Ética y ciencia
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ETICA Y CIENCIA
Publicado en Desafíos Éticos en un Mundo Complejo: 7-31. Ediciones Universitas
Nueva Civilización. Santiago de Chile, Chile (2013) ISBN 978-956-9409-00-4
Jairo Roldán Ch, Ph.D.
Profesor Titular
Departamento de Física
Facultad de Ciencias
Universidad del Valle
Cali COLOMBIA
RESUMEN
El tema de las relaciones entre la Ética y la Ciencia además de complejo es muy amplio
en su contenido. En el presente artículo se discuten de manera crítica dos ideas que
pudieran llamarse como recibidas. Una de ellas consiste en la afirmación según la cual
la distinción fundamental señalada por Hume entre lo que es y lo que debe ser implica
que todo hecho científico estaría desnudo de valor. Partiendo de la tesis de Putnam
sobre la imbricación o enmarañamiento entre hechos y valores en economía, se
concluye que si bien lo afirmado en la última frase del párrafo anterior es válido en
ciencias como la física, la química y la biología, no lo es en ciencias como la economía,
la sociología y la sicología, en donde existen hechos impregnados de valor. Por ello
todas esas ciencias deben llamarse ciencias morales. Es importante señalar que aunque
existen hechos en las ciencias morales que están impregnados de valor, no es la Ciencia
la que da los valores sino al contrario, es la Moral la que hace parte del hecho; la
Ciencia continua entonces tratando de lo que es y no de lo que debe ser y en
consecuencia no puede dar pautas morales. Otra de las ideas recibidas, en cierta manera
relacionada con la primera, afirma que la responsabilidad de un científico se limita a
una preocupación por las consecuencias de sus descubrimientos. Se afirma en el artículo
que además de esa importante e ineludible responsabilidad, un científico tiene un
imperativo moral hacia el ejercicio mismo de la ciencia, el imperativo de aumentar el
conocimiento humano.
1. HUME Y LA DISTINCIÓN ENTRE EL SER Y EL DEBER.
Hume señala la importancia de distinguir entre lo que es y lo que debe ser (is vs ought)
Su crítica es que no se puede pasar de proposiciones ligadas por es, o no es, a
proposiciones ligadas por debe o no debe en las cuales se expresa una nueva relación.
Esta transición es para Hume del todo inconcebible.
“En todo sistema de moralidad que hasta ahora he encontrado he notado siempre
que el autor procede durante algún tiempo según el modo corriente de razonar,
(…) y de repente me veo sorprendido al hallar que en lugar de los enlaces
usuales de las proposiciones, es, o no es, encuentro que ninguna proposición se
halla enlazada más que con un debe, o un no debe. Este cambio es
imperceptible, pero es, sin embargo, de gran consecuencia, pues como este debe
o no debe expresa una nueva relación o afirmación, es necesario que sea
observada y explicada y al mismo tiempo debe darse una razón para lo que
parece completamente inconcebible, a saber: cómo esta nueva relación puede ser
una deducción de otras que son totalmente diferentes de ella.”. (Se ha corregido
un poco la puntuación de la versión castellana utilizada y se ha cambiado una
palabra confrontado la traducción con el original en inglés) David Hume,
Tratado sobre la naturaleza humana.
Una conclusión que se sigue de la distinción señalada por Hume es que como la ciencia
trata de lo que es y no de lo que debería ser, entonces la ciencia no puede dar pautas
morales.
Relacionado con la distinción de Hume está el predicamento de Kant:
“Llenan el alma dos cosas de una admiración y de un respeto siempre nuevos, y
que se acrecientan cuanto más reiterada y persistentemente se ocupa de ellas la
reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral que hay en mí.” Immanuel
Kant, Crítica de la razón práctica.
La sentencia presentada arriba de la Crítica de la Razón Práctica de Kant, escogida por
sus amigos para ser grabada en la lápida de su tumba, expresa en vena poética el
dramático predicamento al que, desde la emergencia de la ciencia moderna y la así
llamada visión científica del mundo, se enfrenta el ser humano como una entidad
esencialmente moral. Se debe recordar en efecto que con la dinámica clásica surgió una
cosmovisión dos de cuyos elementos son el determinismo y el estricto reduccionismo
del mundo, los cuales implican la negación del libre arbitrio. Kant era bien consciente
de ese problema como se puede ver al estudiar sus ideas.
La distinción de Hume nos lleva a una reflexión entre el orden científico y el orden
moral.
2. EL ORDEN CIENTÍFICO Y EL ORDEN MORAL
La meta de la ciencia es el estudio de lo que podemos llamar el orden científico. ¿Cuál
es la relación entre este orden y el orden moral? Hemos mencionado que la ciencia trata
con lo que es. ¿Cuál son los fenómenos? ¿Qué conceptos los describen correctamente?
¿Cuáles son las relaciones causales? ¿Cuáles son las leyes? ¿Cuáles son los principios?
Este argumento muy general lleva a la conclusión de que la ciencia no puede
proporcionar estándares morales. Son la ética y la moral las que tratan con aquello que
debería ser.
La ausencia de libre albedrio en el contexto de las ciencias naturales revelado por un
análisis de sus hallazgos específicos refuerza la idea de que el orden moral no puede
reducirse al orden científico.
En física no hay causas finales. Por una parte, la mecánica clásica está gobernada por un
rígido determinismo, que es incompatible con el libre arbitrio esencial para cualquier
descripción moral. Ahora bien, el hecho de que en la mecánica cuántica no haya
determinismo no significa que en la descripción cuántica tenga cabida concepción
teleológica alguna. Las probabilidades en mecánica cuántica están determinadas
perfectamente por la dinámica. Aquí no hay nada similar al libre albedrío. Este último
requiere una elección consciente y, por ejemplo, el indeterminismo cuántico no contiene
nada de ello. Por otra parte, uno puede mantener también lo que se podría llamar un
reduccionismo cuántico donde las leyes a las que todo se reduciría no serían las de la
dinámica clásica sino las de la dinámica cuántica.
¿Son necesarias las causas finales en biología? La cuestión no es clara y el debate no se
ha resuelto, pues expresiones como “el ojo está hecho para ver” se pueden considerar
solo formas abreviadas para una descripción mecanicista, que usa solo causas eficientes,
en términos de embriología y selección natural. Si se considera entonces que en biología
no se requieren las causas finales, es posible afirmar que el ser humano, como ser vivo,
se puede estudiar con los instrumentos científicos de la física, la química y la biología
sin referencia a causas finales. Incluso hay propuestas para explicar el libre albedrío
como simplemente el resultado de las interacciones cerebrales.
¿Cambia la situación si se considera que en biología son necesarios conceptos
teleológicos? La respuesta es negativa pues el tipo de teleología que estamos
considerando aquí con respecto al ser humano es la relacionada con el libre albedrío.
Aun si se llegase a la conclusión científica de que como ser vivo un animal obedece
leyes teleológicas, todavía se tendría el hecho de que ese animal no es responsable de
sus actos. La posible teleología asociada con animales estaría relacionada con la manera
de entenderlo como organismo, y como organismo que evoluciona, y no con un libre
albedrío del cual carece. Si en biología se puede argüir que la teleología en términos de
diseño se puede rechazar en favor de un programa que se basa en la embriología y la
evolución, en asuntos de responsabilidad moral parece imposible desterrar las ideas
teleológicas.
