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La Generación Schrödinger Manuel Barroso

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La Generación Schrödinger

Manuel Barroso

Esto es para ti.

De cómo eso se apoderó de nosotros

En su libro La generación de los enterradores, Celso Santajuliana y Ricardo Chávez

Castañeda afirman que el mundo literario vive en un roce constante entre lo que ellos

llaman literatura pura y literatura impura. Ambos polos, afirman los autores, se distinguen

el uno del otro por sus criterios de percepción, producción y valoración y conviven en una

tensión amor-odio que da dinamismo al mundo literario.

Si tomamos la anterior afirmación como cierta1, entonces lo mismo debe ocurrir con la

literatura mexicana contemporánea.

Partiendo de esta idea, de esta división, es que nacerían, entonces, las listas de “los

mejores libros del año”, los ensayos que tratan de armar un canon, los diccionarios

formados con artículos periodísticos, las tesis doctorales que juntan polvo en las

bibliotecas. El punto de estos trabajos sería, sin más, separar los manjares de la comida

rápida.

Y así es como todo se mantendría en orden que no se

perdón por la interrupción

pero… ¿en serio creen que todo estaría perfectamente equilibrado y en orden? Esta división

tiene un espacio de lo más curioso que debe ser observado con atención: su línea divisoria.

1 ¿Por qué habríamos de hacerlo?, ¿por qué usarlo como base?, ¿por qué poner esta nota al pie? Qué importantes son las preguntas. Digno de tenerse en cuenta.

En ella, en sus profundas entrañas, pasan cosas raras. Se escuchan texturas viscosas,

máquinas trabajando, alas descomunales, risas bajas que delatan crueldad.

Hay voces. Mil y un voces que cuentan historias.

Ahí, en el espacio donde se mezclan los dos tipos de literatura, viven los monstruos.

Las noticias de su existencia no son novedad. José Carlos Mariátegui, por ejemplo,

habla de ellos en su ensayo “El proceso de la literatura”:

Al margen de los movimientos, de las tendencias, de los cenáculos y hasta de

las propias generaciones, no han faltado en el proceso de nuestra literatura casos

más o menos independientes y solitarios de vocación literaria. Pero en el proceso de

una literatura se borra lentamente el recuerdo del escritor y del artista que no dejan

descendencia. El escritor, el artista, pueden trabajar fuera de todo grupo, de toda

escuela, de todo movimiento. Mas su obra entonces no puede salvarlo del olvido si

no es en sí misma un mensaje a la posteridad. No sobrevive sino el precursor, el

anticipador, el suscitador (Mariátegui).

La primera vez que leí lo que acabo de citar, mi cabeza pensó en un Teletubi. Media

hora después entendí a qué se refería. Entonces llegaron los nombres: Amparo Dávila,

Francisco Tario, Emiliano González, Guadalupe Dueñas. Ellos y cantidad de autores más

respondían a lo mencionado por Mariátegui porque sus obras sobrevivieron, porque son

precursores de algo mucho más grande. Responsables indirectos de los monstruos que

acechan el pueblito mitotero de la literatura mexicana contemporánea, de esos a los que

suelen llamar “autores raros”.

Autores que cargan con una tradición que va de La odisea hasta The walking death

pasando por Tolkien, Lovcraft, Rulfo, Bradbury, Borges, Lispector, Watchmen y Astroboy.

Esos raros son la Generación Schrödinger.

Axiomas de la Generación Schrödinger

Está de moda eso de los Decálogos, las Reglas, los Manuales, los How to… for dummies.

Está de moda eso de usar redes sociales como fuentes en los ensayos.

Pensando en eso, y sabiendo que uno no es nadie para ir contra la moda, aquí están

nueve tweets –nueve principios2 –con los que José Luis Zárate inició la idea de la

Generación Schrödinger3.

Primer Axioma: No existe y sin embargo se mueve.

Segundo Axioma: No existe y sin embargo tiene más de siete vidas.

Tercer Axioma: En cada época, no importa el año, hay miembros de la Generación

Schrödinger.

Cuarto Axioma: Dada su condición cuántica, se notan más en las antologías donde no

están.

Quinto Axioma: Su transparencia es inversamente proporcional a la distancia: en sus

ciudades natales son invisibles.

Sexto Axioma: Muchos piensan que sólo existen para llevarles la contraria en algo.

Séptimo Axioma: La observación cambia lo observado. Cuando son visibles afuera de

repente todos los conocían dentro.

Octavo Axioma: Nos dicen que sólo existimos dentro de una caja (conceptual), con un

frasco de veneno.

Noveno Axioma: Somos molestos porque no nos quedamos en la caja.

2 Hay un décimo axioma perdido por ahí, a ver si aparece. 3 Los nueve tweets fueron publicados el 19 de marzo del 2012 en la cuenta @joseluiszarate.

Estos axiomas marcan la existencia de “los raros” en la literatura por lo que permiten:

los autores pueden no ser de una misma generación, pueden no ser amigos, sus obras

pueden no leerse juntas, pueden no ser miembros de una secta ni bailar en bolita el

Gangnam style. Es más, puede que el total de sus escritos o su persona no respete al pie de

la letra cada uno de los puntos anteriormente enlistados

Lo único que importa, lo que los une, lo que les permite ser considerados (con o sin su

conocimiento) dentro de la Generación Schrödinger es que sus libros –al menos uno de

ellos –sean literatura de la imaginación. Con esto me refiero a textos que sobrepasen la idea

del subgénero y desmientan que la literatura deba ser “del lenguaje” o “seria” para provocar

ese placer que generan las obras de arte: el placer que descoloca, que sacude a quien lo

enfrenta.

La literatura de la imaginación descoloniza la imaginación de quien se acerca a ella.

Obliga a pensar que todo tiene preguntas atrás, algo que no está dicho.

Esa es la ruta que siguen los autores de la Generación Schrödinger en su trabajo

literario.

Y eso es importante por una sola razón crea a sus propios exploradores. La literatura de

la imaginación en México está generando, desde la última década del siglo XX, a sus

propios lectores. Dicho fenómeno, debido a una gran cantidad de factores (redes sociales,

blogs, modas literarias extranjeras, películas, videojuegos, etcétera) se ha acentuado en los

años de vida que tiene el siglo XXI.

Y a pesar de eso, la lectura de esta literatura se hace casi con desprecio o de plano no se

realiza. La crítica y la academia la pasan por alto o, en el mejor de los casos, la consideran

una curiosidad casi circense.

Una actitud que me parece, la verdad, ridícula. Los creadores de literatura de la

imaginación son lo más cercano a un fenómeno literario que hay en México4 y eso merece

mayor atención

Por eso tú y yo, querido Lector, vamos a jugar un juego.

4 Otro ejemplo de eso es, tal vez, la editorial Almadía.

Porque el Nintendo 64 siempre fue mejor

Una vez, cuando era chico, tuve una pelea con mi hermano. Dicho pleito acabó cuando

azotó contra el suelo mi videojuego favorito: Paper Mario.

El juego me encantaba. Visualmente era grandioso para su tiempo, era largo, difícil y

un buen reto para cualquier jugador.

Lo que más me gustaba de él era que tenía ocho mundos distintos. Había una casa

embrujada, un templo en un desierto, un palacio de hielo. Había hasta una caja de juguetes

(General shy-guy era mi jefe favorito) entre los niveles por los que había que pasar.

Mundos particulares que, sin embargo, construían una estructura mayor, compleja,

unida.

Por eso la invitación que te hice en el capítulo pasado, Lector: vamos a jugar un juego

como Paper Mario. Un juego con once mundos –once ensayos –con sus jefes particulares.

Once mundos que, aunque así lo parezca, no están aislados. Todos forman parte de un

sistema, de este pequeño juego al que te invito a participar.

Este show es para que pueda probar mi punto sobre la importancia de la Generación

Schrödinger (porque de eso se trata todo5) y para que, claro, te diviertas un rato.

