridad siguió aproximándose,arrastrando consigo la niebla, y el ruidose intensificó. Entonces, por fin, rasgóese velo neblinoso y tomó forma. Eranbarcos. Una infinidad de ellos. Losaldeanos se relajaron un poco, porquelos barcos eran algo que comprendían;no obstante, permanecieron alerta.Costasur era una aldea de pescadoresmuy tranquila. Ellos mismos poseían unadecena de barquitas y tal vez habíanvisto otra decena más a lo largo de losaños. Pero de repente, había cientosaproximándose a ellos al mismo tiempo.¿Qué podía significar algo así? Loshombres aferraron con fuerza y rapidez

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garrotes de madera, cuchillos, paloscoronados por ganchos e incluso redes;cualquier cosa que tuvieran a mano.Aguardaron, presas de una gran tensión,mientras observaban cómo esas naves seacercaban más y más. Más navíos ibanemergiendo de la niebla, conformandouna procesión infinita. Con cada nuevahilera de barcos, el desconcierto de losmoradores de la aldea iba creciendo. Nose trataba de cientos de naves, sino demiles; ¡se aproximaban más barcos delos que jamás habían visto! ¡Toda unanación entera! ¿De dónde habían salidotantos navíos? ¿Cómo habían podidoecharse al mar al mismo tiempo? ¿Y qué

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les podía traer a Lordaeron? Losaldeanos aferraron sus armas con aúnmás fuerza, al mismo tiempo que losniños y las mujeres se escondían en elinterior de sus hogares y el número denaves se multiplicaba. Al fin, quedóclaro que el ruido lo provocaban losmuchos remos que hendían el aguadesacompasadamente.

Entonces, el primer barco atracó enla playa y los lugareños pudierondistinguir quiénes iban a bordo. Serelajaron aún más, aunque creció suconfusión y preocupación. Se trataba dehombres, e incluso de mujeres y niños, ajuzgar por su tamaño, de pieles pálidas y

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bronceadas, de cabellos de colornormal. No eran monstruos, nipertenecían a ninguna de esas otras razassobre las que los habitantes de la aldeahabían oído hablar, pero nunca habíanvisto. Tampoco parecían estar armadospara batallar; sin duda alguna, lamayoría de los recién llegados no eranguerreros. Al menos, no se trataba deuna invasión. Más bien daba laimpresión de que huían de algún terribledesastre. El miedo de los lugareños setornó en compasión. ¿Qué podía haberobligado a echarse al mar a lo queparecía ser toda una nación entera?

Más embarcaciones alcanzaron la

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orilla y la gente desembarcó de ellastambaleándose. Algunos se derrumbaronsobre la rocosa playa, llorando. Otrospermanecieron en pie, cuán largos eran,a la vez que respiraban hondo, como sise alegraran de haber dejado el maratrás. Entretanto, el sol matutinodisipaba la niebla, transformándola endelgados jirones que se desvanecíanante la fiereza de sus rayos, lo cualpermitió que los aldeanos pudieran vercon más claridad. Esa gente no era unejercito. Muchos de ellos eran, enefecto, mujeres y niños, y la mayoríaiban muy mal vestidos. Casi todosparecían demacrados y débiles. Eran

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gente normal a la que había sorprendidoalguna calamidad, sin lugar a dudas.Muchos de ellos estaban tan alteradosque apenas eran capaces de permaneceren pie o acercarse dando tumbos a laorilla.

No obstante, algunos portabanarmadura. Uno de ellos en concreto, queviajaba a bordo del barco que lideraba alos demás, se acercó a los aldeanos ahícongregados. Era un hombre corpulentoy robusto, prácticamente calvo, que teníauna barba y un bigote frondosos y unsemblante recio y severo. No cabía dudade que su armadura había visto muchasbatallas; además, sobre uno de sus

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hombros se alzaba la empuñadura de unaespada descomunal. De todos modos, nollevaba ningún arma en los brazos, sinoa dos niños pequeños, y varios máscorreteaban junto a él, agarrándose a suarmadura, cinturón y vaina de guerrero.A su lado, caminaba un hombre muyextraño; era alto y de espalda anchapero delgado, de pelo blanco y de pasofirme. Iba vestido con una túnica violetahecha jirones y un morral raído;asimismo, llevaba un crío subido a unode sus hombros mientras que otro ibacogido de su mano. Una tercera personaiba con ellos; se trataba de un joven depelo castaño y ojos marrones, que

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apenas era consciente de dónde estaba yque se aferraba a la capa del hombregrande como si fuera un niño que seaferrara desesperadamente a la mano desu padre. Iba ataviado con una ropasuntuosa, pero desgastada por el uso yrígida por culpa de la sal del mar.

—¡Bienhallados! —exclamó elguerrero, al mismo tiempo que seaproximaba a los lugareños, con ungesto torvo en su rostro—. Somosrefugiados. Huimos de una batallarealmente terrible. Os ruego que nosdeis comida y bebida si es posible, asícomo cobijo, por el bien de estos niños.

Los moradores de la aldea se

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miraron unos a otros y, acto seguido,asintieron y bajaron sus armas. No eranun pueblo rico pero tampoco pobre;además, tendrían que haber estadosumidos en la más absoluta miseria parano haber ayudado a esos crios. Acontinuación, unos hombres se llevarona los niños que venían con el guerrero yal tipo vestido con la túnica violeta, ylos guiaron hasta la iglesia; suconstrucción más grande y robusta. Lasmujeres del pueblo ya estabanpreparando varias ollas de gachas ycocidos. En breve, los refugiados seencontraban acampados en el interior dela iglesia y a su alrededor, donde

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comían, bebían y compartían las mantasy abrigos que les habían donado. Elambiente habría sido bastante másanimado si no fuera por la tristeza queasomaba de manera evidente en el rostrode cada recién llegado.

—Gracias —le dijo el guerrero aljefe de la aldea, quien se habíapresentado como Marcus Rutagrana—.Sé que no podéis ofrecernos demasiado,pero os agradezco mucho todo cuantonos habéis dado.

—No permitiremos que estasmujeres y estos niños sufran —replicóMarcus, quien frunció el ceño mientrasobservaba detenidamente la armadura y

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espada de aquel hombre—. Bueno,dime, ¿quién eres y por qué estás aquí?

—Soy Anduin Lothar —respondió elguerrero, a la vez que se pasaba unamano por la frente—. Soy… era… elcaballero campeón de Ventormenta.

—¿De Ventormenta? —Marcushabía oído hablar de esa nación—.¡Pero eso se encuentra al otro lado delmar!

—Sí —respondió Lothar con tristeza—. Hemos navegado durante días hastaalcanzar estas tierras. Nos hallamos enLordaeron, ¿verdad?

—Así es —contestó el individuo dela túnica violeta, quien hablaba por

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primera vez. Reconozco estas tierras,aunque no esta aldea en concretohablaba con un tono de vozsorprendentemente firme para tratarse dealguien tan mayor, aunque, de cerca,solo las arrugas de su semblante y elcolor de su pelo sugerían que era unhombre de avanzada edad. Aparte deeso, parecía bastante joven.

—Esto es Costasur —les explicóMarcus, al mismo tiempo que elevabauna mirada recelosa sobre el joven debarba blanca—. ¿Eres de Dalaran? —seatrevió a preguntar por fin, intentandomantener un tono de voz sereno.

—Sí —reconoció el extraño—. Pero

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no temas… regresaré a ese lugar encuanto mis compañeros puedan viajar.

Marcus procuró que no se notaracuán aliviado se sentía ante esarespuesta. Los magos de Dalaran eranmuy poderosos y tenía entendido que elrey los consideraba sus aliados yatendía sus consejos; no obstanteMarcus no quería tener nada que ver conla magia y sus practicantes.

—No debemos demorarnos —reconoció Lothar—. He de hablar con elrey de inmediato. No podemos perdermás tiempo, la Horda podría volver aatacar.

Si bien Marcus no entendió ese

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último comentario, fue capaz dereconocer que el fornido guerrero habíahablado con un tono de voz teñido depremura.

—Las mujeres y los niños puedenquedarse aquí un tiempo —les aseguró—. Cuidaremos de ellos.

—Gracias —dijo Lothar con total yobvia sinceridad—. Enviaremos comiday otras provisiones en cuantocontactemos con el rey.

—Tardaréis bastante en llegar a lacapital —señaló Marcus—. Enviaré aalguien por delante, a lomos de uncaballo rápido, para avisarlos devuestra llegada. ¿Qué quieres que les

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comente?Lothar arrugó el entrecejo.—Debe decirle al rey que

Ventormenta ha caído —dijo en voz bajatras un largo momento de silencio—.Que el príncipe se encuentra aquí contoda la gente que ha podido salvar. Quenecesitamos provisiones cuanto antes. Yque le traemos malas noticias quedebemos comunicarle urgentemente.

A Marcus se le habían desorbitadolos ojos al escuchar esa lista deproblemas y había posado rápidamentela mirada sobre ese joven que se hallabajunto a aquel enorme guerrero, aunque lahabía apartado antes de que este pudiera

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sentirse ofendido.—Así se hará —les aseguró.A continuación, se volvió para

hablar con uno de los lugareños, quienasintió y se subió de un salto a uncaballo cercano. Al instante, se marchóal galope antes de que su jefe hubierasiquiera dado un par de pasos endirección a la iglesia.

—Willem es nuestro mejor jinete ysu caballo es el más rápido de la aldea—les garantizó Marcus a ambos—.Llegará a la capital mucho antes quevosotros y entregará el mensaje.Mientras tanto, reuniremos tantoscaballos como sea posible y la comida

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necesaria para que vosotros y vuestroscompañeros podáis partir de inmediato.

Lothar asintió.—Gracias —entonces, se volvió

hacia el hombre de la túnica violeta—.Reúne a los que nos van a acompañar,Khadgar, y diles que se preparen. Nosmarcharemos lo antes posible.

El mago asintió y se alejó endirección hacia el grupo de refugiadosmás próximo.

Unas pocas horas después, Lothar yKhadgar abandonaron Costasur,acompañados del príncipe Varian Wrynny sesenta hombres. La mayoría habíapreferido quedarse en la aldea, ya que o

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bien estaban enfermos o fatigados, osimplemente tenían miedo, estaban aúnconmocionados y deseaban quedarsecon los pocos supervivientes de supropia tierra que todavía seguían vivos.Lothar no se lo echaba en cara. Unaparte de él también deseaba quedarse enese pequeño pueblo pesquero. Perotenía que cumplir con sus obligaciones.Como siempre.

—¿Falta mucho para llegar a lacapital? —le preguntó a Khadgar, quiencabalgaba junto a él.

Los habitantes del pueblo leshabrían ofrecido las pocas monturas ycarretas que poseían, las cuales habían

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demostrado ser suficientes para lo quequerían. Lothar había titubeado a la horade aceptar más ayuda por parte de losgenerosos lugareños, pero al final, habíaaceptado, pues era consciente de que asíllegarían a su destino muchísimo másrápido.

Y el tiempo corría en su contra.—Unos días, tal vez una semana —

respondió el mago—. No conozco estaparte del país muy bien, pero larecuerdo de los mapas. Deberíamos verlos chapiteles de la ciudad en cinco díasa lo sumo. Después, tendremos quecruzar el bosque de Argénteos, una delas grandes maravillas de Lordaeron,

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para sortear el lago Lordamere, ya quela capital se encuentra en su orilla norte.

Khadgar volvió a quedarse callado yLothar contempló detenidamente a sucompañero. Le preocupaba aquel joven.Cuando se conocieron, había quedadoimpresionado por la serenidad yconfianza de la que hacía gala el mago yasombrado por su juventud. Solo teníadiecisiete años, era poco más que unmuchacho, y ya era un mago hecho yderecho… ¡Había sido el primer zagalque Medivh se había dignado a aceptarcomo aprendiz! En encuentrosposteriores, había descubierto queKhadgar era brillante, testarudo,

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centrado y simpático. Le había caídobien ese muchacho, era la primera vezque sentía cierto afecto por un magodesde… bueno, desde que habíaconocido al propio Medivh. Pero tras loacaecido en Karazhan…

Lothar se estremeció al recordar eseconflicto tan angustioso y horrendo quele había llevado a aliarse con Khadgar,la semiorco Garona y un puñado dehombres para enfrentarse a Medivh. Sibien había sido el propio Khadgar quienhabía propinado el golpe letal a sumaestro por pura necesidad, había sidoél quien había decapitado a su viejoamigo, a quien había protegido muchas

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veces cuando ambos eran jóvenes, enaquella época en la que Medivh, Llane yél habían sido compañeros y amigos.

Lothar negó con la cabeza e intentócontener las lágrimas. Pese a quedurante aquel largo viaje por mar, unhondo pesar se había adueñado de élmuchas veces, aún tenía la sensación deque el dolor, la ira y la tristeza podríanapoderarse abrumadoramente de él encualquier momento ¡Llane! Su mejoramigo, su compañero, su rey. Llane, elde la radiante sonrisa, la mirada alegre yel rápido ingenio. Llane, el que habíallevado a Ventormenta a conocer suépoca dorada… para ver luego cómo los

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orcos la destrozaban, cómo la Hordaatravesaba sus tierras, arrasándolo todoa su paso. ¡Para luego descubrir queMedivh había sido el responsable detodo! ¡Que con su magia había ayudadoa los orcos a llegar a este mundo y leshabía garantizado el acceso aVentormenta! ¡Y, por tanto, no solo habíaprovocado la destrucción del reino sinola muerte de Llane! Lothar tuvo quereprimir un grito al pensar en todo loque había perdido, en toda la gente quehabía perdido. Entonces, hizo de tripascorazón y recobró la compostura, tal ycomo había hecho muchas veces duranteese viaje. No podía sucumbir a tales

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emociones. Su pueblo lo necesitaba. Asícomo la gente de esta tierra, aunque aúnno lo supieran.

Y al igual que Khadgar, Lotharseguía sin entender todo lo que habíaocurrido en Karazhan esa noche. Tal veznunca lo entendería. Pero de algúnmodo, durante la batalla contra Medivh,Khadgar había cambiado. Había perdidosu juventud, su cuerpo había envejecidode manera antinatural. Ahora, teníaaspecto de anciano, parecía más viejoque el propio Lothar, a pesar de que eracasi cuatro décadas más joven que él.Estaba preocupado porque no sabía quémás daños podría haber sufrido el joven

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mago.Khadgar, por su parte, se hallaba

demasiado sumido en sus pensamientoscomo para percatarse de que sucompañero lo miraba preocupado.Aunque el joven mago con aspecto deanciano se guardaba sus pensamientospara sí, eran muy similares a los de sualiado. Estaba recordando la batalla deKarazhan y volviendo a experimentaresa horrible sensación de desgarro queexperimentó cuando Medivh le arrebatósu magia y su juventud. La magia habíaacabado regresando (de hecho, en ciertosentido, era más fuerte que nunca) perosu juventud no; le había despojado de

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ella mucho antes de lo que lecorrespondía. Ahora, era un anciano, almenos por fuera. Todavía se sentíafuerte como un roble y seguía poseyendola misma resistencia, fuerza y agilidadde siempre, pero tenía el rostro cubiertode arrugas, los ojos hundidos y la barbalampiña y el pelo totalmente blancos.Aunque solo tuviera diecinueve años,Khadgar sabía que parecía tres vecesmayor e incluso más. Ahora era igualque ese hombre que había visto en suvisión, que esa versión más anciana desí mismo que había visto batallar através de la magia de la torre deMedivh. El anciano que, algún día,

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moriría bajo un extraño sol rojo, muylejos de casa.

Khadgar también estaba examinandolas emociones que ahora bullían en él,cuyo origen era la muerte de Medivh.Aquel hombre había sido el malencarnado, el único responsable dedesatar la plaga Horda orco sobre estemundo. Aunque, en verdad, no era elúnico responsable. Ya que el titánSargeras había poseído a Medivh, cuyamadre había derrotado al titán mileniosantes. Pero Sargeras no había muerto,solo su cuerpo había perecido. Se habíaescondido en el útero de Aegwynn yhabía infestado a su hijo no nato.

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Medivh no había sido responsable desus propios actos y, con sus últimaspalabras, el Mago había revelado aKhadgar que llevaba años luchandocontra ese espíritu maligno, quizá todasu vida. Khadgar se había encontradoincluso con una extraña versiónespectral de su maestro muerto, pocodespués de enterrar su cuerpo. EseMedivh fantasmal había afirmado queprocedía del futuro y que, al fin, sehabía librado de la influencia deSargeras. Gracias al propio Khadgar.

El joven mago se pregunta cómodebería sentirse. ¿Acaso debería estartriste porque su maestro había muerto?

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En su momento, había tenido a Medivhen alta estima y, ciertamente, el mundohabía perdido mucho con la muerte delMago. ¿Debería estar orgulloso delpapel que había jugado al liberarlo deSargeras, al expulsar al titán de estemundo una vez más, quizá para siempre?¿Debería estar encolerizado por lo queMedivh les había hecho a él y a otros?¿O debería estar asombrado porque esehombre hubiera sido capaz de resistir lainfluencia de este titán durante tantotiempo?

No sabía qué pensar. El caos reinabaen la mente de Khadgar, así como en sucorazón. No obstante, sus pensamientos

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no giraban solo en torno a Medivh.Había vuelto a su hogar. Al menos,había vuelto a su tierra natal, aLordaeron. Y no como había esperado.Cuando se marchó de ahí paraconvertirse en el aprendiz de Medivh, ainstancias de sus anteriores maestros deDalaran, Khadgar supuso que regresaríaa su tierra cuando fuera un magomaestro. Se había imaginado volviendovolando, a lomos de un grifo, tal y comoMedivh le había enseñado, paraaterrizar en la cima de la CiudadelaVioleta, de modo que todos sus antiguosmaestros y compañeros pudieranmaravillarse ante su destreza. Pero en

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vez de eso, se encontraba montado sobreun caballo de tiro junto al antiguoCampeón de Ventormenta, liderando unabanda de desharrapados cuya intenciónera hablar con el rey para salvar elmundo.

Bueno, al menos, nuestra entradava a ser muy melodramática, pensó. Locual era algo que sus viejos profesores yamigos sabrían apreciar.

—¿Qué haremos cuando lleguemos ala ciudad? —inquirió a Lothar,sobresaltando al viejo guerrero, que sehallaba ensimismado.

No obstante, este recobró lacompostura rápidamente, se volvió para

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observarlo con esos ojos azul tormentaque cautivaban a cualquiera, quemostraban sus emociones con claridadpero ocultaban la aguda mente que habíatras ellos.

—Hablaremos con el rey —replicóLothar simple y llanamente. Lanzó unamirada fugaz hacia el joven quecabalgaba en silencio junto a ellos y ledio un golpe a la empuñadura de suespada magna, cuyas gemas eincrustaciones de oro relucieron bajo laluz de la tarde—. Aunque hemosperdido Ventormenta, Varian siguesiendo su príncipe y yo, su Campeón.Solo he estado una vez con el rey

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Terenas brevemente y fue hace muchosaños, pero quizá me reconozca. Sinlugar a dudas, reconocerá a Varian y elmensajero se cerciorará de que estéaguardando nuestra llegada. Nosconcederá una audiencia. Y entonces, lecontaremos lo que ha sucedido y qué hayque hacer.

—¿Y qué hay que hacer? —preguntóKhadgar, a pesar de que creía que yasabía la respuesta.

—Debemos reunir a los gobernantesde esta tierra —contestó Lothar, tal ycomo Khadgar esperaba que hiciera—.Debemos obligarlos a ver el peligro.Ninguna nación podrá resistir sola ante

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la Horda. Mi propia tierra lo intentó yha caído por eso mismo. No podemospermitir que eso suceda también aquí.¡La gente debe unirse y luchar!

Aferró con fuerza las riendas delcaballo, y Khadgar pudo reconocer unavez más en él al poderoso guerrero quehabía liderado los ejércitos deVentormenta y había mantenido susfronteras a salvo durante muchos años.

—Esperemos que nos escuchen —susurró Khadgar—. Por nuestro bien.

—Lo harán —le aseguró Lothar—.¡Deben hacerlo!

Ninguno de los dos dijo lo queestaba pensando. Habían sido testigos

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de primera mano del poder de la Horda.Si las naciones no se unían, si losgobernantes se negaban a reconocer elpeligro, todos caerían. Y la Hordaarrasaría estas tierras como había hechocon Ventormenta, sin dejar nada a supaso.

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SEGUNDOPRÓLOGO

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U na figura oscura se hallaba depie, en una alta torre,

observando el mundo a sus pies. Desdeesta atalaya, podía ver la ciudad de alláabajo y el campo que la rodeaba. Ambosestaban cubiertos de unas tinieblasturbulentas y cambiantes, una marea quebarría la tierra y cubría los edificios,dejándolos en ruinas.

La figura observaba. Era un tipo altoy de constitución muy fuerte, demúsculos descomunales. Permanecía depie, sin moverse, sobre la cúspide depiedra, mientras observabadetenidamente con su aguda vista lo que

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sucedía allá abajo. Una larga melenamorena con trenzas enmarcaba su rostrode duros rasgos, cuyas puntas borladasazotaban de vez en cuando los largoscolmillos que brotaban de su labioinferior. El sol lo iluminaba, de modoque su piel esmeralda relucía bajo susrayos, mientras los muchos trofeos ymedallones que llevaba alrededor delcuello y a lo largo de su amplio pechorefulgían deslumbrantes. Unas placas dearmadura muy pesadas le cubrían elpecho, los hombros y las piernas, cuyassuperficies rayadas de color negrorelucían por todas partes salvo alládonde sobresalían unos tachones de

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bronce. Los relucientes rebordes de orode su armadura dejaban bien a las clarasque era alguien importante.

Ya había visto suficiente. Alzó elenorme martillo de guerra negro sobre elque había estado apoyado, cuya cabezade piedra no reflejaba la luz del sol sinoque más bien la absorbía, y rugió. Era ungrito de guerra, una invocación y unaexclamación. El bramido golpeó a granvelocidad los edificios y las colinas quelo rodeaban y volvió en forma de eco.

A sus pies, la marea tenebrosa dejóde moverse. Entonces, unas ondas seextendieron por su superficie, al mismotiempo que unas caras se volvían hacia

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arriba. Todo orco de la Horda se detuvoy clavó su mirada en la solitaria figurade allá en lo alto.

Una vez más, gritó, sosteniendo enalto su martillo. Esta vez, la mareaestalló en vítores, chillidos y gritos derespuesta. La Horda rendía pleitesía a sulíder.

Satisfecho, Orgrim Martillo Malditodejó caer su peculiar arma a un lado y lamarea tenebrosa a sus pies reanudó sudestructivo avance.

Abajo, más allá de las puertas de laciudad, un orco yacía en un catre. Ese

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ser bajito y escuálido estaba abrigadocon pieles gruesas, un símbolo de altoestatus, y unos ropajes suntuosos yacíanen una pila cercana. Pero esa ropa nohabía sido tocada, no desde hacíasemanas. El orco yacía completamenteinmóvil, como si estuviera muerto, sufea cara estaba contraída en un gesto dedolor o concentración y la espesa barbase le erizaba alrededor de esa boca porla que gruñía.

Entonces, de repente, todo cambió.El orco profirió un grito ahogado y sesentó totalmente erguido, rápido comoun rayo, y las pieles dejaron de cubrir sucuerpo perlado de sudor. Abrió los ojos

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y no pudo ver nada al principio, pues lostenía vidriosos. Acto seguido, parpadeó,mientras se despedía de su largo sueño,y miró a su alrededor.

—¿Dónde…? —preguntó el orcocon tono exigente.

Una figura más grande, cuyas doscabezas parecían gratamentesorprendidas, se acercó a su lado alinstante. En cuanto la mirada del orco seposó sobre ese ser, su mirada seendureció, así como su gesto. Laconfusión que lo había dominado habíadesaparecido, sustituida por la ira y lamalicia.

—¿Dónde estoy? —exigió saber—.

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¿Qué ha ocurrido?—Has estado dormido, Gul’dan —

respondió la otra criatura,arrodillándose mientras le ofrecía uncáliz. El orco lo cogió, lo olisqueó eingirió su contenido con un gruñido;después, se limpió la boca con la mano—. Sumido en un sueño similar a lamuerte. Durante semanas, no te hasmovido, apenas has respirado. Creíamosque tu espíritu había partido.

—¿Ah, sí? —replicó Gul’dansonriendo de oreja a oreja—. ¿Temíasque te abandonara, Cho’gall? ¿Que tedejara a merced de Puño Negro y sutierna compasión?

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El ogro bicéfalo mago le lanzó unamirada furibunda.

—¡Puño Negro está muerto, Gul’dan! —le espetó una de las cabezas, a lavez que la otra asentía frenéticamente.

—¿Muerto? —al principio, Gul’danpensó que lo había entendido mal, perolos semblantes torvos de Cho’gall loconvencieron de que no era así inclusoantes de que el ogro asintiera con ambascabezas—. ¿Qué? ¿Cómo? —seincorporó hasta sentarse del todo,aunque el esfuerzo hizo que setambaleara y le entraran sudores fríos—.¿Qué le ha ocurrido mientras yo dormía?

Cho’gall hizo ademán de responder,

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pero las palabras no llegaron a brotar desu garganta, ya que alguien apartó elfaldón de la entrada de la tienda y entróbruscamente en ese diminuto espacioenvuelto en penumbra. Dos corpulentosguerreros orcos apartaron a Cho’gall desu camino y agarraron bruscamente a Gul’dan de los brazos, obligándolo aponerse en pie. Si bien el ogro, cuyastestas gemelas mostraban un semblanteensombrecido por la ira, intentóprotestar, dos orcos más ocuparon comopudieron ese pequeño espacio y lebloquearon el paso, con sus pesadashachas de batalla en ristre.Permanecieron en guardia mientras los

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dos primeros sacaban a Gul’dan arastras de la tienda.

—¿Adónde me lleváis? —exigiósaber, al mismo tiempo que intentabasoltarse.

Sin embargo, fue inútil. Aunquehubiera estado en perfecto estado desalud, no habría sido rival para ningunode esos guerreros; además, ahora apenasera capaz de mantenerse erguido. Másque llevárselo, lo estaban arrastrando.Entonces, se dio cuenta de que loestaban llevando hacia una tiendaenorme y suntuosa. La tienda de PuñoNegro.

—Se ha hecho con el control,

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Gul’dan —dijo Cho’gall en voz baja,mientras caminaba junto a él, pero a unadistancia prudencial del guerrero¡Mientras estabas inconsciente! ¡Atacóal Consejo de la Sombra y mató a casitodos sus miembros! ¡Solo quedamos tú,yo y un puñado de los brujos menospoderosos!

Gul’dan sacudió la cabeza, paraintentar así despejarse. Seguíasintiéndose confuso, descentrado y, porlo que Cho’gall había dicho, este no eraun buen momento para no pensar conclaridad. No obstante, lo que le habíacontado el ogro le había confundido aúnmás. ¿Habían asesinado a Puño Negro?

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¿Habían destruido el Consejo de laSombra? ¡Era una locura!

—¿Quién? —exigió saber una vezmás, retorciéndose para mirar a Cho’gall por encima de los anchoshombros de esos guerreros—. ¿Quién hahecho esto?

Cho’gall, sin embargo, habíaaflojado el paso, se había quedado atrás,con un gesto de sorprendente temordibujado en sus dos caras. Gul’dan sevolvió justo cuando una poderosa figuraavanzaba hacia él. Al ver a esedescomunal guerrero ataviado con unaarmadura de placas negras, que blandíaun colosal martillo de guerra negro con

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suma facilidad en sus manos, Gul’dansupo de inmediato la respuesta a supregunta.

Martillo Maldito.—Así que estás despierto —

Martillo Maldito más que pronunciarestas palabras, pareció escupirlas, almismo tiempo que los guerreros sedetenían ante él.

Soltaron tan de repente a Gul’danque el brujo orco no pudo evitar caer alsuelo. De rodillas, alzó la mirada ytragó saliva al comprobar la tremendafuria y odio que se reflejaba en el rostrode su captor.

—Yo… —acertó a decir, pero

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Martillo Maldito lo interrumpió,propinándole un golpe con el dorso dela mano con tal fuerza que lo levantó delsuelo, salió volando y aterrizó a variosmetros de distancia.

—¡Calla! —gruñó el nuevo líder dela Horda—. ¡No he dicho que pudierashablar! —se acercó a Gul’dan y loobligó a alzar la testa, al colocar lacabeza de su temible arma bajo elmentón del brujo—. Sé qué has estadohaciendo, Gul’dan. Sé que tú y elConsejo de la Sombra controlabais aPuño Negro —en ese instante, se echó areír, sus bruscas carcajadas estabanteñidas de amargura e indignación—.

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Oh, sí, lo sé todo al respecto. Pero esosbrujos ya no pueden ayudarte. Lamayoría están muertos y los pocos quequedan están encadenados y vigilados—entonces, se inclinó aún más sobre elbrujo—. Ahora, yo mando en la Horda, Gul’dan. No tú, ni tus brujos. SinoMartillo Maldito. ¡Ya no sufriremos másdeshonras! ¡Ni traiciones! ¡Ya no habrámás engaños y mentiras! —MartilloMaldito se irguió por entero, cuán largoera; su figura se alzó amenazadoramentesobre Gul’dan—. Durotan murió porculpa de vuestras maquinaciones, peroserá el último en perecer así. ¡Serávengado! ¡Ninguno de vosotros

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gobernará a nuestro pueblo desde lassombras! ¡Ninguno de vosotroscontrolará nuestro destino ni nosmanipulará para lograr vuestrossórdidos propósitos! ¡Nuestro pueblo yano estará bajo vuestra influencia!

Gul’dan se encogió de miedo ypensó con suma rapidez. Se habíaimaginado que Martillo Maldito podríallegar a ser un problema. Aquel orcoguerrero tan poderoso era demasiadointeligente, honorable y noble como paraser fácilmente manipulado o controlado.Había sigo el segundo al mando de PuñoNegro, el poderoso líder Roca Negraque Gul’dan había escogido para ser su

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títere como líder de la Horda. PuñoNegro era un combatienteextremadamente poderoso, pero como secreía más listo de lo que era realmente,había sido muy fácil de controlar. Gul’dan y su Consejo de la Sombrahabían sido quienes tiraban realmente delos hilos; asimismo, Gul’dan habíagobernado el consejo tan fácilmentecomo había manipulado al Jefe deGuerra.

Pero no había podido con MartilloMaldito, quien se había negado a seguira los demás, pues había seguido supropio camino con una temeridad einsensatez solo comparable a su lealtad

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a su pueblo. Sin lugar a dudas, habíaadivinado qué ocurría realmente tras lasbambalinas y había sido testigo de actosque él consideraba totalmente corruptos.Cuando por fin consideró que ya habíavisto bastante, cuando ya no pudosoportarlo más, decidió actuar.

Era obvio que Martillo Malditohabía escogido con sumo cuidado elmomento para dar el golpe. Con Gul’daneliminado de la ecuación, Puño Negroera vulnerable. Sin embargo, no estabaclaro cómo había descubierto lalocalización del Consejo de la Sombra,aunque no cabía duda de que había dadocon sus miembros y había eliminado a la

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mayoría. Dejando vivos solo a Gul’dan, Cho’gall y quién sabe a quién más.

Ahora se alzaba sobre Gul’dan, conel martillo alzado, dispuesto a destruirloa él también.

—¡Espera! —exclamó Gul’dan,levantando ambas manosautomáticamente para protegerse lacabeza y la cara—. ¡Por favor, te loruego!

Martillo Maldito se detuvo ante esasúplica.

—Así que ahora el poderoso Gul’dan suplica, ¿eh? ¡Muy bien, perro,suplica! ¡Suplica por tu vida!

No había bajado el martillo, pero al

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menos, lo había dejado caer sobre elbrujo. Aún no.

—Yo…Gul’dan lo odió en ese momento,

con más intensidad de la que habíaodiado a nadie, con más intensidad de laque incluso había ansiado el poder. Perosabía qué tenía que hacer. MartilloMaldito también lo odiaba, por haberorquestado la muerte de su viejo amigoDurotan y por haber transformado a supueblo, ya que los orcos había pasadode ser unos cazadores pacíficos a serunos belicistas dementes. Si le daba lamás mínima excusa, ese martillo leaplastaría el cráneo y acabaría cubierto

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de su sangre, pelo y sesos. No podíapermitir que eso ocurriera.

—Me inclino ante ti, poderosoOrgrim Martillo Maldito —acertó adecir, al fin, pronunciando cada palabracon suma claridad y lo suficientementealto como para que todos los que sehallaran cerca pudieran escucharlo—.Reconozco que eres el Jefe de Guerra dela Horda y te juro lealtad. Te obedeceréen todo cuanto ordenes.

Martillo Maldito gruñó.—Jamás has mostrado obediencia a

nadie —replicó con brusquedad—. ¿Porqué debería creer que ahora si vas a sersumiso y obediente?

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—Porque me necesitas —contestó Gul’dan, levantando la cabeza paracruzar su mirada con la del furioso Jefede Guerra—. Has eliminado al Consejode la Sombra, sí, y has consolidado tupoder sobre la Horda. Así es comodeben ser las cosas. Puño Negro no eralo bastante fuerte como para lideramospor sí solo. Tú sí lo eres; por tanto, nonecesitas un consejo —se relamió loslabios—. Pero sí necesitas brujos.Necesitas nuestra magia, ya que loshumanos dominan su propia magia y sinnosotros, caerás ante su poder superiorentonces, negó con la cabeza. Te quedanmuy pocos brujos. Yo, Cho’gall y un

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puñado de neófitos. Soy demasiado útilcomo para que me mates solo paravengarte.

Martillo Maldito estuvo a punto deproferir un gruñido, pero acabó bajandoel martillo. Por un momento, no dijonada, simplemente, se limitó a mirar consus ojos grises teñidos de odio a Gul’dan. Al final, asintió.

—Lo que dices es cierto —admitió,aunque no cabía duda de que pronunciaresas palabras le había costado un granesfuerzo y mucho autocontrol—. Lasnecesidades de la Horda están porencima de las mías —en ese instante,dejó a la vista sus colmillos—. Os

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permitiré vivir, Gul’dan, a ti y a esosbrujos que aún quedan. Pero solomientras demostréis ser útiles.

—Oh, lo seremos —le aseguró Gul’dan, quien seguramente ya estabamaquinando algo mientras agachaba lacabeza—. Crearé para ti una hueste decriaturas como nunca se ha visto,poderoso Martillo Maldito… unosguerreros que solo te servirán a ti.Gracias a su poder y nuestra magia,aplastaremos a los magos de este mundoal mismo tiempo que la Horda reduce amero polvo a sus guerreros.

Martillo Maldito asintió, su gesto defuria dio paso a un semblante pensativo

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y ceñudo.—Muy bien —dijo al fin—. Me has

prometido unos guerreros capaces decombatir la magia de los humanos. Measeguraré de que cumples tu promesa.

Acto seguido, se volvió y se alejó,dejando así bien claro que ya no habíanada más que hablar. Los guerrerosorcos también se marcharon, dejando a Gul’dan todavía arrodillado y a Cho’gall no muy lejos de él. El brujoorco creyó escucharles reír mientras seiban.

¡Maldito sea!, pensó Gul’dan,

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mientras observaba cómo el Jefe deGuerra desaparecía en el interior de sutienda. ¡Y maldito sea ese mago humanotambién! Gul’dan hizo un gesto denegación con la cabeza. Aunque tal vezdebería maldecir en realidad a su propiaimpaciencia, que le había impulsado aentrar en la mente de Medivh, en buscade la información que el Mago le habíaprometido pero que, hasta entonces no lehabía dado. Había sido una meracuestión de mala suerte que Gul’dan seencontrara en la mente de Medivhcuando el humano había muerto y que supropio espíritu se viera debilitado porsu repentino y violento fallecimiento.

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Durante todo este tiempo, habíapermanecido atrapado, había sidoincapaz de regresar a su cuerpo, habíapermanecido inconsciente, ajeno a todocuanto le rodeaba. Y eso le habíabrindado la oportunidad a MartilloMaldito de hacerse con el control de laHorda.

Pero ahora, por fin, volvía a estardespierto. Una vez más, podía proseguircon sus planes. Porque, al menos, eseacto desesperado y peligroso no habíasido en vano, pues Gul’dan habíaobtenido la información que necesitaba.Pronto, ya no necesitaría ni a MartilloMaldito ni a la Horda. Pronto, iba a ser

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todopoderoso.—Reúne a los demás —le ordenó a

Cho’gall, a la vez que se ponía en pie ycomprobaba cómo estaba. Se sentíadébil, pero podía apañárselas. Además,no le quedaba más remedio pues eltiempo apremiaba—. Haré que formenun clan de verdad, uno que servirá a mispropios fines y me protegerá de la ira deMartillo maldito. Serán losCazatormentas. Demostrarán a toda laHorda qué somos capaces de lograr losbrujos e incluso Martillo Maldito tendráque reconocer su valía. Reúne también atu clan —Cho’gall lideraba el clan delMartillo Crepuscular, cuyos miembros

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eran temibles guerreros que estabanobsesionados con el fin del mundo—.Tenemos mucho que hacer.

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A

CAPÍTULO UNO

pesar de todo, Lothar estabaimpresionado.

Ventormenta había sido una ciudad

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imponente de edificios altísimos, repletade chapiteles y terrazas, tallada en unapiedra tan fuerte como para resistir elviento a la vez que pulida como parabrillar tanto como un espejo. Noobstante, la capital era, a su manera,igual de encantadora.

Aunque era bastante distinta aVentormenta. Por ejemplo, no contabacon altas construcciones. Pero lo quecarecía de altura lo compensaba conelegancia. Se encontraba situada sobreuna elevación de la orilla norte del lagoLordamere, y estaba resplandeciente conesa combinación de colores blancos yplateados. Aunque refulgía tanto como

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Ventormenta, brillaba de un modopeculiar, como si el sol se alzara deentre sus elegantes edificios, en vez decastigarlos con su luz. Parecía un lugarsereno, pacífico, casi sagrado.

—Es un lugar imponente —admitióKhadgar, que se hallaba a su lado—,aunque preferiría que fuera un poco másacogedor —miró hacia atrás, endirección a la orilla sur del lago, dondese alzaba otra ciudad, cuyos contornoseran similares a la capital; no obstante,esta suerte de imagen especular parecíamás exótica, ya que sus muros ychapiteles estaban teñidos de violeta yotros colores más cálidos—. Esa es

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Dalaran —le explicó—. El hogar delKirin Tor y sus magos. Fue mi hogarhasta que me enviaron a estudiar conMedivh, para ser su aprendiz.

—Quizá nos sobre un poco detiempo y puedas regresar a esa ciudad,aunque sea brevemente al menos —sugirió Lothar—. Pero por ahora,debemos concentrarnos en la capital —una vez más, observó detenidamente esareluciente ciudad—. Esperemos quesean tan nobles de pensamiento como loson sus moradas.

Espoleó a su caballo para quecorriera a medio galope y abandonó elmajestuoso bosque de Argénteos, con

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Varian y el mago justo detrás de élmientras que el resto de hombres lesseguían en carromatos.

Dos horas después, alcanzaron laspuertas principales. Unos guardias sehallaban junto a la entrada, a pesar deque esas puertas dobles estaban abiertasde par en par, y eran lo bastante grandescomo para que dos o incluso trescarretas pasaran a la vez una al lado deotra. Sin duda alguna, los guardias loshabían divisado mucho antes de quellegaran a las puertas. Uno de ellos, queiba ataviado con una capa carmesí quecubría su coraza pulida y con unaarmadura y un casco ornamentados con

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tracería dorada, se les acercó. Si bienhizo gala de unos modales muyeducados, e incluso respetuosos, Lotharno pudo evitar fijarse en que el hombrese había detenido a solo un par demetros de distancia, de tal modo que sehabía colocado al alcance de susespadas. Se obligó a relajarse y a pasarpor alto tal descuido. Esto no eraVentormenta. Esta gente no eranguerreros curtidos en mil batallas.Nunca habían tenido que luchar parasalvar sus vidas. Aún no.

—Entrad libremente y sedbienvenidos —afirmó el capitán de losguardias, haciendo una reverencia—.

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Marcus Rutagrana nos avisó de vuestrallegada y nos habló de sus apuros.Hallarán al rey en la sala del trono.

—Muchas gracias —replicóKhadgar, asintiendo con la cabeza—.Vamos, Lothar —añadió, a la vez quedaba un golpecito con los talones a sucaballo—. Conozco el camino.

Atravesaron la ciudad a lomos desus monturas, recorriendo sus ampliascalles con suma facilidad. Khadgarrealmente parecía saber el camino, yaque nunca ralentizó la marcha parapreguntar alguna dirección o paracavilar sobre si ese desvío era elcorrecto o no hasta que llegó al mismo

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palacio. Una vez ahí, entregaron suscaballos a algunos de sus compañeros,que se ocuparon de atender a suscorceles. Lothar y el príncipe Varianascendieron de inmediato por lasamplias escaleras de palacio y Khadgarse sumó a ellos rápidamente.

Atravesaron las puertas exterioresdel palacio y se adentraron en un ampliopatio, que prácticamente era un salón alaire libre. Lothar vio que había variospalcos a los lados que ahora estabanvacíos, aunque estaba seguro de queestarían a rebosar de gente cuando ahí serealizara alguna celebración. En elextremo más lejano, un corto tramo de

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escaleras llevaba hasta una segundaserie de puertas, que daban a la sala deltrono.

Se trataba de una estanciaimponente, cuyo techo arqueado era tanalto que sus contornos se perdían entrelas sombras. La sala era redonda ypresentaba arcos y columnas pordoquier. La dorada luz del sol se filtrabapor unas vidrieras situadas en el centrodel techo, que iluminaban el suelo conun intrincado patrón decorativo: unaserie de círculos concéntricos, cada unode ellos distintos, con un triángulo en elmedio que se solapaba con el círculomás interior, dentro del cual se hallaba

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el sello dorado de Lordaeron. Contabatambién con varios balcones muy altos,Lothar supuso que estaban reservadospara los nobles, aunque también teníanun valor estratégico; unos pocosguardias armados con ballestas podríanacertar a cualquiera que estuviera en esasala desde esas valiosas posiciones.

Más allá del patrón ornamental,había un estrado circular muy ancho,cuyas escaleras concéntricas ascendíanhasta un trono colosal. El trono parecíaestar tallado en una piedra reluciente yestaba repleto de bordes afilados yangulosos. Un hombre se encontrabasentado en él; era alto y robusto, tenía el

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pelo rubio con algún leve mechón gris,su armadura relucía y la corona queportaba sobre la cabeza recordaba másbien a un yelmo con puntas que a unacorona propiamente dicha. Lothar supoenseguida que se hallaba ante un rey deverdad, un rey como Llane, que notitubearía a la hora de luchar por supueblo. Con ese mero pensamiento, susesperanzas renacieron.

Había más gente ahí, vecinos de laciudad, peones e incluso campesinos,que se encontraban reunidos frente alestrado a una distancia respetuosa.Muchos portaban objetos, pergaminos eincluso comida, pero se marcharon al

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ver a Lothar y Khadgar, se alejaron deambos en completo silencio.

—¿Sí? —dijo el hombre del tronoen voz alta mientras se aproximaban—.¿Quiénes sois y qué queréis de mí? Ah.

Desde donde se hallaba, Lothar pudoapreciar el extraño color de los ojos delrey, en los que el azul y el verde semezclaban; comprobó que su mirada eraaguda y clara, lo cual hizo que susesperanzas aumentasen todavía más.

—Majestad —contestó Lothar, cuyavoz grave recorrió con gran facilidadesa enorme estancia. Se detuvo a variospasos del estrado e hizo una reverencia—. Soy Anduin Lothar, un Caballero de

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Ventormenta. Este es mi compañero deviaje, Khadgar de Dalaran —escuchóentonces varios murmullos procedentesde la muchedumbre que ahora se hallabaa sus espaldas—. Y este es —se girópara que el rey pudiera ver a Varian,quien se encontraba detrás de él y sesentía inquieto por culpa de esa multitudy esa extraña pompa y boato— elpríncipe Varían Wrynn, heredero deltrono de Ventormenta —los murmullosse tornaron en gritos sofocados encuanto la gente se percató de que esejoven visitante pertenecía a la realeza;Lothar, sin embargo, los ignoró y seconcentró solo en el rey—. Debemos

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hablar contigo, Majestad, sobre unacuestión muy urgente y de extremadaimportancia.

—Por supuesto —Terenas ya seestaba levantando del trono yacercándose a ellos—. Dejadnos asolas, por favor —le pidió al resto de lamultitud. A pesar de que habíaformulado esa petición de manera muyeducada, en realidad, era una orden.

La gente obedeció con rapidez y,pronto, únicamente quedaron un puñadode nobles y guardias en la estancia. Loshombres que habían acompañado aLothar hasta ahí se apartaron también aambos lados, dejando solo a Lothar,

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Khadgar y Varian ante Terenas cuandoeste se aproximó.

—Majestad —saludó Terenas aVarian, ante el que se inclinó,reconociéndolo así como un igual.

—Majestad —replicó Varian, cuyaeducación se impuso sobre sudesconcierto.

—Nos invadió una honda tristeza alenterarnos de la muerte de tu padre —prosiguió diciendo Terenas con sumadelicadeza. El rey Llane era un buenhombre y lo considerábamos un amigo yun aliado. Debes saber que haremostodo cuanto esté en nuestra mano paraque recuperes tu trono.

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—Te lo agradezco —afirmó Varian,a pesar de que le tembló ligeramente ellabio inferior.

—Acércate y siéntate. Cuéntame quéha sucedido —le pidió Terenas, a la vezque señalaba las escaleras del estrado.Después, se sentó en una de ellas eindicó con una seña a Varían que sesentara junto a él—. En su día, viVentormenta con mis propios ojos yadmiré su belleza y fortaleza. ¿Cómo hapodido ser destruida una ciudad comoesa? ¿Quién es el responsable?

—La Horda —respondió Khadgar,quien hablaba por primera vez desdeque habría entrado en la sala del trono.

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Terenas se volvió hacia él. Lothar sehallaba lo bastante cerca como parapercatarse de que el rey había entornadolos ojos levemente—. La Horda es laresponsable.

—¿Y qué es la Horda? —exigiósaber Terenas, volviéndose primerohacia Varían y luego hacia Lothar.

—Se trata de un ejército. Bueno, esmás que un ejército —contestó Lothar—. Es una muchedumbre innumerable,son tantos que podrían cubrir estastierras de costa a costa.

—¿Y quién comanda esta legión dehombres? —inquirió Terenas.

—No son hombres —le corrigió

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Lothar— sino orcos —al ver eldesconcierto asomarse a la mirada delrey, Lothar decidió que debía darle unaexplicación más extensa—. Se trata deuna nueva raza que no pertenece a estemundo. Son tan altos como nosotros y decomplexión más robusta, tienen la pielverde y unos brillantes ojos rojos.Además, les brotan unos enormescolmillos de los labios inferiores —unnoble resopló en algún lugar y, alinstante, Lothar se giró con una miradainyectada de furia—. ¿Dudáis de mipalabra? —gritó, mientras se volvíahacia cada uno de esos balcones de unoen uno, buscando a aquel que se había

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reído—. ¿Creéis que miento? —segolpeó la armadura con el puño, cercade una de las abolladuras másprominentes—. ¡Esta marca me la dejóun martillo de guerra orco! —actoseguido, se golpeó en otro sitio—. ¡Yesta un hacha de guerra orco! —entonces, señaló un corte profundo quetenía en un antebrazo—. ¡Y esto me lohizo uno de ellos con uno de suscolmillos! ¡Se abalanzó sobre mí yluchamos cuerpo a cuerpo, puesestábamos demasiado cerca como parapoder utilizar nuestras espadas! ¡Esasnauseabundas criaturas han destruido mitierra, mi hogar y a mi gente! ¡Si dudáis

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de mí, bajad aquí y decídmelo a la cara!¡Os demostraré qué clase de hombre soyy qué les pasa a aquellos que me acusande contar falsedades!

—¡Ya basta! —el grito de Terenassilenció cualquier posible réplica. Pesea que la ira teñía claramente su voz,cuando se giró hacia Lothar, el guerreropuedo apreciar que él no era el blancode la furia del rey—. Ya basta —insistióel rey, aunque esta vez con un tono mássuave—. Nadie duda aquí de tu palabra,Campeón —le aseguró a Lothar, a la vezque lanzaba una mirada severa a todoslos ahí presentes, con la que desafiaba acualquiera de sus nobles a mostrar su

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desacuerdo—. Sé que eres un hombre dehonor y leal. Aceptaré que lo que hasdicho es verdad, a pesar de que esascriaturas nos resulten muy extrañas —sevolvió e hizo un gesto de asentimiento aKhadgar—. Además, cuentas con unmago de Dalaran como testigo, por loque no podemos desdeñar tu testimonio,ni la posibilidad de que existan otrasrazas que nunca hemos visto por estoslares.

—Gracias, rey Terenas —replicóLothar con un tono formal, conteniendosu ira. No sabía muy bien que tenía quéhacer a continuación. Por fortuna,Terenas sí lo sabía.

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—Convocaré a los reyes de losreinos limítrofes —anunció—. Esto esalgo que nos concierne a todos —sevolvió de nuevo hacia Varian—.Majestad, te ofrezco mi hogar y miprotección tanto tiempo como seanecesario —afirmó con voz potente,para que todos lo oyeran—. Has desaber que, cuando estés listo, Lordaeronte ayudará a reclamar tu reino.

Lothar asintió.—Majestad, eres muy generoso —

dijo en nombre de Varian—. No se meocurre un lugar mejor y más seguro paraque mi príncipe alcance su madurez quela capital. No obstante, debes saber que

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no hemos venido aquí únicamente enbusca de refugio. Hemos venido aadvertirte —se enderezó cuán largo eray su voz atronó por toda la estancia,mientras miraba fijamente al rey deLordaeron—. Debes saber que… laHorda no se conformará conVentormenta. Su intención es conquistarel mundo entero y cuenta con el poder ylas tropas necesarias para hacer susueño realidad. Asimismo, cuenta conpoderes mágicos. En cuanto hayaterminado con mi patria —su voz setornó más grave, pero aun así, se obligóa continuar—, hallarán el modo decruzar el océano. Y vendrá hasta aquí.

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—Nos estás diciendo que debemosprepararnos para la guerra —señalóTerenas en voz baja. Pese a que no erauna pregunta, Lothar respondió.

—Sí —entonces, miró a sualrededor, a los hombres ahí reunidos—.Una guerra en la que se decidirá eldestino de nuestra raza.

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O

CAPÍTULO DOS

rgrim Martillo Maldito, elcabecilla del clan Roca Negra y

Jefe de Guerra de la Horda, observaba

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la escena. Se hallaba cerca del centro deVentormenta mientras sus guerrerosdestruían esa ciudad que hasta hacepoco había sido grandiosa. Allá dondemirara, reinaba la destrucción y ladevastación. Los edificios ardían apesar de estar hechos de piedra. Loscadáveres y los escombros ensuciabanlas calles. La sangre corría entre losadoquines, acumulándose aquí y allá.Los gritos indicaban que habían dadocon algunos supervivientes a los queestaban torturando.

Martillo Maldito asintió, pues esoera bueno.

Ventormenta había sido una ciudad

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imponente y un tremendo obstáculo.Durante un tiempo, no había estado nadaseguro de que pudieran derribar susaltas murallas o derrotar a sus lealesdefensores. Pese a que la Horda lessuperaba en número, los humanos seresistieron con destreza y determinación.Orgrim los respetaba por eso mismo.Habían sido unos oponentes más quedignos.

No obstante, habían caído, comoacabarían cayendo todos, ante el poderde su pueblo. Habían entrado en laciudad y sus defensores habían sidomasacrados o habían huido, por lo queestas tierras ahora eran suyas. Estas

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tierras tan ricas y fértiles como lohabían sido las de su mundo natal antesdel cataclismo. Antes de que esedemente de Gul’dan lo hubieradestruido.

Los pensamientos de MartilloMaldito se tornaron siniestros al mismotiempo que aferraba con más fuerza sicabe su legendario martillo. ¡Gul’dan!Ese traicionero chamán reconvertido abrujo había causado más problemas delos debidos. Lo único que le habíasalvado de acabar despedazado a manosde sus iracundos compañeros de clanera haber abierto una grieta en larealidad que los había llevado a este

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nuevo mundo. Aun así, de algún modo,ese manipulador había conseguidovolver las tornas en su favor, pues habíalogrado controlar a Puño Negro…aunque tal vez siempre lo habíacontrolado. Orgrim había observado asu antiguo cabecilla durante años y sabíaque ese colosal guerrero orco era másinteligente de lo que dejaba entrever.Pero no había sido lo bastante listo. Gul’dan se había servido del ego dePuño Negro para influenciarlo ydominarlo. Martillo Maldito estabaseguro de que era él quien había estadodetrás del plan de unir a todos los clanesen una sola Horda. El Consejo de la

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Sombra de Gul’dan había tirado de loshilos del poder entre bambalinas, habíaaconsejado a Puño Negro de tal modoque este nunca fue consciente de que enrealidad estaba cumpliendo órdenes.

Orgrim esbozó una sonrisa de orejaa oreja. Pero eso, al menos, habíaacabado. No obstante, matar a PuñoNegro no le había proporcionadoninguna satisfacción. Había sido elsegundo al mando del Jefe de Guerra yhabía jurado luchar a su lado, no contraél. La tradición, sin embargo, permitíaque un guerrero pudiera desafiar a sucabecilla para asumir el liderazgo delclan. Al final, Martillo Maldito se había

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visto obligado a escoger esa opción.Había ganado, como sabía que haría, ycon el mismo golpe con el que habíaaplastado el cráneo de Puño Negro,había tomado el control de su clan… yde la Horda.

Después, solo le había restadoocuparse del Consejo de la Sombra. Locual había sido todo un placer.

Al recordarlo, se rio entre dientes.Pocos orcos conocían la existencia delConsejo y mucho menos quiénes eransus miembros y dónde se refugiaban.Pero Orgrim había deducido a quiéndebía preguntárselo. La semiorcoGarona había sido torturada hasta

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revelar la localización del Consejo; sinlugar a dudas, el hecho de que tuviera enparte sangre no orca había facilitado quese derrumbara pues era débil. Solo porla cara que habían puesto los brujoscuando había irrumpido en esa reuniónhabía merecido la pena. Oh, quéexpresiones se habían dibujado en susrostros mientras había avanzado poraquella sala, masacrándolos a diestra ysiniestra. Ese día, Martillo Malditohabía acabado con el Consejo de laSombra y hecho añicos su poder. A él nolo iban a controlar como habían hechocon Puño Negro. Sería él y solo él quienelegiría sus propias batallas y

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concebiría sus propios planes, y no loiba a hacer para aumentar su poder o elde otros, sino para garantizar lasupervivencia de su pueblo.

Entonces, Orgrim divisó dos siluetasque se aproximaban por aquella calleamplia y cubierta de sangre, era como silo hubiera invocado por el mero hechode haber pensado en él. Uno de ellos eramás bajito que el orco medio, el otromucho más alto aunque tenía unaconstitución extraña. Martillo Malditolos reconoció al instante y una sonrisaburlona cobró forma en su rostro entresus colmillos.

—¿Habéis concluido vuestra tarea?

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—preguntó a voz en grito mientras Gul’dan y su lacayo Cho’gall seacercaban.

Mantuvo la mirada clavada en elbrujo, sin apenas lanzar alguna miradafugaz a su descomunal subordinado.Orgrim llevaba toda la vidacombatiendo ogros, como la mayoría deorcos. Cuando Puño Negro selló unaalianza con esas monstruosas criaturas,se había sentido asqueado, aunque tuvoque admitir que serían muy útiles enbatalla. Pero seguía sin confiar en ellosy no le caían bien. Además, Cho’gall erael peor de todos. Pertenecía a esaextraña raza bicéfala que poseía mucha

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más inteligencia que sus brutos ysimples hermanos. Cho’gall, para másinri, era mago. La idea de que un ogroposeyera tal poder horrorizaba aMartillo Maldito. Encima, se habíahecho con el poder del clan del MartilloCrepuscular y hacía gala del mismofanatismo que los orcos que lo seguían.Lo cual hacía que ese ogro de doscabezas fuera muy peligroso. Noobstante, Orgrim nunca dejaba traslucirsu aversión por él, aunque siempre queel ogro mago se hallaba cerca,empuñaba su martillo con fuerza.

Aún no, noble Martillo Maldito —respondió Gul’dan, quien se detuvo

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junto a él. El brujo parecía un poco másdelgado, pero aparte de eso, estabacomo siempre tras meses de letargo—.Aunque, al menos, ya me he recuperadode las secuelas de mi prolongado sueño.Además, ¡traigo grandes noticias que heobtenido gracias a ese largo reposo!

¿Oh? ¿Ese sueño ha traído sabiasrevelaciones consigo?

—Me ha mostrado el sendero haciaun gran poder admitió Gul’dan, con unamirada plagada de ansia y deseo.

Orgrim sabía que no se trataba de undeseo normal, de lujuria, gula o codicia.Gul’dan únicamente ansiaba el poder yera capaz de hacer cualquier cosa para

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obtenerlo, tal y como había demostradocon sus actos en su propio mundo.

—¿Para ti o para la Horda? —inquirió Orgrim.

—Para ambos —contestó el brujo,que bajó el tono de voz hastatransformarlo en un susurro artero—. Hevisto un lugar, inimaginablementeantiguo, más viejo que la sagradamontaña de nuestro mundo natal. Yacebajo las olas y en él anida un poder quepodría rehacer este mundo. ¡Podríamosreclamarlo como nuestro y, entonces, yanadie podría plantamos cara!

—Ahora, tampoco hay nadie quepueda plantamos cara —replicó

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bruscamente Martillo Maldito—.Prefiero el poder honesto del martillo yel hacha al de las nauseabundashechicerías que has descubierto, seancuales sean. ¡Recuerda cómo acabónuestro mundo y nuestro pueblo porculpa de tus planes la última vez! ¡Novoy a permitir que hundas aún más anuestra gente o destroces este nuevomundo cuya conquista acabamos deiniciar!

—Esto es mucho más importante delo que tú desees o dejes de desear —leespetó el brujo, quien reveló así suverdadero temperamento al dejar demostrarse servil—. ¡Mi destino se

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encuentra bajo esas aguas y no vas apoder impedirlo! Esta Horda solo es elprimer paso en el sendero que deberecorrer nuestro pueblo. ¡Y seré yoquien los lidere a partir de aquí y no tú!

—Ten cuidado con lo que dices,brujo —replicó Orgrim, quien alzó elmartillo para golpearle con él levementea Gul’dan en la mejilla—. Recuerda quéle ocurrió a tu querido Consejo de laSombra. Podría aplastarte el cráneo enun abrir y cerrar de ojos y entonces…dime, ¿dónde quedaría tu gloriosodestino? —en ese instante, alzó la vistay lanzó una mirada iracunda aldescomunal Cho’gall—. Y no creas que

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esta abominación te va a salvar —rezongó, alzando aún más el martillo yechándose a reír al ver que el mago ogroretrocedía y el miedo se asomaba en susdos caras—. He derrotado a ogros enotras ocasiones, incluso a gronns. Y lovolveré a hacer —acto seguido, seinclinó y acercó aún más al brujo—. Tusmetas ya no son importantes. Soloimporta la Horda.

Por un instante fugaz, la ira seapoderó de la mirada de Gul’dan ypensó que el brujo tal vez no se fuera aechar atrás. Una parte de él se regocijó.Martillo Maldito siempre habíaadmirado y reverenciado a los chamanes

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de su pueblo, al igual que todos losorcos, pero esos brujos eran muydistintos. Su poder no provenía de loselementos ni de los espíritus de losancestros, sino de otra fuente realmentehorrenda. Había sido su magia la quehabía transformado a los suyos, quehabían pasado de tener una sana pielmarrón a una espantosa piel verde, laque estaba matando a su propio mundo,la que les había obligado a venir a esteotro mundo para poder sobrevivir. Gul’dan había sido su líder, elinstigador, había sido el más poderoso,el más taimado y el más egoísta de todosellos. Orgrim sabía que los brujos eran

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muy importantes para la Horda, pero almismo tiempo, no podía evitar pensarque estarían mejor sin ellos.

Tal vez Gul’dan fue capaz de leereso en sus ojos, ya que su ira se esfumó,pues fue reemplazada por la cautela y elrespeto, aunque fuera de mala gana.

—Por supuesto, poderoso MartilloMaldito —afirmó el brujo, agachando lacabeza—. Tienes razón. La Horda es loprimero —entonces, esbozó una ampliasonrisa, el miedo lo había abandonado y,al parecer, su furia se había disipado o,al menos, la había enterrado en lo másprofundo de su ser una vez más—. Tengomuchas ideas que nos ayudarán en

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nuestra conquista. Pero primero, deboproporcionarte esos guerreros que teprometí, que serán imparables pero sehallarán bajo tu control totalmente.

Orgrim asintió lentamente.—Muy bien —dijo con aspereza—.

No daré la espalda a algo que podríagarantizar nuestro éxito.

Se volvió, indicando así al brujo ysu lugarteniente que podían irse, Gul’dan entendió la indirecta, hizo unareverencia y se marchó, con Cho’gallcaminando pesadamente a su lado.Martillo Maldito era consciente de quetenía que vigilarlos de cerca. Gul’dan noera alguien que se tomara los insultos a

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la ligera, o que permitiera que otro locontrolase mucho tiempo. Pero hasta queel brujo no diera un paso en falso, sumagia le sería muy útil y Orgrimpensaba aprovecharse de ello almáximo. Cuanto antes aplastarancualquier resistencia, antes podía supueblo dejar las armas y volver aconstruir casas y formar familias una vezmás.

Con eso en mente, Martillo Malditobuscó a otro de sus lugartenientes, al queencontró, al fin, en lo que había sido ensu día una gran sala, dándose un festíncon la bebida y comida que habíanhallado ahí.

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—¡Zuluhed!El chamán orco alzó la vista en

cuanto Orgrim gritó su nombre y se pusoen pie de inmediato, apartando la copa yel plato que tenía ante él. Aunque eraviejo y delgado y estaba ajado, los ojosde color marrón rojizo de Zuluhedseguían manteniendo toda su agudezabajo esas destrozadas trenzas grises.

—Martillo Maldito.Al contrario que Gul’dan, Zuluhed

no gimoteó ni se inclinó ante él, lo cualera una actitud que Orgrim respetaba.Además, Zuluhed era también uncabecilla, el líder del clan Faucedraco.También era un chamán, el único chamán

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que acompañaba a la Horda. A MartilloMaldito le interesaban mucho sushabilidades, que le podrían ser muyútiles.

—¿Cómo va el proyecto?Si bien Orgrim dejó la cortesía a un

lado y no se anduvo con rodeos, aceptóla copa que Zuluhed le ofreció. El vinoera en efecto delicioso y las gotas desangre humana que habían acabado en lacopa le daban un sabor aún más intenso.

—Como siempre —contestó el líderFaucedraco, con una honda decepciónreflejada en su semblante.

Hace meses, Zuluhed le habíacontado a Martillo Maldito que unas

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extrañas visiones lo asolaban. Unasvisiones en las que veía una cordilleraen particular en cuyas entrañas habíaenterrado un gran tesoro; un tesoro queno consistía en riquezas sino en poder.Orgrim respetaba al anciano cabecilla yrecordaba lo importantes que habíansido las visiones de los chamanes en supropio mundo. Había aprobado lapetición de Zuluhed, quien le habíapedido que le dejara encabezar labúsqueda por parte de su clan de esamontaña y del poder que albergaba en suinterior. Les había costado semanas,pero al final, el clan Faucedraco habíadado con una caverna en las entrañas de

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la tierra en la que se hallaba un extrañoobjeto, un disco dorado al que habíanllamado el Alma Demoníaca. AunqueMartillo Maldito no había visto talartilugio con sus propios ojos, Zuluhedle había asegurado que irradiaba uninmenso poder y que era tremendamenteantiguo. Por desgracia, extraer yaprovechar ese poder estaba resultandomuy difícil.

—Me aseguraste que serías capaz dedominar su poder —le recordó Orgrim,tirando la copa vacía, que fue aestrellarse contra la pared más lejanacon un golpe sordo.

—Lo lograré —le aseguró Zuluhed

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—. ¡El Alma Demoníaca posee unosrecursos inmensos, contiene bastantepoder como para hacer añicos lasmontañas y rasgar el mismo cielo! —entonces, frunció el ceño—. Pero porahora, se ha resistido a mi magia —negócon la cabeza. ¡Pero daré con la clave!¡Lo sé! ¡Lo he visto en mis sueños! Encuanto pueda acceder a su poder, ¡loutilizaré para esclavizar a aquellos quedesignemos para servimos! Una vez seencuentren a nuestros pies,¡gobernaremos el firmamento y haremosque llueva fuego sobre aquellos queosen desafiamos!

—Excelente.

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Martillo Maldito le dio unapalmadita en el hombro al otro orco.Había veces en que el fanatismo delchamán le preocupaba, sobre todoporque Zuluhed no parecía vivir porentero en este mundo, pero no albergabaninguna duda sobre su lealtad. Por eso,había brindado su apoyo a la peticióndel chamán cuando había rechazado lapropuesta de Gul’dan de embarcarse enuna búsqueda de poder impulsada porotra visión similar. Orgrim sabía que,pasara lo que pasase, Zuluhed no sevolvería en su contra ni contra supueblo. Además, si esa AlmaDemoníaca era capaz de hacer solo la

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mitad de lo que Zuluhed habíaprometido, si era capaz de hacerrealidad las visiones del chamán,garantizaría que la Horda fuera superioren batalla.

—Avísame cuando todo esté listo.—Por supuesto —dijo Zuluhed,

alzando su propia copa a modo desaludo de despedida, la cual habíavuelto a llenar con un jarro doradomanchado de sangre.

Martillo Maldito dejó al chamán ahí,celebrando la victoria, y reanudó supaseo por la ciudad caída. Le gustabaver con sus propios ojos qué hacían susguerreros; además, era consciente de

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que si sus subalternos veían a su líderpasear entre ellos como uno más, sulealtad hacía él se veía reforzada. PuñoNegro también era consciente de esagran verdad, por lo que siempre secercioraba de que sus guerreros loconsiderasen no sólo su cabecilla sinoun compañero guerrero, incluso cuandollegó a ser Jefe de Guerra mantuvo lamisma actitud. Esa era una de laslecciones que Orgrim había aprendidode su predecesor. Su encuentro conZuluhed había eliminado el regustoamargo que le había dejado laconversación con Gul’dan, de tal modoque, mientras recorría esas calles, notó

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que recuperaba el ánimo. Su pueblohabía logrado una gran victoria y semerecía celebrarlo. Pensaba dejar quese divirtieran unos cuantos días.Después, se dirigirían al próximoobjetivo.

Gul’dan observaba a MartilloMaldito a unos cuantos edificios dedistancia.

—¿Qué estarán tramando Zuluhed yél? —inquirió, sin apartar su furibundamirada de la espalda del Jefe de Guerraque se alejaba.

—No lo sé —reconoció Cho’gall—.

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Lo llevan muy en secreto. Sé que tienealgo que ver con algo que losFaucedraco hallaron en las montañas. Lamitad de su clan se encuentra ahí ahora,pero no sé qué están haciendo.

—Bueno, da igual —replicó Gul’dan frunciendo el ceño, mientras seacariciaba distraído un colmillo ycavilaba—. Sea lo que fuere, mantienedistraído a Orgrim y eso nos viene bien.No nos conviene que descubra nuestrosplanes antes de que podamos ponerlosen marcha —afirmó con una ampliasonrisa—. Para cuando se entere de quétramamos… será demasiado tarde.

—¿Vas a ser tú el próximo Jefe de

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Guerra? —preguntó la otra cabeza de Cho’gall mientras se alejaban de ahí yregresaban a los aposentos que leshabían designado.

—¿Yo? No —contestó riéndose Gul’dan—. No tengo ninguna intenciónde atravesar unas calles empuñando unhacha o un martillo para enfrentarme amis enemigos en carne y hueso —admitió—. Mi camino es mucho másimportante. Me encontraré con ellos enforma de espíritu y los aplastaré desdela lejanía, los devoraré a cientos, amiles —sonrió con solo pensarlo—.Pronto, todo cuanto se me ha prometidoserá mío. Entonces, Martillo Maldito no

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tendrá nada que hacer contra mí. Inclusola poderosa Horda palidecerá ante mí.¡Me bastará con extender el brazo parapurgar este mundo, para rehacerlo a miimagen y semejanza!

Volvió a reírse y las carcajadasreverberaron en las murallas derruidas yedificios caídos, fue como si la ciudadmoribunda se estuviera riendo con él.

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K

CAPÍTULO TRES

hadgar observaba en silenciodesde un lateral de la sala del

trono. Lothar había querido que

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estuviera presente para que hiciera lasveces de testigo y sospechaba quetambién para tener a su lado a un rostrofamiliar en esta tierra extraña. Además,su propia curiosidad le había obligado aaceptar su invitación a acompañarlo. Noobstante, sabía que no debía presentarseante aquellos hombres como un igual…a pesar del poder que ahora poseía, yaque todos ellos eran gobernantes y másque capaces de ordenar su muerte yejecutarla en meros segundos.Asimismo, Khadgar tenía la sensaciónde que había estado en el ojo delhuracán durante demasiado tiempoúltimamente. Como joven que era,

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estaba más acostumbrado a observar,esperar y estudiar y no a actuar. Leresultaba muy agradable poder volver asus viejos hábitos, aunque solo fuera porel momento.

Reconoció a muchos de los allípresentes, aunque solo fuera porque selos habían descrito en alguna ocasión. Elhombre robusto como un oso, de rasgosduros y frondosa barba negra que vestíauna armadura negra y gris era GennCringris, quien gobernaba la naciónsureña de Gilneas. Khadgar teníaentendido que era mucho más inteligentede lo que parecía por su aspecto. Elhombre alto y esbelto de piel curtida,

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que iba ataviado con un uniforme navalverde, era, por supuesto, el almiranteDaelin Valiente, quien gobernaba KulTiras, aunque Terenas lo trataba como unigual por su cargo, ya que era elcomandante de la mayor y más ferozflota de mundo. El tipo callado y deaspecto culto de pelo castaño, que seestaba encaneciendo, y ojos coloravellana era Lord Aliden Perenolde,dueño y señor de Alterac. Perenoldemiraba con odio a Thoras Aterratrols,rey de la vecina Stromgarde, pero estelo ignoraba. El cuero y las pieles quevestía el alto y grosero Aterratrolsparecían protegerlo no solo de las

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feroces inclemencias del tiempo de suhogar en las montañas, sino también dela ira de Perenolde. Aterratrols, por suparte, tenía su rostro de facciones muymarcadas vuelto hacia un hombrepequeño y fornido de barba blanca comola nieve y cara simpática, que nonecesitaba presentación en ninguna partede aquel continente y que habría sidoperfectamente reconocible aunque nohubiera ido ataviado con una túnicaceremonial ni hubiera portado unbáculo. Alonsus Faol era el arzobispode la Iglesia de la Luz y erareverenciado por los humanos en todaspartes. Khadgar podía entender por

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qué… nunca antes había visto a Faol,pero con solo mirarlo, transmitía unacierta sensación de paz y sabiduría.

Entonces, Khadgar vio un destellovioleta por el rabillo del ojo que lodistrajo. Se volvió… y tuvo que hacerun gran esfuerzo para no quedarseboquiabierto. Una leyenda caminaba porla sala del trono. Era alto y muydelgado, casi cadavérico, tenía bigote yuna larga barba castaña con mechonesgrises que encajaba a la perfección consus espesas cejas; además, llevaba lacalva tapada con un capacete. Era elarchimago Antonidas. En todos los añosque había vivido en Dalaran, Khadgar

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solo había visto al líder del Kirin Tor endos ocasiones; una vez que se cruzó conél y otra cuando le informaron de que loenviaban a estudiar con Medivh. Perover cómo ahora el mago maestroocupaba su lugar junto a los demásgobernantes, con un aspecto tan regiocomo el de cualquier monarca, provocóque Khadgar se sobrecogiera y loinvadiera una ola de nostalgia por suantiguo hogar. Añoraba Dalaran y sepreguntaba si alguna vez podría regresara la ciudad de los magos. Quizá cuandola guerra acabase. Siempre quesobrevivieran.

Antonidas había sido el último en

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llegar y cuando llegó a la zona situadadelante del estrado donde se hallabaTerenas y aplaudió… las palmadasreverberaron y las conversacionescesaron, pues todo el mundo centró suatención en el anfitrión real.

—Gracias a todos por venir —dijoTerenas, cuya voz se pudo escucharperfectamente por toda la estancia—. Séque os he convocado precipitadamente,pero tenemos asuntos de granimportancia que discutir y el tiempocorre en nuestra contra —en esemomento, se detuvo y, acto seguido, sevolvió hacia el hombre que seencontraba junto a él en el estrado—. Os

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presento a Anduin Lothar, Campeón deVentormenta. Ha venido aquí comomensajero y tal vez también comosalvador. Creo que será mejor que osexplique él mismo lo que ha visto y quées lo que nos espera a todos muy pronto.

Lothar dio un paso al frente. Si bienTerenas le había proporcionado ropalimpia, como era de esperar, Anduinhabía insistido en seguir llevando suarmadura en vez de cambiarla por unade Lordaeron sin muesca alguna. Pese aque su espada magna aún sobresalía porencima de uno de sus hombros (Khadgarestaba seguro de que muchos monarcasse habían fijado en ese detalle), fueron

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el semblante del Campeón y suspalabras los que captaron su atencióndesde el principio. Por una vez, el hechode que Lothar fuera incapaz de escondersus emociones actuó en su favor, puespermitía a los reyes ahí reunidos serconscientes de la gran verdad queencerraban sus palabras.

—Majestades —dijo Lothar al fin—, os agradezco que hayáis acudido aesta reunión y que estéis dispuestos aescuchar lo que tengo que decir. No soyun poeta ni un diplomático, sino unguerrero, así que hablaré poco y sinrodeos —entonces, respiró hondo—. Hede deciros que mi hogar, Ventormenta,

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ya no existe —varios monarcas sequedaron boquiabiertos. Otrospalidecieron—. Cayó ante una Horda decriaturas llamadas orcos —les explicó—. Son unos enemigos terribles, tanaltos como un hombre pero mucho másfuertes. Poseen unos rostros bestiales ytienen la piel verde y los ojos rojos —esta vez, nadie se rio—. Esta Hordaapareció hace poco. En sus primerasincursiones, hostigaron a nuestras tropascon sus grupos de asalto, pero cuandovimos a todas sus fuerzas marchar sobrenosotros nos quedamos estupefactos.Cuenta con, literalmente, miles, decenasde miles de guerreros… bastantes como

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para cubrir estas tierras como unasombra impía. Son unos adversariosimplacables, fuertes, crueles einmisericordes —entonces, suspiró—.Los combatimos como pudimos, pero nofue suficiente. Asediaron la ciudad, trashaber desatado el caos por nuestrastierras y, a pesar de que conseguimoscontener su avance un tiempo, al final,atravesaron nuestras defensas. El reyLlane murió a sus manos.

Khadgar se percató de que Lotharhabía decidido omitir cómo habíamuerto. Quizá si hubiera mencionadoque lo había matado una asesinasemiorco en la que habían confiado

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como exploradora y aliada, su relato nohubiera sido tan impactante. O quizáLothar no quería ni pensar en ello.Khadgar podía entenderlo. Él tampocoquería darle más vueltas a ese asunto…pues había considerado a Garona comouna amiga y su traición lo habíaentristecido profundamente, pese a queél había estado con ella cuando tuvieronuna visión al respecto en la torre deMedivh.

—Al igual que la mayoría de losnobles —prosiguió diciendo Lothar—.Se me encomendó la misión de llevar asu hijo y a tanta gente como fueraposible a un lugar seguro y de advertir

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al resto del mundo sobre lo que habíasucedido. Esta Horda no procede denuestras tierras, ni siquiera pertenece aeste mundo. Y no se contentarán concontrolar un solo continente. Querránhacerse también con el resto del mundo.

—Estás insinuando que vienen haciaaquí, ¿no? —comentó Valiente en cuantoLothar dejó de hablar, aunque era másuna afirmación que una pregunta.

—Sí.La simple y llana respuesta de

Lothar provocó una ola de sorpresa (ytal vez temor) que recorrió por entero lasala. No obstante, Valiente asintió.

—¿Cuentan con barcos? —preguntó.

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—No lo sé —contestó Lothar—.Hasta ahora, no hemos visto ninguno.Pero también es cierto que hasta el añopasado nunca antes habíamos visto a laHorda —frunció el ceño—. Y aunque notuvieran barcos antes, seguro que ahorasí… han saqueado toda nuestra costa y,si bien es cierto que han hundido muchasnaves, también es cierto que otrassimplemente han desaparecido.

—Entonces, podemos dar porsentado que cuentan con los mediosnecesarios para atravesar el océano —Valiente no pareció mostrarse muysorprendido ante esa posibilidad, por loque Khadgar supuso que el almirante

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hacía tiempo que había dado por sentadoque se encontrarían en el peor escenarioposible. Ahora mismo, podrían estarnavegando hacia nosotros.

—También pueden avanzar portierra —rezongó Aterratrols—. No loolvides.

—Sí, en efecto —admitió Lothar—.La primera vez, nos los encontramos aleste, cerca del Pantano de las Penas.Después, cruzaron todo Azeroth parallegar a Ventormenta. Si viran hacia elnorte, podrían cruzar las EstepasArdientes y las montañas para llegar aLordaeron por el sur.

—¿El sur? —quien había hablado

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era Genn Cringris—. ¡No pasarán porencima de nosotros! ¡Aplastaré acualquiera que intente desembarcar enmi costa sur!

—No lo entiendes —Lothar teníaaspecto cansado y su voz tambiénsonaba fatigada—. Aún no te hasenfrentado a ellos, así que te resultadifícil comprender cuán numerosos yfuertes son. Pero te digo que no podréiscon ellos —a continuación, se volvió alos monarcas ahí congregados, con unsemblante henchido de orgullo y pesar—. Los ejercito de Ventormenta erangrandiosos —les aseguró en voz baja—.Mis guerreros estaban muy bien

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adiestrados y curtidos en mil batallas.Nos habíamos enfrentado en otrasocasiones a los orcos y los habíamosderrotado. Pero solo a su vanguardia.Ante la Horda, caímos como niñosdesconcertados, como ancianos, como eltrigo ante una guadaña —pese a quepronunciaba esas palabras con un tonode voz plano, estas portaban una aureolade fatalidad inevitable—. Os barrerán através de las montañas y de vuestrastierras. Pasarán por encima de vosotros.

—Entonces, ¿qué propones quehagamos? —fue el arzobispo Faol quienformuló esa pregunta.

Su serena voz calmó los ánimos que

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estaban a punto de estallar, o esaimpresión le dio a Khadgar. A nadie legustaba que lo llamaran necio, y a un reymucho menos, sobre todo si loinsultaban delante de sus colegas.

—Tenemos que unimos —insistióLothar—. Ninguno de vosotros podráplantarles cara solo. Pero todos juntos…tal vez sí.

—Afirmas que es una amenazainminente y eso no pienso discutirlo —comentó Perenolde, cuya suave voz seimpuso de algún modo a las del resto dereyes—. Y sugieres que nos unamospara poner punto y final a dichaamenaza. No obstante, me pregunto…

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¿no hay otra forma de resolver esteasunto? Seguramente, esos… orcos…son seres racionales, ¿no? Seguramente,tendrán algún objetivo en mente,¿verdad? Tal vez se pueda negociar conellos.

Lothar negó con la cabeza, susemblante afligido mostraba bien a laclaras que consideraba que esadiscusión era una necedad.

—Quieren este mundo, nuestromundo —respondió lentamente, como siestuviera hablando con un niño—. No sevan a conformar con menos. Enviamosmensajeros, emisarios, embajadores aparlamentar con ellos —en ese instante,

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esbozó una sonrisa torva y dura—. Lamayoría volvieron descuartizados. Otrosni siquiera volvieron.

Khadgar se dio cuenta de que variosreyes estaban murmurando entre ellos y,por el tono de voz que estabanempleando, seguían sin entender deltodo a qué clase de peligro seenfrentaban todos ellos. Profirió unsuspiro y dio un par de pasos haciadelante, mientras se preguntaba qué lellevaba a creer que le iban a hacer máscaso a él que a Lothar. Aun así, debíaintentarlo.

Por fortuna, alguien más dio un pasoadelante y, pese a que iba ataviado con

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una túnica en vez de una armadura, esafigura irradiaba una gran autoridad.

—Escuchadme —gritó Antonidas,con una voz clara y potente. Actoseguido, alzó su báculo tallado y una luzemergió de su punta, deslumbrando a losahí presentes—. ¡Escuchadme! —exclamó de nuevo. Esta vez, todos segiraron y se callaron para escucharlo—.Antes de esta reunión, ya había recibidodiversos informes sobre esta nuevaamenaza —admitió el archimago—. Enun principio, la aparición de los orcosintrigó a los magos de Azeroth, peroluego los aterrorizó. Nos han mandadomuchas cartas para pedir ayuda que nos

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han proporcionado información alrespecto —entonces, frunció el ceño—.Me temo que no les prestarnos laatención debida. Pese a que éramosconscientes del peligro que suponían,consideramos que los orcos era un meroincordio a nivel local, que quedaríaconfinado a ese continente. Pero segúnparece, nos equivocamos. Insisto en queson muy peligrosos… mucha gente a laque respeto me ha confirmado esteextremo. Si despreciáis las advertenciasde este Campeón, corréis un graveriesgo.

Si son tan peligrosos, ¿por qué losmagos de ahí no se ocuparon de ellos?

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—inquirió Cringris—. ¿Por qué noutilizaron su magia para acabar con esaamenaza?