En conclusión: la red de conceptos que se usan en ciencias naturales no incluye aquellos
relacionados con propósitos, elecciones, libertad, reflexión consciente. Con respecto a
los seres humanos se puede decir que, como criaturas vivas, pueden ser estudiadas con
los instrumentos científicos de la física, la química y la biología, sin referencia a causas
finales.
¿Qué sucede con la sicología y la sociología que son ciencias donde se tratan muchas
cuestiones que conciernen a la responsabilidad moral? Para dilucidar este punto
debemos hacer referencia al otro punto que es clave en la ética además de la existencia
del libre albedrío y es la existencia de un código moral. La responsabilidad moral
implica no solo libre albedrío sino también conocimiento de la opción correcta. ¿Pueden
ciencias como la sicología y la sociología descubrir cuál es la acción correcta o mejor
descubrir las reglas de lo que es moral? Al igual que en las ciencias naturales no hay
lugar para la libertad humana en el sentido de que es un tópico fuera de su contexto,
ciencias humanas y sociales como la sicología y la sociología no pueden dar cuenta del
ser humano como ser moral en el sentido, de que como toda ciencia, su propósito es lo
que es y no lo que debería ser.
El ser humano es libre para enmarcar sus naciones en un contexto de deseos, intereses,
convicciones, valores y principios. La sicología puede identificar esos elementos del
contexto en el que la acción de un ser humano se enmarca, puede mostrar el mecanismo
de sus decisiones y acciones en ese contexto, puede mostrar el papel que la experiencia
y la educación han jugado en la definición de ese contexto. Como el ser humano nunca
está aislado, la sociología también puede ayudar a clarificar este contexto y sus
componentes sociales. Sin embargo, pueden haber muchos posibles contextos, y
ninguna de estas ciencias intenta hallar a través de su ejercicio aquel que el contexto
moral o ético relevante a la situación particular.
Entre una variedad de posibles contextos, ni la sicología ni la sociología tienen como
propósito encontrar el contexto moral para actuar frente a un dilema moral. Dentro del
alcance de estas ciencias no está el descubrimiento de las leyes morales. Ellas trabajan
dentro de un contexto moral que ellas mismas no han definido. Una vez que un código
moral ha sido aceptado por un grupo social, la sicología y la sociología pueden entonces
hacer muchas preguntas acerca por ejemplo de aquellos que violan estos códigos de una
manera intensa y reiterativa. Estas investigaciones están relacionadas con la moral, pero
no son ni la sicología ni la sociología las que definen esos códigos.
En conclusión la ciencia no da pautas morales. Esto parece dar lugar a una exclusión
entre la ciencia y la moral. Todo hecho científico estaría desnudo de valor. El análisis
que se desarrollará va a mostrar que si bien lo afirmado en la última frase es válido en
ciencias como la física, la química y la biología, no lo es en ciencias como la economía,
la sociología y la sicología. Pero antes veamos algunas posiciones posibles con respecto
al libre albedrío y la moral.
3. SOBRE EL LIBRE ALBEDRÍO Y LA MORAL
Algunas posiciones posibles:
1) Una posibilidad lógica ligada con el determinismo consiste en considerar el libre
albedrío como algo que no es real, algo que es sólo una apariencia para los humanos,
pues sería el resultado por ejemplo de interacciones materiales en cuyas leyes no hay
nada similar a la teleología asociada con el libre albedrío. Un intento de darle sentido a
la ética como parte de una visión del mundo donde no hay libertad es la de Einstein
quien mantenía una cosmovisión puramente mecanicista. Si uno considera que el
enfoque einsteiniano hacia la ética no es satisfactorio, entonces a menos que las
experiencias humanas conectadas con propósitos, fines, deseos y libertad de elección
consciente, es decir todas las experiencias relacionadas con la mente, con el “yo
quiero”, “yo escojo”, “yo espero”; sean rechazadas de modo gratuito, uno tiene que
aceptar que para agotar toda la experiencia humana la red no teleológica de los
conceptos de la ciencia natural no son suficientes. Desde un punto de vista general las
pretensiones de reducir la moral a un tipo de reduccionismo científico que podría ser
físico, biológico, basado en neurociencias, evolución, etc., debe enfrentar el hecho de
que la naturaleza esencial de la ciencia es el estudio de lo que es y no de lo que debería
ser.
2) Otra posibilidad es simplemente negar el alcance de los resultados científicos. Uno
puede ensayar a negar la importancia y la relevancia de la ciencia para una visión del
mundo considerando que toda la ciencia se reduce a una serie de reglas que funcionan.
El punto es que es innegable que la ciencia nos da poder. Frente al mundo de los
fenómenos, el ser humano, a diferencia de los otros seres, reacciona con inteligencia y
reflexión conscientes. Son tantos los ejemplos que la historia de la ciencia nos muestra
y tantos los continuos avances que sistemáticamente se están desarrollando, que es
difícil negar el inmenso poder que el ser humano posee sobre la naturaleza. Un último
punto es que la ciencia presenta también resultados que crean dilemas morales. Uno no
puede simplemente ignorar la ciencia en asuntos morales
3) Una tercera posibilidad es introducir un tipo de dualismo kantiano entre los
dominios de la ciencia y de la ética, entre los órdenes moral y científico.
Algunas reflexiones
Una conclusión a la que podría llegarse hasta ahora es que, en síntesis, existe un orden
natural, dominio de las ciencias naturales: la física, la química, y la biología, donde no
hay teleología o al menos no hay la teleología asociada con el libre albedrío, y un orden
moral en el cual se tiene esa noción. Parece entonces que los dos órdenes son
mutuamente excluyentes. Ahora bien, en la discusión se habló también de que en el
contexto de ciencias como la sociología y la sicología, donde se estudia al ser humano y
se hacen preguntas que se refieren a aspectos relacionados con la responsabilidad moral,
no se formulan ni resuelven las cuestiones morales y se concluyó que en la ciencia, en
general incluyendo ciencias naturales y sociales, no se dan pautas morales. Esta
discusión parece implicar que no sólo el contexto de las ciencias naturales sino el de la
ciencia en general, el orden científico, que incluye tanto las ciencias naturales como las
ciencias humanas, las económicas y las sociales, es aquel que es mutuamente
excluyente con el contexto moral.
Ahora bien, si se mantiene el reduccionismo mecanicista que pretende reducir lo
humano a los conceptos de esas ciencias entonces el orden científico se reduciría el
orden natural. Si no se mantiene el reduccionismo mecanicista, pero se sostiene un
reduccionismo cuántico, que pretende reducir lo humano ya no a la dinámica clásica
pero si a la cuántica, o uno biológico, que pretende reducir lo humano al cerebro regido
por la biología, entonces también el orden científico se reduciría al orden natural. Si no
se mantiene ninguno de los mencionados reduccionismos y se acepta que el fenómeno
humano es emergente, dado que las ciencias humanas y socioeconómicas tratan de la
ética aunque sea de modo descriptivo, la supuesta exclusión mutua entre el orden
científico, que incluiría ahora las ciencias humanas y socioeconómicas y el orden ético
no se ve tan clara. El hecho de que las ciencias humanas y socioeconómicas estudien el
“fenómeno moral” como un hecho dado sin dar cuenta de la fuente de ese orden, pues
esas ciencias en cuanto ciencias solo tratan de lo que es, entendido como fenómeno, y
no de lo que debería ser, no implica que su dominio sea mutuamente excluyente con el
dominio de la filosofía y la religión que tratan de la fuente de la moral. Podría argüirse
que tanto la descripción de la ética, elaborada por las ciencias mencionadas, como las
propuestas morales de la filosofía y la religión, pueden considerarse como partes de la
ética. Su dominio seria el orden moral.
