salteñidad y pueblos indígenas: identidades y moralidades

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2005. En coautoría con Paula Lanusse. Salteñidad y pueblos indígenas: identidades y moralidades. EN Claudia Briones et al. Cartografías argentinas: políticas indigenistas y formaciones provinciales de alteridad. Buenos Aires: Editorial Antropofagia. ISBN: 987-1238-03-7. Pp. 223-252. Resumen En este artículo describimos y analizamos las nociones de salteñidad con el fin de situar las permanencias y cambios en la imaginación de los indígenas como “otros internos” en la provincia de Salta. Abordamos la salteñidad como una matriz identitaria que se desdobla en tres narrativas históricas -la Fundación, el Señor y la Virgen del Milagro y la gesta de Güemes- con sus correspondientes calendarios y espacios rituales. A su vez, exploramos los modelos de mestizaje –el hispanizante, el criollizante latinoamericanista y cierta heterodoxia- implicados y reforzados por estas narrativas. En dichos modelos, identificamos las categorías identitarias de tipo étnico- geográficas elaboradas como arquetipos morales y en torno a las cuales se ordenan grados menguantes de salteñidad. Del análisis de las narrativas se desprende la imagen de un sujeto provincial ideal cuyas notas morales incluyen la hidalguía, el honor, la virilidad, la devoción religiosa y el patriotismo. De la indagación en los modelos del mestije se desprende que, en su forma más simple, el juego de las identidades y diferencias en Salta se despliega entre las categorías de gaucho, colla e indio. 1

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2005. En coautoría con Paula Lanusse. Salteñidad y pueblosindígenas: identidades y moralidades. EN Claudia Briones et al.Cartografías argentinas: políticas indigenistas y formacionesprovinciales de alteridad. Buenos Aires: Editorial Antropofagia.ISBN: 987-1238-03-7. Pp. 223-252.

Resumen

En este artículo describimos y analizamos las nociones de salteñidad con el fin de situar las permanencias y cambios en la imaginación de los indígenas como “otros internos” enla provincia de Salta. Abordamos la salteñidad como una matriz identitaria que se desdobla en tres narrativas históricas -la Fundación, el Señor y la Virgen del Milagro y la gesta de Güemes- con sus correspondientes calendarios y espacios rituales. A su vez, exploramos los modelos de mestizaje –el hispanizante, el criollizante latinoamericanista y cierta heterodoxia- implicados y reforzados por estas narrativas. En dichos modelos, identificamos las categorías identitarias de tipo étnico-geográficas elaboradas como arquetipos morales y en torno alas cuales se ordenan grados menguantes de salteñidad. Del análisis de las narrativas se desprende la imagen de un sujeto provincial ideal cuyas notas morales incluyen la hidalguía, el honor, la virilidad, la devoción religiosa y el patriotismo. De la indagación en los modelos del mestijese desprende que, en su forma más simple, el juego de las identidades y diferencias en Salta se despliega entre las categorías de gaucho, colla e indio.

1

Capítulo 7

Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en

identidades y moralidades.

Paula Lanusse *

Axel Lazzari **

A Benigno Erazo (1917- 2003)

Introducción.

En la provincia de Salta, bajo los auspicios del retorno

democrático, los pueblos indígenas volvieron al foco de las

preocupaciones oficiales (desde el gobierno a las

universidades, desde la educación a la iglesia) y al

discurso social más amplio (desde los medios a la

“cultura”). Los resultados del censo indígena publicados en

1984, la ley aborigen de 1986 y la constitución provincial

del mismo año, sostuvieron el portal que enmarcó este

retorno del indio. Acompañaron este proceso “programas de

desarrollo”, “relevamientos culturales”, “investigaciones

sociales” y una “corriente de opinión indigenista” que se

ensanchaba y se angostaba según la geografía provincial y

los ritmos del calendario político. En 1998 se producen

otros sucesos de importancia. La segunda reforma de la

constitución provincial en tiempos democráticos incorpora

los nuevos derechos indígenas, ya reconocidos en la* Universidad de Buenos Aires, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.** Universidad de Buenos Aires, Columbia University.

2

constitución nacional de 1994, recortando, no obstante, sus

alcances prácticos (GELIND 1999). Siguió a esto una nueva

ley de desarrollo indígena modificatoria de la de 1986,

aprobada en el año 2000, en la que el estado salteño

mantenía la misma política restrictiva. Estos procesos

registrados en el mundo oficial fueron causa y efecto de

una creciente actividad política de los indígenas. Entre

sus hitos—que se cuentan, sobre todo, a partir de mediados

de los noventa—cabe mencionar la expropiación de Finca

Santiago, las protestas contra el Gasoducto Norandino, la

toma del puente en la frontera argentino-paraguaya, el

proceso constituyente de 1997-1998 y, actualmente, la

resistencia contra los desalojos en San Martín de Tabacal.

Estos hechos, brevemente enumerados, trajeron aparejado un

cambio en el régimen de visibilidad de los indígenas en

Salta. La visibilización se ha vuelto intensiva, extensiva

y reflexiva. Hoy en Salta se ve con más atención a los ya

familiares “indios del Chaco”; también la mirada se

extiende de a poco “fuera del Chaco”, registrando la

presencia indígena en Puna, Valles Calchaquíes e, incluso,

Salta capital. Y, además, se alteran las propias

coordenadas para determinar lo indígena. De este modo,

aparecen “nuevos” indios (v.g. los “Kolla” que se

desprenden de lo “colla/coya”) y nuevos atributos ligados a

lo indígena (v.g. indios militantes, indios dirigentes,

indios técnicos de programas asistenciales, indios maestros

bilingües, etc.). Estos cambios están afectando las propias

narrativas y matrices de identidad de la provincia y

3

plantean desafíos a presupuestos básicos de la “salteñidad”

tales como el mestizaje hispanizante o la criollización.

El relato identitario provincial busca comprender, poner en

acto y moralizar un conjunto de identidades y diferencias

colectivas. Opera como una matriz de identificación y

diferenciación construida por varios actores sociales a lo

largo del tiempo. Esa matriz es un sistema históricamente

contingente de permisos y prohibiciones que se inscribe en

prácticas, modos de cognición y sensibilidades. Edifica un

centro en base al cual pueden verse “afueras” y “adentros”

de la comunidad provincial y establecerse vínculos

moralmente deseables. “Hacia afuera”, este relato demarca

los límites del ser salteño frente a la nacionalidad

argentina y, “hacia adentro”, distingue un paradigma de

salteñidad frente al cual se determinan formas internas de

ser salteño. En este sentido, la salteñidad constituye la

“provincialidad” de Salta —“otro interno de la Nación”— al

tiempo que establece la “etnicidad” y “regionalidad” de

ciertos “otros internos de la provincia”.

Creemos necesario un abordaje detenido de los discursos de

salteñidad a los fines de contar con elementos sustantivos

para analizar, en otra oportunidad, los desafíos

provenientes del campo de la política indígena en Salta.

Nuestro objetivo será, entonces, describir la narrativa de

lo salteño, concentrándonos en los modos en que aparecen

imaginados los indígenas como “otros internos

provinciales”.

4

I. “Salta, nuestra Salta”: el registro histórico de la

narrativa de provincialidad.

Abordaremos en esta sección el registro histórico del

relato identitario salteño. Para ello contamos con

materiales provenientes fundamentalmente del discurso

escolar (manuales escolares), pues consideramos que las

representaciones allí desplegadas expresan los criterios

autorizados de la educación moral del “buen salteño”.

El análisis de los manuales consultados (González de

Cattáneo y González 1986, Damin et al. 1987 y Valeriano de

Niz 2000)1 permite establecer cuatro registros relevantes

en los cuales se monta el discurso de la comunidad

provincial: la historia, la geografía, la población y la

cultura. Pasemos a ocuparnos de la historia de Salta,

identificando en ésta las clasificaciones que se ponen en

juego y sus características. A grandes líneas, los manuales

reconocen la siguiente periodización histórica: (1) “los

primeros habitantes”, “Salta indígena”, “aborígenes del

noroeste argentino”; (2) “conquista y colonización” ; (3)

“época virreinal”, “vida colonial”, “de colonia a nación”;

(4) “Salta desde la Declaración de la Independencia”,

“Salta criolla”, “revolución y guerras de la

independencia”; incluso “Martín Miguel de Güemes”.2

1 Estos son manuales de cuarto grado y segundo ciclo de EGB que circulan en la escuela salteña desde hace veinte años. Es en este nivel de la escolaridad donde se trata específicamente el tema de las “provincias”.2 Sólo uno de los manuales (Damin et al. 1987) continúa el relato másallá de la muerte de Güemes (1821), enfatizando temas como “luchasciviles hasta 1852”, “organización nacional hasta 1880” y “los últimoscien años”.