—Porque los orcos poseen su propiamagia —contestó Antonidas—. Unamagia muy potente. Si bien muchos desus brujos son menos poderosos quenuestro magos, por lo que indican miscolegas, al menos, nos superan ennúmero y son capaces de colaborar yactuar al unísono, algo que a mispropios hermanos nunca les ha resultadomuy fácil.

Khadgar estaba seguro de que habíadetectado una ligera amargura en el tonode voz del viejo archimago y lo entendía

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perfectamente. Si había algo que todomiembro del Kirin Tor valorara porencima de cualquier cosa era suindependencia. Lograr que dos magoscolaboraran era muy difícil… así queresultaba prácticamente inconcebibleque unos cuantos llegaran a aunaresfuerzos pasara lo que pasase.

—Nuestros magos contraatacaron —explicó Lothar—. Nos ayudaron acambiar el signo de la batalla endiversos combates. Pero el archimagotiene razón. No éramos suficientes comopara resistir su avance, tanto en el planomágico como en el físico. Por cadahechicero orco que lográbamos matar,

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otros tres ocupaban de inmediato sulugar. Además, viajaban acompañadosde grupos de asalto y pequeños ejércitospara protegerse de peligros másmundanos y, a su vez, incrementaban consu magia la fuerza de los guerreros quelos rodeaban —entonces, su semblantese tornó ceñudo—. Nuestro mago másimportante, Medivh, cayó ante lastinieblas de la Horda. Gran parte delresto de los magos también cayeron. Nocreo que consigamos repeler su avanceúnicamente con magia.

Khadgar se percató de que Lothar nohabía mencionado cómo o por quéMedivh había muerto, lo cual le pareció

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un buen gesto por parte de aquelguerrero, pues había tenido mucho tactoal respecto. No era el momento ni ellugar para revelar qué había ocurridorealmente. Aunque también fueconsciente de la severa mirada que lelanzó Antonidas, la cual lo obligó acontener un suspiro. Pronto, en algúnmomento, el consejo de gobierno delKirin Tor le exigiría una explicaciónexhaustiva. Khadgar sabía que solo seiban a conformar con la verdad.Sospechaba que si se guardaba algo, esopodría resultar fatal para todos ellos, yaque Medivh había estado muyestrechamente ligado a la Horda, pues

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era responsable de sus primeros pasos yde su presencia en este mundo.

—Me resulta muy extraño —elsuave arrullo de la voz de Perenoldevolvió a imponerse sobre el resto— queun forastero se preocupe tanto pornuestra supervivencia —mirósuspicazmente a Lothar, a la vez que unasonrisita de suficiencia se dibujaba ensu rostro. Khadgar sintió la tentación deprenderle fuego a la grasienta barba deese rey, pero hizo de tripas corazón—.Perdóname si con esto vuelvo a abrirheridas recientes, pero tu reino ya noexiste, tu rey está muerto, tu príncipe noes más que un muchacho y tus tierras han

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sido conquistadas, ¿verdad? —Lotharasintió, apretando con fuerza los dientes;probablemente, con ese gesto intentabacontener las ganas que sentía dearrancarle la cabeza a ese arrogante rey—. Nos has informado de esta terribleamenaza, por lo que te damos lasgracias. No obstante, insistes enseñalarnos qué debemos hacer, insistesen que debemos unimos —acontinuación, miró a su alrededor, atodos los congregados en esa sala, de unmodo bastante teatral. Varian no estabaahí, ya que Terenas se lo había llevadoporque quería tratar al príncipe, quetodavía estaba conmocionado, como a

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un miembro más de su familia; además,Lothar y él habían acordado que, ahoramismo, no debían someter al muchacho amás presión—. No veo aquí a nadie másde tu reino; además, tú mismo has dichoque el príncipe es solo un muchacho ytus tierras han sido conquistadas. Sidecidiéramos hacer caso a tussugerencias y unimos, ¿qué más podríasaportar a nuestra alianza? Aparte de tudestreza marcial, por supuesto.

Lothar abrió la boca para responder,con la furia reflejada en su rostro, perouna vez más, lo interrumpieron. Estavez, fue el rey Terenas, lo cual resultóbastante sorprendente.

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—No voy a permitir que se insulte ami invitado de este modo —anunció elgobernante del Lordaeron, con una vozgélida como el acero—. ¡Ha corrido ungrave peligro para proporcionamos estainformación y nos ha mostrado que es unhombre compasivo y honorable, a pesarde hallarse sumido en una hondatristeza! —Perenolde asintió e hizo unaleve reverencia, a modo de disculpasilenciosa y un tanto burlona—.Además, te equivocas al menospreciarloy creer que está solo en esto —prosiguiódiciendo Terenas—. El príncipe VarianWrynn es ahora mi invitado de honor yseguirá siéndolo hasta que decida partir.

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Le he prometido que lo ayudaré arecuperar su reino.

Varios monarcas murmuraron alescuchar esas palabras. Khadgar sabíaqué estaban pensando. Terenas acababade renunciar a cualquier derecho quepudiera tener para reclamar Ventormentapara sí y acababa de advertir a losdemás reyes de que Varian contaba consu apoyo, y todo con una sola frase. Erauna estrategia muy inteligente. Surespeto por el rey de Lordaeron acababade subir muchos enteros.

—Sir Lothar ha venido acompañadopor otra gente de su reino —continuódiciendo Terenas—, incluso por algunos

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soldados. Si bien no son un númerosignificativo si los comparamos con laamenaza a la que nos enfrentamos, hanluchado contra esos orcos y suexperiencia en ese aspecto podríasernos de gran ayuda. Muchos mássiguen deambulando por lo que antes eraVentormenta, confusos y desnortados, ytal vez se unan a nosotros si su Campeónlos llama, engrosando así nuestras filas.El propio Lothar es un comandantecurtido en mil batallas y un granestratega. Le tengo un tremendo respetopor su habilidad y talento.

Entonces, dejó de hablar y lanzó aLothar una mirada un tanto inquisitiva y

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desconcertante. Khadgar se sintió muyintrigado al ver que su compañero deviaje asentía. El Campeón y el rey sehabían reunido varias veces mientrasaguardaban a que llegara el resto demonarcas. Khadgar no había estadopresente en todas las discusiones, por loque ahora se preguntaba qué eraexactamente lo que se había perdido.

—Por último, está la cuestión de quees un forastero —agregó Terenas conuna sonrisa—. Aunque Lothar nuncaantes había agraciado a este continentecon su presencia, no es un extraño ni porasomo, ya que le une un fuerte vínculocon estas tierras y nuestros reinos.

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Pertenece a la dinastía Arathi. Enrealidad, es el último de ese noble linajey, por tanto, ¡tiene tanto derecho a hablaren este consejo como cualquiera denosotros!

Esa revelación conmocionó al restode reyes y, desde ese momento, Khadgarvio a su compañero con otros ojos. ¡UnArathi! Había oído hablar de Arathor,por supuesto, como todo el mundo enLordaeron; había sido la primera naciónque había existido en ese continente,hacía mucho tiempo, y era un pueblo quehabía mantenido unos estrechos lazoscon los elfos. Juntas, ambas razas habíanluchado contra un colosal ejército trol a

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los pies de las montañas de Alterac;juntas, ambas razas habían acabado conla amenaza trol y habían hecho añicos ala nación trol para siempre. El imperiode Arathor prosperó y se expandió, peroaños después, se derrumbó y sefragmentó en las diversas naciones máspequeñas que se extienden hoy en díapor todo el continente. La capital deArathor, Strom, fue abandonada por lastierras del norte, que eran más fértiles, ylos últimos Arathi desaparecieron.Algunas leyendas afirmaban que habíanido al sur, más allá de Khaz Modan, y sehabían adentrado en las tierras salvajesde Azeroth. Strom acabó convirtiéndose

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en Stromgarde, el dominio deAterratrols.

—Es cierto —anunció Lothar conrotundidad, a la vez que retaba con sumirada a cualquiera a llamarlomentiroso—. Desciendo del reyThoradin, el fundador de Arathor. Mifamilia se asentó en Azeroth tras elcolapso del imperio, donde fundó unanueva nación, que acabó siendoconocida como Ventormenta.

—¿Has venido a reclamar tusderechos soberanos? —inquirióCringris, a pesar de que, por susemblante, estaba claro que pensaba queno iba a ser así.

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—No —le aseguró Lothar—. Misancestros renunciaron a reclamarLordaeron hace mucho tiempo, cuandodecidieron marcharse de este lugar. Perosigo manteniendo un estrecho vínculocon estas tierras, que los míos ayudarona conquistar y civilizar.

—Además, podría invocar ciertospactos antiguos por los que podríamosobtener ayuda —indicó Terenas—. Loselfos juraron apoyar a Thoradin y sulinaje en tiempos de necesidad.Honrarán ese pacto.

Esas palabras provocaron miradasde admiración y susurros de elogio entrevarios de los ahí congregados. Khadgar

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asintió. De repente, Lothar no era soloun guerrero o un comandante ante susojos.

Ahora era un hipotético embajadorante los elfos. Y si esa antigua raza, quetan bien dominaba la magia, se aliabacon ellos, la Horda ya no parecía tanimparable.

—Tenemos mucha información queasimilar —comentó secamentePerenolde—. Tal vez deberíamos darnosun tiempo para meditar sobre todocuanto hemos escuchado y reflexionarsobre qué debemos hacer para protegernuestras tierras de esta nueva amenaza.

—De acuerdo —dijo Terenas, sin ni

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siquiera molestarse en preguntar a losdemás su opinión—. La comida ya estáservida en el comedor.

Os invito a todos a uniros a mí, y nosolo como reyes sino como vecinos yamigos. Será mejor que no discutamossobre este tema mientras comemos.Reflexionemos al respecto cada uno porsu lado, para que podamos enfocar elproblema con más claridad después dehaber digerido la comida y de haberasimilado qué clase de peligro tenemosdelante.

Khadgar negó con la cabeza mientraslos monarcas asentían y se dirigían a lapuerta. Perenolde era artero, de eso no

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cabía duda. Se había dado cuenta de quesus colegas gobernantes se estabandecantando por apoyar a Lothar y habíadado con esa manera ingeniosa deinterrumpir el encuentro. Khadgarsospechaba que el rey de Alteracanunciaría tras la comida que habíameditado al respecto y que habíaconcluido que la propuesta de Lotharmerecía ser considerada. De ese modo,su prestigio quedaría intacto y no severía relegado a un puesto menor cuandose forjara esa alianza entre los reinosque parecía inminente.

Mientras seguía a los monarcas hastael comedor, Khadgar se percató de que

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algo se movía por encima de él, algoque se había hecho a un lado. Se volvióy divisó brevemente un par de cabezasque sobresalían de uno de los balconessuperiores. Una de ellas tenía el pelomoreno y un gesto solemne; se tratabadel príncipe Varian al que reconoció.Sin ningún género de dudas, el herederode Ventormenta había estado ahí paraenterarse de lo que sucedía en lareunión. La segunda cabeza pertenecía aalguien rubio y aún más joven, a un merozagal, que se hallaba a una distanciaprudencial de Varian, quien seguramenteignoraba que estaba ahí. El muchacho sedio cuenta de que lo observaba y sonrió,

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para desaparecer, a continuación, tras lacortina negra del balcón. Así que eljoven príncipe Arthas también quieresaber qué planean su padre y losdemás, pensó Khadgar. Es lógico. Al finy al cabo, él gobernará Lordaeronalgún día… siempre que logren impedirque la Horda lo arrase.

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CAPÍTULOCUATRO

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M artillo Maldito estabahablando con uno de sus

lugartenientes, Rend Puño Negro delclan Diente Negro, cuando unexplorador llegó corriendo. Aunque nocabía duda de que aquel guerrero orcotraía noticias urgentes, se detuvo avarios pasos de ellos y esperó, mientrasrecuperaba el aliento, hasta que Orgrimlo miró y asintió.

—¡Trols! —anunció el exploradororco, que todavía jadeaba.

¡Trols de bosque! ¡Y por lo queparece, son todo un destacamento!

—¿Trols? —se rio Rend—. ¿Acaso

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nos van a atacar? ¡Creía que eran máslistos que los ogros, no más bobos!

Martillo Maldito tuvo que darle larazón. La única vez que se habíaencontrado con trols de bosque, se habíaquedado impresionado y un tantodesasosegado ante su astucia. Los trolsno eran solo más altos que los orcossino más delgados y ágiles, sobre todoen los bosques, lo que les convertía enuna gran amenaza en tales lugares. Noobstante, el hecho de que hubierancruzado el mar para llegar hasta esa isla,no encajaba con el comportamientohabitual en ellos.

El explorador, mientras tanto,

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negaba con la cabeza.—No nos van a atacar. Están en el

continente y han sido capturados —entonces, sonrió de oreja a oreja—. Porlos humanos.

Esas palabras llamaron la atenciónde Martillo Maldito.

—¿Dónde están? —inquirió.—No muy lejos de la orilla, junto a

las colinas del interior del bosque —contestó el explorador al instante—.Marchaban hacia el oeste, pero a unritmo más lento del habitual.

—¿Cuántos son?—Cerca de cuarenta humanos —

respondió el explorador—. Y diez trols.

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Orgrim asintió y se volvió haciaRend.

—Reúne a tus guerreros más fuertes—le ordenó—. Deprisa. Partiréis deinmediato —después, con el ceñofruncido, agregó—. Pero ten clara unacosa —le advirtió al líder Diente Negro—, solo sois un grupo de asalto. Vais arescatar a esos trols y los vais a traeraquí. Evitad que os vean siempre quesea posible y matad a cualquiera que osvea. Ten por seguro que no voy apermitir que nuestros planes de batallaqueden arruinados por culpa de unanegligencia tuya.

Acto seguido, el cabecilla asintió y

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se marchó rápidamente sin pronunciarpalabra en dirección hacia un guerreroque haraganeaba por ahí cerca. Rendvociferó una serie de órdenes antes dealcanzar a otro orco; un guerrero queenseguida se enderezó, asintió y se fuecorriendo en busca de sus compañeros,seguramente. Entretanto, MartilloMaldito aguardaba impaciente e indicócon una seña al explorador que tambiéndebía esperar. Se retorcía las manos,presa de la ansiedad, mientras su menteregresaba al pasado, a su encuentroprevio con los trols muchos meses atrás.

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Tiempo atrás, en su mundo natal,Puño Negro había conmocionado a losdemás clanes orcos al anunciar suintención de aliarse con los ogros. Esaasociación había demostrado ser muyútil, ya que esas monstruosas criaturashabían sumado su considerable fuerza ala Horda, pero aun así, era una alianzacontra natura. Por eso mismo, muchosorcos se habían mostrado escépticos encuanto recibieron informes de que unascriaturas similares vivían en aquelnuevo y fértil mundo, así como cuandoPuño Negro anunció que tenía intención

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de sumar a esas criaturas a su bandopara librar esta guerra.

Había enviado a Orgrim y a unpuñado de guerreros Roca Negra acontactar con ellos, lo cual dejaba biena las claras lo mucho que confiaba en sujoven segundo al mando. Incluso ahora,Martillo Maldito se sentía culpable enese aspecto, ya que había traicionado laconfianza que había depositado en él suJefe de Guerra y se había vuelto en sucontra, ya que lo había matado ysustituido como líder. Aun así, losclanes funcionaban de ese modo. PuñoNegro había guiado a su pueblo hacia supropia muerte y destrucción. Orgrim se

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había visto obligado a actuar para podersalvarlos a todos. Se meció adelante yatrás, mientras acariciaba la suavepiedra de la parte superior de sumartillo que llevaba sobre la espalda;de tal manera que su mango sobresalíapor encima de su hombro y su cabeza,por debajo de su muslo. Hace muchotiempo, unos chamanes habíanprofetizado que esa poderosa arma seríatestigo algún día de la salvación de supueblo. Sin embargo, también habíanafirmado que el portador de esa armaque los salvara también los condenaría.Y que él sería el último de la dinastíaMartillo Maldito. Orgrim había

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meditado muchas veces al respecto y,desde que se había convertido en el Jefede Guerra y líder de la Horda, aún más.¿Había salvado a mi pueblo al haberasumido el poder? Ciertamente, creíaque ese era el caso. Pero ¿acaso esosignificaba que más adelante iba a ser elartífice de su condenación? ¿Que sulinaje iba a acabar con él? Esperaba queno.

En esa época, no obstante, MartilloMaldito no se preocupaba tanto por talesasuntos. Todavía confiaba en PuñoNegro, pues no dudaba de que el líderorco era leal a su pueblo y que suintención era que los orcos dominaran

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ese mundo. Por eso, seguía aún lasórdenes de su Jefe de Guerra, aunquehacía todo lo posible por moderar aPuño Negro, quien tendía a ejercer laviolencia innecesariamente. Lo cual noquiere decir que Orgrim procuraraevitar el combate, puesto que al igualque la mayoría de orcos guerreros,gozaba con el fragor y la emoción de labatalla, pero hay veces en que el usoabusivo de la fuerza puede menoscabarel valor de una victoria. Esa misión, sinembargo, consistía en entablar contactoy no en hacer la guerra, por lo queMartillo Maldito se había sentidohonrado e intrigado al mismo tiempo. Y

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tal vez, en el fondo, incluso un pocoasustado. Hasta entonces, solo se habíanencontrado con humanos en este nuevomundo y con un par de esas diminutaspero poderosas criaturas llamadasenanos. No obstante, si en este mundohabía ogros, la Horda podría acabarenfrentándose a un enemigo mucho máspoderoso de lo que habían visto hastaahora.

Tardaron dos semanas en dar con untrol por fin. Sus guerreros y él estabandeambulando por un bosque, sin haceresfuerzo alguno por ocultarse, cuando unexplorador divisó a una de esascriaturas. A medida que el tiempo

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pasaba, se fueron convenciendo de queel explorador había mentido o,simplemente, se había equivocado;debía de haberse sobresaltado al verunas sombras y luego se había inventadoesa historia para disimular su cobardía.Entonces, una noche, cuando la luz delcrepúsculo se extendía por esas tierras yproyectaba unas largas sombras bajo losárboles, una figura bajó de las altasramas de uno de ellos, aterrizando en elsuelo en silencio, a cierta distancia de lahoguera del campamento de los orcos.Otro apareció un instante después, y otroy otro más, hasta que los orcos sehallaron rodeados por seis de esas

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figuras silenciosas y misteriosas.En un principio, Orgrim pensó que el

explorador había estado en lo cierto y seenfrentaban a unos ogros, pero esascriaturas eran un poco más pequeñas yse movían silenciosamente, con unaelegancia que nunca antes había visto enninguno de esos colosos. Entonces, unrayo de luz crepuscular iluminó a uno deesos monstruos que se acercaba haciaellos y Martillo Maldito pudocomprobar que tenía la piel verde, tanverde como la suya, tan verde como lashojas de los árboles. Lo cual explicabapor qué no habían visto a esas criaturasantes; ese color hacía que se

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confundieran con el follaje, sobre todocuando se desplazaban entre las ramasde los árboles, como evidentementehabían hecho estos en concreto. Tambiénse percató de que era más alto que él ymás delgado que un ogro; además,estaba más proporcionado y carecía delos largos brazos, las descomunalesmanos y la colosal cabeza quecaracterizaban a esos monstruos de sumundo. Asimismo, en la mirada de eseser que se aproximaba, en cuyos oscurosojos centelleaba el reflejo del fuegomientras extendía una lanza para golpearlevemente a Orgrim con ella, seadivinaba una cierta inteligencia.

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—¡No somos enemigos! —habíaexclamado Orgrim, cuyo grito rasgó laquietud de la noche. Apartó la lanza a unlado con un golpe de una sola mano y sedio cuenta de que su punta estaba hechade piedra mellada que parecía estar muyafilada—. ¡Busco a vuestro líder!

En ese momento, se oyó un estruendoy, un instante después, Martillo Malditose percató de que era la carcajada deesas criaturas.

—¿Qué quieres de nuestro líder,bocadito? —replicó la criatura quelideraba aquel grupo, cuya boca adoptóla forma de una monstruosa sonrisa.

Orgrim pudo ver que también tenían

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colmillos, aunque eran más largos ygruesos que los suyos, y más romos, oeso cabía deducir por su aspecto.También se fijó en que el pelo de lacabeza de ese monstruo tenía forma decresta. Seguramente, ese no era suaspecto natural, por lo que esas criaturasdebían ser capaces de acicalarse. Endefinitiva, no eran unas meras bestias.

—Quiero hablar con él, en nombrede mi propio líder —respondió Orgrim,enseñando sus manos abiertas, paramostrar así que no iba armado. Aunqueno bajó la guardia, pues habría sido unnecio si lo hiciera.

Por fortuna, esa criatura volvió a

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reírse.—Nosotros no hablamos con los

bocados —le espetó—. ¡Nos loscomemos!

Acto seguido, lo atacó con su lanza;no le lanzó un golpecito como antes sinoque fue un golpe fuerte y rápido quehabría atravesado a Martillo Malditocon suma facilidad, como a un pez… sise hubiera quedado quieto. Se apartó dela trayectoria de la lanza, cogió elmartillo que llevaba a la espalda yprofirió un grito de guerra. El chillidosobresaltó al monstruo, que estabaechando hacia atrás su arma parapreparar un segundo ataque y se quedó

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paralizada. Orgrim no le dio tiempo areaccionar. Se abalanzó sobre él,blandiendo con fuerza el martillo, yacertó a una de esas criaturas de llenoen la rodilla. El monstruo cayó al sueloaullando de dolor, mientras se aferrabala pierna destrozada. Orgrim volvió aatacarlo y, esta vez, le propinó un golpeque le aplastó el cráneo.

—¡Lo voy a repetir por una últimavez, busco a vuestro líder! —exclamó, ala vez que se volvía para encararse conlas demás criaturas, que no se habíanmovido siquiera durante su veloz ataque—. ¡Llevadme ante él u os mataré alresto con más ganas si cabe!

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Alzó el martillo para enfatizar suspalabras, pues sabía, gracias a sudilatada experiencia, que el mero hechode ver cubierta de restos de pelo yfragmentos de hueso la cabeza de piedranegra de su arma, así como chorreandosangre fresca, solía bastar para turbar acasi todos sus adversarios.

El gesto cumplió su cometido. Losdemás monstruos retrocedieron un solopaso, levantando sus armas en alto parademostrar así que no tenían intención deatacar. Entonces, uno de ellos se apartóde los demás y se aproximó a él. Estetenía el pelo trenzado en vez de cortadoen forma de cresta; además, llevaba un

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collar de huesos alrededor del cuello.—¿Quieres hablar con Zul’jin? —

preguntó la criatura. Martillo Malditoasintió, dando por sentado que debía deser el nombre o el título de su líder—.Lo traeré aquí.

A continuación, se alejó ydesapareció entre las sombrassigilosamente, dejando a sus cuatrocompañeros ahí, quienes se miraronmutuamente al mismo tiempo queobservaban a los orcos sin tener muyclaro qué hacer.

—Esperaremos —anunció con sumacalma Orgrim, dirigiéndose tanto a losmonstruos como a sus propios guerreros.

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Colocó la cabeza de su martillosobre el suelo y se apoyó en su largomango, manteniéndose alerta a la vezque se mostraba indiferente. En cuantoesas criaturas comprobaron realmenteque no iba a atacarlos, se relajaron unpoco y bajaron también sus armas. Unode ellos incluso se repanchingó en elsuelo, aunque siguió con la mirada todosy cada uno de los movimientos de losorcos en todo momento.

—¿Cómo te llamas? —le preguntóOrgrim a ese en concreto unos minutosdespués.

—Krul’tan —respondió la criatura.—Yo soy Orgrim Martillo Maldito

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—dijo el orco a la vez que se señalaba así mismo con el pulgar—. Somos orcosdel clan Roca Negra. ¿Qué clase deseres sois vosotros?

—Somos trols de bosque —contestósorprendido Krul’tan, como si nopudiera creerse que no lo supieran—.De la tribu Amani.

Orgrim asintió. Eran trols de bosque.Y se organizaban en tribus.

Lo cual significaba que estabancivilizados. Eran mucho, mucho máslistos que los ogros. Por primera vez, secuestionó si el plan de Puño Negro eraacertado. Esos monstruos se parecíanmás a los orcos que a los ogros, a pesar

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de su fuerza y tamaño. ¡Qué aliados tanextraordinarios podrían llegar a ser!Además, como eran nativos de estemundo, conocían su geografía, suspeligros y a sus habitantes.

Pasó una hora. Entonces, sinadvertencia previa, unas sombrasemergieron de los árboles y avanzaroncon unas pisadas enormes y silenciosas,unas sombras que se fuerontransformando en el trol que se había idoantes y otros tres más.

—Querías hablar con Zul’jin, ¿no?—inquirió uno de ellos, que se acercótanto como para que Orgrim pudiera verque unas cuentas y unos trocitos de metal

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adornaban sus largas trenzas—. ¡Puesaquí estoy!

Zul’jin era más alto y esbelto que losdemás trols. Alrededor de la cintura y laentrepierna, llevaba una suerte de telagruesa y vestía un chaleco abierto decuero. Portaba una gruesa bufandaalrededor del cuello que le cubría lacara hasta la altura de la nariz y ledotaba de un aspecto siniestro. A tancorta distancia, Orgrim pudo apreciartambién que la piel del trol estabacubierta de pelo; un segundo después, sedio cuenta de que parecía musgo. ¡Lostrols eran verdes porque estabancubiertos de musgo! ¡Qué criaturas tan

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extrañas!—Soy Martillo Maldito y sí, quiero

hablar contigo —Orgrim alzó su miradahacia el trol de bosque líder, pues senegaba a mostrarle miedo alguno—. Milíder, Puño Negro, gobierna a la Hordaorco. Supongo que habrás visto aalgunos de los nuestros en el bosque.

Zul’jin asintió.—Sí, hemos visto cómo os

desplazabais torpemente entre losárboles. Sois aún más torpes que loshumanos —comentó—. Aunque tambiénsois más fuertes. Y vais armados parabatallar. ¿De qué queréis hablar connosotros? —pese a que tenía el rostro

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tapado por la bufanda, Martillo Malditopudo apreciar que el trol se estabariendo, lo cual no era nada agradable—.Queréis nuestros bosques, ¿no?Entonces, tendréis que luchar contranosotros —bajó ambas manos hacia lashachas gemelas que portaba a amboslados de la cintura—. Y perderéis.

Orgrim sospechaba que el líder trolestaba en lo cierto. Si bien la Horda lossuperaba clara y ampliamente ennúmero, si todos los trols de bosqueeran tan fuertes y silenciosos comoestos, les sorprenderían, ya que podríanatacarlos desde cualquier parte ydesaparecer de inmediato. Acabarían

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con cualquier orco que se adentrara ensu territorio y, además, la Horda seríaincapaz de atravesar tantos árboles consu gran ejército para poder repeler susataques.

Por suerte, ese no era su objetivo.—No queremos vuestros bosques —

le aseguró Martillo Maldito al líder trol—, sino vuestro apoyo. Planeamosconquistar este mundo con vosotroscomo aliados.

Zul’jin frunció el ceño.—¿Aliados? ¿Por qué? ¿Qué

ganaríamos nosotros con eso?—¿Qué queréis?Uno de los otros trols dijo algo con

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un extraño acento aspirado, pero Zul’jinlo interrumpió con suma brusquedad.

—No necesitamos nada —contestó,por fin, contundentemente—. Tenemosnuestro bosque. Nadie se atreve ameterse aquí, salvo los malditos elfos, yde esos ya nos ocupamos nosotros.

—¿Estás seguro? —preguntóMartillo Maldito, pues acababa de verun resquicio en su respuesta que podíaservirle—. ¿Estos elfos son también otraraza? ¿Una raza poderosa?

—Sí, muy poderosa —admitió eltrol a regañadientes—. Pero llevamosmatándolos desde la Antigüedad, desdela primera vez que pisamos estas tierras.

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No necesitamos ayuda para acabar conellos.

—Pero ¿por qué los vais matando deuno en uno? —inquirió Orgrim—. ¿Porqué no marcháis sobre sus hogares y losdestruís por completo? ¡Podríamosayudaros! ¡Con la Horda apoyándoos,podríais aplastar a los elfos de una vezpor todas y quedaros con el bosque parasiempre sin oposición alguna!

Zul’jin permaneció pensativo y, solopor un momento, Martillo Malditoalbergó la esperanza de que aquelesbelto trol de bosque aceptara suoferta. Sin embargo, finalmente, estehizo un claro gesto de negación con la

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cabeza.—Lucharemos solos contra los elfos

—le explicó—. No necesitamos ayuda.Y no deseamos dominar el resto delmundo, ya no. Por lo que luchar contraotros no nos serviría de nada.

Orgrim suspiró. Se dio cuenta de queel trol de bosque había tomado unadecisión irrevocable. Dio por sentadoque si insistía, solo iba a conseguirenfurecerlo.

—Lo entiendo —dijo al fin—. Milíder se sentirá tan decepcionado comoyo. Pero respeto tu decisión.

Zul’jin asintió.—Ve en paz, orco —susurró, a la

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vez que retrocedía hacia las sombras—.Ningún trol se interpondrá en vuestrocamino.

Acto seguido, desapareció, al igualque el resto de trols de bosque.

Puño Negro, efectivamente, se habíallevado una honda decepción. El jefe deGuerra les había recriminado su fracasoa voz grito tanto a Martillo Malditocomo a los demás. No obstante,enseguida se había calmado y se mostróde acuerdo con Orgrim en que si estehubiera insistido, los trols podríanhaberse convertido en enemigos en vezde permanecer neutrales. Y no deseabanque algo así sucediera.

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Sin embargo, Martillo Malditotodavía lamentaba la decisión que habíatomado el líder trol, por lo que habíaordenado a sus exploradores quesiguieran buscando a los trols cada vezque entraran en el bosque o pasarancerca de él. Ahora, esa búsqueda tal vezhabía dado ya sus frutos.

Orgrim observó cómo dos barcasatracaban en la orilla norte de la isla.Rend desembarcó de un salto y pisó laorilla de inmediato, seguido lentamentepor un trol que tenía el pelo trenzado.Una larga bufanda cubría el cuello y la

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parte inferior de la cara de aquel trol.Martillo Maldito esbozó una ampliasonrisa. ¡Era el mismísimo Zul’jin!

—Los habían encerrado yencadenado —le informó Rend, quien sedetuvo a escasos metros del lugar dondeOrgrim se hallaba—. Sorprendimos alos humanos, pues habían dado porsupuesto que ya habían anudado la únicaamenaza que había en ese bosque —elcabecilla Diente Negro estalló encarcajadas—. Todo humano que seinterpuso en nuestro camino murió.

—Bien.Ambos orcos observaron

aproximarse al líder trol. Tenía el

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mismo aspecto que la última vez que sehabían visto. Martillo Maldito pudodeducir por la expresión que se dibujóen el semblante del trol que este tambiénlo recordaba.

—Tus guerreros nos han salvado —reconoció el trol de bosque, mientras secolocaba a la altura de Orgrim y asentía,a modo de saludo entre iguales—. Erandemasiados y se valieron de antorchaspara mantenemos a raya.

Martillo Maldito asintió.—Me agrada poder ayudar a un

compañero guerrero —afirmó—. Encuanto me enteré de que habíais sidocapturados, envié a mis guerreros a

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buscaros.Zul’jin sonrió abiertamente.—¿Tu líder os envía?—Ahora, yo soy el líder —replicó

Orgrim, cuya sonrisa se hizo mucho másamplia.

El trol caviló al respecto.—Tu Horda sigue queriendo

conquistar el mundo, ¿verdad? —preguntó al fin.

Martillo Maldito hizo un gesto deasentimiento, pues no se atrevía a daruna respuesta concreta.

—Entonces, os ayudaremos —anunció Zul’jin un momento después—.Tal y como nos habéis ayudado. Somos

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aliados, ¿no?Entonces, le tendió la mano.—Sí, aliados.Orgrim le estrechó la mano, al

mismo tiempo que daba vueltas a todaslas posibilidades en su mente. Gracias alos trols, los orcos y las nuevas fuerzasque Zuluhed iba a someter a la voluntadde la Horda, nada podría interponerseen su camino.

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CAPÍTULO CINCO

os días después de la primerareunión, Lothar regresó a la sala

del trono de Lordaeron, donde se

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encontraban también el resto degobernantes del continente. Khadgar lohabía acompañado de nuevo y sealegraba de poder contar con el zagal asu lado. Terenas era un anfitriónestupendo, al igual que algunos de losotros monarcas, pero el joven mago erala única persona de Azeroth a la queLothar conocía de antes. A pesar de queel joven no era oriundo de Ventormenta,su mera presencia le recordaba a Lotharsu hogar.

No obstante, su hogar ya no existía.Sabía que tendría que aceptarlo en algúnmomento. Pero por ahora, le parecíaalgo irreal. Aún esperaba que, al

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volverse en cualquier momento, seencontraría con Llane riéndose, o quealzaría la mirada y vería un par de grifosvolando, o que escucharía el ajetreo desus hombres preparándose en el patiopara la guerra. Sin embargo, todo eso yano existía. Sus amigos estaban muertos.Su hogar había caído. Y había juradoque impediría que estas tierras losiguieran en su caída hacia las tinieblas,aunque tuviera que sacrificar su propiavida.

Pero ahora mismo, creía que pensaren ello probablemente le costaría lacordura. Lothar nunca había tenidomucha paciencia con todo lo relativo a

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la política y, a lo largo de los años,había observado con asombro cómoLlane aplacaba a un noble tras otro,apaciguando discusiones, desactivandoconflictos, zanjando disputas, sinfavorecer nunca a nadie por encima deotro, sin dejar que los interesespersonales interfirieran con los asuntosde estado. Todo era un juego, le habíarepetido Llane una y otra vez, un juegode estrategias e influencia, de sutilesmaniobras, donde nadie ganaba deverdad, no por mucho tiempo, y la metaera, simplemente, mantener la posiciónmás fuerte posible durante el mayortiempo posible.

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Por lo que Lothar había podido ver,los monarcas de ese continente eranexpertos en ese juego. Y el hecho deverse obligado a tratar con ellos,supuestamente como un igual, le estabavolviendo loco.

Ese primer día, después de almorzar,habían regresado a la sala del trono paraproseguir con el debate. Todo el mundoparecía aceptar la idea de que la Hordaiba a llegar, incluso ese ladino dePerenolde. Ahora la cuestión era quéiban a hacer al respecto.

Les había llevado el resto del díaconvencer a todos de que la únicarespuesta posible era conformar un

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único ejército. Terenas se habíamostrado de acuerdo de inmediato y, porsuerte, Aterratrols también, aunque leshabía costado persuadir a Valiente. Noobstante, convencer a Perenolde yCringris había sido mucho más difícil. ALothar no le sorprendió que Perenoldese mostrara reticente. Había conocido atipos similares en Ventormenta, arteros,taimados y desagradables, que siemprebuscaban el beneficio propio a cualquierprecio. Y casi siempre habían resultadoser unos cobardes. Perenoldeprobablemente tenía miedo a batallar enpersona y extendía ese temor a todos sussúbditos, muchos de los cuales, sin duda

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alguna, eran más valientes que él. Laactitud de Cringris, sin embargo, lesorprendió. Aquel hombre, ciertamente,tenía aspecto de guerrero, con esaconstitución tan robusta y esa armaduratan pesada. Además, tampoco habíaafirmado que no fuera a luchar. Noobstante, había sugerido rápidamenteotras opciones siempre que el debatetendía hacia la solución de la guerra.Perenolde, claro está, había insistido enexaminar cada una de esas alternativascon sumo detalle. Únicamente, despuésde que Valiente y Aterratrols lo acusarande cobarde, aquel fornido hombre habíaaceptado que la única solución era un

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ejército común.El segundo día había sido más de lo

mismo. Al menos, todos estaban deacuerdo en que debían librar una guerra,pero ahora había que decidir cómo ibana cooperar. Qué ejércitos iba aabastecer a las tropas, dónde se iban aapostar, cómo iban a coordinar lossuministros… detalles que Lothar habíaabordado durante años pero dentro de laorganización militar de una sola nación.Ahora, había que coordinar a cincopaíses distintos, sin contar a lossupervivientes de Ventormenta quepudiera reunir; además, cada rey teníasus propias ideas al respecto y seguía

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sus propios métodos.Por supuesto, la cuestión más

peliaguda era la de quién iba a ostentarel mando.

Cada uno de aquellos reyes creíaque debería ser él quien comandase eseejército unificado. Terenas señaló queLordaeron era el reino de mayor tamañoy el que contaba con mayor número detropas; además, era él quien habíareunido al resto. Aterratrols afirmabaque era quien más experiencia tenía enel campo de batalla y Lothar no lodudaba, solo bastaba con ver a esearisco rey de las montañas. Valienteindicó que su armada era muy poderosa

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y que los barcos eran vitales a la horade transportar las tropas y lossuministros. El reino de Cringris era elque estaba situado más al sur, lo cual,según él, justificaba que él asumiera elmando, pues sus tierras serían lasprimeras en ser invadidas si la Hordaavanzaba a pie; aunque eso no era ciertodel todo, ya que Stromgarde se hallabaen realidad más cerca del sendero que laHorda seguiría para ir de Khaz Modan aDun Modr y más allá. Perenolde, por suparte, sugirió que la fuerza bruta nosería bastante, que el comandante de eseejército debería contar con una graninteligencia, sabiduría y visión, unas

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cualidades que él poseía en abundancia.Aparte de ellos, había otros dos que

no eran reyes, pero que eran líderes porderecho propio. El arzobispo Faol, entrecuyos seguidores se encontraban lamayoría de los habitantes de todos esosreinos, y el archimago Antonidas quien,básicamente, gobernaba una sola ciudadcuyos moradores poseían un poder a lapar con cualquier ejército que lograranreunir. Por fortuna, tanto ese tipopequeño y simpático como ese individuoalto y severo no estaban interesados encontrolar ese ejército. Ambos habíanejercido su influencia sobre los reyes deforma moderada, manteniéndolos

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centrados en el hecho de que la Hordallegaría, con independencia de queestuvieran preparados para combatirla ono, y recordándoles a menudo que unejército que no contara con un únicolíder sería inútil, con independencia desu tamaño.

Lothar había sido testigo de esasdiscusiones durante las que habíaexperimentado unas sensacionesencontradas de diversión y espanto,aunque lo último había predominadomás ya que, a menudo, se había vistoarrastrado a participar en lasconversaciones. A veces, le pedían suopinión como experto en orcos. Otras

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veces, querían su opinión comoobservador externo e imparcial. Yalguna que otra vez, le habían dejadodecidir, bajo el rebuscado razonamientode que su familia había gobernadooriginalmente esas tierras y, por tanto,en cierto sentido, debía poseer algúnderecho ancestral a decidir sobre talescuestiones. Había ocasiones en las queLothar no sabía si se estaban burlandode él o realmente le admiraban. Pese aque era consciente de que varios deaquellos reyes querían algo de él, estosparecían cambiar de parecer de unmomento a otro. Sería un hombre felizcuando esas discusiones hubieran

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acabado y pudiera volver con el resto delos refugiados de Ventormenta, parareunir una pequeña hueste que sesumaría al colosal ejército de losaliados.

Sin embargo, mientras esperaba aque el rey Terenas diera inicio alconsejo matutino, Lothar se percató deque los demás monarcas lo observabandetenidamente. Algunos, comoAterratrols, no lo disimulaban enabsoluto. Otros, como Perenolde yCringris, lo hacían de un modo más sutily lo miraban de vez en cuandofurtivamente. Lothar no estaba seguro dequé estaba ocurriendo pero sí estaba

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seguro de que cuando se enterara no leiba a gustar.

—Bueno, ya estamos todos, ¿no? —preguntó Terenas, a pesar de que estabaclaro que así era. Normalmente, al reyde Lordaeron no se le pasaba casi nadapor alto—. Bien. Todos estamos deacuerdo en que el tiempo es un factoresencial si queremos conformar unejército unido que se enfrente a la Hordacuando esta llegue. Pero ¿ya estamos deacuerdo en qué procedimiento vamos aseguir y qué medidas vamos a tomar?

El resto de monarcas asintieron, locual sorprendió y preocupó aún más aLothar. La noche anterior, harto de tanta

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discusión, había vuelto a sus aposentos aaltas horas de la madrugada y los habíadejado ahí discutiendo. ¿Cuándo habíanalcanzado un acuerdo y en quéconsistía? Las siguientes palabras quepronunció el rey lo dejaron muy claro ya Lothar se le heló la sangre en cuanto leoyó anunciar con claridad:

—¡Entonces, declaro que quedaforjada la Alianza de Lordaeron!Lucharemos como uno solo, tal y comonuestros ancestros hicieron hace muchotiempo, en la era del Imperio Arathi —los demás asintieron y Terenas prosiguió—. Por tanto, lo más adecuado es quenuestro comandante pertenezca a ese

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antiguo linaje. ¡Nosotros, los reyes de laAlianza, designamos a Lord AnduinLothar, Campeón de Ventormenta, comonuestro Comandante Supremo!

Lothar miró fijamente a Terenas,quien le guiñó un ojo.

Era la única solución realmente —leexplicó el monarca de Lordaeron entresusurros, con una voz tan baja queLothar era consciente que era el únicoque podía oírle—. Todos y cada uno deellos querían asumir el mando y estabanempecinados en impedir que ningún otrorey ocupara ese puesto. Como tú no eresrey, no tienen la sensación de que se hatratado de modo especial a uno de sus

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pares por encima de los demás; noobstante, perteneces a una estirpe losuficientemente noble como para que nose sientan desairados por haberteelegido por delante de ellos —entonces,el rey se inclinó hacia delante—. Sé quete estoy pidiendo demasiado y por eso tepido disculpas. No te lo pediría sinuestra supervivencia no estuviera enjuego, tal y como tú mismo nos hasadvertido. ¿Aceptarás estenombramiento?

Esas últimas palabras las pronuncióbastante más alto, Terenas volvió aadoptar un tono de voz más formal y elsilencio se adueñó de la estancia

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mientras los demás aguardaban larespuesta de Lothar.

No le llevó mucho tiempo. Lo ciertoera que no tenía elección y Terenas losabía. No podía renunciar a ese cargo,ahora no, no después de todo lo quehabía sucedido.

—Acepto el cargo —respondió,proyectando su voz de tal modo quereverberó por toda la cámara—.Lideraré el ejército de la Alianza paracombatir a la Horda.

—¡Muy bien! —exclamó Terenas,dando una palmada—. Ahora,congregaremos a nuestras tropas,equipos y suministros. Propongo que nos

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volvamos a reunir dentro de una semanapara presentar nuestras listas einventarios a Lord Lothar, para quepueda saber con qué fuerzas cuenta a sudisposición y pueda concebir losprimeros planes.

Los demás reyes mostraron suacuerdo entre murmullos o se limitaron ahacer gestos de asentimiento. Uno a uno,se acercaron a Lothar para felicitarlopor su nombramiento y prometerle quelo apoyarían totalmente; no obstante, laspalabras tanto de Perenolde como deCringris no sonaron muy sinceras.Después, los reyes se fueron, dejandosolo a cuatro personas en aquella sala.

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Lothar miró a Khadgar, quien leobsequió con una amplia sonrisa.

—Has saltado de la sartén para caeren las brasas, ¿eh? —comentó el magoviejo y joven a la vez, mientras negabacon la cabeza—. No sé cómo has dejadoque te convenzan. ¡Qué panda debastardos tan listos! ¡Serían capaces devender a sus propios hijos si creyeranque así lograrían un solo acre de tierramás que añadir a sus dominios! Enparticular, me ha gustado cómo han dadopor hecho que aceptarías. Pero eso es loque sucede cuando uno tiene ciertaautoridad sobre los demás… uno ya nose da cuenta de que los demás importan,

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y mucho menos recuerda que tienen algoque decir sobre su destino.

—¡Ejem! —esa exclamacióninterrumpió al joven mago, quien alzó lamirada hacia uno de los otros hombrespresentes, al mismo tiempo que lavergüenza se apoderaba de su rostro—.No toda autoridad tiene por qué sercorrupta y egoísta, joven —señaló elarzobispo Faol, cuyo semblantenormalmente jovial se había tornadomuy severo—. Algunos de nosotroshemos sido llamados para servir a losdemás mediante el liderazgo, como es elcaso de tu amigo aquí presente.

—Claro, padre. Por favor,

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perdóname. No quería insinuar que…Me refería a aquellos que únicamenteposeen una autoridad en planotemporal… claro que tú…

Era la primera vez que Lothar veíatitubear al normalmente astuto Khadgar,al que ahora dominaban los nervios. Nopudo evitar reírse entre dientes ante elapuro que estaba pasando su jovencompañero. Faol también se reía, de unmodo tan afable que Khadgar pronto sesumó a las risas.

—Ya basta, muchacho —dijo al finFaol, alzando una mano—. No te echoen cara que hayas tenido este arrebato.Además, no cabe duda de que Lord

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Lothar ha sido manipulado arteramentepara caer en esa trampa. Sin embargo,he de confesar que yo también apoyé esadecisión. Eres un buen hombre y creoque eres el mejor comandante que laAlianza puede tener. Yo, por ejemplo,me siento mucho más tranquilo sabiendoque serás tú quien planee las batallas ylidere a nuestras fuerzas.

—Gracias, padre.Si bien Lothar nunca había sido muy

religioso, tenía un gran respeto por laIglesia de la Luz; además, por ahora,Faol le había impresionado en todo. Noobstante, se sintió un tanto incómodo ala vez que orgulloso al escuchar los

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halagos del arzobispo.—Ambos seréis puestos a prueba en

el transcurso de este conflicto —lesadvirtió Faol, con un tono de voz másgrave y profundo que antes, como siestuviera pronunciando un dictamendesde un lugar elevado—. Os empujaránhasta el límite, no solo en cuestión detalento sino de valor y decisión. Sinembargo, creo que ambos estaréis a laaltura de esos retos y saldréisvictoriosos. Rezo a la Luz Sagrada paraque os otorgue fuerza y pureza, para quehalléis en ella el gozo y la unidad quenecesitaréis para sobrevivir y derrotaral enemigo.

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A continuación, alzó una mano parabendecirlos. Lothar creyó ver un tenueresplandor envolviéndola, un fulgor quese extendió hacia Khadgar y él y le hizosentir una sensación de paz y serenidady una oleada inexplicable de felicidad.

—Y ahora, hablemos de otros temas—de repente, Faol volvía a ser solo unhombre viejo y sabio—. En primerlugar, ¿qué podéis contarme deVillanorte, sobre todo de la abadía quehay ahí? ¿Sigue en pie?

—Me temo que no, padre —contestóLothar—. La abadía ya no existe, haquedado reducida a escombros. Lospocos clérigos que sobrevivieron se

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encuentran ahora en Costasur con elresto de nuestra gente. Los demás…

Hizo un gesto de negación con lacabeza.

—Ya veo —Faol palideció, peromantuvo la compostura—. Rezaré porellos.

Se quedó callado, sumido en suspensamientos. Lothar y Khadgaresperaron respetuosamente. Un momentodespués, el arzobispo alzó la vista haciaambos y pudieron comprobar que ladeterminación se había adueñado de sumirada.

—Vas a necesitar unos cuantostenientes para tu ejército, señor —

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anunció— y creo que será mejor quealgunos de ellos no pertenezcan a losreinos sino a la Iglesia. Tengo varios enmente y sé de una nueva orden que creoque podría ser muy útil a la Alianza.Necesitaré unos cuantos días para pulirlos detalles y seleccionar a loscandidatos adecuados. ¿Qué te parece siquedamos en el patio principal, despuésde almorzar, dentro de cuatro días? Creoque no te sentirás decepcionado.

Asintió satisfecho y, acto seguido, semarchó sin premura pero con pasofirme.

En esa estancia, aún había alguienmás con ellos. Antonidas había

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observado todo lo acaecido sinpronunciar palabra alguna. El viejoarchimago se aproximó entonces aambos.

—El poder y la sabiduría del KirinTor están a tu disposición, señor —ledijo a Lothar—. Sé que conocías anuestros colegas magos de Ven-tormenta,así que puedes hacerte una ideaaproximada de cuáles son nuestrashabilidades. Nombraré a uno de losnuestros como tu ayudante y para quesirva de enlace.

El poderoso mago se calló y lanzóuna mirada tan rápida a Lothar que estese percató de ello a duras penas. Lothar

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tuvo que reprimir una sonrisa.—Te pido que sea Khadgar quien

desempeñe esa labor, señor —afirmóLothar, quien se percató de que unatenue sonrisa cobró forma en los labiosdel archimago por solo un instante—. Esun compañero en el que confío y noshemos enfrentado juntos a los orcos enmás de una ocasión.

—Por supuesto —Antonidas sevolvió hacia el joven. Entonces, de unmodo sorprendente, extendió el brazo y,con una mano, cogió a Khadgar de labarbilla y lo obligó a levantar la cabezapara poder observar su rostrodetenidamente—. Has sufrido mucho —

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susurró el archimago. Lothar pudo verque la mirada del anciano se teñía detristeza y compasión—. Lo que hasexperimentado te ha dejado marcadobastante más de lo que indica tu aspecto.

Khadgar apartó la caracuidadosamente.

—Hice lo que había que hacer —replicó en voz baja, a la vez que sefrotaba distraídamente el mentón, ahídonde Antonidas le había tocado, puesle había irritado la zona donde leestaban brotando unos pelos blancos dela barba.

Antonidas arrugó el ceño.—Como todos —profirió un suspiro

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y, acto seguido, parecía quitarse deencima esos lúgubres pensamientos quelo asolaban y volvió a centrarse en elasunto que estaban tratando—. Deberásmantenemos informados de lo quesuceda en el campo de batalla, jovenKhadgar, y deberás comunicamos cuálesson las necesidades y peticiones de LordLothar con la mayor rapidez posible.También tendrás que coordinar losesfuerzos del resto de magos que sehallen ahí presentes. Confío en que seráscapaz de estar a la altura, ¿verdad? —Khadgar asintió—. Bien. Espero verteen Dalaran lo antes posible, para quepodamos hablar sobre otros temas

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importantes y reflexionar sobre cómopodemos ayudar a la Alianza.

Entonces, la gema situada en la partesuperior del báculo del archimagocentelleó y su fulgor se reflejó en el picode su capacete, justo entre sus ojos.Acto seguido, Antonidas se tornóborroso y pareció difuminarse. Derepente, desapareció por completo.

—Quiere saber qué ocurrió conMedivh —dijo Khadgar varios segundosdespués de que el archimago sedesvaneciera.

—Por supuesto.Lothar se volvió y guio al joven

hasta la salida de aquella estancia que lo

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siguió por detrás. Después, giró ycaminó en dirección al comedor.

—¿Qué debería contarle? —preguntó el joven mago, al mismotiempo que se colocaba a su lado.

—La verdad —respondió Lothar,encogiéndose de hombros con laesperanza de que ese gesto parecieradespreocupado, a pesar de que tenía elestómago revuelto—. Tienen que saberlo que ocurrió.

Khadgar asintió, aunque no parecíamuy contento.

—Se lo contaré —dijo al fin—.Pero eso puede esperar hasta después dealmorzar —sonrió de oreja a oreja; un

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gesto que revelaba cuál era su verdaderaedad a pesar del pelo canoso y lasarrugas—. Ahora mismo, ni la mismaHorda podría alejarme de la comida.

Lothar se carcajeó.—Espero que no lleguemos a tales

extremos.Unos días más tarde, Lothar y

Khadgar regresaron al patio principal.Ya habían comido y bebido bastantecomo para reponer fuerzas y ahoraestaban esperando a que llegara elarzobispo Faol. Unos minutos después,apareció y se acercó a ellos con sumacalma.

—Gracias por venir —dijo el

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arzobispo en cuanto los alcanzó—. Noquiero haceros perder el tiempo, perocreo que esto puede ser de gran ayudapara vosotros y la Alianza. Pero primero—anunció—, he de decirte, Sir Lothar,que la Iglesia ha prometido ayudar aVentormenta. Reuniremos fondos paraque podáis reconstruir vuestro reino, encuanto la crisis actual haya pasado.

Lothar sonrió, era una de lasprimeras sonrisas sinceras que Khadgarhabía visto desde la caída deVentormenta.

—Gracias, padre —replicó, con unavoz ronca por la emoción y la gratitud—. Eso significa mucho para mí y

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también para el príncipe Varian.Faol asintió.—La Luz Sagrada iluminará vuestro

hogar de nuevo —le prometió condelicadeza. Entonces, se calló y observóa ambos detenidamente—. La última vezque hablamos —dijo al fin Faol,mientras caminaba de un lado para otrodelante de ellos—, me contasteis que laabadía de Villa-norte había sidodestruida. Lo cual me consternó y mellevó a preguntarme cómo iban a podersobrevivir el resto de mis clérigos a estaguerra que se nos aproxima conpremura. Sin lugar a dudas, estos orcosson una amenaza incluso para fornidos

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guerreros como tú… Entonces, ¿cómova a defenderse de ella un merosacerdote, por no hablar de sucongregación? —sonrió, adoptando unaexpresión verdaderamente beatífica—.Espoleado por la inquietud, se meocurrió una idea; fue como si la mismaLuz Sagrada me la inspirara. Tenía quehaber una manera de cercioramos de queesos guerreros luchen por la Luz y con laLuz, de que combinen los dones de estacon sus habilidades marciales y de quesigan comportándose de una maneraacorde a las enseñanzas de la Iglesia.

—¿Diste con la solución? —preguntó Lothar.

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—Así es —admitió Faol—. Voy afundar una nueva rama de la Iglesia: lospaladines. Ya he seleccionado a losprimeros candidatos de esta orden.Algunos fueron caballeros antaño, perootros solo han sido sacerdotes. Los heelegido tanto por su fe como por sudestreza marcial. Serán entrenados nosolo en el arte de la guerra sino quetambién aprenderán a orar y sanar. Cadauno de estos valientes combatientesposeerá un gran poder terrenal yespiritual, sobre todo al estarbendecidos y al bendecir a otros con lafuerza de la Luz Sagrada.

Se volvió y con una seña indicó a

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alguien que se acercara. Cuatro hombresemergieron de un pasillo cercano y sedirigieron con brío hacia Faol. Cada unode ellos portaba una reluciente placacon el símbolo de la Iglesia estampadoen su pecho, en su escudo y en su yelmo.Cada uno de ellos portaba una espada yLothar pudo deducir por cómo andabanque esos hombres sabían lo que hacían.No obstante, esas armaduras y armaseran todavía muy nuevas; estabaninmaculadas y no presentabanabolladura alguna. Pese a que poseíanlos conocimientos necesarios y habíansido bien entrenados, Lothar sepreguntaba si alguno de esos hombres

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había participado alguna vez en uncombate real. Aquellos que habían sidoguerreros anteriormente seguramente sí,aunque tal vez solo habían combatidocontra adversarios humanos, pero losque antes habían sido unos merossacerdotes probablemente solo habíancombatido con sus compañeros duranteel adiestramiento. Y esa misma gente ibaa tener que enfrentarse a los orcos enbreve.

—Permíteme que os presente aUther, Saidan Dathrohan, TirionFordring y Turalyon —Faol esbozabauna sonrisa radiante, cual padreorgulloso—. Estos van a ser los

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Caballeros de la Mano de Plata —entonces, pasó a presentar a Khadgar yLothar a esos caballeros—. Este esAnduin Lothar, Campeón de Ventormentay Comandante de la Alianza. Y este deaquí es su compañero, el mago Khadgarde Dalaran —Faol sonrió—. Os dejaréa los seis solos para que podáisdilucidar ciertos temas.

Acto seguido, se marchó, dejando aLothar y Khadgar rodeados por esoscandidatos a paladines. Algunos deellos, como el muchacho llamadoTuralyon, parecían sobrecogidos. Otros,como Uther y Tirion, parecían bastantemás relajados.

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Uther tomó la iniciativa y habló enprimer lugar, mientras Lothar seguíapreguntándose qué les podía decir.

—Mi señor, el arzobispo nos hacontado que va a tener lugar una batallade manera inminente, ya que la Horda seaproxima. Estamos a tu servicio y alservicio del pueblo. Utilízanos como teplazca, pues aniquilaremos a nuestrosenemigos y los expulsaremos de estastierras, a las que protegeremos con laLuz Sagrada.

Era un hombre alto y de constituciónrobusta, de rasgos que resultaban untanto familiares y ojos severos del colordel océano. Lothar podía notar la fe que

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irradiaba aquel hombre como si fueraalgo presente en el plano físico, algomuy parecido a la sensación quetransmitía Faol pero sin la calidez deeste.

—¿Fuiste caballero en su día? —inquirió.

—Sí, mi señor —respondió elcandidato a paladín—. Pero desdejoven, he sido seguidor de la Iglesia y undevoto de la Luz Sagrada. Conocí alarzobispo cuando solo era el obispoFaol, quien fue tan generoso conmigoque se convirtió en mi consejeroespiritual y en mi mentor. Me sentí muyhonrado cuando me contó sus planes de

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fundar una nueva orden y me ofreció unlugar en ella —Uther adoptó un gestoaún más serio—. Sé que necesitaremosla bendición de la Luz para derrotar esasnauseabundas criaturas y protegernuestras tierras, nuestros hogares y anuestro pueblo.

Lothar asintió. Podía entender porqué aquel hombre había buscado unarespuesta a la existencia en la fe, o almenos una respuesta parcial. Noalbergaba ninguna duda de que Uthersería un poderoso aliado en el campo debatalla. Pero había algo en el fervorreligioso de aquel hombre que loinquietaba. Sospechaba que Uther

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valoraba demasiado el honor y la fecomo para ser capaz de utilizar unosmedios poco nobles para alcanzar un fin;una actitud inadmisible en las actualescircunstancias. El propio Lothar habíaaprendido a través de amargasexperiencias que, cuando uno seenfrentaba a los orcos, el honor solo nobastaba. Para sobrevivir al empuje de laHorda, tendrían que emplear todos losmedios necesarios.

Él y Khadgar se pasaron la horasiguiente, o quizá más, hablando con loscuatro candidatos a paladines. Lothar sealegró al ver que su joven amigotambién los estaba tanteando. Cuando

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los guerreros sagrados se marcharonpara acudir a los rezos de la tarde,Lothar se volvió hacia el mago deaspecto avejentado.

—¿Y bien? —preguntó—. ¿Quéopinas?

Khadgar adoptó un gesto ceñudo.—Dudo mucho que vayan a sernos

útiles —contestó tras un momento dereflexión.

—¿Oh? ¿Y eso por qué?—Porque no tienen tiempo para

prepararse —le explicó el mago—.Prevemos que la Horda llegará aLordaeron en cuestión de semanas, oincluso menos, y ninguno de estos

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hombres ha batallado antes… al menos,no como paladines. Seguro que sabenluchar, pero ya contamos con muchosguerreros. Si el arzobispo espera queobren milagros, me temo que se llevaráuna decepción.

Lothar asintió.—Estoy de acuerdo —admitió—.

Pero Faol tiene fe en ellos y tal vezdeberíamos tenerla también nosotros —en ese instante, esbozó una gran sonrisa—. Si diéramos por sentado que estánpreparados de algún modo para lo quese nos viene encima, qué opinióntendrías de ellos.

—Uther será muy peligroso para la

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Horda, esto tenlo por seguro —replicóKhadgar—, pero no creo que sea capazde comandar a otros hombres que nosean sus compañeros paladines. Esdemasiado devoto, demasiado fanático;la mayoría de los soldados no loaguantarán —Lothar asintió para indicara su compañero que podía continuar—.Con Saidan y Tirion pasa más de lomismo. Saidan fue caballero en su día yTirion, un guerrero, pero despuéshallaron la fe. Eso puede hacerlestitubear a la hora de emplear ciertastácticas que no hubieran dudado enemplear cuando eran unos meroscombatientes.

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Lothar sonrió.—¿Y Turalyon?—Es el que menos fe tiene y, por

tanto, en quien más confió —reconocióKhadgar con una sonrisa burlona—. Fuepreparado para ser sacerdote y es leal ala Iglesia, pero carece de la devociónciega de los demás. También es capaz dever más allá del velo de la fe y poseeuna mayor inteligencia.

—Estoy de acuerdo.Ese joven también había

impresionado a Lothar. Al principio,Turalyon se había mostrado dubitativo ala hora de hablar. Unos minutos después,había quedado muy claro por qué. Había

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oído hablar de las hazañas del Campeónde Ventormenta y se sentía un tantointimidado ante él, lo cual hacía queLothar se sintiera bastante incómodo, apesar de que no era la primera vez quele sucedía algo así; en su hogar, muchosjóvenes lo habían idolatrado y le habíanimplorado que los entrenara y losadmitiera en su guardia. No obstante,tras superar su nerviosismo inicial,Turalyon había demostrado ser un jovenbrillante con una mente ágil y muchomás capaz que sus compañeros deapreciar las sutilezas éticas y los grisesmorales que imperaban en el mundo. ALothar le había caído bien de inmediato

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y el hecho de que Khadgar pensara lomismo que él le llevó a reafirmarse ensu opinión.

—Hablaré con Faol —dijo Lothar alfin—. No cabe dudad de que lospaladines nos serán muy útiles.Designaré a Uther como nuestro enlacecon ellos y con las demás fuerzas que laIglesia aporte —entonces, se le ocurrióotra idea—. Aunque también voy aproponer otro candidato más a paladín—añadió—. A Gavinrad. Era uno demis caballeros en Azeroth, el que más fetenía de todos nosotros y un buenhombre. Sospecho que sería un buenpaladín —sonrió—. Pero Turalyon

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pasará a ser uno de mis tenientes.Khadgar hizo un gesto de

asentimiento.—Yo diría que es una buena

elección —acto seguido, negó con lacabeza—. Ahora, espero que la Hordanos conceda el tiempo necesario parapoder prepararlos a ellos y al resto denuestras fuerzas como es debido.

—Nos prepararemos lo mejorposible —replicó Lothar de un modopragmático, pues ya estaba pensando encómo iba a disponer de las tropas quelos reyes le iban a entregar—. Nosenfrentaremos a los orcos cuandodebamos. Poco más podemos hacer.

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G

CAPÍTULO SEIS

ul’dan estaba furioso.—¿Por qué no lo habéis

conseguido aún? —exigió saber. Los

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demás orcos se encogieron de miedo yse alejaron de él. Como habían visto albrujo jefe encolerizado anteriormente,sabían que podría usar sus temiblespoderes contra ellos si no lo aplacaban.

—Lo estamos intentando, Gul’dan—respondió Rakmar. Rakmar ColmilloAfilado era el nigromante más viejo detodos los que aún quedaban vivos, siexceptuábamos al propio Gul’dan, y ellíder no oficial de los necrólitos, por loque normalmente le correspondíainformar de sus logros (o fracasos) algran brujo—. Hemos sido capaces deanimar los cadáveres, pero no dedotarles de una conciencia. Son poco

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más que unos cascarones vacíos. Pese aque podemos controlarlos como sifueran unos títeres, se mueven lenta ytorpemente. No serán una gran amenazapara nadie.

Gul’dan posó su mirada iracundasobre los cadáveres que se encontrabantras Rakmar. Quería transformar a esosguerreros humanos asesinados en loscampos de Ventormenta en una poderosafuerza que se sumara a la Horda, tal ycomo le había prometido a MartilloMaldito. ¡Pero eso solo sería posible silos inútiles de sus ayudantes lograbanconvertirlos en algo más que en unosmeros despojos!

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—¡Dad con la manera de lograrlo!—gritó Gul’dan, de cuya boca salieronvolando varios perdigones de saliva.

Apretó con fuerza los puños y sintióla tentación de acabar con los necrólitosahí mismo, pero ¿eso de qué le serviría?Si estaban muertos, no iban a poderayudarlo…

Fue entonces cuando tuvo una idea. Gul’dan se meció sobre sus talones,asombrado ante su propia genialidad.¡Por supuesto! ¡Esa era la respuesta!

—Tienes razón, Rakmar —dijo envoz baja, a la vez que se acariciaba laparte frontal de la túnica—. Lo estáisintentando. Lo entiendo. Estáis

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intentando hacer algo totalmente nuevo ydistinto que sería un gran reto paracualquiera. No tengo derecho aenfadarme con vosotros por no haberlologrado. Por favor, volved al trabajo. Osdejaré en paz para que podáis seguir convuestros experimentos.

—E-esto, gracias —tartamudeóRakmar, con los ojos desorbitados.

Gul’dan se dio cuenta de que a eseorco inferior le había sorprendido surepentino cambio de parecer, así comoal resto de brujos que se encontrabantras él. Tuvo que contener la risa y selimitó a asentir y alejarse de ahí. Sí,podían pensar que había recapacitado

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tras su arrebato, o que incluso otra cosalo había distraído y se había olvidadode por qué estaba tan enfadado conellos. Sí, podían pensar lo quequisieran.

Pues pronto ya no importaría.Mientras caminaba, Gul’dan echó un

vistazo a su alrededor. Cho’gall estabacerca, como siempre; el mago ogrohabía permanecido agazapado en elinterior de un edificio en ruinas que nose hallaba muy lejos, que se encontrabalo bastante cerca como para haberpodido actuar en caso de que Gul’dan lohubiera necesitado, pero lo bastantelejos como para que los demás

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necrólitos no pudieran verlo y no sesintieran inquietos por culpa de supresencia. El brujo jefe le indicó conuna seña al ogro bicéfalo que seacercara, este se puso en pie y seaproximó; gracias a sus ampliaszancadas, cubrió rápidamente ladistancia que los separaba.

—Los necrólitos ya han cumplido supropósito —le dijo Gul’dan a sudescomunal lugarteniente—. Ahora, vana cumplir otra función aún másimportante —sonrió de oreja a oreja a lavez que se acariciaba impacientementela barba—. Reúne todos nuestrosinstrumentos y herramientas. Vamos a

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hacer un sacrificio.

—¿Vamos a invocar a nuestroshermanos caídos? —preguntó Rakmarentre susurros.

Tal y como les habían ordenado, él ylos demás necrólitos se encontrabanalrededor del altar que Gul’dan y Cho’gall habían erigido, pero el jefebrujo se percató de que estabanintentando descubrir con qué propósitolos habían convocado ahí. Sí, queconjeturaran cuanto quisieran. Paracuando dieran con la respuesta, ya seríamuy tarde.

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—Sí —respondió Gul’dan, mientrasse concentraba en el encantamiento queestaba a punto de realizar—. MartilloMaldito masacró a otros brujos cuyasalmas aún están a nuestro alcance. Lasinvocaremos y las introduciremos enesos cadáveres humanos —entonces, unaamplia sonrisa se dibujó en su rostro—.Estarán ansiosos por regresar a estemundo y servir a la Horda una vez más.

Rakmar asintió.—Sí, así lograremos animar esos

cuerpos —admitió—, pero ¿obtendránalgún poder? ¿O serán poco más quemuertos vivientes? Gul’dan esbozó ungesto de contrariedad, sorprendido y

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frustrado porque el necrólito hubierajuntado las piezas tan pronto.

—¡Silencio! —le ordenó,impidiendo así que se le plantearan máspreguntas—. ¡Vamos a empezar! Actoseguido, dio inicio al ritual, invocó sumagia y sintió cómo lo investía depoder. No era bastante, pero pronto esocambiaría. Mientras tanto, se concentróen su tarea y canalizó sus energías en elaltar que tenían ante ellos, con el fin deprepararlo para la transformación queestaba a punto de provocar.

Rakmar y los demás necrólitos sesumaron a él, prestándole sus propiasmagias nigrománticas para consumar ese

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encantamiento. Debido a esto, estabandistraídos y no se percataron, hasta quefue demasiado tarde, de que Gul’dan yano se encontraba donde estaba antes.

—¡Rrargh! Gul’dan no pudo evitarque ese gruñido se le escapara de loslabios, pero eso ya no importaba. Seencontraba colocado justo detrás deRakmar, con la daga curvada en ristre y,en cuanto el alto orco se volvió, lerebanó totalmente la garganta. La sangremanó a raudales, cubriendo a ambos,mientras Rakmar caía hacía atrás,jadeando y agarrándose la herida. Cayósobre el altar y profirió un grito ahogadode terror al intentar apartarse de él. Pero

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ya tenía a Gul’dan encima, quien sesentó a horcajadas sobre el moribundonecrólito y le apartó las manos. Alinstante, le hundió la daga en el pecho yla retorció para abrir un buen agujero.Metió la mano en él y, de un fuerte tirón,le arrancó el corazón aún palpitante aRakmar. Ante la mirada de su antiguoayudante, Gul’dan lanzó el conjuro quehabía estado preparando, su magiaenvolvió al órgano cubierto de sangre yatrapó al espíritu de Rakmar en suinterior. Entonces, la magia del altarincrementó su intensidad y remodeló elcorazón, encogiéndolo yendureciéndolo, proporcionándole un

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lustre antinatural. Mientras el necrólitose derrumbaba, pues su cuerpo ahora noera más que un cascarón vacío, Gul’danle dedicó una sonrisa burlona y sostuvoen alto la reluciente gema.

—No temas, Rakmar —le aseguró alorco muerto—. Esto no va a ser el finpara ti. Al contrario. Vas a lograrconcluir tu tarea con éxito, con miayuda. Volverás a luchar por la Horda. YMartillo Maldito tendrá al fin susguerreros no-muertos —estalló encarcajadas—. Esto es lo mejor quetenemos los nigromantes… que nuncadesperdiciamos nada.

Alzó la vista. Cho’gall había matado

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ya a varios necrólitos y estabapreservando sus corazones y almascomo joyas del mismo modo que elbrujo jefe. El resto se limitaban aencogerse de miedo, pues seguíanunidos mágicamente al altar y eranincapaces de huir y estaban demasiadoaterrados como para luchar. Gul’danresopló. ¡Qué inútiles eran! Él habríaluchado, al menos. Pero así sería todomucho más fácil. Se rio mientras seponía en pie y se dirigía hacia el restode brujos, al mismo tiempo que se lamíala sangre de los colmillos y seaproximaba a ellos. Pronto, estallaríauna guerra que satisfaría al comandante

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más sediento de sangre.

—¿Y bien? —inquirió MartilloMaldito en cuanto pisó aquel campo—.¿Lo has logrado? A Gul’dan no se lepasó por alto el detalle de que el Jefe deGuerra estaba empleando unas palabrasmuy similares a las que él mismo habíagritado a sus necrólitos solo unos díasantes. Pero esta vez, la respuesta iba aser muy distinta.

Si, noble Martillo Malditorespondió, señalando con un gesto a loscuerpos tras él.

Orgrim lo empujó con el hombro a

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un lado y contempló iracundo esasfiguras, que yacían esparcidas sobre elsuelo.

—Vale, son soldados caídos deVentormenta —rezongó Martillo Maldito—. ¿Y ahora qué? ¿Acaso me haspedido que venga aquí para que vea queeres capaz de colocar estos cuerpos deun modo muy ordenado? —entonces,adoptó un gesto de desdén—. ¿Acaso tuspoderes sirven para esto, Gul’dan?¿Para preparar unos cadáveres quedeben ser enterrados? El brujo ansiababorrar esa sonrisita de suficiencia delrostro de su líder, para mostrarle así aese arrogante guerrero para qué servían

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realmente sus poderes. Pero ahora noera el momento adecuado.

—Claro que no —contestó, con untono de voz bastante cortante como paraque Martillo Maldito entonara los ojossuspicazmente—. ¡Observa! Hizo ungesto de asentimiento hacia Cho’gall,que se hallaba arrodillado junto alprimer cadáver. Acto seguido, el ogrocolocó una clava enjoyada en sus manosfrías y rígidas. Crear esas armasencantadas era lo que más tiempo leshabía llevado, pero Gul’dan eraconsciente de que, sin ellas, su nuevafuerza sería mucho menos poderosa, taly como Rakmar había adivinado. Por

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suerte, Cho’gall y él habíanexperimentado con objetos similares enotros tiempos para satisfacer sus propiasmetas, por lo cual les había bastado conmodificar esos antiguos conjuros yadaptar esas armas a su nueva función.

El cadáver se estremeció mientrasOrgrim y él lo observaban. Aferró confuerza la clava, que, de repente, brilló.Esa luz se extendió de la mano al brazoy, poco a poco, fue cubriendo su cuerpoentero con un aura verde. Después, elcadáver abrió los ojos.

Martillo Maldito se sobresaltó unpoco, aunque permaneció en silencio.Esta vez, fueron los labios de Gul’dan

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los que se curvaron para conformar unasonrisa desdeñosa. Aun así, no podíaecharle en cara al Jefe de Guerra que sesobresaltara, pues a él mismo leresultaba todo aquello bastanteperturbador, a pesar de que era elcreador de esas aberraciones.

—Lo has logrado, Gul’dan —afirmóla criatura, que arrastró esas palabrasporque las pronunció con una mandíbulaque le resultaba extraña y poco familiary con unos dientes muy pequeños. Seobservó con atención, fijándose sobretodo en sus extremidades y torso, y alzóla mano libre para tocarse la cara—.¡Has logrado que mi espíritu regrese a

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este mundo! —se rio, con unascarcajadas ásperas que parecían máspropias de un orco que de un humano—.¡Excelente!

—Bienvenido, Teron Sanguino —lesaludó Gul’dan, quien intentaba contenerlas carcajadas—. Sí, te he traído devuelta, para que puedas seguir sirviendoa la Horda.

Martillo Maldito dio unos cuantospasos hacia delante y contempló condetenimiento a esa extraña criatura quetenía ante él.

—¿Sanguino? ¿Uno de los brujos delConsejo de la Sombra? Pero si lo matéyo mismo.

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—Todos nos sacrificamos por laHorda —replicó burlonamente Gul’dan,quien se agachó tanto que Orgrim nopudo ver su semblante—. Como el almade Sanguino aún no había abandonadoeste plano… solo he tenido que llamarloy buscarle un nuevo hogar. Pero ahora,su cuerpo entero está imbuido de magia.Es mucho más poderoso que nunca, asícomo el resto de brujos que loacompañan.

Entretanto, Cho’gall habíaproseguido con su tarea, por lo cual,ahora se estaban alzando otroscadáveres a espaldas de Sanguino.

—¿Así que esto es lo que me vas a

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dar? —bramó Martillo Maldito—.¿Unos cadáveres que harán las veces deguerreros, alimentados por la magia detus acólitos muertos? Orgrim adoptó ungesto de repugnancia.

—Me pediste más guerreros y te loshe proporcionado —le recordó Gul’danbruscamente—. Serán unos duros rivalespara cualquier cosa con la que cuentenlos humanos. Aunque sus cuerpos no sonmás que carne humana putrefacta, siguensiendo orcos en espíritu y son leales a laHorda. Además, ¡todavía son capaces deutilizar su magia! ¡Piensa en lo que seráncapaces de hacer en batalla! MartilloMaldito asintió lentamente, mientras

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cavilaba claramente al respecto.—¿Serás mi siervo? —le preguntó a

Sanguino, mostrando así una terribledebilidad, desde el punto de vista de Gul’dan. Los jefes de guerra nopreguntan, ordenan. Aunque tal vez conese tipo de criaturas era mejor no hacernada que pudiera enfadarlas.

Sanguino meditó por un momento, almismo tiempo que estudiaba al jefe deGuerra con sus ojos relucientes. Alfinal, asintió.

—Gul’dan tiene razón —dijo porfin, con una voz áspera—. Sigo siendoun orco, a pesar de hallarme en estecaparazón. Vivo para servir a la Horda,

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así que estaré al servicio de ti y nuestropueblo —entonces, esbozó una ampliasonrisa que no era más que un horriblerictus—. Me mataste, sí, pero no teguardo rencor, pues gracias a eso, ahoraposeo una nueva forma mucho máspoderosa. Me siento muy satisfecho conel cambio.

Los demás cadáveres asintieron asus espaldas.

—¡Bien! —Martillo Maldito seacercó y le dio una palmadita en elhombro a un sorprendido Sanguino, puesera un gesto de respeto a un igual y no aun subordinado—. Seréis mis caballerosde la Muerte, la vanguardia de nuestra

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gran Horda —les anunció a esa criaturasreanimadas—. ¡Juntos aplastaremos alos humanos y conquistaremos sustierras, juntos haremos de este mundo unlugar más seguro para nuestro pueblo!—a continuación, se giró e hizo, un tantoa regañadientes, un gesto deasentimiento dirigido al jefe brujo—.Has cumplido lo prometido, Gul’dan —admitió Orgrim—. Me has facilitado unapoderosa fuerza para combatir anuestros adversarios. Te doy las graciaspor ello.

—De nada, noble Martillo Maldito—replicó Gul’dan, con la esperanza deque sus palabras sonaran más sinceras

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de lo que realmente eran—. Estoydispuesto a hacer cualquier cosa pornuestro pueblo.

Necio, pensó mientras observabaalejarse a Orgrim, acompañado de losrecién despertados caballeros de laMuerte. Sí, llévatelos y regresa a tuguerra. Yo tengo otros asuntos queatender. Ahora que ya he satisfecho tusdeseos, tendré libertad paraconcentrarme en lo que realmente meimporta. Seguiré desempeñando elpapel de brujo leal un tiempo más,juró, pero eso no será así siempre.Pronto, conseguiré lo que busco y,entonces, la Horda podrá caer y me

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dará igual crearé una nueva raza queos reemplazará a todos y que solo seráleal a mí. ¡Reharemos este mundo a miimagen y semejanza!

Una semana después, MartilloMaldito se dirigió a la Horda. Se habíancongregado ante la fortaleza que Zul’jinle había comentado que se llamaba laCumbre de Roca Negra, una descomunalestructura construida con la mismalustrosa piedra negra que predominabaen aquel paisaje. Se encontraba en lacima de la Montaña Roca Negra, la másalta de la cordillera de las Estepas

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Ardientes, la cual recorría todo elcontinente, dividiéndolo de este a oeste.Zuluhed los había guiado hasta aquí,pues había percibido el poder queanidaba en esas montañas. Tras derrotaral puñado de enanos que moraban ahí,Martillo Maldito había reclamado aquellugar para los orcos. Creía que era unbuen presagio que este lugar, que habíaescogido como base para la Horda,tuviera el mismo nombre que su clan.

Allá abajo, estaban congregados losorcos de todos los clanes, esperandoansiosos a oír lo que tenía que decir.Habían conquistado esas tierras porcompleto y, si bien habían conseguido un

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territorio donde podían cazar y cultivarcon mucha más facilidad que en sumundo natal, no bastaba para podersustentar a toda esa raza con holgura.Además, estaba la cuestión de que elenemigo querría vengarse; aunquehabían expulsado a los humanos de esecontinente, no sabían si volverían conrefuerzos y tal vez con nuevos aliados.Martillo Maldito sonrió ampliamente.Sí, él ahora contaba con sus propiosaliados.

—¡Pueblo mío! —exclamó, alzandosu martillo en lo alto—. ¡Escuchadme!—la multitud se calló y todos volvieronsu rostro hacia él—. ¡Hemos

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conquistado estas tierras, lo cual esestupendo! —unos vítores estallaron yOrgrim esperó a que se calmaran antesde volver a hablar—. ¡Este mundo estárepleto de vida y aquí podremos criar anuestras familias sanas y fuertes! —seoyeron más vítores—. ¡Pero cuenta consus propios defensores! ¡Los humanosson fuertes y talentosos, y luchan conuñas y dientes por conservar lo que erasuyo! Unos murmullos de aceptaciónrecorrieron toda la Horda. Reconocer elpoder de un enemigo no era un signo dedebilidad y los humanos eran sin dudaun poderoso adversario. Muchos orcoshabían luchado contra ellos como para

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saber que estaba en lo cierto.—¡Debemos continuar nuestra

conquista! —le dijo a su gente, al mismotiempo que señalaba hacia el norte consu martillo—. Más allá de estas tierras,se encuentra otra llamada Lordaeron. Encuanto la controlemos, nuestros clanespodrán reclamar esos territorios,asentarse, construir casas y volver aformar familias. Pero primero, ¡debemosarrebatársela a los humanos, que no sevan a rendir sin más! La muchedumbrerugió al unísono, mostrando así sudisposición a seguir luchando. MartilloMaldito los apaciguó al alzar una mano.

—Sé que sois muy fuertes —les

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aseguró—. Sé que sois guerreros y queno flaquearéis en batalla. Pero loshumanos son muchos y, esta vez, estaránpreparados para recibimos —entonces,se inclinó sobre su martillo—. Pero noestarán preparados para nuestrosaliados.

A continuación, señaló a alguiensituado a sus espaldas y Zul’jin dio unpaso adelante. El líder de los trols debosque había traído a un centenar de lossuyos a esta reunión, que ahora seencontraban desplegados tras él yOrgrim, blandiendo sus hachas, suspequeñas espadas curvadas y susaterradoras lanzas de punta ancha.

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—Os presento a los trols de bosque—les anunció Martillo Maldito a losorcos de allá abajo—. ¡Ahora formanparte de la Horda y pelearán a nuestrolado! ¡Son tan fuertes como un ogro perotan astutos como un orco y nadie lossupera en el arte de la talla de madera!¡Serán nuestros guias, nuestrosexploradores y nuestros guerreros delbosque! Zul’jin dio otro paso al frente,mientras su larga bufanda ondeaba alviento.

—Hemos jurado lealtad a la Horda—declaró, con una voz que sonó consuma claridad a pesar de la tela que lecubría la boca—. ¡Lucharemos con

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vosotros y juntos aplastaremos a loshumanos, a los elfos y a cualquier otroque se interponga en nuestro camino!Los orcos lo ovacionaron, así como lostrols de bosque. Zul’jin asintió yretrocedió.

—Pero no son nuestros únicosAliados —señaló Orgrim.

Acto seguido, se volvió y Sanguinodio un paso al frente, acompañado delos caballeros de la Muerte. Se habíantapado el rostro y la cabeza con unasgruesas telas para ocultar sus espantososrasgos, de tal modo que únicamente susbrillantes ojos resultaban visibles. Noobstante, la Horda pudo observar lo

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anchos que eran sus hombros y loamplios que eran sus pechos. En cuantoSanguino alzó su clava, las joyas de esaarma centellearon con un brillo querivalizaba con la luz del sol.

