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    Dos minutos de silencio.

    Elementos de una moral mundana en Eichmann en Jerusalén

     Ralph Buchenhorst

    Universidad de Buenos Aires

    I El contexto de un debate acalorado

    La recepción del libro de Hannah Arendt,  Eichmann en Jerusalén, con su subtítulo

    audaz, Un estudio sobre la banalidad del mal , tiene una historia extraordinariamente

    controversial. Mientras que la editorial norteamericana Viking Press vendió apenas

    10000 ejemplares en los primeros años, se publicaron más de 1000 comentarios, críticas

    y reseñas del libro en los EE.UU. y en los demás países específicamente interesados en

    el tema.1  Arendt tuvo que soportar comentarios muy duros, como el de la revista

     Intermoutain Jewish Review, que tituló su reseña “Judía que se desprecia a sí misma

    escribe libro a favor de Eichmann”, y se vio confrontada con la proscripción de la

    comunidad judía y con el fin de amistades, entre ellas con quien había sido el amigo

    íntimo en la época de su compromiso con el sionismo, el judaísta Gershom Scholem.

    Las críticas se concentraron sobre todo en tres puntos: en el tono de fría intelectualidad

    de los comentarios de Arendt sobre el comportamiento de los llamados  Judenräte 

    (Consejos Judíos)2  durante la realización de las deportaciones a los campos de

    exterminio, en la supuesta reducción del complejo proceso del exterminio de los judíos

    europeos a una palabra clave, la de la banalidad del mal, y en el hecho de que Arendt no

     presentara a la Shoá como una tragedia con una causa final positiva de la catástrofe,

    como lo expresara Lionel Abel en un análisis de la disputa: “Algo bueno tiene que

    resultar de todo ese mal; y para los judíos lo bueno se encontró solamente en la

    fundación del Estado de Israel.”3 Sabemos que Arendt ya al comienzo del libro no dejó

    1 Como ejemplos véase: Council of Jews from Germany, Nach dem Eichmann Prozess. Zu einer

     Kontroverse ueber die Haltung der Juden, Tel-Aviv: Blumenthal 1963; Braham, R.L., The Eichmann

    Case: A Source Book , Nueva York 1969; Robinson, J., And the Crooked Shall Be Made Straight: The

     Eichmann Trial, the Jewish Catástrophe, and Hannah Arendt´s Narrative, Nueva York 1965; Die

     Kontroverse. Hannah Arendt, Eichmann und die Juden, Munich 19642 Los Judenräte eran entidades administrativas judías de carácter oficial creadas a instancias de los

    nacionalsocialistas en la mayoría de los guetos de Europa oriental y en varios otros países ocupados.

    Consiguieron informaciones más allá de los informes oficiales y públicos de los nazis y así estaban en una

    situación privilegiada y al mismo tiempo complicada para decidir sobre el destino de los judíos de sus

    guetos.3 Abel, L., The Intellectual Follies: A Memoir of the Literary Venture in New York and Paris, Nueva

    York 1984, p.221

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    ninguna duda acerca de sus reservas mentales respecto de la mezcla de principios

    seculares y religiosos en la fundación del Estado de Israel.4 

    Para entender esa disputa feroz, sería útil recordar algunos datos que condujeron a la

     producción del libro. El 11 de mayo de 1960 agentes de la policía secreta de Israel, el

    Mossad, secuestraron al ex Obersturmbandfuehrer   Adolf Eichmann, registrado en la

    Argentina como Ricardo Klement, en su casa de la calle Garibaldi 16 en el barrio

    residencial de San Fernando, en el Gran Buenos Aires.5 Que ese secuestro no tuviera

    consecuencias diplomáticas graves para Israel se debió solamente al hecho de que

    Eichmann era apátrida de facto, porque ni Alemania ni Argentina al final solicitaron su

    extradición. Sin embargo, Arendt no podía dejar pasar el hecho de que “el acusado no

    fue legalmente detenido y trasladado, en méritos de extradición, al Estado de Israel, sino

    que, al contrario, se cometió una flagrante trasgresión de la ley internacional, a fin de

    someterle a la acción de la justicia.”6 Llevaron a Eichmann en un avión de la línea aérea

    de Israel a Haifa para finalmente trasladarlo a Jerusalén, donde comenzó el juicio el 10

    de abril de 1961. Después del interrogatorio y de la audición de alrededor de cien

    testigos por espacio de varios meses, el 11 de diciembre del mismo año el tribunal

     pronunció su sentencia: Eichmann fue condenado a muerte. La corte de apelación

    confirmó la sentencia el 29 de mayo de 1962. Eichmann fue ejecutado el 31 de mayo

    del mismo año.