5

En este plano del relato histórico resaltan dos núcleos con

potencial identificatorio. El primero refiere a los hechos

de la conquista y la colonización, destacándose en él la

fundación de la ciudad de Salta y el papel protector de la

religión católica en los terremotos y las guerras de

“defensa” contra los indios. El héroe aquí es el español en

lucha contra los indígenas, sobre todo, de los Valles

Calchaquíes y, en menor medida, “los del Chaco”. En el

segundo núcleo, se abarcan los hechos de la independencia y

se tematiza la figura de Güemes. El territorio se amplia y

coincide imaginariamente con las “fronteras de la nación”.

Aquí se presenta la “guerra gaucha”, la lucha entre los

gauchos patriotas y el invasor español. Es este último

núcleo el que hoy predomina en el discurso de la

provincialidad, no obstante la importancia que, como

veremos, sigue asignándose en él a “lo colonial”.

Veamos ahora en detalle las narrativas de la fundación de

Salta, del Señor y la Virgen del Milagro y de la gesta de

Güemes prestando atención a sus correspondencias éticas: la

hidalguía, la devoción católica y el patriotismo.

Intentaremos mostrar en base a qué discursos y de qué modo

puede el “carácter salteño” explicar y justificar la

jerarquía moral que traza entre sí mismo y las identidades

colectivas indígenas que reconoce en su interior.

I.a. La fundación de Salta.

Dentro de las variantes de la ideología oficial

ejemplificada en los manuales, la fundación de esta ciudad

6

de Salta se inscribe en un carácter cuasi necesario, no

accidental. Salta es parte de un plan civilizatorio que se

impone por su propia lógica. Se habla así de que la

ubicación estratégica de la ciudad (a medio camino entre

Buenos Aires y Lima) y la fertilidad de sus valles hacían

indefectible el asiento colonial. Esta razón providencial

asoma incluso en la cuestión del nombre y los patronos

religiosos. Originalmente bautizada “Lerma en el Valle de

Salta” en honor a su fundador, la ciudad pasa a llamarse

“Salta” por desavenencias de los vecinos con Hernando de

Lerma. El nombre “Salta”, según la versión escolar,

proviene de “una tribu del lugar: los indios saltas”

(González de Cattáneo y González 1986:30). La página web

oficial de la gobernación de Salta, en cambio, afirma que

“el nombre de la ciudad proviene de la lengua aymará

“sagta”, cuyo significado sería ‘muy linda’”, explicando de

paso por qué la ciudad aún antes de existir estaba

predestinada a ser “Salta, la linda”. San Felipe y Santiago

debieron ser los santos patronos, pero el “cabildo abierto”

determinó que fuera San Bernardo, quién hizo honor a la

elección cumpliendo en repetidas veces con su papel

protector.

Las anécdotas de nombres y patronos explican de paso porqué

Salta nace con un espíritu democrático–la voluntad popular,

los vecinos y el cabildo abierto—aunque éste sólo pueda

entenderse como parte de una sacralidad cristiana que lo

trasciende. También es importante el valor que se otorga a

la Salta colonial como marco histórico del auge de la

7

sociedad salteña (producto del comercio mular) y molde

étnico de la sociedad contemporánea: “la influencia

hispánica en toda la tradición salteña está permanentemente

presente. El idioma, el estilo de las construcciones y el

concepto de señorío están aún vigentes (González de

Cattáneo y González 1986:31).”

¿Cómo se imagina a los indios frente a los fundadores? La

fundación de Salta determina el “antes” y el “después” de

la historia indígena en Salta. El episodio concreto de la

fundación reitera un modelo indeleble de comprensión de lo

indígena que ayuda a explicar el carácter heroico de

aquélla. Uno de los manuales determina la ausencia

indígena, ya que Salta se funda en “tierra virgen”. Pero en

el resto de los textos escolares, los indios de los

“alrededores” de la ciudad de Salta aparecen como

“guerreros”, “rebeldes”, “destructores” y “atacantes”, un

“peligro” ante el cual los conquistadores no hacen la

guerra, sino que se “defienden”, “sobreviven” y buscan

“protección” en sus ídolos religiosos.3 A estos indios

atacantes se los identifica especialmente como

“calchaquíes” y “chaqueños”.

Pero la narrativa de la fundación no se detiene el texto

escrito. El recorrido por el centro histórico —“el más3 Casi un siglo antes, el literato y primer gobernador radical JoaquínCastellanos ya expresaba que en este “peligro” se fundaba un rasgo dela psicología salteña. Explicaba que el “salteño es precavido” porque“la necesidad de guerrear desarrolló energías activas, y la deprecaverse contra la emboscada o el asalto enemigo, la de prudencia ymaña en la población salteña de entonces. Y, como ocurre siempre en elmecanismo orgánico del hombre, que los órganos sobreviven algún tiempoa la función, los instintos defensivos subsisten en la psicologíasalteña después de dos centurias que ha desaparecido el amago delindio” (Castellanos 2000 [1903] ).

8

relevante a nivel país, nadie lo pone en duda” (Ashur 1999)

— es una actividad inseparable de la vida escolar. Los

manuales proponen visitar la Plaza 9 de julio, antigua

plaza matriz,4 prestando atención al cabildo, las imágenes

coloniales dentro de la catedral y la estatua del Virrey

Toledo. Por otra parte, todos los trece de abril las

autoridades de la ciudad y la provincia se reúnen frente al

monumento de Hernando de Lerma, donde se entona el himno

nacional, se hace un discurso alusivo, se celebra una

invocación religiosa y se realiza un desfile cívico-

militar.

En síntesis, la identidad salteña se explica y afirma a

través de la narrativa de la fundación de Salta y sus

rituales. Se dibuja una identidad de origen hispano que se

corresponde con una moral señorial basada en las virtudes

del honor, la austeridad y el sentido de jerarquía. Frente

a estas identidades étnico-morales, lo indígena se ubica en

un escalón inferior, pues es una amenaza a la civilización

que sólo se puede domeñar con la conquista y la

4 Recientemente ha aparecido en El Tribuno un artículo que lleva por título “La odisea de los fundadores”. El autor comenta la relación intrínseca entre la basura y la plaza matriz: “El sitio comunitario por excelencia -sino el único- sería la plaza de la picota, [...] convertido luego en Plaza 9 de Julio, sería un basural donde los vecinos arrojaban todo aquello que les estorbaba. Porque es probable que los antiguos, al fin y al cabo abuelos de los salteños actuales, no habrán sido muy distintos de sus descendientes en materia de picardías. La única diferencia es que la basura de los fundadores sería algo más discreta que la de sus biznietos, porque al menos no contendría botellas vacías de plástico, bandejas de cartón con restos de pizza o envolturas de polietileno no degradable (Zamora 2003).” Este relato se inscribe en una típica retórica populista que nos habladel sacrificio de los primeros pobladores de la ciudad llamándolos “pobres mujeres” y “superhombres”, pero también “pícaros”, compensandoasí las imágenes de “hidalguía” de los conquistadores.

9

evangelización. Pasemos a ver ahora cuál es el papel de la

fe cristiana en la identidad salteña.

I.b. El Señor y la Virgen del Milagro.

El trece de septiembre de 1692 fuertes temblores azotaron a

la ciudad de Salta.5 Creyendo que se trataba de una

“secreta advertencia y un aviso de Dios”, los notables

junto a la plebe (el “pueblo todo”) buscaron apaciguar la

catástrofe sacando en procesión por las calles la imagen de

un Santo Cristo que había sido donada por un obispo español

un siglo atrás.6 Este Cristo, continúa el relato, había

permanecido “olvidado” en la sacristía de la iglesia

matriz. En la procesión lo acompañó la imagen de la

Inmaculada Concepción de María, que los propios temblores

habían derribado de su pedestal sin que por ello se

rompiese. Las procesiones y ruegos lograron su propósito y

los estremecimientos cesaron dos días después. Renacida la

calma, comenzó a hablarse de un milagro, “el Milagro”. Sin

embargo, la denominación “Señor y Virgen del Milagro”

recién se establece a mediados del siglo diecinueve (en

1844), cuando un sismo conmueve a Salta por segunda vez y,

por segunda vez, Cristo y la Virgen la protegen. En aquel

5 En esta zona geológica ocurren muchos sismos, aunque sólo adquierencarácter de “prueba” los que sucedieron en la ciudad de Salta. Entreotros, cabe mencionar los de la ciudad de Salta en 1844 y 1858, el deOrán de 1871, el de la Poma en 1930, el de Salta ciudad en 1948, SanAndrés en 1959, Salta ciudad en 1973 y Orán en 1974. 6 Caro Figueroa, en línea con la heterodoxia de Castellanos, explicael papel del miedo y la inseguridad en los orígenes religiosos deSalta. “[Salta] sentía también la amenaza de agrietarse por espasmosde la tierra o perecer por la furia de un cielo que castigaba consequías o amenazaba diluvios. Peligros que provocaban miedos; miedosque buscaban conjurarse (Caro Figueroa 2001a).”

10

entonces, como señala el historiador catamarqueño Armando

Bazán:

El sacerdote Cayetano González expresó la alianza

entre el Señor y el pueblo de Salta en los siguientes

términos que todos aceptaron: “Tú eres nuestro y nosotros

somos Tuyos (Bazán 1992:52; cursiva nuestra).”