—Somos los caballeros de laMuerte —anunció Sanguino, su extrañavoz proyectó esas palabras a través dela multitud como si fuera un vientogélido—. Hemos jurado lealtad a laHorda y a Martillo Maldito.¡Lucharemos como uno más de vosotrosy expulsaremos a los enemigos de losorcos de este mundo! Le había pedido aOrgrim que no revelara su verdaderanaturaleza a los demás orcos y este se

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había mostrado de acuerdo. A muchosde ellos no les habría hecho ningunagracia saber que esos nuevos guerreroseran orcos también, antiguos brujos quehabían sido masacrados a los que Gul’dan había metido dentro de unoscadáveres humanos putrefactos.

—Los caballeros de la Muerte seránnuestra caballería y nuestra vanguardia—les explicó Martillo Maldito—. Sonfuertes y rápidos y dominan una magiatenebrosa que acabará con las defensasde nuestros adversarios —entonces,calló por un momento—. Prontocontaremos con otros aliados —apostilló.

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Había esperado que esos otrosaliados hubieran podido estar tambiénpresentes, pero Zuluhed había insistidoen que su clan necesitaba más tiempopara acabar con los preparativos. Aunasí, con esto era más que suficiente porahora.

—Marcharemos hacia el norte —ledijo Orgrim a los suyos—. Cruzaremosestas tierras y nos adentraremos en KhazModan, el hogar de los enanos. Esastierras son ricas en metales ycombustible. Nos haremos con esosrecursos y los utilizaremos paraconstruir una poderosa flota de barcos.Con esas naves, nuestras fuerzas

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navegarán hacia el norte, haciaLordaeron, ya que los humanos noesperarán que lleguemos por mar.Desembarcaremos al oeste yretrocederemos, para sorprenderlos porla retaguardia. ¡Los aplastaremos y,después, gobernaremos esas lunas y todoeste mundo como si fuera nuestro! LaHorda volvió a ser un clamor, que fueaumentando de volumen más y más hastareverberar en las rocas que losrodeaban. Martillo Maldito notó ese ecobajo los pies, que estremecía esa mismacima, y volvió a mirar a Zuluhed, que sehallaba detrás de él. ¡Los chillidos ygritos de guerra de su gente no deberían

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haber sido capaces de perturbar de esemodo a la montaña! No obstante, elviejo chamán asintió.

—El volcán se ha pronunciado —afirmó en voz baja Zuluhed, a la vez quedaba un paso al frente, para queúnicamente Orgrim pudiera escuchar suspalabras—. Los espíritus que moran enel interior de la montaña se sientensatisfechos —sonrió ampliamente,mostrando sus gastados colmillos—.¡Nos dan su bendición! Martillo Malditoasintió. Las rocas todavía temblabancuando elevó su martillo de nuevo y loblandió por encima de su cabeza. Lamuchedumbre coreó su nombre.

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—¡Martillo Maldito! —gritaron y seoyó un tremendo estruendo acontinuación. El cielo se tornó oscuro.

—¡Martillo Maldito! —gritaron otravez y el aire se volvió más denso.

—¡Martillo Maldito! —bramaronpor tercera vez y, acto seguido, lamontaña situada tras ellos explotó conun gran estrépito, escupiendo lava yrocas. Los gritos de la Horda seincrementaron, pero no por culpa delmiedo. Al igual que Zuluhed, loconsideraban una bendición, unademostración de que la misma tierraaprobaba sus actos.

Orgrim permitió que el tumulto

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continuara por un momento, aceptandotodo esto como una muestra de respeto ylealtad por parte de su gente, al mismotiempo que el fervor de los suyosalcanzaba cotas inimaginables.

—¡Marchemos! —rugió—. ¡Que loshumanos tiemblen cuando nosaproximemos!

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—¡C

CAPÍTULO SIETE

uéntanoslo todo!Khadgar asintió, sinmolestarse siquiera en mirar

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a su alrededor, ya que sería en vano. Elconsejo de gobierno del Kirin Tor habíarequerido su presencia y sabía que suslíderes solo eran visibles si deseabanserlo.

Había estado en la cámara delconsejo en una ocasión anterior, cuandole informaron de que iba a ser elaprendiz de Medivh. Entonces, aquellaestancia le había sobrecogido; parecíapender de algún modo del aire,únicamente el suelo era levementevisible mientras el mundo a su alrededorse oscurecía, se iluminaba y era barridopor las tormentas más rápidamente de loque sucedía jamás en la naturaleza. Los

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miembros del consejo lo habíanintimidado del mismo modo, pues se lehabían aparecido como unas figurasencapuchadas y envueltas en capas,cuyas formas, rostros y géneropermanecían ocultos por medio de esosropajes y la magia. Lo cual era bastanteteatral y muy práctico, ya que los líderesde la comunidad de magos eran elegidosen secreto para evitar que fuerantentados con sobornos, sometidos achantajes y objetos de otro tipo depresiones. Los miembros del consejoconocían las identidades de los demás,pero nadie fuera de este círculo lassabía. Los disfraces que portaban

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aseguraban que eso fuer así y tambiéndotaban al consejo de un aire demisterio; además, a muchos de susmiembros les encantaba la confusión queesto provocaba y se cercioraban de quetodo el mundo que entrara en esa cámarao saliera de ella acabara desconcertado,sin saber dónde había estado o a quiénhabía visto e incluso, muy a menudo,sobre qué habían dicho y oído. Poraquel entonces, la estratagema habíafuncionado con Khadgar, pues habíaabandonado la cámara aturdido eincapaz de recordar exactamente quéhabía ocurrido durante la audiencia.

Sin embargo, las cosas habían

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cambiado mucho desde entonces.Aunque solo habían transcurrido unospocos años, Khadgar había maduradomucho y crecido considerablemente ensabiduría y poder. Su aspecto tambiénhabía cambiado y se alegró al pensarque, por una vez, algunos de losmiembros del consejo se quedarían tandesconcertados ante su visitante comoeste ante ellos. Al fin y al cabo, era unjoven cuando se fue y regresaba como unanciano, más viejo que muchos de ellosa pesar de que había vivo mucho menos.

No obstante, Khadgar no teníaninguna gana de andarse con jueguecitos.Estaba agotado. Se había

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teletransportado a Dalaran y, pese a quesu magia era bastante poderosa comopara llevar a cabo tal proeza, era unadistancia enorme. Además, habíapermanecido levantado hasta altas horasde la noche para discutir ciertos asuntoscon Lothar, preparando la primerareunión oficial de estrategia de lapróxima semana. Khadgar apreciaba elinterés que habían mostrado sus antiguosmaestros por lo acaecido últimamente ycreía que debían saber lo ocurrido enAzeroth, pero también creía que nohacían falta en esta ocasión tantateatralidad ni afectación ni aparatosidad.

Por eso, cuando levantó por fin la

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cabeza, miró directamente a la figuraenvuelta en una capa que tenía a suizquierda.

—Con mucho gusto, os contaré losucedido, príncipe Kel’thas —dijo consuma educación—, pero creo que meresultaría más fácil contarlo si pudieraver a mi público como es debido.

Oyó una exclamación de asombroahogada que venía de algún lado; sinembargo, la figura de la capa a la que sehabía dirigido se rio para sus adentros.

—Tienes razón, joven Khadgar —replicó el mago—. A mí también meresultaría difícil hablar con unas figurastan enigmáticas —con un rápido gesto,

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el príncipe elfo hizo desaparecer sudisfraz, revelando así su verdaderoaspecto: vestía una ornamentada túnicade color violeta y dorado, tenía el pelorubio y tan largo que le llegaba a loshombros y poseía un semblante defacciones marcadas donde se atisbabaque permanecía expectante y alerta—.¿Así mejor?

—Muchas gracias —contestóKhadgar, quien miró a los demásmiembros del consejo—. ¿Y qué medecís el resto? ¿Acaso no voy a poderver tu cara, Lord Krasus? ¿Ni la tuyaLord Kel’Thuzad? Lord Antonidas ni seha molestado en ponerse un disfraz y el

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príncipe Kel’thas ha sido bastanteconsiderado como para quitarse el suyo.

¿Vais a proceder el resto del mismomodo?

Antonidas, que se hallaba sentadoante Khadgar en una silla invisible, serio a mandíbula batiente.

—Pues claro, joven, por supuesto —respondió—. Este asunto es demasiadoserio para que empleemos estos trucosde salón; además, ya no eres un zagal alque engañar y asombrar con tales juegosde prestidigitación. Descubrios, amigosmíos, y acabemos con este asunto antesde que la noche se acabe.

Los demás magos obedecieron,

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aunque algunos lo hicieronrefunfuñando. Unos segundos después,Khadgar se halló ante seis personas.Reconoció a Krasus al instante, por suconstitución menuda, sus delicadasfacciones y su pelo plateado, donde aúntenía algún que otro mechón pelirrojo.También reconoció a Kel’Thuzad, unhombre impresionante y carismático depelo moreno, barba frondosa y unos ojosextrañamente vidriosos con los que dabala impresión de no mirar con ellos elmundo que lo rodeaba. A los otros dos,un tipo rechoncho y una mujer muy alta yescultural, no los conocía, aunque susrostros le resultaban familiares. Lo más

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probable era que se hubiera cruzado conellos por los pasillos de la CiudadelaVioleta cuando había sido estudiante,aunque nunca se habrían dirigido a éldirectamente pues, por aquel entonces,no era nadie importante para ellos.

Ahora, sin embargo, captaba toda suatención.

—Hemos hecho lo que has pedido—se quejó Kel’Thuzad—. ¡Ahora, dinosqué ha ocurrido!

—¿Qué queréis saber? —preguntóKhadgar al viejo mago.

—¡Todo!Por su mirada, estaba claro que

Kel’Thuzad lo decía en serio. Siempre

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había tenido reputación de soñador einvestigador, siempre andaba buscandoinformación, sobre magia en particular,sobre sus fuentes y su potencial. Detodos los miembros del Kirin Tor habíasido uno de los más interesados enpoder acceder a la biblioteca arcana deMedivh, por lo que Khadgar había dadopor supuesto que debía de ser uno de losque más se había enfadado al enterarsede su destrucción. No obstante, no sehabía tomado la molestia de mencionarque se había llevado los tomos másselectos antes de abandonar esa torre.

—Muy bien.Acto seguido, se lo contó todo.

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Aceptó agradecido la silla que elhombre regordete le ofreció parasentarse y les contó todo cuanto habíasucedido desde que había marchado deDalaran, hacía dos años. Les habló de loextraña que había sido su etapa comoaprendiz de Medivh, del volublecarácter del mago maestro y de susextrañas desapariciones. Les habló delos primeros encuentros con los orcos.Le habló de los asesinatos del mago. Leshabló sobre cómo Medivh los habíatraicionado y cómo Lothar y él habíanacabado con la vida del mago. Después,siguió hablando sobre la Horda y lasbatallas que habían tenido lugar, sobre

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el asedio de Ventormenta, la muerte deLlane, la caída de la ciudad y susubsiguiente huida.

Los magos maestros permanecieroncallados durante gran parte de su relato.De vez en cuando, alguno de ellos hacíaalguna pregunta, pero en general, semostraron muy considerados con alguienque era muy inferior a ellos; asimismo,las pocas preguntas que le hicieronfueron breves y al grano. En cuantoacabó de hablar sobre la Alianza y lospaladines, Khadgar se recostó paratomar aire y aguardó a la siguientepregunta de los magos.

—No has mencionado a la Orden de

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Tirisfal —observó Kel’Thuzad, lo cualprovocó que Antonidas tosieraexageradamente—. ¿Qué? —le espetó elmago investigador—. ¡Es algo muyrelevante si hablamos de Medivh!

—Lo es —respondió Khadgar—.Disculpadme por el desliz. Pero —miróa su alrededor, intentando evaluar quésabía al respecto cada mago basándosesolo en su semblante, y optó por ser lomás discreto posible— sé muy pocosobre los verdaderos objetivos de laOrden. Sé que Medivh pertenecía a ellay que mencionó un par de veces suexistencia, pero no nombró a ningún otrode sus miembros ni me habló sobre sus

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actividades.—Por supuesto —dijo la mujer.Khadgar se percató de que ella y

Kel’Thuzad intercambiaron unasmiradas plagadas de frustración ydecepción. Se dio cuenta de que habíatomado la decisión adecuada. No sabíannada sobre la Orden y habían intentadoengañarlo para que les revelara sussecretos. Como habían fracasado, novolverían a insistir en el tema.

—Pero me preocupa más quéocurrió con el propio Medivh —prosigió diciendo la maga—. ¿Estásseguro de que fue a Sargeras a quienviste dentro de él?

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—Sin lugar a dudas —Khadgar seinclinó hacia delante—. Ya había visto aese titán en una visión y lo reconocí alinstante.

—Así que fue Medivh… o Sargerasa través de él… quien abrió esa grietaen la realidad que cruzaron los orcos —concluyó el hombre rechoncho—. ¿Ycómo dices que se llamaba su mundonatal?

—Draenor —contestó Khadgar,estremeciéndose ligeramente. Recordóotra visión que había tenido en la torrede Medivh, en la que salía él muyanciano (o, al menos, con el aspecto quetenía ahora) liderando una pequeño

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destacamento de guerreros que se iba aenfrentar a una multitud de orcos en unmundo con el cielo de color rojo sangre.Garona le había comentado que ese sitiose parecía a Draenor, lo cual queríadecir que estaba destinado a viajar a esemundo. Y con casi toda seguridad, nosobreviviría a ese viaje. Entonces, seobligó a centrarse en la conversaciónque estaba teniendo lugar ahora mismo.

—¿Qué sabemos acerca de él? —inquirió Krasus—. ¿Sobre ese mundo?Ya nos has descrito cómo es su cielo,pero ¿no puedes contarnos nada más?

—Yo no he estado allí en persona —respondió Khadgar, mientras pensaba:

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Al menos, aún no.Pero una compañera mía, una

semiorco, me contó muchas cosas sobreese mundo y los orcos —pudo ver aGarona en su mente, pero pronto apartóese doloroso recuerdo de su memoria—.En su hogar, los orcos eranconsiderablemente más pacíficos…tenían sus riñas y disputas pero noluchaban entre ellos. Sus únicosenemigos de verdad eran los ogros, y losorcos son mucho más listos y muchísimomás numerosos que ellos.

—Entonces, ¿qué les pasó? —preguntó Kel’Thuzad.

—Se corrompieron —les explicó

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Khadgar—. Mi compañera no conocíatodos los detalles… ni el cómo ni elporqué… pero poco a poco, su piel pasóde ser marrón a tener un color verde yempezaron a practicar una magia distintaa la que habían dominado hastaentonces. Se volvieron más salvajes,más violentos. Sé que se celebró unagran ceremonia en la que intervino uncáliz. Los cabecillas bebieron de él, asícomo los guerreros… bueno, la mayoríade ellos. Entonces, su piel cambió yadoptó un color verde muy intenso y susojos se volvieron rojos. Se hicieron máspoderosos, más fuertes y feroces, y losdominó la sed de sangre. Mataron a

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cualquier enemigo que encontraron a supaso y, después, se volvieron unoscontra otros. Además, esa magia acabóabsorbiendo la fuerza vital al suelo deese mundo, de tal modo que las cosechasno volvieron a crecer. Estaban a puntode matarse entre ellos o de morir dehambre cuando Medivh se presentó ante Gul’dan, el brujo jefe de la Horda, y leofreció una puerta de entrada a estemundo. Nuestro mundo. Gul’dan aceptósu propuesta y juntos construyeron elportal. En cada tanda, fueron enviando aunos pocos clanes, hasta irincrementando gradualmente su número.Después, era una mera cuestión de

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esperar, de ir haciéndose más fuertes, deconocer el terreno y las defensas deladversario para, al final, atacar.

—Y ahora se aproximan con todassus fuerzas —apostilló Kel’thas, congesto ceñudo.

—Sí.Khadgar esperó a que hablara

alguien más, pero nadie lo hizo. Al final,se revolvió en su silla invisible.

—Si no hay nada más que hablar,nobles caballeros, noble señora, memarcharé ya —dijo—. Ha sido un largodía y estoy muy cansado.

—¿Qué tienes previsto hacer a partirde ahora? —inquirió la mujer justo

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cuando el avejentado mago se levantabade su silla.

Khadgar frunció el ceño. Habíaestado planteándose la misma preguntadesde que había llegado a Lordaeron.Una parte de él quería rogarle al KirinTor que lo protegiera. Tal vez podríarecuperar su antiguo trabajo de ayudantedel bibliotecario. Ahí, no causaríaproblema alguno y se hallaría a salvotras las más poderosas defensas mágicasdel mundo.

Otra parte de él, sin embargo,odiaba la idea de rehuir del inminenteconflicto. Después de todo, ¡se habíaenfrentado a un demonio! Y había

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sobrevivido. Si había sido capaz deenfrentarse a algo así, seguro que podríacon un ejército de orcos.

Además, la amistad y el respetotodavía contaban para algo, al menospara él.

—Voy a prestar mi apoyo a LordLothar —respondió al fin, manteniendoun tono de voz despreocupadodeliberadamente—. Le había prometidomi ayuda y se la merece con creces. Trasla guerra, si sobrevivimos…

En ese instante, se encogió dehombros.

—Sigues siendo súbdito de Dalaran—señaló la mujer—. Si te llamamos y te

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asignamos un cometido, ¿acudirás anuestra llamada? Khadgar se quedópensativo uno segundos.

—No —contestó lentamente—. Esono podrá ser. Si tras esta guerrasobrevivimos, regresaré a mis estudios,aunque no tengo nada claro si lo haréaquí o en la torre de Medivh o en algúnotro lugar.

Los miembros del consejo loobservaron detenidamente y él hizo lomismo con ellos. Fue Krasus quienrompió el silencio al final.

—Te fuiste de aquí siendo un meromuchacho, un aprendiz bisoño afirmó,—con un tono de voz que a Khadgar le

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pareció aprobatorio—. Pero hasregresado siendo ya todo un maestro yun hombre hecho y derecho.

Khadgar agachó la cabeza paraaceptar ese cumplido, pero no dijo nada.

—No te ordenaremos hacer nada —le aseguró Antonidas—. Respetamos tusdeseos y tu independencia. Aunque nosgustaría que nos mantuvieras al día,sobre todo en lo que respecta a Medivh,los nigromantes, la Orden y ese portal.

Khadgar asintió.—Entonces, ¿puedo irme?Esa pregunta hizo que Antonidas

esbozara una tenue sonrisa.—Sí, puedes irte —respondió el

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archimago—. Que la Luz te proteja y tedé fuerzas.

—Mantennos informados —agregóel mago rechoncho—. Cuanto antesconozcamos los planes de los orcos,antes podremos enviar tropas a esa zonay proporcionaros también ayuda en elplano mágico, claro está.

Khadgar asintió.—Por supuesto.Abandonó la estancia rápidamente.

En cuanto las puertas se cerraron,conjuró un orbe de visión. El Kirin Torsolía reunirse en esa sala que daba porsupuesto que estaba protegidamágicamente tanto de posibles ataques

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como de miradas curiosas. No obstante,Khadgar había aprendido mucho deMedivh durante el corto tiempo quehabía sido su aprendiz y habíaaprendido aún más gracias a los librosde los que se había apropiado tras lamuerte del mago maestro. Además,también se encontraba muy cerca de suobjetivo. Se concentró y unos colores searremolinaron en el interior del orbe,que pasó de ser verde a negro y otra veza verde. Unos rostros cobraron forma yese oyó un tenue murmullo. Al instante,estaba viendo a los miembros delconsejo del Kirin Tor, pero esta vezataviados con sus túnicas violetas

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normales. Incluso el voluble mural de lasala había cambiado, las imágenes quese veían en él se fueron ralentizandohasta detenerse, transformándose así enuna cámara como cualquier otra quealbergaba a seis personas.

—… no sé hasta donde podemosconfiar en él —decía el mago regordete—. No parecía muy deseoso decomplacemos.

—Claro que no —replicó Kel’thasal instante—. Dudo mucho que tú fuerasuna persona más abierta y confiada sihubieras pasado por el calvario que hapasado él. No obstante, tampocotenemos que confiar en él. Solo lo

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necesitamos para que haga de enlace conLothar, para que medie entre nosotros yciertas personas. Estoy seguro de quepodemos confiar en que no sabotearánuestros esfuerzos, ni se volverá ennuestra contra, ni retendrá evidencias oinformación que podamos necesitar. Nocreo que necesitemos ni queramos nadamás de él.

—Ese otro mundo, Draenor… meinquieta —masculló Krasus—. Si losorcos han podido atravesar ese portal,otros también podrían hacerlo… desdecualquiera de ambos lados. Sabemosque cuentan con el apoyo de ogros, perono sabemos si de alguien o algo más.

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Eso significa que podría haber otrascriaturas aún peores aguardandoansiosas su oportunidad para entrar ydevastar este mundo. Además, nadaimpide que los orcos puedan retirarse asu hogar siempre que lo crean necesario.Luchar contra un enemigo que posee unabase inexpugnable resulta mucho másdifícil de lo normal, pues puedeaparecer de repente, atacar y volver adesaparecer otra vez. Nuestra máximaprioridad debería ser dar con ese portaly destruirlo.

—De acuerdo —dijo Kel’thas—.Hay que destruir el portal —los demásasintieron—. Bien, eso ha quedado

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claro. ¿Qué más debemos tratar?A continuación, hablaron de cosas

más mundanas, como los turnos paralimpiar los laboratorios de la CiudadelaVioleta. Khadgar dejó que el orbe devisión se desvaneciera. Había obtenidomás información de lo que esperaba. Kel’thas tenía razón; durante los últimostres años, había pasado un calvario. Porotro lado, no le habría sorprendido queel Kirin Tor se enfureciera ante la faltade respeto que les había mostrado. Perono habían comentado nada al respecto yparecían haberse creído lo que les habíacontado sin rechistar, lo cual,ciertamente, era un cambio a mejor.

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Ahora, solo le restabateletransportarse a la capital paradormir, para poder estar al día siguientelo bastante despierto como para ser útil.

Una semana después, Lothar sehallaba en el interior de una tienda, quehacía las veces de centro de mando, alsur de Lordaeron, no muy lejos deCostasur, el lugar donde Khadgar y élhabían desembarcado en su momento.Habían escogido esta zona porque, porsu posición céntrica, permitía llegar acualquier parte del continente con sumarapidez, sobre todo en barco. Mientras

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las tropas se organizaban, hacíanejercicios y dormían, dentro de latienda, los reyes de Lordaeron, loscuatro hombres que había escogidocomo tenientes y él se hallaban reunidosen torno a una mesa y contemplaban elmapa extendido sobre ella. Lothar habíadesignado a Uther como su enlace con laMano de Plata y la Iglesia;sorprendentemente, los paladines habíanprogresado mucho, habíanperfeccionado sus habilidades decombate y su manejo de la Luz. Khadgarera tanto su contacto con los magoscomo su consejero más objetivo.Valiente comandaba la armada, por

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supuesto, lo cual nadie habíacuestionado siquiera. Y al jovenTuralyon, Lothar lo había nombrado susegundo al mando. El joven los habíadejado impresionados tanto a él como aKhadgar, pues les había demostrado queera inteligente, centrado, leal y untrabajador infatigable, a pesar de quetodavía trataba a Lothar como si fuerauna figura legendaria. Lothar estabaseguro de que el muchacho se acabaríaacostumbrando a su presencia y, además,no se le ocurría nadie que pudieradesempeñar mejor el papel de ser sumano derecha. Sin duda alguna,Turalyon seguía sintiendo la presión de

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tal enorme responsabilidad, por lo queLothar le había tenido que recordar endos ocasiones que no diera golpecitosdistraídamente al mapa al menos, no conun cuchillo.

Llevaban una semana discutiendo lasmismas cosas; cuál era el camino queiba a escoger la Horda, dónde podríaatacar y cómo iban a traer hasta ahí a lastropas de la Alianza, con la mayorceleridad posible, sin destrozar esoscampos y cosechas que debían protegerunidos. Justo cuando Cringris estabainsistiendo por décima vez en que lasfuerzas de la Alianza deberíanposicionarse alrededor de las fronteras

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de Gilneas en caso de que los orcosaparecieran en un principio por ahí, unexplorador irrumpió en la tienda.

—¡Señor, tiene que ver esto! —gritó, a la vez que intentaba frenar elimpulso que lo arrastraba hacia delante,hacer una reverencia y saludar—. ¡Yaestán aquí!

—¿Quién, soldado? —inquirióLothar, con un semblante ceñudo.

Estaba intentando descifrar laexpresión del explorador, pero le estabacostando, ya que aquel hombre estabademasiado sonrojado. No obstante, noparecía aterrorizado, lo cual permitió aLothar respirar hondo mientras intentaba

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recuperar sus pulsaciones normales, yaque el corazón se le había desbocado. Siel explorador no estaba espantado, no setrataba de la Horda. Sin embargo, unaleve sombra de miedo planeaba por surostro, pero estaba mezclado conrespeto e incluso sobrecogimiento.Lothar nunca había visto algo así.

—¡Los elfos, señor! —exclamó elexplorador—. ¡Ya están aquí!

—¿Los elfos?Lothar contempló fijamente a aquel

hombre, mientras intentaba procesar esainformación. Acto seguido, se volvió ylanzó una mirada iracunda a los reyesahí reunidos. Tal y como sospechaba,

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uno de ellos tosió y en su rostro sedibujó una leve expresión deculpabilidad.

—Necesitamos aliados —sejustificó el rey Terenas—. Los elfos sonuna raza muy poderosa. Creí que seríabueno que contactáramos con elloscuanto antes.

—¿Sin consultármelo? —Lotharestaba furioso—. ¿Qué pasaría sihubieran enviado todo un ejército y, deimproviso, anunciaran que asumen elcontrol total de nuestras fuerzas? ¿Y sila Horda llega mientras estamosintentando coordinar y sumar sus tropasa las nuestras? ¡No se pueden esconder

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este tipo de detalles al líder al mando!¡Pues eso podría suponer nuestrasmuertes, o la muerte de muchos de losnuestros!

Terenas asintió con sobriedad.—Tienes razón, por puesto —

replicó, recordando así una vez más aLothan por qué le tenía en tan altaestima. La mayoría de los hombres seniegan a aceptar sus fallos y, casisiempre, los peores en ese aspecto sonaquellos que poseen alguna autoridad.Pero Terenas siempre asumía laresponsabilidad de sus actos, para bieno para mal—. Debería haberloconsultado contigo primero. Creí que el

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tiempo corría en nuestra contra, pero esono es excusa. No volverá a suceder.

Lothar asintió bruscamente.—Muy bien. Vayamos a ver qué

pinta tienen esos elfos.Salió de la tienda y los demás lo

siguieron de cerca.Lo primero que vio al apartar el

faldón de la entrada de la tienda fue asus propias tropas. Aquel ejército cubríatodo el valle y se extendía más allá, portodo ese paisaje. Por un instante, Lotharse sintió orgulloso y confiado. ¿Cómoalguien o algo iba a poder vencer a unasfuerzas tan poderosas? Pero entonces,recordó cómo la Horda había arrasado

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Ventormenta, como un mar esmeraldaimparable, y el pesimismo se adueñó deél. Aun así, el ejército de la Alianza eramuchísimo más grande que el deVentormenta. Al menos, sería unobstáculo que a la Horda le costaríasortear.

Mientras contemplaba sus tropas,posó la mirada sobre la orilla y en elmar. Los barcos de Valiente seencontraban anclados a lo largo de todala costa; ahí había desde barcos ligerosy rápidos de exploración adescomunales destructores, todos loscuales conformaban un bosque demástiles y velas que se divisaba sobre

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las olas. No obstante, muchos de ellosse habían apartado del puerto, creandoasí un canal abierto por el quenavegaban un grupo de naves que no separecían en nada a ningún navío queLothar hubiera visto antes.

—Destructores elfos —susurróValiente—. Son más rápidos que losnuestros y más ligeros… pese a queportan menos armas, compensan esacarencia con su velocidad. Serán unexcelente refuerzo para nuestro ejército—entonces, el almirante de la armadaarrugó el ceño—. Pero son muy pocas.Cuento solo cuatro y ocho navíos máspequeños. Es un solo escuadrón de

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combate.—Tal vez vengan más —sugirió

Turalyon, situado al otro lado de Lothar.Valiente hizo un gesto de negación

con la cabeza.—No suelen navegar así —replicó

—. Deberían haber llegado todos juntos.—Mejor contar con una decena de

naves que con ninguna —comentóKhadgar—. Además, las tropas quetransportan tampoco nos vendrán nadamal.

Lothar asintió.—Deberíamos ir a recibirlos —dijo,

y todos asintieron.Acto seguido, se dispusieron a

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cruzar el valle todos juntos. Perenolde yCringris no estaban acostumbrados arealizar tales esfuerzos y, en unosminutos, estaban jadeando; el resto, sinembargo, se encontraba en forma yavanzaba con brío, de tal modo quellegaron al puerto justo cuando el primerbarco se detenía junto al muelle.

Una figura alta y ágil saltó de él yaterrizó con gran ligereza sobre el toscoembarcadero de madera. En su largopelo rubio se reflejaba la luz del sol yLothar pudo escuchar cómo uno de suscompañeros, al menos, lanzaba unaexclamación ahogada de asombro. Encuanto esa figura se le acercó, pudo

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comprobar que se trataba de una mujerrealmente hermosa. Sus rasgos esbeltoseran delicados y fuertes al mismotiempo, al igual que su delgado y grácilcuerpo. Llevaba una ropa de color verdebosque y marrón roble, así como unaextraña y liviana coraza sobre la camisa,unos calzones, una larga capa cuyacapucha estaba echada hacia atrás yunos guantes de cuero que le cubrían losbrazos hasta el codo al igual que lasbotas le protegían las piernas hasta lasrodillas. Portaba una estrecha espada aun lado de la cintura, una bolsa y uncuerno al otro; además, llevabacolgados a la espalda un arco largo y un

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carcaj repleto de flechas. Si bien Lotharhabía visto a muchas mujeres a lo largode su vida, algunas de ellas tan bellascomo esa elfa que se les aproximaba,ninguna de ellas había combinado contanta perfección fuerza y elegancia.Podía entender perfectamente por quévarios de sus compañeros parecían estarembelesados con ella.

—Mi señora —gritó Lothar cuandoella todavía se encontraba a unoscuantos pasos—. Bienvenida. SoyAnduin Lothar, comandante de laAlianza de Lordaeron.

Ella asintió, recorrió la distanciaque los separaba y se detuvo a solo un

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palmo de él. A esa distancia, pudodistinguir que sus puntiagudas orejassobresalían entre su pelo y que tenía losojos grandes, rasgados y de color verdeesmeralda.

—Soy Alleria Brisaveloz. Os saludode parte de Anasterian Caminante delSol y el Consejo de Lunargenta —dijocon una voz encantadora, melodiosa ysonora. Lothar sospechaba que esa vozdebía de resultar agradable inclusocuando estuviera enfadada.

—Gracias —Anduin se volvió y,con una seña, indicó al resto que secongregaran a su alrededor—.Permíteme que te presente a los reyes de

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la Alianza, así como a mis tenientes —tras hacer las presentaciones de rigor, secentró en cuestiones más apremiantes—.Perdona que sea tan brusco, LadyAlleria —dijo, provocando que ellasonriera porque la había llamado«Lady»—, pero he de preguntártelo…¿esta es toda la ayuda que tu pueblopuede brindamos?

—Voy a ser muy franca, Lord Lothar—replicó, mirando a su alrededor paracerciorarse de que nadie más los estabaescuchando. Varios elfos y elfas máshabían desembarcado ya y se hallabancongregados en el extremo más alejadodel muelle, aguardando claramente a que

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Alleria les diera permiso para acercarse—. Anasterian y los demás no sesintieron muy inquietos con los informesque nos enviasteis. Esa Horda se hallamuy lejos de nosotros y, al parecer, suintención es conquistar las tierrashumanas y no nuestros bosques. Losmiembros del consejo creen que esmejor que este conflicto se resuelvaentre las razas jóvenes, mientrasnosotros nos limitamos a reforzarnuestras fronteras para impedir que seproduzcan más incursiones.

A continuación, la elfa entornó losojos, mostrando así cuál era su opiniónsobre tal decisión.

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—Pero aquí estáis —señalóKhadgar—. Seguro que eso quiere deciralgo.

Alleria asintió.—En su misiva, el rey Terenas —

contestó, asintiendo en dirección haciaél— nos informaba de que tú, LordLothar, eras el último de la dinastíaArathi. Nuestros ancestros juraronlealtad eterna al rey Thoradin y toda suestirpe. Anasterian sabía que debíamosrespetar ese pactó. Por eso ha enviado aeste escuadrón de batalla, para cumplircon nuestra obligación.

—¿Y tú por qué estás aquí? —lepreguntó Lothar, tras haberse dado

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cuenta de que únicamente se habíareferido a los barcos.

—Estoy aquí por voluntad propia —anunció orgullosa, mientras echaba lacabeza hacia atrás, del mismo modo queAnduin había visto hacer a algunosfogosos sementales cuando se lesdesafía—. Soy una forestal que hadecidido venir con su propiodestacamento, para ofreceros su ayudalibremente —entonces, observó todocuanto se hallaba tras Lothar. Sus ojosse movieron inquietos, Anduin sabía queestaba estudiando al ejército desplegadotras él—. Mi intuición me indica queeste conflicto es mucho más serio de lo

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que mis gobernantes creen. Una guerraasí podría extenderse por doquier consuma facilidad y si esa Horda es tansanguinaria como decís, nuestrosbosques serán mancillados en breve consu presencia —a continuación, se volvióy cruzó su mirada con la de Lothar,quien pudo percibir que, si bien erabella, también era una mujer fuertecurtida en mil batallas—. Debemosdetenerlos.

Lothar asintió.—Estoy de acuerdo —entonces, hizo

una reverencia—. Bueno, sé bienvenida,mi señora. Le doy las gracias a vuestroseñor por el pequeño apoyo que nos

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brinda. No obstante, me siento muchomás agradecido por poder contarcontigo y tus forestales —Lothar sonrió—. Estábamos discutiendo cuál deberíaser nuestro próximo paso y meencantaría escuchar tu opinión alrespecto. En cuanto tu gente se hayainstalado, me gustaría pedirte que losenviaras en una misión dereconocimiento, con el fin decercioramos de que el enemigo todavíaestá lejos.

—No nos hace falta descansar —leaseguró Alleria—. Los enviaré deinmediato.

Acto seguido, hizo una seña y el

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resto de elfos se aproximaron.Cada uno de ellos iba ataviado de un

modo similar a ella y se movían como elmismo sigilo, aunque, a ojos de Lothar,carecían de su singular gracilidad.Alleria habló con ellos, con unaspalabras fluidas y melodiosas que leresultaron totalmente extrañas a Anduin.Al cabo de un rato, asintieron y pasaronjunto a los reyes haciendo un leve gestode asentimiento con la cabeza. Al final,abandonaron el puerto corriendo yatravesaron el valle. En unos minutos,habían desaparecido de su vista.

—Peinarán la zona y volverán ainformamos —les explicó Alleria—. Si

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la Horda se halla ya a solo dos días demarcha de aquí, lo sabremos enseguida.

—Excelente —Lothar se pasó lamano distraídamente por la frente—. Sieres tan amable de acompañarnos a latienda donde hemos instalado el centrode mando, te mostraré lo que sabemoshasta ahora y escucharemos tusopiniones al respecto.

La elfa se echó a reír.Por supuesto. Pero será mejor que

dejes de llamarme «mi señora» siquieres que te preste atención como esdebido. Llámame Alleria, sin más.

Lothar asintió, se volvió y la guiopor el puerto hasta abandonarlo, En un

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momento dado, pudo observarfugazmente a Turalyon y tuvo quereprimir una sonrisa al ver su expresión.Ahora, ya sabía de dónde procedía esaexclamación ahogada que había oídoantes.

Dos días después, Lothar no teníanada de qué reírse. Los exploradores deAlleria habían regresado, al igual quelos de Valiente, y ambos traían lasmismas noticias. La Horda había tomadoKhaz Modan y habían utilizado lasminas enanas para construir una armada;unos navíos desgarbados y

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descomunales hechos de hierro y maderaque se desplazaban torpemente por mar,pero que eran capaces de transportarmillares de orcos en sus enormesbodegas de carga. Tales barcos habíantransportado a la Horda con granceleridad por el mar, con intención dealcanzar la costa sur de Lordaeron. Sinembargo, no parecía que fueran a llegarhasta el dominio de Cringris. Daba laimpresión de que la Hordadesembarcaría en la región deTrabalomas, a medio camino entre ellugar donde ahora se encontraban yGilneas. Si la Alianza reaccionaba conrapidez, podrían estar ahí esperándolos

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cuando llegasen.—¡Reunid a las tropas! —vociferó

Lothar—. Dejad aquí todo lo que no seanecesario… ¡ya enviaremos a alguien arecogerlo si sobrevivimos! Ahoramismo, lo único que tenemos que haceres damos prisa. ¡Vamos! ¡Vamos! —entonces, se volvió hacia Khadgarmientras el resto de sus tenientes salíanpresurosos de la tienda de mando yreunían a las tropas, acompañados delos reyes—. Ha empezado —le dijo almago avejentado.

Khadgar asintió.—Creía que tendríamos más tiempo

—reconoció.

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—Yo también —admitió—. Peroestos orcos se han dejado llevar por laimpaciencia en sus ansias de conquista,lo cual podría ser su perdición —suspiró—. Al menos, eso espero.

Contempló fijamente los mapas deTrabalomas por un momento e intentóimaginarse la inminente batalla.Entonces, negó con la cabeza. Teníamuchas cosas que hacer. Además, prontoexperimentaría esa batalla en primerapersona.

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—¿E

CAPÍTULO OCHO

stamos listos?Turalyon tragó saliva yasintió.

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—Sí, señor.Lothar asintió y se alejó, con el ceño

arrugado, y, por un segundo Turalyontemió que hubiera adoptado esaexpresión por su culpa. ¿Acaso le habíarespondido mal? ¿Acaso Lord Lotharpretendía que le hubiera dado másdetalles? ¿Acaso se suponía que teníaque haber dicho o hecho algo más?

Para, se dijo a sí mismo. Te estásdejando llevar por el pánico. ¡Otra vez!Cálmate. Lo estás haciendo bien. Estácontrariado porque vamos a entrar enbatalla, no porque lo hayasdecepcionado.

Se obligó a no pensar más en ello y

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revisó una vez más su equipo. Lascorreas de su armadura estaban enperfectas condiciones y bien atadas,sostenía el escudo con firmeza en elbrazo y su martillo de guerra pendía delpomo de la silla de montar. Estaba listo.Más no podía hacer.

Miró a su alrededor y estudió a lasdemás figuras cercanas. Lothar estabahablando con Uther. Turalyon envidió suaplomo. Aunque parecían un tantoimpacientes, también parecían hallarsetotalmente serenos, ¿acaso eso era algoque te iba dando la experiencia?Entretanto, Khadgar contemplaba lallanura y debió de percatarse de que

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Turalyon lo miraba, ya que se giró y lebrindó una sonrisa cansada.

—¿Nervioso? —le preguntó elmago.

Turalyon esbozó una amplia sonrisaa pesar de que no quería hacerlo.

—Mucho —admitió.Lo habían educado para que

respetara a los magos, aunque recelandode ellos, pero Khadgar era distinto.Quizá eso se debía a que teníanprácticamente la misma edad, pese a queel mago pareciera ser varias décadasmás viejo. O quizá, simplemente, a queKhadgar no parecía sentirse superior atodo aquel que no era mago, no como

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muchos otros magos. El primer día,después de que el arzobispo Faol loshubiera presentado a todos, habíaentablado conversación con él con granfacilidad, por lo que a Turalyon le habíacaído en gracia. También tenía a Lotharen alta estima, pero eso era porque sesentía deslumbrado por la experiencia yhabilidades marciales del Campeón. Sibien Khadgar era probablemente máspoderoso, era más accesible, por lo cualse habían hecho amigos rápidamente.Era el único al que Turalyon se atrevía aconfesarle sus miedos.

—No te preocupes por eso —leaconsejó Khadgar—. Todo el mundo lo

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está. El truco consiste en superarlo.—¿Tú también estás nervioso?El mago sonrió de oreja a oreja.—Más bien tremendamente asustado

—le confesó—. Siempre que entramosen combate, me sucede lo mismo. FueLothar quien me dijo, después de unabatalla, que uno debe estar asustado.Porque el hombre que no tiene miedo sedescuida y acaba resultando herido.

Turalyon asintió.—Mis instructores decían lo mismo

—replicó, negando con la cabeza—.Pero una cosa es decirlo y otra, hacerlo.

Su amigo le dio una palmadita en elhombro.

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—Lo harás bien —le aseguró—. Encuanto empiece el combate, estaremosdemasiado ocupados como para pensaren ello.

Ambos se volvieron y miraron unavez más a su alrededor. La región deTrabalomas se llamaba así por susondulantes laderas. El ejército de laAlianza se había extendido a lo largo dela última línea de colinas, de cara haciaCostasur, en Lordaeron, y del MareMagnum, que se encontraba más allá.Las naves de la Horda se aproximabanante sus ojos; eran unos navíos colosalesy difíciles de manejar, hechos de unmetal oscuro y madera ennegrecida, sin

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velas pero con una gran cantidad dehileras de remos. Lolhar pretendíaenfrentarse a la Horda en cuanto estaemergiera del mar, antes de que losorcos tuvieran la oportunidad deafianzar sus posiciones en tierra. Laarmada de Valiente había asaltado a laflota orco durante su travesía y habíadestruido varias de sus naves, enviandoasí a miles de orcos al fondo delocéano; sin embargo, la Horda era tannumerosa que se habían limitado aeliminar los barcos que se encontrabanen la parte exterior de la formaciónmientras el resto proseguían su viajeindemnes. De ese modo, para cuando

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llegaran a la orilla todavía quedaríanmuchos navíos contra los que luchar.

—Ya casi han alcanzado la orilla —les informó Alleria, cuya aguda vista deelfa le permitía ver mucho más lejos quelos demás. Acto seguido se giró haciaTuralyon—. Será mejor que prepares atus hombres para el ataque.

Este se limitó a asentir, pues temíaque no le brotaran las palabras de laboca. Había visto a muchas mujeres a lolargo de su vida, claro está y la orden ala que pertenecía no prohibía mantenerrelaciones ni casarse. No obstante, laforestal elfa hacía palidecer porcomparación a toda mujer que hubiera

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conocido anteriormente, pues parecíandébiles y bastas comparadas con ella.Era tan segura de sí misma, tan grácil ytan encantadora que, cada vez que laveía, Turalyon se quedaba sin saliva y,muy a menudo, temblaba y sudaba comoun caballo que acabara de correr unadura carrera. A juzgar por cómo lebrillaban los ojos y la media sonrisa queesbozaba la elfa cuando se dirigía a él,Turalyon sospechaba que ella lo sabía ydisfrutaba de lo mal que lo pasaba.

Ahora, al menos, tenía algo con quédistraerse. Hizo una seña a los líderesde su unidad y, a continuación, con ungesto, les indicó que avanzaran. Ellos, a

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su vez, dieron la orden a sus heraldos,quienes soplaron sus cuernos de batallapara dar la señal de avanzar. En unosminutos, todas las fuerzas de la Alianzaestaban desplazándose, marchando a pieo cabalgando a lomos de sus monturascon paso firme por las colinas, mientrasdescendían hacia la orilla.

Mientras recortaban la distancia quelos separaba de su destino, Turalyon fuecapaz de distinguir aún más detalles delenemigo. Vio cómo el primero de losbarcos varaba en la playa y cómo unassiluetas envueltas en sombrasdesembarcaban en tropel por uno de suscostados, para recorrer después con

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pasos estruendosos esa playa rocosa endirección a las laderas. Incluso desdeahí, podía apreciar que eran decomplexión robusta y poseían unospechos fuertes y unos brazos largos yvigorosos; asimismo, a pesar de serpatizambos, avanzaban dando grandeszancadas. Blandían diversas armas;hachas, martillos, espadas y lanzas. Yeran innumerables.

—¡Ya están en tierra! —gritó Lothar,al mismo tiempo que desenvainaba sudescomunal espada magna con un solomovimiento. La sostuvo en alto, de talmodo que las runas de oro de su hojareflejaron la luz—. ¡Cargad! ¡Por

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Lordaeron!Espoleó a su caballo y este, de un

brinco, salió corriendo y atravesó lasfilas de la Alianza, mientras el leóndorado del escudo de su jinetecentelleaba.

—¡Maldita sea! —exclamóTuralyon, quien espoleó a su propiocorcel para que cabalgara al galope ysaliera corriendo tras su comandante,mientras aferraba con firmeza sumartillo y se colocaba el yelmo en susitio.

Los soldados se apartaron conceleridad y desordenadamente de sucamino, mientras otros se apresuraban

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en darle alcance. De improviso, los dejóatrás y se encontró en el estrechoespacio que separaba ambos ejércitos.No obstante, enseguida arremetió confuerza contra los orcos, justo cuandoLothar derribaba a varios de ellos consu primer mandoble y unos cuantosavanzaban hacia su montura, dispuestosa derribar al Campeón y despedazarlo.

—¡No! —vociferó Turalyon, quienatacó con su martillo en cuanto estuvocerca de él, acertando de lleno a un orcoen la cabeza.

La criatura cayó al suelo sinpronunciar apenas grito alguno. Alinstante, Turalyon noqueó a otro con su

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escudo, alejando a ese orco el tiemposuficiente como para poder alzar sumartillo otra vez y machacar a ese otromonstruo también.

¡Por la Luz, qué feos eran! Pese aque Lothar y Khadgar se los habíandescrito, no era lo mismo que tenerlosdelante, con esa piel de color verdeintenso y esos ojos rojos relucientes. ¡Yesos colmillos!

Había visto jabalís con colmillosparecidos, pero nunca en un ser quecaminara con dos piernas y portara unarma. Asimismo, pudo comprobar queeran muy fuertes, en cuanto el martillode guerra de un orco chocó contra el

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suyo con tanta fuerza que estuvo a puntode clavárselo en el yelmo. Por fortuna,parecían confiar más en la fuerza y laagresividad que en la destreza; fue capazde desenganchar su martillo del otro ylevantarlo de nuevo, de modo quealcanzó al orco con su mango justo en lamejilla, aturdiéndolo el tiemponecesario como para poder golpearloadecuadamente.

Lothar había acabado con los orcosque se encontraban a su lado con unferoz golpe de espada. Turalyon guio asu caballo hasta colocarse junto a sucomandante. De esta manera, pelearoncodo con codo, atacando constantemente

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con su martillo y su espada magna. Enese instante, Uther, que se hallaba justodetrás de ellos, estaba aplastando alenemigo con su poderoso martillo adiestra y siniestra. Un fulgorperfectamente visible, que lo rodeaba aél y a su arma, obligaba a los orcos avolverse y protegerse los ojos. Unclamor surgió de entre las fuerzas de laAlianza en cuanto vieron la soltura conla que el paladín despachaba alenemigo. Lo cual no sorprendió aTuralyon. Había entrenado junto a Uthery sabía que la fe del viejo paladín eraincreíblemente fuerte, tanto como parallegar a manifestarse de manera visible.

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Ojalá la suya fuera tan firme.Sin embargo, ahora no era el

momento de pensar en ello, pues másnavíos de guerra orcos estaban llegandoa la playa, de los que estabandesembarcando millares de esascriaturas. Turalyon se dio cuentainmediatamente de que si se quedabanahí los arrasarían.

—¡Señor! —gritó Lothar—.¡Debemos retroceder para unirnos alresto de nuestro ejército!

Al principio, creyó que el Campeónno le había oído, pero entonces, Lotharatravesó con su espada a otro orco yasintió.

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—¡Uther! —exclamó. El paladín segiró—. ¡Volvamos con los demás!

Uther alzó su martillo a modo desaludo y obligó a girar a su caballo alinstante. Después, se abrió paso a travésde la Horda a golpe de espada. Lotharse encontraba justo detrás de él,mientras que Turalyon cerraba laformación e intentaba mantener a raya alos orcos con su martillo y su escudo.Un orco, que sostenía una descomunalhacha en una mano, intentó agarrarlo consu mano libre, pero al instante, cayó alsuelo con una flecha atravesándole lagarganta. Turalyon se atrevió a echar unvistazo fugaz a su alrededor y divisó una

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figura esbelta en la colina, que alzó unarco largo a modo de saludo. Desdetanta distancia, solo pudo distinguir elbrillo de su rubio pelo.

En varias ocasiones, creyó que ibana ser derrotados, pero Uther, Lothar y éllograron regresar sanos y salvos a lavanguardia de sus fuerzas. No obstante,la Horda les pisaba los talones.

—¡Agrupaos! —vociferó Lothar—.Alzad las lanzas. ¡Unid los escudos!¡Repeled su ataque!

Los soldados se apresuraron aobedecer; hasta entonces, habíanpermanecido preparados para la lucha,pero sin estar en formación, sin

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conformar una única fuerza, pero eso nofuncionaría ante una Horda que lossuperaba en número. Ahora, sedesplazaban juntos, formando un sólidomuro de escudos, del que sobresalíanmúltiples lanzas, contra el que la Hordase estrelló. En varios sitios, ese muro sevino abajo, pues ahí la carga orco habíavencido la resistencia de las tropasadversarias, pero en general, resistió yobligó a los orcos a retroceder mientrasse llevaban las manos a unas heridasrecién abiertas. Aunque algunos cayeronal suelo y no se volvieron a levantar, suscompañeros rápidamente pasaron porencima de ellos.

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Una segunda oleada impactó contrael muro de escudos y logró que mássecciones se derrumbaran, pero una vezmás, los orcos sufrieron muchas bajas.Turalyon hizo una seña a los líderes deunidad más próximos y se sintió muysatisfecho al comprobar que respondíana sus órdenes con premura. Al instante,un segundo muro de escudos fuecobrando forma tras el primero. Podríanlevantar un muro tras otro y si cada unode ellos provocaba el mayor númeroposible de bajas, acabarían desgastandoa la Horda hasta que fuera lo bastantepequeña como para poder enfrentarse atales criaturas directamente.

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Sin embargo, los orcos no eran tanestúpidos. Tras arremeter por terceravez con el muro, decidieron detenerse,como si estuvieran esperando algo.Pronto, Turalyon vio qué ese «algo».Cada una de ellas portaba una capuchaque le cubría casi toda la cara y sosteníauna clava brillante, además, cabalgabansobre unos extraños caballostremendamente embardados que poseíanunos ojos relucientes. Esas aberracionescargaron directamente contra el muro deescudos y alzaron sus clavas alaproximarse. Turalyon oyó… no, másbien percibió de algún modo un extrañozumbido. Súbitamente, los soldados que

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se hallaban delante de esas criaturascayeron al suelo y se agarraron lacabeza, mientras la sangre les brotabapor la boca, la nariz y los oídos.

—¡Por la Luz! —exclamó Uther,quien se encontraba cerca de Turalyon yse encolerizó al ser testigo de ese horror—. ¡Esos demonios emplean una magiatenebrosa en nuestra contra! —alzó bienalto su martillo, cuya cabeza brilló conuna luz tan plateada como la de la luna.

—¡Manteneos firmes, soldados! —gritó—. ¡La Luz Sagrada os protege!

El fulgor se extendió del martillohacia los guerreros, a los que inundó conluz. En cuanto las figuras envueltas en

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capas alzaron sus manos de nuevo, lossoldados esbozaron un gesto de dolorpero no cayeron. Entonces, Utherarremetió contra esos engendros. Elmuro de escudos se abrió el tiemposuficiente para que tanto él como losdemás paladines (entre los que seencontraba Gavinrad, a quien Faolfelizmente había reclutado para laorden) lo cruzasen. Una vez más, lossoldados de la Alianza profirieron gritosde júbilo, animados por el sorprendentepoder que con gran destreza manejabanlos paladines.

La indecisión se adueñó deTuralyon. Como paladín que era, su

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lugar estaba con ellos, pero comoteniente de Lothar, su lugar estaba ahí,supervisando a sus hombres.

Los paladines y las figuras envueltasen capas se enzarzaron en una durabatalla donde la victoria no sedecantaba por nadie. Turalyon vio cómouno de esos extraños invasores agarrabaa Gavinrad del brazo. Al instante, unastinieblas emergieron de la mano deaquel engendro. Pero el aura sagrada deGavinrad brilló con más intensidad sicabe y alejó a esas tinieblas,provocando que su atacante retrocedieraacobardado a la vez que esquivaba elmartillo del paladín. Mientras tanto, los

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orcos seguían machacando el muro deescudos, abriendo agujeros en esa líneadefensiva que, inmediatamente, eranocupados por otro soldado.

Entonces, algo captó la atención deTuralyon, quien se dio cuenta de que seaproximaban varios engendros nuevos,cuyas figuras colosales sobresalían porencima de los orcos. ¡Ogros! Esascriaturas descomunales avanzabanblandiendo unos bastos garrotes, queeran poco más que árboles arrancados,con los que provocaron que variassecciones del muro de escudos sederrumbaran y que los soldados fueranaplastados a golpes. La Horda atravesó

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los huecos como un mar embravecido yse infiltró entre los soldados de laAlianza.

—¡Cambio de táctica! —le gritóTuralyon al heraldo más cercano, puessabía que ese hombre transmitiría susórdenes soplando su cuerno—. ¡Hay queformar pequeñas unidades de escudos!¡Deben retirarse a las colinas yreagruparse!

El soldado asintió y alzó el cuerno; acontinuación, tocó una corta nota y luegootra. En cuanto lo oyeron, los líderes delas diversas unidades vociferaron suspropias órdenes, reunieron a sussoldados y se retiraron al mismo tiempo

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que mantenían a los orcos a raya. Si bienla Horda intentó pasarles por encima, nopudo hacerlo porque los soldados de laAlianza se hallaban demasiado juntos ymantenían sus armas alzadas, de modoque herían a cualquier orco que seacercara en demasía. Cada unidad uniótambién sus escudos, para conformar asíun pequeño muro de escudos. Noobstante, los orcos lograron derrotar avarias unidades gracias únicamente alempuje de su gran número de tropas; lesbastó con chocar contra los guerrerosaliados una y otra vez hasta queflaquearon. Aun así, la mayoría de lossoldados de la Alianza pudieron repeler

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su ataque con éxito.Turalyon cabalgó entre las filas de

sus fuerzas situadas al pie de lascolinas, con el fin de organizarlas.Levantó otro muro de escudos ahímismo. En cuanto cada unidad lograbaretirarse hasta ese muro, este se abríapara dejarla entrar y, acto seguido, secerraba tras ella. Los nuevos soldadospasaban entonces a reforzar el muro y aayudar a que otras unidades seincorporaran a él sanas y salvas.Turalyon encomendó a los arqueros lamisión de mantener a los orcos alejadosde dicho muro durante todo el tiempoposible, de hostigar a cualquier criatura

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que se acercara tanto como paraderribar a un combatiente aliado. Pese aque estaban causando muchas bajasentre las filas orco, los barcos de laHorda, que seguían llegando a la playa,aportaban más tropas que engrosabansus filas continuamente.

—¡No podremos contenerlos muchomás tiempo! —le gritó Turalyon aKhadgar, quien acababa de hacer algoque había provocado que un extrañoorco cayera a sus pies. El orco ibaataviado con una túnica en vez de unaarmadura y portaba un báculo en vez deuna espada, por lo que Turalyon dedujoque era un brujo, el equivalente orco a

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un mago humano—. ¡Tenemos que haceralgo para que no puedan alcanzar lascolinas! Si consiguen atravesar nuestraslíneas, se dirigirán al norte, avanzarándirectamente sobre la capital.

Khadgar asintió.—Haré lo que pueda —prometió.El mago avejentado prematuramente

se concentró y el cielo se oscureció. Ensolo unos minutos, el claro día pasó aestar cubierto de unas ominosas nubesnegras. La repentina tormenta tenía sufoco en Khadgar, cuyo pelo blancodanzaba azotado por el viento. Unrelámpago rasgó el cielo y, al mismotiempo, una chispa danzó entre los dedos

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extendidos del mago. Entonces, se oyóun tremendo estruendo y un relámpagobrotó de sus manos y no del cielo, cuyaluz quebró la oscuridad. El poderosorayo impactó muy cerca del muro deescudos, en medio de un grupo de orcosque salieron volando incinerados.Después, lanzó un segundo relámpago yluego otro. Turalyon aprovechó elataque mágico para reagrupar a sushombres, apuntalar el muro de escudos yenviar soldados, armados con broza yyesca, a prender fuegos a lo largo delcamino que iban a seguir los orcos,provocando así un incendio arrasadorque impedía a la Horda avanzar hacia el

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oeste. De ese modo, ya no corrían elriesgo de que rodearan a las fuerzas dela Alianza y era mucho más fácilcontenerlos y bloquearlos.

Los orcos enseguida se percatarondel cambio de estrategia de susadversarios. Varias de esas criaturasavanzaron con intención de apagar elincendio, pero los arqueros elfos lesdispararon antes de que pudieran.

Sin embargo, los ogros seguíansiendo un problema. Uno de ellosatravesó las llamas pesadamente. Pese aque se quemó las piernas, no aminoró sumarcha. Turalyon dirigió toda unaunidad contra él y también ordenó que

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las balistas apuntaran hacia él. Pero elogro acabo con muchos guerreros antesde perecer y otros cuantos más seaproximaban tras él.

—¡Apunta hacia ellos! —le ordenóTuralyon a Khadgar—. ¡Fulmina a esosogros!

Khadgar lo miró y Turalyon se diocuenta de que su amigo parecíarealmente exhausto.

—Lo intentaré —replicó el mago—.Pero lanzar rayos conlleva… un granesfuerzo —un instante después, unrelámpago emergió de sus dedos yalcanzó al ogro líder, matándolo alinstante, pero mientras su descomunal y

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achicharrado cadáver caía, Khadgarnegó con la cabeza—. Esto es todo loque puedo hacer —le advirtió.

Turalyon esperaba que fuerasuficiente. Los demás ogros titubearon,pues pese a poseer un cerebro muypequeño, eran capaces de comprenderque se enfrentaban a un grave peligro,por lo cual sus hombres tuvieron tiempode lanzarles más flechas y atacarlos conbalistas. El muro de escudos seguíaaguantando, pero la Horda seguíaacumulando tropas, por lo que en breve,simplemente, arrollarían a losdefensores de esas tierras y, aunquetambién sufrieran bajas, serían una mera

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minucia teniendo en cuenta el volumende sus fuerzas. Como Uther y los demáspaladines no habían regresado, Turalyondio por sentado que seguíanmanteniendo a raya a esas figurasenvueltas en capas.

Mientras seguía preguntándose quéiba a hacer, Lothar apareció a su lado.

—¡Prepara la caballería! —vociferóel Campeón—. ¡Y que suene la señal decargar!

¿De cargar? ¿Contra qué? Turalyonmiró fijamente a su comandante duranteun instante y, a continuación, se encogióde hombros. Bueno, ¿por qué no? Suslíneas defensivas no iban a aguantar

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eternamente. Hizo un gesto al heraldo,quien sopló su cuerno con sumapotencia. Acto seguido, los guerrerosque se hallaban a lomos de un caballo secongregaron en formación. Turalyon sesumó a ellos y se colocó justo detrás deLothar, que cabalgaba en cabeza. Elmuro de escudos se abrió para dejarlospasar. Entonces, arremetieron contra lavanguardia de la Horda, abriéndosecamino entre los orcos. Un minutodespués, Lothar les hizo una seña y sedieron la vuelta. Los arqueros loscubrieron mientras se alejaban ydespejaban su camino a golpe deespada, hachas y demás armas.

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Entonces, volvieron a cargar.Cuando se preparaban para cargar

por tercera vez, oyeron el redoble detambor del ejército de Horda… ¡y losorcos retrocedieron!

—¡Lo logramos! —exclamóTuralyon—. ¡Se retiran!

Lothar asintió pero no apartó lamirada, sino que observó cómo losorcos se volvían y corrían un cortotrecho hasta llegar a un lugar donde sereagruparon. A continuación, esascriaturas se giraron y volvieron aavanzar a paso rápido… en dirección alflanco derecho de las fuerzas aliadas.

—Se dirigen al este —afirmó Lothar

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en voz baja, pero no hizo ademán algunode perseguirlos—. A las Tierras delInterior.

—¿No vamos a ir a por ellos? —inquirió Turalyon, quien aún tenía elpulso acelerado por culpa de las cargasy ansiaba salir corriendo tras esos orcospara machacarlos a todos—. ¡Pero siestán huyendo!

El campeón negó con la cabeza.—No —le corrigió—. Les hemos

bloqueado el paso y hemos resistido susenvites. No están huyendo. Pretendenrodearnos —en ese momento, se giróhacia Turalyon y una sonrisa torva ycansada se dibujo en su cara—. Aun así,

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hemos logrado bastante.—Pero ¿no deberíamos ir a por

ellos antes de que encuentren otro sitiodesde el cual podemos plantar cara? —insistió Turalyon.

—Sí, deberíamos —admitió Lothar—. Pero mira detrás de ti. Turalyon sevolvió y vio, de inmediato, a qué serefería el viejo guerrero. Ahora que labatalla había concluido, sus tropasflaqueaban. Incluso vio cómo algunoshombres se desplomaban, tanto porculpa de las heridas como por purafatiga. La batalla había durado variashoras, aunque no le había dado esasensación hasta entonces. Ahora que

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todo había acabado, también se sentíamuy dolorido. Además, muchas de susarmas habían sido destruidas, susbalistas estaban prácticamente vacías yhabían agotado casi toda la leña y layesca.

—Tenemos que reabastecernos —reconoció Turalyon en voz alta—. Ahoramismo, no estamos en condiciones deperseguirlos.

—No —replicó Lothar, quien hizogirar a su montura en dirección a suspropias líneas—. Pero hemos puesto aprueba sus fuerzas y nuestros hombreshan comprobado que son capaces deenfrentarse a la Horda. Lo cual está

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bien. Además, hemos evitado quealcancen la capital. Lo cual también estámuy bien —entonces, miró a Turalyon y,al cabo de un rato, asintió—. Sí, hasluchado muy bien —añadió en voz bajaantes de espolear a su caballo para queregresara con sus tropas y a la tienda demando que se encontraba tras ellas.

Turalyon observó por un momentocómo se alejaba. Aquel simple halago lohabía llenado de orgullo. Mientrasobligaba a su propio caballo a dar lavuelta para poder seguir a sucomandante, se dio cuenta de queKhadgar había estado en lo cierto. Nohabía tenido tiempo de tener miedo.

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CAPÍTULONUEVE

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—¡N ekros!Zuluhed, cabecilla ychamán del clan

Faucedraco, recorrió el largo pasillo agrandes zancadas y fulminó con lamirada a todo orco que os cruzarse en sucamino.—¡Nekros! —bramó de nuevo.

—¡Aquí, estoy aquí! —NekrosAplastacráneos salió cojeando de unacaverna cercana, arrastrandoestrepitosamente su pata de madera porel áspero suelo de piedra, y se tuvo queagachar para no golpearse la cabeza

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contra la parte inferior de la puerta—.¿Qué?

Zuluhed se detuvo junto a su segundoal mando y le lanzó una mirada iracunda.

—¿Cómo va esa arma? —exigiósaber Zuluhed, a la vez que se inclinabaaún más hacia él—. ¿Está lista?

Nekros sonrió de oreja a oreja,mostrando sus colmillos amarillentos.

Ven a verlo por ti mismo.A continuación, se volvió y se fue

cojeando por el mismo lugar que habíavenido. Zuluhed lo siguió, mascullandoalgo entre dientes.

Odiaba aquel lugar que se llamabaGrim Batol, o, al menos, ese era el

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nombre que le habían dado los enanoscuando era una de sus fortalezas.

Ahora, pertenecía al clanFaucedraco y, a pesar de que suscámaras eran bastante grandes,despreciaba sus pasillos de techos bajosy sus puertas aún más bajas, que, si bieneran bastante altas para los enanos,apenas permitían pasar a la mayoría delos orcos. Tendrían que haber agrandadolas aberturas, pero la piedra era difícilde trabajar y no tenían tiempo para talesfrivolidades. La fortaleza era robusta,pues estaba tallada en la mismamontaña, y se podía defender muyfácilmente, que era lo más importante.

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Nekros lo guio hacia el interior de lafortaleza y, por último, hasta una vastacámara subterránea. Ahí, encadenado ala pared con unos pesados grilletes dehierro negro, había algo que hizo queZuluhed contuviera la respiración. En elextremo más alejado de esa estancia, seencontraba una colosal figura, hecha unovillo; aunque no sabía si habíaadoptado esa postura por meracomodidad o por desesperación. Laspuntas de sus alas rozaban el techomientras fustigaba con su cola la paredmás lejana. En las paredes, había unasantorchas cuya luz se reflejaba en susescamas, que relucían rojas como la

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sangre, rojas como una llama.Un dragón.Pero no era un dragón cualquiera. Se

trataba de Alexstrasza, el más grande delos dragones rojos, la madre de suvuelo, la reina de su gente. Tal vez fuerala criatura más poderosa de este mundo,pues era capaz de destruir a clanesenteros con un solo golpe de susmajestuosas garras y de engullir a ogrosenteros de un solo mordisco con suspotentes fauces.

Aun así, habían logrado capturarla.Bueno, Nekros lo había hecho. El

clan entero había estado buscando undragón durante semanas, les daba igual

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cuál fuera. Al final, habían divisado a unmacho rojo solitario que volaba bajosobre el bosque mientras intentabacurarse un ala herida. Aunque Zuluhedno quería ni imaginarse qué clase de serhabía sido capaz de haber lastimado aesa criatura tan majestuosa, lo cierto eraque les había facilitado la tarea. Habíanseguido al dragón hasta la guarida de sufamilia, situada en la cima de una altamontaña alrededor de la cual losdragones revoloteaban como pájaros,danzando en el aire. Habían vigilado esacima durante días, sin saber muy bienqué iban a hacer a continuación, hastaque Nekros anunció que había

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conseguido dominar el AlmaDemoníaca. Entonces, habían ascendidolentamente y con suma cautela hasta lacumbre, donde descubrieron aAlexstrasza y sus tres consortes. LaReina de los Dragones se percató de supresencia inmediatamente y abrió laboca, por la que lanzó unas llamas queengulleron y mataron a cuatro orcos alinstante. Acto seguido, Nekros intervinoy la sojuzgó él solo. Ordenó aAlexstrasza y los suyos que lo siguieranhasta aquí y eso fue lo que hicieron. Esedía, el resto del clan Faucedraco cantósus alabanzas a Nekros, el orco quehabía intimidado a todo un vuelo de

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dragón él solo.No obstante, el mutilado brujo

guerrero habría sido incapaz de lograrlosin la ayuda de Zuluhed, o de la reliquiaque habían hallado. A Zuluhed le habríagustado ser capaz de manejar ese objetopor sí mismo; sin embargo, el AlmaDemoníaca no había respondido ante élni ante su magia chamánica. Solo habíarespondido ante Nekros, por lo cual,ahora, ese orco con una pata de palo erael único capaz de controlarlo.

Pero podía aceptarlo. Ya que esosignificaba que era Nekros quien debíaquedarse dentro de esas cuevas mientrasZuluhed luchaba junto al resto de la

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Horda contra los defensores de esastierras. Además, ese orco tullido noservía para mucho más; desde el mismomomento en que un humano le habíacercenado la pierna por debajo de larodilla había dejado de ser útil en uncampo de batalla. La mayoría de losorcos se habrían suicidado en ese mismoinstante, o, al menos, se habíanabalanzado sobre otro enemigo yhabrían muerto en batalla Nekros, sinembargo, había sobrevivido, aunque nose sabía si por cobardía o por pura malasuerte.

Zuluhed se alegraba de que Nekrossiguiera vivo, puesto que, si bien era él

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quien había dado con el AlmaDemoníaca, había sido incapaz demanejarla. Fue capaz de intuir que habíaun gran poder encerrado en ese discoincluso antes de desenterrarlo de lasprofundidades de una pequeña cuevasita en las entrañas de las montañas.Pero ese poder había permanecidoencerrado dentro de aquella relucientereliquia dorada. Sin lugar a dudas, senecesitaba otro tipo de magia distinta ala de los chamanes para acceder a esepoder. Zuluhed había considerado laposibilidad de entregarle ese objeto (alque había bautizado como el AlmaDemoníaca, ya que había podido

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percibir la energía de índole demoníacaque anidaba en su interior, además deotro poder increíble que no habíalogrado identificar) a Martillo Maldito,pero enseguida descartó esa idea. Sibien el jefe de Guerra era un poderosoguerrero y un noble orco, no comprendíabien la magia y tampoco tenía muchaexperiencia con ella. También habíapensado en acudir a Gul’dan, peroZuluhed no confiaba en el taimado jefebrujo. Recordó que Gul’dan, en sujuventud, había sido el aprendiz de Ner’zhul. ¡Ese sí que había sido un granchamán! Ner’zhul fue un orco sabio ynoble al que todos reverenciaban, que

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había buscado siempre lo mejor no solopara su propio clan sino para todos losorcos. Él les había ofrecido los extrañosdones de conocimiento y poder que lehabían otorgado unos antiguos espíritus,él los había animado a estrechar losvínculos entre los diferentes clanes y,además, los había consolidado.

Por un tiempo, todo fue perfecto.Pero entonces, todo se torció. Esosespíritus resultaron ser falsos y losespíritus de sus propios ancestros seencolerizaron y dejaron de hablarles. Elchamán perdió sus poderes, dejando asíindefensos a los clanes ante cualquierataque mágico. Fue entonces cuando

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Gul’dan dio un paso al frente. Elaprendiz sustituyó al maestro y afirmóque había dado con un nuevo modo dehacer magia, con una nueva fuente demagia. Se ofreció a enseñar este nuevocamino a los demás chamanes. Muchosaceptaron su oferta y se convirtieron enbrujos.

Zuluhed, sin embargo, no la aceptó.Nunca había confiado en Gul’dan, puessiempre había creído que solo velabapor sus propios intereses. Además, susextraños poderes hedían a demonio. Yatenía bastante con que sus ancestros yano le hablaran y con que los elementosya no respondieran a sus llamadas. No

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se iba a rebajar aún más al aliarse conesos poderes antinaturales que Gul’danle ofrecía.

Zuluhed no ha sido el único chamánque se había negado a seguir esecamino, por supuesto. No obstante, lamayoría habían aceptado esa oferta. Apartir de entonces, habían cambiado, sehabían vuelto más grandes y oscuros,como si su cuerpo reflejara lacorrupción de su fuero interno. Sumundo también había sufrido mucho,pues la tierra se estaba muriendo poco apoco y los cielos se habían tornadorojos. La Horda se había visto obligadaa venir a este extraño mundo que

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tendrían que conquistar si querían quesus clanes volvieran a conocer la pazalgún día.

Nekros fue un aprendiz de chamánmuy prometedor y Zuluhed habíadepositado muchas esperanzas en él.Pero en cuanto Gul’dan le ofrecióacceso a otro tipo de magias, Nekros lesiguió sin dudar. El joven orco aprendióa ser un excelente brujo, pero sucedióalgo que le hizo apartarse de esecamino, dejó todo eso atrás y seconvirtió en un brujo una vez más. Esohabía hecho que Zuluhed volviera atener fe en el joven orco. Nunca le habíapreguntado qué era lo que le había hecho

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cambiar, pero sabía que tenía algo quever con a quién había querido ser leal,con en quién había querido confiar.Había tenido que optar entre Gul’dan ysu Consejo de la Sombra, o el clanFaucedraco. Y Nekros había elegido asu clan. Después de eso, Zuluhed habíavuelto a confiar en él y a pedirle consejosiempre que se veía obligado a tratarcon los brujos. Había entregado el discoa Nekros y el brujo guerrero, a pesar dehallarse mutilado, no le había fallado.Gracias a Nekros, se encontraban hoyaquí, dispuestos a poner en marcha susplanes.

—Bueno —dijo Zuluhed, a la vez

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que se acercaba a esa enorme bestia—.¿Hemos…?

Se detuvo, pues Nekros extendió unode sus gruesos brazos y le bloqueó elpaso.

—Espera —le advirtió el orcoentrecano, que, acto seguido, sacó elAlma Demoníaca de una bolsa quellevaba colgada a su cinturón y sostuvoel gran disco dorado y carente de rasgosdistintivos en alto—. Muéstrate —dijoen voz alta.

Zuluhed fue testigo de cómo unconjunto de pequeñas chispas cobrabanforma a lo largo de la cámara, volabanjuntas y se unían. Juntas, adoptaron una

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forma concreta que ganó dimensión,profundidad y detalle, hastatransformarse en un humanoide alto y decomplexión fuerte que portaba unaextraña armadura que parecía hecha dehueso. Su cabeza tenía forma decalavera pero estaba envuelta en llamasy sus ojos eran unas bolas de fuegonegro. La criatura se alzaba amenazantesobre ellos, era tan alta como un orcopero mucho menos burda; además,irradiaba un tremendo poder y parecíahallarse muy vigilante.

—Vamos a entrar —le informóNekros, mientras sostenía el AlmaDemoníaca ante él.

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La extraña criatura estalló y volvió aconvertirse en una lluvia de chispas quese esparcieron por la estancia. Actoseguido, el orco tullido hizo un gestopara indicarle a su cabecilla que podíaseguir avanzando.

Zuluhed le hizo caso, aunque, en unprincipio, se mostró muy cautelosoporque no las tenía todas consigo, puescabía la posibilidad de que esa criaturano se hubiera ido realmente. Pero fueralo que fuese… había desaparecido deverdad; Nekros parecía tenerlacompletamente dominada. Lo cual eraestupendo, ya que ambos habían sidotestigos de qué podría ocurrirles si se

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enfrentaban a ella. En otra ocasión, unode los miembros de su clan habíaentrado corriendo en esa cámara, ya quequería entregarle un mensaje a MartilloMaldito, sin esperar a que Nekros dieraal guardián la orden de marchar. Lacriatura había aparecido de la nada yagarrado con sus enormes y ardientesmanos esqueléticas la cabeza de aquelimprudente orco. Al instante, las llamashabían consumido al desventuradomensajero. En unos segundos, dejó dechillar y su cuerpo quedó inerte,mientras su cabeza, convertida en unmero montón de cenizas, sedesmoronaba.

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Ahora, sin embargo, el cabecillapodía adentrarse en la caverna sin sermolestado por ese ser. Se aproximó a laReina de los Dragones y se detuvo a unadistancia prudencial de ella, a la que nole permitían llegar sus cadenas. Ladragona giró su descomunal cabezatriangular para contemplarlo, clavó susgrandes orbes amarillos en él y nopestañeó, mientras Zuluhed la estudiabaa su vez.

—¿Has venido a regodearte,pequeño orco? ¿Acaso no nos haslastimado y atormentado ya bastante amis niños y a mí? —inquirió Alexstraszacon un tono apremiante. Acto seguido,

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dio un mordisco al aire sumamentefuriosa, pero las cadenas no cedieron, yaque la reliquia les otorgaba un poderque se sumaba a su resistencia natural.

—No he venido a regodearme —respondió Zuluhed, quien todavía sesentía sobrecogido ante su colosaltamaño y poder—, sino a cerciorarmede que todo está dispuesto. ¿Eresconsciente de lo que sucederá si teniegas a ayudamos?

—Sí, pues se me ha dejadotremendamente claro —contestó, con untono de voz que estaba teñido de ira ypesar.

A continuación, se volvió para posar

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su mirada sin disimulo en la esquinasmás lejana de la caverna. Un puñado deobjetos pálidos yacían amontonados enese lugar y, a pesar de que no podíaverlos bien desde ahí, Zuluhed sabía queeran delgados como el papel y teníanmotas doradas. Eran los restos de unenorme huevo, del tamaño de la cabezade un gran orco. De un huevo de dragón.

Alexstrasza, tras haber sidocapturada, se había negado a cooperaren un principio. Nekros había resueltoese problema de un modo expeditivo;cogió uno de los huevos aún sineclosionar, lo sostuvo delante del rostrode la reina cautiva y lo destrozó de un

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puñetazo, de tal modo que ambos habíanquedado salpicados de yema. Ladragona profirió unos chillidosensordecedores y se había revuelto.Golpeó a varios orcos que cayeron alsuelo; dos de ellos se rompieron variasextremidades. No obstante, las cadenasaguantaron su furia. Poco después,accedió a cooperar a regañadientes.Estaba dispuesta a hacer cualquier cosapara evitar que más de sus hijos no natosperecieran.

—Fracasaréis —le aseguróAlexstrasza—. Me habéis encadenado,pero mis hijos os desafiarán y lograránser libres.

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—No mientras tengamos esto —replicó Nekros, al mismo tiempo que lemostraba el disco. Frunció el ceño, seconcentró y la Reina de los Dragones seretorció de agonía. Después, un tenuesiseo se escapó de entre sus cerradasfauces.

—Algún… día… te… mataré —leadvirtió, mientras seguía retorciéndosede dolor, con los ojos entornados porculpa del sufrimiento y el odio.

Nekros estalló en carcajadas.—Tal vez —admitió—. Pero, hasta

entonces, tú y yo serviremos a la Horda.Zuluhed hizo un gesto y Nekros

asintió. Ambos abandonaron la caverna.

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La reina dio un mordisco al aire a susespaldas, lo cual era un gesto de desafiósin sentido después de la demostraciónde poder que habían hecho esos orcos.

Se adentraron en otro corredor, conZuluhed en cabeza, hasta que fueron adar con una segunda cámara aún mayor.Esta iba a dar a una ladera de lamontaña desde donde se podía ver aunas feroces siluetas volar, unosdestellos de color que destacaban en eloscuro cielo.

—¡Soltadla! —exigió una de esasfiguras voladoras, abatiéndose aún máscerca, con las garras extendidas y lasfauces abiertas—. ¡Soltad a nuestra

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madre!—¡Jamás! —replicó Nekros, quien

sostuvo en alto el Alma Demoníaca.El dragón que se aproximaba chilló

de dolor y se retorció mientras intentabamantenerse flotando en el aire, a pesarde que temblaba y sufría espasmos. Losdemás dragones retrocedieronligeramente, aunque siguieron dandovueltas allá arriba.

—Tu madre es nuestra prisionera, aligual que sus consortes —gritó Zuluhed,pues sabía que los dragones podíanescucharle a pesar de hallarse allá en loalto—. Y eso seguirá siendo así. Sushijos y tú seréis nuestros siervos,

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serviréis a la Horda, o si no, ellamoriría gritando de agonía por culpa delmismo dolor que acabas de sentir. Ycuando ella fallezca, vuestro vueloperecerá, pues sin Alexstrasza ya nohabrá más crías de dragón rojo. Seréislos últimos de vuestra estirpe.

Pese a que los dragones rugieronfuriosos, Zuluhed sabía que loobedecerían. Sabía que el vínculo queunía a esa madre con sus hijos era muyfuerte, lo bastante como para obligarlosa obedecer. Mientras Alexstraszacreyera que podría salvar a sus niños,sería su sierva y engendraría unacamada tras otra de huevos de dragón.

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Asimismo, mientras ella y tres de susconsortes siguieran siendo susprisioneros, sus hijos también serían sussiervos, ya que albergarían la esperanzade poder liberar algún día a su madre.

Una amplia sonrisa cobró forma enel rostro de Zuluhed mientras observabaa los dragones volar por encima de él.Ahora mismo, sus orcos estabantrabajando muy duro, confeccionandocorreas, riendas y asientos de cuero.Pronto, obligarían a un dragón rojo aentrar en esta cueva y le colocarían unosarreos y una silla de montar. Lo cual noles haría ninguna gracia, claro está; losdragones son unos seres muy

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independientes, por lo que nadie sehabía atrevido a utilizarlos comomontura hasta entonces. Pero su clan ibaa hacerlo.

Esto era lo que le había prometido aMartillo Maldito. El Jefe de Guerra sehabía mostrado realmente entusiasmadocon este proyecto, pues esta iba a ser suarma secreta. Los humanos contaban contropas, caballería y barcos, pero notenían nada para combatir en el cielo.Con los dragones bajo su controlguiados por unos jinetes orcos leales,Zuluhed podría atacar a los humanosdesde el aire y alejarse de su alcanceantes de que pudieran reaccionar.

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Además, los dragones eran unosadversarios formidables a nivel físico,gracias a sus garras, fauces y colas, perosería su abrasador aliento lo quedestrozaría de verdad a los humanos. Elfuego caería sobre ellos cual lluvia y losdestruiría junto a todas sus armas y elresto de su equipo, y no podrían hacernada por impedirlo. Con los dragones asu lado, la Horda sería invencible.

Y el responsable de todo ello seríaél, Zuluhed del clan Faucedraco.

Sin las visiones que había tenido,nunca habría hallado el AlmaDemoníaca, ni habría intuido de algúnmodo que esa reliquia estaba

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relacionada con los dragones y sin lospoderes de esta (y sin la magia deNekros para acceder a ellos), nuncahabrían podido esclavizar a Alexstrasza.No obstante, habían logrado todo esto y,pronto, los primeros jinetes de dragonessurcarían el firmamento y engrosaríanlas filas de la Horda a la espera de lasórdenes de Martillo Maldito.

Zuluhed sonrió ampliamente. Todose desarrollaba según el plan.

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—¡A

CAPÍTULO DIEZ

hí, Thane! ¡Mira ahí!Kurdran Martillo Salvajehizo girar a Cielo’ree y

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posó la mirada en el lugar al queseñalaba Farand. ¡Sí, ahí había algo!Detectó movimiento gracias a su agudavista y, acto seguido, dio un levegolpecito con sus talones a Cielo’ree. Sugrifo graznó ligeramente, plegó las alasy cayó en picado. El viento los abofeteóa ambos mientras descendían.

Sí, ahora era capaz de distinguir avarias figuras que atravesaban el bosquesituado allá abajo. ¿Acaso eran trols?Sin lugar a dudas, eran tan verdes comoesos trols de bosque que su gente tantoodiaba y su piel se confundía con elfollaje; no obstante, caminaban sobre elsuelo y no por las ramas de los árboles.

