guerra, fuerzas militares y construcción estatal en el río de la plata, siglo xix
TRANSCRIPT
1
Guerra, fuerzas militares y construcción estatal
en el Río de la Plata, siglo XIX. Un comentario.1
Eduardo Zimmermann
Universidad de San Andrés
Buenos Aires
A comienzos del siglo veinte el historiador alemán Otto Hintze formuló un
influyente esquema de interpretación del lugar que los conflictos internacionales habían
ocupado en la formación de los estados modernos, marcando el inicio de una etapa de
creciente interés en la historia y las ciencias sociales contemporáneas por el papel de las
guerras en los procesos de construcción estatal. Si Clausewitz había ya señalado las
relaciones entre guerra y política en las primeras décadas del siglo diecinueve2, Hintze,
como continuador de la tradición de von Ranke, buscaba en las relaciones internacionales y
la política exterior un factor crucial en la determinación de los rasgos centrales de un estado
y de su evolución histórica. “Los conflictos externos entre estados”, decía, “dan forma al
estado”; entendiendo por “forma” a su configuración externa, su tamaño, su nivel de
concentración, e incluso su composición étnica. Sólo cuando el estado había delineado
firmemente esa “forma” podía comenzar a forjar su estructura de gobierno y su vida
política, que a su vez continuarían siendo transformadas por las demandas que surgían de
las relaciones con estados vecinos. Toda organización estatal fue originalmente una
organización militar, una organización para la guerra, y este hecho originario era no sólo
algo verificable en la historia comparada sino también la clave para la comprensión de los
desarrollos futuros: “la forma y espíritu de la organización del estado no serán
1 Publicado en Juan Carlos Garavaglia, Juan Pro Ruiz y Eduardo Zimmermann, compiladores, Las fuerzas de
guerra en la construcción del Estado. América Latina, siglo XIX (Rosario: Prohistoria, 2012).
2 Carl von Clausewitz, On War (1832) (Hertfordshire: Wordsworth Classics, 1997), p. 21: “La guerra de una
comunidad –de naciones enteras, y particularmente de naciones civilizadas- siempre comienza por una
condición política, y es llamada a desarrollarse por un motive politico. Es, en consecuencia, un acto politico”.
En los años 1930s, Carl Schmitt retomaría el análisis de Clausewitz sobre la guerra, para interpretarlo como la
ultima ratio del agrupamiento de amigos y enemigos que constituía la base misma de toda política: “La guerra
no es, pues, la meta, el fin, ni siquiera el contenido de la política, pero sí el supuesto, dado siempre como
posibilidad real que determina de modo peculiar las acciones y los pensamientos humanos y produce un
comportamiento específicamente político”. Carl Schmitt, Concepto de la política (Der Begriff des Politischen,
1932) (Buenos Aires: Editorial Struharf, 1984), pp. 50-52.
2
determinadas solamente por las relaciones económicas y sociales y los choques de
intereses, sino primordialmente por las necesidades de la defensa y el ataque, esto es, por la
organización del ejército y de la guerra”.3
En la segunda mitad del siglo, tras la experiencia de las dos guerras mundiales y su
impacto en la evolución de los estados contemporáneos, el interés puesto en la
interdependencia de la guerra, las finanzas públicas y los procesos de construcción estatal,
-entre el “war making” y el “state making”-, generó numerosos estudios sobre la guerra, la
organización militar, las fuerzas policiales, y sobre el necesario aparato extractivo que
debía ser desarrollado para mantener esos gastos. Entre los más difundidos seguramente se
cuenta a Charles Tilly y su influyente sociología histórica comparada de los orígenes de los
estados nacionales europeos. En la interacción entre las guerras, la organización de un
procedimiento de extracción de recursos para financiar esas guerras, y la acumulación de
capital, se encuentran los orígenes del proceso de formación estatal europeo. Los estados
hacen la guerra, y las guerras hacen los estados, concluyó Tilly. Los estados que
combatían guerras, erigían ejércitos permanentes y demandaban recursos para todas las
actividades de construcción estatal, confrontaban directamente con sociedades que
frecuentemente se mostraban poco colaborativas para ayudar en esos emprendimientos. La
formación del estado resultante era frecuentemente el producto de la negociación, la
cooptación, la legitimación, y la coerción pura entre los constructores del estado y las
fuerzas sociales, con la sociedad como derrotada en esa lucha, y forzada a pagar.4
3 Otto Hintze, “The Formation of States and Constitutional Development: A Study in History and Politics”
(1902), y “Military Organization and the Organization of the State” (1906), en Felix Gilbert, ed., The
Historical Essays of Otto Hintze (N. York: Oxford University Press, 1975).
4 Charles Tilly, “Reflections on the History of European State-Making”, en Tilly, ed., The Formation of
National States in Western Europe (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1975), pp. 73-76; “War
Making and State Making as Organized Crime”, en Peter B. Evans, Dietrich Rueschmeyer and Theda
Skocpol, eds., Bringing the State Back In (Cambridge: Cambridge University Press, 1985), pp. 169-191;
Karen Barkey and Sunita Parikh, “Comparative Perspectives on the State”, Annual Review of Sociology,
1991; Karen A. Rasler y William R. Thompson, “War Making and State Making: Governmental
Expenditures, Tax Revenues, and Global Wars”, American Political Science Review, vol. 79, no. 2, June
1985. Puede verse un intento de interpretación de las distintas “olas” de estudios sobre procesos de formación
de los estados modernos en Philip S. Gorski, “Beyond Marx and Hintze? Third-Wave Theories of Early
3
También en la historia latinoamericana, los conflictos militares y el financiamiento
de los mismos han sido siempre un factor explicativo importante en la historia de los
procesos de construcción estatal.5 Como señaló el historiador Malcolm Deas, así como
quienes estudiaban la historia de los sistemas impositivos sugerían que al estudiar el
sistema fiscal se estudiaba la sociedad toda, quienes estudiaban las formas de organización
militar creían encontrar la clave para entender la nación, el estado, y la sociedad (o más
modestamente, “mostrando como un país organiza sus fuerzas militares, podré decir
bastante sobre esa nación, si de una nación se trata”).6
En los últimos años, tanto historiadores militares como científicos sociales han
comenzando a criticar la reducción del fenómeno de la guerra a la concepción
clausewitziana de fenómeno estatal político-racional. Durante décadas, sostiene esta línea
de crítica, politólogos, sociólogos e historiadores han estudiado la relación entre guerras,
ejércitos y el desarrollo de capacidades estatales, tomando casi siempre como punto de
partida de esos estudios a ejércitos regulares luchando guerras internacionales. Buena parte
de esa literatura, además, tomaba a la nación-estado como unidad de análisis, y a las formas
más tradicionales de hacer la guerra como el ejemplo de conflicto militar que servía al
Modern State Formation”, Comparative Studies in Society and History, Vol. 43, No. 4 (Oct., 2001), pp. 851-
861.
5 Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de estado en Chile en los siglos XIX y XX (Santiago:
Editorial Universitaria, 7ma. Edición, 1998). Para el caso argentino, Tulio Halperín Donghi, Guerra y
finanzas en los orígenes del Estado argentino (1791-1850), Juan Carlos Garavaglia, “La apoteosis del
Leviathan: el Estado en Buenos Aires durante la primera mitad del XIX”, y “El despliegue del Estado en
Buenos Aires de Rosas a Mitre”, ambos en Construir el estado, inventar la nación. El Río de la Plata, siglos
XVIII-XIX (Buenos Aires: Prometeo libros, 2007); Roberto Cortés Conde, Dinero, deuda y crisis (Buenos
Aires: Editorial Sudamericana, 1989); Oscar Oszlak, La formación del estado argentino (Buenos Aires:
Planeta, 1997); Natalio Botana, “La ciudadanía fiscal. Aspectos políticos e históricos”, en Francis Fukuyama,
compilador, La brecha entre América Latina y Estados Unidos. Determinantes políticos e institucionales del
desarrollo económico (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2006). Para otros argumentos
provenientes de las ciencias sociales sobre el papel de las guerras y las movilizaciones militares en los
procesos de formación estatal en América Latina, Fernando López-Alves, State Formation and Democracy in
Latin America, 1810-1900 (Durham: Duke University Press, 2000); Miguel Centeno, Blood and Debt. War
and the Nation-State in Latin America, (Pennsylvania State University Press, 2002).