Vamos pues, no hay tiempo que perder. Toma tus cosas, tu casco espacial y tu ropa

favorita que vamos a…

5 Por ahora. Sólo por ahora.

Vaya, creo que falta algo importante por decir. Todo videojuego tiene reglas. Ya sabes,

cuando juegas Star Fox 64 no puedes andar a pie por los mundos y tampoco pasarte del

lado de los malos.

Dictemos, pues, las reglas. La mía la puso el crack. Dicho momento fue el último

parteaguas de la literatura mexicana y es por esas fechas que los primeros jefes de nuestro

juego hicieron su aparición. Por lo tanto digamos arbitrariamente, tal y como nacen muchas

reglas, que la mía es hablar de los miembros de la Generación Schrödinger nacidos de 1960

en adelante.

La tuya, tu única regla, es tener los ojos bien abiertos y leer todo atentamente6.

Sin más que decir, tomemos nuestros controles, prendamos la consola y empecemos

con esto.

6 Hasta los pies de página, que no son más que ventanas a otros lados, marcos para vislumbrar muchas otras cosas dichas sin decir.

El brak es cultura

Televisiones brak: las únicas que explotan cuando no las estás mirando. Todo un éxito en

Rusia. Inofensivas si se usan según las instrucciones

Si hay un libro que me enorgullece poseer, por raro e imposible de encontrar, es Pilotos

infernales, de Gerardo Sifuentes (ni el autor tiene una copia).

El último premio MECYF que la editorial Vid publicó es un escuadrón compuesto por

cuatro cuentos (“Abdúceme”, “En sus 15 minutos de fama”, “Good Bye Kitty Films” y

“Punks de closet”) y una novela breve. Es en esta última, en “Candy Flip”, donde voy a

centrarme de aquí en adelante por una sola razón: aquí está, completa y sin anuncios, la

propuesta literaria de Sifuentes.

La novela, narrada como un monólogo interior, presenta la historia de Acuario, un ex

astronauta contador de estrellas que ahora trabaja para una agencia gubernamental llamada

M-Kultra. ¿Que qué hace M-Kultra? Ni Acuario lo sabe, a él sólo le importa saber que

Konejo es un buen amigo, que su tele se llama Heidi por la niña de las montañas, que Fruti

Lupis es el amor de su vida, que pisar caca de perro te da dinero, que Mapamundi es un

perrito bien chistoso, que los Brain Krispis son la mejor banda del mundo, que Marta se

enamoró de un marinero ruso, que el brak está en todos lados y que Trópico de cáncer es

un buen libro para leer en el baño. ¿Sabías que los delfines son los únicos animales que

pueden tener sexo por placer?

Así, en desorden, sin sentido aparente, está escrita la novela.

Prótesis brak: úsalas y sólo querrás quitártelas para lucir tu muñón. La última moda en

Veracruz. Úsese siguiendo las instrucciones.

Todo –cada frase, cada oración que parece ser mero relleno –genera un universo múltiple y

retador que se sostiene por sí mismo sin problemas.

“Candy flip” es todo menos una historia redonda y ahí radica su magia.

Me explico: el origen de esta historia está en “Radio karate”, cuento incluido en Perro

de luz, su primer libro. Tiene también referencias a los otros textos de Pilotos infernales.

Pero sobre todo, la narración permite que estos vínculos se potencialicen de tal forma que

vas a terminar con la sensación de que lo no dicho es abismal. Imagina que te muestran la

foto del Times Square y que, después de verla por un rato, aparece en ti la inquietud de que

eso es sólo una probadita de un mundo enorme, complejo y magnífico del cual quieres

conocer hasta el más mísero rincón.

Esa es justo la sensación que “Candy flip” genera en quien se adentre a ella.

Las contestadoras brak son la mejor herramienta para dejarse mensajes a sí mismo. La

sensación de todas las fiestas. Seguir las instrucciones antes de usar.

Por otro lado, las 17 partes en las que está dividida la novela tienen una fuerte carga

cyberpunk. Conocedor de una tradición que va desde Bruce Sterling hasta Matrix pasando

por La primera calle de la soledad o Perdido en el banco de memoria. Sifuentes demuestra

un manejo total de los elementos incluidos en dicha “etiqueta” (esto va veinte veces

entrecomillado) para lograr algo que, después de hacerte reír, te hará preguntarte por eso

que forma los libros que amas.

Es ahí donde se deja ver la

perdón, es que hablaba con una amiga sobre “nosotros”. Le

dije que he tratado de ligármela desde hace tiempo y ella me respondió que no me lo creía

por la ex con la que terminé muy mal y que también es amiga suya. Yo blandí, como pitufo

a la defensiva, que ya estaba cansado de lo que tuviera que ver con mi ex novia, que los

buenos momentos eran un gran recuerdo y que los malos ya me habían dado historias para

contar. La basura se recicla, ¿no?, concluí, al parecer, sin convencerla.

Es ahí, en “la basura se recicla”, donde se deja ver la poética de Gerardo Sifuentes. El

autor usa la “basura”, el brak, con lo que no se pensaría que se puede hacer “literatura en

serio” para generar una poética aderezada con humor, violencia, coches voladores,

imaginación y unos cuantos ácidos.

Gerardo Sifuentes es la versión cyberpunk de los más fieles herederos de Lawrence

Sterne. Es el tipo de escritores que nos hace (re)descubrir el amor por la mezcla de la

imaginación, la locura y la diversión.

Los planetas brak son divertidos y edificantes. Su diseño de amarilla carita feliz es único

en el mercado. Nocivo para la salud mental incluso usándose según las instrucciones.

Las mesas de billar son antifantasy por antonomasia

La razón por la que nació el término de literatura de la imaginación fue, en buena medida,

por la fantasía de tundeteclas.

¿Que qué diablos es eso, querido Lector? Dejaré que te lo explique Édgar Omar Avilés,

creador de esa cosa de nombre chistoso, desde su texto El gran fantaseador.

Fantasía de tundeteclas: aquella que se sitúa en mundos ya creados: duendes,

dragones, vampiros, etc. sin proponer nada nuevo. Ejemplo: la saga de la novela

Crepúsculo, de S. Meyer (Cuando leo o veo una historia de vampiros, me

pregunto… además de la pereza y pobreza imaginativa, ¿hay alguna otra razón por

la cuál el escritor no se inventó su propio monstruo?) (Avilés)

Esas dificultades rodean a todo aquel que quiera hacer literatura fantástica, de terror,

realista, de ciencia ficción, de lo que sea. Por eso, en pro de un nombre libre de las

limitantes que las etiquetas existentes otorgan, apareció la idea de literatura de la

imaginación.

Y el primer ejemplo de su existencia entre los autores que aquí nos ocupan es El

umbral. Travels and adventures, de Ana García Bergua.

Perdóname por dejarte solo un rato, es que fui a jugar billar con un amigo.

Mientras barría con sus rayadas, le dije que estaba releyendo la novela arriba

mencionada. Sólo dijo “cool”. Le molesta perder.

Al terminar la partida y con una cerveza en la mano, mi amigo dijo que Ana había

encontrado algo importante con El Umnral.. “Encontró cómo escribir fantasía de altísima

calidad desde la exploración de su propia imaginación”, me dijo.

Regresé acá en ese momento porque eso me parece clave para hacer nuestro recorrido.

Esta novela, la primera de la autora, narra la historia de Julius, un chico nacido en

México de padres españoles que, por azares de algún destino extraño, resulta ser un

elegido. ¿Para qué?, quién sabe, pero eso le dicen los mensajes raros en los libros de la

escuela y los hombres que, de repente, se paran frente a él a media calle y le gritan Gloire

éternelle aux élus. Es con él, con la historia de un niño que va creciendo entre libros

misteriosos, poemas de Keats, conquistas femeninas, almohadones turcos, ángeles negros,

poderes místicos y animales quiméricos, que la autora nos entrega las historias de la familia

de Julius. La de sus padres (que, de algún modo, también parecen sus abuelos), la de las

mujeres que atienden la casa, la de Natividad (hermana mayor del protagonista).

De algún modo, en El umbral se le consignan al lector las historias de la humanidad.