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Además, caminaban demasiadopesadamente y de un modo muy pococuidadoso como para ser trols, quienesconocían los caminos del bosque casitan bien como los elfos. No, esascriaturas eran algo distinto. Kurdranpudo ver con claridad a uno de ellos,justo cuando este pasaba por undiminuto claro, y frunció el ceño. Teníauna complexión robusta y era tan grandecomo un humano; además, poseía unosmúsculos vigorosos y unas largaspiernas. También pudo ver que portabanarmas pesadas; unas descomunaleshachas, así como martillos y mazas.Fueran lo que fuesen, esas criaturas iban

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preparadas para la guerra.Entonces, tiró de las riendas y

Cielo’ree agitó la cola, alzó su grupaleonina, extendió las alas y se elevó unavez más, alejándose así de los árboles yperdiéndose de nuevo en el cielo.Farand y los demás seguían volando encírculo allá arriba, sus pieles curtidas seconfundían con las pieles leonadas desus monturas. Kurdran se sumó a ellos,con su barba y pelo trenzadosmeciéndose al viento, mientrasdisfrutaba de la sensación de volaraunque fuera en unas circunstancias tanfunestas. En la lejanía, pudo distinguiruna descomunal escultura tallada en

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piedra que representaba a un águiladescansando, que vigilaba alerta yconfiada el mundo, que era su propiohogar y el corazón de sus dominios. Erael Pico Nidal. Sin embargo, al verla, nose sintió invadido por el júbilo y orgullohabitual, ya que parecía hallarsedemasiado cerca de aquel lugar dondeestaban ocurriendo cosas tremendamenteinquietantes.

—Lo has visto, ¿no, Thane? —inquirió Farand—. ¡Te lo dije! ¡Unosmonstruos deambulan por nuestrobosque!

—Sí, tenías razón —contestóKurdran al explorador—. Son unos

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intrusos monstruosos. Aunque sonmuchos. Además, nos resultará muydifícil atacarlos mientras permanezcanocultos bajo los árboles.

—Entonces, ¿vamos a dejar queatraviesen nuestras tierras sin más? —preguntó uno de los otros exploradores.

—Oh, no —respondió Kurdran,quien obsequió con una amplia sonrisa alos demás enanos Martillo Salvaje—.Tendremos que asustarlos para quesalgan a campo abierto. Vamos,muchachos, volvamos a casa. Tengounas cuantas ideas sobre qué hacer. Perono os preocupéis, pronto dejaremos bienclaro a esos pieles verdes que no son

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bienvenidos en las Tierras del Interior.

—¡Oh, ahí estás! ¡Eh, paladín!Turalyon alzó la mirada al mismo

tiempo que el elfo ralentizaba su paso yse detenía junto a él. No se habíapercatado de que ese forestal seacercaba, lo cual no le sorprendió. Enlas últimas semanas, había aprendidorápidamente que los elfos vienen y vancomo les place y muy sigilosamente. AAlleria, en particular, le encantabasobresaltarlo; solía hablarle al oídosúbitamente cuando él aún ni siquiera sehabía dado cuenta de que ella había

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regresado al campamento.—¿Sí? —replicó, dejando

educadamente de limpiar su equipo.—Los orcos han llegado a las

Tierras del Interior —le informó el elfo—. Y se han reunido con los trols.

Esas últimas palabras las pronunciócon auténtica repugnancia. Turayon sehabía enterado de que los elfos odiabana los trols de bosque y, al parecer, elsentimiento era mutuo. Lo cual tenía sulógica; ambas eran razas cuyo hábitatera el bosque y los que había en eselugar no eran bastante grandes comopara albergar a ambas razas a la vez.Asimismo, eran enemigos desde hace

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miles de años, desde que los elfoshabían expulsado a los trols de parte deaquellos bosques y habían establecidosu reino en esas tierras conquistadas.

—¿Estás seguro de que son aliados yno de que, simplemente, se han enlazadosus caminos? —le preguntó Turalyon,dejando su armadura a un lado. Actoseguido, se acarició distraído el mentón.Si era cierto que los orcos y los trols sehabían unido, eso podría acarrearmuchos problemas.

El forestal resopló y replicó:—¡Claro que estoy seguro! Les oí

hablar. Han sellado una especie de pacto—por primera vez, el elfo parecía

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realmente preocupado—. Planean atacarel Pico Nidal… y luego asaltar Quel’Thalas.

Ah, eso explicaba su inquietud. Quel’Thalas era el hogar de los elfos ylos trols los odiaban. Si se habían unidoa la Horda, era lógico que llevaran a losorcos hacia ese lugar.

Informaré a Lothar al respecto —leaseguró Turalyon, poniéndose en pie—.Los detendremos antes de que puedanacercarse a vuestro hogar.

El elfo asintió, aunque no pareciómuy convencido. A continuación, sevolvió y desapareció entre los árbolesuna vez más a paso ligero. Pero

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Turalyon no lo vio marchar, pues sedirigía ya hacia la tienda de mando.

Dentro de ella, estaba Lothar,acompañado de Khadgar, Terenas y unoscuantos más.

—Los orcos se dirigen al Pico Nidal—anunció nada más entrar. Todo elmundo se volvió hacia él y Turalyonpudo comprobar que varios de los ahípresentes arquearon una ceja,sorprendidos—. Uno de los forestalesme lo acaba de contar —les explicó—.Los orcos se han aliado con los trols debosque y planean atacar el Pico Nidal.

Terenas asintió y se giró hacia elomnipresente mapa que cubría toda la

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mesa de la tienda por entero.—Tiene sentido —admitió, mientras

golpeaba con el dedo el lugar donde elPico Nidal estaba en el mapa—. Losenanos Martillo Salvaje son bastantefuertes como para plantarles cara, asíque no querrán correr el riesgo de queestos puedan atacar su retaguardia.Además, si se han aliado con los trolsde bosque, esta estrategia tiene aún máslógica, pues estos quieren expulsar a losenanos de las Tierras del Interior.

Lothar también contemplabafijamente el mapa.

—Si los combatimos en el bosque,la lucha será muy dura —comentó—. No

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podremos desplegamos como es debidoy nos veremos obligados a dejarnuestras balistas atrás —se frotó lafrente con la mano, pensativo—. Aunqueellos tampoco podrán organizar sustropas adecuadamente. Podremos atacara pequeños grupos de orcos, pues nopodrán concentrar todo su ejército en unsolo lugar.

—Además, los enanos serán unospoderosos aliados —señaló Khadgar—.Si los ayudamos, tal vez aceptenayudamos a su vez. Serían unosexploradores excelentes y conformaríanunas unidades de ataque de vanguardiamuy rápidas.

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—Ciertamente, ellos y sus grifos nosserían de gran ayuda —admitió Lothar,quien alzó la vista, cruzó su mirada conla de Turalyon y asintió—. Reunid a lastropas —ordenó—. Nos vamos albosque a salvar a esos enanos.

—¡Por los ancestros, sondemasiados! ¡Son como una plaga depulgas, pero más grandes y mejorarmadas! —exclamó contrariadoKurdran mientras observaba lo quesucedía allá abajo. Tanto él como unapartida de caza entera sobrevolaban lazona, dando vueltas en el cielo para

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poder observar mejor a esos nuevospieles verdes. Y lo que veía no era nadabueno.

Las criaturas marchaban muy rápidoy se encontraban ya a solo un día deviaje del Pico Nidal. Al principio, solohabía divisado una decena, más omenos, pero ahora se había percatado dela presencia de otro grupo no muy lejosde los primeros y de un tercero aún máslejos. Los demás habían informado deque habían avistado prácticamente lomismo. Esos pieles verdes se hallabanesparcidos en grupos de veinte,aproximadamente, y había más gruposde los que podían contar. Si bien los

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enanos Martillo Salvaje no temían anada, si esas criaturas eran solo la mitadde duras de lo que parecían ser por suaspecto, serían capaces de destrozar elPico Nidal por puro aplastamiento, pueseran muy numerosos.

No iban a quedarse de brazoscruzados. Kurdran echó un vistazo a sualrededor y cada uno de los otros enanosasintió a su vez.

—Bien —les dijo y, acto seguido, sellevó el cuerno a los labios—. ¡Atacad,enanos Martillo Salvaje!

Sopló el cuerno y luego se lo volvióa colocar a un costado, mientrascolocaba a Cielo’ree en posición

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dándole leves golpecitos con lasrodillas. La grifo respondió soltando unferoz grito, extendió las alas y se elevó.A continuación, las plegó para iniciar elexcitante descenso. Mientras caían enpicado, Kurdran liberó su martillo detormenta de su sujeción y alzó esadescomunal arma.

Pero en un principio, sus objetivosno eran los pieles verdes, sino quegolpeó de lleno en el tronco al árbolmás cercano. El impacto provocó quelas hojas, las bayas y las ramasarreciaran, lo que sobresaltó a losdesconcertados pieles verdes. Kurdrangolpeó dos árboles más y de ellos

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cayeron piñas y nueces, que impactaronsobre esas criaturas con fuerzasuficiente como para dejarlescardenales. Los pieles verdes seagacharon y alzaron las manos paraprotegerse los ojos, pero el violentoataque prosiguió y los Martillo Salvajegolpearon un árbol tras otro,provocando así que cayera una lluvia defollaje, frutos y nueces. Si bien lospieles verdes no sabían qué hacer, sísabían que no les gustaba para nada estasituación, así que reaccionaron tomandola solución más sencilla; como entre losárboles no estaban a salvo, los dejaronatrás, se alejaron corriendo del

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amenazador follaje y se adentraron en eldiminuto claro más cercano.

Lo cual era justo lo que habíanestado esperando los Martillo Salvaje.

Kurdran profirió un tremendo gritode guerra y lideró el ataque, con sumartillo en ristre. El primer piel verdetuvo tiempo de alzar la mirada ylevantar a medias su gran hacha antes deque Kurdran le lanzara su martillo detormenta coronado por un relámpago ylo alcanzara justo en la mandíbula. Untrueno bramó al mismo tiempo que esacriatura salía volando por los aires conlos huesos de su quijada destrozados.

—¡Eres muy feo como para estar en

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mi bosque, bastardo! —le gritó mientrasel monstruo caía.

El martillo volvió a manos deKurdran y este volvió a arrojarlo. Unsegundo piel verde recibió su impacto. Cielo’ree arqueó la espalda, batió lasalas y se elevó para colocarse fuera delalcance del enemigo y prepararse pararealizar una segunda pasada. El resto desus compañeros también atacaban alenemigo y, en consecuencia, el bosquese llenó de gritos y chillidos, demaldiciones e insultos cada vez que losgrifos pasaban volando a gran velocidadpara lanzar sus ataques.

Fueran lo que fuesen, esas criaturas

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no se asustaban fácilmente. Mientrasgiraba en el aire, Kurdran pudo ver quelos pieles verdes que todavía quedabanen pie tenían sus armas en ristre y estabadispuestos a contraatacar, pues se habíanapiñado unos junto a otros para que losenanos no pudieran arremeter contraellos con tanta facilidad. Sin embargo,sus rivales contaban con la ventaja deatacar desde el aire. Kurdran agitó sumartillo por encima de su cabeza y losoltó. Su pesada cabeza de piedragolpeó a un piel verde justo en la sien,derribándolo con un estruendoso ruidosimilar al de una pistola de Forjaz. Alcaer, la criatura empujó a un par de sus

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compañeros, los cuales intentaronapartarse de él para no acabar en elsuelo.

—¡Ja! ¡Esto os bajará un poco loshumos! —exclamó exultante Kurdranante esas criaturas, pavoneándose.

Antes de que pudieran darse cuentade su error, ya estaba encima de ellos,con su martillo de tormenta de nuevo enla mano. Sin embargo, esta vez, dejó queCielo’ree acabara con esas criaturas.Con sus potentes garras frontales,derribó a uno de ellos, a la vez que consu pico ganchudo destrozaba a otro ycon sus alas dejaba aturdido a otro más.

La refriega acabó rápidamente.

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Fueran lo que fuesen esos pieles verdes,eran lentos y no estaban acostumbradosa enfrentarse a ataques aéreos. Además,Kurdran y los suyos eran unosconsumados expertos a la hora de atacara objetivos en tierra. A pesar de queesas criaturas se las habían ingeniadopara lanzar algún golpe que otro y deque algunos de sus enanos tenían algunasheridas que atender, no habían sufridoninguna baja y todos sus enemigoshabían resultado muertos o heridos. Solounos pocos pieles verdes de ese grupoen particular habían sobrevivido ygracias a que habían huido en direccióna los árboles en busca de protección.

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—Esto les enseñará a mirar siemprehacia el cielo —comentó Kurdran y susenanos se echaron a reír—. Volvamos alPico, muchachos. Pronto enviaremos aotro grupo para que acabe con otra desus avanzadillas Quizá así aprendan quedeben dejar en paz el Pico Nidal.

—Preparaos —susurró Lothar, quienhabía hecho que su caballo redujera sutrote hasta alcanzar una mera velocidadde paseo, pues si hubiera ido másrápido, se habría arriesgado a chocarcon los árboles o a ser descabalgadopor las ramas más bajas. Entonces,

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desenvainó su espada magna y lasostuvo ante él, mientras elevaba elescudo con el otro brazo—. Deberíanestar cerca.

Turalyon asintió y alzó su hacha deguerra, mientras cabalgaba a laizquierda de su comandante y por detrásde él. Khadgar cabalgaba junto aTuralyon, de modo que los tres formabanel clásico triángulo de caballería. Apesar de que el mago no llevaba armaalguna en las manos, empleaba unamagia muy poderosa en batalla que eljoven teniente había aprendido arespetar. Turalyon entrecerró los ojospara intentar rasgar el velo de penumbra

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que cubría los árboles y poder ver a supresa. Cerca de ahí, en algún lugar…

—¡Ahí!Señaló al frente a la derecha, a un

lugar situado más allá de Khadgar. Susdos compañeros miraron en la direcciónque indicaba. Un momento después,Lothar asintió. Al mago le costó unminuto más percatarse de que algo semovía entre los árboles en esadirección; se trataba de algo que sedesplazaba a una altura demasiado bajacomo para ser un pájaro o demasiadovelozmente como para ser una serpienteo un insecto o cualquier otro bicho queinfestara esos bosques. No, eso

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únicamente podía provocarlo algo deltamaño de un hombre que caminaba porel bosque; además, el hecho de que esemovimiento se repitiera en el mismositio solo podía significar que el mismoindividuo se desplazaba en círculos oque se trataba de un grupo amplio; porotro lado, el hecho de que apenas fueranvisibles significa que esos tipos eran delmismo color que su entorno. Todoapuntaba a la misma conclusión: eranorcos,

—Ya los tenemos —reconocióLothar en voz baja. Acto seguido, miróhacia atrás, a Khadgar—. Házselo sabera los demás —le ordenó. Al instante, el

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mago avejentado prematuramente asintióy retrocedió con su caballo en silencio—. Entretanto, nosotros seguiremosvigilando —le dijo el Campeón aTuralyon, quien asintió—. Si da laimpresión de que se marchan, bueno,tendremos que cercioramos de quetienen un razón para volverse y regresaren esta dirección, ¿eh?

—¡Sí, señor! —replicó Turalyon conuna amplia sonrisa, quien, acontinuación, le dio una palmadita almango de su martillo de guerra. Estabalisto. Si bien todavía era un manojo denervios cuando sabía que iba a entrar enbatalla, ya no le preocupaba que el

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miedo pudiera paralizarlo o lo empujaraa huir, pues ya se había enfrentado a losorcos y sabía que podría volver ahacerlo.

—Hemos perdido a Tearlach —leinformó Iomhar. Kurdran lo mirósorprendido—. Y a Oengus también —añadió el combatiente Martillo Salvaje—. Y dos más se han quedado sinresuello y no pueden seguir luchando.

—¿Qué ha sucedido? —inquirióKurdran de modo apremiante.

El otro enano pareció sentirseavergonzado por un instante, pero

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enseguida adoptó una actitudbeligerante.

—¡Qué va a ser! ¡Han sido lospieles verdes! —le espetó—. ¡Nosestaban esperando! En cuanto noslanzamos en picado sobre ellos, ¡nosarrojaron lanzas! Después, sedispersaron y se ocultaron entre losárboles para evitar ser un blanco fácil—en ese instante, negó con la cabeza—.Tuviste suerte cuando los atacaste, lospillaste por sorpresa. Pero esos feosbichos han aprendido y muy rápido.

Kurdran asintió.—Estos pieles verdes no son

ningunos estúpidos —admitió—. Y son

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muchos más de los que creíamos —examinó el mapa de las TierrasInteriores que tenía desplegado ante él ylos marcadores que había utilizado paraseñalar dónde se encontraban los pielesverdes. El mapa estaba prácticamenterepleto de ellos—. Bueno, tendremosque atacarlos antes de que puedanreaccionar. Di a los muchachos quevengan aquí rápidamente y que semantengan alejados de las lanzas de lospieles verdes. Ellos tienen que lucharcontra la gravedad mientras quenosotros nos valernos de ella, así quecontamos con cierta ventaja.

Iomhar asintió, pero antes de que

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pudiera decir nada más, Beathanirrumpió en su conversación.

—¡Trols! —gritó, a la vez que sedejaba caer sobre un taburete cercano.No podía mover el brazo izquierdo, quetenía cubierto de sangre por culpa deuna profunda herida que había sufrido enel hombro—. ¡Estábamos descendiendosobre un grupo de pieles verdes cuandouna jauría de trols de bosque se nos haechado encima! Se cargaron a Moray ySeaghdh con sus primeros golpes yderribaron a Alpin y Latchin de susgrifos —entonces, señaló su herida—.Me hicieron este feo corte con una desus hachas, pero menos mal que logré

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esquivar el segundo hachazo porque sino, me habrían decapitado.

—¡Maldita sea! —gruñó Kurdran—.¡Se han unido a los trols! ¡Esos pielesverdes colaboran ahora con otros pielesverdes! ¡Además, esos trols nosimpedirán valemos de los árboles! —semesó el bigote, presa de la frustración—. Necesitamos algo para equilibrar labalanza y rápido, muchachos, o se nosecharán encima como hormigas sobre unescarabajo.

Como si fuera la respuesta queesperaba, un tercer enano hizo acto depresencia para informar. Pero este, unexplorador llamado Dermid, no estaba

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herido. Y parecía muy contento en vezde preocupado.

—¡Humanos! —anunciójubilosamente—. ¡Y son muchísimos!Dicen que vienen a ayudamos a lucharcontra los orcos… así es como llaman alos pieles verdes.

—Loados sean los ancestros —masculló Kurdran—. Si puedenmantener a esos orcos entretenidos comopara que se olviden de sus nuevastácticas, podremos atacarlos desde elaire una vez más —entonces, sonrió deoreja a oreja al mismo tiempo quealzaba su martillo de tormenta—. Sí, ynos ocuparemos también de cualquier

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trol que se acerque. Quizá elloscontrolen los árboles, pero nosotrosregimos el cielo.

Nuestros grifos los destrozarán encuanto se hallen a nuestro alcance —sevolvió y se dirigió a la puerta mientrasllamaba con un silbido a Cielo’ree—.¡Volemos, enanos Martillo Salvaje! —gritó y, al instante, los demás enanos lovitorearon y se apresuraron a obedecer.

—¡Ahora!Lothar espoleó a su montura,

atravesó el claro y cargó contra unajauría de orcos, Estos se giraron,

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claramente sorprendidos, pues habíanestado concentrados en vigilar el cielo ymuchos de ellos blandían lanzas en vezde sus hachas y martillos habituales. Auno de ellos se le ocurrió arrojar sulanza contra Lothar, pero el Campeón yase hallaba muy cerca. Con sudescomunal espada, destrozó la lanza yel brazo que la sujetaba. Al instante, sevolvió y decapitó el orco antes inclusode que su brazo cercenado tocara elsuelo.

Turalyon, que estaba justo a su lado,golpeó con su martillo a un orco al quehundió el pecho. Con su segundo golpe,acertó oblicuamente a un orco en el

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brazo, lo cual fue suficiente como paraque la criatura de piel verde soltara suhacha. A continuación, le golpeó en lacabeza y cayó al suelo en silencio.

Pero entonces, Turalyon escuchó unextraño ruido, algo que era una mezclade tos y carcajada, y alzó la vista. Unafigura alta, más alta que un orco y decomplexión más esbelta, bajó de unsalto de los árboles y se plantó delantede él, con una lanza que sostenía entresus enormes manos de largos dedos.Tenía los ojos rasgados y una miradamuy dura, así como unas faccionesestrechas, y le mostraba una ampliasonrisa mientras hacía ademán de

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atacarlo con la lanza y le enseñaba unashileras de dientes puntiagudos. ¡Era untrol!

Turalyon elevó su escudo y logróbloquear el lanzazo, que impactó contrasu escudo con fuerza suficiente comopara dejarle el brazo bastantedebilitado. El joven respondióarremetiendo con fuerza con su martillo,lo cual hizo tambalearse al trol pero nolo detuvo. La criatura se abalanzó unavez más sobre él, con la lanza en ristre,y Turalyon espoleó a su caballo,agarrando con firmeza su escudo con elque alcanzó al trol en la cara y el pecho.El monstruo no esperaba un ataque tan

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burdo, por lo que recibió el golpe delleno y retrocedió dando tumbos,mientras sacudía la cabeza como si asíintentara superar el aturdimiento.Turalyon, sin embargo, no le dio tiempoa recuperarse. Le alcanzó en lamandíbula con su martillo y el trol cayóal suelo donde yació destrozado.

Satisfecho consigo mismo, Turalyonalzó la mirada justo a tiempo de vercómo un segundo trol aparecía en unarama cercana. Tenía los ojos entornadosy repletos de odio y la lanza echadahacia atrás, pues se disponía a lanzarla.Turalyon supo de inmediato que elblanco de esa arma era él y que no era

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bastante fuerte como para bloquearla nibastante rápido como para esquivarla.Se preparó para lo peor y cerró los ojos,a la espera de oír el silbido de la lanzaal rasgar el viento cada vez más intenso.

Pero en vez de eso, oyó un extrañogrito muy agudo, mezclado con un rugidograve, y, acto seguido, un estruendosotrueno, tras el cual podía adivinarse ungrito de repentino dolor. Turalyon abriólos ojos de nuevo y vio algo asombroso.El trol caía del lugar donde había estadoposado y se llevaba las manos a un ladode su cara, que parecía hallarseaplastada. Por encima de ese monstruo,planeaba en el aire una criatura

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majestuosa, sobre la que había oídohablar pero nunca había visto antes.Aunque tenía la constitución de un león yla misma piel de color pardo rojizo, noposeía una cabeza felina sino un ferozsemblante de pájaro, cuyo pico estabaabierto y profería ese chillido que habíaoído. Sus patas delanteras poseían unasgarras letales, pero sus patas traserascontaban con unas gruesas pezuñas comolas de un gato; además, poseía una largacola. Unas enormes alas brotaban de suscostados y unas plumas le cubrían lacabeza y los hombros. Un hombre ibamontado sobre ese ser.

No. Turalyon pudo comprobar que

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no era un hombre, aunque ya se loimaginaba, por supuesto. Pese a quehabía oído hablar de los enanos MartilloSalvaje, nunca había estado delante deuno. Si bien los Martillo Salvaje eranmás altos y esbeltos que sus primosBarbabronce, los Martillo Salvajeseguían siendo más bajos y corpulentosque un hombre además, poseían unpecho fuerte y unos brazos nervudos.Blandían martillos de tormenta, como ladescomunal arma que regresaba a lamano del enano en esos momentos; sinlugar a dudas, ese martillo era lo quehabía causado la muerte al trol.

El enano se percató de que Turalyon

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lo miraba y sonrió de oreja a oreja, a lavez que alzaba el martillo a modo desaludo. Turalyon elevó su propiomartillo a su vez y, acto seguido,espoleó a su caballo y arremetió contraotro orco. Ahora que sabía que losenanos patrullaban el cielo, ya no lepreocupaba recibir un ataque desde losárboles, lo cual le permitía concentrarseen la Horda. Los orcos, por otro lado,tenían que defenderse de ataquesprocedentes de todas direcciones menosdel suelo, lo que les hizo sentirseconfusos y desconcertados. Tal y comoesperaba Lothar, el hecho de que hubieratantos árboles obligaba a los orcos a

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desplazarse en pequeños grupos en vezde en una sola formación, lo quepermitía que los soldados de la Alianzapudieran enfrentarse a cada escuadrónde uno en uno.

Horas más tarde, Kurdran recibió alos líderes humanos en su casa, dondeles dio la bienvenida. Su comandanteera un hombre grande, más que lamayoría, que lucía una buena barba,similar a la de los enanos, y una largacoleta, a pesar de que prácticamenteestaba calvo en la coronilla. Por suforma de moverse se veía que era un

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guerrero nato. Kurdran pudo adivinarque ese hombre había participado eninnumerables batallas; no obstante, susojos azules permanecían muy alerta y lacabeza dorada de león de su escudo y sucoraza seguían bastante relucientes. Porotro lado, el humano joven no teníabarba, lo cual era deplorable, y parecíamenos seguro; sin embargo, Zoradan lehabía comentado que le había vistoemplear ese enorme martillo con casitanta destreza como un enano. Perohabía algo más en ese muchacho:desprendía una sensación de calma quele recordó a Kurdran a su chamán. Talvez ese zagal fuera también un chamán, o

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quizá estuviera en contacto con loselementos o los espíritus. Ciertamente,el tercer humano, que iba ataviado conuna túnica violeta y tenía una barbablanca corta y desaliñada, a pesar deque andaba como un joven, era un mago,de eso no cabía duda. A los humanos losacompañaba una muchacha elfa, muyatractiva, fuerte y ágil, como todos losmiembros de esa raza, que vestía deverde, portaba un arco y tenía unamirada risueña. Kurdran rara vez habíaconocido a gente tan interesante y, bajocualquier circunstancia, se alegraba detener esa suerte. Ahora mismo, estabamás que contento de haber coincidido

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con ellos.—Saludos, muchachos… ¡y

muchacha! —les dijo, a la vez queseñalaba las sillas, banquetas y cojinesque se hallaban esparcidos por toda lahabitación—. ¡Sed bienvenidos!Temíamos que esos pieles verdes… alos que vosotros llamáis orcos…invadieran nuestros hogares, ¡erantantos! Pero vuestra llegada puso fin a suinvasión. ¡Juntos, los hemos expulsadode las Tierras del Interior! Estoy endeuda con vosotros.

El gran guerrero se sentó en untaburete situado cerca de la silla deKurdran, mientras se ajustaba su

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descomunal espada que llevaba atada ala espalda.

—¿Eres el líder de los MartilloSalvaje? —preguntó.

—Soy Kurdran Martillo Salvaje —respondió Kurdran—. Soy su jefe, asíque sí, van donde yo digo.

—Bien —dijo el guerrero asintiendo—. Soy Anduin Lothar, antaño Caballerode Ventormenta y ahora comandante delas fuerzas de la Alianza —acontinuación, le explicó qué era laHorda y el destino que había sufridoVentormenta—. ¿Os uniréis a nosotros?

Kurdran frunció el ceño y se mesó elbigote.

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—Afirmas que pretenden conquistartodas estas tierras, ¿no? —Lothar asintió—. Y que llegaron en unos barcosenormes hechos de hierro negro,¿verdad? —el humano volvió a asentir—. Entonces, han debido de atravesarKhaz Modan —concluyó, a la vez quenegaba con la cabeza—. Hace muchassemanas que no sabemos nada denuestros parientes de Forjaz. Mepreguntaba por qué. Esto lo explicatodo.

—Han conquistado las minas y hanutilizado su hierro para construir esosbarcos —aseveró el mago.

—Sí —admitió Kurdran, mostrando

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sus dientes—. Los Martillo Salvajehemos tenido muchas disputas con elclan Barbabronce a lo largo de losaños… por eso mi gente abandonó KhazModan. Pero seguimos siendo primos,parientes. Y esas nauseabundascriaturas, esa Horda, los han atacado. Ydespués a nosotros. Solo vuestraoportuna ayuda nos ha librado de sufrirel mismo destino que nuestros primos —de repente, golpeó con el puño el brazode la silla—. ¡Sí, nos uniremos avosotros! ¡Contraatacaremos ycombatiremos a esos orcos, hasta que laHorda deje de ser una amenaza paratodos! —se puso en pie y le tendió la

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mano—. Contad con la ayuda de losMartillo Salvaje.

Lothar también se puso en pie y leestrechó la mano con suma solemnidad.

—Gracias —fue lo único que dijo,pero con eso bastaba.

—Al menos, los hemos expulsado delas Tierras del Interior —señaló eljoven sin barba—. Vuestro hogar está asalvo.

—Así es —reconoció Kurdran—.Por el momento. Pero ¿adónde irán esosorcos ahora? ¿Se darán la vuelta yregresarán a Trabalomas? ¿O subiránhacia la capital? ¿O se dirigirán al nortepara unirse al resto de su hedionda raza?

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Súbitamente, sus nuevos aliados sepusieron en pie; quizá había dicho algoque no debía.

—¿Qué acabas de decir? —inquirióapremiante la muchacha elfa—. Repiteeso del norte.

—¿Que quizá vayan a unirse al restode los suyos? —respondió un perplejoKurdran. La elfa asintió rápidamente yel enano se encogió de hombros—. Misexploradores afirman que aquí solohemos visto a una fracción de la Horda.El resto se ha dirigido hacia el norte, hasorteado nuestros bosques y hacontinuado su marcha hacia lasmontañas —entonces, examinó

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detenidamente sus rostros—. ¿No losabíais?

Si bien el joven sin barba y el magohicieron un gesto de negación con lacabeza, el viejo guerrero estabalanzando improperios.

—¡Era una distracción! —exclamó,casi escupiendo esas palabras—. ¡Y nosla hemos tragado!

—¿Una distracción? —replicóKurdran arrugando el ceño—. ¡Mi hogarha corrido un grave peligro! ¡Suincursión no ha sido un mero ardid!

Lothar negó con la cabeza.—No, la amenaza era real —admitió

—. Pero quienquiera que comande a esta

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Horda es muy artero. Sabía queacudiríamos en tu ayuda. Se ha llevadoal resto de sus fuerzas al norte mientrasdejaba una pequeña parte aquí parademorarnos. Ahora, nos lleva una granventaja.

—¡Se dirigen a Quel’Thalas! —gritóla muchacha elfa—. ¡Tenemos queavisarles!

Lothar asintió.—Reunid a las tropas de inmediato.

Debemos partir ya. Si nos desplazamoscon rapidez…

La muchacha lo interrumpió.—¡No llegaremos a tiempo! —

insistió—. Tú mismo has dicho que la

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Horda nos lleva una gran ventaja.¡Hemos perdido días enteros! Sireunimos a las tropas tardaremos aúnmás —hizo un gesto de negación con lacabeza—. Iré sola.

—No —replicó Lothar en voz baja,pero con un tono severo que no dejómargen a las protestas—. No irás sola—le dijo, ignorando la mirada furibundaque le lanzó—. Turalyon, llévate al restode la caballería y a la mitad de lastropas. Estás al mando. Khadgar,acompáñalo. Quiero que la Alianzaayude a defender Quel’Thalas —entonces, se volvió hacia Kurdran, quienestaba impresionado. ¡Sí, ese hombre

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sabía cómo liderar a sus hombres!—.Todavía habrá algunos orcos por estosbosques —le advirtió— y no podemosarriesgarnos a que nos sorprendantambién por la retaguardia. Nosquedaremos hasta que los bosques esténtotalmente libres de orcos, después, nosmarcharemos y nos sumaremos a losdemás. Kurdran asintió.

—Os agradezco la ayuda —replicóde un modo formal—. En cuanto lasTierras del Interior sean una vez másseguras, mis guerreros y yo osacompañaremos al norte para combatiral resto de la Horda.

—Gracias —Lothar hizo una

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reverencia y, a continuación, se volvióhacia la muchacha elfa, el joven sinbarba y el mago—. ¿Qué hacéis aúnaquí? Moveos… cada segundo queperdéis hace que la Horda esté unsegundo más cerca de llegar a Quel’Thalas.

Los tres hicieron una reverencia ysalieron de la habitación con granceleridad. Kurdran no los envidiaba, sumisión consistía en perseguir unejército, intentar dejarlo atrás a ladesesperada y advertir a los elfos deque este se aproximaba. Aun así,esperaba que llegaran a tiempo.

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—¡Q

CAPÍTULO ONCE

ue sigan avanzando!—bramó MartilloMaldito, a la vez que se

giraba para observar cómo la Hordamarchaba tras él—. ¡Tenemos que cruzar

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estos picos cuanto antes!—¿Por qué? —fue Rend Puño Negroquien formuló la pregunta.Tanto él como su hermano Maimodiaban a Orgrim porque este habíaasesinado a su padre y lo habíareemplazado como Jefe de Guerra. Erande los pocos que osaban cuestionar lasórdenes de Martillo Maldito. Orgrim lopermitía por dos razones: porque sabíaque las explicaciones que les dierallegarían al resto de la Horda y porqueel clan Diente Negro era muy poderosoy numeroso y, por tanto, muy útil.Además, si bien los hermanoscuestionaban sus actos o decisiones,

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nunca desobedecían una orden directa,aunque estuvieran en desacuerdo conella. Como Martillo Maldito apreciabaese tipo de lealtad, estaba más quedispuesto a tolerar que lo cuestionasen,pero hasta cierto punto.

—¿Porque qué? —replicó Orgrim,quien se hallaba intentando dar con elmejor camino para ascender por unempinado sendero que llevaba a lasmontañas, por lo que casi toda suatención se hallaba centrada en laspiedras que tenía bajo las piernas y lasmanos.

Los trols de bosque ya los habíandejado atrás, pues habían escalado esos

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riscos con la misma facilidad quetrepaban a los árboles. Asimismo,habían colocado unas cuerdas paraayudar a los guerreros orcos en suascenso, pero Martillo Maldito senegaba a utilizarlas. Necesitaba que sustropas supieran que aún era el más fuertede todos ellos y ascender esa montañasin ayuda era una manera dedemostrarlo. Rend no tenía esos reparosy se hallaba caminando junto a Orgrimcon una de esas robustas cuerdas atadafirmemente alrededor del brazoizquierdo.

—¿Por qué estamos escalando estasmontañas? —contestó Rend—. Las

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podríamos haber rodeado. ¿Por quéseguimos este camino? Es cierto que esmás corto, pero también más duro.Escalar estos picos nos va a retrasar.

Martillo Maldito alcanzó la cima delrisco, gruñó y se limpió las manos, quetenía manchadas del polvo de laspiedras, frotándoselas con la partesuperior de los brazos. Se volvió paramirar a Rend justo cuando este otrocabecilla se unía a él en la cumbre,seguido por su hermano y los demáslíderes de la Horda, quienes sabíanperfectamente que más les valía noalcanzar la cima antes que Orgrim.

—Los humanos creen que somos

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estúpidos —afirmó Martillo Maldito,cerciorándose de que todos pudieranescucharlo. No le gustaba tener querepetir las cosas—. Se imaginan quesomos unas bestias imbéciles, quesomos como los ogros —varios de losahí presentes miraron hacia abajo,donde los ogros aún seguíanascendiendo por detrás de los orcos. Apesar de que eran bastante fuertes comopara completar el ascenso, erandemasiado torpes como para hacerlocon facilidad—. Y pienso animarlos aque sigan opinando lo mismo —en eseinstante, esbozó una amplia sonrisa ymostró los colmillos—. ¡Dejad que

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piensen que somos idiotas! Así nuestraconquista será más fácil, porque noshabrán subestimado.

Se agachó y cogió una piedrecita,que se pasó de una mano a otra mientrasseguía hablando.

—Ya los hemos engañado una vez,al dejar atrás a unos cuantos clanescuando alcanzamos las Tierras delInterior —señaló—. Han estado muyocupados batallando contra esa parte dela Horda mientras nosotrosproseguíamos nuestro camino a lasmontañas. Y seguirán estando muyocupados mientras nosotros cruzamosestas cumbres.

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—Pero nos dirigimos a Quel’Thalas,¿verdad? —inquirió Maim, a quien lecostó pronunciar ese extraño nombreelfo—. ¿Por qué no hemos ido en barcoa algún lugar lo más cerca posible deese sitio? Si hubiéramos obrado así,habríamos llegado ahí mucho antes deque los humanos pudieran emerger delas Tierras del Interior.

—Porque los elfos nunca hubieranpermitido que nuestras naves pasaranpor ahí indemnes —respondió MartilloMaldito—. Zul’jin afirma que son unarqueros consumados y habríamosacabado atrapados en nuestros barcosmientras una lluvia de flechas arreciaba

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sobre nosotros. Habríamos sufrido milesde bajas, habríamos perdido a clanesenteros, miles de llegar a la orilla paracombatirlos.

Varios de los cabecillas murmuraronentre ellos. No se habían planteado esaposibilidad. La Horda todavía no sehabía acostumbrado a manejar barcos nia guerrear con ellos, aunque unos pocos,como los Cazatormentas, le habíancogido el tranquillo enseguida.

—Pero podríamos haber rodeadoestas montañas —observó Rend—. Pueses una ruta más larga aunque menosdifícil.

Orgrim esbozó una sonrisa burlona

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ante esa observación.—¿Acaso temes los retos?Varios de los demás cabecillas

estallaron en carcajadas y Rend seencolerizó.

—¡Claro que no! —le espetó,alzando un puño al aire, mostrando asíque estaba dispuesto a luchar contracualquiera que afirmase lo contrario—.¡Estoy a la altura de este desafío y decualquier reto! Además, a lo largo detodo el ascenso, ¡siempre he estadodetrás de ti!

Nadie se atrevió a comentar que sehabía valido de una cuerda para subir yMartillo Maldito no. Los Puño Negro

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eran unos guerreros muy respetados ytemibles, otra razón más por la queOrgrim les permitía que le hicierantantas preguntas.

—Entonces, dime, ¿pretendes seguirdesafiándome? —preguntó en voz bajaMartillo Maldito, con voz más grave.

Rend depuso su actitud de inmediatoy palideció al darse cuenta de lo quehabía estado a punto de desencadenar.Los Puño Negro querían liderar laHorda, pero para eso, tendrían que retara un combate a Orgrim y derrotarlo.Todos sabían que su líder sería capaz dematar a ambos hermanos aunque amboslo atacaran a la vez. Una parte de él

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esperaba que lo intentaran, ya queentonces podría reemplazarlos por uncabecilla Diente Negro más razonable.No obstante, hasta entonces, siempre sehabían echado atrás.

—Si las hubiéramos rodeado, tal vezhabríamos ido más rápido —dijo, porfin, Martillo Maldito, al ver que Rendno iba a morder el anzuelo—, perohabríamos resultado mucho más visiblesa ojos del enemigo. De este modo,sorprenderemos a los elfos —entonces,volvió a sonreír abiertamente—. Si loshumanos sobreviven a la batalla de lasTierras del Interior y son capaces derodear las montañas, tal vez lleguen a

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Quel’Thalas antes que nosotros.Entonces, si los elfos les dejan entrar ensu ciudad, podrán unir fuerzas paradefenderse de nuestro ataque —se echóa reír y aplastó la piedra que tenía en lamano, cuyo polvo se le escapó entre losdedos—. Pero ya no tendrán adóndehuir. Los aplastaremos y esas tierrasserán nuestras —abrió la mano y dejóque se le cayeran el resto del polvo ylos fragmentos de la piedra —volvió alimpiarse las manos de manera ostentosa—. De un modo u otro, ganaremos.

Todos los demás orcos murmuraron,algunos incluso sonrieron y secarcajearon. Rend asintió.

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—Eres muy sabio —admitió aregañadientes—. Es un buen plan.

Martillo Maldito asintió paraaceptar el cumplido.

—Ahora, debemos continuar —lesdijo Martillo Maldito al resto—.Todavía nos quedan varios picos queascender —acto seguido, se volvióhacia Zuluhed—. ¿Dónde están? —preguntó.

—Ya vienen de camino —contestóel cabecilla del clan Faucedraco, quiensonrió de oreja a oreja al oír losmurmullos que se alzaban tras él.Ninguno de los demás orcos sabía nadaal respecto, salvo que los Faucedraco

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planeaban algo, con la total aprobaciónde Orgrim.

Aún tienen que recorrer una grandistancia, pero son rápidos. Nos daránalcance en breve y el mundo temblará asu llegada.

—Bien —entonces, MartilloMaldito se giró y posó su mirada sobreuna alta figura que se encontraba a pocadistancia, cuya larga bufanda era mecidapor el viento—. ¿A qué distanciaestamos de Quel’Thalas?

—A este ritmo, a cuatro días deviaje —respondió Zul’jin—. Peropodríamos llegar antes.

Los ojos del trol de bosque

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centellearon al escuchar esas palabras ylas manos se le fueron a las hachas quellevaba a la cintura como si tuvieranvida propia.

—No —le ordenó Orgrim,ignorando al trol, que obviamente sesentía decepcionado—. Os quedaréiscon nosotros y seguiréis colocandocuerdas para que las tropas puedan subir—entonces, le lanzó una enorme sonrisaal líder trol—. No te preocupes, tendrásla oportunidad de atacar la patria de loselfos. Pero no lo harás sin la Horda a tusespaldas, dispuesta a caer sobre ellos.

Zul’jin meditó un momento sobreello y, acto seguido, asintió.

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—Se van a enfadar —comentó y,después, se rio—. Emergerán comoavispas, dispuestas a picar. Y vosotrosos echaréis encima cual enjambre dehormigas para devorarlos por entero.

—Sí.A Martillo Maldito le gustó la

metáfora. Las hormigas eran unastrabajadoras muy laboriosas, además detenaces y fuertes más allá de loimaginable. Aunque también podían sermuy desagradables, pues se unían paraderrotar a criaturas mucho más grandes.Sí, las hormigas eran una buenacomparación. Entonces, indicó con unaseña que continuaran la marcha y la

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Horda ascendió tras él por la montaña,como un ejército de hormigas cuyoúnico propósito era la conquista.

Cuatro días después, Orgrim y suscabecillas se hallaban en la ladera deuna colina, que se encontraba entre lacima de la última montaña y los lindesde un gran bosque, desde la cualobservaban lo que había allá abajo.Entretanto, el resto de la Horda se ibacongregando en masa a sus espaldas.Pese a que los orcos se hallabanagotados de tanto escalar y andar, ahoraque su objetivo se hallaba delante de

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ellos estaban más que dispuestos aolvidar su extenuación. Pero nadieestaba más impaciente que los trols debosque.

—¿Atacamos ya? —Zul’jin miróansioso a Martillo Maldito.

—Sí, adelante —contestó el Jefe deGuerra—. Destruid a esos elfos. Que noquede nada ni nadie en pie.

El líder de los trols de bosquesonrió de oreja a oreja y echó la cabezahacia atrás para proferir un extraño gritosimilar a un gorjeo. Súbitamente, otrotrol de bosque hizo acto de presencia, auna cierta distancia de donde sehallaban ambos líderes, tan sigiloso

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como un fantasma. Un tercero saltó delas piedras que se hallaban por encimade ellos y se colocó junto a él, y luegoapareció otro que se colocó junto alúltimo, y después otro y otro… hastaque el pequeño valle situado detrás dela colina quedó repleto de esas criaturasdel bosque altas y desgarbadas. Eranmuchos más de los que Orgrimrecordaba que Zul’jin había traídoconsigo. Su sorpresa debió de reflejarseen su rostro porque el líder de los trolsde bosque esbozó una amplia sonrisabajo su omnipresente bufanda.

—He encontrado más por el camino—le explicó, riéndose—. Son la tribu

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Secacorteza. Se unirán a nuestrasfuerzas.

Martillo Maldito asintió. No teníamiedo a esos trols en particular, a pesarde que eran más altos que él. En su día,se había enfrentado a enemigos másgrandes y fuertes y siempre había salidovictorioso de esos encuentros. Además, Zul’jin le había impresionado a lo largode los meses que habían transcurridodesde que sellaron su alianza. El trol debosque era listo pero también honorable.Había prometido que su gente ayudaría ala Horda y no se había echado atrás.Orgrim estaba dispuesto a arriesgar suvida porque sabía que el trol cumpliría

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su palabra.Claro que el hecho de que los trols

de bosque odiaran a esos nobles elfostambién contribuía a ello. Todos lostrols se habían mostrado a favor dedesviarse al norte, hacia Quel’Thalas, yse habían mostrado impacientes poradentrarse en el bosque elfo paralocalizar y atacar a los elfos. MartilloMaldito, sin embargo, había insistido enque debían esperar. Quería que, antes deque los trols atacaran, el resto de laHorda se hallara en posición. Zul’jin selas había arreglado para mantener a suscongéneres a raya, a pesar de queestuviera tan ansioso como ellos por

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atacar.Pero ahora, la espera había llegado

a su fin. Con un aullido, Zul’jindescendió esa colina raudo y veloz. Nose frenó cuando alcanzó los lindes delbosque, sino que se subió de un salto aun árbol y brincó de rama en rama consuma facilidad. El resto de su gente losiguió y se subieron a los árbolessaltando, desapareciendo así de la vista,dejando únicamente como señal de supaso el crujir de las hojas y algún queotro gruñido ocasional. Pero Orgrimsabía que se abrirían paso hasta llegar alcorazón de aquel colosal bosque y quematarían a cualquier elfo que hallaran en

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su camino. Pronto, los defensores de esebosque tendrían noticia de que estabansiendo invadidos por trols e iríanpresurosos a encontrarse con ellos.

Eso mantendría a los elfos muyocupados, tanto que no comprobarían sialguna otra fuerza enemiga amenazabasus fronteras.

Martillo Maldito dio la señal y elresto de la Horda anegó la colina;marchó con paso firme por esa estrechaextensión de hierba hasta llegar, por fin,a la primera hilera de árboles.

—¿Ahora, Jefe de Guerra? —preguntó un guerrero orco que se hallabacerca, con un hacha en ristre.

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Orgrim asintió y el guerrero se giróhacia el árbol que estaba junto a él, cuyotronco era muy grueso y vetusto y suavecomo la seda, cuyas hojas frondosas ysuntuosas, verdes y aromáticas olían anaturaleza, vida y abundancia. De unfortísimo hachazo, desgajó de su troncoun enorme fragmento de corteza ymadera. Luego, volvió a darle otrohachazo, logrando así que el corte fueraaún más grande.

—¡No, no! —Martillo Maldito learrebató el hacha al sorprendidoguerrero, al que empujó hacia atrás—.No hay que darle en ángulo, sinodirectamente —le explicó.

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Desclavó el hacha, flexionó losmúsculos y, al instante, golpeó con todasu fuerza, clavando gran parte del hachaen el tronco. Después, con un tirón muyfuerte, arrancó el arma y volvió agolpear en el mismo lugar, agrandandoasí el tajo. Al tercer impacto, el hachacasi atravesó del tronco por entero, yasolo quedaba una pequeña porción decorteza y madera en pie. Orgrim tiró delhacha, volviéndola hacia arriba, demodo que su cabeza empujó hacia arribael tronco. El árbol se tambaleó y cayó,destrozando ese trozo que aún quedabaen pie con su propio peso e impulso. Latierra tembló ante el impacto del árbol y

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las hojas y las bayas volaron pordoquier.

—Así sí.Le lanzó el hacha al guerrero, quien

la cogió en el aire, asintió y se dirigió alpróximo árbol de esa hilera. Un segundoguerrero ya se estaba acercando al árbolcaído con un hacha en la mano,dispuesto a trocear ese enorme tronco enpedazos más pequeños.

Detrás de él, más guerreros sededicaban a realizar la misma tarea.Como transportar provisiones para unejército tan colosal como la Horda eraimposible, tomaban lo que necesitaba delas tierras que iban conquistando. La

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madera de esos árboles alimentaría elfuego de las hogueras de la Hordadurante semanas. Tal vez incluso meses.Además, el hecho de saber que cadaárbol talado dejaría más desprotegidos alos elfos hacía que su labor fuera másgrata.

Martillo Maldito estaba apoyadosobre su martillo, observando cómoavanzaban los trabajos, cuando, por elrabillo del ojo, vio que algo se movía.Un orco bajito y corpulento, con unabarba erizada, se dirigía hacia él, en surostro marcado había dibujada una

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expresión que Orgrim no estaba segurode si le gustaba o no. Gul’dan estabacontento por algo.

—¿Qué ocurre? —inquirió con tonoapremiante Martillo Maldito antes deque el jefe brujo lo hubiera alcanzado.

—Hay una cosa que deberías ver,oh, poderoso Martillo Maldito —respondió Gul’dan, haciendo unaprofunda reverencia. Cho’gall se rioentre dientes e imitó burlonamente elgesto a sus espaldas—. Algo que podíaayudar en gran manera a la Horda.

Orgrim asintió, alzó el martillo paracolocárselo sobre el hombro y, con unaseña, indicó a Gul’dan que fuera por

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delante. El brujo se giró y guio tanto aMartillo Maldito como a Cho’gall a unlugar situado a unos cien metros dedonde acababan de estar. En ese sitio,había una colosal piedra que abría unhueco entre los árboles. Su ásperasuperficie estaba grabada con runas eincluso Orgrim, que no tenía ningún donpara percibir lo sobrenatural o loespiritual, pudo notar que ese bastomonolito irradiaba un gran poder.

—¿Qué es eso? —exigió saber.—No lo sé exactamente —contestó

Gul’dan, acariciándose la barba—. Peroes muy poderoso. Creo que estas piedrasrúnicas, hay varias como esta esparcidas

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uniformemente a lo largo de los lindesdel bosque, son una barrera mística.

—Pues no nos han impedido entrar—señaló Martillo Maldito.

—No, pero porque solo hemosusado nuestras propias manos, pies yarmas —replicó Gul’dan—. Creo queestas piedras rúnicas impiden el uso dela magia dentro del bosque. Es muyprobable que aquí solo funcione lamagia de los elfos. He intentado accedera mis poderes mágicos y no puedo, perosi me desplazo diez pasos hacia lascolinas, soy capaz de lanzar conjuros.

Ahora, Orgrim miraba a esa enormepiedra con otros ojos.

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—Así que si nos las llevamos y lascolocamos alrededor de nuestrosenemigos, estos no podrán lanzarhechizos —reflexionó, mientras sepreguntaba cuántos orcos necesitaríapara poder mover esos monolitos ycómo los iban a transportar.

—Sí, podemos utilizarlos de esemodo —admitió Gul’dan, cuyo tono devoz parecía transmitir con claridad queél también había pensado lo mismo—.Pero cabe otra posibilidad, Jefe deGuerra. Si me concedes un momento, telo explicaré.

Martillo Maldito asintió. Si bien noconfiaba para nada en Gul’dan, el brujo

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había demostrado ser muy útil al crear alos caballeros de la Muerte. Le picabala curiosidad por saber qué tenía enmente ahora ese achaparrado orco.

—Estas piedras contienen una magiainmensa —le explicó Gul’dan—. Creoque seré capaz de dominar ese poderpara satisfacer nuestros propios fines.

—¿Qué quieres decir? —inquirióOrgrim de manera perentoria, pues sabíaque siempre debía estar ojo avizor con Gul’dan. No, quería que concretase.

—Puedo utilizarlas para levantar unaltar —respondió el brujo—. Un Altarde la Tempestad. Si logro canalizar laenergía de esas piedras, podré

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transformar a ciertos seres. Los haremosmás poderosos, más peligrosos, aunquepuede que sufran alguna desfiguraciónque otra.

—Dudo que ningún orco vaya adejar que experimentes con él porsegunda vez —comentó MartilloMaldito con brusquedad.

Todavía recordaba con gran claridadla noche en que Gul’dan había ofrecidola Copa de la Unidad, el Cáliz delRenacimiento, a todos los cabecillas dela Horda y a todos los guerreros quecreía dignos de beber de ella. ComoOrgrim desconfiaba del brujo inclusopor aquel entonces, se negó a beber del

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cáliz cuando Puño Negro lo invitó ahacerlo. Se justificó diciendo que esehonor le correspondía a su cabecilla,quien no debía compartir tal poder conél. No obstante, había visto lo que eselíquido elemento le había hecho a susamigos y compañeros de clan. SI. loshabía hecho más grandes y fuertes. Perotambién había hecho que sus ojosadquirieran un fulgor rojo y que su pielverde adoptara un color aún másintenso, todo lo cual era un clarosíntoma de corrupción demoníaca, quelos había vuelto locos de sed de sangre,ira y hambre. De ese modo, los orcos,que habían sido hasta entonces unos

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seres nobles, se transformaron en unosanimales, en unos asesinos dementes.Algunos orcos se lamentaron luego de sutransformación, pero para entonces, yaera demasiado tarde.

Gul’dan sonrió como si supiera enqué estaba pensando su Jefe de Guerra.Y tal vez así fuera. ¿Quién podíaimaginarse qué clase de extrañospoderes poseía ahora ese brujo? Pero selimitó a replicar lo que Martillo Malditohabía expresado con palabras, no lospensamientos que había tras ellas.

—No voy a utilizar a ningún orcopara probar estos altares —le aseguró Gul’dan—. No, emplearé a una criatura

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que sacará un gran provecho de unincremento de sus fuerzas, pero queapenas notará que su inteligencia hamenguado —en ese instante, esbozó unaamplia son risa—. Utilizaré a un ogro.

Orgrim caviló al respecto. Nocontaban con muchos ogros, pero lospocos que controlaban eran fácilmentediez veces más valiosos en el campo debatalla que cualquier otro soldado. Silograban hacerlos más fuertes… sí, sinlugar a dudas, merecía la pena correrese riesgo.

—De acuerdo —dijo al fin—.Puedes erigir una de esos altares. A verqué ocurre. Si funciona, te entregaré más

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ogros, o más criaturas de cualquier otraraza que desees.

Gul’dan hizo una honda reverencia yMartillo Maldito asintió, aún que, encuanto se volvió, su mente ya estabacentrada en otros problemas logísticos.

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—¡M

CAPÍTULO DOCE

ás rápido, malditasea! ¡Más rápido! —exclamó Alleria, quien

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se dio un puñetazo en el muslo, como sicon ese gesto pudiera espolear a lastropas para que aceleraran.Siguió su moroso ritmo por un momento,aunque enseguida aceleró, pues eraincapaz de avanzar tan lentamentedurante tanto tiempo. En cuestión deminutos, había dejado atrás esa largaformación de soldados y habíaalcanzado de nuevo a la caballería. Alinstante, miró a su alrededor, en buscadel muchacho rubio de pelo corto que sehallaba cerca de la vanguardia. ¡Sí, ahíestaba!

—Tenéis que acelerar el paso —leespetó a Turalyon mientras sorteaba a

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los demás caballos y se colocaba junto aél.

El joven paladín se sobresaltó yruborizó, pero la elfa no se regodeó enello como era habitual. ¡No habíatiempo para tales necedades!

—Avanzamos lo más rápido posible—replicó Turalyon con suma calma,aunque ella se dio cuenta de que habíamirado hacia atrás para evaluar el ritmoal que avanzaban las tropas—. Sabesque nuestros hombres no puedenrivalizar con tu velocidad. Además, unejército siempre se desplaza máslentamente que sus componentes porseparado.

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—Entonces, iré yo sola, comodebería haber hecho desde el principio—afirmó, a la vez que se tensaba paradejar atrás todos esos caballos a granvelocidad y adentrarse aún más en esebosque.

—¡No!Había algo en el tono de voz con que

pronunció esa palabra que hizo queAlleria se detuviera y maldijera en vozbaja. ¡¿Por qué no podíadesobedecerle?! Ese muchacho no teníael mismo carisma que Lothar y ellaestaba cooperando con el ejército de laAlianza por voluntad propia, no porquese lo hubieran ordenado. Aun así,

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cuando él le daba órdenes, era incapazde desobedecerlas. Lo cual implicabaque era incapaz de discutir con él ysalirse con la suya.

—¡Deja que me vaya! —insistió—.¡Tengo que avisarles!

El corazón le dio un vuelco de nuevoal pensar en sus hermanas, sus amigos ysu raza entera, a quienes la Horda iba apillar desprevenidos.

—Les avisaremos —le aseguróTuralyon. La elfa percibió una granseguridad en su tono de voz—. Y lesayudaremos a plantar cara a la Horda.Pero si vas sola y te capturan, y tematan, y te… eso no será bueno para

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nadie.Daba la impresión de que había

intentado decir algo más, por lo queAlleria sintió una súbita oleada de…alegría, tal vez… en su pecho, pero notenía tiempo de reflexionar al respecto.

—¡Soy una elfa y una forestal! —replicó con vehemencia—. ¡Puedodesaparecer entre los árboles! ¡Nadiepodrá encontrarme!

—¿Ni siquiera un trol de bosque? —inquirió el mago, que cabalgaba al otrolado de Turalyon. Al instante, Alleria sevolvió hacia él y le lanzó una miradairacunda, pero este prosiguió—.Sabemos que colaboran con la Horda. Y

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sabemos que se desenvuelven en losbosques casi tan bien como vosotros.

—Sí, «casi» tan bien —reconoció—. Pero yo soy mejor que ellos.

—Nadie lo va a negar —admitióKhadgar de un modo muy diplomático,aunque la elfa pudo intuir que bajo susemblante sereno se asomaba unasonrisa—. Pero no sabemos cuántas deesas criaturas merodean por ahí, entrenosotros y tu hogar. Además, por muysuperior que seas, una decena de ellospodrían contigo.

Alleria volvió a lanzar unamaldición. El mago tenía razón, porsupuesto. Y ella lo sabía. No obstante,

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eso no impedía que siguiera deseandohuir a todo correr, sin importarle losposibles obstáculos que podría hallar enel camino. Había visto a la Horda enacción y sabía que eran capaces dehacer. Sabía que era un gran peligro. ¡Ysabía que se estaba dirigiendo ahoramismo a su hogar! ¡Y su gente ignorabaque tal peligro se aproximaba!

—¡Haz que avancen! —le espetó aTuralyon y, acto seguido, salió corriendopara explorar el sendero.

Aunque le hubiera gustado toparsecon algunos orcos o trols, era conscientede que se encontraba demasiado lejoscomo para poder verlos. La Horda les

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llevaba una importante ventaja en esosmomentos y, si esos soldados humanosno eran capaces de abandonar ese pasode tortuga, ¡la distancia que los separabano dejaría de incrementarse!

—Está preocupada —afirmóKhadgar en voz baja mientras ambosobservaban cómo Alleria desaparecíade su vista.

—Lo sé —replicó Turalyon—. Y nose lo puedo echar en cara. Yo tambiénestaría preocupado si la Horda sedirigiera a mi hogar. Lo estuve cuandocreíamos que marcharían hacia la

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capital, que es lo más parecido a unhogar que he tenido a lo largo de laúltima década o quizá más —suspiró—.Además, solo cuenta con el apoyo de lamitad del ejército de la Alianza. Y soloconmigo para comandarlo.

—Deja de menospreciarte —leaconsejó su amigo—. Eres un buencomandante y un noble paladín, unmiembro de la Mano de Plata, la ordende los mejores caballeros de Lordaeron.Esa elfa tiene suerte de poder contarcontigo.

Turalyon sonrió a su amigo, pues sesentía muy agradecido de que loreconfortara. Aunque ojalá pudiera creer

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lo que decía. Oh, sí, sabía que era unguerrero decente en combate… habíasido adiestrado adecuadamente y en suprimera confrontación con la Hordahabía sido capaz de demostrar que podíaaplicar esos conocimientos adquiridosen una lucha de verdad. Pero ¿era unlíder? Antes de esa guerra, nunca habíatenido que liderar nada, ni siquiera tuvoque dirigir una sesión de oración. ¿Quésabía él sobre cómo ser un líder?

En verdad, de crío, era bastanteatrevido, a menudo; era el que ideaba eljuego al que sus amigos y él iban a jugaro comandaba alguno de esos ejércitos depega con los que jugaban a la guerra. Sin

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embargo, en cuanto se hizo sacerdote,todo eso cambió. Había aceptadoórdenes de mis superiores y después,cuando entró al servicio de Faol, habíaseguido las instrucciones del arzobispo.Tras unirse a las filas de los primerospaladines que estaban siendoadiestrados, pasó a hallarse bajo la gulade Uther, al igual que todos ellos…Uther tenía una tremenda personalidad ynadie lo cuestionaba. También era elmayor de todos y el que tenía unarelación más estrecha con el arzobispo.

A Turalyon le había sorprendido queLothar no escogiera a Uther comoteniente, aunque tal vez había pensado

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que la gran fe que profesaba el viejopaladín podría impedir que interactuaracomo era debido con gente menosdevota. Turalyon se había sentido muyhonrado e impresionado cuando lehabían concedido ese rango y todavíaseguía preguntándose qué había hechopara merecerlo. Si es que se lo merecía.

Lothar opinaba que así era. ElCampeón de Ventormenta teníasuficiente experiencia y conocimientocomo para saberlo. Era un guerreroincreíble y un líder asombroso, alguienal que los hombres seguían sinpestañear, esa clase de individuo queexigía respeto y obediencia a cualquier

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persona con la que se topara. Losguerreros de la Alianza lo llamaban ya«El León de Azeroth», por cómo habíacentelleado el león dorado de su escudocuando atravesó las filas de los orcos enTrabalomas. Turalyon se preguntaba sialguna vez llegaría a tener una mínimafracción de su carisma.

También se preguntaba si alguna vezsería tan devoto como él. Si algún díaposeería solo una mera fracción de sudevoción, de su fe o de los poderes quele habían sido otorgados.

Turalyon creía en la Luz Sagrada,por supuesto. Creía desde que era unniño y el hecho de haber sido sacerdote

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lo había acercado más a esa gloriosapresencia. No obstante, nunca la habíapercibido directamente ni sentido todosu poder, solo había atisbado algún queotro leve destello de su energía o sidotestigo de las consecuencias de susefectos sobre otro. Después de ver a laHorda y de combatirla en batalla,consideraba que su fe se hallaba másdébil que nunca.

La Luz Sagrada, al fin y al cabo, seencontraba en todo ser vivo, en todocorazón, en toda alma. Estaba en todaspartes, pues es la energía que une atodos los seres conscientes como sifueran uno solo. La Horda, sin embargo,

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era algo terrible y monstruoso. Hacíacosas que ningún ser racional haría;cosas depravadas y horribles. Sí, suredención era imposible. ¿Cómo talescriaturas podían formar parte de la LuzSagrada? ¿Cómo era posible que subrillante luz anidara en unas tinieblasabsolutas? Y si era así, ¿acaso esoindicaba que su pureza y amor podíanser vencidos, que su poder no eraabsoluto? Y si no era así, si la Horda noformaba parte de la Luz Sagrada,entonces esta no era un poder universal,tal y como le habían enseñado aTuralyon. Eso suponía que no era unafuerza omnipresente y todopoderosa, eso

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suponía un cambio en el modo en quedebían relacionarse los seres de lacreación, ¿no?

No lo sabía. Y ese era el problema.La duda había sacudido severamente loscimientos de su fe. Había intentado rezardesde su encuentro con la Horda, perosus plegarias habían sido meraspalabras huecas. No ponía el corazón enello. Y sin ese compromiso, esaspalabras no significaba nada, no servíanpara nada. Turalyon sabía que los demáspaladines eran capaces de bendecir alos soldados, que podían percibir elmal, que incluso podían curar heridasgraves con solo tocarlas. Pero él era

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incapaz. No estaba seguro de que algunavez hubiera poseído tales talentos,aunque, sin lugar a dudas, ahora no losposeía. Se preguntaba si alguna vez lostendría.

—Te has vuelto a quedar callado —Khadgar se inclinó hacia él y le dio unapalmadita de ánimo—. Estás tanensimismado que, al final, te vas a caerde tu montura.

Le hizo ese comentario con un tonode voz amigable, teñido de una levepreocupación. Turalyon hizo todo loposible por sonreír ante esa pequeñabroma.

—Estoy bien —le aseguró al mago

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prematuramente avejentado—.Simplemente, me preguntaba qué voy ahacer.

—¿Qué quieres decir? —Khadgarmiró a su alrededor y acabó echando unvistazo hacia atrás, a las tropas quemarchaban detrás de ellos—. Lo estáshaciendo muy bien. Haz que los hombressigan avanzando tan rápido como seaposible. Debemos albergar la esperanzade que daremos alcance a la Horda antesde que puedan causar muchos estragos.

—Lo sé —Turalyon arrugó el ceño—. Ojalá hubiera alguna forma deadelantarlos y de llegar a Quel’Thalasantes que ellos. Quizá Alleria tenía

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razón… tal vez debería haberla dejadoque se adelantara. Pero si la capturan, sialgo le ocurriera… —esas ultimaspalabras las dijo con un hilo de voz.Khadgar sonrió abiertamente y Turalyonlo miró furioso—. ¿Qué?

—Oh, nada —contestó su amigoentre carcajadas—. Si mostraras tantapreocupación por cada soldado,deberíamos rendirnos ya, pues noestarías dispuesto a enviar a ninguno deellos a batallar, ya que temerías queresultaran heridos.

Turalyon intentó abofetear al mago,que esquivó el golpe sin dejar de reír.Continuaron cabalgando y el ejército

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siguió avanzando tras ellos.

—Ya casi estamos —le aseguróTuralyon a Alleria, que daba vueltasalrededor de la montura del joven comosi este se hallara quieto.

—¡Lo sé! —le espetó, sin apenasalzar la mirada—. Este es mi hogar,¿recuerdas? ¡Sé qué distancia nos separamucho mejor que tú!

Turalyon profirió un suspiro. Habíansido dos semanas muy largas. Liderar alejército había resultado ser una tareamuy exigente, aunque, prácticamente,había desempeñado las mismas labores

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en marchas anteriores. La diferenciaestribaba en que, antes, Lothar habíasido el responsable de adoptar lasdecisiones finales. Esta vez, tododependía de Turalyon, lo cual había sidouna pesada losa que le había impedidoconciliar el sueño casi todas las noches.Además, había tenido que soportar aAlleria. Todos los elfos se habíansentido muy inquietos a lo largo de todoel camino, pues les preocupaba muchoqué podría estar sucediendo en Quel’Thalas. Pero habían mantenido laboca cerrada, ya que sabían que siexpresaban verbalmente suspreocupaciones, lo único que lograrían

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sería incrementar el estrés de eseejército y, probablemente, demorarloaún más. Alleria, sin embargo, no habíaobrado así. Había cuestionado todas susdecisiones durante todo el camino; porqué iban por ese valle y no el otro, porqué encendían hogueras en vez de comercomida cruda y dormir al raso, por quése detenían al atardecer y no seguíanavanzando de noche. El hecho de habertenido que asumir el mando ya habíapuesto bastante nervioso a Turalyon,pero las constantes objeciones deAlleria habían hecho que la experienciafuera diez veces aún peor. Se sentíacomo si se hallara bajo un escrutinio

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constante, como si cada decisión quetomara fuera a contrariarla todavía más.

—Pronto llegaremos a las faldas delas montañas —le recordó a la elfa—.En cuanto lleguemos, deberíamos poderver desde ahí las fronteras de Quel’Thalas. Entonces, sabremos hastadónde ha llegado la Horda. Tal vez sehaya demorado en las montañas ytodavía no haya llegado.

Lothar hizo todo lo posible paraadelantar a la Horda, ya que habíapersuadido a los enanos MartilloSalvaje de que enviaran a uno de lossuyos a Alterac. Ese enano habíaentregado unas órdenes al almirante

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Valiente, quien tenía varios navíosposicionados cerca del lagoDarrowmere.

Tras recibir esas instrucciones,Valiente había enviado esas naves rioabajo, donde se habían reunido conTuralyon y su ejército, justo debajo deStromgarde, quienes se subieron abordo. Después, habían navegado ríoarriba y dejado atrás las montañas, envez de cruzarlas como había hecho laHorda. Esto les había ahorrado muchotiempo. Turalyon esperaba que con esobastara. Si bien él hubiera preferidonavegar directamente hasta Quel’Thalas,Alleria le había asegurado que eso sería

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imposible, ya que su raza jamás dejaríaque unos barcos humanos surcaran esaparte del río. Se habían visto obligadosa desembarcar cerca de Stratholme y, apartir de ahí, siguieron avanzando a pie.

—En cuanto vea el bosque, meadelantaré —le advirtió Alleria—. Nointentes detenerme.

—No quiero detenerte —replicóTuralyon, quien se sintió satisfecho alver que una sonrisa se dibujabamomentáneamente en el semblante de laelfa, seguida por una expresión desorpresa—. Quiero que tú y tusforestales localicéis a vuestroshermanos y les advirtáis del peligro que

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corren —le recordó—. Solo queríaevitar que te topases con toda la Hordade camino hacia aquí. Pero ahoraestamos bastante cerca como para que,si la Horda llega aquí primero, seamoscapaces de distraerlos. Eso te darátiempo para cruzar el bosque y avisar alos tuyos para que se organicen.Entonces, podréis atacarlos por laretaguardia mientras nosotrosarremetemos contra ellos por suvanguardia. De ese modo, la Hordaquedará atrapada entre ambas fuerzas.

Alleria asintió. Alzó la mirada haciaél, callada por una vez, y, acontinuación, colocó una mano sobre la

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pierna del joven. Para Turalyon fuecomo si esa mano irradiara el calor deun pequeño sol, ya que hizo que lebullera la sangre y que le cosquillearanlas extremidades.

—Gracias —dijo la elfa en vozbaja.

Él asintió, incapaz de hablar.De improviso, uno de sus forestales

rompió la magia de ese momento alacercarse raudo y veloz hacia ellos.

—El final de estas colinas seencuentra justo ahí delante —lesinformó rápidamente—. ¡Puedo ver losárboles que hay más allá!

Alleria elevó la vista hacia

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Turalyon, quien asintió, satisfechoporque, por una vez, le pedía permisopara hacer algo. La elfa se giró y sealejó corriendo, acompañada del otroforestal. Pero no llegó muy lejos. Amboselfos se hallaban todavía a la vistacuando se detuvieron, como si leshubiera caído un rayo encima, y sequedaron mirando fijamente algo.Entonces, profirió un lamento. Turalyonjamás había oído un gemido plagado detanta tristeza como ese.

—¡Por la luz!Espoleó a su caballo para que

cabalgara a todo galope y corrió a sulado. Súbitamente, se quedó estupefacto

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y tiró de las riendas de su caballo paraque se detuviera, al ver qué era lo quehabía contrariado tanto a ambos elfos.En efecto, ya no había más colinas y elmajestuoso bosque de Quel’Thalas, elhogar de los nobles elfos, se extendíaante ellos. Sus árboles se mecíangentilmente, como si danzaran al compásde una música silenciosa, y sus pesadasramas proyectaban unas profundassombras sobre la tierra, unas sombrasque, de algún modo, parecían serenas envez de ominosas. Era una escena muyhermosa, repleta de calma y de unamajestuosidad silenciosa. Pero se veíaquebrada por las gruesas nubes de humo

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gris que se alzaban en diversos puntos;uno de ellos estaba situado en el lindedel bosque, justo delante de ellos,aunque un poco hacia el oeste. Turalyonentrecerró los ojos y pudo distinguirunas siluetas oscuras congregadasalrededor de los árboles, así como unosgrandes huecos en el follaje. Tambiénpudo distinguir unas grandes llamas quedaban buena cuenta de unos objetosgruesos en esos espacios vacíos.Entonces, le llegó el olor a maderaquemada, de un modo tan exagerado quele pareció que se ahogaba.

Después de todo, la Horda habíallegado primero.

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Y estaba quemando Quel’Thalas.—¡Tenemos que detenerlos! —gritó

Alleria, que se giró hacia Turalyon—.¡Debemos detenerlos!

—Lo haremos —replicó el joven,que examinó la situación detenidamentepor segunda vez, para cerciorarse deque lo que estaba viendo era verdad y,acto seguido, se volvió hacia el heraldoque estaba justo detrás de él—. Informaa los líderes de las unidades de quevamos a cabalgar hacia el norte a travésde las colinas —le ordenó— hasta quenos hallemos a la misma altura que losorcos. Después cargaremos y lospillaremos por sorpresa. Advierte a los

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hombres que deben reunir toda el aguaque puedan y diles que envíen variasunidades a apagar esos fuegos. Noqueremos que este bosque se queme connosotros dentro.

El heraldo asintió, saludó y obligó asu caballo a darse la vuelta. Acontinuación, se alejó para transmitir lasnuevas órdenes. Entretanto, Turalyon yase estaba volviendo hacia Khadgar.

—¿Puedes hacer algo para deteneresos incendios? —le preguntó. Su amigoesbozó una amplia sonrisa.

—¿Bastará con una tormenta?—Mientras tus relámpagos no caigan

sobre más árboles, sí —entonces,

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Turalyon se volvió hacia la elfa—.Alleria —ella no respondió, seguíacontemplando el humo, lívida—.¡Alleria! —ese grito la despertó de suensimismamiento y, acto seguido, se giróhacia él—. Reune a tus forestales y vete.¡Vete! Sin duda alguna, tus hermanos yaestán luchando contra la Horda en algúnlugar del interior de ese bosque.Encontradlos y hacedles saber queestamos aquí. Tenemos que coordinarnuestros ataques, ya que si no, la Hordaaplastará a los tuyos entre esos árboles yluego arrasará a los que estemos fueradel bosque —ella lo miró fijamente yasintió, a pesar de que todavía estaba

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aturdida—. ¡Vamos! —le espetó. No legustaba hablarle de un modo tan duro,pero sabía que, en esas circunstancias,no había otra manera—. ¿O acaso novais a ser capaz de llegar hasta esosárboles sanos y salvos? ¿Tan lentossois?

Esas últimas palabras provocaronque la elfa le lanzara una dura mirada,tal y como esperaba que hiciese. Alleriagruñó pero se acabó girando. Trasimpartir unas breves y rápidas órdenes alos demás elfos y colocarse bien el arcoque llevaba colgado a la espalda, partió.Descendió la colina más rápida que unaflecha en dirección al bosque. Los

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demás forestales la flanquearon y,enseguida, llegaron a los árboles ydesaparecieron entre sus sombras.

—Que la Luz Sagrada os proteja —susurró Turalyon mientras los observabamarchar.

—Que nos proteja a todos —apostilló Khadgar con un tono sombrío—. Porque lo vamos a necesitar.

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CAPÍTULOTRECE

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—S ilencio. No hagáis ningún ruido—advirtió Zul’jin a sushermanos.

Se habían abierto paso con celeridadpor entre los árboles, para adentrarse enel corazón de Quel’Thalas, y ahora suagudo olfato le avisaba de que los elfosse hallaban en algún lugar cercano. Porconsiguiente, aminoró el paso y posó lospies con sumo cuidado sobre cada ramaque pisaba, al mismo tiempo queaferraba con fuerza las hachas, paraevitar que repiquetearan cuando se

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movía. No quería que los elfos supieranque estaban ahí. Aún no.

A su alrededor, los demás trolsAmani se movían con el mismo sigilo,con las armas en ristre. La mayoría deellos sonreía de oreja a oreja,mostrando así sus dientes triangulares, y Zul’jin comprendía totalmente su actitud.Se regocijaban porque se encontraban enla patria de los elfos, preparándose paraatacarlos en el único lugar donde estosdaban por sentado que se hallaban asalvo.

Los elfos los habían hostigadodurante demasiado tiempo. Habíansoñado con recuperar esos bosques

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desde que esos intrusos de piel pálida yorejas puntiagudas habían aparecido poresos lares, hacía ya miles de años, pararobarle sus territorios al vasto ImperioAmani. ¡A pesar de que no podíanrivalizar con ningún trol en velocidad,sigilo y destreza! Sin embargo, los elfoscontaban con varias cosas a su favor y lamás importante de todas ellas era sumaldita magia. Los trols nunca antes sehabían enfrentado a ese tipo de magia,por lo que eran incapaces decontrarrestar los ataques místicos de loselfos o de derribar sus defensas arcanas.

Por fortuna, los trols lossobrepasaban ampliamente en número y

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pudieron derrotar a los odiosos elfospor pura matemática.

Entonces, los elfos se aliaron conlos humanos.

Juntas, esas dos pálidas razas habíanhecho añicos el Imperio Amani. Habíandevastado incontables fortalezas trol ymasacrado a millares de sus ancestros. Zul’jin gruñó al pensar en ello; porsuerte, su gruesa bufanda ahogó eseruido. Antes de esa guerra, su pueblohabía sido muy numeroso y poderoso yhabía controlado gran parte de aquellastierras. Después del conflicto, sedesperdigaron y se convirtieron en unamera sombra de lo que habían sido:

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nunca habían vuelto a ser tantos comopara poder reclamar su legado perdido.

Hasta ahora.La Horda les había prometido

venganza. Y Zul’jin les creyó. El líderorco, Martillo Maldito, era honorable,como lo es todo líder fuerte que estáseguro de su propio poder. Jamásengañaría a Zul’jin. Además, habíajurado que les ayudaría a restaurar elImperio Amani.

El líder trol ya había dado losprimeros pasos en ese sentido. Desdeaquellas terribles guerras de antaño, erael primer trol de bosque que habíalogrado unir a las tribus. Uno a uno,

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había ido retando a los demás líderes delas tribus y los había vencido, ya fueraen combate, en una carrera o en algúnotro desafío. Todos se habían inclinadoante él y le habían prometido que ellos ysus tribus le serían leales. De este modo,los trols de bosque habían vuelto a serun solo pueblo una vez más. Con ayudade la Horda, borrarían de la faz de laTierra tanto a los elfos como a loshumanos y gobernarían los bosques denuevo. Como los orcos no habíanmostrado ningún interés por los árboles, Zul’jin sospechaba que ocuparían losvalles y las llanuras del mundo. Y nopensaba oponerse a ello, puesto que lo

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único que deseaba eran los bosques.No obstante, primero tenían que

arrebatárselos a los elfos. Lo cual seríatodo un placer.

Incluso ahora, su nariz se movía convida propia, le advertía de que estabancerca. Zul’jin se detuvo, alzó una manopara indicarles a los demás que separaran y, acto seguido, intuyó más queescuchó cómo sus hermanos también separaban. Bajó la mirada, para observarentre las hojas; con su aguda vistaatravesó el velo de la penumbra confacilidad y aguardó.

¡Ahí estaban! Detectó un leve y fugazmovimiento allá abajo. Algo cruzó su

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campo de visión allá abajo, en el suelodel bosque. Fuera lo que fuese, ibavestido con ropa marrón y verde que locamuflaban entre los árboles; noobstante, Zul’jin pudo atisbar quedebajo de esos ropajes había alguiencon una piel de un color pálido. No hizoningún ruido al pisar, caminó sobre lashojas y la maleza como si fueran unaspiedras suaves y lisas.

¡Era un elfo!Otro más apareció tras el primero y,

a continuación, otro más y otro. Enbreve, toda una partida de caza, unosdiez en total. En ningún momento,miraron para arriba. Se sentían tan

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seguros en su propio bosque que a loselfos no se les ocurrió mostrar ciertacautela.

Zul’jin esbozó una amplia sonrisa.Iba a ser mucho más fácil de lo quehabía imaginado.

Hizo una seña a los suyos al mismotiempo que volvía a guardar sus hachasen sus fundas y se dejó caersilenciosamente sobre una rama inferior.De ahí saltó a otra y de esa, a otra más.Ahora se encontraba a menos de seismetros de esos elfos y podía verlos consuma claridad, con esas capas quearrastraban tras de sí. Si bien llevabanesos malditos arcos y flechas que los de

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su raza solían portar a la espalda, nosostenían ningún arma en la mano. Nosospechaban que algo los acechaba alláarriba.

Zul’jin desenfundó sus hachas almismo tiempo que descendía de losárboles. Con gran facilidad, aterrizó enel suelo de un salto, justo entre doselfos, a los que destrozó antes de quepudieran reaccionar. Con el primergolpe, le acertó en la garganta al quetenía de frente, mientras que con elsegundo, le aplastó el cráneo al quetenía al otro lado. Ambos levantaron unmontón de hojas al caer.

Los demás elfos se giraron, gritaron

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sorprendidos e intentaron coger susarmas. Pero entonces, los hermanos de Zul’jin cayeron sobre ellos, con sushachas, dagas y garrotes en ristre. Loselfos esquivaron los golpes comopudieron, desesperados por conseguir unespacio suficiente como para poderdesenvainar sus espadas o tensar susarcos, pero los trols no les dieronninguna oportunidad. Si bien los elfoseran rápidos, los trols eran más altos yfuertes y capturaron a los forestalesantes de que pudieran escaparse.

Sin embargo, un elfo logró huir. Sealejó un par de pasos rápidamente, giróhacia un lado y se valió de un árbol para

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cubrir su huida. Zul’jin esperaba que elelfo cogiera su arco, pero en vez de eso,cogió un largo cuerno que pendía de sucinturón. El forestal se lo llevó a loslabios y lo sopló con una fuerzainusitada… pero aquel bramido cesó deinmediato en cuanto uno de los trols leatravesó el estómago al elfo. Mientras elforestal se desmoronaba, el sonido queemitía el cuerno se transformó en untenue resuello y la sangre manó de suboca y su tripa.

La refriega había acabado. Zul’jin seagachó y le cortó una oreja al primerelfo que había matado; después, la metióen una bolsa que llevaba a la cintura.

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Más tarde, secaría esa oreja y laañadiría al resto que llevaba en sucollar, pues esa era su forma de mostrarsu destreza en combate. Pero ahora,tenía otros asuntos más urgentes queatender.

—Vamos —les ordenó a los suyos,quienes se reían y divertían mientras lescortaban las orejas, el pelo y otraspartes del cuerpo a los elfos caídos.Algunos se habían apropiado de laslargas y esbeltas espadas de los elfoscomo trofeos, ya que, si bien tales armaseran muy hermosas, no eran bastanterobustas para que un trol las blandiera—. Van a venir más elfos —les advirtió

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—. Volved a los árboles. Haremos quenos persigan, para mantenerlosocupados —en ese instante, sonrióampliamente y sus hermanosrespondieron adoptando cada uno supropia expresión feroz—. Después, losmataremos a todos.