    Un canal de televisión norteamericano consiguió los derechos para filmar el juicio.

    Contrató al director de cine documental Leo Horwitz, que escondió cuatro cámaras fijas

    en la sala y de esa manera documentó más de 500 horas del juicio. Al mismo tiempo

    una gran cantidad de periodistas de todo el mundo asistió al juicio, entre ellos Hannah

    Arendt, que fue a Jerusalén por encargo del semanal norteamericano The New Yorker .

    De hecho, fue ella misma la que propuso a la editorial que la enviaran, motivada, como

    escribió en una carta a Karl Jaspers, por “estudiar en la realidad esta calamidad en toda

    su siniestra nimiedad, sin la mediación de la palabra impresa. No se olvide que

    abandoné Alemania muy tempranamente y en el fondo llegué a enterarme muy poco de

    4 Esa fundación, comenta Arendt, “ha hecho de los judíos un pueblo entre otros pueblos, una nación entre

    otras naciones, un Estado entre otros estados, que debe desarrollarse forzosamente en unas circunstanciasde pluralidad política e histórica que ya no permite la antigua dicotomía de judíos y gentiles, basada,

    desgraciadamente, en una doctrina religiosa.” Arendt, H., Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la

    banalidad del mal , Barcelona 2000, p.245

     Véase Harel, I., La casa de la calle Garibaldi, Barcelona 1966; Pearlman, M., Die Festnahme des Adolf Eichmann, Hamburgo 19616 Arendt, H., Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal , ibíd., p.398

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    este asunto en forma directa.”7  Sus cinco artículos, ampliados, fueron compilados y

     publicados como libro en mayo de 1963.

    II El objetivo del estudio sobre el mal banal

    La propia autora define la tarea de su relato con toda claridad: entender la conciencia de

    Eichmann durante su actividad como funcionario de la deportación de los judíos

    europeos a los campos de exterminio, y extrapolar a partir de esta comprensión

    elementos para una moral post-Shoá. Al mismo tiempo se comprometió a ser fiel a su

    trabajo de informante, es decir, a representar escrupulosamente los asuntos tratados en

    el procedimiento judicial. Esa fue la explicación que Arendt dio al verse confrontada

    con la pregunta acerca de por qué tocó el tema de la cooperación de los Consejos

    Judíos. Por estos motivos, Arendt también aborda el comportamiento de los alemanes

    comunes en el Tercer Reich y trata de completar las descripciones de los testigos sobre

    el exterminio de los judíos europeos recurriendo a estudios historiográficos como el de

    Gerald Reitlinger 8  o el análisis pormenorizado de Raul Hilberg, publicado en aquel

    momento.9 Además, planteó la pregunta por la competencia del tribunal de Jerusalén en

    un caso de crímenes contra la humanidad y un acusado apátrida.

    Son tantos los comentarios publicados sobre los argumentos de Arendt que parece

    ocioso volver a discutirlos. Pero la evidencia demuestra que publicaciones más

    recientes, como por ejemplo el libro de Goldhagen sobre el comportamiento de los

    alemanes comunes durante la dictadura nazi,10 exhiben la necesidad de volver también

    al trabajo de Arendt, esta vez bajo nuevos supuestos.11 En los contextos actuales de la

     pregunta acerca de la pertinencia del tribunal internacional de La Haya en crímenes de

    guerra, de la discusión del concepto de estado de excepción para legitimar acciones

     políticas extremas12  o de la discusión en la Argentina en torno a la derogación de las

    leyes de Obediencia debida  y  Punto final,  los argumentos de  Eichmann en Jerusalén 

    7 Carta a Karl Jaspers del 2 de diciembre de 1960, en Koehler, L., Saner, H., Hannah Arendt und Karl

    Jaspers, Briefwechsel 1926-1969, Munich 1985, p.4468 Reitlinger, G., The Final Solution, Nueva York 1953

    9 Hilberg, R., The Destruction of the European Jews, Chicago 1961

    10 Goldhagen, D. J., Hitlers willing executioners. Ordinary Germans and the Holocaust , Nueva York

    199611

     Como ejemplo Smith, G., Hannah Arendt Revisited: “Eichmann in Jerusalem” und die Folgen,