A partir de ese momento, el pacto entre los fieles salteños

y su Dios misericordioso es renovado cada año en los rezos

y la procesión que tienen lugar en los “días del milagro”,

celebrados en la ciudad de Salta en el mes de septiembre.

Esta fuera de duda, como señala Caro Figueroa (2001a), “el

papel cohesionador e integrador en estas sociedades

fuertemente jerarquizadas y excluyentes” que juega esta

festividad, pero a nosotros nos interesa el impacto de la

repetición ritual en la construcción de la tradición

identitaria. En este sentido, la re-oficialización del

culto durante los años de “Salta, provincia de la

Confederación” no es un dato menor. Indica los esfuerzos

por construir una identidad provincial después del

“movimiento tectónico” liderado por Güemes. Lo católico no

solo “armoniza” diferencias entre “ricos y pobres” sino que

también explica la presencia de los “ricos y pobres” de la

Salta ya “provincia”, como la continuación de los “ricos y

pobres” de la Salta colonial. Así, la “sociedad de castas”

contra la cual se levanta Güemes queda “recuperada”

históricamente y redimida desde el punto de vista moral.

Pero lo católico puede ir incluso más allá, hacia la

comunidad universal centrada en el fiel cristiano.

11

Justamente porque la moral de la fidelidad y la devoción

afirmada en la liturgia del Milagro se abre a tradiciones y

comunidades mayores, se hace preciso “salteñizar” la

religión. La reproducción constante en textos oficiales de

las fiestas del Milagro como “marca de identidad” supone

este trabajo de delimitación de la comunidad de fieles

dentro del ámbito provincial. El Milagro permite mostrar a

Salta como una provincia especial dentro del concierto

nacional, ya que “estas fiestas son conocidas en toda la

República y a ellas asisten peregrinos de distintas partes

del país” (González de Cattáneo y González 1986:50). A su

vez, el Milagro “salteñiza” a las distintas poblaciones del

interior provincial que, acudiendo a la capital con sus

promesas y penitencias, también comulgan con el relato de

Salta ciudad como eje de la identidad provincial y aprenden

su lugar de “regionales”.

¿Cómo aparece el indio en la narrativa del Milagro? Tal

como indica Caro Figueroa (2001a), a través de “la

masividad y capacidad de inclusión”, el Milagro permitió a

lo largo de la historia incorporar a los indígenas como

“fieles”, “devotos” y “promesantes” en la últimas filas de

las procesiones. “Hasta la década de 1930 –agrega en otro

trabajo— fue, además, [el acontecimiento] en el que más

abiertamente pudo expresarse el sincretismo de las

creencias indígenas con el culto católico dejado por los

españoles (Caro Figueroa 2001e).”7

7 Hasta cierto punto, según dice Caro Figueroa, el Milagro fue parte deuna estrategia evangélica destinada a aplacar la posible resistenciaindígena en los primeros tiempos de la colonia. “[El Obispo] Victoriareparó en las limitaciones que imponían el medio y la pobreza.

12

El motivo del “sincretismo” pone de relieve la fuerte

religiosidad indígena, su “necesidad de creer” satisfecha

por el cristianismo, aunque con otros medios. Los textos

escolares hacen alusión a este sincretismo:

Gran cantidad de ritos y costumbres heredados de los

pueblos aborígenes se mantienen en nuestra provincia y

por cierto dentro de la región del noroeste argentino.

Una de ellas es la ofrenda a la Pachamama (la madre

Tierra). Otras se mezclaron con las costumbres

españolas como la Danza de los Suris junto a la

veneración a la Virgen o a los santos y los coloridos

misachicos (Valeriano de Niz 2000:16).

La inclusión de los indígenas como “fieles” propiciada por

la fiesta del Milagro justifica finalmente la de

“evangelizados”:

Con su labor evangelizadora, los misioneros suavizaron

el trato a los indígenas. Con dulzura y paciencia les

enseñaron a conocer y a practicar la religión

católica. Los agrupaban en misiones, o sea poblaciones

de indios dedicados a trabajar la madera con arte,

Advirtió también la importancia de utilizar imágenes para evangelizar,asimilando así la lección que se desprendió del culto que losindígenas mexicanos comenzaron a rendir a partir de 1530 a una Virgen(Guadalupe) pintada en la colina de Tepeyac donde, antes de laConquista, rendían culto a una divinidad indígena. Denunciado comoescandaloso en 1556, el culto a la Virgen fue asumido por el clero en1648”. En la segunda mitad del siglo XVI, “a la imagen franciscana quese dirigía prioritariamente a los indios, la sucedió una imagen queexplotaba el milagro y trataba de reunir en torno de intercesorescomunes a las etnias que componían la sociedad colonial: españoles,indios, mestizos, negros y mulatos”. Fue también entonces quecomenzaron a desplegarse como motivos de fe y de culto a los milagros.Ellos servían “para excitar y afianzar la fe sobrenatural”. Laesperanza en el milagro reducía el miedo provocado por la amenaza decatástrofes (Caro Figueroa 2001a).

13

cultivar la tierra, aprender el castellano y adaptarse

a las costumbres de la nueva civilización (Valeriano

de Niz 2000:20),

La historia del Milagro también puede interpretarse como la

domesticación de fuerzas telúricas que de ahí en más laten

al ritmo de la voluntad del Dios cristiano. El relato

provincial establece la idea de un pueblo elegido por Dios

que al salvar a Salta de una destrucción segura reafirma la

sacralización de la empresa fundadora y colonial. Las

luchas por la “protección de las fronteras” de la ciudad y

la civilización contra los indios adquiere, entonces,

tintes de sacrificios y obligaciones religiosas. Las

fuerzas telúricas y los indígenas comparten el mismo campo

simbólico. Ambas son fuerzas afines que provienen del fondo

de la historia y de las entrañas ctónicas de la tierra,

cuyo poder destructivo sólo puede ser controlado con la

ayuda de los oficios conjuntos de Cristo, la Virgen y los

patronos de Salta.

I.c. La gesta de Güemes.

La gesta de Güemes es el tópico de la salteñidad de mayor

impacto en el resto de la nación. Para los argentinos,

Salta es Güemes, el “poncho salteño” de Güemes. Así como

los anteriores relatos mostraban a una Salta arraigada en

el honor señorial y la fidelidad religiosa, el culto a

Güemes pone en juego otros cuatro valores: patria,

americanismo, pueblo y federalismo. A través del relato de

la guerra gaucha conducida por Güemes, que es el de la

14

sangre salteña derramada en pos de la patria, Salta exhibe

sus méritos para pertenecer a la nación. Pero antes de

devenir “gesta”, la historia de Güemes tuvo que vencer una

fuerte oposición de las élites locales. En efecto, dadas

las resistencias mostradas por un sector importante de la

sociedad salteña durante la guerra de independencia y la

decadencia económica y política de Salta que le sigue a

ésta, Güemes simbolizó, para la élite local, la pérdida de

la posición de privilegio mercantil que Salta guardó

durante la colonia. Desde esta visión, Güemes empobrece y

debilita a Salta. Recién a partir de la alianza de la

oligarquía salteña con el roquismo, pero sobre todo en los

años 1920 con la experiencia yrigoyenista y el impacto

creciente del revisionismo, la gesta de Güemes se

provincializa y nacionaliza, venciendo los reparos de la

vertiente mitrista de la historiografía local. Desde

entonces, la figura de Güemes se transforma: se hace

patriota y sus signos de barbarie y montonera retroceden al

olvido. Su patriotismo, y el de todos los salteños,

proviene de la “guerra gaucha” contra el español y, ahora,

Güemes “defiende las fronteras de la nación”. Por eso

mismo, se vuelve “héroe nacional”, “la historia lo coloca

en igualdad con Belgrano y con San Martín, con Dorrego y

con Arenales, en el fortalecimiento de la idea de Mayo en

el Norte” (González de Cattáneo y González 1986:72).

Al nacionalizarse, Güemes también se americaniza (Caro

Figueroa 1998). Los defensores de su figura, sostienen que

Güemes no pensaba ni en Salta ni en las Provincias Unidas,

15

sino en la Patria Grande de Bolívar, Artigas y San Martín

(Colmenares 1997). Reniegan, así, de la historia “mitrista”

en la que éste aparece como un balcanizador, como el hombre

que tiene un ejército ocupado en meras acciones defensivas

y traza la frontera norte de la patria.

Güemes es pueblo cuando se pone de manifiesto que, al

organizar al gauchaje en guerrillas contra el “invasor”

español,8 planteó una amenaza a las bases del orden social.

En efecto, su ejército de milicianos atraía gauchos en la

medida en que se los liberaba de los impuestos y tributos a

los señores de la tierra –el llamado “sistema Güemes”9. Sin

embargo, al hacerse gaucho, el hijo del alto funcionario

colonial no se vuelve un hombre del común sino un

“caudillo” “entre” gente del pueblo. Con esto alcanza para

que el relato adquiera un sesgo popular y populista al

revelarse que en las fuentes del poder de Güemes está la

sociedad campesina y no la “política” de la ciudad (Bazán

1992:111).