Rápidamente, los trols de bosquesaltaron y se agarraron a las ramasinferiores con sus manos de dedoslargos. De ese modo, se encaramaron alos árboles y se hallaron al amparo desus hojas. Saltaron de rama en rama ydejaron atrás los cadáveresensangrentados. Mantuvieron los ojosbien abiertos mientras olisqueaban el

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aire en busca de algún indicio queanunciara la llegada de más elfos.

Zul’jin no estaba preocupado, puessabía que pronto aparecerían otros elfos.Pero los estarían esperando. Habíapasado mucho tiempo desde la anteriorvez en que había derramado sangre elfay esta breve batalla había intensificadosu sed de sangre. Sus hermanos sentíanlo mismo, por lo cual muchos de ellosdaban mordiscos al aire y abrían ycerraban las manos presas de laimpaciencia, ansiosos por luchar denuevo contra los pieles pálidas, contralos elfos. Pronto, se dijo Zul’jin a símismo en voz baja. Pronto iban a tener

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la oportunidad de matar a tantos elfoscomo quisieran. El bosque se teñiría derojo con tanta sangre y los elfos seríantestigos de la caída de su imperio, tal ycomo les había ocurrido a los trols hacemucho tiempo con las muertes de susrespectivos imperios. Y él sería elresponsable de todo ello. Acabaríasosteniendo en alto la cabeza del rey delos elfos, para que pudiera ver cómo supropio pueblo perecía, y, acto seguido,la devoraría.

Sí, ansiaba que eso sucediera cuantoantes.

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—¿Está lista? —preguntó unimpaciente Gul’dan.

A poca distancia de él, Cho’gall hizoun gesto de negación con sus doscabezas. El descomunal ogro gruñó alempujar con su colosal hombro el últimofragmento de Piedra Rúnica para queavanzara otros treinta centímetros más através de ese claro cubierto de frondosahierba.

—Ahora, sí —gritó, a la vez que seenderezaba y se frotaba el hombro conuna mano.

Gul’dan asintió. Desenterrar una

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sola de esas Piedras Rúnicas, hacerañicos el monolito para dividirlo envarios trozos aún gigantescos y llevarcinco de ellos a ese claro les habíallevado varias horas. Luego, habíantenido que emplear más horas todavíapara colocar las piedras de maneraadecuada y para confeccionar un círculoy un pentagrama en medio de ellas. Porsuerte, Martillo Maldito les habíaprestado a varios ogros normales pararealizar esas tareas. Cho’gall era capazde comunicarse con sus primos de unasola cabeza, que eran más estúpidos queél, con mucha más facilidad quecualquier orco. Pese a que los

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fragmentos de Piedra Rúnica erangrandes y densos, dos ogros eran másque capaces de levantarlos cuando sehabrían necesitado decenas de orcossolo para mover cada piedra. Gul’dan sepreguntó distraídamente cómo eraposible que los elfos hubieran colocadoen su día esas piedras en el sitio dondelos orcos las habían hallado sinromperlas. Lo más probable era quehubieran empleado magia. O quizáutilizaron esclavos. Los trols de bosqueeran casi tan fuertes como los ogros ymucho más listos, por lo que habríansido capaces de realizar esa tareasiguiendo unas instrucciones mucho más

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detalladas.Al menos, las piedras ya estaban en

su sitio. Gul’dan hizo un gesto y, actoseguido, tres brujos orcos se colocaronjunto a tres de los fragmentos de PiedraRúnica. Menos mal que MartilloMaldito no había acabado con todosellos, porque si no, ese conjuro jamáshabría podido funcionar. En realidad, Gul’dan creía que podía funcionar, perono las tenía todas consigo. Aun así, sifracasaba, estaba bastante seguro de quesobreviviría al conjuro y saldría ileso.

Asintió en dirección a Cho’gall,quien llamó a gritos a los ogroscongregados a un lado a cierta distancia.

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Tras unos momentos en que seempujaron entre ellos y gruñeron, uno deellos se separó del grupo Cho’gallvociferó una orden. El ogro se encogióde hombros y obedeció. Se colocóencorvado entre el espacio que habíaentre las piedras. Se quedó en el centrodel pentagrama y aguardó inmóvil. Unacosa buena que tienen los ogros es queson capaces de quedarse muy quietoscuando es necesario. De hecho, cuandonadie les da órdenes o no estánbuscando comida, los ogros son capacesde permanecer quietos durante horas, taninmóviles como unas estatuas. Gul’dansolía preguntarse si, tal vez, habían

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evolucionado a partir de las rocas. Esoexplicaría que tuvieran una piel tan duraasí como su gran estupidez.

Entonces, el jefe brujo volvió acentrarse en la tarea que tenía entremanos y alzó las manos, para invocar lastenebrosas energías que sus amosdemonios le habían otorgado en su díaen Draenor. La energía chisporroteó a sualrededor y la dirigió hacia el fragmentode Piedra Rúnica que tenía justo ante él. Cho’gall, que había ocupado el últimopuesto vacante, y los demás brujossumaron su magia al encantamiento,proporcionando sus propias energías acada uno de los fragmentos. En cuanto

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los cinco trozos de piedra estuvieron tancargados de poder, que prácticamente,se estremecían por culpa de las energíasacumuladas, Gul’dan recitó un brevesortilegio y se concentró. Al instante,más energía brotó de la punta de susdedos y trazó un arco hacia su fragmentode Piedra Rúnica, pero esta vez, estaenergía atravesó rápidamente su piedrapara pasar al otro trozo que se hallabamás cerca a su izquierda. Aunque no sedetuvo ahí. Pasó la siguiente piedra yluego a otra y a otra, hasta que volviópor fin a la suya, uniendo así a las cincoen un despliegue de magia crepitante. Elmismo aire pareció oscurecerse encima

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del altar y se percibía que se hallabarepleto de energía, al igual que el cieloantes de una colosal tempestad. El ogroseguía inmóvil, aunque Gul’dan creyóatisbar un destello de miedo en sus ojos.Oh, bueno, Cho’gall había escogido auno listo.

Ahora que las piedras estabancargadas de magia, Gul’dan dirigió esaenergía hacia el centro, hacia laimponente figura que se encontraba ahí.Unos rayos de energía tenebrosaemergieron de su piedra y acertaron alogro de pleno en el pecho, al querodearon con un aura oscuraresplandeciente. Los demás fragmentos

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de Piedra Rúnica sumaron su energía alencantamiento y el ogro prácticamentedesapareció dentro de ese tenebrosofulgor que inundó el espacio que habíaentre las piedras. Dentro de esa esferaque se acababa de formar, la energía fueen aumento, alimentándose a sí mismade algún modo. Ya solo podíandistinguir vagamente la silueta del ogro. Gul’dan notó que le temblaban losbrazos por culpa de la fatiga, ya queestaba aportando mucha magia alhechizo, pero la emoción lo embargabade tal modo que seguía lanzando energíamientras se estremecía.

Unos minutos después, ese fulgor

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sombrío se fue disipando. Poco a poco,menguó y pudieron observar con másdetalle a la figura que se hallaba en sucentro. Si bien el ogro seguía siendomás alto que todo ellos salvo Cho’gall,había algo en esa criatura que habíacambiado. Gul’dan esperó impaciente aque el resplandor se disipara losuficiente como para poder ver bien quéhabía dentro de esa esfera. De repente,la esfera desapareció completamente yel jefe brujo pudo contemplar porprimera vez de verdad a esa criatura quesu Altar de la Tempestad había creado.

Sin duda alguna, seguía siendo unogro, pero era más grande que antes y ya

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no poseía las mismas proporciones. Susbrazos no eran tan largos como antes niera tan patizambo y tenía un portedistinto, parecía más alerta.

Y por supuesto, tenía dos cabezas.En Draenor, había realmente muy

pocos ogros bicéfalos. Eran más grandesy fuertes que sus primos y poseían unamayor coordinación. Eran venerados y Cho’gall era el primer que habían vistodesde hacía muchas generaciones. Y loque era aún más raro, había demostradotener bastante inteligencia como parallegar a ser un mago. Gul’dan habíaencontrado al ogro de dos cabezascuando este era todavía joven y lo había

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adiestrado con sumo cuidado. Cho’galldemostró que era un ayudante muyvalioso y un brujo muy poderoso;además, seguía siendo leal a Gul’dan.Pero ahora, al parecer, Cho’gall ya noera tan único.

El nuevo ogro bicéfalo se giró ymiró fijamente a Gul’dan, pues intuyóque era quien estaba al mando.

—¿Qué soy? —inquirió con tonoapremiante. Con una cabeza preguntabamientras que con la otra examinaba suentorno. También tenía un dominio dellenguaje muy superior al de un ogro.

—Eres un ogro —respondió Gul’dan—. Tal vez un ogro mago.

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—Un ogro mago. ¿Eso qué quieredecir? —le preguntó la otra cabeza delnuevo ogro bicéfalo.

Gul’dan le tuvo que explicar qué eraun mago, un brujo y un chamán, así comoque existían también otras clases deestudiosos de la magia.

—¿Soy como ellos? —inquirió elogro de dos cabezas.

—Es posible —Gul’dan entornó losojos—. Hagamos una prueba sencilla —se agachó, cogió una sola hoja del sueloy se la dio a la criatura bicéfala—.Cógela —el ogro la cogió consorprendente destreza, mostrando asíque su pericia había aumentado también

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—. Ahora concéntrate y piensa en elfuego, en el calor y las llamas —leordenó Gul’dan.

Las dos caras del ogro fruncieronsus respectivos ceños mientrasexaminaba la hoja. Acto seguido, asintiólevemente, primero con una cabeza yluego con la otra.

—Bien —dijo Gul’dan en voz baja,ya que no quería desconcentrar a esacriatura—. Ahora haz que esa llamacobre vida y reclame esa hoja. Deja queel fuego la atraviese, que tu piel sientasu calor hasta casi quemarte los dedos.

Entonces, observó cómo una chispaaparecía cerca de la parte central de la

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hoja, una chispa que rápidamente crecióhasta transformarse en una diminutallama que se extendió con voracidad. Lahoja se arrugó, se tornó negra yquebradiza en cuestión de segundos amedida que el fuego la consumía. Labrisa se llevó sus cenizas y el orco alzóla vista. Las miradas brillantes de ambastestas se cruzaron con la de Gul’dan.

Entonces, soy ogro mago, ¿no?Parecía satisfecho. Una de las

cabezas sonrió de oreja a oreja. La otraa duras penas; parecía más biendesconcertada.

—Sí —reconoció Gul’dan, quientambién se sentía satisfecho—. Eres uno

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de los nuestros.—¿Qué quieres decir con eso de

«uno de los nuestros»? —preguntó lacriatura a continuación, a la vez que sucabeza menos exuberante arrugaba elceño—. ¿Qué voy a hacer con este don?

Gul’dan le explicó qué era la Horda.También le contó que necesitabanconquistar esas tierras y le habló de lasdemás razas a las que se habíanenfrentado a lo largo de su invasión. Elogro mago escuchó con gran atención,sin perderse ni un solo detalle.

—Tú me has creado —dijo al fin elogro. Pese a que no era una pregunta, Gul’dan asintió—. Entonces, soy una

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criatura tuya —afirmó—. Te serviré. Tucausa será mi causa. Dime qué debohacer.

Gul’dan se regocijó para susadentros. Había logrado exactamente loque pretendía. Al haber dado forma alogro bicéfalo con su propia magia, sehabía formado un estrecho vínculo entreambos. ¡Esa criatura le era totalmenteleal! Sin embargo, procuró no mostraralegría alguna, sino que se limitó aindicar con un gesto a Cho’gall que seaproximara.

—Este es Cho’gall —le explicó Gul’dan—. Él, al igual que tú, es unayudante de confianza y un ogro mago.

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Él te explicará qué estamos haciendoaquí. Y te dará un nombre propio.

El nuevo ogro agachó ambascabezas.

—Gracias, amo —dijo con sucabeza más taciturna.

A continuación, la criatura se fue conCho’gall. Gul’dan sabía que su ayudantele encomendaría al nuevo ogro mago latarea de suministrar de nuevo energía alAltar. Cada vez que lo usaran, crearíanotro nuevo ogro bicéfalo. No obstante,sabía que no podía esperar que lamayoría de ellos fueran magos… pueseso habría sido demasiado esperar. Perosi solo uno de cada diez llegaba a

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poseer la inteligencia necesaria, seríacapaz de erigir un segundo Altar al quetambién cargaría de energía Gul’dan serio para sí. Si Martillo Maldito no lodetenía, transformaría a todos los ogrosde la Horda. ¿Por qué no iba a hacerlo?Orgrim solo sabía que el jefe brujo leiba a proporcionar unos guerreros másgrandes y fuertes. El Jefe de Guerranunca sospecharía que esas nuevascriaturas eran, en realidad, lealestotalmente a Gul’dan y no a él, ya queeste se cercioraría de que sus nuevossiervos no revelasen antes de tiempo aquién servían de verdad. Solo lo haríancuando hubiera llegado el momento

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adecuado. Entonces, Martillo Malditodescubriría que había surgido una nuevafacción en el seno de la Horda, una queno podría destruir ni desecharfácilmente.

Gul’dan se volvió a reír y semarchó. Cho’gall se ocuparía del resto.Tenía otras tareas que supervisar,gracias a las cuales, más adelante,podría llegar a reclamar ese poder quele estaba aguardando en otro lugar.

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CAPÍTULOCATORCE

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—P or Lunargenta, ¿dónde están?Alleria corría a través delbosque, con la espada en la

mano, y las hojas y ramas la azotabancuando se cruzaba con ellas como unrayo. Los demás forestales se habíandesplegado en abanico para cubrir másterreno y Alleria esperaba que no sehubieran topado con ningún orco o trol.Quería a esos miserables intrusos pielesverdes para ella sola.

No era la primera vez desde quehabía visto los fuegos que deseaba nohaber abandonado nunca su hogar. ¿Por

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qué había decidido que la Alianzanecesitaba su ayuda? ¿Acaso AnasterianCaminante del Sol y los demásmiembros del consejo, al ser más viejosy sabios que ella, no estaban máspreparados para decidir mejor qué clasede ayuda debían brindar a las razasjóvenes? Aunque por otro lado,Anasterian se había mostradoconvencido de que la Horda nunca seríauna amenaza para Quel’Thalas. Por esohabía considerado que la Alianza no eraun asunto de su incumbencia, porquecreía que estaban a salvo de cualquiercosa que ocurriera en el mundo exterior.

Estaba claro que se había

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equivocado.Aun así, si Alleria lo hubiera

escuchado y aceptado su decisión,habría estado ahí, en la ciudad, y nonavegando río abajo ni marchando sobreesas colinas. Habría estado ahí cuandolos orcos y los trols llegaron, ahí con sufamilia y su pueblo cuando la terribleHorda atravesó las fronteras de sutierra.

Pero ¿acaso eso hubiera supuestoalguna diferencia? No lo sabía. Tal vezno. ¿Qué podría haber hecho una solaforestal más para poder detener a unenemigo que ni siquiera sabía que seaproximaba? No obstante, si se hubiera

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quedado, al menos no se sentiría ahoracomo si los hubiera abandonado a susuerte en su hora de mayor necesidad.

Ese pensamiento la espoleó y corriótodavía más. Saltó por encima de unbajo matorral y se adentró en undiminuto claro situado entre dosconjuntos de árboles…

… y de improviso, se halló mirandofijamente a la punta de una flecha que leapuntaba a la garganta.

La figura que sostenía el arco eracasi tan alta como ella y portaba unatuendo similar, aunque no estaba tanmanchado por los rigores del viaje. Unamelena larga, que parecía brillar como

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el marfil bajo el sol, sobresalía de lacapucha de su capa. Alleria sabíaperfectamente a quién pertenecía esereluciente pelo de color plateado, jamáshabría podido confundirla con otra elfa.

—¿Vereesa?La elfa que tenía delante bajó el

arco. Al instante, presa de la sorpresa yel alivio, se le desorbitaron sus ojosazules y arrojó el arco al suelo.

—¿Alleria? —al instante, suhermana menor la abrazó muy fuerte—.¿Has vuelto a casa?

—Por supuesto —Alleria ledevolvió el abrazo a Vereesa y le diounas palmaditas en la cabeza, un gesto

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tan familiar que lo hizo sin pensar—.¿Estás bien? —le preguntó un minutodespués—. ¿Dónde está Sylvanas?¿Están a salvo nuestros padres?

—Están bien —contestó Vereesa, ala vez que dejaba de abrazarla y seagachaba para recoger su arma—.Sylvanas está cerca de la ribera del río.Ha ido ahí con una partida de caza.Nuestros padres deberían haber llegadoya a Lunargenta. Han ido a consultar conlos ancianos —entonces, se detuvo paracolocar la flecha en la cuerda del arco—. Alleria, ¿dónde te habías metido?¿Qué está ocurriendo? ¡Se han desatadovarios incendios por todo Quel’Thalas!

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Y algunos forestales que han sidoenviados a descubrir qué sucede… nohan regresado.

A Alleria se le revolvió el estómagoal enterarse de tales noticias. Si estabandesapareciendo forestales, eso queríadecir que la Horda ya había penetradohasta el corazón del bosque.

—Nos están invadiendo, hermanita—le dijo a Vereesa sin más rodeos, a lavez que alzaba su espada, se giraba paracolocarse de espaldas a su hermana ymovía inquieta las orejas—. Y ahora,calla.

—¿Que me calle? Pero ¿por qué…?Vereesa dejó de protestar en cuanto

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una alta figura emergió de un salto deentre los árboles. Esa criatura arremetiócontra ellas, con un hacha de larga hojay corto mango en una mano, pero Alleriaestaba lista para enfrentarse a ella, puesla había escuchado moverse entre lasramas antes de descender al suelo. Alzóla espada para detener el golpe, se giróhacia un lado y esquivó con sumaelegancia su segundo ataque con unalarga daga curvada. Trazó un arco con suespada y decapitó a ese monstruo, cuyacabeza cayó hacia delante mientras lasarmas se le caían de unos dedos ahorainertes.

—¡Deprisa! —exclamó Alleria,

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quien se agachó rápidamente para, actoseguido, enderezarse de nuevo—.¡Tenemos que largarnos! ¡Ya!

Vereesa, que se había quedado conlos ojos desorbitados ante ese repentinoderramamiento de sangre, huyó a granvelocidad tanto para cumplir la orden desu hermana como para alejarse de eseviolento escenario. Aún era joven; era lamás pequeña de tres hermanas y nuncaantes había sido testigo de un combatede verdad. Alleria esperaba que esoocurriera lo más tarde posible, pero yano era momento para preocuparse poreso.

Mientras corrían por el bosque,

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Alleria tuvo la sensación de que alláarriba, en alguna parte, alguien se estabariendo. Sí, estaba segura de oír unasrisas de… ¡trols! Esas criaturas lasperseguían saltando de rama en rama.Sin lugar a dudas, planeabanabalanzarse sobre ella y Vereesa ymatarlas a ambas antes de que pudierandar con alguna ayuda. Pero los trols noconocían ese bosque y Alleria sí.

Continuó corriendo, seguida deVereesa y sus perseguidores invisibles,girando y saltando aquí y allá, cruzandoarroyos y claros, atravesando rauda yveloz varias arboledas, agachándosepara esquivar las ramas de los árboles y

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las enredaderas. Vereesa fue capaz deseguir su ritmo sin soltar su arco enningún momento. Sin embargo, esascarcajadas todavía las seguían muy decerca.

Entonces, Alleria vio un destelloplateado delante de ella. ¡El río!Aceleró aún más su carrera y Vereesaaguantó el tirón. Al instante abandonaronel cobijo de los árboles y se adentraronen el claro que había junto al río.Súbitamente, notó que algo impactabacontra el suelo a sus espaldas; se tratabade un trol que había saltado de losárboles hacia el suelo. En breve, unoscuantos más hicieron lo mismo. Sabían

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que tenían que atraparlas antes de quepudieran meterse en el río y alejarse deellos flotando o nadando, ya que a lostrols no les gusta el agua.

—Ha sido una buena persecución,paliducha —gruñó una de las criaturasque estaban detrás de ella—. Peroahora, ¡vas a morir!

Intentaron agarrarla y arañarla consus largas garras que le rozaron el pelo,pero Alleria se retorció y las evitó. Sevolvió, con la espada en ristre,dispuesta a luchar todo cuanto pudiera…

… y entonces, vio que el trol sequedaba paralizado y caía hacia atrás.De su cuello, sobresalía una larga saeta.

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Varias saetas similares se clavaronen los demás trols, derribándolos antesde que pudieran retirarse a los árbolespara protegerse. Alleria se volvió haciael río y miró a su alrededor; vio quehabía varios forestales en la ribera máslejana, cuyos arcos aún temblabanporque habían sido utilizadosrecientemente. Uno de ellos vestía unalarga capa verde y una túnica másornamentada que las del resto. Tenía unamelena larga y rubia, similar a la deAlleria aunque algo más oscura, y unosojos con la misma forma que los de ellay Vereesa, aunque más grises que verdeso azules. Los demás forestales se

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colocaron alrededor de ella mientrassonreía y sostenía en alto su arco amodo de saludo.

—¡Bienvenida a casa, Alleria! —gritó Sylvanas—. ¿Qué clase deproblema has traído contigo?

A pesar de hallarse al otro lado delrío, esa elfa transmitía una gran energíay vitalidad, era como si fuera capaz dehacer que las respuestas a sus preguntasaparecieran por arte de magia.

Alleria sonrió ante el saludo de suhermana, de Sylvanas (la GeneralForestal de todo Quel’Thalas, quien semostraba tan poderosa como siempre),y, acto seguido, negó con la cabeza.

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—Yo no os he traído ningún peligro,Sylvanas —respondió con totalsinceridad—. Aunque me hubieragustado dar esquinazo antes a esascriaturas. No obstante, lo que realmentetraigo es, tal vez, la salvación paratodos nosotros —miró hacia atrás, a lostrols muertos que yacían detrás de ella, ya Vereesa, que se encontraba muy páliday se tambaleaba ligeramente mientrasprocuraba apartar la vista de esoscadáveres—. He de hablar con elConsejo.

—No sé si te harán caso —leadvirtió Sylvanas—. Están tan ocupadoscon esos fuegos que dudo mucho que

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quieran atender otros asuntos ahoramismo. Y lo mismo se puede decir demí. Según parece, esos monstruos estánapareciendo por todo el bosque al azar—entonces, lanzó una mirada severa aesos trols muertos—. Otro asunto másdel que me debo ocupar.

Alleria esbozó un gesto decontrariedad y miró al suelo.

—Me escucharán —prometió—. Noles dejaré otra opción.

—¿Qué significa esto? —inquirió demanera apremiante AnasterianCaminante del Sol.

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Alleria había entrado sin seranunciada ni invitada justo cuando él yel Consejo de Lunargenta estabandebatiendo sobre ciertos asuntos con untono de voz bajo y serio. Aunque variosmonarcas elfos se levantaron de susasientos, sorprendidos por su presenciaahí, Alleria los ignoró. Se centróúnicamente en Anasterian.

El rey elfo era muy, pero que muyanciano, incluso para ser un elfo. Supelo se había tornado blanco hacíamucho tiempo y su piel era tan fina comoun pergamino y estaba surcada por tantasarrugas como vetas tiene un trozo demadera vieja. Su cuerpo esbelto de

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antaño era un mero recuerdo, ahora soloera una figura frágil; no obstante, susojos azules seguían siendo muypenetrantes y su voz, pese a ser tambiénmuy débil, seguía siendo muyautoritaria. Alleria, instintivamente,retrocedió ante su ira y se encogió demiedo, pero entonces recordó por quéestaba ahí y se enderezó.

—Soy Alleria Brisaveloz —anunció, aunque sabía que la mayoría delos miembros del consejo la habíanreconocido—. He viajado más allá denuestras fronteras y he luchado junto alos humanos en su guerra. He regresadoporque he de informaros de unas

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noticias pésimas, no solo para ellos sinopara nosotros también —adoptó un gestoceñudo y observó detenidamente a loshombres y mujeres que tenía ante ella—.He comprobado que la amenaza de laHorda, de la que nos advirtieron loshumanos, es real. Es una fuerza muyvasta y poderosa. Gran parte de suejército está conformado por orcos, perocuentan también con otras criaturas,como los trols de bosque.

Esas palabras suscitaron gritosahogados de asombro y murmullosiracundos a modo de reacción. A pesarde que ninguno de los demás nobleselfos sabía qué era un orco (ella misma

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tampoco lo había sabido hasta que luchócontra ellos en Trabalomas), todosconocían perfectamente a los trols.Algunos de los ahí presentes, entre losque se encontraba Anasterian, habíanluchado incluso en las Guerras Trolshace mucho tiempo, unos cuatro milaños después de la fundación de Quel’Thalas.

—Afirmas que esa Horda tambiénestá compuesta por trols —señaló unseñor elfo en voz alta—, pero ¿eso enqué medida nos afecta? Deja que lostrols sigan a esas extrañas criaturas delas que nos has hablado, con suerte,quizá se alejen aún más de aquí. ¡Tal vez

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los humanos nos hagan un favor y losmaten a todos!

Varios elfos estallaron en carcajadasy asintieron.

—No lo entendéis —replicó Alleriafuriosa—. ¡La Horda no es un problemalejano que podamos ignorar y del quepodamos reírnos! ¡Pretenden conquistartodo Lordaeron, de costa a costa! ¡Y esoincluye Quel’Thalas!

—¡Que vengan! —exclamó burlónotro señor elfo, un mago que Alleriacreía que se llamaba Dar’Khan—.Nuestras tierras se encuentran muy biendefendidas… si atraviesan la zona delas Piedras Rúnicas, ninguno

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sobrevivirá.—¿Ah, no? —le espetó Alleria—.

¿Estás seguro? Los trols ya se hanadentrado en nuestros bosques. Yaatraviesan nuestras tierras y asesinan anuestra gente. Y los orcos no deben deestar ya muy lejos. Pese a que son menosfuertes que los trols uno por uno, son tannumerosos como una plaga de langostas,son tantos que podrían cubrir estastierras por entero.

—Y, prácticamente, ya están aquí. —Añadió.

—¿Aquí? —replicó jocosamenteAnasterian—. ¡Eso es imposible!

Alleria movió el brazo a modo de

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respuesta y lanzó el objeto que habíallevado consigo desde que ella yVereesa habían salido corriendo. Lacabeza del trol voló por los aires, elaire acarició su pelo corto y oscuro y elsol se reflejó en uno de sus colmillos.Por último, aterrizó justo delante de lospies de Anasterian.

—Este nos atacó a Vereesa y a mí enun lugar situado a menos de una horacorriendo del cruce del río —le explicóAlleria—. Después, unos cuantos másnos siguieron hasta ahí. Sus cadáveresyacen ahora en la ribera más lejana,salvo que Sylvanas y su grupo los hayanquitado de ahí —entonces, se percató de

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que ninguno de los señores elfos se reíaya—. Ya están aquí —volvió a insistir—. Los trols se encuentran en nuestrosbosques y asesinan a los nuestros. ¡Sonlos orcos quienes están prendiendofuego a los lindes del Bosque CanciónEterna!

Aunque tuvo que admitir para sí queno sabía cómo podían estar provocandoesos incendios que tanto Vereesa comoSylvanas habían mencionado.

—¡Esto es indignante! —exclamóAnasterian, cuya furia no iba dirigida aella.

El rey elfo le dio una patada a lacabeza del trol, que se alejó rodando

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hasta detenerse bajo la silla de otroseñor elfo. Su semblante se tornóceñudo y su mirada severa y cuando sevolvió hacia Alleria, esta pudocontemplar esa energía y determinaciónque lo habían convertido en un gran reydurante tantos años. Cualquier indiciode fragilidad había desaparecido bajo elalud de la actual crisis.

—¿Cómo osan invadir nuestrohogar? —preguntó retóricamente unAnasterian dominado por la cólera—.¡Cómo osan! —alzó la mirada y surostro adoptó un gesto tremendamentefuribundo—. ¡Les vamos a enseñar quéocurre cuando alguien invade nuestro

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territorio! Reunid a nuestros guerreros—ordenó a los demás señores elfos—.Llamad a los forestales. Vamos a atacara esos trols y los vamos a expulsar denuestro bosque con tanta violencia quejamás se atreverán a realizar otrainvasión.

Alleria se sintió muy satisfecha alver al rey tan decidido; ciertamente,comulgaba con sus sentimientos. Noobstante, hizo un gesto de negación conla cabeza.

—Los trol son solo una parte delproblema —les recordó a Anasterian ylos demás—. La Horda cuenta con unacantidad inimaginable de efectivos y los

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orcos son fuertes, duros y decididos —en ese instante, esbozó una ampliasonrisa—. Por fortuna, no he venidosola.

Turalyon estaba batallando contra unpar de orcos. Aunque acababa dederribar a uno de ellos con su martillo,había recibido un duro golpe en elescudo propinado por el otro. Un tercerorco se abalanzó de un salto sobre él yestuvo a punto de hacerle caer de sucaballo. Como esa criatura se hallabademasiado cerca como para que pudieraatizarla con su arma, Turalyon le dio un

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cabezazo, de modo que acertó al orcocon su pesado yelmo justo entre la frentey el caballete de la nariz, dejándoloaturdido. Turalyon se deshizo del orco,al que tiró de un empujón de su caballo,y, acto seguido, se dirigió a por su terceradversario. Aprovechó la oportunidadpara propinarles a ambos dos golpestremendos. Ninguno de los dos sevolvería a levantar.

Se secó la lluvia que mojaba la partefrontal de su yelmo y se tomó un segundopara alzar la vista hacia esas densasnubes grises que pendían del cielo. Nodaba la impresión de que la tormentafuera a amainar, aunque se suponía que

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eso les venía bien. Así, al menos, losincendios se habían apagado y era muypoco probable que se reanudaran. Si esetiempo tan malo y húmedo ayudaba aevitar que la patria elfa se quemarahasta sus cimientos, tendría que soportaresa lluvia y seguir luchando. A un ladode él, a cierta distancia, vio fugazmentea Khadgar, que estaba atacando alenemigo con su espada y su báculo. Sibien el mago había agotado su magia alinvocar esa vasta tormenta, que cubríatoda la parte frontal de Quel’Thalas,estaba demostrando que aún solo usandoarmas mundanas era un combatienteformidable, por lo cual Turalyon sabía

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que no debía perder el tiempopreocupándose por su amigo. Además,ya tenía bastantes adversarios de los queocuparse.

Turalyon se estaba girando paraenfrentarse a un par de orcos situados ensu flanco izquierdo cuando, de repente,uno de los dos se puso rígido, seretorció y se derrumbó; una flecha leatravesaba la garganta. Turalyonreconoció el emplumado de esta ysonrió abiertamente. Un instantedespués, una joven muy ágil corrió haciaél, con la capucha de su capa de viajeechada hacia atrás a pesar del aguaceroy las puntas de sus largas orejas

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puntiagudas sobresaliendo de la melenarubia que enmarcaba su atractivo rostro.De alguna manera, la lluvia parecíaignorarla, caía a su alrededor y no sobreella. Turalyon no estaba seguro si esoera debido a la magia elfa o al granpoder de su belleza natural.

—Por lo que veo, he llegado justo atiempo —comentó Alleria en cuanto ledio alcance, al mismo tiempo que segiraba como si nada y lanzaba una flechaque alcanzó a otro orco en la garganta—. ¿Qué harías si no estuviera yo cercapara salvarte?

—Me las apañaría —respondióTuralyon, quien se hallaba tan inmerso

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en la batalla que no tenía tiempo deruborizarse ante ella. Detuvo un ataque yderribó al orco en cuestión, para, alinstante, volverse para encarar a susiguiente adversario—. ¿Diste conellos?

—Sí —le confirmó—. Y se hanmostrado de acuerdo. Ahora mismo,están movilizando a todos sus guerrerosy forestales. Podrían llegar aquí en diezminutos si quisieras.

Turalyon asintió a la vez queutilizaba el largo mango de su martillopara bloquear un hacha que arremetíacontra él. Acto seguido, cogió elmartillo desde más arriba para que la

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cabeza de este impactara contra la testadel orco que lo había atacado.

—Este es un lugar tan bueno comocualquier otro para que nos presten suayuda —contestó—. Mientras luchemoscontra la Horda aquí y la mantengamosocupada, no irá a ningún otro lado.

Alleria hizo un gesto deasentimiento.

—Entonces, iré corriendo ainformarles. Resistid hasta que lleguen.Su tono de voz sonó un tanto extraño yTuralyon se arriesgó a lanzarle unamirada fugaz. ¡Por la Luz! ¿Estaballorando? Ciertamente, parecía muytriste. Sin lugar a dudas, la invasión de

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su patria le estaba afectandosobremanera.

Entonces, Alleria desapareció unavez más. Turalyon esperaba quevolviera con los suyos antes de que elresto de la Horda superara su débil líneadefensiva. En esos instantes, variasoleadas de orcos estaban superando susflancos. Turalyon era consciente de quesus fuerzas no tenían nada que hacer antetodo aquel ejército orco, sobre todo, encampo abierto, donde los orcos podríanrodearlos y aplastarlos con susinnumerables tropas. Necesitabanrefuerzos ya. Esperaba que los elfosfueran tan capaces y estuvieran tan

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preparados como le había dicho Alleria.

Ter’lij, uno de los subordinados de Zul’jin, sonrió de oreja a oreja.

Él y su grupo habían olido algo muydesagradable que debía de hallarsecerca. Habían seguido esa peste hasta suorigen, hasta un lugar donde habíanescuchado un sonido melodioso, unossolitarios y rítmicos golpes sordos queprocedían de allá abajo. Se trataba de unúnico elfo. A Ter’lij le habíanencomendado la misión de vigilar esesendero, que llevaba a la ciudad elfa, yde impedir que ningún elfo lo cruzara.

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Por tanto, ese elfo solitario no iba a irmucho más lejos.

Ter’lij descendió sigilosamente porel follaje hasta poder ver a su presa. Elelfo se movía tan rápido como cabíaesperar de alguien de esa raza y,probablemente, otras criaturas habríanconsiderado que lo hacia con sumosigilo, pero para Ter’lij, se movía demanera tan estruendosa como el truenoque oía bramar cerca de los lindes delbosque y, además, podía darle alcancecon suma facilidad. El elfo portaba unalarga capa marrón, llevaba la capuchalevantada y se apoyaba en un largobastón Debía de ser un anciano. Mejor

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aún.Ter’lij se relamió los labios presa

de la impaciencia e indicó con una señaal resto de su grupo que lo siguieranhasta allá abajo. Entonces, abandonó deun salto el amparo de los árboles, conuna espada curvada en una mano, yesbozó una amplia sonrisa ante suvíctima. Pero se llevó una tremendasorpresa en cuanto el elfo apartó su capay se enderezo esbozando también unasonrisa. Alzó el bastón, que resultó teneruna larga hoja en su punta, y lo moviócon aire amenazador de lado a lado. Suarmadura centelleó bajo las sombras delos árboles.

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—¿Acaso creías que no somoscapaces de oíros cuando os desplazáispor los árboles? —inquirió el elfo demanera burlona, cuyas estrechasfacciones se tensaron al fruncir el ceño—. ¿Acaso creías que no somosconscientes de que estáis mancillandonuestro bosque? No sois bienvenidosaquí, criatura, y no vamos a permitir quesalgáis de aquí con vida.

Ter’lij recobró la compostura y seechó a reír.

—Eres muy listo, paliducho —reconoció—. Has engañado a Ter’lijcon un buen truco. Pero estás solo y solotienes un bastoncito mientras que

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nosotros somos muchos.El resto de su grupo aterrizó a sus

espaldas y, acto seguido, sedesplegaron, dispuestos a rodear alarrogante elfo.

El elfo, sin embargo, sonrió aún másampliamente y de un mododesagradable.

—¿Eso es lo que crees, patán? —replicó en tono de mofa—. Osenorgullecéis de conocer muy bien losbosques, pero comparados con nosotros,estáis ciegos y sordos en este entorno.

Súbitamente, un segundo elfo salióde detrás de un árbol cercano. Y luegoun tercero. Y un cuarto. El semblante de

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Ter’lij se tornó ceñudo. Cada vez eranmás y más. Al final, su grupo se viorodeado y superado en número. Todosesos elfos portaban las mismas lanzaslargas y unos escudos altos y oblongos.Esto no era lo que esperaba.

No obstante, Ter’lij era un cazador yun guerrero muy curtido que no seamedrentaba fácilmente.

—¡Mejor aún! —exclamó al fin, a lavez que se enderezaba cuán largo era—.¡Vamos a disfrutar de una lucha deverdad en vez de acabar con un elfodesarmado! ¡Me encanta!

Al instante, se abalanzó sobre ellíder elfo, con su espada en alto…

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… y murió en pleno salto, ya que lalanza del comandante elfo se le clavó enel pecho, le atravesó el corazón y se lesalió por la espalda. El elfo se apartó aun lado y dejó que el cadáver de Ter’lijse deslizara por su arma hastadesengancharse. Entonces, giró sobre símismo y trazó un letal arco con su lanza,de tal modo que le arrancó la mano a untrol que avanzaba hacia él.

La batalla acabó rápidamente. Ellíder elfo le propinó una patada a uno delos cuerpos que yacían en el suelo yasintió al comprobar que no se movía.Se había enfrentado a trols de bosque enotra ocasiones, pero nunca en

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Quel’Thalas. Si bien era cierto que, sise los comparaba con las demás razas,esas criaturas eran unos grandescazadores en cualquier bosque,comparados con un elfo eran muy torpes.Sylvanas había ordenado a un grannúmero de patrullas, entre las cuales seencontraba la suya, que entraran en elbosque para matar, o al menos ahuyentar,a todos los trols que pudieran hallar.Este era el segundo grupo queencontraban. En esos instantes, sepreguntó cuántos habría aún en esebosque.

Justo cuando estaba abriendo laboca para ordenar a sus hombres que

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formaran, una figura esbelta irrumpió enaquel claro, con su melena rubiaondeando al viento. El líder elfo lahabía oído aproximarse segundos antesde que apareciera ante sus ojos; sin dudaalguna, esa elfa había optado por lavelocidad por encima de su habitualsigilo.

—¡Halduron! —exclamó mientras seaproximaba, para detenerse a solo unospasos de él—. Me alegro de verte. Hehablado con el comandante de laAlianza y también con Sylvanas, quiennecesita a todas nuestras fuerzas en ellinde sudoeste del bosque. Ahí es dondese ha congregado la Horda. El líder

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humano no podrá contenerlos él solo pormucho tiempo.

Halduron Alasol asintió.—Informaré a Lor’themar, ya que su

grupo también se encuentra cerca deaquí, e iremos en ayuda de vuestrosamigos —le aseguró—. Ahora, su luchatambién es la nuestra. No vamos apermitir que caigan ante esasnauseabundas criaturas —entonces,calló y la observó por un instante—.¿Estás bien, Alleria? Te veo bastantesonrojada.

Alleria negó con la cabeza, aunquefrunció levemente el ceño.

—Estoy bien —contestó—. ¡Y,

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ahora, marchad! ¡Llevad a nuestrosguerreros a la batalla! Mientras tanto, yoregresaré con mi hermana y la Alianzapara informarles de que la ayuda ya vaen camino.

Al instante, se dio la vuelta y, rauday veloz, desapareció una vez más entrelos árboles.

Halduron la observó marchar y, actoseguido, hizo un gesto de negación conla cabeza. Hacía mucho tiempo queconocía a Alleria Brisaveloz y sabíaperfectamente que algo le preocupaba oinquietaba. No obstante, ese día todostenían muchas preocupaciones queafrontar, ya que esas extrañas criaturas

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deambulaban por sus sagrados bosques.Aunque no por mucho tiempo. Halduronhizo una seña a sus forestales,desenganchó su lanza que se hallabaclavada aún en un trol, la limpió con esemismo cadáver y, a continuación, segiró. Ya habría tiempo más tarde delimpiar de escoria el bosque. Primero,tenían que enfrentarse a los enemigosque todavía seguían vivos.

Turalyon tenía la sensación de quehabían pasado solo unos minutos desdeque Alleria se había marchado cuandoesta apareció de nuevo. Irrumpió en

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medio de la batalla y se acercó a élhasta colocarse a su lado. Ahora,llevaba su arco colgado a la espalda ysu espada en la mano, con la queatravesó a un orco que había intentadodar una cuchillada a su caballo en loscuartos traseros.

—Llegarán enseguida —le aseguróAlleria, con los ojos brillantes.

Turalyon asintió y se sintiótremendamente aliviado, aunque noestaba seguro de si eso se debía a quesabía que llegaban refuerzos o al hechode que ella se encontrara sana y salva.Arrugó el ceño porque no estabaacostumbrado a tener tales pensamientos

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e intentó dejarlos arrinconados porahora. Más le valía preocuparse de sustropas y él mismo si querían sobrevivir.

Por fin había dejado de llover,aunque las nubes seguían cubriendo elcielo, proyectando una enorme sombrasobre el campo de batalla. Por eso,cuando Turalyon se percató de unasilueta oscura se alzaba amenazante a unlado, pensó, en un principio, que setrataba simplemente de la sombradeformada de algún guerrero orco. Sinembargo, esa sombra siguió creciendo yadquirió solidez. Se quedó mirándolafijamente y un orco estuvo a punto deensartarlo al aprovecharse de su

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distracción.—¡Mantén la concentración! —le

advirtió Khadgar, quien, a lomos de sumontura, se colocó junto a él y lepropinó una patada al orco antes de quepudiera atacar de nuevo—. ¿Qué estásmirando tan absorto?

—Eso —respondió Turalyon, quienseñaló algo con su martillo antes decentrar su atención de nuevo en el fragorde la batalla que se libraba a sualrededor.

Ahora fue Khadgar quien se quedómirando fijamente esa cosa. El jovenmago envejecido prematuramenteprofirió una serie de maldiciones en

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cuanto comprobó que una descomunalfigura había emergido de entre losárboles para sumarse a la batalla en elextremo más alejado de esta. Tenía eldoble de tamaño que un orco normal ysu piel era del color del cueroenvejecido. Sostenía en su mano uncolosal martillo que un orco normalprobablemente tendría que habersostenido con ambas manos, pero queese coloso sostenía con una sola;además, iba ataviado con una armaduramuy extraña. El semblante de Turalyonse tensó en cuanto se arriesgó a echar unbreve vistazo a ese gigante, pues sepercató de que esa armadura era de

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fabricación humana; la coraza, lasgrebas y los brazales estaban unidos porunas gruesas cadenas que cubrían casitodo el cuerpo de esa gigantescacriatura.

Sin embargo, no portaba un yelmo enninguna de sus dos cabezas, las cualescontemplaban con odio a los hombres yorcos que se arremolinaban ante él. Alinstante, aplastó a dos hombres con unsolo de golpe de su martillo. Acontinuación, arremetió hacia un lado,atizando a cuatro soldados más quesalieron volando por los aires yaterrizaron a varios metros de distancia.

—¿Qué demonios es esa cosa? —

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preguntó Turalyon con un tonoapremiante, al mismo tiempo que ledestrozaba la cara a un orco que cargabacontra él. Este salió despedido haciaatrás y chocó contra otro orco, que setambaleó ante la fuerza del impacto.

—Es un ogro —contestó Khadgar—.Un ogro bicéfalo.

Turalyon iba a decirle a su amigoque no era la primera vez que veía unogro y que ya se había dado cuenta deque tenía dos cabezas, cuando el extrañoorco levantó su mano libre y apuntó conella hacia un grupo de soldados de laAlianza. Turalyon parpadeó, ya quecreía que sus ojos le estaban jugando

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una mala pasada. ¿De verdad acababade ver cómo brotaba fuego de la manoextendida de esa criatura en dirección alos soldados? Volvió a mirar. Sí, esossoldados se hallaban ahora envueltos enllamas. Habían soltado las armas y sedaban golpes en las zonas de susarmaduras y ropas donde el fuego habíaprendido. Algunos de ellos se estabanquitando las capas, que se estabanquemando, y otros rodaban por el suelo,sobre la hierba, en un intento por apagaresas llamas que les estaban haciendosentir una tremenda agonía. ¿Cómo habíahecho algo así aquel extraño ogro?

—¡Maldita sea! —obviamente,

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Khadgar también había sido testigo deese extraordinario hecho, como parecíanindicar sus cada vez más ofensivosjuramentos—. ¡Es un ogro mago!

—¿Un qué?—Un mago —le espetó Khadgar—.

¡Un puñetero ogro mago!—Ah.Turalyon despachó a otro enemigo y,

una vez más, observó detenidamente almonstruoso ogro, mientras intentabaasimilar la situación. Era la criatura másgrande y más fuerte que jamás habíavisto y, encima, era capaz de lanzarconjuros mágicos. Estupendo. ¿Cómoiban a poder matar a una bestia así? Le

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iba a preguntar eso mismo a Khadgarcuando se le quedaron atravesadas laspalabras en la garganta. De improviso,el ogro mago cayó hacia delante; el pelode la parte posterior de su cabeza sehallaba en punta por culpa de las últimasgotas de lluvia. En un principio,Turalyon creyó que se estaba agachandopara hacerle algo a los cadáveres quetenía delante, tal vez para devorarloscon sus dos bocas, pero la criatura novolvió a levantarse. Entonces, se diocuenta de que lo que creía que era peloera algo mucho más sólido. Eran saetas;no, eran muy grandes para ser flechas.¡Eran lanzas!

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—¡Sí! —exclamó jubilosa Alleria,alzando su arco a modo de saludo—.¡Han llegado los míos!

Por lo que pudo ver Turalyon, teníarazón. Del bosque emergió una hileratras otra de elfos. Vestían unasarmaduras mucho más completas que lasde Alleria y sus forestales y portaban unequipo mucho más pesado, así comoescudos y lanzas. Resultaba obvio queesas armas que había derribado al ogroeran suyas. En toda su vida, Turalyonjamás se había alegrado tanto de ver aalguien.

—¡Llegan justo a tiempo! —le dijo aAlleria, a la que tuvo que gritar para que

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pudiera oírle por encima del caos delcombate—. ¿Puedes comunicarte conellos?

La elfa asintió.—Para cazar, nos comunicamos con

señas, que pueden ser vistas a grandesdistancias.

—Bien —Turalyon asintió y derribóa otro orco, que cayó al suelo; mientrasponía en orden sus pensamientos—.Tenemos que aplastar a la Horda entreambos. Diles que avancen hacianosotros, pero que deben desplegarse alo ancho y reforzar los flancos. Nosotrosharemos lo mismo. No quiero que losorcos se nos cuelen por los flancos,

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porque si lo hacen, podrían rodeamos.Alleria asintió e hizo varias señas en

dirección al bosque. Acto seguido,Turalyon vio cómo uno de los elfos de lavanguardia asentía y se volvía hacia suscompañeros. Khadgar, que había estadobastante cerca como para escuchar suconversación, ya se estaba volviendohacía un líder de unidad próximo, al quevociferó una serie de órdenes de las quedebía informar también a otros.

Ambos ejércitos iniciaron sudespliegue. Las fuerzas de la Alianzaretrocedieron ligeramente con el fin detener más espacio para maniobrar. LaHorda, claramente, tomó esto como una

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señal de debilidad, ya que los orcoslanzaron varios vítores. La mayoría deellos todavía no habían visto a los elfos,que se hallaban todavía parcialmenteescondidos bajo los árboles. Lo cual lesvenía muy bien, pues Turalyon queríapillarlos por sorpresa en la medida quefuera posible, para que tuvieran menosposibilidades de huir. Hizo retroceder asus hombres y ordenó a varias unidadesque mantuvieran a los orcos a rayamientras los demás abrían ciertadistancia entre ellos y el enemigo.Después, envío a un tercio de sus tropasa cada flanco y les dijo que avanzaran.El resto se quedaron con él. Pudo ver

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que en la Horda cundía el desconciertoen cuanto se dio la vuelta y lideró lacarga contra el mismo corazón de lasfuerzas orco.

En el extremo más alejado, los elfosse habían colocado de una formasimilar. Mientras la Horda se preparabapara recibir el ataque de Turalyon, loselfos avanzaron, arremetieron con suslanzas contra la hilera más retrasada dela vanguardia orco. Si bien muchoscayeron sin proferir grito alguno, unoscuantos lanzaron unos cuantos gritosahogados o suspiros o gruñidos quehicieron que los demás se volvieranpara ver qué era lo que había perturbado

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a sus camaradas. En cuanto los orcos sedieron cuenta de que estaban siendoacorralados por ambos frentes, seescuchó un grito desolador.

Varios guerreros orcos se giraron eintentaron huir corriendo al percatarsede que se hallaban atrapados en mediode dos ejércitos. Pero entonces, losflancos tanto de las fuerzas humanascomo elfas se volvieron hacia dentro,bloqueando así su vía de escape. Losorcos se vieron obligados a quedarse yluchar, la mayoría lo hicieron felices ycontentos, pues se dejaron llevar por laira y la sed de sangre. Sin embargo, alestar rodeados de enemigos por doquier,

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de arcos y lanzas elfas, de espadas,hachas y martillos humanos, los orcossufrieron innumerables bajas.

El fuego de la esperanza volvió aarder en el corazón de Turalyon.¡Estaban ganando! Pese a que la Hordaseguía superando en número a sussoldados y a los guerreros elfos, losorcos continuaban atrapados entreambas fuerzas y luchaban de maneradesordenada e indisciplinada. Cadaorco luchaba por su vida o ayudado porun puñado de compañeros, que, con casitoda seguridad, eran miembros de sumismo clan, lo cual los hacía muyvulnerables a las tácticas militares de

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humanos y ellos. Sobre todo, a medidaque sus propios hombres y los elfos ibanaprendiendo a colaborar de un modomás eficaz; por ejemplo: los arqueroselfos primero lanzaban flechas de fuegosobre un grupo de orcos para menguarsus filas y desatar el caos en su seno,para que después los humanosarremetieran contra ellos, seguidos porlos lanceros elfos, cuya misión era matara los orcos, bloquearles el paso y evitarque se reagruparan y contraatacaran.Turalyon podía ver ya que se abríanalgunos huecos en la Horda, unos huecosque ocupaban los elfos y la Alianza y seexpandían hasta dejar pequeños reductos

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de orcos entre ellos.Entonces, escuchó un tremendo

rugido. Miró hacia el este y vio algo quele revolvió el estómago. Otromonstruoso ogro de dos cabezas sesumaba a la batalla, golpeando a diestroy siniestro con un gigantesco garroteque, en realidad, era un tronco de árbolal que habían podado todas las ramas. Aesa mala bestia le seguía otra justodetrás, con un garrote similar en sugigantescas manos, y a esa le seguía otray a esa, otra a su vez. ¿De dónde salíantodas esas criaturas?

Los ogros bicéfalos arremetieroncontra las tropas aliadas y, con cada uno

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de sus golpes, se llevaron por delanteunidades enteras. Al instante, Turalyonordenó a sus hombres que se retiraran yque dejaran que los elfos se ocuparan deesta nueva amenaza. Al primer ogro lohabían derrotado porque lo habíanpillado por sorpresa, pero estos estabanpreparados. Usaban sus garrotes paraprotegerse de las lluvias de flechas y lassalvas de lanzas, así como para atizar alos elfos, de tal modo que esos esbeltosguerreros acababan volando por losaires. La Horda fue reagrupándosealrededor de esas descomunales figurasal mismo tiempo que más orcos llegabanen tropel por detrás de ellas, engrosando

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sus filas en gran número y volviendorápidamente las tornas de la batalla a sufavor.

—¡Tenemos que hacer algo ya! —gritó Turalyon a Khadgar, que seencontraba junto a él de nuevo—. ¡Si no,nos harán retroceder hasta las montañaso hacia el oeste, hacia el río, y nosquedaremos atrapados y sin ninguna víade escape!

Khadgar iba a replicarle, peroAlleria le interrumpió.

—Escuchad —vociferó, mientrasagitaba las orejas.

Turalyon negó con la cabeza.—No oigo nada salvo el fragor de la

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batalla —replicó—. ¿De qué se trata?La elfa sonrió ampliamente.—De ayuda —respondió—. De una

ayuda que viene del cielo.

—¡Ahí están! ¡Ya los veo!—Sí, yo también los veo, zagal —le

espetó Kurdran Martillo Salvaje, quienestaba enojado con el joven jinete degrifo que volaba a su lado porque habíadivisado la batalla antes que él—. Voladen círculo, muchachos, y atacad a esasbestias inmundas situadas en el centro.Tened cuidado con su garrotes.

El líder Martillo Salvaje atizó con

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los talones a Cielo’ree y, acto seguido,la grifo descendió hacia el campo debatalla gritando. Uno de esos extrañosmonstruos de dos cabezas alzó la miraday rugió a mudo de respuesta nada másverlos. Pero Kurdran caía en picado atal velocidad que no iba a poderesquivarlo, ya que había guerreros orcospor todas partes que impedían al gigantemoverse con cierta libertad. Mientrasdescendía, Kurdran alzó su martillo detormenta y se le tensaron los músculos,presa de la anticipación. Pese a que labestia volvió a rugir e intentó sacudirlecon su descomunal garrote, Cielo’reeesquivó el golpe y pasó volando tan

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cerca de esa criatura que la punta de unade sus alas rozó uno de sus rostros.Kurdran aprovechó la circunstancia puralanzarle el martillo con todas susfuerzas. El firmamento reverberó con elbramido del trueno y un relámpagoimpactó contra esa bestia insto cuandoel enano le lanzaba el martillo, sumandoasí su energía al martillazo. La criaturatrastabilló hacia atrás, con una cabezaaplastada y la otra ennegrecida y, actoseguido, cayó al suelo. Aplastó a tresorcos al caer y su garrote machacó aunos cuantos más.

—¡Sí! —gritó jubiloso Kurdran,mientras cogía el martillo que había

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regresado a sus manos y le daba ungolpecito con las rodillas a Cielo’reepara que volviera a prepararse paralanzar otro ataque—. ¡Sí, se lo merecen,guapa! ¡Da igual lo grandes que sean,los Martillo Salvaje somos capaces dehacerles morder el polvo!

Alzó su martillo y profirió untremendo chillido al ascender hacia elcielo. Su grifo esquivó con facilidad eltorpe golpe que otra de esas malasbestias lanzó de arriba abajo.

—¿A qué estáis esperando? —preguntó vociferando a sus guerreros,quienes esbozaron una amplia sonrisadesde sus monturas voladoras—. ¡Ya os

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he mostrado cómo se hace! ¡Así que,ahora, bajad ahí y aseguraos de que elresto de esos gigantes besen el suelo!

Le saludaron jocosamente, ya quesabían que sus pullas tenían un buen fin,y obligaron a girar en redondo a susgrifos para poder iniciar sus ataques.

Kurdran sonrió de oreja a oreja.Miró hacia abajo y divisó al mago, a laelfa y al comandante con los que sehabía reunido en el Pico Nidal.

—¡Eh, los de abajo! —gritó, alzandoel martillo, que blandió por encima de lacabeza.

La elfa elevó su arco a modo desaludo y el comandante y el mago

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asintieron.—¡Vuestro Señor Lothar nos envía!

—exclamó Kurdran, a pesar de que noestaba muy seguro de si podríanescucharle desde allá abajo—. ¡Y justoa tiempo, por lo visto!

Entonces, bajó el martillo, lo aferrócon ambas manos una vez más e hizovirar a Cielo’ree hacia la siguientecolosal criatura de dos cabezas. Variosde ellos ya habían caído y la Horda seestaba disgregando pues se daba cuentade que sus protectores podían ser ahoraun peligro para ella. Por otro lado, loshumanos y los elfos se estabanaprovechando de ese caos para

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masacrar, a diestro y siniestro, a losorcos dominados por el pánico.

En ese instante, algo hizo cambiar ladirección del viento. Kurdran miró haciaarriba. Sobre él, hacia el sur, pudo veruna oscura silueta iba perdiendo altura.En un principio, pensó que podíatratarse de uno de sus guerreros, quevenía a traerle alguna noticia u orden,pero entonces, se dio cuenta de que novolaba como un grifo. Además, parecíavenir de un lugar situado más al este,más allá de las Tierras del Interior,quizá más al sur. Pero ¿qué era?

Kurdran abandonó su ataque e hizoque Cielo’ree retrocedida y ascendiera,

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para situarse lejos del alcance de esasmalas bestias. Acto seguido, trazólentamente círculos en el cielo, mientrasobservaba a esa sombra aproximarse.¿Acaso era un pájaro? De ser así,volaba más alto que la mayoría y sucontorno era muy extraño. ¿Acaso era unnuevo tipo de ataque? Se echó a reír.¡Pero si no era más grande que unáguila! ¿Acaso la Horda enviaba ahora aáguilas tras ellos, dirigidas por gnomossentados a horcajadas en sus espaldas?Ningún ave rapaz es una amenaza parami bella grifo, pensó, mientras dabaunas palmaditas afectuosas a Cielo’reeen el cuello y recibía un melodioso

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graznido como respuesta.Ahora, la silueta se hallaba más

cerca y su tamaño iba en aumento cadavez más. Y más. Y aún más.

—¡Por el Pico Nidal! —mascullóKurdran, sobrecogido por su tamaño.

¿Qué era esa cosa capaz de flotarpor el aire a pesar de ser tan enorme?Ya era casi tan grande como Cielo’ree yalbergaba la sospecha de que todavía seencontraba muy por encima de ellos.Ahora, podía distinguir con másclaridad su forma; era larga y esbelta,poseía una larga cola y un cuellotremendo, así como unas gigantescasalas extendidas que aleteaba de vez en

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cuando. ¡Esa cosa estaba planeando!Debía de hallarse muy arriba para poderaprovechar los vientos de esa forma.Kurdran sintió que un escalofrío lerecorría la espalda y volvió a evaluar suposible tamaño. Solo conocía unacriatura capaz de surcar el aire con esetamaño y era incapaz de concebir quéinterés podría tener una de ellas en eseconflicto.

Entonces, la última nube se disipó yel sol los iluminó. La luz se reflejósobre la reluciente piel roja de esacriatura, que adoptó un intenso colorcarmesí. En ese instante, Kurdran supoque había estado en lo cierto.

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Era un dragón.—¡Un dragón! —gritó.Si bien la mayoría de sus guerreros

seguían batallando contras esas bestiasbicéfalas y no lo oyeron, el jovenMurkhad alzó la vista y miró hacia ellugar que señalaba Kurdran. Al instante,el muy necio propinó una patada a sugrifo para que ascendiera rápidamente;su montura agitó frenéticamente las alaspara ganar altitud con celeridad.

—¿Qué estás haciendo, palurdo? —vociferó Kurdran.

Puede que Murkhad no le oyera,pero lo que es seguro es que no lecontestó. El joven Martillo Salvaje

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obligó a su montura a torcer hacia ddragón, que ahora caía en picado a granvelocidad, y alzó su martillo detormenta. Tras proferir un fiero grito,Murkhad cargó directamente contra eselagarto que caía del cielo a unavelocidad inusitada…

… y se desvaneció en silencio encuanto el dragón abrió la boca,revelando unos grandes dientestriangulares del tamaño de un enanogrande y una lengua bífida del color dela sangre, para engullir al desventuradoenano y su grifo de un solo bocado.

Murkhad nunca vio que la tristezateñía los enormes ojos dorados del

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dragón de un modo muy evidente, ni a lacorpulenta figura de piel verde que sehallaba sentada en la espalda del dragóny sostenía unas largas riendas de cueroen una de sus manos.

—¡Por la luz!Turalyon había lanzado un grito de

júbilo, al igual que los demás, cuandolos Martillo Salvaje llegaron, así comocuando Kurdran había derribado alprimer ogro de dos cabezas. Perodespués, había alzado la vista trasescuchar un tenue grito proferido por ellíder Martillo Salvaje, justo a tiempo

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para ver cómo el ardiente dragóndescendía sobre uno de los jinetes degrifo y se lo tragaba como si fuera unamera salchicha.

Ahora, ese dragón descendía sobreellos. Y había unos cuantos más detrásde él, que caían del cielo cual manchascarmesíes.

Al respirar, de sus fosas nasalessalía humo y de sus bocas brotaban unaschispas más brillantes incluso que elreflejo de la luz del sol en sus garras,alas y colas. Tanto el humo como laschispas fueron en aumento mientrasTuralyon observaba esa escena sinpoder apartar la mirada.

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De repente, se dio cuenta de qué eralo que iba a suceder.

—¡Retroceded! —gritó, a la vez quegolpeaba a Khadgar en el brazo con suescudo para captar la atención del mago—. ¡Que todo el mundo retroceda! —agitó su martillo por encima de lacabeza, con las esperanza de poderatraer la atención de su propia gente yde los elfos ¡Retiraos! ¡Alejaos todosdel bosque! ¡Ya!

—¿Que nos alejemos del bosque? —le espetó Alleria, elevando la vistahacia él. Turalyon ni siquiera se habíapercatado de que ella seguía a su lado,lo cual era un claro indicativo de lo

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atónito que se había quedado—. ¿Porqué? ¡Pero si estamos ganando!

Turalyon hizo ademán de responder,pero enseguida se dio cuenta de queprobablemente no tenían tiempo paraexplicaciones.

—¡Hacedlo! —le gritó, al ver elgesto de sorpresa que tenía la elfa en surostro—. Dile a tu gente que se retire alas colinas. ¡Deprisa!

Hubo algo en su tono de voz o en susemblante que la convenció. Trasasentir, alzó su arco e intento avisar asíal resto de guerreros elfos. Turalyon sealejó de ahí y cogió del brazo al primeroficial de la Alianza que vio para volver

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a impartir las mismas órdenes. El oficialasintió y, acto seguido, gritó y empujó asus tropas, obligándolas así a darse lavuelta, mientras vociferaba a los demásoficiales que hicieran lo mismo.

Turalyon no podía hacer ya nadamás. Hizo que su caballo se girara y loespoleó para que corriera al galopehacia las colinas. Entonces, oyó unsonido muy extraño, similar al soplo unarepentina ráfaga de viento o a unaexhalación estruendosa hecha por unhombre gigantesco, y miró hacia atrás.

El primer dragón se había abatidosobre ellos, con las alas desplegadas yla boca abierta de par en par. De sus

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fauces brotaron unas llamas, unasenormes olas de fuego que seextendieron por todo el linde frontal delbosque. El calor era tan intenso queacabó con toda la humedad que había enel ambiente de inmediato y el bosquepareció perder su consistencia, como unespejismo en el desierto bajo la ardientemirada del sol. Los árboles seennegrecieron al instante y sedesmenuzaron convertidos en cenizas, apesar de haber estado mojados por lalluvia solo unos minutos antes. Un densohumo negro se elevó de ellos, un humoque amenazaba con tapar el sol una vezmás. Las llamas no se apagaron; en

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algunos lugares, habían alcanzado a losárboles situados más atrás, aunque nocon suficiente intensidad como paradestruirlos totalmente, pero si comopara prenderles fuego. Ahora, las llamasse extendían, bailando de árbol en árbol.Era un espectáculo casi hipnótico.Turalyon se obligó a darse la vuelta paraver adónde se dirigía su caballo. Pronto,alcanzó las faldas de las montañas ehizo que su montura se girara para poderobservar esa horrible devastación.

—¡Haz algo! —exclamó Alleria, quese colocó una vez más a su lado,mientras él permanecía a lomos de sucaballo y entrecerraba los ojos para

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protegerse de tanta luz y calor. Entonces,la elfa le propinó varios puñetazos en lapierna—. ¡Haz algo!

—No puedo hacer nada —replicóTuralyon, al que se le rompió el corazónal percatarse de que la voz de Alleriaestaba teñida de una terrible pena ydesesperación—. ¡Ojalá pudiera!

—Entonces, haz algo tú —exigió laforestal elfa, volviéndose haciaKhadgar, quien, en esos instantes, seacercaba con su caballo hacia ellos—.¡Utiliza tu magia! ¡Apaga esas llamas!

Pero el mago de aspecto envejecidonegó con la cabeza presa de una hondatristeza.

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—Este incendio es demasiadogrande como para que yo puedadetenerlo —le explicó con suma calma—. Y he agotado todas mis energías alinvocar antes esa tormenta.

Esas últimas palabras las pronunciócon una cierta amargura y Turalyon secompadeció de su amigo. No era culpade Khadgar que hubiera agotado susfuerzas al apagar la primera oleada deincendios, pues nadie podría haberseimaginado que luego iban a tener queenfrentarse a otros mucho peores.

—Tengo que ir a Lunargenta —dijoAlleria, aunque más para sí que para quela oyeran ambos—. Mis padres están ahí

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y nuestros ancianos también. ¡Tengo queayudarlos!

—¿Y qué vas a hacer? —preguntóTuralyon, con un tono de voz más durode lo que pretendía, aunque, al menos,consiguió así que ella emergiera de labruma de su hondo penar y alzara lamirada hacia él—. ¿Acaso sabes cómocombatir esas llamas?

El comandante de la Alianza señalóal bosque, donde los dragones se abatíanhacia el suelo y giraban en el aire comosi se tratara de unos murciélagosjugando mientras lanzaban llamas encada pasada. Hasta donde alcanzaba lavista, Quel’Thalas estaba ardiendo. El

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humo parecía haberse convertido en unsólido muro gris, que pendía sobre lapatria elfa, cuya sombra los alcanzaba aellos incluso en las faldas de lasmontañas y proyectaba unas sombrastenebrosas tras ellos, a través de lasmontañas. Turalyon estaba seguro deque, desde la capital, tenían que estarviendo el incendio.

Alleria hizo un gesto de negacióncon la cabeza y él pudo ver que unaslágrimas le recorrían las mejillas.

—Pero he de hacer algo —gimoteó.Su encantadora voz se tornó ronca porculpa de la ira y el dolor—. ¡Mi hogarestá siendo destruido!

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—Lo sé. Y lo entiendo —Turalyonse inclinó, le agarró a ella del hombro yle dio un apretón afectuoso—. Pero sifueras ahora ahí, solo lograrías matarte.Aunque pudieras llegar al río, ahoradebe de estar hirviendo por culpa detodo ese calor. Morirías y no ayudaríasa nadie.

La ella alzó la vista hacia él.—Mi familia, los Señores…

¿estarán bien?Turalyon pudo percibir una tremenda

desesperación en su voz. La forestalquería, tal vez necesitara incluso, creerque sobrevivirían.

—Son unos magos muy poderosos

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—señaló Khadgar—. Y aunque nunca lahe visto, tengo entendido que la Fuentedel Sol es una fuente de inmenso poder.Protegerán la ciudad y evitarán que sufraalgún daño. Ni siquiera esos dragonespodrán rozarles un solo pelo.

Pese a que pronunció esas palabrascon mucha seguridad, Turalyon viocómo su amigo alzaba de un modo casiimperceptible una ceja, como si quisieraañadir «o, al menos, eso espero».

Alleria asintió, aunque no cabíaduda de que seguía todavíaconmocionada.

—Gracias —dijo en voz baja—.Tienes razón. Si muero, no lograré nada

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—Turalyon sospechaba que intentabaconvencerse a sí misma de que eso eraverdad. A continuación, la elfa lanzó unamirada repleta de furia a esos dragonesque revoloteaban y surcaban el aire—.Pero su muerte servirá para mucho. Y lade la Horda entera. Sobre todo, la de losorcos —entornó sus ojos verdes yTuralyon vio en ellos algo que no habíavisto hasta entonces: odio—. Han traídoel caos y la destrucción a nuestro hogar—entonces, escupió—. Les veré sufrirpor ello.

—Todos lo haremos —replicóTuralyon, quien alzó la vista al ver queotro elfo caminaba hacia ellos.

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Iba ataviado con todo el equiponecesario para batallar, su armadura erahermosa y grácil, así como muyfuncional, y estaba cubierta de sangre yentrañas. Llevaba colgada a la cinturauna tizona y su capa de color verdeintenso ondeaba al viento. Se habíaquitado su yelmo ornamentado conpatrones de hojas y sus ojos marronesoscuros centelleaban bajo su pelolustroso del color del maíz. Suexpresión era un reflejo de la de Alleria.

—Este es Lor’themar Theron —dijoAlleria para presentarlo—, uno denuestros mejores forestales —acontinuación, se volvió y sonrió

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brevemente al ver que una segunda elfase aproximaba, la cual era alta y portabauna capa similar a la de Alleria;además, se parecía mucho a esta, salvopor el pelo, que era más oscuro—. Yesta es mi hermana, SylvanasBrisaveloz, General Forestal ycomandante de nuestras fuerzas.Sylvanas, Lord Theron, este es SirTuralyon de la Mano de Plata, segundoal mando de las fuerzas de la Alianza. Yeste es el mago Khadgar de Dalaran.

Turalyon asintió y Theron hizo elmismo gesto, como muestra de respetoentre iguales.

—La mayoría de mis guerreros han

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escapado a ese infierno —les comentóTheron con cierta brusquedad—. Sinembargo, no hemos podido atravesaresas llamas. De modo que nosotros nopodemos entrar mientras que nuestrasfamilias no pueden salir. No obstante,ahora ya sabemos cómo el fuego hapodido extenderse por el bosque tanrápida mente y desde tantas direccionesal mismo tiempo —en ese instante,aferró con más fuerza si cabe laempuñadura de su espada—. Pero nopodemos darle vueltas a lo que ya notiene remedio —afirmó; esas palabrasiban dirigidas a Alleria, aunque quizátambién a él mismo—. Estamos aquí y

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seguimos vivos, por lo que debemoshacer todo lo posible por socorrer a losnuestros lo antes posible. Y eso implicaacabar con las fuerzas que los amenazan.

—Tiempo atrás, tu comandante,Anduin Lothar, nos pidió queformáramos parte de esta Alianza —aseveró Sylvanas, mirando a Turalyon—. Mis líderes decidieron no respondera esa petición y se limitaron a prestarosun apoyo simbólico —entonces, sumirada se posó fugazmente en Alleria yalgo muy parecido a una sonrisa cobróforma en su semblante—. Aunquealgunos de nuestros forestalesdecidieron colaborar con vuestra causa

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por su cuenta —acto seguido, volvió aadoptar un gesto sombrío—. Peronuestros ancianos se dieron cuenta de suerror en cuanto los trols y orcosinvadieron nuestras tierras. Ya que si Quel’Thalas no está a salvo de unainvasión, ya nada más lo está. Meordenaron que reuniera a nuestrosguerreros y marchara en vuestra busca,con el fin de prestar toda la ayudaposible —hizo una reverencia—. Nossentiríamos muy orgullosos de formarparte de vuestra Alianza, Sir Turalyon, yespero que, a partir de ahora, nuestrosactos compensen la tardanza con quehemos decidido implicamos en este

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conflicto.Turalyon asintió y deseó una vez más

que Lothar estuviera ahí. El Campeónhabría sabido cómo manejar esasituación adecuadamente. Pero no estabaahí, así que Turalyon estaba obligado asolventar la situación lo mejor posible.

—Os doy las gracias tanto a ti comoa tu gente —le contestó por fin aSylvanas—. Os damos la bienvenida enla Alianza a ti y a todo tu pueblo. Juntos,expulsaremos a la Horda de estecontinente, de vuestras tierras y lasnuestras, para que podamos vivir en pazdespués y cooperando unos con otrosuna vez más.

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Si planeaba decir algo más, no pudohacerlo, pues fue interrumpido por ungraznido y un repentino batir de alas.Turalyon se agachó, al igual queKhadgar, y Theron hizo ademán de cogerla espada, pero la criatura quedescendía del cielo era mucho máspequeña que un dragón y estaba cubiertade plumas y pelaje en vez de escamas.

—Lo siento, zagal —dijo KurdranMartillo Salvaje mientras aterrizaba conCielo’ree a cierta distancia de ellos,provocando así que los caballos seestremecieran y pisotearan el sueloconsternados—. Lo hemos intentado,pero esos dragones son, simplemente,

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demasiado grandes y poderosos comopara que solo un puñado de nosotrospueda hacerles frente. Aunque si nosdais un poco de tiempo, daremos con lamanera de combatirlos en el cielo yderrotarlos, pero ahora mismo, llevantodas las de ganar.

Turalyon asintió.—Os agradezco el esfuerzo que

habéis hecho —le respondió al líderenano—. Gracias por la ayuda que noshabéis prestado antes. Habéis salvadomuchas vidas.

Entonces, echó un vistazo a sualrededor. Khadgar, Alleria, Sylvanas, Lor’themar Theron y Kurdran Martillo

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Salvaje eran buena gente y unos buenostenientes. Súbitamente, ya no se sintiótan solo ni tan cohibido. Con ellos a sulado, tal vez podría llegar a ser un buenlíder, al menos hasta que Lotharregresara.

—Tenemos que sacar a nuestra gentede aquí —aseveró un momento después—. Más adelante, regresaremos paraliberar Quel’Thalas del yugo de laHorda, pero ahora mismo, tenemos quereagrupamos y esperar. Sospecho que laHorda no va a permanecer aquí muchotiempo. Tienen otra meta en mente.

Pero ¿cuál?, se preguntó. Habíantomado el bosque y habían expulsado a

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los elfos de su hogar. Habían atacado elPico Nidal y habían arrasado KhazModan. ¿Cuál iba a ser su próximoobjetivo?

Intentó ponerse en el lugar de losorcos para poder dar con una respuesta.Si fuera ellos y dirigiera su campaña,¿adónde iría? ¿Cuál era la mayoramenaza que aún quedaba por eliminar?

De repente, la respuesta le vino a lamente. La mayor amenaza para ella erael mismo corazón de la Alianza. El lugardonde todo había empezado. Miró aKhadgar, quien asintió, pues,obviamente, estaba pensando lo mismo.

—¡La capital!

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Tenía sentido. Desde Lunargenta,que se hallaba en el extremo norte de Quel’Thalas, los orcos podrían cruzarlas montañas y adentrarse directamenteen Lordaeron. Emergerían no muy lejosdel lago Lordamere y la capital. A lacapital le quedaban muy pocosdefensores, ya que el rey Terenas habíaenviado a casi todos sus hombres alejército de la Alianza. Por fortuna, siquerían cruzar las montañas, tendríanque cruzar primero Alterac y, pese a quePerenolde no había demostrado ser elmiembro más leal de la Alianza, sinlugar a dudas, reuniría a su ejército paradefenderse de una invasión a sus propias

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tierras. Sin embargo, los orcos podríantomar Alterac por el mero empuje de susincontables tropas y, acto seguido,podrían invadir en tropel las montañaspara atacar la capital.

—Una vez conquistado Lordaeron,podrían expandirse por el resto delcontinente —señaló Alleria—. Y sidejan una parte de sus fuerzas aquí,tendrán dos bases principales y podríananegar todas estas tierras con orcos encuestión de solo semanas.

Turalyon asintió.—Ya sabemos qué planean —

afirmó, pues estaba muy seguro de queestaban en lo cierto—. Lo cual quiere

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decir que debemos dar con la manera dedetenerlos —en ese instante, posó lamirada sobre los intensos incendios quebrillaban en la lontananza—. Pero noserá aquí.

Cercioraos de que todos loshombres regresan a estas colinas. Luegonos reuniremos y debatiremos sobre esteasunto en más profundidad.

A continuación, hizo que su caballodiera la vuelta y se alejó a medio galopedel bosque, confiando en que sustenientes se ocuparían de hacer efectivassus órdenes. No quiso mirar hacia atrás,pues no quería volver a contemplar esosmajestuosos bosques que ardían a sus

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espaldas.

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CAPÍTULOQUINCE

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—¡V ámonos! —gritó MartilloMaldito—. ¡Coged vuestroequipo y moveos!

Observó a los guerreros por unmomento, mientras sus cabecillasvociferaban, los empujaban y golpeabanpara que se pusieran en marcha y, acontinuación, se giró hacia Gul’dan,quien esperaba pacientemente cerca deél.—¿Qué? —inquirió apremiante.

—Mi clan y yo nos quedaremos aquíun tiempo —replicó Gul’dan—. Tengo

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otros planes para el Altar de laTempestad, unos planes que ayudarán ala Horda en su conquista.

Orgrim frunció el ceño. Seguía sinconfiar en ese brujo canijo y feo. Perotenía que admitir que los ogros de doscabezas habían demostrado serinmensamente útiles en la batalla paraconquistar Quel’Thalas. Si bien eracierto que esos malditos enanos habíanacabado con varias de esas criaturas,también era cierto que sin los ogrosquizá no hubieran atravesado las lineasde la Alianza y no hubieran podidoreagruparse. Por todo esto, al final,asintió.

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—Haz lo que tengas que hacer —ledijo a Gul’dan—. Pero no tardes mucho.Necesitaremos toda la ayuda posible siqueremos conquistar Lordaeron conrapidez.

—No me demoraré —le aseguró elbrujo, sonriendo de oreja a oreja—.Tienes razón… debemos actuar conceleridad.

La forma en que pronunció esaspalabras inquietó a Martillo Maldito,pero justo entonces, apareció Zuluhedcorriendo. Acto seguido, Orgrim dejó decontemplar al jefe brujo con supenetrante mirada y se dispuso aescuchar el último informe sobre cómo

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transcurría la batalla en el bosque.—No podemos atravesar sus

defensas —le informó el cabecilla delclan Faucedraco, quien parecía másfurioso que pesaroso—. Ni siquiera losdragones son capaces —insistió,sacudiendo la cabeza de lado a lado—.Pese a que lanzan su lluvia de juegosobre la ciudad, las llamas ni la tocan yuna barrera invisible que no puedenromper repele los ataques de sus garras.

—Eso es cosa de la Fuente del Sol—comentó Gul’dan, a la vez que sevolvía para tomar parte en laconversación—. De esa fuente de magiaque otorga un inmenso poder a los elfos.

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A Martillo Maldito no le sorprendiópara nada que el brujo conociera esedato.

—¿Hay alguna manera de destruirla,drenarla o aprovecharla para nuestrosfines? —preguntó.

Gul’dan negó con la cabeza.—Lo he intentado —admitió—.

Puedo percibir su poder, pero es de untipo con el que no estoy familiarizado,por lo que no puedo manejarla —entonces, se rascó su hirsuta barba—.Sospecho que únicamente los elfostienen acceso a su poder, ya que esamagia está ligada a ellos y a estastierras.

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—¿No puedes usar los Altares paraquebrar sus defensas? —fue la siguientepregunta de Orgrim.

Gul’dan volvió a esbozar una gransonrisa.

—Esa es una de las cosas que estoyintentando —respondió—. Pero aún nosé si funcionará; no obstante, los Altareshan sido tallados con las PiedrasRúnicas de los elfos, las cuales,originariamente, recibieron su magia dela Fuente del Sol. Quizá sea capaz devalerme de ese vinculo para enviar mipropia magia a la fuente original de esepoder con el fin de destruirla oarrebatársela.

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Estaba muy claro cuál de lasopciones prefería el brujo. A MartilloMaldito no le hacia ninguna gracia quepudiera llegar a tener tanto poder en susmanos. No obstante, eso seria mejor quedejarlo en manos de esos extraños,letales y silenciosos elfos.

—Haz lo que puedas —volvió adecirle a Gul’dan—. Aunque, ahora,entrar en esa ciudad es un objetivosecundario. Si bien no podemos entrar,ellos tampoco pueden salir —actoseguido, se volvió hacia Zuluhed, queseguía esperando—. Lo mismo se puededecir de los dragones. Quizá losnecesitemos, sobre todo si la Alianza

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cuenta con más guerreros de los queesperamos en la capital. Si, dentro deunos días, aún no habéis logradoquebrar la barrera, desistid y enviad alos dragones con el resto de la Horda —en ese instante, miró a Gul’dan, quien yase hallaba bastante lejos como para nopoder oírle—. Y asegúrate de que tantoél como sus brujos os acompañan.

Zuluhed sonrió de oreja a oreja.—Me lo llevaré a rastras si hace

falta. E incluso ordenaré a algún dragónque se lo trague y lo transpone en suestómago si es necesario —prometió.

Orgrim asintió. Después, se alejódel cabecilla Faucedraco para que este

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hablara con sus jinetes de dragones. Semarchó para comprobar si sus guerrerosRoca Negra estaban preparados parapartir hacia su próximo objetivo.

La Horda tardó dos horas más enponerse en marcha. Gul’dan y Cho’gallobservaron cómo una oleada tras otra deguerreros orcos se alejaban de Quel’Thalas, caminando pesadamentesobre los restos calcinados de losárboles que habían caído ante las llamasde los dragones. Un tercio del bosquehabía ardido por entero. Toda esaextensión estaba repleta de hollín,

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cenizas y alguna que otra hoja que sehabía chamuscado pero no se habíaquemado del todo. Esos guerreroshabían acampado ahí, ya que se sentíanmás cómodos al aire libre que bajo losárboles que aún seguían en pie, a pesarde que el suelo se encontraba lleno detrozos de corteza, hojas y frutos secos.Por otro lado, ahora, se elevaban haciael ciclo unas nubes de hollín, quelevantaban con sus pisadas las múltiplestropas que cruzaban las faldas de lasmontañas y se dirigían a otras cumbressituadas en la lontananza. MartilloMaldito encabezaba la marcha, dandograndes zancadas con las que cubría una

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gran distancia, mientras su armarebotaba ligeramente contra su espalda ypiernas al andar. En ningún momentomiró a su alrededor, pues estaba muyseguro de que no corría peligro alguno.

Gul’dan aguardó a que el últimoorco que cerraba la marchadesapareciera de su vista. Acto seguido,se volvió hacia Cho’gall.

—¿Estamos listos?Las dos cabezas del cabecilla del

Martillo Crepuscular sonrieronabiertamente.

—Sí, lo estamos —respondió.—Bien. Dile a tus guerreros que

partiremos de inmediato. Tenemos un

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largo camino que recorrer hastaCostasur —en ese instante, se frotó labarba—, Zuluhed está muy ocupado conesa ciudad elfa y ni siquiera se darácuenta de que nos hemos ido hasta quesea demasiado tarde.

—¿Y si envía a sus dragones abuscamos? —inquirió Cho’gall, quiennormalmente despreciaba el peligro,pero cuyo valor flaqueó al imaginarse aesas descomunales criaturas abatiéndosesobre ellos.