6 Malcolm Deas, “The Man on Foot: Conscription and the Nation-State in Nineteenth-Century Latin
America”, en James Dunkerley, editor, Studies in the Formation of the Nation State in Latin America
(Londres: ILAS, 2002), p. 78.
4
análisis. Es decir, parecía existir cierto descuido en lo que hacía a estudios que
trascendieran los confines de la nación-estado como unidad de análisis, o de considerar
formas no convencionales o irregulares de hacer la guerra. 7
El historiador militar John Keegan apuntó precisamente sobre Clausewitz como
responsable por esa concentración excluyente de los estudios militares en los conflictos
regulares. Según Keegan, la fórmula de Clausewitz que describía “la guerra como la
continuación de la política” asumía que las guerras tienen un comienzo y un fin. Lo que
esta observación no contemplaba en absoluto son las guerras sin comienzo o final, las
guerras endémicas de las formas no-estatales, o pre-estatales de organización, en las que no
hay distinción entre portadores de armas legales e ilegales, desde el momento en que todos
los hombres son guerreros; una forma de guerra que prevaleció durante largos períodos de
la historia de la humanidad y que, en los márgenes, invadía la vida de los estados
civilizados, -y a la que incluso recurrían esos mismos estados a través de la práctica
extendida de reclutar tropas “irregulares”.8 Ese supuesto que tomaba a las fuerzas militares
como una institución nacional relativamente centralizada y homogénea al servicio del
estado nacional, además impedía analizar la formación y el funcionamiento de esas fuerzas
como el resultado de redes de relaciones personales afectadas por diferentes factores
sociales, regionales, étnicos, y transnacionales.9
Los trabajos reunidos en esta sección sobre guerra y formaciones militares en el Río
de la Plata en el siglo XIX aportan en su conjunto una nueva mirada que incorpora mucho
7 Véase Diane F. Davis, “Contemporary Challenges and Historical Reflections on the Study of Militaries,
States, and Politics”, en Diane E. Davis and Anthony W. Pereira, editors, Irregular Armed Forces and their
Role in Politics and State Formation (Cambridge: Cambridge University Press, 2003), pp. 3-33.
8 John Keegan, A History of Warfare (New York: Vintage Books, 1993), p. 5. En el mismo sentido:
“Clausewitz fue incapaz de reconocer una tradición militar alternativa como la del estilo de guerrear de los
Cosacos porque él sólo podía identificar como racional y valedera una única forma de organización militar:
las tropas pagas y disciplinadas del estado burocrático. Él no podía ver que otras formas posibles podían
servir bien a sus sociedades y a su defensa o a la extensión de su poder, si ése era su espíritu”. Ibid., p. 221.
Carl Schmitt señaló al Congreso de Viena de 1814-15 como el inicio de la restauración del derecho de guerra
clásico, por el cual “la guerra se conduce de estado a estado como una guerra de ejércitos regulares, estatales,
entre dos depositarios soberanos de un jus belli, que se respetan incluso durante una guerra en cuanto que
enemigos sin discriminarse mutuamente como criminals”. Carl Schmitt, Teoría del partisano. Notas
complementarias al concepto de lo “politico” (1963), en Schmitt, El concepto de lo “politico” (México:
Folios Ediciones, 1985), pp. 118-119.
9 Davis, “Contemporary Challenges”, p. 11.
5
de ese espíritu de renovación, aplicado aquí a los términos en los que se ha venido
desenvolviendo la historiografía sobre el papel de las guerras y los ejércitos en la
construcción estatal en la región. Tres son los agrupamientos temáticos principales en los
que pueden organizarse estas contribuciones:
1) la vinculación más general sobre fuerzas militares, guerras y procesos de
construcción estatal. Los estudios de Raúl Fradkin, Silvia Ratto, y Juan Carlos Garavaglia,
por ejemplo, nos proveen no sólo de una mirada cuidadosa sobre la información disponible
respecto a números de fuerzas, composición de las mismas, armamentos, y capacidades
financieras involucradas en las distintas regiones, sino que ponen también a nuestra
disposición elementos importantes para conceptualizar de manera distinta un estado que se
va construyendo sobre “zonas grises” de estatidad, sobre redes de relaciones personales
más que sobre el avance de la racionalización weberiana moderna.
2) las formas de relacionar la composición de las fuerzas, -“regulares” e
“irregulares” en sus distintas variantes-, y las formas de hacer la guerra que conlleva la
presencia de unas u otras, con los debates político-ideológicos que trascendían la cuestión
técnica militar, temas que pueden verse en los trabajos de Fradkin, Ratto, y Mario
Etchechury.
3) el peso de la militarización sobre la sociedad, las tasas de participación en fuerzas
militares sobre el total de población, pero también la manera en la que esa conformación de
una “cultura de guerra” cubría todas las caras de la vida social, desde la educación militar
hasta la organización de fuerzas policiales para mantener el orden en un territorio,
apreciable en los trabajos de Rabinovich, González Lebrero, de los Ríos-Piazzi, y
Garavaglia.
En definitiva, como veremos, estos trabajos nos permiten una nueva mirada sobre la
forma en la que los conflictos bélicos moldearon a los estados de la región, y sobre la
manera en la que la guerra se convirtió en factor delineador de rasgos de larga duración en
la cultura política del período. Pero conviene primero detenerse con más detalle en cada
una de estas contribuciones.
El estudio de Alejandro Rabinovich sobre el Ejército de los Andes, esa “máquina
de guerra” como la calificara Bartolomé Mitre, ofrece una primera mirada a las ventajas
6
que puede ofrecer el apartarse de los supuestos “clausewitzianos” de ver la guerra y los
ejércitos como instrumentos de la política y la construcción estatal al acercarse al estudio de
los ejércitos y los conflictos bélicos hispanoamericanos. El rescate de los elementos
propiamente políticos desarrollados por las entidades militares, apunta agudamente
Rabinovich, nos permite poner en duda la imagen de estados ya sólidamente asentados,
frente a los cuales cualquier insubordinación militar sólo puede ser explicada por
deficiencias en esas capacidades estatales supuestamente ya constituidas. Y esto queda muy
claramente expuesto en el análisis que el autor hace de episodios como la evolución del
Ejército de los Andes, marcada por las tensas relaciones de San Martín con el Directorio; el
acto de refundación en Rancagua, que sugiere el ejercicio político de la soberanía por la
oficialidad; o la creación del Ejército de Observación, y su accionar en el Perú.
Gradualmente, se va dibujando la imagen de un ejército que muestra ser algo más que “el
brazo armado del Estado”, y que se convierte más bien en un factor de surgimiento y caída
de un estado. Esto nos advierte sobre la ubicuidad de las expresiones de la política
revolucionaria que dieron su carácter al período de las luchas por la independencia. Una
etapa revolucionaria que daba origen a un tipo de situación muy diferente al que propone la
visión convencional de las relaciones Ejército-Estado; una sociedad altamente militarizada,
organizada para la guerra, que abría amplios márgenes para la experimentación en formas
de organización militar que se dotaban de un alto nivel de autonomía.