Dejemos en este punto la discusión y pasemos a examinar el supuesto, mencionado
antes, de que todos los hechos científicos son independientes de los valores.
4. LA DICOTOMÍA ENTRE HECHOS Y VALORES: CONSECUENCIA DE
LAS TESIS DEL POSITIVISMO LÓGICO.
De la observación de Hume se concluiría también que los hechos científicos están libres
de valor.
Hemos visto que Hume señala la importancia de la distinción entre hechos y valores.
Ahora bien, una dicotomía es más que una distinción, es más como una clasificación
entre partes opuestas, como una dualidad que obliga a escoger entre una u otra. Para
mostrar como la dicotomía entre hechos y valores es una consecuencia del positivismo
lógico precisamos hablar brevemente de las tesis de esa posición filosófica.
Los puntos que siguen ilustran de manera muy breve aspectos característicos del
llamado positivismo lógico.
1) Las verdaderas afirmaciones científicas se pueden separar claramente entre
“verdades empíricas” y “afirmaciones analíticas”. Las verdades matemáticas pertenecen
todas a la última categoría. Este puede considerarse un desarrollo de la idea de Hume
según la cual hay verdades de hecho y verdades de razón. La concepción de lo que es un
hecho es entonces similar a la de Hume. Los hechos constituyen “verdades empíricas”.
Hay aquí una dicotomía entre hechos y teoría.
2) Cada hecho viene con su propia manera de comprobarlo: teoría de la verificabilidad
del sentido. Esto es coherente con la idea de hechos totalmente puros, desnudos de
teoría, que es una manera de expresar la dicotomía entre hechos y teoría.
3) Existen las “afirmaciones analíticas” que son tautologías. Toman la distinción de
Kant entre afirmaciones analíticas y sintéticas, pero sostienen que las matemáticas son
de tipo analítico y que no amplia nuestro conocimiento, no son ampliativas.
4) Existe un criterio de significancia cognitiva: sólo tiene sentido lo que cabe en las dos
categorías anteriores mencionadas: la de las verdades empíricas y la de las afirmaciones
analíticas; lo demás no lo tiene, o sea lo demás es un sinsentido.
Consecuencia: la dicotomía entre hechos y valores
Una consecuencia de los puntos anteriores que caracterizan al positivismo lógico es que
como los juicios de valor no entran en ninguna de las categorías que tienen sentido
entonces tales juicios no tienen significancia cognitiva. La dicotomía entre hechos y
teoría unida al criterio de significancia cognitiva lleva entonces a la dicotomía entre
hecho y valores. En economía esto llevó a la concepción de que, en esa ciencia, los
juicios éticos no tienen cabida alguna.
Comentarios
1. Un análisis de la naturaleza de la Ciencia muestra que toda experiencia está
impregnada de teoría. Ello significa que la dicotomía entre hechos y teoría no puede
mantenerse. Para comenzar la crítica a la idea de que las observaciones son algo
totalmente independiente del marco teórico, analicemos algunos hechos que tienen que
ver con el sentido de la vista. Los siguientes hechos muestran que hay en la visión
mucho más que lo que llega al ojo. Hay varios ejemplos en relación con esto (Chalmers,
1995, Kuhn, 1992). Voy a considerar solo uno. Pensemos en una radiografía (Chalmers,
1995). Si no hay más en la visión que lo que llega al ojo entonces todos deberíamos ver
lo mismo independientemente de si tenemos o no todos los conceptos y el marco teórico
de un médico. Y muchos de los que no lo tenemos hemos hecho la experiencia de mirar
una radiografía donde el médico ve alguna enfermedad, quizás muy grave, y nosotros
no vemos más que sombras y matices de sombras. El médico tiene algo de lo que
nosotros carecemos y ese algo es teoría, aprendida con esfuerzo a través de muchos
años de estudio y de experiencia guiada. Hay otros ejemplos similares presentados por
Kuhn (Kuhn, 1992). Los legos en un mapa vemos línea, el cartógrafo ve la imagen de
un terreno. En una cámara de burbujas el estudiante no entrenado ve líneas confusas y
quebradas, el físico ve eventos subnucleares familiares.
Los hechos no son entonces algo independiente de los marcos teóricos, algo para la
observación de lo cual sólo basta el buen uso de los sentidos, donde ese buen uso lo
define el desnudarse totalmente de cualquier teoría. Los hechos no existen de modo
independiente del marco teórico, de manera que los sentidos los observan mejor a
medida que la mente se desnude de teoría. ¿Si, como parece, los hechos y la teoría
forman un todo indivisible, si todo hecho está impregnado o teñido de teoría, significa
ello que la realidad física es subjetiva y totalmente arbitraria? En el caso de un ciego
que adquiere o recobra la visión la respuesta es negativa; una vez que se crea el
concepto de espacio, verá lo mismo que el resto de nosotros. La conclusión es que las
observaciones científicas son inter-subjetivas. La inter-subjetividad es una forma de
objetividad en el sentido de independencia del sujeto particular, aunque no del sujeto en
general. Entonces lo empírico, lo fenoménico es objetivo.
2. Se ha hecho también una fuerte crítica a la teoría de la verificabilidad del sentido al
argumentar que los hechos no se verifican uno por uno sino que lo que se verifica es la
totalidad constituida por los hechos y la teoría. Esto va en contra también de la
dicotomía entre hechos y teoría. La teoría de la verificabilidad del sentido se reemplazó
por una de tipo holístico: en tanto la ciencia como un todo permita a los científicos
predecir fenómenos más exitosamente, sus predicados tienen “sentido cognitivo”.
5. Hechos teñidos de valor en ciencia sociales vs la dicotomía.
Argumentación de Putnam
Hilary Putnam en su artículo “For Ethics and Economics without the Dichotomies”
critica la posición que considera que los juicios de valor son subjetivos y por lo tanto no
es válido razonar sobre ellos acerca de su corrección o no. Para ilustrar esa posición
Putnam cita a Lionel Robbins, quien afirma que si no estamos de acuerdo en cuanto a la
moralidad de cobrar intereses, y entendemos de lo que estamos hablando, no hay lugar
para un argumento. Es claro que si se considerase como Kant, por ejemplo, que la
moralidad depende de imperativos categóricos, habría lugar a un argumento, y ese
argumento seria sobre si la regla moral involucrada constituye o no uno de esos
imperativos. Pero si toda regla moral es subjetiva, entonces Robbins tendría razón, pues
mientras no estemos de acuerdo con nuestras posiciones subjetivas cada uno es libre de
aceptar lo que su subjetividad le dicte y en ese caso no hay posibilidad de argumentar.
Putnam y V. C. Walsh llaman “segunda fase de la teoría clásica” a la teoría económica
que combina los mejores modelos matemáticos de una economía y la mejor reflexión
ética, y Putnam afirma que esto requiere que seamos capaces de hacer y discutir con
sentido afirmaciones precisas sobre la moralidad.