No sólo las de la fantasía, la salvación y los monstruos; aquí también están las historias

de la niñez, la juventud, la muerte, la añoranza, la maldad, el amor, la locura, la vejez y, a

modo de regalo, hay una araña anciana que es también un bibliotecario ciego y guardián de

aquello que nos permite ser felices.

Es en la conjunción de estos relatos donde radica la potencia de este libro y desde el

cual me pronuncio: El Umbral es la novela antifantasy por excelencia.

Me explico: crear a partir del fantasy –jinetes con espadas, dragones, magos, ogros,

duendes, elfos y todas esas cosas que a Tolkien y a Le Guin sí les sale bien –ha sido el

recurso más frecuentado por aquellos que empiezan a hacer literatura fantástica.

Y es de lo más fácil hacerlo mal.

Es de estos textos, de estos productos de diluidores7, de lo que la novela de Ana García

Bergua resulta una antítesis. Lo que suele llamarse literatura fantástica en México cruzó un

umbral que la cambió por completo.

El primer paso a la consolidación de la literatura de la imaginación.

7 Como les llamaría Ezra Pound desde sus ensayos en El arte de la poesía.

Miss Chapoy dice que Pepe Rojo es dios

… el pequeño caracol se apresura para llegar al otro lado del jardín. Veámoslo

avanzar. Va tan rápido. Qué emocionante es ver

interrumpimos este programa de

hueva para darles una noticia de último momento: la respetadísima Miss Chapy acaba de

decir en cadena nacional que el verdadero nombre de dios es Pepe Rojo.

Bernardo Fernández (a. k. a. BEF) afirma que el hijo adoptivo de Tijuana es el perfecto

ejemplo de escritor mainstream: “demasiado culto para la raza, demasiado desmadroso para

las altas esferas”8. Coincido totalmente y no hay mejor ejemplo de ello que Punto cero.

Este libro, publicado por la extinta Times editores y reeditado (recuperé algo de fe en la

humanidad) por Editorial Resistencia, es la primera de las dos novelas escritas por el de

Chilpancingo (la otra es Plan de juego).

El texto narra las historias de Andrea (una feminista que se dedica a armar

comerciales), Mauricio (un fisicoculturista que trabaja en el turno nocturno de una

farmacia), Cindy (una muñeca inflable) y Lucy (hermana gemela de Andrea que da

asesorías de inglés, consejos con psicología pop… ah, y ve los tentáculos que controlan a la

gente).

Todos ellos están unidos por un amigo en común cuya historia es de lo más curiosa.

8 La cita viene del texto “Monstruos en los márgenes”, incluido en la antología Esta otra dimensión, aún inédita.

La escena es así: Ray está sentado frente al televisor en su nuevo departamento. Las

cajas de la mudanza aún están apiladas y forman pasillos casi laberínticos de cartón y

marcas. La luz de la tele y el click del control remoto acompañan a Pinol, Colgate Fresh,

Clorox y Corona. De repente, Ray deja de pasar los canales. Está viendo el noticiero y se

entera de que ha sido secuestrado.

Cuando estas son las piezas arrojadas sobre la mesa, las posibilidades de unión de los

fragmentos se vuelven de lo más complicadas. Es en ese ámbito, en la construcción de una

historia ambiciosa, en la que radica la genialidad de Pepe Rojo. Para lograr armarse, la

novela depende de dos ejes cómico-mágico-musicales:

1) La estructura. Fragmentaria y con saltos entre historias, dirían algunos. Cambiando

de canales, diría yo. Punto cero se construye alrededor de la publicidad, las marcas y de

cómo la sociedad se ve a sí misma a partir de ellas.

La estructura funciona según el contenido y el tema, dicen por ahí algunos profesores

de teoría literaria. El que la novela se lea como si estuvieras arranado en un sillón

cambiando canales en la tele es un acierto digno de aplaudirse.

2) Lacan. Ajá, el psicoanalista Jacques Lacan. Lo primero con lo que te topas al abrir el

libro es esto: “Punto cero según Jacques Lacan, es el punto entre nuestros ojos donde se

sitúa la función de borde y el corte que hace que nuestra mirada sea nuestra. Ahí se mira

hacia afuera mirando hacia adentro. Es siempre un punto ciego donde no se sabe quién está

viendo” (Rojo, 3). Y ahí, alrededor de esa idea, orbita toda la novela. Literal, toda. Los

espectros, tentáculos, muertos, golpes, perros maniacos, comerciales, marcas, esteroides y

teles giran en perfecta sincronía, le dan una vuelta de tuerca a su término-eje y lo analizan

desde cantidad de perspectivas.

Esto es simple y me pongo aquí para recibir los golpes: con Punto cero, Pepe Rojo

logró lo que Ítalo Calvino en Si una noche de invierno un viajero: escribir alrededor de la

teoría sin que se sienta, sin que se note y, sobre todo, sin que las referencias maten la

historia.

No sólo estamos frente a una historia que dialoga con una tradición literaria que apunta

a Kurt Vonnegut, Alan Moore, Chuck Palahniuk o Virilio, también estamos ante un texto

que cruza teoría y psicoanálisis como ningún otro autor en México ha podido hacerlo.

Estamos frente a “realismo mediático mash-up”, diría dios.

Estamos ante literatura de la imaginación, diría yo.

I <3 horror stories.

En México siempre ha habido algo con las historias que nos provocan miedo.

Desde las leyendas de la colonia (y las anteriores) hasta las versiones región cuatro del

terror hollywoodense pasando por las notas con descabezados y narcotráfico, el país está

muy marcado por una tradición de miedo.

La literatura, evidentemente, no es la excepción. Desde Amado Nervo con El donador

de almas hasta Emiliano González pasando por Francisco Tario, Carlos Fuentes, Amparo

Dávila o Raúl Navarrete, hay en nuestras letras sustos de dónde escoger. Una prueba de ello

es El Abismo, antología de cuentos hechos por las plumas de la Generación Schrödinger

que mejor manejan el terror actualmente.

Entre ellos, entre todos esos creadores de miedo, el más grande es Bernardo Esquinca.

La prueba ideal para ello está en “Los niños de paja”, novela breve que da nombre al

primer libro de cuentos que el de Jalisco publicó en Almadía.

¿Y Demonia?, podrían preguntar algunos. A lo cual respondería con dos importantes

puntos: 1) tomo “Los niños de paja” porque es la mejor muestra de la mezcla de tradiciones

de la que hablé. 2) Tomo el texto que tomo porque es el que más me gusta9.

La breve novela narra los rarísimos sucesos que viven Julián, Fernanda, Claudio y

Salvador una noche (viernes 31 de octubre, obviamente). Por andar tomando atajos, su

9 Porque de eso trata todo esto, querido Lector. Tenlo en mente para después.

coche se queda varado en medio de un pueblo que parece habitado sólo por la electricidad y

el canal muerto de las televisiones.

Un pueblo dividido y a punto de entrar en guerra. Oldiestown y Childrentown, se burla

Salvador.

Hasta que se topa con los niños, muertos y disfrazados, que lo atacan con flechas de

verdad, le rompen los huesos y exigen cuentos para mantenerlo con vida. O con la nada

adorable señora Smith, con sus poderes de bruja y sus manzanas rellenas de navajas de

afeitar.

Así las cosas dejan de ser graciosas.

Si el arranque de la historia te parece familiar no te preocupes, es normal. Y si “Los

niños de paja” suena muy parecido a “Los chicos del maíz” no es mera coincidencia.

Esquinca no sólo hace un homenaje, también deja en claro dónde está su escuela: Stephen

King.

Ya sé, ya sé, Poe y Lovecraft son los grandes pilares de la literatura de terror y

blablabla. Aviento la piedra para que la tomes o le des la espalda: el nativo de Maine es el

rey del terror occidental desde hace décadas (por más que Clive Barker o Joe Hill quieran

su pieza del pastel).

Y Bernardo Esquinca se encarga de recordárnoslo de la mejor manera: mostrando que

la pluma del autor de La torre oscura legó una escuela.