Que esa observación sobre las particularidades de la política militar-revolucionaria
sostenida muy eficazmente en el artículo de Rabinovich mostraba más bien los contornos
de situaciones de excepción, de “crisis extrema”, que no podían estar llamados a perdurar
en el tiempo como base de organización de las relaciones entre ejército y estado, queda
ilustrado en el trabajo de Rodolfo González Lebrero sobre los distintos intentos por
desarrollar la educación militar en Buenos Aires en las primeras décadas de vida
independiente. Dos rasgos de ese proceso resultan destacables: uno, el interés por las
ciencias naturales y exactas, por la economía y por la política, que va a estar presente en
distintas propuestas de establecimientos de educación. Esto sugería una fuerte
identificación entre la racionalidad que estas disciplina proveían y el carácter “regular” de
los cuadros militares que recibían esa instrucción, y en cierto modo, la confianza en que ese
7
tipo de educación facilitaría la subordinación a la autoridad y la disciplina, confianza que
sería sacudida en más de una oportunidad por los conflictos entre militares y maestros. En
segundo lugar, como bien concluye González Lebrero, la centralidad del objetivo de
reemplazar la identificación de los oficiales con su arma, su jefe, o regimiento, por la
identificación y lealtad con el ejército en general y con el estado al que éste debía servir. La
educación militar, entonces, era vista como uno de los instrumentos centrales para
consolidar esa idea de “regularización” que debía asentarse una vez superada la situación
excepcional originada por la situación revolucionaria.
Esa dualidad entre las situaciones de excepción y los intentos por regularizar la
guerra enmarca el fascinante estudio presentado por Mario Etchechury sobre los intentos
de los gobiernos de Montevideo y del imperio del Brasil para enrolar voluntarios y
mercenarios en Europa para emplearlos en la guerra contra Rosas. Pero además de relatar
los pormenores de ese proceso de circulación transnacional de fuerzas mercenarias, de los
procesos de reclutamiento y de organización de esas fuerzas, Etchechury plantea
abiertamente uno de los temas que de una manera u otra recorren casi todos los trabajos de
esta sección: la amplitud e intensidad de los debates en torno a la regularización de la
guerra como parte de un programa político-social en ambas márgenes del Río de la Plata,
que había cobrado fuerza con la publicación en Montevideo en 1846 de los artículos de
Bartolomé Mitre sobre el tema. “Ha sido necesaria la experiencia de seis años de
revolución y el sitio de Montevideo para demostrar el poder incontrastable de la guerra
regular, y la impotencia absoluta de la montonera”, escribía Mitre en 1846; y en 1850
Andrés Lamas solicitaba desde Río de Janeiro a Manuel Herrera y Obes: “no ponga
negocios políticos en el Río Grande en manos de gente que cree que una montonera, que no
sirve sino para matar algunos hombres y robar algunas vacas, es lo más importante y sólido
que hay bajo el sol. Las montoneras han perdido al país. Acabarán de arruinarlo, de cierto,
que no lo salvarán.” Volveremos más adelante sobre estos debates, y sobre las distintas
maneras de interpretar esa oposición entre guerra regular y guerra de montoneras.
Etchechury no solo reconstruye minuciosamente la formación de los distintos
cuerpos de voluntarios extranjeros actuando en Montevideo, -de los cuales el más conocido
era seguramente la Legión Italiana formada por Garibaldi-, sino que rastrea la prolongación
8
de los vínculos formados durante la defensa de la “Nueva Troya” entre esas redes de
voluntarios y los sectores liberales de las dos orillas del Río de la Plata en los años
siguientes. Así podemos percibir cómo las fraternidades políticas de los colorados
montevideanos, las legiones extranjeras y los círculos liberales porteños se mantuvieron
firmes después de la caída de Rosas y Oribe, por ejemplo durante el sitio de Hilario Lagos
al Estado de Buenos Aires en 1852, y, -sugiere el autor-, “hasta por lo menos la Guerra del
Paraguay.” De la fluidez con la que las distintas formas de organización militar y política se
transformaban durante esos años da cuenta una de las conclusiones de Etchechury: “más
que estados (nacionales o provinciales) enfrentados, lo que emerge es una serie de agentes
con autonomía propia que se realineaban constantemente en sus alianzas: gobernadores,
caudillos, ‘señores de fronteras’, sectores de emigrados, movimientos autonomistas,
migraciones y cuerpos militares extranjeros…”10
Nuevamente, como en el trabajo de
Alejandro Rabinovich, alcanzamos a percibir gracias a la cuidadosa reconstrucción de las
particulares coyunturas históricas estudiadas en estos trabajos que la sabiduría recibida
sobre las relaciones ejércitos/construcción estatal en el Río de la Plata puede ser
profundamente revisada.
También el artículo de Raúl Fradkin nos invita a observar desde una perspectiva
más amplia los procesos bélicos durante la primera mitad del siglo XIX en el litoral
rioplatense, la naturaleza de las fuerzas y las “formas de hacer la guerra” (que van mucho
más allá del momento del enfrentamiento), como una manera de aproximarse a la
comprensión del proceso formativo de los estados. A través de la cuidadosa reconstrucción
que Fradkin lleva adelante de las situaciones pre y post revolucionarias en toda la región
del litoral, nos recuerda el carácter “relativo y relacional” de los modos “regular” e
“irregular” de hacer la guerra. Esta observación resulta crucial para poder percibir dos
hechos: uno, los límites fluidos y a veces borrosos en varias instancias entre las
formaciones supuestamente “regulares” e “irregulares”; segundo, el reconocimiento que en
el litoral rioplatense “la tendencia histórica predominante no fue la sustitución de un tipo de
10
Véase en el trabajo de Etchechury (que remite al trabajo de Wilma Peres Costa) la referencia sobre la
“novedad” del ejército paraguayo durante la Guerra del Paraguay, que residía en su carácter de fuerza
“nacional”, lo que dificultaba debilitar su frente a través de alianzas facciosas, una estrategia que había sido
empleada en casi todas las guerras regionales previas.
9
formaciones por otras sino el desarrollo de diferentes formas de articulación entre ambas”,
como demostraban las distintas evaluaciones que Andrés Lamas o Sarmiento hicieron de la
evolución en el tiempo que el rosismo hizo en materia de organización militar.11
Arribamos
entonces a una situación paradojal: para Sarmiento, acompañando ese proceso de “fusión
radical entre los hombres del campo y los de la ciudad”, Rosas ha ido apoyándose cada vez
más en el ejército de línea y abandonando las montoneras (“desde 1835 disciplinaba
rigurosamente sus soldados y cada día se desmontaba un escuadrón para engrosar los
batallones”); Tomás de Iriarte, en cambio, oficial de artillería formado en la Academia de
Segovia, ofrecía en 1845 a los franceses un plan para derrotar a Rosas que contaba a “las
montoneras que se levantarían en la campaña” para ser utilizadas contra los sitiadores de
Montevideo, reflejando hasta qué punto un oficial de carrera había “montonerizado”, como
bien apunta Fradkin, su concepción de la guerra regular (véase sobre este punto algunas de
las observaciones del trabajo de Silvia Ratto en esta misma sección).
Las conclusiones del trabajo de Fradkin ofrecen otra puerta de entrada por dónde
vislumbrar la “materialidad” de la guerra en el Río de la Plata. Si Sarmiento apuntaba en el
Facundo que Rosas se había apoderado astutamente del arma que los unitarios
abandonaban (“la infantería y el cañón”), Fradkin nos recuerda que es la capacidad de
asegurar caballos para el ejército lo que le ha permitido a Rosas fortalecer su dominio entre
las tropas veteranas, y que durante varias décadas más las formas de hacer la guerra en la
región dependerían crucialmente de la provisión y disponibilidad de caballos. Y a su vez,
finalmente, esta observación inserta su estudio en un importante cuerpo de literatura que
nos invita a reconsiderar el proceso de construcción estatal en el Río de la Plata.