    Francfort d.M.200012

     Como son presentados p.ej. en los trabajos de Agamben, G., Homo sacer. El poder soberano y la nudavida, Valencia: Pre-Textos 1998, sobre todo pp.211-239, y Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el

    testigo, Valencia: Pre-Textos 2000

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    aparecen bajo una perspectiva diferente y merecen una reconsideración. En el marco de

    esta intervención, voy a limitarme a tratar de echar luz sobre el concepto de banalidad

    del mal, analizando los argumentos presentados en la correspondencia entre Gershom

    Scholem y Hannah Arendt a propósito de la publicación del libro de Arendt y

    realizando una distinción en el uso de dos paradigmas diferentes en la investigación de

    las condiciones de la realización del exterminio como proceso sistémico y de la

    disposición moral del individuo Eichmann.

    III La controversia entre Scholem y Arendt

    Esa correspondencia cuenta con cinco cartas escritas entre junio y octubre de 1963.13 

    Los argumentos centrales de Scholem se encuentran en su primera carta del 23 de junio,

    supuestamente escrita bajo la impresión de la primera lectura del libro. La posición de

    Scholem se puede condensar en tres aspectos. El primero critica el tono, el estilo de la

    argumentación de Arendt. Scholem exige un tratamiento objetivo y profundo, acorde a

    un tema tan grave como el exterminio, pero encuentra en el libro un tono “insensible y

    muchas veces incluso malicioso”, también “frívolo”. El segundo aspecto se expresa en

    el reproche que hace Scholem a Arendt, al afirmar que carece de “Ahavat Israel”, “amor

     por los judíos”, para entender el comportamiento de los consejeros, los testigos y del

    tribunal. Scholem sospecha en el pensamiento intelectual de Arendt un objetivismo

    cínico que no puede llegar a la profundidad del pensamiento religioso de los judíos. En

    el tercer aspecto, Scholem le rehúsa a Arendt el derecho de juzgar sobre el

    comportamiento de los consejos judíos, argumentando simplemente que nadie que no

    estuviera involucrado concretamente podía juzgar sus decisiones: “Hubo también entre

    ellos muchas personas nada diferentes de nosotros, que se vieron arrastradas a tomar

    terribles decisiones en circunstancias que no podemos siquiera intentar reproducir ni

    reconstruir. No sé si hicieron bien o mal. Ni pretendo juzgar. Yo no estaba allí.”14 

    Destacando que su ignorancia le impide una crítica, Scholem por otro lado concede que

    algunos miembros de los Judenräte eran “cerdos”, otros “santos”.

    13 La correspondencia completa se encuentra en Scholem, G., Briefe. 1948-1970, editada por Sparr, Th.,

    Munich 199514

     Citado de la versión castellana en: Arendt, H., “Eichmann en Jerusalén”. Intercambio epistolar entreGershom Scholem y Hannah Arendt , en su Una revisión de la historia judía y otros ensayos, Buenos

    Aires: Paidós 2005, p.140

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    La respuesta de Arendt no tarda en poner en evidencia una contradicción vergonzosa en

    el primer argumento de Scholem, que en la misma frase exige por un lado objetividad,

     por el otro “amor por los judíos” y “nobleza de corazón”. Stéphane Mosès aclaró en un

    análisis más detallado de esa correspondencia que “Ahavat Israel” era una expresión

    muy popular en la cultura de los ashkenazim, los judíos del este, pero desconocida entre

    los judíos alemanes. Con el objetivo de apoyar la crítica de Scholem, Mosès corona su

    argumento destacando el movimiento dialéctico entre lo particular y lo general en el

    fondo de la expresión citada por Scholem: El principio de amar a los judíos,

    concretizado en la voluntad de ayudar y acompañar a su próximo, tiene su correlato más

    general en la igualdad de los no-judíos entre los judíos: “El no-judío tiene pleno derecho

    a todas los leyes sociales”.15 Mosès insinúa por lo tanto que Scholem esperaba al menos

     buena voluntad para entender el comportamiento de los judíos colaboradores, una

    voluntad arraigada en un principio religioso del judaísmo que no discriminaba ni

    siquiera a los no-judíos. Hannah Arendt responde con un distanciamiento bien claro

    respecto de ese concepto moral. Aclara que su juicio sobre los  Judenräte se basa en las

     justificaciones de los propios protagonistas, y que esos argumentos sí podían ser

     juzgados. La posición de Arendt se refiere claramente a las opciones concretas de los