Putnam sostiene la Tesis de la imbricación o enmarañamiento entre hechos y valores.
Trata de mostrar que los juicios de valor y los juicios facticos están imbricados de
muchas maneras.
Putnam presenta argumentos para rechazar la dicotomía entre hechos y valores pero
aclara que al rechazarla no está diciendo que no haya diferencia entre hechos y valores.
Afirma que si se rechaza la dicotomía entre hechos y teoría que, junto con el criterio de
significancia cognitiva, es la base de la dicotomía entre hechos y valores en el
positivismo lógico, se espera que también se vaya la dicotomía entre hechos y valores
en economía.
Para construir sus argumentos pasa luego a criticar la que según él es una imagen
insostenible de lo que es un “hecho” y lo que es un “valor”, la cual subyace en la
versión tradicional empirista a la cual se añaden las tesis del positivismo lógico.
En la concepción empirista tradicional, los hechos se corresponden fundamentalmente
con las impresiones sensoriales, simples o complejas. Putnam señala que cuando la
ciencia comenzó a hablar de átomos no observables y de “espacio tiempo curvo”, por
ejemplo, los filósofos de la ciencia se vieron obligados a reconocer que no existía una
simple correspondencia uno a uno entre lo que un enunciado científico afirma sobre la
realidad y algunas experiencias sensoriales.
Putnam dice que para los positivistas los juicios de valor eran expresiones de
sentimientos, o mandatos, o expresiones que usamos para “felicitarnos” unos a otros;
cualquier cosa menos juicios genuinos.
Pero, dice Putnam, hay muchos tipos de juicio de valor, e incluso muchos tipos de juicio
ético. No todos los juicios de valor son juicios éticos o juicios estéticos, y algunos
juicios de valor son incluso esenciales para la práctica científica en sí.
Afirma Putnam que leyendo a Walsh (1961) encontró que hay juicios éticos que
implican unos alabanza y otros sentimientos de culpa, y juicios éticos que no tienen
nada que ver con la alabanza y los sentimientos de culpa. Un ejemplo de importancia
histórica de ese tipo de juicio es el juicio de que el terremoto de Lisboa de 1755 fue una
cosa muy mala; este juicio también es un contraejemplo de la idea de que todos los
juicios éticos tienen la función de “prescribir” o “elogiar la conducta”; además, hay
juicios éticos que implican “deberías” y juicios éticos, que no implican “deberías”, y
hay también muchos juicios éticos que no pueden ser expresado de manera adecuada si
nos limitamos a las palabras favoritas del filósofo moral debería, debe, no debe, bueno,
malo, correcto, incorrecto, y obligación. La idea de que todas las cuestiones éticas se
pueden expresar en este pobre vocabulario es una forma visible de ceguera filosófica,
concluye Putnam.
En cuanto al ejemplo de Putnam sobre el terremoto es preciso hacer un comentario
acerca de por qué la afirmación de que el terremoto mencionado fue algo malo
involucra un juicio ético. Como los juicios éticos se refieren a los seres humanos, se
puede afirmar que el juicio en cuestión es ético pues hace referencia a una concepción
ética de la vida humana y de los logros de la civilización, que considera como mala la
destrucción en segundos tanto de la vida humana como de los logros materiales.
Además está involucrado el sentimiento de simpatía por las desgracias ajenas, el cual es
un sentimiento ético. Putnam afirma también que no todos los juicios éticos están
relacionados con debería, etc. En el caso del terremoto, sin embargo, el juicio ético
involucrado en el análisis se reduce en verdad a debería y otras palabras similares. Yo
debería sentirme triste por las pérdidas de vida humanas y de logros materiales; yo
debería tener empatía con el dolor ajeno, y así sucesivamente.
Putnam afirma que hay hechos que sólo aparecen a través de los lentes de una mirada
evaluativa, como por ejemplo cuando se usan términos que expresan virtudes como
“valiente”, “sabio”, “compasivo”, “recursivo”, y otros similares. Aquí vale la pena
añadir que tales términos expresan comportamientos o modos de ser de los seres
humanos, los cuales constituyen hechos. Putnam presenta dos ejemplos para ilustrar su
punto.
El primero es que si se define una persona “valiente” solamente como una que no tiene
temor, o no sucumbe al temor, entonces se perdería la distinción entre valentía y
temeridad. Aunque Putnam no dice cuál es la mirada evaluativa que hace falta podemos
sin embargo pensar de la forma que sigue: si alguien se expone superando el temor a un
peligro para proteger a su familia será considerado como valiente. Si, en cambio, se
expone de manera gratuita será visto como temerario. Hay entonces involucrado un
juicio evaluativo acerca de que es aceptable o no.
El segundo ejemplo es que si se define una persona “cruel” solamente como aquella que
causa pena innecesaria o como fruto de la malicia, y se toma el sentido de pena sólo
como pena física, entonces se pierden todas las formas más sutiles de crueldad y todos
los más sutiles motivos y racionalidades para la crueldad. De nuevo tenemos que añadir
la mirada evaluativa que hace falta: si únicamente se incluye como pena los
sufrimientos físicos ello implica que hay involucrado un juicio evaluativo acerca de lo
que vale la pena llamar sufrimiento.
Los conceptos anteriores que describen hechos y que tienen un contenido descriptivo
cargado de un contenido evaluativo se denomina conceptos espesos. Tales conceptos se
conocen también como conceptos evaluativos espesos ó conceptos normativos espesos.
Putnam dice que Iris Murdoch hace tiempo mostró que cuando se tratan de describir las
sutiles maneras como los seres humanos sobresalen o dejan de sobresalir, los conceptos
que usamos son conceptos espesos, conceptos que simultáneamente describen y
evalúan.
Putnam afirma que idea de dividir un concepto espeso en una parte “puramente
descriptiva”, que se puede caracterizar completamente en un lenguaje libre de valores, y
una parte “puramente evaluativa” es una fantasía filosófica. A diferencia de lo que
sucede cuando se describen los seres humanos para los propósitos de la física, la
biología molecular o alguna otra ciencia exacta, la descripción para los propósitos que
interesan a los economistas no puede hacerse en términos neutros con respecto a los
valores, sin que junto con los “juicios de valor” se arrojen por la borda los hechos más
significativos.
Putnam menciona que en ciertas ramas de la economía se precisa de un lenguaje que
consiste casi enteramente de conceptos que no se pueden factorizar en una parte
descriptiva y una evaluativa. O sea conceptos en que hay un enmarañamiento de ambos
aspectos. Como ejemplos cita, “funcionamiento que la persona tiene razones para
considerar valioso”, “mortalidad prematura”, “auto-respeto”, y “capacidad de tomar
parte en la vida de una comunidad”.
Putnam no hace explícitas las razones por las cuales en tales conceptos se tiene un
enmarañamiento entre la parte descriptiva y la evaluativa. Tratemos de mostrar eso de
modo explícito. El primero mencionado es: “funcionamiento que la persona tiene
razones para considerar valioso”. Es obvio que ese concepto implica esencialmente
unos valores que hacen que la persona considere valioso el funcionamiento. El concepto
es claramente espeso. “Mortalidad prematura”: prematura respecto a ciertas cosas que
podría la persona haber logrado y no logró por su muerte y que se consideran valiosas.