Finalmente, Güemes reaparece bajo la retórica del

federalismo cuando se denuncia, por ejemplo, la

intervención nacional en los asuntos internos provinciales,

o la falta de apoyo económico, como ingratitud nacional al

sacrificio de Salta. La disputa en los años 1930 por el

petróleo entre el estado nacional y multinacionales ligadas

a intereses locales (Hollander 1976), o los reclamos de

8 En esto se diferenciaba de Belgrano, cuya actitud magnánima con los derrotados de la Batalla de Salta sigue siendo un motivo local para recordar la filiación a lo hispánico. “Ni vencedores ni vencidos” –proclamó Belgrano ante el comandante español Pío Tristán. 9 Para una crítica de la visión populista de este “sistema”, ver Mata 1999.

16

desarrollo del Norte Grande en la actualidad, son ejemplos

de ello.

Todavía hoy es posible rastrear en el centro histórico de

Salta las huellas de la resistencia a Güemes. Su monumento,

en el que se lo representa varios metros por encima de “sus

gauchos”,10 no se encuentra en el centro de la plaza matriz

–donde se erige la estatua ecuestre de Arenales— sino en

una zona de la ciudad de Salta que, si bien hoy es el

sector más aristocrático, al momento de la construcción era

apenas un descampado. No obstante, Güemes está presente

frente a la plaza central de un modo particular: sus

cenizas descansan en la Catedral bajo la protección del

poder conciliador de la Iglesia.

Todos los diecisiete de junio, las autoridades cívicas y

eclesiásticas junto al pueblo conmemoran la muerte del

prócer a los pies de su estatua y en cada rincón

provinciano. Hombres y mujeres repartidos en “fortines”

desfilan a caballo y “vestidos de gaucho” frente al

monumento. La mayoría de los salteños participa del

espectáculo desde los márgenes, acompañando la vigilia de

los “gauchos” en la noche previa al desfile cuando los

asistentes, frente a fogones encendidos, reviven el drama

del prócer agonizante.

Lo indígena se introduce en la narrativa güemesiana bajo

los títulos de “gaucho” y “poncho”. La interpelación

popular de Güemes implica el borramiento de los estigmas

que pesan sobre lo indio; pero, con ellos, se esfuma

también la propia identidad indígena. Así, el lugar de los10 Existe una réplica de esta estatua en Buenos Aires.

17

indios destaca por su repentina ausencia en el relato,

pasando a formar parte del “hombre de campo” que se entrega

a la causa de la patria. Como “gaucho patriota”, el indio

“se indigna” y “corre [...] de opresores la Patria librar”

(Himno a Güemes). El efecto de la figura de Güemes sobre

las representaciones del indígena muestra una coincidencia

interesante. En la década de 1930, cuando se oficializa el

culto a Güemes, el gobierno salteño adopta un nuevo escudo

provincial con el “sol incaico”, descartando el viejo

emblema donde figuraba un indio lanzando una flecha a un

español.

Los colores del “poncho salteño”–que se repiten en la

bandera de Salta— contienen, también, un relato en clave

del destino indígena en la provincia. Según el historiador

Romero Sosa, el paño rojo con la lista negra es un diseño

que remite a los “ponchos enlutados [que] aparecen en

varios países andinos, como homenaje dolorido a Atahualpa

cruelmente ejecutado, por parte de sus descendientes

vencidos en la conquista (Romero Sosa en Caro Figueroa

2001d).” Fue “Martín Güemes [quien] impuso a sus milicianos

el uso del poncho con tonos en rojo con guardas negras”. Y

explica Caro Figueroa que “esa medida de Güemes resulta

coherente con su respetuosa actitud para con los indios,

para los que mandaba a distribuir sus proclamas en quichua

(Caro Figueroa 2001d).” Por otra parte, tras la muerte de

Güemes, “sus gauchos añaden un segundo luto, esta vez en el

corbatín del poncho (Caro Figueroa 2001d).” El poncho

deviene un texto que habla de indios (andinos), mestizos y

18

blancos. En él, un caudillo blanco reconoce la legimitidad

del duelo del indio ante el Inca y luego los “gauchos” (el

pueblo) abrazan a los indios reconociendo la justicia del

reconocimiento del caudillo.

En el registro histórico podemos observar que lo salteño

aparece como una “tradición”—el arraigo en un tiempo lento—

que conserva las esencias éticas de un pasado glorioso: el

honor señorial de los fundadores, la religiosidad católica

y el patriotismo del pueblo provincial. La importancia de

cada uno de estos relatos varían según los contextos de

enunciación e identificación.

Según la lógica expositiva de los manuales, los indios

aparecen representados de un modo peyorativo o subsidiando

las narrativas centrales. En la “prehistoria” y “tiempos

precolombinos”, se enfatizan las formas de vida y “modos de

subsistencia” de las sociedades indígenas (caza y

recolección o agricultura y pastoreo). Mientras en algunos

casos se señala que estas actividades corresponden a

diferentes grados evolutivos de los “indígenas o

aborígenes” (Valeriano de Niz 2000), en otros se las

califica como “diferencias culturales” (Damin et al. 1987).

Luego del relato de la fundación, los manuales plantean los

ejes de la historia colonial, destacando sobre todo la

evangelización y, en algunos casos, la encomienda y la

sociedad de castas, en las que se hace mención a los indios

dentro de una jerarquía que incluye blancos, mestizos y

negros. En el presente, lo indígena reaparece adjetivando

19

los “restos arqueológicos”, “artesanías”, “toponimia”,

“ritos sincréticos”, “comida”, “creencias”, “turismo”,

etc.; en otras palabras, “supervivencias culturales”

devenidas patrimonio identitario de la provincia. Cuando se

alude a grupos indígenas vivos, aparecen únicamente en el

Chaco, encuadrados en un discurso de supervivencia física y

misionización católica. Es de notar que esta supervivencia

indígena se ve como pasiva y transitoria.

La diferencia indígena es doblemente expulsada de la

historia, hacia la prehistoria y hacia la naturaleza. Esto

se debe a que la historia sólo puede ser concebida como la

disolución de dicha diferencia en procesos de unificación y

homogeneización. Esto queda evidenciado en el mestizaje, en

tanto fundamento ideológico de dicha historia. Para

comprender los efectos de este presupuesto en la

constitución de lo salteño, pasamos a considerar las

representaciones dominantes de la población y el

territorio.

II. “Salta, tierra de contrastes” y “diversidad humana”:

registros étnicos y geográficos del relato de mestizaje

provincial.

Los manuales escolares nos permiten, una vez más,

identificar la importancia de la relación entre Salta y sus

regiones, por un lado, y entre Salta y su “gente”, por

otro. Salta se muestra como una provincia orgullosa de su

“diversidad de climas y paisajes” y rica en

“manifestaciones culturales” de distintos orígenes. ¿Cuáles

20

son esos paisajes y regiones? En los mapas y textos se

mencionan las siguientes “regiones naturales”: la “puna” y

el “chaco”, por una parte, y los “valles y sierras

centrales” por la otra. Algunos textos subdividen esta

última región en dos: “sierras” y “valles”. Otros,

subdividen la zona de “valles” entre los Calchaquíes y el

de Lerma. En lo que todos los textos coinciden es en tratar

separadamente la “ciudad de Salta”.11 Estos parámetros de

divisibilidad del territorio y el paisaje marcan procesos

de construcción de fronteras identitarias en ciertas

direcciones y no en otras. Se advierte que la zona que

registra mayores disensos respecto a su clasificación es,

también, la de mayor “temperatura histórica”, es decir,

donde transcurren los relatos épicos de la salteñidad. La

“puna” y el “chaco”, en cambio, presuponen una homogeneidad

territorial y paisajística que no es ajena a la presunción

de cierta inercia de la historia.

En correspondencia con esa diversidad en el paisaje, la

diversidad de “tipos humanos” identificados, al siglo

veinte, son: el gaucho, el colla, los indios del Chaco—para

algunos, el negro y el mulato—,12 el inmigrante y la gente

decente de estirpe hispana. Este campo clasificatorio se

sostiene en el presupuesto del mestizaje como un proceso

11 Estos sistemas de clasificación tienen su correlato–y, en buena medida, fuente de autoridad—en la literatura regionalista salteña. Alicia Chibán señala en Juan Carlos Dávalos el fundador de este gozo ante la variedad del paisaje: “¿No es maravilla habernos trasladado entres horas de la ciudad al desierto, del clima templado al frío, de laregión del tabaco, de los naranjos y chirimoyas a la zona de la yaretay de la fauna andina? (Dávalos en Chibán et al. 1982:147).”12 Dejamos de lado en esta oportunidad el tratamiento de las categorizaciones de mulato y negro en el imaginario salteño.

21

histórico y geográfico que fusiona rasgos raciales, étnicos

y morales de origen disímil en el nuevo tipo salteño.

A continuación, exploramos dos modelos étnico-geográficos

de la salteñidad que hemos denominado “hispanizante” y

“criollo-americanista”. Describiremos sus variadas formas

de abordar el mestizaje, los arquetipos identitarios que

proponen y el modo en que se articulan diferencialmente con

las narrativas antes tratadas. De este manera, podremos

calibrar con más detalle los lugares morales de lo indio en

el “ser salteño”. Releemos aquí en fuentes literarias y

académicas.