Negociaciones y mediaciones, no sólo coerción, fueron requeridas para asegurar esa
disponibilidad de recursos crucial para ciertas formas de hacer la guerra. Negociaciones y
mediaciones de todo tipo durante buena parte del siglo diecinueve caracterizaron a las
relaciones entre estado y agentes no estatales que contribuían a las posibilidades de ejercer
“estatidad”. Emergen así los contornos de un estado que parece empezar a funcionar gracias
11
Véase también sobre este punto Raúl Fradkin, “Sociedad y militarización revolucionaria. Buenos Aires y el
Litoral rioplatense en la primera mitad del siglo XIX”, en Oscar Moreno, coordinador, La construcción de la
nación argentina. El rol de las fuerzas armadas. Debates históricos en el marco del Bicentenario (1810-
2010) (Buenos Aires: Ministerio de Defensa de la Nación, 2010).
10
a redes de lealtades personales, -clientelares, familiares, políticas-, más que por las
asignaciones de responsabilidades y resultados propios de una estructura administrativa
racionalmente organizada. Como bien ha señalado Garavaglia, “¿qué conocemos realmente
acerca de las inevitables redes familiares y sociales que se esconderían bajo los
uniformes...? Mejor sería entonces dejar de lado... la pésima metáfora del aparato...”12
Un
obstáculo no menor para consolidar la racionalidad en el ejercicio de la autoridad, o su
identificación con el monopolio legítimo de la violencia, apunta Fradkin, residía en la
extensión en la que el uso de la violencia había adquirido en las sociedades
posrevolucionarias, y en particular, en la extensión como práctica de la apropiación del
botín de guerra.13
Las relaciones de obediencia y/o lealtad entre la autoridad y las
poblaciones locales se volvían entonces una variable determinante de las posibilidades de
controlar un territorio. Fradkin señala las reiteradas dificultades para conformar fuerzas
diferenciadas de ejército y policía como la encarnación institucional de esa realidad, y esa
observación seguramente permite entender el creciente interés en el estudio de las distintas
fuerzas policiales locales en la región.
El trabajo de Evangelina de los Ríos y Carolina Piazzi, que se inscribe
precisamente en ese campo de la nueva historia social de la policía, se enfoca en el
12
Juan Carlos Garavaglia, “La apoteósis del Leviatán”, p. 260. Véanse también los trabajos de Jorge Gelman,
"Un gigante con pies de barro. Rosas y los pobladores de la campaña", en N. Goldman y R. Salvatore
(comp.), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, Buenos Aires, Eudeba, 1998; y de
Eduardo Míguez, “Guerra y orden social en los orígenes de la nación argentina, 1810-1880”, Anuario IEHS
18, 2003.
13 Sobre la conformación de esa particular “cultura de guerra” como resultado del alto nivel de militarización
de la sociedad posrevolucionaria rioplatense, véase también Alejandro M. Rabinovich, “’La gloria es la plaga
de nuestra pobre América del Sud’. Ethos guerrero en el Río de la Plata durante la Guerra de la
Independencia, 1810-1824”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Debates, 2009 (En línea). Puesto en línea el 2 de
febrero de 2009. URL: http//nuevomundo.revues.org/56444: “La guerra en el Río de la Plata no era el
monopolio de ejércitos regulares operando con sanción estatal. Tampoco era el asunto exclusivo de militares
profesionales. La guerra, tras los primeros meses de conflicto, devino rápidamente un estado social
continuo y comprensivo en el que las llamadas campañas de la independencia eran indiscernibles de
una compleja trama de guerras civiles, conflictos étnicos armados y bandidaje social. A medida que el
número de hombres movilizados en esta multiplicidad de instancias superaba todos los precedentes, la
totalidad de la población se veía inmersa de una forma u otra en el estado y la cultura de guerra.”
Énfasis agregado.
11
departamento de Rosario entre 1850 y 1860 y reconstruye no sólo los aspectos
demográficos, económicos y sociales del escenario geográfico y administrativo en el que se
desenvuelven los comisarios de campaña sino también el perfil social que de esas figuras
emerge de los datos censales, por ejemplo, y el análisis de las funciones que cumplían. De
ese detallado estudio surgen algunos elementos que refuerzan la imagen propuesta por
Fradkin y Garavaglia para entender las relaciones entre autoridad, poblaciones locales y
control del territorio. Por una parte, las quejas de los habitantes sobre el estado de
indefensión permanente en que se encontraba la campaña, -explicable, como muestran las
autoras, por el bajo nivel de inversión del gobierno de la provincia en la policía de
campaña-, impulsó a los vecinos a desarrollar por sí mismos mecanismos de defensa de sus
intereses. Entre las funciones que los comisarios llevaban adelante estaban tanto la de
vigilancia y persecución de individuos extraños circulando por el territorio, como la de
recaudación y control de la actividad de las pulperías del distrito, lo que proveía
indispensables medios de sustento. El involucramiento de los vecinos en la organización de
fuerzas de seguridad propias culminó con la formación de una Comisión de Hacendados
que llevaba adelante la suscripción de apoyos de los vecinos para el sostén de las fuerzas,
así como la elaboración de sus reglamentos. Para las autoras son esas relaciones sociales,
entonces, las que dibujan el contorno de una fuerza de seguridad más fuertemente
identificada con la defensa de ciertos intereses particulares que con la figura de una policía
estatal. Queda pendiente en este punto el análisis de la dimensión política, sea por la
intervención directa del gobierno, o por los distintos alineamientos adoptados en el proceso
de designación o remoción de los comisarios, que las autoras anuncian como tema para
futuros estudios.
Por su parte, en su estudio sobre la defensa de la frontera sur de Buenos Aires,
Silvia Ratto retoma otra de las cuestiones ya avanzadas en los artículos de Mario
Etchechury y de Raúl Fradkin: la inserción de los debates sobre el carácter “regular” o
“irregular” de las fuerzas utilizadas en el marco más amplio de la elaboración de un
programa de transformación político-social en el Río de la Plata. El epígrafe que encabeza
el artículo, en el que el teniente coronel Juan Aguilar sostiene en 1857 que “no se precisan
batallones de línea… afeitados a la francesa” sino “hombres gauchos de a caballo, de bola y
12
lazo” para defender la frontera, delimita perfectamente los términos de esos debates. Contra
esa vertiente “montonerizada” dentro de los oficiales de carrera, que Fradkin ilustraba con
el ejemplo de Tomás de Iriarte en 1845, ya citado, y que aquí reaparece en la cita de
Aguilar, sabemos que se levantaba una fuerte defensa de las fuerzas “regulares” como
instrumento de lucha, defensa que se había iniciado primero en el marco de las luchas
contra el rosismo (véanse los ya mencionados artículos de Bartolomé Mitre de 1846,
citados en los trabajos de Etchechury y Ratto), y que reaparecería en las discusiones en
torno a la defensa de la frontera. Ratto rastrea estas discusiones buscando dilucidar si las
políticas de defensa de esa frontera implementadas por Rosas se habían mantenido o
modificado durante la década de 1850 y de esa búsqueda surgen resultados llamativos,
como muestra en sus conclusiones. Pero antes de llegar allí conviene detenerse en algunos
de los episodios relatados por Ratto que ilustran las particulares coyunturas en las que se
desenvolvía la defensa de la frontera sur.