No se trata de ambigüedad sino de definir lo que se considera valioso pues aquello que
se dejó de hacer se considera que lo es. Eso queda enmascarado si se adopta como
criterio, por ejemplo, la simple comparación con la esperanza de vida que se podría
argüir es un dato neutro. Pero esa adopción ya implica un juicio de valor que considera
sin importancia lo que se podría haber logrado de vivir más. “Auto-respeto”: es obvio
que está ligado con valores que son los que definen qué es respeto. “Capacidad de tomar
parte en la vida de una comunidad”: está ligada con el conjunto de valores que definen
qué es una participación en la vida de una comunidad.
Putnam añade que el punto de vista propuesto que requiere de tales conceptos es uno
donde valores y hechos comprobables son actividades interdependientes. Este punto de
vista difiere de uno basado en la dicotomía entre hechos y valores, que llevaría a
considerar que no parece lógicamente posible asociar los estudios de ética y los de
economía sino como una mera yuxtaposición, puesto que la economía trata con hechos
comprobables y la ética con evaluaciones y obligaciones.
Sobre la dicotomía entre hechos y valores.
Más arriba dijimos que una dicotomía es más que una distinción, es más bien como una
clasificación entre partes opuestas, como una dualidad que obliga a escoger entre una u
otra. Ahora bien, el hecho de que la argumentación que lleva a la dicotomía en el
positivismo lógico no se mantenga, no quiere decir que se acaba la dicotomía. Se puede
en efecto argumentar que lo que es en ciencia está determinado por el todo indivisible
constituido por la teoría y los hechos y de ese es no se puede obtener el debe asociado
con los valores éticos. Los argumentos de Putnam y la existencia de conceptos espesos
indican no obstante que el asunto hay que mirarlo con mucho cuidado para determinar
en qué dominios de la ciencia puede argüirse que la dicotomía se mantiene y en cuáles
no.
Hemos visto cómo el estudio de la naturaleza de la ciencia muestra que hechos y teorías
están imbricados. La pregunta es si hechos y valores están también imbricados como en
efecto lo están hechos y teorías. Recordemos varios casos. El hecho que muestra la
radiografía: un cáncer por ejemplo, no es perceptible sin el marco conceptual que está
en la mente del cirujano y no en la del profano; igual se aplica para los hechos que se
ven en una cámara de burbujas. En estos ejemplos los hechos no pueden separarse de la
teoría que permite percibirlos. En el marco conceptual aristotélico-tolemaico no podían
percibirse las irregularidades que los cráteres producen en la luna. Lo que se percibía
era o aberraciones del telescopio o cambios en la atmósfera. Todo hecho, toda
experiencia, está teñido de teoría en el sentido de que depende del marco teórico que
permite definirlo. Otro aspecto en esa imbricación entre hechos y teorías es que un
hecho para ser reconocido como tal debe enmarcarse en el marco teórico aceptado. Un
reporte de un supuesto hecho que viole la segunda ley de la termodinámica será
unánimemente rechazado por la comunidad de los físicos, por ejemplo.
Ahora bien, se puede razonar acerca del marco teórico puro haciendo abstracción de la
parte empírica. Se puede afirmar que toda teoría está teñida de experiencia pues no solo
está inspirada por la experiencia sino que sin la sanción de la experiencia no puede
considerarse como científica. Sin embargo como red conceptual puede analizarse sin
referencia a los hechos. En esencia es, como dice Einstein, un libre juego de la mente.
Los hechos no la determinan totalmente, no la prueban; sin embargo como sistema
conceptual es concebible sin los hechos. Sin embargo, si bien la red conceptual que
constituye una teoría puede analizarse como red conceptual independiente de los
hechos, para ser una teoría científica debe ser sancionada por los hechos. En ese sentido
toda teoría científica esta imbricada con los hechos: está teñida de experiencia.
En conclusión un hecho no puede separarse de la teoría que permite percibirlo. Allí hay
imbricación total, no hay dicotomía. En la ciencia hechos y teorías forman un todo
indivisible. No existe ninguna afirmación científica que sea verdadera solo por razones
teóricas, ni tampoco ninguna que sea verdadera simplemente por virtud de la
experiencia sensorial.
¿Es la situación entre hechos y valores igual a la relación entre hechos y teoría? Putnam
muestra de modo convincente que los juicios de valor no se reducen a los juicios éticos.
Es claro también que para aceptar una teoría y por ende los hechos relacionados con ella
se precisan juicios de valor que con Putnam podemos llamar epistemológicos. Así, por
ejemplo, de las observaciones astronómicas en un momento de la historia de la física se
podía concluir o que las leyes de Newton estaban fallando o que las condiciones
iniciales supuestas no eran correctas. Un juicio de valor epistemológico llevo a aceptar
la segunda posibilidad y a calcular en dónde podría encontrarse y qué características
debería tener un supuesto planeta cuya influencia podría explicar las desviaciones. Los
juicios de valor llevaron a esa búsqueda que permitió encontrarlo. Sin embargo, una vez
encontrado, su existencia se vuelve un hecho independiente totalmente de los juicios de
valor que guiaron su búsqueda. Ese hecho no está entonces imbricado con los juicios de
valor que permitieron encontrarlo. La búsqueda de él es lo que esta imbricado
esencialmente con juicios de valor y en ese sentido esos juicios de valor hacen parte de
la ciencia. Los hechos sin embargo continúan siendo hechos con independientes de esos
juicios. O sea que la dicotomía se mantiene, solo que sin implicaciones negativas hacia
los juicios de valor, que ahora deben considerarse como parte esencial del ejercicio
científico. Y esos juicios de valor incluyen juicios éticos como el compromiso de no
adulterar los datos, de aceptar imparcialmente los resultados, etc., sin los cuales la
ciencia no puede finalmente funcionar.
Las anteriores reflexiones pueden considerarse como convincentes en cuanto a los
hechos en física, en ciencias físico naturales y en biología molecular. O sea se puede
afirmar que tales hechos no están imbricados con juicios de valor. El asunto es que
Putnam no está hablando de hechos en esas ciencias sino de hechos en particular en
economía, pero en general también en ciencias sociales y humanas, ciencias donde
existen conceptos espesos que se refieren a hechos. O sea conceptos que tienen una
parte descriptiva y otra evaluativa las cuales son inseparables. Lo esencial de la
argumentación es como sigue:
i) Las afirmaciones acerca de si un ser humano tiene tal o cual virtud o cual o
tal vicio son acerca de hechos.
ii) Esos hechos no se pueden fragmentar de su contenido moral. Están
imbricados con el juicio moral, forman un todo indivisible compuesto de
hecho y moral. La supuesta fragmentación se expresaría en la forma
siguiente: que se puede dividir un concepto “espeso” en una parte
“puramente descriptiva” que se puede caracterizar totalmente en un lenguaje
libre de valores, y una parte “puramente evaluativa”.
iii) Putnam sostiene que si se describe el ser humano no en términos de física, o
biología molecular o alguna ciencia exacta, no se puede hacerlo en términos
neutros en cuanto a valores, pues con el rechazo de los juicios de valor se
van los hechos más significativos. Afirma que si se acepta esa dicotomía
entre hechos y valores hay ramas de la economía que se empobrecen para
evaluar lo que se supone que deben evaluar.