     Judenräte:

    “… no había posibilidad alguna de resistencia, pero existía la posibilidad de no hacer nada. Y

     para eso, uno no tiene necesidad de ser un santo, sino sólo de decir: ´No soy más que un simple

     judío y no tengo ganas de desempeñar ningún otro papel`… Como en política tratamos con

    hombres y no con héroes ni con santos, es esta posibilidad de no-participación… la que resulta

    decisiva si nos ponemos a juzgar, no el sistema, sino al individuo, sus opciones y sus

    argumentos.”16

     

    15 Mosès, S., Das Recht zu urteilen: Hannah Arendt, Gersholm Scholem und der Eichmann-Prozess, en

    Smith, G., Hannah Arendt Revisited: „Eichmann in Jerusalem“ und die Folgen, ibíd., p.81ss.16 Arendt, H., “Eichmann en Jerusalén”. Intercambio epistolar entre Gershom Scholem y Hannah

     Arendt , ibíd., p.147 s.

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    IV Del mal radical al mal banal

    Parece que la no-participación como concepto de resistencia tiene la función de

    entrelazar los otros dos conceptos centrales de Eichmann en Jerusalén: el concepto de la

     banalidad del mal y la pregunta por la definición de culpa.

    Creemos que ese rechazo de una moral fundada en principios religiosos se refleja

    también en el cambio de conceptos de Arendt respecto de la idea del mal. En su extensa

    investigación sobre  Los Orígenes del Totalitarismo  de 1951 había desarrollado un

    concepto del poder que dependía de la idea del mal radical, un mal más allá de toda

    fuerza imaginativa y facultad comprensiva. Esa idea mostró que Arendt temía la

     posibilidad de una desmoralización definitiva de la naturaleza humana como tal,

    motivada por un nihilismo profundo que borraría toda memoria de los valores del

    humanismo europeo.17  El análisis del uso de una infraestructura industrializada,

    logística avanzada y opresión sistemática para llevar a cabo el exterminio permaneció

    en el contexto de conceptos teológicos como el infierno, el purgatorio y la pregunta por

    la posibilidad de la gracia divina.18 

    Con la experiencia del juicio de Eichmann, Arendt se veía en la necesidad de sustituir la

    idea del mal radical por la del mal banal. En la carta ya mencionada a Scholem reveló

    que cambiaba de opinión, que ahora pensaba que “…el mal no es nunca ´radical`, que

    sólo es extremo, y que carece de toda profundidad y de cualquier dimensión

    demoníaca.”19 Acerca del concepto del mal banal existe una literatura extensísima, y no

    es nuestra tarea acá entrar en cada detalle de ese discurso.20 Pero para nuestro objetivo

    de encontrar elementos de una moral mundana en el argumento del libro de Arendt,

     parece oportuno destacar los siguientes aspectos. Aunque cada testimonio individual de

    los sobrevivientes es de suma importancia en la reconstrucción del exterminio, un

    análisis adecuado de la Shoá como entretejido de estructuras administrativas, procesos

    industriales de producción, ideología racista y condicionamiento social tiene que

    adoptar una perspectiva ad rem, no ad personam. Su comprensión requiere entonces

    17 Véase Arendt, H., Los orígenes del totalitarismo, tomo III, Madrid 1999, p.680 s.

    18 Ibíd., p.664

    19 Arendt, H., Una revisión de la historia judía y otros ensayos, ibíd., p.150

    20 Entretanto, existe también el concepto de la “banalidad del bien”; así el título de una en su momento

    muy discutida conferencia del autor literario Martin Walser. Walser se refiere a discurso rutinizado de la

    acusación en los medios masivos y una instrumentalización de la vergüenza de los alemanes para fines

    actuales; véase Walser, M., “Die Banalität des Guten”, primero en Frankfurter Allgemeine Zeitung, 12 deoctubre de 1998, ahora en Heimrod, U. (edt.), Der Denkmalstreit – das Denkmal? Die Debatte um das

    “Denkmal für die ermordeten Juden Europas”, Berlin: Philo 1999

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    una disección escrupulosa de su organización de la división del trabajo, su burocracia,

    su propaganda y su aparato de observación y persecución, para después integrar los

    elementos analizados en un argumento que incluya las respectivas dimensiones

    culturales, funcionales e históricas de la época. En consonancia con esta idea, Arendt

    describe la Shoá como resultado de una modernización social que impulsa procesos

    incontrolables para sectores de la sociedad que todavía se basan en principios

    tradicionales de identificación. El desacoplamiento de un sistema político altamente

     burocratizado del discurso público y la segregación de los sectores de la reflexión

    cultural y de los procesos de reproducción material desplazaron los principios morales

    universales a sectores marginales del sistema social, auxiliando así la instalación de un

    mecanismo altamente eficaz y rutinario de exterminación.21  En los años 90, Richard