En 1855 el avance de las fuerzas indígenas dirigidas por Calfucurá sobre Azul y
Tandil, en respuesta al avance de la frontera en Tapalqué, marcó un punto alto de
conflictividad. El Ejército de Operaciones de la Frontera, organizado para hacer frente a
esos ataques no logró vencer la ofensiva indígena. La composición de las fuerzas, señala
Ratto, reflejaba un fuerte cambio respecto a la política rosista desplegada dos décadas
antes: en 1836-37 Rosas había utilizado un total de 1613 efectivos que se distribuían en un
3,3% de soldados regulares, 40,7% de milicianos, y 56% de lanceros indígenas; en 1855, en
cambio, el ejército de línea sumaba el 57,24% del total de las fuerzas; a las que se agregaba
un 36,70 de guardias nacionales, y sólo un 6,06% de lanceros indígenas, sobre un total de
2458 efectivos.14
Resulta interesante notar que a pesar de esa composición de fuerzas, en la que
predominaban los elementos del ejército de línea, el fracaso de la operación fue atribuido
por quienes defendían la necesidad de “regularizar” la guerra en la frontera, a la
14
Para un estudio reciente de la conformación de las fuerzas militares en la frontera sur durante la época
rosista véase también Sol Lanteri, Un vecindario federal. La construcción del orden rosista en la frontera sur
de Buenos Aires (Azul y Tapalqué) (Córdoba: Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”,
2011), pp. 255-303.
13
persistencia en la utilización de las milicias que componían las guardias nacionales. A
comienzos de 1856, Sarmiento condenaba desde las páginas de El Nacional:
Da vergüenza leer la serie de partes que nos trasmiten de un año a esta parte los jefes del Sur. Los
indios arrebataron los caballos, o faltaron caballos para perseguirlos; y con caballos o sin ellos los
milicianos se echaron sobre la infantería para curarse sus propios pavores, dieron vuelta antes de
acercarse el enemigo. Siempre los caballos y los paisanos a caballo prolongando la inseguridad del
país, y siempre el Gobierno echando al Sur estas manadas de hombres armados, que sólo tienen
coraje y decisión para sublevarse y acometer a sus propios jefes. Con instrumento de guerra tan
obtuso ¿qué reputación militar ha de conservarse? Y este es otro despilfarro, a más del de ponchos y
recados. Acabemos con las paisanadas. Tengamos soldados.15
Como bien señala Ratto, los problemas que enfrentaban las tropas regulares provenían en
parte de la falta de preparación que tenían para el tipo de enfrentamiento para el cual eran
llamadas, y esa sugerencia de Sarmiento sobre la huída ante el enemigo que supuestamente
caracterizaba a los milicianos “con caballos o sin ellos”, seguramente aquejaba también a
las tropas regulares. El problema de la deserción es bien señalado por Ratto como un tema
que es necesario incorporar al análisis para entender el desempeño de estas tropas, aunque
resulta difícil cuantificar el fenómeno. De la información provista por la autora, el
problema parece haber afectado mucho más fuertemente a las fuerzas regulares que a los
escuadrones de milicias y que a los cuerpos de lanceros indígenas, aunque en estos últimos
la ausencia de deserciones se convertía en un peligro más fuerte: la sublevación y el retiro
completo de la frontera.16
Una vez más, en sus esfuerzos por defender el proyecto
“regularizador” de la guerra, Sarmiento encontraba en ciertas medidas prácticas
(incluyendo el corte de pelo “a la francesa” que tanto disgustaba a Aguilar, o el reemplazo
de recados por monturas) un posible remedio al problema de la deserción:
15
Sarmiento, “Tropas veteranas”, El Nacional, 21 de febrero de 1856, en Obras Completas, vol. 24, pp. 342-
345.
16 Fernando Escalante aporta algunas ilustraciones del problema de la deserción en los ejércitos mexicanos del
siglo XIX, que sugieren problemas parecidos. En 1845, Teófilo Romero se quejaba al general Paredes: “La
deserción en nuestros soldados no se puede contener: los más días abandonan las guardias (…) Ayer salieron
a lavarse los reclutas del 2do de Celaya, por supuesto custodiados; pero esto no bastó para que se fueran como
parvada de grullas, pues corrieron todos a la vez, y no se pudo aprehender más que a uno”; y en 1857,
Ignacio Comonfort lamentaba el rápido realineamiento de sus tropas, al retirar el apoyo a los rebeldes de
Tacubaya: “Por la mañana tenía a mis órdenes más de 5.000 hombres; por la noche no eran ya ni 500; los
demás habían desaparecido, yéndose unos a engrosar las filas de los pronunciados, y dispersándose los otros
por las calles.” Fernando Escalante Gonzalbo, Ciudadanos imaginarios (México: El Colegio de México,
1992), pp. 165-169.
14
¿Cuántos desertores menos habría en nuestros ejércitos si los soldados llevasen el pelo corto, a la mal
content, que de ahí viene el nombre, porque al conscripto le duele que le corten el pelo? Es que el
desertor pelado corto, lleva tres meses en su fisonomía escrito el aviso de que es desertor. ¿Cuántas
monturas se habrían ahorrado de perderse, si en lugar de recado fueran sillas? (…) El recado sirve al
paisano y al desertor, mientras que la silla de ordenanza ni usarla ni destruirla es posible fuera del
ejército.17
En los años siguientes, concluye Ratto, el esquema defensivo centrado en las tropas
regulares se va a ir modificando, y en 1859, cuando los contactos entre Calfucurá y Urquiza
abrían nuevas posibilidades de amenaza al gobierno de Buenos Aires, la organización de las
fuerzas militares en la frontera ha invertido los porcentajes de participación entre fuerzas
regulares (27,38%) y milicias (69,56%), con una baja participación (3,06%) de lanceros
indígenas. La autora señala que esa reversión se debe más a cuestiones de hecho (la
concentración de fuerzas regulares en otros conflictos) que al reconocimiento de la
ineficiencia del ejército regular en la lucha contra el indio. De todos modos, de los textos de
Fradkin y Ratto surge una observación paradójica: mientras que Rosas había ido
consolidando al ejército regular como baluarte de su poder; el antirosismo bonaerense, pese
a la insistente prédica a favor de la regularización de la guerra, había recalado finalmente en
la utilización de los “hombres gauchos de a caballo, de bola y lazo” para la defensa de la
frontera.
Como sabemos, si la defensa de la frontera sur era uno de los desafíos que
enfrentaba el gobierno de Buenos Aires, el segundo frente estaba constituido por el
conflicto con la Confederación Argentina. Juan Carlos Garavaglia cierra la colección con
una minuciosa reconstrucción de las fuerzas militares y las formas de hacer la guerra en la
década 1856-1865, cubriendo los enfrentamientos entre la Confederación Argentina y el
Estado de Buenos Aires, y la primera etapa de organización militar de la nación
reunificada, deteniéndose en los umbrales de la Guerra del Paraguay, el conflicto que
alteraría profundamente muchos de los aspectos estudiados en todos los ensayos aquí
compilados. Las contribuciones del trabajo son muchas, pero destaco tres principalmente:
17
Sarmiento, “Equipos militares”, El Nacional, 15 de febrero de 1856, en Obras Completas, vol. 24, p. 339-
342.
15
1) La infatigable recopilación y agudo análisis de la escasa y fragmentada
información de archivos que nos permite conocer mejor la cantidad y composición tanto de
las fuerzas militares en pugna, como la de los ejércitos de la nación unificada, su
equipamiento, y su impacto en las finanzas públicas. Retomo dos importantes
observaciones apuntadas por Garavaglia: la primera, el proceso de “nacionalización” de las
fuerzas militares provinciales que se va cumpliendo en las fuerzas de la Confederación, sea
por la participación de las guardias nacionales de las provincias, por la integración de
fuerzas provinciales en batallones, regimientos y compañías en la línea de frontera, y sobre
todo, por la progresiva integración de jefes y oficiales de las fuerzas provinciales a las
fuerzas de la Confederación, con el mantenimiento de sus grados y armas respectivos.