Del análisis de Putnam se concluye que los conceptos que tienen que ver con vicios y
virtudes no son los únicos que son “espesos”. Ahora bien, esos conceptos que tiene que
ver con virtudes se usan por ejemplo en sicología. Si yo quiero averiguar qué factores
sicológicos y/o sociales y/o económicos influyen en el coraje o en cualquier virtud, por
ejemplo la honestidad, los hechos incluyen seres humanos con la virtud o no y esos
hechos están teñidos de valor. Y serán objeto de la sicología y/o la sociología y/o la
economía. O sea: hay hechos sicológicos, hechos sociales, y hechos económico
imbricados esencialmente con valores. O sea existen hechos impregnados de valor.
Hechos impregnados de valor
Las reflexiones de la sección anterior nos llevaron a la conclusión de que existen hechos
impregnados de valor. El análisis se basó en la noción de conceptos espesos.
Comentarios sobre hechos y valores
1) Hay una distinción entre lo que es un hecho y un valor.
2) Hume afirma que hay un error grave al pasar de argumentos donde hay un “es” a
argumentos donde hay un “debe”. Como la ciencia trata de lo que es y no de lo que
debería ser, entonces la ciencia no puede dar pautas morales.
3) De la observación de Hume se concluiría también que los hechos científicos están
libres de valor. En ciencias físico naturales funciona esta dicotomía: los hechos no
involucran valores. Ahora el que quien los descubra lo haga mediante una serie de
valores no implica que los hechos mismos conlleven valores.
4) Si esta dicotomía se lleva a la economía entonces por un lado va la economía y por
otro la ética. También los hechos económicos estarían libres de valor. Lo que ahora se
tiene es que los hechos económicos están impregnados de valor. Obviamente eso se
aplica también a todas las ciencias humanas y sociales. Por ello todas esas ciencias
deben llamarse ciencias morales.
5) Aun si los hechos de las ciencias morales están impregnados de valor, no es la
ciencia la que da los valores sino al contrario, es la moral la que hace parte del hecho. El
punto 2) en esencia se mantiene.
La dualidad entre la ciencia y la ética se mantiene
A pesar de la existencia de hechos imbricados de valores morales, el dualismo se
mantiene pues es la moral la que impregna los hechos. La ciencia no puede definir esos
valores que impregnan sus hechos. Y por otra parte una vez definidos sus hechos la
ciencia sigue continuando trabajando independientemente de la moral, buscando lo que
es.
El propósito esencial de la ciencia es la descripción y la explicación de que lo que es, la
comprensión de los fenómenos. Hay un Orden Científico descrito por las ciencias
naturales como la física, la química y la biología y las ciencias morales, que son las
ciencias humanas, sociales y económicas como la psicología, la sociología y la
economía. A pesar de que las ciencias morales lo son porque incluyen hechos
impregnados de valor y que muchos de los problemas abordados por ellas implican el
libre albedrío, el propósito de tales ciencias no es el descubrimiento de las leyes
morales. En el sentido de que las ciencias, tanto las naturales como las morales, no
tienen como objetivo el descubrimiento de las leyes morales se puede continuar
afirmando que la Ciencia trata de lo que es y no de lo que debería ser.
6. LA RESPONSABILIDAD DE UN CIENTÍFICO.
La idea recibida según la cual todo hecho científico estaría desnudo de valor puede
llevar a la conclusión de que la responsabilidad de un científico se limita a una
preocupación por las consecuencias de sus descubrimientos. En esta sección vamos a
argumentar que la responsabilidad del científico tiene dos aspectos: una responsabilidad
hacia el ejercicio mismo de la ciencia, responsabilidad de aumentar el conocimiento
humano, y una responsabilidad hacia la sociedad que hace posible la ciencia. Ese
segundo aspecto nace del imperativo ético de que los frutos del ejercicio del poder
científico del ser humano deben aumentar el bienestar social. Ese aumento del bienestar
social constituye entonces el segundo gran aspecto de la responsabilidad del científico.
Antes de abordar el tema propiamente de la responsabilidad científica es necesario
hablar brevemente acerca de lo que se denomina la tecnociencia.
La tecnociencia
El concepto de tecnociencia hace referencia al contexto social y tecnológico de la
ciencia. Pretende examinar el papel de la ciencia y la tecnología en el desarrollo del
conocimiento. La tecnociencia se considera una forma de practicar la ciencia y la
tecnología que incluye la manera industrial o empresarial de hacerlo. Una de las ideas es
que el conocimiento tecnocientífico es un medio para la acción y la realización de
intereses y que la búsqueda de la verdad es solo uno de los valores involucrados.
También se considera la tecnociencia como una hibridación entere ciencia y tecnología.
Javier Echavarría en su libro La revolución tecnocientífica sostiene que el paso de la
ciencia a la tecnociencia es un revolución que nace de un cambio en la manera como se
practica la investigación y se gestiona el conocimiento. Eso cambia de modo profundo
la actividad científica. Según Echavarría la tecnociencia es una fuerza productiva.
El mismo Echavarría, en una Conferencia titulada La revolución tecnocientífica, dictada
el 31 de marzo de 2004 en el Instituto Tecnológico de Monterrey, México, explica
acerca de esa revolución.
Echavarría comienza afirmando que ha habido una revolución tecnocientifica que parte
de un cambio en la estructura de la práctica científica y no del conocimiento científico.
Ya no se trata únicamente de investigar sino de generar desarrollos tecnológicos que
logren innovaciones que se pongan en práctica en el mercado, la empresa y la sociedad.
Echavarría identifica dos fases en la revolución tecnocientífica: la primera se produce
en la época de la Segunda Guerra Mundial fundamentalmente en los Estados Unidos,
cuando comienzan macroproyectos de investigación relacionados con la guerra. Esa
forma de investigación se extiende luego a Europa y a la Unión Soviética con el
lanzamiento del programa aeroespacial. La tecnociencia sostiene Echavarría está detrás
de toda la llamada Guerra Fría de la década de los cincuenta, la de los sesenta y los años
posteriores.
La segunda fase se tiene, dice Echavarría, a partir de los años ochenta, con la
reestructuración de la gran ciencia, que pasa de ser una iniciativa reservada para el
gobierno y el sector público para involucrar en mayor cuantía al sector privado.
Un aspecto importante de la tecnociencia según Echavarría es el cambio en el papel del
científico y en la percepción que de la ciencia y la tecnología tiene la sociedad. Antes
del surgimiento de la tecnociencia las relaciones entre ciencia y sociedad no eran
problemáticas. Los científicos eran personas que como Einstein estudiaban cosas
abstractas, problemas ligados al saber, al conocimiento. La profesión de científico no
era la más relevante socialmente. Con la tecnociencia en cambio, dice Echavarría, si
bien el prestigio social de los científicos y los ingenieros crece enormemente, la
sociedad comienza a desconfiar de los expertos y se cambia la buena relación que había
entre ciencia y sociedad.
Echavarría afirma que a pesar de que muchos arguyen que hoy en día la convergencia
entre ciencia y tecnología es tan grande que todo es tecnociencia, su concepción es
diferente. Para él existe la tecnociencia como una modalidad de actividad científica y
tecnológica que se debe analizar pero también siguen existiendo la ciencia y la
tecnología. Lo que se tiene es el surgimiento de una mutación, de una hibridación entre
ciencia y tecnología que recibe el nombre de tecnociencia. Su planteamiento es entonces
evolutivo.