    Wolin afirmó que la consecuencia lógica de ese modelo estructural de interpretación

    sería que el Holocausto hubiera podido suceder en cualquier lugar del mundo,22  y

    también se comentó que de esa interpretación se podría derivar que cada uno de

    nosotros hubiera podido ser Eichmann, una conclusión que Arendt rechazó con extremo

    rigor, tal como veremos más adelante. Como consecuencia, el proyecto de Arendt

    culmina en una explicación funcional del genocidio combinada con una moral secular

    que apela a la responsabilidad de cada uno. En el año 1969, en una carta a Kenneth

    Thompson de la fundación Rockefeller, expresó con toda claridad el punto de fuga de su

     propia investigación. La pregunta clave sería, a juicio de Arendt: “¿Cómo podemos

    acercarnos al problema del mal con un fundamento absolutamente secular?”23 

    Hablar de la banalidad del mal en ese contexto significa que el resultado de ese proceso,

    la aniquilación de casi todo un pueblo, es producto de la constelación de esos factores,

    no de un genio malicioso. “Eichmann no era ni Yago ni Macbeth, y nada hubiera sido

    21

     Así, Arendt presentó un análisis que en la siguiente discusión acerca del origen del genocidio,culminando en los 80, fue ampliado y variado por historiadores denominados “funcionalistas”, que

    describieron la idea del exterminio como proceso de varios fases originalmente no intencionado, de clima

    administrativo, sin plan maestro, y sin un orden explícito por parte de Hitler (véase como ejemplo:

    Broszat, M., “Hitler and the genesis of the ´final solution`: an assessment of David Irving´s theses, Yad

    Vashem Studies, 13 (1979), 73-125). Esa posición fue criticada por historiadores de la corriente llamada

    “intencionalista”, acusándola de trivializar el mal radical de la “solución final”. Según el

    “intencionalismo”, el exterminio fue planificada minuciosamente de antemano por Hitler y sus

    funcionarios, las organizaciones militares e incluso los hombres comunes de la sociedad alemana

    ejecutaron ese plan en cada una de sus fases (véase como ejemplos: Fleming, G., Hitler and the FinalSolution, Berkeley: University of California Press 1984, y Goldhagen, D.J., Hitlers willing executioners,

    Ibíd..)22

     Wolin, R., The Ambivalence of German-Jewish  Identity: Hannah Arendt in Jerusalem, en History and  

     Memory 8 (otoño/invierno 1996) 2, pp.9-3423 Citado en Kohn, J., Evil and Plurality: Hannah Arendt´s Way to The Life of the Mind I . en Kohn, J. y

    May, L. (edts.), Hannah Arendt: Twenty Years Later , Cambridge 1996, p.155

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    más impensable para él que decidir como Ricardo III ´convertirse en el malo de la

    historia`… Sólo que nunca se formó una idea —para seguir con las expresiones

    coloquiales—, de qué diablos estaba haciendo."24  Esta constelación, por otro lado,

    degrada a cada participante a un elemento funcional, sin autonomía de decisión. De ese

    modo, el mal se convierte en un fenómeno por omisión, como resultado de una

    transformación social y estructural extremas. Así, los problemas de una moral post-Shoá

    se desacoplan de consideraciones teológicas y se convierten en problemas de la

    democracia de masas. Esta, en tanto forma contemporánea de democracia, suele correr

    el riesgo de convertirse en dictadura por falta de una población ampliamente politizada.