Vemos aquí un legado importante de la experiencia histórica de la Confederación: además
de la creación de estructuras vitales para la suerte del gobierno unificado, tanto en el plano
militar, como en el de la recaudación de recursos (analizado por Garavaglia en trabajos
anteriores), se va desarrollando un proceso de “nacionalización” de liderazgos militares y
políticos que también cumplirá un papel importante en los años siguientes.18
La segunda observación, ya en la discusión de la organización militar de la nación
unificada, apunta a la centralidad que en las Memorias del Departamento de Guerra y
Marina de 1864-65 ocupa el levantamiento de Peñaloza en La Rioja, que finalizaría con su
fusilamiento por autoridades militares, sin intervención judicial. Aquí vale la pena señalar
que precisamente a partir de esos años el tema de la intervención de la justicia federal en el
tratamiento de las rebeliones provinciales se va a convertir en un conflicto constante con las
autoridades militares, en el que la jurisdicción de los jueces federales y de la justicia militar
en los casos “Rivas” y “Segura” será disputada en 1869 tanto en la Corte Suprema de
Justicia como en el Congreso de la Nación. Los términos de esa disputa giraban en torno a
la necesidad de reducir la amplitud de la jurisdicción militar, “atendiendo a que el estado de
guerra es tan frecuente en esta República, que casi es su estado permanente”, -como
sostuvo un juez federal-, lo que dio pie a intensos debates sobre regímenes de excepción y
18
Juan Carlos Garavaglia, “Rentas, deuda pública y construcción estatal: la Confederación Argentina, 1852-
1861”, en Desarrollo Económico vol. 50, Nº 198, julio-setiembre 2010; Ana Laura Lanteri , “De lo ideal a lo
posible. Dirigencia e instituciones nacionales en la “Confederación” (1852-1862)”, tesis doctoral,
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.
16
sobre el papel de los distintos poderes del estado en la protección de las garantías
constitucionales.19
2) la demostración del peso determinante de las estructuras económico-financieras
de una y otra parte como motor del desarrollo de los conflictos bélicos (el pecunia nervus
belli de Tácito, o en la versión modernizada que recuerda el autor, el “it´s the economy,
stupid”, de Bill Clinton, aplicada a la capacidad bélica). Si el diferenciado acceso a
armamento entre las provincias marcó la suerte de los enfrentamientos entre la
Confederación y Buenos Aires, señala Garavaglia, el acceso al “arma invencible” con la
que contaba Buenos Aires, -la posibilidad de imprimir moneda fiduciaria- sería el factor
determinante en el vuelco a su favor.
3) el enfoque sobre las tasas de militarización de las sociedades en pugna
(ejemplificadas con los casos de la extraordinaria proporción de la población masculina
alineada en las fuerzas militares de Buenos Aires y de Entre Ríos), que dirige nuestra
atención hacia las bases objetivas de la cultura política de una sociedad guerrera.20
Esa observación final de Garavaglia sobre los niveles de militarización alcanzados
en el Río de la Plata de mediados del siglo diecinueve nos da pie para retomar la cuestión
de la inserción de los debates sobre las formas de hacer la guerra en las construcciones
ideológicas que se estaban conformando en el período. El primero de esos debates, como
hemos podemos ver en varios de los trabajos aquí reunidos, es el que se daba en torno a la
“regularización” de la guerra. Esta línea de argumentación iniciada, como hemos visto, en
la década de 1840 cobró particular fuerza en la década siguiente, y terminó insertándose
19
La cita sobre jurisdicción militar y estado de guerra permanente es del juez federal de Salta, Apolinario
Ormaechea en “Causa LIII: Competencia entre el Juez Nacional de Salta y el General en Jefe del Ejército del
Norte D. Ignacio Rivas”, Fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, vol. 7, 1869, pp. 205-218.
Véase sobre este punto Eduardo Zimmermann, “En tiempos de rebelión. La justicia federal frente a los
levantamientos provinciales, 1860-1880”, en Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez, coordinadores, Un nuevo
orden político. Provincias y Estado Nacional 1852-1880 (Buenos Aires: Editorial Biblos, 2010); Lucas
Codesido, “La justicia militar argentina en la segunda mitad del siglo XIX”, ms.
20 Véase, sobre las posibilidades de elaboración de una Tasa de Participación Militar (Military Participation
Ratio-MPR), por la cual, podría medirse, tomando en cuenta otros factores, el grado de militarización de una
sociedad, el trabajo de Stanislav Andreski, Military Organisation and Society (University of California Press,
1968). En Keegan, History of Warfare, pp. 223-234, una crítica a la terminología utilizada por Andreski en
ese proyecto.
17
con fuerza en el proyecto político del liberalismo porteño. En 1855, cuando las Memorias
de Paz se publicaron por primera vez en Buenos Aires incluyeron un texto de Sarmiento
sobre la actuación de Paz en Montevideo, en el que aquel le atribuía a éste el mérito de
“reducir el espíritu indócil del ciudadano a la sumisión pasiva y maquinal del soldado; (…)
[dar] a los hombres de fraque la conciencia de su superioridad sobre las topas de bárbaros
que sostienen a los tiranos; [e introducir] la emulación que sostiene al guerrero”.21
Argumentos parecidos van a ser desarrollados por Sarmiento desde sus artículos en las
páginas de El Nacional, a partir de ese momento. En “Equipos militares” y “Tropas
veteranas”, ambos publicados en febrero de 1856 (ya citados), los dardos contra la guerra
“irregular” se repiten: “Las desgracias en que nos hemos visto envueltos treinta años han
dependido en gran parte de los ejércitos baratos. La montonera fue el primer ejército
barato. Una lanza por arma, y una cinta colorada por divisa, he aquí todo el tipo militar de
este flagelo. La falta de disciplina y de instrucción militar fue suplida por el número, y
desde entonces toda la población de las campañas fue arrastrada por el terror, el
enchalecamiento y las lanceadas a formar parte de estos ejércitos”; o, “la introducción o
más bien dicho el restablecimiento de las antiguas tradiciones militares en el equipo
completo, europeo y caro del ejército debe adoptarse para la extinción de la guerra civil, así
como la prescindencia de todo equipo la ha desarrollado y mantenido durante tantos años”;
y finalmente, “tengamos ejército caro, pero bien disciplinado, que entonces bastarán pocos
soldados. Es tiempo ya de crear un campo de instrucción militar para formar cuerpos de
línea que no estarán en aptitud de pelear con suceso antes de un año (...) Dejémonos, pues,
de paisanadas, de peculiaridades del país, que tales niñerías nos matan. La guerra se hace
con soldados”.22
Pero esta línea de interpretación, que en cierto modo opera como una variación del
leit motiv de “civilización y barbarie” que recorre la obra sarmientina, convive con una
21
Domingo Faustino Sarmiento, “Actuación del General Paz en el sitio de Montevideo”, en José María Paz,
Memorias póstumas (Buenos Aires: Emecé Editores, 2000), vol. II, p. 623. Recordemos también las
referencias a Paz en el Facundo: “Paz es el primer general ciudadano que triunfa del elemento pastoril,
porque pone en ejercicio contra él todos los recursos del arte militar europeo.” Domingo Faustino Sarmiento,
Facundo (Buenos Aires: Emecé Editores, 1999), p. 193.
22 Sarmiento, “Equipos militares”, El Nacional , 15 de febrero de 1856; y “Tropas veteranas”, El Nacional,
21 de febrero de 1856, ambos en Obras Completas, vol. 24, pp. 339-342, y pp. 342-345.