En cuanto a una definición de tecnociencia, Echavarría la encuentra difícil. En cambio
afirma que sí es posible caracterizarla. Al respecto escribe:
“(…) Buena parte de las teorías de la racionalidad científica y tecnológica se
basan en objetivos como el avance en el conocimiento, la búsqueda de nuevo
conocimiento, la búsqueda de la verdad o la aproximación a la verdad –diría
Popper. La racionalidad científica se ha sustentado siempre en función de los
objetivos, y la racionalidad tecnológica en la eficiencia, la competencia, la
utilidad.
En el caso de la tecnociencia, desde este ángulo, los objetivos de la ciencia y de
la ingeniería siguen existiendo, aunque subordinados a otros, es decir, el propio
conocimiento científico pasa a ser un instrumento, un medio para el logro de
otros objetivos; por ejemplo, objetivos militares, empresariales, económicos,
políticos o sociales.”
Otro aspecto de la tecnociencia que menciona Echavarría tiene que ver con las enormes
inversiones en investigación: grandes equipos informáticos, equipos múltiples de
investigación, de recursos humanos, sin los cuales no se avanza.
“La tecnociencia no la hace una sola persona, sino un equipo, una empresa, en el
sentido fuerte de la palabra; se requiere una fuerte inversión para que se
desarrolle la actividad tecnocientífica. Por lo tanto, la economía de la ciencia
adquiere una relevancia enorme y tiene un futuro impresionante.”
Como ejemplos de tecnociencia Echavarría menciona: el proyecto ENIAC para
desarrollar el primer computador, que inicialmente fue un proyecto militar y secreto que
se difundió al público después de la Segunda Guerra Mundial y que dio origen a las
ciencias de la computación. Otro fue el Proyecto Manhattan para la construcción de la
primera bomba atómica. Los programas aeroespaciales, el desarrollo del radar fueron
también proyectos tecnocientíficos. Igualmente el desarrollo de la Red Mundial (World
Wide Web) desarrollada en el CERN europeo.
Otro rasgo de la tecnociencia mencionado por Echavarría es la inversión privada en la
investigación científica, lo que trae como consecuencia la introducción en la empresa
tecnocientífica de elementos típicos de la racionalidad empresarial: capacidad de atraer
inversión, capital; rentabilidad o dividendos; crecimiento del volumen de la empresa y
competitividad en el mercado. Todo ello se traduce en que la búsqueda del
conocimiento se subordina a esos objetivos de la racionalidad empresarial.
Podemos ahora abordar el tema de la responsabilidad del científico.
La responsabilidad del científico
El tema fue tratado por Bernard d’Espagnat en el Coloquio Biociencias: riesgos, ética y
sociedad organizado por la Fundación Aventis-Institute de France entre el 22 y 24 de
octubre de 2001.
Dada la complejidad del tema d’Espagnat se propone abordar sólo una pregunta ¿cuál es
la más alta responsabilidad de un científico?
d’Espagnat considera que la respuesta a tal pregunta sin lugar a dudas es que la mayor
responsabilidad de un científico es hacer avanzar el conocimiento fundamental. Esa
respuesta constituye una certeza para los científicos. Tan evidente parece la respuesta
que incluso se considera que no debería ser necesario enunciarla. Sin embargo, aclara
d’Espagnat, debe ser enunciada pues hoy en día es ignorada o no es reconocida por
fuera de la comunidad científica. Se piensa más bien, añade, que el conocimiento
desinteresado es asunto solamente de los filósofos, y que la ciencia se reduce a la
tecnociencia. Afirma que ha encontrado que la identificación de ciencia con
tecnociencia es algo común no sólo en muchos de los que se dedican a las humanidades,
sino también en muchos de los administradores públicos y privados, en los abogados,
los banqueros, los periodistas…, de tal modo que la identificación en cuestión se ha
convertido en idea corriente y aceptada, por lo cual los científicos se siente un poco
incomprendidos. Esa situación se debe, afirma d’Espagnat, al hecho de que los
científicos no asumen ellos mismo sus relaciones públicas.
d’Espagnat sostiene que el hecho de que las matemáticas, la física, la biología, etc.,
tengan aplicaciones no las hace ciencias orientadas hacia las aplicaciones, sino que
apuntan fundamentalmente al conocimiento. Para precisar su afirmación menciona dos
puntos.
Uno de ellos es que la ciencia desemboca hoy en día en cuestiones fundamentales.
Algunos de sus resultados son de tal relevancia filosófica que deberían ser elementos
esenciales de una “cultura profunda”. Y no porque den respuestas elementales a los
grandes interrogantes sino porque nos iluminan sobre la misma naturaleza de tales
problemas e incluso del conocimiento mismo, lo que los hace aún más importantes.
Vale la pena recordar en este punto todas las implicaciones filosóficas de la mecánica
cuántica que se han estudiado en capítulos anteriores.
El otro punto es que las personas que se dedican a la investigación científica, y añade
que en particular aquellas que están en la investigación experimental, saben que van a
participar en la construcción de verdades durables y no pasajeras. Es verdad, dice, que
la propia contribución será la mayoría de las veces colectiva y a menudo incluso
anónima, como lo fue la construcción de las catedrales. Y que las verdades en cuestión
serán en general pequeñas piedras aportadas a un imponente edificio en perpetua
evolución. No obstante, pregunta, ¿qué hay con eso?:
“Todos, en tanto lo que somos, no somos aquí más que seres efímeros –
hormigas entre miríadas de otras hormigas- y, siendo ello así, es por lo menos
sumamente bello, para tales hormigas, ¡saber que han aportado su piedra a una
obra más sólida y durable que las Pirámides!”
Por otra parte, prosigue d’Espagnat, es un hecho que hasta ahora la búsqueda
desinteresada de la verdad a hecho útil a la ciencia en dominios donde la pura
tecnociencia encuentra rápidamente sus límites. Menciona a este respecto a Allègre
quien ha señalado que no fue intentando mejorar las velas por técnicas refinadas de
tecnociencia que se descubrió la electricidad, sino por métodos que surgen de un
espíritu radicalmente diferente al de la tecnociencia.
La responsabilidad esencial de los científicos, repite d’Espagnat, es de contribuir por los
medios que les son propios al afinamiento de los conocimientos fundamentales del ser
humano.
d’Espagnat pasa luego a hacer referencia al segundo aspecto de la responsabilidad del
científico, que es su responsabilidad social. Afirma que no sin razón es sobre eso que se
piensa primero cuando se habla hoy en día de responsabilidad del científico. Uno se
pregunta, añade, si el científico no es un aprendiz de brujo, y así por el estilo. Y
menciona el caso de Niels Bohr quien, en la década de los años cincuenta, después de la
bomba en Hiroshima, estaba obsesionado con el tema de la responsabilidad que les
cabía a los científicos en tal nefasta aplicación del conocimiento. Incluso se preguntaba
a menudo con ansiedad “¿Hemos sido todos aprendices de brujos?”
“Sus esfuerzos desesperados para detener la proliferación nuclear,
entrevistándose con diplomáticos etc., fueron intensos, desafortunadamente
ineficaces, pero profundamente conmovedores, en parte por esta razón.”