Desde la prosa hasta los temas, hay algo “kingeano” en el autor jalicience quien, por

suerte, sabe mezclar esos elementos con las tradiciones más “clásicas” de la literatura de

terror en México, con motivos prehispánicos (hasta espacio se da para eso) y una buena

dosis de nota roja.

Y lo interesante es que sale algo muy Esquinca. Una forma de escribir fácilmente

reconocible como suya. Hay en él una maestría clara para contar historias que se quedan

clavadas en la mente de cualquiera que tenga contacto con ellas.

Porque de eso se trata todo el show: de historias moscas que se posan en ti, Lector, y te

contagian con larvas del miedo que sólo pueden generar los relatos inolvidables.

Relatos como los que escribe Bernardo Esquinca.

Larga vida al rey máquina

Puede que te suene raro, pero la ciencia ficción en México tiene una tradición sólida

(aunque breve) que vio su época de esplendor a finales del siglo pasado. Las ediciones de

VID y Times, los premios Kalpa y Puebla, la aparición de las tres antologías Más allá de lo

imaginado, el nacimiento de La langosta se ha posado, Fractal, SUB y la Asociación

Mexicana de Ciencia Ficción y Fantasía (sí, esa cosa existió). Desde siempre, dicha

tradición ha tenido a alguien que la impulse, la promueva, lleve la bandera. Mauricio-José

Schwarz, Federico Shaffler, Gerardo Porcayo a la par con José Luis Zárate, todos ellos han

encabezado la ciencia ficción mexicana en algún momento..

Actualmente, la punta de lanza de todos los que escriben usando esa tradición es

Bernardo Fernández, BEF.

Lo sé, lo sé, el chilango se hizo famoso por Tiempo de alacranes, Ojos de lagarto y por

Hielo negro (novela policiaca-cyberpunk y háganle como quieran). Sí, sé de su popularidad

como monero ganada a pulso con Espiral, La calavera de cristal, los números de

Monorama, la versión en novela gráfica de Los bandidos del río frío y ¡Cielos, mi marido!

Estimado Lector, al hablar de BEF no puedes olvidar los libros de cuentos ¡¡¡Bzzzzzt!!!

Ciudad interfase y El llanto de los niños muertos, el libro infantil Yo el robot y la novela

juvenil El ladrón de sueños.

No puedes olvidar que armó Los viajeros. 25 años de ciencia ficción en México, la cual

junta los mejores cuentos de la tradición ya mencionada.

Sobre todo, cuando se habla de Bernardo Fernández, hay que hablar de Gel azul10

.

El libro contiene dos novelas breves (hay una edición en España que, además, incluye

un cuento de un migrante mexicano que trabaja de obrero en Marte): “Gel azul” y “El

estruendo del silencio”. Vayamos por partes y hagamos parados en un planeta primero y

luego en otro, que son mundos distintos (aunque componentes del mismo universo).

1) “Gel azul” es una novela policiaca-cyberpunk (germen, de algún modo extraño, de

Hielo negro) ambientada en un México futuro (¿qué tan futuro?, ni idea, pero parece que

hay cosas que nunca cambian) que gira alrededor del asesinato del bebé que Gloria Cubil,

hija del hombre más poderoso del país y que vive conectada a la red dentro de un tanque de

gel azul, no sabía que tenía (esas computadoras, hacen que los jóvenes no piensen en otra

cosa). Ante esto, por razones más oscuras de lo que podría pensarse, el caso llega a manos

de Crajales, detective de cuarta que es, punto por punto, un homenaje al Marlow de

Raymond Chandler y al Zorro de La primera calle de la soledad (Gerardo Porcayo).

2) ¿Recuerdas la escena de Wall-e en la que el capitán de la nave descubre que la

computadora cuenta con una enorme cantidad de información y él empieza a pedirle que

defina agua, tierra, parque, picnic, and so on, and so on? Bueno, digamos que algo así,

entre montón de cosas más, es “El estruendo del silencio”. ¿La diferencia?, aquí quien

descubre es un robot. Un robot diseñado para despertar cada 100 años y llevar la nave a su

destino.

Un robot que, de repente, sueña.

Al mismo tiempo, la historia se va años luz atrás para hablarnos del dueño de medio

mundo, de su arrogante carácter mexicojaponés, de su cercana boda y de cómo paga y

supervisa la creación de una nave que contendrá todo el conocimiento que la humanidad ha

10

Único título escrito por un mexicano que ha ganado el premio Ignotus de novela breve (2007).

generado hasta ese momento (qué Wikipedia ni qué la madre) para mandarla a la galaxia

más cercana en la que, tal vez, haya vida inteligente.

Planetas distintos de un mismo universo, escribí hace rato. Salvo una mención de

Cublisa en “El estruendo del silencio”, no hay nada que una estos dos textos.

Excepto, claro, la gran construcción de BEF.

Bernardo Fernández ha creado, con todos sus libros que pueden agruparse dentro de la

ciencia ficción, un universo hi-tech donde los escritos de ¡¡¡Bzzzzzzt!!! tienen algo que los

hace similares a El ladrón de sueños, El llanto de los niños muertos o Yo, el robot. No es

sólo el uso de las herramientas de este “subgénero”; se trata, en realidad, de la sensación de

que hay una cantidad enorme de historias ahí adentro que sólo necesitan unas cuantas

palabras para salir.

Se trata del pensamiento que genera la lectura de Gel azul por encima de los libros

apenas mencionados: en estas historias hay algo entrañablemente humano, cercano a

nosotros. Tal vez sean los principios de Crajales, las ilusiones del robótico señor Ká, las

brevísimas sonrisas de Kobayashi.

Tal vez sea que BEF metió en estos dos textos algún personaje capaz de hacerte

recordar lo humano que se siente ser humano.

El alfil blanco revela su naturaleza de torre negra

“And, one two punches. One two, one two”, dice Sticky Fingaz cuando ganas con él en Def

Jam: Fight 4 NY. Le haré caso. Van dos golpes, un dos, un dos.

1) La literatura de la imaginación no se limita, por si lo estabas pensando, a magia,

robots, monstruos y debrayes espaciotemporales.

2) Tusquets nunca ha sido reconocida como una editorial que tenga en su catálogo

obras que hagan de su autor un miembro involuntario de la Generación Schrödinger.

La prueba más clara del primer golpe y la excepción a la regla marcada por el segundo

se encuentran en La última partida, de Gerardo Piña.

El libro empieza con los primeros pasos del narrador hacia Rhada, un país antiquísimo,

frío y, por normal, extraño. Va hacia allá por su reciente hallazgo de las cartas de Joseph

Banner, un viejo conocido suyo. Antes de llegar, es atacado por alguien. El tiempo se abre

y el narrador muere para despertar en Ikter, ciudad/pueblo chatarra cerca de su destino. Ahí,

rodeado de gente como la chica de la izquierda, Hedda, su esposo o Sarah, el narrador dice

–escribe –que su nombre es Joseph Banner.

Suena rarísimo, lo sé. Esa es una de las peculiaridades de esta novela: de nada sirve

contar la historia porque lo comprensible –lo asombroso –no está en la anécdota.

El prodigio de esta novela radica en cómo está contada.

El autor chilango posee una prosa exquisita, pulida. Tiene todas las características para

ser de lo mejor entre lo que Santajuliana y Cháez llaman literatura pura. Hay momentos en

los que el narrador utiliza la segunda persona para referirse a ti e impedir que te quedes

estático durante la lectura. Tú, Lector, eres también el doble de otros personajes dentro del

texto. Gente recordada por el Joseph Banner narrador en sus sueños, cuando habla de su

pasmosa habilidad para el ajedrez, del circo o cuando juega contra Joseph Banner, quien

resulta ser idéntico a él (¿o el narrador es idéntico a Banner?, ¿o los dos son el mismo?,

¿seguro que no te llamas así?)

Pero si hay algo que siento digno de resaltar en la escritura de Gerardo Piña son sus

metáforas. Olvídense de los dientes de perla o los ojos de esmeralda, estas son otro maldito

nivel. Así de simple: durante la última partida, el autor habla de cómo el narrador toma, de

una jaula atascada de gente, a una niña, la amarra mientras ella no deja de forcejear, la

desviste, le lame la entrepierna, se quita los pantalones y antes de penetrarla se detiene. “He

impedido el enroque de Banner. He salvado la partida” (Piña, 122).