—No lo hará —le aseguró Gul’danal ogro—. No se atreverá a hacer algoasí sin que Martillo Maldito se loordene. Eso implica que tendría que

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enviar primero un mensajero quealcanzara al resto de la Horda y luegodebería aguardar a recibir la respuesta.Para entonces, ya estaremos muy lejosde su alcance y Orgrim no se podrápermitir el lujo de prescindir de algunasde sus tropas para enviarlas en nuestrabusca, no si quiere tomar esa ciudadhumana.

Entonces, estalló en carcajadas.Llevaba semanas pensando en cómolibrarse de la estrecha vigilancia deMartillo Maldito para poder llevar acabo sus propios planes y, al final,¡había sido el propio Jefe de Guerraquien le había servido la solución

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perfecta en bandeja! Si bien habíaesperado que Orgrim insistiera en que loacompañara junto al resto de la Hordaen esa marcha hacia la capital, la duraresistencia que habían planteado loselfos le había dado la excusa perfectapara quedarse atrás.

—Voy a darles las nuevas órdenes amis guerreros —le anunció Cho’gall,quien, a continuación, se alejóvociferando órdenes.

Gul’dan asintió y se fue a prepararsus propio equipo. Ansiaba iniciar esanueva marcha, ya que cada paso loalejaría más y más de Martillo Malditoy su implacable vigilancia y lo acercaría

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a su destino.Orgrim descendió por el estrecho

sendero que atravesaba la cumbre de lamontaña y se dirigió al pequeño vallesituado allá abajo. Pese a que era denoche y el resto de la Horda estabadurmiendo, tenía asuntos muy urgentesque atender. Se desplazaba con sumosigilo mientras buscaba a tientas entreesas piedras desgastadas un lugar firmedonde poder pisar. Con una manosostenía el martillo para que no legolpeara la espalda ni chocara contraesas paredes rocosas y con la otrapalpaba lo que tenía por delante a lolargo de ese camino. En el cielo,

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brillaba una media luna que iluminababastante su trayecto. Además, podía oírel zumbido de algún insecto cercano.Pero aparte de eso, reinaba el silencioen las montañas.

Prácticamente, había alcanzado elvalle cuando oyó diversos ruidos,provocados por alguien (o algo) de, máso menos, el tamaño de un orco que sedesplazaba torpemente hacia el valledesde el extremo más alejado. MartilloMaldito se agachó y se escondió a unlado del sendero. Cogió el martillo quellevaba al hombro y lo sostuvo ante sí.Echó un vistazo con suma cautela yaguardó mientras esos ruidos iban en

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aumento. Entonces, vio que algo semovía a un lado del camino y observócómo una figura envuelta en una capaascendía por la última pendiente y seadentraba en el valle.

Más que un valle era un recovecoque quizá tuviera unos seis metros deancho y cuatro y medio de largo. Noobstante, ahí había rocas por todaspartes, lo cual convertía ese lugar en unrefugio perfecto y un escondite decente.Presumiblemente, esa era la razón por laque lo habían escogido.

Mientras Orgrim la observabainmóvil, esa figura se apoyó sobre unaroca para recuperar el resuello: acto

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seguido, se enderezó y echó un vistazo asu alrededor.

—¿Hola? —dijo en voz baja elhombre de la capa.

—Estoy aquí —contestó MartilloMaldito, quien se puso en pie, se abriópaso entre las rocas para abandonar elsendero y se adentró en el valle.

El extraño se enderezó aún más ylanzó un grito ahogado de asombrocuando el orco se aproximó. Orgrimpudo ver que aquel hombre llevaba unatizona a la cintura, una obra de arteinmaculada, y dedujo al instante que eseextraño nunca la había utilizado. ¿Porqué constantemente me veo obligado a

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tratar con cobardes, alfeñiques eintrigantes?, se preguntó. ¿Por qué notrato más con guerreros, que sonmucho más directos a la hora deexpresar lo que quieren y más francossobre los métodos que pretendenaplicar? Se había dado cuenta de que elhombre que había liderado los ejércitosde la Alianza en Quel’Thalas no era elmismo que los había liderado en lasTierras del Interior, pero ambos lohabían impresionado. Seguro que eranguerreros, que seguían un código dehonor y respetaban la fuerza y lahonradez. Aunque claro, unos hombrestan nobles jamás habrían pedido

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reunirse de este modo.—¿E-eres Lord Martillo Maldito?

—tartamudeó aquel hombre, queretrocedió levemente y de un modocobarde ante él—. ¿Hablas la lenguacomún?

—Soy Orgrim Martillo Maldito,cabecilla del clan Roca Negra y Jefe deGuerra de la Horda. Si, dominoperfectamente vuestro idioma —leconfirmó Orgrim—. ¿Eres tú quién meenvió ese mensaje, humano?

—Si, lo soy —respondió aquelhombre, que se echó la capucha haciadelante como si quiera cerciorarse deque aún le ocultaba la cara. Martillo

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Maldito pudo comprobar que la capaestaba confeccionada con una telaexcelente y poseía unos bordadosexquisitos en los dobladillos—. Penséque sería mejor que nos encontráramosantes de que ocurriera algo…desagradable —hablaba lentamente,como si se dirigiera a un niño.

—Muy bien.Orgrim miró a su alrededor, para

cerciorarse de que ese humano no habíavenido acompañado de algún asesino,pero no olió ni oyó a nadie más. Tuvoque dar por sentado que ese humanorealmente había venido solo, tal y comohabía afirmado en su extraño mensaje, y

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asumir el riesgo de que tal vez loestuviera engañando.

—No esperaba que un humanoquisiera contactar conmigo —admitióMartillo Maldito entre susurros, a la vezque se agachaba para poder examinar aese hombre con más detenimiento—.Sobre todo, de este modo. ¿Así es comosoléis comunicaros los humanos?¿Mediante aves entrenadas para enviarmensajes?

—Sí, es uno de nuestros métodos —contestó aquel hombre—. Sabía queninguno de los míos sería capaz deacercarse suficiente a ti como paraentregarte un mensaje; además, no sabía

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de qué otra manera podría contactarcontigo, así que envié a ese pájaro. ¿Lohas matado?

Orgrim asintió y fue incapaz deevitar que una amplia sonrisa sedibujara en su cara. El hombre sesobresaltó y empezó a sudar a mares.

—No nos dimos cuenta de que eraun mensajero hasta que nos percatamosde que llevaba un pergamino atado a lapata. Para entonces, era ya muy tarde.Espero que no quisieras que te lodevolviéramos.

Su interlocutor agitó una esbeltamano enguantada en el aire, como siquisiera quitarle hierro al asunto. Pese a

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que le temblaba la mano, su voz sonóbastante forme.

—Solo era un pájaro —replicó—.Estoy más interesado en tratar de evitarun número mayor de muertes quepodríamos lamentar.

Martillo Maldito asintió.—Eso decía tu mensaje. Bueno,

dime, ¿qué quieres de mí?—Ciertas garantías —respondió.—¿De qué tipo?—Quiero que me des tu palabra,

como guerrero y líder, de quemantendrás controlados a tus guerreros—contestó aquel hombre—. No quieroque haya ningún asesinato, combate o

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saqueo ni que se cometa ninguna otraatrocidad en estas montañas. Dejadnuestras ciudades y aldeas intactas y nodeis caza ni acoséis a nuestra gente.

Orgrim meditó al respecto mientrasacariciaba distraídamente la cabeza desu martillo con una sola mano.

—¿Y nosotros qué ganamos acambio?

El hombre sonrió; era una sonrisagélida que, sin duda, pretendía seramistosa pero que parecía únicamentetaimada y artera.

—Tendréis vía libre —contestólentamente, dejando que las trespalabras pendieran en la quietud del aire

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nocturno.—¿Eh? —Martillo Maldito ladeó la

cabeza, para indicarle al hombre quecontinuara.

—Tus guerreros y tú queréis cruzarestas montañas para conquistarLordaeron —señaló aquel hombre—.Pero estos picos son muy traicioneros y,en ellos, aquellos que los conocen bienson capaces de combatir ejércitosmucho mayores. Tu Hordaprobablemente logrará vencer todaresistencia y cruzará las montañas, perosufrirá muchas bajas, por lo que seencontrará muy debilitada cuandopretenda batallar contra los defensores

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de Lordaeron —volvió a sonreír y seapoyó de nuevo sobre la roca; no cabíaduda que se sentía muy satisfecho con suinterpretación de la situación y su planpara utilizarla a su favor—. Puedocerciorarme de que los defensores deesta región no se acerquen a tu ejército—le aseguró—. Te mostraré incluso quésenderos debéis seguir para avanzar másrápido. Tu Horda podrá cruzar estasmontañas rápidamente y sin hallaroposición.

Orgrim reflexionó sobre ello.—En resumen, si dejamos tus tierras

en paz —dijo en voz alta—, nosdespejarás el camino, ¿verdad?

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El hombre asintió.—Correcto.Martillo Maldito se enderezó y se

acercó al hombre hasta que se halló asolo medio metro de él. A esa distancia,era capaz de distinguir algunos de losrasgos de aquel hombre que llevaba elrostro tapado por una capucha. Eranunas facciones estrechas, elegantes ycalculadoras a pesar de que se hallabandominadas por el miedo. Aquel hombrele recordaba a Gul’dan en cierto modo,pues era listo y siempre pensaba en supropio beneficio, aunque probablementeera demasiado cobarde como paratraicionar a alguien más poderoso que

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él.—Muy bien —dijo el orco al fin—.

Acepto la propuesta. Muéstrame elcamino más corto para cruzar estasmontañas y yo haré que mis guerreroslas atraviesen lo más rápido posible yno se paren para practicar el saqueo y elpillaje. En cuanto conquistemos estastierras, proclamaré que estas montañasse encuentran bajo mi protección y quenadie podrá violar este territorio. Tú ylos tuyos estaréis a salvo.

—Excelente —ese hombre envueltoen una capa sonrió y dio una palmadacomo un niño—. Sabía que seríasrazonable —acto seguido, sacó un

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pergamino enrollado que llevaba atadoal cinturón y se lo entregó a Orgrim—.Aquí tienes un mapa de esta zona —leexplicó—. He señalado este valle paraque puedas orientarte mejor.

Martillo Maldito desenrolló el mapay lo examinó.

—Si, es muy claro —dijo unmomento después.

—Bien —el hombre se le quedómirando por un segundo—. Bueno, deboregresar con los míos —afirmó.

Orgrim asintió pero no dijo nadamás. Un instante después, el hombre sevolvió y se alejó a paso ligero, seagachó entre unas rocas y fue bajando

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con sumo cuidado el risco que habíamás allá de ese valle. Por un momento,Martillo Maldito contempló laposibilidad de seguirlo. Ya tenía elmapa, que era lo que necesitaba;además, con un solo y rápido golpehabría podido acabar con la vida de esehombre. Pero eso habría sidodeshonroso. Una de las cosas que másodiaba de su propio pueblo, tras latransformación que habían sufrido, erasu falta de honor. Tiempo atrás, enDraenor, habían sido una raza noble. Sinembargo, los traicioneros actos de Gul’dan lo habían cambiado todo, pueslos habían transformado en unos meros

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salvajes sedientos de sangre. Orgrimestaba decidido a restaurar el orgullo yla pureza de su raza, y eso significabaque debían seguir un estricto código deconducta. Como ese hombre habríatratado con él de buena fe, no iba atraicionarlo. Martillo Maldito iba aseguir el sendero que el hombre le habíamarcado y si finalmente resultaba ser uncamino rápido y las tropas humanas noles bloqueaban el paso, cumpliría con suparte del acuerdo.

Orgrim enrolló el pergamino,moviendo de lado a lado la cabeza. Locolocó en su cinturón y volvió alsendero que le había llevado hasta ese

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valle. En cuanto regresara con los suyos,reuniría a sus lugartenientes y lesmostraría la ruta que iban a tomar.

—¿Nos ha llamado, majestad?El general Hath, el comandante de

las fuerzas de Alterac, se encontraba enel umbral de la puerta entreabierta de lasala de mapas. Perenolde pudo ver quelos demás comandantes del ejército sehallaban tras el robusto general.

—SI. pasad, general, oficiales —dijo Perenolde, intentando que su voztransmitiera serenidad mientras lesindicaba con una seña que entrasen—.

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He recibido una nueva informaciónsobre la Horda y sus movimientos quedeseo compartir con vosotros.

Se percató de que Hath y unoscuantos más intercambiaron unasmiradas de manera fugaz, pero nodijeron nada mientras lo seguían hasta elimpresionante mapa-tapiz que cubría lapared más lejana y mostraba todaAlterac de punta a punta; con todas susciudades y fortalezas destacadas en hilode plata y el castillo, en hilo de oro.

—Me he enterado por fuentesautorizadas y extremadamente fiables deque la Horda se dirige directamentehacia nosotros —les explicó Perenolde.

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Varios oficiales profirieron un gritoahogado—. Al parecer, planea invadirLordaeron y ha decidido cruzar lasmontañas para aproximarse a la capitalpor el norte.

—¿A qué distancia se encuentra? —inquirió apremiante el coronel Kavdan—. ¿Cuántos son? ¿Con qué clase dearmas cuentan?

Mientras hacía estas preguntas,varios oficiales murmuraban a susespaldas.

Perenolde alzó una mano y losoficiales se callaron de inmediato.

—No sé a qué distancia seencuentran esos orcos —respondió—.

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Aunque sospecho que a un día, tal vezdos, como mucho. No tengo ni idea decuántos son, pero por lo que señalantodos los informes, son un ejércitoformidable, de eso no cabe duda —entonces, esbozó una tenue sonrisa—.Sin embargo, eso ya no nos concierne.

El general Hath se enderezó cuánlargo era.

—¿Cómo que no nos concierne,majestad? —preguntó soliviantado,mientras resoplaba de tal modo que sufrondoso bigote gris se agitó—.Formamos parte de la Alianza y hemosjurado que combatiríamos contra laHorda.

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—La situación ha cambiado —leinformó Perenolde, quien era conscientede que estaba sudando a mares y de quesus oficiales se habían percatado de ello—. He reconsiderado nuestras opcionesy he decidido que nuestra manera deenfocar este conflicto debe cambiar. Demanera inmediata y efectiva, Alterac hadejado de formar parte de la Alianza —en ese instante, respiró hondo—.Creedme, esto es lo mejor para lodos.

Todos los oficiales parecían muysorprendidos.

—¿Qué quieres decir, majestad? —inquirió Kavdan.

—He sellado un pacto de no

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agresión con la Horda —contestóPerenolde—. Si no les impedimosavanzar por las montañas, ellos, acamino, dejaran Alterac en paz, nosufrirá daño alguno.

Esa respuesta pareció inquietar a susoficiales e incluso le dio la impresiónde que algunos de ellos estaban furiososo incluso se sentían asqueados.

—¿Pretendes que conspiremos conlos orcos, majestad? —inquirió en vozbaja Hath, en cuyo tono de voz se pudoapreciar un fuerte desprecio.

—¡Sí, vamos a conspirar con ellos!—le espetó Perenolde, perdiendototalmente la compostura—. ¡Porque así

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voy a asegurar nuestra supervivencia! —dejó que la ira y el terror que sentíatiñeran sus palabras—. ¿Acaso sabéis aqué nos enfrentamos? ¡La Horda, laHorda entera, planea atravesar estasmontañas! ¿Acaso sabéis cuántos orcosla forman? ¡Millares! ¡Decenas demillares! —Hath asintió aregañadientes, así como unos cuantosoficiales más—. ¿Acaso sabéis cómoson esos orcos? He visto a uno de ellos,a no mucha más distancia de la que mehallo ahora de vosotros. ¡Son enormes!¡Son casi tan altos como los trols y eldoble de anchos! Poseen unos músculosdescomunales, así como colmillos y

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unos dientes muy afilados… además, elorco con el que me reuní portaba unmartillo que se necesitarían treshombres para levantarlo, ¡pero él loblandía como si fuera un juguete paraniños! ¡Ningún hombre puede hacerfrente a algo así! Nos van a matar atodos, ¿acaso no lo entendéis? ¡Ya handestruido Ventormenta y Alterac será lapróxima en caer!

—Pero la Alianza… —se atrevió adecir Hath, pero la risa amarga dePerenolde le interrumpió.

—¿La Alianza qué? —replicó conbrusquedad—. ¿Dónde está ahora?¡Aquí no, como podéis ver! Formamos

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la Alianza, precisamente, para protegernuestros reinos de este tipo de ataques,pero aquí estamos, con la Hordasoplándonos en el cogote y sin que lavaliosa Alianza haga acto de presencia.Nos han abandonado a nuestra suerte,¿no lo veis? —en ese instante, se diocuenta de que estaba alzando la voz deun modo que bordeaba la histeria, asíque intentó controlarse—. Ahora cadareino debe sacarse las castañas delfuego —les dijo con la mayor calmaposible—. Tengo que anteponer losintereses de Alterac por encima delresto. Los demás reyes harían lo mismo.

—Ya, pero esas bestias… —acertó

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a decir otro oficial llamado Trend.—… son monstruosas y letales, si,

lo sé —le interrumpió Perenolde—.Pero son capaces de razonar. Me reunícon su líder. ¡Y hablaba la lenguacomún! Me escuchó y accedió a dejarnuestro reino en paz si no leobstaculizábamos el paso.

—¿Podemos… podemos confiar enellos? —preguntó un oficial de menorgraduación llamado Verand.

Perenolde profirió un leve suspiro alcomprobar que unos cuantos oficialesasentían. Si se estaban preguntando esomismo era porque ya habían aceptadoque ese acuerdo era necesario… ahora

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solo les preocupaba si los orcos iban acumplir o no su parte.

—No nos queda más remedio —respondió lentamente—. Puedenaplastamos sin pensárselo dos veces. Sinos traicionan, estamos acabados. Perosi cumplen su palabra… y creo que loharán… Alterac sobrevivirá. Da igual elprecio a pagar por ello.

—Esto me sigue sin gustar —insistióHath de un modo testarudo—. Dimosnuestra palabra a las demás naciones.

Sin embargo, el general parecíadubitativo, Perenolde sabía que estabareevaluando la situación y que se habíadado cuenta de que tal vez ese plan fuera

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su única oportunidad de sobrevivir.—No os tiene por qué gustar —

replicó Perenolde sin contemplaciones—. Solo tenéis que obedecer. Yo soy elrey y he tomado una decisión. Me habéisjurado lealtad y, por tanto, debéiscumplir mis órdenes.

Pese a que sabía que eso no lesdetendría si realmente no estaban deacuerdo con él, esperaba que hubieralogrado convencerlos, al menos tantocomo para que su lealtad los empujara aseguir el camino correcto.

Hath lo observó detenidamente porun momento.

—Si esa es tu voluntad, majestad —

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dijo al fin—. Obedeceré.Los demás también asintieron.Perenolde sonrió.—Bien. Y en lo que a la Alianza

respecta, yo asumiré todas lasconsecuencias personalmente —actoseguido, se volvió hacia el mapa—. LaHorda cruzará por aquí, aquí y aquí —dijo, señalando los desfiladeros del suren el mapa. Se enfadó al comprobar quele temblaba la mano—. Debemos dejarsin vigilancia esos desfiladeros y laHorda los cruzará sin que tengamos queenfrentamos a un solo orco.

Hath estudió el emplazamiento deesos desfiladeros.

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—Su plan debe de consistir enatacar Lordaeron desde el norte —caviló, trazando una linea en el bordedel tapiz que acababa en el lugar dondese hallaría la capital si el mapacontinuara—. Yo no habría optado poresa estrategia, pero claro, tampococuento con su gran número de tropas…ni tengo su arrogancia —se volvió haciaPerenolde, con semblante dubitativo—.Los hombres quizá se opongan, majestad—aseveró con suma frialdad—. Puedenpensar que estamos traicionando a laAlianza, o incluso haciendo algo peor—por el tono en que pronunció esaspalabras, dejó poco espacio a las dudas:

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él compartía esa opinión—. Si seproduce una revuelta, no podremosdetenerlos.

Perenolde reflexionó al respecto.—Muy bien —dijo un momento

después—. Diles a los soldados que laHorda solo planea utilizar los tresdesfiladeros situados más al norte. Sialguien te pregunta cómo has obtenidoesta información, hazle entender quealgunos de nuestros exploradores yespías han sacrificado sus vidas parapoder descubrir ese plan —entonces,asintió, satisfecho de su propia astucia—. Eso debería mantener a todo elmundo ocupado y lejos de todo peligro.

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Hath asintió con brusquedad.—Apostaré a nuestros hombres en

esos destinos de inmediato, majestad —le prometió con cierta sequedad.

—Muy bien —Perenolde obsequióal general con la sonrisa más afectuosaque fue capaz de esbozar, parademostrarle que le había perdonado porsus objeciones—. Ahora, será mejor queos pongáis en marcha. No quieroarriesgarme a que, cuando los orcoslleguen, nuestras tropas aún no estén enposición.

Los oficiales lo saludaron yabandonaron la sala de mapasordenadamente… todos salvo Hath.

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—¿Qué sucede, general? —inquirióPerenolde, quien ya no tenía quedisimular su hastío.

—Ha llegado un mensajero, señor—contestó el general—. De la Alianza.Llegó cuando estabas… descansando —Hath lanzó una severa mirada a la capaque yacía tirada sobre una silla en unaesquina. Por su expresión, cabía deducirque sabía que Perenolde había salidodel castillo y por qué—. Te esperafuera, señor.

—Tráelo aquí inmediatamente —replicó Perenolde, quien se acercó agrandes zancadas a la silla para recogerla capa—. ¿Has hablado con él?

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—Solo para cerciorarme de quién loenviaba —le aseguró Hath—. Supuseque querrías oír las nuevas que traecuanto antes.

El general ya se encontraba en lapuerta de la sala de mapas cuandopronunció estas palabras. Entonces, hizouna seña a alguien que esperaba fuera.Se trataba de un joven vestido de cuero,cuya ropa estaba manchada por lasvicisitudes del viaje, y que miraba alsuelo nervioso.

—Majestad —acertó a decir eljoven, que alzó brevemente la vista y laapartó al instante—. Te traigo saludos yun mensaje de Lord Anduin Lothar.

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Comandante de la Alianza.Perenolde se aproximó al joven,

arrastrando su capa tras de si.—Gracias, general, puede retirarse

—le dijo a Hath, quien pareció sentirsealiviado y abandonó obedientemente laestancia, cerrando la puerta al salir—. Yahora, joven —prosiguió hablandoPerenolde al mismo tiempo que sevolvía hacia el mensajero—, dime, ¿enqué consiste ese mensaje que traes?

—Lord Lothar dice que debéisllevar vuestras tropas a Lordaeron —respondió el joven sumamente nervioso—. Es muy probable que la Hordaataque la capital y vuestras fuerzas

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deben ayudar a defenderla.—Ya veo —Perenolde asintió, a la

vez que se frotaba la barbilla y apoyabala mano libre en el hombro delmuchacho—. ¿Espera que regreses parainformarle de nuestros avances en dichacuestión? —inquirió.

El mensajero asintió.—Ya veo —repitió Perenolde—. Es

una pena.Se giró hacia el muchacho y lo

acercó hacia si con gran fuerza.Entonces le clavó la daga que sosteníaen la otra mano. La hoja sorteó lascostillas por debajo y le perforó elcorazón. El joven sufrió varías

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convulsiones y la sangre manó de suboca. Acto seguido, se desplomó.Perenolde lo cogió antes de que seestrellase contra el suelo y lo tumbó consumo cuidado.

—Habría sido mejor que te hubieradado ese mensaje por escrito —lesusurró Perenolde al cadáver, mientraslimpiaba la daga con el propio cuerpo.A continuación, la envainó.

Después, arrastró el cadáver por lasala y lo llevó hasta una cámara ocultasituada en una esquina. Lo tiró ahídentro y escuchó varios golpes sordos,ya que rebotó por las paredes al caer. Enese instante, se le ocurrió quitarse la

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capa, que ahora estaba tan cubierta desangre que no había manera de limpiarlay la tiró ahí dentro también. Una pena…le gustaban mucho sus bordados.

Un minuto después, Perenolde cerróla cortina que tapaba la entrada a lacámara oculta y cruzó la sala. Si Hathestaba esperando fuera, le diría algeneral que el mensajero se había tenidoque ir de manera tan urgente que le habíapermitido usar su salida privada. Si noestaba esperando, la próxima vez que seencontraran, le diría a Hath que el jovenhabía regresado con la Alianza. Y que sumensaje simplemente consistía en que seles pedía que se resistieran

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valientemente al avance de la Horda.Perenolde sonrió. Podía garantizar a laAlianza que ninguna fuerza orcoatravesaría sus defensas. Ahora bien, lossenderos de las montañas que noprotegían sus fuerzas eran una cuestiónaparte.

Bradok aferró con fuerza las riendas,pero no por culpa del miedo. Se habíaolvidado de él la primera vez que sudragón había batido sus alas y lo habíallevado a lo más alto del cielo. Surcarlas nubes era algo realmente asombroso.Bradok, que siempre se había

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contentado con ser un guerreroobediente, había descubierto de repentela verdadera felicidad. Había nacidopara eso, para surcar el firmamento,mientras su colosal dragón rojo batía lasalas y el viento le acariciaba la crestadel pelo. Aún recordaba la granemoción que lo había embargado al vercómo su dragón escupía fuego, al vercómo esa repentina ola de calorincineraba los árboles nada mástocarlos.

Entonces, miró hacia abajo y vio unaextensión de color plateado en medio delos marrones y verdes de ese fértil yexuberante mundo. Sabía que eso era el

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mar, el mismo mar que había cruzadotras saquear ese otro reino hace mucho.

Bradok le propinó un golpecito conlos talones a su dragón y urgió a sumontura a descender en picado a granvelocidad, lo cual le resultótremendamente estimulante. El mar fueaumentando de tamaño ante sus ojos y seextendió prácticamente hasta elhorizonte. Ahora, podía distinguir lasoscuras formas que se hallabanrepartidas allá donde el mar seencontraba con la orilla. Esos debían deser sus barcos, los que habían traído a laHorda desde ese otro continente a este.Bradok los odiaba. Tampoco le hacia

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mucha gracia el agua. Sin embargo, elaire era algo maravilloso.

Tiró de las riendas para que eldragón abandonara su descenso enpicado y planeara por encima de losnavíos. Pudo ver cómo esos pobresorcos, que estaban sentados en esasbancadas que se extendían a lo largo deesas naves, batían con fuerza esos largosremos que hacían que se moviera elbarco. Un ogro se encontraba cerca de laparte central de cada nave, marcando eltiempo con un tambor descomunal. Losorcos remaban al compás de ese ritmo y,gracias a sus firmes paladas, los oscurosbarcos avanzaban por el mar.

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Bradok se detuvo abruptamente yobligó a girar al dragón en el aire parapoder echar un segundo vistazo. Sí, laprimera vez no le habían engañado susojos. Los barcos se alejaban de la orillay regresaban al mar, a pesar de que sesuponía que debían permanecer a laespera, sin hacer nada, hasta que laHorda los necesitara de nuevo.Entonces, ¿por qué se habían puesto denuevo en marcha?

Echó un vistazo a su alrededor ydivisó una figura familiar en el navíoque encabezaba la marcha. Se trataba deGul’dan, el brujo. Bradok lo habíatemido en su día, al igual que la mayoría

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de los orcos, pero ya no le amedrentaba.Ahora que era un jinete de dragón, ¿quétenía que temer?

Hizo que el dragón virara ydescendiera sobre el barco en cabeza. Gul’dan se volvió hacia él mientras seaproximaba.

—¿Para qué te llevas estos barcos?—gritó Bradok, a la vez que agitaba subrazo libre en el aire y su dragónsobrevolaba el barco mientras avanzabaa su mismo ritmo. El brujo parecíadesconcertado y alzó ambas manos,presa de la confusión. Bradok se acercóaún más con su dragón—. ¡Tienes queordenar a los barcos que den la vuelta!

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¡La Horda está en Lordaeron, no al otrolado de este mar! —volvió a gritar. Aunasí Gul’dan le indicó con un gesto queno podía oírle. Esta vez, Bradok se lasingenió para colocar su dragón justoencima del barco, de tal modo que seencontraba a solo tres metros del brujo—. He dicho que…

Súbitamente, Gul’dan estiró un brazoy un rayo verde brotó de él en direcciónhacia el pecho de Bradok, quien sintióuna oleada de intenso dolor y notó quelos pulmones le fallaban y su corazónflaqueaba. En cuanto ambos órganosdejaron de funcionar, expiró. El mundose tornó oscuro al instante y cayó de su

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silla. No se desplomó sobre el barcopor poco, sino que cayó como un pesomuerto sobre las olas. Su últimopensamiento fue que, al menos, habíatenido la oportunidad de volar.

Gul’dan esbozó una sonrisa burlonaal ver cómo el cuerpo del jinete dedragón desaparecía bajo el agua. Lehabía hecho falta que el muy necio seacercara para poder lanzar un rápidoataque mágico que no permitiera a suadversario reaccionar y tomarse larevancha. También le había preocupadomucho qué iba a hacer el dragón una vezsu jinete estuviera muerto. Así queobservó con recelo cómo esa colosal

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bestia roja se encabritaba y echaba lacabeza hacia atrás para proferir un ferozgrito. Después, batió las alas con fuerzay se elevó hacia el cielo como un rayo. Gul’dan no le quitó la vista de encimahasta estar seguro de que el dragón noestaba trazando un círculo en al airepara atacar. Luego, volvió a contemplarel mar que se hallaba más allá de laproa del barco.

No se percató de que una segundafigura surcaba el cielo allá en lo alto.Torgus había adelantado a Bradok antesde que su amigo divisara los barcos y lohabía visto todo. Ahora mismo, habíaobligado a darse la vuelta a su dragón y

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se dirigía a Quel’Thalas a máximavelocidad. Torgus estaba seguro de queZuluhed querría saber lo que acababa desuceder y sospechaba que le iba aordenar que fuera volando a informar alresto de la Horda, tal vez incluso almismísimo Martillo Maldito.

Los desfiladeros se encontrabantotalmente desiertos, tal y como lohabían prometido. Orgrim encabezó lamarcha, seguido por sus guerreros, quelos cruzaron a paso ligero. Habíaconfiado en que el extraño de la capamantendría su palabra y se alegraba de

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haber estado en lo cierto; no obstante,esa ruta seguía siendo muy peligrosa. Enesos desfiladeros de piedra tanestrechos, podrían bloquearles el pasocon solo un puñado de guerreros y, encuanto los cadáveres se amontonaran,quedarían tan atascados que no habríamanera de cruzarlos. Por esas razones,espoleaba a sus tropas para que sedieran prisa, pues sabía que una vezhubiera dejado muy atrás esa fría regiónmontañosa ya podría relajarse.

Les costó dos días enteros cruzaresas montañas cubiertas de nieve ydescender a las faldas situadas en elextremo más alejado. En todo ese

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tiempo, los orcos no vieron a ni un solohumano. Algunos guerreros se quejaronincluso por no haber tenido laoportunidad de asesinar a ningunodurante ese viaje, pero sus cabecillaslos calmaron al asegurarles de quepronto tendrían la oportunidad de matara todos los que quisieran.

Al segundo día, la vanguardia de laHorda descendió en tropel por lasmontañas. Martillo Maldito, queencabezaba la marcha como siempre, sedetuvo a contemplar el paisaje que teníaante él. Más allá de las faldas de lasmontañas, se extendía un enorme lago,cuyas aguas brillaban con un color verde

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plateado bajo la luz del alba. En elextremo más alejado del lago, sealzaban más montañas, que se extendíande norte a sur conformando un leveángulo. Las montañas que los orcosacababan de cruzar eran muy similares,salvo que se inclinaban hacia el este amedida que se alzaban. Estos nuevospicos estaban inclinados hacia el oestey, juntas, ambas cordilleras formabanuna gigantesca y, cuyo centro ocupaba ellago. Además, en la orilla norte del lagose alzaba una majestuosa ciudadamurallada.

—La capital.Orgrim la contempló con

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detenimiento por un momento. Después,alzó su martillo con ambas manos ylanzó un grito de guerra. Los guerrerosde la Horda respondieron a ese grito y,en breve, las colinas que los rodeabanreverberaron con los ecos de su ira,júbilo y sed de sangre. Martillo Malditoestalló en carcajadas. La gente de lacapital ya debía de saber que él y lossuyos se encontraban ahí, pero tras esegrito debían de estar temblando.Además, la Horda se les iba a echarencima antes de que pudieranrecuperarse del susto.

—¡A por la capital! —exclamóOrgrim, alzando de nuevo el martillo—.

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¡Vamos a aplastarla y así acabaremoscon la oposición! ¡Adelante, guerreros!¡Iniciemos el combate ahora que nuestrogrito de guerra todavía resuena en susoídos!

Martillo Maldito descendió raudo yveloz por esas laderas y alcanzó lallanura, que se elevaba ligeramente amedida que el líder orco avanzaba y secentraba en esa colosal ciudadamurallada que era su objetivo.

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CAPÍTULODIECISÉIS

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—¡S eñor! ¡Señor, los orcos seacercan!El rey Terenas alzó la mirada,

sobresaltado, en cuanto Morev, elcomandante de la guardia, irrumpió en lasala del trono.—¿Qué? —se puso en pie, ignoró losgritos de pánico de los nobles yplebeyos congregados ahí para tener unaaudiencia con él e indicó con una señaal comandante que se acercara—. ¿Losorcos? ¿Aquí?

—Sí, señor —contestó Morev. El

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comandante era un veterano curtido enmil batallas, un guerrero al que Terenasconocía desde joven, por lo cual sequedó estupefacto al verlo tan pálido ytembloroso—. Han debido de cruzar lasmontañas… ahora mismo, mientrashablamos, ¡están ocupando el extremomás alejado del lago!

Terenas rozó al comandante al pasarjunto a él y abandonó la sala del trono agrandes zancadas. Recorrió rápidamenteel pasillo y subió por un corto tramo deescaleras que daba al balcón máspróximo, que era el de la sala dondesolía dibujar su esposa. Lianne seencontraba ahí dentro con su hija, Calia,

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y sus damas de compañía. Alzó la vista,sorprendida, cuando su marido entró ypasó a su lado, seguido de Morev.

Terenas abrió el balcón, salió… y sedetuvo atónito. Normalmente, desde ahí,podía disfrutar de una impresionantevista de las montañas y el lago. Si bientodo eso seguía igual, la extensión verdeque solía ver entre el agua y la roca eraahora negra y parecía agitarse ante susojos, como si esa tierra estuviera siendorevuelta desde el subsuelo. Sí, en efecto,la Horda había llegado.

—¿Cómo ha podido ocurrir algoasí? —preguntó con apremio a Morev,quien también había salido al balcón y

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contemplaba esa escena boquiabierto—.Han debido de cruzar Alterac… ¿porqué Perenolde no los ha detenido?

—Supongo que sus fuerzas se hanvisto superadas, señor —respondióMorev con cierto desdén, quien, a pesarde hallarse dominado por el terror, notenía ningún problema en mostrar que notenía en gran estima al rey y lossoldados de Alterac—. Los desfiladerosde esas montañas son tan estrechos queunas tropas competentes podrían habercontenido a la Horda, pero eso les habráresultado imposible si han seguido unasórdenes dadas por un incompetente.

Terenas frunció el ceño y negó con

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la cabeza. Pensaba lo mismo que Morevsobre Perenolde; nunca le había caídoen gracia, ya que siempre le había dadola impresión de ser un intrigante y unególatra. No obstante, Hath, el generalde Perenolde, era un comandante muycompetente y un guerrero de gran valía.Lo normal era que hubiera diseñado unasólida defensa… a menos que Perenoldele hubiera dado otro tipo de órdenes,pues, por muy necias que fueran, tendríaque obedecerlas.

—Envía varias palomas mensajerasa Alterac —decidió al fin—. Y alejército de la Alianza también. Hazlessaber cuál es nuestra situación. Ya

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descubriremos qué ha sucedido másadelante —Terenas obvió señalar que,para que eso fuera posible, tendrían quesobrevivir a la inminente batalla—.Pero lo primero es lo primero. Reúne alos guardias, haz sonar la alarma yordena que todo el mundo entre en laciudad. No tenemos mucho tiempo.

Acto seguido, clavó su mirada en ellago y en las tinieblas que ya se estabanapoderando de la ribera más lejana, asícomo de sus aguas. No, no tenían muchotiempo.

Soltaron varias palomas que

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volarían hasta los demás líderes de laAlianza y hasta la última localizaciónconocida del ejército aliado, en lasTierras del Interior. Una de esaspalomas voló directamente aStromgarde. Enseguida, le soltaron de lapata el mensaje que traía y se lollevaron a Thoras Aterratrols, el ariscodueño y señor de Stromgarde.

—¿Qué? —gritó Aterratrols encuanto lo leyó. Al instante, tiró lapesada jarra de madera de la que habíaestado bebiendo cerveza contra la paredmás lejana, de modo que acabó hechaañicos y dejando astillas de madera pordoquier, así como una mancha de

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cerveza que llegaba hasta el suelo—.¡Ese necio! ¿Qué ha hecho? ¿Acaso lesha dejado pasar?

Aterratrols despreciaba aPerenolde… no solo porque eranvecinos y, por tanto, rivales que siempretenían disputas sobre la delimitación desus fronteras, sino porque ese tipo ledesagradaba a nivel personal. Erademasiado escurridizo, demasiadoartero. ¡Pero incluso un idiota arrogantey emperifollado como Perenoldedebería haber sido capaz de bloquear elpaso a ese ejército invasor! Tal vez nohabría podido detenerlo completamente(ya que si la Horda era tan inmensa

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como Lothar había afirmado, y comosubsiguientes informes habíanconfirmado, al final habría logradoabrirse paso de un modo u otro), pero almenos, podría haber demorado a esosorcos bastante y haberles causado unbuen número de bajas, y también podríahaber advertido a Lordaeron para quepudiera preparar sus defensasadecuadamente. Ahora que los orcos seencontraban ya en las llanuras, junto allago, Terenas no tendría tiempo parahacer nada, salvo cerrar las puertas yprepararse para el primer asalto.

Aterratrols se puso en pie y recorrióde un lado a otro la habitación, mientras

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todavía sostenía el mensaje en su puñosin darse cuenta. Quería acudir en ayudade su amigo, pero no estaba seguro deque eso fuera lo mejor que podía hacer.Terenas era un gran estratega y susguardias se hallaban entre los mejoresde esas tierras; además, las puertas y losmuros de la capital eran fuertes ygruesos. Estaba seguro de que podríanresistir la primera oleada. El principalpeligro al que se enfrentaban era quetoda la Horda descendiera de lasmontañas y se llevara por delante lacapital por el mero empuje de susinnumerables efectivos.

—¡Maldito sea! —Aterratrols le

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propinó un puñetazo al brazo de supesada silla en cuanto pasó junto a ella—. ¡Perenolde debería haber contenidoa esos orcos! ¡Al menos, deberíahabernos avisado! ¡Ni siquiera él era tanincompetente!

Se detuvo justo cuando iba a darotro paso, ya que un pensamientoacababa de cobrar forma en su mente.Perenolde nunca había apoyado de unmodo entusiasta a la Alianza. Tanto élcomo Cringris habían sido los únicos enmostrarse reticentes, recordóAterratrols. Repasó mentalmente loacaecido en las reuniones que se habíancelebrado en la capital, donde habían

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participado Lothar, Terenas y los demás.Sí. Cringris había desdeñado la idea;básicamente, porque alardeaba de queGilneas era capaz de aplastar acualquiera que fuera tan necio comopara intentar invadirla. A Perenolde, sinembargo, no le gustaba la idea de tenerque participar en una guerra. Aterratrolssiempre había creído que, en el fondo,su vecino era un cobarde, que no eramás que un matón, pues siempre estabadispuesto a luchar cuando llevaba las deganar, pero odiaba participar en uncombate si corría algún riesgo. Además,Perenolde fue quien había sugerido queintentaran negociar primero.

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—¡Ese necio! ¡Ese maldito idiotatraidor!

Aterratrols le dio una patada tanfuerte a su silla que rodó por el suelo degranito. Lo había hecho, ¿verdad?¡Había negociado con la Horda!Aterratrols sabía que tenía razón. APerenolde no le importaban los demás,solo se preocupaba de su propio pellejo.Habría sellado un pacto incluso conalgunos demonios si así pudieraasegurarse su supervivencia y eldominio de sus tierras. Y eso eraexactamente lo que había hecho. Ahoratodo tenía sentido. Ya sabía por qué laHorda había logrado atravesar las

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montañas sin que nadie diera la voz dealarma. Ya sabía por qué Perenolde nohabía respondido a los mensajes denadie ni había avisado a nadie. Porquehabía dejado pasar a los orcos.Presumiblemente, porque le habíanprometido un trato misericorde o queconservaría su autonomía tras la guerra.

—¡Rargh! —exclamó.Como se le quedaban cortas las

palabras para expresar su furia,Aterratrols cogió el hacha que estabacolgada en la columna situada junto a susilla y golpeó con ella la mesa que teníadelante, haciéndola trizas de un sologolpe

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—¡Lo mataré! —bramó.Sus guerreros y nobles retrocedieron

aterrorizados y alarmados. Esa reacciónfue lo que le hizo recordar a Aterratrolsque no estaba solo. Y que esa venganzapersonal tendría que esperar. La guerraera lo primero.

—Reunid a las tropas —les ordenóa sus sobresaltados guardias—. Nosvamos a Alterac.

—Pero señor —replicó el capitánde la guardia—, ¡la mitad de nuestrastropas ya están con el ejército principalde la Alianza!

Aterratrols adoptó un gesto ceñudo.—Bueno, qué le vamos a hacer.

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Traedme a todos los hombres que podáisencontrar.

—¿Vamos a prestarles ayuda, señor?—preguntó uno de los nobles.

—En cierto modo, sí —respondióAterratrols, alzando de nuevo el hachamientras le sonreía de oreja a oreja aaquel hombre—. En cierto modo, sí.

Anduin Lothar levantó el visor de suyelmo, echó un vistazo a su alrededor yse limpió la suciedad y el sudor de losojos con el dorso de la mano, al mismotiempo que frotaba distraídamente suespada sobre el cadáver de un orco, con

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el fin de limpiar la sangre y las entrañasque la cubrían por entero.

—¿Es el último, señor? —inquirióuno de los soldados.

—No lo sé, hijo —contestó Lotharcon total sinceridad, mientras recorríacon la mirada esos árboles—. Esoespero, pero no contaría con ello.

—¿Cuántas de esas aberracionesdeambulan por aquí? —preguntó demodo apremiante otro soldado, queestaba extrayendo su hacha de un orcoque tenía a sus pies.

Ese pequeño claro se encontrabarepleto de cadáveres, y no todos elloseran orcos. Había sido una refriega muy

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desagradable; además, las ramas de losárboles de ese lugar estaban demasiadocerca del suelo como para que losMartillo Salvaje hubieran podido atacarcon sus gritos, por lo que Lothar y sushombres se las habían tenido quearreglar solos. Habían ganado, pero soloporque aquel reducido grupo de orcos sehabía apartado bastante, al parecer, delresto de las fuerzas orco.

—Demasiadas —respondió undistraído Lothar, que, acto seguido,sonrió abiertamente a sus hombres—.Pero ahora, son menos, ¿eh?

Sus soldados le devolvieron lasonrisa y Lothar se sintió muy orgulloso

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de ellos. Algunos de esos hombresprocedían de Lordaeron, otros deStromgarde, un par de ellos de Gilneas eincluso Alterac y unos pocos habíanvenido con él desde Ventormenta. Sinembargo, a lo largo de las últimassemanas, sus diferencias por razón de suprocedencia habían quedado apartadas aun lado. Ahora eran soldados de laAlianza y luchaban juntos comohermanos. Sí, estaba muy orgulloso deello. Si el resto del ejército secompenetraba tan bien como estepequeño grupo, aún había esperanzapara todos ellos, tanto en esta guerracomo en la paz que esperaba que llegara

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después.Entonces, por el rabillo del ojo, se

percató de que algo se movía.—Preparaos —les advirtió, al

mismo tiempo que se bajaba el visor, seagazapaba con suma cautela y alzaba lapunta de la espada hacia el lugar dedonde procedía aquel movimiento.

No obstante, la figura que irrumpió através de los árboles no era un orco sinoun humano, uno de sus propios soldados.

—¡Señor! —exclamó jadeandoaquel hombre, que se hallaba sin dudaextenuado. No obstante, no parecíaherido y llevaba su espada aún en lacintura—. ¡Traigo un mensaje, señor!

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En ese instante, Lothar se dio cuentade que ese hombre sostenía un trozo depergamino en una mano que teníatendida.

—Gracias —dijo, cogiendo elmensaje.

Un soldado le ofreció un odre conagua al mensajero, quien agradecido loaceptó. Mientras tanto, Lothar estabamuy ocupado leyendo las palabrasescritas en ese diminuto trozo depergamino. La tensión se adueñó de losguerreros que se hallaban a su alrededoren cuanto se percataron de que apretabacon fuerza los dientes bajo el yelmo.

—¿Qué sucede, señor? —se atrevió

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a preguntar uno de ellos al fin, justocuando Lothar alzaba la mirada y hacíauna bola con ese pergamino, utilizandoel índice y el pulgar, para luegodeshacerse de él como si se tratara de unmolesto insecto—. ¿Hay algúnproblema?

Lothar asintió, mientras intentabadigerir aún la información que acababade recibir.

—La Horda se ha abierto paso hastaLordaeron —les explicó en voz baja,provocando con esas palabras quevarios soldados profirieran gritosahogados—. Es muy probable que ahoramismo estén atacando la capital

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—¿Qué podemos hacer? —preguntóapremiante uno de esos hombres (queprocedía de Lordaeron, por lo queLothar pudo recordar)—. ¡Debemospartir de inmediato!

Lothar hizo un gesto de negación conla cabeza.

—Nos separa mucha distancia —ledijo al soldado con hondo pesar—.Nunca llegaríamos a tiempo —entonces,suspiró—. No. Tenemos que acabar connuestra labor aquí, debemoscercioramos de que los orcos que sequedaron en las Tierras del Interiorestán muertos o han sido expulsados. Nopodemos permitir que la Horda se

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afiance aquí, desde donde podríandirigirse hacia el norte o el sur, haciacualquier lugar del continente.

Sus hombres asintieron, aunque noparecían muy contentos ante laperspectiva de tener que seguirdeambulando por esos bosques en buscade orcos extraviados mientras susamigos y familias se enfrentaban solosal resto de la Horda. Lothar no podíaechárselo en cara.

—Turalyon y el resto del ejército dela Alianza ya van de camino hacia allí—les aseguró, lo cual hizo que laesperanza renaciera en el corazón devarios de aquellos guerreros—.

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Acudirán en ayuda de la capital —enese instante, aferró con fuerza su espada—. Y en cuanto hayamos concluidonuestra tarea, marcharemos hacia lacapital y eliminaremos a todos los orcosque hayan huido de su ataque.

Los hombres lanzaron varios gritosde júbilo tras oír esas palabras. Lotharsonrió, a pesar de que la procesión ibapor dentro. Sabía que iban a reaccionarasí si les aseguraba que, después detodo, podrían ayudar a la Alianza, quese iba a alzar victoriosa, si les prometíaque lo único que iban a tener que hacercuando llegaran era un poco de«limpieza». Ojalá, al final, fuera todo

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así de fácil.—Ya basta de distracciones —les

advirtió a sus hombres tras dejarlesdisfrutar del momento—.Cerciorémonos de que no queda ningúngrupo de orcos más por aquí. Luego,regresaremos al Pico Nidal parareagrupamos.

Los soldados asintieronobedientemente, alzaron sus armas yformaron de un modo un tantodesordenado. Lothar encabezó lamarcha. Juntos, volvieron a adentrarseen los árboles, acompañados delmensajero.

—¡Ya vienen!

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El rey Terenas bajó la mirada yesbozó un gesto de contrariedad. LaHorda orco había cruzado el lago (unosarqueros de vista muy aguda le habíanasegurado que los orcos habíanconstruido unos bastos puentes, perodesde ahí, daba la impresión de quesimplemente cruzaban en tropel el aguacomo si fueran hormigas) y se estabaaproximando rápidamente a los murosde la ciudad. Todavía le sorprendía lonumeroso que era ese ejército. Por loque podía apreciar desde ahí arriba, enlas murallas, eran también unas malasbestias descomunales, ya que eran tangrandes como un hombre muy alto y

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mucho más anchos; además, poseíanunos músculos potentes y unas enormesy monstruosas cabezas. Al menos, no vioninguna arma de asedio, aparte de ungrueso tronco que, sin lugar a dudas,pretendían usar como ariete. Noobstante, le dio la sensación de que losorcos iban armados con enormesmartillos y hachas, así como gruesasespadas. Y estaba seguro de queportaban consigo cuerdas y rezones.

Bueno, los muros de la ciudadseguían siendo tan robustos comosiempre. Ningún enemigo había logradojamás superar sus defensas, y Terenasestaba dispuesto a que eso siguiera

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siendo así.Sin embargo, no habían podido

prepararse del todo, claro está. No leshabía costado mucho reunir a la gente enel interior de la ciudad, pues la mayoríade ellos vivía entre sus muros. Reunir alganado había resultado mucho máscomplicado, por lo cual algunosanimales habían quedado abandonados asu suerte, al igual que todas lasposesiones de esa gente, salvo las máspequeñas y valiosas. Los guardiashabían hecho todo lo posible porasegurarse de que todos estaban dentroantes de cerrar y sellar las puertas; noobstante, casi todo el mundo había huido

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con poco más que lo puesto y alguna queotra herramienta u otra posesión queencima habían tenido que entregar.Seguramente, la Horda destruiría sushogares. Terenas sabía que, tras labatalla, el proceso de reconstrucciónsería muy largo. Aunque claro, para eso,primero tenían que rechazar el ataque delos orcos y expulsarlos de ahí.

Contempló las murallas, donde susguardias y soldados aguardaban prestospara combatir. ¡Contaba con tan pocoshombres para defender unas murallas tanenormes! La mayoría de sus soldadoshabían marchado con Lothar y el restode la Alianza. Terenas no se arrepentía

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de haber tomado esa decisión. Lotharhabía necesitado todos los soldadosdisponibles para conformar un ejércitocon el que poder detener a la Horda.Aunque claro, no esperaba que la Hordafuera a atacarlos aquí y mucho menosque las fuerzas aliadas no les hubieranbloqueado el camino o no estuvieran,ahora mismo, persiguiendo a los orcospor su retaguardia, ayudando así adefender la ciudad. No obstante, si laAlianza acababa ganando esa guerra, lacaída de la capital sería un pequeñoprecio a pagar por la victoria.

Eso no quería decir que estuvieradispuesto a entregar al enemigo la

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ciudad. Terenas miró de nuevo haciaabajo y consideró que los orcos yaestaban muy cerca. Desde ahí, podíadistinguir sus colmillos, así como lasborlas, los huesos y las medallas quellevaban en los brazos o en la cabeza ocolgados al cuello gran parte de ellos;obviamente, eran trofeos ganados enbatallas previas. Bueno, acabaríandescubriendo que esta nueva batalla ibaa ser mucho más difícil que lasanteriores. Al final, pasara lo quepasase, la Horda recordaría esecombate.

—¡Tirad el aceite hirviendo! —gritóTerenas y, más adelante, Morev y los

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demás asintieron.Volcaron los enormes calderos sobre

las murallas, dejando así que el aceitehirviendo cayera a chorros. Los orcosque lideraban la carga prácticamentehabían alcanzado las murallas por aquelentonces, de modo que el aceite les cayóencima y los empapó por entero.Muchos de ellos gritaron de agoníamientras ese líquido les quemaba. Todala primera línea de la vanguardia sedesmoronó, retorciéndose de dolor.Unos cuantos lograron alejarsetambaleando, pero la mayoría no volvióa levantarse.

—¡Preparad más aceite! —ordenó

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Terenas.Sus sirvientes se apresuraron a

obedecerle y utilizaron unos palosrobustos para levantar los pesadoscalderos; a continuación, se losllevaron. Rellenar esos calderos les ibaa llevar un tiempo; además, tenían quecalentar más aceite en ellos y subirlosluego de nuevo a las murallas. Noobstante, no creía que la Horda se fueraa ir a ninguna parte. No iba a ser unarefriega rápida o un conflicto breve;probablemente, iba a acabar siendo unlargo asedio. Aunque gracias a la LuzSagrada, tenían suficientes provisionesde comida y agua para varias semanas.

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Pero el aceite se acabaría en un par detandas más; por suerte, solo era elprimer movimiento de su estrategiadefensiva. Terenas contaba con otrostrucos bajo la manga que iba a mostrar aesos indisciplinados orcos que habíanosado atacar su hogar.

Thoras Aterratrols atravesó esasmontañas como si fuera uno de losrobustos carneros de esa región, con lamisma facilidad que estos. Con suspesadas botas tachonadas fue hallandoel terreno firme necesario para poderescalar esa superficie de granito gris.

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Sus hombres lo seguían; todos ellos eranavezados montañeros y curtidosguerreros. Como Stromgarde era unreino montañoso, sus niños aprendían atrepar por las paredes de las rocas yescalar los picos de las montañas.

Delante de él, se encontraba elprimer desfiladero de Alterac.Aterratrols pudo distinguir unas figurasque se desplazaban por la nieve que nodejaba de caer; unas figuras decomplexión fuerte que avanzaban sincesar pero de un modo torpe. Sin lugar adudas, los orcos de la Horda no estabanacostumbrados a esas altitudes ni a esospicos. Los desfiladeros habían sido

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tallados con sumo cuidado en esacordillera para ese tipo de gente, parapermitir el comercio y la comunicacióntanto con Alterac como con otros reinosvecinos de Stromgarde. Sin embargo,Aterratrols y su gente no necesitabanesas facilidades. Preferían escalar lasalturas por donde les placiera, en vez deverse atrapados en una larga rampacomo la que tenían delante. Losdesfiladeros podían ser bloqueados consuma facilidad… y en ellos también sepodían tender emboscadas muyfácilmente.

Aterratrols hizo una seña a sushombres y se agachó, con su hacha en

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ristre. Aún no, aún no… ¡Ahora! Dio unsalto y aterrizó limpiamente en eldesfiladero entre dos orcos a los quepilló por sorpresa. Atacó rápidamentecon su hacha. Decapitó a uno de ellos yalcanzó al otro en la garganta en ungolpe del revés. Ambos cayeron alsuelo. Los orcos situados a ambos ladosde los caídos trastabillaron y gruñeronmientras alzaban sus armas. Entonces,cuatro guerreros de Aterratrolsaterrizaron de un salto en el desfiladero;dos a la derecha de su líder y los otrosdos a la izquierda. Acto seguido,despedazaron a los siguientes orcos dela hilera. Después, más y más hombres

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suyos se abalanzaron sobre los orcosque se encontraban por detrás de los queya estaban cayendo. En cuestión deminutos, dos decenas de orcos yacíanmuertos y el desfiladero se encontrabaobstruido por un gran número decadáveres.

Aterratrols y sus hombres sellevaron a rastras a los orcos muertos,que ya se estaban quedando rígidos porculpa del frío, hasta una montonera quese hallaba en la parte superior deldesfiladero. A continuación, apostó adiez de sus hombres ahí para custodiarese obstáculo que habían improvisado yse llevó al resto de sus guerreros

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consigo.—Bien —les dijo Aterratrols

mientras se abrían paso hacia el norte—.Ya nos hemos ocupado del primero.

El siguiente desfiladero seencontraba a menos de una hora deascenso.

Nada más llegar, comprobaron queese desfiladero también estaba repletode orcos a los que atacaron del mismomodo. Aterratrols pudo comprobar quelos orcos eran unos temibles guerreros,grandes, fuertes y muy duros, perocarecían de experiencia a la hora debatallar en las montañas o con tanto frío,ni tampoco estaban acostumbrados a que

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sus adversarios saltaran sobre ellos.Tomaron el segundo desfiladero con lamisma facilidad que el primero y lomismo ocurrió con el tercero. El cuartoresultó un poco más difícil, ya que era elmás ancho de todos; cuatro hombrespodían caminar ahí en paralelo, o tresorcos, por lo que Aterratrols y sussoldados tuvieron que saltar en gruposde cuatro. No obstante, consiguieronbloquearlo también en poco tiempo,aunque tuvieron que colocar unascuantas rocas para asegurarse de que elpaso quedaba bloqueado.

El quinto estaba totalmentedespejado; al menos, no había ningún

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orco. Aterratrols se encontró con unoscuantos guerreros que estaban apostadosahí, pero eran humanos y vestían eluniforme naranja de Alterac, aunqueestaban apostados tanto en eldesfiladero como por encima de él.

—¡Alto! —gritó uno de los soldadosde Alterac al divisarlos al mismotiempo que señalaba con su lanza haciaellos—. ¡¿Quiénes sois y qué hacéisaquí?!

Varios de sus compañeros corrieronde inmediato hacia él para prestarleapoyo.

—Soy Thoras Aterratrols, rey deStromgarde —contestó Aterratrols de un

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modo cortante, quien lanzó una miradateñida de odio a los soldados, a pesarde que sabía que se limitaban a cumplirórdenes—. ¿Dónde está Perenolde?

—El rey está en su castillo —respondió el mismo soldado de unamanera altanera—. Estáis invadiendonuestras tierras.

—¿Y qué sucede con los orcos? —preguntó Aterratrols—. ¿Son invasoreso son vuestros invitados?

—Los orcos no pasarán por aquí —afirmó otro soldado—. ¡Defenderemoseste desfiladero con nuestras vidas!

—Bien —replicó Aterratrols—, lacuestión es que no se encuentran en este

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desfiladero, sino en los cuatro situadosmás al sur.

Esa noticia sobresaltó a lossoldados.

—Nos han ordenado que vigilemoseste en concreto —aseveró uno de ellos,que parecía hallarse confuso—. Nosdijeron que los orcos intentarían pasarpor aquí.

—Pues no es así —le espetóAterratrols—. Por suerte, mis hombresya han bloqueado los demásdesfiladeros, pero muchas de esasbestias ya los han cruzado en dirección aLordaeron —uno de los soldados queera mayor que los demás, un veterano

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sin duda, palideció al entender lo queimplicaban esas palabras. Fue a él aquien dirigió Aterratrols su siguientepregunta—. ¿Dónde está Hath?

—El general Hath se encuentra en elsiguiente desfiladero, con el grueso denuestras fuerzas —contestó el soldado,quien, por un momento, permaneciópensativo—. Puedo llevarte hasta él.

Si bien Aterratrols conocía elcamino, también sabía que sería másfácil que lograra hablar con Hath sillegaba acompañado por un escolta. Asíque asintió e hizo una seña a sushombres para que los siguieran tanto a élcomo al soldado de Alterac.

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Alcanzar el siguiente desfiladero lesllevó otra hora más. Este era el senderomás ancho que cruzaba Alterac, era tanamplio que dos carros enteros podíanpasar por él a la vez sin rozar lasparedes, por lo cual era lógico queapostaran a la mayoría de los soldadosahí para vigilarlo. Siempre que losorcos fueran al norte en vez de al sur.Entonces, Aterratrols divisó a Hath, queestaba hablando con varios oficiales deinferior graduación, pero decidióesperar a que el soldado que lo habíatraído hasta ahí saludara al fornidogeneral.

—¡General Hath, señor! —exclamó

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aquel hombre—. ¡Unos caballerosprocedentes de Stromgarde deseanverte!

Hath alzó la vista y frunció el ceñoal ver a Aterratrols.

—Gracias, sargento —replicómientras se acercaba a ellos y devolvíael saludo de despedida al veterano, queya se marchaba—. Majestad dijo contono muy solemne, a la vez que agachabala cabeza ante Aterratrols.

—General —Aterratrols siemprehabía congeniado con Hath. Aquelhombre era un soldado muy fiable, ungran estratega y un tipo decente. Siemprele había desagradado tener que luchar

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contra él y esperaba que esta vez nofuera necesario—. Los orcos estáncruzando los desfiladeros del sur entropel —afirmó sin rodeos—. Loshemos bloqueado. —Hath palideció.

—¿Por nuestros desfiladeros delsur? ¿Estás seguro? —Aterratrolsasintió y el general agitó la mano enseñal de contrariedad—. Sí, claro que loestás. Pero ¿por qué? El rey me dijo enpersona que cruzarían por el norte, nopor el sur. Por eso nos ha apostado aquí,para vigilar estos desfiladeros.

Aterratrols miró a su alrededor.Ninguno de los soldados de Alterac seencontraba bastante cerca como para

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escucharle hablar en voz baja.—Eres un gran soldado y un buen

comandante, Hath —le susurró—, perosiempre has sido un mentiroso pésimo.Sabías que iban a cruzar por el sur,¿verdad?

El general de Alterac suspiró yasintió.

—Perenolde llegó a algún tipo detrato con la Horda —admitió—. Lesdejaría pasar a cambio de protección.

Aterratrols asintió. Eso era justo loque había sospechado.

—¿Cómo has podido transigir conesto? —inquirió con un tono apremiante.

La tensión se apoderó de Hath.

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—¡Nos enfrentábamos a nuestraaniquilación! —replicó bruscamente—.¡Nos habrían aplastado a todos y habríanmasacrado a nuestro pueblo! ¡Nadie nosiba a ayudar! —en ese momento, hizo ungesto de negación con la cabeza—.Perenolde optó por proteger Alterac porencima de todo. Quizá lo que ha hechono sea muy decente, pero ¡ha salvadomuchas vidas!

—¿Y qué pasa con las vidas de loshabitantes de Lordaeron? —le preguntóen voz muy baja—. Morirán porque haspermitido que la Horda cruce lasmontañas sin ninguna traba.

Hath lo fulminó con la mirada.

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—¡Son soldados! ¡Asumen el riesgo!¡La Horda habría asesinado a nuestrasfamilias, a nuestros hijos! ¡No es lomismo!

Aterratrols asintió, ya que sentíacierta compasión por aquel hombremaduro.

—No, no lo es —reconoció—. Y tulealtad a tu pueblo es admirable. Pero sila Horda conquista Lordaeron,controlará todo el continente. ¿Qué tehace pensar que estaréis a salvo?

Hath profirió un suspiro.—El líder orco le dio su palabra a

Perenolde, pero no sé hasta qué punto sepuede confiar en esa criatura —

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entonces, negó con la cabeza—. Le dijea Perenolde que deberíamos ser leales alas demás naciones de la Alianza, perono quiso hacerme caso. Le he juradolealtad y debo obedecerle. Además,pensé que podría tener razón, que estaestratagema podría ser nuestra únicaoportunidad de sobrevivir —actoseguido, adoptó una expresión ceñuda—. Pero la supervivencia de la raza esmás importante que la de un solo reino.Y si no tenemos honor, no tenemos nada—alzó la barbilla y una expresiónsevera se dibujó en su semblante—.Bueno, restauraré nuestro honor perdido—afirmó. Entonces, se giró y gritó a sus

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hombres—. ¡Cabo! ¡Reúne a loshombres! ¡Que todo el mundo se dirija alos desfiladeros del sur raudo y veloz!¡Vamos a ayudar a nuestros amigos deStromgarde a defender esos desfiladerosy a repeler el avance de la Horda orco!

—Pero señor… —se atrevió aobjetar un soldado, pero Hath lo obligóa callarse con sus gritos.

—¡No me cuestione, soldado! —exclamó. El oficial lo saludó al instantey lo obedeció de inmediato. Entonces,Hath se volvió hacia Aterratrols—. Estáen el castillo —dijo secamente elgeneral, al cual no le hizo falta explicara quién se refería—. Su guardia

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personal seguirá ahí, pero solo son unaveintena de hombres. Podría sacarlo deahí.

Aterratrols hizo un gesto de negacióncon la cabeza.

—Ahora no tenemos tiempo depreocupamos por él —señaló—.Además, si yo voy ahí a por él, sepodría considerar que estoy realizandouna invasión. Y si vas tú, teconsiderarán un traidor —frunció elceño—. Dejemos que la Alianza ajustecuentas con Perenolde más adelante. Porahora, lo único que importa es bloquearel paso a la Horda.

El general asintió.

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—Gracias.Acto seguido, se dio la vuelta y se

sumó a sus oficiales que estabanreuniendo a los hombres.

—¡Maldita sea, llegamos muy tarde!—exclamó Turalyon, quien detuvo sumontura y contempló con detenimiento elvalle que se extendía ante él allá bajo.

Tanto él como Khadgar y el resto decaballería habían cabalgado lo másrápido posible, mientras las tropasmarchaban tras ellos. Les habíaparecido que la mejor manera de cruzarhacia el oeste era a través de las laderas

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de la Vega del Amparo para luegoemerger al norte de la capital, de talmodo que pudieran alcanzar la ciudaddesde la amplia llanura situada detrás deella, donde se encontraban sus puertasprincipales. Ahora, sin embargo, notenía tan claro que ese tiempo de másque habían empleado para lograr esamejor posición estratégica hubiesemerecido la pena.

Turalyon también había esperadoque pudiera llegar a contar con la ayudade las tropas de Thoras Aterratrols, peroStromgarde se hallaba demasiado lejosde su camino. Pese a que Turalyonincluso había considerado la posibilidad

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de desviarse de su ruta, en cuantorecibió la noticia de que la Horda habíaatravesado las montañas antes que ellos,se había sentido espoleado a seguiravanzando sin apartarse de su camino.

Ahora, sin embargo, miraba haciaabajo desde la parte posterior de esacordillera, para contemplar el valle queiba a dar a Lordaeron y el lago y pudocomprobar que había fracasadomiserablemente. La Horda ya estaba ahí,se extendía por el valle y alrededor deesa orgullosa ciudad como un ramilletede hojas alrededor de un árbol en otoño.

—No han atravesado los muros —señaló Aliena, quien se encontraba a su

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lado. Ella y los demás elfos, tanto losguerreros como los forestales, no habíantenido ningún problema a la hora deseguir a pie el ritmo impuesto por loscaballos. Tanto ella como Lor’themarTheron se habían adelantado al resto dela formación junto a Turalyon paracomprobar qué panorama les aguardabapor delante—. Aún no es tarde paraprestarles nuestra ayuda.

—Tienes razón —admitió Turalyon,quien intentó olvidarse de su hondadecepción para centrarse en evaluar lasituación de un modo másdesapasionado—. Esta batalla aún noestá perdida. Gracias a nuestra ayuda, la

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capital no caerá —en ese instante, seacarició la barbilla—. Quizá inclusopodamos aprovechar nuestra posiciónestratégica —comentó en voz baja,mientras meditaba al respecto con másdetenimiento—. La Horda todavía nosabe que estamos aquí, así quepodríamos atraparlos entre nuestrasfuerzas y las de la ciudad —frunció elceño—. Aunque deberíamos conseguirque Terenas sepa que estamos aquí, parapoder coordinar nuestros ataques y paraque no se sienta como si le hubiéramosabandonado a su suerte.

Theron asintió, al mismo tiempo queobservaba esa masa de orcos que

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pululaba allá abajo, en la lontananza.—Es un buen plan —reconoció—.

Pero dime, ¿cómo vamos a alcanzar laciudad? Nadie podrá atravesar esa masade guerreros indemne, ni siquiera unelfo.

Aliena asintió.—Si nos halláramos en un bosque,

yo podría hacerlo —admitió—, peroaquí, en una llanura abierta, no hayningún sitio donde poder ocultarse.Intentar algo así sería un suicidio.

Khadgar, que se hallaba sentado alomos de su caballo al otro lado deTuralyon, les mostró a los tres unaamplia sonrisa.

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—Yo puedo atravesar ese ejércitoorco —les aseguró, a la vez que se reíade las expresiones dibujadas en sussemblantes—. Aunque ahora falta unpoco de ayuda —añadió, mientraslanzaba una mirada fugaz a una figuratatuada que acababa de posarse sobreunas rocas situadas junto a ellos.

—¡Señor!Terenas alzó la mirada y vio a un

soldado que gritaba y señalaba a unlugar situado más allá de las murallas.Pensó que los orcos se estabancongregando en masa para realizar otro

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ataque y miró en esa dirección,siguiendo las indicaciones de aquelhombre; no obstante, el soldado parecíaapuntar hacia arriba en vez de haciaabajo. Terenas se quedó boquiabierto aldivisar una oscura figura que volabahacia ellos.

—Que se preparen los arqueros —gritó, con la mirada clavada en esasilueta—, pero que no disparen hastaque yo dé la orden.

Era todo muy extraño. ¿Para qué ibaalguien a enviar a un solo tipo volando,cuando allá abajo había millares ymillares de orcos arremetiendo contralos muros? ¿Acaso se trataba de un

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explorador? ¿O de un espía? ¿O de algototalmente distinto?

Los arqueros ocuparon su posición,con sus arcos largos preparados ytensados, y aguardaron pacientemente.La silueta se acercó aún más. Terenaspudo comprobar que se trataba de ungrifo, aunque era una bestia mucho mássalvaje y hermosa de lo que creía por loque había visto en los blasones dondesolía aparecer representada. Sus plumasrelucían con colores dorados, violetas yrojos bajo el sol. Mientras seaproximaba, giró su feroz cabeza, comoun pájaro, para observar todo cuantohabía a su alrededor con sus ojos

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dorados.Una figura se encontraba sentada

sobre su espalda, que no parecíabastante grande como para ser un orco.Además, ese individuo iba bastantevestido, mucho más que esos guerrerosde piel verde de abajo Terenas loobservó detenidamente y profirió unsuspiro de alivio en cuanto atisbofugazmente que vestía de violeta. Noportaba una armadura, sino que llevabauna túnica, y eso solo podía significaruna cosa.

—¡Bajad las armas! —vociferó asus arqueros—. ¡Es un mago de Dalaran!

El grifo cayó en picado hacia ellos,

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batiendo sus poderosas alas, y, derepente, se detuvo. Se quedó planeandopor encima de sus cabezas, trazandocírculos en el aire, mientras los arquerosse daban la vuelta y volvían a centrarseen vigilar a los orcos de abajo. Sin lugara dudas, el jinete estaba buscando unlugar donde aterrizar. Al final, se posóen la esquina de una torre cercana, quecontaba con un círculo muy ancho queseñalaba dónde colocar un caldero, unabalista o una almenara. Terenas sedirigió a grandes zancadas a ese lugar,seguido de cerca por Morev, y llegó a latorre justo cuando el grifo tocaba tierray plegaba las alas.

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—Bueno, me alegra comprobar queno se me ha olvidado cómo volar en ungrifo —comentó el jinete, al mismotiempo que pasaba una pierna porencima de la silla para bajarse de sumontura—. Gracias —le oyó Terenassusurrar al grifo, que graznó a modo derespuesta.

Acto seguido, el mago, cuya cortabarba blanca era ahora visible, sevolvió y Terenas lo reconoció.

—¡Khadgar! —exclamó,estrechando la mano del mago confuerza—. Pero ¿qué haces aquí, montadoen esa criatura?

—Os traigo buenas noticias —

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respondió el mago de aspectoavejentado, con una amplia sonrisadibujada en su rostro. Aunque parecíacansado, por lo demás parecía estar bien—. Turalyon y su ejército se encuentranjusto al otro lado del valle del norte —le informó a Terenas, al mismo tiempoque aceptaba agradecido el odre de vinoque le ofrecía Morev, al cual dio unrápido trago—. Atacaremos a la Hordapor la retaguardia y así los alejaremosde vosotros.

—¡Excelente! —Terenas dio unapalmada; por primera vez en muchosdías, parecía contento—. Ahora que elejército de la Alianza ya ha llegado,

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¡podremos atacarlos desde dos frentes ymachacar a los orcos entre los dos!

—Ese es el plan de Turalyon —admitió el mago alegremente—. Kurdranme ha prestado su grifo para que pudierallegar hasta aquí y coordinar el ataque.Me alegro de que aún recuerde laslecciones que Medivh me dio sobrecómo montar una de estas criaturas.

—Vamos —le dijo Terenas—. Missirvientes se ocuparán del grifo… ledarán de beber y seguro que le buscaránalgo de comer. Pero ahora, hablemos delo que Sir Turalyon cree que deberíamoshacer a continuación y sobre cómovamos a hacer que esos hediondos orcos

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se arrepientan del día en que osaronlevantarse en armas contra nuestraciudad.

—¡Cargad! —exclamó Turalyon,quien lideraba el ataque, sosteniendo elmartillo ante sí como si fuera una lanza,mientras espoleaba a su caballo paraque saliera del agua, cruzara la ribera yse dirigiera hacia el colosal ejércitoorco ahí congregado.

Muchos de esos orcos seguíanconcentrados en las murallas de laciudad, a las que todavía no habíanhecho ninguna mella a pesar de su gran

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ferocidad, por lo que solo unos pocosoyeron el ruido de los cascos de sucaballo y se giraron para mirar. Si bienuno de ellos abrió la boca para avisar alos demás, Turalyon le acertó con sumartillo de lleno en la mandíbula,haciéndosela añicos; además, le golpeótan fuerte que le rompió el cuello. Elorco se desmoronó y el caballo deTuralyon lo pisoteó.

Tras él, cabalgaba el resto de lacaballería; detrás de la cual, avanzabanlos soldados de a pie, que ya habíancruzado la llanura norte de la ciudad.Ahora, arremetían contra la Horda, quese volvió para plantarles cara.

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Fue entonces cuando dispararon lasbalistas de la ciudad. Al instante, unalluvia de piedras y flechas arreció sobrelas espaldas de los orcos.

Turalyon guio a los miembros de lacaballería hasta la vanguardia de laHorda, la cual atravesaron. Actoseguido, se dieron la vuelta y volvierona cargar. Entonces, los defensores de laciudad lanzaron su segunda oleada deataques.

Los orcos se arremolinaban aquí yallá, sin saber muy bien qué hacer.Cuando intentaban arremeter contra laciudad, los soldados de la Alianza losatacaban por detrás. Y cuando se

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volvían, eran los soldados de la guardiade la ciudad quienes los atacaban. Comoaún no habían logrado atravesar lasmurallas de la capital, no podían correra refugiarse en la ciudad; además,tampoco podían retroceder hasta el lagode la llanura y las montañas pues se loimpedían los soldados aliados. Dabaigual adónde fueran, pues solo lesaguardaba la muerte.

Por desgracia, si algo le sobraba ala Horda eran tropas. Súbitamente, unahilera de colosales guerreros orcosavanzó, con sus armas en ristre,obligando a Turalyon y a sus jinetes abatirse en retirada. Los arqueros elfos

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lanzaron una salva de flechas que cayósobre esos orcos, muchos de los cualescayeron; sin embargo, de inmediato, otroguerrero sustituía a su compañero caído.Los orcos se abalanzaron sobre elejército de la Alianza de un modosuicida, obligándoles a retroceder si noquerían acabar aplastados bajo lospesados cadáveres orcos. Poco a poco,Turalyon y sus hombres fueronretrocediendo hacia el lago. En cuantolograron alejarlos bastante, la mitad delresto de los soldados de la Horda centróde nuevo su atención en la capital.Arremetieron contras sus murallas, detal modo que la ciudad agotó

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rápidamente sus provisiones de aceite,piedras y gravillas, así como de otrosobjetos que tiraban a sus atacantes.

Las balistas no servían para atacar aalguien que ya estaba junto a lasmurallas, salvo que quisieran hacer másdaño que los invasores a las defensas dela ciudad. Por tanto, los orcos tenían víalibre para escalar las murallas yderribar con un ariete las puertas. Porahora, las puertas resistían, pero estabansufriendo un daño tremendo. Algunosguerreros orcos habían logradoencaramarse ya a las murallas, con unasgrandes sonrisas dibujadas en suslabios. En cuanto llegaban arriba del

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todo, a la mayoría los detenían,golpeaban y mataban; sin embargo, unoscuantos lograron alcanzar su meta yatacaron a los guardias apostados en lasmurallas, provocando así que sedesorganizaran y dejaran huecos en lasdefensas. Pese a que todos los orcos dela primera oleada que logró llegar hastaarriba del todo murieron, muchos másvenían tras ellos. Sus cadáveres seamontonaban y proporcionaban a losorcos que venían por detrás ciertaprotección mientras escalaban lasmurallas, pues les permitían tener unasuperficie sólida sobre la que ascendery preparar sus armas para atacar a los

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guardias.—¡Esto no está funcionando! —le

gritó Khadgar a Turalyon mientrasretrocedían a lomos de sus caballos porun vasto puente que los orcos habíanconstruido para atravesar el lago—. ¡Nocontamos con suficientes efectivos comopara poder derrotarlos con estaestrategia! ¡Tenemos que cambiar detáctica!

—¡Estoy abierto a cualquiersugerencia! —replicó Turalyon, almismo tiempo que destrozaba con sumartillo a un orco que arremetía contraél—. ¿No puedes utilizar tu magia paracombatirlos?

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—Sí, pero no servirá de mucho —contestó Khadgar, a la vez queatravesaba con su espada a un orco quese había acercado demasiado—. Puedomatarlos con mis hechizos, pero solo aunos pocos cada vez. También podríainvocar una tormenta, pero eso tampocoserviría de nada; además, me quedaríatan agotado que ya no podría lanzar mássortilegios.

Turalyon asintió.—¡Todos nuestros hombres deben

cruzar el lago y defender este puente! —le dijo a su amigo, mientras blandía denuevo su martillo y utilizaba su escudopara empujar a un orco al agua que fluía

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a sus pies—. Después, esperaremos aque dejen de prestarnos atención y losvolveremos a atacar en cuanto nos denla espalda.

Khadgar se limitó a asentir, puesestaba demasiado ocupadodefendiéndose como para poder hablar.Esperaba que el nuevo plan funcionara.Porque si no, a la Horda le bastaría conquemar ese puente y seguir arremetiendocontra las puertas de la ciudad hasta quecedieran. En cuanto las puertas cayeran,entrarían en la ciudad y ya seríaimposible detenerlos. En Ventormenta,Khadgar había sido testigo de cómo losorcos tomaban una ciudad. Y no quería

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volver a serlo.

—¡Las puertas están cediendo!Terenas negó con la cabeza como si

así pudiera hacer que ese gritodesapareciera. Además, estabademasiado ocupado como paracomprobarlo por sí mismo. Un orco, quehabía logrado encaramarse a la partesuperior de la muralla a poca distanciade donde el rey se hallaba observandola batalla que se libraba allá abajo,avanzaba ahora hacia él. Sonreía tanabiertamente que le estaba mostrandosus afilados colmillos al mismo tiempo

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que trazaba lentos arcos en el aire consu pesado martillo de guerra. Terenasrecogió una espada caída en el suelo aregañadientes, pues era consciente deque no era un guerrero.

Entonces, alguien apareció a su lado.Comprobó, aliviado, que se trataba deMorev. El comandante de la guardiaportaba una larga lanza con la queobligó al orco a retroceder.

—Debería ir a ver cómo están laspuertas, señor —le sugirió con totalserenidad, mientras amenazaba de nuevoal orco con ensartarlo—. Yo me ocuparéde esto.

Terenas pudo ver que varios

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guardias más se aproximaban hacía elorco por el otro lado, dos de ellos ibantambién armados con lanzas.

Tras aceptar que ya no lonecesitaban ahí, Terenas dejóreconfortado la espada en el suelo y sealejó de ese lugar. Tuvo que agacharsepara recorrer un corto tramo deescaleras que atravesaba la muralla yfue a parar cerca de la pequeña armeríade la guardia. Acto seguido, se dirigió auna estrecha pasarela que se extendía alo largo de la muralla y que iba a dar auna corta escalera. Subió a saltos esospeldaños y volvió a la parte superior delas murallas, aunque esta vez se

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encontraba sobre las puertasprincipales.

Notó los terribles golpes antes dellegar a la parte de arriba del todo. Laspiedras se estremecían y le rechinabanlos dientes. Al mirar hacia abajo, pudocomprobar que estaban golpeando laspuertas principales con un gruesotronco. Incluso desde ahí arriba, Terenaspodía ver que se estremecían cada vezque recibían un impacto.

—Apuntaladlas —le ordenó a unjoven teniente que se hallaba cerca—.Reúne a unos cuantos hombres yapuntalad las puertas principales.

—¿Con qué, señor? —inquirió el

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joven oficial.—Con cualquier cosa que encontréis

—respondió el rey.Entonces, posó la mirada sobre un

lugar situado más allá de las murallas,sobre esa masa formada por incontablesorcos que luchaban contra él y suciudad. En la lejanía, divisó un puentedonde relucía algo metálico. Deinmediato, fue consciente de queTuralyon y su ejército se habían retiradohasta ahí para poder planear su próximomovimiento. Terenas esperaba queconcibieran una buena estrategia.

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CAPÍTULODIECISIETE

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—¡Y a son nuestros! —gritó unorco.Martillo Maldito sonrió de

oreja a oreja. ¡Tenían la victoria alalcance de la mano! No obstante, pormucho que enviara a más y másguerreros a derribar las murallas de laciudad, estas no caían y se manteníanfirmes. Sin embargo, las puertas síestaban cediendo ante las constantesembestidas del ariete. En cuantocayeran, sus guerreros entrarían en lacapital como una marea imparable para

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aplastar a los defensores de la ciudadque aún quedaran en pie y saquearla.Entonces, utilizarían la capital y elbosque elfo como bases para poderexpandirse por el resto del continentecon gran rapidez y empujarían a loshumanos hasta las costas y, por último,al mar. Una vez hecho esto, estas tierraspertenecerían a la Horda y, por fin,podrían poner punto final a la guerra einiciar una nueva vida.

Qué pena que los ogros no esténaquí, pensó Orgrim una vez más,mientras observaba, apoyado sobre sumartillo, cómo sus seguidoresarremetían una vez más contra las

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robustas puertas de hierro y madera dela ciudad. Los ogros habrían sidocapaces de trepar por esas murallas y talvez hubieran logrado abrir a garrotazosalgunos agujeros en esa gruesa piedra.En ese instante, se preguntó por qué Gul’dan, Cho’gall y sus respectivosclanes no habían llegado aún. Aunqueera consciente de que él y sus tropashabían cruzado con gran rapidez lasmontañas, el resto de sus subalternos yadeberían haber llegado.