Termina diciendo que todos sabemos cuántos de estos problemas se tiene actualmente,
en particular en la biología. Son sin embargo casos cada uno diferente de los otros y
para cada uno se deben pesar en detalle los pros y los contras.
“Pero no es en diez minutos que uno puede hacerlo y no habré de
intentarlo…Diré solamente que hay que hacerlo. Pero sin que ello bloquee ese
apetito del saber puro que, sin lugar a dudas, es un elemento absolutamente
esencial al ser humano”
Hay que entender que la legítima ambición por conocer no puede ya exigir una libertad
total pues la historia ha demostrado la necesidad del segundo aspecto de la
responsabilidad del científico.
En el contexto de las preocupaciones de Bohr, vale la pena mencionar que en ciertos
artículos donde se hace referencia a la responsabilidad del científico se habla de la
fórmula de la equivalencia masa y energía y el desarrollo de la bomba atómica. ¿Podría
Einstein haber previsto sus consecuencias? En absoluto, faltaba todavía descubrir la
estructura del átomo y los procesos de fisión y de fusión que no fueron nada fáciles de
aceptar por la comunidad científica ni aun en frente de los hechos. Examinemos el
punto un poco más en detalle.
El concepto de átomo adquiere un carácter científico con el surgimiento de la física
clásica. El átomo sin embargo no se aceptó sin una larga polémica. Incluso ya en el
siglo XIX Mach y los positivistas no lo consideraban real sino sólo un concepto útil.
Los trabajos de Einstein sobre el movimiento browniano apuntan a la aceptación de la
realidad de los átomos.
Si la idea de la realidad de los átomos fue objeto de grandes polémicas, el
reconocimiento de la fisión o división del átomo tomó un aspecto intensamente
dramático.
Para llegar a la fisión del átomo y la obtención de energía a partir de ella se necesitaron
tanto la revolución conceptual de la relatividad como la de la mecánica cuántica. Esta
última para construir un modelo adecuado del átomo y la primera para introducir la idea
de transmutación de masa en energía. Para captar un poco todas las dificultades
conceptuales que pasaron los físicos basta decir que durante años (1932-1939) no se
reconoció la fisión del átomo por neutrones pues prácticamente los físicos se negaban a
creerle a sus instrumentos. Hans y Stratman llegaron a afirmar incluso que como
químicos la aceptaban, pero como físicos no.
Ahora bien, no solamente se descubrió la fisión de los átomos sino también la fusión de
ellos, y se llegó a entender que es el mecanismo de la fusión el que explica la energía
del sol.
Es claro entonces que Einstein no podría prever las consecuencias que se derivarían de
su descubrimiento.
¿Se opone la búsqueda de la verdad y el aumento del conocimiento con la búsqueda del
bienestar de la sociedad? ¿O el aumento del conocimiento es algo que de por sí y en sí
mismo constituye un aumento del bienestar de las sociedad? ¿Es necesario que un
científico valore de antemano las posibles aplicaciones de su conocimiento? ¿Es posible
hacerlo? Si logra preverlo y sabe que potencialmente puede ser utilizado, dado el estado
de la sociedad y las fuerzas que obran en el momento sobre ella, para perjudicar a la
sociedad o al medio ambiente, ¿debe proseguir con su investigación? ¿Está la sociedad
capacitada para manejar todo el poder que le da la ciencia?
A este respecto es interesante leer los puntos de vista que presenta Jorge Wagensberg en
un artículo titulado Ética Científica.
Wagensberg afirma que la ética versa sobre lo bueno y lo malo y su objetivo es regular
la convivencia. Añade que involucra valores e intereses y los intereses son de los
individuos o de la cohesión o convivencia del grupo, en tanto que los valores son más
bien estéticos. Sobre la ciencia dice que versa sobre lo verdadero y lo falso y su
objetivo es conocer el mundo.
Desde su punto de vista las relaciones entre ética y ciencia cambiaron de manera
fundamental después de la Segunda Guerra Mundial, pues desarrollos como los
relacionados con el poder atómico y la “posibilidad de inventar materia viva” han
creado una novedad radical.
“Cuestiones como las altas energías o la manipulación de la identidad de un ser
vivo han llevado la lógica de lo verdadero y lo falso hasta sus propios límites. Lo
verdadero y lo falso se decide después de aplicar el método científico a una
conversación entre el sujeto de conocimiento y el objeto de conocimiento, entre
la mente que pretende comprender y la realidad que pretende ser comprendida.
Y el método consiste en respetar los principios de objetividad, de inteligibilidad
y de dialéctica con la experiencia. Nada que objetar respecto de la aplicación de
los dos primeros. La objetividad y la inteligibilidad afectan a las ideas. Y el
mundo de las ideas es libre, libérrimo. Uno no puede pinchar una mente ajena
como si fuera un teléfono. Por lo tanto, es inútil oponerse. Pero todo cambia
cuando se trata de hacer una consulta a la naturaleza, cuando se planea un
experimento. Porque el experimento ocurre en la realidad de este mundo y en tal
realidad vivimos todos. Aquí emergen los límites y la evidencia de que la
libertad que nos regalamos como individuos y como comunidad consiste,
justamente, en la capacidad para pensar nuestros propios límites. En otras
palabras, la lógica de lo verdadero y lo falso ha dejado de ser independiente de la
lógica de lo bueno y lo malo.”
REFERENCIAS
Hume, David; Tratado sobre la naturaleza humana.
http://www.novumparadigma.com.ar/upload/Hume_David__Tratado_de_la_Naturaleza
_Humana_3_tomos.pdf
Kant, I.; Crítica de la razón práctica, Mestas ediciones, Madrid, 2008.
Putnam, Hilary 'For Ethics and Economics without the Dichotomies', Review of
Political Economy, 15: 3, 395 — 412
Walsh, V. C. (1961) Scarcity and Evil (Englewood Cliffs, NJ, Prentice-Hall).
Walsh, V. C. (1987) Philosophy and economics, in: J. Eatwell, M. Milgate & P.
Newman (Eds) The New Palgrave: A Dictionary of Economics 3, pp. 861–869 (London:
Macmillan).
Murdoch, I. (1970) The Sovereignty of Good (London: Routledge and Kegan Paul).
Sacks, O. 1996. An anthropologist on Mars. Vintage Books, USA
Chalmers, A. 1995. ¿Qué es esa cosa llamada Ciencia?. Décima séptima edición en
español, Siglo veintiuno editores, México.
Kuhn, T. 1972. La estructura de las revoluciones científicas. Primera edición en
español, Fondo de Cultura Económica, Bogotá.
Echavarría, Javier; La revolución tecnocientífica, Fondo de Cultura Económica,
Madrid, 2003.
Echavarría, Javier. La revolución tecnocientífica. Conferencia dictada el 31 de marzo de
2004 en el Instituto Tecnológico de Monterrey, México.
http://confines.mty.itesm.mx/articulos2/EcheverriaJ.pdf
d’Espagnat, Bernard; Coloquio Biociencias: riesgos ética y sociedad organizado por la
Fundación Aventis-Institute de France entre el 22 y 24 de octubre de 2001
Wagensberg, Jorge; Ética científica, Letras libres. Marzo de 2003.
http://www.letraslibres.com/index.php?art=8626