II.a. Modelo hispanizante: el gaucho como transfiguración del hidalgo

hispanocolonial.

El modelo hispanizante fue articulado por la élite política

y moral local en el marco de la hegemonía conservadora que

se dio entre fines del siglo diecinueve y mediados del

siglo veinte. Bernardo Frías, Juan Carlos Dávalos y Ernesto

Araóz, en sus escritos históricos y literarios, sobresalen

como los artífices más acabados de este modo de imaginar la

provincia.

Para que Salta hubiera de constituirse en algo más que una

ciudad-estado con su hinterland, fue preciso purificar los

términos de mestizaje heredados del imaginario colonial de

las castas. De las tres formas básicas de lo mestizo—

gaucho, colla y mulato—sólo el gaucho adquirirá

connotaciones positivas que lo acercarán al eje

civilizatorio reservado a la raza blanca, española,

22

católica y “vecina”. Los otros quedarán como signos de

identidades estigmatizadas. En este modelo se edifica, así,

una reparación del gaucho por vía de la hispanidad, la cual

no es ajena al reposicionamiento de las élites salteñas

frente a la capital-puerto y a sus propias supersticiones

identitarias, entre las cuales descollaba la del gaucho

como nuevo símbolo nacional. Dávalos lo explica bien:

Gaucho fue -en la ciudad- sinónimo de guaso o mal

hablado, de ignorante y bárbaro [...] Para que

amenguara un tanto el valor despectivo de la voz

gaucho, fue preciso que la gente norteña otorgase

mayor crédito a las corrientes ideológicas de Buenos

Aires y que de allá nos viniese, con la Revolución

primero, con la consolidación de la nacionalidad más

tarde, el prestigio militar, histórico y literario de

esa palabra en su acepción genuinamente argentina

(Dávalos 1937: 22).

Si “gaucho” es el idioma con el cuál Salta se “entiende”

con la nación-puerto, también es el lenguaje con el cual

mide su propio valor y diversidad interna. ¿Qué representa

el gaucho salteño? Se trata de lo mestizo adornado con los

valores de honestidad, hombría, lealtad, hospitalidad, amor

a la tierra, respeto a las jerarquías, docilidad y altivez.

¿De qué mezcla étnica proviene este producto moral? El

gaucho surge de la unión entre los “soldados

conquistadores” y las indias “convertidas y bautizadas” con

quienes “no era pecado casarse” (Dávalos 1937:20). Estas

indias vivían, sobre todo, en las áreas del primer

23

asentamiento español: el Valle de Lerma y los Valles

Calchaquíes. Es en estas zonas y en la frontera con el

Chaco donde se distribuyen los típicos gauchos:

De oriente a poniente, desde las selvas chaqueñas

hasta los límites con las punas, la población rural de

Salta, en su totalidad pertenece a dos razas gauchas,

hispano-hablantes, pastoras, criadoras de toda clase

de ganado y cuyo imprescindible medio de movilidad es

el caballo y el mulo (Dávalos 1937:26-27).

Lo anterior nos lleva a plantear dos ejes de diferenciación

en el modelo de lo gaucho: uno étnico-geográfico y otro de

clase. En relación al primer eje, surge la distinción entre

“gaucho vallisto” y “gaucho fronterizo”. Ambos, según

Dávalos, son igualmente mestizos, pero en distintos grados,

ya que provienen de zonas afectadas por desiguales ritmos

de mestización (Dávalos 1937:20). El gaucho de los Valles

Calchaquíes conserva más marcas indias, por lo tanto, está

menos hispanizado y blanqueado que el gaucho fronterizo de

la zona de las sierras subandinas y el umbral del Chaco—el

típico “gaucho de Güemes”.

Ya antes que Dávalos, hacia la década de 1900, Bernardo

Frías había sentido la necesidad de distinguir dos formas

sociomorales del gaucho. De este modo, y en relación al

segundo eje, vemos que “gaucho” puede referir tanto a los

hombres que provienen de los estratos altos de la sociedad

salteña –la “gente decente” o “latifundistas”— como así

también a sus subordinados –“peones”, “arrenderos” o

“puesteros”. Para Frías, “gauchos decentes” eran “casi

24

todos los hombres distinguidos de la época. Hombres de

ciudad y educados, hijos de buena casa, doctores muchos de

ellos y casi todos de familia acaudalada (Frías en Alvarez

2003:11).” La rústica vida rural iguala a los gauchos

decentes con sus peones en tanto “hombres de campo” pero, a

diferencia de sus sirvientes, los “gauchos decentes” pueden

hoy estar “pialando y enlazando en sus fincas” y al otro

día “vistiendo smoking en el club de la ciudad” (Dávalos

1937:25). El modelo hispanizante pone en primer plano esta

diferencia “de clase” en tanto estamento o “casta”, pues

los “gauchos latifundistas” no son otros que los

descendientes de los “españoles puros”, encomenderos por

real merced (Dávalos 1937:20). “Decencia” es, para Frías,

la herencia de costumbres caballerescas de la nobleza

hispanocolonial —virilidad, destreza ecuestre, honor— que

acompañan la propiedad de la tierra. Así, dentro del

discurso del mestizaje del gaucho nos reencontramos con la

jerarquía civilizatoria. Patrones y peones intercambian

desigualmente estilos de vida en “paternal familiaridad”,

“ambigua relación marcada por la distancia social formal y

por una proximidad de hecho, dada a través de infinidad de

gestos (Caro Figueroa 2001c).” El patrón se “agaucha”

generosamente y el peón de “adecenta” por imperio de la

civilidad y el blanqueamiento.

La fuerza mediadora de lo gaucho depende de su amplia

referencialidad —geográfica, étnica, de casta. En el centro

del modelo de mestizaje se sitúa el gaucho decente, el

patrón latifundista de putativo origen hidalgo. En un

25

segundo círculo, encontramos al otro más íntimo, el gaucho-

peón, leal y obediente. Dentro de este margen, se ubica el

gaucho fronterizo, con mayores cuotas de “sangre hispana”,

y, un poco más allá, el gaucho vallisto de memoria

calchaquí. Claramente, podemos observar que este juego de

aproximaciones y rechazos se justifica en la épica de la

fundación de Salta.

En este modelo, a su vez, lo gaucho se distingue y

antagoniza con lo colla. Si el gaucho es el mestizo con

disposiciones hacia la apertura —de arriba abajo y de abajo

a arriba, del interior al puerto y del puerto al interior—

el colla es lo mestizo que se cierra. En otras palabras, el

gaucho es puro mestizo, el colla, mestizo impuro. ¿Por qué?

Los que se han propuesto explicitar el modelo de mestizaje

salteño abordaron la cuestión del colla distanciándose del

significado que éste adquiría en el “saber popular” o la

“gente despreocupada”, a saber, el de ser un término que se

refiere a la “gente de campo”, preferentemente aquella que

vive en los cerros. Para la gente de la ciudad, “todo el

que no usa gomina y lleva bombacha es colla” (Yañez en

Chibán et al.1982:170). Mientras que el gaucho como “gente

de campo” pudo remontar el estigma de incultura, el colla—

apunta Dávalos—siguió encerrado en los epítetos de “bribón,

solapado y mezquino” (Dávalos 1937:22). Por esta razón,

Caro Figueroa (2001c) comenta que el ennoblecimiento de la

palabra gaucho fue de la mano del refuerzo de lo colla como

término despectivo. Incluso, en espejo con el tema del

gaucho, se muestra lo que sucedía con la imagen de Salta

26

frente a la mirada estigmatizante de Buenos Aires. Natalio

Botana rescata una frase de Lisandro de la Torre en la que

acusa al ex presidente Victorino de la Plaza–oriundo de los

Valles Calchaquíes—de “coya hipócrita y traidor por

naturaleza” (Botana 1986:331). Dávalos, en su larga estadía

porteña, confesaría con resignación: “Ahora el colla soy

yo, ciertamente (Dávalos en Chibán et al.1982:174).”

Ahora bien, la bajeza moral de lo “colla” también deriva de

su aproximación a lo indio, principalmente, al puneño

aislado. Ernesto Aráoz, gobernador conservador a principios

de los años 1940, considera al colla como un ser que “se

repliega sobre sí mismo para cultivar en su alma el

fermento de la sordidez y del egoísmo engendrados en el

corazón de sus antepasados por el dolor y la tragedia de la

conquista española, que los obligó a buscar en los valles,

en las serranías [..] y en el altiplano, la soledad y el

aislamiento propicios a su dispersión y derrota (Aráoz en

Figueroa 1986:214-215).” Dávalos afirma, en similar vena,

que los collas constituyen una “raza indígena pura,

atacameña, que puebla la altiplanicie del extremo noroeste

de la provincia” y, añade, “raza y comarca que comenzaron a

ser argentinas no ha muchos años, cuando a raíz del tratado

de límites, el Territorio de los Andes, originariamente

boliviano, se incorporó a la jurisdicción nacional (Dávalos

1937:26).”13 Así, el colla, además de indio, es un indio

13 La puna es el espacio de refugio del colla. En el imaginario de la literatura de Castilla o Dávalos, la puna emerge como la “contrapartida del mundo, un dominio señoreado por la muerte”. Con su carga de “silencio” y “tiempo quieto” juega simbólicamente como la diferencia radical que “permite entender la vida”, esto es, la variedad paisajística y étnica salteña (Chibán et al. 1982:148-149).