18
segunda corriente de cambiante evaluación de la guerra y sus necesidades como fenómenos
históricos en el Río de la Plata, y que terminará acercando al sanjuanino a algunas de las
posiciones más enérgicamente condenatorias de la tradición militarista rioplatense
sostenidas por su rival Juan Bautista Alberdi. Esas posiciones apuntaban su crítica sobre los
efectos deletéreos que la tradición militarista y la conformación de una cultura política
dominada por el brillo de “la gloria militar”, tenían sobre las posibilidades de progreso de la
región.
En 1856 Sarmiento había fijado su posición sobre la guerra, fuertemente marcada
por la necesidad de sostener la defensa de la frontera contra el indio, y en ese
emprendimiento no había cabida para argumentos pacifistas como los que Alberdi había
sostenido pocos años antes en las Bases:
¿Desde cuándo nos hemos vuelto mujeres o sibaritas para proclamar como un principio, como un
medio exclusivo de vivir, el soportar los daños, el no prever los males, el desarme del Estado de uno
de sus atributos, que es dominar las resistencias? ¿En qué país del mundo se ha llevado el descaro del
egoísmo y del cansancio hasta proclamar la paz a todo trance, y desarmarse y ponerse en la
imposibilidad de la defensa? (…) ¿De dónde, pues, ha salido la doctrina de que la paz es la condición
sine qua non del progreso, aún en presencia de los peligros que reclaman prepararse a la guerra; aún
a riesgo de desaparecer borrados por los salvajes los límites del Estado?23
Dos décadas después, sus posiciones habían cambiado drásticamente, y el militarismo y el
sobredimensionamiento de los ejércitos permanentes aparecían ahora como un serio
obstáculo a las posibilidades de progreso. Comentando los encuentros de naves chilenas y
peruanas en la Guerra del Pacífico, Sarmiento aprovechaba, en un tono francamente
“alberdiano”, para marcar la distinta situación que la Argentina enfrentaba respecto a esas
dos naciones, a las puertas del proceso de transformación económico y social que ya
despuntaba. Las “batallas y conquistas” eran ahora muy distintas: “el vapor que trae
seiscientos emigrantes, las fanegas de trigo que producen las nuevas colonias, la línea de
fronteras que se extienden algunos millares de leguas (…) Nuestras batallas las estamos
dando en Santa Fe, en el Azul, en Chascomús, en las colonias, y en las fronteras. Todo se
23
Samiento, “La guerra”, El Nacional, 8 de marzo de 1856, Obras Completas, vol. 24, pp. 345-349. En 1852
Alberdi había escrito, en cambio: “Cada guerra, cada cuestión, cada bloqueo, que se ahorra el país, es una
conquista obtenida en favor de sus adelantos. Un año de quietud en la América del Sud representa más bienes
que diez años de la más gloriosa guerra”. Bases (Buenos Aires: Librería La Facultad, 1915), pp. 186-187.
19
reduce a colocar hombres en sus casas, y en abrir surcos en la tierra hasta hoy inculta.”24
Unas semanas después, en otro artículo en El Nacional volvía a reforzar el argumento,
atacando ahora la retórica de la “gloria militar”, que Alberdi había a su vez demolido en El
crimen de la guerra: “Vivimos de hipérboles: el heroísmo, la gloria, el valor invencible, la
libertad, la grandeza nacional, y obramos en consecuencia. Uno de los grandes desastres de
la historia moderna, ha provenido de estas infatuaciones…”25
En 1882, finalmente, al
discutirse en el Congreso el proyecto de ley presentado por el Ministerio de Guerra para “la
organización permanente del ejército”, (en un contexto marcado por el enfrentamiento de
1880 entre las tropas nacionales y la guardia nacional de Buenos Aires, y la posterior
eliminación de las milicias provinciales tras la asunción del presidente Roca) Sarmiento
lanzaría una enérgica crítica dirigida “a nuestros más jóvenes representantes, poco versados
en materias militares”:
Es propensión argentina darse formas militares de su propia invención, y no es la mejor escuela la de
los Rosas y Urquiza, que reglaron la montonera, la que ha de seguirse al dictar leyes militares. La
montonera ha introducido defectos y vicios en nuestra organización militar, que han pasado a nuestro
espíritu como nación, y han de sernos fatales como pueblo libre. (…) La manía montonera que nos
queda (…) es la de los grandes ejércitos (…)
El despotismo más atroz, más enervante, más corruptor, resulta de este ejército sin límites, sin
proporción a la población del país, de manera que haya un soldado gendarmizado, para cada diez
varones adultos en la República; y como la mitad son empleados civiles, resulta que hay un centinela
para cada cinco vecinos; y como la mitad son extranjeros, queda un guardián para dos y medio, y
como al fin debemos suponer que una mayoría de uno y medio a uno es partidaria del Gobierno,
queda un soldado o gendarme de guardia para contener a cada habitante.26
Como vemos, Sarmiento hacía converger finalmente las dos líneas de argumentación
recorridas hasta entonces: la condena a la “montonerización” de la guerra en la historia
24
Sarmiento, “Nuestro rol”, El Nacional, 27 de mayo de 1879, Obras Completas, vol. 35, p. 193-195. El
acercamiento a las ideas de Alberdi se hacía explícito más adelante en el mismo texto: “No recordamos si
Alberdi dijo poblar es gobernar, o gobernar es poblar. Lo cierto es que la generación actual argentina tiene
una obra entre manos que es la de ser nación, hacerse pueblo, e improvisar el habitante y la riqueza.”
25 Sarmiento, “Las ideas sobre frontera”, El Nacional, 22 de julio de 1879, Obras Completas, vol. 41, pp. 328-
329. Alberdi había escrito pocos años antes: “La gloria militar, que es la gloria por excelencia, es la exaltación
de un hombre al rango de soberano de los otros, por obra del entusiasmo nacional, es decir, de la pasión más
capaz de cegar la vista, que es la de la vanidad nacional.” El crimen de la guerra (1870) en Juan Bautista
Alberdi, Escritos póstumos. Véase también, Rabinovich, “La gloria es la plaga de nuestra pobre América del
Sud”.
26 Sarmiento, “La organización del ejército”, El Nacional, 22 de julio de 1882, en Obras Completas, vol. 31,
pp. 354-358.
20
rioplatense; y el legado de una cultura política militarizada que amenazaba con legar una
abrumadora presencia de las fuerzas militares en la población, en un contexto que no
parecía justificarlo. Alberdi había dejado asentadas preocupaciones parecidas en El crimen
de la guerra, marcando una crítica de tono fuertemente liberal por los efectos que la
militarización de la sociedad producía en las relaciones entre estado y sociedad:
La guerra trae consigo la ciencia y el arte de la guerra, el soldado de profesión, el cuartel, el
ejército, la disciplina; y a la imagen de este mundo excepcional y privilegiado, se forma y se
amolda poco a poco la sociedad entera. Como en el ejército, la individualidad del hombre
desaparece en la unidad de la masa, y el Estado viene a ser como el ejército, un ente orgánico,
una unidad compuesta de unidades, que han pasado a ser las moléculas de ese grande y único
cuerpo que se llama el Estado, cuya acción se ejerce por intermedio del ejército y cuya
inteligencia se personaliza en la del soberano.27
Ambos ejemplos reflejaban la medida en que los cambios en la manera de entender la
política y el Estado hacia el Ochenta afectaron tanto la figura de la “ciudadanía en armas”28
,
como el papel que la guerra y el ejército en general pasarían a ocupar para quienes veían
abrirse entonces una nueva etapa de desarrollo histórico para la Argentina.