—¡Martillo Maldito!Orgrim alzó la mirada y vio que uno

de sus guerreros señalaba al cielo. ¿Másgrifos?, se preguntó esbozando un gesto

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de contrariedad.Esas monturas con plumas habían

demostrado ser letales en los bosques delas Tierras del Interior, así como en Quel’Thalas. Por aquí, hasta ahora, solohabía visto a un puñado de esas bestias;una de ellas había aterrizado en elcastillo y se había ido cierto tiempodespués, pero no había participado en labatalla. Aun así, no bajaba la guardia.Los enanos Martillo Salvaje eranfornidos y robustos; sus monturas muyrápidas, y sus martillos de tormenta, casitan letales como los martillos de guerrade su propia gente. No eran un enemigoal que se pudiera subestimar, a pesar de

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su corta estatura, y se debía estarpreparado por si aparecían más.

Entonces, una silueta oscura cobróforma entre las nubes y se hizo más ymás grande, aunque era demasiadogrande y sinuosa como para ser un grifo.Martillo Maldito oyó los vítores quelanzaron muchos de sus guerreros encuanto esa sombra los cubrió. ¡Era undragón! ¡Qué gran noticia! Con susllamas, esa descomunal bestia podríareducir las puertas de la ciudad acenizas y freír los defensores de lasmurallas. ¡La capital ya era suya!

El dragón aterrizó lejos del lago. Ungigantesco orco desmontó de la silla que

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llevaba esa bestia a la espalda en cuantoesta se posó en tierra, Orgrim se acercóhacia él, al mismo tiempo que colocabael martillo en las sujeciones que llevabaa la espalda.

—¿Dónde está Martillo Maldito? —preguntó apremiante el jinete del dragón—. ¡Debo hablar con él!

—Aquí estoy —contestó Orgrim,mientras sus guerreros se apartaban paradejarlo pasar—. ¿Qué ocurre?

El jinete se giró hacia él y MartilloMaldito se dio cuenta de que conocía aese guerrero. Era uno de los subalternosfavoritos de Zuluhed, un poderosoguerrero, que, según los informes, había

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sido uno de los primeros en atreverse amontar a los dragones cuando todavíaestaban sin amaestrar. Torgus, sí, ese erasu nombre.

—Traigo un mensaje de Zuluhed —anunció Torgus, con una extrañaexpresión dibujada en su ancho rostro.

Orgrim vio en esa expresión unamezcla de ira y confusión, y quizátambién algo de vergüenza e inclusomiedo.

—Soy todo oídos —replicó MartilloMaldito, quien se acercó hasta colocarsedentro del círculo que conformaba lacola de dragón, que yacía enrolladasobre el campo de batalla. Los orcos

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que se hallaban cerca se percataron delo que sucedía y retrocedieron paraconcederles cierta privacidad.

—Gul’dan… —dijo Torgus. Pese aque era un orco enorme, tan alto como elmismo Orgrim, no era capaz de mirarloa la cara—. Gul’dan ha huido.

—¿Qué? —ahora Martillo Malditocomprendía el miedo que había visto enel semblante del jinete de dragón. Lehirvió la sangre de rabia y aferró contanta fuerza su martillo que su mango demadera crujió a modo de protesta—.¿Cuándo? ¿Cómo?

—Poco después de que te marcharas—respondió Torgus—. Cho’gall se ha

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ido con él. Los clanes del MartilloCrepuscular y Cazatormentas se hanunido. Se han subido a los barcos y hanpartido hacia el Mare Magnum endirección sur —en ese momento, alzó lamirada. La ira se impuso al miedo en susemblante—. Un miembro de mi clan losdivisó y bajó volando con su monturapara preguntarles por qué habíanpartido. Gul’dan lo mató con sunauseabunda magia. ¡Lo vi con mispropios ojos! Pese a que queríaperseguirlo, sabía que debía informar aZuluhed primero. Ha sido él quien me haordenado venir aquí de inmediato.

Orgrim asintió.

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—Has hecho bien —le aseguró aljinete del dragón—. Si Gul’dan ha sidocapaz de matar a tu compañero de clan,seguramente no habría dudado enmatarte a ti también y, entonces, nohabríamos tenido conocimiento de sutraición —en ese instante, gruñó ymostró sus dientes de un modoamenazante—. ¡Maldito sea! ¡Sabía queno se podía confiar en él! ¡Y, encima, seha llevado los barcos!

—Podemos perseguirlo por el aire—sugirió Torgus—. Zuluhed me dijoque el resto de jinetes de dragón estaríanpreparados para actuar. Podríamosreducir sus barcos a cenizas, así como a

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todo orco que se halle a bordo.Martillo Maldito frunció el ceño.—Sí, pero para eso, tendríais que

acercaros mucho a esos barcos. Gul’danes un mago muy poderoso y Cho’galltambién —entonces, golpeó el suelo consu martillo—. ¡Sabía que esos Altaresque levantó iban a acabar siendo unproblema! ¡Y pensar que he dejadotransformar a ogros en unos nuevos yformidables guerreros que han pasado aengrosar las filas de su propio ejército!

Orgrim se mordió con fuerza el labioinferior, castigándose así por suestupidez. Le había embargado tantaemoción al saber que podría contar con

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nuevas armas para combatir contra loshumanos que había ignorado lo que lehabía advertido su instinto: que esebrujo siempre actuaba en beneficiopropio.

Torgus seguía aguardando susórdenes. Entonces, otro orco seaproximó corriendo y ambos se giraronhacia él. Se trataba de Tharbek, el jovensegundo al mando del clan Roca Negraque lideraba Martillo Maldito, quien sedetuvo a una distancia prudencial de lacola del dragón, que este agitaba presade la inquietud y el enojo.

—¿Sí?—Tenemos un problema —

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respondió Tharbek sin rodeos—. Nollegan refuerzos de las montañas.

—¿Qué? —Orgrim se volvió y clavóla mirada en algo situado más allá deaquel dragón, en las Montañas deAlterac. En ese instante, y sin ningúngénero de dudas, pudo apreciar que sehabía detenido el tenebroso flujo deorcos que hasta entonces había estadocruzando sin parar los desfiladeros delsur—. ¿Qué ha ocurrido?

Tharbek negó con la cabeza.—No lo sé —respondió—. Pero

según parece, ya no podemos atravesarlos desfiladeros. He enviado a unoscuantos guerreros a esa zona para

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comprobar qué sucede, pero ninguno haregresado.

Por su expresión, no cabía duda deque ya tendrían que haber vuelto.

—¡Maldición! —Martillo Malditoapretó los dientes con fuerza—. ¡Esehumano nos ha traicionado! ¡Sabía queno debía confiar en alguien capaz devender a su propia raza!

Aun así, había creído que el hombrede la capa sería demasiado cobardecomo para volverse contra ellos. O bienla Alianza se había hecho con el controlde ese reino, o bien lo habíanamenazado con algo mucho peor que elsometimiento a la Horda… o tal vez

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habían descubierto que los habíatraicionado y lo habían apartado de esepuesto de poder que le permitíacontrolar esos desfiladeros. Sí, loúltimo era más probable. Le había dadola impresión de que ese humano se habíamostrado demasiado ansioso pornegociar como para echarse ahora atrás;sobre todo, cuando todavía habíaguerreros de la Horda cerca de su reino.Lo habían pillado con las manos en lamasa y lo habían depuesto; otroscontrolaban ahora esa región montañosa.

Pero eso ya no importabademasiado, pues las consecuenciasseguían siendo las mismas.

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—¿Cuántos orcos han quedadoatrapados ahí arriba? —exigió saber.

Tharbek se encogió de hombros.—Eso es imposible de saber —

contestó—. Pero al menos, la mitad delclan, si no más —echó un vistazo a sualrededor—. Aunque aún contamos conmuchos guerreros aquí —afirmó—. Y encuanto Gul’dan y los demás lleguen,tendremos muchos más.

Orgrim se rio amargamente, mientrasla confusión de adueñaba de su mente.

—¡Los demás! ¡Los demás no van avenir! —Tharbek se sorprendió alescuchar esas palabras—. Gul’dan nosha traicionado —le explicó a su segundo

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al mando, aunque le costó mucho decirlo—. Se ha llevado los barcos y dosclanes enteros. Ha partido hacia el MareMagnum.

—Pero ¿por qué? —preguntó unTharbek francamente desconcertado—.Si perdemos esta guerra, nosquedaremos todos sin un hogar, incluidoél.

Martillo Maldito hizo un gesto denegación con la cabeza.

—Esta guerra nunca fue unaprioridad para él —regresó mentalmentea su encuentro con el brujo enVentormenta y se acordó de lo que Gul’dan le había dicho entonces—. Ha

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descubierto algo, algo muy poderoso —recordó vagamente—. Algo que leotorgará tanto poder que ya nonecesitará a la Horda.

—¿Qué vamos a hacer? —inquirióTharbek, quien posó la mirada sobre laciudad y la observó con otros ojos—.Quizá ya no contemos con guerrerossuficientes como para poder tomarla —afirmó.

Si bien Orgrim se negó a mirar,sabía que su segundo al mando teníarazón. Las defensas de esa ciudadhabían demostrado ser mucho mássólidas de lo esperado y sus defensores,mucho más fieros. El ataque que habían

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recibido por la retaguardia por parte delas fuerzas de la Alianza los habíapillado por sorpresa y había menguadotremendamente sus filas. Además, ahoraya no podían esperar que llegaran másrefuerzos por ningún lado.

No obstante, ese no era el únicoproblema que lo acuciaba. La traiciónde Gul’dan era un duro golpe, pero lomás preocupante es que se había llevadoa muchos orcos consigo, que estabananteponiendo sus propios fines porencima de los objetivos de la Horda,que anteponían sus propios deseosegoístas por encima de las necesidadesde su propio pueblo. Eso era,

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precisamente, lo que había llevado aMartillo Maldito a asesinar a PuñoNegro y asumir el control de la Horda,lo que le había llevado a jurar que iba aponer punto y final a la corrupción pararestaurar el honor de su pueblo. Nopodía permitir que esta nueva traiciónquedara impune. Daba igual el precioque la Horda, o él, tuvieran que pagarpor ello.

—¡Rend! ¡Maim! —vociferóOrgrim.

Los hermanos Puño Negro oyeron sullamada y se aproximaron raudos yveloces, ya que, quizá por su tono devoz, se habían dado cuenta de que el

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Jefe de Guerra no iba a tolerar ningunademora.

—Llevad al clan Diente Negro al sur—les ordenó Martillo Maldito, mientrashacía un esfuerzo por recordar losmapas que sus exploradores habíantrazado con la ayuda de los trols—.Debéis sortear este lago para luegocruzar las Tierras del Interior. Después,marcharéis hasta el mar. Gul’dan hahuido, pero no ha podido llevarse todoslos barcos, pues solo contaba con elapoyo de dos clanes. El resto denuestros navíos deben de seguir ahí, a laespera —en ese momento, esbozó ungesto de contrariedad y mostró sus

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colmillos—. Perseguid a esos traidoresy destruidlos, que no quede ni uno vivo.Que sus cadáveres se hundan en lasprofundidades del mar.

—Pero… ¡la ciudad! —protestóRend—. ¡La guerra!

—¡El honor de nuestro pueblo estáen juego! —exclamó Orgrim, a la vezque alzaba su martillo y adoptaba unaposición de ataque. Acto seguido, lelanzó un gruñido al otro cabecilla, alque retó con la mirada a desafiar susórdenes—. ¡No podemos permitir quesus actos queden sin castigo! —vociferó, lanzando un mirada iracunda alos hermanos Puño Negro—.

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Considerad esto como una oportunidadde recuperar vuestro honor —acontinuación, respiró hondo e intentóserenarse—. Yo partiré con mi clanhacia el sur un poco más tarde.Retrocederé lentamente para impedirque la Alianza os siga y desataré el caospor todas las tierras que cruce.Mantendremos la ruta hasta esta ciudadtotalmente abierta. En cuanto hayáiscumplido vuestra misión, regresaremos—afirmó, a pesar de que albergabaserías dudas al respecto, ya que susegundo ataque no iba a poder contarcon el factor sorpresa que facilitó elprimero.

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Los Puño Negro asintieron, aunqueno parecían hallarse muy contentos.

—Cumpliremos tus órdenes —aseveró Maim.

Acto seguido, su hermano y él sealejaron para impartir órdenes a susguerreros.

Martillo Maldito se volvió haciaTorgus, quien seguía cerca de él, a laespera de instrucciones.

—Dile a Zuluhed que debe enviar atodos los dragones al Mare Magnum —le dijo al jinete de dragón—. Vuela lomás rápido posible. Vas a tener laoportunidad de vengar la muerte de tucompañero de clan.

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Torgus asintió y sonrió ampliamentecon solo pensar en que iba a podercobrarse venganza. Entonces, se dirigióhacia su dragón. Orgrim retrocedió paradejar a esa criatura descomunal elespacio necesario para que pudieraextender sus colosales alas y volar denuevo. Martillo Maldito los observóalejarse y volvió a apretar los dientes,mientras le temblaban las manos porculpa de la ira y la indignación. ¡Habíaestado tan cerca de lograrlo! ¡Solohabría necesitado un día más para que laciudad fuera suya! Pero ahora, esaoportunidad se había esfumado. Teníamuy pocas posibilidades de ganar esa

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guerra. Además, el honor estaba porencima de todo lo demás.

Orgrim se giró furioso hacia elcaballero de la Muerte Teron Sanguino,que se hallaba cerca.

—¿Y tú qué vas a hacer, cadáverputrefacto? —inquirió colérico a esacriatura—. Tú antes seguías a Gul’dan,quien ahora nos ha traicionado.¿Correrás ahora a unirte a él?

El guerrero no-muerto lo mirófijamente por un momento con susrelucientes ojos y, acto seguido, negócon la cabeza.

—Gul’dan ha dado la espalda anuestro pueblo —respondió—. Pero

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nosotros no lo haremos. La Horda lo estodo para nosotros y seremos leales aella… y a ti mientras sigas liderándola.

Martillo Maldito asintióbruscamente, sorprendido por larespuesta de esa aberración.

—Entonces, id a proteger a losnuestros mientras se retiran de la ciudad—le ordenó.

Sanguino obedeció y se alejó endirección hacia el resto de caballeros dela Muerte y sus corceles no-muertos.Tharbek también se marchó. Orgrim sequedó solo.

—¡Gul’dan! —gritó, alzando sumartillo para blandirlo hacia el cielo—.

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¡Morirás por esto! ¡Me aseguraré de quesufras por haber traicionado a nuestraraza y por haber puesto en peligronuestra supervivencia!

El firmamento, sin embargo, norespondió. No obstante, MartilloMaldito se sintió un poco mejor trashaberse desahogado con ese juramento.Bajó su martillo y centró su atención enla guerra. Se obligó a pensar en cuál erala mejor manera de llevar a susguerreros hasta el sur y en cómo llevaral resto de la Horda hasta el mar.

Gul’dan se apoyó en la proa, se

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inclinó hacia delante y olisqueó el airemarino. Cerró los ojos y expandió sussentidos místicos, para sondear con lamente los alrededores en busca delpeculiar rastro que dejaba la magia. Lonotó de inmediato; era una sensación tanfuerte que le recordó lo que se siente alpaladear el sabor metálico de la sangrefresca, era tan intensa que sintió uncosquilleo en la piel y el crepitar de laenergía arcana en el pelo.

—¡Parad! —gritó mirando haciaatrás.

Los miembros de su clan, que sehallaban a sus espaldas, dejaron deremar. El barco se detuvo al instante y

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permaneció inmóvil sobre las aguas. Gul’dan sonrió.

—Es aquí —anunció.—Pero… pero si aquí no hay nada

—afirmó uno de los orcos, un miembrode su propio clan, del clanCazatormentas, llamado Drak’thul.

Gul’dan se volvió y abrió, por fin,los ojos, para lanzar una miradafuribunda al joven brujo orco.

—¿Ah, no? —replicó con unaamplia sonrisa—. Entonces, teencadenaremos y te enviaremos al fondodel mar para explorar el lecho marino ennuestro nombre. ¿O acaso prefieresquedarte aquí sentado y confiar en que

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sé que estoy haciendo?Si bien Drak’thul retrocedió y

tartamudeó una disculpa, Gul’dan leignoró, pues tenía su mirada clavada enel navío que se encontraba junto al suyo,cerca de cuya proa se encontraba Cho’gall.

—Informa a los demás —le ordenó Gul’dan a su lugarteniente—.Actuaremos de inmediato. QuizáMartillo Maldito se haya enterado ya deque hemos partido, así que no quierocorrer el riesgo de que aparezca poraquí y nos interrumpa antes de quehayamos alcanzado nuestra meta.

El ogro de dos cabezas asintió y se

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volvió para transmitir las instruccionesa gritos al barco siguiente, que, a su vez,transmitió el mensaje al navío que seencontraba a su lado. Acto seguido,lanzaron unas cuerdas para que losmagos ogros y los nigromantes orcossubieran a bordo del barco de Gul’dan.Algunos utilizaron las cuerdas parasubir a pulso y otros como guía mientrascruzaban a nado, dependiendo de sufuerza y habilidad y de lo a gusto que sesintieran en el agua.

—El lugar que buscamos es unantiguo templo que se encuentra justodebajo de nosotros —les explicó Gul’dan a todos sus brujos en cuanto

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estos se hallaron reunidos ante él encubierta—. Podríamos intentar llegar aél buceando, pero ignoro cuán profundasson estas aguas. Además, ahí abajo todoestá muy oscuro, es muy frío y no es demi agrado —en ese momento, sonrió deoreja a oreja—. Así que vamos a alzarel lecho marino para que ese temploascienda hasta nosotros.

—¿Es eso posible? —preguntó unode los nuevos ogros magos.

—Sí —contestó Gul’dan—. No hacetanto tiempo, en nuestro mundo natal, losorcos elevamos otra gran masa de tierra,un volcán en el Valle Sombraluna. Enesa ocasión, yo guie al Consejo de la

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Sombra y lo mismo haré ahora convosotros.

Entonces, calló y aguardó a que leplantearan más preguntas u objeciones,pero nadie dijo nada. Gul’dan asintiócomplacido. Sus nuevos subordinadosno eran solo más fuertes que los antiguossino más obedientes, dos característicasque apreciaba en grado sumo.

—¿Cuándo empezamos? —inquirió,por fin, Cho’gall.

—Ahora mismo —respondió Gul’dan—. ¿Para qué esperar?

Se dio la vuelta y se acercó a labaranda del barco. A continuación susayudantes se colocaron a ambos lados

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de él. Entonces, cerró los ojos yextendió su conciencia para contactarcon ese poder que percibía que sehallaba allá abajo, en las profundidades.Le resultó muy fácil dar con él y, encuanto lo tuvo agarrado con firmeza, Gul’dan tiró, atrayendo mágicamentetoda esa energía, así como su fuente,hacia él. Las tinieblas cubrieron el cieloy el mar se embraveció.

—Lo tengo —masculló a susayudantes entre dientes—. Uníos a mimagia y podréis percibirlo por vosotrosmismos. Volcad vuestras propiasenergías en el hechizo que ya he creadoy elevadlo conmigo. ¡Ya!

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Notó que sus fuerzas aumentaban alsumar los demás, primero Cho’gall yluego el resto, sus poderes a los suyos.El cielo se tiñó de un color rojo oscuroy el trueno bramó mientras llovía amares y unas fuertes olas sacudían elbarco. Ese enorme peso del que tirabase aligeró y pudo subirlo con mucha másfacilidad. Pese a que seguía teniendoque hacer un arduo esfuerzo, ahora erauna tarea soportable y no atroz. Concada tirón, esa presencia mágica era másintensa y su dominio sobre ella másfirme, al igual que su control sobre latierra que la rodeaba. Aunque lanaturaleza por entero se resistía a sus

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esfuerzos, se mantuvieron firmes.Permanecieron ahí horas y horas,

inmóviles a los ojos de los guerreros ahíreunidos, pese a hallarse inmersos enuna frenética actividad mágica paraluchar contra unas fuerzas titánicas. Elmar los empapó de arriba abajo. Eltrueno los ensordeció. El relámpago loscegó. Los barcos sufrían la ira de loselementos y los guerreros se aferraban alos remos para no moverse de susasientos. Varios miraron brevementehacia Gul’dan y los demás guerrerospara pedirles instrucciones, peroninguno de ellos se movió lo másmínimo ni siquiera cuando el barco

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sufrió varios alarmantes bandazos.Súbitamente, una columna de fuego y

humo emergió de esas aguas turbulentasa corta distancia del barco líder,llenando el aire de fuego, cenizas yvapor. A través de ese aire caliente yrepleto de partículas en suspensión,pudieron ver que algo sobresalía delagua, como el pico de un pollito alromper su cascarón. Ese algo resultó seruna roca que fue aumentando de tamañoante la mirada atónita de los guerreros,que estaban demasiado aturdidos comopara hacer otra cosa que no fueraparpadear y quedarse boquiabiertos, yque se alzó rápidamente entre las olas.

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El agua y la lava caían de esa pequeñaroca que se transformó primero en unpeñasco y luego en una pequeña meseta,y que pasó a ser después una anchacornisa que acabó convirtiéndose en unapequeña llanura rocosa. Tambiénemergieron otras rocas de ese martumultuoso, que, al principio, parecíanhallarse cerca del primero, pero que, alfinal, resultaron formar parte de un todo.A medida que el mar se retiraba de esaformación rocosa, los orcos pudieroncomprobar que se trataba de toda unaisla que abandonaba el seno del mar yque escupía llamas, tierra y vapor.Después, emergió otra segunda isla de

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menor tamaño, que crujió al irrumpir enla superficie, y luego una tercera y unacuarta.

Al final, el turbulento cielo dejó detener un color carmesí y pasó a teñirsede un gris plomizo. Las olas menguarony su altura decayó; ya solo eran tan altascomo el mástil de un barco. Entonces, Gul’dan abrió los ojos. Se tambaleó unpoco y tuvo que agarrarse a la barandapara no caerse, al igual que muchos desus brujos. Posó la mirada sobre esenuevo archipiélago, que todavíadesprendía vapor por culpa del calorque había generado su rápido ascenso,que todavía gruñía y gemía mientras se

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adaptaba a su nueva configuración, ysonrió.

—Pronto —susurró, mientrascontemplaba esas islas y las sondeabacon su mente, para percibir elemplazamiento de lo que buscaba.

—Pronto caminaré por vosotras enbusca de ese templo y del gran premioque se halla en él.

—¡Ya los veo! —gritó un guerrero—. ¡Ahí están, junto a esas islas!

Rend Puño Negro, uno de los doscabecillas del clan Diente Negro, miróhacia el lugar al que señalaba el otro

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orco, cerca de ese sitio donde habíanvisto agitarse demencialmente al mar yal cielo mientras se aproximaban. Alfinal, divisó esa delgada tira de tierra y,al oeste, junto a ella, unas siluetastenebrosas.

—Bien —dijo, a la vez que asentía yapoyaba ambas manos en el mango de suhacha—. Acelera el ritmo —le ordenóal encargado del tambor—. Quierodarles alcance antes de que tengan laoportunidad de refugiarse en algúnescondite.

Entonces, vio que, en una de lasotras naves, su hermano Maim estabahablando con su propio tamborilero,

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quien, sin lugar a dudas, le estaba dandounas instrucciones similares.

—¿Qué haremos si nos atacan con sumagia? —le preguntó uno de sus jóvenesguerreros.

Los demás asintieron. Ese era sumayor temor; les preocupaba más sufrirun ataque mágico que ser capturados porla Alianza o devorados por un dragón.Rend no se lo podía reprochar. A éltampoco le hacía mucha gracia la ideade tener que batallar contra Gul’dan ysus compinches. Sin embargo, MartilloMaldito le había dado una orden y elprestigio del apellido Puño Negroestaba en juego. Rend pretendía cumplir

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esa misión… o moriría intentándolo.—Su magia es muy potente —

admitió—. El mismo Gul’dan podríamatar con suma facilidad a tres o cuatrode nosotros en solo unos minutos. Peronecesita esos minutos. Y necesita tenercontacto físico con sus víctimas, ohallarse cerca, o tener algo quepertenezca a su objetivo —entonces,sonrió de oreja a oreja—. ¿Alguno devosotros le ha dejado al jefe brujo unodre con agua, o unos guanteletes, o unapiedra de afilar? —ese comentarioprovocó que algunos se rieran entredientes, tal y como esperaba—. Así quemanteneros alejados de los brujos hasta

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que lancemos el ataque, no dejéis que seos acerquen y abalanzaos sobre ellosantes de que puedan lanzar ningúnconjuro —tamborileó con los dedossobre su hacha para dar más énfasis asus palabras—. A pesar de sus poderes,siguen siendo unos meros orcos quepueden sangrar y morir. Tampoco va aser esto muy distinto a cuandocazábamos un ogro en nuestro hogar;cada uno de ellos puede ser más fuerteque uno solo, o incluso dos, de nosotros,pero podemos agotarlos poco a poco yatacarlos en grupos para evitar quepuedan contraatacar.

Sus guerreros asintieron. Habían

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entendido el concepto y ahoraconsideraban la magia solo como unarma más que ya no era tan aterradora.

—Ya casi estamos —anunció eltimonel.

Rend miró hacia atrás, hacia algosituado más allá de su barco. Ahora, laisla se alzaba imponente a un lado yRend pudo saber, al compararla con eltamaño de los barcos, que este nuevopedazo de tierra era mucho más grandeque la mayoría de las islas que habíavisto hasta entonces en ese mundo. Esasnaves pasaron de ser unas meras motasen el horizonte a unos barcos con todaslas de la ley y pudo distinguir con

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claridad a unos orcos quedesembarcaban en tropel de ellos paraadentrarse en esas tierras húmedas yoscuras. Rend tuvo que reprimir ungruñido que había ido cobrando formaen su garganta y dio la orden:

—¡Preparaos para desembarcar! Encuanto estemos en tierra, id a por esosbrujos. Matadlos a todos… a cualquieraque se interponga en nuestro camino.

—No estamos solos —señaló Cho’gall a Gul’dan.

Su barco había alcanzado la orillade aquella nueva isla, que continuaba

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estremeciéndose, desprendiendo vapor yexpulsando, de vez en cuando, fuego ylava.

Gul’dan miró hacia el lugar al queseñalaba su asistente y divisó una flotade barcos que se aproximaba hacia ellosdesde el extremo más alejado de la isla.De «su» isla. Por el modo en que semovía el barco que lideraba laformación, el brujo pudo saber queavanzaba propulsado por remeros y novelas, lo cual solía ser indicativo de unacosa: de que esa nave la tripulabanorcos. Las tropas de Martillo Malditohabían dado con ellos.

—Maldito sea —masculló Gul’dan

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—. ¿Por qué siempre tendré que tomarsus decisiones tan rápido? Si hubierantardado un solo día más ya habríamosacabado con lo que tenemos que haceraquí antes de que hubieran llegado —suspiró—. Bueno, ya no tiene remedio.Ordena a los guerreros que se preparenpara la batalla. Tendréis quemantenerlos a raya mientras yo entro enel templo para buscar la tumba.

Las dos cabezas de Cho’gallesbozaron una gran sonrisa.

—Será un placer.El descomunal ogro bicéfalo era tan

fanático como el resto de su clan, por loque creía firmemente en que había que

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desatar el fin del mundo y,preferiblemente, de un modo violento ysangriento. Todos los orcos del clan delMartillo Crepuscular compartían esasmismas creencias y estaban dispuestos aluchar contra quienquiera que hicierafalta si así eran capaces de empujar unpoco más al mundo hacia el abismofinal. Además, el hecho de que la sangrede demonio que la mayoría de elloshabía bebido en Draenor hubieramultiplicado su innata sed de sangre porcien hacía que ansiaran alcanzar eseobjetivo con aún más ahínco.

—No pasarán —le prometió el ogro,quien desenvainó la larga espada

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curvada que llevaba a la cintura.Gul’dan asintió.—Bien.Acto seguido, se volvió y avanzó

con sumo cuidado por la isla, ya que, acada paso que daba, se alzaba una nubede vapor. Drak’thul, los demásnigromantes y los ogros magos losiguieron rápidamente.

—¡Atacad! —gritó Rend, mientrascorría junto a sus guerreros, con elhacha aferrada con ambas manos—.¡Matad a los traidores!

—¡Muerte a los traidores! —exclamó Maim, que estaba a su lado.

—¡Batallad! —bramó Cho’gall, con

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esa espada similar a una guadaña alzadade tal modo que su larga y afilada hojareflejaba la luz del sol del crepúsculo—. Que esta tierra quede bañada con susangre —añadió la otra cabeza—, ¡quesus muertes marquen el inicio del fin delos tiempos!

Ambas fuerzas colisionaron de unmodo estruendoso en la rocosa orillasalpicada de lava al arremeter un orcocontra otro. Las armas centellearon; lashachas, los martillos, las espadas y laslanzas se alzaron, cayeron, cortaron ydespedazaron en una demostraciónsalvaje de energía, pasión y violencia.La sangre lo salpicó todo, tiñendo con

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una niebla roja esa atmósfera tancargada y de un color oscuro los árbolescercanos. El suelo, que seguía siendomuy irregular e inestable, se tornóresbaladizo, por lo cual muchosguerreros perdieron el equilibrio yfueron muertos mientras intentabanponerse de nuevo en pie.

La batalla era feroz. Los guerrerosde Cho’gall luchaban salvajemente y sinpreocuparse por sobrevivir o no, ya quesu única meta era infligir el máximodaño y sufrimiento posible. Lossoldados de Martillo Maldito luchabanpara vengarse y hacer justicia, parasaldar cuentas con ese traidor de

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Gul’dan, quien había provocado queperdieran la batalla de la capital.Ambos bandos creían firmemente en susobjetivos y ninguno estaba dispuesto arendirse.

La única diferencia entre ambasfacciones era su número de tropas. Gul’dan solo había traído a dos claneshasta ese lugar: al clan Cazatormentas,del cual era cabecilla, y el clan delMartillo Crepuscular, cuyo cabecilla eraCho’gall. Los Cazatormentas eran elclan orco más pequeño que había ytodos sus miembros eran brujos, por locual todos ellos estaban ahora con Gul’dan. En consecuencia, los orcos del

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Martillo Crepuscular eran los únicosque estaban bloqueando el avance de lasfuerzas de Martillo Maldito. Rend yMaim Puño Negro habían traído hastaese lugar al grueso del clan DienteNegro, uno de los más numerosos de laHorda. Los guerreros del MartilloCrepuscular sabían que los superaban ennúmero. A medida que la batallaavanzaba, ambos bandos fueronsufriendo muchas bajas y la diferencianumérica empezó a notarse.

Sin embargo, esos orcos guerrerostan fanáticos se negaron a rendirse ylucharon hasta el último aliento. Sellevaron por delante a muchos soldados

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de Martillo Maldito (el mismo Cho’gall,por ejemplo, mientras caía malherido alsuelo, le cortó el brazo derecho a uno delos orcos Diente Negro más fuertes, apesar de que este le acababa de clavarsus dos hachas en el pecho y, además, leclavó la punta posterior de su hacha deguerra a otro Diente Negro en el ojo),pero al final, esa abrasadora orillaquedó repleta de cadáveres y solo lastropas que los Puño Negro habíanllevado hasta ahí siguieron en pie.

—Y, ahora, a por Gul’dan —dijoRend, mientras limpiaba su hacha sobreel pecho de un orco caído, cuyo cadávertenía un tajo enorme en el tórax del cual

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aún manaba sangre—. Ese brujo tieneque responder de muchas cosas.

Gul’dan se encontraba en la base deun templo antiguo, cuyas paredesexteriores apenas eran visibles bajosiglos de musgo, hongos, corales ypercebes. Pudo distinguir algunascaracterísticas en su arquitectura que lerecordaban a los edificios que habíavislumbrado en Quel’Thalas tanto engrandeza como en estilo. Los elfoshabían construido ese edificio queestaba seguro que, en su día, había sidomuy hermoso y suntuoso. Ahora, sin

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embargo, sus muros estaban desgastadospor el paso del tiempo y la estructuraparecía más una formación natural detierra recubierta de algas y conchas quealgo que hubiera sido construidodeliberadamente. Pero su aspecto no leimportaba. Lo que realmente leemocionaba era esa energía pulsante quepodía percibir mentalmente, ya que esepoder tiraba de él con tanta fuerza que,prácticamente, podía ver su aura trémularodeando el edificio.

—Ya está dentro —le dijo a Drak’thul y a todos los demás—.Tenemos que entrar.

Había dudado entre si debían

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acompañarlo más allá de las escalerasfrontales del templo o no. Sabía que laTumba de Sargeras se hallaba ahí dentroy que, dentro de esta, se encontraba elOjo de Sargeras, el cual poseía uninmenso poder que podía rivalizar conel de un dios. Pero ¿sería capaz dehacerse con ese poder él solo, o se veríaobligado a compartirlo con el resto delConsejo de la Sombra? Al final, habíadecidido que, como no sabía qué máspodría albergar ese templo en suinterior, sería mejor que entraraacompañado de sus siervos y ayudantes.Además, si acababa siendo necesario,siempre podría matarlos cuando llegaran

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a la tumba propiamente dicha.Gul’dan entró con suma cautela y

creó un orbe de luz verde para poder vermejor todo cuando le rodeaba. Lospasillos y las estancias que vio ahídentro estaban tan alterados como elexterior del edificio; los suelos seencontraban cubiertos de arena, tierra yalgas; los muros estaban cubiertos dealgas y conchas de diversas clases ytamaños. Incluso las puertas habíansufrido los estragos del tiempo; suscontornos se habían ido suavizando,redondeando y deformando por culpa delos moluscos y demás criaturas que sehabían ido aferrando a ellas durante

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todos esos años.—Deprisa, necios —les espetó,

presa de la impaciencia, a suscompañeros de clan—. ¡Desplegaos ybuscad el pasillo principal! ¡Debemosllegar a la Cámara del Ojo antes de quelos guardianes de la tumba sedespierten!

—¿Los guardianes? —preguntódubitativo uno de los brujos, UrlukMatanubes—. ¡No dijiste nada acerca deunos guardianes!

—¡Malditos cobardes! —exclamó Gul’dan, a la vez que le cruzaba la caraa Urluk, que entonces se encogió demiedo—. ¡Os he dicho que os deis

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prisa!Al instante, los brujos obedecieron

espoleados por la ira de su líder, que seimpuso, al menos momentáneamente, asu miedo a ese extraño lugar y a loshorres que tal vez contuviera. Trasregistrar todo el edificio, dieron con unancho pasillo central que decidieronseguir.

Sin embargo, cuanto más seaventuraban en el interior de aquel lugar,menos eran los estragos que el paso deltiempo había causado en él. Ahora, Gul’dan podía apreciar las excelentestallas de las columnas y los pilares y losdelicados grabados de las paredes, así

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como los hermosos mosaicos quecubrían el suelo y el techo. Si bien la saldel mar había borrado las pinturas hacíalargo tiempo, por supuesto, todavíaquedaban suficientes elementosdecorativos que permitían apreciar lohermoso que había sido en su día eseedificio, un templo realmente suntuoso yvistoso que habría impresionado acualquiera por muy hastiado queestuviera de la vida y el mundo.

Gul’dan, sin embargo, ignoró todaesta belleza. Solo estaba interesado enuna cosa: en esa magia que lo aguardabaen la cripta situada en las entrañas deltemplo. Cuando por fin llegaron a la

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puerta de la cripta, se detuvo parasaborear el momento.

—Y, ahora, Sargeras —susurró—,voy a reclamar para mí todo cuantoquede de tu poder… ¡y doblegaré a esteinfame mundo!

Con solo percibir esa energía, sussentidos se encontraban alterados y sumente se estremecía de impaciencia. Laesfera de luz verde, que no había sidomás grande que su mano cuando laconjuró, doblaba ahora en tamaño a sucabeza y el brillo de ese trémulo fuegoverde se había vuelto tan intenso que nopodía mirarlo directamente y desprendíatanto calor que tenía que mantenerlo en

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el centro del pasillo para que noderritiera las paredes. ¡Y eso que solose hallaban en las proximidades de lafuente de ese poder! ¿Qué sería capaz dehacer cuando entrara en contacto con esafuente y absorbiera todo su poder?

Mientras se hallaba sumido en esospensamientos, Gul’dan indicó con unaseña a los demás que retrocedieran. Suscompañeros de clan se retiraronobedientemente al rincón más alejado deesa estancia. Acto seguido, su cabecillaestiró el brazo y agarró el pesado pomode la descomunal puerta de hierro negrode la cripta. Era uno de los pocoslugares de todo el templo que carecía de

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ornamento alguno. Su tremenda sencillezla dotaba de una grandiosidad de la quecarecían las estatuas y tallas. Esoindicaba, sin duda alguna, que ese era unlugar demasiado importante paramancillarlo con tales fruslerías. Comoestaba ansioso por ver qué había ahídentro, Gul’dan tiró del pomo con todassus fuerzas. Notó que estaba un tantoatascado tras tantos siglos sin haber sidousado y también sintió un cosquilleo queindicaba que le estaba afectando algúnhechizo. No era algo dañino, sino másbien un mecanismo de activación de unconjuro que un encantamientopropiamente dicho, ya que, tras él, podía

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percibir otro sortilegio mucho máspotente. El primer conjuro lo atravesó ylo abandonó, pero el otro que seencontraba ligado a él no se activó, tal ycomo Sargeras le había asegurado.Aegwynn había protegido con hechizosesa cripta para que ningún humano, elfo,enano o gnomo entrara en ella; es decir,ninguna raza oriunda de ese mundopodía entrar ahí. Pero como él era unorco de Draenor (de un mundo cuyaexistencia jamás tuvo conocimientoAegwynn), el encantamiento no leafectaba, por lo que pudo seguir tirandodel pomo hasta el final, lo que provocóque sonara un fuerte clic. Entonces, de

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un fortísimo tirón, abrió la puerta de paren par.

Tras el umbral, había una oscuridadque ni siquiera la luz de Gul’dan fuecapaz de penetrar. Unas tinieblas tangélidas que, en ese instante, se leentumecieron los dedos de frío y sualiento se transformó en hielo.Lentamente, esas tinieblas cobraronforma y se fusionaron para crear unaspequeñas siluetas, unas siluetas que seescabullían, arrastraban y retorcían, quecontaban con unos ojos que poseían unaoscuridad aún más profunda que el restode su ser, pues eran tan tenebrosos quecon solo mirarlos uno se hacía daño a la

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vista. Esas siluetas oscuras sonrieron alaproximarse a la puerta de la cripta yabandonar su prisión eterna. Seabalanzaron sobre Gul’dan y sus brujos.

Eran demonios. Y no se parecían ennada a ninguno que hubiera visto hastaentonces. Gul’dan pensaba que se habíaenfrentado a criaturas terribles en elpasado, pero estos demonios hacían queesos otros parecieran meras sombrasinofensivas que podían ser disipadascon suma facilidad.

¡No!, gritó Gul’dan mentalmente, yaque era incapaz de lograr que su bocadiera forma a las palabras para poderpronunciarlas en voz alta. ¡Esto no es lo

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que se supone que debía ocurrir!¡Sargeras me lo prometió! Intentórecurrir a su magia, alzar las manos,correr… hacer algo, lo que fuera. Sinembargo, el mero hecho de ver a esosseres delante de él lo había dejadoparalizado en cuerpo y alma. De esemodo, él, que se había creído un granmaestro de las artes arcanas, no pudohacer nada, salvo limitarse a mirar yestremecerse mientras se arrastrabanhacia él dispuestos a acariciarle la caracon sus tenebrosas garras.

En cuanto notó la primera caricia, Gul’dan superó la parálisis. Huyó raudoy veloz y cayó al suelo al intentar huir lo

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más rápido posible de ese lugar depesadilla. Drak’thul y los demás, quehasta hace unos segundos habían estadojusto detrás de él, ya no se encontrabanahí; debían de haber huido. Unos gritosreverberaron por toda la cripta encuanto Gul’dan atravesó un pasillo trasotro corriendo. Le quemaba la cara alládonde esas garras le habían tocado, perono se dio cuenta de que había sufrido unprofundo corte hasta que se llevó unamano a la mejilla.

—¡Maldito seas, Sargeras! —juró,mientras avanzaba dando tumbos entrelas columnas y los pilares, entre lassalas y los recovecos ¡No me vas a

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derrotar así! ¡Soy Gul’dan! ¡Soy laencarnación de las tinieblas! Esto nopuede acabar… así.

Se paró para tomar aire y poderescuchar si algo lo seguía. No oyó nada.Los gritos habían cesado. Malditosdeficientes mentales, pensó, mientras seacordaba de los Cazatormentas que lohabían seguido hasta ahí.

—¡Seguramente, ya deben de estartodos muertos! —exclamó. Como ledolía la mejilla, se llevó la mano a laherida y apretó, para impedir quesiguiera manando sangre de ese corte.Se sentía un tanto mareado y ciertadebilidad en las extremidades—. Aun

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así, debo seguir —se dijo a sí mismocon un tono sombrío—. Mi poderdebería bastar para…

Gul’dan dejó de hablar y escuchócon atención. ¿Qué era ese ruido? Eraalgo tenue y repetitivo que le puso lospelos de punta y transmitía unasensación de crueldad y… ¿diversión?

—Esa risa… ¿Eres tú, Sargeras? —inquirió apremiante—. ¿Pretendesburlarte de mí? ¡Ya veremos quién ríe elúltimo, demonio, cuando me haga con tuabrasador Ojo!

Dobló una esquina y se adentró enuna amplia habitación, cuyas paredescarecían, sorprendentemente, de todo

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adorno. Inspirado por algo a lo que nopodía dar nombre, Gul’dan se acercó ala pared más cercana y escribió en ella,garabateó una descripción de la cripta ysus guardianes con su propia sangre. Lefallaron las fuerzas varias veces, lepesaba tanto la mano que no podíalevantarla.

«Los guardianes me han tendido…una emboscada», escribió apretando confuerza. «Me muero». Como sabía queeso era inevitable, hizo todo lo posiblepor acabar de redactar su relato antes deque la muerte se lo llevara. Mientrastanto, a sus espaldas, podía oír ya losmismos arañazos impacientes y secos

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que había oído dentro de la cripta.Venían a por él.

«Si mis siervos no me hubieranabandonado», escribió, a pesar de queapenas era capaz de enfocar la vista y deque tenía tan contraída la garganta queno podía pronunciar palabra alguna.Entonces, se dio cuenta de que todo esono era culpa de sus esbirros, sino suya.Todo ese tiempo, había creído que era élquien controlaba la situación cuando, enrealidad, no había sido más que unprimo, un peón, un esclavo. Su mismaexistencia había sido una farsa, una merabroma, que pronto terminaría.

He sido un necio, pensó. Dejó de

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escribir y se volvió para huir corriendo,a pesar de que ya sabía que erademasiado tarde.

Entonces, Gul’dan notó que leclavaban unas garras muy profundamentey reunió las pocas fuerzas que aún lequedaban para proferir un grito.

Rend extendió un brazo para impedira Maim que siguiera avanzando.

—No —dijo en voz baja, mientras lasangre aún manaba de la herida que sehabía hecho al rozarse con el cinturón deun guerrero caído.

—Tenemos que ir a por Gul’dan —

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insistió Maim, pese a que se tambaleabapor culpa de las heridas que habíarecibido. De hecho, llevaba unosvendajes improvisados sobre una piernay un hombro que ya estaban empapadosde sangre.

—Ya no hace falta —le aseguró suhermano—. Esas… criaturas nos hanhecho el favor de completar nuestramisión.

Algo muy extraño había emergidodel edificio que tenían ante ellos, algocon muchas extremidades, articulacionesy dientes. Otras aberraciones similareslo habían seguido y, juntos, habíanatacado a los orcos sin parar,

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destrozándolos como si fueran unosanimales locos de hambre que acababade dar con una presa. Aunque variosorcos se habían quedado paralizados demiedo al ver a esas criaturas tanaterradoras, otros les habían plantadocara y habían dado buena cuenta de laúltima de todas ellas; no obstante, esaaberración logró matar a una decena deorcos antes de dejar de morder ygolpear definitivamente, antes de morirpor las múltiples heridas que le habíaninfligido.

Esas criaturas habían salido de esemismo edificio. De todos esosguerreros, solo Rend era capaz de

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percibir levemente la magia. Y estepudo notar que había algo mágico dentrode esa extraña estructura antigua quetenían delante. Algo inmensamentepoderoso, un mal más allá de loimaginable. Algo que estaba dominadopor un intenso odio hacia todo ser vivo.Esas aberraciones que acababan de vereran solo una mera muestra de unaínfima fracción de su poder.

De improviso, algo hizo queperdieran el equilibrio. Se oyó un ruidoensordecedor procedente de la entradadel edificio y un grave estruendo querecordaba a unas carcajadasprocedentes de algún lugar situado en

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las entrañas de esa construcción. Unagran cantidad de aire, fétida ynauseabunda, salió despedida de esaestructura, así como algo más, algo quehizo que se le pusieran los pelos depunta a Rend. A pesar de que no vionada, estaba seguro de que había sentidocómo una maldad muy pura abandonabaese extraño lugar, que había explotado alsalir y se había disuelto bajo la luz delsol. No obstante, el estruendo seprolongó y el suelo empezó a temblar.Súbitamente, aparecieron unas grietas enlas rocas que pisaban. La isla entera seestaba haciendo pedazos.

—Gul’dan ya no es una amenaza —

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afirmó Rend al mismo tiempo que seponía de nuevo en pie.

De algún modo, sabía que lo queacababa de decir era verdad. Daba iguallo que Gul’dan había esperado hallar enese lugar, pues solo había hallado supropia muerte. Rend esperaba quehubiera sido una muerte lenta ydolorosa. Estaba bastante seguro de queasí había sido.

—¿Y ahora qué vamos a hacer? —preguntó Maim mientras se alejaban deahí, dejando el templo atrás.

—Vamos a volver con MartilloMaldito —contestó Rend—. Aúntenemos una guerra que luchar. Y ahora,

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al menos, ya no nos tendremos quepreocupar de que algún traidor frustrenuestros esfuerzos desde dentro. Así queno creo que nuestro líder tenga nada quereprocharnos, y si lo tiene, que lo hagasi se atreve.

Juntos, ambos hermanos sedirigieron a la orilla, donde losaguardaban sus barcos.

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CAPÍTULODIECIOCHO

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—¿E stamos listos?—Sí, señor.Daelin Valiente asintió, pero

no apartó la mirada de lo que había másallá de la baranda de estribor.

—Bien. Da la señal para que todosocupen sus puestos. Atacaremos encuanto nos hallemos a la distanciaadecuada.

—Sí, señor.El intendente le saludó, se acercó a

la gigantesca campana de cobre quependía cerca del timón y la hizo sonardos veces muy seguidas. De inmediato,

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Valiente oyó unas pisadas presurosas, elroce de unas cuerdas y los tropezones dealgunos hombres que cayeron al suelomientras todos se dirigían raudos yveloces a ocupar sus puestos de combateen el buque insignia. Sonrió. Le gustabael orden y la precisión, y eso lo sabía sutripulación. Había escogidopersonalmente a todos y cada uno de sustripulantes. Jamás había navegado conun grupo tan excelente. Aunque nuncareconocería eso en público, sus hombreslo sabían.

Valiente volvió a centrar su atenciónen el mar y observó detenidamente lasolas y el cielo. Alzó su catalejo de

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cobre y miró a través de él, en busca deesas pequeñas siluetas oscuras que yahabía divisado con anterioridad. Sí, ahíestaban. Ahora, eran bastante másgrandes y podía distinguirlas muchomejor, incluso podía contar cuántas eran,en vez de ver solo una silueta irregular,tal y como le había sucedido antes.Estaba seguro de que el vigía podíaverlas incluso mejor que él desde lacofa y de que, dentro de diez minutos,quedaría claro que esas siluetas teníanla inconfundible forma de unos barcos.

De unos barcos orcos.De la flota de la Horda, para ser más

preciso.

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Valiente exteriorizó la inquietud quelo dominaba por dentro con un únicogesto: propinando un puñetazo a esabaranda de robusta madera. ¡Por fin!Había soñado con tener esta oportunidaddesde que la guerra había comenzado.Cuando Sir Turalyon le informó de quela Horda se dirigía a Costasur, habíaestado a punto de dar un bote de alegría,asimismo, había tenido que hacer ungran esfuerzo para disimular suentusiasmo cuando los vigías le habíanconfirmado que las naves orcossurcaban el Mare Magnum.

Los vigías también le habíaninformado de que los orcos viajaban en

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dos grupos separados. El primero habíapartido inmediatamente y el segundo lohabía hecho más tarde, aunque se habíaapresurado para dar alcance al primero.No estaba claro si se habían dejadollevar por las prisas y no habían sidocapaces de coordinar mejor a ambosgrupos, o si el segundo grupo estabapersiguiendo al primero. ¿Acaso algunafacción de esos orcos se habíarebelado? Valiente lo ignoraba y no leimportaba Le daba igual adónde habíanido y qué habían estado haciendo. Loúnico que le importaba era que losnavíos orcos regresaban de ese destino ysurcaban de nuevo el Mare Magnum, de

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vuelta a Lordaeron.Por tanto, se encontraban a su

alcance.Ahora podía observar esos barcos

sin necesidad de utilizar su catalejo.Avanzaban con gran celeridad a pesar decarecer de velas; había tenido laoportunidad de examinar de cercaalgunos barcos orcos y se habíamaravillado ante la gran cantidad debancadas de remeros que disponían, yaque debían de alcanzar una granvelocidad cuando un gran número deorcos de constitución robusta remaban alunísono. Claro que lo que ganaban envelocidad lo perdían en

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maniobrabilidad. Sus propios barcospodían navegar en círculos, literalmente,alrededor de los navíos orcos. Pero notenía ninguna intención de alardearinútilmente. Las batallas navales eran unasunto muy serio; además, Valientepretendía hundir esa flota orco de lamanera más rápida y eficiente posible.

En esos momentos, los aguardabatras la isla de Catacresta, justo alnordeste de su amada Kul Tiras.Aguardaba ahí, con toda su flota a susespaldas, con sus cañones preparados, aque los orcos se cruzaran en su camino.

Y eso fue justo lo que hicieron.—¡Fuego! —gritó Valiente en cuanto

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el décimo barco orco pasó junto a suposición.

No daba la impresión de que losorcos los hubieran divisado aguardandoen silencio entre esas dos islas, con lasvelas arriadas y las luces tapadas. Laprimera andanada de cañonazos pilló asu objetivo completamente por sorpresay destruyó casi toda la parte central deese barco, lo cual provocó que seacabara partiendo en dos y se hundierainmediatamente.

—¡Izad las velas! ¡Avante a todavela! —esa fue su siguiente orden.

El barco avanzó entre las aguasmientras izaban las velas y el viento las

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hinchaba. Y mientras la sección deartillería estaba recargando los cañones,otros marineros permanecían a la esperade instrucciones con sus ballestas enristre y unos pequeños barriles depólvora preparados.

—Apuntad a la siguiente nave de lahilera —les ordenó Valiente.

Los tripulantes asintieron y lanzaronlos barriles al siguiente barco orco.Acto seguido, dispararon una salva deflechas, que habían sido envueltas conunos trapos impregnados de aceite a losque habían prendido fuego. Uno de losbarriles explotó, provocando un granincendio en cubierta, y, a continuación,

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otro más. En breve, el navío ardía porlos cuatro costados, ya que el fuegoengulló enseguida sus tablas de maderarecubiertas de brea. Entonces, el barcode Valiente dejó atrás esa hilera denavíos orcos y se dio la vuelta parapoder atacarlos desde lejos.

Todo iba tan bien como valientehabía esperado. Los orcos no eranmarineros y sabían muy poco acerca denavegación y combates navales. Noobstante, eran unos guerreros temiblesen el combate cuerpo a cuerpo y, portanto, muy peligrosos en caso deabordaje, por lo cual había dadoinstrucciones a sus capitanes de que se

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mantuvieran siempre a una distanciaprudencial para evitar ser abordados.Varios de sus navíos, que lo habíanseguido cuando había atravesado laformación de la flota enemiga, atacabanahora a los orcos desde la lejanía,mientras que un segundo grupo, que sehabía quedado en Catacresta, losatacaban desde ahí. Un tercer grupo, quehabía pasado junto a los orcos y sehabía alejado de ellos, estaba ahoradando la vuelta para bloquear el paso alas naves orcos que habían sobrevividoa la primera batalla y un cuarto se habíadirigido hacia el sur para completar elcírculo. Pronto, la flota orco se hallaría

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completamente rodeada y seria atacadapor todas partes. El enemigo habíaperdido ya tres barcos y Valientetodavía no había sufrido ni una solabaja. Se permitió el lujo de esbozar unasonrisa, algo que rara vez hacía. Enbreve, el mar quedaría libre de orcosuna vez más.

Entonces, el vigía vociferó:—¡Almirante! Algo se dirige hacia

nosotros… ¡y viene por el aire!Valiente alzó la mirada y vio que ese

marinero, que miraba fijamente hacia elnorte, estaba pálido y temblaba. Apuntócon su catalejo en esa dirección y, alinstante, divisó lo que debía de haber

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impulsado al vigía a gritar. Unas motitasoscuras se dirigían hacia ellos tras haberabandonado el abrigo de las nubes. Pesea que se hallaban muy lejos como parapoder distinguirlas con claridad, podíaadivinar que eran varias y que seaproximaban a gran velocidad. No sabíaqué eran esas cosas capaces de volarcon las que contaba la Horda, pero suintuición le indicó que esa batalla aúnno había acabado de ninguna manera.

Derek Valiente, que se encontraba allado del timonel, alzó la vista.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó al

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vigía, pero el marinero se habíarefugiado en la cofa y parecía temblartanto que era incapaz de responder.

Como temía que hubiera sufridoalguna especie de ataque, Derek seagarró a las jarcias más próximas y sesubió hasta el mástil central. Una vezahí, se agarró las jarcias principales ysubió por ellas hasta la verga principal,desde donde fue caminando hasta lacofa.

—¿Gerard? —inquirió, con lamirada clavada en el marinero que yacíahecho un ovillo ahí dentro—. ¿Teencuentras bien?

Gerard alzó la vista hacia él, con

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lágrimas en los ojos, y se limitó a negara con la cabeza y a acurrucarse aún más.

—¿Qué ocurre?Derek se metió dentro de la cofa y se

agachó junto al marinero. Conocía aGerard desde hacía años y confiaba enél sin reservas. Pero ahora que sehallaba allá arriba pudo comprobar queGerard no estaba para nada enfermo,sino aterrorizado, tan asustado que eraincapaz de hablar. El mero hecho depensar que existía algo capaz deatemorizar de ese modo a un valientemarinero curtido en mil batallas hizoque un escalofrío le recorriera laespalda.

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—¿Has visto algo? —le preguntócon suma delicadeza.

Gerard asintió y apretó los ojos confuerza, como si así quisiera borrar esacosa, fuera lo que fuese, de su memoria.

—¿Dónde? —insistió.Por un segundo, el vigía negó con la

cabeza, pero al final, señaló con unamano temblorosa hacia el norte.

—Descansa —le susurró Derek,quien, acto seguido, se puso en pie y segiró para ver qué era eso que habíaespantado tanto a su amigo y compañerode tripulación.

En cuanto lo divisó, estuvo a puntode desmayarse.

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Ahí, entre las nubes, había un dragónque descendía en picado, cuyas escamasbrillaban con un color rojo sangre bajola luz del alba. Detrás de él, pudo ver aun segundo dragón y a un tercero y luegoa varios más, hasta que, al final, pudodivisar a una decena de esas colosalescriaturas que volaban formando unabandada y batían sus alas coriáceas confuerza para mantenerlas en el aire yllevarlas hasta su objetivo.

La flota.Derek apenas se percató de que los

grandes ojos dorados del dragón líderestaban teñidos claramente de angustia,ni de que una figura de piel verde se

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encontraba encaramada sobre su lomo,ya que estaba demasiado ocupadocalculando el impacto que esosmonstruos podrían tener en la batalla.Cada uno de ellos era más grande quecualquier barco que no fuera undestructor y, además, eran capaces devolar y considerablemente más rápidosy ágiles. Probablemente, serían capacesde atravesar sus cascos con facilidadcon esas gigantescas garras, o dedestrozar los mástiles como si fueranunas meras ramitas. Tenía que advertiral resto de la flota… ¡tenía que avisar asu padre!

Derek se volvió y se inclinó sobre la

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cofa para darle nuevas instrucciones agritos a su timonel. Entonces, captó quealgo se movía por el rabillo del ojo yvolvió a alzar la mirada. El dragón líderestaba ya muy cerca, tanto como paraque Derek pudiera ver que el orco queiba montado a su espalda sonreía deoreja a oreja. Al instante, la gigantescacriatura abrió sus enormes fauces. Derekvio una larga lengua bífida rodeada deunos afilados dientes triangulares casitan altos como él mismo. Acto seguido,divisó un fulgor en las profundidades delas fauces del dragón. Ese brillo avanzópresuroso y se expandió. De repente, elmundo entero ardió a su alrededor. Ni

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siquiera tuvo tiempo para gritar antes deque las llamas lo consumieran. Sucadáver se deshizo en cenizas al caer.

Con una sola batida, los dragonesdestruyeron la Tercera Flota entera; losseis barcos que la conformaban. Todoscuantos iban a bordo de esas navesperecieron. A continuación, los jinetesde dragón obligaron a sus monturas adarse la vuelta y se dirigieron hacia laPrimera Flota y los demás barcos que seinterponían entre los orcos y su libertad.

—¡Malditos sean! ¡Malditos seantodos ellos!

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El almirante Valiente se aferró contanta fuerza a la baranda que creyó que obien acababa fracturándose los dedos obien le acababa arrancando unos cuantosfragmentos de madera. Observó cómo sehundían bajo las olas los últimos restosdel destructor de la Tercera Flota, queardían cual meros rescoldos sobre elmar. Era consciente de que eraimposible que Derek o cualquier otrotripulante hubieran sobrevivido.

Pero ya se dejaría arrastrar por lapena más adelante, si lograba sobrevivirhasta entonces. Valiente arrinconó todopensamiento sobre su hijo mayor en unrecoveco de su mente y se concentró en

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las implicaciones tácticas de lo queacababa de suceder. Los orcos ahora,una vez más, tenían vía libre hacia elnorte. Sus naves podían avanzarmientras los dragones hostigaban a laflota de la Alianza y la obligaban a dejarpasar a sus enemigos. Si eso sucedía,los orcos podrían desembarcar otra vezen las Tierras del Interior o en Costasury podrían sumarse al resto de la Horda.Si eso ocurría, Valiente fracasaría.

Y eso era totalmente inaceptable.—¡Da la vuelta! —ordenó,

sobresaltando así a su timonel, queobedeció al instante—. ¡Quiero que lamitad de nuestras naves se dirijan al

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norte y vuelvan a bloquearles el paso!¡El resto se quedarán donde están ycontinuarán atacando!

El marinero asintió.—Pero… los dragones —acertó a

decir, a pesar de que ya estaba haciendogirar ese gran timón para que el barcodiera la vuelta.

—No son más que un enemigo comocualquier otro —replicó Valiente conbrusquedad—. Los combatiremos comoharíamos con cualquier navío enemigo.

Sus hombres asintieron y cumplieronsus órdenes de inmediato. Arriaron lasvelas al mismo tiempo que la navegiraba y se colocaba a sotavento.

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Recargaron los cañones y los apuntaronhacia arriba, tras colocar bloques demadera y otros objetos bajo ellos paraelevarlos. Volvieron a colocar flechasen las ballestas y prepararon barriles depólvora. En cuanto el primer dragón seabatió sobre ellos, Valiente desenvainósu espada y la alzó. Acto seguido, labajó bruscamente.

—¡Atacad!Era un plan valiente… pero fracasó

miserablemente. El dragón esquivótodos los cañonazos y los proyectilesacabaron en el fondo del mar. Con susalas, apartó los barriles de pólvora quele lanzaron y, simplemente, se limitó a

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ignorar las flechas llameantes de lasballestas, que rebotaronestruendosamente en sus escamas sininfligir daño alguno. No obstante, laferocidad del ataque obligó a retrocedera la criatura, lo cual concedió ciertotiempo a Valiente para que pudieraconcebir otra estrategia.

Por fortuna, no hizo falta.Mientras cavilaba sobre si debía

utilizar cuerdas y cadenas para intentaratar con ellas a esos dragones o para, almenos, hacerlos tropezar, varias figurasnuevas cayeron de las nubes. Estas eranmucho más pequeñas que los dragones,aunque tal vez fueran el doble de

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grandes que un hombre normal; poseíanunas alas cubiertas de plumas, unaslargas colas copetudas y unos picosorgullosos. A lomos de cada una de esascriaturas volaba un tipo enano cubiertode tatuajes y ataviado con una armaduramuy extraña decorada con plumas, queblandía un descomunal martillo.

—¡Atacad, enanos Martillo Salvaje!—exclamó Kurdran Martillo Salvaje,quien se puso de pie sobre su silla ylanzó su martillo de tormenta, que fue aimpactar contra el pecho del jinete dedragón más cercano.

El sorprendido orco no tuvo tiempode reaccionar. Se cayó de su silla, con el

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pecho aplastado, y soltó tanto su armacomo las riendas al abandonarlo la vida.Su cadáver desapareció bajo las olas.Su dragón rugió de sorpresa y rabia. Subramido pudo oírse por encima delestruendo del trueno que se ibadisipando, aunque pronto se transformóen chillidos de dolor, ya que Cielo’reele clavó sus afiladas garrasprofundamente en un costado,atravesando con facilidad las escamas,de las que manó una sangre oscura. Elgrifo de Iomhar (otro enano que seencontraba al lado de Kurdran) learrancó una larga porción del alaizquierda al dragón con su pico y sus

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garras, lo que provocó que el dragón seescorara de un modo dramático.Entonces, Farand lanzó su martillodesde la lejanía y le acertó en la cabezaal dragón. El golpe retumbó con granfuerza. La vista de la gigantesca criaturase tornó borrosa y cayó. Una ola enormese alzó en cuanto impactó contra esasaguas, de las cuales ya no emergió.

Kurdran sobrevoló el barco másgrande que divisó.

—¡Hemos venido a ayudar! —legritó al hombre esbelto que seencontraba en el puente. Este asintió y lesaludó con la espada que sostenía en lamano—. Nosotros nos ocuparemos de

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esas bestias —le aseguró Kurdran—.Vosotros ocupaos de esos barcos.

El almirante Valiente volvió aasentir y esbozó una desagradable ytensa sonrisa.

—Oh, te aseguro que nosocuparemos de ellos como es debido —le dijo al enano. Acto seguido, se volvióhacia su timonel—. Sigue avanzando —le ordenó—. Les bloquearemos elcamino, tal y como habíamos planeado,y, a continuación, estrecharemos elcerco. ¡No quiero que ni un solo barcoorco se escape!

Los Martillo Salvaje atacaron a losdragones con furia, mataron a varios y

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obligaron a retroceder a los demás. Elresto de las naves de Valiente rodearona la flota orco y los atacaron por todaspartes simultáneamente con sus cañones,utilizando pólvora y fuego a raudales. Elalmirante perdió otro barco que seacercó demasiado a un navío orco queya se hundía. Los orcos abordaron lanave de la Alianza y asesinaron a casitoda la tripulación antes de que elmoribundo capitán pudiera lanzar unbarril de pólvora a la bodega, que, alestallar, abrió un gran agujero en elbarco. Asimismo, habían perdido laTercera Flota entera y unas cuantasnaves desperdigadas aquí y allá a manos

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de los dragones. Pero los orcos habíanperdido mucho más. No obstante, unpuñado de sus barcos logró huir, aunqueel resto cayó ante la furia de Valiente.Algunos orcos supervivientes salvaronla vida al mantenerse a flote nadando oaferrados a tablas de madera y paloshechos añicos, pero el resto se ahogó omurió quemado o atravesado por unaflecha. Una infinidad de cadáveres semecían sobre las olas.

Cuando el último barco de la flotaorco desapareció de la vista, el resto delos jinetes de dragón decidieron que yano podían hacer nada más en ese lugar.Hicieron girar sus monturas en el aire y

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volaron al este, hacia Khaz Modan,mientras los Martillo Salvaje losperseguían profiriendo fuertes gritos ychillidos de júbilo. Valiente observódetenidamente las naves de su flota quehabían sobrevivido, cansado perovictorioso… aunque habían pagado unalto precio por su triunfo.

—¡Señor! —exclamó uno de losmarineros, que se encontraba apoyadosobre la baranda mientras señalaba algoque había en el agua.

—¿De qué se trata? —le espetóValiente, a la vez que se colocaba a sulado.

La ira dio paso a la esperanza en

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cuanto vio lo que el marinero habíavisto: se trataba de alguien que flotabaen el mar, que escupía agua y se aferrabaa una tabla de madera destrozada.

De alguien humano.—¡Lanzadle una cuerda! —ordenó

Valiente. Los marineros se apresuraron aobedecerlo—. ¡Y buscad mássupervivientes entre estas aguas!

No tenía nada claro cómo eraposible que un miembro de la TerceraFlota hubiera acabado tan lejos del lugardonde esos barcos se habían hundido,pero al menos, uno de ellos habíasobrevivido. Eso significaba que podríahaber más supervivientes.

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No pudo evitar que en su corazónrenaciera un leve destello de esperanzaal pensar que Derek podría ser uno deellos.

Esa esperanza, sin embargo, setransformó en confusión y luego en furiacuando aquel hombre fue izado por fin abordo. En vez de la túnica verde de KulTiras, ese individuo medio ahogadoportaba un empapado uniforme deAlterac. Solo había una explicación quejustificara la presencia de los hombresde Perenolde con la flota orco en elMare Magnum.

—¿Qué hacíais a bordo de un barcoorco? —inquirió de manera apremiante

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Valiente, al mismo tiempo que apoyabauna rodilla sobre el pecho de aquel tipo.El cual jadeó y palideció, ya que estabamuy débil y casi sin resuello—. ¡Habla!

—Lord Perenolde… nos envió —acertó a decir a duras penas aquelhombre—. Los… guiamos hasta sus…barcos. Nos dijo… que… debíamosprestarles… toda la ayuda… que fueranecesaria.

—¡Traidor! —Valiente cogió sudaga y la colocó sobre la garganta deaquel hombre—. ¡Has conspirado con laHorda! ¡Debería arrancarte las entrañascomo a un pez y lanzarlas al mar!

Apretó ligeramente y pudo ver cómo

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una delgada línea roja se dibujaba en lapiel de aquel tipo, pues el afilado filo desu daga cortaba esa carne con facilidad.Pero entonces, se echó hacia atrás y sepuso de nuevo en pie.

—No, esa sería una muertedemasiado buena para ti —señalóValiente, a la vez que envainaba la daga—. Además, vivo me servirás comoprueba de la traición de Perenolde —acto seguido, se volvió hacia uno de losmarineros que se encontraba más cerca—. Átalo y mételo en el calabozo —leordenó bruscamente—. Y comprobad sihay más supervivientes. Cuantas másevidencias reunamos, antes veremos a

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Perenolde ahorcado.—¡Sí, señor!Los hombres saludaron y se

apresuraron a cumplir las órdenes.Tardaron una hora en rastrear esas aguaspor entero. Dieron con tres hombresmás; todos ellos confirmaron lo quehabía contado el primero. Tambiénhallaron a infinidad de orcos entre lasolas, pero dejaron que se ahogaran.

—Pon rumbo a Costasur —le dijoValiente a su timonel después de que elúltimo traidor de Alterac fuera subido abordo—. Nos uniremos una vez más alejército de la Alianza e informaremos deque hemos tenido éxito en nuestra misión

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y de que Alterac nos ha traicionado.Mantened los ojos bien abiertos, ya quealgunos de esas naves orcos hanescapado de nuestro ataque.

Entonces, se alejó en dirección a sucamarote, donde, por fin, podría sumirseen su hondo penar. Después, escribiríauna carta a su esposa para informarladel trágico destino de su hijo mayor.

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CAPÍTULODIECINUEVE

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—N o van a venir.El joven Tharbek se volvió,desconcertado, ante las

palabras que su líder acababa depronunciar súbitamente.—¿Qué quieres decir? —preguntó.

Martillo Maldito esbozó un gesto decontrariedad.

—El resto de la Horda no va a venir.Tharbek miró a su alrededor.—Claro, los has enviado al Mare

Magnum —replicó con sumo cuidado,pues no quería provocar la ira de susuperior—. Tardarán muchos días en

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regresar.—¡Pero si vuelan a lomos de

dragones, so necio! —Orgrim le propinórápidamente un fuerte puñetazo aTharbek en el pómulo, que hizo que eljoven orco retrocediera tambaleándose—. ¡Los jinetes de dragón deberíanhaber llegado hace días parainformarnos del avance de las tropas!¡Algo ha ocurrido! ¡La flota hadesaparecido y, con ella, el grueso denuestras fuerzas!

Tharbek asintió mientras seacariciaba el pómulo con gestotaciturno, pero no dijo nada. No teníapor qué. Martillo Maldito sabía

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perfectamente qué estaba pensando susegundo al mando: que sí no hubieraenviado a los demás clanes a perseguir aGul’dan, no tendrían ahora esteproblema.

Orgrim apretó los dientes con fuerza.¿Por qué nadie de los suyos, aparte de élmismo, era incapaz de entender lasrazones que habían justificado sudecisión? En los últimos días, desde quehabía dado orden de retirarse de lacapital, todos los orcos le habían miradodel mismo modo. Las puertas de laciudad habían mostrado entoncesalgunas diminutas grietas y se estabandoblando ante cada embestida al ariete.

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Los guardias de la ciudad habíanagotado hacía tiempo sus reservas deaceite hirviendo y ya solo les arrojabanagua hirviendo. Habían empujado a lasfuerzas de la Alianza hasta el lago, encuyo puente habían quedado atascadas.¡Tenían la victoria a su alcance! Habríabastado un solo día más, tal vez dos,para que la ciudad hubiera caído. Peroentonces, había enviado a su ejércitomuy lejos de ahí, debilitando tanto a susfuerzas que no habían podido proseguirbatallando.

Además, la Alianza no había tardadomucho en aprovechar esa repentinaventaja. Los humanos habían atravesado

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en tropel el puente justo después de quelos Puño Negro se hubieran ido de ahícon su clan. Se habían abierto pasoviolentamente a través del puñado deorcos que aún defendían esa posición yse habían dirigido al campo de batalla.De ese modo, los orcos se habían vistoatrapados entre la caballería y lossoldados a pie, por un lado, y losguardias atrincherados en la ciudad, porotro. Y, además, no contaban con recibirningún refuerzo en breve. Al resto de laHorda le costaría regresar días o inclusosemanas, tal y como había señaladoTharbek, y eso dando por sentado quefueran capaces de derrotar a Gul’dan y

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sus brujos y ogros, así como a cualquierotra cosa que este hubiera conjuradopara ayudarlo en su plan traicionero.Asimismo, había tenido que dar porsupuesto que los guerreros orcos quehabían quedado atrapados en esasmontañas o tras ellas ya estabanmuertos, que los habían matado loshumanos que habían reconquistado losdesfiladeros y les habían cerrado eseacceso. Los orcos que, en esosmomentos, se hallaban ante la ciudaderan las únicas fuerzas con las que podíacontar para realizar el asalto.

Así que había tenido que ordenarque se retirasen. Había esperado que

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por el camino se fueran encontrando conalguno de los otros clanes; además, losdragones, al menos, deberían haberllegado hace ya mucho tiempo. Sin dudaalguna, algo había ido mal, muy mal. Yle echaba la culpa a Gul’dan de todo.Aunque ese brujo no hubiera matado alos guerreros de la Horda él mismo, sutraición había obligado a MartilloMaldito a dividir sus fuerzas.

Se había visto obligado a hacerlo.Había jurado personalmente a losespíritus ancestrales que no permitiríaque su raza continuara decayendo. Quelucharía contra esa corrupción, contraesa sed de sangre, esa tendencia a

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recurrir siempre a la violencia, contodas las armas que tuviera a su alcance.Ganar la guerra no significaba nada. Supropia supervivencia no importaba. Sinhonor, eran meros animales, inclusomenos que bestias porque teníanpotencial para ser mucho más y tenían unpasado muy noble que habían denigradoa cambio de sangre, guerra y odio. Sihubiera permitido que Gul’dan escaparaimpune, habría sido culpable de tolerarese comportamiento egoísta e incluso dehaberlo; promovido, y habría sidoresponsable en parte de la degradaciónaún mayor de toda su raza.

Al menos, de este modo, Orgrim

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podría afirmar que había hecho todo loposible. Había mantenido su palabra ysu honor y, de esta manera, habíarestaurado el buen nombre de la Horda.Quizá perdieran la guerra con loshumanos, pero lo harían con orgullo, depie y con armas en sus manos, y nodando alaridos ni lloriqueando.

Además, la guerra todavía no habíaacabado. Aunque estaba guiando a susguerreros hacia el sur, los estaballevando hacia el este en vez del oeste.Khaz Modan los aguardaba ahí, entreLordaeron y Azeroth. Era el hogar de losenanos y ya habían atravesado esaregión para llegar a esas tierras. Pese a

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que los enanos habían demostrado serunos oponentes formidables, susfortalezas de las montañas habían caídoante el poder de la Horda, todas salvo laciudad de Forjaz, que había resistido susenvites. Martillo Maldito había dejadoahí a Kilrogg Mortojo y su clan FosoSangrante para supervisar lasoperaciones en las minas que, al final,habían llevado a la construcción de suflota. Si pudiera llevar a sus guerrerosde vuelta a ese lugar y unirse a lasfuerzas de Kilrogg, contarían con unejército importante de nuevo, capaz deenfrentarse y destruir a las tropas de laAlianza que los perseguían. Sí, las

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batallas serían mucho más complicadasy tardarían mucho más en conquistar;esas tierras, pero todavía podrían llegara dominar ese continente y convertirloen su hogar.

Siempre que nada más fueraterriblemente mal.

—¡Humanos! —exclamó entrejadeos el orco explorador, que cayó derodillas de puro agotamiento—. ¡Aleste!

Martillo Maldito lo miró fijamente.—¿Al este? ¿Estás seguro?Ni siquiera le hizo falta ver cómo el

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explorador asentía cansado para saberque ese orco no estaba mintiendo. Pero¿cómo era posible que los humanos sehallaran al este cuando los habían estadopersiguiendo a lo largo de todo elcamino y Lordaeron se encontraba alnorte y oeste de ese lugar?

Entonces, se acordó de… ¡lasTierras del Interior! Había dejado a unaparte de sus fuerzas en ese lugar, habíadejado ahí a un clan para distraer a loshumanos mientras el resto marchabanhacia Quel’Thalas. La estratagema habíafuncionado y los humanos habían dejadoa la mitad de sus tropas ahí paraexpulsar a los orcos los bosques de esas

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tierras. Al parecer, esos guerreros no sehabían dirigido en su momento a lacapital, por lo que ahora se dirigíanhacia ellos desde el este. Lo cualsignificaba que, si no tenía cuidado, susorcos podrían acabar atrapados entredos ejércitos de la Alianza y, por tanto,la Horda tendría que despedirse de suúltima oportunidad de escapar y, porsupuesto, de alcanzar la victoria.

—¿Cuántos son? —inquirió con untono apremiante al explorador, queestaba bebiendo agua a tragos de unodre.

—Cientos, o quizá más —contestó,por fin, el orco, que frunció el ceño

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mientras pensaba detenidamente larespuesta—. Y algunos de ellosportaban unas armaduras muy pesadas.

Orgrim esbozó un gesto decontrariedad y se alejó de ahí, trazandograndes arcos con su martillo en el airepara dar una vía de escape a la ira quebramaba en su interior. ¡Malditoshumanos! Esos guerreros de la Alianzaeran tantos que podrían destrozar a susfuerzas, sobre todo ahora que lacaballería aliada se acercabarápidamente a los orcos por

la retaguardia. Y todavía seencontraba a varios días de camino deKhaz Modan. Tampoco habían visto ni

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rastro de los jinetes de dragón ni deninguno de sus otros hermanos perdidos.

Se había quedado sin opciones.Martillo Maldito alzó la vista y sumirada se cruzó con la de Tharbek.

—Acelerad el paso —le dijo a sulugarteniente—. Avanzad a máximavelocidad. No habrá descansos.Tenemos que llegar a Khaz Modancuanto antes.

Tharbek asintió y se marchócorriendo para vociferar esas órdenes alos demás orcos. Orgrim gruñó mientrasobservaba marcharse al joven guerrero.El hecho de tener que alejarse corriendodel enemigo se asemejaba demasiado a

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una derrota, y esa era una posibilidadque ni siquiera quería plantearse. Noobstante, no podía arriesgarse aenzarzarse en una batalla en campoabierto con ellos. tenía que unirse alclan Foso Sangrante primero. Después,podría darse la vuelta y enfrentarse alejército de la Alianza de igual a igual.

—¡Ahí están! —exclamó Tharbek,señalando a alguien.

Orgrim asintió, pues ya había vistoal explorador orco que estabaagazapado en la cima del risco.

—¡Saludos, Martillo Maldito! —

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gritó el explorador, que se enderezó amedida que Orgrim y Tharbek seaproximaban y alzó su hacha a modo desaludo—. ¡Los Foso Sangrante os damosla bienvenida a Khaz Modan!

—Gracias —vociferó MartilloMaldito, mientras sostenía en alto supoderoso martillo de piedra negra, conel objetivo de que el explorador pudierareconocerlo fácilmente desde aquelladistancia—. ¿Dónde están Kilrogg y losdemás?

—Hemos montado un campamentoen un valle en las montañas, como esdebido —contestó el explorador, quesaltó a un saliente inferior para que

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pudieran conversar con más facilidad—.Iré corriendo a avisarles de vuestrallegada —entonces, alzó la mirada yOrgrim se dio cuenta de que estabacalculando mentalmente cuántos orcos loseguían—. ¿Dónde está el resto de laHorda?

—La mayoría ha muerto —respondió Martillo Maldito de un modocortante al mismo tiempo que lemostraba los colmillos al sorprendidoexplorador, a quien se le desorbitaronlos ojos—. Además, las fuerzas de laAlianza nos siguen muy de cerca raudasy veloces. Dile a Kilrogg que susguerreros deben prepararse para

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batallar.Dio la impresión de que el

explorador le iba a realizar otrapregunta, pero que, al final, se lo pensómejor. Así que se limitó a saludarlo denuevo, bajó de aquel peñasco corriendoy desapareció tras una elevación.Orgrim asintió. Al menos, contarían conel apoyo de los guerreros FosoSangrante cuando se tuvieran queenfrentar a los humanos de nuevo.Kilrogg era un anciano guerrero muylisto, que seguía siendo muy poderoso apesar de la edad, y su clan era muy ferozy belicoso. Los Roca Negra y los FosaSangrante serían un duro rival para la

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Alianza.

—No podemos luchar contra ellos.No con todas nuestras tropas.

Martillo Maldito observódetenidamente al viejo cabecilla, quenegaba con la cabeza y mostraba unsemblante abatido pero decidido.

—¿Qué? ¿Por qué no? —exigiósaber Orgrim.

—Por los enanos —respondióKilrogg de un modo cortante.

—¿Los enanos? —en un principio,pensó que el cabecilla se refería a losjinetes de grifos, pero el Pico Nidal

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estaba muy lejos de aquel lugar. Solopodía referirse a los enanos que vivíanahí, en las montañas—. Pero si hemosaplastado a sus ejércitos y los hemosexpulsado de sus ciudadelas.

—SI, de todas menos una —lecorrigió Kilrogg, que alzó la miradapara poder ver a Orgrim tanto con su ojobueno como con el que tenía atravesadopor una cicatriz—. No hemos sidocapaces de entrar en Forjaz y he perdidoa muchos grandes guerreros en cadaasalto.

—Entonces, déjalo —insistióMartillo Maldito—. Ahora, no lanecesitamos. Debemos enfrentarnos a

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los humanos antes de que puedan cruzarlos puentes y concentrarse en esta partedel canal. En cuanto hayamos destruidosu ejército, podremos arremeter contraForjaz y arrasarla. Después, dejaremosa algunos de nuestros guerreros ahí ymarcharemos de nuevo hacia el nortepara finalizar nuestra conquista.

Kilrogg hizo un gesto de negacióncon la cabeza.

Los enanos son demasiado fieroscomo para que les demos la espalda —afirmó—. He luchado contra ellosdemasiadas veces durante los últimosmeses. No te miento. Si les damos laespalda, emergerán de su fortaleza como

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un enjambre de avispas furiosas y seabalanzarán sobre nosotros. Cada vezque arrasaba una de sus ciudadelas, lossupervivientes huían a Forjaz, que losacogía con los brazos abiertos… No sécuántos niveles subterráneos tiene esafortaleza, pero toda la nación enana sehalla escondida ahí dentro a la espera detener una oportunidad de vengarse. Si novigilamos ese lugar y no los mantenemosentretenidos, saldrán de ahí y no nosenfrentaremos a un ejército sino a dos.

Orgrim anduvo de aquí para allá,mientras asimilaba esa nuevainformación. Confiaba en el buen juiciode Kilrogg, pero eso significaba que no

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iban a contar con suficientes guerreroscomo para poder enfrentarse ahí a laAlianza con alguna opción de vencer.Tendrían que seguir huyendo.

—Quédate aquí —le dijo, al fin, aKilrogg—. Quédate con todos losguerreros que necesites para mantener araya a los enanos y hostigar a loshumanos. Llevaré al resto a la Cumbrede Roca Negra, donde podremosplantarles cara gracias a sus robustosmuros —entonces, lanzó una miradafugaz al anciano cabecilla—. Si esposible, lleva a tus guerreros ahí mástarde. Quizá puedas atacar a loshumanos por su retaguardia. O tal vez

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aparezcan más de los nuestrosprocedentes del mar o del Portal Oscuro—en ese instante, se enderezó—. LaCumbre de Roca Negra es nuestroprincipal bastión. Si no podemosderrotar a los humanos ahí, no podremoscon ellos en ninguna parte y habremosperdido la guerra.