27

extranjero (de Bolivia) o un argentino neófito. Como canta

la copla:

Son muchos los extranjeros/ que vienen a la Argentina.

/ Los coyas nos traen la ruina/ dándolas de

caballeros./ Y son viles, traicioneros, / de borrachos

son enfermos / y flojos, ya lo sabemos. / Son la mayor

indecencia, / ellos son, por experiencia,/ la peor

gente que tenemos (Carrizo 1987: 80)

Por esta razón, Dávalos se preocupaba por criticar a

aquellos que llaman collas —es decir, insultan— a los

habitantes de los Valles Calchaquíes, quienes, para él, no

son sino “gauchos vallistos”. Y agrega que los collas y los

calchaquíes eran, desde tiempos prehispánicos:

[...] dos naciones enemigas, invasora, nómade,

hambrienta la una; organizada, laboriosa, rica en

reservas agropecuarias la otra. Y rasgo típico del

colla, rasgo que en vano buscaríamos entre los

montañeses de Salta: el colla permanece fiel a su

estructura prehistórica [ya que] mantienen vigente su

jefe de tribu, sus autoridades y justicia propia, no

obstante su acatamiento de la soberanía nacional

(Dávalos 1937:26).

De este modo, collas y gauchos (vallistos y fronterizos)

se vuelven entidades opuestas:

El gaucho, al recibir una visita en su rancho, entrega

a su húesped su cama, su comida o su recado, mientras

el colla le niega o le escatina el hospedaje o el

28

auxilio auyentándolo con su indiferencia o su

desprecio (Araóz en Figueroa 1986:216).

Estas especificaciones antropológicas no evitan, aun en

estos mismos autores, seguir utilizando el término “colla”

o “coya” —justificable en orígenes indígenas aún no

disueltos del todo— para denunciar lealtades dudosas dentro

de la misma comunidad, sea ésta nacional, provincial,

política o de “la casa”. Justamente, la peligrosidad de lo

colla proviene de que, a diferencia de los “indios del

Chaco”, conoce las mañas de los civilizados y, en contraste

con los gauchos, no ha consentido con la intimidad del

dominador. “Colla”, de este modo, simboliza el fracaso del

orden provincial mestizo. En este sentido, no es casual

que, en el año 1937, Dávalos, a título de autoexpiación,

profetice el retorno del indio:

Bajo la blanda tierra del pucará desierto/ como un

embrión parásito de la materna entraña/ sentado en sus

talones aguarda el indio muerto/ quizá el milagro de

una palingenesia extraña (Dávalos 1937: s/n).

Mucho menos sorprendente es la censura que Dávalos hace de

la acción política de los collas cuando el “milagro de la

palingenesia” amaga anunciarse, nueve años después, durante

el peronismo. En “Viejo Cuento” (1946) satiriza el reciente

Malón de La Paz:

[...] estos son los pobladores/ tramontanos de la

andina/ tumba de collas quiscudos/ cuna de genta

entendida/ de código en el sobaco/ e in-mente la ley

no escrita [...] Estos que ahora al gobierno/ militar

29

piden justicia/ son los mismos que a Irigoyen/ igual

demanda le hacían;/ son los eternos llorones/ que

aprovecha la política/ y a sabiendas/ por chicana/

joroban y despotrican./ Ya Hipólito calabazas/ les dio

cuando la medida/ de su paciencia colmaron/ y al fin

mandó la justicia/ a favor de antiguos dueños/ contra

su mala doctrina:/ Pues que vayan a bañarse/ en su

arroyo sin sardinas! (Dávalos 1997b: 313-315).

Concentrémonos ahora en los tipos de indígenas sometidos a

la clasificación de la mirada mestiza hispanizante. ¿Cómo

se relacionan los indios con gauchos y collas? Si, frente

al gaucho decente, el colla está aún más allá que los

gauchos fronterizos y vallistos—pero se mantiene “dentro”

de las fronteras de la civilización—“indio”, sea como

realidad antropológica o como mero denuesto, demarca el

afuera del orden mestizo.

Así, se traza un contraste entre las poblaciones indígenas

que viven en el Chaco y aquellas asentadas en sectores

aislados de la Puna, el cual radica, por un lado, en su

grado de aproximación a la comunidad provincial y nacional.

Federico Gauffin, quien en los años 1930 aporta al canon de

la salteñidad los textos sobre la frontera chaqueña,

describe a los indios del Chaco (chiriguanos, matacos,

tobas, chorote) como “hermosos ejemplares de una raza que

aún no había degenerado” (Gauffin en Chibán et al.

1982:164). Admiración y compasión se alternan en la obra de

este autor con el desprecio a un indio que es visto como

resistiendo el avance de la civilización en un estado de

30

lucha constante, tanto contra el blanco usurpador como

también entre ellos mismos. Estos indios no son todavía ni

argentinos ni salteños, aunque la convivencia con gauchos

bravíos y desalmados—el “gaucho fronterizo”—vuelva

inminente su integración o, en el peor de los casos, su

extinción (Gauffin 1975). Los puneños (collas “puros”), en

cambio, habitan en un territorio bajo un control estatal

débil—con pocas escuelas y puestos de gendarmería—que aún

precisa ser genuinamente nacionalizado, de ahí que suela

adscribirse a estos collas a los “indios de Bolivia”

(Dávalos 1997a, 1937).

Desde la perspectiva del gaucho decente/hidalgo, indios

chaqueños y puneños pueden, por otra parte, ubicarse en

distintos lugares de la escala evolutiva: cazadores-

recolectores organizados en bandas nómades y beligerantes,

los unos y—en un piso superior—pastores trashumantes con

restos de autoridad cacical, los otros. En este sentido,

los indios del Chaco son los “verdaderos indios” de este

imaginario, en la medida que muestran los rasgos más

extremos de salvajismo y naturaleza. La pureza de los

indios del Chaco es “originaria”, debida a un déficit de

contacto, mientras que en los de la Puna nos encontramos

con una especie de “pureza” reactiva que se traduce en

impenetrabilidad. En ambos casos, la pureza define una

diferencia externa con lo salteño que se dispone a ser

prontamente fundida en el crisol, tal como sucedió en el

“ejemplo calchaquí”. En esa área, los “indios”—si se

visibiliza la estirpe aborigen del gaucho vallisto—ya no

31

conservan formas sociales cohesivas y viven en el marco de

las relaciones de patronazgo tradicionales (Dávalos 1937).

Son, por ello, los más argentinos de los indios, aquellos

que supuestamente aportaron su sangre a la gesta

güemesiana. Por último, cabe señalar que la pureza

atribuida a los indios del Chaco contrasta con el núcleo de

sangre limpia hispana que define y preserva la distinción

en el marco de la mestización.

Al igual que el resto de las categorías, la pragmática de

“indio” excede referentes antropológico-históricos y se

expande como tipificación negativa referida a orígenes

plebeyos en poblaciones urbanas y rurales. Así, tanto colla

y gaucho-peón, en el campo, como las “chinas” y la “chusma”

de la ciudad de Salta, pueden devenir indios (ver Dávalos

1926). Incluso, el poder oligárquico ha sido denominado

“indiada” durante el irigoyenismo, con el doble propósito

de denunciar su poder feudal sobre los indios y de criticar

su accionar político “tribal” (Caro Figueroa 1970).

Por último, nos referimos ahora al lugar del inmigrante

extranjero en la matriz provincial salteña. Aquí, Salta se

afirma nuevamente contra el modelo étnico nacional de base

inmigratoria que afecta, sobre todo, a Buenos Aires y el

litoral. Dávalos ve en Salta una “provincia no transformada

aún por la inmigración, por el aumento de explotaciones

agrícolas y forestales, por el refinamiento de los ganados

y por el progreso que europeíza al resto de la República

(Dávalos 1937:24).” Los relativamente pocos italianos,

españoles y también árabes que recibe la provincia son

32

asimilables dentro de las jerarquías altas o medias del

mestizaje según su estirpe y clase social. El deseo del

inmigrante como figura de progreso sufre, no obstante, las

estigmatizaciones típicas de extranjería y conflictividad

social. El miedo al inmigrante se expresa como prevención a

las “influencias foráneas” de tipo ideológico, la

civilización maquinista y la bajeza pequeña burguesa (Aráoz

en Caro Figueroa 1970:225). En el contexto de frontera, se

le opone como contrapeso la noción de criollo, significando

lo nativo mestizo. Son en esta zona los gauchos quienes

mejor ejemplifican lo criollo, no sólo frente al pionero

extranjero sino también frente al nativo no mestizado, es

decir, el indio. En este sentido, se revela también en los

inmigrantes una gran capacidad adaptativa:

[...] y los extranjeros son hoy los únicos capaces de

crearse hogar confortable en pleno monte, por lo que

en definitiva, serán ellos los patrones gauchos del

porvenir (Dávalos en Chibán et al.1982:167).