Eso es un knock-out y no payasadas.

La novela es una historia redonda, pero no de esas que empiezan donde acaban o que

van del punto A al Z sin pierde (esas historias simplonas que muchos alaban por estar “bien

construidas”). La última partida está construida con círculos. Hay círculos por todos lados

en el texto, todos los trazan.

Y cuando lo hacen, ocurre algo fantástico (como que del pecho del narrador extraigan a

un ser diminuto idéntico al narrador que sueña con un castillo donde después estará el

narrador).

Pero lo más fantástico en este libro es la humanidad. Me explico: la novela todo el

tiempo está haciendo referencia a la comprensión de lo humano, a aquello que, tal vez,

habite en lo más recóndito de nuestras mentes. Y ese recorrido, que comúnmente se hace

con narraciones “de tipo realista” (a modo de diarios, autobiografías noveladas y esos

modelos de construcción aceptados11

), Gerardo Piña lo realiza –y nos obliga a realizarlo –

en un tablero de ajedrez, en mundos reflejo de este, en sueños, en las infinitas posibilidades

que guarda nuestra realidad (si alguien huele algo familiar en el aire debe ser el sazonador

borgiano que tiene la novela).

La última partida no sólo tuerce las convenciones de lo que se entiende por literatura

fantástica, también cimbra aquello que se atesora como literatura pura. Al mezclar lo

mejor de las dos, Gerardo Piña no crea una joya, sino un tablero de ajedrez que, por su

complejidad, sus acabados y su frío atractivo, se convierte en una posesión preciadísima

para cualquiera que se aventure a jugar en él.

11 Uso esa palabra pensando en la manera en que la utiliza Alberto Chimal en su ensayo “De la escritura fantástica”, incluido en el libro La generación Z y otros ensayos.

Un chino muere si te arrancas esa costra

Hay un anuncio en la tele que me gusta mucho. Es de unos tipos que aprietan un pan

diciendo que cada que hacen eso, algo pasa en el mundo. Ellos no lo ven, pero al quebrar el

buñuelo una mujer se cae y un hombre pierde el control de su carrito de jochos.

Efecto mariposa para dummies, pues.

Ahora toma esa idea e insértala con la posibilidad de cinco dimensiones distintas

interactuando entre ellas.

Si lo haces, casi tendrás Guiichi, de Édgar Omar Avilés.

La novela se sitúa en Haití (1940) donde tú, madre y gran boccor, empiezas a invocar

los poderes del vudú cósmico para revivir a tu pequeño hijo Guiichi (por más que el mundo

te grite que jamás había sufrido tanto, que pares, que los cambios son demasiado).

La novela se sitúa en un bosque de intranquilos árboles (2176) donde cuatro niños

tratan de sobrevivir a las órdenes de muerte que se escuchan en el aire.

La novela se sitúa en Japón (2403) donde seis hombres y seis mujeres sufren las

consecuencias de una guerra que insiste en repetirse: los fantasmas de los hombres y robots

muertos siguen peleando y masacrándose entre ellos (y los sobrevivientes los ven).

De todos, el único que sigue riéndose es un pequeño llamado Guiichi.

La novela se sitúa en España (1821), donde el viejo Guiichi tiene un espectáculo en el

que revive muertos durante un momento para que cuenten las historias de sus horribles

finales.

La novela, complementada con las demenciales ilustraciones de Francesca Mencarini,

se sitúa en Rusia (2790) donde Guiichi, el gran zar de papel, es testigo de cómo su gente de

papel muere desdoblaba.

O atacada por un extraño ejército nazi.

O por un fantasma

O poderosa madre desesperada por recuperar a su hijo.

¿Qué carajos hace todo eso junto?, sería una pregunta natural.

Explotar la locura de la imaginación como ningún otro autor12

en su generación, sería

la respuesta más acertada.

En su libro Historia de la imaginación viciosa, Elémire Zolla habla de la diferencia

entre fantasía y fantaseo. La primera implica una imaginación sana, ordenada, proveniente

de lo natural y que es propicia para la creación. La otra implica el desarrollo de una

imaginación insana, delirante, que debraya, que no tiene ningún orden y que no puede

construir absolutamente nada.

Si existe una posibilidad de que fantasía y fantaseo se unan, el ejemplo ideal sería

Guiichi.

12

Seguro ya notaste que eso de “como ningún otro” es una constante. Si es así, has descubierto el décimo axioma, el que se perdió al inicio de todo esto, el que Zárate no escribió, el que nació con estos ensayos. Décimo axioma: si tenemos un compromiso con la literatura, es hacer con nuestra obra algo único.

La literatura de Édgar Omar Avilés muestra su verdadera belleza cuando el autor

desborda una imaginación de delirio dentro de un molde perfectamente bien estructurado.

Cada mundo del texto forma un universo propio y basto que podría sostenerse por sí mismo

sin problemas, pero que al encontrarse entrelazado con los otro cuatro mundos se

potencializa y aumenta en dimensiones, provocando en ti, Lector, la sensación de que estás

frente a un abismo de historias en el que no queda otro remedio más que delirar. Y si uno se

concede la licencia de abusar de su mente un momento, acepta la posibilidad de rellenar

aquellos mundos tomando las historias con las que el autor compone esta novela.

No queda otro remedio. Lector. Alza el puño conmigo.

La imaginación al poder.

La última Coca del desierto

Vamos a dejarlo claro de una vez, querido Lector: Auliya, de Verónica Murguía, es la

última coca del desierto cuando la pones en tu librero.

No porque sea el último libro que tomarás en tu vida o porque esté sobresaturada de

azúcar. Lo es porque en sus páginas hay una historia que, estés en el momento de tu

existencia en el que estés, te mantendrá de pie, abrazándote y prestándote su hombro para

que sigas el viaje.

Imagino tu expresión mientras escribo esto: ¿Qué clase de mamarrachada fue esa?,

¿cómo es posible que alguien ponga ese tipo de jaladas en un ensayo? Esas cosas no se

dicen, carecen de seriedad, de todo rigor.

Pero lo dije. Y te hice considerarlo (siquiera para que pensaras que era una

mamarrachada).

De algo así trata este libro.

La novela es la historia de Auliya, una pequeña que nace en un pueblo árabe y

miserable en medio del desierto y que tiene la mala pata de nacer coja. ¿De qué le va a

servir una coja a la aldea?, insisten los pobladores.

Tienen razón, ¿no? De qué sirve la mujer que se enamora del agonizante forastero, que

sabe predecir todo lo que tiene que ver con el agua, que puede hacer llover y que habla el

lenguaje de los animales, los vientos y las piedras.

¿Qué utilidad puede tener una maga?

Así la nombran los otros habitantes del desierto: maga. Y su poder viene de la

particular facultad de entender: es analfabeta, pero puede leer y traducir el lenguaje de los

riscos, los escorpiones –pequeñas muertes del desierto –, las plantas, el agua.

Es este último elemento el que desata la travesía: después de conocer y enamorarse de

Abú Al-Jakum, Auliya escucha, en sueños, el llamado irresistible del mar. Y ella decide

responder a él, por lo que se aventura a cruzar el Corazón Ardiente: el desierto.

Con el viaje de este personaje –peculiar, fuerte, entrañable- y de sus siete vidas13

,

Verónica Murguía desarrolla los temas que se verán también en Fuego verde y El ángel de

Nicolás.

De todos ellos –el amor, las historias, la memoria –, el eje en el que orbita la historia es

el lenguaje.

La magia de Auliya reside en las palabras, en conocer el verdadero nombre de las

cosas. Ella pronuncia y entiende todos los lenguajes del mundo y de ahí provienen sus

poderes. Por eso, el momento en el que los pierde es impactante. La coja encuentra inútiles

sus poderes de nombrar ante el silencio dominante y antiquísimo del desierto. No hay

forma de enunciar algo ante una magia tan primigenia como aquella. Por eso los

escorpiones no la obedecen, las serpientes la atacan y deja de entender por qué el

majestuoso milano la acompaña y protege.