    Ya en los años 40, Arendt había desarrollado una crítica a un proceso social que

    resultaba de la sustitución de un universalismo moral implementado en cada individuo

     por administraciones públicas altamente burocratizadas y que culminaba en una perfecta

    máquina de terror, que logró movilizar a la población despolitizada, preocupada

    solamente por la integridad de sus familias. Destaca que era el “padre de familia”,

     protagonista central de ese desarrollo, el que estaba dispuesto a sacrificar su conciencia

    y su dignidad humana por la jubilación, el seguro de vida y la privacidad. 25 Casi 20 años

    más tarde, en el juicio de Jerusalén, Arendt se encontró con la personificación de esa

    figura que se destacaba como portador de un mal que consistía en la simple incapacidad

    de imaginarse ideas, decisiones y acciones de los demás: “Cuanto más se le escuchaba,

    más evidente era que su incapacidad para hablar iba estrechamente unida a su

    incapacidad para pensar, particularmente, para pensar desde el punto de vista de otra

     persona.”26 De esa manera, Eichmann y sus cómplices nunca excedieron los límites de

    la moral convencional, utilizando conceptos desarrollados por Lawrence Kohlberg,

    teórico norteamericano en el campo del desarrollo cognitivo y moral. El juicio

    autónomo kantiano constituye la última etapa del nivel III en el esquema de Kohlberg,

    el nivel de la moral post-convencional, mientras Eichmann quedaría en la etapa 4 del

    nivel II que indica que el sujeto se contenta con la identificación con el sistema social

    dado, cumpliendo los deberes que previamente se han aceptado, sin cuestionar el

     posible carácter particular de estos.27 

    24 Arendt, H., Eichmann in Jerusalem. Ein Bericht von der Banalitaet des Boesen, prólogo a la traducción

    alemana, Munich 1986, p.5625

     Véase Arendt, H., Die verborgene Tradition, Francfort d. M. 1976, p.40 s.26

     Arendt, H., Eichmann en Jerusalén, ibíd., p.8027 Kohlberg, L., Essays on moral development . Vol. 1: The philosophy of moral development: Moral

     stages and the idea of justice. San Francisco: Harper & Row 1981

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    V Responsabilidad en sistemas totalitarios

    Para Arendt, los actos de pensar y juzgar dependían profundamente de la facultad de

    reflexionar adoptando el punto de vista de otras personas, y el foro de esa reflexión era

    lo que ella llamó el “diálogo interno entre mí y sí misma.”28 El juzgar necesita coraje,

    sobre todo en situaciones donde ese diálogo se vuelve solitario, como en situaciones de

    un desmoronamiento total de todos los principios morales comunes. Con el concepto del

    diálogo interno Arendt se refiere al principio kantiano de rechazar autoridad en el

    contexto de un juicio y confiar solamente en principios éticos universales aplicándolos a

    sus propias acciones como persona pública.29 Entonces, mientras Arendt en el análisis

    de la forma y el funcionamiento del totalitarismo opta por una interpretación sistémica y

    estructural, cambia decididamente la perspectiva cuando se trata del tema de la

    responsabilidad, de la resistencia y de la culpa. Rechazaba la idea de una culpa colectiva

    tanto con respecto a sus condiciones jurídicas como con respecto a sus consecuencias

    morales. En 1964 comentó la frase de Hans Magnus Enzensberger, “el fascismo no es

    atroz por el hecho de que fueron los alemanes los que lo practicaron, sino porque es

     posible en todas partes” con las siguientes palabras: “Si cada cual es culpable, entonces

    nadie es culpable. Otra vez lo particular se pierde en la confusión de lo general. Es aún

    más problemático cuando eso es sometido a discusión por un alemán. Entonces

    significa: No fueron nuestros padres los que causaron esa catástrofe, sino la humanidad.

    Eso simplemente no es la verdad.”30 

    Se entiende que Arendt aplica dos paradigmas distintos de interpretación, según el

    objeto a analizar: el paradigma de un proceso funcional y automatizado para representar

    estrategias y operaciones de violencia en el sistema político, y el paradigma de la

    responsabilidad personal para discutir cuestiones de culpa jurídica y moral y justificar

    actos de resistencia. La combinación de ambos culmina en la pregunta por la forma y la

     posibilidad de un comportamiento responsable en un sistema totalitario continuo, donde

    “cualquier acto moral era ilegal y cualquier acción legítima un crimen.”31  Ya nos

    referimos a la propuesta de Arendt en esas circunstancias: la no-participación y la

    28 Véase Arendt, H., Was heisst persoenliche Verantwortung unter einer Diktatur?, en su Nach

     Auschwitz, Essays und Kommentare I, Berlín: Tiamat 1989, p.93 s.29

     Kant, I., Beantwortung der Frage: Was ist Aufklaerung ? (1784), en su Werke, edt. W. Weischedel,

    tomo I, Wiesbaden 196030

     Citado de una correspondencia entre Arendt y Enzensberger, publicada en la revista Merkur (abril1965), pp.380-38531