II.b. El modelo criollo-americanista y sus descontentos: el pueblo mestizo y

más allá.

Este modelo de salteñidad se construye como heterodoxia

frente al modelo hispanizante. ¿En qué condiciones

históricas se configura y quiénes lo sostienen hoy en día?

Se esboza en Salta con Joaquín Castellanos (gobernador

durante el Irigoyenismo),14 primero y, más tarde, con los

gobiernos peronistas de los años 1950, que propiciarion14 Castellanos proyectó una embrionaria política social con el intento de creación del Departamento Provincial de Trabajo y la regularizacióndel canon de riego.

33

mejoras en las condiciones laborales del campo y la

sindicalización de proletarios rurales (Estatuto del Peón).

La “reacción oligárquica” pos-1955, como dice Caro

Figueroa, vuelve a levantar “el pendón de la cultura y de

la pureza familiar” y termina con “el peligro de la

democratización de la cultura” (Caro Figueroa 1970:173). En

los años 1960, con la politización de jóvenes sectores

profesionales y “bohemios” contra el Onganiato, se hace

visible el entronque del neo-regionalismo literario —que

venía desde los años 1940 (grupo La Carpa)— con discursos

latinoamericanistas reavivados por la experiencia

revolucionaria cubana.

En este contexto, surge la versión sociopolítica del modelo

de salteñidad, identificable, para nosotros, en el libro

“Historia de la Gente Decente” (1970) de Gregorio Caro

Figueroa. Al objetivar, por vez primera, al sector social

que construyó la matriz hispanizante —la “oligarquía”— Caro

Figueroa critica el arquetipo del gaucho decente.

Sería un error imaginar [que] el gaucho [...] define y

agota la llamada personalidad o identidad de Salta

(Caro Figueroa 2001c).

Desde un “revisionismo socialista”,15 Caro Figueroa rescata

la subtrama de la narrativa de Güemes en la que éste se

niega como gaucho hidalgo y decente, se opone a los de su

clase y desplaza hacia el gauchaje plebeyo el centro

axiológico de la comunidad. Ese movimiento reparador, sin

15 Según Abelardo Ramos, prologuista del libro, este revisionismo es socialista porque lee la historia simultáneamente desde la patria americana y desde la irrupción de las masas populares en la esfera pública.

34

embargo, no se despoja de los términos de valor

oligárquicos y repone, para un gaucho que no puede quedar

guacho, la figura providencial y autosacrificial del

“caudillo”.

El mestizaje es, en este discurso, nacionalista,

latinoamericanista y popular, en tanto se opone a la

oligarquía hispanocolonial “cipaya”, “balcanizadora” y

“elitista”. Se reivindican las identidades estigmatizadas,

denunciándose “el desprecio vomitivo hacia el mulato” que

“se completa con la subestimación del coya” (Caro Figueroa

1970:206). Pero el autor queda preso de los estereotipos

heredados sobre lo indígena —sea colla o del Chaco— como

ajenidad de lo salteño:

¿[...]debe comenzarse a elaborar una cultura a fojas

cero? No, lo que sabemos es que allí mismo, donde los

sectores retardatarios permanecen enmudecidos podemos

encontrar valiosos elementos para llevar adelante la

continuidad cultural (Caro Figueroa 1970:210).

Los “sectores retardatarios y enmudecidos” —mulatos, coyas

e “indios del Chaco”— siguen siendo considerados como

complemento de la “continuidad cultural”, es decir, de la

salteñidad aún enclavada en la identidad hispanocolonial.

Esta visión, que ya venía anunciada en cierta novela social

e indigenista local de autores como Barbarán, Yañez y Nella

Castro, de algún modo pervive hasta hoy en los escritos

periodísticos y ensayísticos de Gregorio Caro Figueroa.16

16 Ver, entre otros, los trabajos de Caro Figueroa en “El portal salteño en Internet” (www.redsalta.com) y en revista Claves de Salta.

35

El trabajo de Corbacho y Adet (2003), “La Historia contada

por sus protagonistas”, retoma esta línea de abordaje

sociopolítico de la salteñidad desde una “historia

popular”. Aún más, tematizan explícitamente el tópico,

revelando sus usos políticos por parte de los sectores

dominantes:

[...] la palabra salteñidad, tal como ha sido

manejada, es un concepto profundamente reaccionario

porque ha servido y sirve para encubrir otras

tradiciones perdurables: pobreza y desigualdades,

autoritarismo e injusticia, falta de salud y

educación, desocupación, todos esos males que, hoy

como ayer, siguen siendo el pan de cada día [...] útil

al poder porque promueve la uniformidad y el

conformismo, deja toda crítica de lado y cierra el

camino hacia una verdadera toma de conciencia de la

realidad (Corbacho y Adet 2003).

A semejanza de Caro Figueroa, consideran que la salteñidad

constituye “una ceguera voluntaria para no ver la

diversidad étnica y aceptarla sin discriminaciones”, así

como también desconoce que “no existe una, sino varias

Saltas. Las ‘Saltas urbanas y las Saltas del interior’

(Corbacho y Adet 2003).”

Hay una segunda vertiente criollo-americanista que transita

por un registro filosófico de tendencias existencialistas y

fenomenológicas. En muchos sentidos, ésta es la matriz

actualmente hegemónica, la cara oficial de Salta avalada

desde el saber literario y humanista. Sus orígenes pueden

36

rastrearse en la generación literaria de los años 1940 y el

neofolklorismo que rompe con el pintoresquismo regional y

la descripción de tipos humanos, para adentrarse en la

experiencia de geografías metafísicas y sentires íntimos

donde se recupera lo local desde lo regional, lo regional

desde lo americano y éste desde lo universal. Buena parte

de este sedimento ideológico se advierte en el “Estudio

Socio-Económico y Cultural de Salta” (Boasso et al. 1981;

Chibán et al. 1982) y en “Los primeros 4 siglos de Salta.

Una visión multidisciplinaria” (Puló de Ortiz et al. 1982),

cuyos autores son profesores de la Universidad Nacional de

Salta con experiencia en la educación, las letras y el

periodismo.

En contraste con el hispanizante, este modelo identifica el

parámetro del mestizaje en lo criollo y no en lo español y,

a la vez, se desplaza de un registro racial a otro

cultural/espiritual. En el “Estudio”, el mestizo criollo —

del cual el gaucho es sólo una de sus formas— es el punto

de fusión cultural de hispanos, indígenas y, más

recientemente, de inmigrantes. Donde la mezcla de sangres y

de culturas coinciden, tenemos al criollo más “puro” y éste

habita en las áreas centrales del mestizaje: el Valle de

Lerma y aledaños. La “vertiente andina” –incluido aquí no

solo la Puna sino también los Valles Calchaquíes— y el

Chaco ofrecen tipos humanos menguados en términos de

criollización.

Desde el arquetipo criollo, los aportes étnicos son

resignificados. “Los españoles de pura sangre [...] se

37

sienten y viven como criollos” y, se agrega, “este modo de

ser criollo es patrimonio del español de pura sangre recién

al promediar el siglo XX” (Boasso et al. 1981:249), tiempo

en que simultáneamente comienza a declinar el modelo

hispanizante. Similar argumento se aplica a los

extranjeros.

¿Qué efectos tienen estos cambios en la imaginación de los

indios? El puneño y calchaquí devienen “indios

acriollados”:

El indígena, especialmente en la zona andina, que no

ha sufrido un mestizaje en la sangre, lo ha sufrido en

la cultura, y es un criollo (Boasso et al. 1981:249)

Los “andinos” demuestran una “ciencia y tecnología”

adaptada al medio y de gran tradición. En comparación, el

indio del Chaco están menos abiertos al mestizaje debido a

su “cultura primitiva” reacia al cambio, lo que no impide

cierta valoración positiva de sus conocimientos y de sus

prácticas de reciprocidad, elevadas a ejemplo moral para

todos los salteños. Pero tanto los “indios acriollados”

como los indios del Chaco revelan una religiosidad que

confluye con el carácter trascendente y creativo que estos

autores otorgan al proceso de criollización:

En esta bifurcación de creencias [indígenas y

católicas] no hay competencia sensible entre uno y

otro dios; ambos caen en su cielo significativo. Se

mezclan, como pueden confundirse dos licores en el

continente de un vaso (Figueroa Aráoz en Chibán et al.

1982:190)

38

Se insiste en el “contexto religioso [...] como factor de

unificación de distintos grupos humanos provinciales:

blancos y mestizos, campesinos y ciudadanos, y habitantes

de diferentes niveles socioculturales”, o “denominador

común de salteñidad” (Chibán et al. 1982:186). El acento en lo

religioso acerca este modelo de mestizaje con la narrativa

del Señor del Milagro y su celebración de la comunidad

moral.