Es a partir de ese momento en el que el olvido de las palabras se vuelve constante.

13 Antes de Al-Jakum, como esposa/no esposa de Al-Jakum, como maga viajera, como jerbo, como humana en el oasis de Jauasi, como novia del djinn Sakhr, como sirena/maga del mar.

Es ese olvido el que la lleva a casi casarse con el djinn que mató a su amado, con un

enemigo de Alá que es capaz de cazar abubillas (pájaros intocables que tienen escrito en su

pico el nombre de El Creador).

Al olvidar la palabra, Auliya se queda sin magia.

Pero hay otra magia en las palabras de esta historia: la de Verónica Murguía. Crear algo

como lo que nació de la pluma de esta chilanga exige no sólo una maestría notable en el uso

del lenguaje, también requiere una conciencia de que lo más importante es la historia y

cuán maravillosa necesita ser (y cuán maravillosamente contada debe estar) para que quien

la conozca se adentre a ella y desee saciar su sed en esas aguas.

Como tener la última coca del desierto, pues..

Mira ma, tiene dibujitos

Tengo que contarte, querido Lector. Una amiga, frígida como ella sola (son sus palabras),

me dijo que todo esto era una bola de sandeces, meros textos de cosas que me gustan. “Esto

casi no tiene citas”, exclamó mientras pasaba su mano por el mechón que acababa de llenar

de nudos sin darse cuenta. Le dije, nervioso como siempre que le hablo (es hermosa, no

puedo evitarlo), que no quería atascar todo de referencias académicas, que quería lograr

textos que cualquiera pudiera leer, que

me tomó la mano (¡me tomó la mano!) y me llevó a

la biblioteca. Sacó un libro de los estantes y lo abrió justo en la página que buscaba. Puso

su dedo en un renglón y yo leí: “Podemos estar tranquilos. Hay un relevo generacional para

la literatura fantástica nacional. De aquellos entre los más jóvenes que ya se han

profesionalizado destaca Rafael Villegas” (Fernández, 216).

Tuve un arranque de alegría, le di un beso en la mejilla (nunca tendré valor para robarle

uno) y vine a escribir esta parte por una razón: BEF no pudo verlo para cuando escribió las

líneas de Los viajeros que mi amiga me señaló, pero la prueba de su afirmación está en

Juan Peregrino no salva al mundo.

El libro está compuesto por cuatro cuentos de Villegas y un texto de Diana Martín. En

ellos, se construye un universo delirante cuyo epicentro está en La Ciudad Equivocada, un

lugar donde los dodos son amenazados por gigantes santurrones o una chica nace con las

piernas de su gemela (quien puede ver a las aves enmascaradas que esparcen la tristeza de

la vida) así que una no tiene piernas y otra tiene cuatro. Un lugar donde hay elefantes

trapecistas y el señor y la señora Gourmet tratan, inútilmente, de saciar su hambre hasta con

carne humana.

Lo de aquí es un universo que Juan Peregrino, a pesar de los esfuerzos de sus historias,

no logra salvar.

El libro es una cosa rarísima dentro de la literatura mexicana porque, entre todo lo que

he tenido oportunidad de revisar, nada junta los elementos más importantes de este texto de

la forma en que lo hacen Martín y Villegas.

Para empezar, y como punto más notable, el libro está ilustrado por Diana Martín. Hay

más libros ilustrados, cierto, pero aquí el proceso de autoría es distinto: escritor e

ilustradora crearon juntos este universo. Las imágenes no sólo son acompañantes del texto;

también son complemento y generadoras de las historias. Lo dijo Miguel Lupián en una

neurocharla y viene perfecto por acá: Juan Peregrino no salva al mundo es una

conversación entre dos artistas y el resultado del diálogo es este debraye.

Otro de los elementos que resaltan aquí es la explosión imaginativa. Cualquier

restricción que pudiera ser pensada en lo creado por estos dos es pasada por alto.

El libro es la historia del génesis, el desarrollo y el apocalipsis de un mundo más que

fantástico (algún eco indirecto de Cien años de soledad no debería ser descartado).

Pero lo más importante está condensado en el cuento que da nombre al libro . En él,

nos enteramos de que el Mundo Real no está solo, del importante trabajo de nuestro

protagonista y de los miles de Juan Peregrino: contar historias y, como drástico destino,

destruir la existencia. No es sólo la narración de cómo las historias “disfrazan” a las

ciudades por un rato y engaña a La Muerte o de las ruinas del Mundo Real que son

habitadas, al final, por las aburridas aves enmascaradas.

Lo importante es cómo una historia puede hacer que todo viva de nuevo.

Como copias inexactas de lo real, puedes decir si eres seguidor del platónico Dr. Muur.

Como milagros inesperados, puedes decir si eres un ave enmascarada frente al cinematón.

Como otra existencia. No el Mundo Real, pero sí un mundo, una realidad. Algo distinto

pero igual de existente. Eso podrías decir si, en realidad, estimas las historias más de lo que

normalmente se permite aparentar.

Si las amas como Juan Peregrino, pues.

No entrar al agua. Patos vampiro navegando

En lo que existe hasta ahora de El gran fantaseador, Édgar Omar Avilés habla de tres tipos

de fantasías. La tercera es la que me interesa ahorita, así que lo cito: “Fantasía de arte:

aquella que conecta lo que no se ha conectado. Que propone y se atreve. (En la narrativa,

puede estar tanto en los personajes, en el conflicto, en la historia, en la atmósfera, en la

forma, o hasta en todo el conjunto)” (Avilés).

Que propone y se atreve. Eso me interesa aquí por una razón: no hay actualmente un

autor en México que haga eso mejor que José Luis Zárate.

El autor poblano es más conocido actualmente por su incesante actividad en Twitter

(sus microcuentos son asombrosos), pero el tipo habría sacudido la historia de la literatura

mexicana si a) editorial Vid se hubiera distribuido más y b) los lectores de dicho país

hubieran dejado de buscar a Klingsor y hubieran abordado el Demeter.

Qué distinto sería todo si la gente leyera más La ruta del hielo y la sal.

Dicho superficialmente: la novela narra el viaje del barco que lleva a Drácula de

Transilvania a Londres desde el diario y la bitácora del capitán.

Dicho sinceramente: con lo de arriba, no tienes ni idea de qué diablos es este libro.

La ruta del hielo no sólo está poblada de témpanos, frío y agua, también hay marinos

mercantes, delincuentes, tormentas, ratas con peste (o algo peor), monstruos legendarios,

rutina naval.

Lo de Zárate es unirse y modificar una tradición.

La afinidad a Drácula es clara pero no burdamente declarada. Me explico: lo único que

sale aquí de la novela de Stoker es el barco y el fragmento de la bitácora del capitán con la

que el inglés refiere el episodio, pero nada más. Ni Drácula se llama Drácula aquí (parece

(es) el mal encarnado, no el conde que recibe a Jonathan Harker).

Pero no sólo es la tradición de terror de la cual nuestro autor toma elementos, también

están todos los textos de vida marina. Aquí la brisa huele a Poe, Melville y Defoe (por decir

algunos) gracias al lenguaje, el tedio en cubierta, el alimento, el miedo a la peste y las

supersticiones navales.

La ruta de la sal no sólo está trazada en los mapas de los mercaderes o en las olas del

mar, también se dibuja en el sudor que recorre el pecho desnudo de los hombres, la tela

empapada del pantalón, la saliva dentro de la boca reseca de un marinero, el semen

imposible y prohibido en un barco.

La literatura de José Luis Zárate tiene, entre sus grandes fortalezas, la capacidad de

darle vueltas de tuerca a las limitantes que podrían tener sus historias a partir de sus

personajes principales. Superman en Del cielo oscuro y el abismo o el patito feo (Duck

Swan) en El tamaño del crimen ejemplifican esto.