Como vemos, además de algunos núcleos temáticos compartidos, los trabajos de
esta sección tienen en común el mérito de abrir una muy productiva agenda de
investigaciones sobre la guerra y el proceso de construcción estatal en el Río de la Plata del
siglo diecinueve. Sugiero algunas posibles líneas de desarrollo futuro. En primer lugar, y
27
Alberdi, El crimen de la guerra (1870, Escritos Póstumos), (Buenos Aires: Jackson, s.f.), cap. V, “Efectos
de la guerra”, pp. 80-81. La postulación clásica de esa tesis en la tradición liberal fue la de Benjamin
Constant, De l’esprit de conquête et de l’usurpation (1814) [Del espíritu de conquista y de la usurpación], en
Biancamaria Fontanta, editor, Benjamin Constant. Political Writings (Cambridge: Cambridge University
Press, 1988), parte I, capítulo 2, “Del carácter de las naciones modernas en relación a la guerra”, p. 53:
“Hemos alcanzado finalmente la era del comercio, una era que necesariamente debe remplazar a la de la
guerra, así como la era de la guerra la precedió (…) La guerra viene antes que el comercio. Aquella es toda
salvaje impulso; éste, cálculo civilizado. Resulta claro que cuanto más prevalece la tendencia comercial, más
débil se vuelve la tendencia a la guerra.”
28 Hilda Sabato, “Milicias, ciudadanía y revolución: el ocaso de una tradición política (Argentina, 1880), en
Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez, coordinadores, Un nuevo orden político. Provincias y Estado Nacional
1852-1880 (Buenos Aires: Biblos, 2010), y “¿Quién controla el poder militar? Disputas en torno a la
formación del Estado en el siglo XIX”, en Oscar Moreno, coordinador, La construcción de la nación
argentina. El rol de las fuerzas armadas. Debates históricos en el marco del Bicentenario (1810-2010)
(Buenos Aires: Ministerio de Defensa de la Nación, 2010).
21
esto fue discutido en algunas de las reuniones de los talleres de trabajo en las que se
presentaron los trabajos, parece necesario extender el período considerado a la segunda
mitad del siglo diecinueve para poder alcanzar una comprensión plena de los procesos
estudiados. Comenzando por la Guerra del Paraguay(1865-1870) que, como bien sugiere
Garavaglia en su trabajo, va a transformar muchos de los aspectos aquí estudiados;
podemos enumerar luego la creación del Colegio Militar (1869), el alzamiento mitrista
contra el presidente Avellaneda de 1874, la participación del ejército en la llamada
Conquista del Desierto, el enfrentamiento entre tropas nacionales y la guardia nacional de
Buenos Aires en el Ochenta, la revolución del Parque de 1890 y los levantamientos
radicales de 1893, la sanción del Código de Justicia Militar (1898), la creación de la
Escuela Superior de Guerra (1900), culminando con la sanción de la ley de servicio militar
obligatorio (1901) en el contexto del conflicto con Chile, como episodios que han
generado, o demandan todavía, nuevos estudios sobre las vinculaciones entre la “cuestión
militar”, la política, y la consolidación del estado nacional, y que permitirían analizar con
otra perspectiva los procesos de la primera mitad del siglo.29
Del mismo modo, además de la proyección hacía la segunda mitad del siglo,
podrían aprovecharse también perspectivas complementarias que vienen explorando otros
entrelazamientos temáticos de esa “cuestión militar” con rasgos de la política y la sociedad
del siglo diecinueve. A título de ejemplo, la creciente producción historiográfica sobre
milicias, guardias nacionales, derechos electorales, y la cultura política del
republicanismo30
; los posibles paralelos entre procesos de formación y profesionalización
de cuadros militares con similares procesos en otras áreas del estado, es decir la formación
de los “saberes de estado” involucrados en la formación de fuerzas militares, y viceversa, la
posible adaptación de formas de organización y/o entrenamiento de fuerzas militares a otras
29
Sólo a título de ejemplo, algunos estudios recientes que han abordado temas relevantes a esta agenda de
investigación: Eduardo José Míguez, Mitre Montonero. La Revolución de 1874 y las formas de la política en
la organización nacional (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2011); Claudia Torre, Literatura en
tránsito. La narrativa expedicionaria de la Conquista del Desierto (Buenos Aires: Prometeo libros, 2010);
Hilda Sabato, Buenos Aires en armas. La revolución de 1880 (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2008);
Paula Alonso, Entre la revolución y las urnas. Los orígenes de la Unión Cívica Radical y la política
argentina en los años ’90 (Buenos Aires: Editorial Sudamericana/Universidad de San Andrés, 2000).
30 Véase la bibliografía citada en Hilda Sabato, “Milicias, ciudadanía y revolución”, y “¿Quién controla el
poder militar?”.
22
áreas de la administración;31
y la organización de la justicia militar y su impacto en el
funcionamiento de las fuerzas regulares y los debates ya mencionados sobre la delimitación
de la jurisdicción militar vis a vis la jurisdicción federal.32
Por último, existe un enorme
campos para los estudios sobre una posible “historia cultural de la guerra”, que entre otras
cosas analice las formas en que la literatura y las artes plásticas fijaron imágenes sobre el
ejército y la guerra en la cultura del período, desde las narraciones presentes en la
abundante cantidad de memorias y reportes oficiales que ha analizado recientemente
Claudia Torre, hasta la estilización de ciertas figuras militares o experiencias bélicas en la
obra de artistas como Blanes, Della Valle o Cándido López.33
¿Qué podemos aprender de todo esto sobre el proceso de construcción estatal en la
región? Como se ha dicho, muchos de estos trabajos apuntan certeramente a la necesidad de
incorporar una visión de la construcción del estado que reconozca los aspectos relacionales
de dicho proceso. La mediación entre “las nubes del Estado” y “las tierras de la sociedad”34
fue sin duda indispensable para el avance en la consolidación del poder rosista y del primer
estado de la nación unificada. En la medida en que proyectamos nuestra mirada hacia fines
del siglo diecinueve y comienzos del veinte se plantea el interrogante sobre la manera en la
que esos procesos de mediación asentados en las relaciones personales sirvieron a un
31
Ernesto Bohoslavsky y Germán Soprano (editores) Un Estado con rostro humano. Funcionarios e
instituciones estatales en la Argentina (desde 1880 a la actualidad) (Buenos Aires: Prometeo/UNGS, 2010);
Sabina Frederic, Osvaldo Graciano, y Germán Soprano, coordinadores, El Estado argentino y las profesiones
liberales, académicas y armadas (Rosario: Prohistoria ediciones, 2010); Mariano Plotkin y Eduardo
Zimmermann, compiladores, Los saberes del estado (Buenos Aires: Edhasa, 2012).
32 Juan Alfredo Fazio, “Reforma y disciplina, La implantación de un sistema de justicia militar en
Argentina”, Ponencia presentada en las X Jornadas Interescuelas/Departamento de Historia, Rosario, 2005;
Lucas Codesido, “La justicia militar argentina en la segunda mitad del siglo XIX”, ms.; Eduardo
Zimmermann, “En tiempos de rebelión”.
33
Claudia Torre, Literatura en tránsito. La narrativa expedicionaria de la Conquista del Desierto (Buenos
Aires: Prometeo libros, 2010); María Lía Munilla Lacasa, “Siglo XIX: 1810-1870”, y Laura Malosetti Costa,
“Las artes plásticas entre el Ochenta y el Centenario”, ambos en Nueva Historia Argentina. Arte, Sociedad y
Política, José Emilio Burucúa, director del tomo (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1999); Marcelo
Pacheco, “Apuntes para una biografía”, en Cándido López (Buenos Aires: Banco Velox, s.f.).
34 Garavaglia, Construir el estado, p. 367.
23
proyecto de racionalización y despersonalización en el armado de la administración
nacional, si es que alguna vez ese proceso tuvo lugar en nuestros estados. De ese modo,
estos trabajos, además de acrecentar nuestro conocimiento del período estudiado, sientan
las bases para una muy productiva exploración de interrogantes que se proyectan hasta el
día de hoy.