Puede advertirse en estos enunciadores de lo salteño un

discurso disyuntivo en el que, por una parte, se reconoce

la subalternidad y la injusticia social, para luego

sumergirse (¿o elevarse?) en una suerte de resignación

metafìsica que, por vía transitiva, se imputa al “sentir”

de los sectores populares. Muchos de estos críticos señalan

en Manuel Castilla al paradigma de esta posición. En su

poesía hay una distancia del pintoresquismo y un compromiso

con la denuncia social “cristiana”, pero también hay un

preguntarse por el “misterio del hombre” americano con su

“sólo estar”, su silencio y la aceptación de la

circunstancia tal cual se da. Aquí se anticipa la reflexión

de Rodolfo Kusch—alma mater de muchos de estos estudiosos—

quien señalaba en el término aymara “utcatha” (“estar

sentado”: quietud, amparo, matriz) la clave de comprensión

de lo americano.

El “ser salteño” deviene, entonces, una espiritualidad

compartida debido a una experiencia histórica y geocultural

en común que se desborda al Noroeste todo y se enraíza en

la América esencial, trascendiendo las dimensiones

39

sociopolíticas de la realidad. Este americanismo construye

al “hombre autóctono”, el criollo, como un “otro radical”

con el cual entra, contradictoriamente, en una suerte de

diálogo silente. Los indios se vuelven aún más ajenos —de

una ajenidad positivada— producto del “misterio de un alma

rica pero casi insondable, difícilmente abordable desde

nuestro pensar y sentir” (Chibán et al. 1982:199). La

mayoría del corpus etnológico sobre áreas indígenas del

Chaco se inscribe en esta línea reflexiva (ver Arancibia

1973; Gordillo 1996).

En la última década, se atisba a su vez en el horizonte

intelectual provincial otra forma de abordar la salteñidad.

Es un modelo que se sitúa contra el americanismo clásico y

cuestiona el tropo del mestizaje como integración de las

diferencias. Zulma Palermo, también profesora de la

Universidad Nacional de Salta, expresa que:

[...] esta propuesta [la americanista] se vuelve

sobre sí misma y homogeniza la complejidad cultural

latinoamericana cerrándose en una especie de

‘nacionalismo’ defensivo, un ‘nacionalismo

latinoamericano’” (Palermo 2000).17

Aunque no hemos identificado discursos semejantes que se

apliquen a nuestro problema, el hecho de abrazar una

17 La autora cita a Castro-Gómez: “‘El latinoamericanismo en tanto que conjunto de discursos teóricos sobre ‘lo propio’ elaborados desde la ciencia social e incorporados al proyecto decimonónico de ‘racionalización’ jugó como un mecanismo panóptico de disciplinamientosocial’ (1998: 200). A mediados del XX, ‘se va delineando [...] desde la letra un mito que todavía nos asedia (y nos construye) sin quererlo: el mito de la ‘América mágica’ [...] que ha sido apropiado por grupos (noletrados) de todos los colores para legitimar y defender sus aspiraciones políticas’ (Ibid.: 202) (Palermo 2000).”

40

concepción diversificante de la identidad como la que

plantea Palermo implicaría la posibilidad de pensar las

regiones y tipos humanos antedichos en una relación no

necesaria con el centro, sugiriendo de esta forma una

constante negociación de la diferencia y de la identidad

regional y provincial. Este pensamiento, de raíz

constructivista y pluralizante, podría llevar a ensayar

sensibilidades nuevas hacia lo indígena, lo negro y otras

identidades subalternas, en el ámbito del derecho, la

educación y la política. Pero no sólo allí. La letra “K”

que hoy viene a reemplazar a la “C” de “colla” es un claro

símbolo de la emancipación de la identidad indígena del

magma mestizo y estigmatizante.

Conclusiones.

En este artículo, hemos descrito y analizado las nociones

de salteñidad con el fin de situar las permanencias y

cambios en la imaginación de los indígenas como “otros

internos”. Abordamos la salteñidad como una matriz

identitaria que se desdobla en tres narrativas históricas—

la Fundación, el Señor y la Virgen del Milagro y la gesta

de Güemes—con sus correspondientes calendarios y espacios

rituales. A su vez, exploramos los modelos de mestizaje –el

hispanizante, el criollo-americanista y cierta heterodoxia—

implicados y reforzados por estas narrativas. En dichos

modelos, identificamos las categorías identitarias de tipo

étnico-geográficas elaboradas como arquetipos morales, y en

torno a las cuales se ordenan grados menguantes de

41

salteñidad. Si bien estas matrices se articulan en momentos

históricos diferentes, no operan en estado puro y suelen

encontrarse combinadas situacionalmente.

Del análisis de las narrativas, se desprendió la imagen de

un sujeto provincial ideal cuyas notas morales incluían la

hidalguía, el honor, la virilidad, la devoción religiosa y

el patriotismo. El “gaucho decente”, en el modelo

hispanizante, es la figura que condensa estos valores y

frente a él se ubican, en orden descendiente, el inmigrante

(en tanto patrón), el gaucho-peón, el colla, los indios

salvajes, el mulato y el negro. El correlato geográfico de

estas identidades morales determina un eje central en la

ciudad de Salta y el Valle de Lerma y, más allá, periferias

como el umbral del Chaco (“La Frontera”), los Valles

Calchaquíes y márgenes como la Puna y el Chaco. En el

modelo criollizante latinoamericanista, sea en su vertiente

sociopolítica como en la “metafísica”, lo mestizo plebeyo

en tanto “criollo” (nativo o “naturalizado”) se vuelve el

paradigma de salteñidad, desplazándose la anterior

preeminencia del gaucho decente y sus otros. Es importante

destacar que estos cambios son posibles a la par de un

corrimiento de paradigmas físico-morales a otros culturales

en el entendimiento de lo social. La valoración del espacio

regional en el modelo criollizante se asemeja al anterior,

aunque se notan intentos de zonificar con más detalle el

mapa del mestizaje. Por otra parte, este modelo propone una

reimaginación de Salta dentro de unidades geohistóricas más

amplias como la región noroeste y Latinoamérica.

42

Se desprende del análisis que, en su forma más simple, el

juego de las identidades y diferencias se despliega entre

las categorías de gaucho, colla e indio. Tanto en el modelo

hispanizante como en el criollizante, los indios son

identificados en el pasado y, como tales, sólo sobreviven

en el presente en la región chaqueña. La continuidad de

este rasgo en las narrativas y modelos evidencia a los

“indios del Chaco” como la diferencia interna más

irreductible de la salteñidad. Espacio ideológico de

salvajismo y de esencias puras inalcanzables asociado a

estilos “salvajes” de explotación capitalista y

misionización cristiana, el “indio del Chaco” simboliza el

“afuera” que reclama el proyecto civilizatorio provincial.

El “colla” opera de un modo diferente. En el modelo

hispanizante, connota un término de mestizaje impuro o

fracasado (a diferencia del gaucho), regionalmente

distribuido “fuera” del Chaco y ligado a las clases bajas.

El “colla” está “dentro” del sujeto provincial que, no

obstante, lo vomita constantemente cuando percibe en él las

huellas de la indianidad genérica y/o la indianidad

extranjera (boliviana). En el modelo criollizante, el

“colla” es positivado como “criollo” (nativo) de origen

indígena y, en tal sentido, se alinea con el gaucho. Es

mejor digerido por un ser salteño que ahora se proyecta en

una dirección integradora y democratizante, por un lado, y

reparadora del espíritu autóctono de la tierra, por otro.

Entre las prácticas que desafían estos imaginarios, como

dijimos, está la reciente reemergencia indígena en zonas

43

“mestizadas” tales como las de Puna y Valles Calchaquíes,

justamente aquellas donde lo “colla” y lo “gaucho” daban la

medida justa de la salteñidad. La aparición del término

“Kolla” con “K” es algo más que una convención lingüística;

constituye un acto contrahegemónico que pone en duda los

mitos locales del mestizaje como proceso ineluctable que

desembocaría en una salteñidad única y homogénea, sea ella

aristocrática, plebeya o metafísica.

Sin duda, una de las posibilidades que abre nuestro trabajo

es la de analizar cómo inciden las continuidades y cambios

en los modos de imaginar a los “indios de Salta” sobre los

debates políticos que orientan las políticas públicas hacia

los pueblos indígenas. En este sentido, podría compararse

el modelo criollo de lo salteño presente en la política

indigenista y la militancia indígena de los años 1980 —

basada en apelaciones a la “democracia social integradora”

y la reparación verticalista— con el modelo supuestamente

pluralista de los años 1990 que intenta regular las

disputas políticas desde una retórica de “democracia

multiétnica y multicultural” y mecanismos “participativos”.

Otra posibilidad es la de indagar cómo operan estos modelos

de identidad y moralidad en las imágenes recíprocas de

“indios del Chaco” y “kollas” que construyen los propios

indígenas para legitimar sus reclamos y acción política.

Hasta entonces, esperamos que este trabajo pueda contribuir

a una mejor comprensión de la relación entre matrices de

identidad provincial y política indígena en Salta.

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