Sin embargo, el mejor ejemplo es el capitán homosexual de la novela que nos

concierne. No sólo no es caricatura, panfleto o todos los lugares comunes que se usan hasta

el cansancio en la (muchas comillas) literatura gay en México14

. Lo que hace este poblano

es crear a un personaje con un lenguaje impecable (el narrador es el capitán y la prosa de la

14

Pienso en casi todo el catálogo editorial de Quimera, por ejemplo.

narración es de gran nivel) o deseos reprimidos que le generan sueños wow (no hay otra

forma de decirlo (sueña que se coge al barco, ¿alguna objeción?)).

El capitán es muy humano y eso sostiene el aspecto cumbre del libro: la atmósfera.

Desde las primeras líneas tú, valiente marino que te embarcas en el Demeter, hueles la

sal del mar, sientes el frío del ambiente y, sobre todo, sabes que la garra oscura de algo –del

mal, sin más –está aferrada a las tablas de la cubierta que trapeas por órdenes de un capitán

que parece verlos a ti y a tus compañeros de una manera extraña.

Algo así sólo es posible cuando un autor no sólo hace una ardua investigación y un

trabajo de escritura cuidadoso y preciso. Esta historia late, le corre sangre (y tiene colmillos

para reclamar la tuya) porque Zárate amó su investigación, a su capitán.

Amó escribir su historia. Y se nota.

Táchame de cursi otra vez, no importa15

. Te dejo tarea para pensar y rebatir: una

historia amada por su creador logra ser amada por su lector o escucha y, así, puede

convertirse en leyenda (o en un clásico).

La ruta del hielo y la sal es una historia así.

15

Si no lo haces, significa que ya entendiste a dónde quería llegar con todos estos ensayos.

La historia de las historias de Las historias16

Tuve la oportunidad de conocer a Samuel Gordon un par de años antes de que dejara de dar

clases. Bastaron pocas pláticas para saber que estaba frente a un gran académico, una

excelente persona y un lector de primera con un olfato envidiable para detectar lo que vale

la pena leer.

Fue él quien publicó un libro, un estudio académico largo y serio, sobre Alberto

Chimal.

Y cuando Gordon pone su mira en algo es porque ese algo es realmente valioso.

La confirmación de eso llegó años después de la aparición del trabajo arriba

mencionado. Me refiero a La torre y el jardín.

La novela ocurre dentro y alrededor de El Brincadero, un prostíbulo, en apariencia,

donde la gente sólo puede tener relaciones –cumplir sus fantasías –con animales. Dicho

negocio está ubicado en un sitio de lo más peculiar: una torre a la mitad de la ciudad de

Morosas que, por fuera, aparenta estar abandonada y contar sólo con siete pisos.

El libro, en apariencia, cuenta dos historias. Por un lado está la de Horacio Kustos y

Francisco Molinar, quienes esperan en un par de celdas del Brincadero y que, después de

platicar un rato, deciden salir de ahí para buscar el jardín. Por el otro, nos enteramos de la

vida de Isabel: su infancia, sus pleitos en la escuela, los problemas con su padre, su huída,

su regreso y de cómo se hace cargo de El Brincadero.

16

También llamado “Las apariencias y las preguntas son cool”

El primer relato ocurre en poco más de cinco horas (de las 23:59 a las 05:15) y el

segundo, narrado en aparente desorden, va de 1957 al 2010.

Y podría seguir diciendo las cosas así, con esa frialdad, pero ya me harté de aparentar:

querido Lector, este libro es una fucking maravilla.

Para empezar, está la torre. Una vez que entras al Brincadero, descubres que no tiene

siete pisos ni a madrazos. Son muchísimos. Tantos que, a pesar de no ser infinitos, aún hay

niveles que nunca se han utilizado.

Otra peculiaridad es que los pisos no están enumerados, sino que llevan por nombre

versos de poemas. “Si ves un monte de espuma”, “Mientras devora fresa tras fresa”,

“Cuando de repente en mitad de la vida llega una palabra jamás antes pronunciada”, más o

menos así se llaman todos.

Y cada piso está destinado a una familia animal, a un solo especimen o una fantasía

específica. En uno están todas los lepidópteros (los clientes gustan de poner mariposas

sobre sus cuerpos desnudos y, sólo entonces, clavar los alfileres en los insectos), un piso

para los dinosaurios (un par de esqueletos, nada más), uno que imita una ciudad y donde la

mujer que pagó por su construcción se disfraza como alguien que vio en cierta película de

terror y disfruta ser atacada por pájaros.

Hay espacio para todas las fantasías.

Cuando nadie las pide, porque es muy difícil que una fantasía compleja sea compartida

por muchas personas, el piso se cierra y nada envejece en su interior (sólo se empolva

porque nada puede escapar del polvo).

Pero eso es poca cosa si lo comparas con la otra maravilla que tiene el edificio. La torre

es, vive, habla, siente, piensa.

Narra.

Es la criatura, que es la torre (algunos le dicen Zhenya, pero tú puedes llamarla como

quieras), quien narra toda la novela17

. Y su consciencia rompe y entra en todos los tiempos,

todos los espacios, todas las historias.

Y se sabe cantidad. Las de Horacio Kustos, por ejemplo: un explorador que busca y

documenta todas las maravillas escondidas dentro de un mundo donde se ha perdido la

capacidad de asombro, donde se cree que ya nada puede sorprender (nuestro mundo, pues).

O la de Francisco Molinar, proctólogo que afirma no tener imaginación (y que eso está

bien) pero que tiene un recuerdo –una pesadilla –que simplemente no puede ser real (y sin

embargo existe). Se sabe la de Isabel, la encargada de la torre que cuida el libro azul –que

contiene todo al respecto del establecimiento –y guarda el secreto del jardín (que está allá,

en el último piso, bajando por el abismo infinito que siempre te regresa la mirada). La del

joven Constantino, cómo lo maltrataba su padre, cómo se siente al saberse despreciado por

todos y lo que lo orilla a trabajar con Edith Barba y los dos Olafes (uno es sueco y el otro

de Belice) en la creación de bestias robóticas que, cuando logren “reciclar” su alimento y

reproducirse, serán liberadas para limpiar al mundo de la horrible plaga que es la

humanidad.

Sabe la historia de don Cruz –su padre, el arquitecto de lo imposible –, la del viejo

Constantino, La del padre de Molinar, la de Nata.

17 Toda excepto el capítulo 13. “El venadito”, se llama. Nació en una noche. Es una carta de Isabel a su padre. Es escalofriantemente bueno.

Sabe todas y cada una de las historias de todo aquel que haya entrado a la torre.

Quiero que recuerdes eso muy bien porque el camino directo a donde quiero llevarte

está cerrado (las obras públicas están de moda y, ya sabes, yo no soy nadie para ir en contra

de ella), así que tendremos que tomar vías alternas.

Y la que vamos a tomar está en una de las partes más bellas del ambicioso libro del

toluqueño.

Hay un momento en el que Kustos desaparece, se esfuma, puff. Molinar, Nata y

Zenhya, lo hacen regresar de forma muy simple: afirman creer en él, en que existe, en que

todo lo que están viendo es real.

Y convencen a la voz del desintegrado explorador de que él también cree, que lo que

están viviendo en verdad lo están viviendo, que todo –la torre de pisos semiinfinitos, los

osos de dos cabezas, los edificios que hablan, el paraíso perdido –, todo es realidad.

Entonces, sólo entonces, Horacio Kustos vuelve a aparecer.

¿Ya leíste Fausto, de Goethe? Está bien padre, te lo juro. Hay una frase en esa historia

que me encanta. Dice algo así como “detente, instante, eres tan bello”. Me acordé mucho de

ella por una parte del fragmento del que estaba hablando hace rato. “No todo será posible

aquí (…). No todo es posible pero los cimientos, las bases, son fuertes (…). Van a tener que

decir: no lo creía y lo creo ahora (…). Y triste el que no consiga ver cuando se presenten los

momentos tremendos, Emilio, tristes de los que no vean” (Chimal, 195-196).