Kilrogg asintió. Miró por solo unsegundo al Jefe de Guerra de la Horda y,acto seguido, habló con el tono de vozmás suave que Martillo Maldito jamásle había oído utilizar al viejo cabecillaentrecano.

—Has tomado la decisión adecuada—le aseguró Kilrogg—. Sé

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perfectamente que la traición de Gul’danha sido terriblemente deshonrosa.Habría sido capaz de arrastrarnos denuevo a esa época anterior a que elportal se abriera, cuando nos dominabala locura, la ira, el hambre y ladesesperación —entonces, asintió—.Pase lo que pase, has devuelto el honora nuestro pueblo.

Orgrim asintió y sintió un granrespeto e incluso afecto por esecabecilla tuerto al que siempre habíatemido y con quien nunca habíacongeniado. Siempre había consideradoa Kilrogg una mala bestia, un guerrerosalvaje, que estaba más interesado en la

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gloria que en el honor. Tal vez habíaestado equivocado todo estos años.

—Gracias —dijo al fin.Como no había nada más que decir,

se dio la vuelta y se alejó, para reunirsede nuevo con su clan. tenía órdenes queimpartir y una nueva marcha que iniciar.Tal vez fuera la última.

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CAPÍTULOVEINTE

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—¡T uralyon!Turalyon alzó la vista alescuchar ese grito, incapaz de

creer lo que escuchaban sus oídos. Peroahí se hallaba, cabalgando hacia él, unhombre bastante grande ataviado conuna armadura de arriba abajo. Elsímbolo del león de Ventormenta relucíacon su color dorado en su machacadoescudo, y la empuñadura de sudescomunal espada sobresalía pordetrás de uno de sus hombros.

—¿Lord Lothar? —inquirióasombrado Turalyon, quien se levantó

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de su asiento junto a la hoguera y sequedó de pie observando fijamentecómo el Campeón de Ventormenta yComandante de la Alianza obligaba adetenerse a su caballo.

Acto seguido, el maduro guerrerodesmontó y le propinó una palmaditaamistosa en la espalda.

—¡Me alegro de verte, muchacho!—Turalyon pudo notar que la voz deLothar estaba teñida de un genuinoafecto—. ¡Me dijeron que te encontraríaaquí!

—¿Quién? —preguntó Turalyonmirando a su alrededor, pues todavía sehallaba muy confuso ante la repentina

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aparición de su líder.—Los elfos —respondió Lothar, a la

vez que se quitaba el yelmo y se pasabala mano sobre la calva de la coronilla.Parecía cansado pero contento—. Metopé con Alleria, Theron y los demáscuando me desvié hacia el norte. Mecontaron lo que había ocurrido en lacapital y que habías llevado al resto delejército en esta dirección, paraperseguir lo que aún queda de la Horda—en ese instante, le puso ambas manossobre los hombros—. ¡Bien hecho,zagal!

—Bueno, me han ayudado mucho —objetó Turalyon, quien si bien se sentía

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contento por recibir esos halagos porparte de su héroe, también se sentía untanto incómodo—. A decir verdad, noestoy del todo seguro sobre qué haocurrido.

Entonces, tanto él como Lothar sesentaron. El maduro guerrero aceptóagradecido la comida y el odre de vinoque le ofreció Khadgar y Turalyonprocedió a explicarle lo que sabía. Lecontó que se había sorprendido tantocomo los demás cuando vio que elgrueso de las fuerzas de la Horda sealejaba de la capital y marchabarápidamente hacia el sur. Poco después,había recibido un informe de Valiente

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donde le contaba que había tenido lugaruna batalla naval y cuál había sido elresultado.

—El resto de la Horda no era lobastante fuerte como para plantarnoscara, y menos con el rey Terenasmachacándolos cada vez que seacercaban a las murallas de la ciudad —concluyó—, y su líder debía de saberlo.Así que se retiraron. Desde entonces,los hemos estado persiguiendo.

—Su líder quizá estaba esperando aque esos orcos regresaran del mar —comentó Lothar mientras mordisqueabaun trozo de queso—. En cuanto se diocuenta de que no iban a volver, supo que

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estaba en un aprieto —añadió,sonriendo de oreja a oreja—. Además,al cortarle el acceso las tropas que teníaa sus espaldas, se quedó sin vía deescape y sin refuerzos.

Turalyon asintió.—Entonces, sabes lo de Perenolde,

¿verdad?—Sí —contestó Lothar, cuya

expresión se tornó sombría—. Nuncapodré entender que alguien sea capaz devolverse en contra de su propia raza.Pero gracias a Aterratrols, ya notendremos que preocupamos más porAlterac.

—¿Y de las Tierras del Interior? —

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inquirió Khadgar.—Ya no quedan orcos ahí —

respondió Lothar—. Nos llevó untiempo localizarlos a todos, ya quealgunos se habían ocultado bajo tierra eincluso habían llegado a construirseunos hogares subterráneos, dondepodían esconderse cuando losperseguíamos, pero al final, dimos contodos. No obstante, los Martillo Salvajesiguen patrullando la zona por si acaso,claro está.

—Además, los elfos estánregresando a Quel’Thalas para limpiarlade enemigos también —agregó Turalyon—. Al parecer, los orcos han

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abandonado el bosque, pero los trolspodrían seguir escondidos entre esosárboles —sonrió ampliamente al pensaren Alleria y los suyos, en cómoreaccionaban ante la presencia de lostrols de bosque—. No me gustaría serellos cuando vuelvan a encontrarse conlos forestales —en ese instante, miró asu alrededor—. Pero ¿dónde están Uthery los demás paladines?

—Los he enviado a Lordaeron —contestó Lothar, quien tiró al suelo elodre de vino después de haberse bebidotodo su contenido—. En cuanto secercioren de que esa zona vuelve a sersegura, nos seguirán —entonces, esbozó

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una tenue sonrisa—. Uther podríaenfadarse si no le dejamos ningúnenemigo contra el que luchar.

Turalyon asintió al imaginarse cómoreaccionaría su devoto compañeropaladín si se enteraba de que se habíaperdido el final de la guerra. A pesar deque las tropas orco seguían siendo muynumerosas, flotaba la sensación en elambiente de que la guerra estabapróxima a su fin. En la capital, habíallegado a pensar que estaban acabados,pero en cuanto el grueso de la Horda semarchó, todo cambió. Desde entonces,la Horda había ido menguando entamaño y creciendo en desesperación.

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—Quizá intenten refugiarse aquí, enKhaz Modan —comentó Khadgar.

Turalyon negó con la cabeza y sesintió muy satisfecho al ver que Lotharhacía el mismo gesto.

—Si se quedan aquí, tendrán quelidiar con los enanos —le explicó elCampeón—. Forjaz aún no ha caído ylos enanos ansían que se les presente laoportunidad de contraatacar yreconquistar sus montañas de una vezpor todas.

—Deberíamos darles esaoportunidad —señaló Turalyon, quien secalló mientras Lothar y Khadgar sevolvían hacia él para prestarle toda su

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atención—. Podríamos desviamos e ir aForjaz, aunque los orcos a los queperseguimos no se dirijan ahí.Podríamos valemos de los jinetes degrifos para seguir el rastro de la Horda.Si liberáramos a los enanos, podríanhacerse fuertes en las montañas, y asíevitaríamos que los orcos pudieranvolver por este camino. Además, daríancaza a los orcos que aún se estuvieranescondiendo entre esos picos.

Lothar asintió.—Es un buen plan —afirmó con una

sonrisa—. Comuniquémosles las nuevasórdenes a las tropas. Iniciaremos lamarcha mañana por la mañana —se puso

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en pie y se enderezó lentamente—.Necesito dormir —le explicó; parecíaun poco enfadado consigo mismo—. Hasido una larga cabalgada y ya no soyjoven —antes de alejarse, miró muyseno a Turalyon—. Mientras he estadoausente, te las ha arreglado solo muybien y has manejado a las tropas de unmodo excelente —aseveró—, comosabía que harías —Lothar se calló y unaexpresión donde se mezclaban la tristezay el respeto se dibujó en su rostro—. Merecuerdas mucho a Llane —afirmó envoz baja—. Tienes su coraje.

Turalyon se quedó mirándolofijamente, incapaz de responder.

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Khadgar se colocó junto a Turalyonmientras el anciano guerrero se alejaba.

—Después de todo, me da laimpresión de que te has ganado surespeto —comentó el mago de maneraburlona, pues sabía que Turalyonsiempre tenía muy en cuenta la opinióndel Campeón y que, además, uno de susmayores temores era fallarle alcomandante de la Alianza.

—Calla —replicó Turalyondistraídamente, al mismo tiempo queempujaba ligeramente a Khadgar.

No obstante, sonrió en todo momentomientras preparaba su petate, se dejabacaer en él y cerraba los ojos, con el fin

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de intentar descansar un poco antes detener que partir de nuevo.

—¡Atacad! —gritó Lothar.Tenía su espada magna

desenvainada, cuyas runas doradasreflejaban la luz del sol mientrascargaban por el amplio sendero queascendía curvándose hacia el picocubierto de nieve de la montaña. Cercade la cima, la roca había sido cepillada,pulida y tallada hasta conformar unacolosal muralla, repleta de ventanas quese abrían en la piedra en la partesuperior. Insertas en esa muralla, al final

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de un corto tramo de escaleras, había unpar de puertas gigantescas, quefácilmente podrían tener unos quincemetros de altura, en las que habíancincelado a un poderoso enano. Porencima de esas puertas, había unmajestuoso arco, dentro del cual habíangrabado un pesado yunque. La entradade Forjaz era imponente y asombrosa.

Las pesadas puertas estabancerradas a cal y canto, por supuesto, yno había ninguna otra entrada o aberturavisible. Pero eso no impedía que losorcos siguieran golpeando tanto eseportal como las piedras que lo rodeabanen un vano intento por derribar esas

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antiguas defensas de los enanos.Lothar y sus soldados alcanzaron el

final del sendero y se adentraron en elamplio saliente nevado que seencontraba delante de esas colosalespuertas. Su objetivo eran, precisamente,esos orcos. Estos se giraronsorprendidos; habían estado tancentrados en su propio ataque que nohabían oído llegar a las tropas de laAlianza; además, los vientos queazotaban el pico tampoco ayudaban a oírnada. Pese a que intentarondesesperadamente volver sus armascontra ese nuevo enemigo, la primerahilera de orcos cayó antes de que

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siquiera pudieran volverse paraencararse con sus atacantes.

—¡No aflojéis! —exclamó Lothar, almismo tiempo que le cercenaba un brazoa un orco. Acto seguido, partió a otropor la mitad—. ¡Empujadlos contra lasrocas!

Al instante, sus hombres alzaron losescudos y avanzaron con paso firme,valiéndose de sus espadas y lanzas paraacabar con cualquier orco que intentaraquebrar su formación. Se alegraban depoder obligarlos a retroceder por lafuerza hacia el edificio que hasta hacíapoco habían intentado conquistar.

Tal y como Lothar esperaba, los

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enanos estaban preparados paraaprovechar la oportunidad. Lasdescomunales puertas negras se abrieronde par en par, profiriendo un tenue ybreve suspiro, y una riada de guerrerosrobustos ataviados con cotas de mallapesadas salieron en tropel por laabertura, con sus martillos, hachas ypistolas en ristre. Arremetieron contralos orcos por su retaguardia y estos sevieron atrapados entre los humanos y losenanos. Rápidamente, acabaron conellos.

—Gracias —proclamó uno de losenanos, señalando a Lothar—. SoyMuradin Barbabronce, el hermano del

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rey Magni. Los enanos de Forjazestamos en deuda con vosotros.

El color de su frondosa barbaencajaba a la perfección con su apellidoy su hacha mostraba muchas muescassufridas en infinidad de batallas.

—Y yo soy Anduin Lothar,Comandante de la Alianza —dijoLothar, tendiendo la mano al enano.Muradin se la estrechó tan fuertementecomo había esperado—. Nos alegramosde haber podido ayudaros. Nuestra metaes liberar a todas nuestras tierras de lainfluencia de la Horda.

—Sí, como debe ser —admitióMuradin, asintiendo, aunque frunció el

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ceño a continuación—. ¿La Alianza?¿Fuisteis vosotros los que nos enviasteisunas misivas hace meses desdeLordaeron?

—En efecto —Lothar se dio cuentaen ese instante de que el rey Terenasdebía de haber enviado emisarios a eselugar al igual que había enviado a Quel’Thalas. Al parecer, el rey deLordaeron había intentado contactar contodo aquel que pudiera llegar a ser unaliado—. Nos hemos unido por unacausa común.

—¿Adónde os dirigís ahora? —preguntó un segundo enano, que seacercó bastante como para poder

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participar en la conversación. Tenía lacara surcada por menos arrugas queMuradin, pero poseía unos rasgossimulares y una barba parecida.

—Este es mi hermano Brann —leexplicó Muradin.

—Estamos siguiendo a lo que aúnqueda de la Horda —contestó Lothar—.Muchos de ellos ya han caído antenosotros, tanto por tierra como por mar.Ahora, pretendemos derrotar al restopara poner punto final a esta guerra.

Los hermanos se miraronmutuamente y asintieron.

—Os acompañaremos —anuncióMuradin—. Aunque muchos de los

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nuestros estarán muy ocupadosrastreando estas montañas,reconquistando nuestras fortalezasancestrales y cerciorándose de que noquede ningún orco en Khaz Modan —añadió, con una amplia sonrisa—,nosotros mismos y algunos de nuestrosmuchachos nos uniremos a vuestraAlianza para aseguramos de que esosorcos no nos vuelvan a incordiar.

En un par de ocasiones, enVentormenta, había coincidido con algúnque otro enano y siempre se habíaquedado impresionado ante su fuerza yresistencia. Si esos enanos Barbabronceeran tan buenos en combate como sus

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primos Martillo Salvaje, contar con uncontingente de esos fornidos guerrerossería, en efecto, de gran ayuda.

—Bien. Enviaremos un mensajeropara que informe a nuestro hermano alrespecto y de que debe enviamosprovisiones y suministros —Muradin sellevó el hacha al hombro y echó unvistazo a su alrededor—. ¿Qué caminoha seguido la Horda?

Lothar miró fijamente a Khadgar,quien esbozó una muy amplia sonrisa. Acontinuación, el Campeón se encogió dehombros, sonrió y señaló hacia el sur.

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—Seguro que se dirigen a la Cumbrede Roca Negra —anunció Kurdran, almismo tiempo que desmontaba de unsalto de su grifo, el cual había aterrizadocerca del lugar donde Lothar y sustenientes estaba sentados en círculoalrededor de una pequeña hoguera.

Tanto él como los demás MartilloSalvaje acababan de regresar de unamisión de reconocimiento para informar.

—¿La Cumbre de Roca Negra?¿Estás seguro? —preguntó Muradin.

Turalyon se había percatado de quelos Martillo Salvaje y los Barbabronce

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no congeniaban demasiado. No, eso noes del todo justo. Más bien son comounos hermanos que no paran dediscutir, pensó. Se caen bien, pero nopueden evitar discutir ni intentarponerse mutuamente en evidencia.

—¡Pues claro que estoy seguro! —leespetó Kurdran. Cielo’ree, que sehallaba a su lado, graznó levemente amodo de advertencia—. Los he seguido,¿no? —en ese momento, una expresiónladina se adueñó de su rostro—. ¿Oacaso preferirías verlo con tus propiosojos?

Muradin y Brann, que estaba junto aél, palidecieron y dieron un paso atrás,

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lo cual hizo que Kurdran se riera entredientes maliciosamente. A losBarbabronce les gustaba tanto volarcomo a los Martillo Salvaje lesencantaba meterse bajo tierra; es decir,nada de nada.

—La Cumbre de Roca Negra —caviló Lothar—. Es una fortaleza que seencuentra en la cima de una montaña,¿verdad? —los demás asintieron—. Esuna buena posición defensiva —reconoció—. Desde la que uno tiene unaperspectiva privilegiada de todo cuantole rodea y desde la que, probablemente,sea muy fácil controlar las rutas deentrada y salida; además, cuenta con

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unas sólidas fortificaciones y es muyfácil de defender desde las montañasque la circundan —negó con la cabeza—. Quienquiera que sea su líder, hayque reconocer que sabe perfectamente loque hace. Esto no va a ser fácil.

—Sí, va a ser complicado de narices—apostilló Muradin—. Si lo sabremosnosotros bien —el enano se calló yTuralyon se fijó en que tanto Branncomo Kurdran asentían. Pero en cuantoMuradin se dio cuenta de que, tras suúltimo comentario, todos los demáshabían dirigido sus miradas hacia él,decidió que debía explicarse mejor—.Nuestros primos Hierro Negro… —

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entonces, dejó de hablar para escupir,como si el mero hecho de pronunciar esenombre le resultara desagradableconstruyeron esa fortaleza, pero ahoraalgo mucho más tenebroso habita ahí,bajo la superficie.

Tanto él como los demás enanos seestremecieron.

—No sé si hay algo ahí o no, pero loque está claro es que eso no ha supuestoningún problema para los orcos —señaló Lothar—. Si se refugian en esafortaleza, tendremos muchos problemaspara superar sus defensas.

—Pero podremos lograrlo —afirmóTuralyon, sorprendiéndose a sí mismo

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—. Contamos con fuerzas suficientes yla pericia necesaria para derrotarlos.

Lothar le sonrió.—Sí, podremos lograrlo —admitió

—. Será todo un reto, como suele serlotodo lo que merece la pena.

Justo cuando el Campeón estaba apunto de añadir algo más, oyeron elinconfundible tintineo de una cota demalla. Acto seguido, se volvieron yvieron que un hombre se dirigía haciaellos a grandes zancadas. A pesar de quesu armadura estaba muy machacada,seguía reluciente, además, sobre sucoraza portaba el mismo símbolo queTuralyon: una mano de plata. Mientras el

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hombre se aproximaba, la luz de lahoguera se reflejó en su pelo y barba,que eran tan rojas como el fuego.

—¡Uther! —exclamó Lothar, que sepuso en pie y le tendió la mano alpaladín, que la estrechó con firmeza.

—Mi señor —replicó Uther, quien, acontinuación, le estrechó la manotambién a Turalyon y saludó a los demásinclinando levemente la cabeza—.Hemos venido en cuanto hemos podido.

—¿Ya no quedan orcos enLordaeron? —inquirió Khadgar mientrasUther, que parecía cansado, se sentabasobre una piedra junto a ellos.

—No, ninguno —respondió, con sus

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ojos de color azul tormenta brillando deorgullo—. Mis compañeros y yo noshemos asegurado de que eso sea así. Yano queda ningún orco en esas tierras, nitampoco en ninguna de las montañas quelas rodean.

Durante solo un segundo, Turalyonexperimentó una sensación muy extraña,como si su conciencia le dijera quedebería haber estado con los demásmiembros de su orden en esosmomentos. Sin embargo, el mismísimoFaol le había encomendado una tareamuy específica. Simplemente, selimitaba a cumplir con su deber al igualque Uther y los demás.

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—Excelente —sonrió Lothar—.Además, has llegado en el momentooportuno, Sir Uther. Acabamos deenteramos de dónde se han refugiado losorcos. Llegaremos ahí en…

Entonces, se volvió hacia los enanoshermanos que se hallaban junto a él.Como eran los que mejor conocíanaquella región, debían de saber a quédistancia se encontraban de la fortaleza.

—Cinco días —respondió Branntras pensarlo un momento—. Siempreque no nos hayan dejado ningunasorpresa por el camino —miró a suhermano y asintió—. Si vais a RocaNegra, os acompañaremos. No vamos a

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permitir que os enfrentéis solos a todasesas criaturas.

—No creo que vayan a tendernosninguna emboscada —afirmó Kurdran,quien arrugó el ceño como siconsiderara que sus primos estabancuestionando su capacidad comoexplorador por el mero hecho de haberplanteado esa posibilidad—. Toda laHorda, todo lo que queda aún de ella, sedirige en masa a esa cumbre —entonces,miró a Lothar, como si pudiera adivinarcuál iba a ser la siguiente pregunta delCampeón—. Sí, los Martillo Salvajetambién os acompañaremos. Juntos, lossuperaremos en número, aunque no por

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un amplio margen —aseveró.—No necesito un amplio margen —

replicó Lothar—. Solo una lucha justa—añadió con gesto severo—. Entonces,nos quedan cinco días —le dijo al resto—. Solo cinco días para poner puntofinal a todo esto.

A Turalyon le dio la sensación deque esas palabras estaban teñidas defatalidad, incluso que eran portadoras demalos augurios, aunque esperaba que nofuera él quien acabara hallando unfunesto destino.

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CAPÍTULOVEINTIUNO

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—¡L os humanos ya están aquí!Martillo Maldito abandonó suensimismamiento y alzó la

mirada, enojado por el temor que habíadetectado en el tono de voz de Tharbek.¿Desde cuándo su segundo al mando eratan pusilánime?

—Ya lo sé —rezongó, al mismotiempo que se ponía en pie y miraba loque había detrás del otro orco.

Estaban en un burdo saliente quehabía sido tallado en la cima de aquellamontaña, delante de la fortaleza, a unagran altura de la rocosa llanura, desde la

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cual podía ver que lo que quedaba de laHorda se hallaba esparcido allá abajo.La última vez que había podidoobservar ese lugar desde esas alturas,sus guerreros cubrían por entero lallanura; no había quedado a la vista niun mero atisbo de la roca que seencontraba bajo sus pies. Ahora, podíanverse grandes extensiones de toca negraentre el verde y marrón de sus pelajes, ypodía distinguirse con claridad dóndehabía decidido agruparse cada clan parapermanecer ligeramente apartado delresto. ¿Cómo era posible que la Hordahubiera menguado tanto? ¿A qué terribledestino los había arrastrado? ¿Por qué

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no le había hecho caso a Durotan, porqué había hecho oídos sordos a losconsejos de su viejo amigo? ¡Todocuanto le había dicho que ocurriría seestaba haciendo realidad!

—¿Y ahora qué vamos a hacer? —inquirió Tharbek de un modoapremiante, a la vez que se colocabadetrás de su cabecilla—. No contamoscon suficientes tropas como pararepelerlos, ya no.

Orgrim le lanzó una mirada tanfuribunda a su segundo al mando que elotro orco retrocedió temeroso. Si bienera cierto que ahora contaban con menosefectivos, que su fuerzas ya no eran tan

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numerosas como para cubrir el mundopor entero, ¡por los ancestros, seguíansiendo orcos!

—¿Cómo que qué vamos a hacer? —masculló entre dientes dirigiéndose a sulugarteniente, mientras agarraba elmartillo que llevaba a la espalda—.¡Vamos a luchar, por supuesto!

Martillo Maldito se apartó deltembloroso Tharbek y se acercó aún másal borde del saliente.

—¡Escuchadme, orcos míos! —exclamó, alzando su martillo.

Pese a que algunos se volvieron yalzaron la vista, otros no lo hicieron, locual lo encolerizó en grado sumo.

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Entonces, propinó un tremendomartillazo a la pared del risco, elestruendo consiguiente logró captar laatención de toda la Hordainmediatamente.

—¡Escuchadme! —volvió a gritar—. ¡Sé que hemos sufrido variasderrotas y reveses, y que nuestrasfuerzas han menguado terriblemente! ¡Séque hemos pagado un precio muy altopor culpa de la traición de Gul’dan!¡Pero seguimos siendo orcos! ¡Seguimossiendo la Horda! ¡Con nuestras meraspisadas haremos que este mundo seestremezca!

Los guerreros congregados allá

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abajo lanzaron un grito de júbilo quesonó débil y desigual.

—Los humanos nos han seguidohasta este lugar —prosiguió diciendo;parecía pronunciar cada palabra como sila estuviera escupiendo, como si lerepugnara… lo cual era verdad en ciertomodo—. ¡Creen que nos han derrotado!¡Creen que hemos venido hasta aquíporque huimos de su poderoso ejército,como un perro huiría de su amo! ¡Perose equivocan! —en ese momento, volvióa alzar su martillo—. Hemos venido aeste lugar porque esta es nuestrafortaleza, el lugar donde podremoshacernos fuertes. Hemos venido a este

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lugar porque desde aquí podremosexpandimos una vez más y conquistarestas tierras por entero. ¡Hemos venidoa este lugar para poder arremeter contraellos como una marea imparable, paraque vuelvan a temblar al oír nuestronombre!

Esta vez el clamor fue mucho másintenso y Martillo Maldito se regodeó enesos vítores. Todos los guerreros sehallaban de pie blandiendo sus armas enel aire. Sí, no cabía duda de que habíanrecuperado el ánimo. Lo cual eraestupendo.

—No vamos a esperar a quearremetan contra nosotros —les dijo a

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los suyos—. No vamos a permanecersentados ociosos para que puedan dictarel destino de esta batalla. No. ¡Somosorcos! ¡Somos la Horda! ¡Seremosnosotros quienes nos abalanzaremossobre ellos! ¡Se arrepentirán dehabernos perseguido hasta aquí!¡Cuando los hayamos aplastado,caminaremos sobre sus cadáveres yreclamaremos una vez más sus tierrasque pasarán a ser nuestras!

Una vez dicho esto, sostuvo elmartillo en alto con ambas manos y loagitó por encima de su cabeza. Losvítores resonaron esta vez tan fuerte quelas piedras se estremecieron, incluso la

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roca sobre la que su líder se encontrabaahora. Orgrim se sintió exultante y unatenue sonrisa cobró forma en susemblante. ¡Estos orcos eran su pueblo!¡Y no iban a caer lloriqueando eimplorando! Si eran derrotados, caeríanen batalla y con las manos machadas desangre.

—Di a los guerreros de nuestro clanque se preparen para la batalla —leordenó a un atónito Tharbek—. Miguardia de élite y yo lideraremos lacarga. El resto de la Horda nos seguirá.

Acto seguido, Martillo Maldito sevolvió y miró a las fornidas siluetas quese hallaban esperando entre las sombras.

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En cuanto sus miradas se cruzaron con lade su cabecilla, todos se enderezaron yasintieron, y Orgrim asintió a su vez.Esos ogros conformaban su guardia deélite.

Martillo Maldito era un orco de lospies a la cabeza y había sido educadopara odiar a los ogros, pero estos erandistintos, ya que eran más inteligentesque la mayoría de los de su raza, aunqueno eran brujos sino guerreros, y lo quees aún más importante: erantremendamente leales, pero solo a él,solo a Orgrim. Sabía que lo admirabanpor su valor y coraje y que, al parecer,lo consideraban una suerte de ogro

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pequeño, por lo cual habían juradoobedecerlo. Él, a su vez, había llegado arespetar su fuerza y a depender de suapoyo. Era consciente de que seríancapaces de morir por él si era necesarioy, para su sorpresa, se había dado cuentade que él también estaba dispuesto asacrificar su vida por ellos.

Y ahora que la victoria de la Hordapendía de un hilo, todos ellos estabandispuestos a arriesgar la vida.

Al menos, el portal estaba a salvo.Rend y Maim Puño Negro habíansobrevivido a la batalla contra Gul’dany a un ataque de la flota de la Alianza,junto a algunos de sus compañeros de

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clan. Habían enviado a un explorador,con el que se habían encontrado en elcamino de Khaz Modan hacia aquí, paraque le informara al respecto a MartilloMaldito, el cual les había ordenado quese unieran al resto de su clan en elportal. Pese a que seguía desconfiandode esos hermanos, estos, al menos,habían demostrado su lealtad a la Hordacon creces; además, necesitaba que unospoderosos guerreros protegieran elacceso a Draenor. No obstante, eso noquería decir que la posibilidad de huirse le hubiera pasado por la cabeza,aunque la batalla no les fuera favorable.

Volvió a asentir ante sus ogros. A

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continuación, abandonó el saliente y sedirigió a la llanura, donde los aguardabala batalla.

La Alianza no se esperaba que losorcos atacasen. Tal y como Orgrim habíasupuesto, los humanos se preparabanpara llevar a cabo un asedio. Su planconsistía en esperar y eliminar a losguerreros solitarios que fueran tannecios como para abandonar el abrigoprotector de los riscos que circundabanla Montaña Roca Negra. La carga deMartillo Maldito los cogió totalmentepor sorpresa.

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—¡Orcos! —gritó un soldado, a lavez que corría hacia el lugar donde seencontraban Lothar y sus tenientes—.¡Han atravesado nuestras líneas!

—¿Qué? —replicó Lothar, quienespoleó a su corcel para que cruzara algalope ese negro valle en direcciónhacia el sitio donde se hallabanapostadas el grueso de las tropas de laAlianza. Turalyon y los demás losiguieron de cerca.

Mientras se aproximaba a lavanguardia, pudo oír el inconfundiblefragor de la batalla. Entonces, los vio.Eran orcos, pero no se parecían en nadaa los que había visto hasta entonces.

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Eran unas criaturas descomunales debrazos robustos y piernas fornidas, quetenían el pelo de punta en forma decresta de pájaro o crin de caballo. Esosorcos no portaban ninguna armadura,solo taparrabos, hombreras y botasconfeccionados con pelaje de animal, yblandían sus armas con demencialabandono, despedazando y trinchandotodo cuanto se hallara a su paso. Su pielverde estaba cubierta por infinidad detatuajes y la mayoría de ellos llevaba laoreja, la nariz, las cejas, los labios eincluso los pezones atravesados porirregulares trocitos de metal o pedacitosde algo que parecía hueso. Eran unos

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salvajes y sus hombres retrocedían antesu rabioso ataque.

—¡Uther! —exclamó Lothar.El paladín dio un paso al frente. El

comandante bajó su espada para señalara los orcos y no hizo falta nada más. Elpaladín asintió e indicó con una seña alos demás miembros de la Mano dePlata que lo siguieran, al mismo tiempoque se bajaba el visor del yelmo yalzaba su martillo de guerra.

—¡Por la Luz Sagrada! —vociferóUther, a la vez que un fulgor se extendíaa su alrededor y envolvía también suarma—. ¡No vamos a permitir que talesbestias sigan respirando!

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Al instante, se sumó a la refriega.Propinó tal martillazo en la cabeza alorco que tenía más cerca que le destrozóel cráneo.

El cielo de ese lugar siempre estabacubierto de nubes y hollín, queproyectaban unas tenebrosas sombras yuna luz roja como la sangre sobre todocuanto había ahí. Pero en ese instante,todo cambió. Las nubes se apartaronpara dejar paso a un rayo de pura luzque bañó a Uther mientras este se abríapaso entre la Horda. El paladín setransformó en una figura de pura luz,sobrecogedora y aterradora, queaplastaba a martillazos a los orcos a

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diestro y siniestro.Los demás paladines se unieron a él

y su luz también los bañó. La Mano dePlata había ido creciendo en los mesesque habían transcurrido desde el iniciode la guerra; ahora eran doce loshombres que Uther tenía bajo su mandoy eso sin contar a Turalyon. Los doce sesumaron al combate, con sus martillos,hachas y espadas refulgiendo gracias asu fe, mientras el resto de los soldadosde la Alianza retrocedían para dejarlesespacio.

Los orcos se giraron hacia susnuevos adversarios. La batalla fuebrutal; esos salvajes se enfrentaron a

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unos fanáticos religiosos, las brillantescotas de malla se mezclaron con lostatuajes y pendientes. No obstante, losorcos eran muy fuertes y estaban tanenloquecidos que no sentían el dolor.Los paladines, sin embargo, estabandominados por una ira justa y el poderde la fe; sus auras sagradas provocaronque más de un orco huyera de ellos.Gracias a esa ventaja, los paladinesrodearon a esos orcos salvajes y fueronacabando con uno tras otro hasta que elúltimo yació muerto a sus pies.

—Buen trabajo —dijo Lothar justocuando otro centinela se aproximabaraudo y veloz hacia él. ¿Y ahora qué?,

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pensó. ¿Otro ataque?—¡Otro ataque! —exclamó el

soldado, expresando en alto lo que sucomandante había pensado—. ¡Esta vez,arremeten desde el oeste!

—Malditos sean —masculló Lothar,quien volvió a espolear a su caballopara que cabalgara a gran velocidadhacia el nuevo frente.

Eran muy listos, eso tenía quereconocerlo. No había esperado quelanzaran un ataque y sus hombres noestaban preparados para reaccionarcomo era debido. La mayoría de elloshabían bajado la guardia, ya queesperaban que el asedio fuera muy largo,

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por lo cual algunos se habían quitado laarmadura incluso, a pesar de que leshabía ordenado de que permanecieranalerta por si acaso. Y ahora estabanpagando un alto precio por su laxitud. Silos orcos eran capaces de debilitar susfuerzas en diversas posiciones gracias aesos repentinos ataques, podríanatravesar sus líneas y escapar pararefugiarse en el resto de esa cordillera.Si eso sucedía, tardarían meses, o añosincluso, en localizarlos a todos y laHorda tendría tiempo suficiente parareorganizarse y volver a intentar laconquista de esas tierras.

No podía permitir que eso ocurriera.

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Irrumpió en la nueva batallallevándose por delante a un orco que nose apartó con bastante rapidez y, actoseguido, obligó a su montura a darse lavuelta y detenerse, para poder evaluar lasituación. Se trataba de un ataque muchomás importante que el anterior; losatacaban unos sesenta enemigos o más.No obstante, lo más sobrecogedor eranlos seis ogros que iban con ellos.Luchaban salvajemente pero con muchamás cabeza que los últimos atacantes yparecían seguir una estrategia. Sobretodo, el gigantesco orco que se hallabaen el centro de sus fuerzas, cuyo largopelo estaba recogido en unas trenzas

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ornamentadas que se movían al compásde los golpes que lanzaba con sudescomunal martillo negro a diestro ysiniestro, con los que aplastaba a lossoldados de la Alianza. Había algo en lamanera en que ese gigante se movía, conceleridad pero de un modo precavido eincluso grácil, a pesar de ir ataviado conuna enorme armadura de placas negrasque lo recubría casi por entero, quellamó la atención de Lothar. De algúnmodo, supo que ese era su líder. Justocuando espoleaba a su caballo para quese uniera a la refriega, ese gigante alzóla vista y miró directamente hacia él.Sus ojos no brillaban con un fulgor rojo

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como sucedía con el resto de susenemigos; no, eran grises y poseían elbrillo propio de una gran inteligencia.En ese instante, se le desorbitaron untanto los ojos, como si hubierareconocido a alguien.

¡Ahí estaba! Martillo Maldito sonrióabiertamente mientras contemplabadetenidamente al humano que seencontraba montado en ese caballo a unadistancia cercana. Ese que portaba unescudo y una enorme espada, y tenía losojos azules como el mar. Era su líder.Era el adversario que Martillo Maldito

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esperaba hallar. Si pudiera eliminarlo,la moral del ejército rival se hundiría.

—¡Apartaos! —bramó Orgrim,mientras destrozaba a un humano quehalló en su camino y propinaba unapatada a uno de sus propios orcos paraque se apartara de en medio.

Pudo ver que el líder humanotambién cargaba para sumarse a larefriega, blandiendo esa espada adiestro y siniestro, sin apenas fijarse enla carnicería que estaba desatando, yaque tenía su mirada clavada en él.

A pesar de que se hallaba justo en

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medio de esa batalla campal, MartilloMaldito no apartó la mirada de suadversario. Avanzó rápidamente,abriéndose espacio con su martillo através de esa maraña de cuerpos. Ledaba igual a quién golpeara, ya fuerahumano u orco, lo único que importabaera dar alcance a ese humano. El líderde la Alianza se mostró un poco máscuidadoso, puesto que procuró nogolpear a sus propios hombres; aun así,esperaba que estos intentaran apartarsede la trayectoria de su caballo y suespada. Al cabo de un rato, ya no quedóningún guerrero que se interpusiera entreellos. Orgrim se encaró con aquel

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hombre a muy poca distancia.El humano tenía ventaja, pues iba a

caballo. Martillo Maldito solventó eseproblema de inmediato. Trazó un arcocon el martillo y atizó fuertemente consu colosal cabeza al equino en la testa.El corcel cayó al suelo y la sangre manóde su cráneo hecho añicos mientras suspatas se retorcían descontroladamente.El humano, sin embargo, no cayó, pueshabía logrado soltarse a tiempo de losestribos y había saltado a un lado almismo tiempo que su caballo caía. Actoseguido, saltó por encima del cadáverpara enfrentarse a Orgrim directamente.El resto de la batalla pareció

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desvanecerse mientras ambos líderesalzaban sus respectivas armas ychocaban sin mediar palabra, con unsolo pensamiento en su mente: matar asu rival.

Fue una batalla titánica. Lothar eraun humano enorme y poderoso, tangrande y fuerte como la mayoría de losguerreros orcos. No obstante, MartilloMaldito era todavía más grande, fuerte yjoven. Sin embargo, Lothar compensabasu falta de velocidad y juventud conexperiencia y destreza.

Ambos iban ataviados con unas

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pesadas armaduras de placas. Lamagullada cota de malla de Ventormentase enfrentaba a las placas negras de laHorda. Ambos blandían unas armas queunos guerreros de inferior condiciónjamás habrían podido blandir: la espadagrabada de runas brillantes deVentormenta y el martillo de piedranegra de la dinastía Martillo Maldito. Yambos estaban decididos a ganar, acualquier precio.

Lothar golpeó primero. Arremetiócon su espada desde un lado y la girósúbitamente para sortear el bloqueodefensivo de Orgrim, de tal modo quehizo una muesca en la pesada armadura

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del orco. El Jefe de Guerra de la Hordagruñó al recibir el impacto y se vengó,al instante, al bajar su martillo con sumaceleridad. No acertó al Campeón pormuy poco y solo porque Lothar dio unpaso como pudo hacia atrás. Noobstante, Martillo Maldito cambió deempuñadura de manera repentina y alzósu arma a gran velocidad, alcanzando derefilón a Lothar justo debajo de labarbilla. El Campeón retrocediótambaleándose. Sin más dilación, lelanzó otro martillazo, pero Lothar alzósu espada a tiempo para parar el golpe,a la altura del mango de esa pesadaarma. Por un segundo, ambos guerreros

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forcejearon, Orgrim intentaba hacer quesu martillo descendiera sobre suenemigo mientras Lothar queríaapartarlo a un lado; ambas armas seestremecieron pero no se movieron lomás mínimo.

Entonces, Lothar hizo girar la hojade su espada y logró que ese martillo sealejara de él. De inmediato, se acercó aMartillo Maldito, que intentaba trazar unarco con su descomunal arma paravolver a atacar, y golpeó al orco en lacara con la parte roma del filo de suespada, aturdiendo así al Jefe de Guerrapor un instante. Sin embargo, Orgrim leatizó un tremendo golpe con su mano

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libre, acertando a Lothar a la altura delcuello. Eso le permitió recuperar elcontrol total sobre su arma y recobrar lacompostura mientras el comandante dela Alianza se tambaleaba por culpa delimpacto recibido.

Entretanto, Turalyon batallaba contraotros orcos. En ese instante, derribó a unoponente con un fortísimo martillazo y,al caer este, pudo ver a Lothar, queestaba combatiendo contra esedescomunal orco.

—¡No! —gritó Turalyon, al ver quesu líder y héroe se estaba enfrentando aese monstruoso orco ataviado con unaarmadura negra.

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Reanudó su ataque con fuerzasrenovadas, de manera que su martillodestrozó a varios orcos con cada golpe,mientras se abría pasodesesperadamente hacia los dos líderes.

Ambos volvieron a la carga,blandiendo, respectivamente, su espaday su martillo. Lothar paró el golpe deMartillo Maldito con su escudodecorado con una cabeza de león, que seabolló ante ese impacto que estuvo apunto de hacerle caer de rodillas; sinembargo, logró alcanzar al orco en elpecho con su espada con tal fuerza queabrió una enorme y profunda melladuraen su pesada coraza. Orgrim retrocedió

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y profirió un gruñido plagado de dolor yfrustración y se arrancó esa parte de laarmadura que le cubría el torso, almismo tiempo que Lothar se erguía denuevo y se deshacía de su ahora inútilescudo. Entonces, ambos rugieron yvolvieron a cargar.

Aunque ahora Martillo Maldito eramás rápido porque no llevaba coraza,Lothar también podía atacar al orco conmás ferocidad porque ahora podíaagarrar su espada con ambas manos, yaque no tenía que sostener un escudo.Ambos resultaron heridos; Orgrimrecibió un tajo muy feo en el estómago yel Campeón un fuerte golpe en el

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costado derecho. Ambos se tambalearonun poco al separarse por tercera vez.Mientras los dos poderosos líderes sehabían estado atacando una y otra vez,buscando un punto débil en la defensa desu oponente, lanzando severos ataques yrecibiendo severas heridas a cambio,los demás orcos y humanos habíanseguido (y seguían) librando sus propiosencarnizados combates a su alrededor.

Ambos volvieron a acercarse.Martillo Maldito le propinó un tremendopuñetazo a Lothar en el pecho, elimpacto hizo perder el equilibrio alCampeón y le abolló la coraza. Antes deque pudiera recuperarse del todo,

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Orgrim retrocedió y trazó con todas susfuerzas un arco descendente agarrandosu martillo con ambas manos. Lotharalzó su espada para bloquear el ferozataque y la hoja de su espada seestremeció por entero ante tal impacto…

… y se hizo añicos.A Turalyon se le escapó un grito

ahogado al ver cómo los fragmentos deesa legendaria espada caían al suelo. Elgolpe de Martillo Maldito, que ya nohalló resistencia alguna, prosiguió sureluciente arco descendente hastaimpactar contra la parte superior delyelmo de Lothar con un crujidoespeluznante. El León de Azeroth se

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tambaleó y, por puro reflejo, bajó sudestrozada espada para clavarle, antesde desmoronarse, la hoja mellada en elpecho a Orgrim. Ambos bandos dejaronde luchar y reinó un silencio sepulcralmientras contemplaban al comandante dela Alianza, que yacía en el suelodescoyuntado y sufría convulsionesmientras la vida lo abandonaba.

Martillo Maldito dio un pasotitubeante y se llevó una mano a laenorme herida que tenía el torso. Pese aque la sangre se le escapaba entre losdedos, permaneció erguido y, haciendoun enorme esfuerzo, alzó el martillo porencima de su cabeza.

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—¡He vencido! —proclamóvictorioso con un tono de voz ronco ysusurrante, al mismo tiempo que setambaleaba y escupía sangre—. ¡Asícaerán todos nuestros enemigos, hastaque vuestro mundo nos pertenezca!

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CAPÍTULOVEINTIDÓS

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—¡N O! —ese grito brotó de loslabios de Turalyon mientrasse abría paso a empujones

entre la muchedumbre.Acto seguido, se arrodilló junto alcadáver de su héroe, su mentor, sucomandante. Después, posó la miradasobre el orco que se alzaba imponentesobre él y, al instante, esa pieza quehabía buscado durante largo tiempo pararesolver un rompecabezas encajó en susitio.

Durante meses, Turalyon había

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estado meditando acerca de su fe ycavilando sobre una cuestión particular:¿Cómo era posible que la Luz Sagradauniera a todas las criaturas, a todas lasalmas, cuando algo tan monstruoso,cruel y totalmente malvado como laHorda orco caminaba por la faz de estemundo? Como había sido incapaz de darcon una respuesta, había dudado de símismo y de las enseñanzas de la Iglesia,y había contemplado con envidia cómoUther y los demás paladines lanzabanbendiciones y brillaban envueltos en laluz de su fe, pues sabía que nunca podríarivalizar con ellos.

Pero ese orco, ese tal Martillo

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Maldito, acababa de decir algo que se lehabía quedado grabado a fuego a nivelinconsciente, algo que Turalyonintentaba comprender ahoraracionalmente.

«Hasta que vuestro mundo nospertenezca», había dicho el Jefe deGuerra de la Horda regodeándose.«Vuestro mundo», no «nuestro mundo» osiquiera «este mundo».

Esa era la respuesta.Se acordó en ese momento del Portal

Oscuro… Khadgar le había habladosobre él cuando se conocieron, mientrasles describía en qué consistía laamenaza orco, y desde entonces, lo

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habían mencionado varias veces. Sinembargo, por alguna razón, había estadociego ante la evidencia. Hasta ahora.

Los orcos no pertenecían a estemundo.

Eran unos forasteros en este planeta,en este plano de existencia. Procedíande otro lugar y su poder provenía deunos demonios que pertenecían a otroplano aún más lejano.

La Luz Sagrada unía a todos losseres vivos de este mundo. Pero no sehallaba en los orcos porque estos nopertenecían a este mundo.

En conclusión, su misión estaba másclara que nunca. Le habían encomendado

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defender la Luz Sagrada y usar suluminosa gloria para limpiar este mundode toda clase de amenazas procedentesde otros lugares, para mantener lapureza que alberga en su seno.

Los orcos no pertenecían a estelugar. Y eso significaba que podíadestruirlos con total impunidad.

—¡Por la Luz, vuestro tiempo aquíllega su fin! —exclamó, poniéndose enpie. Un brillante fulgor emanó de él y loenvolvió; era tan intenso que tanto losorcos como los humanos tuvieron quealejarse de él, protegiéndose los ojos—.No sois de este mundo, no formáis partede la Luz Sagrada. ¡No pertenecéis a

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este lugar! ¡Marchaos!El Jefe de Guerra de la Horda

esbozó un gesto de contrariedad yretrocedió un solo paso, mientras seprotegía los ojos con una mano.Turalyon aprovechó ese breve momentode respiro para volver a agacharse juntoal cadáver de Lothar.

—Ve con la Luz, amigo mío —susurró, mientras rozaba con el dedoíndice la hundida frente del Campeóncaído. Sus lágrimas se mezclaron con lasangre del guerrero muerto—. Te hasganado un lugar en lo más sagrado. LaLuz te da la bienvenida en su cálidoabrazo.

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Un aura de inmaculada luz blancaenvolvió por entero al cadáver y aljoven teniente le pareció ver que losrasgos de su difunto amigo se relajabanligeramente, que se tomaban másserenos y que incluso parecía levementecontento.

Entonces, Turalyon volvió a ponerseen pie, con la espada magna destrozadaen la mano.

—Y tú, nauseabunda criatura —afirmó, mientras se volvía hacia eldeslumbrado Martillo Maldito—, ¡túvas a pagar muy caro los crímenes quehas cometido contra este mundo y susgentes!

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Orgrim debió de darse cuenta de queestaba empleando un tono amenazador,ya que el líder orco aferró el martillocon ambas manos y lo alzó, parabloquear el golpe que intuía que iba arecibir. No obstante, Turalyon, quesostenía con ambas manos laempuñadura de la espada rota, trazó conella un letal arco descendente en uncegador destello de luz…

… y la destrozada arma impactó conincreíble fuerza contra la cabeza depiedra negra del descomunal martillo deguerra. Tan fuerte fue el golpe que elpesado mango de madera del arma seestremeció de tal manera que su dueño

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se vio obligado a soltarlo. El martillocayó al suelo sin causar daño alguno. AMartillo Maldito se le desorbitaron losojos al darse cuenta de lo que habíasucedido. Al instante, los cerró y asintiólevemente con la cabeza, mientrasaguardaba el golpe definitivo…

… que no se produjo, ya queTuralyon giró la hoja en el últimosegundo y golpeó al orco con la parteroma de su filo en vez de con la afilada.El impacto hizo que Orgrim cayera derodillas y, acto seguido, se desplomarajunto a Lothar. No obstante, Turalyonpudo comprobar que seguía vivo, puesla espalda del Jefe de Guerra se elevaba

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y descendía al compás de surespiración.

—Serás juzgado por tus crímenes —le dijo al inconsciente orco, mientras laluz que lo envolvía iba cobrando aúnmás intensidad—. Serás trasladado a lacapital, donde serás encerrado yencadenado mientras los líderes de laAlianza deciden tu destino —en esosmomentos, brillaba más que el sol en undía despejado y todos los orcos sealejaron de él, acobardados ante esa luzcegadora—, ahí tendrás que reconocertu derrota absoluta.

Entonces, se giró y alzó la mirada,esta vez hacia los demás guerreros

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orcos, que se habían quedadopetrificados al ver cómo la aparentevictoria de su líder se convertía en unaderrota contundente.

—Pero vosotros no vais a tener tantasuerte —afirmó con una voz monótona, ala vez, que apuntaba hacia ellos con esaespada destrozada. De inmediato, la Luzbrotó de ella, así como de su mano, sucabeza y sus ojos. Las piedras negrasque lo rodeaban se tornaron blancasgracias a ese poder que emanaba de él—. ¡Vais a morir aquí, con el resto devuestra raza! ¡Así, este mundo se libraráde vuestra pestilente presencia parasiempre!

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Una vez dicho esto, se abalanzó conesa hoja tan brillante como el sol, sobreel orco que tenía más cerca, al quealcanzó en la garganta antes de quepudiera reaccionar. Mientras esa malabestia caía al suelo y la sangre manaba aborbotones de la herida, Turalyonarremetió contra el resto de guerreros dela Horda que se hallaban cegados por suluz.

Ese ataque hizo despertar de suparálisis tanto a los orcos como a loshumanos. Uther y los demás paladinesde la Mano de Plata, que se habíansumado a la masa de combatientesaliados durante la batalla entre Lothar y

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Martillo Maldito, corrían ahora detrásde su compañero y también se vieronenvueltos en sus auras de luz en cuantoarremetieron contra la Horda. El restode las fuerzas de la Alianza lessiguieron.

La batalla subsiguiente fuesorprendentemente rápida. Muchos delos orcos habían sido testigos de laderrota de Martillo Maldito, y el hechode haber visto cómo su líder caía habíadesatado el pánico entre ellos. Muchoshuyeron. Otros tiraron sus armas al sueloy se rindieron; a estos los apresaron, ya

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que, a pesar de lo que había dicho antes,Turalyon se percató de que era incapazde asesinar a unos soldados indefensos,daba igual lo que hubieran hecho conanterioridad. Muchos otros les plantaroncara y lucharon, por supuesto, peroestaban desorganizados ydesconcertados, por lo que no fueronrival para los decididos soldados de laAlianza.

—Unos cuantos, tal vez unoscuatrocientos, están huyendo hacia el sura través de las Montañas Crestagrana —le informó Khadgar una hora más tarde,después de que el combate hubieraacabado y el valle estuviera dominado

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por el silencio, a excepción hecha deltrajín de las tropas, los gemidos de losheridos y los gruñidos de losprisioneros.

—Bien —replicó Turalyon, quienestaba rasgando un largo trozo de tela desu capa para, a continuación,colocárselo en la cintura como un fajínen el que emplazar la espada rota deLothar—. Reunid a las tropas yperseguidlos, pero no os deis muchaprisa. Déjaselo claro a los líderes de lasunidades. No queremos que losalcancen.

—¿Ah, no?Turalyon se volvió y miró a su

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amigo. Entonces, recordó una vez másque Khadgar, a pesar de ser un magotalentoso, no era un gran estratega.

—¿Dónde se encuentra ese PortalOscuro que lleva al mundo de los orcos?—preguntó.

Khadgar se encogió de hombros.—No lo sabemos exactamente —

admitió—. En algún lugar de las tierraspantanosas.

—Ahora que la Horda ha sufrido unainnegable derrota, ¿adónde crees queirán los pocos supervivientes quequedan?

El mago de aspecto avejentadoesbozó una amplia sonrisa.

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—A casa.—Exacto —Turalyon se enderezó—.

Los vamos a seguir hasta ese portal y lovamos a destruir de una vez por todas.

Khadgar asintió y se giró para ir enbusca de los líderes de las unidades,pero se detuvo al ver que Uther seaproximaba hacia ellos.

—Ya no quedan más orcos, salvo losque se han entregado anunció el paladín.

Turalyon asintió.—Buen trabajo. Unos cuantos han

escapado, pero vamos a perseguirlos.En cuanto los alcancemos, losdestruiremos o capturaremos.

Uther lo observó detenidamente.

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—Has asumido el mando —afirmóen voz baja.

—Supongo que sí —replicóTuralyon meditabundo. No se habíadetenido a pensarlo hasta entonces.Simplemente, se había acostumbrado adar órdenes al ejército, tanto haciendode correa de transmisión de las órdenesdel propio Lothar como dando suspropias órdenes cuando el Comandantese encontraba lejos de él, en las Tierrasdel Interior con el resto de las tropas.Así que se limitó a encogerse dehombros—. Si lo prefieres, puedoenviar a un jinete de grifo a Lordaeronpara que les pregunte al rey Terenas y

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los demás monarcas quién deberíaasumir el mando.

—No hace falta —aseveró Khadgar,quien retrocedió para colocarse junto asu amigo—. Eras un teniente de Lothar ysu segundo al mando. Te encomendó elmando de la mitad del ejército cuandodividimos nuestras fuerzas. Ahora que élya no está entre nosotros, eres el únicoque puede comandarnos.

El mago se volvió hacia Uther y lofulminó con la mirada; sin lugar a dudas,le estaba retando a que lo contradijera sise atrevía.

Sin embargo, para sorpresa deTuralyon, Uther asintió.

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—Así es —admitió—. Eres nuestrocomandante y seguiremos tus órdenes taly como hicimos con Lord Lothar —actoseguido, se acercó y posó una manosobre el hombro de Turalyon de maneraafectuosa—. Me alegra ver que al finaltu fe ha decidido mostrarse, hermanomío.

El cumplido parecía sincero yTuralyon sonrió agradecido por podercontar con la aprobación del viejopaladín.

—Gracias, Uther el Iluminado —replicó el joven comandante, que viocómo se le desorbitaban los ojos alviejo paladín al escuchar su nuevo

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sobrenombre—. A partir ahora, serásconocido por ese nombre en honor a laLuz Sagrada que este día nos ha traído.

Uther hizo una reverencia,claramente satisfecho. A continuación,se dio la vuelta sin decir nada más yregresó con los demás caballeros de laMano de Plata; seguramente, para darlesla orden de partir.

—Creía que te disputaría el mando—afirmó Khadgar en voz baja.

—No lo quiere —replicó Turalyon,quien seguía observando a Uther—.Quiere liderar, sí, pero únicamente consu ejemplo. Se siente cómodo liderandola Orden porque los demás también son

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paladines.—¿Y tú qué? —le preguntó su amigo

sin rodeos—. ¿Te sientes cómodo siendonuestro líder?

Turalyon meditó un instante alrespecto y se encogió de hombros.

—No tengo la sensación de que melo haya ganado, pero sé que Lotharconfiaba en que sería un buen líder. Y yocreía en él y en su buen juicio —asintióy cruzó su mirada con la de Khadgar—.Y ahora vayamos a por esos orcos.

Les llevó una semana llegar hastaese lugar que, según Khadgar, sellamaba el Pantano de las Penas. Pese aque podrían haber avanzado con mucha

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más presteza, Turalyon había advertidoa sus soldados que no debían adelantaraún a los orcos, pues necesitaban quelos llevaran hasta el portal. Una vez ahí,podrían atacarlos.

Si bien la muerte de Lothar habíaconmocionado a todo el mundo, tambiénles había inspirado. Esos hombres quehabían estado excesivamente fatigados,ahora se hallaban muy centrados ydecididos. Todos habían sentido unhondo pesar a nivel personal por lapérdida de su comandante y parecíandispuestos a vengar su muerte. Todoshabían aceptado a Turalyon como susucesor, sobre todo aquellos que lo

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habían seguido en su momento hasta Quel’Thalas.

Atravesar esos pantanos era unatarea difícil y desagradable, nadie sequejó, aunque se oyó algún que otrogruñido de contrariedad. Susexploradores no perdieron de vista a losorcos en ningún momento y, de vez encuando, alguno de ellos volvía parainformar de sus movimientos. De esemodo, las tropas de la Alianza pudieronavanzar a un ritmo lento sin tener quepreocuparse de que su presa pudieradarles esquinazo. En los restos de laHorda reinaba la confusión; a pesar deque todos los orcos se dirigían al mismo

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lugar, no marchaban juntos, sino quecorrían o caminaban a su propio ritmorodeados de un puñado de compañerosen medio de un grupo más grande.Turalyon esperaba que todo siguieraigual hasta el final, pues había dado porsentado que el líder de la Horda, el talMartillo Maldito, había encomendado lamisión de proteger el portal a alguno desus lugartenientes, que tendría unascuantas tropas bajo su mando. Si eselíder era bastante carismático, podríaconvencer a todos los orcos derrotadosde que se sumaran a los guerreros que yaestaban bajo sus órdenes para conformarun nuevo ejército tremendamente sólido.

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Turalyon había advertido a sus tenientesde que mantuvieran a sus hombresalerta, ya que si daban por sentado queesta lucha iba a ser fácil, podrían acabartodos muertos.

Pasaron una semana más en lospantanos antes de llegar a una zonallamada La Ciénaga Negra, dondeincluso a Khadgar le esperaba unadesagradable sorpresa.

—No lo entiendo —comentó elmago, agachándose para estudiar elterreno—. ¡Todo esto debería ser unaciénaga! Debería ser como ese pantanoque acabamos de atravesar: un lodazalasqueroso y pestilente —dio unos

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golpecitos a la dura piedra roja quetenía ante él y frunció el ceño—. Esto noes lo que debería haber aquí.

—Tiene pinta de ser una roca ígnea—afirmó Brann Barbabronce, que sehallaba junto a él.

Los enanos habían insistido enacompañarlos el resto del camino, locual había complacido a Turalyon, yaque le agradaba su compañía yapreciaba su destreza en batalla. Amboshermanos le caían en gracia, gracias a subuen humor y su fanfarronería, y porquesabían disfrutar al igual que él de unabuena pelea, una buena cerveza y unabuena mujer. Sin lugar a dudas, Brann

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era el más erudito de los dos; él yKhadgar se pasaban noches enterashablando sobre textos ignotos mientrasel resto discutían sobre temas muchomenos cultos. Todos los enanos deForjaz eran expertos en minerales ygemas, por lo cual Brann se sintió untanto perturbado, cuando menos, al noreconocer esa roca.

—Pero no conozco ningún fuegocapaz de hacer algo así —añadió,mientras la arañaba con una uña—.Ciertamente, ninguno capaz de hacerleesto a una extensión de terreno tangrande —decía esto porque esa rocaroja se extendía ante ellos hasta

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perderse en la lontananza—. Nuncahabía visto nada igual.

—Por desgracia, yo sí —replicóKhadgar, quien volvió a ponerse en pie—. Pero no en este mundo.

No dio más explicaciones y, por laexpresión que se dibujó en su semblante,los demás dedujeron que era mejor nopedírselas.

No obstante, Muradin pareció ser elúnico en no percatarse de ello, ya quehizo ademán de preguntar, pero suhermano le detuvo.

—¿Sabes qué significa tu nombre enel idioma enano, muchacho? —lepreguntó Brann a Khadgar—. Significa

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«confianza» —el mago asintió—.Confiamos en ti, zagal. Ya nos locontarás todo cuando estés preparado.

—Bueno, seguramente los orcostendrán algo que ver con todo esto —señaló Turalyon—. Aunque nos resultarámás fácil perseguirlos a través de unterreno pedregoso que a través de uncenagal, así que no me parece mal queeste escenario haya cambiado.

Los demás asintieron; Khadgar, sinembargo, continuó pensativo. Volvierona subirse a sus monturas y prosiguieronsu marcha.

Unas noches después, Khadgar alzóla mirada de la hoguera que tenía

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delante y dijo súbitamente:—Creo que tenemos un problema —

todos los demás se volvieron paraescuchar al mago de aspecto avejentado—. He consultado con otros magos ycreemos saber qué es lo que ha causadoque esta tierra cambie —les explicó—.Ha sido el Portal Oscuro. Su merapresencia afecta a nuestro mundo. En unprincipio, ha transmutado las tierras quelo rodean, pero creo que ese mal se estáextendiendo.

—¿Por qué provoca ese portal talesalteraciones? —inquirió Uther.

El líder de la Mano de Plata nuncase había sentido muy cómodo en

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presencia de un mago, pues compartía lacreencia muy extendida de que su magiaera de naturaleza impía y quizá inclusodemoníaca; no obstante, había aprendidoa aceptarla, al menos, y tal vez inclusohabía llegado a respetar a Khadgar en eltranscurso de esa larga guerra.

El mago hizo un gesto de negacióncon la cabeza.

—Aún tengo que comprobarlo —respondió—. Pero supongo que esteportal que une nuestro mundo conDraenor, el mundo natal de los orcos,está haciendo algo más que crear unpuente. De algún modo, los estáfusionando; al menos, justo en el punto

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de entrada.—¿Acaso su mundo está hecho de

esta misma piedra roja? —conjeturóBrann.

—No del todo —contestó Khadgar—. Hace tiempo, tuve una visión en laque vi Draenor. Era un lugar inhóspitocuyo suelo se parecía mucho a esto.Apenas queda energía vital, es como sila naturaleza hubiera sido arrasada.Podría ser consecuencia del tipo demagia que utilizaban, ya que corrompióla misma tierra. Ese mal se estáextendiendo a través del portal y, cadavez que los orcos emplean su magia ennuestro mundo, empeora más y más.

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Una razón más para destruirlo —anunció Turalyon—. Y cuanto antes,mejor.

Su amigo asintió.—Estoy de acuerdo. Cuanto antes,

mejor.

Tres días más tarde, losexploradores regresaron y anunciaronque los orcos se habían detenido.

—Se han refugiado en un enormevalle que se encuentra justo ahí delante—explicó uno de ellos—, en cuyocentro hay una especie de puerta.

Khadgar intercambió una mirada con

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Turalyon, Uther y los hermanosBarbabronce. Ese tenía que ser el PortalOscuro.

—Decidles a los hombres queatacaremos de inmediato —ordenóTuralyon en voz baja, mientrasdesenvainaba la espada rota de Lotharcon una mano y alzaba con la otra supropio martillo.

Khadgar se maravilló de nuevo antelo mucho que había cambiado su amigoen los últimos meses. Turalyon se habíavuelto más severo, más autoritario, másseguro de sí mismo; había pasado de serun joven sin experiencia a ser unguerrero curtido en mil batallas y un

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comandante experimentado. No obstante,desde la muerte de Lothar, parecíahallarse envuelto de un aura especial,que transmitía una sensación de calma ysabiduría e incluso majestuosidad. Uthery los demás paladines transmitían unassensaciones parecidas pero eran muchomás distantes, era como si se hallaranpor encima de los problemas de estemundo. Turalyon parecía encontrarsemás unido al mundo que lo rodeaba, másen sintonía con su entorno. Pese a que setrataba de un tipo de magia que Khadgarno alcanzaba a entender, le tenía un granrespeto. En cierto sentido, era una magiaopuesta a la suya, que se basaba en

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controlar los elementos y demás fuerzas.Turalyon no controlaba nada, sino queabría su ser a esas mismas fuerzas parapoder acceder a ellas de un modo mássutil que cualquier otro mago, aunquerenunciando en parte a su control.

Tras prepararse, los soldadosavanzaron sigilosamente. Iban andandomientras tiraban suavemente de lasriendas de sus caballos, que los seguíanlentamente, con el fin de que sus cascosno resonaran estruendosamente al trotarsobre la dura piedra roja. El terreno seelevaba ligeramente y, de repente,descendía abruptamente hasta dar a unprofundo valle, cuyas paredes más

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lejanas se elevaban imponentes. En elcentro de aquel valle, tal y como habíaindicado el explorador, había una puertacolosal, que no se hallaba inserta en unmuro o ninguna estructura sino que sealzaba sola. Khadgar profirió un gritoahogado al poder contemplarla por fincon detalle. El Portal Oscuro (no podíaser otra cosa) tenía, fácilmente, treintametros de alto y contaba con una anchurasimilar; además, estaba tallada en unapiedra de color verde grisáceo. A amboslados, habían cincelado unos patronesdecorativos muy profundos con forma desurcos y remolinos, que parecían giraren tomo a una calavera con el ceño

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fruncido, y dos hileras curvadas de púasornamentaban de un modo enfermizo susbordes. La parte central contaba con unarudimentaria cenefa ornamental en suzona inferior, mientras que la zonasuperior carecía de ornamento alguno.Cuatro escalones muy anchos llevabanhasta el portal propiamente dicho, quebrillaba con un fulgor verde y negro ycrepitaba de energía. Khadgar lopercibía como una vorágine queirradiaba poder y que transmitía unaextraña sensación de cubrir una vastadistancia. También podía sentir cómo seextendía, cómo se adentraba en esastierras y cómo unos zarcillos de energía

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brotaban de sus fauces abiertas.Los orcos se arremolinaban en torno

al portal, como si no supieran qué hacer.Ahí había bastantes más de los quehabían estado siguiendo, por tanto,Turalyon había estado en lo cierto:Martillo Maldito había dejado uncontingente de orcos ahí para vigilar eselugar. Aun así, las fuerzas de la Alianzalos sobrepasaban en número. Además,los orcos estaban separados en gruposperfectamente diferenciados, era comosi ya no tuvieran ninguna razón paraconfiar unos en otros, por lo que serefugiaban en sus propias familias ypartidas de caza. Eso no era un ejército

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sino un conjunto de pequeñas bandas.—¡Ahora! —gritó Turalyon, quien

saltó del saliente del risco y se deslizópor la larga pendiente, hastaprácticamente echarse encima de variosorcos que se encontraban sentados ahí.

Empaló a un orco con la espada deLothar, cuyo medio filo mellado loatravesó de lado a lado, y aplastó elcráneo a otro orco con su martillo, que,del golpe, se desplomó rápidamentesobre el primero, el cual cayó a su vezal suelo, deshaciéndose así del abrazomortal de la espada. A continuación,Uther y el resto de los paladines habíanseguido a Turalyon, al que ahora

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flanqueaban mientras se dirigía haciaotros orcos. El resto de la Alianzaavanzaba tras ellos.

Khadgar era consciente de que noera tan buen guerrero como mago, asíque se quedó en la parte superior delrisco con los demás magos, observandoel combate, que se libró con sumaceleridad. Lothar y Turalyon habíanconseguido que las tropas de la Alianzaactuaran como un único ejércitotremendamente poderoso. En esosmomentos, luchaban como una solafuerza, cuyas tropas aunaban esfuerzospara combatir a un enemigo común. Loshombres armados con espadas y hachas

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protegían a los lanceros, y los arqueroslos protegían a todos ellos a su vez y lesprestaban su apoyo con ataques a largadistancia siempre que fuera necesario.Los orcos estaban demasiadodesorganizados como para aunaresfuerzos, por lo cual cada grupolibraba la guerra por su cuenta. Esofacilitó mucho las cosas a Turalyon,pues le bastaba con ordenar a sushombres que rodearan a esas bandas deorcos de una en una, con el fin demasacrarlos o tomarlos comoprisioneros. El Comandante de laAlianza se fue abriendo paso por elvalle de una manera metódica,

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derrotando a un orco tras otro; muchosacabaron hechos prisioneros yencadenados, pero otros tantos acabaronmuertos sobre el campo de batalla. Noobstante, un gran número de orcos,caballeros de la Muerte y demás habíahuido a través del portal ya que noquerían morir ni ser capturados. Solo unreducido y extenuado grupo quedó atrás,defendiendo su posición para cubrir laretirada de los demás.

Entonces, Turalyon alcanzó elprimer escalón del portal. Dos robustosy musculosos orcos, armados con unascolosales y melladas hachas, seencontraban aguardándolo en el último

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escalón. Portaban medallas y huesos enel pelo, la nariz, las orejas, las cejas ypor toda la armadura; asimismo,llevaban su oscuro pelo en punta, enforma de cortas púas, como si fueratambién otra arma. Uno de ellos llevabavendados el hombro izquierdo y lapierna del mismo lado; las vendasestaban ensangrentadas. No obstante,esos arrogantes orcos parecíanconfiados en que saldrían victoriosos deesa contienda; resultaba obvio que lareciente derrota de su líder no les habíaminado la moral.

—Te enfrentas a Rend y Maim PuñoNegro del clan Diente Negro —le gritó

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uno de ellos mientras descendían, conpaso fuerte y decidido, los escalones endirección hacia Turalyon—. Nuestropadre, Puño Negro, lideró la Hordahasta que ese arribista de MartilloMaldito lo asesinó injustamente. Ahoraque ese necio ya no es nuestro líder,nosotros reconstruiremos la Horda.¡Será más grande que nunca y osborraremos de la faz de este mundo!

—Creo que no —replicó Turalyon,cuyas palabras reverberaron por todo elvalle. En medio de ese torbellino deenergía que emanaba del portal, elComandante de la Alianza refulgía conun intenso fulgor penetrante—. Vuestro

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líder ha sido capturado, vuestros clanesestán desorganizados y lo que queda dela Horda se encuentra concentrado aquí,en este valle que hemos rodeado —entonces, alzó tanto el martillo como laespada—. Enfrentaos a mí si os atrevéis.O huid a vuestro propio mundo paranunca volver.

La provocación funcionó, ya queambos hermanos bajaron corriendo elúltimo escalón y arremetieron contraTuralyon profiriendo feroces gritos deguerra. Pero el joven paladínrecientemente nombrado comandante nose amedrentó. Dio un paso hacia atrásrápidamente y trazó enérgicamente un

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arco descendente tanto con el martillocomo con la espada. Ambas armasimpactaron con tal fuerza contra lashachas de los orcos que estos tuvieronque soltarlas. Acto seguido, se acercóaún más y alzó ambas armas, golpeandoa ambos orcos justo debajo de labarbilla. El que tenía a su izquierda setambaleó hacia atrás, aturdido, pero suhermano se trastabilló mientras la sangresalía despedida del profundo corte quetenía en el mentón.

Khadgar observó cómo ambos orcosgruñían y se abalanzaban de nuevo sobreel joven paladín, pero esta vez susataques fueron más torpes, más salvajes.

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Turalyon evitó que lo alcanzaran con unasimple treta, arremetió a gran velocidadcontra ellos y se escabulló por elespacio que había entre ambos,dejándolos atrás, no sin antes haberlosgolpeado en el estómago. Ambos seencogieron de dolor y el líder humanoaprovechó tal circunstancia para darlesuna patada por detrás. Los dos hermanoscayeron dando tumbos por la rampahasta estrellarse contra el duro suelo depiedra. Al instante, su adversario seencontraba de nuevo a sus espaldas ysus armas no tardaron en hendir el airecon un letal silbido.

Por desgracia, los hermanos no

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estaban solos.—¡Compañeros de clan, ayudadnos!

—exclamó uno de los hermanos—.¡Matad al humano!

Dos orcos más se sumaron a larefriega y los Puño Negro aprovecharonla oportunidad para retirarse. Si bien loshermanos se defendieron de algunos delos hombres que se aproximaron a ellos,a Khadgar le dio la impresión de queluchaban con cierta desgana. Sin dudaalguna, habían reevaluado la situación yhabían concluido que tenían pocasposibilidades de sobrevivir. Entonces,se abrió un hueco en las fuerzas de laAlianza que se acercaban al portal y los

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hermanos orcos lo aprovecharon parahuir. Un puñado de sus compañeros declan siguió su ejemplo. Pero Turalyonestaba demasiado ocupado en esosmomentos como para perseguirlos. Noobstante, el resto de orcos se quedaron aluchar e incluso algunos de ellosescupieron y maldijeron a los PuñoNegro al verlos huir. De hecho, los dosque habían acudido a ayudar a loshermanos seguían siendo una amenazapara Turalyon.

—¡Rargh! —gruñó uno de ellos, almismo tiempo que atacaba con su hacha.

Turalyon bloqueó el golpe con sumartillo y apartó a un lado el arma del

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pesado orco. Acto seguido, lo atravesócon la espada rota, cuya hoja atravesótanto la armadura como la carne hastaenterrarse en el tronco de esa criatura.El orco soltó su arma y se quedó rígido,jadeó mientras se aferraba a esa espadamanchada de sangre y, a continuación, sedesplomó y cayó al suelo, con los ojosvidriosos.

—¡Muere! —aulló el otro orco, quese abalanzó sobre Turalyon.

El joven paladín, que ya habíaarrancado la espada del cadáver delprimero orco, arremetió contra elsegundo, al que acertó con la puntamellada de su arma justo en la garganta.

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Como eso no fue suficiente para detenerla carga de su adversario, Turalyon tuvoque desviar la trayectoria del hacha delorco de un martillazo y, de inmediato,volvió a atacarlo. Esta vez, acertó delleno en la cabeza del orco con supesado martillo. El golpe debió de sertremendo, ya que el guerrero orco sederrumbó de inmediato. La sangre manóde su sien destrozada y ya no volvió amoverse.

Turalyon contempló amboscadáveres por un instante y, actoseguido, dirigió su mirada hacia losPuño Negro, a quienes acabó perdiendode vista en el extremo más lejano del

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valle. Entonces, alzó la mirada hacia elsaliente, donde divisó a Khadgar.

—¡Hazlo ahora! —vociferó elpaladín, señalando con la espada deLothar al portal—. ¡Destruyelo!

—¡Alejaos! —gritó Khadgar a modode réplica—. ¡No sé qué puede ocurrir!

Apenas fue consciente de que suamigo asentía y se alejaba corriendo deesa descomunal estructura de piedra, yaque tanto él como los otros once magosque se hallaban con él tenían toda suatención centrada en el portal.

Pudo percibir su tremendo poder, suvínculo con este mundo y Draenor y lagrieta que había abierto para permitir el

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acceso a ambos. Sospechaba que lagrieta simplemente engulliría su magia.Además, ambos mundos eran demasiadograndes y poderosos como para queincluso la magia de los doce magos ahíreunidos los afectara. Así que lo únicoque podían hacer era destruir el propioportal, ya que, por mucho poder quealbergara, estaba hecho de piedra y lapiedra era algo que sí podían hacerañicos.

Khadgar se concentró e invocó tantopoder como pudo, inundando así su serde energía mágica. Si bien en esastierras quedaba ya muy poco poder queinvocar, el mismo Portal Oscuro contaba

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con una enorme energía y no había nadaque protegiese ya esa reserva de magia,que pudiera evitar que cierta gente,como esos magos, pudiera utilizar esepoder para sus propios fines. Eso eraprecisamente lo que Khadgar y el restode magos estaban haciendo en esosmomentos, estaban extrayendo todas lasreservas de energía del portal hastadejarlas agotadas del todo pararedirigirlas hacia el propio Khadgar. Sele puso el pelo de punta y la energíacrepitó por todo su semblante y susdedos. El viento ululó a su alrededor yle pareció ver que un relámpago caíacerca, aunque podría haberse tratado

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perfectamente de un rayo de energíaarcana que acababa de pasar delante desus ojos o incluso a través de ellos.Esperaba que con todo ese esfuerzobastara.

Khadgar, que se hallaba situadofrente al Portal Oscuro, cerró los ojos yextendió los brazos, con las palmas delas manos vueltas hacia arriba. Reunióhasta la última gota de magia queacababa de absorber y creó con ella unaespecie de esfera mística que pendió enel aire, vibrante y radiante, ante susojos. Era capaz de percibir cómovibraba esa esfera, que no era más queuna gran cantidad de energía contenida a

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duras penas en esa forma circular. Sí,era perfecta. A continuación, centro suatención en el portal, en las energías querugían ahí y se colocó en una posiciónque le permitió alinearse con esaestructura.

Entonces, abrió los ojos por fin.Acto seguido, juntó ambas manos

con celeridad, girando las palmas en elúltimo segundo para dar una fuertepalmada. La bola de energía saliódisparada, se alargó y aplanó y pasó deser una mera esfera a una suerte de lanzalarga y esbelta.

Una lanza que se clavó justo en elcentro del portal, cuya energía se

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esparció fuera y dentro del PortalOscuro, así como por las losas depiedra que formaban sus laterales y suparte superior. La explosión resultantehizo que la mayoría de los soldados dela Alianza y gran parte de los orcos queaún quedaban ahí perdieran elequilibrio. Incluso el mismo Khadgar setambaleó ahí arriba. El pesado dintel delportal y sus columnas cuadradasestallaron en mil pedazos. Por fortunapara las fuerzas de la Alianza que seencontraban cerca, la explosión lanzócasi todos los fragmentos más grandesde piedra al interior del portal.

Acto seguido, el portal se

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desvaneció y los turbios colores queeste había proyectado hasta hacía soloun momento se vieron reemplazados porun espacio vacío. Khadgar notó que elmundo volvía a respirar al haberse rotoel vínculo que le había unido a Draenor,acabando así con la influencia que esemundo moribundo ejercía sobre el suyo,de tal modo que la naturaleza pudovolver a imponerse.

Khadgar miró hacia abajo y pudover que Turalyon se estaba levantandodel suelo. El paladín se encontrabacubierto de polvo y pequeñosfragmentos de piedra, pero aparte deeso, parecía ileso. Mientras se limpiaba

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el polvo de la cara, los brazos y elpecho, alzó la mirada y sonrió aKhadgar.

—No creo que vuelvan a utilizar eseportal —comentó a voz en grito.

Ambos se echaron a reír, aunqueesas carcajadas reflejaban más elprofundo alivio que sentían que una granalegría.

La guerra había acabado. Y laAlianza había ganado. Su mundo estabaa salvo.

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—S

EPÍLOGO

erá un monumentoimpresionante —comentóTuralyon.

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Tanto él como Khadgar se hallabanmontados a lomos de sus caballos cercadel saliente del risco, contemplando lasencilla llanura donde Lothar habíalibrado su última batalla meses antes.Aquel paisaje era inhóspito, duro yatroz, consistía principalmente en piedranegra y lava solidificada, salvo en esoslugares donde la lava brillaba entre lassombras con un fulgor rojo. El aireestaba repleto de cenizas y hollín, y elciclo parecía hallarse cubierto demanera perpetua. Las montañas sealzaban amenazadoras sobre ese lugar,como unos guardianes que la vigilarancon gesto de reprobación y

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menosprecio. La Cumbre de Roca Negrase alzaba en la lontananza.

—Lo será —coincidió Khadgar—.Su sacrificio brillará siempre como unsímbolo de lealtad y valentía, inclusodespués de que otras huellas de estaguerra hayan desaparecido.

Turalyon asintió con la cabeza. Sumirada aún se centraba en la estatua quese había erigido en la Cumbre de RocaNegra. El Señor Regente Anduin Lothar,Campeón de Ventormenta y Comandantede la Alianza, alzaba su espada con suescudo en ristre, mientras miraba haciael cielo como si lo estuviera retando acombatir contra él. Ese hombre de

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marcados rasgos, que iba vestido conuna armadura completa aunque nollevaba yelmo, contemplaba el valle conuna mirada severa a la vez quebondadosa.

—Bueno, al menos, la guerra haacabado —afirmó Khadgar.

Era cierto. La batalla del PortalOscuro había sido la última de esaguerra. Los pocos orcos que habíansobrevivido a ella se habían rendido yhabían sido hechos prisioneros. Comonadie sabía muy bien qué hacer conellos, los habían obligado a realizartrabajos forzados, a arrastrar hasta ahílos materiales necesarios para erigir el

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monumento a Lothar, lo cual era undetalle irónico que Turalyon supoapreciar. En cuanto hubieran terminadola estatua, tal vez los enviaran a realizarotro tipo de trabajos forzosos. No creíaque fueran a matarlos, aunque tampocopodían soltarlos, ya que no queríancorrer el riesgo de que volvieran arefundar la Horda. No obstante, algunosde ellos habían logrado escapar, comoera el caso de los Puño Negro, peroahora mismo, no contaban con tropassuficientes como para ser una seriaamenaza.

Aun así, eso no era ya de suincumbencia. Terenas y los demás reyes

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tomarían esas decisiones cuando llegarael momento. En cuanto Lordaeron habíaquedado libre de orcos, Terenas habíamarchado con sus fuerzas hasta Alterac,donde había declarado la ley marcial yhabía depuesto al traidor de Perenolde,al que había encarcelado. Si bien eldestino de Alterac aún era incierto, laAlianza seguiría existiendo; además, elresto de monarcas le habían pedido aTuralyon que siguiera siendo suComandante. El joven paladín habíaaceptado la propuesta, pues creía queLothar habría querido que siguieradesempeñando ese papel. Lo único quesu amigo y mentor quiso en toda su vida

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fue proteger esas tierras y a la gente quevivía en ellas, y él había jurado hacer lomismo.

—No deberías pensar tanto —comentó Khadgar, quien le dio un levecodazo en el brazo.

—Solo pienso en el futuro y en loque este nos deparará —replicóTuralyon.

—Nadie conoce el futuro —afirmósu amigo, aunque una extraña expresiónse dibujó fugazmente en su rostro—. Noobstante, sospecho que volveremos a oírhablar de la Horda o de su mundo.

—Espero que te equivoques —ledijo Turalyon—. Pero si estás en lo

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cierto, los estaremos esperando cuandoregresen. Y los volveremos a expulsar,tal y como hemos hecho esta vez. Estemundo es nuestro y, por la Luz Sagrada,vamos a protegerlo ahora y siempre.

El mago se echó a reír.—Una noble declaración de

intenciones, mi buen Turalyon —aseveróde manera burlona—. Tal vez graben esafrase en tu estatua para la posteridadcuando llegue el momento.

—¿En mi estatua? —replicóTuralyon entre risas—. ¿Qué tendríamosque hacer para ganamos ese honor?

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AGRADECIMIENTOS

Como siempre, muchísimas gracias aChris por iniciar la marea y a Marco porcontrolarla. También me gustaría dar las

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gracias a Evelyn por su aguda vista yamables palabras. Y sobre todo, a losfans de World of Warcraft, sin los cualesni Lothar, ni Orgrim ni los demástendrían un público al que contar sushistorias.

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AARON ROSENBERG (1969) es oriundode Nueva Jersey y Nueva York. Regresóa la ciudad de Nueva York en 1996 trasvivir una temporada en Nueva Orleans yKansas. Ha trabajado dando clases delengua inglesa y ha colaborado encorporaciones de diseño gráfico y en la

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industria editorial. Aaron ha escritonovelas de Star Trek, StarCraft, Worldof Warcraft, Warhammer y Exalted.También escribe juegos de rol y hacolaborado en los juegos de Star Trek,World of Warcraft y Warhammer. Almismo tiempo, escribe libros educativosy novelas juveniles e infantiles. Aaronvive en la ciudad de Nueva York con sufamilia.