     Véase Arendt, H., Was heisst persoenliche Verantwortung unter einer Diktatur?, ibíd., p.89

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    renuncia a cualquier modo de responsabilidad política. Exactamente ese argumento fue

    el que Arendt aplicó al discutido caso de la colaboración de los  Judenräte, y que la

    indujo a sostener que sin la cooperación de ellos la cifra total de las victimas

    difícilmente se hubiera elevado a una suma entre los 4.5 y los 6 millones.32 

    Más conflictivo y difícil de defender que la idea de la no-participación se presenta el

    concepto del diálogo interno. Una discusión consigo mismo no puede significar otra

    cosa que enfrentar  foro interno  distintas versiones e interpretaciones de circunstancias

    dadas o enfrentar en la memoria un pasado con un presente. Pero parece que Eichmann

    desarrolló precisamente eso cuando declaró que en un momento determinado se había

    despedido del imperativo categórico. La propia Arendt indica que Eichmann, que en un

    comentario en el juicio dio una definición aproximadamente correcta del imperativo

    kantiano, entró en un diálogo consigo mismo en el momento en que recibió el encargo

    de llevar a cabo la Solución Final. Eichmann comentó en el interrogatorio policial

     previo al juicio que en ese momento “… había dejado de vivir en consonancia con los

     principios kantianos, que se había dado cuenta de ello, y que se había consolado

     pensando que había dejado de ser ´dueño de sus propios actos` y que él no podía

    ´cambiar nada`."33 Ese episodio muestra que Eichmann en principio podía producir dos

    voces internas.34 

    VI Narración, consenso y legitimación

    En este estado de desarrollo de nuestra investigación, podemos identificar una

    constelación de dos elementos centrales para opinar sobre la responsabilidad jurídica y

    moral en sociedades totalitarias: la idea de la no-participación y, como condición previa,

    la facultad de un juicio autónomo. Pero mientras que la no-participación es un hecho

     jurídicamente examinable y concretamente observable, el diálogo interno no lo es. No

    32 Arendt, H., Eichmann en Jerusalén, ibíd., p.219

    33 Ibíd., p.207

    34 Su carácter dudoso muestra el concepto del diálogo interno también en un ejemplo actual ampliamente

    discutido en los medios masivos: el caso de Günter Grass, premio Nobel de la literatura y Príncipe de

    Asturias. Grass confesó en su autobiografía recién publicada que ingresó a los 17 años en las Waffen-SS,

    el principal organismo de policía del Tercer Reich. La SS estaba responsable de controlar a la población judía de los territorios ocupados. Los medios presentan a Grass como “referente moral indiscutible en

    Alemania durante décadas” y enfrentan esa evaluación con la confesión del autor “Era joven, quería irme

    de casa y en el fondo estaba de acuerdo”. Incluso después del final de la guerra, enfrentado con amigos,

    compañeros de escuela y familiares desaparecidos o matados, como Grass confiesa, nunca hizo preguntas.Según el concepto de Arendt, Grass podría ser calificada una persona sin responsabilidad y sentimiento

    de culpa algunas.

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    estamos en condiciones de saber si personas como Himmler, Heydrich o Eichmann no

    sostenían un diálogo consigo mismos. Tampoco sabemos si Eichmann hubiera actuado

    de otra manera, si hubiera mantenido ese diálogo, en el sentido moral que Arendt le

    daba.

    Afortunadamente, Arendt nos ofrece otra alternativa para distinguir las personas que se

    responsabilizan de los que a través de sus acciones dentro del sistema corrupto se

    vuelven inauténticos.  Eichmann en Jerusalén  es un relato que tiene, además de sus

     protagonistas principales – el acusado Eichmann, el fiscal Hausner, el presidente Moshe

    Landau, y la larga lista de los testigos invitados –, un protagonista secundario que

    aparece de vez en cuando, sobre todo en situaciones conflictivas del juicio: el público.