La torre y el jardín habla de cómo la realidad y la imaginación, lo fantástico, la

maravilla, la ficción, no son contrarios el uno del otro, sino parte de lo mismo. Bien lo dijo

Carlos Meléndez en una presentación (primero parafraseo y luego lo cito): yo nunca he

visto una ballena y sé que existen porque hay documentación de su existencia. Si hay

cantidad de documentos sobre los dragones, ¿por qué no van a existir aunque yo nunca

haya visto uno? “Lo que construye la imaginación podrá no ser palpable, pero esto no lo

hace menos verdadero.”

Ejemplo burdo y torpe, puede que lo estés pensando. Y probablemente tengas razón, tal

vez eso no me ayude a decir que la ficción y la realidad son parte de lo mismo.

Pero la vía alterna ha terminado y acabamos de llegar a donde quería hace un momento,

¿te acuerdas?

Y siento que es suficiente de esta segunda y gran apariencia. Aquí quería llegar desde

la primera línea que escribí. Los monstruos, los axiomas, los mundos de videojuego, la

literatura de la imaginación, la Generación Schrödinger todo era parte de la misma ruta.

Todos los caminos llevan a Roma, dice el dicho. Todos los senderos del ka llevan a la

torre oscura, dice Stephen King.

Todo nuestro peregrinaje lleva al Brincadero por una sola razón: La torre y el

jardín cuenta la historia de cómo amamos nuestras historias.

Porque somos historias a fin de cuentas. Somos lo que nos contamos que somos,

nuestra realidad es la que nos narramos. Hace siglos nos contábamos que la tierra era plana,

que la gente que vendíamos como esclavos no tenía alma o que la vida surgía de la nada. Y

todo eso era verdad.

Nos contamos que el calentamiento global acabará con nosotros mañana, que la

economía tiene una carita feliz, que hay cosas que son imposibles de contar, que ellos son

los malos y nosotros los buenos, que tu pareja debe serte fiel y amarte sólo a ti, que las

drogas son malas para la salud y también bien divertidas, que ser hipster ya es muy

mainstream, que los remakes son lo de hoy y que dentro de la matrix todo es mejor.

Y todo eso es verdad. Nos lo contamos, lo apalabramos, y es verdad.

Y amamos que así sea. Porque vamos, a nadie le gusta que alguien venga y plante una

pregunta en su construcción de lo que es verdad. Es como cuando terminas de armar un

Lego siguiendo todas las instrucciones y de repente alguien te dice que una de las piezas

que pusiste no era de ese juego.

Algo así hace la literatura de la imaginación. Al ponernos en cara cuánto amamos las

historias que nos contamos nos obliga a darles vuelta, pensarlas, buscar el polvo qué

esconden debajo de su alfombra,

Y eso, inevitablemente, nos hace preguntarnos si todas esas verdades, esas historias, en

serio lo son.

Cumpliste con tu única regla, ¿cierto?. Leíste atentamente todo.

Y por eso recuerdas el tercer párrafo de la segunda página del apartado “Los axiomas

de la Generación Schrödinger”.

Si no es así, tendré que repetirlo para refrescarte la memoria: La literatura de la

imaginación descoloniza la imaginación de quien se acerca a ella. Obliga a pensar que todo

tiene preguntas atrás, algo que no está dicho.

Ojo, no digo que esta literatura te obligue a ti, querido Amigo (¿qué somos tú y yo –

Lector y Autor –sino cómplices, amigos, compañeros de aventura?), a dar una respuesta a

todas los cuestionamientos que su lectura te genere, para nada.

Acabo de ver Casi famoso y me dio una gran idea. Supongamos que te extiendo mis

dos manos. En la derecha estoy sosteniendo una moneda y la izquierda la tengo cerrada.

Supongamos ahora que tienes que escoger una de las manos y yo te daré lo que tenga en

ella. Sólo puedes elegir una y no habrá cambios ni devoluciones.

Si escoges la moneda de la derecha, no te mostraré lo que hay escondido en la

izquierda.

Mientras mantenga frente a ti mi mano cerrada, apuesto que desearás más elegirla a

ella.

Porque ahí hay una pregunta y también de eso se trata todo esto: el amor a nuestras

historias es también el amor a las preguntas que nos generan.

Y la literatura de la imaginación es la que mejor le pone en cara, a cualquiera que se le

acerque, su amor por todo lo anterior.

Los monstruos presentes (bibliografía utilizada)

Avilés, Édgar Omar. Guiichi. México. Editorial Progreso. 2008. Impreso.

Avilés, Édgar Omar. El gran fantaseador. Inédito.

Barroso, Manuel (antologador). Esta otra dimensión. Inédito.

Chávez Castañeda, Ricardo. Santajuliana, Celso. La generación de los enterradores.

México. Grupo Patria Cultural. 2000. Impreso.

Chimal, Alberto. La Generación Z y otros ensayos. México. CONACULTA. 2012.

Impreso.

Chimal, Alberto. La torre y el jardín. México. Océano. 2012. Impreso.

Esquinca, Bernardo. Los niños de paja. México. Editorial Almadía. 2008. Impreso.

Fernández, Bernardo. Gel Azul. México. Suma De Letras, 2009. Impreso.

Fernández, Bernardo (antologador). Los viajeros. 25 años de ciencia ficción mexicana.

México. Ediciones SM. 2010. Impreso.

García Bergua, Ana. El umbral. Travels and adventures. México. Era. 1993. Impreso.

Mariátegui, José Carlos. "El Proceso De La Literatura." Red Científica Peruana. Empresa

Editora Amauta. Web. 19 de marzo del 2012.

<http://www.yachay.com.pe/especiales/7ensayos/ENSAYOS/Ensayo7A.htm>.

Martín, Diana. Villegas, Rafael. Juan peregrino no salva al mundo. México. Editorial

Paraíso perdido. 2012. Impreso.

Munguía, Verónica. Auliya. Madrid, España. Acento editorial. 1999. Impreso.

Piña, Gerardo. La última partida. México. Tusquets. 2008. Impreso.

Rojo, Pepe. Punto cero. México. Editorial Resistencia. 2012. Impreso.

Sifuentes, Gerardo. Pilotos infernales. México. Editorial Vid. 2002. Impreso.

Zárate, José Luis. La ruta del hielo y la sal. México. Editorial Vid. 1998. Impreso.

Zolla, Elémire. Historia de la imaginación viciosa. Caracas. Monte Avila, 1968. Impreso.

Otros monstruos (Bibliografía de la Generación Schrödinger)

Acosta, Andrés. Doctor simulacro. México. Joaquín Mortiz. 2005. Impreso.

Acosta, Andrés. Olfato. México. Editorial SM. 2009. Impreso.

Acosta, Andrés. Sobterráneos. México. Editorial SM. 2010. Impreso.

Aldán, Edilberto. Rápidas variaciones de naturaleza desconocida. México. Instituto

Mexiquense de Cultura. 2010. Impreso.

Aldán, Edilberto. Viejos fantasmas con nombre. México. ICAQ. 2002. Impreso.

Alvahuante, Carlos. La ciénaga de los sueños. México. Instituto Mexiquense de Cultura.

2010. Impreso.

Avilés, Édgar Omar. Luna cinema. México. Tierra Adentro. 2010. Impreso.

Avilés, Édgar Omar. Cabalgata en duermevela. México. Tierra Adentro. 2011. Impreso.

Badillo, Alejandro. Ella sigue dormida. México. Tierra Adentro. 2010. Impreso.

Bernal, Ricardo. El festín de las esfinges. Inédito.

Bernal, Ricardo. Lucas muere. México. Libros del Tapir. 1991. Impreso.

Boone, Luis Jorge. La noche caníbal. México. FCE. 2008. Impreso.

Bustos, Carlos. El ilusionista y el ojo del unicornio. México. Editorial Progreso. 2009.

Impreso.

Bustos, Carlos. Ladrones del crepúsculo. Barcelona, España. Grupo Anaya. 2011. Impreso.

Bustos, Carlos. Ojos de liquen. México. Ediciones Plenilunio. 1997. Impreso.

Cane, Miguel. A partir de aquí hay monstruos. México. Mixcóatl Editores. 1999. Impreso.

Castro, Raquel. La abuela malvada. Inédito.

Castro, Raquel. La gente de piedra. Inédito.

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