    Arendt cuenta que estaba conformado por los “´supervivientes`, gentes maduras o de

    edad avanzada, emigrantes llegados de Europa, como yo misma, que sabían de memoria

    cuanto habrá que saber…”35 Ese público —inquieto, impulsado por toda su experiencia

    a intervenir con objeciones y comentarios, pero también mostrando su espanto ante a las

    atrocidades relatadas— aparece como protagonista dos veces en el libro, en situaciones

    cruciales. Una vez cuando da testimonio Pinchas Freudiger, ex barón Philip von

    Freudiger, de Budapest, el único testigo invitado que había sido miembro de un

     Judenrat . Comenta Arendt: “En el curso de su declaración se produjeron los únicos

    incidentes dignos de mención ocurridos durante el juicio; el público le increpó a gritos,

    en yiddish y en húngaro, y el tribunal tuvo que interrumpir la sesión.”36  Uno podría

     preguntarse si a ese público también le faltaba “Ahavat Israel” o si ese público también

    sentía una discrepancia entre los argumentos de Freudiger y su comportamiento

     personal en el momento de salvarse. La segunda situación se produjo con el testimonio

    de Abba Kovner, miembro de las organizaciones clandestinas judías.37 Arendt la llama

    un “instante dramático” en el juicio, después de haber comentado las dificultades de

    muchos testigos de respetar la regla de la simplicidad, de limitarse a lo concretamente

    sucedido. Kovner era uno de ellos, y el presidente Landau tuvo que pedirle que fuera

    más breve. En ese momento nervioso Kovner mencionó el nombre de un tal Anton

    Schmid, sargento del ejército alemán, estacionado desde octubre 1941 en Wilno,

    35 Ibíd., p.19s.

    36 Ibíd., p.189

    37 Kovner era más exactamente el jefe de la Organización Partisana Unida del gueto de Wilno. Que se

    sepa a base del estado actual de investigación historiográfica, fue el primer judío que llegó a la conclusión

    de que existía un plan de exterminio en masa de los judíos europeos. Hablaba ya en diciembre de 1941 deque “el asesinato de miles es sólo un anuncio de la aniquilación de millones.” Citado en Engel, D., El

     Holocausto. El Tercer Reich y los judíos, Buenos Aires: Nueva Visión 2006, p. 138

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    Polonia, donde casi la tercera parte de la población era judía. Patrullando en el gueto

     judío de la ciudad y en sus alrededores, se puso en contacto con la guerrilla judía (entre

    ellos el mencionado Kovner), para procurarle comida, documentos falsos y camiones,

    todo sin cobrar. En marzo de 1942 Schmid fue descubierto y ejecutado.38  Arendt

    describe la reacción del público con las siguientes frases:

    “Durante los pocos minutos que Kovner necesitó para relatar la ayuda que le había prestado un

    sargento alemán, en la sala de audiencia reinó un anormal silencio. Parecía que la multitud

    hubiera decidido espontáneamente guardar los tradicionales dos minutos de silencio en memoria

    del sargento Anton Schmidt (sic!). Y en el transcurso de estos dos minutos, que fueron como

    una súbita claridad surgida en medio de impenetrables tinieblas, un solo pensamiento destacaba

    sobre los demás, un pensamiento irrefutable, fuera de toda duda: cuán distinto hubiera sido todo

    en esta sala de audiencia, en Israel, en Alemania, en toda Europa, quizás en todo el mundo, si se

    hubieran podido contar más historias como aquélla.”39

     

    Arendt lleva acá la idea de un comportamiento auténtico al nivel de una narración que

     produce un consenso entre todos los participantes de la comunicación en cuestión. Así,

    ese episodio refleja la concepción de poder legitimado en Arendt: una praxis de aquellos

    que discuten y se conciertan entre sí para actuar en común. Juergen Habermas criticó

    esta tesis, indicando que las relaciones estabilizadas en una estructura política pocas

    veces son expresión de un acuerdo públicamente establecido entre personas.40 Aunque

    el argumento de Habermas es legítimo, no era nuestro objetivo plantado apoyarlo.

     Nuestra pequeña investigación tenía como único objetivo mostrar cuáles son los

    argumentos de Arendt para desvincular la discusión acerca del terror político y la

    responsabilidad personal de un fundamento moral con axiomas teológicos con el fin de

    insertarla en la concepción de una ética secular comunicativa. El silencio destacado del

    relato sobre Schmid es para Arendt el espacio fáctico del reconocimiento y de la

    atención, un ejemplo de una acción comunicativa íntegra que muestra la fuerza

    generadora de consenso de un acto de resistencia.

    38 Para un currículo abreviado y un resumen de las actividades de Schmid en Wilno véase

    http://www.rsw.hd.bw.schule.de/shal/people/aschmid.htm (en alemán)39

     Ibíd., p.35040 Véase Habermas, J., El concepto de poder de Hannah Arendt , en su Perfiles filosófico-políticos,

    Madrid 2000, p.220 s.